Biografias Americanas

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AHM

768259
Biografías Americanas
ENRIQUE PIÑEYRO

Biografías
Americanas

SIMÓN BOLÍVAR. — EL GENERAL S. MARTÍN ¡

JOSÉ MORALES LEMUS

í JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO — DANIEL WEBSTER \

l JOSÉ FRANCISCO HEREDIA j

i GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS l

PARÍS

GARNIER HERMANOS, LIBREROS-EDITORES


6, RUÉ DES SAINTS-PÉRES, 6
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

SIMÓN BOLÍVAR

Siglos de aislamiento y de las más rudas


ocupaciones militares acumularon en los espa-
ñoles la fuerza prodigiosa de expansión, que
en los siglos xv y xvi llevó hasta los con-
fines del mundo sus a r m a s y su n o m b r e . En
1492 un puñado de aventureros se lanzó al
océano en busca de un mundo desconocido,
del cual no tenían más noticia que la afirma-
ción de un h o m b r e , que parecía un visionario.
Era un extranjero, era Cristóbal Colón, grande
entre los g r a n d e s hombres de la historia. Iba
él á la cabeza, y á la merced de los aventu-
reros, lleno todo de la idea única que lo domi-
naba. Ningún lazo íntimamente los unía.
Ellos no se sentían fascinados por el genio
del extranjero, sino devorados por sed baja y
ardiente de riquezas, de fortuna ; él seguía
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confiado, impávido, la ruta que le dictaba su


profunda convicción.
El Nuevo Mundo fué descubierto. Apenas
en él sentaron la planta los recién llegados,
comenzó la explotación de las minas y el ani-
quilamiento de los n a t u r a l e s . Cristóbal Colón,
consumada la empresa, volvió, cargado de
cadenas, del asiento de su gloria al l u g a r de
su sepulcro. Detrás de él se descorrió la cor-
tina y dio principio, para durar trescientos
largos años, la terrible tragedia, el grito de
muerte incesante, que resuena en toda la
historia colonial de España.
Poco á poco fundáronse ciudades, poblá-
ronse lentamente con hijos de españoles, pues
á españoles únicamente era lícito entrar a l l í ;
pero el país se consideró siempre patrimonio ex-
clusivo de los aventureros que del otro lado del
mar venían á gobernarlo ó á explotarlo, y los
que nacían en el suelo maldito sacaban en la
frente el mismo signo de reprobación, que con-
denaba á los indios á muerte ó á esclavitud.
Las ciudades crecieron, los virreinatos fueron
grandes como naciones, pero el predominio
de los que iban sucesivamente llegando era
siempre dogma indiscutible. A despecho de
ordenanzas y reales cédulas, no había en puri-
dad más ley que la distinción impía entre sier-
vos y señores, base indestructible allí de su
derecho. La idea de justicia nunca vino á tur-
SIMÓN BOLÍVAR 3

bar la conciencia endurecida del explotador,


ni apenas la quietud soñolienta de la víctima.
La tradición inviolable lo sancionaba todo, y si
había de llegar alguna vez la hora de la expia-
ción, sorprendería casi igualmente á los unos
y á los otros.
Llegó sin embargo, llegó por fin, y la con-
vulsión de un mismo sentimiento avasallador
sacudió de un extremo al otro todo el conti-
nente. La fuerza, que acumulada durante si-
glos trajo á América á los españoles, se acu-
muló durante siglos también para lanzarlos.
La primera se llama ambición, la segunda in-
dignación. Aquélla, en el siglo xvi, el siglo de
las aventuras, se personificó en Hernán Cor-
tés, en Francisco Pizarro y los demás, en
quienes corrieron parejas la enormidad del
crimen y la energía del esfuerzo. Esta se
cifra en otros, héroes generosos, que nece-
sitaron desplegar energía mayor para su-
perar obstáculos infinitamente más grandes,
nobleza de alma incomparable para confor-
marse con no recibir en suma otro premio
que el tardío agradecimiento de sus com-
patriotas.
En el siglo xix la indignación se hizo h o m -
bre y se llamó Simón Bolívar. Tres siglos de
paciente gestación produjeron al vengador.
P e r o Bolívar fué sin duda algo m á s que un
vengador. No surgen almas de tanto temple
i BIOGRAFÍAS AMERICANAS

para traer únicamente al mundo el castigo y


la destrucción. Bolívar echó al suelo una fá-
brica levantada por la crueldad y el egoísmo
para crear en su lugar cinco repúblicas, que
ahí están, ocupando un m u n d o , cobijando la
libertad, la cual, á pesar de inevitables vai-
venes, ahí está y de ahí no se ha de separar.
Bolívar nos dejó, dejó á la historia, ejemplo
inmortal de brillante patriotismo, de integridad
personal, digno de ser puesto entre los me-
j o r e s , no muy lejos del otro Bolívar de los
Estados Unidos del Norte, el cual libertó tam-
bién un mundo, pero no tuvo que luchar con
los peligros, las ocasiones tentadoras, que tan
á menudo se conjuraron para fascinar y per-
der al W a s h i n g t o n colombiano.
Todo eso y mucho más envuelve la histo-
ria del grande hombre ; ¡ pero á costa de qué
sacrificios, á través de qué a m a r g u r a s y de-
sastres ! Al trazar la historia de su alma, de
las penas y desengaños del final de su carrera,
es preciso bajar á abismos de dolor, á profun-
didades insondables de obscuridad y de tris-
teza, para encontrar allí un corazón hecho pe-
dazos, una luminosa inteligencia nublada por
el desaliento, un nobilísimo carácter, que ha-
bía resistido al asalto de la maldad, deslus-
trado, empañado al fin por el h u m o de adu-
laciones impudentes y de pomposas ova-
ciones.
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Tullo eiprovó, como el héroe á quien cantó


Manzoni. No faltó prueba alguna á su glo-
ria y á su m a r t i r i o : el triunfo y la derrota, el
aplauso y la calumnia, bendiciones entu-
siastas y furiosas maldiciones, varias ve-
ces elevado á la cúspide más alta de los h o -
nores, otras caído en el más hondo límite de
la humillación y del insulto. Durante años,
amigos y adversarios solían decir y creer que
su nombre, que su estrella eran símbolo de la
mala suerte, del infortunio adherido á sus pa-
sos ; y vinieron luego otros en que llamarlo,
pronunciar su nombre parecía evocar la dicha,
traer la felicidad. Lo probó todo, repito; y sin
embargo lo alentó siempre la misma esperanza;
lo agitó el mismo pensamiento ; embelleció
sus sueños la misma ilusión, al fin realizada :
fundar la patria libre, g r a n d e como su alma.
Ni ríos, ni montañas, ni desiertos lo contuvie-
ron. Arrebatado en alas de su espíritu de fuego,
creyó que desde las bocas del Orinoco hasta
las aguas del lejano estrecho, podía vivir un
solo pueblo con una sola lengua, una sola
constitución, una sola b a n d e r a . Error, sí,
pero error de titán, y ni allí ni en otra parte
había ya espacio para titanes en la tierra.
Ha dicho un poeta francés que no hay vida
más grande que la de aquél que puede reali-
zar en la edad madura un pensamiento de la
juventud. Conforme á este aforismo parece la
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vida de Bolívar doblemente g r a n d e . Penetró


en su pecho el ansia de crear una patria cuan-
do pocos de sus hermanos pensaban en ella ;
prepara el proyecto, lo acaricia, lo intenta sin
fruto, lo vuelveá intentar u n a , d o s , tres veces,
lo consigue al fin, funda cinco repúblicas en
menos de tres lustros, y muere antes de cum-
plir cincuenta años. ¡ Tal y tan hermosa fué en
resumen su existencia !
Nació en período de plena paz, en 1 7 8 8 ,
cuando gozaba España con plena seguridad
del fruto de sus colonias, y halló desde la
cuna lo único á que el colono en su tierra po-
día aspirar : riquezas materiales. Sirviéronle
para acabar su educación fuera de aquella at-
mósfera sofocante, en países más libres ó más
adelantados. Vio, estudió, aprendió cuanto
pudo en pocos años. Al volver á Caracas pasó
antes por los Estados Unidos, ahí admiró el
espectáculo de un pueblo nuevo y verdade-
ramente libre, y ahí resolvió dedicar su for-
tuna heredada, su inteligencia, su corazón de
fuego y su heroica energía, su alma y su
cuerpo en fin, á la libertad de la América es-
clavizada por España. Tenía entonces veinti-
trés años. El pensamiento imborrable de su
vida era ya su dueño desde la juventud.
Desde 1 8 1 0 empezó á oírse por toda A m é -
rica el primer toque funeral de la dominación
española. L e n t o , sordo al principio, pues no
SIMÓN BOLÍVAR 7

se despierta en un instante del letargo de tres


centurias, vibró fuertemente el cinco de Julio
de 1 8 1 1 , cuando los hijos de Venezuela, pri-
mogénita del continente, declararon su dere-
cho de « no depender de más autoridad que
la suya » y la resolución de consagrar al
triunfo de ese derecho « sus vidas, sus fortu-
nas y el sagrado de su honor nacional ». Así
hablaron aquellos ilustres patriotas y el docu-
mento que suscribieron, menos célebre que
la declaración norteamericana de 1 7 7 6 , no es
ni menos elocuente ni menos digno. Algo em-
pero terrible los distingue y los aparta : los
compatriotas de Jéfferson gozaron tranquila-
mente m u y p r o n t o del derecho que invoca-
ban, los diputados venezolanos firmaron su
propia sentencia de muerte al firmar el acta de
independencia ; lo que en el Norte fué glo-
ria, fué crimen en el Sur, y el cadalso y los
castillos de Cuba y Puerto Rico y las pri-
siones de Cádiz saben la triste historia de su
expiación.
Es verdad que la naturaleza, Dios mismo
como decían, se puso al lado de los opresores.
La primera revolución de Venezuela terminó
trágicamente con el terremoto espantoso de
1 8 1 2 , y la causa liberal se hundió j u n t o con
el suelo de la patria acabada de fundar. Tem-
bló la tierra á las cuatro de la tarde de un ri-
sueño y apacible Jueves Santo, á la hora mis-
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ma en que debían los muros de las iglesias


hallar reunidas víctimas numerosas que sepul-
tar al desplomarse. El desastre supera á toda
descripción. Caracas y otras ciudades cayeron
literalmente al suelo. Bolívar, allí presente,
ayudaba enajenado á extraer heridos de los
escombros de la que fué iglesia de San Jacinto,
y cuéntase que exclamaba: « Si la naturaleza
combate contra nosotros, á ella también la ven-
ceremos. »La ambiciosapalabra n o e r a m a s q u e
la exaltación patriótica de un hombre solo. La
revolución quedó mortalmente herida; Miran-
da,general e n j e f e , c a p i t u l ó , y l o s demás caudi-
llos, agrupados en torno de Bolívar, ciegos,
¡ demasiado ciegos a y ! por el exceso de su de-
sesperación, entregaron á España al débil é
ilustre anciano, que los c a p i t a n e a b a ; conde-
nándolo así á morir en el calabozo del presidio
de Cádiz á que lo arrastró la perfidia de Mon-
teverde.
El terremoto fué el golpe de gracia. Mas
aquel primer fulgor de libertad venezolana de-
bía extinguirse, porque fué prematuro, mal
preparado, y le faltaba como idea lo que como
sentimiento le sobraba. La insurrección, en
muchos una embriaguez patriótica, fué en po-
cos resolución virilmente inquebrantable, los
demás permanecieron indiferentes, y el genio
de la libertad evita entrar en la mansión d é l o s
indiferentes.
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Bolívar, salvado de las garras de Monte"


verde, que aun no lo conocía y no lo temía, se
refugió en Nueva Granada. L o s granadinos
reconocieron y saludaron la patria h e r m a n a
en la enérgica fisonomía de esejoven vencido,
en la fascinación de aquellos ojos de fuego,
que derramaban tan intensamente luz y calor
sobre quienes los miraban.
Mientras tanto habia caído sobre Venezuela
algo más horrible todavía que las perturba-
ciones físicas, más asolador que la peste y el
terremoto. Los antiguos y los nuevos aven-
tureros, temerosos ya de que pudiera llegar
realmente la hora de la expiación, examinaron
su conciencia, negra de injusticias, conocie-
ron que no merecían perdón y decidieron ni
otorgarlo ni esperarlo. Cada americano debía
ser tenido como enemigo, y reconocían de ese
modo que era natural que así fuese. T o m a r o n
las armas cuantos pudieron y se aprestaron á
practicar, á recordar después de la victoria lo
que en la patria europea habían aprendido
durante siglos : el modo de hacer la guerra
contra pueblos, contra razas enemigas. « No
hay más, señor, que pasar á todos estos pica-
ros por las armas », escribía Cerbériz á Mon-
teverde.
« Es n e c e s a r i o , para extinguir la ca-
nalla americana, no dejar vivo ni uno so-
lo », aconsejaba, y ejecutaba, el brigadier
10 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

F e r r o ( i ) . Y entonces, para mengua eterna, se


precipitaron á la obra del infierno A n t o -
ñanzas, Cerbériz, Moxó, Boves, Zuazola, Alda-
ma, tíalavarría, Martínez, Morales, no sé
cuántos más : una procesión de fieras tan
ensañadas como crueles.
Ríos de sangre corrieron por el país. Bolívar
en tanto combatía sobre el suelo granadino,
en busca de gloria, de prestigio, para formar
un ejército con que ir á expeler los opresores
de su patria. No es posible calcular la deses-
peración que lo angustiaba, el efecto que en
su ardiente imaginación tendrían los lamentos
desolados de horror, que se elevaban al cielo
por todo el ámbito de la patria. P e r o es fuerza
no olvidarlo, para comprender cómo, al volver
á Venezuela con un cuerpo de mil h o m b r e s ,
al ocupar inmediatamente las provincias de
Mérida y Trujillo é iniciar la segunda época de
la historia de la república, dictó aquella famosa
proclama, cuyas formidables palabras reso-
naron con tan fatídico acento : « Españoles y
canarios, contad con la muerte aun cuando
seáis indiferentes. Americanos, contad con la
vida aun cuando seáis culpables ».

(i) E s t a s f r a s e s y oLras de i d é n t i c a n a t u r a l e z a s e
e n c u e n t r a n en l o s e s c r i t o r e s v e n e z o l a n o s y n e o g r a n a d i n o s
q u e h i s t o r i a n s u c e s o s d e la é p o c a . Y o l a s c o p i o a h o r a
de la c o n o c i d a o h r a d e M o n t e n e g r o : Geografía general
para el uso de la juventud de Venezuela. T o m o IV. C a r a -
c a s , 1837, (p. 142, i85, 1 9 1 ) .
SIMÓN BOLÍVAR 11

Cinco m e s e s después de esta su segunda


entrada en Venezuela cambió la situación, se
apoderó de Caracas, y quedaron los españoles
ocupando dos ó tres p u n t o s importantes del
territorio solamente. Son cinco meses lumi-
nosos, que brillan de modo particular contra
el fondo de angustias y d e s e n g a ñ o s de esta
primera parle de su vida. El viaje de Trujillo
á Caracas fué un paseo triunfal, y si el país se
hubiese hallado tan preparado á la indepen-
dencia como á ganársela estaba su libertador,
m u c h a s tristes horas se habrían ambos evi-
tado. Pero todo fué en balde. En vano venció
luego en la primera jornada de Carabobo ; en
vano logró persuadir á Lodos de la necesidad
de organizar un gobierno fuerte y respetado ;
en vano aceptó el título de dictador. Una fata-
lidad incomprensible parecía perseguir á ese
héroe de treinta a ñ o s . La fortuna que no
sonríe á los ancianos, según el emperador
Carlos V, porque es mujer, desdeñaba igual-
mente ahora á este joven g u e r r e r o .
Cayó la revolución en Venezuela al mismo
tiempo que caía en E u r o p a el imperio de
Napoleón, éste devorado por su propia gloria
militar, asesinada aquélla por sus mismos
hijos. F e r n a n d o V i l volvió al trono de donde
un acto inicuo del César francés lo había
arrojado, como á su padre y á toda su fami-
lia ; y un ejército de centauros venezolanos
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vino de los llanos con un español furioso á la


cabeza á combatir contra la libertad. Todo lo
ganado hasta entonces resultó inútil. Inútiles
los triunfos de Bárbula y las Trincheras, in-
útiles los esfuerzos por convocar un Congreso
y organizar la república. Boves venció en La
Puerta, y, para emplear las m i s m a s palabras
de Bolívar, « ese desastre sepultó en el caos á
la afligida patria, y nada pudo contener los
rayos que la cólera del cielo fulminaba contra
ella ».
Retornó Bolívar derrotado y solo al punto
de donde había venido, á Nueva Granada,
que mostraba más confianza en él que su
misma patria. Sin desmayar ante los reveses
desenvainó allí otra vez la espada. La fortuna
lo favoreció un momento y conquistó la p r o -
vincia de Cundinamarca con Santa Fe. la ca-
pital ; pero los sucesos de Europa, la llegada
del general español Morillo con nuevos
refuerzos, y la hostilidad que contra él des-
cubría en varios jefes g r a n a d i n o s , le hicieron
romper la espada frente á Cartagena y em-
prender la ruta del destierro.
F u é á refugiarse en una isla del golfo, no
lejos de las costas de la patria. Habló al mundo
y denunció en frases resonantes la tiranía que
abrumaba á Venezuela ; habló á sus h e r m a n o s ,
explicó su conducta por m u c h o s vilipendiada
y les mostró la fuente de sus males en la falla
SIMÓN BOLÍVAR 13

de unión, de disciplina y respeto mutuo. El


hogar de la libertad americana se trasladó
temporalmente con él á la isla de Haití, y los
patriotas vencidos acudieron á congregarse en
torno suyo. Muchos meses de paciencia y de
trabajos hicieron renacer la confianza, y la
esperanza. La voz del que clamaba en el
desierto obtuvo respuesta y una expedición
de trescientos hombres se alistó. Con Bolívar
al frente se dio á la vela desde los Cayos en
Marzo de 1 8 1 6 . ¿ Iba acaso esta vez por fin al
triunfo definitivo? — La suerte no estaba toda-
vía cansada de probarlo. Salía del destierro
é iba al tormento.
La expedición desembarcó y lo proclamaron
jefe supremo de la nación : título sin poder,
sin prerrogativas. El pueblo apenas respondió.
Los mismos que con él vinieron le presenta-
ron y le hicieron apurar la copa de a m a r g u r a .
Casi lodos desobedecieron y el jefe se vio
públicamente insultado. ¡ La falta eterna de
unidad y de concierto! ¿ Qué recurso podía
quedarle? Volvió á Haití á preparar nuevo
desembarco, volvió, perpetuo condenado, á
subir y bajar con la carga al h o m b r o la roca
de su suplicio.
A fines del mismo año 1 8 1 6 pisaba por
cuarta vez el suelo patrio. Era el mismo intré-
pido combatiente, maltratado de tantas m a n e -
ras por la fortuna, pero era otro h o m b r e .
li BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Contaba treinta y tres años y parecía tener ya


cincuenta. El cuerpo antes erguido se dobla-
ba, los cabellos blanqueaban, la angustia
constante secaba y contraía su rostro expre-
sivo. La voluntad empero permanecía activa
é inalterable, á despecho del inmenso peso de
desengaños acumulados, que habían trocado
en serio y taciturno un carácter, que antes
había brillado por su franqueza y jovialidad.
Todo, menos el fiero patriotismo, era diverso
en él, al emprender esta última tentativa.
Insultos, falsedades, desdenes, inconsecuen-
cias sin término y sin nombre, se empeñaron
vanamente en sacudir y entibiar su amor, su
fe. ¡ Ahí desembarcaba otra vez, dispuesto á
lidiar contra el opresor, contra la ambición
y las rivalidades, contra la oposición de ene-
migos personales, contra la indiferencia de
tantos o t r o s !
El Libertador de la patria, el Bolívar ven-
cedor de los tiranos, es una gran figura. P e r o
hay otro Bolívar, creador de sentimientos y
virtudes cívicas, que se eleva á superior altura
contemplado sobre esa tierra, donde la des-
trucción causada por la lucha feroz contra
el dominador, era poca cosa comparada con
la inmensa ruina moral que tras sí dejaron
trescientos años de despotismo y degradación.
Ese general, que aprendió el oficio en el
campo de batalla y que fué enérgico guerrero
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porque las circunstancias exigían un militar á


la cabeza de la revolución, palidece, á pesar
de sus victorias memorables en Carabobo y
Boyacá, en .Tunín y Bombona, al lado del
paciente gobernante que supo ganar contra la
ignorancia y el atraso, contra las supersti-
ciones y la indolencia de sus compatriotas,
victoria más difícil que todas las maravillas
del arte de la guerra. Educó al pueblo cuanto
era posible en el escaso tiempo de que dispuso,
creó republicanos para su república, debiendo
á veces él mismo recoger derechos olvidados
ó desdeñados para confiarlos á hombres que
no los pedían, que no los querían, p o r q u e no
sabían qué hacer con ellos. Desplegó en ese
apostolado espinoso, cuyos resultados prác-
ticos apenas podría él ver, que hoy no puede
afirmarse todavía que sean reales y eficaces,
igual constancia, idéntica perseverancia que
en su puesto de jefe del ejército. Y la verdad
es que el p a g o , la recompensa material y
moral del inmenso servicio, en una y otra
ocupación patriótica p r e s t a d o , suele ser tan
desemejante, tan en desacuerdo con el vigor
del esfuerzo, que solamente la g r a t i t u d de la
posteridad puede al cabo proporcionar el
aplauso y otorgar el premio.] Compensación
bien escasa, bien ilusoria, bien remota !
Pero todavía del año 1 8 1 6 al período en que
la república se establecería definitivamente
16 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

por medio de un Congreso, ante el cual


pudiera Bolívar deponer su autoridad, es
decir, hasta 1 8 1 8 , faltaban g r a n d e s vicisitudes,
dolorosas peripecias, y, lo que es peor, fal-
taba que Bolívar mismo mandase derramar
sangre venezolana, para cegar el abismo dentro
del cual lodo corría riesgo de perderse. Uno
de sus compañeros, Piar, capitán denodado,
que había visto más de una vez tropas espa-
ñolas retirarse delante de él, conspiró contra
el jefe, para derribarlo, para suplantarlo,
abriendo así, dijo Bolívar, « con sus m a n o s
propias el sepulcro de la república ». El
insensato, condenado por sus c a m a r a d a s ,
sucumbió atravesado por balas venezolanas.
La república, « combatida y errante tantos
años », se constituyó por fin en Angostura.
Hubo capital fija, hubo legítima representa-
ción nacional, hubo patria. Mas la batalla
decisiva aun no se había trabado, p u e s en el
campo estaba todavía un ejército aguerrido
de españoles mandados por un general, Mo-
rillo, militar muy superior á sus predece-
sores, pero duro y cruel, como lodos ellos.
Páez, el intrépido llanero, y el infatigable
Bolívar unieron sus fuerzas. Ya no serían más
los llanos semillero de reclutas del ejército
español, ya sus jinetes audaces no combatían
contra sus paisanos. Esta vez por consiguiente
podía divisarse como seguro en el porvenir el
SIMÓN BOLÍVAR 17

triunfo americano. Sin embargo la fortuna


esquiva se empeñó en dar una última lección,
poniéndose una vez más donde estaba la fuerza
compacta, la unidad de concierto, la fijeza de
propósito inmediato. Nuevas d e r r o t a s , nue-
vas alternativas, nuevas deserciones ocurrie-
ron, y Bolívar en m á s de una ocasión, ofus-
cado por tanto contratiempo, buscó la muerte
delante de las filas enemigas. P e r o la situación
nunca ya volvió á ser desesperada, comba-
líase por todos lados contra España, y si el
concierto de la acción no era perfecto, la r e s o -
lución de ser libre á toda costa era uná-
nime.
Cerró el año de 1 8 1 8 y la república, hoy
agresora, mañana otra vez á la defensiva, no
lograba para consolidarse uno de esos golpes
militares, que, como las peripecias del teatro,
cambian fundamental y rápidamente una situa-
ción. Bolívar había estado operando con Páez
en las provincias occidentales, allí todos
siempre lo suponían ; pasa tiempo sin recibirse
noticiassuyas, sin saberse con certeza su para-
dero, cuando de repente óyese vibrar, reper-
cutir como trueno sordo por varios lados, un
nombre hasta entonces desconocido : Boyacá.
Así se llamaba un puente de la provincia de
Cundinamarca, en torno del cual había fluc-
tuado una gran batalla, grande por sus resul-
tados, pues allí nació entre humo y sangre
18 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

algo mayor que Venezuela ó Nueva Granada


libres, allí realmente se fundó la república de
Colombia.
El caudillo en cien encuentros derrotado,
era ahora el vencedor. La victoria no había
siclo, como otras veces, resultado del a z a r ; la
había buscado y previsto, abandonando el te-
rritorio venezolano aun no conquistado, pene-
trando en la Nueva Granada tranquilamente
poseída por los españoles. Al saber esa evo-
lución, se preguntaban todos á dónde iba ese
hombre, con un puñado de soldados hara-
pientos, atravesando, en pleno invierno, pri-
mero secos desiertos, lagunas inmensas des-
pués, para escalar en seguida m o n t a ñ a s colo-
sales con su nieve perpetua en las cumbres y la
nieve del invierno casi hasta el borde de s u s
faldas. ¿ Intentaba acaso, decían, intentaba el
presuntuoso general remedar al llamado Capi-
tán del siglo (que todavía entonces vivía en
Santa Elena), al que con rasgo de parecida
audacia había atravesado los Alpes y salvado
así de la postración, déla ruina, otra república?
La situación de ambos generales era empero
m u y distinta. Napoleón Bonaparte conducía
un ejército igual por lo menos en recursos y
disciplina al que debía encontrar en la llanura
italiana, iba además provisto de cuanto podía
n e c e s i t a r e n la difícil travesía. Simón Bolívar
llevaba unos cuantos pelotones abigarrados
SIMÓN BOLÍVAR 19

de ingleses, irlandeses, llaneros, costeños, que


el frío diezmaba, que la imperfecta disciplina
disminuía, que el h a m b r e y la desnudez debi-
litaban ; mientras los aguardaba al pie de los
Andes una tropa superior en todo, armas,
aprestos, experiencia. No era por tanto posible
remedar. El resultado también los desemeja
completamente. La gloria militar de Marengo
costó á Francia, costó á la Europa quince años
de sangre y lágrimas vertidas á torrentes; tras
ellos otros quince de esclavitud y de tristeza.
La jornada de Boyacá es una fecha luminosa
de la historia de la libertad, no sirvió como la
otra para forjar un cetro imperial que doblaría
bajo el yugo á millones de seres h u m a n o s ;
rompióal contrario grillos remachados durante
siglos y produjo repúblicas, naciones libres,
dueñas de su suerte, que á ellas solas deberían
su felicidad ó su desgracia.
Bolívar entra en Santa Fe circundado por la
alegría frenética de todo un pueblo, que no
sabía cómo expresar su gratitud y recompen-
sar al que acababa de asegurarle vida, honra
y libertad. Vuela luego á A n g o s t u r a y otro
pueblo lo recibe con idéntico frenesí. En efec-
to, á él todo lo debían, ¿ qué premio podía ade-
cuarse á tanto beneficio? El héroe, á quien
siempre la gloria había arrebatado, sintió,
saboreó con delicia profunda ese entusiasmo
en torno suyo, que borraba las angustias y
20 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

afánesele los crueles años p a s a d o s . Experi-


mentó el placer exquisito de ver su gloria
confundida con su patriotismo, de hallar en
un mismo punto, á la misma hora, satisfechos
sus anhelos de patriota, sus delirios de poeta,
sus sueños de ambicioso. Tenía ya escogido
el premio que deseaba, é igualmente ansiosos
de dárselo estaban los que debían decretarlo.
« Proclamad, les dijo, proclamad al mundo la
creación de Colombia y quedarán mis servi-
cios ampliamente r e c o m p e n s a d o s . »
Eran los días de oro, el período triunfante
de su existencia. El paso de los Andes es el
punto de partida, y por algunos años acuden
abiertos y venturas doquiera que dirige sus
pasos. Colombia, el anhelo de su alma, se
fundó, llegó á existir, á ser un hecho real y
positivo, y la victoria reciente, la embriaguez
del rápido tránsito de la servidumbre á la
libertad, de la muerte á la vida, impedía des-
cubrir lo que de artificial y prematuro escondía
la ansiada fusión de Venezuela y Nueva Gra-
nada en un solo cuerpo político. El mismo
Libertador parecía olvidar que no bastan vic-
torias militares para afirmaren un vasto terri-
torio una verdadera república. Su puesto á la
cabeza era en realidad el de un dictador más
admirado que respetado, porque faltaban ver-
daderos republicanos, y no pudo, es claro,
producirlos el despotismo, ni menos educar
SIMÓN BOLÍVAR 21

los unos cuantos años de vida en los campa-


mentos.
Pero había sonado, repito, la hora de la
fortuna, el momento de recoger la cosecha
con tanta pena s e m b r a d a . Vio instalado Bolí-
var el primer Congreso colombiano ; elegido
él Presidente, firmóla nueva constitución y la
presentó al pueblo. Vio al altivo Morillo, el
antiguo y encarnizado enemigo, el confidente
de Fernando VII, solicitar una entrevista,
celebrar un armisticio y venir a estrechar la
mano del h o m b r e á quien tantas veces había
tratado de rebelde, desalmado y bandolero.
Roto más adelante el armisticio, segó en el
campo de Carabobo nuevos y espléndidos
laureles, q u e d a n d o sellada la independencia
y más fulgente la aureola del vencedor.
Hasta aquí había luchado Bolívar contra el
infortunio, sin desfallecer; hasta aquí la per-
severancia había sido la más ejercitada d e s ú s
virtudes. S u r g e ahora problema bien difícil,
peligro bien temible. La desgracia nunca lo
abatió, ¿ sería la ventura capaz de alterar, de
amenguar la fuerza de su carácter ? ¿ Verá
pasar sin desvanecimiento las seducciones de
la fortuna el que tan enérgicamente supo resis-
tir á la desgracia ?
Colombia parecía no bastante g r a n d e aun
para él. Sus deseos iban más allá de la gloria
ya adquirida. Era g r a n d e , pero la quería
22 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

inmensa. Miraba hacia el istmo de P a n a m á y


fantaseaba allí la capital de un mundo futuro,
la nueva Bizancio de un imperio mayor que el
de Constantino. Miraba hacia el sur, y allá
corría con la espada victoriosa á desbaratar,
junto con el heroico Sucre, las huestes espa-
ñolas en batallas muy reñidas, hasta agregar
después de Bombona á la república de Colom-
bia provincias bastante grandes para formar
lo que hoy son : la nación independiente del
E c u a d o r . A una señal del Libertador todos se
inclinan y la constitución colombiana es acep-
tada, proclamada en todas partes.
Fuera del recinto de la patria sonreía igual-
mente la fortuna. Riego, desorganizando en
1 8 2 0 el ejército concentrado en Cádiz para
e m p r e n d e r la reconquista, salva á la América
de nuevos é inútiles h o r r o r e s . Monroe en
1822 consolida la fábrica de Bolívar r e c o n o -
ciendo su independencia. Colombia fué luego
por todos saludada, y así como su n o m b r e
devolvía al ilustre genovés descubridor de
sus costas la gloria que le quitaron para dár-
sela á Vespucio, así también su bandera de-
volvía á la libertad, á la independencia, el
dilatado territorio arrancado por la conquista.
Era quizás llegado el m o m e n t o de que el
activo é intrépido Libertador se sentase á
descansar, á contemplar con ojos de crítico
su obra y ver si realmente era sólida y buena.
SIMÓN BOLÍVAR 23

P e r o no, sentíase responsable de la libertad


del continente entero y pensaba sin cesar que
en el Perú, á pesar de las proezas de San
Martín, flotaban todavía las enseñas enemi-
g a s . El Perú apela en su angustia al P r e s i -
dente de Colombia. También éste ansiaba de
a n t e m a n o volar á la tierra de los Incas,
porque ya no se poseía á sí mismo, porque
era siervo de su propia historia y del impulso
d e patriotismo y de gloria, que era el alma de
su alma.
Al Perú pues corrió y allí permaneció tres
a ñ o s . ¡ Qué tres años ! ellos solos para otro
h o m b r e equivaldrían á toda una existencia
activa; y en efecto, puede decirse que en su
breve espacio vivió segunda vez su vida entera.
Ellos solos bastarían a dar del héroe idea
completa, porque todo lo comprenden : triun-
fos brillantes é intervalos de desesperación,
aplausos y vituperios, exaltación y d e s -
engaños, lisonjas inmoderadas y calumnias
injustificadas. Allí empezó viéndose, como
ocho años antes en Venezuela, a b a n d o n a d o ,
casi vencido, y á más esta vez devorado por
fiebre intensa su cuerpo extenuado. P e r o ,
como antes, como siempre, erguido contra
toda especie de infortunio, volvió en sí,
peleó, venció ; él en Junín, su fiel co¿npañero
Sucre en Ayacucho, y al estrépito de las dos
victorias se replegó espantado el estandarte
2-i BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de Castilla, terminando de una vez la san-


grienta lucha de veinte años.
En esos tres años ascendió su fortuna á
prodigiosa altura, a una de esas cumbres
donde apenas ya es posible mantenerse,
porque los pies deslizan, porque el aire es
irrespirable. El libertador del Perú divide esa
gloria con su predecesor, el austero y c a -
llado San Martín, que con él la conserva ante
la posteridad ; pero al lado de la nación pe-
ruana, por su esfuerzo salvada del abismo en
que parecía precipitarse después de la p a r -
tida del general argentino, elevó Bolívar otra
república, otra nación independiente, creada
de la nada, puede decirse, por su mano pode-
rosa ; cuyo nombre de Bolivia conservará
indeleble por siglos su memoria, y en cuya
constitución quiso él depositar, afirmar sus
ideas personales y el fruto todo de su rica
experiencia. No importa que esa constitución
estuviese destinada á regir bien corto tiempo,
la misma suerte corrieron muchas otras. Su
valor consiste en la impresión auténtica y pre-
cisa que en su preámbulo y sus artículos con-
serva profundamente grabada del estado de
alma á que llegó su autor. No pudiendo ni
importar m o n a r c a s ni crear monarquías con
elementos americanos, ideó una constitución
lo más monárquica posible, con un presidente
vitalicio, un vicepresidente por aquél mismo
SIMÓN BOLÍVAR 25

escogido, y una ingeniosa y complicada com-


binación de contrapesos y garantías seudo-
parlamentarias, para compensar los efectos
de la ignorancia de las m a s a s y contener la
anarquía espontánea. La constitución, como
es sabido y era natural, no contuvo nada, y
al poco tiempo desapareció en pleno anárquico
desconcierto.
También en esos tres años de dictadura
focó á Bolívar aprender cuan difícil es resistir
á los favores de la fortuna, á las tentaciones
de la popularidad, y cuánto más temible el
vértigo de las alturas que el horror del fondo
de los a b i s m o s . El Perú, enajenado de gozo
al verse en posesión segura y tranquila de su
independencia, le ofreció caudales que él dig-
namente rechazó ; le dispensó aplausos que
escuchó, honores y triunfos que aceptó con
fruición ; le dio á beber á grandes tragos el
acre y ardiente licor de la lisonja y la gratitud
inmoderadas ; lo aduló como los romanos al
César, casi le rindió por un momento culto
como á una divinidad. Ahí pues debió e m p e -
ñarse el gran combate, la crisis formidable
en que tantos otros han sucumbido, el epílogo
fatal que comienza por el desvanecimiento y
acaba en el frenesí, á veces en la demencia,
como acabaron Alejandro y Napoleón, ó en la
ignominia como Rienzi y como Ilurbide.JBo-
lívar volvió pronto en sí, triunfó al fin ; pero
2
26 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

dejó en la lucha pedazos de su corazón, en


esa lucha para la cual no decretan las a s a m -
bleas títulos retumbantes en recompensa, ni
consagran los h o m b r e s adulación interesada.
La posteridad sola comprende y hace justicia.
Permaneció sin duda alguna m á s tiempo del
necesario en Lima (i). Cuando salió en 1826
era ya muy tarde, se había hecho irreparable
la divergencia entre el pueblo peruano y él.
Voces n u m e r o s a s lo acusaban ya de tiranía.
La retirada fué tristísima. La anarquía tocaba
á golpes redoblados á las puertas de la repú-
blica y no le era ya lícito ni intentar el reme-
diarlo.
El Bolívar que salió del Perú era ya un ca-
dáver, por así decirlo. Al perder el afecto del
pueblo había gastado también allí sus fuerzas
físicas tras excesos de toda especie : fatigas
e n c a m p a n a , angustias en el gobierno, noches
sin sueño, el juego, las mujeres. Volvió á Co-
tí) B o l í v a r m i s m o l o r e c o n o c i ó a s í , c o m o s e v e p o r
e s t o s p á r r a f o s d e la p r o c l a m a q u e , d e v u e l t a e n G u a y a -
quil, l a n z ó el i 3 d e S e t i e m b r e d e 1826, p á r r a f o s q u e dan
idea bastante exacta de su estilo habitual en e s e género
d e d o c u m e n t o s : « ¡ C o l o m b i a n o s ! El g r i t o d e v u e s t r a
d i s c o r d i a p e n e t r ó e n m i s o í d o s e n la c a p i t a l del P e r ú ,
y he venido á traeros una oliva de p a z . . . En v u e s t r a
c o n t i e n d a n o h a y m á s q u e u n c u l p a b l e : y o lo s o y . N o
h e v e n i d o á t i e m p o . D o s r e p ú b l i c a s a m i g a s , hijas d e
nuestras victorias, me han retenido hechizado con inmen-
s a s gratitudes y con r e c o m p e n s a s i n m o r t a l e s . Yo me
p r e s e n t o para v í c t i m a d e v u e s t r o sacrificio ; d e s c a r g a d
s o b r é mí v u e s t r o s g o l p e s , m e s e r á n g r a t o s si s a t i s f a c e n
vuestros enconos. »
SIMÓN BOLÍVAR 27

lombia á languidecer cuatro años más, m i -


rando derrumbarse uno á uno todos sus gran-
diosos proyectos concebidos entre el h u m o
de sus victorias. Los mejores habían ido ya,
mientras residía en la tierra llamada del Sol,
desapareciendo, borrándose ante sus ojos
deslumhrados, como visiones de imaginación
enferma. La gran confederación de los Andes,
que creyó prever en 1 8 2 0 , parecía un delirio
en 1 8 2 6 . El congreso de P a n a m á , senado de
un m u n d o , que debía en mayor escala realizar
lo que en Grecia el Consejo de los Anñctio-
n e s , fué después por él mismo equiparado á
la pretensión loca de imprimir desde el
estrecho el rumbo de las naves que cruzaban
impelidas por los vientos.
Mucho que aprender hallará siempre el que
estudie su vida en estos últimos años de ago-
nía, pues no fueron otra cosa. Cada palabra,
cada acto suyo contiene una lección. Cometió
errores, debilidades que no deben sorprender,
porque en la confusión inmensa en que el des-
contento de todos y las pretensiones opuestas
de tantos ambiciosos sumieron al país, halló
él también perdido ó borrado por la inunda-
ción el sendero recto y glorioso por donde
antes había m a r c h a d o . Momentos hubo en
que era su nombre como chispa que encendía
la guerra civil. Diríase entonces un atleta
luchador, á quien después de derribado el
28 B I O G R A I ÍAS AMERICANAS

enemigo su fuerza misma sirve de estorbo, y


la alegan como pretexto débiles y pigmeos
para declararse a s u s t a d o s por la presencia
del coloso.
Así fué lentamente hundiéndose en el suelo
inundado el edificio símbolo de su vida y de
su gloria, la gran república de Colombia.
Esfuerzos, consejos, sacrificios, contradiccio-
nes de propósito consentidas, no lograron
retardar el inminente desplome. El alma se
desgarra al contemplar la miseria, el abati-
miento á que vino al fin tanto heroísmo á re-
ducirse. La obra se desmoronaba y su ansia
de salvarla despertaba injuriosas sospechas.
Nadie ya creía en él. Las últimas gotas de
hiél, las que hicieron desbordarse el vaso,
fueron atroces, atroces por su increíble amar-
gura, y por la estupenda ingratitud de las
manos que se precipitaron á verterlas. Vene-
zuela, á instigación de antiguos compañeros
transformados en enemigos irreconciliables
con el general Páez á la cabeza, lo insultaba,
lo perseguía con inaudito encarnizamiento,
votando contra él en pleno congreso resolu-
ciones b á r b a r a s , infamantes. Si menos afren-
tado en Bogotá, no era allí considerado más
que como jefe de una de tantas miserables
facciones. Y por último, pocos meses antes
de morir, llegó á sus oídos de allá, de la fron-
tera del sur, la noticia del alevoso asesínalo
SIMÓN BOLÍVAR 29

de Sucre, el brillante vencedor de Ayacucho,


su lealísimo y modesto compañero. Bolívar,
que en esos días hablaba, escribía, dictaba sin
cesar, recibió la infausta nueva con estupor
profundo, con tristeza m u d a , devoradora,
infinita, como la del que se siente condenado
á interminable, inmerecida desventura.
Acabó por fin de extinguirse el 1 7 de Di-
ciembre de i83o, á los cuarenta y siete años
de edad, en Santa Marta, donde aguardaba el
barco que debía llevarlo lejos de la palria,
arruinado por su propia o b r a , desesperado
hasta el punto de haber dejado escapar,
entre otras m u c h a s parecidas, estas palabras
que al repetirlas hoy queman todavía los la-
bios : « la América es el caos... el que la ha
servido ha arado en el mar ». E s el grito final
del naufragio. Colombia, estrellada contra las
rocas de la ambición personal y la anarquía,
estaba ya partida en tres fracciones discordes.
La nave gloriosa zozobraba, al mismo tiempo
que su gran piloto se hundía cnla éter nidad
de la muerte.

2.
EL GENERAL SAN MARTÍN

J o s é de San Martín, el más ilustre de los


libertadores de la América española después
de Simón Bolívar, el primero quizás entre los
grandes caudillos que en combates memo-
rables derrotaron las aguerridas huestes espa-
ñolas, y á quien la admiración de sus compa-
triotas compara hoy por sus virtudes públicas
con personajes celebérrimos como W á s h i n g -
t o n y como Gincinato, nació el 2 a d e Febrero de
1 7 7 8 en Yapeyú, capital del departamento del
mismo nombre, entonces parte del Gobierno
de Buenos Aires y, antes, de las famosas Mi-
siones de los J e s u í t a s . Don Juan, su padre,
capitán en el ejército español, era teniente de
gobernador allí, donde pasó únicamente su
niñez el futuro libertador, pues no había aun
cumplido más que ocho años cuando lo lleva-
32 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ron á estudiar a España y prepararse para la


misma carrera de militar español seguida por
su padre.
Durante la mejor parte de su vida permane-
ció incorporado en el ejército de España ;
c o n t a b a y a t r e i n t a y cuatro años deedad cuando
determinó volver á América, su patria, que
apenas conocía, y á la cual iba á ofrecer
sus servicios, su nombre, no por cierto obscuro
y desconocido, pues se había distinguido ya
en los campos de batalla de la guerra entre
españoles y franceses, en dos grandes oca-
siones, Bailen y Albuera ; y había sido citado
varias veces con honor en los partes militares.
Teniendo presente cuánto importan y signi-
fican en la formación y desarrollo de los ca-
racteres las condiciones del nacimiento y las
primeras ocupaciones de la existencia, sa-
biendo el origen de San Martín, su educación
y el único ejercicio de su juventud, nadie
acaso hubiera podido adivinar, predecir el
gran puesto que en la historia del mundo y de
la libertad americana alcanzaría el grave y
callado militar español, ya en el medio del
camino de su vida, que á principios de 1 8 1 3
se embarcaba en Falmouth con rumbo á Bue-
nos Aires. Así no obstante debía suceder. Un
continente entero repite hoy su nombre con
respetuosa admiración y la historia reconoce
en el vencedor de San Lorenzo, de Ghacabuco
EL GENERAL SAN MARTÍN 33

y de Maipo, en el Protector de la república


del Perú, una de las grandes glorias de Amé-
rica, superior a todos, á Bolívar mismo, en
varias eminentes cualidades, pues si bien no
tuvo ni la imaginación de fuego ni la ampli-
tud armónica de espíritu del hijo famoso de
Caracas, fué un carácter de inquebrantable
firmeza y supo dirigir todas sus acciones de
tal manera que á pesar de haber vivido en
época de violentísimas pasiones no parece
haber sido arrastrado por ninguna ; que la
gloria y hasta el patriotismo, estímulos de
s u s g r a n d e s hazañas, no ejercieron sobre él esa
influencia avasalladora, que á otros suele lle-
var demasiado lejos ; y en fin que perseguido
por la envidia y la calumnia con encarniza-
miento inaudito, habiendo sobrevivido en el
destierro por espacio de veinte años, no pro-
firió una queja en alta voz, no pronunció una
palabra en vindicación de su conducta, por
propios y extraños ignominiosamente ultra-
jada.
El futuro libertador de Chile y el Perú peleó
en el ejército español contra la revolución fran-
cesa durante la campaña de 1 7 9 4 , contra Por-
tugal en 1 8 0 1 , y tenía grado de capitán cuando
Napoleón i n v a d i ó l a península. Siguió todos
los azares de la ruda campaña contra el poder
y las tropas imperiales. P e r s i g u i e n d o , ven-
ciendo á veces á los franceses, aprendió á per-
34 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

seguir y vencer más adelante á los españoles.


Aprendizaje doble y completo : las admirables
legiones francesas le enseñaron la gran guerra,
el arte complicado de manejar un ejército,
ordenarlo en batalla previendo, precaviéndolo
t o d o ; las tenaces y fanatizadas bandas españo-
las le enseñaron la pequeña guerra, el arte del
guerrillero, que combate sin cesar, á todas
h o r a s , que huye del desastre y no pretende
victoria decisiva, pero logra á la larga venta-
jas inapreciables.
Aprendió otra cosa a d e m á s . Vio amoti-
narse sin razón al pueblo de Cádiz contra el
genera] Solano, gobernador de la ciudad, y
desenfrenado ir en su busca para asesinarlo.
Como jefe de la guardia de palacio cerró San
Martín las puertas y por un momento salvó al
general, que pudo refugiarse en una casa
próxima ; pero de allí lo sacaron, lo mataron
y arrastraron el cadáver por las calles; espec-
táculo que presenció indignado y le dejó g r a -
bada en la mente aversión profunda á las m a -
sas populares y á los demagogos que las agitan
y desencadenan.
No ofrece mayor interés seguir paso á paso
su vida en E s p a ñ a . De allí salió en 1 8 1 1 ; ese
año y esa partida son la crisis capital ele su
existencia ; desde esa fecha todo él, cuerpo y
alma, pertenece exclusivamente á la patria
americana.
EL GENERAL SAN MARTÍN 35

II

Sabido es que el levantamiento de las colo-


nias americanas no fué enteramente espontá-
neo en cuanto al momento en que ocurrió. La
invasión napoleónica y el trastorno inmenso
de la península española en su esfuerzo con-
tra el tirano precipitaron lo que, inevitable y
fatalmente, estaba de todos modos á punto de
suceder. La primera agitación, nominalmente
en favor de la mística patria lejana y del trono
tradicional, produjo chispas de guerra civil,
que cayeron sobre montones de combustibles
y causaron un incendio que en aquel suelo
virgen consumió pronto todo lo español, fe-
cundó lo americano y descubrió nuevos h o r i -
zontes .
La independencia del antiguo virreinato de
Buenos Aires comenzó, puede decirse, cuando
en el mes de Mayo de 1 8 1 0 fué depuesto Cis-
neros, último Virrey, y constituida una Junta
de Regencia en su lugar. Querellas anteriores
entre los mismos jefes españoles prepararon
sin duda la insurrección popular, pero la
Junta expedía siempre sus órdenes y p r o m u l -
gaba sus acuerdos en n o m b r e de F e r n a n d o V I I :
era en realidad lo que del antiguo régimen
únicamente quedaba, un nombre, y pronto des-
aparecería.
3G BIOGRAFÍAS AMERICANAS

La metrópoli en terrible convulsión ejercía


una dominación ya casi ilusoria y los argenti-
nos, entregados á ellos mismos, no estaban
bien preparados para el grave cambio. Lo
mismo pasó en el resto de América. P o r for-
tuna las cosas en Buenos Aires marcharon con
más rapidez que en otras de las colonias. La
capital había prosperado muchoen los últimos
años, su comercio era bastante activo, y ya se
le llamaba por su cultura relativamente ade-
lantada la Atenas del Nuevo Mundo. El levan-
tamiento además fué allí desde el principio de
un todo popular ; si esto no impidió que pronto
surgiesen disensiones graves, permitía por lo
menos pronosticar que no recobraría j a m á s
España aquel perdido territorio.
La Junta de Regencia cayó y sucedióle una
Asamblea que depositó en manos de un triun-
virato el poder ejecutivo, promulgó una cons-
titución provisional y convocó luego otra
asamblea de carácter más general. En esos
momentos llegó San Martín á la patria. Dos
oficiales argentinos, abandonando ambos el
servicio militar de España, se embarcaron
juntos en Falmouth y juntos saltaron de la
fragata inglesa George Canning eljo, de Marzo
de 1 8 1 2 : eran el Teniente Coronel de caballe-
ría José de San Martín y el Alférez de carabi-
neros Carlos de Alvear. llubiérase dicho que
la revolución de Buenos Aires, vacilante, casi
EL G E N E R A L SAN MARTÍN 37

tímida hasta esa fecha, adquiría, como por


feliz coincidencia, conciencia viva de su tuerza
alunírseleesos dos hombres, que desde Europa
partieron, convencidos de que la patria espa-
ñola convencional y artificial había dejado de
existiry d e q u e s e l e v a n t a d a ahora la verdadera,
la nueva, independiente patria americana.
Alvear, joven de veinticuatro años, poseía
riquezas y un nombre ilustre en el país ; San
Martín, pobre y obscuro, necesitaba de alguien
que desde luego hiciese apreciar su mérito, y
en efecto por medio de Alvear le reconocieron
desde luego el grado militar que traía ganado
desde España y se le confió la tarea de orga-
nizar un escuadrón de caballería de línea. A
esta tarea consagróse en el acto y fué ese el
regimiento, luego tan famoso, de Granaderos
a caballo, primera creación de su genio mili-
tar, genízaros de la libertad, que rompieron
las cadenas que aherrojaban á cinco r e p ú b l i -
cas, atravesaron al galope de sus corceles
desiertos y m o n t a ñ a s , y sólo detuvieron la
rápida y triunfante carrera cuando no quedaba
un palmo del conlinenle americano en poder
del enemigo.
San Martín, diez años menos joven y fogoso
que su compañero de viaje, era entonces un
h o m b r e alto, delgado, aunque de fuerte y
vigoroso aspecto, de tez morena y ojos negros,
brillantes, cuyo ardor contenía un carácter
3
38 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

severo, reflexivo y frío. En el rostro adusto y


los movimientos se revelaba el militar de
profesión, este es el rasgo prominente en él :
militar de los pies á la cabeza, militar siem-
pre y en todas ocasiones, every inch a soldierl
inferior bajo este aspecto, no hay duda, á los
que como Bolívar, como Sucre, como el mis-
mo Flores, al par de grandes disposiciones
para la guerra conservan fondo rico de gracia,
de seducción, para atraer, dirigir ó conci-
liar.
No es decir que careciese en absoluto de
las dotes del hombre político. Muy desde el
principio dio pruebas de previsión y saga-
cidad fundando con Alvear la célebre logia
política de L a u t a r o , realización de un pensa-
miento del gran revolucionario Francisco
Miranda, asociación poderosa que tendió sus
hilos por toda la república con el objeto decla-
rado de trabajar por la independencia del
continente entero ; y que tan eficazmente
debía ayudarlo cuando más adelante creó de
la nada los recursos que intentos ulteriores
reclamaron y cuando emprendió, casi por
su sola cuenta, la redención de Chile y el
Perú.
Todo esto, regimiento modelo y logia pre-
paradora del triunfo final, realizó en el primer
año el recién llegado. Mientras tanto los
españoles no habían ciertamente abandonado
EL GENERAL SAN MARTÍN 39

la esperanza de una reconquista, pero sumida


siempre la nación en el vórtice de las compli-
caciones europeas, sólo por dos puntos ame-
nazaba á las Provincias Unidas. Poseía á
Montevideo, por su posición y recursos base
de vigorosa resistencia, y se defendía bien en
la frontera opuesta, por el Alto Perú. A una
y otra parte debía acudir el coronel San
Martín antes de dirigir su esfuerzo m á s allá
del recinto de la patria.
De Montevideo partían río arriba frecuentes
irrupciones contra la ribera de enfrente hasta
el Rosario, y aun más lejos, que tenían á la
capital en constante alarma, estorbaban el
comercio y diezmaban las poblaciones lito-
rales. Allí fueron á recibir el bautismo de
sangre los g r a n a d e r o s de S a n Martín. Un
destacamento español había desembarcado y"
marchaba tambor batiente á apoderarse del
lugar llamado San Lorenzo, como de otros
fácilmente se había apoderado en ocasiones
anteriores, Era el i 3 de Febrero de i 8 i 3 . San
Martín lo seguía ansioso con la vista, oculto
detrás de los muros de un convento situado
en una altura ; en el momento oportuno lo
ataca de improviso, lo desbarata y sable en
mano lo persigue, hasta que los restos se
amparan bajo los fuegos de la escuadrilla
que los había traído. Perdieron los españoles
la mitad de su gente, dos cañones y la ban-
40 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

dera, que en el campo quedó junto con el


a b a n d e r a d o . El combate duró un cuarto de
hora y sus consecuencias fueron del mayor
interés : aquietaron todo el interior limitado
por los dos grandes ríos, prepararon la caída
de Montevideo y pusieron bien á la vista del
país entero á San Martín como militar de
brillante porvenir. P o r esta razón, al llegar
once meses después la noticia de un desastre
sufrido en el Alto P e r ú , la opinión pública
designó para sustituir al general Belgrano y
tomar el mando al victorioso coronel de los
Granaderos á caballo.
Obedeciendo en el acto, corrió San Martín
adonde lo mandaban, pero hizo cuanto pudo
por que Belgrano continuase al frente del
ejército quedando él allí á sus órdenes, pues
juzgaba indispensable la presencia de aquel
general tan distinguido y tan conocedor del
terreno, dando así prueba muy sincera de la
modestia y desinterés de su carácter. Llama
en efecto vivamente la atención al estudiar
la vida de este caudillo militar el desdén p r o -
fundo que siempre le inspiraron los aplausos
y la popularidad. Sintió p o r la gloria en paz
y en guerra la misma sublime indiferencia
que Jorge W a s h i n g t o n , y era la gloria sin
embargo el único premio á que en realidad
le fué dado aspirar. El fundador de los Esta-
dos Unidos norteamericanos se retiró de la
EL GENERAL SAN MARTÍN 41

escena pública bendecido por todos y satis-


fecho con poder gozar, como dijo, de « bue-
nas leyes en la patria libre ». El restaurador
de Chile, el libertador del Perú, abandonó la
vida política perseguido por la calumnia, h a s -
tiado de los h o m b r e s , resignado á morir en
suelo extranjero, olvidado por su patria.
En el Alto P e r ú , por orden expresa, debió
al fin asumir el mando y pudo evitar un nuevo
desastre. Mas no había allí positivamente
medio de obtener algo decisivo ; creó un ver-
dadero ejército, fundó una academia militar
para formar oficiales y perfeccionar la orga-
nización, construyó en fin una ciudadela y
preparó la campaña. L o s elementos por des-
gracia eran pocos y pobres, y no había en
perspectiva m a s q u e escaramuzas y resultados
indecisos. Su ardiente deseo era encontrar
terreno más v a s t o ; revolvía en la mente proyec-
tos grandiosos, y sintiéndose en aquella
región cohibido é inútil, pidió él mismo ser
nombrado gobernador de la provincia de
Cuyo en la frontera chilena. Obtuvo el cargo
en Agosto de 1 8 1 4 . Su papel histórico, su glo-
ria imperecedera nació en ese instante ; la
veía, la acariciaba en el fondo de su alma
reflexiva, abrazando con penetrante mirada
lo que nadie sospechaba entonces, lo que
no empezaría á dibujarse claramente ante todos
hasta tres años después.
42 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

III

Un período triste de la historia de la A m é -


rica española comienza en el año 1 8 1 4 - La
libertad, que tan brillantemente lucía desde
1 8 1 0 , fué extinguiéndose en toda ella poco á
poco, excepto por fortuna en Buenos Aires.
Lo demás del continente veía venírsele enci-
ma otra vez el y u g o de la metrópoli. Fer-
nando VII se sentaba seguramente en el trono
español y una paz completa sucedía en Eu-
ropa á las guerras napoleónicas. Todas las
sublevaciones fueron sucesivamente sofoca-
das : Chile perdió todo en la infausta jornada
de Rancagua, Venezuela yacía postrada bajo
la mano de hierro de Morillo. España llegó
á convencerse de que no le arrancarían las
colonias. La América meridional estaba per-
dida, si no venía algo nuevo, inesperado á
salvarla del abismo de sus derrotas. ¿ De
dónde vendría la salvación? ¿ D ó n d e estaba
el brazo que cambiaría la faz de las cosas, que
levantaría de su sepulcro la fallecida libertad
americana ?
Estaba en la ciudad de Mendoza al pie de
los Andes ; era San Martín.
Largo sería contar detalladamente todo lo
EL GENERAL SAN MARTÍN 43

que hizo el héroe argentino en los tres años


que permaneció en la provincia de Cuyo, f i j a
siempre la mente en su gran designio. Llegó
allí solo, sin recursos, sin más objeto apa-
rente que la administración del territorio. £1
país, aunque libre ya, corría siempre el riesgo
de nueva invasión a r m a d a . Del otro lado de
los Andes estaban los españoles, dueños de
Chile por segunda vez, y poco más allá el
fuerte virreinato del Perú. La provincia de
Cuyo, aunque una de las m á s adelantadas de
la Confederación argentina, era relativamente
pobre. No había ejército, no había dinero,
por doquiera el desaliento dominaba á todos,
en el país lo mismo que fuera. Nadie soñaba
en ir á afrontar en su propio terreno la pujanza
de E s p a ñ a ; San Martín únicamente.
Empezó por formar una milicia y someterla
á disciplina severa como en Europa, y por
atraerse á todos los que emigraban de Chile
después del desastre de Rancagua. Entre éstos
vino un héroe, O'Higgins, vencido patriota en
quien adivinó San Martín las grandes cuali-
dades que hoy la historia le reconoce,y lo aso-
ció al pensamiento y á los preparativos de su
empresa. Ambos se comprendieron, frater-
nalmente se abrazaron, y el abrazo era anun¿
ció de la resurrección de la patria chilena.
P e r o s i la milicia,el ejército pudo crearse á la
voz de un hombre solo,campaña de aquella na-
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

turaleza exigía recursos que un h o m b r e solo no


podía encontrar. Un cambio feliz de gober-
nantes en Buenos Aires permitió acabar los
preparativos completando los aprestos con un
cuerpo de g r a n a d e r o s á caballo, oficiales de
artillería y algunos cañones. Era poco á la ver-
dad, pero no había esperado mucho más, y
sonaba la hora, por él de antemano fijada, para
ejecutar la empresa durante tres años madu-
rada, empresa que á m u c h o s siempre parecía
loca temeridad, y era por el contrario proyecto
pesado y meditado largamente por un espíritu
positivo que ni ilusiones ni pasiones extravia-
ban .
El lector no ha podido hasta ahora ver en
San Martín por lo que va dicho más que un
hombre enérgico, excelente militar, mejor or-
ganizador, un intendente de provincia escru-
puloso y probo, y en fin un proyectista pa-
ciente. Es el caso de exclamar como Mac-
beth : « The greatest is behind ! Lo más
grande está detrás ! » Rumores repetidos
corrían ya anunciando que ese gobernador
de Cuyo, colocado allí en virtud de la po-
sible eventualidad de una invasión española
después de la reconquista de Chile, resolvía
por su propia cuenta provocar el lance, ser el
invasor y m a r c h a r al frente de un ejército á
lanzar de América los dominadores. Pero
muy pocos daban crédito á tales r u m o r e s , y
EL GENERAL SAN MARTÍN 45

los más se preguntaban cómo podría un sim-


ple intendente emprender tanto con ejército
tan reducido. Y en tal momento ; agregaban
otros, ¡ el menos favorable de l o d o s ! Cuando
España tenía recuperada su fuerza, cuando
Dios había conservado y restituido milagro-
samente el trono secular, y se llamaba Santa
la alianza ajustada entre ellos mismos por los
soberanos legítimos de Europa, investidos de
un derecho calificado igualmente de divino, y
ea virtud del cual habían j u r a d o perseguir y
destruir todo conato de libertad y desobe-
diencia en el m u n d o .
La orden de romper la marcha ponía casi
en el acto al ejército enfrente de la primera
gran dificultad. Entre él y la meta de su m a r -
cha se elevaban los Andes, la enhiesta cordi-
llera, una de las más altas de la tierra, nunca
hollada allí por ejércitos invasores. P o r cima
de ella, á costa de penas infinitas, debían pa-
sar los cuatro mil h o m b r e s de pelea con sus
caballos, sus cañones, sus m u n i c i o n e s : eran
por todo más de cinco mil personas. Con
aliento s o b r e h u m a n o atravesaron ochenta le-
g u a s de montaña por dos quebradas diferentes,
en diez y ocho días de fatigas incesantes é
inauditas, pisando un suelo erizado de peli-
g r o s , al borde de los abismos, respirando un
aire frío y delgado que derribaba h o m b r e s y ani-
males. San Martín iba á retaguardia, con la re-
3.
46 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

serva, montado en una muía, como Bonaparte


cuando atravesó los Alpes.
El capitán general que en nombre de E s -
paña sugetaba á Chile no estaba, afortunada-
mente, á la altura del caso y no medía bien la
fuerza de lo que se precipitaba sobre él. Sen-
tía el peligro, preveía su llegada,pero ignoraba
por qué lado le venía encima. El argentino
con astucia había hecho correr versiones dife-
rentes, y cuando se supo la verdad el ejército
invasor había traspasado la cordillera y mar-
chaba al encuentro de las tropas españolas en
el día y en el lugar previstos, en Chacabuco,
el 1 2 de Febrero, tal como lo había anunciado
la presciencia del general en jefe.
La batalla se trabó desde el amanecer, vein-
ticuatro días después de traspuestos los Andes
y de abrirse la campaña del laclo chileno. Al
acabarse la jornada quedaban más de quinien-
tos cadáveres españoles, y en poder de los ar-
gentinos seiscientos prisioneros con toda la
artillería y todos sus pertrechos. El resto de
los mil ochocientos soldados escogidos, que
allí valientemente combatieron á las órdenes
del brigadier Maroto, huía despavorido en to-
das direcciones. San Martín, que en el mo-
mento crítico, á la una del día, había corrido
á reforzar á ÜTIiggins y ordenar el ataque d e -
cisivo con tres e s c u a d r o n e s de Granaderos,
gozó acuella vez la doble satisfacción de ven-
EL GENERAL SAN MARTÍN 47

cer en el punto mismo y en las condiciones


que su previsora estrategia había sabiamente
preparado.
De Chacabuco á Santiago, la capital, la dis-
tancia era corta, la noticia de lo ocurrido voló
rápidamente de allí al resto del país, llevando
espanto ai antiguo dominador, júbilo á los
chilenos. El Capitán general y todas las auto-
ridades salieron de Santiago, y el i3, día si-
guiente á la batalla, bajo arcos de triunfo pe-
netró y tomó posesión de la capital la primera
división del ejército libertador. Veinticuatro
horas después entró casi solo, sin pompa,
el general en jefe, como olvidado del gran
suceso de la antevíspera, pensando sólo en el
porvenir.
Convocada inmediatamente una asamblea de
notables, aclamaron u n á n i m e m e n t e á S a n Mar-
tín como jefe supremo del país, honor que en
el acto declinó, y fué entonces O'Higgins con
todo su beneplácito nombrado « Director su-
premo del Estado », quedando él, como antes,
á la cabeza del ejército. No ambicionaba cier-
tamente la tarea de gobernar á los chilenos,
tenía fijas mucho más lejos las miradas y la
mente, preocupado sin cesar en la insuficien-
cia de los recursos á su alcance para resolver
el gran problema : arrojar á los españoles de
Lima, del Perú, donde por el momento estaba
concentrada toda su fuerza, todo su poder,
-18 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

amenaza constante de toda esa parte del conti-


nente.
Mientras Chile desahogaba en fiestas el fre-
nesí de su alegría, San Martín abandonaba
casi á escondidas el teatro de su gloria, em-
prendía solo el camino hacia Buenos Aires á
insistir con su amigo Pueyrredón sobre lo que
aun quedaba por hacer y la necesidad de con-
tinuar los subsidios.
Después de Chacabuco sus planes habían de
parecer menos descabellados, aunque siempre
algo aventurados. P e r o gracias a su prestigio
persona], tan á tiempo favorecido por la for-
tuna, logró decidir al gobierno á sacrificar más
dinero, á facilitarle más recursos militares.
Buques sobre todo se necesitaban y P u e y r r e -
dón despachó comisionados á Inglaterra para
comprarlos. Dos meses después estaba de
vuelta en Santiago.
No halló las cosas tan bien como las dejó.
Una ventaja obtenida en el sur había llenado
de esperanza á los españoles, y se acercaba,
venido del Perú, un ejército de más ele tres
mil veteranos al mando del brigadier Osorio.
Expide San Martín en el acto sus disposiciones
para reorganizar y distribuir las trojjas, y
cuando desembarca el enemigo en Talcahuano
imaginando sorprender á l o s patriotas, estaban
ya listos los cuerpos que debían hacerle
frente, fijado el plan de campaña y ansiosos
EL GENERAL SAN MARTÍN 49

todos de medir sus fuerzas con las del nuevo


jefe realista.
Unido con O'Higgins podía contar San Mar-
tín con unos siete mil h o m b r e s ; juntáronse
pues ambos generales, y al acampar cerca de
Talca se hallaron después de hábiles manio-
bras separados del enemigo en Cancharrayada
por un espacio de tierra de no más de legua y
media. Hubo un breve combate de caballería,
indeciso, pero en suma desventajoso para
Chile, y cerró t e m p r a n o la noche del 19 al 20
de marzo, cubierto el cielo de nubes negras
que sumieron todo en profunda obscuridad.
Inició San Martín en las primeras horas
de la noche un cambio de posición hacia el
sudeste para aguardar más fuerte la mañana,
y seguro d é l a superioridad numérica contaba
derrotar infaliblemente al adversario. Este
en efecto se sentía perdido.
Osorio hablaba ya de replegarse hacia la
costa, buscando al amparo de la escuadra
mejor terreno de combate. Su principal subor-
dinado sin embargo, llamado Ordóñez, va-
liente y atrevido cual ninguno, le sugirió, casi
le i m p u s o , la idea de que valía más fiarlo
todo á la desesperación é intentar una sor-
presa en noche tan tenebrosa, que desmora-
lizar con la retirada gente ya de suyo dema-
siado inquieta. El ataque se realizó, la sor-
presa fué completa. O'Higgins contuvo un
50 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

momento sin cejar al adversario, pero muerto


su caballo, herido él mismo, no pudo alentar
á sus soldados perplejos, que no se daban
cuenta de la naturaleza del ataque ni de dónde
venía. P o r otra parte las divisiones de San
Martín en marcha transversal no p o d í a n sos-
tenerse mutuamente ni concertar sus movi-
mientos. Al filtrarse á través del nublado la
pálida luz de la luna, que empezó á elevarse
sobre el horizonte á las once d é l a noche, una
gran parte del ejército chileno huía desban-
dada, y San Martín, ignorando la causa y no
comprendiendo la dirección de las descargas
continuas que oía y que no había ordenado,
sintiendo silbar las balas en torno suyo, tardó
mucho en explicarse el suceso y dar las ór-
denes necesarias para e n c a m i n a r la retirada
al amanecer el día.
No fué una derrota y fué sin embargo algo
m á s : un pánico desastroso, sin motivo, sin
plausible descargo. « Escena espantosa, dijo
después San Martín, ver disperso sin ser
batido un ejército lleno de instrucción y disci-
plina. » Ingrata noche, la llaman los chilenos,
como llamó Triste á otra, también infausta,
Hernán Cortés. En ésta sufrió angustias inde-
cibles el intrépido invasor de Méjico; en
aquélla las pasó amarguísimas el vencedor de
San Lorenzo y C h a c a b u c o . Allí el conquista-
dor, aquí el restaurador, víctimas uno y otro
EL GENERAL SAN MARTÍN 51

en circunstancias parecidas de la perenne vo-


lubilidad de la fortuna.
El país consternado vacila, desfallece un
m o m e n t o . Una victoria había reestablecido
su libertad, una derrota podía lo mismo traer
la esclavitud y los horrores de la reacción en-
conada del opresor. San Martín acude á apla-
car en Santiago los temores del pueblo y des-
mentir así la noticia de su m u e r t e ; luego con
esfuerzos vigorosos, con su sangre fría de los
grandes apuros, logra reunir d i s p e r s o s , r e a -
nimar desfallecidos, y en pocos días cuenta ya
con un ejército de cuatro mil h o m b r e s . La
noche de Cancharrayada es para él un simple
accidente, una casualidad. No duda un ins-
tante de su plan primitivo y de la victoria
anunciada; y él, cuyas proclamas y partes mili-
tares nunca pecaron por p o m p o s o s ni altiso-
nantes, dijo á los chilenos : « Los tiranos no
han avanzado un punto m á s allá de sus atrin-
cheramientos, yo dejé en el cuartel general
una fuerza de más de cuatro mil h o m b r e s ,
regreso ahora á él, y tendré la felicidad de
concurrir á dar un día de gloria á la América
del Sur. » La confianza y la modestia que
reunidas brillan en la última frase dan idea
cabal de su verdadero carácter como hombre
público.
Esc día anunciado estaba próximo, fué el 5
de Abril de 1 8 1 8 , la jornada gloriosa de
52 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Maipo, una de las batallas más reñidas de


