Patriot As
Patriot As
Mario Méndez
y Ana María Shua
Ilustración de tapa
Ilustraciones interiores
Diego Simone
Patriotas
Méndez, Mario
Patriotas / Mario Méndez ; Ana María Shua ; dirigido por Laura Leibiker ; editado por Laura Linzuain ; ilustrado por Diego Simone. - 1 a ed . -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Grupo Editorial Norma, 2020.
64 p. : il. ; 20 x 14 cm. - (Torre azul)
ISBN 978-987-545-866-6
1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. I. Leibiker, Laura, dir. II. Linzuain, Laura, ed. III. Simone, Diego, ilus. IV. Título.
CDD A863.9282
Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso de la editorial.
Marcas y signos distintivos que contienen la denominación “N”/Norma/Carvajal® bajo licencia de Grupo Carvajal (Colombia).
CC: 61091633
ISBN: 978-987-545-866-6
Patriotas
Mario Méndez y Ana María Shua
Ilustraciones
Juan Pablo Zaramella
y Diego Simon
Prólogo
¿
P or qué seguimos recordando a Manuel Belgrano? Quizá porque, a doscientos años de su
paso por este mundo, nos haya dado una forma distinta de mirar.
Belgrano era un hijo de su tiempo. Por su clase social privilegiada tuvo acceso a una buena
educación, a las luces de su siglo: su destello particular, su impronta, fue ponerse al hombro una
revolución para que esas luces estuvieran al alcance de todos.
Como ya sabemos, Belgrano creó la bandera, pero también defendió lo mejor que esos colores
representan: la educación pública y gratuita, la integración de los pueblos originarios (a fin de que
tuvieran acceso a los mismos derechos que el resto de la población), la instrucción de las mujeres
más allá de las primeras letras, el reparto de tierras para que sus nuevos dueños las trabajen, el
cuidado y la defensa de la agricultura, la industria y el comercio en el país.
Manuel fue un hombre de paz en tiempos de guerra. Sensible, amigo de sus amigos y hasta de
sus enemigos, como Pío Tristán, que fue su buen compañero indiano en la Universidad de
Salamanca, pero con quien luego se enfrentó en las batallas por la independencia de América: Pío
defendía los intereses del rey de España; Manuel, los de los criollos, esclavizados y aborígenes que
querían ser libres.
El padre de Belgrano había sido un esclavista, un realista acérrimo. Sin embargo, Manuel hizo
todo lo posible por ser otro, por ser distinto.
Los cuentos que hoy los invitamos a leer recrean, en clave de ficción histórica, dos momentos
que sucedieron en los tiempos de la revolución que Manuel ayudó a propagar en nuestra tierra y
entre sus gentes: el Éxodo Jujeño y el Congreso de Tucumán.
En Los patriotas decididos Mario Méndez nos relata, con su especial sensibilidad para narrar
acciones y aventuras, una historia de amor que hubiera sido imposible antes de los tiempos de la
revolución.
En ¡Tenemos patria! Ana María Shua —con una pluma hermosa, íntima—, combina un clima
cálido, casi de entrecasa, con las reflexiones del nuevo mundo que Belgrano les acerca a los
protagonistas, luego de la sesión secreta en la que participó y que terminó de consolidar la
independencia del país.
Ambos cuentos resaltan una de las intenciones más nobles de la época: la lucha por la abolición
de la esclavitud, la intención de compartir un país más allá de la etnia, la clase social o el género.
Recordamos a Manuel Belgrano porque aquella revolución que comenzó hace más de dos siglos
todavía sigue adelante.
Laura Ávila
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Mario Méndez
1
D on Vicente Brizuela era un hombre curtido en los trabajos del campo. Sabía todo lo
que un puestero debía saber: arreaba las vacas del patrón por entre las quebradas y
montañas de su Jujuy natal, sabía domar un potro, marcar el ganado, herrar un caballo,
sembrar, cosechar… Y si hacía falta podía defender la hacienda de la amenaza de los
cuatreros, que no faltaban, a punta de facón.
El viejo Brizuela era el puestero de la hacienda La Paloma, era viudo y era, también, el
orgulloso padre de dos varones que se le parecían mucho: Juan y Esteban. A principios
de 1804, cuando tuvo el accidente que le costó la vida tras la espantada de un caballo que
lo tumbó contra
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unas rocas, su hijo mayor, Juan, tenía diecisiete
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Sin embargo, una noche de 1807, todo empezó a cambiar. En un campo vecino se
celebraba un casamiento, al que los dos hermanos fueron invitados. Con sus ropas pobres
bien limpias y remendadas, las botas lustrosas y la excitación de su primera fiesta, los
Brizuela llegaron al convite, y para cuando se fueron, cerca del amanecer, ya nada era
igual. Juan se había enamorado de una de las primas de la novia, y al poco tiempo
empezó a cortejarla. Pasados unos seis meses le propuso casamiento y Paulina, que así se
llamaba la chica, aceptó de inmediato. Juan habló con su hermano. ¿Qué debían hacer?
