La Ley: Introducción Al Derecho
La Ley: Introducción Al Derecho
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INTRODUCCIÓN AL DERECHO
EDICIÓN ACTUALIZADA Y AMPLIADA
LEGALPUBLISHING
INTRODUCCIÓN AL DERECHO
© AGUSTIN SQUELLA NAROUCCI
2014 Legal Publishing Chile • Miraflores 383, piso 1O, Santiago, Chile • Teléfono: 25105000 • www.legalpublishing.cl
Registro de Propiedad Intelectual N° 237.955 • I.S.B.N. 978 - 956 - 346 - 479 - 5
Edición actualizada febrero 2014 Legal Publishing Chile
Tiraje: 1000 ejemplares
Impresores: CyC Impresores - San Francisco 1434, Santiago
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La Ley N° 17.336 sobre Propiedad Intelectual prohíbe el uso no exceptuado de obras protegidas sin la autorización expresa de los titulares de los
derechos de autor. El fotocopiado o reproducción por cualquier otro medio o procedimiento, de la presente publicación, queda expresamente
prohibido. Usos infractores pueden constituir delito.
A mis alumnos de Introducción al Derecho de los últimos cuarenta años,
con la certeza de que su proximidad y estímulo resultaron para mí indispensables,
y con la esperanza de que las lecciones que recibieron les hayan sido provechosas.
ÍNDICE
Página
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
CAPfTULO I
EL DERECHO: UN PIANTEAMIENTO INICIAL
CAPfTULO 11
DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA
PRIMERAPARTE. NATURALEZA
Y SOCIEDAD. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
l. LA NATURALEZA Y LASOCIEDAD.El hombre en la naturaleza y
en la sociedad. Leyes de la naturaleza y normas de conducta.
Principio de causalidad y principio de imputación. Ciencias
naturales y ciencias normativas. Los aportes de Popper y
Kelsen. Physis y nomos ............................................................. . 21
2. VIDA HUMANAY NORMASDE CONDUCTA.Clases de normas. El
núcleo común de las distintas clases de normas. El origen eti-
mológico de la palabra "norma". Las dificultades del concep-
to de norma: un episodio divertido entre Kelsen y Hart ............. . 40
3. VoN WRIGHT Y LAS NORMASDE CONDUCTA. Seis tipos de
normas. Tipos principales y tipos secundarios de nor-
mas. Las prescripciones como un tipo de normas: ca-
rácter, contenido, condiciones de aplicación, autoridad
normativa, sujeto normativo, ocasión de la aplicación,
ÍNDICE
Página
Página
CAPfTULO III
Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA
Página
CAPfTULO IV
LA.sFUENTES DEL DERECHO
PRIMERA PARTE. FUENTES MATERIALES Y FUENTESFORMALESDEL
DERECHO.............................................................................................. 249
l. INTRODUCCIÓN. Normas jurídicas y fuentes del dere-
cho. Diversas acepciones de la expresión "fuentes del
derecho" en la literatura jurídica. ........................ ........................ 249
2. LAs FUENTESMATERIALES DEL DERECHO.Concepto. Explica-
ción. Perspectivas para el estudio de las fuentes materiales.
La idea de fuerzas modeladoras del derecho................................. 252
3. LAs FUENTESFORMALES.Concepto. Identificación. Clasifi-
cación. ..... ...... ............................................................................. 259
SEGUNDAPARTE. LAS FUENTESFORMALESDEL DERECHOCHILENO............. 265
1. LA LEGISLACIÓN.Ley en sentido amplísimo, ley en sentido
amplio y ley en sentido estricto. Constitución y control
de constitucionalidad. Algo más sobre la Constitución.
Derecho Constitucional. Constitucionalización. Cons-
titucionalismo. Estado Constitucional. Neoconstitucio-
nalismo. Ley. Efectos de la ley. ¿Desde cuándo y hasta
cuándo rigen las leyes? ¿En cuál territorio valen las leyes?
¿A quiénes obligan las leyes? Tratados internacionales.
Decretos con jerarquía de ley. Manifestaciones de la
potestad reglamentaria. Autoacordados. ...................................... 265
2. LA COSTUMBREJURfDICA. Concepto. Elementos. Paralelo
entre legislación y costumbre jurídica. Clasificaciones.
Valor de la costumbre jurídica en el ordenamiento jurídico
chileno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
ÍNDICE V
Página
CAPfTULO V
EL ORDENAMIENTO JURfDICO
Página
CAPfTULO VI
INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO
Página
Página
CAPfTULO VII
FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO
CAPfTULO VIII
EL CONCEPTO DE DERECHO
Página
De más está decir que al estar este manual destinado a los estudiantes, ello
no excluye la necesidad de asistir a clases. Sin exagerar, la clase constituye un
momento irremplazable en el proceso de conocimiento y comprensión de las
materias por parte de los estudiantes. Un texto es sólo un texto y nada puede
sustituir a ese momento oral en el que, cara a cara, profesores y alumnos toman
un primer contacto con las materias y tienen la posibilidad de expresar dudas
y discutir conclusiones.
saber, que el texto termine pareciéndose a un ensayo o que acabe siendo una
exposición más o menos trivial de materias que tienen que ser memorizadas
por los alumnos. Huelga decir que, consciente de ambos riesgos, intenté evitar
tanto uno como otro, aunque no estoy seguro de haberlo conseguido. Por mo-
mentos, este manual toma probablemente la densidad y el tono de un ensayo
académico, mientras que en otros no pasa de ser una mínima y seguramente
insuficiente presentación de ciertas materias. Al tanto de lo anterior, sólo me
queda el consuelo de que al escribir un autor nunca consigue plenamente sus
propósitos, aunque abrigo la esperanza de que haya pasajes de esta obra, aun-
que sean escasos, en los que el punto que se buscó dar con ella se encuentre
conseguido al menos en alguna medida importante.
servo la esperanza de que este libro corttinúe prestando ayuda a quienes cursan
la primera de esas asignaturas. Pocas cosas han resultado más gratificantes en
mi vida académica que recibir una espontánea carta o mensaje electrónico de
estudiantes de derecho de distintas universidades y de diferentes regiones del
país, a quienes no conozco, y que afirman haber conseguido provecho con la
lectura de este libro.
Por último, tengo que agradecer a varias personas e instituciones cuya co-
laboración y apoyo resultaron decisivos para la preparación de esta obra.
Por lo mismo nada puede reemplazar ese momento, que se repite tres o
cuatro veces cada semana, en el que uno deja momentáneamente la oficina
que ocupa en la facultad, ingresa luego a una sala de clases, cierra la puerta
tras de sí, espera a que se haga silencio y vuelve a tomar ese contacto severo,
profundo, entretenido, cálido, indispensable, con estudiantes que están allí
aguardando no al que sabe, sino al que puede ayudarles a llegar a saber.
Todo profesor percibe que al cabo de ese momento, esto es, cuando concluye
una clase, la sensación con la que uno vuelve a su despacho o sale a la calle no
es siempre la misma. Puede ser de satisfacción, pero también de descontento.
Lo notable, en todo caso, es que, cualquiera sea la sensación con que dejamos
la sala de clases, volvemos a ella la siguiente vez como si algo extraño y seductor
estuviera de nuevo por ocurrir.
AGUSTÍN SQUELLA
noviembre de 2013
CAPÍTULO I
EL DERECHO: UN PLANTEAMIENTO INICIAL
EL DERECHO: UN PLANTEAMIENTO INICIAL
Este nuevo uso de la palabra "derecho" pone de manifiesto que ese mismo
término se utiliza para designar tanto a un objeto por conocer (el derecho en
el primero de nuestros significados técnicos) cuanto al saber que se constituye
acerca de ese objeto (derecho en el cuarto de nuestros significados).