América, que definitivamente derrocó el poder
español en esa extremidad meridional del
continente. El enemigo perdió en ella todo su
ejército : mil muertos, tres mil trescientos
cincuenta prisioneros, entre ellos un general,
once coroneles, ciento cincuenta oficiales :
por de contado su artillería, su parque, su
caja militar. Autoridad tan competente como
el general B. Mitre dice en su Historia de
San Martín, que más que por sus trofeos,
se distingue por ser, histórica y científica-
mente considerada, la primera gran batalla
americana.
¡ Triunfo verdaderamente prodigioso ! el
ejército patriota tomó la ofensiva, dio imper-
térrito el ataque, ganó la partida, y era el
ejército mismo que veinte días antes había
sido d e s b a n d a d o , que estaba desmoralizado,
que había perdido su parque y sus cañones
en la sorpresa de aquella noche aciaga. Es
la gloria inmarcesible del general San Martín.
Prever la victoria, encadenarla, por así decirlo,
en instrucciones comunicadas al ejército la
víspera de la batalla, lo han hecho otros ilus-
tres capitanes. Pero es más difícil, y que
muy contados son capaces de realizar, el
transformar en vencedor un ejército h u m i -
llado y desmoralizado poco antes.
Después de Maipo hizo San Martín lo mismo
EL GENERAL SAN MARTÍN 53

que después ele C h a c a b u c o : sustraerse á las


ovaciones, abandonar á Chile y dirigirse
á la capital argentina. La primera vez en
busca de auxilios para continuar lo bri-
llantemente comenzado, la segunda para ter-
minar, para dar cima á la empresa grandiosa,
cuya primera mitad solamente cmedaba con-
cluida. El Perú era el centro, el emporio espa-
ñ o l : de ahí vino la expedición que en tan
grave trance puso la ganada libertad ; de
ahí vendrían sin duda otras expediciones. En
realidad mientras fuese ele España el antiguo
imperio de los Incas se creería ella capaz de
recuperar lo perdido. El Virrey español del
Perú era un fantasma, presente siempre ante
los ojos de San Martín, desde que se situó en
Mendoza pensando algún día traspasar los
Andes al frente de sus tropas ; y aun antes,
desde que vio á Belgrano vencido en la fron-
tera abierta por el lado del Alto Perú. L o s
laureles de Maipo no satisfacían su ambición,
no embriagaron su espíritu positivo. El fin de
su vida, el blanco de su esfuerzo permanecía
fijo, inmóvil delante de él. y, como la aguja
al polo magnético, á él volvía sin cesar.
Esta segunda vez fué recibido triunfal-
mente en Buenos Aires, no como en la ante-
rior cuando, según escribe Mitre, « apenas
incidentalmente hicieron los periódicos men-
ción de su llegada ». Es verdad que en aquella
54 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

primera ocasión evitó él de propósito los ho-


nores, penetrando en la ciudad sin aviso pre-
vio de su llegada, mientras ahora, en pro de
la causa, deseaba aprovechar para la magna
empresa todo su prestigio y todo el ardor
que la victoria reciente pudiese despertar, sin
dar al entusiasmo tiempo de enfriarse. Esto
es quizás lo que mejor explica la excesiva
prisa que mostró de correr á Buenos Aires
inmediatamente después de sus dos victorias,
en lugar de perseguir y acosar al adversario,
de impedirle, como hubiera muy bien podido
hacerlo, embarcar en Valparaíso para el Perú
todo un cuerpo de excelente tropa. También
después de Maipo dejó escapar á Osorio y le
permitió así ir poco á poco reuniendo los dis-
persos : errores uno y otro en que con razón
insisten para vituperarlos sus críticos mili-
tares. Mucha sangre se hubiera evitado, m u -
cho tiempo y dinero se habrían tal vez aho-
rrado, si en perseguir hubiese empleado tanta
obstinación y tanto saber como en atacar y
en vencer.
Buenos Aires hizo, ofreció, lo que pudo en
favor de los planes del gran caudillo, mas
podía muy poco. Entre la victoria de Maipo
y la salida de Valparaíso de la expedición
libertadora del Perú en Agosto de 1 8 2 0 , trans-
currieron veintiocho meses de incertidumbre,
de contrariedades y disgustos incesantes,
EL GENERAL SAN MARTÍN 55

que á cualquier otro menos enérgico y pa-


ciente hubieran desalentado y desesperado.
Son un paréntesis bien triste en el período
activo de su carrera.
La situación de Buenos Aires durante ese
tiempo fué también terrible: primero, bajo la
amenaza de la expedición que España concen-
traba en torno de Cádiz con propósito de lan-
zarla contra las Provincias A r g e n t i n a s ; y
luego, mejor dicho, antes de que los a m a g o s
de esa tormenta se disiparan, gracias al
pronunciamiento de las tropas españolas,
vino la larga y sangrienta guerra civil con su
interminable secuela de d e s g r a c i a s .
Dos principios contrarios, prematuros am-
bos tal vez en su desarrollo, surgían en s a n -
grienta oposición, y federalistas y centralistas
desgarraban exaltados el suelo de la patria.
Tocóle entonces al corazón de patriota, al
alma de obediente militar de San Martín, so-
portar la crisis más dolorosa de su existencia.
El gobierno pidió al general en jefe del ejér-
cito de los Ancles, acampado al pie de la cor-
dillera del lado argentino, que acudiese en su
favor. La patria llamó en grande apuro al más
fuerte, al más ilustre de sus hijos. San Mar-
tín desoyó el llamamiento y no fué.
Sin él, sin la división argentina por él orga-
nizada y que sólo á él obedecía, el rescate del
Perú no se realizaba, y la libertad americana
56 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

quedaba en eclipse, acaso por largo tiempo.


No es fácil hoy mismo aplaudir ó vituperar
la conducta del patriota y del militar en ese
lance terrible, la cuestión es demasiado ardua
y ofrece tantas faces que es imposible formu-
larla y resolverla como un problema matemá-
tico. Ha pasado cerca de un siglo y á la luz
de los resultados, de las lejanas consecuen-
cias, no se puede menos de reconocer que
San Martín, obedeciendo la orden de su go-
bierno, apenas hubiera podido con sus dos ó
tres mil h o m b r e s inclinar un punto la incierta
balanza de la guerra civil, y que en cambio la
causa de la independencia habría ciertamente
fracasado por el momento. El pavoroso enigma
admite diferentes soluciones y la cuestión per-
manece como causa abierta, perennemente
sub jadice.
Cerca de un año después, al darse á la vela
desde Valparaíso, fijos siempre hacia el norte
sus ojos deslumhrados por el s o l d é los Incas,
explicó los motivos de su desobediencia en una
célebre proclama, dirigida á las Provincias
del Río de la P l a t a : « El genio del mal(les decía
en su lenguaje enérgico y rudo) os ha inspi-
rado el delirio de la federación que no signi-
fica sino ruina y devastación... Yo os dejo con
el profundo sentimiento que causa la pers-
pectiva de vuestras desgracias : vosotros me
habéis acriminado, aun de no haber contri-
EL GENERAL SAN MARTÍN 57

buido á aumentarlas, porque éste habría sido


el resultado, si yo hubiese tomado una parte
activa en la guerra contra los federalistas...
No, el general San Martín j a m á s derramará la
sangre de sus compatriotas, y sólo desenvai-
nará la espada contra los enemigos de la inde-
pendencia de Sur América. »
Poseyó San MarLín, como esta proclama de
sobra lo revela, ese grado raro de energía,
que se tiene ordinariamente por exceso de or-
gullo. Nunca sacrificó sus ideas ó sus convic-
ciones ni á la patria ni aisladamente á ningún
h o m b r e . Ese orgullo le inspiró el heroísmo de
los últimos treinta años de su vida, trayéndole
así á la postre punzantes desengaños, odios y
soledades. Ese orgullo inflexible, unido al más
noble patriotismo, lo apartó de las querellas
domésticas de Buenos Aires, pero luego lo
llevó desde el Perú á una inacabable emigra-
ción, alejándolo, es verdad, de las revueltas
políticas del suelo natal, m a s convirtiéndolo
casi en extranjero á los ojos de esa América, á
cuya libertad había contribuido con esfuerzo
al de ningún otro inferior. Asi, en esta misma
proclama, junto á las magníficas palabras ya
citadas, agregó el orgullo estas otras : « S o y
un general que os ama y que nada espera de
vosotros... la firmeza de las almas virtuosas
no llega hasta el extremo de sufrir que los mal-
vados sean puestos á nivel con ellas., » No fal-
58 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

tan por ventura almas virtuosas que han hecho


ese sacrificio, la historia las recuerda, pero el
alma indudablemente virtuosa de San Martín
no lo hizo entonces, ni n u n c a ; sacrificó al con-
trario á sus ideas, al hallarlas irrealizables,
nombre, posición, gloria, fortuna, cuanto m á s
sobre la tierra generalmente se apetece.
Lo que á la república argentina su triste y
revuelta situación le impedía completar, pudo
por dicha ejecutarlo Chile, y á Chile ello más
directamente interesaba. Con su esfuerzo, su
viril entusiasmo, su perseverante energía ha-
bía logrado la república chilena, bajóla direc-
ción suprema de O'Higgins, algo inmenso,
una escuadra, y contaba a d e m á s con un almi-
rante, el famoso escocés L o r d Cochrane, aven-
turero heroico, condottiere á la moderna, al
servicio d é l a libertad contra el despotismo.
Gracias á sus barcos y su marina, tomó á
Valdivia, redujo á E s p a ñ a á la isla de Chiloé,
y barrió de sus costas los barcos enemigos.
España no volvería á atacar á Chile, y Chile
podía atacar á España. El agredido agresor :
metamorfosis salvadora. La faz de la lucha
cambiaba radicalmente.
P o r fin el 20 de Agosto de 1 8 2 0 vio el puerto
de Valparaíso reunida y con las velas desple-
g a d a s para la partida la flota que conducía al
P e r ú e l ejército libertador mandado por el Ca-
pitán general de los Andes José de San Mar-
EL GENERAL SAN MARTÍN

lín. Componíase la escuadra de ocho barcos y


once lanchas cañoneras que escoltaban á diez
y seis transportes, en los que iban u n o s c u a t r o
mil quinientos soldados, argentinos y chile-
nos. Unos cuantos días después abordaban la
tierra peruana, en Pisco, a p o c a s leguas al sur
de Lima.

IV

Era virrey del Perú el general Joaquín de


la Pezuela, de ideas monárquicas absolutas,
que había recibido con desagrado la noticia
del restablecimiento de la constitución de 1 8 1 2
en España y aplazado cuanto pudo el hacerla
jurar, agriando así los ánimos contra él y divi-
diendo á los mismos españoles, de antemano
descorazonados y asustados por la pérdida
definitiva de Chile. San Martín, sabiendo
esto, no olvidaba que el ejército español que
guarnecía el Perú alcanzaba la formidable
cifra de veintitrés mil soldados, mientras que
el suyo, con todo lo que por entonces podía
agregársele, no pasaría de siete mil. La situa-
ción era en extremo complicada; para redimir
el Perú no podían emplearse los mismos medios
que salvaron á Chile. El h o m b r e que, apenas
traspuesta la cordillera, había corrido al ga-
GU BIOGRAFÍAS AMERICANAS

lope de su caballo al encuentro del enemigo


para derrotarlo en Chacabuco, debió cambiar
de táctica forzosamente desde su desembarco
en la ribera peruana.
Acampó cerca de la costa y se detuvo. El
gobierno español, que comprendía bien lo
serio del golpe que el jefe argentino con sola
su presencia le asestaba, propuso negocia-
ciones, que abiertas fracasaron muy pronto,
porque el virrey Pezuela se negó á recono-
cer la independencia de Chile y de Buenos
Aires, que San Martín exigía como simple
aceptación de un hecho palmario, evidente.
Desvanecida toda esperanza de acomoda-
miento, separó una columna para enviarla
á la Sierra mandada por Arenales, para ir
ocupando el interior y debilitar la posición
de Lima. En seguida se reembarcó dirigién-
dose hacia el norte, hacia el Callao ; penetró
un instante en la bahía y desembarca por
último en Huacho, fortificándose luego en
H u a u r a e n mejores condiciones higiénicas que
en la costa ; allí se cruzó de brazos á esperar
la catástrofe, cuyos primeros síntomas le pa-
recía descubrir. Arenales derrota á los espa-
ñoles que se le oponen en la Sierra. El bata-
llón Numancia compuesto de americanos sale
de Lima y se une á los invasores. Pezuela,
destituido por sus mismos oficiales, cede el
puesto á La Serna, al virrey intruso que allí
EL GENERAL SAN MARTÍN 01

permanecería hasta caer prisionero en Aya-


cucho. Miller recupera á Pisco perdido poco
antes. Lord Cochrane, después del fabuloso
golpe de mano con que se apodera de la fra-
gata Esmeralda, continúa bloqueando estre-
chamente las costas y amenazando al Callao.
San Martín avanza entonces resueltamente,
juzgando llegado el momento que aguardaba.
Nuevas negociaciones, propuestas por el
nuevo virrey, fueron oídas y fueron también
infructuosas. Pedían los españoles un armis-
ticio de diez y seis meses, sus adversarios la
independencia del Perú. La primera proposi-
ción era inaceptable para los libertadores, que
creían desmoralizado, casi vencido ya, al ejér-
cito español ; la segunda, insoportable para
los antiguos amos, que difícilmente se deci-
dían á perderlo todo de una vez. El acuerdo
era imposible, la guerra debía continuar y los
españoles sabiamente abandonaron á Lima.
El tacto y la prudencia del general argen-
tino alcanzaron pues éxito cabal, sus deseos
se habían realizado con la posesión de la ca-
pital. Sus temores también, porque el pueblo
peruano, á pesar de la simpatía y el entusiasmo
con que Lima recibió á sus libertadores, en
realidad no había tomado las a r m a s , como las
tomó el chileno en coyuntura igual, y los r e -
cursos militares del invasor no crecían en la
proporción necesitada.
4
62 BIOGRAE ÍÁ.S AMERICANAS

La posesión de la opulenta ciudad fué o b -


jeto principal de sus planes, y enderezados á
ese fin sin duda eficazmente lo sirvieron ; á los
diez m e s e s de llegado estaba conseguido á
poca costa, sin g r a n pérdida de vidas. Mas
es lo cierto que de ahí en adelante todo cam-
bia en sentido desfavorable para San Martín,
y, por algún tiempo al menos, en m u y favo-
rable sentido para los españoles. L o s que pa-
recían vencidos, agotados, van á continuar
defendiéndose enérgicamente durante tres
años m á s , á reasumir la ofensiva, y hasta una
vez, por corto tiempo, á apoderarse nueva-
mente de Lima. S a n Martín, que tan sagaz-
mente desde el principio había destacado una
división entera con Arenales á la cabeza hacia
las tierras altas y obtenido en la Sierra triun-
fos notables, dejó después toda esa región pri-
mitiva, donde el sentimiento de la indepen-
dencia no podía ser tan vivo ni tan consciente
como en los pueblos y ciudades del litoral, á
la merced del enemigo con todos sus recur-
sos de gente y de provisiones. El carácter de
la campaña cambiaría necesariamente muy
pronto.
San Martín entró en Lima, cual era su cos-
tumbre, sin aviso previo ; sin más séquito que
su ayudante se dirigió al palacio del Virrey.
La víspera había entrado la primera división
del ejército.
EL GENERAL SAN MARTÍN 63

Después de declarada y jurada solemne-


mente la independencia, ceremonia á que asis-
tió San Martín con la frialdad, la indiferencia
no fingida, que en tales funciones siempre se
le notaba, el cabildo de Lima acudió á supli-
carle que aceptase en nombre del pueblo el
gobierno supremo ; contestó sonriendo que
por la fuerza de las cosas estaba ya como jefe
militar en posesión del m a n d o , y por decreto
de 3 de Agosto de 1 8 2 1 se proclama él mismo
jefe del país con el título de Protector, como
Cromwell ; ofreciendo renunciar el poder y
dar cuenta de su conducta en ocasión opor-
tuna « á los diputados del pueblo ». En Chile
había declinado título idéntico dos veces, des-
pués de sus dos g r a n d e s victorias. P e r o no
había en el Perú un O'Higgins á quien reco-
mendar en su lugar. El Perú aceptó g u s t o s o .
Lo que en la forma indisputablemente hubo
de brusco y de violento al mismo tiempo que
de extraño, lo explicó él misino al arrogárselo
ahora, por medio de esta frase : « Yo no trato
de recoger gloria sino de ganar la opinión
pública, y no puedo ir más lejos de lo que
ella va. » Palabras que parecen anunciar ya el
profundo divorcio que al año siguiente sur-
giría entre él y la opinión pública peruana,
divorcio en que, cuando lo oyó pedido á gri-
tos por los que ahora lo aclamaban, consintió
desde luego, encogiéndose de hombros y re-
6t BIOGRAFÍAS AMERICANAS

tirándose, sin imponer, pero sin abandonar,


su punto de vista y sus opiniones, con la con-
ciencia perfectamente tranquila, como tenía el
derecho de creerlo y declararlo.
San Martín cuidó de no demostrar, desde el
principio de su administración del país, odio
ni encono contra los españoles ; los perseguía
vencedores, los apreciaba y perdonaba venci-
dos. Su espíritu perfectamente equilibrado
desdeñaba las pasiones como medio político.
Empezó por esa razón tranquilizándolos, ofre-
ciéndoles su protección, si se inclinaban ante
« el destino irrevocable ». Cual era natural, la
oferta era inútil; la guerra es la guerra; conspira-
ron, se opusieron, y el Protector tuvo que
consentir medidas cruelmente indispensables.
Adelantándose largo trecho á su época y á
su raza creía que la religión, en la forma que
en el país se le daba, era á veces perjudicial.
Todos sus esfuerzos en ese sentido se estrella-
ron contra el fanatismo popular ; la expulsión
del arzobispo de Lima, que con pena se vio en
el caso de ordenar, por razones políticas, con-
firma el vigor de su carácter, pero irritó á
gran parte de la sociedad y le concitó la mala
voluntad de los devotos, que eran n u m e r o s o s .
Creía por último San Martín que el pueblo
no estaba allí preparado para el régimen repu-
blicano. No fué demócrata, en el sentido que
damos hoy á la palabra, como tampoco lo
EL GENERAL SAN MARTÍN 65

fueron Bolívar, O'Higgins y otros de los más


ilustres, t o d o s oligarcas. San Martín llegó un
poco más lejos, porque fué m o n á r q u i c o , y
como, aunque no lo pregonaba, lo declaraba
con la franqueza nada diplomática de su carác-
ter, dio origen esa opinión á infinitas acerbas
acusaciones, que sin cesar lo hostigaron. La
nobleza d e s ú s intenciones es inatacable, pero
tal opinión no debe sorprender en quien el
amor de la patria americana y la natural ele-
vación de su espíritu condujeron al puesto
glorioso de Libertador de tres repúblicas,
pero áquien veinticincoañosde vidaen Europa
y de ejercicio militar no pudieron enseñar á
ser republicano, y á quien el espectáculo del
pueblo español fanatizado de principios del
siglo X I X , primo h e r m a n o del que veía en torno
suyo unas veces aclamarlo, otras denostarlo,
no pudo haberle infundido la necesaria con-
fianza.
Toda su administración fué grandemente
liberal. Halló tiempo en el corto espacio de
tres meses para p r o m u l g a r completa libertad
de imprenta, fomentar la instrucción, corregir
el sistema penal, abolir los odiosos tributos
que pesaban sobre los indios y hasta para
establecer con el nombre de « Orden del Sol»
una legión de honor, que fué una equivoca-
ción política, pues parecía iniciar un sistema
y no era más que una insignificante ficticia
4-
66 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

jerarquía. Asimismo fracasó en la América del


Norte la Orden « de los Cincinatos » ó pesar
de fundada con todo el beneplácito de W a s -
hington, y de la que tan a g u d a m e n t e se burló
Franklin, hasta hacerla caer m u y pronto en
merecido olvido. Una y otra Orden tendían á
constituir una verdadera nobleza dentro de la
república. Halló San Martín establecida la
esclavitud de los negros y libró á la patria de
ese virus corruptor y nefanda violación de
toda ley, decretando, desde el primer día de
su Protectorado, la libertad de los que en ade-
lante naciesen, disponiendo un sorteo anual
para emancipar un cierto número y declarando
libre al siervo de otra parte que entrase en el
Perú. Esto sucedía en 1821 ; piénsese en lo
que ocurría entonces y siguió ocurriendo
durante cuarenta anos más en los Estados
Unidos del Norte, y dígase si tenían ó no c o n -
ciencia de su misión esos libertadores de raza
latina.
Acusáronlo sus enemigos de haber querido
introducir la pompa y mezquindades de las
monarquías, hasta de pagar en una ocasión
vivas que se oyeron al « E m p e r a d o r José ». Lo
último es a b s u r d o ; si fué cierto lo primero, no
tardó en convencerse de cuan imposible le era
erigir allí, ni entonces ni en mucho tiempo, un
gobierno respetado, monárquico ó democrá-
tico, y muy pronto, como hombre resuelto,
EL GENERAL SAN MARTÍN 67

cortó por lo sano, anunciando su intención de


convocar inmediatamente un Congreso y de
salir de la vida pública.
Este es el momento obscuro, el m á s vitupe-
rable de la vida del g r a n d e hombre ; ésta la
resolución suprema que proyecta su sombra
sobre todo el resto de su existencia, que para
siempre deja incompleta á los ojos de la poste-
ridad la hermosa figura del ilustre militar, del
enérgico patriota. El invencible en el campo
de batalla se dio demasiado pronto por ven-
cido en el campo de la política. Vio el abismo
que mediaba entre el momento aquél y la rea-
lización de sus deseos, y en lugar de consa-
g r a r s e p a c i e n t e m e n t e á colmarlo y hacerlo des-
aparecer, cedió á sus instintos militares y p r e -
cipitó en él su nombre y su fortuna. P o r q u e
no creía en la virtud del régimen republicano
en países que eran la víspera colonias del d e s -
potismo, no quiso consentir en lo inevitable,
ser cómplice de lo que había de suceder, de lo
que la voluntad del pueblo y la fuerza de las
cosas traerían inmediatamente. Dos c a m i n o s
se presentaban : luchar por el triunfo de sus
ideas, ó abrazar resignado l a s u e r t e d e la patria,
la suerte de la América. El primero conducía
á la guerra civil y sin vacilar lo rechazó. El
segundo exigía una flexibilidad de carácter
que no tenía, incompatible con la energía de
su alma. Fué una de esas terribles situaciones
68 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de que se sale á veces con cabellos b l a n c o s y la


frente para siempre h o n d a m e n t e surcada pol-
las arrugas d e la angustia. Demasiado enér-
gico para ceder, era San Martín para apadrinar
la guerra civil demasiado « h o m b r e de bien »,
diremos, usando una de sus expresiones favo-
ritas. Prefirió sacrificarse con su gloria y
salvar la integridad de su conciencia y de sus
ideas.
P o r desgracia ocupaban todavía los espa-
ñoles grandes pedazos del territorio ; en Abril
de 1 8 2 2 el desastre del general Tristán, derro-
tado en lea p o r u ñ a columna realista, obligó á
San Martín á decir en una proclama : « Pen-
saba ya retirarme á buscar el reposo después
de tantos años de agitación,, pero asoma hoy
un peligro, y mientras dure, no se separará
vuestro fiel amigo de vosotros. »
Era empero evidente que no volverían los
españoles á adueñarse del P e r ú . El Protector
se sentía de esto tan convencido como del
triste estado de la opinión pública respecto de
él. La resolución íntima de retirarse echaba en
su alma cada día raíces más h o n d a s , y más
dolorosas también, porque es duro aun para
un estoico a b a n d o n a r el terreno, vencedor
materialmente, moralmente vencido. Un solo
remedio quedaba, un solo recurso, y deter-
minó buscarlo.
Al mismo tiempo que el P e r ú , había conse-
EL GENERAL SAN MARTÍN 69

guido el resto del continente meridional su


independencia. El más tenaz y constante de
los héroes americanos, Simón Bolívar, había
arrancado todo el norte á los españoles, había
fundado la república de Colombia, y la gran
batalla de Pichincha acababa de r e m a t a r la
grande obra. La victoria había conducido al
mismo punto por rutas diferentes á los dos
ilustres libertadores americanos ; Bolívar y
San Martín podían ahora ciarse la mano y
j u n t o s completar lo que en el sur quedaba por
hacer. El Protectordejó en su lugaral marqués
de Torre Tagle y fué á visitar á su glorioso
rival. Viose obligado á aplazar la entrevista
por algún tiempo, y mientras se verificaba
no quiso r e a s u m i r el poder. En honda per-
plejidad , buscaba un desenlace abstenién-
dose en el ínterin de complicar la situación.
El 26 de Julio se reunieron los dos por fin,
en Guayaquil, y hablaron solos durante varias
horas. Se separaron en seguida y nunca más
se vieron.
Esos dos hombres al encontrarse frente á
frente por primera vez se estrecharon cor-
dialmente las manos como compañeros, como
a m i g o s . Los dos eran g r a n d e s y habían liber-
tado la América, no podían ser enemigos.
Perspicaces é inteligentes ambos, se compren-
dieron apenas se vieron, se estimaron, pero
no se a m a r o n . El fulgor del espíritu de
70 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Bolívar realzaba acaso su brillantez, pero


perdía algo de su calor al lado de la luz f i j a ,
inalterable del alma de San Martín. El héroe
venezolano estaba solamente al medio de su
carrera y amaba la gloria tanto ó m á s que la
libertad ; el héroe argentino, hastiado del
poder y de la gloria, sentía que su misión
estaba ya cumplida. Bolívar adivinaba, pre-
sentía los aplausos y laureles que el porvenir
le reservaba, al par que consideraba ya ter-
minado el papel de su rival y enteramente
gastada su influencia. El problema cuya solu-
ción San Martín buscaba en Bolívar quedaba
para él intacto, insoluble. Los dos grandes
h o m b r e s , descontentos en realidad uno de
otro, se saludaron y se separaron.
Ninguno dejó escrita para la posteridad la
relación de la entrevista. P o c o después, el 29
de Agosto, dirigió desde Lima San Martín
una carta á Bolívar, en que le decía : « Mi
partido está irrevocablemente tomado. P a r a
el 20 del mes entrante he convocado el primer
congreso del Perú, y al día siguiente de su
instalación me embarcaré para Chile, conven-
cido de que mi presencia es el único obstáculo
que le impide á usted venir al P e r ú con el
ejército de su m a n d o . » Al año tenía ya Bo-
lívar el título de Libertador del Perú, el
mando supremo y la dictadura.
Estas palabras de San Martín, que acabo de
EL GENERAL SAN MARTÍN 71

citar, como toda la extensa carta á que per-


tenecen, permanecieron completamente des-
conocidas por espacio de veintidós años.
Bolívar no parece haber hablado de ella con
nadie ; San Martín, p o r no agriar los ánimos
y no perjudicar el interés supremo de la causa
de la independencia, guardó el borrador, no
manifestó á nadie el profundo desencanto que
le había producido la entrevista con su más
afortunado rival hasta que, en interés de la
historia, trece años después de la muerte de
Bolívar, facilitó copia al escritor francés
G. Lafond, cuando fué éste á pedirle datos
sobre la historia de la independencia del P e r ú ,
con objeto de refutar falsas acusaciones
contra el P r o t e c t o r , lanzadas en libros inspi-
rados por Lord Cochrane. De la carta se des-
prende que hizo San Martín cuanto pudo por
c o n v e n c e r á Bolívar, en la famosa entrevista,
de la necesidad de su auxilio directo y de
su presencia ; pero que Bolívar resistió á todas
las súplicas, á pesar de que San Martín lo
invitaba á ponerse á la cabeza de todo, del
gobierno y del ejército, colocándose él desde
luego bajo sus órdenes. « P a r a mí, le repite
en la carta, hubiese sido el colmo de la feli-
cidad terminar la guerra de independencia
bajo las órdenes de un general á quien la
América debe su libertad. » Bolívar visible-
mente no quería compartir con ningún otro la
72 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

gloria de la empresa, y á tal idea todo lo


postergó, alargando de esa manera la guerra,
y con ella las desgracias personales, la miseria
y l a r u i n a que necesariamente acarrea. Es pues,
la carta documento capital y esencial para la
historia. P o r medio de ella y de los pocos datos
esparcidos que desde el principio se han ido
recogiendo, se puede hoy, sin faltar demasiado
á la verosimilitud, reconstituir la escena y
relatarla tal como debió haber sido. E s lo
que ha hecho el general Mitre en su Historia.
San Martín, que había salido de Lima d e -
jándola al parecer tranquila, al volver, con la
muerte en el alma, la encontró agitada,
revuelta. El pueblo había depuesto á uno de
sus ministros por lo odioso de su conducta, y
aunque la mayoría afectaba dirigir al P r o l e c -
tor expresiones de respeto, comprendió éste
que acaso pronto llegaría su turno, por lo que
juzgó más digno anticiparse y no aguardar
sucesos que demasiado preveía. Convocó el
Congreso y dimitió el mando s u p r e m o ,
diciendo : « Un encadenamiento prodigioso
de sucesos ha hecho ya indubitable la suerte
futura de la América. Mi gloria es colmada. »
El Congreso contestó en estos términos : « La
primera obligación de un pueblo libre es la
gratitud y el reconocimiento á los autores de
su existencia política y su felicidad, el S o b e -
rano Congreso, convencido de que al fuerte
EL GENERAL SAN MARTÍN 73

brazo de V. E. debe la tierra del Sol este


bien incomparable, decreta una acción de
gracias á V. E. »
El Congreso lo nombró además generalí-
simo d é l a s armas del Perú. Aceptó el título y
renunció ejercerlo diciendo que sería « siempre
temible en un estado nuevo la presencia de
un militar afortunado >.•; y aburrido, como so-
lemnemente afirmó, de oir decir que pretendía
hacerse soberano, se embarcó al siguiente día,
sellando su historia de libertador con esta
noble cláusula : « En cuanto á mi conducta,
mis compatriotas, como en lo general de las
cosas, dividirán sus opiniones, pero los hijos
de éstos ciarán el verdadero fallo. » De ahí
en adelante sus labios no se abrieron m á s en
público sobre los actos de su vida pública.
Quizás no ofrezca la historia ejemplo de
más digna y sencilla retirada ; aunque política
y militarmente considerada h a y a de parecer
siempre demasiado rápida, demasiado vio-
lenta. Lo cierto era que había él penetrado
bien en el corazón de Bolívar y estaba
convencido de que apenas tuviese éste noti-
cia de su salida, ofrecería abundantemente
todos los recursos que á él escatimó y se
aprestaría á ir en persona, á recoger la gloria
que su ardiente imaginación allí con tan
espléndidos colores le forjaba. Otros h o m b r e s
esclarecidos han abandonado serenos y alegres
5
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

la escena de sus triunfos á trueque de paz


y de reposo ; pero San Martín, al descender
espontáneamente de su puesto, se hallaba
en el triste caso de escoger entre la guerra
civil y la emigración. Prefirió la segunda,
resignado á vestir eternamente el luto de sus
muertas esperanzas.
Fué á Chile y su desaliento aumentó con el
desaliento de su fiel amigo O'Higgins, pró-
ximoya también á descender de su alta posición
y á expatriarse. P a s ó l a cordillera, permaneció
unos pocos meses en Mendoza : ahí un relám-
pago vino por un instante á iluminar su tinie-
bla, oyó una voz engañosa que desde Lima lo
llamaba otra vez, pero era voz impía que lo
instaba en realidad á la guerra civil. Rehusó
indignado y siguió á Buenos Aires. Aquí una
sola mirada bastó á sondear la profunda indi-
ferencia c o n q u e lo recibían sus compatriotas,
gravemente envueltos en sus querellas intes-
tinas. Se embarcó inmediatamente para
E u r o p a . Un rasgo más completa la historia
de su retirada : dejaba el territorio donde
había gloriosamente brillado é iba adonde
sólo le aguardaban la soledad y la angustia
de la pobreza.
Vivió cinco años en Bruselas consagrado á
la educación de su única hija; al cabo de ellos
el amor de la patria, s o b r e t o d o el amor de esa
hija, pudieron m á s que su resolución de no
EL GENERAL SAN MARTÍN 75

volver, y en Febrero de 1 8 2 9 llegó de


Europa por segunda vez á la ribera natal.
Encontró la guerra civil m á s encarnizada y
extendida que nunca, y por expresión de bien-
venida le dirigieron el más sangriento insulto.
Un periódico publicó con el título de Ambi-
güedades estas líneas : « El general San
Martín ha vuelto á su país á los cinco años de
ausencia ; pero después de haber sabido que se
han hecho las paces con el emperador del
Brasil. » No pudo p e r m a n e c e r en el suelo
patrio. Leyó esa inscripción desoladora, ese
Lasciate ogni speranza d e s p i a d a d o , oyó á la
guerra civil que le proponía g r a d o s , títulos,
riquezas, poder, y volvió á emprender silen-
cioso la misma vía dolorosa ya recorrida cinco
años antes.
La naturaleza en premio lo condenaba á
vivir veintidós años m á s , hasta alcanzar
la edad avanzada de setenta y dos. Un ban-
quero español, naturalizado en F r a n c i a ,
A g u a d o , conocido también como el amigo de
Rossini, que había servido con él en España
durante la guerra de la Independencia y con
quien desde entonces contrajo relaciones, le
aconsejó el mejor modo de emplear los mise-
rables restos de su mediana fortuna, que
había mermado en manos de infieles deposi-
tarios; lo cual le permitió de ahí en adelante
vivir modesta y tranquilamente. L a s a c u s a -
76 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ciones más crueles, las más violentas calum-


nias fueron á turbar su s o l e d a d ; pero él,
impasible, severo, erguido como siempre,
llegó en estoico silencio, sin que sus lamentos
resonasen más allá del estrecho recinto de su
hogar, hasta la tarde del i7 de Agosto de i85o
en que murió, en el puerto d e B o u l o g n e , frente
á las olas del Canal, consignando en su testa-
mento el deseo de que reposase en la patria
su corazón, y legando el sable que lo había
acompañado en toda la guerra de la inde-
pendencia de la América, al general Rosas
« por la firmeza con que ha sostenido el
honor de la república contra los extranjeros
que querían humillarla », olvidado así, en el
ardor de su amor patrio, de los actos repren-
sibles del tirano. La patria recogió sus res-
tos, y ella y Chile y el Perú le han levan-
tado ó le han decretado el tardío honor, en
bronce ó en mármol, con que tan pequeña-
mente suelen p a g a r s e los g r a n d e s servicios.
Ninguno de los m o n u m e n t o s erigidos puede
valer ni puede durar tanto como vale y como
ha de d u r a r el ejemplo de su vida, dechado
inmortal de dignidad, desinterés y patrio-
tismo.
JOSÉ MORALES LEMUS

PRIMER MINISTRO DE CüBA

EN LOS

ESTADOS UNIDOS

Si no fuera por los últimos cinco años de la


vida de este cubano ilustre, sólo podría des-
pertar curiosidad su biografía entre amigos
ó allegados y sería poco interesante para el
mayor número ; pero la posición que tuvo en
ese período final de su existencia, la parte
principal que representó en la revolución de
Cuba y los graves asuntos en que estuvo en-
tonces ocupado, bastan á dar, me parece,
valor histórico á este trabajo.
La historia de la vida de Morales L e m u s se
asemeja en su desarrollo y caracteres generales
á la de la isla de Cuba en el mismo período :
sesenta años de relativa obscuridad y de esf uer-
78 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

zos laboriosos, y al cabo de ellos una esplén-


dida iluminación. Hasta el año 1863 apenas
tomó parte en los movimientos políticos, en
las conspiraciones que se tramaron y-que, ó
abortaron las unas, ó fueron las otras sofoca-
das con su crueldad habitual por el gobierno ;
pero estuvo siempre con ellas y al par de todos
sentía el ardiente deseo de libertar la patria
de su oprobiosa situación. Extinguida en i85f>
la más importante de esas llamaradas revolu-
cionarias, m u e r t o s , olvidados ó desacredita-
dos los jefes principales, comenzó algo como
una nueva era patriótica cubana y fué cre-
ciendo lenta é insensiblemente la nombradía
de Morales L e m u s , porque su reputación de
h o m b r e honrado y de patriota, su incansable
laboriosidad y el extenso círculo de amigos
que tenía en su numerosa clientela de abo-
g a d o , le daban verdadera importancia en toda
la isla y lo llevaban naturalmente á la primera
fila en cualquiera transformación política que
pudiese ocurrir.
Empezó á sacudir el pueblo de Cuba en i863
el letargo que había sucedido á los desenga-
ños de i855, fundóse el periódico diario El
Siglo, esencialmente cubano, en cuya exis-
tencia, sin tomar parte en la redacción, tuvo
Morales m á s influencia que ningún otro, y co-
menzó en seguida el movimiento político cuyo
fin declarado era arrancar pacíficamente de
JOSÉ MORALES LEMUS 79

España las reformas liberales que el adelanto


y la prosperidad de la isla exigían. Ese movi-
miento, que casi fué produciéndose por sí solo
y llegó á ser respetable sin haber sido nunca
verdaderamente popular, debió á la propa-
ganda de El Siglo toda su importancia. Mo-
rales L e m u s lo siguió junto con otros muchos
por necesidad, á manera de última prueba,
como único cauce por donde era posible dejar
entonces correr una política verdaderamente
cubana. Aceptó la elección que de él hizo un
distrito de la isla para formar parte ele la re-
unión que, con el nombre de J u n t a de Informa-
ción, mandó el gobierno constituir en Madrid
para enterarse de lo que necesitaba un país, al
que no obstante gobernaba desde el momento
en que cuatrocientos años antes lo había con-
quistado, en realidad para satisfacer con tan
mezquino subterfugio las infinitas solemnes
promesas que se había visto en el caso de p r o -
nunciar. En ese cuerpo por primera vez apa-
reció públicamente Morales L e m u s como jefe
y moderador del partido liberal cubano, y de
él volvió prácticamente convencido de que era
ilusorio esperar que España, por amor ó por
respeto de la libertad y la justicia, previese el
porvenir y renunciase a los intereses estrechos
del m o m e n t o .
Creció á la vuelta su prestigio por la consi-
deración de los sacrificios personales y pecu-
80 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

niarios que se Je veía dispuesto á ejecutar por


amor de su país, y cuando el 1 0 de Octubre de
1868 comenzó la primera verdadera revolu-
ción cubana á la voz de Carlos Manuel de Cés-
pedes en el oriente de la isla, volvieron a él la
vista los patriotas del occidente y le instaron
á salir de la Habana y dirigir en los Estados
Unidos los esfuerzos, los auxilios morales y
materiales necesarios a la revolución para
triunfar.
Cifráronse grandes esperanzas en la repú-
blica norteamericana contábase precipitada-
mente con las simpatías de su gobierno, y se
consideraban con razón como el terreno más á
propósitoyfecundo paraservir de base de auxi-
lios al movimiento revolucionario. Emprendió
Morales animosamente su difícil tarea, á pesar
de los inconvenientes que las cosas por sí mis-
mas ofrecían y de comenzar á los sesenta años
una nueva vida, m u y diferente de la que su
educación y trabajos anteriores le habían for-
mado. Organizó en Nueva York, de prisa y
como pudo, las agrupaciones que debían aco-
piar y remitir á Cuba armas y pertrechos, y
fué luego á avivar ó aprovechar en W a s h i n g -
ton las simpatías esperadas del gobierno a m e -
ricano. Tuvo la satisfacción de verse allí muy
bien acogido y de hallarse desde el primer
momento en medio de una negociación d i p l o -

mática, de la cual seguía, aunque extraoficial-


JOSÉ MORALES LEMUS 81

mente, los hilos principales, y en que parecía


haber motivo sobrado de fundar las más ha-
lagüeñas esperanzas.
Pareció por un instante asegurada la inde-
pendencia de Cuba, y á fuerza de aplicación
constante y ardiente afán de llenar su misión,
sostuvo digna y hábilmente Morales L e m u s , en
condiciones tan nuevas para él, la representa-
ción de un pueblo sin existencia política reco-
nocida y que no hacía más que comenzar la
lucha por la independencia. No era él muy
crédulo por naturaleza, pero no se atrevió á
dudar por completo del éxito de la negocia-
ción ideada y seguida con gran c o n f i a n z a por
el secretario de E s t a d o , aunque temía ver con
suma claridad sus invencibles inconvenientes.
Ante palabras explícitas y p r o m e s a s halaga-
doras llegó á figurarse que podría Cuba anti-
cipar la hora de su separación de España por
medio del gabinete a m e r i c a n o . P o c o s meses
después vio defraudadas sus esperanzas, de-
rruidos sus cálculos, y con la misma fe del
principio se consagró en cuerpo y alma á la
tarea más obscura y lenta de auxiliar desde los
Estados Unidos la guerra siempre encendida
en Cuba. Ocupado en esto, vino poco á poco el
desfallecimiento físico y murió sin la satisfac-
ción de divisar más cerca el objeto de su vida
y sus esfuerzos incesantes.
Este rápido resumen expresa los motivos
5.
82 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

por qué juzgo útil relatar, con la vida de un


fiel servidor de la patria, un período impor-
tante d é l a historia de la isla de Cuba.

II

Solía decir Morales Lemus que había nacido


el día que España llamaba de su resurrección,
el clos de Mayo de 1808 ; su fe de bautismo
sin embargo expresa que el 1 8 de Mayo se bau-
tizó « J o s é Gregorio, de ocho días de nacido,
hijo legítimo de José Morales y de María L e -
m u s , naturales de las Islas Canarias ». Nació en
una aldea miserable del extremo oriental de la
costa norte de Cuba, el embarcadero de Gibara,
donde no había iglesia, ni nada más que cho-
zas de pescadores. El padre, capitán d e b a r c o ,
se dio á la vela en seguida, habiendo entrado
allí solamente por razón del próximo alumbra-
miento, y no se supo luego más de él en Cuba.
La madre llevó al hijo á bautizaren Holguín,
cabecera del distrito, y falleció á los pocos
meses.
Otro canario, el que aparece como padrino
en el documento, recogió al huérfano y bajo
su protección, y la de otro, canario también,
padrino de confirmación, creció y se educó en
la Habana, hasta llegar á ser bachiller en ju-
risprudencia y luego abogado. Un tercer ca-
JOSÉ MORALES LEMUS 83

nario. en la administración de cuyos intereses


se ocupaba el joven Morales desde muy tem-
prano, y que no tenía familia, le dejó por tes-
tamento al morir una fortuna de más de cien
mil pesos. De esta manera, por una serie de
extraordinarios acaecimientos, llegó á edad de
hombre y entró en la lucha de la vida bajo los
mejores auspicios, quien al parecer había
venido al mundo en las más tristes y desvali-
das circunstancias.
En otros países que no son colonias, ni
sobre lodo lo que eran entonces las colonias
españolas, se considera la profesión de a b o -
gado buen ejercicio de la inteligencia y el ca-
rácter, así como excelente preparación para la
vida política y ocupar puesto distinguido en ios
consejos y asambleas de la patria. No así en
la isla de Cuba. Leyes viejas, confusas y hasta
contradictorias entre sí, juicios escritos con un
solo acto oral al fin que era una farsa, jueces
extraños, ignorantes á menudo y aun venales,
no podían menos que hacer del foro en tiempo
de Morales L e m u s terreno poco adecuado al
desarrollo de virtudes públicas ó á la p r e s e r -
vación de las privadas. El abogado cubano d e -
bía embotar, gastar sus facultades hozando
inútilmente en un fárrago de leyes anticuadas
en busca de argumentos, ó pervertir su corazón
poniendo, ó dejando poner, medios inmorales
de hacer inclinar del lado de su cliente la que
84 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

no era balanza de la justicia sino del favor.


Era un piélago de inmoralidad de donde el
más puro salía cubierto de vicios, y los que
lograban conservar incólume la conciencia
sentían centuplicado en ella el noble deseo de
ver cegado ese pantano deletéreo.
Morales Lemus, que no tenía el don de una
palabra brillante, que nunca aspiró á los lau-
reles del publicista, era principalmente un
abogado de bufete, de consulta, dedicado más
en especial á negocios de grandes sociedades
bancarias ó industriales, lo cual le traía vasta
influencia en la prosperidad general del país.
Tenía en cambio las cualidades indispensables
para ese género de trabajos, porque era pa-
ciente, laborioso, conciliador y muy sagaz.
Su posición personal independiente, unida á su
gran actividad y vastos conocimientos de de-
recho, hicieron de él muy pronto una figura
conspicua, espectable. Era evidente que el
país contaba con él para el porvenir. Como
además distinguíase naturalmente por su m o -
destia y afabilidad no tenía en realidad m a s q u e
amigos por doquiera.
Extraño parecerá quizás que h o m b r e tan pa-
cífico y de carácter esencialmente conciliador
y moderado debiese en la vejez huir de su país
y morir en el destierro, implacablemente per-
seguido y calumniado. Esta sola c o n s i d e r a -
ción pudiera tal vez bastar para dar á com-
JOSÉ MORALES LEMUS 85

prender lo tiránico é insoportable del régimen


español en Cuba ; pero lo cierto es que si en
algo no vaciló j a m á s Morales Lemus fué en su
oposición, sorda ó declarada, según los casos,
firme y tenaz siempre, contra la dominación
de España. El interés de la patria cubana pre-
dominó siempre en su corazón, primero de sus
afectos ; lo mismo cuando en períodos de com-
pleta calma se consagraba al desarrollo de su
prosperidad material por medio de empresas
y establecimientos útiles de comercio, i n d u s -
tria ó fomento público, que cuando en mo-
mentos de agitación política entraba en c o n s -
piraciones y aconsejaba la resistencia.
Comenzó, pues, su vida pública en i836, según
va dicho, como abogado por supuesto, única
posible vida pública en aquel tiempo, cuando
ni los ayuntamientos tenían facultades i n d e -
pendientes del omnipotente Capitán general.
Veamos ahora cuál era entonces y cuál siguió
siendo en ese año y en los sucesivos la s i t u a -
ción política de la isla de Cuba.

III

Es el año i836 una fecha crítica y fatídica,


tanto de la historia de España como de la
particular de Cuba. Durante su curso fueron
sublevándose una á una las provincias de
86 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

E s p a ñ a , donde no había carlistas, hasta c u l -


minar el movimiento en la insurrección mili-
tar de La Granja, el estupendo motín de los
cuerpos de la guarnición de ese sitio real á la
voz de sus sargentos, que penetraron en pala-
cio y forzaron á la Reina Gobernadora á fir-
m a r instantáneamente, en presencia de ellos
m i s m o s , un decreto restableciendo la consti-
tución promulgada en 1 8 1 2 . F o r m ó s e un nue-
vo ministerio, compuesto de los hombres más
liberales de España, presidido por Calatrava,
uno de los grandes legisladores y oradores
de las Cortes de Cádiz, condenado en 1 8 1 4
por F e r n a n d o VII á ocho años de presidio en
Melilla, donde permaneció hasta la revolución
de 1 8 2 0 , la cual exhumó y revivificó la fa-
mosa constitución, proclamada ahora por
tercera vez. Uno de los primeros acuerdos
de ese liberalísimo ministerio fué intimar al
Capitán general de Cuba que no consintiese
allí la m á s leve variación y continuase reves-
tido de sus o m n í m o d a s ilimitadas facultades.
Todos los males de Cuba en el larero medio
siglo, en que había de continuar atada al
y u g o de España, las afrentas incesantes y la
sangre derramada de tantos de los mejores
de sus hijos, así como todos los desastres
futuros de E s p a ñ a y la completa derrota final,
provinieron de esas malhadadas instrucciones,
agravadas en seguida por la conducta que
JOSÉ MORALES LEMUS 87

respecto de Cuba a d o p t á r o n l a s nuevas Cortes


convocadas é inauguradas en Octubre del
mismo año.
Las instrucciones ministeriales, recibidas
con inefable satisfacción por el general Tacón,
el más despótico y agresivo de cuantos gober-
nadores tuvo la isla, y cuenta que allí todos,
conforme á su misión y á sus facultades, eran
déspotas, fueron cumplidas con dureza y efi-
cacia extraordinarias. Desde ese momento se
hizo más opresora y más insoportable que
nunca la mano de España sobre la infortunada
isla, de propósito tratada con menos conside-
ración y menos miramientos á medida que
crecía en población, en riqueza, en industria
y en comercio.
En tiempo de la monarquía absoluta no
podían los cubanos decirse peor tratados que
los españoles de la península, pues á todos
medía por igual rasero la autoridad del s o b e -
rano. Apenas hubo régimen representativo y
Cortes (tanto en 1810 como en el trienio de
1820 á 1828 y luego al comenzar el reinado
de Isabel II) nombró Cuba, lo mismo que las
demás provincias de España, diputados á las
Cortes, y en ellas se sentaron y en sus acuer-
dos y deliberaciones tomaron parte efectiva.
Reservado estaba al partido liberal, al que
redactó y promulgó el código de 1812,. al que
se llamaba progresista y se jactaba de contener
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

en su seno los hombres más adelantados de


la nación, cometer esta iniquidad, y raras
veces se habrá procedido con mayor cinismo
á despojar por la fuerza al débil en nombre de
la libertad. El ministro no pudo evitar dis-
poner que se celebrasen elecciones, porque
así era la l e y ; pero redujo el número de dipu-
tados, sin embargo de que sabía demasiado
que el gabinete ejercería toda su influencia
para que no fuesen admitidos, si venían.
Vinieron, y hallaron cerradas las puertas.
Reclamaron, y pasóse la Exposición que con
ese objeto presentaron, á una comisión espe-
cial de las Cortes, en que figuraban Agustín
Arguelles, Flores Estrada y varios de los
liberales más prominentes. Esta emitió á los
quince días un breve informe proponiendo
que « las provincias españolas de América y
Asia sean en lo sucesivo regidas y adminis-
tradas por leyes especiales y que sus dipu-
tados no tomen asiento en las actuales Cortes »,
lo cual fué desde luego votado por una gran
mayoría.
La hostilidad á todo derecho político en las
colonias no podía patentizarse más, pues se
expulsaba desdeñosamente, sin expresar si-
quiera una excusa, á los que el mismo
gobierno liberal había hecho venir. De leyes
especiales no se volvió á hablar, ni entonces
ni después. Bastaban las que había, particu-
JOSÉ MORALES LEMUS Sil

lamiente el decreto de 1 8 2 5 que ponía prácti-


camente la isla entera en perpetuo estado de
sitio, reforzado por las facultades concedidas
á Tacón de lanzar de allí sin estrépito de
juicio, militar ó civil, á cuantos, españoles ó
cubanos, juzgase inconvenientes.
Impulsaron á los liberales á proceder de
tan injusta manera dos sentimientos, á cual
menos respetable cada uno : poner en m a n o s
del gobierno metropolitano el medio de dis-
poner á su antojo de las pingües rentas de las
colonias, del sobrante de sus cajas, para las
necesidades de la península, sin intervención
ni reparos de los c o n t r i b u y e n t e s ; y permitir
á los capitanes generales hacer y deshacer á
su antojo sin que voz autorizada de cubano,
portorriqueño ó filipino, pudiera alzarse y
denunciar el atropello en el Congreso ó en el
Senado. Esos sentimientos se aplican y se
explotan, pero no se confiesan. No tuvieron
por otra parte escrúpulo de pregonar algún
otro bien extraño, como el que envuelven estas
palabras de Arguelles : « Si á la isla de Cuba
se dieran derechos políticos, ella se decla-
raría independiente, los diputados de las pro-
vincias de Ultramar emplearían el elemento
de libertad como un medio de ilustración y
de romper los lazos que la unen á la metró-
poli ». Era Arguelles demasiado inteligente
para no considerar el elegir unos cuantos
90 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

diputados, que se perderían á modo de rari


hantes en el vasto mar del Congreso nacional,
como un derecho político bien anodino, bien
inocente, y quizás no hay en esas palabras m á s
que el fondo maquiavélico que al través se des-
cubre : la intención deliberada de poner difi-
cultades á toda idea de rápido progreso en
las colonias y ele aplicar, á fines ajenos á su
bienestar y su adelanto, el producto de las
pesadas cargas epue las abrumaban. Más p r o -
bable todavía es eme el eminente doctrinario
estuviese sinceramente convencido, á despe-
cho de su larga residencia en Inglaterra,
como lo estaba la inmensa mayoría, acaso la
unanimidad de los españoles, de que las colo-
nias del continente americano se habían sepa-
r a d o y perdido á causa de los derechos polí-
ticos reconocidos en 1 8 1 0 , derechos que en
verdad prácticamente se redujeron á unos
cuantos diputados en las Cortes de Cádiz y á
unos cuantos vivas á la constitución de 1 8 1 2 .
Contra esa convicción era entonces imposible
luchar. No podía prever el orador, ídolo del
liberalismo constitucional, C[ue poco más de
medio siglo después se perderían j u n t a s y de
una vez todas esas colonias ; por la poderosa
intervención de los Estados Unidos del Norte,
es verdad ; pero sin que la masa cubana, p o r -
torriqueña ó filipina manifestase el menor
deseo de oponerse al interventor ó la m e n o r
JOSÉ MORALES LEMUS 91

pena de perder la nacionalidad española.