¿Él y Paulina debían buscarse trabajo y vivienda en otro sitio, o el menor debía dejar la
casa paterna? Esteban no lo dudó. Era más joven y no tenía ningún compromiso, así que
decidió partir. En la fiesta en la que Juan se había enamorado, Esteban había
vislumbrado que había todo un mundo más allá de los límites de La Paloma, y quería
conocerlo. Su hermano quedaría a cargo del puesto mientras él partía a la ciudad. Quería
pasearse por las calles de San Salvador de Jujuy. Ya vería, en su momento, en qué
trabajar: voluntad no le faltaba, como tampoco ganas de aprender.
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—¡Gaucho andrajoso! —le gritó. Al tropezar,
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momento, otro hombre, de grandes patillas y una levita tan elegante como la del español,
se interpuso entre ambos.
—El joven le pidió disculpas. Lo golpeó sin ninguna intención. Acéptelas y siga su
camino. Ya no es tiempo de abusos, el que estamos viviendo —le dijo el hombre de las
patillas, mirándolo a los ojos.
El español dudó. Por un momento, Esteban pensó que sacaría un arma o intentaría
golpear al entrometido, pero evidentemente no se animó a hacerlo, porque masculló unas
frases ininteligibles y siguió su rumbo.
Esteban volvió a sorprenderse: el hombre que había intercedido en su defensa se reía
abiertamente.
—No haga caso, mi amigo —le dijo cuando se le pasó la tentación, extendiéndole la
mano—. Manuel Belgrano, a sus órdenes. Los criollos ya nunca más tendremos que
corrernos del camino.
Esteban, todavía confuso, estrechó la mano que le tendían. Era la primera vez que
alguien así, un señor a todas luces importante, lo trataba como a un igual. Y no lo
olvidaría nunca.
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¡Tenemos patria!
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mientras se soba, se le va echando grasa de chancho sacada del tocino frito. Y se la
amasa más y más hasta que se vuelva suave y blanda. Después, se la cubre con un mantel
doblado y se la deja una hora. Es fácil decirlo, pero ¿qué manos saben sobar la masa
como las manos de Eulogia? Es fácil decirlo, pero no hacerlo.
Y claro que no es una noche cualquiera: es la noche del 9 de julio de 1816. Hoy ha
sido un día de gloria para todos los que soñaban con la independencia de la patria. “Qué
palabra rara, patria, es como si llenara la boca”, piensa doña Tomasa, la joven esposa del
abogado Guzmán Molina. Patria: una palabra tan nueva, que hasta hace poco ni siquiera
existía. Catorce años tenía Tomasa cuando llegaron las increíbles noticias desde Buenos
Aires, ese junio de 1810. Ahora es una mujer grande, ya con seis años de casada y dos
niños, un varón y una chiquita que lleva su nombre.
Los vecinos de Tucumán se han puesto de acuerdo en que el gran festejo para celebrar
la independencia será el 25 de julio, pero esta noche, a pedido de su marido, ella prepara
un convite en su casa, al que vendrán varios congresales. Entre ellos, Narciso Laprida, el
representante de San Juan, a quien le ha tocado (¡qué afortunado!) presidir la sesión
histórica de hoy. Las deliberaciones han durado nueve horas y los hombres deberían
estar agotados, pero ¿quién puede dormir en una noche así? Doña Tomasa le ha ordenado
a la negra Eulogia que prepare empanadas como para veinte personas. Y que por favor
no se olvide de armar una fuente aparte con algunas que no lleven aceitunas; eso es algo
muy pero muy importante, porque al señor Laprida no le gustan las aceitunas.
A pesar de que se siente una mujer con tanta experiencia ya, a doña Tomasa, con sus
veinte años, no le resulta fácil manejar a la negra Eulogia. Pero en noches como esta, en
que va a poder lucirse con sus empanadas, su locro, sus huevos quimbos y sus pastelitos
de membrillo, está muy contenta de tenerla en su casa. En toda la ciudad de Tucumán,
con sus doce manzanas y sus cuatro iglesias, nadie cocina como Eulogia.