Tratándose de otros objetos y saberes, ese doble uso de una misma palabra
no se produce. Los astros son una cosa y la astronomía otra. Los astros son
un fenómeno, algo que existe en la realidad, y constituyen objeto o materia
de un sa ber, aunque a este sa ber no se 1e 11 ama "astros " , sino
. "astronom1a,,, ,
merced a lo cual queda su~cientemente diferenciado el objeto por conocer
(los astros) y el saber que los conoce (la astronomía). En cambio, tratándose
de nuestro caso, un objeto por conocer (el derecho como fenómeno social)
tiene el mismo nombre del saber que se ocupa de él, lo cual puede constituir
fuente de confusiones y malentendidos.
ca" obliga a explicar por qué se utiliza en ella la palabra "dogmática''. Sobre el
particular, digamos que poder rotular o no a la llamada "ciencia del derecho"
como tal va a depender del concepto que utilicemos de ciencia. Si ese con-
cepto es suficientemente amplio como para dar cabida al saber de los juristas
acerca del derecho, entonces podríamos calificar a ese saber de científico, pero
si el concepto de ciencia que utilizamos es más estricto, lo más probable es
que no podamos rotularlo como ciencia. Y en cuanto al término "dogmática''
que aparece en la expresión "dogmática jurídica'' -una denominación muy
frecuente para lo que acabamos de llamar "ciencia del derecho"-, él se explica
por cuanto los juristas, agentes del conocimiento científico o dogmático de
un derecho dado, deben ceñirse a las normas y otros estándares de ese derecho
sin poder sustituirlos por otros que pudieran resultar más de su agrado. La
dogmática jurídica no es dogmdtica en cuanto trabaje con dogmas -esas normas
y otros estándares que forman parte de un derecho dado- ni en cuanto a que
lo sean los enunciados o proposiciones que los juristas formulan a propósito
de tales normas y estándares, sino sólo en cuanto _aquellos les son dados, de
manera objetiva, como un dato previo a su trabajo. En cualquier caso, para
un tratamiento más exhaustivo de ese punto pueden verse las páginas 186 y
siguientes de mi libro Filosofla del Derecho.
A propósito siempre del derecho y del saber que se ocupa de él, acostum-
bra distinguirse entre normas jurídicas y proposiciones jurídicas. Las primeras
son las que forman parte del derecho, de un determinado derecho, de un
ordenamiento jurídico vigente en un lugar y tiempo dados, y, como tales,
provienen de autoridades normativas con competencia para crearlas y tienen
por función prescribir comportamientos de los sujetos normativos imperados
por ellas, mientras que las segundas forman parte de la ciencia del derecho,
provienen de los juristas que cultivan ese saber e identifican e interpretan las
normas de un ordenamiento jurídico. Así, una es la norma de un Código
penal que prescribe "el que mate a otro sufrirá X pena" y otra la proposición
que formula un estudioso del Derecho Penal, ya sea en una lección oral o en
un manual de la especialidad, que informa acerca de que "De acuerdo con el
derecho penal chileno el que mate a otro deberá sufrir X pena".
Por último, un quinto uso de la palabra "derecho" aparece cada vez que
la utilizamos para aludir a un probable conjunto de normas y de principios
anteriores y superiores a los ordenamientos jurídicos dotados de realidad y
vigencia históricas, anteriores incluso al Estado, dictados por Dios, inscritos
en la naturaleza racional del hombre o ínsitos en la naturaleza de las cosas, y
CAPfTULO l. EL DERECHO: UN PLANTEAMIENTO INICIAL 15
Pues bien, he ahí cinco sentidos técnicos que tiene la palabra "derecho", y
cabe ahora volver sobre la pregunta que dejamos pendiente: ¿en cuál de esos
sentidos se usa dicha palabra cuando la incluimos en la denominación de
nuestra asignatura llamada Introducción al Derecho o en el título del presente
libro? Dicha asignatura y este libro son una introducción al derecho, ¿en cuál
de tales sentidos? ¿En el primero, en el segundo, en el tercero, en el cuarto,
en el quinto, en todos ellos?
Sin embargo, este libro se referirá también al derecho en los otros cuatro
significados técnicos del término, especialmente en el segundo y tercero de
ellos, aunque en menor medida en que lo hará en el primero de los significados
que hemos identificado.
Hay también normas religiosas, desde luego, aunque ellas valen sólo para
quienes libremente adscriban al credo religioso del cual se trate, como amar a
Dios, no incurrir en pecado o asistir a un oficio religioso en un determinado
día de la semana. Si bien importantes para quienes además de creer en Dios
adscriben a una religión y son fieles de una determinada iglesia, en este manual
no trataremos de las normas religiosas, atendida la personalísima esfera a que
ellas pertenecen.
CAPfTULO l. EL DERECHO: UN PLANTEAMIENTO INICIAL 17
Hay igualmente las normas técnicas, por lo común llamadas "reglas técni-
cas", puesto que responden antes a la lógica de la necesidad que a la del deber,
indicándonos no qué debemos hacer sino qué tenemos que hacer para conseguir
un fin práctico determinado -por ejemplo, encender el televisor, construir
un aparato de radio, poner en marcha y conducir un automóvil, practicar
una cirugía de corazón-, y a estas reglas técnicas nos referiremos también,
incidentalmente, en las páginas que siguen de este libro.
Normas como esas, en especial las jurídicas, las morales y las de trato social,
rigen la conducta de hombres y mujeres que viven en sociedad. Por tanto, es
preciso saber algo de la sociedad -y, por contraste, saber algo también de la
naturaleza- y de las normas de conducta que es posible encontrar en aquélla.
Esto quiere decir que primero tenemos que saber de las normas de conducta
en general y luego de esas tres clases o tipos de normas que acabamos de
identificar.
CAPfTULO II
DERECHO, SOCIEDAD y
NORMAS DE CONDUCTA
PRIMERA PARTE
NATURALEZA y SOCIEDAD
1. LA NATURALEZA y LA SOCIEDAD
Ninguna teoría científica acerca del origen del universo excluye la exis-
tencia de un probable Dios creador. Otra cosa es que a muchos no les re-
sulte posible creer en una divinidad de ese tipo. Por otra parte, y a raíz del
ambicioso y fascinante proyecto que busca recrear las condiciones en que
habría tenido lugar la explosión originaria que dio origen al universo -el
llamado big-bang-, recordaremos el episodio que el físico Stephen Hawking
vivió en el Vaticano, el año 1981, y que relata en su libro La teoría del todo.
El origen y el destino del universo. Con una aclaración, sin embargo, a saber,
que una teoría científica como la del big-bang pone al creacionismo contra
las cuerdas, pero no lo noquea, puesto que el ser superior al que algunos
atribuyen el origen del universo bien pudo crearlo valiéndose de una explo-
sión ong1naria.