Esta injusticia, tan deliberadamente come-
tida, fué el grande y funesto error de los
liberales. Diríase hoy que la suerte quiso
cobrárselos, hacérselos pagar m u y caro, pues
liberales del mismo credo, discípulos, d e s -
cendientes directos y herederos de los h o m -
bres de 1887, fueron los que se dejaron arras-
trar y precipitar á la guerra con los Estados
Unidos, antes que ceder la isla á los cubanos,
y los que pusieron sus firmas al pie del tra-
tado que reconoció y consumó la pérdida
total.
Los liberales perdieron en España el poder
y todo género de influencia al caer la Regen-
cia de Espartero en 1843, y ocuparon su
lugar los moderados con el terrible general
Narváez á la cabeza. No tuvo éste nada que
alterar ó innovar en la administración de las
colonias, porque los predecesores habían
hecho el trabajo ; pero el único daño grande
que podía inferir á la isla se lo infirió, m a n -
dándole como procónsul al general Leopoldo
Ü'Donnell, que pasó sobre el país como un
meteoro asolador. La historia de los cuatro y
medio años de su gobierno puede compen-
diarse en pocas palabras : dejó entrar, á des-
pecho de compromisos y tratados internacio-
nales, cuantos negros esclavos quisieron traer
de África, y afirmó descubrir una conspiración
92 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de mulatos libres y de n e g r o s , de cuya exis-


tencia ni entonces ni después hubo la prueba
menor, y que procedió violentamente á sofo-
car (i).
Los desaciertos de los políticos maquiavéli-
cos de Madrid y los desafueros en Cuba de
tiranos militares de limitada inteligencia,
como Tacón, ó héroes feroces de guerra civil
como O'Donnell, hicieron brotar entonces la
idea anexionista y formarse un partido com-
puesto de cubanos enérgicos, que solamente
creían posible un cambio en la situación del
país entrando en la confederación angloame-
ricana, y adhiriéndose á la tendencia invasora
y conquistadora que imprimían en esa época
á la política de la república los estados con
esclavos y cuya preponderancia en W a s h i n g -
ton era indiscutible. Muchos propietarios de
fincas, entre ellos algunos españoles, y gran
número de los que no podían soportar el d e s -
potismo bajo el cual vivían, dieron desde luego
importancia, recursos y solidez al nuevo par-
tido. Morales L e m u s entró en él inmediata-
mente.
La idea y el partido estaban sin embargo
condenados á fracasar. Muy desde el princi-
pio la oposición vigorosa que en escritos muy

(i) E s t e e p i s o d i o de la h i s t o r i a de C u b a s e e n c o n t r a r á
m á s d e t e n i d a m e n t e t r a t a d o e n la b i o g r a f í a del p o e t a
Plácido, c o n q u e t e r m i n a el p r e s e n t e v o l u m e n .
JOSÉ MORALES LEMUS 93

leídos les hizo el eminente publicista José


Antonio Saco, detuvo á muchos y restó par-
tidarios. Luego las expediciones mal prepara-
das desembarcaron, sin precauciones ni con-
cierto previo, donde no las aguardaban, de-
masiado cerca de la Habana, del centro de
recursos del gobierno español. El general
Narciso López, á pesar de su valor y de la
sinceridad con que había renunciado al alto
grado y al prestigio militar que tenía en el
ejército de España, sucumbió con todos los
suyos en la segunda tentativa, y fué á morir
en un patíbulo, en suplicio calificado de vil,
ordenado por el general José de la Concha,
nacido en la América del Sur, como él, y que
había sido subordinado suyo en la guerra civil
de España.
Esto ocurrió en 1851. Cuatro años después
la idea anexionista, que parecía dormida en
Cuba y sólo en los E s t a d o s Unidos producía
estéril y convulsiva agitación, despertó de su
letargo. La crueldad de los gobernantes y el
desbarajuste político de las cosas en España
pudieron más que las predicaciones de Saco,
más que el temor á la persecución y á los su-
plicios. Formóse en la isla una agrupación
numerosa que, bajo la dirección de Ramón
Pintó, catalán de talento y enérgica actividad,
colectó sumas grandes de dinero y empezó á
preparar el terreno para un gran esfuerzo al
94 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

llegar una poderosa expedición militar orga-


nizada en los Estados Unidos. Morales Le-
m u s , íntimo de P i n t ó , fué uno de sus princi-
pales consejeros durante la conspiración.
La prisión de Pintó y otros en la Habana
fué el primer golpe que contribuyó á desbaratar
los planes. Gobernaba entonces la isla por
segunda vez el general Concha y recibió de
los E s t a d o s Unidos (según algunos, directa-
mente del gabinete del Presidente Pierce) las
primeras noticias sobre la existencia de la
conspiración ; logró luego sobornar á un mi-
serable, español de nacimiento, que algunos
de los conspiradores habían conocido en los
presidios de África, donde los había llevado la
bárbara represión, y habían empleado como
instrumento ; y sabiendo Concha así ios
nombres de algunos, procedió á encarcelar
todos aquellos cuya complicidad simplemente
sospechaba. Nunca obtuvo otras pruebas con-
cluyentes. Sometió á Pintó aconsejo d e g u e r r a .
A pesar de que nada grave pudo averiguarse
y de que el mismo asesor militar se negó á
aprobar la pena de muerte por falta de evi-
dencia en el proceso, buscó otros jueces que
se prestasen á sancionar su propósito, é hizo
subir al patíbulo al ilustre conspirador, cuya
memoria desde entonces conservan los cuba-
nos con afectuoso r e s p e t o .
No estaba aún todo perdido. Los preparati-
JOSÉ MORALES LEMUS 95

vos continuaban en los E s t a d o s Unidos, y


como Concha no había descubierto los diver-
sos hilos de la extensa trama, lugar quedaba
para la esperanza. Morales L e m u s hizo
entonces un viaje á Nueva York y celebró
varias conferencias con los jefes principales.
Pero debían durar poco las ilusiones. El g o -
bierno americano, que sin duda alimentaba y
aun confesaba el deseo de anexar á Cuba,
a u m e n t a n d o de ese m o d o la fuerza del par-
tido esclavista que dirigía la marcha de la
política del país, era después de todo respon-
sable ante el mundo de esas expediciones
militares, aprestadas y despachadas en su
territorio contra la colonia de un país con
quien estaba en paz. España llena de susto
apeló á Francia é Inglaterra, avivando fácil-
mente el recelo y la ojeriza que á esos gabi-
netes inspiraba el poder mayor cada día de la
floreciente república. La diplomacia esgrimió
sus a r m a s , el Presidente y su secretario de
Estado, Marcy, cedieron ante la actitud ame-
nazante de ambas monarquías, y para evitar
lucha abierta con el espíritu popular resuelto
en favor de la anexión de Cuba, probaron
influir sobre el aventurero, que organizaba la
expedición y debía ir á su cabeza, el general
Ouitman, exgobernador del estado de Missi-
sipí. Era un americano, su propia patria pa-
recía amenazada de una guerra con las tres
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

naciones de la ribera opuesta del Atlántico, y


ella misma le pedía que prefiriera su país á su
aventura. Cedió, se puso él mismo á deshacer
lo que había hecho, y fracasó de esta manera
el esfuerzo mayor hasta aquella fecha de
Cuba contra E s p a ñ a . Esta es la explicación
más verosímil y acreditada. Ouitman nunca
dio ninguna.
El gobierno de Madrid respiró libre ya de
zozobras y el general Concha, envanecido con
el triunfo á poca costa logrado, comenzó á
extinguir sistemáticamente los últimos vesti-
gios de vida política de la colonia ; desterró ó
hizo huir á muchos que no pudo condenar
ante los tribunales ; alteró el modo de ser de
todos los cuerpos industriales, científicos y
hasta de recreo ; puso en manos de la autori-
dad militar toda especie de derechos, públicos
ó individuales ; y aprovechando fácilmente el
desaliento producido por los recientes desgra-
ciados sucesos, pudo decir con verdad que
reinaba la paz en Cuba, la paz del despotismo,
que semeja la quietud de los cementerios.
Así realmente parecía. Hay momentos de la
vida en que los más enérgicos se sienten inva-
didos por cansancio invencible, y el mismo
Lútero exclamó una vez en un camposanto :
« Los envidio, porque descansan ».
P o r no haber representado Morales L e m u s
papel muy conspicuo en esos sucesos, libróse
JOSÉ MORALES LEMUS
nr
de la persecución inmediata y pudo continuar
sus trabajos en relativa obscuridad. Sus ideas
políticas permanecieron las mismas y siguió
siendo como antes cubano deseoso de ver la
libertad asentada en su patria, y anexionista
por interés del país, para el que ambicionaba
los beneficios de la admirable organización
interior de los E s t a d o s Unidos y de su p r o s -
peridad, sin que tuviese parte alguna en sus
opiniones el conservar la esclavilud de los
negros. Al contrario, fué siempre abolicio-
nista y desde muy temprano dio libertad á
todos los criados esclavos de su casa, únicos
que poseía, los cuales se quedaron siempre
con él, tratados con afecto como parte de la
familia.

IV

Ibase ya desvaneciendo la reacción de can-


sancio y de disgusto que sucedió á los desen-
gaños de i855, sin que hubiese logrado el
gobierno encender la más ligera chispa de
a m o r á la metrópoli, pues firme ésta en su
política de explotación y de injusticia, inaugu-
rada desde el siglo xv, no tenía otro objeto
cuanta reforma establecía que sacar rentas
mayores de la opulenta colonia y abrir campo
á la codicia desenfrenada de los españoles.
6
98 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Continuaban éstos acudiendo en b a n d a d a s ,


sin arredrarles los rigores del clima, a g u i -
joneados por el afán de la riqueza y sin p a -
rarse á considerar si tenían ó no derechos de
h o m b r e s libres los hijos de ese suelo, con-
quistado tres siglos y medio antes, y para
cuyo gobierno y sujeción se creían aun pren-
das esenciales la dureza, la audacia, la inso-
lencia y el estrecho, intolerante patriotismo
que han hecho famosos en el m u n d o á los
Pizarros, los Almagros y tantos otros. Los
españoles guardaban mucho todavía del e s p í -
ritu de los tiempos de la conquista ; entonces
eran un puñado de h o m b r e s en medio de mi-
llones de indios ; luego, eran también el menor
número en la población de las colonias, y el
sistema, diverso en la apariencia, era el mismo
en realidad, tal como lo describe con maes-
tras pinceladas Quintana en la Vida del
Padre Las Casas :
« Siempre en proporción de uno contra
ciento, y empeñados en dominar y oprimir, á
cada paso se veían perecer víctimas de su
temeridad y de su arrojo, á cada paso se ima-
ginaban que venía sobre ellos la venganza de
los indios ; cualquiera acción equívoca, cual-
quiera seña incierta era para ellos anuncio
de peligro ; y el instinto de la conservación
exaltado entonces hasta el frenesí, no les ense-
ñaba otro camino que el de espantar y aterrar
JOSÉ MORALES LEMUS 99

con la prontitud y la audacia ; y anticiparse á


matar para no ser muertos á su vez. » Esto era
en i 5 n : concibieron el horrendo propósito de
exterminar una raza entera en ciertos territo-
rios, y lo consiguieron de tal m o d o , que es
inútil buscar en Cuba, por ejemplo, el m e n o r
rastro de sus primitivos pobladores. La misma
lógica terrible, apoyada en la misma expe-
riencia, es la que movió á Cánovas del Castillo
á enviar á Cuba el general W e y l e r , con ins-
trucciones de hacer con los cubanos lo que
con los indios en las m i s m a s islas hicieron sus
antepasados.
No había variado, pues, la opinión g e n e r a l ;
Morales Lemus mantenía, como todos, vivo el
noble anhelo de s a c u d i r l a oprobiosa domina-
ción; pero el antiguo partido anexionista había
perdido m u c h o s adherentes entre aquellos que
bascaban el conservar y afirmar sus propie-
dades, satisfechos de no existir ya el menor
peligro de que soñase España en aplicar á
Cuba principios tan radicales de justicia como
la abolición de la esclavitud, cosa que sólo
antes invocaba creyendo asustar con esa a m e -
naza á los E s t a d o s Unidos del S u r ; cuando
ahora al revés se la veía encubrir y fomentar
por medio de sus empleados la trata de
África.
Los cañonazos disparados en Abril de 1 8 6 1
contra el fuerte Sumter en Chárleston, que
100 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

dieron principio á la tremenda guerra civil y


aseguraron la abolición ulterior y final de la
esclavitud en toda la república, acabaron de
disipar las últimas ilusiones, Sólo pensaron
ya en futura anexión cubanos patriotas y bien
intencionados que, alarmados ante la triste
condición de algunas de las repúblicas hispa-
noamericanas, acogían esa idea como único
medio de apartar de Cuba tan sombrío y des-
consolado porvenir. Conservó Morales Lemus
hasta el fin de su vida este modo de pensar ;
pero observando cuánto habían variado, por el
desenlace de la guerra civil, la política y las
tendencias de los Estados Unidos, pensaba
que la anexión de Cuba sería ya menos deseada
y aun temida por los h o m b r e s de estado de
aquella república, como prueba peligrosa para
la misma robusta constitución que todos los
años tan fácilmente se asimila centenares de
millares de emigrados ; y que en Cuba tam-
bién, mientras más durase la guerra de inde-
pendencia comenzada en 1868, menos proba-
bilidades habría de que la aceptase la mayoría
de sus habitantes. No podía por de contado
prever la intervención armada de los Estados
Unidos, ni m u c h o m e n o s l a l l a m a d a « enmienda
Platt », incorporada en la constitución de la
república cubana, que resolvería la cuestión
de otra manera, pues no tienen ya los E s t a -
dos Unidos razón de buscar una anexión que
JOSÉ MORALES LEMUS 101

nada agregaría á su poder que 'no esté com-


prendido en dicha enmienda ; ni Cuba necesita
de los listados Unidos más de lo que en ella
también los Estados Unidos le han g a r a n t i -
rado : su independencia y su estabilidad.
Vinieron entonces á Cuba, uno d e s p u é s del
otro, por mero accidente, dos nuevos gober-
nadores, los generales Serrano y Dulce, m á s
h u m a n o s q u e Tacón, que O'Donnell ó que Con-
cha, y ellos, sin alterar en esencia las tradi-
ciones de gobierno y el sencillo y tirante apa-
rato de centralización que se ponía en sus
manos, hicieron un poco más llevaderas las
cosas, por efecto de su carácter y sus ideas
personales. Su método de gobernar coincidió
con los momentos en que la opinión, hostil
siempre ala injusticia del régimen establecido,
no lograba divisar para Cuba un porvenir, que
no fuese á costa de guerra larga y sangrienta,
desoladora del país. La relativa latitud con-
cedida, casi insensiblemente, al derecho de la
imprenta permitió á varios cubanos concebir
y ejecutar el proyecto de hablar en un p e r i ó -
dico en nombre del país, defender sus necesi-
dades é intereses, opuestos naturalmente al
sistema de explotación implacable de España,
y que estrechase por toda la isla un lazo armo-
nizador delaopinión ; queabriese, mejordicho,
una vía por donde pudiesen correr y unirse las
aspiraciones de todos. Ya con el n o m b r e de
6.
102 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

El Siglo había un diario, redactado por cuba-


nos, que de cuando en cuando aludía emboza-
damente a las injusticias del gobierno ; pero
que ni tenía la existencia asegurada ni m o s -
traba propósito bien decidido y firme. Morales
L e m u s reunió en su casa varios amigos, reco
gió dinero, contribu3 endo él con suma mayor
r

que la de los demás ; constituyóse un comité,


de que fué n o m b r a d o presidente, para soste-
ner el periódico y dirigir su marcha, y en esas
condiciones salió El Siglo reorganizado el pri-
mero de Marzo de 1863.
A la cabeza de su redacción aparecía el
conde de Pozos Dulces, de conocidos antece-
dentes políticos, adversario constante de
España, por ésta ya antes perseguido y des-
terrado ; cuyo solo n o m b r e daba por tanto al
periódico subido color ele liberal y de cubano,
porque todos conocían su inflamable corazón
y su ardiente patriotismo. El artículo-pro-
grama apareció escrito con moderación y
habilidad, esbozando vagamente una mar-
cha futura, revelando mejor el cuidado de salir
sin mutilación de las g a r r a s de la censura ;
agregando en suma que sería el periódico
eco de las verdaderas necesidades del país y
buscaría legalmente la reforma de iodos los
a b u s o s . No emitía, pues, programa concreto
y detallado, pero en el estado del país b a s -
taba para darle interés y novedad el solo
JOSÉ MORALES LEMUS 103

carácter de cubano, pues los otros tres


diarios políticos de la Habana se proclama-
ban, además de españoles, defensores de lo
que llamaban « principio de autoridad », lo
que simplemente quería decir sostenedores de
la inferioridad política de los nacidos en el
suelo déla isla y de la continuación perpetua
del poder en la casta privilegiada de los naci-
dos del otro lado del Atlántico.
Recelosos estos últimos de la importancia
que pronto adquirió El Siglo, de la competen-
cia que como negocio mercantil les hacía, y
molestados por la constancia con que los re-
futaba y desenmascaraba á cada paso, deter-
minaron renunciar á toda discusiónde detalles
y atacar á fondo al adversario, denunciando,
acusando en él, tendencias subversivas, an-
tiespañolas, atentatorias á la m a d r e patria, de
ésas que exigen sobre el culpable « la hopa en-
sangrentada de los parricidas » como dijeron.
A fuerza de repetirlo, la situación llegó á ser
muy tirante, y muy violenta la grita del popu-
lacho español, de propósito azuzado contra el
papel cubano. Evitó Pozos Dulces cuanto pudo
el darse por entendido ; pero al fin fué preciso
ceder á los cotidianos ataques del periódico
oficial del Apostadero que se titulaba Diario
de la Marina, el mismo que pedía la hopa y el
cadalso, y que en tono cada vez más amena-
zador preguntaba si estaba ó no El Siglo con
104 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

España, y nada más que con España. El a r -


tículo con que se salió hábilmente del mal paso
el a5 de Marzo de i865, leído de antemano en
el comité presidido por Morales L e m u s y por
todos aprobado, fué escrito por Pozos Dulces
mismo, con la moderada dosis de energía que
únicamente las circunstancias permitían. « Ex-
traña acusación », decía, « la de que El Siglo,
que se agita por obtener para Cuba todos los
atributos de provincia española d e q u e hoy ca-
rece... sea un periódico antiespañol ;El Siglo,
que pide para Cuba representación en las
C o r t e s . . . que en ciertas cuestiones en que es-
tán interesados el buen nombre y la honra de
la nación española, opina en el sentido de
ese buen nombre y esa honra. » « Todo lo
que es digno » agregaba al final « noble, ele-
vado y moral en la nacionalidad española, en-
cuentra en El Siglo un ardiente proclama-
dor. »
Ese día nació en la isla de ese artículo un
nuevo partido con el nombre de « reformista ».
El deseo que sienten los hombres h o n r a d o s
de ser consecuentes aun con aquello mismo
que han dicho en m o m e n t o s azarosos, también
la incertidumbre que reinaba en las ideas
y las aspiraciones de muchos de los cu-
banos más distinguidos, les hizo aceptar
luego como fórmula de partido político la idea
expresada en el artículo, y de este modo, casi
JOSÉ .MORALES LEMUS 105

sin sentirlo, por lo menos sin saberlo ó espe-


rarlo de antemano, se constituyó el partido.
Llamóse reformista porque su fin era obtener
pacíficamente de España la autonomía polí-
tica ele la isla bajo la bandera española y el
reconocimiento de los derechos que ese régi-
men traía consigo. Como antes el partido
anexionista, fué este otro en realidad una mera
agrupación de personas, casi por accidente,
animadas algunas de diversas y hasta opues-
tas esperanzas ; pronto se adhirieron otras
cuyo único deseo siempre fué aliviar el país
de la abrumante opresión. Así pareció desde
luego numeroso, formidable, y la idea cundió
por toda la isla.
El partido intransigente español, « e s p a ñ o l
sin condiciones », como se apellidaba, mucho
más compacto por menos n u m e r o s o , y con el
pasado y el presente de su lado y en su favor,
comprendió demasiado que tal ansia repen-
tina de reformas por medios pacíficos en
muchos era solamente un pretexto ; pero
como el capitán general Dulce no se oponía y
aun parecía aprobar el movimiento ; como los
cubanos no hacían más que continuar lo que
en España habían iniciado varios políticos
respetados ; lo que se leía en publicaciones
acreditadas como La América, y lo que había
defendido públicamente en el S e n a d o el gene-
ral S e r r a n o , tuvo que a c e p t a r l a lucha en ese
106 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

nuevo campo abierto y combatir enérgica-


mente las reformas pedidas por el Siglo en
nombre del otro partido. Morales Lemus, que
era uno de los principales dueños del perió-
dico, presidente del comité directivo, y al
mismo tiempo uno de los que en el país ejer-
cían mayor influencia, por su reputación de
abogado, su conocida oposición al sistema de
gobierno existente y sus dotes de buen j u i -
cio é invariable rectitud, se halló, sin solici-
tarlo, á la cabeza del nuevo partido, en cuyo
nacimiento y desarrollo, tuvo sin e m b a r g o
más parle Pozos Dulces que ninguno.
Sobraba sagacidad en Morales L e m u s para
no comprender la desigualdad de la lucha
que se empeñaba, y cuan difícil é impro-
bable sería que el gobierno de Madrid c e -
diese gratuitamente á las exigencias de s u b -
ditos lejanos, cuyos intereses estaban en
abierta contradicción con los de aquellos que,
al defender sus intereses, defendían la escla-
vitud y la tranquilidad de una colonia, por la
fuerza ligada á su m e t r ó p o l i ; conocía dema-
siado bien la historia pasada de América y
de Cuba misma, para no saber que, resuelta
España á no p r e p a r a r s e ni r e s i g n a r s e j a m á s
á la pérdida de sus últimas posesiones del
Nuevo Mundo, necesitaría siempre compen-
sar la debilidad material en que la gran dis-
tancia la ponía, aliándose estrechamente con
JOSÉ MORALES LEMUS 10 f

la intolerancia de sus hijos residentes en ellas;


tenía en fin demasiado presente que los más
de los políticos c o n s i d e r a d o s como acérrimos
liberales en España habían sido constante-
mente en Cuba implacables enemigos de todo
régimen, no sólo liberal, sino aun represen-
tativo, como tan miserablemente lo demostra-
ron en i83y.
Todo esto sabía él y sabían todos, pero en-
traron en la lucha como único terreno entonces
propicio, y porque si el resultado final era tan
infeliz cual se temía, serviría de último desen-
gaño y justificaría cualquier acto posterior de
desesperación. El Siglo continuó sus polé-
micas, estorbado siempre por la censura y
duramente atacado por los órganos españoles.
Se escribieron y suscribieron con numerosas
firmas varias exposiciones á la Reina, al gene-
ral Serrano, á otros, insistiendo en la peti-
ción de reformas, y que por de contado
provocaron otras contrarias, que los españoles
de la isla se apresuraron á firmar.
El partido reformista, en tanto, con las velas
bien henchidas, parecía bogar s e g u r a m e n t e
hacia el puerto deseado y los vientos que desde
España soplaban no podían ser m á s favo-
rables. Allí m u c h o s liberales, los escritores
economistas, varios jefes militares con Se-
rrano á la cabeza, se declaraban en favor de
reformas radicales para Cuba y P u e r t o Rjco.
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

No tenía el partido m á s que tres meses de


existencia cuando, en Junio, se supo que ha-
bía sido derrocado en Madrid el ministerio de
represión y retroceso presidido por Narváez,
y que en su lugar había subido al poder la
llamada Unión Liberal, con O'Donnell al
frente, con la adhesión completa de Serrano,
y con Cánovas del Castillo en el ministerio
de Ultramar. Este nuevo ministro, poco
conocido todavía, se sabía que era hombre
de estudio y de saber, conocedor de la h i s -
toria, y se le suponía capaz de grandes inicia-
tivas. En efecto, apenas reunidas nuevas
Cortes, en las cuales figuraba Serrano como
presidente del Senado, se oyó en el discurso
de apertura en nombre de la Corona que no
se demorarían las « reformas necesarias de
Ultramar ». Desgraciadamente pronto hubo
ocasión de convencerse de que no era todo
más que palabras vanas, p r o m e s a s falaces, y
que daba Don Antonio Cánovas los primeros
pasos por la senda en la cual, m á s por impul-
so suyo que de otro alguno entre los políticos
españoles, continuarían sus sucesores hasta
llegar al abismo donde, antes de finalizar el
siglo, se precipitaría la nación, para salir de
él empobrecida, humillada, despojada, no
solamente ya de. la isla de Cuba, sino tam-
bién de todas sus otras coloniasde América y
de Asia.
JOSÉ MORALES LEMUS 109

No faltaron cubanos que recibieran con


aprensión la noticia de la entrada de Cáno-
vas en la dirección de los negocios de Ultra-
mar, recordando el discurso que en ese
mismo año, pocos meses antes, había pronun-
ciado en el Congreso, en contra de la retirada
de las tropas que ocupaban á S a n t o Domingo
tal como lo había acordado el ministerio Nar-
váez. España, como es sabido, volvió á esa
isla, porque la llamó una de las facciones irre-
conciliables que traían dividida y destrozada
la república constituida en la parte oriental de
esa primera grande Antilla descubierta por
Colón. Envió tropas de Cuba, y por cierto
espacio de tiempo pareció realmente la
mayoría del país aceptar la reanexión. P r o n t o
sin embargo todo c a m b i ó ; apenas se vieron
los dominicanos insolentemente tratados por
militares acostumbrados á despreciar negros
y mulatos en la isla de donde venían y en la
cual se les consideraba legalmente como
inferiores; apenas además se vieron opri-
midos, esquilmados, tiranizados, unos y
otros, — los que los llamaron, y los que los
aceptaron luego — r e s i g n a d o s por terror á la
anarquía, se levantaron, tomaron las armas
y prefirieron morir combatiendo á continuar
como españoles. El abandono de la isla se
impuso por tanto, pues no se subyuga fácil-
mente á quienes ya han sido libres y están
7
no BIOGRAFÍAS AMERICANAS

dispuestos á todo por readquirir la libertad.


Cánovas empero se opuso, resueltamente,
inútilmente, y sin entrar en el fondo de la
cuestión había apelado sobre todo á razones
de sentimiento, de honra nacional, de p a t r i o -
tismo, en fin, que tenía más de patriotería que
de juiciosa estimación de los intereses reales
de su propio país : « Si se abandona á S a n t o
« Domingo, exclamó en esa ocasión, si no
« conservamos nuestra posición en América,
« ¿, qué papel haremos diez y siete millones
« de almas en el m u n d o , con los recursos que
« nosotros tenemos y con lo que hemos repre-
« sentado, no hace todavía un siglo, en el
« mundo? ¿ Así se borra en un momento una
« larga historia ? ¿ Así se abandona en un
« instante de desmayo el p o r v e n i r ? . . . »
Ciertamente no se equivocaban los que
desconfiaban de quien era capaz de a h u e c a r
de tal modo la voz y emitir tan altisonante
interpretación de lo que en suma se reducía á
desenlazar de la única manera posible lo que
no había sido más que una intriga, tan mal
concebida como torpemente ejecutada. C á n o -
vas era por fin y postre uno de los infinitos espa-
ñoles convencidos de que se habían perdido
las colonias porque se les habían reconocido
derechos de ciudadanos españoles en 1 8 1 0 , y
por ende uno de los que nunca concederían es-
pontáneamente libertades políticas á Cuba ó á
JOSÉ MORALES LEMUS 111

P u e r t o Puco. Bien lo probó en el resto de su


vida. Veintiséis años después, el 3 de Julio
de i 8 g i , en otro discurso ante el Congreso,
siendo omnipotente primer ministro, declaró
haber hablado del siguiente modo á cuantos
cubanos autonomistas se le habían acercado :
« Antes de pedirnos cosas, que en cierto modo
« pudieran ser posibles y legítimas, empezad
« por convencer, á los que profesan en Cuba las
« ideas incondicionales en favor de la m a d r e
« patria, de que en vosotros no queda ningún
« resquicio, ningún germen, ninguna sombra
« de separatismo ». Esto equivalía, es claro, á
cerrar toda puerta á la esperanza de obtener
esas cosas posibles y legítimas, pues en los
cuatro siglos que dominó España en suelo
americano no hubo un solo español que no
viese en todo americano un enemigo descu-
bierto ó e n m a s c a r a d o , y lo mismo hubiera
continuado siendo si otros cuatro m á s h u -
biese continuado gobernando la América.
Tenían el poder, la fuerza en las manos, y
con ello multitud de privilegios y monopolios
á que no habían de renunciar voluntariamente.
Eran por consiguiente las ideas de Cánovas
en este punto un verdadero círculo vicioso ; y
este mismo discurso es el que contiene aquella
frase, que se ha hecho tristemente célebre:
« En Cuba emplearemos, si fuere necesario,
el último h o m b r e y el último peso. >;
112 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Las ideas de tan famoso orador político,


tan aplaudido hombre de estado, de cuyo
entrecejo dependía la vida de millares de ame-
ricanos tan cultos y tan sinceros corno él,
sobre el porvenir de Cuba, se encuentran
condensadas en otro discurso solemne del
Congreso de los Diputados el 7 de Febrero de
1880 : « La cuestión en Cuba es ante Lodo de
« recursos y de armas, no hay que equivo-
<( carse. ¿ Tenéis medios de mantener contra
« los enemigos j u r a d o s de nuestra nación,
« de nuestra patria, tenéis medios de sostener
« un ejército suficiente ? P u e s echaos á dormir
« sobre el porvenir de la isla de Cuba. »
P a r é c e m c que quien tan deliberadamente
pronunció estas palabras, quien gobernó á Es-
paña con todo su prestigio intacto hasta el día
del mes de Agosto de 1897 en que pereció ale-
vemente asesinado, ha de ser siempre consi-
derado principal responsable de la situación
que, ocho meses después, produjo la guerra
con los Estados Unidos, y tras ella la pérdi-
da de la isla y del ejército y de la escuadra,
cuya existencia bastaba, según él, para apar-
tar de la mente de la nación todo género de
inquietud. Hubo algo sin duda con que
debió contar y con que no c o n t a b a , á pesar de
su confianza y de su arrogancia.
JOSÉ MORALES LEMUS 113

El Real Decreto, iniciador de las reformas,


redactado y refrendado por un ministro que
tales opiniones anidaba, no podía c o r r e s p o n -
der á lo que tan ansiosamente se esperaba.
Publicóse y fué menos aún que el parto de los
montes, pareció una burla, se oyó como un
sarcasmo. Declaraba el ministro terminante-
mente en el preámbulo que no sabía qué h a -
cerse en un país :< donde aparecían los ánimos
tan divididos » ; que si llamaba diputados cu-
banos á las Cortes, empezaba por conceder
una reforma, y no estaba á ello decidido to-
davía; con curiosa duplicidad confesaba luego
quo no había aun examinado « con serenidad
y prudencia » los remedios más propios á los
males de Cuba, y puesto que no los conocía
ni quería oírlos de boca de diputados á Cortes,
disponía : que fuesen á Madrid á contestar
preguntas « ante una junta autorizada y com-
petente veintidós comisionados elegidos p o r
los Ayuntamientos de las dos islas, todos los
senadores que h o y las representan, las auto-
ridades principales que las han gobernado y
las gobiernan, y un número de personas igual
al de los comisionados de los Ayuntamientos,
escogidas » por el Gobierno de la metrópoli.
114 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

« Esto basta, agregaba con disimulada ironía,


para atender á las inmediatas exigencias de lo
presente. » Todo ello larga, pesada y monóto-
namente escrito, como lo e s t á c u a n t o n o s queda
de la pluma del autor de La Campana de
Huesca, el cual hablaba mucho mejor de lo que
escribía. En pleno año de 1860 decía España,
por boca de uno de sus hijos más distinguidos,
que era malo el gobierno de ambas islas,
pero que en los tres y medio largos siglos que
había estado gobernándolas, no había tenido
tiempo de estudiar su mejoramiento ; y dando
largas al asunto á pesar de la evidente ur-
gencia, organizaba una j u n t a , cuya mayoría
de miembros nombraba el gobierno ; que care-
cería de toda iniciativa ; respondería con las
puertas cerradas á lo que se le p r e g u n t a s e y
nada más que á lo que se le p r e g u n t a s e ; y
que se disolvería sin comprometerse el go-
bierno á ejecutar cosa alguna délo respondido,
aunque fuese por mayoría ó por u n a n i m i d a d .
Asistirían á la comedia diez y seis comisio-
nados cubanos, elegidos conforme á la prác-
tica de una ley inicua de Ayuntamientos, por
un número reducidísimo de electores. En esto
vinieron á parar tantas y tan solemnes pro-
mesas.
Despertóse gran indignación entre los re-
formistas; no faltaron quienes opinaran por la
completa abstención y no pensar más en r e -
JOSÉ MORALES LEMUS 115

formas realizadas por el gobierno. Pero la


verdad es que el que pide se compromete desde
luego á admitir y abandona el derecho de rehu-
sar por mezquino lo que quieran darle. Si ese
movimiento reformista representaba, como
creían, un último ensayo de paciencia, debía
continuarse hasta su término y no dar prueba
de poca calma dejando la lid á la primera
contrariedad. Morales L e m u s determinó se-
guir junto con todos hasta el fin el camino
comenzado.
Alteró el general Dulce, á petición de. los
intransigentes, el modo de hacer la elección
en la Habana, para asegurar á aquéllos por
medio de un amaño la mayoría de mayores
contribuyentes que formaban el colegio elec-
toral. En el resto de la isla triunfaron los re-
formistas y Morales L e m u s fué elegido en el
distrito de Remedios por gran mayoría.
Fueron tocios convocados para el 3o de O c -
tubre de 1866. En el intermedio había ocurrido
uno de esos cambios de ministerio y depolítica,
entonces en España tanto ó más frecuentes que
ahora. La información maquinada por el par-
tido liberal debía verificarse ante un gobierno
moderado, el cual así podía más fácilmente no
hacer caso de lo que dijesen ó pidiesen los
comisionados electos, cuyas ideas ele reforma
eran conocidas de antemano. Principió el
nuevo ministro llenando el número de miem-
110 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

bros, que le correspondía nombrar, con per-


sonas cuidadosamente escogidas entre los
enemigos declarados de todo cambio en Cuba
y entre los que habían suscrito las exposi-
ciones en contra de toda alteración del régi-
men. Caso verdadero de l'art pour Parí,
puesto que existía el propósito de no hacer
reformas. No se desanimaron por eso los
otros, porque, como ya dije, las distinciones
de los partidos de España no eran conocidas
en América, y á medida que habían ido ocu-
pando el poder, todos la habían oprimido y
saqueado igualmente.
Las sesiones tuvieron lugar en un salón del
ministerio de Ultramar, donde todo debía
pasar en absoluta incomunicación, con las
puertas cerradas, con prohibición expresa de
la presencia de taquígrafos y de que se diese
á la prensa texto ó extracto alguno de lo que
allí se discutiere. Bajo esas condiciones les
era lícito expresarse libremente. Era como
consejo áulico en monarquía despótica. Ante
los m u r o s exteriores de ese edificio dedicado
á negocios de Ultramar terminaba la España
liberal parlamentaria ; dentro de su recinto
imperaban las tradiciones del Consejo de
Indias de los reyes absolutos. Fuera, la liber-
tad para España ; dentro, la tutela perpetua
con mordaza y grillos para América. Las re-
formas, pensaba sin duda el ministro, para
JOSÉ MORALES LEMUS 117

ssrlo de veras, han de comenzar por el statu


quo y el aislamiento.
Como nada de lo que allí se dijo y se acordó
logró prácticamente algún resultado, carece
hoy de interés relatar la m a r c h a d é l a s sesiones
de esa J u n t a de Información. Dos cuestiones,
dos puntos solamente, puede importar ahora
recordarlos.
Tenía en su poder el ministro el interroga-
torio económico, absuelto ya por todos en un
.solo informe, único en que se pusieron de
acuerdo los elegidos por el pueblo y los nom-
brados por el gobierno, sin divergencia ni
distinción entre mayoría y minoría. En dicho
informe se proponían dos planes, dos solu-
ciones completas : una en la hipótesis de la
supresión de las a d u a n a s , otra en el supuesto
de su continuación ; pidiendo en el primer
caso una contribución directa del seis por
ciento en sustitución de las aduanas suprimi-
d a s ; y en el segundo disminución de dere-
chos, simplificación de aranceles, etc. Con sor-
presa general apareció una mañana en la
Gaceta un decreto que dejaba en pie é intactas
las aduanas, no alteraba derechos ni aranceles,
suprimía unas cuantas contribuciones indirec-
tas de importancia secundaria y establecía un
nuevo impuesto, un income-tax, de diez p o r
ciento de la renta. Hizo el ministro algo peor
todavía : dar á entender en el p r e á m b u l o del
7-
US BIOGRAFÍAS AMERICANAS

decreto, tortuosa é intencionadamente, que


ordenaba esa escandalosa y opresora reforma
de acuerdo con los comisionados elegidos
por Cuba y presentes en Madrid. Sin escrú-
pulo alguno descubría, pues, el ministro ante
la j u n t a aun constituida y en deliberación, su
propósito de no atender á sus votos, de re-
chazarlos con el máximo desprecio, y además
perverso designio de desacreditar, de burlarse
de ellos, echándoles encima injusta y cínica-
mente la odiosidad del abrumante decreto.
Cuando lo leyeron los comisionados, estaba
ya remitido y en camino para A m é r i c a ; llegó
allá sin noticia ni protesta de sus m a n d a t a r i o s .
P o r un instante el pueblo cubano, no imagi-
nando que pudiese el gobierno mentir tan osa-
damente, maldijo la ineptitud, la indiscreción
de aquellos á quienes había confiado sus inte-
reses.
Protestó enérgicamente Morales L e m u s ,
presentó una moción, acompañada de datos
extensos y cuadros estadísticos, para que acu-
diese una comisión á pedir al ministro que por
telégrafo suspendiese los efectos del decreto;
para que si no, se estableciesen las reformas
sobre derechos, aranceles, etc., p r o p u e s t a s
alternativamente ; y para que se permitiese la
publicación del informe de la J u n t a . F o r m ó
él parte de la comisión nombrada, la cual en
vano trató de acercarse al ministro, pues se
JOSÉ MORALES LEMUS 119

abstuvo de recibirla, alegando frivolos pre-


textos, y encargó al subsecretario de hacerles
mil promesas sin ceder en nada ni cejar una
línea. Tampoco consintió de ninguna ma-
nera la publicación pedida. F u é plan pre-
concebido y resuelto, ejemplo insigne de d o -
blez.
Trabajó Morales Lemus y presentó con
aprobación de lodos los reformistas un plan
habilísimo y completo de autonomía política
d é l a isla, inspirado por las ideas m á s libe-
rales, así como fundado en el más profundo
conocimiento de la historia y de las condi-
ciones especiales del país : verdadera consti-
tución política que revela en su autor g r a n d e s
dotes de organizador civil. Mostró inequívo-
camente en esa ocasión que si la suerte no lo
hubiese hecho nacer en suelo esclavo, si hu-
biese vivido en otro tiempo ó en otra parte,
habría ocupado alto y brillante puesto entre
los legisladores de su patria. Es indisputable
que si España hubiera querido ó podido apli-
car ese plan tan minuciosamente estudiado,
la hora de la inevitable separación hubiera
llegado algo más tarde y al fin se habría
realizado sin desgarramiento doloroso, sin
daño profundo de ninguna de las dos. Mas era
inútil esperarlo ; los caracteres nacionales di-
fícilmente se modifican, y España tenía el que
le habían formado tres siglos de posesión, por
J20 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

medio de la fuerza y el egoísmo, de un conti-


nente entero.
Merecería sin duda aquí delenido análisis
plan tan bien estudiado y desarrollado ; pero
como las circunstancias en que se bizo y la
resolución invencible del gobierno de no aten-
derlo, desde luego lo convirtieron en pura
utopia, quede para los curiosos donde única-
mente se encuentra, en el segundo volumen
de la obra que con el título : Información
sobre Be formas en Cuba ij Puerto Bico, se
imprimió poco después subrepticiamente en
la Habana y circuló á escondidas con este pie
de imprenta : Nueva York; imprenta deHal-
let y Breen, 1867.
A fines de 189?, ya en visperas de perder se
la isla para siempre, p r o m u l g ó allí el partido
liberal como último y desesperado recurso, una
constitución autonómica, menos libre y viable
q u e l a p r o p u e s t a antes por Morales L e m u s . Ha-
bíala precedido el paso sangriento y asolador
del general W e y l e r por el país, y no era ya
tiempo de paliativos. España dejó á sus minis-
tros, con sombría indiferencia, ejecutar en
esa hora infausta lo que en ninguna otra hu-
biera consentido. Ya entonces las letras de
fuego de la inscripción fatal é incontrastable
estaban impresas en el m u r o , y lo que había
de ser, fué.
JOSÉ MORALES LEMUS 121

VI

Salió de España Morales Lemu.s y volvió á


su país á continuar, aparentemente tranquilo,
como después de los sucesos de i855, sus ocu-
paciones de abogado. P e r o la situación era
muy distinta. El último desengaño temido era
ya una triste realidad. Importaba ahora hacer
algo y el estado del país revelaba síntomas
inequívocos de inquietud y de próxima bo-
rrasca. La nueva ley de contribuciones, contra
la cual todos habían tan vivamente protestado
en Madrid, se aplicaba con rigor, produciendo
descontento general. Muchos no podían pagar
sin arruinarse el crecido impuesto, todos lo
satisfacían con rabia ó con disgusto ; y sin
embargo esa ley, á pesar de la monstruosa
injusticia inherente, era quizás la única de
cuantas en Cuba se promulgaron que perjudi-
caba por igual á españoles y c u b a n o s . A q u é -
llos, es verdad, al cumplirla, quedaban con el
consuelo de beneficiar á la lejana península,
donde algunos tenían sus familias directas, y
todos, sus amigos y p a r i e n t e s ; a d e m á s d e
contribuirá la riqueza del gobierno, de que se
consideraban formar parte integrante. No por
eso dejaron de combatirla sin cesar, y a p e n a s
los accidentes de la gran insurrección cubana
122 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de 1868 pusieron la fuerza y el poder en manos


de esos peninsulares a r m a d o s de las ciudades,
conocidos con el nombre de Voluntarios,
determinaron aboliría ; en 1870 ya no regía.
No es preciso grande esfuerzo para com-
prender cuan agitados é indignados estarían
los ánimos en la isla durante el año y medio de
aparente calma que precedió á la revolución
armada. Nada tuvieron que explicar los comi-
sionados al volver ; en sus rostros venía pin-
tada la inutilidad del trabajo realizado, mien-
tras el país, más oprimido que nunca, no
necesitaba en palabras incentivo á su indig-
nación. El general Lersundi gobernaba, con
más brusquedad militar que ninguno de sus
predecesores, y sus costumbres vulgares y
sus violencias de carácter se añadían á los
consejos de guerra p e r m a n e n t e s y al tiránico
sistema económico para hacer insoportable la
situación. Vivíase constantemente como en
país ocupado por ejército enemigo, los solda-
dos imperaban y los ciudadanos debían pagar
sin m u r m u r a r las crecidas contribuciones.
F u é un año y medio de conspiraciones; el
sentimiento hostil al opresor era, cual debía
ser, unánime, nadie necesitaba propagar
ideas de resistencia, porque todos estaban
de acuerdo en no haber esperanza de varia-
ción, y en que sólo ya quedaba el recurso tinal
de los despojados : spoliatis arma supersunt.
JOSÉ MORALES LEMUS 123

Sucedía mientras tanto en España algo


semejante en la apariencia. Dos revoluciones
paralelamente p r e p a r a d a s , sin tener la una
noticia de la otra y sin punto alguno de con-
t a d o , llegaron casi simultáneamente al i n s -
tante de su explosión. Sólo en esa coinciden-
cia existe por supuesto semejanza entre la
insurrección militar española, que en un mes
triunfó y echó al suelo un trono secular, y la
revolución cubana, que fué el arranque d e s e s -
perado de un pueblo oprimido por una nación
m u c h o m á s fuerte, y que en su fuerza nada
más apoyaba su dominación ; un acto necesa-
rio, fatal, en que ni la ambición personal ni
otras pasiones individuales tuvieron la menor
parte, en que todo brotó de ese amor desinte-
resado del suelo natal y de la libertad, que
arrastra los h o m b r e s á la lid como torbellino
de fuego, sin darles tiempo de pensar si son
demasiado fuertes los adversarios y si está
más próxima en su camino la muerte que la
victoria.
La revolución española desde el principio
h a s t a el lin conservó su encendido tinte mili-
tar. Generales de la más alta graduación fue-
ron poco á poco reuniéndose á conspirar con-
tra el orden de cosas existente, m á s ó menos
empujados todos por desabrimientos p e r s o -
nales que los alejaban para siempre del lado
de Isabel I I ; la esperanza de ascenso en los
121 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

oficiales y de fortuna política entre los d e m á s


agrupó á muchos desde luego en torno de
aquellos jefes conocidos y estimados por su
valor y sus proezas en la contienda civil ó en
la guerra de Marruecos. En pocos meses casi
todo el ejército regular y los afiliados á los
partidos arrojados del poder se hallaron
envueltos en una gran conspiración. El día en
que estalló, virtualmente venció ; el pueblo
permaneció quieto, casi indiferente ; el g o -
bierno establecido, sin tropas suficientes,
apenas pudo resistir y sucumbió ignominiosa-
mente. Así empezó y así debía acabar. Un p r o -
nunciamiento de marinos en la bahía de Cádiz
le dio el ser ; un pronunciamiento de soldados
á las órdenes del general Pavía dio al traste
con el ensayo de república, que sirvió de
intermedio ; y otro pronunciamiento encabe-
zado por el general Martínez Campos en
la histórica ciudad de Sagunto trajo otra vez
el régimen monárquico y la misma familia
real expulsada en el primer m o m e n t o .
¡ Cuan diferente la revolución c u b a n a !
Estalló en un extremo de la isla y el resto del
país supo al mismo tiempo que el gobierno
español la noticia, en esa forma y en ese ins-
tante para m u c h o s inesperada. Se habían
levantado ciento veinte h o m b r e s , abogados,
médicos, propietarios, literatos, labriegos, —
ni uno solo militar ; — ignorantes del manejo
JOSÉ MORALES LEMUS 125

de las armas y cíelas cosas de la guerra, muy


pocos con fusiles, otros con escopetas de caza
y pistolas de lujo, con sólo a r m a s blancas los
demás. No parecían capaces de resistir un
minuto al ejército regular que guarnecía aque-
llos distritos, y el nombre de Carlos Manuel
de Céspedes, el jefe audaz que había lanzado
el grito de independencia, sonaba por primera
vez en los oídos de m u c h o s . P e r o lo que en
concierto y previa preparación faltaba, era
hasta cierto punto compensado por la justicia
de la causa y la unanimidad del sentimiento
que une á los hijos de un suelo esclavo contra
el enemigo común, contra el opresor de lodos.
Otros distritos oyeron el grito de libertad pro-
ferido por Céspedes en Yara y lo juzgaron
suficiente preparación de la resolución su-
prema. No podían dejar solos á quienes decían
en alta voz y afrontando la muerte lo que
estaba en el corazón de todos. Circuló por la
isla una corriente eléctrica irresistible. En
tres ó cuatro meses, á despecho de fúnebres
profecías y de mil tramas engañosas tendidas
por el gobierno, el resto del departamento
oriental de la isla, y el Camagüey y los pobla-
dos distritos del centro secundaron el m o v i -
miento, y salieron al c a m p o . Salieron al
campo : es la palabra exacta, no todos e m p u -
ñaron las armas, porque no las había, porque
en el arte de conspirar eran novicios, porque
126 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

habían precipitado la ejecución de sus proyec-


tos. Comenzó entonces v e r d a d e r a m e n t e en
Cuba una era nueva, la era de sangre y fuego,
que al cabo de infinitos dolorosos episodios,
de intermedios terribles que parecerían poner
todo otra vez en el prístino humillante estado
de miseria y ruinas incesantes, abriría al fin á
la pobre isla detrás de negros horizontes el
porvenir de paz é independencia que su inque-
brantable constancia merecía.
En virtud del carácter especial de la topo-
grafía de la isla, larga y estrecha, con una
capital de más de doscientos mil habitantes,,
y sin ninguna otra ciudad que pasase de cua-
renta mil, era en la Habana fuerte y numeroso
el elemento español y relativamente débil en
el resto del país. P o r esa razón nunca la Ha-
bana, ni entonces ni después, estuvo seria-
mente amenazada, y permaneció España en
segura posesión de ella hasta su definitiva
evacuación acordada en el tratado de P a r í s .
Si alguna revolución popular había de surgir
con probabilidad de éxito más ó menos re-
moto, sería en los distritos distantes de la
c a p i t a l ; en éstos el sistema tributario era más
oneroso, los españoles en más escaso número,
la idea de vencerlos más fácil de alimentar, y
más intolerable el despotismo del pequeño
cacique militar, gobernador omnipotente de
cada « tenencia de gobierno », sin otras
JOSÉ MORALES LEMUS 127

dotes para el cargo que las que pudiera comu-


nicarle un grado de comandante ó coronel
ganado en la guerra ó, m á s á menudo, sim-
plemente en los cuarteles. Así fué, pues, la
Habana durante los diez años de la primera
revolución, y lo mismo durante los cuatro de
la última, un infierno para los c u b a n o s ; por
el contrario un paraíso de gloria militar para
los comerciantes y horteras venidos de
España, que vestidos de soldados, con los pro-
pios amos de las tiendas donde servían como
oficiales, estuvieron sin cesar (nunca acuar-
telados) pavoneándose por calles y paseos,
con el fusil al h o m b r o , imponiendo su s i n i e s -
tra voluntad á las autoridades s u p e r i o r e s ;
pidiendo consejos de guerra, en los que como
j u e c e s se sentaban ellos m i s m o s , j u z g a n d o y
condenando á cuantos tenían por sospechosos,
aun á conocidos inocentes, para ejecutarlos,
para fusilarlos ellos m i s m o s también, afir-
mando así su poder irresistible, sacrificando
víctimas en honor de su extraviado y violento
patriotismo, cada vez que cualquier noticia,
cualquier suceso adverso ó desagradable, los
exaltaba y enfurecía. El proceso y el asesi-
nato jurídico-militar de los estudiantes del
primer curso de la Facultad de medicina de
la Universidad de la Habana queda y quedará
perpetuamente como m a n c h a indeleble sobre
la memoria de esas h o r d a s civiles desenfre-
128 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

n a d a s , de esos batallones de Voluntarios


españoles.
La conducta respecto de Cuba del nuevo
gobierno, que tan fácilmente se estableció
s ó b r e l a s ruinas del trono de Isabel II, no fué
ni más franca ni más justa de lo que antes
había s i d o . T o d o s sus actos parecieron de
propósito escogidos para advertir á los c u b a -
n a s que no perdiesen tiempo en comedias de
liberalismo fundadas en l o q u e estaba e n E s p a -
ña pasando, y no se fiasen neciamente de p r o -
mesas vagas. El telégrafo submarino unía en
1868 á Cuba con España, el 28 de Setiembre
se ganó la batalla de Alcolea, y en todo el
mes de Octubre no se valió el ministro del
telégrafo más que una vez, el 29, para a n u n -
ciar al ejército que « las gracias concedidas al
de la península se harían extensivas á él ». Ni
una palabra sobre cuestiones políticas ó civiles,
dando prueba irrefragable de que sólo había
triunfado una revolución militar y que si en
E s p a ñ a estaban ya acordadas, p r o m u l g a d a s y
en ejercicio, t o d a s l a s libertades, no tenía prisa
de hacer lo mismo en las Antillas, donde no
interesaba contentar á nadie. El 44 de N o -
viembre recibió y publicó Lersundi otro tele-
grama en que el mismo ministro se manifes-
taba « altamente satisfecho de su digna y
patriótica conducta », conducta que consistió
en sujetar con mano de hierro al país en
JOSÉ MORALES LEMUS 129

nombre de Isabel II ; cuya cifra mantuvo


por todas partes, hasta que fué á c o m -
partir en Francia el destierro de su soberana
y morir, algún tiempo después, siempre leal
y fiel á su causa. El 17 del mismo mes insertó
la Gaceta de la Habana el primero, el único
documento que vieron los c u b a n o s dirigido á
ellos por el Gobierno provisional en los cuatro
últimos meses de 1868. ¡ Qué documento ! Era
una circular para tranquilizar á los españoles
de Cuba, de ningún modo para satisfacer á los
c u b a n o s . El nuevo ministro, poeta dramático,
autor de la famosa proclama de « España con
honra » que dio principio á la revolución de
Setiembre, como Cánovas, crítico y novelista,
fué autor del célebre manifiesto de Manzanares
en i854, no se mostraba en su nuevo puesto
menos hábil ni menos maquiavélico en contra
de los derechos de los c u b a n o s de lo que se
habían mostrado sus antecesores de la monar-
quíaborbónica. F u é una nueva suerte del inva-
riable juego decubiletes. E n N o v i e m b r e d e 1866
dijo el ministro de Ultramar, Cánovas, que,
para informarse de las necesidades del país
que administraba y no conocía, prescindía de
llamar diputados á Cortes, por no plantear el
problema por el fin y empezar concediendo lo
que deseaba simplemente examinar. En N o -
viembre de 1868 decía el mismo ministro,
ahora nombrado López de Ayala, que no clecre-
130 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

taba reformas para Cuba, p o r q u e era preciso


que hubiese antes diputados c u b a n o s en las
Cortes. No se apresuraba tampoco á disponer
al menos que procediesen á elegirlos, sino
que agregaba que « el gobierno estudia la
reforma electoral más adecuada para esas pro-
vincias », y dando en seguida al traste con la
lógica, concluía de este modo : « Ilusorio sería
el m a n d a t o de los representantes si al llegar
á España encontrasen decididas las cues-
tiones ». Naturalmente al estampar estas últi-
mas palabras pensaría el ministro que eso era
lo que precisamente sucedía e n E s p a ñ a , donde
no había aun Cortes y había ya resoluciones
tomadas : derribo de la dinastía, sufragio uni-
versal, otras n u m e r o s a s reformas. P a r a con-
testar la objeción añadía : « El Gobierno ha
podido adoptar y ha adoptado resoluciones
decisivas para la península, pero no puede
obrar de igual manera respecto á esos h a b i -
tantes, que saludan la aurora de la libertad y
esperan en actitud serena y reposada ». Lo
cual significaba que Cuba, por estar serena,
permanecería algún tiempo más despótica-
mente gobernada ; mientras España, por no
estarlo, gozaba de todas las libertades. Lo de
la aurora y el saludo era simple r a s g u e o de
periodista poeta. Esa circular fué todo lo que
hizo el gobierno por Cuba en cincuenta días
y, como la de i865, pareció una burla, una
JOSÉ MORALES LEMUS 131

injuria m á s . No pudo inventar nada el novísi-


mo gobierno que másinfortunadamente abriese
otra vez la herida inferida á Cuba el año de
1S67 en la persona de sus comisionados, y más
vivamente recordase las injusticias y los
errores de años anteriores.
En sustancia la única atención, el único
favor, que la triunfante revolución española se
dignó hacer á Cuba fué el enviarle como gober-
nador por segunda vez al general Dulce, figu-
rándose que su sola presencia bastaría para
calmar los ánimos, crearla tranquilidad. S u c e -
dió todo lo contrario. Dulce mismo lo creía
también y llegó imaginándose la reforma viva
que adorarían todos al contemplarla, á pesar
de que'en realidad podía decirse que era un
hombre muerto. Su carácter, apático por natu-
raleza, estaba abrumado por la enfermedad,
un padecimiento del estómago, que lo tenía
de mal humor, le cegaba las fuentes de la vida
y le anulaba la voluntad. L o s españoles no lo
querían, por las veleidades reformistas de su
primer período ; y los cubanos dudaban de él
por sus veleidades de intransigente en la misma
época. En el curso del mes de Enero de 1869
decretó libertad de imprenta y de reunión, sin
permitir en uno ú otro caso tocar tres cues-
tiones : la esclavitud, la religión católica y la
integridad nacional ; publicó una ley electoral,
que negaba el voto á los que pagasen menos
132 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de veinticinco pesos de contribución directa,


pero que se lo daba á todos los oficiales del
ejército, armada y milicias, estuviesen ó no en
activo servicio ; concedió una amnistía por
delitos políticos válida durante Lreinta días ;y
envió unos comisionados á avistarse con los
insurrectos.
Los comisionados lograron comunicar con
un jefeinsurrecto, Augusto A r a n g o , muy esti-
mado en su distrito del Camagüey por su
arrojo é intrepidez en otras ocasiones contra
el gobierno español, que aceptó la proposición
de ir provisto de salvoconducto á conferenciar
con el brigadier Mena, g o b e r n a d o r de Puerto
P r í n c i p e . Desde las afueras de la ciudad par-
ticipó su llegada, su carácter y el objeto de su
viaje al gobernador, quien le m a n d ó u n teniente
y dos soldados para a c o m p a ñ a r l o . Siguió con
ellos y á los pocos pasos fué asesinado por los
mismos que lo escoltaban y por Voluntarios
venidos de la ciudad. Nadie volvió á ponerse
en relación con los enviados de Dulce y así,
trágicamente, acabó ese conato de aveni-
miento.
P a s ó en la Habana algo de la misma espe-
cie, en condiciones mayores, con más graves
consecuencias. Corrió entre los Voluntarios
la voz de que, en la noche del 21 de Enero,
había tenido lugar en un teatro secundario una
función en que los actores se habían permitido
JOSÉ MORALES LEMUS 133

alusiones embozadas de simpatía á la insu-


rrección cubana, y que en la noche siguiente
la misma compañía daba función igual. Se
pusieron de acuerdo, se echaron al hombro
el fusil que guardaban en sus casas, y sin jefes
ni formación alguna rodearon el edificio, que
era de madera, comenzaron á disparar balas
contra él y contra h o m b r e s , mujeres y niños,
que salían despavoridos del interior. Era un
viernes. Los dos días siguientes, el domingo
sobre todo, ebrios en su mayor parte, sin que
nadie acudiese a contenerlos, se repartieron
por las calles, siempre en actitud amenazadora
con el arma entre las m a n o s . Alegaron sin
verosimilitud que de los tejados y las azoteas
disparaban contra ellos y se dieron á matar
personas indefensas á diestro y siniestro,
entrar en las casas y prender ó fusilar á sus
moradores. En la casa más g r a n d e y rica de la
ciudad, propiedad del patriota cubano Miguel
de Aldama, que con su familia se hallaba en sus
posesiones de campo, hicieron abrir la puerta
y procedieron á romper muebles mientras otros
lanzaban desde la calle descargas de fusilería
contra los balcones y las v e n t a n a s . Pareció la
Habana víctima del asalto de un ejército sitia-
dor. Reinó el terror. Los Voluntarios, que por
su número y situación eran más fuertes que el
gobierno, permanecieron dueños absolutos
del terreno, hasta que al fin cansados oyeron
8
134 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

la voz de sus jefes y sé retiraron titubeantes á


sus tiendas y oficinas, dando siempre vivas á
España.
Ante tal algarada y tal desorden producido
en nombre de la patria común, tuvo Dulce
que revocar todos sus decretos; después lo
forzaron á tomar espantosas medidas de repre-
sión contra los insurrectos ó los sospechados
de simpatizar con ellos : deportaciones en
masa, consejos de guerra verbales, confisca-
ciones preventivas, fusilamientos y la orden
de matar todos los prisioneros. Hubiera Dulce
quizás preferido no prestarse, no ceder á s u s
conminaciones ; pero impotente, sin tropas
regulares (pues los Voluntarios hacían despa-
char al campo inmediatamente l a s q u e llega-
ban de España, para dominar solos la ciudad),
obedeció, prostituyó su autoridad, lo cual no
evitó que luego se la arrancaran y lo expul-
saran ignominiosamente.
Gran número de familias de la Habana y de
otras ciudades se halló entonces en el caso
forzoso de abandonar el país, de emigrar,
para no perder la vida, ó no perder el juicio
en la incesante angustia con que allí se vivía.
Refugiáronse algunos en Méjico ó en las veci-
nas repúblicas h e r m a n a s ; los más en los E s t a -
dos Unidos, en cuya vertiente atlántica, desde
los cayos de la Florida hasta Nueva York, y
aun más lejos, no hubo ciudad donde no se
JOSÉ MORALES LEMUS

formase una colonia de c u b a n o s . La más im-


portante y numerosa estuvo siempre en Nueva
York. Ahí se encontraba ya Morales L e m u s .
Desde los primeros días de la llegada del
general Dulce, convencido de la inutilidad é
inanidad de sus decretos, rechazados por la
intransigencia española más resueltamente
que por los insurrectos, había cedido á las
instancias de sus amigos y había acudido á
ponerse al frente de todo, umversalmente
reconocido como jefe, y á fijarse en esa me-
trópoli norteamericana, centro desde donde
podíase únicamente acopiar y despachar los
recursos materiales que r e q u e r í a l a revolución
para sostenerse contra el poderoso adversario;
al mismo tiempo que en viajes repetidos á
W a s h i n g t o n exploraba y buscaba lo que del
gobierno pudiera alcanzarse.
Era en el sacrificio verdadero emprender á
su edad tarea tan diferente de la que hasta
entonces había desempeñado. Tenía en 1869
ya más de sesenta años, su rostro lleno de
a r r u g a s y sus facciones demacradas lo hacían
parecer de mayor edad y, aunque siempre
había gozado de salud bastante buena, la vida
sedentaria y el continuo trabajo mental no lo
habían preparado en verdad para un periodo
de actividad excesiva y devorante al final de
su carrera. Obedeciendo sin e m b a r g o al voto
unánime de sus compañeros, aceptó el cargo
136 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

á que se consagró fervientemente, costán-


dole la vida al cabo de menos de diez y ocho
meses.

