Ecob, 217-220
Ecob, 217-220
Ecob, 217-220
En el prólogo de este ensayo se apuntan unas premisas que vale la pena tener en cuenta
para su lectura. En primer lugar, se nos recuerda que este trabajo es fruto de la docencia, una
actividad que ha sido y debería ser axial en las humanidades. En estos tiempos tan evanes-
centes, tan virtuales, la tarea de impartir clase nos sitúa en un hic et nunc. En la incesante
transmisión de conocimientos, el profesor fija su quehacer docente y también investigador
en el referente de un otro. La presencialidad [sic] no es una opción en el aprendizaje, debe-
ría constituirse en razón de ser del profesor de humanidades. Como ha sido también la
docencia punto de partida de la mayor parte de la investigación que a lo largo de nuestra his-
toria se ha realizado en esta área de conocimiento. Este ensayo nos remite a su origen en unas
clases, en la dialéctica con los estudiantes, en el seguimiento del proceso de aprendizaje. La
desconfianza permanente en el alumnado o la voluntad –tantas veces expresada lamentable-
mente por algunos docentes–, de refugiarse en programas, becas o cualquier otro instrumen-
to administrativo para no exponerse a dar clase, son síntomas evidentes de una crisis, de una
ruptura en la tradición humanística.
La reivindicación de la historia es algo a lo que Rubio Tovar nos tiene acostumbrados.
Quizás porque, como dijo Schlegel, el fin de la filología es la historia. Tal y como defendió
en otro ensayo, La vieja diosa (2004), en la historia descubrimos la ambigüedad del ser
humano, lo ambivalente y flexible de toda creación cultural, frente a lo esencialmente subs-
tantivo (y rígido) de la teoría. Porque la historia, también la historia de la traducción, no
puede ser de otro modo que verbal.
Rubio Tovar entiende la traducción como una actividad centrípeta y centrífuga. El texto
sale de sí mismo y se transforma en otra lengua, en otro tiempo y en otra situación. Pero,
también, es una experiencia hacia dentro, un trabajo interno, en el texto, para transformarlo.
En este sentido, creo que el autor suscribiría unas palabras de Carles Riba, quien, en el pro-
emio a su traducción de la Odisea, escribía: “[…] traducir, así visto, ¿no será sino leer ensa-
yando una forma a la personal interpretación? Y aquel que buenamente lee, si lee bien, ¿es
que acaso no hace otra cosa sino traducir para él, más provisionalmente todavía?”. El vín-
culo insoslayable entre la pragmática de la lectura y la traducción es advertido desde el ini-
cio del ensayo y mantenido a lo largo de sus páginas.
De manera meridiana, el autor afirma que “la traducción es uno de los medios por los
que se ha difundido y transformado la literatura, es decir, uno de los medios gracias a los
cuales ha sobrevivido” (p. 16). No cabe duda, pues, que el humanista debe transitar por este
camino tan complejo como es el de la traducción porque en él reside la transformación, adap-
tación y, en definitiva, el avance de todo proceso cultural. Tal vez la especialización extre-
ma haya podido hacer pensar en su estudio autónomo. El ensayo, por el contrario, defiende
constantemente la vinculación de temas y conocimientos que podían parecer separados. ¿O
no es la cultura la reunión de aquello que está disperso? Rubio Tovar apuesta por trazar puen-
tes entre períodos y conocimientos muchas veces encerrados en compartimientos estancos;
por un generalismo bien entendido o, dicho de otra manera, por el humanismo. La traduc-
ción no debería estar cautiva por los traductólogos. El exceso de especialización, como
advirtió Zumthor y nos insiste Rubio Tovar, puede convertirse en una relectura actualizada
de la maldición de la Torre de Babel. Cualquier disciplina así, separada del resto, corre el
riesgo de convertirse en una subcultura.
Quizás para los más enfebrecidos estetas, la traducción siempre arrastra consigo un aire
de sucedáneo; es una concesión misericordiosa para el vulgo que no puede acceder al origi-
nal. Éste y otros apriorismos han pesado (y mucho) también en las poéticas del siglo XX,
algunas obsesionadas por la búsqueda de lo inefable. Como en su día se preguntó Oswald de
Andrade, el poeta vanguardista de cabecera para los concretistas brasileños, ¿cómo que
inefable? ¿cómo que incomunicable? La poesía (y añadiría toda la literatura) está aquí, en
las palabras, y a través de ellas se comunica. Rubio Tovar entiende la historia de la traduc-
ción como la historia de la elección de opciones, de la negociación con el texto y con los
de esta patología es compartida por Rubio Tovar. Atención, pues, lectores, porque es irrefre-
nablemente contagiosa.
1
ARAGONÉS LUMERAS, M., «Taller de traducción de patentes» en el IV Congreso Internacional de Tra-
ducción e Interpretación: La traducción de la(s) cultura(s): retos teóricos y aplicaciones prácticas. Eugene A.
Nida in memoriam, celebrado en Málaga del 13 al 15 de diciembre de 2012.