Cuenta Hawking que durante la década de los 70 del siglo pasado estuvo
dedicado al tema de los agujeros negros y que su interés por la cuestión del
origen del universo se reavivó en 1981, con motivo de una conferencia sobre
cosmología que dictó ese año en el Vaticano, en el marco de una reunión
científica promovida por la Iglesia Católica. Añade Hawking que la Iglesia
del siglo XVII había cometido un lamentable error con Galileo al arrestarlo
por sostener que era la Tierra la que giraba en torno al Sol, y que no dejaba
de constituir un avance que invitara ahora a expertos que la pudieran ilustrar
sobre tales materias. Al final de la reunión se concedió a los participantes una
audiencia con el Papa, quien -sigue diciendo Hawking- "nos indicó que esta-
ba bien estudiar la evolución del universo después del big-bang, pero que no
deberíamos investigar sobre el propio big-bang porque eso era el momento de
la creación y, por consiguiente, la obra de Dios".
Tratándose del tema de la fe religiosa, la pregunta suele ser tan simple como
"¿Cree usted en Dios?", y parece conducir sólo a dos posibles respuestas, sin
dejar espacio, para otras réplicas igualmente plausibles y que sus sostenedores
desearían poder explicar más allá de un simple "sí" o "no". Lo que queremos
decir es que ante una pregunta como esa caben más de las en apariencia dos
únicas respuestas posibles, porque para no pocos hombres y mujeres la exis-
tencia de Dios -utilizando una imagen literaria de John Updike- se presenta
como algo más bien borroso e incógnito, "como una cara a través del cristal
empañado de un cuarto de baño".
En efecto, entre aquellas dos respuestas más habituales -"Sí, creo"; "No,
no creo" - es posible identificar a lo menos cinco diferentes alternativas que
se sitúan en distintos puntos de una extensa línea que se podría trazar entre
ese par de conclusiones extremas y excluyentes.
24 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Dichas posiciones son, en primer lugar, la del que opta por suspender todo
juicio acerca de la existencia de Dios; la del que duda de esta misma existencia;
la del que cree sólo en la posibilidad de la existencia de un ser superior; la del
que afirma la existencia de Dios, pero declara que éste no es cognoscible por
la mente humana; y, por último, la del que únicamente cree que cree.
La segunda posición -todavía más alejada que la anterior del puro y simple
ateísmo, pero distante, a la vez, de la firme actitud del creyente- es la que
consiste en un estado de duda o de indecisión ante Dios. Juan de Mairena, el
fabuloso personaje del poeta español Antonio Machado, constituye un buen
ejemplo de ella, como se desprende de su conocida sentencia: ''A Dios, además
de creer en Él y de negarlo, se puede también dudarlo", frase ésta que recuerda
la ambigua pero sincera invocación del padre del epiléptico en el Evangelio
de San Marco: "Creo, Señor, socorre mi incredulidad".
En fin, hay todavía una quinta posición, parecida a la anterior, mas no igual
a ella, que es la del filósofo italiano Gianni Vattimo, quien dice que "cree que
cree", y que llama incluso a conformarse con eso -a creer que se cree y a no
creer a ciegas-, puesto que sólo una fe débil como esa puede suavizar el men-
saje y proceder de religiones que a lo largo de la historia se han comportado
agresivamente con quienes no compartían su fe.
Quizás valga la pena destacar que el filósofo italiano del derecho Norberto
Bobbio, compañero de Vattimo en la Universidad de Torino, tomó la idea y
el llamado de éste a "creer que se cree", y, ajustándola a la perspectiva de un
agnóstico, declaró por su lado "creer que no creo". Bobbio, quien siempre se
consideró a sí mismo "un hombre de razón y no un hombre de fe", declaró,
explícitamente, "Yo creo que no creo".
"Creo que creo", dice Vattimo, un creyente débil; "creo que no creo",
declara por su parte Bobbio, un no creyente igualmente débil. Una palabra
-"débil" - que puede sonar bien al lado de "no creyente", pero que suena mal
después de "creyente". Con todo, creyentes débiles, esto es, creyentes que sólo
creen creer, se comportan de manera más pacífica y tolerante que quienes
declaran simplemente creer, y lo mismo puede decirse de los no creyentes
débiles respecto de quienes meramente no creen. En ambos casos no triunfan
los fuertes, sino, como cree Vattimo, los moderados, "los que pueden mirar
todo con una cierta ironía, incluida su propia subjetividad".
Por otra parte, es efectivo que hay quienes creen que la sociedad es una
institución natural -El hombre aislado, decía Aristóteles, "o es un bruto o es
un Dios", o sea, algo menos o algo más que un hombre-, pero también hay
quienes sostienen que la sociedad que forman los hombres a partir de cierto
instante es el producto de un pacto que puso término a un estado previo,
llamado precisamente de "naturaleza'', que, según Rousseau, habría sido un
estado de paz y felicidad, y que, según Hobbes, habría sido un estado de guerra
de todos contra todos.
Por lo mismo para Hobbes la sociedad, así como el pacto o acuerdo que
le dio origen y que luego la sostiene, constituye un bien, mientras que para
Rousseau es un mal.
que son aquellas guiadas por el propósito de hacer bien a otro u otros sin esperar
nada a cambio y por el solo hecho de compartir una común humanidad, como
cuando un estudiante de derecho recién ingresado a la universidad visita a un
compañero enfermo, a quien apenas conoce, para acompañarlo y proveerlo
de lo que pudiere necesitar. Y relaciones de conflicto, por último, es decir, de
enfrentamiento entre individuos, grupos o colectivos de personas, que son
de difícil solución y en las que cada individuo, grupo o colectivo propende a
imponer su punto de vista o intereses incluso por la fuerza.
Por lo demás, no todo conflicto tiene significación jurídica ni debe ser previsto
ni disponer de cauce de solución establecido por el derecho. La huelga que los
trabajadores de una empresa pueden votar en un momento dado expresa un
conflicto con significación jurídica, pero no el enfrentamiento de dos amigos
que se han enamorado de la misma mujer, ni el de dos enamorados próximos
a contraer matrimonio cuando uno de ellos rompe con el otro, ni el de dos
grupos o corrientes que dentro de un mismo partido político se disputan la
conducción de la colectividad. Por lo mismo, no a propósito de cualquier
conflicto puede pedirse legítimamente la intervención de instancias judiciales
para su decisión.
mientos del sol, de la luna, de los planetas, como la propia sucesi6n de las
estaciones, pueden ser explicados por ciertas leyes que llamamos del modo
antes indicado: leyes de la naturaleza. Por otra parte, en la vida social encon-
tramos ciertas prohibiciones y mandatos, que llamamos normas de conducta,
o simplemente normas, tales como los Diez Mandamientos, las disposiciones
que establecen quiénes, c6mo y cada cuánto tiempo tendrán derecho a elegir
al Presidente de la República, o las reglas que se encuentran en la Ordenanza
del Tránsito y que es preciso aprender como requisito previo para obtener
licencia de conducir.
Nadie confundiría hoy las leyes de la naturaleza con las normas de conducta.
Sabemos de la existencia de ambas y tenemos más de una experiencia de unas
y de otras, pero nunca las confundiríamos. Todos intuimos de algún modo
que es bien distinto decir que los cuerpos caen en el vacío a una velocidad
determinada por su masa más la aceleraci6n correspondiente (la llamada "ley
de la gravedad"), a decir que la velocidad máxima que un vehículo puede
desarrollar en una determinada carretera es 100 kil6metros (una norma que
deben observar los conductores).
Karl Popper, uno de los fil6sofos más importantes del siglo XX, describe
del siguiente modo la diferencia entre leyes de la naturaleza y normas. Una
diferencia que podríamos anticipar, resumidamente, con la siguiente afirma-
ci6n: las leyes de la naturaleza describen regularidades empíricas, mientras
que las normas expresan directivas para nuestra conducta. Esto significa que
las primeras establecen lo que es, o sea, describen, mientras que las segundas
establecen lo que debe ser, o sea, prescriben.