VII

En Enero y F e b r e r o de 1869 era inútil acu-


dir á W a s h i n g t o n . El vicepresidente J o h n s o n ,
sucesor de Lincoln, debía desocupar el puesto
é instalar en la Presidencia al general Granl
el 4 de Marzo próximo. Grant constituiría
nuevo gabinete é inauguraría seguramente
nueva política, pues lo había elegido el par-
tido que vigorosamente se había opuesto á
Johnson, que hasta había tratado de quitarle
la presidencia acusándolo ante el senado,
lance de que á duras penas escapó, pues sola-
mente faltó un voto para componer la mayoría
de las dos terceras partes necesarias para la
condenación.
¿ Qué haría el gobierno de los E s t a d o s Uni-
dos en favor de Cuba ? — Todos se hacían
esa pregunta y casi todos convenían en que
algo, mucho quizás, era de esperarse. En los
town-meelings, en las iglesias, en los cabil-
dos, por todas p a r t e s , manifestaba el pueblo
vivas simpatías por la causa cubana ; los
periódicos más importantes se pronunciaban
abiertamente en su favor, y hasta en la Cámara
JOSÉ MORALES LEMUS 137

de Representantes se había hablado ya con


benévolo interés de la independencia de Cuba.
Es verdad que el interés político inmediato,
móvil que al cabo es el que siempre lleva á
los pueblos en sus simpatías y antipatías, y
único á que conforman sus actos los gobier-
nos, no se imponía ya, aconsejando á una
parte preponderante de los E s t a d o s Unidos,
como en época anterior, las ventajas instan-
táneas de la anexión de Cuba ; pero en cam-
bio la nación, libre ya del peso abrumador de
la esclavitud de los n e g r o s , salía entonces
de su guerra civil, más fuerte, más robusta
que nunca á los ojos del m u n d o . Su voz había
de ser en lo adelante más respetada y aten-
dida ; una palabra suya, un despacho de
Seward, ministro de E s t a d o , bastó para hacer
retirarse de Méjico al ejército francés, con
tan alias pretensiones mandado allí por el
emperador Napoleón. Ahí además estaba la
doctrina proclamada por Monroe, querida,
invocada siempre de un extremo al otro del
país, según la cual la América era para los
americanos, y no debía consentirse que nin-
guna potencia europea impusiese sobre nin-
gún pedazo de ella por la fuerza de las a r m a s
su sistema y su poder. Cuba, es verdad, había
pertenecido siempre á E s p a ñ a y mientras sus
hijos no se uniesen y armasen para sacudir e!
y u g o , era claro que no tenían los americanos
8.
138 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

fundamento posible para disputarle el dere-


cho de poseer lo que estaba ya en sus manos
antes de que hubiese doctrina de Monroe y
existiesen los E s t a d o s Unidos como nación
independiente. P e r o había ya variado radi-
calmente la situación de las cosas, los cuba-
nos se sentían bastante fuertes y adelantados
para merecer algo m á s que el rango obscuro
de colonos, reivindicaban ahora unidos sus
derechos de hombres libres, desconocidos y
hollados por el opresor, querían constituirse
bajo la égida de los principios republicanos,
de que los E s t a d o s Unidos se consideran
apóstoles y defensores en América. P o r con-
siguiente, sin g r a n d e esfuerzo, sin apelar á
equívocos ni sutilezas, podía aplicarse al
caso de Cuba la doctrina famosa, y por lo
menos aliviar un tanto al país los horrores de
una lucha implacable y desigual.
Cuba era rica, estaba en el m á s floreciente
estado, su comercio tenía un grado extraor-
dinario de desarrollo, sus relaciones mercan-
tiles con los Estados Unidos eran grandes y
de gran utilidad recíproca, muchos ciudada-
danos americanos poseían en su suelo cuan-
tiosas p r o p i e d a d e s , y la Habana era una
ciudad rica y adelantada, que había cons-
truido ferrocarriles para traer y llevar frutos
y pasajeros del interior, mucho antes de que
en España se soñase todavía en ellos, y que
JOSÉ MORALES LEMUS 139

recibía Lodos los años en el invierno n u m e -


rosas familias de los Estados Unidos, que
acudían a gozar de la suavidad de su clima
en esa estación.
La guerra contaba ya seis meses de dura-
ción, era á sangre y fuego, sin piedad, como
todas las guerras españolas en América ;
tenía encima el país la amenaza de quedar
pronto yermo, desolado, y el sistema de bár-
bara represión empleado por el gobierno
español, aun en las regiones todavía tran-
quilas, había empezado á atacar en su vida ó
en sus haciendas á muchos ciudadanos a m e -
ricanos. Los E s t a d o s Unidos, vecinos tan
próximos que desde sus costas se divisan casi
las de Cuba, — lyí' fj almosl within sight of
l

our shores, dijo ü u i n c y A d a m s , — y recorren


los barcos en pocas horas la distancia que los
separa, parecían naturalmente llamados á
intervenir en la contienda, á decir á E s p a ñ a
alguna palabra enérgicamente moderada para
obligarla á abstenerse de sus excesos h a b i -
tuales contra americanos, para recordarles la
inutilidad de sus luchas en el continente medio
siglo antes, é inclinarla en fin á a b a n d o n a r
prácticas y tradiciones que podrían á la larga
traerle más inconvenientes que ventajas.
Todas estas consideraciones justificaban
las simpatías declaradas de la nación, aun sin
apelar á razones muy atendibles de h u m a n i d a d
140 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

que no consentían que presenciase inmóvil


é indiferente el espectáculo de una nación
europea exterminando ante sus ojos sin pie-
dad, por discutibles delitos políticos, á otro
pueblo a m e r i c a n o . Todas reunidas debían
pesar m u c h o sobre el gobierno de los Esta-
dos Unidos.
Prestó Ulises S. Grant el 4 de Marzo su
j u r a m e n t o de Presidente por el término de
cuatro años, y después de algunas vacila-
ciones y ofertas declinadas, tenía á los pocos
días completado su gabinete y nombrado
secretario de Estado á Hámilton Fish, ciuda-
dano de Nueva York.
No era una ventaja para los cubanos que
coincidiesen sus esperanzas de obtener apoyo
con el estreno ele un gobierno. En países tan
completamente libres y democráticos, donde
se halagan, se adulan los deseos populares
con más cuidado é interés que en los otros,
el Presidente, cuatro meses después de su
elección, es todavía el hombre más popular,
por lo menos genuino representante de un
partido en mayoría, y no necesita empeñarse
eu afirmar una popularidad que no ha podido
disminuir, siguiendo pronta y estrictamente
movimientos populares, cuya profundidad
verdadera todavía ignora. La novedad de la
situación basta en este caso para ocupar y
distraer la atención.
JOSÉ MORALES LEMUS 141

Grant era indisputablemente en esa fecha el


h o m b r e más popular, más eminente del país.
Su lenta y firme inteligencia había asido bien,
mejor que la de los otros generales, las difi-
cultades del problema de la guerra civil y sin
desviarse un ápice del plan que se había fijado,
marchó derecho, formidable como una cata-
pulta, contra su adversario, sin economizar
ni vidas h u m a n a s ni recursos ni dinero. El
enemigo, al fin acorralado, se rindió, y el pue-
blo agradecido acumuló sobre él aplausos,
regalos, honores, hasta elevarlo en la primera
ocasión á la silla presidencial. No tardó en
verse que si reunía las cualidades necesarias
para la empresa militar que tan gloriosamente
había llevado á término, carecía de las otras
adecuadas al cargo civil que asumía ; pero es
lo cierto que al cabo de ocho años de presi-
dencia bajó del puesto sin h a b e r perdido el
respeto y la estimación de sus compatriotas y
sin que su honradez personal, su modestia y
su lealtad hubiesen sufrido menoscabo, en la
opinión de t o d o s . Morales L e m u s obtuvo una
audiencia poco después de la inauguración
para exponerle la situación de Cuba, la justi-
cia del paso que daba al levantarse contra el
opresor, sus recursos y sus esperanzas cifra-
das en los E s t a d o s Unidos. Lo escuchó con
atención, aprobando á menudo con movimien-
t o s de cabeza, serio y taciturno, como era su
112 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

costumbre. Al darle la mano en señal de des-


pedida y terminar la conferencia, le dijo estas
palabras : « Sosteneos por un poco de tiempo
m á s y obtendréis aun más de lo que esperáis, »
lo cual en personaje tan callado y poco explí-
cito, parecía querer decir mucho. De todas
maneras era evidente que si en cualquier
momento las cosas de Cuba se convertían en
cuestión activa de política norteamericana,
podían los revolucionarios contar con Grant.
Predominaban en el gabinete al principio
dos ministros : uno, Hámilton Fish, porque era
secretario de Estado ; otro, el general Rawlins,
secretario de la Guerra, á causa de la grande
influencia que ejercía sobre Grant, de quien
había sido jefe de estado mayor durante la
guerra civil y siempre su consejero, su hombre
de confianza.
Uno de los rasgos salientes del carácter de
Grant era el respeto, la consideración que
naturalmente sentía por los dueños de grandes
fortunas, residuo en su mente quizás de los
tiempos inmediatamente anteriores á la guerra
civil, en que vivió estrechamente, casi en la
miseria, dedicado á ínfimas ocupaciones ; y
Hámilton Fish era m u y rico. Esto y el deseo
de completar el gabinete con un ciudadano
del estado de Nueva York, influyeron en la
elección de Fish para la secretaría de E s t a d o .
Sus antecedentes políticos se reducían á ha-
JOSÉ MORALES LEMUS 143

ber sido una vez miembro del Congreso, una


vez gobernador del estado, y senador en W a s -
hington también durante un solo término, sin
que en esos cargos dejase especial memoria
de sus servicios. Poco ó ningún conocimiento
anterior tenía de política extranjera, pero lle-
vaba en su favor al puesto su fortuna, su as-
pecto imponente, sus maneras frías y corteses
y el hecho de formar parte de la más alta so-
ciedad de Nueva York, de los cuatrocientos
de arriba, como allí se decía, Ihe upper four
hundred, como descendiente en línea recta por
su madre del famoso Stuyvesant, gobernador
de la colonia en la época de los holandeses,
cuando no se llamaba Nueva York sino Nuevo
A m s t e r d a m ; y como hijo de Nícholas Fish, que
se distinguió en la guerra déla independencia y
fué íntimo amigo de Alexander Hámilton, cuyo
apellido sirvió al hijo de nombre de bautismo.
Al tomar posesión Hámilton Fish de la s e c r e -
taría de Estado, contaba, como nacido en
Agosto de 1808, tres meses más de edad que
Morales L e m u s .
Desde la primera visita que éste le hizo lo
encontró no mal dispuesto en favor de la sepa-
ración de Cuba y España ; la cuestión parecía
interesarle, aunque no manifestaba el sesgo
que le daría, y profesaba ciertas ideas aventu-
r a d a s , como la firme creencia de que entonces,
á principios de 1869, se hallaba España en vis-
lii BIOGRAFÍAS AMERICANAS

peras de proclamar y constituir la república


en su suelo, ilusión que por desgracia no de-
jaría de influir en su manera de considerar las
cosas de Cuba.
J o h n A . Rawlins era el miembro más joven
del gabinete, pues tenía solamente treinta y
ocho años ; y apenas viviría seis meses m á s ,
pues falleció en Setiembre de ese mismo año.
No miraba éste la cuestión de Cuba á modo de
diplomático como Fish, sino la consideraba de
interés americano inmediato, que debía tratar
de zanjárselo m á s pronto posible,otorgando
á la isla todo el favor que fuese compatible
con las prácticas y los tratados internacio-
nales. Conmovía el entusiasmo con que ha-
blaba de la libertad, del porvenir de Cuba
libre, despidiendo luz sus ojos profundos, que
se destacaban brillantes sobre el fondo pálido
de su rostro consumido ya por la cruel enfer-
medad, terminado por larga y espesa barba
polvoreada de blanco p r e m a t u r o , y la frente
surcada de un extremo al otro por h o n d a
arruga, que parecía signo precursor de la ca-
tástrofe que lo acechaba.
P o r medio de su médico, el doctor Bliss,
llamó á su casa Rawlins á Morales L e m u s para
darle esperanzas, para decirle que Grant no
estaba á su juicio m u y lejos de reconocer como
beligerantes á los c u b a n o s . En efecto el r e c o -
nocimiento de la beligerancia era lo que más
JOSÉ MORALES LEMUS 143

pronto y mejor podía el gobierno americano


hacer en favor de Cuba. No disminuiría la des-
igualdad de la lucha, pero obtendría la insu-
rrección carácter internacional, ganaría p r e s -
tigio y la posibilidad de levantar un empréstito
que aumentase grandemente sus recursos mi-
litares.
Mas la idea de la beligerancia, preconizada
también por muchos periódicos importantes,
tenía dos fuertes opositores. En primer lugar
Fish, á quien, como á toda la gente acauda-
lada y á todo el grupo bancario de Nueva
York, del que en cierto modo era represen-
tante, asustaba el peligro de provocar una
guerra con España ; pues aunque el simple
reconocimiento de beligerancia no podía j u s -
tificar declaración de guerra, sacaba siempre
el ministro á relucir el tratado de Navegación
y Comercio firmado con España en 1795,611
el que se concedía á esta potencia en caso de
hallarse en guerra el derecho de visita de
los barcos americanos, lo mismo en alta m a r
que en las a g u a s jurisdiccionales de Cuba y
Puerto Rico. La beligerancia, según Fish,
daba desde luego á E s p a ñ a ese d e r e c h o , l o s
marinos americanos de ningún modo consen-
tirían verse constantemente detenidos y m o -
lestados, se levantaría en el país una algazara
ensordecedora contra tales pretensiones pul-
parte de España, y no habría más remedio que
9
146 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

recoger el guante y pelear. Este razonamiento


partía sin embargo de una hipótesis en ex-
tremo discutible. España, menos fuerte, m u y
pobre comparada con los E s t a d o s Unidos, en
Cuba se batía por conservar su colonia ; el
modo más rápido y seguro de perderla había
de ser el echarse á los E s t a d o s Unidos por
enemigos, cuando con solos los cubanos le
costaba tanto trabajo el defenderla. Fish,
firme en sus trece, no aceptaba el a r g u m e n t o ,
y añadía además que de todos m o d o s los prepa-
rativos, indispensables para hacer frente á la
situación, producirían un aumento inmediato
de la deuda pública; m u y de sentirse en aquel
momento cuando tratábase sobre todo de dis-
minuirla lo más pronto posible, como en su
Mensaje de inauguración lo había anunciado
confiadamente el Presidente.
El otro fuerte adversario era el senador
Charles S u m n e r , que estaba al frente del co-
mité de negocios extranjeros del Senado, que
precisamente en esos días había pronunciado
su gran discurso á propósito de las reclama-
ciones contra Inglaterra, nacidas de las depre-
daciones del AJabama y otros corsarios, cons-
truidos y aprestados en Inglaterra, durante
la guerra civil; discurso que hizo rechazar
por gran mayoría el tratado que para arreglar-
las había ajustado el embajador americano
Reverdy J o h n s o n . La cuestión, quedespertaba
JOSÉ MORALES LEMUS 147

ardiente interés de un extremo al otro del país,


daba forma tangible en ese momento á l á m a l a
voluntad que entonces sentía el pueblo todo
contra la Gran Bretaña. Sumner, halagando
ese sentimiento y removiendo las cenizas no
enfriadas todavía del período de la guerra,
llegó en su discurso á un estado que pudiera
llamarse embriaguez de argumentación, pues
acusaba al gabinete inglés, no sólo de haber
faltado á la neutralidad dejando preparar y
sacar esos corsarios, sino también de haber
cometido grave falta al reconocer « demasiado
pronto » el carácter de beligerantes á los e s -
tados rebeldes del Sur, falta que á juicio de
Sumner se debía c o m p e n s a r y expiar de alguna
manera, á causa de l o s e n o r m e s perjuicios indi-
rectos así inferidos á la república triunfante.
El Senado, arrastrado p o r e l orador, desaprobó
el tratado y la nación en general aplaudió con
e n t u s i a s m o . E n tales circunstancias no era
de esperarse que Grant en seguida procediese
con los cubanos de una manera que, aparen-
temente al m e n o s , podía considerarse seme-
jante á la tan vituperada conducta de Ingla-
terra con los exrebeldes americanos.
Volvió Morales L e m u s á Nueva York, no
disgustado de ese primer viaje á la .capital
federal, esperando algo, confiado en las gene-
rosas simpatías del ministro de la Guerra. En
la lucha entre Fish y Rawlins por ganar el
148 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ánimo de Grant contaba con que el antiguo


amigo y compañero triunfaría. En Nueva York
le aguardaban cartas y despachos con hala-
güeñas noticias de la patria. El primer Con-
greso de la república se había reunido en el
pueblo de Guáimaro, provincia del C a m a g u e y ;
se había promulgado la constitución y había
sido elegido presidente el que lo inició todo,
Carlos Manuel de Céspedes. Recibió al mismo
tiempo credenciales de Enviado extraordinario
y Ministro en los Estados Unidos con encargo
de gestionar para obtener, no sólo el recono-
cimiento de la independencia de la isla, sino
también todos los auxilios morales y mate-
riales en pro del mismo fin. El que estas
líneas escribe fué por él nombrado inmediata-
mente, en virtud de la autorización recibida,
secretario de la legación.
En esos mismos días la Cámara de Repre-
sentantes de los Estados Unidos había apro-
bado por noventa y ocho votos contra veinti-
cuatro una moción ofreciendo al poder ejecutivo
su apoyo constitucional, si juzgaba « oportuno
reconocer la independencia y soberanía del
gobierno republicano de Cuba. » El 3o de ese
mes la república de Chile reconoció como be-
ligerantes á los c u b a n o s . Trece días después
lo hizo igualmente la república del Perú, la
cual, estando teóricamente todavía, como
Chile, en guerra con E s p a ñ a , reconoció t a m -
JOSÉ MORALES LEMUS 149

bien !a independencia de la república c u b a n a .


El 10 de J u n i o lo hizo Bolivia. L o s sucesos
parecieron surgir, congregarse de propósito,
para colmar de esperanzas venturosas el re-
gazo del nuevo estado que luchaba por la vida,
cercado por las ondas allá en el mediterráneo
americano.
Sabedor ya Morales Lemus privadamente
de que algo había decidido hacer en favor de
Cuba el gobierno americano, retornó á Was-
hington á fines de J u n i o . En todo el país cre-
cía cierta agitación excitada por las buenas
noticias del estado de la insurrección, y sa-
bíase que en el gabinete á menudo se trataba
la cuestión. Escribió una exposición al P r e s i -
dente, para acompañar sus credenciales, que
concluía en estos términos : « La guerra que
los españoles residentes en Cuba, sublevados
hoy contra su propio gobierno, hacen á los
cubanos, es de tal especie que llena al mundo
de horror y deshonra la h u m a n i d a d . El r e c o -
nocimiento de la nueva república como poten-
cia beligerante, si no pone término á la guerra,
como es sin embargo casi seguro, la regula-
rizará al menos, impidiendo que prosigan los 1

españoles el sistema de exterminio que tienen


establecido; d é l o s labios de V. E . depende
hoy que cese la destrucción y el derramamiento
de sangre inocente, y que se alejen complica-
ciones internacionales y perjuicios i n m e n s o s
150 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

á ciudadanos americanos. El enviado de la


república de Cuba no puede menos que espe-
rar se digne V. E. pronunciar la declara-
ción que ha de terminar tantos males, llevar
el consuelo y la tranquilidad á tantos millares
de familias y completar el gran sistema polí-
tico de la América ».
Rawlins le confirmó los rumores favorables,
aunque sin explicárselos, acaso porque i g n o -
raba aun los pormenores ; y Hámilton Fish le
hizo saber que lo recibiría con gusto en su
casa particular por la noche, visita que se
apresuró á hacer inmediatamente.
Apenas emprendió el venerable cubano la
enumeración de los motivos que á su parecer
justificaban el reconocimiento, lo interrumpió
el ministro diciéndole que, por orden del P r e -
sidente, iba en seguida á dirigirse al gobierno
español con objeto de obtener por medio de
un convenio pacífico la terminación de la
guerra y la independencia de la isla ; que, p o r
consiguiente, comenzar por el reconocimiento,,
cual lo pedía, sería inoportuno, irregular, un
acto de hostilidad en el momento de proponer
la paz y un peligro de hacer desde luego in-
eficaz ó inaceptable la intervención. No sor-
prendieron á Morales Lemus estas p a l a b r a s ,
porque sabía bien cuan rejougnantes eran en
esa fecha al gobierno americano la voz beli-
gerancia y su aplicación, con motivo de lo
JOSÉ MORALES LEMUS 151

pencaente con Inglaterra, y porque estaba


avisado de que algo se maquinaba en el te-
rreno de negociaciones diplomáticas con
España ; pero el proyecto que se le revelaba
ahora y que parecía ya meditado, m a d u r a d o
y decidido, muy de acuerdo con lo que de
Fish temía, no le causó gran satisfacción.
Las relaciones diplomáticas con España
habían tomado en los E s t a d o s Unidos, desde
la caída de la reina, cierto carácter de cordia-
lidad. Apenas se formó en Madrid un gobierno
provisional, apresuróse el gabinete americano
á ser de los primeros en reconocerlo ; y no
solamente Fish, muchos otros en W á s h i n g 7

ton, seguían creyendo que el término del mo-


vimiento español sería la constitución de una
república, aliada natural, según ellos, en
Europa de los Estados Unidos de América :
no por presciencia, pues no adivinaban ni la
muerte de P r i m , ni la venida de Amadeo, ni
podían figurarse la serie de coincidencias que
traerían, cuatro años después de aquella
fecha, la república, para durar, entre convul-
siones, menos de un año, hasta el golpe de
estado de Pavía.
El Senado americano votó en Diciembre de
1868 un mensaje de enhorabuena y simpatía
á los revolucionarios españoles, el cual no
fué enviado á su destino, porque al pasar pol-
la Cámara de representantes le agregó ésta
152 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

algunas palabras en favor de los cubanos. El


Senado no juzgó oportuna la fusión de ambas
simpatías y el acuerdo quedó en nada. Via-
jaba por Europa y se hallaba entonces en
Madrid, un comerciante americano, Mr. Paul
S. Forbes, amigo de Grant, de Fish y de otros
i ersonajes políticos, que cultivaba igual-
mente relaciones personales más ó menos
íntimas con varios españoles, con P r i m par-
ticularmente. De varias conversaciones con
éste y con otros dedujo que no repugnaba al
nuevo gobierno la idea de desprenderse de la
revuelta isla de Cuba, mediante alguna indem-
nización pecuniaria seriamente garantizada.
La idea de pedir á los E s t a d o s Unidos una
gruesa suma dando en garantía las rentas y
propiedades de la nación en la grande Antilla
(lo cual equivalía á la venta de Cuba), no era
nueva, pues la tuvo ya antes en 1867 el minis-
tro de Ultramar Marfori, g r a n d e amigo de
Narváez, quien trató de realizar el negocio
por medio de Lersundi en la Habana (1). No
sorprende que Prim fuese un poco más lejos,
pues era hombre de iniciativas o s a d a s , como
en Méjicolo probó ; y h a b l a n d o c o n F o r b e s d e l a
insurrección de Cuba había dicho que en
su concepto España perdería la isla, resultado

(1) P u e d e n v e r s e l o s p o r m e n o r e s en l o s Anales desde


i843 hasla la conclusión de la guerra civil p o r D o n A n t o -
n i o Pirala. T o m o III. Madrid, 1876, p á g s . 25i y 252.
JOSÉ MORALES LEMUS 153

infalible del crecimiento de las colonias, y que


é l p o r s u parte aceptaría cualquier solución que
lo desembarazase del enojoso problema c u -
bano (i). Creyó el yankee (pues era proce-
dente de Nueva Inglaterra, sección de la repú-
blica á cuyos hijos se les da ese nombre) des-
cubrir en ello una gran idea política, tal vez
un gran negocio, y transmitiólo en seguida á
sus amigos de W a s h i n g t o n . Fish se apoderó
del pensamiento, lo juzgó muy realizable, vio
en él una gloria para su n o m b r e , resolviendo
la cuestión cubana de una manera agradable
para el pueblo americano al par que venta-
josa para Cuba y para E s p a ñ a , y se dedicó
activamente á desenvolverlo y ejecutarlo. No
había en ese momento plenipotenciario acre-
-ditado en Madrid y se nombró inmediata-
mente para el puesto al general Daniel E.
Sickles. La elección fué acertada y, como
luego se vio, no fué por culpa suya si fracasó
el proyecto. Era hombre de viva inteligencia
y de mucha trastienda ; había sido secretario
de Buchanan en la legación de Londres, luego

(i) T o d a v í a en A g o s t o d e 1869 p r o f e s a b a P r i m l a s m i s -
m a s i d e a s , y dijo al m i n i s t r o a m e r i c a n o : « Si yo s o l o
d e b i e r a d e c i d i r el c a s o , diría á l o s c u b a n o s : I d o s si
q u e r é i s , p a g a d n o s lo q u e n o s c o s t á i s y d e j a d n o s s a c a r
el e j é r c i t o y la e s c u a d r a p a r a c o n s o l i d a r l a s l i b e r t a d e s
y l o s r e c u r s o s d e la p e n í n s u l a ». P u b l i c a c i ó n oficial.
D o c u m e n t o s d e la C á m a r a , 4 l s t . C o n g r e s s , 2nd. S e s s i o n ,
E x . D o c . n° 160, p á g . 25.

9.
154 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

miembro del Congreso, y al comenzar la


guerra civil creó una brigada de voluntarios
de Nueva York, sirvió con gran distinción,
llegó á mayor general y en la batalla d e G e t -
t y s b u r g una bala de cañón le llevó una pierna
desde más arriba de la rodilla, obligándolo
así á andar con muletas el resto de su vida,
sin perder por eso lo mucho que su apostura
y movimientos tenían de enérgico y de audaz.
Estaban listas sus instrucciones y muy
próxima su salida para España, cuando cele-
braba L e m u s con Fish la conferencia á q u e
estoy refiriéndome.
Continuó el enviado cubano afirmando al
secretario de Estado que cualquiera que fuese
el carácter de esa mediación, ó esos « buenos
oficios » proyectados, podía desde luego pre-
verse que el gabinete español no tendría inte-
rés en abreviar los trámites de la negociación,
que se empeñaría más bien en g a n a r tiempo ó
en buscar subterfugios para no enajenarse la
buena voluntad del intermediario con una nega-
tiva absoluta, pero siempre pensando no acep-
tar en definitiva. En ese caso, agregaba, el
reconocimiento formal de los que combatían
por la independencia de la isla de Cuba sería
el medio eficaz, poderoso, de vencer la r e s i s -
tencia del gobierno español é inclinarlo á
aceptar las condiciones propuestas. P e r o sus
esfuerzos de nada valieron, Fish estaba
JOSÉ MORALES LEMUS

resuelto a n o hacer el reconocimiento, su plan


se fundaba precisamente en evitarlo, hacerlo
innecesario sustituyéndolo con la mediación.
Su confianza era ó una alucinación ó un pre-
texto para no comprometerse en otra cosa ;
pero parecía esperar sinceramente el buen
éxito de su plan. P r e s e n t ó , pues, á su interlo-
cutor un documento en estos términos :
« Es la intención del secretario de Estado de
« los Estados Unidos ofrecer al gabinete de
« Madrid los buenos oficios de los Estados
« Unidos para poner término á la guerra civil
« que está asolando la isla de Cuba, conforme
« á las bases siguientes:
« I. España reconocerá la independencia de
la isla de Cuba.
« II. Cuba pagará á España en la forma y pla-
ce zos que se acuerden una suma equivalente al
« completo y definitivo abandono por parte
« d e l a s e g u n d a de todos sus derechos s ó b r e l a
« isla, incluyendo p r o p i e d a d e s p ú b l i c a s detoda
« especie. Si Cuba no pudiese p a g a r la suma
« al contado de una vez, los plazos futuros y
« sus intereses se asegurarán en los productos
« de las a d u a n a s , conforme al convenio que
« acuerden las partes.
<( 111. La abolición de la esclavitud en la
isla de Cuba.
« IV. Un armisticio durante las negocia-
ciones. »
156 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Como bien se ve, no tenía estola apariencia


de una vaga tentativa, de un pretexto ; reve-
laba haber sido bien meditado, y el secreta-
rio pidió á Morales Lemus que firmase otro
papel, en el que se le daba el título de
« Agente autorizado del partido revolucio-
nario de la isla de Cuba » y en el que se fijaba
un máximum de cien millones de pesos á la
indemnización expresada en la base segunda
del primer documento.
« ¿ P o r qué pelean los cubanos? » agregó
Fish. « ¿ Pelean solamente por pelear con
los españoles, ó por conseguir su indepen-
dencia ? Si es éste su objeto, si ven que los
Estados Unidos están dispuestos á echar en
la balanza en pro de su independencia el
peso inmenso de su intervención, ¿ á qué sus-
citar obstáculos con pretensiones y exigen-
cias, que por ahora no pueden contribuir sino
á prolongar la g u e r r a ? — Ese sería el efecto
del reconocimiento de la beligerancia, haría
desde luego imposible esta mediación ».
No se decidía aun Morales L e m u s á aceptar
el convenio, insistiendo en la probable inefi-
cacia de la mediación, cuyo único resultado
sería la pérdida de meses y meses en tan
estéril tentativa. Respondió Fish á esto que
serían sesenta días no m á s , término ya acor-
dado. Insistió á pesar de todo tanto L e m u s en
la probabilidad de que no tuviese el gobierno
JOSÉ MORALES LEMUS 157

español escrúpulo en recurrir á todo género


de triquiñuelas diplomáticas para neutralizar
sin rompimiento las buenas intenciones del
americano, y hasta de apelar á los buenos
oficios ó el auxilio de otras naciones euro-
peas, que al fin replicó el ministro con cierta
altivez : « Yo sé demasiado en ese caso que
hablo en n o m b r e de la nación más poderosa
del mundo y no permitiré que nadie se burle
de ella ». Leyó entonces varios párrafos de
las instrucciones del general Sickles, que
tenía ya listas. Uno de ellos, después publi-
cado, decía así : » Notaréis que las proposi-
« ciones contenidas en la instrucción número
« 2 dicen ser con el objeto de poner término á
« la guerra civil, que está asolando la isla. Aun-
« que esa frase no implica el reconocimiento
« público de los insurgentes como belige-
« rantes, está usada sin embargo adrede para
« significar un estado y condición d é l a lucha
« que no pueden justificar el retardar por
« mucho tiempo más la concesión de derechos
« de beligerante al partido revolucionario. Si
« se repara en la frase, diréis eso, y aun aña-
« diréis que, en caso de larga demora ó de
« probable negativa por parte de España, el
« inmediato reconocimiento de la beligeran-
« cia sería la consecuencia lógica, presentán-
« dose como una necesidad quizás para los
« Estados Unidos. »
158 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

La seguridad con que hablaba el secretario


de E s t a d o , la insistencia que ponía en hacer
ver que la negociación, cuyo éxito le parecía
indudable, era exclusivamente en favor de
Cuba; su confianza, que parecía fundada en
datos y noticias particulares recogidas en
Madrid ; la franqueza con que desde luego-
reconocía un estado de guerra civil en la isla,
la firmeza con que presentaba su plan como
precursor del reconocimiento público y so-
lemne de la beligerancia, y en fin las prome-
sas positivas, que sin reticencia hacía, para el
caso de no prosperar la mediación, llenaron
de esperanza al representante de Cuba, y,
como tenía que ser, cedió. Firmó, oyó al se-
cretario con satisfacción ofrecerle copia del
m e m o r á n d u m y del compromiso suscrito, y
salió de la morada de Fish convencido de q u e
si la mediación triunfaba, tendría Cuba p o c o s
meses después conseguida su independencia :
y en el caso contrario de que seguiría la guerra
con el gran apoyo moral del reconocimiento de
los E s t a d o s Unidos, el cual daría prestigio á
su causa en el mundo y le facilitaría por todas
partes los recursos indispensables. F u é una
triste ilusión, en que hizo cuanto pudo por no
c a e r ; pero carecía de elementos para pene-
t r a r más allá de lo que se le ponía delante. No
estaba en los secretos interiores del gobierno,
ignoraba lo que habría pasado en las sesiones
JOSÉ MORALES LEMUS 159

del consejo de ministros y no podía imaginar


que muy probablemente había ideado el secre-
tario de Estado toda la combinación para
combatir de ese modo indirecto la influencia
de Rawlins en el ánimo de Grant, y la marcada
inclinación, que éste no ocultaba, en í'avor déla
declaración de beligerancia. Quería Fish evi-
tar á toda costa la perturbación que preveía
en los negocios á la menor alarma de guerra
posible con España, y para apartar por el mo-
mento el riesgo hizo creer á Grant, á Rawlins
y á los demás, que, conforme á su plan, se
obtendría más pronto y mejor el resultado
apetecido. Es posible también que realmente
juzgase su proyecto susceptible de realizarse,
engañado por lo que Forbes y otros le habían
contado sobre P r i m y sobre la situación de
España en ese m o m e n t o crítico, por su poca
ó ninguna práctica en el manejo de negocios
de política extranjera, y por su completa igno-
rancia de la historia real de España y el carác-
ter de los españoles en América.
Al otro día de la entrevista recibió Lemus
las copias con esquela adjunta, de puño y letra
de Fish, acompañando la remisión de « los
documentos acordados la noche anterior » y
envuelto lodo con sobre y sello del departa-
mento de E s t a d o . Vio, pues, con satisfacción,
que no se rehuía darle esa prueba indirecta
del convenio (pues no era otra cosa) ajustado
160 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

con el « agente autorizado de los c u b a n o s . »


El general Sickles se embarcó inmediata-
mente para Europa, indicando asilo importante
y urgente de su misión. Las instrucciones
que llevaba lo probaban de más inequívoca
manera. E n u m e r a b a n detenidamente las ra-
zones todas en justificación de la intervención
americana, preveían hasta el caso de la vic-
toria militar de España, y decían: « Los cuba-
nos nunca más volverán á ser vasallos conten-
tos, felices, fieles ó tranquilos de España.
Suponiendo que llegue á ser dominada la pre-
sente insurrección, si España dedicare á ello
todas sus fuerzas, poseerá un territorio a r r u i -
nado y devastado, con una población descon-
tenta. Cuantos han nacido en la isla son p r o -
fundamente hostiles al dominio español, los
ilustrados políticos de España no pueden dejar
de tenerlo en cuenta, así como la fuerza cre-
ciente de la opinión que reserva y reconoce
en cada porción del hemisferio americano el
derecho á un gobierno libre y la anulación de
toda dependencia trasatlántica. » Citaban el
ejemplo de Inglaterra, Francia, Dinamarca y
Rusia con sus colonias de América, liberta-
das ó transferidas á los Estados Unidos, in-
sertaban las cuatro bases de la mediación,
indicaban que si España exigía la garantía de
los E s t a d o s Unidos respecto de la indemniza-
ción que Cuba se comprometía á pagar, el
JOSÉ MORALES LEMUS

Presidente no vacilaría en recomendarlo así


al Congreso ; advertían que como P u e r t o Rico
se hallaba, « aunque de un modo latente »,
en el mismo caso, podía incluirse en la n e g o -
ciación, si España lo consentía ; ordenaban al
ministro plenipotenciario que se uniese en
Madrid con F o r b e s , « agente confidencial del
gobierno para conseguir la independencia de
Cuba » ; y por último encarecían la delicadeza
é importancia de la misión. « Mil considera-
ciones de humanidad, concluía diciendo Fish
« así como de interés, deben moveros á impri-
mir a esta negociación una m a r c h a , que con-
forme á la línea de estas instrucciones con-
duzca á un éxito feliz. »
Apenas puso el pie el ministro en Madrid,
el 29 de Julio, recibió este despacho de Fish
por telégrafo : « Es en extremo importante una
pronta decisión. Daos prisa. No mezcléis a
Puerto Rico en la negociación. » No podía
ciertamente m o s t r a r ni sentir el enviado cu-
bano más interés y ansiedad de la que expresa
ese telegrama.
El primer síntoma de que las cosas no mar-
charían tan suave y sencillamente como el
secretario americano imaginaba, apareció á la
llegada de Sickles. F o r b e s , el aficionado di-
plomático, que debía tener mucho adelantado,
según se presumía, nada había hecho. P r i m
había conversado largo con él, pero al intentar
162 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

elevar á negocio la conversación, no halló en


el general español la misma locuacidad, y no
pudo seguir adelante. Poco después se retiró
el improvisado agente de la escena, y q u e d a
el ministro encargado solo de la negociación.
El gabinete español comprendió en el acto-
que el gobierno de W a s h i n g t o n había tomado'
como m u y serio lo que no lo era tanto, y
que convertía en cuestión de política i n t e r -
nacional palabras echadas á volar con el in-
tento de que no fuesen más que palabras.
P e r o no había ya otro recurso que aceptar
la situación y esquivar sus consecuencias
de manera de evitar un rompimiento, sin
conceder en el fondo cosa alguna. Convirtióse
desde entonces la negociación en un duelo
diplomático ó, mejor dicho, en un asalto de
a r m a s entre el plenipotenciario americano y
los ministros e s p a ñ o l e s ; lucha desigual, en
que una parte entraba llena de sinceras ilu-
siones y no era muy experta en las suertes de
la esgrima, mientras la otra conocía á fondo
todos los secretos de un arte que practicaba
sin cesar. N o querían desairar la mediación y
e m p l e a r el gran quite hasta el último caso, y
para ese momento g u a r d a r o n los g r a n d e s efec-
tos. Lo primero debía ser entretener todo el
tiempo posible al adversario. Repartiéronse
cuidadosamente los papeles. A P r i m t o c a r í a
empezar simulando franqueza de soldado y
JOSÉ MORALES LEMUS 163

opiniones personales que se acercasen al punto


ole vista americano ; pero con el correctivo d,e
que él solo por desgracia poco podría, si los
demás ministros y las Cortes y la nación no
opinaban del mismo modo ; al ministro de
Estado,Manuel Silvela, abogado astuto, m a e s -
tro en silogismos y el arte de replicar, corres-
pondería suscitar cuestiones legales y emba-
razar al plenipotenciario con textos de ley y
artículos de la vigente constitución. Dentro de
bastidores quedaba el ministro de Ultramar,
que saldría al final, cuando los primeros pases
y los primeros artificios tuviesen ya cansado
y jadeante al adversario. Iba, pues, á s e r una
negociación conducida en nuestros días de
vapores y telégrafos conforme á las prácticas
famosas de los italianos de tres ó cuatro si-
glos atrás.
F u é Sickles recibido con sumo agasajo, y
espoleado por los telegramas de Fish celebró
la primera entrevista oficial con Silvela el
3i de Julio, inmediatamente después de la
ceremonia de su recepción ; mas el español
con mucha cortesía no lo dejó pasar de los
preliminares, y como le era lícito fingir igno-
rancia de la cuestión, ofreció consultar en
seguida á P r i m y sus colegas y continuar otro
día la conferencia. Al otro día visitó Sickles
á P r i m ; como éste sabía por Forbes el objeto
de la misión, tuvo que ser más explícito y pre-
614 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

guntó á cuánto ascendería la indemnización


pagada por Cuba y P u e r t o Rico ; el plenipo-
tenciario, que sobre eso no tenía instrucciones,
sugirió, refiriéndose á Cuba únicamente, la
suma de ciento veinticinco millones de pesos.
P r i m entonces declaró que en la cuestión cu-
bana profesaba él « opiniones más avanzadas
que las de sus colegas », que era punto de
honor no ceder mientras los insurrectos tuvie-
sen las armas en las m a n o s ; pero que el
asunto se trataría aquella misma noche en el
consejo de ministros, y que Silvela después le
comunicaría las bases sobre que estaba el go-
bierno dispuesto á negociar.
No rechazaban los « buenos oficios », por-
que á nada comprometían ; pero había que
dar respuesta categórica al otro día y Silvela,
para ganar tiempo, se declaró enfermo. Hasta
el 1 0 no llamó á Sickles para la conferencia
interrumpida y esa vez descubrió ya su juego.
Pintó con los más vivos colores el ardiente
deseo del gobierno de conceder, desde su
triunfo en Octubre de 1868, toda especie de
franquicias y derechos á C u b a ; pero que el
grito fatal de ¡ muera España ! proferido por
los insurrectos había suspendido, paralizado
todo. Este argumento ele habilidad era sin
embargo fácil de contestar, pues, sin gritar
nadie la muerte de España, hacía más de
treinta años que todos los partidos, incluso
JOSÉ MORALES LEMUS 165

el que había antes ocupado muchas veces y


muchos años el poder, negaban resueltamente
esas libertades ; y era bien extraño sentir el
deseo al tiempo de oir el grito que vedaba el
satisfacerlo. Además, las franquicias, procla-
madas desde España y con carácter irrevo-
cable, podían ser un modo de desarmar los
combatientes, y como éstos eran, según el
ministro afirmaba, « unos pocos » ¿ por qué
se imponía á la mayoría un castigo merecido
sólo por la minoría? — Silvela, en vez de
contestar, se puso á analizar el artículo 1 0 8 de
la constitución de España y otros preceptos,
y como su interlocutor no pretendía conocer
el derecho público español, quedó sin resul-
tado la entrevista. F u é luego á ver á Prim,
con quien esperaba siempre entenderse mejor,
y le enumeró éste claramente las bases del
acuerdo con los Estados Unidos, que creía
posibles. Eran éstas : primera, deponer las
armas los cubanos ; segunda, dar España
simultáneamente una amnistía ; tercera, deci-
dir Cuba por sufragio universal la cuestión de
independencia; cuarta, concederla E s p a ñ a
por medio de las Cortes, si tal era la opinión
de la mayoría en Cuba, pagando entonces la
isla una indemnización garantizada por los
Estados Unidos. Sickles salió presuroso del
ministerio de la Guerra á transmitirlas.
En Agosto está siempre W a s h i n g t o n de-
166 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

sierto, y Fish residía en el estado de Nueva


York, en una hermosa quinta que poseía á
orillas del Hudson, adonde se le enviaba todo
lo urgente del ministerio de Estado, y en
especial los telegramas de Sickles. Al recibir
este último el i 4 , escribió á Morales Lemus
citándolo para el siguiente día en la susodi-
cha casa de campo. Sin larga discusión con-
vinieron ambos en considerar las proposi-
ciones de P r i m ó un subterfugio ó un engaño,
que la primera anulaba las demás, porque
depuestas las armas por los cubanos, volvían
ipso fado á ser subditos pacíficos de España,
y si el gobierno dejaba de cumplir las otras
condiciones y disponía cosas m u y distintas,
no tendrían ya los cubanos medios ni morales
ni materiales de exigir cumplimiento de lo
prometido, ni los E s t a d o s Unidos el derecho
de inmiscuirse en cuestiones que ya serían
pura y estrictamente domésticas. Prim y Sil-
vela desaprobaban la idea de suscribir un tra-
tado alegando que la cuestión de Cuba era
doméstica, es decir, la cuestión de la inde-
pendencia tal como los E s t a d o s Unidos la
presentaban, ¡ cuánto más no habían de serlo
la amnistía y el plebiscito votado en presencia
de un ejército regular español y de cuarenta
mil Voluntarios armados y dueños únicos
del campo ! No por esto se dio aun por ven-
cido Fish y confiando siempre en el éxito de
JOSÉ MORALES LEMUS 167

s u proyecto, contestó á Sickles por el telé-


grafo en estos términos : « Insistid en las
bases propuestas por los E s t a d o s Unidos. La
primera proposición de E s p a ñ a no puede ser
admitida como p r e l i m i n a r ; la tercera, sobre
el voto cubano, es impracticable, á causa de
la desorganización del país, del terror que lo
domina y de la violencia é insubordinación
de los Voluntarios. No puede haber duda
sobre cuál es la voluntad de la mayoría, está
bien reconocido y admitido. E s preciso inme-
diatamente un armisticio. »
Comunicó Sickles á P r i m la réplica de Fish
y volvió aquél á sus grandilocuentes protes-
tas de liberalismo ; volvieron las idas y veni-
das del plenipotenciario á uno y otro minis-
terio, nuevas proposiciones de Prim y Silvela,
idénticas á las anteriores, nuevas refutaciones
de Fish por telégrafo. Cuando se habían ocu-
pado ya varios días con ese tiroteo, salieron
de Madrid P r i m y Silvela, el uno hacia Vichy,
el otro á algún punto de España, y siguió
Sickles en la capital abrumado con las negocia-
ciones, pues no debían interrumpirse. Entra
ahora en escena Manuel Becerra, ministro de
Ultramar, á quien con grandes gestos y afec-
tada cordialidad tocaba simular menos elasti-
cidad, menos deseo de negociar por el m o -
mento cosa alguna. P e r o Sickles recibe el
i.° de Setiembre un telegrama de W a s h i n g t o n
1GS BIOGRAFÍAS AMERICANAS

insistiendo en las primitivas proposiciones, y


concluyendo así : « Retirad las ofertas, si
no son aceptadas antes del primero de Octu-
bre. La anarquía prevalece en gran parte de
la isla. Los Voluntarios asesinan ciudadanos
americanos y las autoridades españolas con-
fiscan sus propiedades. »
¿ Qué había sucedido en la capital norte-
americana? — Fish, aferrado á sus ilusiones
y á su política, conservaba siempre esperan-
zas, á despecho de las contrarias apariencias.
Así lo expresó en el consejo de gabinete, pero
el general Rawlins, desde el principio ardiente
partidario de una política más activa en favor
de Cuba, y á quien atendía el Presidente con-
vencido de su perspicacia, su talento y su
rectitud, perdió la paciencia. Habló con gran
fuerza, sostuvo que España á su p a r e c e r s e
estaba burlando de todos, y á pesar de la
seráfica credulidad del secretario de Estado,
arrastró al Presidente y con él la mayoría de
sus colegas, hizo fijar un plazo perentorio á
España para aceptar ó rechazar lo que se le
proponía, y en el último caso para reconocer
ó los cubanos como beligerantes. Tal fué el
origen del concluyente despacho de i.° de
Setiembre.
Sickles, pues, obedeciendo á las órdenes
precisas que había recibido, y al espíritu de
sus instrucciones, dirigió el 3 á Becerra, mi-
JOSÉ MORALES LEMUS 169

nistro interino de E s t a d o , una nota formal


ofreciendo la mediación de su gobierno y
detallando las condiciones. Era un documento
moderado y al mismo tiempo muy expresivo.
Aducía todos los a r g u m e n t o s y razones sugeri-
das por Fish en las instrucciones y en los di-
versos despachos, refutaba las contraproposi-
ciones de P r i m y Silvela, fijaba de una vez las
solas bases aceptables en concepto de su
gobierno, es decir, la independencia de la isla
y la emancipación de los negros esclavos.
He aquí el párrafo principal : « Desde hace
casi un año es Cuba teatro de una guerra que
tiene por objeto librar á sus habitantes de sus
relaciones coloniales con España y establecer
en su suelo un estado independiente. La lucha
ha despertado atención, y también no poca
parte de simpatía, en Europa y en América.
Devastación y ruinas son la huella de su
marcha : ciudades saqueadas, habitaciones
incendiadas, fincas destruidas y vidas sacrifi-
cadas. Una y otra parte dejan todo desolado ;
si así continúa, el resultado será el aniqui-
lamiento de la isla y una pérdida inmensa de
vidas h u m a n a s . Calculada la fuerza de la
insurrección por el tiempo que ya ha durado
y por los medios que se emplean para com-
batirla, tiene que ser realmente formidable.
España ha enviado grandes y poderosos recur-
sos de h o m b r e s , buques y armas para vencer

10
170 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

á los insurgentes, ellos en tanto se mantienen


en pie, dominando una porción considerable
del país. P o d r á ser que al cabo llegue á quedar
sofocada la insurrección, pero no habrá
más que un suelo empobrecido y habitado por
un pueblo descontento. Escierto que si se
compara su duración con la de otras guerras
coloniales anteriores, no puede aun decirse
que haya durado demasiado, pero si en cam-
bio se tiene en cuenta la gran facilidad de
comunicaciones transoceánicas que h o y hay
y los infinitos adelantos realizados en el arte
de la guerra, en virtud de los cuales son ahora
las contiendas cortas y decisivas, la lucha se
acerca al período en que, según la práctica de
las naciones, no es posible n e g a r por más
tiempo á las partes el reconocimiento de
beligerantes. >>
Este párrafo da idea exacta del carácter de
toda la comunicación. El ministro español la
recibió y, sin darse por enterado, haciendo
an creer que no la había leído, quiso ver á
Sickles el 4 para decirle que, según acababa
de saber, el gobierno americano impedía
salir de Nueva York unos cañoneros, que se
estaban en aquellos astilleros c o n s t r u y e n d o
por encargo del Capitán general de Cuba, y
que lo consideraba como « un acto injusto,
que no demostraba amistad á E s p a ñ a ». Era
la primera vez que el gabinete español tocaba
JOSÉ MORALES LEMUS ni
ese punto á Sickles, no obstante que esos
cañoneros, treinta en n ú m e r o , destinados á
bloquear estrechamente las costas de Cuba é
impedir más eficazmente que hasta entonces
el desembarque de las expediciones insurrec-
t a s , estaban sometidos á interdicto en el
puerto de Nueva York desde el 4 de Agosto,
es decir, desde un mes antes.
Esa detención de cañoneros había preci-
samente sido el suceso que casi quitó á
Morales L e m u s toda sospecha de insince-
ridad por parte de Fish al contar con el éxito
favorable de la negociación, pues fué el
mismo Fish quien concibió, y le sugirió, la
idea de dirigirse al ministro peruano en W a s -
hington, coronel Freiré, para obtenerla. El
representante del P e r ú pidió en el acto el
embargo preventivo, alegando 'que su go-
bierno se hallaba siempre en estado de guerra
con España, pues aunque s u s p e n s a s las h o s -
tilidades, no había intervenido aún ni tratado
ni tregua formal, ni siquiera armisticio. E s -
taba por tanto en su derecho y tenía particu-
lar gusto además en favorecer de ese modo
indirecto la causa de Cuba, cuya indepen-
dencia su gobierno había reconocido. Fish,
persuadido, como dijo en una entrevista
publicada en el Herald de Nueva York, de
que la partida de esos barcos « equivaldría á
la derrota de la insurrección cubana », aceptó
172 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

la intervención del Perú y ordenó el embargo


preventivo.
El interés directo del Perú en el incidente
era efectivamente casi nulo, los cañoneros no
eran capaces de doblar el cabo de Hornos, ó
el estrecho mismo, aunque se lo permitieran ;
no eran más que lanchas de vapor, y si es
verdad que dejaban á España en libertad de
disponer de la escuadra ocupada en Cuba, la
lucha activa contra las repúblicas del Pacífico
había cesado, aun podía decirse que estaba
ya virtualmente terminada. Además el Perú,
pocos meses antes, había extraído de los
Estados Unidos un par de formidables
« monitores » con asentimiento del gobierno
español. La detención, pues, requerida apa-
rentemente por el Perú, resultaba en favor
de Cuba sola, y había creído Fish conve-
niente ese pequeño alarde de disfrazada hos-
tilidad, como estímulo á la marcha de los
tratos que en Madrid se seguían á propósito
de la cuestión cubana.
La observación del ministro español sobre
esos cañoneros era el principio de un nuevo
plan de batalla para quitar al americano la
actitud tan nueva y abiertamente tomada. La
nota última de Sickles provocaba una peri-
pecia, amenazando convertir en drama trá-
gico lo que hasta ese momento más bien
había tenido algo de pantomima. A pesar de
JOSÉ MORALES LEMUS 171!

su forma cortés y de sus alusiones á la antigua


y constante amistad entre España y los Esta-
dos Unidos, su moderación misma acrecía
su fuerza. Hería, claro está, la fibra española
más sensible, demostraba una verdad en que
la nación no consentía, á pesar de la expe-
riencia contraria : que las colonias gobernadas
únicamente en interés de la nación goberna-
dora se pierden s i e m p r e ; y aun cuando la
habilidad diplomática lograse desairar la
intervención de Grant sin rompimiento ni
profundo desagrado, la amenaza de r e c o n o -
cimiento de la beligerancia, si se realizaba,
conduciría seguramente á la separación de
Cuba. Tardó el ministro m u c h o s días en con-
testar la nota, necesitaba aprovechar ese
ínterin, y trabajar m u y fino, como vulgar-
mente se dice, apelar á los g r a n d e s recursos
diplomáticos. Llamó á los principales direc-
tores de periódicos en Madrid, les pintó con
colores muy vivos la actitud de los E s t a d o s
Unidos al dar aviso del próximo reconoci-
miento de los cubanos rebeldes como beli -
gerantes. Esos periódicos tomaron desde el
siguiente día un tono indignado y belicoso
contra los angloamericanos, sosteniendo que
semejante amenaza era una afrenta y motivo
sobrado de declarar la guerra. La prensa del
resto del país siguió á la de la capital, el
tema ya de suyo bien « de sensación » se
10.
17* BIOGRAFÍAS AMERICANAS

exageró aun más, hasta levantar en pocos


días un grito ficticio de guerra, que resonó y
repercutió de un extremo al otro de la penín-
sula. L o s fondos bajaron de repente varios
p u n t o s , como era natural. Llegó el i4 de
Setiembre, el ministro no había aun contes-
tado la nota del 3, mientras corría por todos
los periódicos del continente y de Inglaterra
el r u m o r de que había sido comunicada á
varias cortes europeas y se habían abierto
negociaciones con ellas sobre ese particular.
O t r a s voces de propósito repetidas asevera-
ban que había ya listos veinte mil soldados,
seis buques de guerra y muchos transportes
para él caso de una guerra, que cada día
parecía más inminente.
Esto en Europa. En Cuba era todavía m a y o r
la agitación. No necesitaban tanto los infla-
mables Voluntarios para expectorarel ruidoso
é interesado patriotismo que los s o f o c a b a ;
sabían demasiado que si llegaban los E s t a d o s
Unidos á reconocer como beligerante la repú-
blica cubana, la isla para ellos seguramente
se perdía, y se aprestaron á no escatimar
amenazas, si amenazas podían alejar la for-
midable catástrofe. El 24 de Setiembre votó
por unanimidad el Ayuntamiento de la Habana
unas resoluciones, redactadas en esa forma
mística y fanática, que tan á menudo se en-
cuentra en documentos patrióticos e s p a ñ o l e s :
JOSÉ MORALES LEMUS 175

« Que si por ventura algún poder extraño des-


conociere con actos de directa ó indirecta
hostilidad el derecho de E s p a ñ a y atentare
contra el decoro de su soberanía, el gobierno
supremo puede obrar con entero desembarazo
y enérgica decisión, sin detenerse j a m á s ante
el temor de que puedan experimentar perjui-
cios accidentales los habitantes de esta isla,
pues éstos antepondrían siempre á sus parti-
culares intereses el honor de la bandera na-
cional, que debe aparecer limpia y gloriosa
ante todos los pueblos del m u n d o ». Pocos
días después no quedaba un solo ayunta-
miento de la isla sin expresar su adhesión á
las palabras del de la Habana, y-con más vigor
á veces, aunque á primera vista parecería di-
fícil exceder en altanería al primer protes-
tante.
Sickles, al no recibir contestación, fué el
i 4 á ver á Becerra, todavía encargado interi-
namente de la cartera de Estado, y pregun-
tarle si eran ciertos los rumores sobre tratos
con otras naciones motivados por su última
nota. El ministro, que los había echado él
mismo á correr, respondió sin titubear que
eran completamente falsos ; pero volvió al
asunto de los cañoneros detenidos, diciendo
que el pretexto de la reclamación peruana no
era serio, que el embargo parecía un acto de
hostilidad contra España, y que España, si
176 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

era así, se veía en el caso de afrontar la situa-


ción que le creaban. « No somos tan candi-
dos » agregó « para pensar que hallaremos
aliados en Europa si viene la guerra con los
Estados Unidos. Tendremos que combatir so-
los, sea cual fuere el desenlace ; a nadie hemos
apelado para que nos ayude. » Después de
este alarde de altivez y resignación combina-
das (i), continuó el ministro encareciendo las
buenas intenciones de España respecto á Cuba,
su resolución de iniciar en seguida una polí-
tica liberal sin aguardar el fin de la insurrec-
ción, de desarmar inmediatamente á los Vo-
luntarios y ofrecer la paz a los cubanos. « Si
no la aceptan, seguirá entonces España la
guerra, pero perdonando siempre á ios ven-
cidos y á los prisioneros, evitando con escrú-
pulo todo derramamiento de sangre por ven-
ganza y toda especie de represalias, por
crueles y horribles que fueren los actos de los
insurgentes. » Tal era el plan de España, y
ese plan tan humano y generoso se hallaba

(i) E s t a c o n v e r s a c i ó n fué e s c r i t a l u e g o p o r S i c k l e s , y
c o m u n i c a d a á B e c e r r a para s u a p r o b a c i ó n , la c u a l dio.
Publicóse m á s adelante en inglés en un cuaderno de
d o c u m e n t o s o f i c i a l e s p r e s e n t a d o s p o r la s e c r e t a r í a d e
E s t a d o á la C á m a r a d e R e p r e s e n t a n t e s e n W a s h i n g t o n ,
y p o r é s t a d a d o s á l u z . D e él la t r a d u c i m o s , a s í c o m o
lodos los demás documentos citados, antes y después.
La p a l a b r a candidos e s t á e n e s p a ñ o l en el t e x t o i n g l é s ,
a s í c o m o « n u e s t r a b l a n d u r a » u s a d a e n la m i s m a e n t r e -
v i s t a . [Ex. Doc. ^íst. Congress. -ind. session, n" 170.)
JOSÉ MORALES LEMUS 177

en suspenso á causa de la intempestiva inter-


vención délos Estados Unidos, incomprensible
en cuestión tan estrictamente doméstica como
la p r e s e n t e ! Bien quisiera el gobierno, aña-
día, aceptar las ofertas del presidente Grant,
pero « la Comisión permanente de las Cortes
ha acordado unánimemente ofrecer al gobierno
cuantos recursos sean necesarios para extin-
guir la rebelión, y se opone á toda idea de
tratar con ningún país extranjero sobre Cuba ».
u Nada más tengo que deciros, concluía en
meloso tono el ministro, sólo suplicaros nue-
vamente que insistáis en que os autoricen á
retirar la nota última, y que la retiréis. Esa
es la mejor manera de p o n e r n o s en situación
de conceder aun más de lo que ofrecemos, sin
que se nos suponga ceder á presión extraña.
N u e s t r a s concesiones serán así mejor agrade-
cidas y aceptadas en Cuba, y nuestra b l a n -
dura no será tomada en España como indigna
debilidad ». Es de sobra conocido que la lucha
duró nueve años más, que en la mayor parte
de ese tiempo fué guerra á muerte, fusilán-
dose invariablemente á los vencidos y prisione-
ros, y que no hubo tal oferta de paz, anunciada
por el ministro, ni la hizo nadie antes de Mar-
tínez Campos en 1878.
En tanto llegaban á los E s t a d o s Unidos y
á oídos de Fish esos persistentes r u m o r e s de
guerra ; con la misma facilidad que puso tan
178 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ilimitada c o n f i a n z a en el éxito de la negocia-


ción diplomática, se dejó engañar ahora p o r
artificios y mentiras, y cayó inocentemente en
las redes que le tendía el gabinete español.
Creyó en esto como creyó en aquello, conforme
una ú otra cosa cuadraba con sus deseos, y
hallónatural que pueblo « tantradicionalmente
soberbio » viese en la declaración de belige-
rancia motivo suficiente de romper relaciones
diplomáticas y aprestarseá la guerra. Empezó,
pues, á vacilar para cambiar luego de parecer.
El 11 de Setiembre remitió todavía un tele-
grama insistiendo fuertemente en la media-
ción ; el i 5 d i s c u t í a con Sicklespor el telégrafo
las proposiciones españolas, es decir, el ple-
biscito sin armisticio ; pero el a3, sabedor ya
de todo y de la entrevista crítica con Becerra,
mandó á decir á Sickles que si los « buenos
oficios » no eran en suma agradables á España
podía retirarlos, y que él « no había aun dado
paso alguno hacia el reconocimiento de C u b a » .
P a r a robustecer su palinodia y acallar su
susto, no tuvo escrúpulo de echar sobre el Perú
la culpa en el asunto de los cañoneros, olvi-
dando que él mismo lo había sugerido, y acep-
tado inmediatamente que se lo propusieron.
Completó la reculada protestando de su im-
parcialidad y reprendiendo á su enviado por
haber presentado la nota, causa del a l b o r o t o j

cuando hubiera bastado leer y dejar copia de


JOSÉ MORALES LEMUS 179

s u s propias instrucciones al ministro de Es-


tado español.
Imposible parece creer que llegase la impre-
visión del secretario americano hasta el punto
de no haber contado de antemano con esa al-
garada de periódicos y cabildos españoles, y
que fuese luego tan pusilánime para cejar
despavorido ante tan huecas amenazas. Una
y otra vez había dicho y escrito él mismo que
el reconocimiento de la beligerancia era el co-
rolario natural del fracaso de la mediación.
Así lo había participado á E s p a ñ a , y porque
España lo creía y lo temía, había ésta prepa-
rado esas baterías inofensivas y lanzado esas
descargas de palabras, bien convencida de
que no le era dable hacer cosa mejor. I n c o m -
prensible por tanto sería la retirada tan vio-
lenta y precipitada de los E s t a d o s Unidos, sin
ejemplo quizás en los anales de la diplomacia,
si no hubiese ocurrido en W a s h i n g t o n algo
inesperado, algo decisivo, que demasiado lo
explica.
Grant, siguiendo siempre el impulso y los
consejos del general Rawlins, su hombre de
confianza en el gabinete como lo había sido
durante todo el curso de la guerra civil, llegó
hasta firmar la proclama de neutralidad, en
que reconocía á Cuba como beligerante, desde
•que supo el sesgo que en Madrid tomaban las
c o s a s ; dejándola en poder del secretario d»
ISO BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Estado, que había de refrendarla y expedirla


en el momento oportuno, muy próximo ya, a
su parecer. No se contentó solamente con
eso ; dos ó tres días después, el 1 4 de Agosto,
viajando él por el estado de Pensilvania,
mientras el secretario residía en su casa de
campo de Nueva York, dirigió á éste una
carta, insistiendo en la necesidad de la pro-
clama y agregando que acaso también sería
necesario intimar á España la alarma, el dis-
gusto con que el pueblo americano oía ha-
blar de esos nuevos veinte mil soldados, que
se alistaban contra la isla para echar abajo
allí toda esperanza de ese self-government,
agregaba, que « nosotros los americanos con-
sideramos como un derecho en nuestro con-
tinente », y concluía sugiriendo que en ese
caso lo conducente sería colocar á los cuba-
nos en situación igual á la de sus adversa-
rios ; con lo cual quería probablemente decir,
aunque no esté tan claro, reconocer á Cuba
como independiente. Así lo había hecho el
Perú y lo harían sin duda, á imitación de los
Estados Unidos, otras repúblicas america-
nas (i).

í i ) E s t a carta, t e s t i m o n i o de la g e n e r o s i d a d de e s p í r i t u
del g e n e r a l Granl. fué p u b l i c a d a p o r p r i m e r a v e z en
1896 d e s p u é s d e la m u e r t e de F i s h , p o r s u hijo, Speaker
e n t o n c e s de la A s a m b l e a del e s t a d o d e N u e v a York.
H a b l á b a s e n u e v a m e n t e d e la b e l i g e r a n c i a c u b a n a c o n
m o t i v o de la s e g u n d a i n s u r r e c c i ó n , c o m e n z a d a el a ñ o
JOSÉ MORALES LEMUS 181

Fish lo reservó todo, proclama y carta; pero,


como se ha visto, continuó esperando de Ma-
drid un resultado favorable y excitando á
Sickles hasta el 22 de Setiembre, que ordenó tan
bruscamente la retirada. En el intermedio se
había agravado la terrible dolencia pulmonar
del general Rawlins, que le impidió salir de
su aposento desde la segunda quincena de
Agosto, hasta expirar el 6 de Setiembre. Al
sentirse morir, después de las últimas reco-
mendaciones sobre su familia, dijo á Creswell,
colega suyo en el gabinete, en cuyos brazos
exhaló el último suspiro, y quien lo relató :
« Os recomiendo á la pobre y martirizada
Cuba. Seguid siempre en favor de los cuba-
nos. Cuba debe ser libre y su tiránico enemigo
debe ser a b r u m a d o . Nuestra república tiene
encima esa responsabilidad. F u i m o s siempre
de la misma opinión. Continuad lo m i s m o . »
Poco después aquel noble corazón, que pal-
pitó hasta el fin en favor de la santa causa de
la libertad, cesó de latir.
Para su entierro el día 9 vinieron, de los
diversos lugares en que la estación los tenía
repartidos, el Presidente y sus secretarios. El
que esto escribe asistió, por delegación de
Morales L e m u s , en representación de los cu-
antes. Fué comunicada á los periódicos por medio de
un t e l e g r a m a d e la P r e n s a A s o c i a d a , f e c h a d o e n A l b a n y ,
el 15 d e Marzo d e e s e a ñ o .