Mientras tanto, en la cocina, Eulogia soba la masa como solo ella sabe hacerlo y las
dos chicas tratan de imitarla. ¡Son tan jóvenes! Eulogia es casi una anciana, aunque
gracias al trabajo constante en la cocina y en las tareas domésticas, todavía tiene fuerza
en los brazos. Ella misma no está muy segura de cuántos años tiene, aunque ya de grande
se preocupó por saber cuándo la entregó en Buenos Aires el barco negrero en el que vino
desde el Congo. Lo pudo averiguar porque fue justo el año de la gran inundación. Y
nunca se olvidó. Eulogia no sabe leer ni escribir, pero no se olvida de nada: fue en 1771,
ella era una niña y se llamaba Abiba. A veces pronuncia en secreto su nombre africano,
su nombre prohibido. “Abiba”, se dice a sí misma, “soy Abiba”.
Tampoco olvida el nombre de su madre, que murió en el viaje terrible desde el Congo,
en un barco portugués. En la bodega se amontonaban negros de muchos pueblos y
naciones. Su madre se llamaba Ngorogoro y la mató una enfermedad de la que se
contagiaron muchos y que hizo maldecir en todas las lenguas al capitán portugués, que
veía perderse su mercadería antes de llegar al punto de venta.
Las negritas que trabajan con ella han nacido aquí, en estas provincias: no se imaginan
la ventaja que es haberse criado ya ladinas, es decir, hablando el español. Ella era negra
bozal cuando llegó al Río de la Plata, no hablaba más que su idioma africano. Después
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de que la vendieron aprendió el español a fuerza de golpes, en casa de sus amos, con
ayuda de los otros esclavos.
Tuvo suerte. Los Serrano trataban bien a la servidumbre. Los esclavos tenían sus
habitaciones en el patio de atrás, comían lo suficiente y rara vez se los castigaba con
azotes. ¿Cuántos años tendría ella en ese entonces, así como cuentan sus años los
blancos? ¿Ocho? ¿Diez? La cocinera de la casa, una negra yoruba gorda y alegre, la
tomó a su cargo y le enseñó lo primero que tenía que saber: el idioma español, la religión
cristiana y a cebar mate, que fue su primer trabajo en esa casa. Con el tiempo, la negra
Carolina le tomó cariño y terminó por enseñarle también muchos secretos de cocina.
Eulogia cree en Dios, cree en Jesucristo y en la Virgen María, y se estremece al pensar
que podría haber vivido toda su vida sin ser cristiana. “Eso fue lo único bueno de ser
esclava”, piensa. Si se hubiera muerto sin convertirse en una católica creyente, podría
haberse ido al infierno. Eulogia se imagina el infierno como la mismísima cocina en la
que ella trabaja, con los diablos como cocineros. El infierno, piensa a veces, debe ser una
eterna esclavitud.
***
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Mario Méndez
Nació en Mar del Plata en 1965. Estudió realización cinematográfica, es maestro, editor y escritor. Ha
escrito muchos libros de cuentos y novelas por los que obtuvo diversos premios. Entre sus obras se
destacan El tesoro subterráneo, Cabo Fantasma y Gigantes (Destacado de Alija). En Norma también
ha publicado Los buscadores del Tuyú, en Torre Amarilla, y en Zona Libre, el cuento “Feria de las
naciones”, dentro del libro Identidades encontradas. Ana María Shua
Nació en Buenos Aires en 1951. Ya lleva publicados más de cincuenta libros, muchos de ellos en
varios países: novelas y cuentos para adultos y para niños, como Fábrica del terror (premio Banco
del Libro de Venezuela) y Los devoradores (Destacado de Alija), entre otros. En Norma también ha
publicado Mariposa con hipo y Carozo, un perro muy especial (colección Buenas Noches); y en
Torre Amarilla, Para atrapar al ladrón y Vidas perpendiculares, que obtuvo el premio Fantasía.
Juan Pablo Zaramella
Nació en Buenos Aires. Es ilustrador y director de animación. Ha publicado en medios gráficos y ha
ganado premios internacionales. Su corto “Luminaris” fue preseleccionado para el Oscar al Mejor
Corto Animado. Es creador de la serie “El hombre más chiquito del mundo”. Diego Simone
Nació en La Plata, en 1980. Es profesor en Artes
Plásticas de la Universidad Nacional de La Plata, ilustrador e historietista. Ha trabajado para
Rolling Stone, Fox y Disney, entre otras empresas. Su novela gráfica Guro fue galardonada en los
premios Carlos Trillo.
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Esta obra se terminó de imprimir en enero de 2020, en los talleres Primera Clase
Impresores, California 1231,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
HISTORIA
Patriotas
Mario Méndez y Ana María Shua
comanda la proeza del éxodo jujeño mientras el amor se cruza en el camino de las luchas por la libertad.
¡Tenemos patria! narra las jornadas de la Declaración de la Independencia desde el punto de vista de dos
mujeres: una cocinera esclavizada y la dueña de la casa en la que Belgrano se reunía con otros
representantes durante aquellos días cruciales.
www.normainfantilyjuvenil.com/ar 61091633
ISBN: 978-987-545-866-6