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 31
Pero veamos cuáles son las exactas palabras de que se vale Popper a este
respecto en su libro La sociedad abierta y sus enemigos: "el análisis de la evo-
lución humana presupone la clara captación de una importante diferencia.
Nos referimos a la que media entre (a) las leyes naturales o de la naturaleza,
tales como las que rigen los movimientos del sol, de la luna y de los planetas,
la sucesión de las estaciones, etc.; y (b) las leyes normativas o normas, que no
son sino prohibiciones y mandatos, es decir, reglas que prohíben o exigen
ciertas formas de conducta, como por ejemplo los Diez Mandamientos o las
disposiciones legales que regulan el procedimiento a seguir para elegir a los
miembros del Parlamento". Y agrega luego: "la distinción entre las leyes del tipo
(a), es decir, las proposiciones que describen uniformidades de la naturaleza,
y las del tipo (b), o sea, las normas tales como las prohibiciones o mandatos,
es tan fundamental que difícilmente tengan estos dos tipos de leyes algo más
en comun, que su nom b re " .
"Pues bien -dice Popper-, de la ameba a Einstein no hay más que un paso".
¿En qué consiste ese paso? En que "los actos de la ameba no son racionales,
si bien podemos suponer que lo son los de Einstein''.
De partida, advirtamos que la norma del Código Penal que define algo
como delito, esto es, como algo que no debe ser hecho -por ejemplo, la
apropiación de la propiedad ajena- no siempre es observada, o sea, que en
uno, dos y en verdad en muchos casos, todos los días, alguien ejecuta esa
conducta que se encuentra legalmente prohibida. Por otra parte, advirtamos
también que ese u otro delito cualquiera puede cometerse sin que se siga
efectivamente una sanción, que es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nunca
se individualiza al infractor, éste se oculta y nunca es habido, o cuando es
perdonado por su víctima.
Los aportes de Popper y Kelsen. Decíamos antes que no siempre hemos tenido
suficiente claridad acerca de tales distinciones.
Se trata de una situación en que "el individuo no distingue entre las sanciones
impuestas por los demás hombres cuando se viola algún tabú y las experiencias
desagradables sufridas por el desconocimiento del medio natural".
Por lo mismo, el "dualismo crítico", nos dice Popper, "se limita a afirmar
que las normas de conducta pueden ser hechas y alteradas por el hombre, o,
más específicamente, por una decisión o convención de observarlas o modifi-
carlas; y que es el hombre, por lo tanto, el responsable moral de las mismas".
Y añade: "Decimos que las normas son hechas por el hombre, en el sentido
de que no debemos culpar por ellas a nadie, ni a la naturaleza ni a Dios, sino
a nosotros mismos. Nuestra tarea consiste en mejorarlas al máximo posible,
si descubrimos que son defectuosas".
David Hume, un filósofo inglés del siglo XIX, afirmó que enunciados acerca
de lo que debe ser no pueden ser derivados de afirmaciones relativas a lo que
es, puesto que son dos tipos de enunciados por completo diferentes.
Esto trae consigo -dice Hume- que ningún enunciado moral, que establece
lo que debe ser, podría ser derivado de alguna observación empírica del mundo
natural, que revela lo que es u ocurre en este mundo.
De algo que es no puede inferirse que ese algo debe ser, o, un debe ser no
puede inferirse a partir de un es. A este enunciado se le suele llamar "ley de
H ume. "
De este modo, que los seres humanos sean de hecho propensos a compor-
tarse de ciertas maneras típicas -por ejemplo en el caso de la monogamia, o
de la poligamia en otros ámbitos culturales- no implica o no puede concluirse
que deban hacerlo así.
Así hace John Searle, en su libro Actos de habla, de 1969. Lo mismo Francis
Fukuyama en El Fin de la historia y el último hombre, de 2002, quien afirma
que los derechos humanos se basan en la naturaleza del hombre.
Para el segundo de esos autores, naturaleza humana "es la suma del compor-
tamiento y las características que son típicas de la especie humana,' las cuales
se deben más a factores naturales que a factores ambientales o culturales". Así
-continúa razonando- "es un hecho natural que los seres humanos pueden
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 37
sentir dolor y sufrir, y es a partir de ese hecho que deben reconocérseles ciertos
derechos fundamentales -a la vida, a la integridad física y psicológica- que'
eliminen o reduzcan las posibilidades de dolor y sufrimiento".
Del mismo modo, a alguien que hizo una promesa ( un hecho) puede
luego preguntársele por qué debe cumplirla, y lo más probable es que ese
sujeto responda: "Porque la hice", caso en el cual estaría derivando su deber
de cumplir la promesa del hecho de haberla efectuado. A lo cual se podría
replicar diciendo que lo que acontece en un ejemplo como ese es que el
sujeto está presuponiendo la existencia de una norma general conforme a la
cual "Todo aquel que promete algo debe cumplir lo prometido". Es en virtud
de esa norma, y no del hecho de haber prometido algo, que el sujeto debe
cumplir su promesa.
Physis y nomos. A propósito del tema que nos ocupa, convendría proporcionar
la siguiente información: entre los griegos, los primeros en tomar conciencia
de lo humano -lo histórico, lo cultural- frente a lo natural fueron los sofistas,
38 lN l"RODUCC!ÚN AL ÜER!·.U lt)
Etimológicamente, "sofista" es una palabra que viene del griego sofistés, que
significaba sabio y que se empleaba para aludir a quienes estaban en posesión
del saber. Por lo mismo, se trató de una expresión que se aplicaba a un grupo
de pensadores anteriores a Sócrates, quien, lo mismo que Pitágoras, prefirió
considerarse a sí mismo y ser considerado por los demás sólo un fiel amigo
del saber. De ahí, entonces, el vocablo "filósofo", que significa, precisamente,
amigo del saber y no el señor de todas las verdades.
Sin embargo, hay que hacer algo de justicia a los antiguos sofistas, puesto
que tuvieron el mérito de que, a diferencia de los filósofos griegos anteriores
a ellos, orientaron sus especulaciones no hacia la naturaleza, sino a las cosas
del hombre, no hacia los fenómenos del mundo físico, sino a los del mundo
espiritual, y desplazaron de ese modo a la filosofía desde la physis al nomos,
desde el cosmos a la polis, o sea, desde el universo a la sociedad.
- Un cierto escepticismo filosófico que los llevó a creer que lo que podían
ofrecer a sus semejantes no eran auténticas verdades, sino opiniones o puntos
de vista.
40 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
- Una defensa del relativismo cultural que los llevó a poner en duda la
existencia de patrones absolutos de conducta, válidos para todo tiempo y lu-
gar, como el fuego, según creía Aristóteles respecto del derecho natural, "que
quema aquí (Grecia) lo mismo que en Persia''.
Norberto Bobbio nos dice que no bien hemos comenzado a dirigir la aten-
ción al mundo de lo normativo, uno de los motivos que más causa asombro
es que este mundo es extraordinariamente amplio y múltiple.
42 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Atendamos a sus propias palabras: "Las normas jurídicas, a las cuales dedi-
caremos de manera especial nuestra atención, representan sólo una parce de la
experiencia normativa. Además de las normas jurídicas, hay preceptos religiosos,
reglas morales, sociales, de costumbres, reglas de aquella ética menor que es la
etiqueta, reglas de buena educación, etc.". Y agrega: "Todo individuo pertenece
a diversos grupos sociales: la Iglesia, el Estado, la familia, las asociaciones que
tienen fines económicos, culturales, políticos o simplemente recreativos: cada
una de esas asociaciones se constituye o se desarrolla a través de un conjunto
ordenado de reglas de conducta".