11
282 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

baños. El general Grant, que había vislo, es-


toicamente impasible, caer día tras día en su
última campaña, tantos centenares de oficiales
y soldados, derramaba lágrimas a m a r g a s ,
mientras el canto fúnebre acompañaba la en-
trada del cadáver en la bóveda de los mili-
tares, entre los muros de aquel camposanto
triste, casi abandonado, llenos sus patios de
hierba inculta, silvestre. También lloraban
varios de los ministros, incluso el mismo
Fish, aunque desaparecía así el único que
podía contrarrestar y dominar su influencia en
el ánimo del Presidente. Al descender y ce-
rrarse la tapa de piedra de esa bóveda, que-
daba allí encerrada, perdida la única esperanza
de Cuba. Habían de pasar diez y nueve años
antes de que la gran república cumpliese la
obligación de reparar, aceptase la responsa-
bilidad que, según exclamó Rawlins antes de
morir, tenía ella encima. El día de Abril de
1898 en que España declinó por segunda
vez, con obstinado orgullo, la mediación de
los Estados Unidos en favor de Cuba, y se
aprestaron aquéllos á la guerra, que tanto
asustaba al millonario Fish, debieron salu-
dar y consagrar un pensamiento al general
Rawlins cuantos pasaron delante d é l a estatua
de bronce, que por suscripción pública se eri-
gió en W a s h i n g t o n , para mantener viva su
memoria y su nombre siempre recordado.
JOSÉ MORALES LEMUS 183

Morales L e m u s , en sus viajes á la capital


federal, no podía ya, muerto Rawlins, saber
algo de lo que pasaba en los consejos de ga-
binete ; tenía que adivinarlo por el rostro
de Fish ó por la naturaleza de las p r e g u n t a s
que éste le hacía; pero á medida que el h o -
rizonte por el lado de España fué obscurecién-
dose, iba siendo el ministro cada vez con él
menos comunicativo, iba arrepintiéndose de
las ofertas explícitas y solemnes que le había
h e c h o . Veía naturalmente ya con menos gusto
al representante cubano, cuya sola presencia
era muda y dolorosa reconvención, sobre todo
en los días, como el 23 de Setiembre, en que
remitía el tristemente decisivo telegrama, y
no le decía de ello una sola palabra.
El Presidente, después de la desaparición
de su antiguo compañero de armas, depositó
su confianza en Fish, principal de sus minis-
tros. Por hábito, por carácter y por falta de
preparación, no era muy entendido en la mar-
cha de la política extranjera, aceptaba cuanto
le decía el secretario de Estado ; y de este
m o d o , al finalizar Setiembre, habíase borrado
de su espíritu la impresión de las palabras de
Rawlins que lo arrastraron á fijar el treinta de
ese mes para expedir la proclama, ya redac-
tada, ya firmada.
P e r s u a d i d o el gabinete español de que el
americano desistía de todas sus pretensiones,
181 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

juzgaron P r i m y Silvela que podían ya volver


á Madrid ; llamaron á Sickles y le confirmaron
solemnemente todos los ofrecimientos de Be •
cerra, las infinitas preciosas concesiones que
España haría á los cubanos desde el momento
q u e los Estados Unidos se abstuviesen de in-
tervenir. P r i m en particular dijo, contestando
á una pregunta del plenipotenciario, que ha-
bía dado ya las órdenes conducentes al des-
arme de los Voluntarios en Cuba, que se veri-
ficaría inmediatamente, sin obstáculo alguno,
y que no se repetirían escenas como la depo-
sición del Capitán general Dulce. Convino en
q u e eran realmente escandalosos algunos d é l o s
actos de esos Voluntarios ; por lo cual había
intimado al general Rodas, g o b e r n a d o r ahora
de la isla, que lo impidiese á toda costa, « aun
fusilando á algunos, si era necesario. » E s t a s
palabras fueron p r o n u n c i a d a s en entrevista
oficial de 28 de Setiembre, y j a m á s se han
echado á volar otras más vanas y más falsas,
pues los peores atentados de esos Voluntarios,
q u e nadie nunca trató de desarmar, estaban aún
p o r v e n i r ; pero tenía ya el embajador la auto-
rización para desistir de todo lo intentado.
Fascinado por las ofertas brillantes de P r i m ,
por ese espléndido horizonte de libertades
para Cuba que se complacían en trazar desca-
radamente, si dejaban á España soIa> escri-
bió y envió el 28 del mismo mes la nota
JOSÉ MORALES LEMUS 185

formal retirando los « buenos oficios » ofre-


cidos.
Una sonrisa de maligna satisfacción debió
dibujarse en los labios del ministro español al
recibirla. Acabó desde aquel día el fingido
aparato bélico del país, cesaron las declama-
ciones de los periódicos de Madrid y provin-
cias. Era tan rara, tan poco común en la
práctica diplomática esa retractación de
los Estados Unidos, que Silvela no creyó
peligroso ya burlarse abiertamente y hasta
con cierto menosprecio. En su contestación
de 8 de Octubre da por retirada, no los buenos
oficios, sino la nota íntegra de 3 de Setiembre
con todo su contenido, como si semejante
cosa pudiera hacerse, cuarenta días después
de recibida, discutida y comentada. Además,
aprovechándose de que ofrecía aún el ameri-
cano los buenos deseos de su Presidente de
ayudar en lo posible á un desenlace favorable
de la cuestión entre Cuba y España, recogía
Silvela la palabra y replicaba, que « en efecto,
dos cosas podía hacer el Presidente de los
Estados Unidos en favor de ese desenlace ».
Y eran : primera, decir á los cubanos resi-
dentes en Nueva York, « sobre quienes debía
él naturalmente ejercer influencia, » que se
abstuviesen de dar carácter salvaje á la guerra
y de cometer los ultrajes y crímenes feroces
que los deshonraban ; que España guardaba
180 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

en su conducta la mayor moderación y h u m a r


n i d a d ; y que aconsejara á los miembros de la
J u n t a cubana en Nueva York, « completa-
mente indignos por cierto de la hospitalidad
que recibían », que no fomentasen la insu-~
rrección. « De ese modo podrán los E s t a d o s
Unidos demostrar simpatía y buena voluntad
á España. » Segunda, para abrillantar el P r e -
sidente la sinceridad de sus ofrecimientos de-
bía dejar salir del puerto de Nueva York los
cañoneros que allí « se construyen á expensas
del gobierno español, porque esos buques
van á bloquear á Cuba, no contra el P e r ú ;
para que no nos digan más, en son de argu-
m e n t o , que la insurrección sesostiene siempre,
pues precisamente dura porque de fuera la
sostienen. »
A p e n a s recibió Sickles tan insultante y
sarcástica contestación, bramó de c ó l e r a ;
pero no quedaba más recurso que devorar
la afrenta en cuanto á las dos insinuaciones,
envueltas en acíbar, que se atrevían á propi-
nar al Presidente americano, y se desquitó
reclamando contra la « extraordinaria aser-
ción » de dar por retirada la nota íntegra de
Setiembre 3, cuando habíanlo sido solamente
los buenos oficios ofrecidos. Protestó en el
acto, Silvela insistió en demostrarle que nota
y buenos oficios eran la misma cosa ; pero él
en este punto se mostró inexorable, y Silvela,
JOSÉ MORALES LEMUS 187

« sin darse por convencido, se calló ; después


me envió (habla Sickles) al señor Díaz del
Moral con un borrador enmendado, que decía
poco más ó menos lo mismo, y lo r e c h a c é ;
hasta que ayer i5 volvió dicho Díaz con un
párrafo omitiendo lo de la retirada de la nota ».
Así terminó esta inmortal negociación diplo-
mática, que duró tres meses y ofrece tan
extraños y curiosos incidentes.
De ahí en adelante Fish, por reacción natu-
ral, por excusar á sus propios ojos su con-
ducta vacilante y contradictoria, experimentó
hacia la insurrección cubana sentimientos
exactamente opuestos á los que cuatro meses
antes había tan a b u n d a n t e m e n t e sentido, ó
d e m o s t r a d o ; para ocultar la derrota diplo-
mática debida á su injustificada credulidad,
afectó ahora estar en los mejores términos
con el gobierno de España, á la cual suponía
siempre en vísperas de permanente metamor-
fosis republicana. Morales Lemus debió al
fin abstenerse de visitarlo y concentró todos
sus esfuerzos en obtener del Congreso las
manifestaciones ele simpatía que el Ejecutivo
parecía tan arrepentido de haber menudeado.
La Cámara de Representantes supo con asom-
bro la historia de la fracasada negociación.
Inspirándose en las simpatías del pueblo
americano, incesantemente patentizadas de
mil maneras, estuvo un momento resuelta á
188 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

votar por gran mayoría una expresiva moción


de auxilio eficaz á los combatientes de Cuba.
Un mensaje inopinado del Presidente, en que
expuso Fish lo que decía entonces en sus
despachos diplomáticos, conjuró á última
hora la inminente votación, á pesar de que
h o m b r e s de tanto peso y prestigio en el par-
tido republicano, como los generales Banks y
L o g a n , atacaron elocuente y enérgicamente
la política del secretario de Estado en España
y en Cuba. Tres días, con sesiones de tarde
y de noche, duró la discusión. El desenlace
favorable era evidente, previsto ; pero el P r e -
sidente pidió en su carácter oficial que no
se aceptase la resolución de Banks, aludió á
posibles dificultades, que se guardó bien el
secretario de explicar, contentándose con dar
á entender vagamente que por caminos más
seguros podría conseguirse lo que la Cámara
deseaba. E s o s nuevos y más seguros cami-
nos nunca se supo cuáles eran ; no eran m á s
que nuevo alarde de la credulidad de Fish.
F u n d á b a n s e probablemente en palabras diri-
gidas á Sickles por Prim, á las que daba el
secretario importancia de que carecían. « Veo
con satisfacción, dijo P r i m para endulzar al
plenipotenciario el trago de la repulsa, veo
crecer en España un sentimiento decidido
en favor de la emancipación de Cuba. Salvado
el honor nacional, no habrá serio inconve-
JOSÉ MORALES LEMUS 139

rúente para en seguida realizar la indepen-


dencia de la isla. Llegará pronto el tiempo en
que los buenos oficios de los Estados Unidos
serán, no sólo útiles, sino indispensables
para un acuerdo final entre Cuba y España.
Ya veremos cómo, y desde ahora contamos
con su ayuda. » Prim murió trágicamente
quince meses después, pero ese sentimiento
en favor de Cuba independiente ni existía
entonces ni existió j a m á s . Sus palabras esa
vez se encaminaban simplemente á obtener
que saliesen de Nueva York los cañoneros
detenidos ; como en efecto salieron en Di-
ciembre de 1869.
Lo que después ocurrió apenas merece
relatarse. L o s políticos españoles continua-
ron hechizando con agasajos y palabras vanas
al ministro americano. Habían ofrecido liber-
tades, decretaron la ele cultos, que era ino-
fensiva y no podía tener en Cuba aplicación
ni resultado práctico ; pero ahí se detuvieron
y no decretaron otra alguna.
El i 3 de Noviembre de 1869 asistía Sickles
á la sesión del Congreso en Madrid. Cuando
Rivero, el Presidente, lo descubrió en la tri-
buna diplomálica fué á estrecharle ostensible-
mente la mano y convidarlo á comer para esa
tarde. Aceptó Sickles y se reunió allí con Sil-
vela, que ya no era ministro de E s t a d o , con
Martos, que le había sucedido, con Becerra
11.
190 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

y otros. Disertaron s ó b r e l a constitución p r o -


mulgada en España, la cual, según Rivero,
era junto con la de los Estados Unidos « la
mejor del mundo ». Los ministros reiteraron
sus promesas en favor de Cuba, y después
que dijeron cuanto juzgaron suficiente para
hechirar al americano, le advirtieron que con-
siderase sus palabras como franca expresión
de « sentimientos oficiales lo mismo que pri-
v a d o s » . « Somos demócratas consecuentes, »
agregaron Martos y Rivero, « respetamos las
mayorías, y como los insulares son en Cuba
m á s n u m e r o s o s que los peninsulares, apoya-
remos lo que aquellos pidan por medio de
sus legítimos representantes ». Ese mismo
Martos decía, á los pocos días, al embajador
de Inglaterra L a y a r d : « No podemos conce-
der nada á Cuba, porque nos enajenaríamos
al partido español de la isla, » es decir, á la
minoría. Esta vez al menos dijo Martos lo que
realmente pensaba (i).
Nada más ocurrió de notable ; así t e r m i -
naron las conversaciones entre Madrid y
W a s h i n g t o n sobre la libertad de Cuba. Fish
continuó como secretario de Estado en el

¡i) S i c k l e s e s el q u e c u e n t a , t a n t o la e n t r e v i s t a c o n
P r i m de a n t e s , c o m o la e s c e n a en c a s a d e R i v e r o , e n
s u s d e s p a c h o s o f i c i a l e s , n ú m e r o s 22 y fechas Se-
t i e m b r e a5 y D i c i e m b r e 29 d e 1869. S i c k l e s t a m b i é n e s e l
que inserta las palabras de Martos á Layard, las que le
comunicó éste mismo.
JOSÉ MORALES LEMUS 191

gabinete de Grant hasta Marzo de 1877 y fa-


lleció, completamente alejado de la política
desde mucho antes, en i8g3 á la edad de
ochenta y cinco años. De la independencia
de Cuba no tuvo que volver á tratar ; pero del
agradecimiento de España recibió prueba te-
rrible en el apresamiento del vapor Virginias
en alta mar y el fusilamiento inmediato de
cincuenta y dos individuos, inclusa la tripu-
lación, íntegra, de comandante á fogonero,
casi toda compuesta de americanos de los
Estados Unidos, Negoció con el ministro
español en W a s h i n g t o n á propósito de ese
triste suceso, contentándose con ochenta mil
pesos en efectivo como indemnización de las
vidas sacrificadas, y una escueta satisfacción,
proferida bien á regañadientes. Andando el
tiempo ocurrió una extraña coincidencia, q u e
cualquiera, un poco supersticioso ó fatalista,
imaginaría venganza de la suerte. Al comen-
zar las operaciones militares de los Estados
Unidos contra España en el suelo cubano en
J u n i o de 1898, cuando la vanguardia del ejército
invasor, de la que formaba parte principal el
regimiento de caballería desmontada de que
era Teniente Coronel Theodore Roosevelt, se
encontró por primera vez en Las Guásimas
enfrente de soldados de E s p a ñ a , á la primera
descarga cayó muerto un sargento llamado
Hámilton Fish, hijo único de Nícholas Fish,
192 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

primogénito del antiguo secretario de E s t a d o .


Un nieto, pues, con su mismo nombre resultó
ser la víctima primera de esa guerra liberta-
dora entre España y los E s t a d o s Unidos, que
tanto el abuelo hizo por evitar.

VIH

Es indecible lo que sufrió Morales Lemus


durante la crisis de Octubre, y lo que siguió
sufriendo hasta el fin de su vida, ya bien
próximo. Acabó i869 sin que el secretario de
Estado comunicase al Congreso los docu-
mentos sobre las relaciones diplomáticas con
España, y el ministro cubano, que ignoraba
multitud de detalles, no acertaba á explicarse
la profunda variación de que era testigo, tanto
en Fish como en toda la política americana.
A veces creía haber sido él, no otro, víctima
de una alucinación, recordaba lo que había
precedido, lo comparaba con lo que sucedía
y hallaba dos situaciones tan distintas que,
por no dudar d e q u e pensaba despierto, nece-
sitaba figurarse que lo pasado había sido un
sueño, la embriaguez de un narcótico p o d e -
roso. Tal vez se impresionó demasiado, tal
vez no tuvo su espíritu bastante tiempo para
acostumbrarse á esa vida nueva comenzada
en la vejez, á esa diplomacia tan llena de
JOSÉ MORALES LEMUS 193

alternativas é ilusiones, que parece suscitar


borrascas y son al cabo tempestades en una
tetera, in a tea-pot, como dicen en inglés. Es
lo cierto empero que no hay sensación com-
parable á la que experimenta el h o m b r e , que
emprende lleno de entusiasmo un camino
por primera vez, que se consagra á una tarea
movido por los más nobles sentimientos, lleno
de ansia patriótica, de esperanzas tan nobles
como ardientes, y á los pocos pasos, cuando
cree algo conseguido, cuando empiezan á
desvanecerse los temores que la novedad del
esfuerzo comunicaba á su modestia ó á su
deseo, se siente completa, irremediablemeute
burlado ó derrotado. La sinceridad de las
esperanzas y la alteza del objeto contribuyen
para hacer más violéntala caída. Comparaba
la conducta del Presidente y su Secretario
con las palabras que ambos le habían espon-
táneamente dirigido ; buscaba los móviles de
esa variación, y no los encontraba ; veía á la
insurrección cubana, á despecho de lo que
Fish quería hacer creer, tan vigorosa en
Enero de 1870 como lo estaba seis meses
antes, y sufría en ese dédalo de duda y con-
fusión las más punzantes a m a r g u r a s .
Al f i n publicóla Cámara en Marzo de 1870
los documentos de la negociación con E s -
paña, por aquélla pedidos al Ejecutivo. Halló
Lemus allí la confirmación de cuanto sabía
194 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

y había pasado ; vio en las instrucciones dadas


á Sickles y en la nota de éste al gabinete
español de 3 de Setiembre la promesa
explícita, la amenaza, mejor dicho, del
próximo reconocimiento de la beligerancia
cubana ; y todos pudieron convencerse de
que no se había fingido fantasmas, que había
tenido razón de confiar, que era él acaso el
engañado, de ningún modo el engañador.
P e r o esto era satisfacción de amor propio y
nada más ; no acallaba sus dolores patrió-
ticos, los excitaba á que fuesen devorándolo
hasta consumirlo, hasta matarlo. Leía en esos
documentos las promesas, reiteradas y fal-
seadas, de libertades nunca concedidas, las
afirmaciones audaces de España sobre su
humanidad, su moderación en la guerra, su
perdonar á los vencidos y respetar á los
débiles y los prisioneros ; y constantemente
recibía de la isla cartas, despachos, noticias,
que describían cuadros horrorosos, mujeres
ultrajadas, hijos y esposos asesinados á
sangre fría en presencia de sus madres y sus
esposas, prisioneros sistemáticamente fusi-
lados ; crueldades inauditas, que parecían ya
de otros tiempos olvidados; y en la Habana
misma, á la vista del m u n d o , el patíbulo sin
cesar levantado para hacer subir á él y some-
ter á « garrote vil », en presencia de los
Voluntarios, á los prisioneros de alguna
JOSÉ MORALES LEMUS 195

importancia, traídos con crueldad refinada


d e s d e el campo remoto de batalla.
Pero su fe no vaciló un instante, creía fir-
memente que á pesar de la evidente d e s p r o -
porción de recursos militares eran más fuertes
los cubanos, porque defendían su indepen-
dencia, porque los elementos mismos, la
naturaleza toda, estaban de su lado, porque
la razón y la justicia de la causa sirven al
menos en las luchas h u m a n a s para ahuyentar
el desaliento del pecho de los que las defien-
den. Este consuelo siquiera nunca le faltó y
hasta morir fió en él con fe inalterable. En
este concepto no fué desgraciado.
Abandonada toda esperanza de auxilio del
gobierno americano, volvió á residir siempre
en el estado de Nueva York, en una casa
pequeña, situada en un extremo de la ciudad
de Brooklyn, no anexada todavía entonces á
la de Nueva York. Durante el invierno de 1869
á 1870 se le v i o m u c h a s veces, á pesar de
sentirse enfermo de cuerpo y de espíritu por
los desengaños pasados y las injusticias pre-
sentes, y á despecho del viento y de la nieve,
atravesar el río y visitar de casa en casa á los
cubanos de Nueva York recogiendo dinero para
la organización de las expediciones. Llegó una
hora en que no pudo m á s ; cayó vencido en el
lecho y tras pocos días de enfermedad falleció
á los s e s e n t a y dos años, e l a S d e J u n i o de 1870.
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO

POESÍAS INÉDITAS

En la introducción al tomo tercero de la


Antología de Poetas hispanoamericanos, pu-
blicado en 1894 por la Real Academia E s p a -
ñola, dijo D. Marcelino Menéndez y Pelayo :
« De todos los poetas clásicos de nuestro
siglo, Olmedo es quizá el único que á d u r a s
penas puede dar materia para un pequeñísimo
volumen. Entre buenas y malas, largas y cor-
tas (una de ellas tiene tres versos), traduci-
das y originales, ensayos de la primera mo-
cedad y tardíos conatos de la vejez, apenas
llegan á veinte las composiciones suyas que
ha podido recoger la diligencia de sus apasio-
nados, ni hay esperanza de encontrar m á s ,
porque probablemente no existieron nunca.
198 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Aun de éstas hay que descartar más de la


mitad por endebles é insignificantes... »
En la edición de Poesías de Olmedo orde-
nada por Clemente Bailen, la más completa y
mejor de todas, publicada en P a r í s (Garnier
Hermanos, 1896) el número de esas compo-
siciones asciende á veintiséis ; sin que por
ello deje de ser exacto en todas sus partes lo
que advirtió el sabio coleccionador de la
Antología.
Lo cierto empero es que existen composi-
ciones inéditas de Olmedo, aunque no aña-
dan gran cosa á la reputación del cantor de
Bolívar; pero que no son tan insignificantes
ni tan endebles como casi todas las que se
han ido agregando á la edición primera, dada
á luz en 1848 por el literato argentino J u a n
Alaría Gutiérrez, en Valparaíso, base de
todas las posteriores. No se incluyeron en la
edición de Bailen, sin duda por haber llegado
tarde á manos de éste, pues precisamente
entre la masa de manuscritos ó impresos refe-
rentes á Olmedo que tenía él reunida, fué
donde, después de su fallecimiento, se encon-
traron. Tuve ocasión de examinar esos pa-
peles al revisar, por encargo de mi amigo el
Sr. Crisanto Medina, las pruebas de imprenta
del interesante ensayo biográfico, que lleva
al frente la edición. No había tiempo ya de
incorporarlas, ni aun como apéndice del tomo,
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 199

y me reduje á sacar copia, para que de todos


modos quedase un duplicado de esas compo-
siciones, que parecían inéditas, pues el má=
nuscrito era de indudable autenticidad, de
letra de Olmedo m i s m o . Después, Medina,
« amigo, pariente y albacea testamentario »
de Bailen, aunque no ignoraba que m u c h o s ,
si no casi todos esos papeles, eran propiedad
de Bailen (quien toda su vida había estado
reuniendo recuerdos de su compatriota Ol-
medo), supo también que algunos de ellos le
habían sido enviados de Guayaquil por el hijo
del gran poeta, y decidió devolver unos y
otros, en montón, tales como se encontraban,
remitiéndolos al Ecuador. Mi precaución de
copiar las composiciones á que me r e f i e r o
resultó muy oportuna, pues todos los papeles
devueltos desaparecieron luego consumidos
por el fuego, durante el gran incendio que
en 1896 destruyó gran parte de la ciudad de
Guayaquil. El hijo de Olmedo falleció poco
después.
Pero antes que estas poesías, cuya proce-
dencia importaba indicar, voy á insertar otra,
que s e publicó el año de 1806 en Lima, que
muy pocos probablemente conocen, que es
también de Olmedo y que nunca se ha in-
cluido entre sus escritos. Imprimióse en
forma de cuaderno, su tamaño i/|5 por
98 milímetros, compuesto de trece páginas
200 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

no foliadas, y cuyo título es éste : Loa || al


[| Excmo. Señor Don J o s é || Fernando
Abascal y Sousa, Caballero || del orden de
Santiago, Mariscal de || Campo de los Reales
Exércitos, Virey || y Capitán general del
Reyno del || Perú, etc. || En la Tercera Co-
media que le || dedica el 27 de Noviembre ||
El Teatro de |) Lima | Imprenta real de
Expósitos. Año de 1806.
Bastaría simplemente leer una vez esta
composición para quedar convencido de que
es obra de nuestro poeta. Acaso ninguna otra
de la misma época, ni la oda En la muerte de
la Princesa de Asturias ni El Árbol, escritas
en 1807 y 1809 respectivamente, muestran
con tanta claridad el germen del estilo futuro
de los célebres cantos á Bolívar y á Flores.
P e r o hay prueba irrecusable de que es de
Olmedo y no de otro esta poesía anónima,
pues él mismo reconoció la paternidad, to-
m a n d o de ella m á s adelante no sólo versos
sueltos, sino pasajes enteros, para insertarlos
en una Alocución, compuesta treinta y cuatro
años después, para ser recitada por una actriz
la noche de la apertura del Nuevo Teatro de
Guayaquil (20 de Agosto de 1840), y que se
encuentra en la colección de Bailen y en otras.
Hela aquí :
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 201

LOA (I)

La escena se abrirá con una obertura de música


alegre y estrepitosa. El Teatro bien iluminado, y la
decoración correspondiente. El Ador aparecerá en
el medio, y concluida la música, se dirigirá á S. Exc.

COMEDIANTE

B r i l l ó S e ñ o r , al fin, el f a u s t o dia
Q u e el C o m e r c i o , l a s A r m a s y l a s L e t r a s
Tantos tiempos ansiaron;
Y con n o b l e porfía
S u P r o t e c t o r , su P a d r e T e a c l a m a r o n ;
Y sus bienes, sus glorias, sus tareas,
E n c e n d i d o s de a m o r T e c o n s a g r a r o n .
¿ Y no podrá igualmente
L l e g a r s e á V o s el T e a t r o r e v e r e n t e ,
P i n t a r su s i t u a c i ó n , e n c a r e c e r l a ,
Y pedir p r o t e c c i ó n , y m e r e c e r l a ?
T i e m p o fué en q u e la E s c e n a
D e honor, de magestad, de luces llena,
S e m i r ó protegida de las L e y e s .
A l l í los C i u d a d a n o s y los R e y e s
Y los f u e r t e s v a r o n e s ,
T o m a b a n las lecciones
D e v i v i r y m a n d a r . Y las c e n t e l l a s
Q u e del T e a t r o s a l i a n , e x c i t a b a n

(i) Al r e i m p r i m i r é s t a , a s í c o m o al p u b l i c a r l a s o t r a s
c o m p o s i c i o n e s i n é d i t a s , s i g o e n lo p o s i b l e , e s d e c i r , e n
l o d o l o q u e n o s e a e v i d e n t e m e n t e e r r a t a , la o r t o g r a f í a ,
bien del texto i m p r e s o , bien de l o s m a n u s c r i t o s .
202 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Mil heroycas pasiones,


Movían, inflamaban
E l a m o r a la P a t r i a ,
E l v a l o r , la c o n s t a n c i a y el d e c o r o ,
E l a m o r c o n y u g a l y la t e r n u r a ,
E l d e s p r e c i o del o r o ,
Y q u a n d o el bien del P u e b l o lo p e d i a ,
A q u e l á n i m o fuerte
D e a m a r m e n o s la v i d a que la m u e r t e .
R e n o v a d estos t i e m p o s v e n t u r o s o s ,
G e n e r o s o A b a s c a l , en v u e s t r a s m a n o s
L a g l o r i a e s t á y h o n o r d e los P e r u a n o s .
E l T e a t r o proteged. V e r é i s las M u s a s ,
Si humildes hoy y tristes y encogidas,
Mas ufanas, alegres y atrevidas,
R e i r , l l o r a r , i n c r e p a r ; bien y a c a l z a d a s
C o n el Z u e c o g r a c i o s o ,
B u r l a r en tono i r ó n i c o y j o c o s o
Las costumbres dañadas,
L o s vulgares defectos,
Y los b a x o s a f e c t o s
Que inspiran las pasiones desregladas,
L a m a l a e d u c a c i ó n , ó la c o s t u m b r e .
O y á m a s graves, las verás calzarse
El coturno dorado,
Y l l o r a r al v i r t u o s o d e s g r a c i a d o .
S u t e r r i b l e dolor, s u p e s a d u m b r e ,
L l e g a n al c o r a z ó n ; y todos s i e n t e n
E l p l a c e r del l l o r a r ; y t o d o s c l a m a n :
« ¡ O quien virtuoso fuera,
Y en su m a l e s t o s l l a n t o s m e r e c i e r a ! »
Y á los b r a b o s q u e m u e r e n en la g u e r r a ,
V í c t i m a s de la P a t r i a ,
Dan lágrimas y honor : único premio
Q u e a l c a n z a la v i r t u d s o b r e l a i e r r a .
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO

Por vos, grande Fernando,


P u e d a v o l v e r el G e n i o del ,'Teatro
A su g l o r i a p r i m e r a .
Y el m á g i c o p o d e r d e v o s e s p e r a
Con q u e p u d o a l g ú n dia
Con verdades, ó gratas ilusiones,
Despertar y alentar nuestras pasiones.
V u e s t r o grande talento
Y g u s t o por la e s c e n a
P u e d e a b r i r n o s la s e n d a del a c i e r t o ,
Q u e e s t á de e s p i n a s y de a b r o j o s l l e n a .
L a s e n c i l l e z , l a m a g e s t a d , el a r t e ,
E l d e c o r o , la gracia., la n o b l e z a ,
De nuestro Teatro huyeron.
Y á las l e y e s q u e dio N a t u r a l e z a ,
L a s l e y e s del c a p r i c h o s u c e d i e r o n .
N o así se e n c e n d e r á la h e r m o s a l l a m a
D e las g r a n d e s v i r t u d e s . . .
Y p u e s q u e P a d r e y P r o t e c t o r te a c l a m a
E s t e Pueblo,, feliz b a x o tu m a n d o ,
Y s u b i e n y su d i c h a te d e s v e l a ,
Haz, ó caro Fernando,
Si Ciudadanos quieres
E n e m i g o s del ocio y los p l a c e r e s ,
Si intrépidos soldados,
Buenos Amigos, Esposos muy honrados,
H a z q u e el T e a t r o P e r u a n o ,
Que á complacerte solamente anhela,
S u j e t o al A r t e , m a s sin s e r s u e s c l a v o ,
Culto, decente, noble, decoroso,
D e las b u e n a s c o s t u m b r e s
S e a y de h o n o r y de v i r t u d e s c u e l a . . .

M i m e n t e se a d e l a n t a
A e s t o s d i a s de g l o r i a .
Y a veo de la V e r d a d l a firme p l a n t a
204 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Hollar nuestra ignorancia,


Y á la l u z de s u s v i v o s r e s p l a n d o r e s ,
Disipar, ilustrar nuestros errores...
L a escena me parece
¡ Qué noble, qué magnífica, qué bella!
E s t a es tu o b r a , A b a s c a l : g ó z a t e en ella.
Y vosotros, Peruanos,
Mis amables y dóciles Paysanos,
A p r o v e c h a d tan ú t i l e s l e c c i o n e s .
A l g ú n tiempo serán vuestras acciones
D e los G e n i o s T e a t r a l e s a r g u m e n t o
P a r a i n s p i r a r v i r t u d , c o m o en el día
L o son las d e los G r i e g o s y R o m a n o s .
Y p u e s el T e a t r o ha s i d o
D o n d e el s a b i o V i a j e r o
L o s u s o s , las c o s t u m b r e s de los P u e b l o s ,
L a i l u s t r a c i ó n y el g u s t o ha c o n o c i d o ,
A p r o v e c h a d las ú t i l e s l e c c i o n e s
Q u e de h o y m a s n u e s t r a s M u s a s ,
D e tan s a b i o g o b i e r n o p r o t e g i d a s ,
V a n á d i c t a r ; y el E x t r a n g e r o v e a
Q u e tenéis a p t i t u d e s ,
C o r a z ó n y talentos y v i r t u d e s .

Y en r e t o r n o á los b i e n e s
Que T ú , Abascal amable, nos previenes,
S u s dones T e consagren á poríía
L a s tres G r a c i a s q u e r e y n a n en la e s c e n a ,
L a C o m e d i a , la M ú s i c a y P o e s í a .

Es, como bien se v e poesía de encargo,


r

lánguida por partes ; declamación oficial en


que no despunta todavía el amor de libertad
q u e tan vigorosamente inspiraría al cantor
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO

épico-lírico; pero en ciertos versos, en ciertos


finales, como éstos :

A q u e l ánimo fuerte
D e a m a r m e n o s la v i d a q u e la m u e r t e ( 1 ) . . .
... L á g r i m a s y h o n o r : ú n i c o p r e m i o
Q u e a l c a n z a la v i r t u d s o b r e la t i e r r a ,

y en varios otros, se anuncia ya el poeta mora-


lista que acuñaría tantos versos, sólidos y
finos como medallas, que se graban en la
memoria :

Q u i e n no e s p e r a v e n c e r , y a e s t á v e n c i d o .
... L i d i a r con v a l o r y p o r la p a t r i a
E s el m e j o r p r e s a g i o d e v i c t o r i a . .
Q u e si m e n g u a ó e s c á n d a l o r e s u l t a
H o n r a m á s la v e r d a d q u i e n m á s la o c u l t a .

De las tres composiciones inéditas siguien-


tes, las dos primeras no tienen en el m a n u s -
crito la fecha al pie, pero como una de ellas
revela por uno de sus versos haber sido escrita
en Lima, y Olmedo dejó á Lima en 1809 con
intención de establecerse definitivamente en
Guayaquil, su ciudad natal, es claro que a m -
bas, escritas en un mismo cuadernillo, con
letra y tinta iguales, no pueden ser poste-
riores, y que h e m o s de considerarlas contem-

(i) V a r i a d o y m e j o r a d o en la Alocución de este m o d o :


Y aquel ánimo g r a n d e , f i r m e , fuerte,
De preferir al d e s h o n o r la m u e r t e .
12
206 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

poráneas de la Loa y de las otras de la misma


época citadas antes.
La tercera está fechada : 1826; y aun sin
expresarlo lo sabríamos., pues es la despedida
del poeta á su esposa cuando se preparaba á
partir para Europa n o m b r a d o Agente Diplo-
mático del Perú en Inglaterra, Francia y otros
países. Debió por consiguiente haber sido
escrita en Julio de aquel año, pues la partida
tuvo efecto en los primeros días de A g o s t o .
E s poesía de carácter íntimo y el vivo afecto
del poeta corre y se dilata expresado con una
sencillez, una naiueté verdaderamente encan
t a d o r a s . Compréndese que tuviera Olmedo en
aquellos mismos días, y aun después, escrú-
pulo de c o m u n i c a r al público secretos de su
alma; pero es evidente que ahora, á los ochenta
años de escrita, cuando él y la esposa y los
hijos duermen todos el sueño de la muerte, la
posteridad ha de acoger y apreciar con respe-
tuoso interés tan sincera efusión de aquel
corazón nobilísimo. Es además, y s e r á siempre,
incomparable emoción estética leer estos ver-
sos tan dulces, tan tiernos, tan cariñosos,
y confrontarlos en la memoria con todo lo
que hay de duro, de férreo, de inflexible, de
implacable y de violento en la magnífica apo-
teosis que, diez años después, hizo del general
Juan José Flores en el campo de Miñarica,.
empapado en sangre ecuatoriana;.
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 207

HIMNO Á DIANA.

Dedicado al amable cazador, mi amigo J. i?. 0.

Ven, hermosa Diana, DEDICATORIA


y dá al cazador
que las leyes sigue Y tú, mi d u l c e a m i g o ,
tu gracia y la favor. q u e con la caza a l e g r e
el a f a n o s o e s t u d i o
V e n q u e tu en los c a m p o s alternas y entretienes :
íuiste la primera sigue, sigue gozando
q u e a g i t ó la fiera, el p l a c e r de los R e y e s ;
y las tiernas aves, la D i o s a d é l o s b o s q u e s
que cantan suaves su g r a c i a te p r o m e t e .
a l n a c e r el sol.
Ven, hermosa Diana... M a s , si en la s e l v a u m -
[brosa
A l viento vagaba dos palomitas vieres,
tu l i b r e c a b e l l o , acariciarse tiernas,
y del h o m b r o bello el tiro, c r u e l , s u s p e n d e ;
la a l j a b a p e n d i a , perdón á sus caricias;
y el p i e te l a m i a y diles q u a n d o v u e l e n :
el c a n c o r r e d o r .
Ven, hermosa Diana... « S i a c a s o sois d e a q u e l l a s
q u e en C h i p r e l i r a n s i e m -
D a m e las s a e t a s [pre
d e tu a r c o c e r t e r o , el c a r r o de ia m a d r e
ó h a z q u e e l p l o m o fiero del a m o r y del d e l e y t e ^
alcanze y traspase, dd a l l á d e s a l a d a s ,
q u a n d o al m o n t e p a s e , Palomas inocentes,
el c i e r v o v e l o z . y en v u e s t r o d u l c e a r r u l l o
Ven, hermosa Diana... que V e n u s sola entiende,
{Falta el resto de este decidle : tu Poeta
Himno.) n o s l i b r ó d e la M u e r t e . »
208 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

LA PALOMITA de amorosas delicias;


v u e l a allá d e s a l a d a ,
(Anacreóntica.) Cándida p a l o m i t a ,
y en t u a r r u l l o q u e e n -
¿ D i m e de d o n d e v i e n e s ? ciende
d í m e l o por tu v i d a ; solo V e n u s d i v i n a ,
¿donde vas ?¿dequien eres, dile : q u e su p o e t a
amable Palomita? te r e s c a t ó la v i d a . »

— El amoroso Olmedo A g e n a y a del s u s t o


á su N i s e m e e n v í a , volé a l e g r e y festiva
á la g r a c i o s a N i s e , á referirle á V e n u s
su a m o r y s u delicia. lo de la s e l v a u m b r í a .
Y o a n t e s e r a de V e n u s , E n su c a l i e n t e s e n o
y d e las m a s q u e r i d a s , me acoge y me decia :
yo su carro tiraba « Y a e s t á s en m i r e g a z o
y en todo la s e r v í a . ¿ qué temes, cuitadilla?
.Mas del c a l o r h u y e n d o n o m a s de s u s t o t i e m b l e n
en u n e s t i v o d i a , tus candidas alitas.
ó por b u s c a r la s o m b r a , Pero yo premiar quiero
q u e es del a m o r a m i g a , al q u e d e b e s la v i d a .
con m i a m a n t e p a l o m o , V é á m i t i e r n o poeta,
blanco como yo misma, dile que soy su amiga,
en u n a s e l v a u m b r o s a y ofrécele m i g r a c i a
entré, y me vi perdida. y protección divina. »
Que un cazador amable
q u e allí por c a s o h a b i a De entonces dexé á Ve-
nos mira, y nos asesta [nus,
s u cafion h o m i c i d a . d e x é á C h i p r e por L i m a ,
M a s s e con tubo l u e g o , y vine á ser de Olmedo
no sé por q u é : y c o n r i s a q u e es la t e r n u r a m i s m a .
como que algo recuerda D e entonces soy s u es-
oí q u e m e decía : clava,
« Si acaso eres de aquellas y le s i r v o m u y fina :
q u e a l l á e n la C h i p r e t i r a n s u y a soy, y son s u y a s
el c a r r o d e la m a d r e estas letras que miras.
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 209

Libertad quando torne Solo tristes memorias


dixo que me daría : y recuerdos fatales...
m a s y o sin él no q u i e r o de a m o r t o d o s los m a l e s
ni l i b e r t a d ni v i d a . me quedan que sufrir.
Conmi arrullo leaduermo,
m i pico le a c a r i c i a , Como Tórtola viuda
le c u b r o con m i s a l a s q u e tris le á toda h o r a
en las m a ñ a n a s f r í a s . g i m e , s u s p i r a y llora
C o m e r q u i e r o y el g r a n o por su p e r d i d o a m o r ;
p i c o en su m a n o m i s m a : A s i yo inconsolable,
y si d o r m i r , m e a r r u l l a a u s e n t e de mi a m a d a ,
con s u a m o r o s a l i r a . tendré siempre clavada
la e s p a d a del d o l o r .
Pero... ingrato me en-
[gaña, Mi corazón de pena
todo, todo es m e n t i r a , d e n t r o del p e c h o m u e r e . . .
sus melosas palabras, M a s la p a t r i a lo q u i e r e
sus besos y caricias. y es f u e r z a o b e d e c e r . . .
Y o estoy, ó pasagero, Pide á Dios, vida mia,
d e los zelos p e r d i d a , con ruegos incesantes
p u e s m i a m o solo q u i e r e q u e m e t r a i g a q u a n t o a n tes
á una nina m u y linda; al n i d o del p l a c e r .
y aun conmigo estos ver-
[sos Con mil dulces razones
le m a n d a a mi e n e m i g a , el A m o r m e d e t i e n e . . .
á la g r a c i o s a N i s e , y el d e b e r m e p r e v i e n e
s u a m o r y s u delicia. lo q u e e s forzoso h a c e r .
Que haré pues, amor
A su ESPOSA [mió,
s i e n d o e n este m o m e n t o
Sra. Doña Rosa Icaza. igualmente violento
m i a m o r y mi d e b e r ?
Y a se acerca, amor mió,
ay ! Palomita mia, P u e s b i e n , c u m p l i r con
y a se a c e r c a , a y ! el d i a [ambos,
q u e n o s va á d i v i d i r . es d u r o , y b u e n c o n s e j o
12.
210 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

y a u n q u e de t i m e a l e j o , R e c o g e r é el a l i e n t o
contigo quedaré. que tu b o c a r e s p i r a . . .
A s í con a m b o s c u m p l o , m i c u e r p o se r e t i r a ,
dando en serena calma, pero mi alma jamas.
a l a m o r toda m i a l m a , S a b r é tus p e n s a m i e n t o s ,
y el c u e r p o á m i d e b e r . y oiré t u s p a l a b r a s ;
quando tus labios abras
Y o parto, oh! qué tor- los m í o s e n c o n t r a r e s .
[mento!
oh! que terrible ausencia; No temas, amor mío,
dame, ó Dios, resistencia mi p a l o m i t a a m a d a ,
p a r a tan g r a n d o l o r . q u e h a y a en el m u n d o n a d a
Y o parto, y conjurados que me haga vacilar,
veré á cada momento P u e s v i v i r en tu p e c h o ,
c o n t r a ' m i , al m a r , a l v i e n t o , q u e es m i ú n i c o d e s e o ,
la a u s e n c i a y el a m o r . vale m á s que un empleo,
vale m á s que reynar.
Y tu, hechizo d e m i aliña, Y o veré mil bellezas,
mi único amor, mi vida, m a s c o n ojo t a n frió,
d e s p u é s de m i p a r t i d a q u e n u n c a al p e c h o m i ó
¿ t e acordarás de mi? llegará su impresión.
Y o , d e n o c h e y de d í a P o r q u e t u s ojos s o l o s
siempre estaré penando. con u n a r t e d i v i n o
R o s i t a , en ti p e n s a n d o , c o n o c e n el c a m i n o
p e n s a n d o solo en ti. que va á mi corazón.
No tendré allá, aunque
Oual sombra insepa-
[quiera,
rable n i n g ú n afecto n u e v o
mi amante pensamiento p u e s c o n m i g o n o llevo
s i e m p r e , á todo m o m e n t o , ni a l m a ni c o r a z ó n .
e s t a r á j u n t o á ti.
Q u e el c o r a z ó n y el a l m a
Asi pues, siempre, siem-
que antes tenia c o n m i g o ,
[pre, se q u e d a n y a c o n t i g o
aunque me creas distante, c o m o en d u l c e p r i s i ó n .
p o d r á s d e c i r : mi amante
delante esleí de mí. S i n tí ¿ q u é h a r é , m i v i d a ?
JOSÉ JOAQUÍN D E OLMEDO 211

simpre ay! como demente, « Es...loqueyonopuedo,


q u a l si f u e r a s p r e s e n t e , ni n a d i e e x p l i c a r p u e d e . . .
c l a m a r é con f e r v o r : la q u e á todos e x c e d e ,
« Ven, palomita mía la r o s a de A b r i l .
v e n al c a l i e n t e n i d o , « E s la rosa q u e e s p e r a
que aquí e n m i pecho en s u b o t ó n g r a c i o s o
[herido un calor amoroso
l e ha f o r m a d o el a m o r . para empezarse á abrir. »

« Ven, mi única espe- M a s ¿ q u a l es m i d e l i r i o ?


ranza, A y d e m í ! en m i t a r d a n z a
mi ú n i c o p e n s a m i e n t o , ni el b i e n de la e s p e r a n z a
veo, mi único contento, me podrá consolar...
v e n , m i ú n i c a p a s i ó n ». Cree, mi alma, que e s
Y al v e r q u e no m e o y e s [un pecho
n i q u e e s t á s á mi l a d o , m u y tierno y amoroso
seré mas desgraciado d o n d e el a m o r h e r m o s o
por m i d u l c e i l u s i ó n . te ha e r i g i d o u n a l t a r .
P i e n s a q u e p o r ti v i v o ;
Oirás veces teniendo p i e n s a q u e s i n ti m u e r o ;
tu r e t r a t o d e l a n t e , que eres mi amor primero
qual frenético amante y mi último serás.
mil c a r i ñ o s le h a r é . A D i o s . . . a y ! no t e o l v i d e s
Creeré q u e con mi fuego que eres objeto eterno
tus labios animados d e e s t e a m o r d u l c e y tierno,
me vuelven duplicados de este a m o r i n m o r t a l .
los b e s o s q u e te dé.
P i e n s a q u e d e tí a u s e n t e
Otras veces mas necio, no es v i d a la q u e v i v o ,
c o m o el q u e a l g o ha p e r - y que siempre recibo
á todos d i s t r a í d o , [ d i d o , a u m e n t o en m i d o l o r .
por ti p r e g u n t a r é : Piensa que esta gran
¿ D o n d e e s t á mi p a l o m a , [pena,
c a u s a de m i s p l a c e r e s ? piensa que este tormenlo
si no la c o n o c i e r e s , a u n m e q u i t a el a l i e n t o
l a s serlas te d a r é . para decirte... á Dios.
212 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

II

El año de 1826 en que compuso Olmedo


estos melancólicos heptasílabos, más senti-
dos, no menos suaves, que los de Meléndez, es
también el mismo en que escribió el Canto
lírico-épico dedicado á Bolívar con motivo de
los triunfos de Junín y Ayacucho, canto que
es sin duda su obra capital, su obra m a e s -
tra ; y aun quizás pudiera también sin miedo
agregarse que, aisladamente considerado, es
la composición poética m á s notable hasta el
presente brotada en suelo americano. Otros
poetas, más fecundos, más nuevos ó más
variados en la forma, aparecen tal vez ante
la posteridad como figuras más seductoras,
más i n t e r e s a n t e s ; ninguno puede disputar
á Olmedo su carácter de poeta nacional, de
cantor épico americano, p o r q u e solo él logró
cantar digna, heroicamente, el instante crítico,
el momento heroico final, que aseguró la
libertad y la independencia al continente his-
panoamericano.
Es muy natural por consiguiente que haya
sido también este Canto más estudiado que
ninguno por la crítica, tanto española como
americana. El primero de sus críticos fué
Bolívar mismo, que fué uno de los primeros
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 213

también en leer, esa su apoteosis, por Olmedo


mismo enviada en manuscrito apenas la con-
cluyó, y que recibió en campaña, cuando
extinguía las últimas llamaradas de la defensa
española en las sierras del Cuzco. En contes-
tación dirigió el héroe á Olmedo dos cartas
extensas, que hasta mucho después no se
publicaron : la primera, incompleta, por
Torres Caicedo, en P a r í s , i 8 6 3 ( i ) ; la segunda
m á s adelante en un periódico de Guayaquil.
El juicio nos importa hoy sobre todo por ser
de Bolívar, pero literariamente apreciado no
vale m u c h o ; da en rostro al poeta con precep-
tos ó ejemplos de Horacio, Boileau, Voltaire
y otros, para desaprobar ciertos rasgos, é
insiste en desplegar, en la parte que p e r s o -
nalmente le concierne, un exceso de modestia,
que inevitablemente comunica ni juicio todo
algo que semeja demasiado falta de since-
ridad. Bolívar ni fué ni tuvo para qué ser
modesto ; sabía bien lo que valía quien, como
él, en un banquete que le ofrecieron en Bogotá,
al brindar alguien llamándolo el Napoleón y
el W a s h i n g t o n de Colombia, respondió inme-
diatamente : « Ni tan ambicioso como el uno
ni tan mal militar como el otro (2). »

(1) Ensayos biográficos y de critica literaria, t o m o I,


P a r í s , i863.
(2) Vida de Rufino Cuervo, por Á n g e l y Rufino J o s é
C u e r v o . T o m o I. P a r í s , p . 70. N o c r e o h a b e r l e í d o e s t a
214 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Entre cuantos luego han disertado sobre el


poema descuellan Miguel Antonio Caro y
Rafael P o m b o . Caro, en tres artículos llenos
de sólida y brillante erudición publicados en
el Repertorio Colombiano (i) estudia la obra
bajo todos sus aspectos; mientras P o m b o , en
un artículo de El Mundo Nuevo de Nueva
York (1872) y después en la Reseña anual que
como Secretario de la Academia Colombiana
leyó en 1882 (2), condensa en frases felicísi-
mas elogio rápido y vibrante, que directa-
mente responde á ciertos cargos formulados
por Caro, y es ó mi parecer fallo definitivo
que enumera méritos y deficiencias con elo-
cuente precisión. Más adelante, en España, el
en su tiempo muy estimado crítico Manuel
Cañete reparte generosamente un tomo entero
de la Colección de Escritores Castellanos
entre el Duque de Rivas y Olmedo, reservando
á éste algo más de la mitad. Buscó y reunió
cuantos datos estuvieron á su alcance, insertó
y estudió numerosas cartas de Olmedo á Bello,
á Fernández Madrid, á otros, sin olvidar por

r e s p u e s t a d e B o l í v a r e n n i n g u n a otra p a r t e , y t e n g o
e n t e n d i d o q u e l o s S r e s . C u e r v o la r e c o g i e r o n d e b o c a d e
u n a p e r s o n a p r e s e n t e e n el b a n q u e t e .
(1) El Repertorio Colombiano, n ú m e r o s 10, 12 y 14 •
1879. En u n o d e e l l o s t a m b i é n s e e n c u e n t r a n l a s c a r t a s
e n t r e B o l í v a r y O l m e d o , r e p r o d u c i d a s i g u a l m e n t e e n la
e d i c i ó n d e C. B a i l e n .
{2) El Mundo Nuevo, t o m o I, p . 332. N u e v a York,
1872. El Repertorio Colombiano, 1882.
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 215

supuesto las de Bolívar; y su crítica, aunque


generalmente superficial y sin novedad, es
correcta y bien intencionada. Años después,
el coleccionador y prologuista de la Anto-
logía hispanoamericana de la Academia Es-
pañola, D. M. Menéndez y P e l a y o , aplica
con empeño real de imparcialidad su singular
instrucción y su vigoroso talento crítico á la
obra de Olmedo, en páginas dignas de ser
leídas y meditadas.
El Ecuador también, que en los años re-
vueltos que precedieron y siguieron á la
muerte de su gran poeta, apenas tuvo tiempo
de enaltecerlo y de honrar su memoria cual
correspondía, no ha olvidado hacerlo después
en m o m e n t o s m e n o s aciagos. Erigióle en
Guayaquil suntuoso m o n u m e n t o , obra del
escultor F a l g u i é r e ; y León Mera y Pablo
Herrera y P e d r o Carbo y otros han escudri-
ñado y fijado ya la mayor parte de los datos
necesarios para la biografía completa y defi-
nitiva, que está aun por hacerse. He hablado
antes de la edición de las poesías publicadas
por Bailen, y ahora mismo acaba de aparecer
en P a r í s un libro escrito por el guayaquileño
Sr. Víctor M. Rendón, poeta y diplomático,
educado en Francia, que traduce cuidadosa-
mente en verso francés las poesías principales
de su ilustre conterráneo, al mismo tiempo
que las comenta, y sigue paso á paso la histo
216 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ria de su vida en narración exacta é intere-


sante.
E s claro, pues, que está ya dicho cuanto
más importa saber sobre el poeta y sobre su
mejor obra. Tal vez falte únicamente compul-
sar y determinar ciertos datos bibliográficos,
á cuyo esclarecimiento pretendo a y u d a r por
medio de estas breves observaciones.
Olmedo no corrigió ni publicó él mismo
m á s que dos ediciones de La Victoria de
Junín : una impresa en Guayaquil el año de
1825, y otra en L o n d r e s al siguiente, 1826.
Veinte años después, al preparar J u a n María
Gutiérrez en Valparaíso su A mérica Poética
y al mismo tiempo la primera colección pu-
b l i c a d a d e p o e s í a s d e O l m e d o , l e comunicó éste
dos cambios únicos de alguna importancia
que deseaba introducir en el Canto á J u n í n .
P o r esta razón es el texto de Valparaíso el
definitivo ; pero la edición príncipe es la de
Guayaquil, y la importante es la de L o n d r e s ,
que agrandó la composición y completó su
carácter esencial, no ya simplemente peruano,
argentino ó colombiano, sino americano, invi-
tando al lírico symposion otras regiones del
continente: Méjico, los Estados Unidos ; hasta
Inglaterra m i s m a , en agradecimiento á los
auxilios materiales y morales con que tan
eficazmente contribuyó al resultado final.
El Sr. Menéndez llama, en la citada Arito-
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 217

logia, no sé por qué, segunda á esa edición de


Guayaquil, que con razón califica además de
« rarísima ». Los datos del problema me pa-
recen sin e m b a r g o perfectamente deslindados
en las cartas que entre Olmedo y Bolívar me-
diaron, como vamos á verlo.
En 31 de Enero de i8a5, fecha de la segunda
carta de Olmedo, dice éste que ha concebido
el plan de una oda inspirada por el triunfo de
Junín, plan en que no entra Ayacucho ni figura
Sucre, y para el que tiene ya acabados unos
cincuenta versos. En la tercera, Abril i 5 ,
anuncia ya c o m p u e s t o s , bajo nuevo plan, qui-
nientos veinte versos. En Abril 3o avisa envío
del manuscrito completo. En Mayo i5 dice á
Bolívar que la oda se está imprimiendo en
una imprenta de Guayaquil, y en la carta de
J u n i o 3o le advierte, remitiéndole ya un ejem-
plar, que lo hace con motivo de « las varia-
ciones y adiciones de diez ó doce versos » que
ha introducido, pero que la impresión no
merecía ese honor, pues ha salido tan mala
que casi toda se ha inutilizado, por lo cual,
añade, « es m u y probable que se haga en
Londres una impresión regular ». P a r a Lon-
dres en efecto preparaba su viaje en esos
m o m e n t o s , n o m b r a d o Ministro plenipoten-
ciario del P e r ú en varios países de Europa.
No h u b o por consiguiente hasta su partida
más que dos textos conocidos de la oda : el
i3
218 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

manuscrito, al cual se r e f i e r e n únicamente las


observaciones de las cartas de Bolívar; y el
impreso de Guayaquil, que por no hallarse el
héroe en Lima llegó á sus manos un poco
tarde. La crítica de Bolívar no podía concor-
dar por tanto con el texto impreso ni tampoco
la numeración de los versos, cual era natural,
dadas las alteraciones y añadiduras de Olmedo
á última hora. P o r eso al desaprobar Bolívar,
con razón sobrada, estos dos versos i n a r m ó -
nicos, que en el manuscrito eran a s í :

Q u e al M a g d a l e n a y al R í m a c b u l l i c i o s o . . .
Del triunfo que prepara glorioso...

critica en realidad a vicie para nosotros, que


no conocimos el manuscrito, pues ambos ver-
sos están en la edición de Guayaquil susti-
tuidos por estos otros, prosódicamente co-
rrectos :

Q u e al M a g d a l é n y Pu'mac b u l l i c i o s o . . .
Del triunfo que magnífica prepara...

Tengo la fortuna de poseer un ejemplar de


esa primera edición, que tan duramente cali-
ficaba Olmedo. No puede en efecto ser peor :
papel miserable, tipos gastadísimos, justifica-
ción imperfecta. Mi ejemplar, que carece de
cubierta, é ignoro si originariamente la tuvo,
forma un cuaderno en octavo grande, sin indi-
cación de signatura, compuesto de veintiocho
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 219

páginas, pero n u m e r a d a s solamente veinti-


cinco ; de las otras tres, la que debiera ser la
27 lleva, con título de Advertencia, una nota
de cuarenta líneas en bastardilla sobre el va-
ticinio del Inca. Al pie este colofón :

GUAYAQUIL

Imprenta de la ciudad, por M. I. Marillo


1825.

El Canto en esta forma se compone de


824 versos.
Apenas llegó Olmedo á Londres halló
tiempo, á pesar del tumulto de sus nuevos
quehaceres y ocupaciones diplomáticas, para
cumplir la promesa de imprimir limpia y ele-
gantemente el Canto, después de haberlo co-
rregido, y aumentado notablemente durante la
larga y fatigosa travesía. De los reparos de
Bolívar estaban ya s u b s a n a d o s los que eran
simples deslices, que el deseo de comunicarle
pronto el manuscrito había hecho p a s a r por
alto ; de los demás no podía hacer ya caso sin
trastornar varias estrofas, muy probablemente
sin mejorarlas. Lástima, por ejemplo, hubiera
sido alterar la magnífica entrada, que el Li-
bertador en marcado son de reproche declara
« rimbombante », y que sin embargo parece
bien estar allí en su puesto, insustituible, como
220 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

si el lírico latino, por decreto providencial,


hubiera debido escribir los primeros versos
de una célebre oda sólo para que pudiese
Olmedo ampliarlos y aplicarlos con tan bri-
llante efecto al triunfo americano. No niego lo
arrogante de su tono, pero lo encuentro bien
oportuno ; y lo que más me extraña es que
chocase por rimbombante ese sonoro y ma-
gistral preludio á quien, como Bolívar, supo
encontrar tantas frases y palabras r e t u m -
bantes en sus proclamas militares para hacer-
las repercutir por todo el continente. Esa
estrofa inicial es una de las m u y contadas que
Olmedo no retocó en la edición de Londres,
salvo el suprimir al final el sonsonete de
sierra con tierra y guerra demasiado cerca,
justamente desaprobado por Bolívar.
La bellísima estancia que en ambas edi-
ciones empieza con este verso :
T a l el j o v e n A q u i l e s ,
constituida por una comparación, que Me-
néndez y Pelayo califica de « asombrosa », y
que puede considerarse como la estrofa más
literaria y más clásicamente pura de t o d a s ,
aparece en la segunda, m e j o r a d a , h e r m o s e a d a ;
y sería excelente lección poética para estu-
diantes de literatura ponerlas una al lado de
la otra é ir notando las alteraciones s u g e r i d a s
por la reflexión al buen g u s t o del artista.
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 221

P e r o , como ya apunté, más que en la supe-


rior perfección de la forma, fúndase el valor
de la nueva versión en su carácter amplio y
profundamente americano, que proclama en
magnífico desarrollo la hermandad de las na-
ciones, en America nacidas antes y después
de la gran campaña coronada en J u n í n y en
Ayacucho. El Inca, Huayna Cápac, que sur-
giendo sobre el campo de Junín vaticina la
victoria próxima decisiva, es el que ahora
salva olvidos de la primera edición y conme-
mora los compañeros que ha dejado en el
Empíreo, sus « caros hermanos »,

El gran Guatimozín y Motezuma...


Y la d e v a s t a c i ó n del g r a n d e i m p e r i o
E n r i q u e z a y p o d e r i g u a l al m í o . . .
Hoy con noble desdén ambos recuerdan
E l u l t r a j e i n a u d i t o y e n t r e licstas
A l e v o s a s el d a r d o p r e v e n i d o ,
Y el l e c h o en v i v a s a s c u a s e n c e n d i d o .

También es él quien evoca á los Estados


Unidos del Norte y menciona especialmente el
nombre del estado en que nació W a s h i n g t o n :

E l pueblo primogénito dichoso


D e L i b e r t a d , q u e s o b r e todos tanto
P o r s u p o d e r y g l o r i a se e n a l t e c e
Como entre sus estrellas
L a estrella de V i r g i n i a resplandece,
N o s da el ó s c u l o s a n t o
De amistad fraternal...
222 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Mas para establecer gráficamente y de ma-


nera que no deje duda la superioridad de la
segunda edición, basta á mi juicio escoger
una estrofa entre las mejores y poner ambas
formas en inmediato p a r a n g ó n . En i8a5
describe así el encuentro de A y a c u c h o :
L o grande y peligroso
P a r a al c o b a r d e , i n c i t a al a n i m o s o .
; Q u é n u e v o a r d o r ! Y a c e d e en toda p a r t e
E l n ú m e r o al v a l o r , la f u e r z a al a r t e .
E l jinete impetuoso
L á n z a s e á t i e r r a con el fierro e n m a n o ,
P u e s le p a r e c e en t r a n c e tan d u d o s o
L e n t o el c a b a l l o , p e r e z o s o el p l o m o .
Y a el e s p a ñ o l r e n d i d o d e s f a l l e c e ,
P i e r d e el v a l o r , m a s n o las i r a s p i e r d e ,
Y en s a n g r i e n t o furor m o r d i e n d o el s u e l o
E n v a n o u n v e n g a d o r d e m a n d a al cielo.

Pensó después el poeta que este pequeño


cuadro, á pesar de la energía que su misma
brevedad le imprime, es demasiado estrecho
para contener en sus vastas proporciones y
sus inmensos resultados suceso tan grande y
decisivo como la rendición en campo raso del
último ejército que enarboló en el continente
el estandarte de Castilla ; y transformó el
primer bosquejo en esta magnífica pintura :
Lo grande y peligroso
H i e l a al c o b a r d e , i r r i t a al a n i m o s o ,
i Qué intrepidez ! qué súbito coraje
E l b r a z o a g i t a y en el p e c h o p r e n d e
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 223

D e l q u e su p a t r i a y l i b e r t a d d e f i e n d e !
E l m e n o r r e s i s t i r es n u e v o u l t r a j e .
El jinete impetuoso,
E l f u l m í n e o a r c a b u z de sí a r r o j a n d o ,
L á n z a s e á t i e r r a con el h i e r r o en m a n o ,
P u e s le p a r e c e en t r a n c e tan d u d o s o
L e n t o el c a b a l l o , p e r e z o s o el p l o m o .
C r e c e el a r d o r . — Y a c e d e en toda p a r t e
E l n ú m e r o al v a l o r , la f u e r z a al a r t e .
Y el ibero a r r o g a n t e en l a s m e m o r i a s
De sus pasadas glorias,
F i r m e , feroz, r e s i s t e : y y a en idea
Bajo triunfales arcos, que alzar debe
L a s o j u z g a d a L i m a , se p a s e a .
M a s su a f á n , s u i l u s i ó n , s u s a r t e s . . . n a d a ,
N i la r e s u e l t a y n u m e r o s a t r o p a
L e s i r v e . C e d e al í m p e t u t r e m e n d o :
Y el a r m a de B a y l é n r i n d i ó c a y e n d o
E l v e n c e d o r del v e n c e d o r de E u r o p a .
P e r d i ó el v a l o r , m a s n o l a s i r a s p i e r d e ,
Y en f u r i b u n d a r a b i a el p o l v o m u e r d e .
A l z a el p á r p a d o g r a v e , y s a n g u i n o s o s
R u e d a n s u s ojos y s u s d i e n t e s c r u g e n :
M i r a la l u z ; se i n d i g n a de m i r a r l a :
A c u s a , i n s u l t a al cielo : y de s u s l a b i o s
Cárdenos espumosos,
Y o l o s y n e g r a s a n g r e y hiél b r o t a n d o ,
E n vano un vengador, muere, invocando.

El Canto en esta edición consta de 909 ver-


sos, va acompañado de mayor número de
n o t a s y lleva al frente, finamente g r a b a d o sobre
acero, un retrato de Bolívar, muy diferente
del que circula hoy en Venezuela aceptado
como oficial y definitivo. Me he figurado
224 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

siempre que este grabado es el que reproduce


más fielmente las facciones del grande hombre,
pues fué hecho á la vista misma de Olmedo,
que acababa de separarse de él y que tanto lo
conocía. Al remitir á Bolívar su ejemplar le
escribe Olmedo estas palabras : « Lleva el re-
trato del héroe al frente, medianamente pare-
cido : lleva la medalla que le decretó el Con-
greso de Colombia y una lámina querepresenta
la aparición y oráculo del Inca en las n u b e s .
Todas estas exterioridades necesita el canto
para aparecer con decencia entre gentes extra-
ñas. » Antes del descubrimiento de Daguerre,
á un « mediano parecido » es lo más á que
podía aspirarse en un simple grabado, copiado
probablemente de alguna miniatura ; y quizás
Olmedo se valdría del modesto adverbio pen-
sando cuan raro es que un retrato en tales
condiciones parezca bien al retratado. El gra-
bado tiene mucho carácter, y la fisonomía
llena de expresión no parece en desacuerdo
con la idea que por su historia y sus escritos
podemos hoy formarnos del famoso hijo de
Caracas.
El texto permaneció el m i s m o , sin que in-
terviniese el poeta en ninguna otra edición ó
reimpresión, hasta que en 1846, un año antes
de su fallecimiento, comunicó á Gutiérrez para
su publicación de Valparaíso el deseo de su-
primir los dos versos en que alude á las cruel-
J O S É JOAQUÍN DE OLMEDO 225

dades cometidas durante la conquista para


imponer á los Indios el bautismo y la fe de
los conquistadores :
N o e s t a b l e c i ó la s u y a c o n m á s r u i n a
E l mentido profeta de M e d i n a ,
sin duda por juzgar demasiado inverosímil
que estuviese el Inca tan bien enterado de la
historia de Mahorna y el m a h o m e t i s m o . Tam-
bién estos otros dos :

T a l el a s t r o d e V e n u s r e f u l g e n t e
B r i l l a de m o d o en la a z u l a d a e s f e r a ,

quedaron entonces convertidos en uno solo,


en esta forma :
T a l se v e H é s p e r o a r d e r en s u c a r r e r a ,

para evitar lo insólito de la construcción pri-


mera de 182a, que olvidó corregir en la se-
gunda edición. P o r esto cuenta la tercera
solos 906 versos.
E s de esperarse que algún día se haga edi-
ción completa de los escritos de Olmedo,
verso y prosa, poesías y cartas, a n o t a n d o ,
analizando minuciosamente todo, como se
hace con los autores clásicos en las ediciones
de los eruditos. Mi deseo aquí ha sido, a d e -
más de añadir algo al caudal de lo hasta ahora
inédito, indicar uno ó dos de los puntos de
comparación indispensables.
lo.
226 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Olmedo fué poeta clásico, pura y única-


mente clásico. A pesar de la fecha en que
escribió sus mejores obras, una en i8a5, otra
en i835, no se descubre en ellas ninguno de
esos destellos de luz extraña y nueva que, ya
desde fines del siglo anterior, se veían ilumi-
nar y teñir con matices antes desconocidos
algunos versos y pasajes, de Cienfuegos, por
ejemplo. En cambio está como reunido en ellas
en profusión admirable, con esplendor insu-
perable, cuanto d e m á s alto había alcanzado y
desplegado nunca el arte neoclásico en lengua
castellana.
E s bien curioso, bien digno de tomarse en
cuenta, que cuando la poesía clásica había
fenecido ya en España, muertos lodos sus
g r a n d e s cultivadores, en profundo silencio
desde 1808 el genio de Quintana, viviesen y
floreciesen y cantasen dos vates americanos
cuyas obras maestras en nada desmerecen al
lado de cuanto hubo de mejor entre los clási-
cos españoles d é l a s tres centurias precedentes.
Lo que era hoguera extinta en la antigua me-
trópoli revivía y brillaba durante algunos años
más en la antigua colonia, hasta apagarse des-
pués de nueva y fulgente iluminación. Las
silvas de Andrés Bello, los cantos épico-líricos
de Olmedo, no tienen rival eme los venza en
toda la literatura castellana.
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 227

111

RASGOS BIOGRÁFICOS

No es posible decir con cabal exactitud que


fuese Olmedo h o m b r e de estado ó activo ada-
lid político ; y es lo cierto sin embargo que la
política ocupó toda su existencia. A pesar de
que sus virtudes domésticas, su carácter apa-
cible y conciliador, lo mismo que su hermoso
genio poético y su amor al estudio, debieron
á una alejarlo del campo de las luchas impla-
cables, d é l o s rencores homicidas, d é l a s riva-
lidades feroces, penetró en la palestra política y
en ella se mantuvo desde la primera hora que fué
dado á los americanos dedicarse á los asuntos
públicos, es decir, desde que el gran Quintana
redactó en Febrero de 1810 el celebérrimo
« Manifiesto del Consejo de Regencia de E s -
paña é Indias á los americanos españoles ».
Relatar en su orden cronológico los princi-
pales sucesos de su vida es dejar esta verdad
perfectamente aclarada y confirmada.
Nació José Joaquín de Olmedo y Maruri en
Guayaquil el 20 de Marzo de 1780, hijo de un
español, capitán de ejército, que servía como
empleado público á su gobierno, y que por
su matrimonio entró á formar parte de una de
228 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

las familias distinguidas del país. Educóse


primero en Quito, luego en Lima, donde llegó
á ser abogado, doctor en leyes y catedrático
de derecho en la Universidad. En realidad
desde un principio cultivó más las letras que
las leyes, pero no fué esto obstáculo para que,
apenas convocadas las Cortes españolas, lo
eligiese como diputado su provincia natal.
Ocho meses empleó en la travesía y no desem-
barcó en Cádiz h a s t a Setiembre de 1811. Su
firma aparece al pie de la constitución famosa
de 1812, del tan aclamado código político, que
nunca rigió sino en períodos de borrasca des-
hecha ; que todavía veinticinco años m á s
adelante, en 1887, pareció á sus m i s m o s au-
tores demasiado liberal, y fué preciso refor-
marlo en sentido restrictivo por los que de
ellos quedaban y por sus inmediatos suce-
sores ; aunque tampoco en la nueva forma
logró vivir mucho tiempo.
Olmedo, que nunca fué orador, pues no tuvo
ni la voz ni el aplomo ni la prontitud de inge-
nio indispensables para el caso, no pudo por
tanto descollar en las discusiones parlamen-
tarias, como J o s é Mejía, su compatriota y
compañero de diputación, que eclipsó á todos
en aquella grande y memorable asamblea.
Cítase solo un discurso suyo, en favor de los
indios, á propósito de las mitas, por cuya
supresión habló y que las Cortes abolieron.
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 229

A la verdad esa cruel institución colonial úni-


camente existía ya en contados lugares, pues
donde fué fácil llevar n e g r o s de África resul-
taba innecesaria; y para interesar en la suerte
infeliz de estos últimos era todavía en España
demasiado t e m p r a n o .
Como miembro de la Diputación permanente
de las Cortes, fué Olmedo de los que preten-
dieron imponer á la Majestad de F e r n a n d o VII
la alternativa de aceptar y j u r a r la constitución
de 1812 ó renunciar al t r o n o : alternativa de
que se burló el monarca absteniéndose de
ambos extremos, y confinando en presidios
de África ó en castillos de la península á los
que osaron avanzar semejante pretensión.
Olmedo muy sabiamente se escondió en Madrid
apenas llegó el monarca, y escondido perma-
neció hasta poder pasar á Cádiz y e m b a r c a r s e .
Pisó otra vez la tierra natal á fines de 1816 ;
allí, como siempre había sucedido, el eco de
los sucesos de España tardaba m u c h o en r e -
percutir, y los españoles, satisfechos con la
noticia del restablecimiento de la autoridad
absoluta del rey y con que no se hablase más
de Cortes ni de algo parecido, lo dejaron des-
embarcar y vivir tranquilo en su casa.
De su estancia en E s p a ñ a , fuera de las actas
del Congreso y del discurso acerca de las mi-
tas, impreso aparte varias veces, acaso no
quede otro recuerdo escrito que la curiosa
230 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

comunicación que escribió á la princesa de


Brasil, Carlota Joaquina de Borbón, en r e s -
puesta á la que ésta le dirigió para darle las
gracias por su voto reconociéndole el derecho
de suceder á la corona, en caso de faltar la
línea del infante Don Carlos María, hermano
del rey.
La carta de Doña Carlota, igual sin duda á
la que recibieron muchos otros que estaban
en el mismo caso, decía así :
« La continua é infatigable tarea que en las
actuales Cortes dedicas al bien de nuestra
cara patria, y ó la defensa de los derechos del
T r o n o , merecerá en todo tiempo mi más dis-
tinguida consideración.
« Tus recomendables servicios confirmados
con el sufragio que diste en 3 1 de Diciembre
precedente para sancionar el artículo 4 ° del
capítulo de sucesión, me constituyen en la
grata obligación de expresarte los senti-
mientos de mi afectuosa gratitud, dándote
por una acción tan fiel y generosa las más
sinceras y cordiales gracias, y deseando oca-
siones en que pueda contribuir á tu bien y
felicidad. Dios te g u a r d e muchos años. Pala-
cio del Río Janeiro y 29 de Marzo de 1812.
Tu Infanta.— Carlota Joaquina de Borbón.—
A Dn. J o s é Joaquín de Olmedo y Maruri. »
La contestación, que he copiado del m a n u s -
crito de letra de Olmedo que comunicó á
J O S É JOAQUÍN DE OLMEDO 231

Bailen la familia del poeta, fué la s i g u i e n t e :


« Señora. El honor de una carta tan expre-
siva como la de V. A. B. no solo ha sido
sobre mis esperanzas sino aun sobre mis
deseos : y por esta gracia tan superior a mi
mérito como á todo encarecimiento, me obliga
V. A . R. desde hoy á vivir y morir siéndole
ingrato.
« La declaración de los derechos eventuales
á la corona de las E s p a ñ a s , que han hecho
las Cortes en favor de V. A. R. siguiendo
nuestras primeras leyes injustamente anti-
q u a d a s , ha sido recibida con general aplauso.
Oh ! pueda este acontecimiento traer los glo-
riosos días de Ysabel, y a p r e s u r a r l o s gran-
des destinos á que está llamada la nación
española !
« Mi imaginación, Señora, se adelanta á
esos días de gloria, me felicito de la parte
con que he contribuido, y recibo de antemano
como única y sobrada recompensa, la parte
que me toque de las bendiciones que darán
los pueblos á las Cortes, quando, ensanchados
loslímites d e n u e s t r o i m p e r i o a c á y a l l á d e l m a r ,
vean aumentarse su riqueza y su poder, vivan
libres y felices en su patria, y sean envidiados
y temidos de todas las naciones. — A S. A.
R. d. Carlota J o a q . de Borbón Princesa del
Brasil. Señora : José Joaquín de Olmedo. —
Cádiz Agosto 8 de 1812. »
232 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Esta carta, firmada cuando todavía Olmedo


usaba delante de su apellido la partícula
por él después suprimida, aunque no deba ser
considerada más que como acto de respetuosa
cortesía, significa por lo menos que en 1812
abrigaba siempre su autor sentimientos idén-
ticos á los que expresó en la Loa, dedicada en
1806 al Virrey del P e r ú .
Cuando en 1820 se levantó Guayaquil á
proclamar su independencia de España, fué
Olmedo uno de los tres escogidos para c o m -
poner la Junta de Gobierno que se creó inme-
diatamente ; y cuando en 1822, derrocado para
siempre el poder español, después de la vic-
toria de Sucre en Pichincha, llegó la hora
de constituirse definitivamente, Olmedo y la
J u n t a , de que era presidente, opinaron por
formar un estado independiente, mientras
unos se inclinaban en favor de la unión con el
Perú, y los más en favor de la incorporación
á Colombia. El conflicto de pareceres quedó
muy pronto resuelto con la presencia domi-
nadora de Bolívar, que corrió á Guayaquil
con ese objeto, y ordenó con rudo gesto de
conquistador la anexión inmediata á la gran
república por él formada. Los miembros de
la Junta de Gobierno se sintieron vivamente
ofendidos por la altanera dureza con q u e
Bolívar los recibió y trató ; tanto que Olmedo,
forzado á ceder ante la ineluctable necesidad,
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 233

resolvió emigrar al Perú, que era para él,


como hemos visto, una segunda patria. El
Libertador intentó desagraviarlo : sin a r r e -
pentirse por otra parte de sus desmanes, pues
marcaba bien que el desagravio era á él solo,
como atención especial á su talento y á su
persona, de ningún modo á sus compañeros.
Olmedo permaneció firme en su propósito, se
preparó á partir, y basta citar el final de la
carta, que antes dirigió á Bolívar, para com-
prender la importancia que daba al incidente
y á la situación resultante : « Me separo, atra-
vesado de pesar, de una familia h o n r a d a , que
amo con la mayor ternura, y que quizás queda
expuesta al odio y á la persecución por mi
causa. Pero así lo exige mi honor. Además
para vivir necesito de reposo más que del
a i r e : mi patria no me necesita, yo no hago
más que abandonarme á mi destino. » ¡ Extra-
ña cosa que, al encontrarse por vez primera,
quedaran tan amargamente desavenidos los
dos h o m b r e s , que en la memoria de la poste-
ridad están y estarán siempre indisoluble-
mente unidos, por obra del magnífico canto
de victoria en que tan soberbiamente endiosó
el poeta al gran guerrero !
Mas no habían de continuar reñidos mucho
tiempo. El Perú acogió á Olmedo con brazos
abiertos, lo eligió en seguida miembro del
Congreso constituyente reunido, y al otro
234 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

año, en sus grandes a p u r o s , no creyó encon-


trar persona más apta que él para hablar á
Bolívar en nombre del país, implorar su auxi-
lio y convencerlo de la necesidad de otorgarlo
inmediatamente en vista de la triste situación.
Esta en efecto se agravaba rápidamente. L a s
tropas españolas habían vuelto á entrar en
Lima, « el engreído y sanguinario Canterac »
había descendido de la sierra devastando todo
en su camino, y n o contaba la república con
alguien que fuera capaz de realizar ahora lo
que el mismo general San Martín no osó antes
emprender. Bolívar, que había resistido im-
pasible á los r u e g o s de su ilustre rival, pero
que en realidad sólo aguardaba el momento
crítico en que su presencia fuese absoluta-
mente indispensable y en que, sin trabas ni
condiciones, pudiera tomar la dirección gene-
ral de los negocios y a s u m i r la dictadura,
oyó esta vez á Olmedo cuando llegó en nombre
del Perú á decirle, en elocuente arenga :
« Todos, señor, sólo esperan una voz que los
una, una mano que los dirija, un genio que
los lleve á la victoria. Y todos los ojos,
todos los votos se convierten n a t u r a l m e n t e
á V. E. >»
Bolívar acudió al P e r ú , y Olmedo, dada
cuenta satisfactoria de su misión, volvió de
Lima á Guayaquil, resignado á la situación á
que con tanta energía había creído antes deber
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 235

oponerse allí. Aliora, con los ojos de la


mente fijos en el Perú, aguardaba con ansiedad
los graneles acaecimientos que por ese lado
presentía.
Al llegar á sus oídos el ruido del trueno de
Junín la emoción de la gran noticia le inspiró
en el acto los primeros versos del canto al
vencedor. El eco vibrante del triunfo de Aya-
cucho agrandó, elevó hasta las nubes el vuelo
de su musa arrebatada, y quedó completo,
acabado, el espléndido poema. Al principio
de este trabajo está ya compendiada la historia
de su composición y su publicación.
En ese mismo año 1820 el Congreso del
Perú le reconoció el carácter y los derechos
de nacido en territorio peruano, para confe-
rirle la representación diplomática de la
república en varias cortes europeas y en
Agosto, como queda dicho antes, se embarcó
para Europa. Su éxito de diplomático fué
moderadamente feliz, lo que era posible en
esos países, en aquella fecha y en medio de
las graves contrariedades que en el seno
mismo de la comisión se produjeron.
Tres años después estaba de vuelta en su
país, bien resuelto á encerrarse en su casa á
descansar ; por lo cual declinó el honor de
desempeñar el ministerio de Relaciones Exte-
riores de Colombia, que le fué ofrecido. Sus
dos patrias, Perú y Colombia, se habían decía-
236 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

rado la guerra y tocábale ahora ser espectador


entristecido de los azares de esa contienda
deplorable, que no terminó hasta Febrero de
1829, con la batalla de Tarqui, ganada por
Sucre. Cesó entonces la ocupación de Guaya-
quil por las tropas peruanas y volvió la p r o -
vincia á formar parte de Colombia. En esa
jornada de Tarqui obtuvo el grado de general
de división el caudillo venezolano J u a n J o s é
Flores, y en ella también g a n ó el renombre y
el prestigio que lo llevaron al puesto de P r e -
fecto délos departamentos q u e s e r í a n p o c o d e s -
p u é s l a república independiente del « Ecuador
en Colombia », y que lo designaron a d e m á s
para el m a n d o en jefe de las tropas colombia-
nas allí establecidas después de la c a m p a ñ a .
A ese prestigio, que Sucre fué el primero en
proclamar, y á esas tropas, compuestas en
gran parte de venezolanos que vinieron á ser
m á s adelante una especie de guardia preto-
riana en torno de F l o r e s , debiéronse sucesos
que, unos, al principio, afortunados, otros,
después, bien infelices, en los diez y ocho
años siguientes que de vida á Olmedo queda-
ban, someterían más de una vez á dolorosas
pruebas la entereza y consecuencia de su
carácter.
El poco ó ningún a g r a d o , con que había
visto la anexión de Guayaquil á Colombia, no
lo tenía p r e p a r a d o á afligirse demasiado por
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 237

la inevitable disociación, que vino tras la se-


paración de Venezuela y la caída de Bolívar,
y que transformó los tres departamentos meri-
dionales enrepúblicaindependiente. Esa trans-
formación se verificó prontamente y sin peli-
gro alguno, en Mayo de i83o, bajo la égida
del general Flores ; aunque siniestramente
iluminada por los tiros de fusil, que en esos
mismos días tendieron muerto á traición en
el monte funesto de Berruecos al gran triun-
fador de A y a c u c h o , al inmaculado Sucre, la
más pura y noble figura de toda la epopeya
hispanoamericana, que de Bogotá se dirigía
solo al Ecuador, contando con que la memoria
de sus servicios anteriores, y la acción de su
dulzura y sinceridad atajarían quizás el im-
pulso que iba á separar para siempre el norte
y el sur de la antigua Colombia. De todos
modos es lícito suponer que, si Sucre hubiese
vivido, no hubiera sido Flores el primer p r e -
sidente del Ecuador, y m u c h a s otras cosas
que acaecieron no habrían tampoco tenido
lugar.
Flores convocó un Congreso constituyente.
Reunióse en Ríobamba, dio á luz una consti-
tución en cuya redacción tuvo Olmedo, según
parece, preponderante influencia, y quedó
organizada y en marcha la nueva república,
con Flores de Presidente por un término de
cuatro años, y Olmedo de V i c e p r e s i d e n t e ;
238 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

pero éste al poco tiempo renunció, para resi-


dir m á s tranquilo en Guayaquil. Poco después
admitió el título de Gobernador de la provin-
cia del G u a y a s ; atraído sobre todo, es evi-
dente, por vivir entre los suyos y en su casa.
No nacía la nueva nación bajo los mejores
a u s p i c i o s ; esto es imposible negarlo. Como
dijo Olmedo en otra ocasión, m u y posterior,
fué « la primera q u e llamó á un extranjero á
preparar sus destinos, la única también que
se hallaba sojuzgada por una fuerza extraña
y en la incapacidad de darse un gobierno s e -
gún su voluntad » ( i ) .
Mantúvose sin embargo en relaciones b a s -
tante cordiales con Flores, á pesar de que
luego, p o r disentimientos con el ministro de
Hacienda, renunció e n t é r m i n o s l l e n o s d e indig-
nación el cargo de gobernador ; á pesar tam-
bién de que puso una vez su firma debajo de
un acta que en sustancia concurría á apadrinar
lo que, como dice bien el historiador P . F . Ce-
vallos, no era más que una insurrección de
cuartel. P e r o cuando en 1834 t Flores en u v o

su poder á Vicente Rocafuerte, su rival m u y


temible, y en vez de humillarlo ó deportarlo,
firmó un tratado de paz con él, comprome-

(1) M A N I F I E S T O del gobierno Provisorio del Ecuador,


sobre las causas de la présenle transformación. A LOS P U E -
BLOS AMERICANOS. G u a y a q u i l : I m p r e n t a d e M . I . M u r i l l o .
Año d e 1845 ( P á g . 2 . E d i c i ó n o r i g i n a l ) .
J O S É JOAQUÍN D E OLMEDO 239

tiéndose solemnemente á retirarse de la presi-


dencia el día mismo de cumplirse el cuadrienio
legal sin pretender en forma alguna la reelec-
ción, no titubeó Olmedo en colocarse de su
lado, y con sus amigos apoyarlo en la ruda
campaña que contra F l o r e s mantenía en el
interior de la república un partido n u m e r o s o ,
en que figuraban hijos m u y distinguidos del
país. Esa guerra civil fué la que trágicamente
se decidió en el campo de Miñarica el domingo
18 de Enero i 8 3 5 ; batalla ominosa, como la
calificó después Olmedo en el ya citado Mani-
fiesto, batalla en que « corrió sangre ecuato-
riana bastante á petrificar los vastos arenales
de Guachi y Miñarica ». Trabóse la lucha á
las cuatro de la tarde de ese día : eran unos
mil hombres del lado de Flores, no más de
dos mil de la otra p a r t e . Duró el lance apenas
una hora. El vencedor perdió entre muertos
y heridos menos de cien h o m b r e s ; el vencido
quedó completamente aniquilado ; dejó ocho-
cientos cadáveres en el campo del e n c u e n t r o ;
m u c h o s de los que huyeron despavoridos,
aterrados ante el desastre sufrido por la van-
guardia, fueron alcanzados y sacrificados, y
aun algunos que se creían salvos por h a b e r
sido hecho prisioneros. La revolución, después
de haberse sostenido con pujanza que no de-
cayó durante más de un año, sucumbió de esa
manera en un instante.
210 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

P o r sus resultados, por su carácter mismo


y su dramático fin, es célebre la batalla en el
Ecuador. Eslo mucho m á s en la historia lite-
raria de América, á causa de la oda admirable
que el triunfo de Flores inspiró al gran poeta,
que desde Guayaquil siguió con palpitante
interés la marcha de la campaña.
La poesía es digna en todas sus partes de
ponerse al lado del Canto á Bolívar. Si no lo
iguala en el vigor y variedad de la inspira-
ción, ni en las vastas proporciones del cuadro,
ni en lagrandeza del asunto, ni en el acento su-
blime de entusiasmo patriótico, lo supera en
la perfección del estilo, la atildada sobriedad
d é l a dicción poética, y por una figura, una
sola, pero magnífica, el apostrofe al Chim-
borazo :
R e y de los A n d e s , la a r d u a f r e n t e i n c l i n a
Q u e p a s a el v e n c e d o r . . .

y que es gran lástima no tenga equivalente en


el primero de los dos cantos.
Al tiempo de su publicación, como en años
posteriores, era común oir vituperar á Olmedo
por haber exaltado de tal manera lo que
después de todo fué triste episodio de guerra
civil, y es en sustancia la glorificación de uno
de tantos caciques ambiciosos que en mengua
suya ha elevado, y aun á veces eleva todavía,
sobre el pavés la América española. Pero me
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 241

parece que mirar exclusivamente por este as-


pecto la cuestión es sacarla de su verdadero
terreno y empequeñecerla demasiado. Es in-
negable que g r a n número de ecuatorianos
muy sensatos y muy h u m a n o s juzgaban la ba-
talla y el jefe que la ganó exactamente como
Olmedo, y que la misión, la gran tarea de éste fué
dar forma poética duradera á lo que estaba en
la mente y en el corazón de m u c h o s . La com-
posición es testimonio de un estado particular
del alma de un pueblo en un momento dado,
y es además o Lira de arte muy notable : razones
bien suficientes para apreciarla muy alto, sin
olvidar por supuesto que no obedeció cierta-
mente su autor al estímulo de interés sórdido
ó de bajo egoísmo ; ni nunca fué de ello capaz.
En cuestiones de arte la sinceridad es condi-
ción esencial, suprema, que todo lo e n g r a n -
dece. P o r otra parte, imaginar que si no hu-
biese Olmedo escrito y publicado la ocla,
hubiera habido en América menos guerras
civiles y menos batallas del género de M a l á -
rica, sería una puerilidad.
Es verdad que Olmedo m i s m o se mostró
arrepentido de su obra y que lo dijo privada
y públicamente. Cinco años después de c o m -
puesta escribió á un amigo estas palabras (i) :

(i) Carta d e N o v i e m b r e 18 d e 184o, p u b l i c a d a p o r


J. L e ó n Mera e n s u Carta sobre Olmedo, d i r i g i d a á D o n
Manuel C a ñ e t e , A m b a t o E n e r o 1 2 d e 1887. P á g . 3 3 .

14
242 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

« No es bueno cantar las g u e r r a s civiles : el


elogio de los vencedores no puede hacerse sin
mengua de los vencidos. Con todo mi corazón
quisiera borrar algunos versos de esa compo-
sición. » Y todavía, otros cinco años más ade-
lante, en el Manifiesto de i84&, al llegar, en su
resumen de la carrera de Flores, al suceso de
Miñarica, expresó su pena por medio de este
párrafo muy digno de recordarse : « Aterrado,
atónito el patriotismo, y reducido al silencio
y á la impotencia de acción, tuvo que refu-
giarse en el pecho de los que sobrevivieron al
estrago, sofocando allí su dolor y su indigna-
ción. Y si no faltó quien cantase la fatal v i c -
toria, los patriotas perdonaron los extravíos
del genio y las Acciones poéticas en alabanza
del Ángel exterminador, porque se conser-
vase siempre viva una memoria que excitaba
continuamente á la venganza. » Esto es sin
duda una recantación, una palinodia en toda
la fuerza del término ; pocos casos podrán
citarse de humillación más profunda y espon-
tánea. Explícase ello en buena parte con sólo
recordar que es fragmento de un documento
oñcial, suscrito por miembros del llamado
Gobierno Provisorio, compuesto de tres per-
sonas, una de las cuales, la primera, era
Olmedo ; Gobierno creado además para echar
abajo y suceder al mismo general Flores. La
sinceridad delpoeta es siempre incuestionable,
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 243

en verso igual que en prosa, pero en ambos


casos es pasión política,
che muta nome, perché muta lato.

Flores en i835 representaba la legalidad y


aparecía como perfectamente desinteresado,
pues se retiraba del poder y aceptaba como su-
cesor a u n hombre eminente, de carácter enér-
gico, cual lo era Rocafuerte, quien de ningún
modo podía considerarse como hechura ó j u -
g u e t e d e su ambición; mientras que en i845 te-
nía F l o r e s cometidos verdaderos atentados,
h a b í a y a descubierto el propósito deeternizarse
en el poder y había hecho, ilegal y tortuosa-
mente, cambiar la constitución para disfrazar y
esconder tras ella el m á s odioso despotismo.
Como es bien sabido, la revolución, á cuyo
frente ponía Olmedo su nombre, triunfó en
poco tiempo, con facilidad inesperada, á
pesar de los descalabros que sufrió al prin-
cipio. Flores no llegó en realidad á ser vencido
y hasta el último momento conservaba tropas
bastantes para defenderse; pero al ver que el
movimiento contra él se p r o p a g a b a , que iba
perdiendo uno á uno s u s antiguos a m i g o s , y
que el país entero le era hostil, sintió caérsele
las alas del corazón, antes tan lleno de recur-
sos y osadía ; y se prestó á firmar un acuerdo
en que, á trueque de ciertas ventajas p u r a m e n t e
personales, aceptaba la condición, que sine
244 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

qua non se le imponía, de abandonar el país,


con especial prohibición de volver antes de
dos años, plazo que se juzgó necesario para
reformar las instituciones y sustituir unos
h o m b r e s con otros en ciertas esferas de la ad-
ministración. Si en ese m o m e n t o y de ese
modo hubiese efectivamente concluido la ca-
rrera política de Flores, aparecerían hoy ante
la historia circundados de una aureola su
nombre y su figura. Todo se le perdonaría en
gracia del acto final, considerado como demos-
tración de amor á la patria adoptiva, inspirado
por vivo deseo de evitar inútil derramamiento
de sangre. Pero lo que después pasó desmiente
esa interpretación; el despecho lo convirtió
luego en faccioso, y no fué p o r falta de
empeño suyo si no desembarcó en playas
ecuatorianas á la cabeza de un ejército de
mercenarios. El gobierno inglés desbarató la
expedición, que llamó Olmedo maldita, calcu-
lando él por su parte que, en caso de llegar
á salir de Europa, sería detenida por los chi-
lenos en el camino (i).
A fines de ese mismo año i84'5 se reunió en
Cuenca la Asamblea Nacional encargada de
legalizar la nueva situación, acordar las refor-
mas constitucionales ofrecidas y elegir Presi-

(1) Carta d e O l m e d o á A n d r é s B e l l o , d e E n e r o 3i d e
1847 ; p o r p r i m e r a v e z p u b l i c a d a e n la Vida de Don Andrea
Bello por M. L. A m u n á t e g u i , S a n t i a g o d e C h i l e , 1882.
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 245

dente. Olmedo fué el candidato, al mismo


tiempo que Roca, su colega en el Gobierno
Provisorio, y la lucha en la Asamblea fué m u y
larga y tenaz. La sesión permanente duró dos
días, hubo m á s de ochenta escrutinios y al
fin, por solo un voto, triunfó la candidatura
de Vicente Roca. F u é mejor así : la presi-
dencia de Roca resultó en extremo agitada,
turbada sin cesar por pronunciamientos y revo-
luciones, y faltaron medios y ocasiones propi-
cias de atender al alivio de los males crónicos,
acaso incurables, que aquejaban á la repú-
blica. Olmedo, que vivió poco más de un año
después de la elección, y que estaba ya herido
de muerte por la enfermedad, no hubiera
podido seguramente resistir ni aun durante
ese año al ajetreo terrible del cargo.
Hizo un viaje al Perú á principios de 1846
con objeto de pedir en n o m b r e del Ecuador
los restos del general L á m a r , hijo de Guaya-
quil, amigo s u y o ; de quien habló en el canto á
Bolívar, al describir las diversas fases de la
batalla de Ayacucho, en estos términos :

Sereno, pero siempre infatigable,


Terrible cual su nombre, batallando
S e p r e s e n t a L a - M a r , y se a p r e s u r a
L a t a r d a r o t a del p r o t e r v o b a n d o .

Lámar había muerto años antes, proscrito


en Costa Rica, y de ahí el gobierno peruano
14.
246 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

acababa de hacer traer sus restos. Negóse éste


con razones bastante plausibles á devolverlos,
pues aunque nacido en el Ecuador L á m a r ,
después de largo tiempo de residencia y de ser-
vicio militar en E s p a ñ a había d e s e m b a r c a d o en
el Perú como militar español, había abrazado
allí la causa americana, había brillado como
el que más en la j o r n a d a final, y el Perú lo
había colmado de honores, hasta elegirlo
Presidente de la república. Olmedo, a l
aceptar la comisión, previo problablemente
el fracaso, á pesar de la carta muy hábil y
expresiva que en apoyo de su pretensión diri-
gió al ministro p e r u a n o . Pero es de creer que
m á s bien lo llevó á emprender el viaje el deseo
de mejorar en sus achaques, como se d e d u c e
de la carta á Bello ya citada : « Lie vuelto del
Perú (le dice), adonde fui á buscar salud, y no
la encontré. » La carta es de Enero 3 i , y fa-
lleció el gran poeta que la suscribe veinte días
después, el 19 de Febrero de 18/17, víctima
del padecimiento intestinal que por tanto
tiempo lo atormentó.
En la misma carta, una de las últimas sin
duda que escribió, se lee otro párrafo intere-
sante. Habla con elogio del poema francés de
Soumet, hoy por cierto completamente olvi-
dado, La Divine Epopée, y agrega : « Hace
muchos años que, con mucha frecuencia, me
asalta el pensamiento de que es incompleta,
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO 247

imperfecta la redención del género h u m a n o , y


poco digna de un Dios infinitamente miseri-
cordioso. Nos redimió del pecado y nos dejó
todos los males que son efecto del pecado.
Lo mismo hace cualquier libertador vulgar :
por ejemplo, Bolívar; nos libró del yugo es-
pañol y nos dejó todos los desastres de las
revoluciones. »
E s t a s frases y otras de muchas de sus car-
tas (i) no concuerdan bien con el e m p e ñ o ,
relativamente reciente, de presentar como
ejemplarmente ci-istiana la escena final de su
vida. Bailen, su último biógrafo, razona y dis-
cute muy bien lo inverosímil de esa afirma-
ción.
El estilo de Olmedo en prosa, muy diferente
del de sus versos, es m u y agradable. Si al-
guien en el E c u a d o r reuniese y publicase sus
cartas, j u n t o con algunos de los documentos
oficiales, que conste haber sido totalmente
escritos por él, prestaría buen servicio á las
letras y á la historia de América.

(i) E n carta de Abril i.° de i835, u n a de l a s v a r i a s q u e


e s c r i b i ó á F l o r e s , e n l o s d í a s e n q u e c o m p o n í a la o d a
á Miñarica, s e e n c u e n t r a n e s t a s p a l a b r a s : « Me c o n f e -
s a r é c o n U d . ya q u e e s t a m o s en c u a r e s m a , y ya q u e n o
m e a v e n g o con los p a d r e s para esta diligencia... »
Apuntes biográficos de D. José Joaquín Olmedo, p o r P a b l o
H e r r e r a . Quito : 18S7, p á g . 3 4 .
DANIEL WEBSTER

Daniel W e b s t e r es el gran orador político


de la gran república angloamericana, el bri-
llante defensor y sagaz expositor de su admi-
rable constitución política. Fué además abo-
gado eminente, y con éxito notable desem-
peñó dos veces en la capital federal la Secre-
taría de Estado, es decir, la dirección superior
de las relaciones extranjeras. Mas su fama
imperecedera, hasta el presente superior á la
de todos y tan extendida en su patria como
fuera de ella, se funda especialmente en un
discurso celebérrimo, pronunciado en el S e -
nado de los Estados Unidos, que con inne-
gable propiedad y sin gran exceso de exage-
ración patriótica, se ha comparado con los
grandes modelos atenienses, con el hasta esa
fecha quizás incomparable discurso de D e -
móstenes Sobre la Corona.
250 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Solamente otro orador moderno, el irlandés


E d m u n d o Burke, que eclipsó á todos en In-
glaterra durante la segunda mitad del
siglo xvm, puede en verdad ser declarado
su igual. Lo es indisputablemente ; y de esa
manera, como era justo y natural, las únicas
graneles naciones contemporáneas en que el
régimen representativo se ha aplicado extensa
y seguramente, en que la participación directa
del ciudadano en el manejo de la cosa pública
ha sido más libre y eficaz, tuvieron en la vasta
palestra de sus parlamentos y senados cam-
peones invencibles, con grandes empresas en
sus banderas, con armas y con bravura dignas
de las reñidas luchas, en que con lanza en ris-
tre y la visera alzada valientemente sostuvie-
ron sus ideas y sus p r o g r a m a s .
La historia de la vida de Daniel W e b s t e r ,
interesante por sí misma, sigue además fiel-
mente el desarrollo histórico de su país,
durante un largo período capital y decisivo.
Guando sobrevino la gran crisis, la tremenda
guerra civil de cuatro a ñ o s entre millones de
hombres alistados por el Norte y el S u r de la
república, hacía ya nueve años que había muer-
to ; pero su n o m b r e , su recuerdo y frases inol-
vidables de su gran d i s c u r s o de i83o estaban
en la memoria de todos, y nunca (puede así
decirse) estuvo entre sus compatriotas más
recordado, m á s vivo, m á s presente, que. des-
DANIEL WEBSTER 251

pues de encerrados sus restos en el cementerio


de la pequeña aldea á orillas del tempestuoso
Atlántico del norte : apoteosis que contrasta
con la tristeza y desaliento de los últimos
meses de su existencia. Creyó con sobra de fun-
damento que al cabo de tantos años en la
brecha, de tantos servicios á su partido y á su
patria, merecía de sus paisanos el honor, á
que aspiraba, de sentarse en la presidencia,
puesto que ninguno ciertamente hubiera lle-
nado mejor que él. P o r obtenerlo empeñó y
aventuró cosas que acaso valían mucho más :
la mejor parte de su reputación, de su conse-
cuencia política y hasta sus lauros de orador.
En la hora crítica, cuando más cerca imagi-
naba estar de la meta gloriosa, ni siquiera
obtuvo de sus malagradecidos correligionarios
la simple investidura de candidato del par-
tido.
En plena tierra yankee, en New H á m p s h i r e ,
entonces el más septentrional de los E s t a d o s
Unidos, hijo de Ebenezer W e b s t e r , soldado
en la guerra contra Francia, que luego levantó
él solo una compañía y la mandó durante toda
la guerra de Independencia, retirándose de
ésta con el grado de coronel, nació el futuro
orador en E n e r o de 1782. E d u c a d o en un cole-
gio de su mismo E s t a d o , p a s ó , después de
breve preparación en Boston, á ejercer como
abogado en P o r t s m o u l h , pequeña ciudad ma-
252 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

rítima, que aun hoy apenas tiene m á s de diez


mil h a b i t a n t e s . P o r ese distrito, ó condado,
fué elegido miembro de la Casa de Represen-
tantes en i 8 i 3 , y, muy poco después de llegar
á W a s h i n g t o n y tomar posesión del cargo, se
hizo ya notar por la facilidad y energía de su
palabra. Esa vez permaneció en el Congreso
cuatro años, es decir, dos legislaturas. F u é
entonces á establecerse en Boston, metrópoli
de la Nueva Inglaterra, y practicar asidua-
mente la abogacía, tanto ante los tribunales
del estado de Massachusetts, como en la capi-
tal federal, ante la Corte Suprema de la repú-
blica, en la que, desde su residencia anterior
en W a s h i n g t o n , había adquirido ya bastante
reputación. Extendió y acrecentó su fama el
discurso que, el 22 de Diciembre de 1820,
pronunció al celebrarse en P l y m o u t h el se-
g u n d o centenario del desembarque de los
P u r i t a n o s . Mucho más todavía la favoreció el
que, cinco años después, pronunció al poner
la primera piedra del gran obelisco que, en el
centro de un barrio de Boston, se eleva en
memoria de la famosa acción de Bunker Hill
de la guerra de la Independencia y en el lugar
mismo donde tuvo lugar.
Esta última es una oración magnífica, que
en ese m i s m o año de 1826 tradujo al caste-
llano José María Heredia, el poeta cubano,
proscripto entonces en los E s t a d o s Unidos.
DANIEL WEBSTER 253

He aquí, t o m a d o de esa versión, el apostrofe


que el orador dirigió en su discurso a La-
fayette, quien, como es sabido, formaba parte
de la concurrencia, habiendo vuelto entonces
por invitación especial a recorrer la escena
donde había combatido en su juventud. El
pasaje es en efecto interesante :
«¡Venturoso, venturoso mortal! ¡ Con cuánta
devoción debéis enviar á Dios vuestra grati-
tud por las circunstancias de vuestra vida
extraordinaria! Estáis enlazado con a m b o s
hemisferios y con dos generaciones. El cielo
tuvo á bien ordenar que la chispa eléctrica de
libertad p a s a s e conducida por vos del m u n d o
nuevo al antiguo, y n o s o t r o s , que venimos
aquí á cumplir este deber de patriotismo, ha
mucho tiempo que recibimos de nuestros
padres el encargo de a m a r vuestro n o m b r e y
vuestras virtudes. Podéis mirar como un ejem-
plo de vuestra buena fortuna el haber p a s a d o
los mares para visitarnos, á tiempo de poder
presenciar esta solemnidad. Delante tenéis el
campo cuya fama os llegó al corazón de
Francia y penetró vuestro ardiente pecho.
Ahí veis las líneas del pequeño reducto alzado
por la diligencia increíble de Prescott, defen-
dido hasta la última extremidad por su valor
de león, y dentro del cual yace ahora la piedra
angular de nuestro m o n u m e n t o . Veis el paraje
en que cayó W a r r e n , en que cayeron con él
254 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

P a r k e r , McCleary... Los m o n u m e n t o s y elo-


gios pertenecen á los m u e r t o s . En este día
los tributamos á W a r r e n y á sus compañeros.
Otras veces los h e m o s dado á W a s h i n g t o n ,
Greene, Gates, Súllivan y Lincoln, vuestros
compañeros de a r m a s . Quisiéramos n e g a r n o s
á conceder estos h o n o r e s supremos, y con
gozo los retendríamos todavía m u c h o tiempo
al corto resto de aquella hueste inmortal.
Serus in cselum redeas. Vuestros méritos son
1

tan ilustres; pero lejos, ¡oh! m u y lejos esté el


día en que deba una inscripción llevar g r a -
bado vuestro n o m b r e y en que una voz deba
pronunciar vuestro panegírico. »
Diez y ocho años más adelante, acabado ya
de fabricar ese mismo monumento de la c o -
lina de Bunker, pronunció W e b s t e r otro dis-
curso, no menos bello, del cual escojo, para
citarlas aquí, las líneas que comparan el s i s -
tema colonizador de España é Inglaterra, y
terminan así :
« Los conquistadores y colonos europeos
de la América española fueron principalmente
jefes militares y soldados... L o s colonos en
la América inglesa fueron gente del pueblo,
pero de un pueblo libre ya de a n t e m a n o ; per-
tenecían á la clase media, industriosa y prós-
pera ; eran habitadores de ciudades c o m e r -
ciales, manufactureras, en las cuales había
revivido y alentaba la libertad después de un
DANIEL WEBSTER 255

sueño de mil años en el seno de esa edad de


tinieblas. España bajó al Nuevo Mundo en la
forma armada y terrible de su monarquía y
su militarismo, Inglaterra vino bajo el aspecto
atractivo y popular de derechos personales,
protección pública, libertad civil. Valiéndose
de compañías privadas, excitando esfuerzos
individuales, colonizó Inglaterra por medio
de trabajadores dispuestos á abrirse camino
por los bosques, á defenderse contra los sal-
vajes, al mismo tiempo que á éstos reconocían
sus derechos sobre la tierra, y procedían en
general con el h o n r a d o propósito de educar y
cristianizar j u n t a m e n t e . E s p a ñ a cayó sobre la
América como el buitre sobre la presa. Todo
para ella fué cuestión de fuerza. A fuego y
sangre conquistó el territorio, á fuego y sangre
destruyó las poblaciones, a fuego y sangre
sucumbieron centenares de seres h u m a n o s , y
hasta á fuego y sangre emprendió el convertir
los indios al cristianismo. »
Mientras perteneció W e b s t e r á la Cámara
de Representantes se mantuvo siempre en las
cuestiones políticas del lado más liberal;
defendió la causa de los griegos en su encar-
nizada lucha contra los turcos y apoyó al
Presidente A d a m s en su intento de aceptar la
invitación al Congreso de P a n a m á , invitación
que, como nadie en América ignora, no llegó
á tener efecto práctico, por las dilaciones
256 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

voluntarias del Senado, que impidieron á los


comisionados angloamericanos llegar bas-
tante á tiempo. Influyó p o d e r o s a m e n t e en
esa cuestión ante el Senado el interés de los
dueños de esclavos, pues como las repúblicas
de origen hispánico habían abolido la escla-
vitud en su territorio y se hablaba muy se-
riamente en algunas de ellas de organizar
una cruzada para quitar á los españoles la
isla de Cuba, los esclavistas de los E s t a d o s
Unidos no ocultaron los temores y antipatía
que esa reunión en P a n a m á les inspiraba. La
reunión también, por otra parte y por otras
causas, estaba condenada á poner bien en
evidencia la triste situación anárquica é im-
potente en que los dejaba el funesto régimen
de gobierno colonial bajo que habían vivido.

II

En 1827 fué W e b s t e r elegido senador por


el estado de Massachusetts, puesto que había
de ocupar durante el resto de su vida, salvo
en los dos períodos en que fué Secretario de
Estado : primero de Hárrison y de Tyler
sucesivamente, luego de F i l l m o r e ; y los dos
años m á s que transcurrieron antes de que
hubiese vacante y lo eligiesen senador de
Massachusetts por tercera vez.
DANIEL WEBSTER 257

Desde que entró en el Senado, ó inmedia-


tamente después, se trazó y ahondó diver-
gencia muy grave entre las ideas, las aspira-
ciones y los intereses del Norte y el S u r de
la república, divergencia nacida del distinto
régimen de trabajo que en ambas secciones
existía, y que convertía á la imponente asam-
blea en circo revuelto de opiniones incon-
ciliables, de tendencias contrarias, de alter-
cados incesantes, que solamente cesaron
cuando apelaron a las armas y comenzó la
guerra civil.
Ese formidable problema de la esclavitud
de cuatro millones de negros, para cuya reso-
lución se derramarían tantas lágrimas y tanta
sangre, se complicaba a d e m á s , mientras se
mantuvo en el terreno de la discusión pací-
fica, con una cuestión de derecho público en
extremo i n t e r e s a n t e ; la cual, en país donde
h u b o siempre ansia viva de respetar la lega-
lidad lo más escrupulosamente posible, revis-
tió desde el principio capital importancia y
trajo á la palestra de uno y otro lado elo-
cuentes defensores. En i83o el más hábil y
vigoroso y mejor preparado de esos lucha-
dores era sin disputa Daniel W e b s t e r .
La discusión de ese año, en que pronunció
W e b s t e r el celebrado discurso á que ya he
aludido, se inició de esta manera inesperada :
Presentó el senador Foote una moción on
258 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

objeto de establecer si era prudente que el


Ejecutivo continuase la política de vender
rápidamente, y al m e n o r precio posible, las
tierras del inmenso dominio público que h a -
cia el Oeste poseía la nación, y que se repar-
tían con el objeto de estimular así su cultivo,
su población y la formación de nuevos Esta-
dos ó Territorios. La parte meridional de la
república juzgaba contrario á sus intereses en
el porvenir que tan pronto creciese y se
desarrollase el país por ese r u m b o , en que el
trabajo agrícola é industrial, á causa del
clima y del carácter de la emigración europea
que allí acudía, quedaba confiado á m a n o s
libres. Cuestión al parecer inofensiva ; pero
terció pronto en el debate el senador Roberto
Hayne, de la Carolina del Sur, y planteó
resueltamente la discusión sobre los intereses
especiales de su estado y su región. La c u e s -
tión de las tierras públicas le importaba,
porque era una de tantas otras en que el
Norte legislaba exclusivamente en vista de su
interés, atrepellando con su fuerza numérica
el interés del Sur, ambos á menudo en la más
abierta oposición.
Sólo había, a j u i c i o del senador, un correc-
tivo á esa oposición, para el Sur tan d e s a s -
trosa : consistía en lo que Calhoun, su m a e s -
tro, llamaba y él preconizaba, con el título de
« nulificación », es decir, la facultad reser-
DANIEL WEBSTER 259

vada á cada Estado de no obedecer, de anu-


lar, cualquiera nueva ley de la república que
fuese « violación deliberada, palpable, peli-
grosa » de sus intereses esenciales. Si se
negaba esa facultad, quedábale sólo al agra-
viado el recurso de separarse de la Unión,
pues había entrado en ella por su libre volun-
tad y á título puramente gratuito.
La cuestión en el fondo venía á reducirse
de esa manera á determinar si eran los Esta-
dos Unidos una nación r o b u s t a m e n t e asen-
tada y de carácter perpetuo, como todas las
naciones civilizadas ; ó una aglomeración
fortuita de intereses, una razón social sin
término fijo, cuyos m i e m b r o s á cualquiera
hora podían retirar el capital y declarar di-
suelta la sociedad. E s t o , que h o y nos suena
como una herejía, ni lo parecía ni lo era en
i83o. Había sido durante años opinión acep-
tada en el Norte y en el Sur. Pero la m a r c h a
del tiempo, el crecimiento r á p i d o , la prospe-
ridad maravillosa habían robustecido poco á
poco los lazos de unión, y habían creado, y
existía ya positivamente, una nación con
intereses estrechamente enclavijados, con un
glorioso pasado común, el separarse de la cual
no podía ser sin horrible desgarramiento, y
solamente á causa de esos males irreparables,
de esas a b r u m a d o r a s injusticias que justifi-
can á las revoluciones. Intereses opuestos
260 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

hay en todas las naciones y no por eso se


disuelven; el remedio sería entonces peor que
la enfermedad.
Cuando el Congreso en 1828 voló un nuevo
arancel de aduanas, en el que los derechos
de importación se habían calculado con la
mira de proteger las manufacturas america-
nas, el Sur con la Carolina á la cabeza se
sintió gravemente perjudicado, pues todo
él era agricultor, y los objetos que consumía
subían considerablemente de valor por causa
de la nueva « Tarifa », sin favorecer en
cosa alguna su algodón ó su azúcar, su
arroz ó su tabaco. Con ese motivo dio la
Carolina el primer paso por el camino de
la Nulificación. La pretensión ni tuvo ni
podía tener entonces resultado práctico ; más
adelante se estrellaría contra la resuelta acti-
tud del Presidente .lackson ; pero por ahora
sólo sirvió para acumular y agravar resenti-
mientos, y por ellos excitado el senador
Hayne aprovechó la coyuntura de la proposi-
ción de Foote sobre tierras públicas, para dar
salida á la cólera y amargura de que estaba
poseído. Con ese objeto preparó cuidadosa-
mente su discurso, que está muy lejos de ser
obra despreciable. Expuso en él con altiva
indignación los agravios del partido, sostuvo
que la constitución era un pacto nada m á s ,
voluntario, entre partes, susceptible de ser
DANIEL WEBSTER 261

legítimamente roto y atacó con furia las


ideas y las exigencias insaciables de los esta-
dos del Norte, de la Nueva Inglaterra, de
Massachusetts particularmente, encarándose
al efecto con W e b s t e r , con intento de direc-
tamente provocarlo.
El discurso que de este modo, dada la res-
puesta que produjo, viene á ser, aunque en
menos, algo así como el de Esquines en el
debate sobre la Corona, contiene razones
muy atendibles, en la parte histórica sobre
t o d o ; y en el acento de orgullo sincero y de
resolución intrépida que en él se observa, nos
parece oir hoy todavía el anuncio pavoroso de
los desastres que esos sentimientos causarían
cuando los actos sucediesen á las palabras.
La emoción, en W a s h i n g t o n primero, en
todo el país después, fué intensa y m u y grande.
Nunca se habían descubierto é irritado de tan
violenta manera las llagas peligrosas del
cuerpo s o c i a l ; la constitución, que con tantas
precauciones y tanta habilidad había tratado
de prevenirlas, se presentaba ahora al con-
trario como fuente de males y desórdenes.
W e b s t e r tenía pedida la palabra para repli-
car y lo hizo cinco días después, el 26 de
E n e r o . Cuéntase que en la mañana de ese
mismo día el senador Bell, de New H á m p -
shire, su Estado natal, le dijo : « E s t a m o s en
un momento crítico, pienso que ya es tiempo
i5.
262 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

de que el país sepa lo que su Constitución


significa. » « P u e s entonces, respondió, con
el favor del cielo, hoy, antes que el sol se
ponga, sabrá como la entiendo yo. »
La emoción y la ansiedad de oírlo eran
inmensas. Desde mucho antes de sentarse en
el sillón presidencial del Senado Calhoum,
vicepresidente de la república, que, como
todos sabían, era el inspirador de las teorías de
Hayne, estaban ya los senadores en sus p u e s -
tos, lleno todo el resto de espacio libre en la
sala con miembros de la otra cámara, y las
galerías altas ocupadas por una concurrencia
tan numerosa y compacta como escogida. No
cabía seguramente una persona más en aquel
recinto.
En medio de un silencio profundo, invero-
símil en lugar atestado de tanta gente, se
puso de pie el senador de Massachusetts. Su
aspecto solo era imponente : su elevada esta-
tura, sus hombros robustos sobre los que se
elevaba una cabeza magnífica, de gran volu-
men, con tez morena, cabellos largos, oscu-
ros, que echados hacia atrás descubrían lo
espacioso de la frente; y con ojos, que Car-
lyle, cuando lo vio en Londres algún tiempo
después, describe en carta á Emerson de esta
manera : « ojos de un negro mate, que en el
fondo del precipicio orillado por las cejas,
parecen h o r n o s de antracita á punto de encen-
DANIEL WEBSTER 263

derso. » Con arle exquisito, huyendo de satis-


facer desde luego con exordio ruidoso la expec-
tación general, comenzó en voz baja, apacible,
y pidió que se leyera el texto mismo de la
moción presentada al Senado. Leyóse y pudo
entonces agregar con oportuna ironía que las
tierras públicas, objeto de la discusión, eran
casi la única materia sobre la cual no había
dicho una palabra « el senador de la Carolina
del Sur, en el discurso con que durante dos
días ha entretenido al Senado ». Aborda en
seguida la cuestión personal, contesta uno á
uno, á veces con solemnidad, á veces con
buen h u m o r , los ataques contra él dirigidos,
y elevándose poco á poco, cambia de tono,
al iniciar la defensa de Massachusetts y r e s -
ponder á los cargos siniestramente formula-
dos : « No vengo, señor Presidente, no vengo
á hacer la apología de mi Estado, no la nece-
sita. Ahí está. Miradlo y juzgad vosotros mis-
m o s . Ahí está su historia, el mundo la sabe
de memoria. Lo pasado por lo menos está
seguro. Ahí están Boston y Concord y
Léxington y Bunker Hill, y ahí quedarán
eternamente. Los huesos de sus hijos que
sucumbieron en la gran lucha por la i n d e p e n -
dencia, yacen ahora mezclados con la tierra
de cada uno de los estados de la Unión, desde
Nueva Inglaterra hasta Georgia ; y ahí ya-
cerán eternamente. Y allí, donde la libertad
264 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

americana, señor, emitió sus primeras voces


y donde fué su juventud nutrida y sostenida,
allí vive ahora en la fuerza de su virilidad,
llena siempre del espíritu primitivo. Si la dis-
cordia y la desunión la han de herir, si la
contienda de los partidos y la ambición ciega
la desgarran y destrozan, si la demencia y el
frenesí, si la impaciencia de soportar restric-
ciones tan útiles como necesarias, lograran
separarla de esta Unión, dentro de la cual
solamente su existencia puede hallarse asegu-
rada, allí permanecerá hasta lo último, a l i a d o
de la cuna en que se meció su infancia ; ten-
derá los brazos mientras conserve algún vigor
á los amigos congregados en torno, y si ha
de sucumbir, sucumbirá entre los mayores
monumentos de su gloria en el suelo mismo
donde nació. »
La completa refutación del supuesto dere-
cho de anular leyes federales y la afirmación
razonada y precisa de los preceptos constitu-
cionales, que prevenían el caso y la manera
de resolver todo conflicto, ocupan el centro
del gran discurso de cuatro horas. El orador,
en párrafos magníficos, sobrios, m o d e r a d o s ,
no deja sin tratar aspecto alguno de la
cuestión, sin realzarlo y abrillantarlo con su
palabra siempre elevada, su voz gravemente
melodiosa, sus gestos adecuados, la variada
expresión, en fin, de su viril y enérgica fiso-
DANIEL WEBSTER 265

nomía, iluminada por la poderosa inspiración.


En ciertos momentos, por la rapidez, el calor
de la elocución, parecía improvisar ; las notas
que llevó escritas llenaban solamente u n a s
cuantas hojas de papel de carta ; pero, como
él mismo después decía, « los cuarenta y ocho
años que llevo de vida han sido una constante
preparación de este discurso ».
P o r último, sin que ni en él ni en el audi-
torio se sintiese el menor síntoma de fatiga ó
de impaciencia, brotó de sus labios esta
soberbia peroración :
« Tales son, señor Presidente, las razones
que me hacen disentir de las doctrinas aquí
expuestas y sostenidas. Sé bien que os he
detenido, á vos, señor, y al Senado, dema-
siado tiempo. Me he visto arrastrado al
debate sin el previo estudio que demandaba
cuestión tan ardua é importante. Pero mi
alma estaba llena y no he querido contener la
expresión de sus espontáneos sentimientos :
ahora mismo me cuesta trabajo abandonarla,
sin afirmar una vez más mi convicción p r o -
funda de su íntima, su vital importancia, pues
interesa y envuelve nada menos que la unión
y el bien de estos E s t a d o s . Durante toda mi
carrera he tenido sin cesar presente ante mí
la prosperidad y el honor del país entero y el
mantenimiento de nuestra Unión federal. A
esa Unión debemos nuestra tranquilidad inte-
266 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

rior, nuestra dignidad y consideración en el


exterior, así como cuanto nos hace sentir or-
gullo en nuestra patria. A esa Unión llegamos
únicamente, gracias al ejercicio de nuestras
virtudes, en la ruda escuela de la adversidad.
Nació necesariamente de nuestra situación :
nuestra hacienda en desorden, nuestro comer-
cio postrado, nuestro crédito perdido. Bajo
su benéfica influencia despertaron esos g r a n -
des intereses, como de entre los muertos, y se
levantaron poseídos de nueva vida. Cada año
más que ha durado ha prodigado pruebas de
su utilidad y su bendición, y aunque nuestro
territorio y nuestra población se han exten-
dido más y más lejos cada vez. no han podido
ir más allá del alcance de su protección y sus
beneficios, fuente copiosa para todos de feli-
cidad nacional, social é individual.
« Nunca he osado, señor, echar una mirada
más allá de la Unión, en busca de lo que
detrás pueda ocultarse en obscuros rincones.
No me he puesto á pesar fríamente las proba-
bilidades de conservar la libertad, una vez
rotos los lazos que nos mantienen unidos. No
he adquirido la costumbre de inclinarme al
borde del precipicio y tratar de medir con mi
débil vista el abismo allá abajo ; ni puedo
tener por buen consejero en los asuntos de
este gobierno á aquél cuyos pensamientos
quieran averiguar, no la mejor manera de
DANIEL WEBSTER 267

defender nuestra Unión, sino hasta dónde


podrá mejorar ó empeorar la condición del
pueblo cuando haya sido la Unión rota y des-
truida. Mientras ella dure tendremos nosotros
delante, tendrán nuestros hijos, las más g r a -
tas y animadoras esperanzas. Más allá no
quiero penetrar. ¡ Ojalá que, mientras yo viva
al menos, no se descorra ese velo ! ¡ Ojalá
nunca aparezca ante mi vista lo que se encuen-
tre detrás ! Cuando se vuelvan mis ojos para
contemplar por última vez al sol en el firma-
mento, que no lo vean d e r r a m a n d o luz sobre
fragmentos dispersos y humillados de la que
un tiempo fué Unión gloriosa, sobre Estados
divididos, discordes, beligerantes, sobre un
suelo d e s g a r r a d o por contienda civil, empa-
pado — bien pudiera ser — en sangre de
hermanos ! ¡ Que su última lenta mirada des-
cubra al contrario la lujosa enseña de la Repú-
blica, conocida y respetada en el m u n d o en-
tero, aun más adelantada en su camino, sus
armas y sus trofeos brillantes con su lustre
primitivo, ni una sola de sus bandas borrada
ó mancillada, ni una sola de sus estrellas
eclipsada, llevando por empresa, no la p r e -
gunta miserable de cuál es su utilidad ó su
valor, ni tampoco esos otros vocablos de
engaño ó de demencia : « Libertad primero,
Unión después, » sino por doquiera, impreso
en caracteres de luz viva, fulgente en sus am-
268 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

plios pliegues, á medida que flota sobre el


mar y sobre la tierra al impulso de todos los
vientos del cielo, este otro sentimiento queri
do siempre por todo leal corazón americano :
« Libertad y Unión, ahora y siempre, unas
é inseparables. »
El discurso penetró y conmovió por igual
corazones de hombres de negocios, de h o m -
bres del pueblo, de hombres de saber ; desde
el año mismo en que se pronunció y se impri-
mió comenzó á ser leído y aprendido de m e -
moria en las escuelas públicas de los estados
del Norte y, como ya indiqué, fué, en buena
parte lo que, gracias á su influencia y su
encanto, cuando vino la guerra civil, había
preparado al sacrificio por la Unión la gene-
ración que debía salvarla, aquélla á que tocó
colmar, borrar el abismo cuya profundidad el
orador no quería ni aun imaginar.
No fué el duelo oratorio de i83o el último
que sostuvo en defensa de la constitución;
otras veces debió volver á la brecha,especial-
mente cuando H a y n e dejó vacante el puesto
de senador, por haber sido n o m b r a d o Gober-
nador de su E s t a d o , y fué Calhoun escogido
entonces para sucederle en el S e n a d o : John
C. Calhoun, h o m b r e de estado eminente,
talento filosófico, grave y austera figura, que
valía mucho más que Hayne como escritor y
como orador, que con lógica implacable y
DANIEL WEBSTER 269

tenacidad incansable de sombrío fanático


llevó hasta sus últimas violentas consecuen-
cias las teorías edificadas sobre los intereses
exclusivos d é l o s estados esclavistas. Había
ocupado los m á s altos puestos en la repú-
blica, había estado muy próximo á ser elegido
Presidente, profesaba en el fondo de su alma
leal afecto á la Unión; pero iba á pasar el
resto de su vida anunciando sin cesar su ine-
vitable r u p t u r a , si el equilibrio entre las dos
grandes secciones continuaba desapareciendo
por el rápido crecimiento en riqueza y pobla-
ción délos E s t a d o s del N o r t e . La esclavitudde
los negros era la piedra angular de su política,
de sus teorías, y declaraba convencidamente,
á voces, con real sinceridad, que era un bien,
« un bien positivo, para el blanco lo mismo
que para el n e g r o . » Sin e m b a r g o , la tenden-
cia evidente de las cosas, allí como en todas
partes, era en sentido contrario á tales ideas;
el obstinado y sagaz doctrinario, que lo veía
muy bien, buscaba ansiosamente el modo de
conservar la Unión y a u m e n t a r al mismo
tiempo el área del trabajo esclavo en la repú-
blica, aumento preñado de funestas conse-
cuencias, á que la sección m á s poderosa y nu-
merosa del Norte, apoyada en la Constitución,
enérgicamente se oponía.
Calhoun, fuerte con su convicción de que
era la Constitución un pacto entre E s t a d o s
270 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

soberanos, cuya soberanía era inalienable y


podían siempre íntegramente reivindicarla,
provocó desde i833 la discusión en ese te-
rreno sobre esas bases, y tocó n a t u r a l m e n t e
á W e b s t e r responderle. El discurso que en-
tonces pronunció, incluido en la colección de
sus escritos con este título . « La constitución
no es un pacto entre E s t a d o s soberanos »,
menos leído que la réplica á Hayne, vale más
como sobrio y vigoroso razonamiento polí-
tico ; pero hoy. resuelta en la práctica la cues-
tión, no puede despertar el interés y la emo-
ción que todavía produce aquella obra maestra.
P a r a el historiador, para el jurisconsulto,
conserva la segunda oración valor subido,
pero en el fondo significa lo mismo que la
grandiosa arenga anterior, sin las galas de
arte y de sentimiento dramático que la e m b e -
llecen. Los discursos de los grandes oradores,
tanto los conservados por la taquigrafía, como
los escritos después con la idea sin cesar pre-
sente del auditorio m á s ó menos agitado,
simpático ú hostil, que los ha escuchado,
raras veces se acercan leídos al efecto que
consiguieron p r o n u n c i a d o s . Solamente por
excepción, como W e b s t e r en la ocasión refe-
rida, ó Demóstenes en el Pro Corona, ó
Burke en el discurso « sobre las deudas
del Nabab de Arcot » ó quizás también
en la arenga á los electores de Bristol, lo-
DANIEL WEBSTER 271

gran t r a s m i t i r á la posteridad, ya despren-


dida de las pasiones de la época, trabajos
esencialmente i n t e r e s a n t e s . Toca por de con-
tado á los tratadistas de retórica ó á los h i s t o -
riadores de literaturas examinar los otros
discursos de esos eminentes atletas de la pa-
labra y seguir en ellos el desarrollo de su
genio oratorio, de sus recursos de artista,
tarea á que la obra capital y suprema presta
interés excepcional. Es por otra parte inne-
gable que W e b s t e r , tan n o t a b l e en la orato-
ria parlamentaria y en los discursos públicos
de grande aparato, no vale como escritor,
como artista literario, tanto como D e m ó s -
tenes ó como B u r k e .