Con todo, es preciso advertir que las llamadas reglas técnicas tienen también
importancia en ámbitos convencionales. Esto quiere decir que el fenómeno
de la necesidad -ese tener que a que nos hemos referido antes- se encuentra
también presente en determinados ámbitos convencionales, por ejemplo, el de
los juegos. Así, una regla técnica de tipo convencional en el juego del fútbol es
aquella que dice que los laterales, esto es, las jugadas que tienen que ser hechas
por un equipo cuando un jugador del otro equipo ha sacado la pelota fuera
de la cancha, tienen que ser servidos con. las manos. En este caso, como se ve,
la necesidad, el tener que sacar con las manos no proviene de la experiencia,
sino de un acuerdo o convención previamente establecido. ·
Por otra parte, las reglas técnicas de tipo convencional son también abun-
dantes en el caso del derecho. Así, por ejemplo, la regla que establece que el
matrimonio debe celebrarse en presencia de dos testigos, o la que dispone que
la compraventa de bienes raíces tiene que ser hecha por medio de una escri-
tura pública. En ambos casos hay también necesidad de hacer las cosas de una
determinada manera, aunque dicha necesidad es puramente convencional.
Ahora bien, todas las normas que aparecieron en nuestro ejemplo, provienen
de distintos sujetos o instancias normativas que las han producido; van dirigidas
también a diferentes sujetos cuyas conductas tienen la pretensión de regir; tienen
asimismo muy diversos contenidos; persiguen igualmente fines muy diferentes;
46 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
y su observancia, por último, va seguida de castigos que son bien disímiles en-
tre sí. Pero por ser todas ellas normas, tienen que poseer algo en común. ¿Qué
será ello? Bobbio responde: todas ellas "son proposiciones que quieren influir
en el comportamiento de los individuos y de los grupos, de dirigir la acción de
aquéllos y de éstos hacia ciertos objetivos antes que a otros".
Atendido ese doble sentido que tiene la palabra latina norma, así como la
expresión griega gnomon, a saber, el sentido de un instrumento de medición y
el sentido de un arquetipo o modelo, no es extraño, en consecuencia, que los
dos significados que de esa misma palabra registra el Diccionario de nuestra
lengua sean precisamente éstos: "Escuadra que usan los artífices para arreglar y
ajustar los maderos, piedras y otras cosas", y "Regla que se debe seguir o a que
se deben ajustar las conductas, tareas, actividades". Pero, la verdad sea dicha,
el Diccionario de la lengua castellana agrega un tercer significado de norma:
"precepto jurídico", que pone de manifiesto que el derecho -que es el fenó-
meno que a nosotros interesa en este momento- es algo que está compuesto
por normas o que tiene que ver preferentemente con normas.
desfavorable para el sujeto infractor. Pero la verdad es que esto resulta dema-
siado vago y general como para que podamos aceptarlo como una definición
satisfactoria de norma.
Tenemos que trabajar más, entonces, con estas preguntas: ¿Qué son las
normas? ¿Qué querernos decir cuando hablamos de normas?
Kelsen afirmó en ese foro que a su juicio el derecho era una clase o tipo de
normas de conducta, o sea, dijo que cuando hablamos de derecho de lo que
hablamos es de un cierto conjunto de normas que rigen en un lugar y tiempo
dados, unas normas que tienen la particularidad de ser coercibles, esto es, que
tienen la posibilidad de ser aplicadas por la fuerza.
Como Kelsen insistiera una y otra vez en definir el derecho como norma,
Hart le preguntó qué entendía él por norma.
La pregunta de Hart era muy pertinente, porque si alguien dice que el de-
recho es una realidad normativa, un cierto tipo o clase de norma, ese alguien
está obligado a aclarar qué quiere decir con la palabra "norma", o sea, tiene que
proporcionar una definición o al menos una idea de qué son las normas.
Pues bien, fue tanto lo que Hart insistió con su pregunta que Kelsen, exas-
perado, y en un tono de voz inusualmente alto en un octogenario, contestó
al fin, casi fuera de sí: "¡Una norma es una norma!", cosa que asustó tanto a
Hart que éste cayó hacia atrás en su silla.
CA.PfTULO JI. DERECHO, SOCIEDAD Y NORMAS DE CONDUCTA 49
Pero más allá de lo cómica que debe haber resultado esa situación -Kelsen
gritando: "¡Una norma es una norma!" y Hart, asustado, cayéndose de su silla-,
lo cierto es que el episodio que hemos recordado pone de manifiesto lo que
decíamos antes: la dificultad que existe para definir el género de las normas. Si
Kelsen, uno de los filósofos del derecho más importantes de este siglo y probable-
mente de toda la historia del pensamiento jurídico, tuvo dificultades al respecto,
porque no pudo responder más de lo que respondió -que no fue propiamente
una respuesta-, podemos imaginarnos entonces el grado de complicación que
hay detrás de una pregunta en apariencia tan sencilla: ¿qué es una norma?
Seis tipos de normas. Georg Henrik Von Wright (1916-2003), y la teoría que
este lógico ha desarrollado acerca de las normas, pueden prestarnos un buen
apoyo en nuestra tarea de aclarar el concepto de norma. Su pensamiento al
respecto podría ser resumido de la siguiente manera:
Para definir cada uno de esos seis tipos de normas conviene remitirse al libro
de Von Wright, Norma y acción, y apoyarse, asimismo, en la muy adecuada
presentación que de este tema hace Daniel Mendonca en su texto Introducción
al andlisis normativo.
Están luego las normas técnicas, llamadas también directrices, que son aquellas
que establecen los medios idóneos para alcanzar un fin determinado.
En cuarto término están las normas ideales, que son aquellas que sin estar
referidas a un comportamiento específico que deba ser observado por alguien,
establecen, no obstante, determinados modelos generales o arquetipos con los
que se quiere presentar el conjunto de los atributos que caracterizan a un tipo
humano determinado. Por lo mismo, las normas ideales establecen antes modo
de ser que modos de hacer.
Normas ideales, por ejemplo, son las que establecen qué es un buen padre
de familia, un buen profesional, un buen marido.
En quinto lugar están las normas consuetudinarias, que son aquellas que
marcan ciertas regularidades conductuales que se producen a partir de la
tendencia de los hombres a actuar de la misma manera ante situaciones
también similares. Son auténticos hdbitos sociales que se transforman luego
en patrones obligatorios de conducta para los miembros del grupo de que
se trate.
Finalmente, están las normas morales. Von Wright declara que este tipo de
normas es de muy difícil caracterización por la falta de suficientes criterios
identificadores, lo cual puede provenir de que la moral no constituye un ámbito
normativo unitario, según expondremos en su momento, sino diferenciado
a lo menos en tres diferentes esferas: moral personal, moral social y moral de
los sistemas religiosos y filosóficos.
Si uno mira el esquema de Von Wright, sólo las normas jurídicas encajarían
en lo que él llama "prescripciones", puesto que las de trato social lo harían en
las "consuetudinarias", las morales en las "morales", y las religiosas no sabría-
mos bien dónde colocarlas, puesto que el autor finlandés les da una presencia
mínima en su esquema.
Si nos quedamos ahora sólo con las "prescripciones", éstas presentan según
Von Wright siete elementos constitutivos:
Normas y usos del lenguaje. Otra manera útil de aclarar qué son las normas, y
en particular en qué consiste ese tipo de normas que llamamos prescripciones,
es fijándonos en los distintos usos que podemos hacer del lenguaje.