III

En ninguna ocasión W e b s t e r , desde que


entró en el Congreso, anatematizó la esclavi-
tud de los negros en el Sur, ni aun defendió
medida alguna práctica con la abolición di-
recta por objeto. El abolicionismo en su
tiempo era una secta más bien que un partido
político ; sólo después de su muerte comenzó
á extenderse y adquirir importancia, cual era
de esperarse en virtud del envalentonamiento
de los defensores del régimen, y porque, secta
ó partido, componíase en mayoría de hombres
272 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

muy puros y g e n e r o s o s , que eran la espe-


ranza del porvenir. W e b s t e r sostuvo siem-
pre, de acuerdo con la mayor parte del
país, que esa institución peculiar del Sur
era un hecho histórico y político, deplo-
rable acaso, perjudicial s e g u r a m e n t e para
los mismos que tan excitadamente lo de-
fendían, pero de todos m o d o s un hecho
a n t e r i o r a la fundación de la república, reco-
nocido en la Constitución m i s m a , y que no
era posible alterar sin la anuencia perfecta
del pueblo de los E s t a d o s donde existía. Sin
titubear ni fluctuar en su p a r e c e r s e opuso, no
obstante, siempre, á que se le consintiese el
extenderse más allá de los límites dentro de
qué se encontraba.
La guerra con Méjico, y la anexión de vas-
tos territorios que dio por resultado, crearon
nuevas é inesperadas dificultades. Los repre-
sentantes del Sur que provocaron esa guerra, y
la apoyaron, contaban con esos nuevos es-
pacios para extender la esclavitud. Sus a m e -
nazas crecían en intensidad y frecuencia
rápidamente ; el fantasma, el espectro de la
disolución, inmóvil siempre en el horizonte,
asumía aspecto cada vez m á s aterrador.
W e b s t e r era siempre la esperanza de los
que deseaban evitar el conflicto, alejarlo
indefinidamente, oponiendo con firmeza la
estricta justicia á las arrogantes intimaciones
DANIEL WEBSTER 273

del adversario. Con él creían poder contar


cuantos recordaban eme en su famosa réplica,
después de afirmar que era la esclavitud del Sur
una institución, en la cual el gobierno federal
nada tenía que ver, había agregado, en res-
puesta á Hayne y á su frase : « la esclavitud
abstractamente considerada no es un mal »,
estas otras palabras inolvidables : « No nece-
sito s e g u r a m e n t e decir que en este punto d i -
fiero completa y absolutamente del preopi-
nante. Yo considero la esclavitud doméstica
como uno de los mayores males, moral y polí-
ticamente considerada. » En m a n o s de quien
con tanto énfasis se expresaba podía pues con-
fiarse el porvenir : el S u r sería dueño en su
casa, pero el Norte nunca por su parte con-
sentiría en nada que hiciese m á s penosa la
situación de los esclavos, que remachase i m -
píamente sus hierros, que encrueleciese lo que
por sí era ya sobradamente cruel.
J a m á s confianza, al parecer bien justificada,
fué peor recompensada. El centinela abandonó
su puesto, el campeón rindió las a r m a s . P o r
patriotismo (bien pudiera ser), pero por ex-
traviado y mal entendido p a t r i o t i s m o ; por
miedo acaso á amenazas á que debía estar ya
acostumbrado . quizá también (muchos así lo
creyeron) por ambición desatentada de lograr
por fin dos años después la Presidencia de la
república ; ó porque (Emerson así lo pensaba)
274 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

el conservar, el defender lo existente eran en


realidad « su sangre y su temperamento », el
caso, el dolorosísimo caso, fué que, por
aplacar el encono de los h o m b r e s del Sur,
prohijó en 1800 la transacción, el nuevo
« Compromiso » ideado por Henry Clay, y
habló en su favor en el Senado el día siete de
Marzo de ese año.
Ese discurso, último de sus g r a n d e s es-
fuerzos oratorios, se cuenta entre los mejores ;
inferior sin duda á las réplicas á Hayne y á Cal-
houn y, en el otro género, á las oraciones
en P l y m o u t h y en Bunker Hill; pero obra m u y
notable, con momentos que, como r e l á m p a g o s
deslumbrantes, todo lo encienden. Este por
ejemplo:
« ¡ Separación ! ¡ separación pacífica! ¡ No
está reservado, señor, ni á vuestros ojos ni á
los míos el contemplar semejante portento : la
desmembración de este país inmenso sin que
ninguna convulsión se produzca ! ¡ El reven-
tarse de las fuentes del gran profundo sin que
se altere su superficie ! ¿ Quién puede ser b a s -
tante insensato, — á nadie particularmente
aludo — para creer tal cosa ? ¡ El que ve h o y
estos E s t a d o s girando armoniosamente en
torno de un centro común, y los imagine
luego abandonando sus puestos y disparán-
dose sin producir una catástrofe, puede espe-
rar ver también en seguida á los cuerpos ce-
DANIEL WEBSTER 275

lestes salir de sus órbitas y lanzarse unos


contra otros en las regiones del espacio, sin
causar la ruina del universo ! No ha de haber,
nó, separación pacífica, es un imposible abso-
luto.¿ De qué manera esta gran Constitución,
bajo la cual vivimos, que cubre al país entero,
ha de verse derretida y fundida por la separa-
ción, como se derrite la nieve de la montaña
por el sol del verano y desaparece y se des-
vanece ? Nó, nó, señor. Yo no os diré de dónde
puede venir la ruptura de la Unión, pero veo,
sí, tan claro como al sol en el cielo, lo que esa
ruptura por sí misma ha de producir : produ-
cirá la guerra, una guerra tal, que no seré yo
quien intente ahora describirla ». Y poseído
de la misma emoción continúa sobre ese tema,
aunque ya en tono menos elevado, con acento
de amargo sarcasmo.
No es éste lugar á propósito de enumerar y
analizar las condiciones del Compromiso, en
su mayor parte favorables á las exigencias del
Sur. Una sola importa recordar : la nueva
forma de la ley para la persecución y captura,
en los E s t a d o s del Norte, de los esclavos hui-
dos de los Estados del S u r ; baldón perpetuo
de los que la redactaron, defendieron y pro
mulgaron.
El antiguo y h u m a n o precepto de derecho
romano según el cual la libertad del individuo
siempre se presume y en caso de duda debe
276 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

siempre favorecer á aquel á quien se niega, fué


ahora borrado de la práctica en esta libérrima
república. Bastaba la afirmación, no ya del
dueño del presunto esclavo, sino de su simple
encargado, para llevarlo ante un tribunal, que
debía juzgar sumariamente y sin posible ape-
lación. Todo estaba previsto para oprimir á la
víctima, impedir su defensa hasta contra el
error ó la mala fe; se imponían además penas
severas de prisión y de multa al que intentara
auxiliar la evasión del n e g r o , igual que al
esbirro de cuyas garras lograra escapar. Así
fué de ahí en adelante espectáculo frecuente,
en las calles de las tranquilas y florecientes
ciudades del Norte, el de infelices n e g r o s y
mulatos, que podían apenas moverse bajo el
peso de los hierros, arrastrados á empujones
y á golpes hacia el estado del Sur, donde era
bien de presumir la suerte que les aguardaba.
El Sur recobró algunos siervos más de esa
manera, pero perdió en cambio infinitos ami-
gos en el Norte. L o s gemidos de las víctimas
aherrojadas y azotadas despertaron eco p r o -
fundo de compasión en corazones hasta en-
tonces adormidos, empujaron á miles y miles
de ciudadanos pacíficos á desoír las amones-
taciones de la prudencia y el interés inmediato
y rendir homenaje á otra « ley más alta », que
algún día sería indispensable acatar y obe-
decer. Muchos antiguos admiradores de
DANIEL WEBSTER 277

W e b s t e r se apartaron de él para siempre, con-


vencidos de que sin su intervención el Comr
promiso nunca hubiera llegado á obtene-
mayoría en el Congreso, y no se consolaban de
que hubiese sacrificado personalmente tanto,
por satisfacer a a d v e r s a r i o s que nunca estaban
satisfechos. La cuestión esencial no q u e d ó
más que aplazada. El plazo fué de diez a ñ o s ;
al cabo de ellos se trataría en vano de ajustar
nuevo Compromiso y provocaría el Sur deli-
beradamente, la guerra civil, solución terrible,
que en i85o no estaba dispuesto á precipitar.
W e b s t e r continuaba mientras tanto sir-
viendo á la patria como Secretario de E s t a d o .
No tuvo esa segunda vez ocasión de triunfo
diplomático tan señalado como el tratado de
paz que firmó con Lord Ashburton, plenipo-
tenciario inglés, que dejó arregladas cues-
tiones importantes, de antiguo pendientes
entre ambos países, que ofrecían perpetuo
riesgo de agravarse. Pero hizo m u c h o ruido la
nota llena de ofendido orgullo que dirigió al
ministro austríaco, que se había permitido
reprender altaneramente á los E s t a d o s Uni-
dos por el interés y simpatía que antes
habían mostrado por la revolución de Hungría.
En dicha carta se encuentra esta frase : « El
poder de esta república se extiende hoy sobre
regiones que son de las más ricas y fértiles
de la tierra, de una extensión tal que con ellas
16
278 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

comparadas las posesiones de la casa de H a p s -


burgo no parecen más que una mancha sobre
la superficie del globo », frase jactanciosa,
como ió es toda la nota, pero nunca quizás ha
estado la jactancia mejor justificada.
Su salud y sus fuerzas decaían ya notable-
mente, veíase en la expresión de su rostro,
entristecido por honda melancolía, sobre todo
desde que se halló abandonado por los s u y o s
en la Convención reunida en Baltimore para
escoger candidato del partido whig, á que él
pertenecía, para las elecciones de Presidente
en i852. De las tres candidaturas que se dis-
putaban la victoria, apareció la suya desde el
principio en notable minoría, pues solamente
reunió veintinueve votos en un total de cerca
de trescientos. La lucha fué obstinada entre
los favorecidos, el general Scott y Fillmore>
Presidente en ejercicio. Necesitáronse cin-
cuenta y tres escrutinios para que triunfase
Scott, con i5p, votos sobre sus dos adversarios?
pero en realidad Fillmore fué el único rival.
E r a W e b s t e r sin disputa el h o m b r e por t o d o s
conceptos de m á s valor; pero las repúblicas
suelen ser en tales casos muy d e s a g r a d e c i d a s ,
y hacía ya tiempo que la norteamericana había
perdido la costumbre de escoger para el puesto
entre sus más eminentes ciudadanos. E s de
recordarse que n i n g u n o de los delegados del
Sur manifestó, por medio de su voto, a g r á -
DANIEL WEBSTER 279

decer al gran campeón parlamentario el sacri-


ficio que de su historia y de su espléndido
pasado había hecho al defender sus i n t e r e s e s .
El desaire le fué en extremo penoso, no lo
esperaba, tenía ya setenta años cumplidos de
edad y sentía bien que no volvería otra oca-
sión á presentarse. Resentido se ofuscó á tal
punto que no ocultaba su mal humor, y llegó
hasta á decir á sus amigos que votasen, no
por Scott, candidato de su propio partido,
sino por el que en efecto ganó la Presidencia,
Franklin Pierce, candidato del Sur y de los
simpatizadores esclavistas, de cuyo interés
sería vigilante defensor.
No debía él ser testigo en el Noviembre
próximo de esa elección, que con demasiado
acierto vaticinaba. El exceso de trabajo m e n -
tal en su larga vida, otros abusos también,
pues siempre fué m u y dado á placeres que
minaron lentamente su robusto o r g a n i s m o ,
j u n t o con una caída del carruaje en Mayo, en
su hacienda de Marhsfield, un mes antes del
disgusto a b r u m a d o r que le causó el fracaso
de la candidatura en la Convención, concu-
rrieron á precipitar el desenlace.
Todavía, en pleno verano, p a s ó un mes en
W a s h i n g t o n despachando asuntos déla secre-
taría de E s t a d o , y de allí partió en Setiembre
para nunca m á s volver.
La escena final fué g r a n d e y heroica; rea-
280. BIOGRAFÍAS AMERICANAS

pareció para morir el W e b s t e r superior


y generoso, de cuyos labios habían brotado
en forma tan elocuente los más nobles y su-
blimes pensamientos. Se sintió morir y durante
los dos días de la agonía siguió paso á paso
la aproximación del último m o m e n t o . El pri-
mer día, al despertar por la m a ñ a n a , dijo á su
médico : « Os debo, doctor, el haber pasado
la noche, pienso que me haréis pasar también
el día, pero moriré esta noche ». El doctor,
que conocía el temple de su carácter, con-
testó : « Así lo creo, señor ». Quiso entonces
despedirse separadamente de cada uno de los
arrendatarios de la hacienda, de sus emplea-
dos y criados del servicio doméstico. Luego,
en el resto del día, no cesó de exhortar y con-
solar con voz todavía entera y clara á todos
los miembros de su familia allí presentes.
P o r la noche, en las frases entrecortadas que
pronunciaba creyeron distinguir el nombre de
Gray, el poeta inglés, y aun como cierto em-
peño de recordar algo. Su hijo, que sabía lo
mucho que había él siempre admirado aquella
elegía inmortal « escrita en un cementerio de
aldea », le recitó el delicioso primer verso (i):
The curfew tolls the knell of parting day,

(i) U n p o c o a m p l i f i c a d o , p e r o e l e g a n t e m e n t e v e r t i d o ,
e n e s t o s d o s d e l p o e t a e s p a ñ o l D. H e v i a i n c l u i d o p o r M. A.
C i r o en s u s Traducciones Poéticas, Bogotá, 1889:
Y a d e la q u e d a el t o q u e r e p o s a d o
A n u n c i a el fin d e l m o r i b u n d o d í a .
DANIEL WEBSTER 281

y al oírlo, r e s p o n d i ó : « E s o , sí », trajéronle
el tomo y le leyeron algunas estrofas, que es-
cuchó atentamente. Ya á la media noche, des-
pués de dormitar un poco y aun de empezar á
divagar, recobró el sentido, y como dándose
cuenta de su estado, dijo : « todavía estoy
vivo ». Fueron las últimas palabras. Sin dolor
ni angustia cesó de respirar á los pocos minu-
tos. Era el 24 de Octubre de i852, faltábanle
menos de tres meses para cumplir setenta y
un años. F u é enterrado, por su recomenda-
ción expresa, allí mismo, y llevado en h o m -
bros de sus vecinos y empleados al modesto
camposanto.
La república, que contaba ya en su seno,
aunque todavía casi todos lo ignoraban, un
h o m b r e de corazón mucho más grande, Abra-
ham Lincoln, que resolvería triunfalmente las
diñcultades contra las cuales había naufra-
gado el g r a n tribuno, no ha tenido hasta el
presente orador de pujanza igual á la de
Daniel W e b s t e r .
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA

REGENTE DE LA AUDIENCIA DE CARACAS (l)

El título exacto déla obra de J. F . Heredia n o


es el que, por m a y o r brevedad sin duda, aparece
al frente de este volumen, sino este otro, que
copio del manuscrito mismo, de letra de su
distinguido autor, manuscrito h o y en poder
de un nieto del antiguo Regente, el Dr. Rafael
Ángulo :
« Memorias sobre las Revoluciones de Ve-
nezuela, sacadas de los documentos inéditos
que conserva en su poder J o s é Francisco
Heredia, oidor decano que fué de aquella
Real Audiencia, quien las escribe para su
uso, y por si conviene en algún tiempo r e -

(1) Memorias sobre las Revoluciones de Venezuela, por


JOSÉ FRANCISCO H E R E D I A . I v o l . , P a r í s . G a r n i e r H e r m a
n o s , 1895.
284 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

cordar á Su Majestad h e c h o s tan singu-


lares. »
Si pudo haber sido de alguna práctica uti-
lidad recordar al Rey de E s p a ñ a , relatadas
por testigo excepcionalmente abonado é im-
parcial, cosas que en Venezuela pasaron,
mientras él residía en Francia prisionero del
emperador Napoleón, es punto ahora insoluble
y que no importa escudriñar. F e r n a n d o VII,
lo mismo que todos sus antecesores en el
trono desde la época de los Reyes Católicos,
oyó de sucesos de América solamente aquello
que sus secretarios y consejeros íntimos qui-
sieron comunicarle, y las Memorias tan m o -
d e r a d a s , tan respetuosas é interesantes de
J o s é Francisco Heredia quedaron inéditas
hasta la fecha del presente volumen, donde
por primera vez han aparecido; sin que en los
ochenta años transcurridos antes tuviese cono-
cimiento de ellas ninguno de los que se han
consagrado, en España ó en América,, á n a r r a r
sucesos de la historia de la independencia ve-
nezolana.
Comenzó Heredia á escribir estas Memorias
en 1 8 1 8 , residiendo temporalmente en la
ciudad de la H a b a n a , donde hizo alto en su
larga jornada desde la Audiencia de Caracas á
la de Méjico, á la cual lo trasladaban; ha-
biendo dejado mientras tanto e m p a p a d a en
sangre á la infeliz Venezuela, m á s duramente
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 285

que nunca empeñada en la terrible lucha, por


tercera vez emprendida contra la metrópoli. Su
instalación en la capital de Nueva España y
su muerte prematura en 1820, á la temprana
edad de cuarenta y cuatro años, no le permi-
tieron adelantar el trabajo más allá de los pri-
meros meses de i 8 i 5 . La narración por tanto
comprende el espacio que va de los primeros
movimientos en Caracas contra el Supremo
Consejo de Regencia en Abril de 1 8 1 0 , hasta
el desembarco en P u e r t o Santo del mariscal
de campo D. P a b l o Morillo, á la cabeza de
formidable expedición, en el mismo mes de
Abril del año de i 8 i 5 .
A d e m á s del valor de estas Memorias como
obra literaria tienen suma importancia histó-
rica, por los datos preciosos que contienen
y por los documentos que las acompañan. El
período capital, verdaderamente crítico, en
que fué dos veces perdida para E s p a ñ a , y dos
veces reconquistada, la Capitanía General de
Venezuela, por Monteverde primero, luego
por el feroz é intrépido cabecilla J o s é Tomás
Boves, en a m b a s ocasiones con los recursos
m i s m o s del país, sin recursos directos de al-
guna consideración venidos de la metrópoli,
se halla en estas Memorias hábil y sagazmente
analizado en cuanto á sus causas y efectos,
al mismo tiempo que relatado en sus detalles
esenciales con una seguridad de criterio, una
286 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

imparcialidad de espíritu y una firmeza de


pluma bastante poco c o m u n e s . Quizás de
ningún espacio de tiempo importante de la
historia de la independencia h i s p a n o a m e r i -
cana exista otro trabajo, que en su género
especial pueda comparársele, tan completo é
interesante.
El autor, que durante todo ese tiempo d e s -
empeñó la regencia interina de la Real Au-
diencia de Caracas, por ser el más antiguo de
sus oidores, ejerció función importante, pues
las facultades de las Audiencias de América
eran entonces m u y vastas y v a r i a d a s ; escribe
por consiguiente de sucesos que presenció,
de materias en que tomó parte principal, que
pudo observar con penetrante mirada, d e s -
n u d a r de toda falsa vestidura y j u z g a r d e s -
apasionadamente. Basta leer con atención esta
historia de los cinco primeros años de la lucha
por la independencia de Venezuela para com-
prender perfectamente, casi para adivinar, en
sus líneas generales, todo lo que debía ocu-
rrir después del momento en que se suspende
la narración; la colonia, aparentemente t r a n -
quila, poco á poco excitada hasta la d e s e s p e -
ración por el mismo sistema de Monteverde,
que Heredia con patriotismo tan ansioso y
previsor había desaprobado y combatido ; el
sombrío descontento del país, transformado
en nueva guerra civil; los colonos arrastrados
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 287

por la convicción de que no eran los peligros


del campo de batalla m a y o r e s que los de la
persecución incesante, implacable, que los
amenazaba y devoraba; y á l o s pocos años, el
vigoroso general español Morillo, tan lleno
de ambiciosas esperanzas en Abril de i 8 i 5 ,
abandonando triste y desalentado el terri-
torio en que desembarcó con tanta pompa y
estruendo militar, trasmitiendo el mando á
oficiales de mérito muy inferior, fatalmente
condenados á la d e r r o t a ; las brillantes ague-
rridas h u e s t e s , que trajeron los laureles de la
lucha heroica contra los franceses, desbara-
tadas en cien c o m b a t e s , y sus blancas osa-
mentas esparcidas sobre el i n m e n s o conti-
nente, desde las b o c a s del Orinoco hasta las
faldas de los Andes, q u e ni aun ellas fueron
capaces de recuperar.
Desde la publicación de estas Memorias ha
conquistado su autor alto lugar entre los
prosistas americanos de la primera mitad del
siglo xix; viene en realidad á ocupar un
puesto que estaba vacío, en la lista de los
historiadores de la independencia, á igual
distancia, por la absoluta, constante y sincera
moderación, del tono panegírico que á veces
debilita á la puntual y elegante narración de
Baralt; como de la ceñuda hostilidad que
cruelmente afea y desautoriza al libro de T o -
rrente. P e r o el nombre de José Francisco He-
288 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

redia no suena ahora cual el de un descono-


cido, un recién llegado en las letras a m e r i -
c a n a s ; era de antemano estimado, r e c o r d a d o
con cariño, como padre del insigne vate cubano
José María Heredia, del creador de odas su-
blimes, de vibrantes himnos patrióticos, de
penetrantes elegías, que millares y millares de
americanos repiten desde Méjico hasta Chile,
á cuya educación consagró d u r a n t e l o s últimos
años de su vida las horas que sus tareas judi-
ciales le dejaban libres. Los n u m e r o s o s bió-
grafos y admiradores del gran poeta no han
podido olvidarlo ni negarle el aprecio á que
por ese motivo es acreedor: así A n d r é s Bello,
en el Repertorio Americano, que publicaba en
Londres por el año de 1827, al j u z g a r con
equidad y viva simpatía las primeras poesías
del hijo, poco antes impresas, dedica al padre
las interesantes líneas siguientes :
« Parécenos j u s t o , aunque sea á costa de
una digresión, v a l e m o s de esta oportu-
nidad para tributar á la memoria del señor
Heredia el respeto y agradecimiento que le
debe todo americano por su conducta en
circunstancias sobremanera difíciles. Este
ilustre M a g i s t r a d o . . . sirvió la Regencia de
la Real Audiencia de Caracas bajo el mando
de Monteverde y Boves, y en el desempeño
de sus obligaciones no sabemos qué res-
plandeció m á s , si el honor y la fidelidad al
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 289

gobierno, cuya causa cometió el yerro de


seguir, ó la integridad y firmeza con que
hizo oir (aunque sin fruto) la voz de la ley,
ó su humanidad para con los habitantes de
Venezuela, tratados por aquellos tiranos y
por s u s desalmados satélites con una cruel-
dad, rapacidad é insulto inauditos. El r e -
gente Heredia hizo g r a n d e s y constantes
esfuerzos, ya por a m a n s a r la furia de una
soldadesca brutal que hollaba escandalosa-
mente las leyes y pactos, ya por infundir á
los americanos las esperanzas, que él sin
duda tenía, de que la nueva constitución
española pusiese fin á un estado de cosas
tan h o r r o r o s o . Desairado, vilipendiado, y
á fuerza de sinsabores y a m a r g u r a s arras-
trado al sepulcro, no logró otra cosa que
dar á los americanos una prueba m á s de lo
ilusorio de aquellas esperanzas ( i ) . »
Estas palabras del sabio ilustre equivalen
á una ejecutoria de nobleza ; proceden de un
adversario político, fueron espontáneamente
escritas después de su muerte, y es inequivo-
cable el profundo acento de franqueza y sim-
patía que las realza. Supo además el eminente
escritor, en un párrafo de artículo de perió-
dico, trazar el dibujo exacto y completo del

(i) Obras completas de Don Andrés Bello, vol. VII,


p á g . 260. S a n t i a g o (le C h i l e , 1884.

17
290 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

hombre á quien se refiere. E s e era efectiva-


mente J o s é Francisco Heredia ; ésa la inte-
gridad de su carácter, que j a m á s la envidia
ó la calumnia lograron empañar, por más
que lo pretendieron ; ésa la rectitud de su
conducta pública, que ni su misma indo-
mable indignación contra la injusticia y la
ferocidad de tanto tiranuelo militar fué bas-
tante para hacer torcer, ni siquiera vacilar :
rasgos esenciales é inolvidables de su figura,
como h o m b r e privado, como magistrado,
como servidor de la causa del monarca á
quien había j u r a d o fidelidad.
Dos discípulos de Bello sin embargo, dos
hermanos chilenos, uno de ellos estadista y
escritor r e n o m b r a d o , Miguel Luis A m u n á t e -
gui, en un estudio biográfico sobre José María
Heredia, generosamente sentido y escrito, es-
t a m p a r o n una frase ( i ) , que no es posible dejar
de citar y rectificar en ocasión como la pre-
sente : « Aunque llegó á obtener (dijeron h a -
blando de J o s é Francisco) el alto empleo de
Regente de la Audiencia de Caracas, s u s sim-
patías estuvieron por los partidarios déla eman-
cipación americana, lo que le hizo sospechoso
á las autoridades españolas y le atrajo perse-
cuciones ». Esto es radicalmente inexacto ; las

(i) Juicio crílico de algunos poetas hispanoamericanos,


p o r Miguel L u i s y G r e g o r i o V í c t o r A m u n á t e g u i . P á g . i 3 4 .
Santiago, 1861.
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 291

Memorias y los documentos que las acompa-


ñ a n d e m u e s t r a n hastala evidencia lo contrario,
el digno magistrado j a m á s pudo abrigar por
los venezolanos desafectos al Gobierno más
que simpatías individualesy el firme deseo de
que á cada uno y en cada caso se a d m i n i s -
trase justicia conforme á sus merecimientos.
Como los hermanos Amunátegui no alegan
dato ni hecho alguno en favor de su teoría,
es de suponer que fueron juguete de una alu-
cinación, y que los versos, las opiniones, la
vida del hijo, proyectando su sombra s ó b r e l a
figura del padre, la han obscurecido y confun-
dido en todas sus proporcionesá los ojos d é l o s
críticos chilenos. J o s é María contaba diez y
seis años de edad cuando perdió al padre, ya de
mucho antes debilitado por sufrimientos físi-
cos y morales, que lohabían envejecido prema-
turamente, encanecido desde « la flor de su
edad » (i). A p e n a s huérfano, fué llevado J o s é
María á la isla de Cuba, y la memoria imbo-
rrable de todo lo que vio padecer á su padre
durante el último año y medio de su vida en

(i) o A mi p a d r e e n c a n e c i d o e n la flor d e s u e d a d » :
título de u n o s v e r s o s e s c r i t o s p o r J o s é María H e r e d i a
en 1820, d e l o s q u e , c o m o de t a n t o s o t r o s , h a y d o s v e r -
s i o n e s : u n a e n la e d i c i ó n de N u e v a York, 1825, y otra
en la de T o l u c a , i832. En é s t a n o d i c e ya « e n la flor »
s i n o o en la f u e r z a ». A s u p a d r e d e d i c a o t r a s c o m p o -
s i c i o n e s , s e ñ a l a d a m e n t e u n r o m a n c e d e q u e h a b l a con
e l o g i o B e l l o y lo i n c l u y e e n el a r t í c u l o del Repertorio.
292 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

el puesto de la Audiencia de Méjico, — consi-


derado por él como inferior á su categoría, al
tiempo y calidad de sus servicios é impuesto
casi como castigo á un inocente, — los
vividos recuerdos de su niñez en la descuar-
tizada Venezuela y la multitud vertiginosa de
sucesos posteriores, que fueron rápidamente
asegurando la independencia de todas las
comarcas del continente, y por contrario efecto
apretando m á s y más los lazos entre Cuba y
su metrópoli, actuaron como g é r m e n e s trans-
portados á especie muy diversa de terreno,
fermentaron en alma de muy distinto temple,
en la cual dominaba, no la calma juiciosa del
padre, sino una fantasía esplendorosa, arre-
batada, una sensibilidad ardiente y avasalla-
dora. Las virtudes brotadas al calor de las
virtudes y del ejemplo paternos allí estaban :
la piedad religiosa, la rectitud, el a m o r de la
justicia, el culto de la h u m a n i d a d , el respeto
de sus semejantes, el horror á la crueldad ;
pero con todas ellas, andando el tiempo, bajo
otro clima moral y político, se formó, en vez
de un historiador profundo y reflexivo, en vez
de un magistrado incorruptible y compasivo,
un gran poeta lírico, un Tirteo de la libertad
americana, el cantor sublime del Niágara, del
templo indio de Cholula, de la encendida y
potente naturaleza tropical.
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 293

II

La rama americana de la estirpe de los He-


redias procede de uno de los primitivos con-
quistadores, P e d r o de Heredia, el cual, según
J u a n de Castellanos en sus Elegías de Varones
Ilustres de Indias,

F u é de Madrid hidalgo conocido,


De noble parentela descendiente,
H o m b r e tan a n i m o s o y a t r e v i d o
Q u e j a m á s se h a l l ó v o l v e r l a frente
A p e l i g r o s o s t r a n c e s d o se v i d o . . .

Desembarcó en la isla Española, puerta de


entrada y primera etapa de casi todos los aven-
tureros de es os primeros tiempos. L a s proezas
que lo hicieron célebre y le ganaron el título
de Adelantado de Cartagena, fueron en Costa
Firme, pero en Santo Domingo prosperó antes,
según el mismo Castellanos, pues se halló
allí al poco tiempo :

Con mediano recurso de substancia,


P o r h a b e r h e r e d a d o de un a m i g o
U n i n g e n i o d e a z ú c a r y un e s t a n c i a ;
M a s d e s e o s o de hallar a b r i g o
D o n d e f u e s e c r e c i d a la g a n a n c i a ,
A S a n t a M a r t a fué c o m o c a u d i l l o
Y t e n i e n t e de P e d r o d e Y a d i l l o .
294 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

A Santo Domingo volvió, según parece (i),


y fundó una familia, que llegó á ser bastante
numerosa, continuando arraigada la rama
principal en la capital de la isla, donde nació
J o s é Francisco el primero de Diciembre de
1776, hijo primogénito de Manuel de Heredia
y María Francisca de Mieses.
La ciudad de Sanio Domingo, capital si-
tuada en la costa meridional de la parte espa-
ñola y en la boca navegable de un río, era
en aquellos días plaza marítima relativamente
importante ; el estado de guerra casi perpetuo,
la práctica universal del corso, los atentados
de filibusteros y piratas, le creaban, merced
á su posición, su recinto fortificado y su cas-
tillo, una prosperidad especial; tenía Audien-

(1) J o s é María d e H e r e d i a , el g r a n p o e t a f r a n c é s d e L e s
Trophées, q u e fué m i e m b r o d e la A c a d e m i a F r a n c e s a , era
d e la m i s m a familia. N a c i ó en 1842, e n S a n t i a g o d e C u b a ,
nieto de e s o s m i s m o s a s c e n d i e n t e s , y por tanto sobrino
carnal d e J o s é F r a n c i s c o y p r i m o h e r m a n o del o t r o J o s é
María, q u e fué g r a n p o e t a e n l e n g u a c a s t e l l a n a , el c u a l
n a c i ó t a m b i é n en S a n t i a g o d e C u b a , p e r o m u c h o a n t e s ,
en i 8 o 3 . A p r e g u n t a m í a s o b r e P e d r o de H e r e d i a c o n -
t e s t ó de e s t a m a n e r a : II reñirá á Santo Domingo oiisans
doule par compensation de la perte de son gouvernemenl
de Carthagéne la prouince de Bani lai ful concédée par la
Couronne. Son fds Manuel épousa la filie de ¡'historien des
Indes, Gonzalo Hernández de Oviedo. Nous descendons di-
reclement de luí. C a s t e l l a n o s c u e n t a q u e y a v i e j o , y e n d o
de C a r t a g e n a á E s p a ñ a n a u f r a g ó y m u r i ó P e d r o d e H e -
redia frente á l a s c o s t a s d e La F l o r i d a :

P o s t r e r r e m a t e d e la v i d a
Del capitán egregio, sabio, fuerte,
I n d i g n o d e m o r i r tan m a l a m u e r t e .
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 295

cia, Universidad, Catedral, el orgullo de su


prioridad entre las colonias de España, de ser
el panteón de los Colones y custodiar las ce-
nizas del inmortal Descubridor. La familia
Heredia gozaba de un gran prestigio de aris-
tocracia local, poseía vasta extensión de te-
rrenos, n e g r o s esclavos y crecida renta en ca-
pellanías de sangre, que habían ido fundando
los abuelos y que en beneficio de todos cola-
ban siempre á un miembro de la familia. José
Francisco, que desde m u y temprano se reveló
dotado de muy claras luces y ele carácter na-
turalmente serio y reposado al mismo tiempo
que dulce, hizo allí todos sus estudios con
éxito brillante, y era ya, al cumplir los veinte
años, catedrático de cánones, doctor en ambos
derechos y abogado.
Entraba, pues, en la vida pública rodeado
de risueños horizontes, con todos los motivos
de a g u a r d a r una existencia cómoda y t r a n -
quila, al lado de su numerosa parentela, en
medio de sus compatriotas. En esos mismos
momentos dos plenipotenciarios, uno español
y otro francés, reunidos en una ciudad de
Suiza, firmaban un acuerdo diplomático, que
daba al traste con tan halagüeñas y legítimas
esperanzas, nublando definitivamente para
siempre su porvenir. La república francesa,
deseosa de terminar de cualquier modo la
guerra obscura é ingrata que seguía contra
296 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

E s p a ñ a , ajustó en Julio de 1795 el tratado de


Basilea, conforme al cual restituía todas las
plazas que sus tropas ocupaban del otro lado
de los Pirineos, mientras Carlos IV se com-
prometía á ceder y a b a n d o n a r en toda propie-
dad la parte que poseía de la isla de Santo
Domingo, quedando así Francia dueña de toda
ella.
Ese tratado, que transformó en Príncipe de
la Paz á Manuel Godoy, recibido por España
entera con aclamaciones de júbilo, enaltecido
á porfía en odas pindáricas por todos los poe-
tas, desde Forner y Noroña hasta Cienfuegos
y Quintana, sin mencionar otros bardos de
menos vuelo, fué para Heredia y para la mayo-
ría de los dominicanos de raza blanca la
mayor calamidad. Por instinto así como por
educación detestaba el futuro m a g i s t r a d o las
reformas violentas que, en formas todavía
más violentas, había p r o m u l g a d o la Conven-
ción nacional francesa é impuesto á su colo-
nia de Haití; preveía además que, faltando el
poder de España, su prestigio jerárquico y su
fuerza material, vendría infaliblemente la anar-
quía sobre Santo Domingo, como había venido
sobre Haití, y tras ella como ineluctable con-
secuencia el predominio de la raza negra inci-
vilizada, por ser la más n u m e r o s a . E m i g r a r
era por consiguiente el único partido que indi-
caban las circunstancias, y con viril energía
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 297

se decidió á tomarlo, comenzando en el acto


á prepararse, apenas viera aproximarse el ins-
tante crítico fatal.
P o r fortuna, en aquellos días de trastornos
políticos y continuas desconfianzas en Europa,
las estipulaciones de los tratados, cuando se
referían á tierras lejanas, no se cumplían con
mucha r a p i d e z ; y pasó tiempo antes de con-
sumarse la entrega de la colonia a los fran-
ceses. Hasta el dos de Enero de 1801 no abrió
la ciudad de Santo Domingo sus puertas al
famoso Toussaint Louverture, y ya desde
antes Heredia, con varios miembros de su
familia y un grupo numeroso de compatriotas,
había a b a n d o n a d o la isla. El viaje fué una
serie de contratiempos y peligros ; una brisa
obstinada del nordeste apartó al barco de su
r u m b o , echándolo sobre un banco de arena
desconocido de los marineros. Pasaron poco
á poco los cincuenta pasajeros en un pequeño
bote del buque náufrago á una isla desierta,
y de allí á una costa desolada, que resultó
ser la península arenosa de P a r a g u a n á en el
norte de Venezuela, sufriendo todos entre-
tanto las torturas consiguientes á la falta de
agua dulce y de abrigo contra el sol en pleno
mar Caribe, hasta poder refugiarse en la ciu-
dad de Coro. En tan difíciles circunstancias
reveló Heredia el fino temple de su alma,
siendo por todos instantáneamente recono-
17-
298 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ciclo como jefe natural, y los ayudó y animó


eficazmente á soportar el caso adverso y
luchar con paciencia hasta lograr un cambio
en la situación.
Recorrió entonces por primera vez una
parte de Venezuela y llegó hasta Caracas,
donde brevemente se d e t u v o ; pero la isla de
Cuba era el objeto de su peregrinación, y en
su ciudad de Santiago termina provisional-
mente su odisea. Se dedicó allí al ejercicio de
la profesión de abogado ; m a s , ya casado, con
dos hijos, uno de ellos José María, el primo-
génito, que en Santiago vino al mundo el 3i de
Diciembre de i8o3, el trabajo que obtenía
apenas bastaba á las necesidades. Cambió de
carrera y aceptó el cargo de Asesor del Go-
bierno é Intendencia de la Florida occidental
con residencia en Panzacola, adonde fué por
vía de la Habana en 1806.
Desde Panzacola hizo imprimir, en Méjico
primero, luego en la Habana, la obra siguiente,
cuyo producto debía aplicarse á la suscrip-
ción nacional en favor de la guerra contra
Francia,obra que tradujo del inglés añadiéndole
notas y un repertorio biográfico de los princi-
pales personajes ele la revolución francesa :
Historia secreta de la Corte y Gabinete de
Sainl-Cloud, distribuida en cartas escritas
en París el año de i8o5 á un Lord de Ingla-
terra. Reimpresa en Aueva York y traducida
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA

al castellano por un español americano ( i ) .


P e r o la edición de Méjico, 1808, fué por cuenta
de un librero, y no produjo nada, mientras la
de la Habana, 1809, apenas sufragó los gastos.
La obra no obstante es curiosa é interesó
hasta el punto de emprenderse en Madrid al
año siguiente una reimpresión, en la Imprenta
Real. Anuncióse que, á causa de la escasez de
operarios en esa villa, se publicaría « todos
los miércoles un cuaderno, que unas veces
constará de un pliego, otras de pliego y medio,
y algunas de dos, según lo permitan las cir-
c u n s t a n c i a s . Se hallará en el despacho de la
Imprenta Real á dos reales cada uno ».
El libro por de contado es una larga dia-
triba contra Napoleón y su política extranjera,
y era coadyuvar eficazmente en pro de los
intereses nacionales el propagarlo en plena
guerra contra Francia. Así sin duda lo creye-
ron los franceses de Nueva Orleáns, vecinos
no muy distantes d e P a n z a c o l a , quienes desde
allí no cesaron de insultar y amenazar en sus

(1) The secrel lüslory of Ihe Courl and Cabinel of Sl-


Cloud : in a series of leilers from a genlleman al París lo
a nobleman in London, wrillen during t he moni lis of Augusl,
Seplember and October i S o 5 . L o n d o n , 1806, 3 v o l s . S e g ú n
el Dictionary of Anonymous and Pseudonymous Lilerature
( E d i n b u r g h , 1880) e s c r i b i ó e s t a obra el j u d í o i n g l é s L e w i s
G o l d s m i t h . P e r o en el Diclionary of Nalional Biography
d e L e s l i e S t e p h e n y S i d n e y L e e , al tratar de L. G o l d -
s m i t h , n o s e l e a t r i b u y e la p a t e r n i d a d d e e s t o s v o l ú -
menes.
800 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

papeles al asesor de la Florida occidental.


Como también no le perdonaban las autori-
dades de Haití el h a b e r a b a n d o n a d o la isla y
aconsejado á los demás que allí no p e r m a n e -
ciesen, solía él decir que si en alguna de sus
frecuentes travesías por el m a r de las An-
tillas caía por desgracia en las garras de
alguno de los n u m e r o s o s corsarios franceses,
correría riesgo mucho m a y o r que ningún otro
de ser prontamente colgado de una e n t e n a .
A fines de 1809 tuvo la satisfacción de ser
n o m b r a d o Oidor de la Audiencia de Caracas,
ascenso en su carrera que era también cambio
muy agradable, pues contaba en Venezuela
amigos y parientes,tanto de su lado como del
de su esposa, oriunda de la ciudad de Coro.
Disponiéndose en la Habana á ir á tomar pose-
sión de su destino, llegó allí la noticia de la
deposición en Venezuela del Capitán General
y de las primeras a u t o r i d a d e s y de la creación
de una j u n t a que, invocando el nombre y los
derechos de F e r n a n d o VII, asumía el gobierno
del país. Caracas y su distrito imitaban en
eso á tantas otras ciudades y provincias de
España que en 1808, y después, habían hecho
lo m i s m o . Pero como el terreno y las circuns-
tancias eran en América tan diferentes; como
la población se componía de m u y heterogé-
neos elementos y faltaba ahí el rudo y a p r e -
tado freno de la guerra con Francia que forzó
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 301

las pasiones populares á precipitarse en una


sola dirección, el suceso turbó y desconcertó
en extremo al general Muros, marqués de
Someruelos, quien llevaba ya once años de
Gobernador de la isla de Cuba y de las dos
Floridas, y tenía á su disposición, en virtud
de la situación geográfica de los territorios
de su m a n d o , cuantiosos recursos militares,
marítimos sobre todo. Calculó Someruelos
que podía ser el viaje de Heredia medio ines-
perado y excelente de ponerse en comunica-
ción con los disidentes en busca de un aveni-
miento. Dióle instrucciones al efecto y una
goleta de guerra para la travesía.
Tuvo también este viaje diversas peripecias
y fué en una de ellas alivio grande del espí-
ritu de Heredia aprovechar una de las arriba-
das de su goleta, sacudida por las tempes-
tades, para dejar temporalmente la familia en
Santo D o m i n g o , donde había vuelto á izarse
el pabellón español y donde siempre conser-
vaba puesta su casa. Ancló por último cerca
de Coro, ciudad donde residía el nuevo Capi-
tán General de Venezuela, no siendo en esos
momentos obedecida ni reconocida su auto-
ridad más allá de los lindes de ese rincón
occidental de la colonia.
Con este nuevo Capitán General, llamado
Miyares, hijo de América, h o m b r e de ideas
estrechas y carácter receloso, p o r una p a r t e ;
302 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

p o r la otra, con el m a r q u é s de Toro, que á la


cabeza de unos tres mil hombres había venido,
lleno de la más infundada confianza, á s o m e -
ter, en nombre de la J u n t a de Caracas, la pro-
vincia de Coro ; con la Junta misma en fin
llegó Heredia á entablar relaciones y exponer
el objeto de su misión. Nada á la postre con-
siguió, á pesar de repetidos esfuerzos, porque
todo le fué h o s t i l : las preocupaciones de
Miyares, la ceguedad de Toro, las ilusiones
de la J u n t a y, más que nada, el comisionado
especial con vastos poderes que desde España
envió la Regencia, y que instalado en P u e r t o
Rico pretendía dirigir y arreglar las cosas
enderezando despachos y trasmitiendo ó r d e -
nes á diestro y siniestro.
La evolución iniciada en Caracas, que no
había aun llegado á su apogeo declarando la
independencia y estableciendo la república,
debía necesariamente recorrer toda su órbita,
hasta sucumbir casi por su propio impulso.
Mientras tanto pasó Heredia seis meses mor-
tales en la costa insalubre, á bordo de la g o -
leta, bajo el cielo inclemente, que arruinaron
su salud para el resto de sus días. En la so-
ledad y aislamiento de su camarote empleó
los ocios forzados traduciendo la bella His-
toria de América de Wiiliam Róbertson,
tarea que completó hasta los primeros capítu-
los del cuarto y último tomo, adicionándola
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 303

con algunas notas interesantes, en la parte


que principalmente se refiere á la esclavitud
de los negros, por cuya gradual abolición
hacía votos ardientes. He hojeado el m a n u s -
crito y notado la facilidad y tino con que está
acomodada al castellano la amplitud de es-
tilo del célebre historiador escocés ( i ) .
Mil veces mejor hubiera sido para todos,
para España así como para Venezuela, que
por medio de la comisión de Heredia se
hubiese podido llegar á un arreglo. La idea
de independencia, la idea republicana, e s -
taba tan poco arraigada todavía, que la
situación creada allí por el acta de 5
de Julio de 1811 se desmoronó súbita y
completamente. A pesar de contar la repú-
blica con ejército numeroso y bien armado y
con general de tanto prestigio y experiencia
como Miranda, se dio ella misma por vencida,
y sin provocar el último combate se entregó á
Monteverde, joven oficial de marina descono-
cido, que había salido de Coro al frente de
doscientos h o m b r e s , con una comisión de

(1) H a s t a i8/¡o, en B a r c e l o n a , n o a p a r e c i ó , s e g ú n el
Diccionario de Bibliografía Española de H i d a l g o , la pri-
m e r a t r a d u c c i ó n al e s p a ñ o l de la obra de R ó b e r l s o n .
c u a n d o ya é s l a había e n v e j e c i d o d e m a s i a d o , renovada
la m a t e r i a por l o s c i n c o v o l ú m e n e s de N a v a r r e l e y p o r
t a n t o d o c u m e n t o n u e v o c o m o iba s a l i e n d o d e S e v i l l a , de
S i m a n c a s y de o t r a s p a r t e s . En 1 8 1 0 c u a n d o t r a b a j á b a l a
s u y a H e r e d i a h u b i e r a s i d o s u p u b l i c a c i ó n tan útil c o m o
oportuna.
304 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

poca importancia en las cercanías. Al hallar


libres los caminos y que las poblaciones unas
tras otras se echaban en sus brazos, m a r c h ó
hacia adelante sin órdenes de sus superiores,
fiado en su estrella, y recibió de la fortuna sin
merecerlo el don inesperado, el supremo honor
del triunfo completo sin derramamiento de
sangre. Los revolucionarios, que por lo menos
hubieran podido prolongar algún tiempo la
lucha, no se rindieron por supuesto á discre-
ción, estipularon condiciones, que Monte-
verde oyó muy complacido, pues su posición
militar no era muy ventajosa; que sancionó
con su firma, que garantizó con su palabra.
No obstante, dueño apenas de Caracas y de
la Guaira, procedió como un conquistador
arrebatado que debiera el triunfo exclusiva-
mente á la fuerza de sus a r m a s . No atendió
más que á satisfacer, á colmar los apetitos de
la pandilla de exaltados en torno de é l ; se
puso á perseguir, procesar, encarcelar, atro-
pellar, á despojar de sus bienes á todos los
revolucionarios, y aun á muchos que se habían
mantenido tranquilos, sin curarse un instante
de los términos de la capitulación, en la cual
solemnemente había prometido que « se r e s -
tituirían los cosas al estado que tenían antes
de la revolución, sin que nadie pudiese ser
preso ni juzgado por sus opiniones y con-
ducta durante ella ».
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 305

Aquí comienza el gran drama de la vida de


Heredia, la lucha tenaz empeñada para defen-
der las vidas, la libertad, las haciendas de los
perseguidos, sosteniendo que la capitulación
debía ser respetada, no sólo porque el honor
así lo exigía, sino porque ése era también el
interés de España, en el presente y en el por-
venir, para evitar desengaños sin cuento,
crueles desastres que de otro modo vendrían
irremediablemente.
Al tomar posesión de la plaza de oidor to-
cóle ejercer la Regencia por ser de n o m b r a -
miento más antiguo. Gomo Monteverde no
poseía todavía el título de Capitán General,
sino un mando efectivo de nombre vago que
él mismo se había arrogado despojando al
general Miyares, su legítimo jefe, conducta
que en definitiva sancionó el Gobierno su-
premo, la Audiencia no tenía más presidente
que el oidor decano. Una vez que logró Here-
dia convencer bien á sus compañeros de la
ilegalidad de los actos del jefe militar, de la
herejía jurídica del dogma proclamado, por el
cual se pretendía que « no obligaban los tra-
tados con rebeldes » y que el no cumplirlos
era « un dolo bueno, permitido por las leyes »,
comenzó un duelo entre la Audiencia y el Ca-
pitán General, duelo en que aquélla no podía
emplear otras a r m a s que la paciencia, la per-
suasión y su bien entendido patriotismo.
BIOGRAFÍAS AMERICANAS

L a s páginas de las Memorias, que relatan


los diversos lances de tan larga y angustiosa
lucha, son de una a m a r g u r a , una tristeza
indignada, que sin esfuerzo eleva el len-
guaje del escritor á sobria y conmovedora
elocuencia. Arriesgaba en esa campaña su
salud, su reputación, toda su fortuna, y no
titubeó un segundo ; sabiendo bien a d e m á s
que por su condición de americano habían
de jurarle odio implacable y calumniarlo
sin piedad los partidarios de la represión
i n t r a n s i g e n t e . « Desde entonces comenzó á
sentir mi cabeza el trastorno de que j a m á s
espero restablecerme » escribía él, cuatro
años después de esos sucesos, cuando re-
dactaba las Memorias. Lo peor fué que con-
siguió muy poco de aquello á que tan generosa
y tan valientemente consagraba su actividad
y su influencia. Monteverde, cuyo defecto
principal (fuera de la vanidad y de la muy li-
mitada inteligencia) era un carácter suspicaz
y rencoroso, parecía ceder á veces, para vol-
ver en seguida á sus funestas prevenciones.
El mal, en resumen, se desarrolló y extendió,
el remedio no se aplicó á tiempo. La parte del
país, objeto especial de las vejaciones, los
ultrajes, el martirio impuesto y aplicado pol-
los satélites del tirano, aspiraba exasperada á
un cambio cualquiera, convencida de que nada
podíaexceder al h o r r o r d e susituación. Cuando
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 307

Bolívar apareció al frente de nueva expedición


por el lado de Nueva Granada ; cuando Mon-
teverde fué vergonzosamente derrotado en
Maturín, dejando escapar de sus m a n o s la colo-
nia con la misma facilidad y rapidez con que
la había recuperado, en uno y otro caso juguete
de la fortuna, ludibrio de acontecimientos que
no supo ni prevenir ni d o m i n a r ; multitud de
familias tenían aún p a d r e s , h e r m a n o s , pa-
rientes, encerrados en cárceles y castillos, por
simple capricho de algún teniente de partido,
por meras sospechas, ó por sucesos políticos
anteriores á la capitulación de San Mateo.
Faltó á la Audiencia, á pesar de estar persua-
dida de la inocencia de casi t o d o s , tiempo
para hacer algo en favor de ellos, y allí que-
daron á ser víctimas de las horribles represa-
lias de la guerra á muerte.
Durante esos días aciagos, y el terrible
período que le siguió, fué muy penosa la situa-
ción de Heredia. Tuvo que salir precipitada-
mente de Valencia á causa de la aproximación
del enemigo y de la persistente inquina de
Monteverde, abandonando allí un hijo, que
estaba en la agonía y que no era posible tras-
portar, refugiándose por último en Coro, re-
gión que en esta guerra, como en la anterior,
no salió del dominio de las tropas reales. Hay
que leer en las Memorias los pormenores de
ese triste viaje, sobre todo la cruel jornada de
308 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

treinta y seis horas de Valencia a P u e r t o Ca-


bello, á través de la cordillera, en medio de
una soldadesca desbandada, de las heces de
una plebe furiosa, para c o m p r e n d e r l a s angus-
tias por que pasaría hombre de su carácter, tan
digno y suave, acompañado de esposa y de
hijos p e q u e ñ o s ; porque, estricto cumplidor
de su deber, no quiso, en su calidad de Re-
gente interino, a b a n d o n a r el territorio vene-
zolano, como lo hicieron otros, como el
mismo Monteverde, que poco después se re-
tiró á la isla de Curazao.
Estaba escrito que debía una vez más en-
contrarse enfrente de la misma bárbara injus-
ticia contra la cual tanto había luchado, y
empeñar de nuevo en Coro fatigante combate
en favor de la justicia y la clemencia, sin
lograr del todo satisfacer su m a g n á n i m o cora-
zón. Había en la cárcel de esa ciudad unos
cincuenta prisioneros políticos, que los rea-
listas exaltados querían á sangre fría sacrifi-
car. Era el momento espantoso de la guerra á
muerte, proclamada por Bolívar desde el año
anterior en el lacónico y furibundo decreto de
i 5 de Junio de i 8 i 3 , y el general Cagigal, que
mandaba en Coro, carecía de fuerza y de
prestigio; y tampoco acaso tenía el deseo sin-
cero de oponerse á semejante atentado,
cubierto con el n o m b r e de represalia é hipó-
critamente disfrazado bajo la máscara del pro-
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 809

cedimiento militar. Cinco cartas patéticas,


vehementes, escribió Heredia empeñado en
salvar la vida á esos prisioneros, « que eran
casi todos personas de alguna suposición » ;
cinco documentos admirables, que con razón
considera como la honra principal de sus
trabajos, que merecen ser leídos y releídos y
se encuentran engastados en el texto de las
Memorias. Las primeras cartas obtuvieron
al menos aplazar dos veces la sangrienta
ejecución ; la última, á que nunca contestó
Cagigal, llegó probablemente á sus manos
cuando ya, desde el punto en que se hallaba
operando contra los insurgentes, había dado
la orden de que fuesen diezmados los prisio-
neros : así se hizo sin pérdida de tiempo, y
fueron fusilados los infelices en la plaza pú-
blica, á la vista de todos.
Esa guerra á muerte, de uno y otro lado
puesta en práctica con inhumana prontitud,
tenía forzosamente que hacer antipática al
alma compasiva de Heredia la figura del Bolí-
var de aquellos tiempos, lo mismo que la de
los sanguinarios cabecillas que en nombre
del Bey ejecutaban las fechorías que él tan
enérgicamente vitupera en todos sus escritos.
No es de extrañar por consiguiente la severi-
dad, los negros colores, las violentas pince-
ladas del retrato que traza del h o m b r e que,
como dice, « por desgracia de Venezuela, ha
310 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

hecho después tanto ruido en el m u n d o ».


P e r o el Bolívar que oyó él maldecir á su
paso sin cesar durante su permanencia en el
país, el Bolívar que se conocía mal, que el
ruido del m u n d o apreciaba imperfectamente
en 1818, fecha d é l a s Memorias, no es el Bolí-
var del Congreso de A n g o s t u r a , ni el héroe
vencedor en Boyacá y en Carabobo, ni el
grande h o m b r e que fundó á Colombia y á
Bolivia y restauró el Perú, á quien millones
de personas con plena razón y justicia lla-
man por antonomasia el Libertador. No es el
Bolívar, en fin, que con sus grandes defectos
y sus nobles prendas incomparablemente
mayores, se coloca hoy, sin escándalo de
nadie, al lado de los más puros y brillantes
personajes de la historia, y en torno de cuya
cabeza brilla encendida la aureola de las
grandes figuras legendarias, prototipos de
virtudes y heroísmos, que ni honores ni
aplausos ni riquezas recompensan suficien-
temente.
Las Memorias llegan hasta principiar 1815
y quedan interrumpidas ; su decadente salud
impidió al autor continuarlas. En una de las
cartas de súplica escritas á Cagigal en favor
de los prisioneros, decía que el estado de su
cabeza no le permitía seguir sin embarazo y
trastorno una conversación de cinco minutos
« especialmente sobre estos negocios, cuyos
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 311

antecedentes me han dejado una impresión


tan profunda que con dificultad superaré sus
efectos, si Dios no me concede el beneficio
de separarme de estos países ». Dios no estaba
á punto entonces de otorgarle beneficio tan
anhelado. Sin mejorarse en nada su salud,
quedábanle todavía cerca de tres años más de
residir en Venezuela, tres años, no cierta-
mente de tranquilidad ó contento, sino de
inquietudes y tribulaciones.
La segunda revolución de Venezuela no
tuvo mejor éxito que la primera, aunque ter-
minó de otra s u e r t e : vencida, desbaratada, en
batallas campales, por los escuadrones, com-
p u e s t o s casi únicamente de hijos del país,
acaudillados por el famoso José Tomás Boves.
Este, acto continuo, siguiendo el ejemplo de
Monteverde, despojó del mando á Cagigal
y se alzó con él, como el otro había despo-
jado á Miyares ; y bajo su dirección inme-
diata, personal, comenzó á confiscar, ator-
mentar, matar venezolanos, con un ensaña-
miento inaudito, con una crueldad que se ha
hecho proverbial en América, á que proba-
blemente no llegó ni el mismo Alí, bajá de
Janina. P o r r fotuna la dominación de Boves
apenas duró seis meses, pasó como tremen-
do meteoro, como huracán asolador, cuando
el formidable caudillo cayó muerto de una
lanzada, en batalla por cierto ganada por sus
312 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

tropas. Morales, el segundo jefe del ejército,


designado por los soldados para sucederle,
no tenía el nervio ni la audacia del otro, y
devolvió pronto el mando á Cagigal, en lo
que anduvo acertado, pues á poco llegó Mo-
rillo con la gran expedición, y ante el dueño
de las legiones, que venía revestido a d e m á s
de la confianza y representación del monarca
repuesto en el trono, fuerza era inclinar la
frente, como el mismo Boves lo habría
hecho, por más que le hubiese dolido. El
país entero estaba pacificado; únicamente
allá en la isla de Margarita ardía, y chispeaba
aun el fuego de la insurrección, que muy
pronto también se extinguiría, sin necesidad
de esfuerzo de Morillo, sólo por virtud del
ruido y movimiento que en la atmósfera cir-
cundante produciría el acercarse la gente y
los cañones de su ejército.
Al gran alboroto sucedió un gran silencio,
interrumpido sólo de cuando en cuando por la
voz airada del nuevo procónsul. Era la calma
que sigue á la tormenta, y también la que le
precede, pues venía ya otra tormenta, otra
insurrección, la tercera, cuyos ruidos lejanos
se podían en aquel momento percibir. Cuen-
tan todos los historiadores de esos sucesos,
incluso el mismo Torrente, quien ostentosa-
mente honrado con el nombre del Bey y todos
los miembros de la familia real como suscri-
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 313

totes, escribió en Madrid, con vista de docu-


mentos oficiales, la Historia de la Revolu-
ción Hispanoamericana, que al hallarse Mo-
rillo y su estado mayor en presencia de los
soldados de Boves y Morales, los indómitos
llaneros que habían destruido la segunda
república y reconquistado el país perdido,
exclamaron : « ¡ Si éstos son los vencedores,
qué serán los vencidos! » Y procedieron con
ellos con todo el menosprecio que envolvía la
insultante observación. Ninguno de los que
la escucharon comprendió quizás todo el
valor de la frase fatídica; un oyente sagaz
hubiera sin embargo podido adivinar en su
sentido todo el porvenir, pues á esos vence-
dores y esos vencidos, reunidos luego bajo el
mando de Bolívar y de Páez, reservaba la
suerte la última palabra en el conflicto, el úl-
timo grito de triunfo al caer el telón y acabar
la larga tragedia.
Desde los primeros días salió Heredia de
Coro para la Guaira y Caracas al encuentro
de Morillo, imaginando que pronto podría
restablecerse la legalidad y abrir la Audiencia
sus e s t r a d o s . Equivocación completa. He
aquí como lo cuenta Heredia mismo en una
carta, inédita, á su e s p o s a : ... « El general,
al día siguiente de su llegada á Puerto Cabello
que fué el IO (Junio de i 8 i 5 ) , pasó al Decano
interino el siguiente oficio : « L a s circunstan-
18
314 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

cias en que se encuentra la provincia, el


decoro del Tribunal de la Real Audiencia de
esta Capitanía General y las órdenes con que
estoy autorizado, me h a n obligado á resolver
que hasta nueva orden de S. M. suspenda sus
tareas el dicho Tribunal de la Audiencia. Se
le contestó cuanto había que alegar, pero al
fin sometiéndose á la providencia, como que
no hay otro arbitrio contra quien tiene la
fuerza en la mano y habla en n o m b r e del Rey,
y en consecuencia quedó disuelta la Audien-
cia desde el mismo día 10. No pudiéndose
aclarar este asunto hasta de aquí á cinco ó
seis meses, estoy resuelto á regresar para
pasar este tiempo en tu compañía y de mis
hijos; pero no atreviéndome á mudar de resi-
dencia sin la anuencia del General, le escribo
sobre ello. »
Esta carta apenas disimula, bajo el estu-
diado lenguaje que imponían las circunstan-
cias, aun á los oidores, aun en papeles pura-
mente de familia, el efecto que le causó la
violenta determinación de Morillo. F u é para
Heredia, como para todo el país, golpe m u y
doloroso y el más amargo desengaño. En el
momento mismo en que se pacificaba el terri-
torio, con tropas de línea recién venidas de
España, lo cual contenía seguramente, por
primera vez, la insubordinación de jefes im-
provisados y sin escrúpulos, como Monte-
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 315

verde, como Boves y Morales; cuando debían


por tanto restaurarse la legalidad y las garan-
tías individuales tan conculcadas hasta ese
día, suprime la autoridad militar la única
barrera capaz de contener sus atropellos y
desmanes, confunde en una misma persona
todos los poderes y entrega á su propia dis-
creción vidas, haciendas y el honor de los
habitantes.
A la suspensión del tribunal sucedió la
orden humillante é innecesaria, intimada á
los oidores, de confinarse como sospechosos
en la plaza fuerte de P u e r t o C a b e l l o ; de no
salir de allí sin permiso de los jefes militares.
Heredia pretendió, con motivo de sus pade-
cimientos físicos, que lo dejasen reunido con
su familia en Maiquetía, lugar salubre y tran-
quilo de la costa, pero no olvidó protestar
virilmente contra los términos dictatoriales
en que se le comunicó, por medio del corre-
gidor del pueblo, y no directamente, el
volante del brigadier Moxó, que ordenaba
su traslación á P u e r t o Cabello : « No pu-
diendo la suspensión de la Real Audiencia
haber privado á sus individuos de las preemi-
nencias personales, que les concede el real
nombramiento de ministros de S. M., á
quienes manda la ley 67, título XV, libro XIII
que traten los virreyes con el a g r a d o , buen
modo y término debido á sus conjúdices y
316 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

compañeros, por convenir así y ser necesa-


rio como aumento de la estimación que re-
quiere el uso de sus oficios y respeto que se
les debe g u a r d a r , me he visto sin embargo
tratado como un delincuente, y sin el decoro
que se me debiera, aun en el caso de serlo. »
El decreto del Capitán General era sin em-
bargo tan concluyente y perentorio, que no
podíaMoxó dejar de cumplirlo; como Morillo
estaba fuera de Venezuela, en marcha para
Santa Marta y Cartagena, y como el deplo-
rable estado de la salud de Heredia era evi-
dente, consintió en aplazar su ejecución, cu-
briendo las apariencias « bajo el velo de un
pasaporte, que pedí para Santo Domingo, mi
patria (escribe él en un despacho al gobierno
de Madrid), con el objeto de restablecerme, y
que se me ha ofrecido, para cuando guste.
Hasta ahora no se ha presentado ocasión para
aquella isla; pero si no me veo compelido, á
pesar de lo que me interesa ver á mi madre y
los cortos restos de mi fortuna, no pienso ale-
j a r m e de la provincia, donde me considero
obligado á permanecer á toda costa, por mi
calidad de decano ».
Allí, « viviendo como un anacoreta », con-
sagrado á la educación de sus hijos, seguía
melancólicamente los efectos del opresivo
régimen militar instituido por Morillo, quien
había trastornado de una plumada la adminis-
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 317

Iración del país y echado al suelo la fábrica ad-


ministrativa creada por la experiencia de tres
siglos. Lloraba el desastre, que irremedia-
blemente veía venir, precipitado por los erro-
res de la metrópoli y la bárbara ineptitud
de sus d e l e g a d o s ; y cumplía su deber expo-
niendo magistralmente, en cartas oficiales
dirigidas al Rey por conducto de sus secre-
tarios del Despacho, el carácter de los tribu-
nales establecidos por Morillo en sustitución
de la Audiencia, y señalando tanto la ilega-
lidad é ineficacia, como los peligros de su
continuación.
La corte escuchó por fin las ardientes súpli-
cas de sus mejores servidores. A despecho de
la confianza que todavía inspiraba Morillo, de
su prestigio aun intacto y de lo mucho que
esperaban de su valor y pericia militar en la
reconquista de Nueva Granada, decretóse el
restablecimiento de la Audiencia, con los oi-
dores que al tiempo de la suspensión la compo-
nían ; nombrando para la plaza vacante de
regente á un anciano octogenario, Cecilio
Odoardo, nacido también en suelo americano,
que no llegó á tomar posesión, quedando Here-
dia por consiguiente siempre como interino.
Entre la suspensión y la reapertura medió un
intervalo de diez meses, debido sin duda en
buena parte á la distancia á que estaba la m e -
trópoli ; pero es lo cierto que el remedio esta
18.
318 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

vez, como en los días miserables de Monte-


verde, llegó demasiado tarde, cuando ya los
peores síntomas de la enfermedad habían sur-
tido sus desastrosos efectos.
Era siempre gobernador general interino de
Venezuela el brigadier Moxó, aquél de quien
con enérgica concisión dijo Baralt que ni su
avaricia conocía freno ni su salacidad decoro.
A su lado reanudó Heredia sus tareas con la
ingénita dulzura, el infatigable deseo del bien
que siempre lo distinguieron, resuelto á ate-
nuar las demasías del otro en cuanto le fuese
dable, á servir como de mediador entre el
opresor y los oprimidos (i).
P e r o Moxó se condujo con él tan inicua-
mente como con los demás. Había ejecutado
de buena voluntad, al parecer, sin revelar en
nada su desagrado, la orden de restablecer la
Audiencia, manifestando hasta cordialidad al
Regente interino; aunque en el fondo no per-
donaba, ni á é s t e ni á sus compañeros, la in-