A través del lenguaje, o sea, a través de esos símbolos que utilizamos cada
vez que hablamos o escribimos (las palabras), podemos hacer muchas cosas.
Establecido que hay varios usos posibles del lenguaje, ¿cómo ordenar de
algún modo esos usos?
Uso interrogativo: es aquel que hacemos del lenguaje cada vez que nos
valemos de éste para obtener alguna información, como por ejemplo en las
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 55
Uso expresivo: es aquel que hacemos del lenguaje cuando éste se emplea
para expresar emociones o para provocarlas en nuestro interlocutor. "Me gustas
cuando callas porque estás como ausente ... ", "Piececitos de niño, azulosos de
frío, cómo os ven y no os cubren, Dios mío". "Hoy la he visto, la he visto y
me ha mirado, hoy creo en Dios". De este modo, el lenguaje poético es un
tipo de lenguaje expresivo, pero no todo lenguaje expresivo es poético, como
lo demuestra esta otra exclamación: "¡Grande, Colo Colo!".
Uso operativo: es aquel que hacemos del lenguaje cada vez que el solo
hecho de pronunciar una palabra, o un conjunto de palabras, se confunde
con la acción a que esas mismas palabras se refieren y que queremos rea-
.
lizar. "S'1, Juro
. " ; "y¡o te b aunzo
. en e1 nom b re ... " ; ""'voy
r " ( en una mano d e
póquer).
También son posibles los usos combinados del lenguaje, por ejemplo, del
informativo y prescriptivo: "Llueve, así que toma tu paraguas"; del prescriptivo
y expresivo: "Da limosna a ese mendigo. ¡Es muy triste la pobreza!".
Entonces, uno podría decir que las normas, y en particular las prescripciones,
constituyen un uso directivo del lenguaje, porque cada vez que alguien dicta
o pone en vigencia una norma, lo que busca es influir en el comportamiento
del o de los destinatarios de la norma de que se trate.
56 lNTRODUCCIÚN AL ÜI--,RECHO
Así pasa, por ejemplo, con la norma religiosa que dice ''Amarás a Dios por
sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo"; o con la norma moral
que establece: "Debes decir siempre la verdad"; o con la norma de trato social
que dispone: "Debes utilizar los cubiertos cuando comas"; o con la norma
jurídica que dice que "Los comerciantes están obligados a llevar libros de
contabilidad".
Las normas como razones para la acción. Lo que hasta aquí hemos llamado
"normas de conducta", especialmente en el caso de las denominadas "prescrip-
ciones", se caracterizan por guiar u orientar comportamientos, en la medida
en que ellas establecen que determinadas conductas se encuentran ordenadas,
prohibidas o permitidas. Por lo mismo, todo orden normativo, de cualquier
tipo que sea -social, religioso, moral o jurídico-, tiene entre sus funciones la
de guiar comportamientos, y, por consiguiente, puede decirse que sus normas
constituyen razones para la acción, algo así como antecedentes que preceden
a la acción y que, en cuanto guían ésta, en cuanto establecen cómo ella debe
ser, nos vuelven más fácil las deliberaciones que solemos llevar a cabo antes de
adoptar un determinado curso de acción en cualquier ámbito de la vida. Por
lo mismo, una forma de entender la naturaleza de las normas es en términos
de razones para la acción.
Que las normas constituyan razones para la acción quiere decir dos cosas,
a saber, que tanto pueden ellas motivar la acción -como cuando alguien dice
"Fui hoy domingo a misa porque una norma lo ordena"- como justificarla,
como si alguien dijera o razonara de la siguiente manera: "Si voy a misa to-
dos los domingos es porque hay una norma de mi religión que lo ordena, y
cumplir las normas de la religión que practico es algo que asegura que viviré
en estado de gracia y podré alcanzar la salvación".
Hay entonces razones explicativas, esto es, razones como simples motivos
("La razón por la cual Luisa mató a su marido Juan fue que éste le arrebata
constantemente el control del televisor") y razonesjustificatorias, razones como
justificación ("Luisa no tuvo razón para matar a su marido Juan porque éste
le arrebatara constantemente el control del televisor"). A primera vista, pare-
ciera que esas frases fueran contradictorias entre sí, puesto que por una parte
se afirma que "La razón que tuvo Luisa ... ", mientras que por la otra se dice
"Luisa no tuvo razón ... ". Lo que ocurre, sin embargo, es que en tales frases la
palabra "razón" aparece empleada en dos sentidos diferentes: en la primera en
un sentido explicativo, y en la segunda en un sentido justificatorio. Entonces,
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 57
En tal sentido puede afirmarse que las normas son razones para la acción en
tanto obran como motivos de ésta y, asimismo, como justificación de la acción.
Todo lo cual conduce a la constatación de la "ventaja de tener reglas" -como
afirma Joseph Raz-, puesto que, al existir como tales, al determinar anticipa-
damente qué comportamientos están mandados, prohibidos o permitidos, y
al concedérseles de antemano validez por los sujetos normativos, las normas
alivian en cierto modo las deliberaciones que éstos llevan a cabo siempre que
deben decidir acerca de posibles y alternativos cursos de acción que se abren
ante ellos. Tener reglas -dice Raz- es "como haber decidido de antemano
qué hacer", incluso cuando nos movemos en un ámbito trivial o doméstico
como el del ejemplo que ese mismo autor nos proporciona: Juan tiene amigos
en Francia a los que no ha visto hace años y tiene por tanto una razón para
pasar sus vacaciones en ese país, mientras que Julia ha adoptado la norma de
pasar sus vacaciones en Francia. En consecuencia, ambos tienen una razón
para pasar este año sus vacaciones en Francia. Con todo, hay una diferencia
importante entre sus respectivas razones. El deseo de Juan de ver a sus viejos
amigos puede entrar en conflicto y competir con otras razones concernientes
al asunto, tales como que los pasajes aéreos han subido considerablemente de
precio, o que a su esposa no le gustan los amigos franceses que él tiene, o que
ella preferiría invertir en un nuevo televisor digital el dinero que gastarían en un
viaje a Francia, o que viajar a Francia de vacaciones, al coincidir ambas fechas,
impediría a Juan aceptar la invitación que un académico norteamericano le ha
hecho para dar una conferencia en su país, etc. Por tanto, al verse expuesto a
varias y contrarias razones, Ju,;1.n,antes de tomar una decisión, antes de decidir
si pasará o no este año sus vacaciones en Francia, tendrá que ponderar todas
las razones en juego y ver a cuál de ellas dará preferencia sobre las demás. En
cambio, Julia, al haber adoptado como regla pasar sus vacaciones en Francia,
se ha ahorrado la necesidad de tener que deliberar todos los años dónde ir y
de verse envuelta en ese balance de razones que Juan debe efectuar.
Ahora bien, que al justificar sus decisiones los jueces lleven a cabo un
razonamiento de tipo prdctico, esto es, un razonamiento no conducente a
aumentar nuestro conocimiento (razonamiento teórico), sino a tomar una
decisión, no autoriza a rotular dicho razonamiento como razonamiento moral.
Una prevención que es necesario hacer aquí, puesto que con cierta frecuen-
cia se afirma que todo razonamiento práctico es un razonamiento moral, en
circunstancias de que el razonamiento jurídico -por ejemplo, el que llevan a
cabo los legisladores y también los jueces- tiene siempre lugar en contextos
de derecho, en el contexto de un derecho dado o vigente, y no en contextos
de una moral igualmente dada. Más adelante en este libro vamos a referirnos
al carácter argumentable del derecho, al razonamiento jurídico en general y,
en particular, al razonamiento judicial.
Es importante tener presente esta triple distinción, puesto que cada uno
de estos componentes del fenómeno normativo tiene un distinto estatus. El
acto normativo tiene un estatus pragmdtico, el enunciado normativo tiene un
estatus sintdctico y la norma tiene un estatus semdntico.
Pragmático, en el caso del acto normativo, porque lo que este acto pretende
es instituir una norma, promulgarla. Sintáctico, en el caso del enunciado nor-
mativo, porque es la sintaxis la parte de la gramática que enseña cómo unir y
coordinar las palabras para formar oraciones. Semdntico, en el caso de la norma,
porque la semántica es el estudio de los significados.
de comentar la noción que fijemos para cada una de esas clases de normas,
procederemos a preguntarnos si ellas son exteriores o interiores, autónomas o
heterónomas, unilaterales o bilaterales, coercibles o incoercibles.
Exterioridad-interioridad
Decimos que una norma es exterior cuando ella regula las acciones efectiva-
mente emitidas o exteriorizadas del sujeto obligado, sin alcanzar al fuero interno
del sujeto, y desentendiéndose de las motivaciones que éste pueda tener para
actuar en uno u otro sentido. Por lo mismo, una norma exterior podrá darse
por cumplida siempre que el sujeto obligado adecue su comportamiento a lo
que la norma prescribe, sin importar cuál haya sido la disposición interna que
el sujeto pudo tener al respecto ni las motivaciones de orden subjetivo que lo
puedan haber llevado a emitir un comportamiento que esté de acuerdo con la
norma. Así las cosas, tratándose de normas exteriores, el juicio de aprobación o
reprobación que pueda darse sobre el correspondiente sujeto obligado atiende
únicamente a lo que éste ha hecho o ha dejado de hacer, independientemente
de cuáles hayan sido sus motivaciones para ello.
sujeto va a depender no sólo de lo que éste haga o deje de hacer, sino también
de las motivaciones que haya tenido para ello.
Autonomfa. Heteronomfa
También decimos que una norma es autónoma cuando, sin venir propia-
mente producida por el sujeto, sino meramente adoptada por éste, su obliga-
toriedad depende de que la adopción de la norma se lleve a cabo en virtud de
un acto libre y consciente del propio sujeto.
por una autoridad normativa que se sitúa fuera y por encima de los sujetos
destinatarios de la norma. Por lo mismo, tratándose de normas heterónomas
puede decirse que por una parte está la autoridad normativa y, por la otra, el
sujeto imperado; o, puesto de otro modo, que por una parte está el legislador,
que da o produce la norma, y por la otra el sujeto legislado, que debe acatarla
sin que le haya correspondido intervenir en la producción de la norma, y sin
importar, en principio, si está o no de acuerdo con lo prescrito por ésta. Más
propiamente que "legislador" y "legislado", a quien tiene competencia para
establecer normas se le denomina "autoridad normativa", y "sujetos normativos"
a quienes tienen el deber de obedecerlas.
Unilateralidad-bilateralidad
Por la inversa, una norma es bilateral si junto con imponer a un sujeto una
determinada obligación o deber concede a otro sujeto distinto del obligado la
facultad de exigir el cumplin1iento del deber de que se trate.
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 67
También puede decirse que las normas unilaterales son las que imponen
deberes a un sujeto frente a sí mismo, en tanto que las normas bilaterales im-
ponen deberes a un sujeto frente a otro sujeto que está en posición de exigir
a aquél ·e1 cumplimiento del deber de que se trata. Es por esta razón que a
veces se alude a la bilateralidad de ciertas normas con la expresión alteridad,
que significa, precisamente, condición de ser o de haber otro.
Coercibilidad-incoercibilidad
posible distinguir muy diferentes tipos de normas, los cuales están ligados a
los también múltiples tipos de grupos y organizaciones que originan normas
de este carácter.
Los usos meramente fiicticos son todas aquellas prácticas que, habitualmente
reiteradas al interior de un grupo social determinado, carecen no obstante
de fuerza normativa y, por tanto, no imponen propiamente la obligación
de observarlas ni van tampoco seguidas de un castigo cuando se las deja sin
~ observar en un caso dado. En cambio, los usos normativos son prácticas que
de hecho son regularmente reiteradas al interior de un grupo social, pero que
cuentan además con fuerza normativa y, por tanto, resultan obligatorias para
los integrantes del grupo y van seguidas de algún tipo de sanción en caso de
inobservancia.
70 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Uno podría preguntarse por qué una costumbre o práctica social determinada
permanece en la condición de simple hábito de conducta convergente y por
qué otra práctica cualquiera llega a convertirse en un uso normativo o regla
social, e, incluso, por qué un uso meramente fáctico se transforma luego en un
uso normativo, o, a la inversa, por qué un determinado uso normativo pierde
de pronto fuerza norn1.ativa y decae hasta transformarse en un uso meramente
fáctico. Las causas pueden ser por cierto muchas y muy variadas, pero lo que
importa retener es que, tratándose de prácticas meramente fácticas, el grupo
social aprecia la conducta que se desvía del modelo como una anormalidad,
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 71
- Las normas de trato social, como normas que son, constituyen prescrip-
ciones obligatorias de conducta, esto es, expresan deberes y tienen la pretensión
de influir en la conducta de los sujetos a quienes van dirigidas.
Es preciso advertir que las normas de trato social que se producen al interior
de cada uno de tales grupos rigen únicamente para quienes pertenecen al grupo
de que se trate o se relacionen de algún modo con éste. Ahora bien, Heinrich
Henkel destaca que "una persona puede verse afectada por una norma de los
usos, bien en base a una elección libre (cuando se pasa a ser miembro de una
asociación o de una comunidad rural o se entra en el estamento militar), bien
por una integración determinada por el destino (pertenencia, por nacimiento,
a una nación o a la nobleza)". Sobre el particular, lo que interesa preguntarse
es si la validez de las normas de que se trate está condicionada por el consen-
timiento del afectado, caso a caso, a tales normas, o si el sometimiento de éste
se produce por el solo hecho de la pertenencia al grupo respectivo que las ha
producido con una pretensión absoluta de validez para todos sus miembros.
Por lo dicho antes, es esto último lo que acontece tratándose de las normas
de trato social.
-Las normas de trato social apuntan a la realización de ciertos fines, tales como
el decoro, la cortesía, la urbanidad y la cohesión del grupo de que se trate.
72 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
-La inobservancia de las normas de trato social por parte de un sujeto que
debía observarlas, va seguida de un castigo o sanción que consiste en el rechazo.º
repudio que el grupo de que se trate hará objeto al correspondiente infractor. Se
trata, en consecuencia, de una sanción más o menos difusa, puesto que, según el
tipo e importancia de la norma de trato social transgredida, ese rechazo o repudio
adoptará expresiones que pueden diferir bastante entre sí en las concreciones que
adoptan y en la intensidad que puedan tener. Más precisamente aún, la sanción,
dependiendo de la importancia que se dé a la norma de trato social incumplida,
puede progresar desde la simple reprobación del infractor y ascender al rechazo,
al repudio, al aislamiento y hasta su expulsión del grupo del cual se trate.