(1) Entre m u c h o s e j e m p l o s q u e c i t a r s e p u d i e r a n , v é a s e
é s t e : « El m i s m o M o x ó t e n í a i g u a l m e n t e d e s t i n a d a s á
recibir a z o t e s en las calles de Caracas á d o s m a t r o n a s
célebres : doña Josefa Antonia Tovar de Buroz y doña
M a n u e l a A r e i s t e g u i e t a d e Z"árraga. A los e s f u e r z o s de u n
n o b l e e s p a ñ o l , D o n J o s é F r a n c i s c o d e H e r e d i a , oidor d e
la A u d i e n c i a y f a c t o r p o r lo t a n t o del G o b i e r n o e s p a ñ o l
e n C a r a c a s , d e b i ó s e el q u e n o f u e s e n a z o t a d a s a q u e l l a s
n o b l e s s e ñ o r a s , á l a s c u a l e s e n c e r r ó Moxó en u n a d e l a s
b ó v e d a s d e la Guaira p a r a e n s e g u i d a e x p a t r i a r l a s ».
Leyendas históricas de Venezuela, por Aríslides Rojas,
i." s e r i e : p á g . 200, C a r a c a s 1890.
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 319

fluencia que en el cambio de actitud del sobe-


rano habían ejercido por medio de sus res-
pectivos informes y recursos de queja. Tenía
ya fraguado su desquite; y pocos días después
de la reinstalación d é l o s m a g i s t r a d o s , dirigió
á Madrid un informe secreto, en que acumu-
laba hechos falsos y especies injuriosas, para
hacer valer la necesidad de que compusiesen
la Audiencia miembros no relacionados en el
país, y pidiendo explícitamente la remoción
del Regente electo, de Heredia y de olro oidor
llamado Vilcbes. No alegaba cargo alguno
susceptible de demostración concreta ó inme-
diata, y respecto de Heredia se reducía a vagas
insinuaciones de si trataba en privado á éste ó
aquel individuo, especialmente á un rico espa-
ñol europeo, el marqués de Casa-León, quien
« en las dos revoluciones de Caracas no había
salido del país » ; á insistir sobre la parentela
venezolana de su esposa y sobre las prendas
de su carácter personal : « su capacidad acom-
pañada de dulzura, » lo que le daba preponde-
rante influencia en el tribunal. E n corrobora-
ción de su libelo agregaba al informe una
carta del Regente Odoardo á Heredia, carta
de amigo, que había sido sustraída del correo
y que nada contiene de vituperable; y por
último, como piéce de résistance, un informe,
igualmente reservado, que á instancia del
320 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

mismo enconado Moxó redactó el ex Capitán


General intruso Monteverde.
Monteverde, gravemente herido durante
una de sus salidas de Puerto Cabello por una
bala que le hirió en el rostro y le atravesó la
cara, se había visto entonces forzado á deponer
el mando. Expulsado de aquella ciudad por los
insultos y amenazas de sus mismos partida-
rios, se refugió en la isla de Curazao, donde
pronto le llegó la noticia de su relevo, acor-
dado por la Regencia de Cádiz. Después del
triunfo de Boves volvió á Venezuela, ya sin
grado ni empleo activo, sufriendo siempre de
la herida, vagando como fantasma inútil entre
Caracas y varios lugares del campo, tratando
de comunicar á las nuevas autoridades su ruin
sistema de sospechas continuas y prisiones
preventivas, con sólo el recuerdo de su anti-
gua categoría de Capitán General; de todos
en definitiva abandonado y tenido ya general-
mente en lo muy poco que realmente valía.
En medio de sus tristezas y miserias acogió
quizás como inesperado consuelo la ocasión
que Moxó le ofrecía de desahogar viejos ren-
cores, de cobrar de los m a g i s t r a d o s , y del
Regente interino sobre todo, lo que le debían
por haber combatido sin consideración su
funesta política é instado al gobierno hasta
lograr su relevo. Esto únicamente explica el
extraño escrito que produjo, hacinamiento de
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 321

puerilidades, de delirios de enfermo, mezcla-


dos con hechos positivos, manejados y torci-
dos de modo de presentarlos muy diferentes
de como en realidad fueron, con objeto de que
Moxó los agravase con sus comentarios y exa-
geraciones.
Este informe, con la exposición « reserva-
dísima » de Moxó y los demás papeles, apa-
reció por primera vez como apéndice á las Me-
morias de Heredia. No sé cómo llegaron á
conocimiento de é s t e ; él solamente dice que
se debió « á una de aquellas que vulgarmente
se llaman casualidades y son disposiciones de
la Divina Providencia, que vela por la justicia
y la inocencia ». Apenas se enteró de ello, se
dirigió á Moxó mismo para rectificar los he-
chos que le a t a ñ í a n , y redactó en seguida una
réplica contundente en que una por una tri-
tura las aseveraciones de ambos generales,
hasta dejar en perfecta evidencia la tamaña
injusticia cometida. No obstante conserva
siempre, de la primera á la última línea de la
defensa, el tono moderado que cuadraba con
su posición y su carácter; en ella, como
en varios lugares de las Memorias, reconoce
al lado de los grandes defectos de Monte-
verde sus virtudes de hombre privado y su
intrepidez en el campo de batalla.
Subleva el ánimo pensar que tal tejido de
absurdos hubiese podido producir algún efecto
322 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

en Madrid, sólo por llevar firma y sello del


Capitán General. La réplica necesariamente
carecía de ese prestigio, y además no pudo
llegar sino mucho después. Lo cierto es que
cuando dispuso el gabinete real trasladar á
Heredia á otro destino, lo hizo sin ascenderlo
en su carrera, cual correspondía al cabo de
tantos años de servicio; y á mediados de 1 8 1 7
recibió en Caracas la real Provisión n o m b r á n -
dolo alcalde del Crimen en la Audiencia de
Méjico, empleo, si bien de igual categoría, de
menor importancia que el que desempeñaba.
L o s miembros de la sala criminal de la A u -
diencia no se titulaban oidores sino alcaldes,
tenían un trabajo más complicado y minucioso
que los ministros de la sala civil, y menos
consideración, pues no formaban parte de lo
que se llamaba el A c u e r d o .
Heredia era siempre en Caracas el decano
de los oidores ; en la regencia había ya un
propietario nombrado en sustitución de Odo-
ardo ; y tampoco presidía más el Acuerdo
Moxó como Capitán General, pues había
renunciado el mando por graves divergencias
con Morillo y pasado á P u e r t o Rico. Cuando
se recibió en la Audiencia el despacho que
trasladaba á Méjico como alcalde al más an-
tiguo y querido de sus miembros, convinieron
todos, en muestra extraordinaria de simpatía,
no autorizar la separación del compañero,
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 323

hasta que estuviese presente el sucesor, y


acudir en tanto al superior suplicando que
por sus méritos y servicios, y también por
decoro del tribunal, se le n o m b r a s e para una
plaza de oidor efectivo, ó de supernumerario
con opción a la primera vacante, en vez de
separarlo con todas las apariencias de un
castigo, sin culpa conocida.
El sucesor llegó á su tiempo y la real P r o -
visión quedó en pie, porque era entonces
axioma en materias de administración pública
que el rey nunca se equivocaba. Estaba ade-
más Heredia demasiado enfermo, y el aspecto
de los negocios políticos era en aquel instante
demasiado obscuro,para que le fuese agradable
permanecer más tiempo en Venezuela ; las
manifestaciones lisonjeras de sus colegas bas-
taban á compensarlo todo, á dejarlo plena-
mente satisfecho. El día de su salida acudie-
ron p r e s u r o s a s á saludarlo muchas p e r s o n a s ,
de todos sexos, de todas edades, lo mismo del
país que nacidas del otro lado. Gran parte
fué con él hasta la Guaira y no se apartaron
hasta perder de vista en el horizonte el barco
que lo conducía al puerto de la Habana.
Obtuvo permiso de quedarse en esa ciudad,
y pasó allí un año, en busca de mejor salud
con el reposo y los cuidados de la familia. Era
siempre su principal ocupación la educación
<de su hijo José María, que había reanudado
324 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

en aquella universidad Pontificia los estudios


comenzados en Caracas ; pero llenaron tam-
bién sus ocios esta vez las Memorias, cuya
redacción comenzó en esos días para ence-
rrar en ellas la historia de los acaecimientos
de Venezuela, de que fué testigo tan prin-
cipal y que tan profundo surco habían dejado
en su memoria y en su corazón. Su pluma,
émula de la de Salustio, diré, aplicándole
la frase que con exceso de indulgencia, di-
rige á uno de sus colegas de la Audiencia,
sobria y segura en multitud de pasajes como
la del célebre historiador de Y u g u r l a y Cati-
lina, trazó sobre el papel durante ese año de
residencia en la Habana todo lo que posee-
mos de las Memorias, sin que ni infortunios,
ni desengaños, ni persecuciones tan crueles
como inmerecidas, alterasen una sola vez en
ellas la ecuanimidad de su espíritu elevado,
o l a noble independencia de su carácter; sin
abandonar un solo momento el punto de vista
que le correspondía, á título de funcionario
leal del gobierno español, que no reniega de
su causa a pesar de que motivos le sobraban
de justo resentimiento ; que no cede una línea,
un ápice, del programa nacional; pero que
conserva vivo y ardiente en su corazón el
amor, la caridad, el interés inextinguible por
todo lo j u s t o y todo lo h u m a n o , sin fanatismo
y sin intransigencias.
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 325

Al fin cesó su licencia, completó el largo


viaje hasta la ciudad de Méjico y tomó pose-
sión del puesto de alcalde del crimen. Allí, si
bien más cargado de trabajo de lo que el
estado de su depauperado organismo aconse-
jaba, vivióalgún tiempo tranquilo,captándose,
como en todas partes, generales simpatías,
por su afabilidad, su modestia, su grande y
sólida instrucción. Pero herido de muerte
desde mucho tiempo atrás, faltábale ya, á
pesar de lo poco avanzado de su edad, la
energía necesaria para renovar su d e p a u p e -
rado organismo, y terminaron sus padecimien-
tos el 3o de Octubre de 1820, á los diez y seis
meses de su llegada á Méjico, antes de cum-
plir cuarenta y cuatro años de edad. Sus
restos, sepultados en una de las iglesias de la
ciudad, debían quedar para siempre en tierra
mejicana, confundidos al fin en el seno de la
madre naturaleza; como también había de
suceder más adelante á los de su hijo, el
gran poeta, que inesperadas vicisitudes
arrastrarían después á vivir y á morir allí
mismo.
L o s últimos días del íntegro magistrado
debieron ser infinitamente tristes. No es de
creer que al través de las noticias truncadas
y tardías que á fines de 1819 y principios
de 1820 llegarían á sus oídos, adivinase los
vastos, trascendentales resultados de la vic-
19
326 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

toria de Bolívar en Boyacá, y que apareciese


ante sus ojos esa batalla como es hoy para
la posteridad : línea divisoria de dos g r a n d e s
períodos, instante supremo que en aquellas
regiones cierra la era de los desastres é inau-
gura la serie de los triunfos a m e r i c a n o s . P e r o
la guerra, cada vez más empeñada y extendida,
el encarnizamiento frenético de uno y otro
lado, la completa indiferencia con que por
todas partes se acogió en América la nueva
de la proclamación de la constitución de 1812
en la península después del alzamiento de
Riego, le hicieron temer para un inmediato
porvenir y, amargamente deplorar el inevi-
table desenlace, que juzgaba por igual rui-
noso para América y para E s p a ñ a . Mas su
conciencia podía estartranquila. Había llenado
su deber y había servido á su gobierno con
lealtad inmaculada, sin faltar una vez á la ley
m á s alta, á la ley suprema de la religión eterna,
de la religión absoluta, que no consiente cie-
gas represalias, que no p e r m i t e conculcar los
fueros de la h u m a n i d a d y de la justicia.
Quizás no haya en las Memorias sobre las
Revoluciones de Venezuela frase más noble,
m á s pura, más digna del m a g i s t r a d o integé-
rrimo y del h o m b r e generoso que aquélla en
que dice, hablando del general Miranda y
del inicuo proceder con él seguido : « Su
memoria ha sido uno de mis t o r m e n t o s . » De
JOSÉ FRANCISCO HEREDIA 327

nada de lo que Miranda sufrió fué Heredia


responsable, hizo al contrario cuanto p u d o
por salvarlo, y sin embargo su nobilísimo
corazón confiesa adolorido la pena que toda-
vía, al cabo de a ñ o s , tan vivamente experi-
mentaba por no haber podido evitar como
m a g i s t r a d o la enorme injusticia con que la
autoridad militar trató al general venezolano
después de la capitulación.
GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN V/VLDÉS

{PLÁCIDO)

La reputación de Gabriel de la Concepción


Valdés, el poeta mulato de Cuba, fusilado
en 1844 á la edad de treinta y cinco años, ha
p a s a d o , dentro y fuera de su patria, por dos
períodos diferentes, uno de excesivas alaban-
zas, otro de vituperio, quizás también exce-
sivo. Antes de i865, cuando la esclavitud de
los negros existía en escala colosal en los
Estados Unidos de Norte América, en la isla
de Cuba y en el imperio del Brasil, todo lo
que á la terrible institución se refería des-
pertaba vivísimo interés. Entonces, no sola-
mente la célebre novela angloamericana La
Cabana del Tío Tomás, sino otros libros de
menor importancia, alcanzaban aplausos y
lectores en número no del todo justificado
330 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

por su mérito. Asimismo los versos del vate


cubano, que merecieron el honor de ser
publicados fuera de Cuba, y aun traducidos,
total ó parcialmente, al francés, al inglés, al
alemán, se leían, junto con la triste historia
de su vida, en países y lugares donde hoy
acaso no se recuerda su n o m b r e , mayormente
desde que se abolió la esclavitud en América
y no se encuentran ya siervos de color más
que en regiones incivilizadas de Asia y África.
Sin embargo, los versos d e V a l d é s , dePlácido,
para usar su constante seudónimo, conservan
en la lengua original valor relativamente m u y
atendible, y la íntima conexión que g u a r d a n
con su vida de penas y su trágico fin, bastará
á hacerlos en todo tiempo interesantes, por
lo menos en los países donde se hable el
castellano.
La primera verdadera biografía de Plácido
se debió al historiador Pedro J o s é Guiteras
y salió en Enero y Febrero de 1 8 7 4 en El
Mundo Nuevo, periódico que fundé y dirigí
en Nueva York. Hasta entonces todas habían
sido apologías, mientras que el escrito de Gui-
teras es m o d e r a d o é imparcial. El eminente
orador, literato, h o m b r e público cubano, Ma-
nuel Sanguily, ha considerado después en sus
Hojas Literarias, en 1894, la vida y las obras
de Plácido desde punto de vista enteramente
diverso, apartándose con abundante copia de
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 331

razones de los que hasta esa fecha tanto lo


habían encomiado. En el presente sucinto tra-
bajo pretendo yo ahora mantener la balanza
tan en el fiel como me ha sido posible, sin
desconocer ni desfigurar la verdad.

II

El 6 de Abril de i8o9 apareció en el torno


de la Casa de Beneficencia y Maternidad de
la Habana, un niño con un papel escrito al
lado, que simplemente advertía que había
nacido el 18 de Marzo y que se llamaba Gabriel
de la Concepción. Recogiéronlo, bautizáronlo,
diéronle el apellido de Valdés, como á todos
en la Casa en memoria del Obispo fundador,
y en el documento redactado al efecto para
consignar « el estado civil ><, es decir, en la
fe de b a u t i s m o , hicieron constar que era un
niño « al parecer blanco ».
Si hubiese quedado definitivamente el
expósito allí donde lo abandonaron, le habrían
á su tiempo, como á los otros, como á todos,
enseñado á rezar, leer y contar, lo habrían
después colocado de aprendiz en algún taller,
hubiera llegado á ser un obrero sin preten-
siones ni aspiraciones ajenas á su ocupación
mecánica habitual, muy probablemente un
hombre feliz, un blanco además : circuns-
332 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

tancia importantísima esta última en socie-


dad donde el tener ese color en la piel, sin
indicio alguno en contra de previa condición
servil, era una ventaja, un privilegio por sí
solo. Desgraciadamente el padre verdadero,
bien porque le remordiera la conciencia, ó
porque ignorase hasta entonces lo que la
madre había hecho del niño, fué al poco
tiempo á reclamarlo, y este acto, al parecer
afortunado, condenaba al pobre expósito ipso
fado á situación inferior perpetua, á infor-
tunio irremediable.
El niño era hijo bastardo de un mulato
libre, de oficio p e l u q u e r o , y de una blanca; ella
española de Burgos, bailarina de teatro, que
se llamaba Doña Concepción Vázquez; él
simplemente Diego Ferrer Matoso, pues no
tenía derecho á llevar delante el Don. Libre
y blanco, aunque bastardo, hubiera sido
siempre Gabriel en virtud de la condición de
la madre, lo mismo que por gracia de su fe
de bautismo. P e r o ahora iba á ser mulato y
pertenecer á la condición del padre, la clase
legalmente inferior denominada, en lenguaje
oficial, de « pardos y morenos ».
Ferrer Matoso ganaba bastante en su arte
de peluquero, tenía sueldo como tal en el
teatro, y vivía holgadamente. Gabriel conser-
varía siempre el apellido de la Casa Cuna,
conforme á la fe de bautismo, y también para
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 333

siempre la condición de mulato ingenuo.


Todos ahora descubrirían en su color, real-
mente no muy claro, y en las facciones de
su rostro, la descendencia paterna, que de
otro m o d o , como en multitud de casos,
hubiera seguramente pasado inadvertida.
Algo más duro que las mismas leyes, la tira-
nía de las preocupaciones sociales, la insal-
vable barrera de la esclavitud pasada ó pre-
sente de la raza de que el referido suceso lo
declaraba m i e m b r o , había previamente mar-
cado como con hierro indeleble su suerte
futura.
Creció muy mimado por la abuela paterna,
aprendió á leer y escribir, poca cosa además ;
y habiendo venido á menos la posición de
fortuna de la familia (por el vicio del juego
que dominaba á su padre, como se deduce de
unos versos de la epístola A Lisio, que está
en las obras del hijo) lo hicieron entrar de
aprendiz cajista á los catorce años en una
imprenta, donde por primera vez se halló en
terreno á propósito para lucir las disposi-
ciones de repentista é improvisador en verso,
de que estaba dotado, y donde podía encon-
trar quienes le dieran consejos, le prestaran
libros y apreciasen los primeros destellos de
su talento poético. P e r o el oficio de cajista
no era bien pagado, publicábanse pocos libros
y los periódicos vivían miserablemente bajo
19-
334 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

la férula de una censura exigente, suspicaz,


majadera. Nada por lo pronto ganaba como
aprendiz y no mucho le prometía el porvenir.
Dejólo pues y aprendió á trabajar la concha
de carey, muy usada entonces para las gran-
des peinetas de adorno de las mujeres. En
ese arte llegó á adquirir cierta habilidad y
lo ejerció mucho tiempo, primero en la Ha-
bana, luego en Matanzas, cuando su maestro
m u d ó á esa ciudad su taller y lo llevó con-
sigo. Matanzas sería de ahí en adelante,
salvo cortos viajes, su residencia, hasta que
allí mismo enterrasen su cadáver atravesado
por balas españolas.
E m p e r o su extraordinaria facilidad de
improvisar, su prodigiosa memoria, que
retenía verso por verso, palabra por pala-
bra, lo que días antes había improvisado
sobre asunto ó pie forzado que le impusie-
sen, excitábanlo necesariamente á ejercitar
más esos dones que el monótono oficio
mecánico. Convidado frecuentemente á r e -
uniones y festines de todo género, se dejaba
seducir por la buena acogida y los aplausos.
Una vez dentro del torbellino, no era fácil
s a l i r ; abrumó con toda esa balumba, toda
esa carga inútil, el fondo de verdadero poeta
que en él había, y nunca pudo ascender al
g r a d o á que hubiera debido llegar á despecho
de su tardía é incompleta educación.
GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS 3l¡5

Uncido al taller de peinetero permaneció


mucho tiempo, aunque formaba parte desde
1837 de la redacción del diario La Aurora de
Matanzas, encargado de la sección poética,
con un sueldo mensual de veinticinco pesos
y la obligación de contribuir diariamente con
una poesía. Más productiva sin duda, pero
aleatoria, era su otra ocupación, que d e s -
cribe Guiteras de este modo : « Escribir com-
posiciones laudatorias en honor de personas
distinguidas, que presentaba á los interesa-
dos, impresas en telas de seda y adornadas
con marcos dorados. P o r lo común estaban
escritas con m á s esmero que sus contribu-
ciones á La Aurora y eran recompensadas
con presentes de una, dos y á veces tres
onzas de oro ».
Su contemporáneo y vecino, el austero
José Jacinto Milanés, expresó lo que sin duda
era sentimiento de m u c h o s , en dos estrofas
de una composición El Poeta envilecido,
escrita en 1837 :
Torpe!... que á su pensamiento
siendo libre como el viento
por alto don,
le corta el ala, le oculta,
y en la cárcel le sepulta
del corazón.
Y¿ qué es mirar á este vate
ser escabel del magnate
cuando el festín,
336 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

cantar sin rubor ni seso


y d i s p u t a r algún hueso
c o n el m a s t í n ?

Los versos no son de los mejores de Mila-


nos ; importan sobre todo a manera de con-
trapeso de lo que otros alegan, en defensa
de lo que en Gabriel Valdés fué un hecho de
que el biógrafo no puede prescindir, si bien
no hay necesidad de presentarlo como cargo
inexcusable.
En i83/i supieron por primera vez muchos
que ya lo conocían que era él algo más que un
repentista de banquetes. Uniéronse varios
literatos de la Habana para ofrecer al poeta
español Martínez de la Rosa, jefe en Madrid
del primer ministerio liberal de la Reina
Gobernadora, una colección de composi-
ciones poéticas á él dedicadas, que intitula-
ron : Aureola Poética por las Musas del
Alinendares. Contiene el cuaderno trece com-
posiciones, la mejor de ellas sin disputa es la
que aparece firmada : Plácido, seudónimo
que conservó siempre, y que tomó, según
unos del nombre de un pariente ; según otros,
de la novela de la condesa de Genlis, Plácido
y Blanca. La composición se titula la Siem-
previva, y después de una primera estrofa
mediana se lee en ella esta otra :
GABRIEL R E LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 337

Cual de bélico ardor arrebatado


El desnudo mancebo se presenta
Solo de noble atrevimiento armado
En el estruendo de la lid sangrienta,
Así yo vuelo impávido, animado
De gloria al soplo que mi pecho alienta,
Y pulso entre los vates la áurea lira,
Aunque ni el arte ni el saber me inspira.

Mucho podía esperarse de quien así escri-


bía. Contaba ya veinticinco años, es verdad ;
pero nadie ignoraba lo escaso é imperfecto
de su educación y que todo lo debía á su pro-
pia iniciativa.
La única colección, hasta cierto punto com-
pleta, que mientras él vivió se hizo de sus
versos, salió con esta p o r t a d a : POESÍAS || DE
|| PLACIDO. || MATANZAS. || I m p r e n t a de Gobier-
no y Marina. || i838. || No apareció en reali-
dad hasta 1839, pues en las páginas 182-185
se encuentra una elegía á la muerte de una
señorita, « acaecida el 5 de Enero de i83g ».
Es un pequeño volumen, en octavo, de no
más de quince centímetros de alto, con 247
páginas, no numeradas las tres últimas, bas-
tante bien impreso, si se recuerda la época y
el lugar. Tiene fe de erratas, pero no índice.
Fuera de las cuatro composiciones, que se
dicen escritas en sus últimos días y en la
prisión, que no todas son de autenticidad
demostrada, y fuera de una ó d o s m á s , el
poeta está en ese pequeño volumen represen-
338 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

tado tal como fué, tan alto como llegó á ser.


Adquirió después cierta mayor firmeza de
estilo, cierta m a y o r igualdad de dicción poé-
tica, como me parece notar en las primeras
páginas de la leyenda, El Hijo de maldición,
publicada en i 8 4 3 ; pero nunca hizo algo me-
jor que los romances Jicotencal, Cora, que
los sonetos La muerte de Jesucristo, Aniver-
sario de la muerte de Napoleón y varios otros,
todos incluidos en este tomo. De los sonetos
el más característico, el más correcto y armó-
nico en conjunto, es acaso el que aquí se
titula : Lo que yo quiero, y que en ediciones
ó antologías posteriores se llama : A una
Ingrata. Sea éste el único ejemplo completo
que aquí inserto :

Basta de amor : si un tiempo te quería


Ya se acabó mi juvenil locura,
Porque es, Celia, tu candida hermosura
Como la nieve deslumbrante y fría.

No encuentro en ti la extrema simpatía


Que mi alma ardiente contemplar procura,
Ni entre las sombras de la noche oscura,
Ni á la espléndida faz del claro día.

Amor no quiero como tú me amas,


Sorda á los ayes, insensible al ruego:
Quiero de mirtos adornar con ramas

Un corazón que me idolatre ciego.


Quiero besar á una deidad de llamas,
Quiero abrazar á una mujer de fuego.
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 339

Tiene un acento franco, sincero, no común


en él; dejó esa vez salir libremente lo que
en su alma quedaba de africano violento y
sensual. En general lo breve del cuadro del
soneto favoreció su inspiración ; le permitía
mantenerla á nivel menos instable ; al revés
de Heredia, que sólo en el ancho campo de la
oda ó el himno desplegaba libremente sus
grandes alas de poeta lírico. A otro Heredia,
cubano también, estaba reservado componer
sonetos perfectos, eruditos, intachables ; pero
no en castellano sino en francés, m á s ricos y
brillantes, como nacidos en medio más ade-
cuado y al calor de superior cultura.
La pobreza, la vulgaridad, en ocasiones
excesiva, de la dicción poética es en Pláci-
do el defecto principal; y el progreso que
hacia el fin de su vida se nota, hace deplorar
más lo prematuro y triste del desenlace. El
trato con escritores m á s pulidos, la práctica,
el estudio aun sin orden ni método, hubieran
podido corregir bastante esos defectos, enri-
quecer su limitado vocabulario y traer al ser-
vicio de su estro poderoso las cualidades
externas indispensables para asegurarle dura-
dera nombradla ; sin depender de considera-
ciones ajenas al arte, inspiradas por su color,
su condición social y la sangrienta catás-
trofe final.
Resaltan en el tomo por su número y su
340 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

pompa monótona las odas y sonetos en honor


de la reina Cristina y de su hija Isabel, con
motivo de la Proclamación, la Jura, ó simple-
mente en « sus cumpleaños ó en sus días ».
Ninguna es enteramente buena, pero en las
más de ellas casi siempre se encuentra alguna
estrofa, algún verso digno de recordación, á
pesar de su carácter demasiado evidente de
obras de encargo, pedidas, pagadas por perió-
dicos y publicadas en prenda de celoso patrio-
tismo. En una de las peores, con motivo de
la proclamación de Isabel II, aparece de
pronto este pasaje :
De gozo enajenados mis sentidos
Fijé la vista en las serenas ondas,
Y vi las ninfas revolver gallardas,
Las rubias hebras de sus trenzas blondas.

La que puede acaso estimarse como la


mejor, dedicada á Cristina « en su día », con
el título, La Sombra de Padilla, es un himno
en octavas á la libertad, en que revive al
héroe famoso de las Comunidades de Cas-
tilla, á quien presenta de esta m a n e r a :
Viene á su diestra impávido guerrero
Coronada de luz la sien gloriosa,
Cubierto el cuerpo de luciente acero
Retenido en su sangre generosa :
Y al saludarme afable el noble ibero :
« ¿ Tú ves, me dijo, Plácido, esa Diosa
Que como el rey de los planetas brilla?
Esa es la Libertad, yo soy Padilla ».
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 341

Con la incoherencia, demasiado frecuente,


de sus alusiones históricas, pone en boca de
Padilla increíble apología del rey guerrero
de Polonia, en versos bien forjados, bien
sonoros:
Mira á Sobieski de valor armado
Volar al campo con la frente erguida...

Y á su triunfo inmortal, sobrecogida


De pánico terror la turca tropa,
Salvar á Viena y libertar la Europa ;

y termina el poeta su himno con estrofa cuyos


dos primeros versos son :
Así el procer cantó que malogrado
Tornó á nacer en Villalar muriendo...

Ciertos versos de la primera octava de esta


misma composición que m u c h o s , ó no cono-
cían antes, ó habían leído sin darles m a y o r
valor cuando apareció en el periódico, produ-
jeron, al ser coleccionados en el libro, el más
extraño efecto. Estos especialmente, dirigidos
á Cristina :

Sabia y excelsa Reina...


Oye la voz de un vate que respira
Aura de libertad, oye un cubano...
A l g u n o habrá que con dorada lira
Cante más grato, pero no más libre.

Era imposible en concepto de muchos creer


que el poeta pensase lo q u e d e c í a . Ahuecaba la
342 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

voz y subía el diapasón de su canto para mentir


mejor. No había aura de libertad que respirar
en una colonia despóticamente gobernada
por un sátrapa militar con facultades d i c t a t o -
riales ; nadie, mucho menos un mulato, po-
día allí emitir libremente sus pensamientos
en prosa ó verso, pues precisamente para
impedirlo había una censura meticulosa y en
constante alarma ( i ) .
P a s e que Plácido, como otros, se formase,
en los años que inmediatamente siguieron á
la m u e r t e de F e r n a n d o VII, la ilusión de que
tocarían á Cuba algunas de las libertades
políticas p r o c l a m a d a s en España. P e r o esa
esperanza en i 8 3 8 había dejado de existir por
acción de las Cortes mismas y de los hombres
de más influencia y más liberales de la penín-
sula que, deliberadamente y con fruición, ha-
bían decidido que Cuba continuase como bajo

(i) U n p o e l a c u b a n o , b l a n c o , q u e n a c i ó en la H a b a n a ,
un a ñ o d e s p u é s d e Plácido, Francisco Orgaz, y que
e n 1839 fué á vivir á E s p a ñ a , p u b l i c ó e n Madrid (18/I ), 1

u n t o m o de v e r s o s , e n q u e d e s d e la p á g i n a p r i m e r a
d e s c r i b e así la c o n d i c i ó n d e l o s p o e t a s e n C u b a :

T r i s t e c a n t o r d e la c u b a n a orilla,
D o n d e m u e r e e n s u c u n a el p e n s a m i e n t o ,
D o n d e si el g e n i o e n a r d e c i d o brilla
E s un c r i m e n s u n o b l e a t r e v i m i e n t o . . .

El t o m o d e Orgaz n o p u d o c i r c u l a r en la i s l a ; el
gobierno, por e s o s versos liminares solamente, á p e s a r
d e i m p r e s o s y p u b l i c a d o s e n la m e t r ó p o l i , p r o h i b i ó
s e v e r a m e n t e s u e n t r a d a , al t i e m p o m i s m o q u e a u t o -
r i z a b a l a s a d u l a c i o n e s del o t r o v a t e .
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 343

el rey absoluto, sin gozar siquiera de la a p a -


riencia de derechos políticos que, en 1810, en
1820 y en tiempo de Martínez de la Rosa y de]
Estatuto Real, se le había reconocido. La re-
unión y reaparición en volumen de todas esas
poesías, áulicas por decirlo así, creaba entre
Plácido y la opinión liberal cubana una di-
vergencia, que tendía á ahondarse m á s y más,
que le enajenaba buenas voluntades y lo apar-
taba de la sociedad liberal blanca. Unos, los
más, se resistían á considerarlo como un poe-
ta cubano serio ; otros, los menos, llegaban
hasta el extremo de suponerlo simpático al
gobierno por sus ditirambos monárquicos y
pensaban que sólo hallándose éste m u y se-
guro de su lealtad monárquica, consentiría
esos alardes de « cubano libre ». Esto último
era inexacto por de contado ; las poesías se
reimprimían porque ya se habían impreso, y
el gobierno desdeñaba y oprimía por igual al
cubano blanco y al ingenuo de color. En
suma, el pobre trovador vivía en su tierra
como un paria, y, fuera de un g r u p o redu-
cido de amigos de las letras que lo acogía en
su seno y lo animaba compasivo, no podía
alternar más que con gente de color ; lo cual
á veces, á pesar de su aparente resignación ó
indiferencia, debía dolerle vivamente, pues
entonces en Cuba el más rudo é ignorante
campesino, venido del fondo de Galicia ó de
344 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

León, se juzgaba un ser superior á todos los


mulatos, y al poco tiempo de estar allí creía
tener el derecho de que todo hombre de color,
por libre que fuera, le hablase con respeto de
inferior, con el sombrero en la mano.
No son tan frecuentes en los versos de
Plácido como en los de otros poetas líricos,
las alusiones á su vida privada, á su situación
personal. Apenas puede citarse más de alguno
que otro lamento velado, como el de los
conocidos versos del soneto La Fatalidad;

Entre el materno tálamo y la cuna


El íérreo muro del honor pusiste...

y entre las composiciones no reunidas antes


en colección y publicadas en 1886, en la edi-
ción última de la Habana, muchas por cierto
menos que medianas y todas corregidas ca-
prichosamente por el editor, lo mismo que en
las anteriores, solamente quejas v a g a s , como
ésta:

No temas que me aflija la desdicha;


Fué mi amiga en la cuna y en la infancia.
¿ Qué mal me harán los hombres que mi mente
No haya previsto y a ? . .

Es positivo empero que aceptó pronto su


suerte con resignación y se mantuvo conforme
dentro de la esfera en que se halló colocado.
Dos mujeres únicamente parecen haber tenido
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDES 345

seria influencia en su vida, en sus v e r s o s :


aquélla cuya muerte llora en varias elegías
bajo el nombre de Felá, hija de esclava, con
quien se hubiera casado, no embargante la
oposición de Matoso, su padre, si no h u b i e s e
ella muerto del cólera en i 8 3 3 ; y la que fué
su esposa, á quien dirige la memoria testa-
mentaria escrita en la prisión en la mañana
misma del día en que lo pasaron por las ar-
mas. A m b a s mujeres eran, no como él y su
padre de raza mestiza, sino enteramente
n e g r a s , de pura sangre africana. De su madre,
la blanca española que lo mandó al torno,
apenas habla en sus versos, aunque le s o b r e -
vivió, y la conoció y trató siempre. El soneto
á ella dirigido a última hora es, como luego
diré, de autenticidad en extremo d u d o s a .
En 1842 cesó de trabajar en su oficio de
peinetero, renovó su contrato con La Aurora,
mejoró ligeramente su posición, y se casó. En
ese año también publicó un cuaderno bajo el
título El Veguero en el que insertó algunas
de sus letrillas y e p i g r a m a s , género literario
secundario que cultivó bastante y en el que
realmente sobresalió : la Flor de la Caña,
de la Piíxa, del Café, tienen gracia é ingenio,
y algunos de los epigramas valen tanto como
los de Iglesias.
Al año siguiente publicó la leyenda El
Hijo de maldición, caballeresca á manera de
316 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

las de Zorrilla, á que ya he aludido. P o r


partes recuerda al modelo, pero en la segunda
mitad decae demasiado. E s la obra de exten-
sión mayor que c o m p u s o , y revela, como a l -
guna otra de esos últimos años, empeño-
constante de agrandar, de extender el terreno
literario en que se movía. E n t r e sus papeles,
de que se incautó la autoridad militar cuando
lo aprisionaron en 1844? había, según Guite-
r a s , un poema : La Toma de la Habana por los
ingleses ; pero hasta el presente nadie lo ha
encontrado y publicado.
A u m e n t a d a s con el matrimonio sus necesi-
dades y sus g a s t o s , no crecieron proporcio-
nalmente sus e n t r a d a s , y formó el proyecto
de ir en busca de mejor fortuna á Trinidad,
ciudad de la costa meridional de la isla, cen-
tro de región importante, agrícola é i n d u s -
trial. P a r a poder verificarlo y reunir el dinero
del viaje, cuenta Guiteras que escribió, ence-
rrado en su casa durante cinco ó seis días,
cincuenta y cinco composiciones en verso,
que entregó á la redacción de La Aurora.
para obtener el pago adelantado y emprender
camino. No pudo ocurrírsele idea m á s infeliz
que la de ese viaje, como v a m o s á verlo.
GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS 317

III

Llegó á Trinidad y á los pocos días lo lle-


varon á la cárcel. Nunca supo el motivo, así
dijo siempre : y de que no había ninguno es
prueba el pronto sobreseimiento. P u e s t o en
libertad, le aconsejaron todos allí que aban-
donase tan inhospitalario lugar, como lo hizo,
volviendo á Matanzas, después de perder en
la excursión su tiempo y su dinero, y ganado
en cambio sólo notoriedad especial y peligro-
sísima, cuyas consecuencias al año siguiente
á su costa sabría.
Era aquél un momento crítico terrible en la
isla de Cuba para todo lo que con la escla-
vitud y la población de color tuviese alguna
relación. Voces pavorosas predecían por
todos lados levantamientos de negros escla-
vos. La trata de África, que escandalosamente
se hacía, consentida y apadrinada por las a u -
toridades españolas á despecho de sus tratados
con la Gran Bretaña, traía sin cesar y desem-
barcaba en las costas cubanas, á pesar de la
actividad con que la perseguían los barcos de
guerra ingleses, millares de « bozales », de
belicosos « lucumíes », que comenzaban in-
mediatamente bajo el látigo sus faenas en los
campos de caña y en las fábricas de azúcar.
348 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

Ese refuerzo incesante de africanos salvajes


nublaba para muchos la imagen de lo futuro;
pensaban que, con unos cuantos negros la-
dinos ó mulatos instruidos á la cabeza, se pro-
duciría el tremendo cataclismo tan temido.
Si así ha de ser, exclamaban, mil veces mejor
prevenirlo á cualquier costa por medio de cas-
tigos ejemplares, para infundir terror, espan-
tar de antemano á cuantos semejante barba-
ridad pudieran maquinar.
Esta idea, este miedo exagerado, eran acaso
lo único en que coincidían entonces el go-
bierno español y la mayoría de la población
blanca cubana, y no tardarían en sentirse los
efectos de esa comunidad en el terror. Rebe-
liones parciales de negros esclavos, exaspe-
rados por la dureza con que se les trataba y
explotaba, ocurrían á m e n u d o ; pero, hasta esa
fecha, siempre aisladamente. Dio la casua-
lidad que á un tiempo mismo hubiese d e s -
órdenes de igual clase en varias fincas de la
región de Matanzas, y al punto llegó á su
colmo la angustia general. Todos creyeron ya
encima la conspiración general de n e g r o s y
m u l a t o s que anunciaban, y las autoridades
locales, arrastradas por el vértigo del miedo,
se volvieron al gobierno central, á la Habana,
en demanda de medidas extraordinarias.
Gobernaba en esos días la isla el general
Leopoldo O'Donnell, llegado poco antes, mi-
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 340

litar naturalmente violento, cruel á sangre


fría, y muy pagado de sí mismo, de su energía
y de su rápida carrera. Cuando supo que las
cárceles de Matanzas y pueblos vecinos s e
henchían de prisioneros, sin que lograran
descubrir por ellos p r u e b a s de la gran conspi-
ración de que todo el mundo hablaba, no lo
atribuyó á la causa natural, á la no existencia
de tal conjuración, sino aceptó prontamente
la sugestión de que debía ser por falta de m e -
dios legales de obtenerlas. P a r a crearlos, dis-
puso por decreto de 6 de Mayo de 1844 < l I ue a

Comisión militar p e r m a n e n t e , establecida e n


la H a b a n a , pasase á Matanzas y que, irra-
diando en todos sentidos, se apoderase de los
sospechosos entre los p a r d o s y m o r e n o s l i b r e s ,
y usase d é l o s « medios violentos » necesarios
para forzarlos á revelar sus cómplices. Con
esta autorización eufemística otorgada á mili,
tares de inferior graduación, á fiscales impro-
visados, comenzó en aquella región una zara-
banda infernal, una danza general de la muerte,
que durante medio siglo se ha recordado con
e s p a n t o . El aquelarre de f i e r a s entendió por
« m e d i o s violentos» el derecho de azotar, des-
nudos, atados boca abajo, hasta morir, á los
sospechosos recalcitrantes, mientras no confe-
sasen y denunciasen á sus cómplices supuestos;
y los fiscales, a c o m p a ñ a d o s de un secretario
y dos verdugos, se repartieron por pueblos y
2.0
350 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ciudades en busca de víctimas que atormentar.


Desde, mucho antes, desde el principio, se p r o -
cedía de igual manera con los esclavos, é infi-
nitos perecieron bajo el látigo dentro del r e -
cinto de las fincas, donde quedaban ahogados
sus g e m i d o s ; pero á los negros y mulatos li-
bres de los pueblos no podía tratárseles de tan
s u m a r i a é informal m a n e r a , y con ese objeto s e
solicitó la autorización deO'Donnell. P o r un
lado los propietarios asustados vieron en ella
un modo de suprimir esos libertos atrevidos que
osaban soñar con la libertad de su raza; y
por otro los fiscales el de llenar sus propios
bolsillos explotando, saqueando, sometiendo
en secreto á rescate á esos infelices, pues m u -
chos, en situación holgada de fortuna g a n a d a
con su trabajo ó heredada, por librarse del
horrible y humillante vapuleo, sacrificaban
cuanto tenían. L o s que, confiando en su ino-
cencia, carecían además de medios de s o -
bornar al fiscal y no podían denunciar cóm-
plices de crímenes inexistentes, morían ama-
r r a d o s á la escalera en que los azotaban,
ó eran condenados luego á ser p a s a d o s por las
a r m a s . El espectro del abolicionismo, de la
formidable propaganda que, para hacerla m á s
odiosa, suponían fomentada entre la clase de
color por el oro de Inglaterra, por las intri-
gas de la nación vecina que había libertado
cientos de miles de esclavos en Jamaica y en
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 351

sus otras islas, y que con la excusa de perse-


guir á los importadores de esclavos de África,
introducía en los campos de Cuba sus cón-
sules y agentes secretos, explicaba, disculpaba
á los ojos de m u c h o s los h o r r o r e s de la re-
presión. Represión fué en resumen lo que
hubo, bárbara y t r e m e n d a ; conspiración real
y verdadera nunca existió.
Plácido, que en Trinidad redujeron á p r i -
sión el año antes, sospechado de p r o p a g a r
ideas abolicionistas, no podía menos de sufrir
idéntico percance ahora que el foco de la gran
conspiración se suponía en Matanzas, su resi-
dencia, donde eran conocidos su prestigio é
influencia entre la gente de color y donde sa-
bían muchos de memoria y repetían un soneto
en que proclamaba su juramento de :

ser e n e m i g o eterno del tirano...


y morir á las m a n o s de un v e r d u g o
si e s n e c e s a r i o por r o m p e r el y u g o .

Más de dos meses antes de la fecha del de-


creto de O'Donnell, el 29 de Febrero de 184/1,
había sido encerrado en la cárcel. Acaso debió
á esa temprana prisión el no haber sido azo-
tado, como tantos lo fueron; pudiera ser.
Entró muy convencido de que saldría pronto
inmune como en Trinidad, y que mientras
tanto podría desde la prisión continuar escri-
biendo para la Aurora. No se sentía esta vez
352 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

más culpable, ni en m a y o r peligro por consi-


guiente ; aunque desde la primera declaración
e n que oyó preguntarle si era agente del
cónsul inglés y de sociedades en la Habana
establecidas en favor de la emancipación de
los negros, debió comprender cuan serio era
el caso, dados los temores y prejuicios que
dominaban, las n i n g u n a s g a r a n t í a s del proce-
dimiento militar y la facilidad de obtener en
el secreto del sumario, por medio de castigos,
cuanto se quisiera de los infelices azotados.
Así fué p r e c i s a m e n t e ; los fiscales buscaban
los jefes d é l a conspiración, y aunque Plácido,
ni por su carácter de conocida volubilidad ni
por sus ocupaciones habituales, había mos-
trado tendencia alguna á encabezar movi-
mientos revolucionarios, era de t o d o s modos
uno de los indicados en concepto del gobierno
por sus versos más ó menos atrevidos y su
notoriedad. Como agente abolicionista lo de-
nunciaron, pues, tantos testigos cuantos los fis-
cales quisieron. Los declarantes morían bajo
el látigo, enterrábanlos en seguida como falle-
cidos de enfermedad, y las declaraciones que-
daban, autorizadas con la firma del fiscal y el
secretario, pues los n e g r o s las más veces no
lo hacían « por no saber escribir ».
El pobre encarcelado, que siguió mucho
tiempo alimentando la esperanza de salvarse
de las garras del Consejo de guerra, debió al
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 353

fin abandonar su ilusión ante el sesgo que la


causa tomaba; y el desengaño le causó la más
dolorosa sorpresa. Bien resuelto á fusilarlo,
fué sin embargo el presidente mismo de la
Comisión, el brigadier Salas, con cinismo mal-
vado, á aprovecharse de su deseo natural de
vivir, de la honda sacudida nerviosa que la
imagen de la muerte próxima había de pro-
ducir en suapasionado temperamento. Aconse-
jóle siniestramente que apelase á << la humani-
dad » del Capitán general por medio de una
exposición, en que mencionase como agita-
dores y enemigos de la trata y de la esclavi-
tud (ambas cosas á los ojos del gobierno de-
bían ser igualmente intangibles) á varias de
las personas más distinguidas del país. La
exposición, toda de su letra, firmada y fechada
en la « Real Cárcel de Matanzas » el 23 de
Junio, se conserva, autorizada ne varieiur por
firma entera del brigadier Salas, quien, como
en el cuerpo de ella se dice, ofreció al supli-
cante su mediación con la autoridad supe-
rior (i). De nada valió por de contado. Obte-
nidas las seudodenuncias que contenía y que
sirvieron de base provisional y bien delezna-

(1) P o s e e h o y el o r i g i n a l el Sr. S a n g u i l y y un f a c s í m i l e
d e la ú l t i m a p a g i n a ha s i d o p u b l i c a d o p o r él e n El Fígaro,
de la H a b a n a , e n Marzo d e 1902. U n l a r g o e x t r a c t o s e
e n c u e n t r a en la o b r a Iniciadores y Primeros mártires de la
Revolución Cubana p o r V. M o r a l e s y M o r a l e s ( H a b a n a ,
1901).
20.
354 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

ble á procesos contra personas eminentes y


puras, como Luz Caballero, Domingo del
Monte y otros, el débil é iluso cantor no les
interesaba mas, y se mandó seguir su curso á ;

la justicia. El día 27 del mismo mes fué puesto


con diez más en capilla, para morir al siguiente
fusilados por la espalda en campo próximo á
la ciudad.
Según pública voz y fama, escribió Plácido
en la capilla tres poesías, después muy leídas
y celebradas : Adiós á mi lira,Despedida á mi
madre y Plegaria á Dios. Antes, pero en la
cárcel siempre, había compuesto el soneto
La Fatalidad, ya citado. Es bien inverosímil
que en menos de veinticuatro horas pasadas
en capilla hubiera podido ver á varias per-
sonas, prepararse á morir larga y contrita-
mente, otorgar una memoria testamentaria,
que impresa ocupa una página en octavo de
letra mediana, escribir la carta á la esposa, y
componer además esas tres composiciones,
muy diferentes entre sí y que, envueltas en la
aureola del sacrificio final, se han colocado
largo tiempo entre sus mejores.
Como en tiempo de España no era lícito á
los cubanos discutir, ni verbalmente ni por
escrito, materia de esa naturaleza que pudiera
tender á mantener viva y gloriosa la memoria
de un ajusticiado, todos aceptamos desde
luego como auténticas las tres composiciones,
GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS 355

que nos servían también para hacer aparecer


tan odiosa é inicua como realmente era la
conducta del gobierno.
Si nó en la capilla, pudo, es verdad, compo-
nerlas antes, en cualquier tiempo durante los
cuatro meses que pasó en la prisión, pero esto
les quitaría mucho de su interés y las conver-
tiría casi en ejercicio de retórica, escritas de
propósito para que pareciesen obra de las
últimas h o r a s . Hoy el problema es de m u y
difícil ó imposible resolución; los que pudieran
informamos, es decir, m u y pocos de los que
en i844 tenían edad de h o m b r e no existen ya, y
ni siquiera se ha podido averiguar cómo pasa-
ron esos originales á poder del que los impri-
mió después en Matanzas, en un cuaderno,
anunciando en la portada como impreso en
Veracruz.
Solamente dos documentos poseemos escri-
tos indudablemente de mano de Plácido en la
capilla : la carta de despedida a la esposa, muy
breve, m u y tierna, de unos cuatro renglones
nada m á s ; y la memoria testamentaria, ya
mencionada, dirigida también á la esposa, que
con él suscribieron el escribano Z a m b r a n a y e l
fiscal González para darle validez legal, que se
archivó en la Escribanía de Guerra, que se
conserva y se ha publicado. Este documento
es m u y curioso, muy extraño. No parece es-
crito por persona en posesión cabal de sus
356 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

facultades, cosa que á nadie puede sorprender


en tan horrorosa situación. Fuera de sí úni-
camente podía un poeta cubano, condenado á
muerte por españoles, recomendar á su con-
fesor, al cura párrroco de Matanzas, cubano
también, que mandase « imprimir con letras
doradas la oda de D. Manuel José Quintana
que está en la Corona fúnebre de la Excma.
Sra. Duquesa de Frias y se la regale á España
en nombre dé Plácido », y á renglón seguido
añadir : « dejo memorias á D. Francisco Mar-
tínez de la Rosa, á D. Juan Nicasio Gallego y
á Zorrilla », con este inexplicable comentario
inmediato : « No dejo expresiones á ningún
amigo, p o r q u e sé que en el mundo no los
hay. » El que de tal modo desvariaba en la
enajenación de su dolor inmenso, difícilmente
hubiera podido escribir al mismo tiempo ver"
sos bien medidos y concertar correctamente
estrofas complicadas.
Varios testigos presenciales concuerdan en
afirmar que recorrió, sereno, erguido, el no
corto trayecto entre el hospital de Santa isa-
bel y el lugar de la ejecución. Iban j u n t o s los
once condenados, con las m a n o s atadas, cada
uno con un sacerdote al lado, numeroso golpe
de tropa en torno, además de los fiscales y
demás representantes de la autoridad. Plá-
cido, según todos, recitaba versos suyos en el
camino. Al llegar, y al sentarse en uno de los
GABRIEL DE LA C O N C E P C I Ó N VALDÉS 357

once banquillos de madera p r e p a r a d o s de an-


temano, protestó una vez más de su inocencia
y emplazó nuevamente ante Dios á sus ver-
dugos. Las descargas partieron j u n t a m e n t e ,
pues detrás de cada reo se colocaron cuatro
soldados y una misma señal sirvió para todos.
Plácido quedó herido levemente en un h o m -
bro, se incorporó hasta donde las ligaduras lo
permitían, y exclamó : « Adiós, m u n d o . . . ¿ No
hay piedad para m í ? . . . F u e g o , a q u í . . . » Dos
tiros más á quema ropa pusieron término á
la horrible e s c e n a .
Ignórase á punto fijo cuáles versos recitaba
en su marcha al suplicio. La versión más acre-
ditada dice que fueron algunos de la Plegaria
á Dios, pero el escribano Zambrana, que for-
maba parte del cortejo, afirmó sin vacilación
á Manuel Sanguily, que él oyó claramente,
los últimos del soneto La Fatalidad :
Y si sucumbo á tus decretos duros,

Diré como el ejército cruzado


Exclamó al divisar los rojos muros
De la santa Salen : « Dios lo ha mandado. »

Parece más de atenderse el testimonio del


escribano que el de los que, al borde del c a -
mino, vieron pasar el fúnebre cortejo, entre el
ruido de las voces, los p a s o s , las armas y los
tambores d e s t e m p l a d o s .
La Plegaria es la mejor de las cuatro com-
358 BIOGRAFÍAS AMERICANAS

posiciones, es digna de él; las otras son m u y


inferiores, especialmente el Adiós á mi lira, á
pesar del verso :

Ay ! me llevo en la cabeza un mundo !

que se diría eco de aquella frase que se atri-


buye á Andrés Chénier j u n t o á la guillotina:
Pourtani il g avaií qaelque chose-lá! La Ple-
garia también es la más verosímilmente suya,
la más conforme á la situación. Su estilo, su
afición á voces técnicas, á adjetivos repetidos,
su misticismo elemental, resaltan bellamente,
sin exceso, en varias estrofas; en ésta, por
ejemplo :

Estorbadlo, Señor, por la preciosa


Sangre vertida, que la culpa sella
Del pecado de A d á n , ó por aquella
Madre candida, dulce y amorosa,
Cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa
Siguió tu muerte como heliaca estrella.

Las dudas, repito, permanecen en pie, irre-


ducibles. Agregan un motivo más de interés
á la historia de este vate, por tantas razones
infortunado, único de su raza en la América
española, que en tierra de esclavos, donde
aun los que nacían libres como él eran vir-
tualmente esclavos, llegó en poesía á grado
tan alto ; para perecer muy temprano, falsa-
mente acusado de crímenes que no cometió,
GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS 359

que aun cometidos no hubieran podido califi-


carse como tales, víctima en definitiva de la
fatalidad de su nacimiento, del color de su
rostro y de la sangre mezclada que palpitaba
en sus arterias. Cuba en él reconoce h o y uno
de sus mártires, una de las víctimas de su
sangrienta historia. Nada importa ya la debi-
lidad pasajera que por breve término e m p e -
queñeció su alma, rebajó su carácter, en el
último mes de la prisión ; todo queda des-
vanecido, todo confundido entre el fulgor
rojizo del disparo de las armas de fuego
que lo mataron.

FIN

17-4-06. — T y p . H . GARNIER, P a r í s ( A r . l t . )
ÍNDICE ALFABÉTICO

Abascal y Sousa (J.-F.), Arango (A.), 132.


200. Areisteguieta de Zárraga
Adams (J.-Gj.), 139, 255. (M.), 318.
Aguado (A.-.M.), 75. Arenales (J. A.), 60, 62.
Aidama (M.), 133. Arguelles (A), 88, 89.
Alejandro .Magno, 25. Ashburton (Lord), 277.
Alí-Bajá, 311. Aureola Poética, 336.
Almagro (D.), 9<S. Aurora de Matanzas, 335,
Alvear ( C ) , 36, 37, 38. 345, 346, 351.
Amadeo I, 151.
América (La), 10o. Bailen ( C ) , 198, 200, 214,
América Poética, 216. 215, 231, 247.
A m u n á t e g u i (G.-V.), 290, Banks (N.-P.), 188.
291. Baralt (R.-M.), 287, 318,
A m u n á t e g u i (M.-L.), 244, Becerra (M.), 167, 168,
290, 291. 175, 176, 184. 189.
Anales desde 1843, 152. Belgrano (M.), 4 0 , 5 3 .
Ángulo (H.), 283. Bell ( J . ) , 2 ü l .
Antología de poetas his- Bello (A.), 214, 226, 244,
pano americanos, 197, 246, 288, 291.
215, 216. Bliss (Dr.), 144.
Apuntes biográficos de Boileau (N.), 213.
D. José Joaquín Ol- Bolívar ( S . ) , 1-29, 31, 33,
medo, 247. 3 8 , . 6 5 , 69-73, 198, 200,
21
362 ÍNDICE ALFABÉTICO

212-218, 220, 223, 224, Cincinato, 31.


232-234, 237, 240, 245, Cisneros (B.), 3o.
247, 307-310, 313, 326. Clay (H.), 274.
Boves (J.-T.), 10, 12, 285, Cochrane (Lord), 58, 61,
288,311, 315, 320. 71.
Buchanan (G.), 153. Colección de Escritores
Burke (E.), 250, 270, 271. Castellanos, 214.
Colón ( C ) , 1, 22, 109.
Cabana del tío Tomás,329. Concha (J.-G.), 93-96,101.
Cagigal (J.), 308-312. Corona Fúnebre, 356.
Calhoun (J.-C), 258, 262, Cortés (H.), 3, 50.
268, 269, 274. Creswell ( J . - A . ) , 181.
Campana de Huesca (La), Cristina de Borbón, 340,
114. 341.
Cánovas del Castillo (A.), Cromwell (O.), 63.
99, 108-112,129. Cuervo (A.), 213, 214.
Canterac (J.), 234. Cuervo (R.-J.) 213, 214.
Cañete (JVL), 214, 211.
Carbó (P.), 215. Daguerre (L.), 224.
Carlos IV, 296. Demóstenes,249,270,271.
Carlos V, 11. Diario de la Marina, 103.
Carlos María (Don), 230. Díaz del Moral, 187.
Carlota Joaquina de Bor- Diccionario de Bibliogra-
bón, 230, 231. fía, 303.
Carlyle (Th.), 262. Dictionary of Anonymous
Caro (M.-A.), 214, 280. and Pseudongmous Li-
Carta sobre Olmedo, 241. leralure, 299.
Casa-León (Marqués de), Dict. of National Biogra-
319. phy, 299.
Castellanos (J.), 293, 294. Divine Épopée (La), 246.
Céspedes (C.-M.), 8 0 , 1 2 5 , Dulce (D.), 101, 105, 115,
148. 131, 135, 184.
Cevallos ( P . - F . ) , 238.
Chénier (A.), 358. Elegías de Varones Ilus-
Cienfuegos (N.-A.), 226, tres, 293.
296. Emerson (R.), 273.
ÍNDICE ALFABÉTICO 363

Ensayos biográficos, 213. Gray (Th.), 280.


Espartero (B.), 91. Greene (Ch.), 254.
Esquines, 261. Guatimozin, 221.
Guiteras (P.-J.), 330, 335,
Falguiére (A.), 215. 346.
Fernando VII, 11, 21, 35, Gutiérrez ( J . - M . ) , 198,
42, 86, 229, 284, 300, 216, 224.
342.
Fígaro (El), 353. Hámilton (A.), 143.
Fillmore (M.), 256, 278. Hárrison ( W . - H . ) , 256.
Fish (H.), 140-147, 1 5 0 - Hayne (R.), 258, 260, 262,
158-172, 177, 180, 183, 268, 270, 274.
187, 188, 192. Heredia ( J . - F . ) , 283, 327.
F i s h (N.), 143, 191. Heredia (J.-M.), 252, 288,
Flores (J.-J.), 38, 200, 206, 290. 294, 298, 323, 339.
236-244, 247. Heredia (J.-M. de), 294,
Flores Estrada (A.), 88. 339.
Foote ( S . - A . ) , 257, 260. Heredia (M. de), 294.
Forbes ( P . - S . ) , 152, 159, Heredia (P. de), 293, 294.
161, 163. Herrera (P.), 215, 247.
Forner (J.-P.), 296. Hevia (D.), 280.
Franklin (B.), 66. Hidalgo (D.), 303.
Freiré (M.), 171. Hijo de maldición (El.),
Frías (Duquesa), 356. 345.
Historia de América, 302.
Gaceladela Habana, 129. Historia de la Revolu-
Gallego (J.-N.), 356. ción hispanoamerica-
Gates (H.), 254. na, 313.
Genlis (Condesa), 336. Historia de San Martín,
Geografía general, 10. 52, 72.
Godoy (M.), 296. Historia secreta de la
Goldsmith (L.), 299. Corte y Gabinete de
González (R.), 355. Sainl-Cloud, 298.
Grant ( U . - S . ) , 136, 140- Hojas Literarias, 330.
144, 152, 159, 177, 180, Horacio 213.
182, 190. Huayna-Cápac, 221.
364: ÍNDICE ALFABÉTICO

Icaza (R.), 209. Marcy ( W . - L . ) , 95.


Información sobre Refor- Marfori (C.), 152.
mas, 120. Maroto (R.), 46.
Iniciadores y primeros Martínez Campos (A.),l 24,
Mártires, 353. 177.
Isabel II, 123,128,129,340. Martínez de la Rosa (F.),
Iturbide (A.), 25. 336, 343, 356.
Martos ¡ C ) , 189, 190.
Jackson (A.), 260. Matoso ( D . - F . ) , 332, 345.
Jéfferson (Th.), 7. Medina ( C ) , 198, 199.
Johnson (A.), 136. Mejía ( J . ) , 228.
Johnson (R.), 146. Meléndez (J.), 212.
Juicio critico de algunos Memorias sobre las Revo-
poetas hispanoameri- luciones de Venezuela,
canos, 290. 283, :-¡26.
Mena (B.), 132.
Lafayette (M.), 253. Menéndez y Pelayo (M.),
Lafond (G.), 71. •197, 215, 216, 220.
La-Mar (J.), 245, 246. Mera (J.-L.), 241.
Layard (A.-H.), 190. Mieses (M.-F.), 294.
Lee (S.), 299. Milanés (J.-J), 335.
Lersundi (F.),122,128,152. Miller ( W . ) , 6.
Leyendas históricas de Miranda (F.), 8, 38, 303,
Venezuela, 318. 326, 327.
Lincoln (A.), 136, 281. Mitre, (B.), 52, 72.
Lincoln (B.), 254. Miyares ( F . ) , 301, 302,
Logan (J.-A.), 188. 305,311.
López (N.), 93. Monroe (J.), 22, 137, 138.
López de Ayala (A.), 129. Monte (D. del), 354.
Louverture (Toussaint), Montenegro, 10.
297. Monteverde ( D . ) , 8 , 9 , 285,
Lutero (M.), 96. 286, 288, 303-308, 3M,
Luz y Caballero (J.), 354. 314, 318, 320, 321.
Montezuma, 221.
Madrid (J.-F.), 214. Morales Lemus (J.), 77,
Manzoni (A.), 5. j 195.
ÍNDICE ALFABÉTICO 365

Morales y Morales (V.), Pavía (General), 124


363. Pezuela ( J . ) , 59, 60.
Morillo (P.), 1 2 , 1 6 , 21,42, Piar ( M . ) , 16.
285, 287, 312, 317, 322. Pierce (F.), 94, 95, 279.
Moxó (S.), 10, 315, 316, P i n t ó (R.), 93, 94.
318, 320, 322. Pirala ( A . ) , 152.
Mundo Nuevo (El), 214, Pizarro ( F . j , 3, 98.
330. Plácido, 92, 329-359
Muros (Vid. Someruelos). Plácido y Blanca, 336.
Platt (O.-H.), 100.
Napoleón, 11, 18, 25, 33, Pombo (R.), 215.
46, 213, 284, 299, 338. Pozos Dulces (Conde de),
Napoleón III, 137. 102-104, 106.
Narváez (R.-M.), 91, 108, Prescott ( W . ) , 253.
109, 152. Prim ( J . ) , 151-153, 159,
Navarrete (M.-F.), 303. 161-167, 169, 484, 188,
Norofla ( C ) , 296. 189, 190.
Pueyrredón ( J . - M . ) , 48.
Obras de Don Andrés
Bello, 289. Quintana ( M . - J . ) , 98, 226,
Odoardo ( C ) , 317, 319, 227, 296, 356.
322. Quitman ( J . - A . ) , 98, 95,
O' Donnell (L.), 91, 92, ~ 96.
101, 108, 348, 350, 351.
O'Higgins (B.), 43,46, 47, Rawlins ( J . - A . ) , 142, 144,
49, 58, 63, 65, 74. 147-150, 159, 168, 179,
Olmedo ( J . - J ) , 197-247. 181, 183.
Ordoílez, 29. Rendón ( V . - M . ) , 215.
Orgaz (F.), 342. Repertorio Americano,
Osorio (M.), 48, 49, 54. 288, 291.
Oviedo (G.-H.), 294. Repertorio Colombiano,
214.
Padilla ( J . ) , 340, 341. Riego (R.), 326.
Páez ( J . - A . ) , 16, 17, 28, Rienzi ( C ) , 25.
313. Rivas (Duque de), 214.
Parker (Th.), 254. Rivero ( N . - M . ) , 189, 190.
366 ÍNDICE ALFABÉTICO

Robertson (W.), 302, 303. Someruelos (M. de), 301.


Roca (V.), 24S. Soumet (A.), 246.
Rocafuerte (V.), 238, 243, Stephen (L.), 299.
Rodas (Caballero de), 184. S t u y v e s a n t (P.), 143.
Rojas ( A . ) , 318. Sucre (A.-J.), 22, 23, 29,
Roosevelt (Th.), 191. 38, 217, 232, 236, 237.
Rosas (J.-M.), 76. Súllivan (J.), 254.
Rossini ((.i.), 75. Sumner (Ch.), 146, 147.

Saco (J.-A.), 93. Tacón (M.), 87, 89, 92,


Salas (F.), 353. 101.
Salustio, 324. Tirteo, 292.
Sanguily (M.), 330, 353, Toro (Marqués de), 802.
357. Torrente (M.), 287, 312.
San Martín (J.). 23, 24, Torres Caicedo (J.-M.),
31-76, 234. 213.
San Martín (Juan), 31. Torre Tagle( Marqués de),
Scott ( W . ) , 278, 279. 69.
Secreí history of ihe Tovar de Buroz (J.-A.),
Courl of Saint-Cloud, 318.
299. Traducciones Poéticas,
Serna (J. de la). 60. 280.
Serrano (F.), 101, 103, Tristan (D.),68.
107, 168. Trophées (Les), 294.
Seward ( W . - H . ) , 137. Tyler (J.), 256.
Sickles (D.-E.), 153, 157,
160-172, 175-178, 181, Vadillo ( P . de), 293.
184, 1X6, 187, -190, 194. Valdés (G. de la C ) , 329-
Siglo (El), 78, 79, 102- 359.
-107. Vázquez ( C ) , 335.
Silvela (M.), 163-169, 184- Veguero (El), 345.
186, 189. Vespucio (A.), 22.
Sobieski ( J . ) , 3 í l . Vida de D. Andrés Bello,
Sobre la Corona, 249, 244.
261, 270. Vida del Padre Las
Solano (F.), 34. Casas, 98.
ÍNDICE ALFABÉTICO 367

Vida de Rufiuo Cuervo, W e b s t e r (D.), 249-281.


213. W e b s t e r (E.), 231.
Voltaire ( F . - A . ) , 213. W e y l e r (V.), 99, 120.

W a r r e n (D.). 2S3. Zambrana (M.), 355, 357.


W a s h i n g t o n (G.), 31, 40, Zorrilla (J.), 346, 356.
66, 213,221, 254.
ÍNDICE DE MATERIAS

S i m ó n Bolívar 1
El General San Martín 31
José Morales Lemus, primer Ministro de Cuba en
los Estados Unidos 77
José Joaquín de Olmedo :
I. Poesías inéditas -197
II. El Canto á Junín 212
III. Rasgos biográficos 227
Daniel W e b s t e r 249
José Francisco Heredia, Regente de la Audiencia
de Caracas . . . 283
Gabriel de la Concepción Valdés [Plácido). . . 329
índice alfabético 361

P A R Í S . — Tip. GARNIER HERMANOS. — E.-A.


1002055853

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