Señala Bobbio, con razón, que el cumplimiento de las normas de trato social
está "garantizado por diversas respuestas, más o menos enérgicas, que el grupo
social da en caso de violación", de modo que las respuestas de tipo sanciona-
torio que da el grupo tienen diferente grado de gravedad: "se parte de la pura
y simple reprobación y se va hasta el destierro del grupo, que puede consistir
en cualquier forma de aislamiento en interés del mismo grupo, o bien en una
verdadera y propia expulsión''. "La forma más grave de sanción social -termina
Bobbio- es el linchamiento, que es una típica sanción de grupo, expresión de la
muchedumbre, forma primitiva, espontánea e irreflexiva del grupo social".
-Por tanto, las sanciones que siguen a la infracción de las normas de trato
social no tienen, comúnmente, un carácter institucionalizado, esto es, ellas
no se encuentran claramente preestablecidas por las mismas normas ni éstas
tampoco suelen hacer una identificación cierta y precisa de las personas que
estarán facultadas para aplicar las sanciones.
- Las normas de trato social se sustentan en la tradición, esto es, pueden ser
identificadas observando las costumbres del grupo y el modo como se com-
portan habitualmente sus miembros, lo cual no impide que puedan hallarse
en ciertos casos formalmente establecidas y comunicadas. Tal es el caso, por
ejemplo, del reglamento de normas de conducta que un club establece para
sus miembros, el cual puede llegar incluso a especificar algunas sanciones para
el caso de incumplimiento y determinar con precisión el órgano que estará a
cargo de su aplicación.
Las normas de trato social son exteriores. Ellas regulan sólo las conductas
efectivamente emitidas por los correspondientes sujetos normativos y pueden
darse por cumplidas bastando para ello con que el comportamiento del sujeto,
visto en su sola exterioridad, corresponda a aquel que la norma espera de él. Las
normas de trato social no extienden su pretensión regulativa al fuero interno
de los sujetos, cuyas motivaciones resultan por tanto indiferentes para certificar
el cumplimiento de la norma. Tan exteriores son estas normas que no faltan
quienes afirman que ellas constituyen el reino de la hipocresía, puesto que el
sujeto normativo puede observarlas incluso por mero cálculo o conveniencia,
o simplemente para ahorrarse dificultades con sus semejantes, sin que resulte
relevante, al momento de enjuiciar su comportamiento, cuál pueda ser el grado
real de adhesión que tiene para con la norma de que se trate.
Las normas de trato social son heterónomas. Ellas tienen su origen en el grupo
social respectivo y no en decisiones individuales de los sujetos normativos que
deben observarlas. Además, estos últimos se encuentran vinculados a este tipo
de normas por el solo hecho de pertenecer o de relacionarse con el grupo de
que se trate, sin que su consentimiento o acuerdo pueda ser visto como una
condición para la validez u obligatoriedad de las normas.
Las normas de trato social son bilaterales, puesto que imponen deberes a
un sujeto no para consigo mismo, sino para con los demás, aunque es preciso
advertir que estos últimos no están comúnmente facultados para exigir el
cumplimiento de la norma de trato social, en un sentido fuerte de la expresión
exigir, sino sólo para representar ese cumplimiento como algo valioso para la
convivencia en armonía del grupo en que la norma deba regir.
Quizás si lo que podría decirse es que en las normas de trato social hay
tanto una dimensión de unilateralidad como de bilateralidad. De bilateralidad,
claramente, en cuanto se trata de normas cuyos deberes representan obligacio-
nes que reconocemos para con los demás, no para con nosotros mismos, y de
unilateralidad, a la vez por tratarse de normas cuyo cumplimiento los demás
no están en posición de exigirnos, sino sólo de representarnos.
Las normas de trato social son incoercibles. Respecto de este tipo de nor-
mas no existe la legítima posibilidad de hacer uso de la fuerza socialmente
organizada para favorecer su cumplimiento ni para hacer efectiva la aplicación
de las sanciones que deban seguir en caso de incumplimiento. Salvo el caso
excepcional de que esta clase de normas se encuentre institucionalizada tanto
en su enunciación como en sus sanciones, así como en los órganos o personas
facultados para aplicar tales sanciones, evento en el cual las normas de que se
trate forman parte de lo que se llama derecho corporativo, no es posible ni legíti-
mo valerse de la fuerza, socialmente organizada, para obtener el cumplimiento
de las normas de trato social o conseguir la aplicación de las correspondientes
sanciones al sujeto infractor.
Explicación previa sobre las palabras "ética" y "moral''. Los distintos ámbitos
de la moral: moral personal, moral social y moral de los sistemas religiosos
o filosóficos. Características de las normas morales en cada uno de esos
ámbitos.
Así, según veremos más adelante, hay un ámbito de lo que podemos lla-
mar moral personal, otro de lo que se denomina moral social, y, por último,
un ámbito de lo que es posible considerar como moral de los sistemas religiosos
o filosóficos.
"Ética'' es una palabra que proviene del griego ethos, término que alude
a su vez a las costumbres. Por tanto, en un primer sentido, llamamos ética a
lo que concierne al actuar, al comportamiento humano en general, así como
llamamos técnica a lo que concierne al hacer del hombre en cuanto este hacer le
conduce a la producci6n de una obra. En este primer sentido, la palabra "ética''
se refiere s6lo al actuar humano y no califica a éste de correcto o incorrecto,
de bueno o malo, sino que meramente alude a tal comportamiento.
Este segundo uso de la palabra "ética" es más frecuente que el primero, por-
que en el lengúaje común decimos que es ético no cualquier comportamiento,
sino solo aquel comportamiento que estamos en condiciones de aprobar.
Pues bien, la idea de lo que debe ser en relación con la urbanidad, el decoro
y otros valores semejantes se expresa en lo que hemos llamado usos sociales
o normas de trato social. En cuanto a la idea de lo que debe ser en relación
con el orden, la paz y la seguridad, que son fines sociales más altos que los de
la simple urbanidad y el decoro, ella se expresa en otro tipo de normas -las
llamadas normas jurídicas-, que son las que componen el núcleo central y
más visible de ese fenómeno cultural de carácter normativo al que designamos
con la palabra "derecho". Por lo que toca, en fin, a la idea de lo que debe ser
en relación con el bien, dicha idea se expresa en lo que llamamos moral, esto
es, en un cierto conjunto de principios y normas que establecerían qué es lo
que debemos hacer para actuar de un modo moralmente correcto y conseguir
el bien a que aspiramos.
Por todo lo expresado antes, y sin salir todavía del segundo de los sentidos
de la palabra "ética'', llamamos ética a lo que concierne al actuar humano co-
rrecto por referencia a cualquiera de los tres órdenes normativos antes indivi-
dualizados, a saber, los usos sociales, el derecho y la moral, lo cual explica, por
una parte, que tradicionalmente se haya dicho que las normas de trato social,
las jurídicas y las morales son normas éticas, puesto que todas ellas, aunque
por referencia a distintos fines, establecen qué es lo que debemos hacer para
actuar correctamente, es decir, de un modo adecuado o no reprobable, y, por
otra parte, ello explica también, en el plano ahora cognoscitivo, que la Ética
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 77
Pero hay todavía un tercer modo de hablar acerca de la moral, que da lugar,
por su parte, a un tercer nivel del discurso moral. Este tercer modo de hablar
se configura en cuanto hay personas interesadas en hablar de moral no ya
instituyendo directamente normas de este tipo -primer nivel- ni tampoco
interpretando un determinado orden moral para facilitar así su conocimiento y,
eventualmente, su aceptación y acatamiento -segundo nivel-, sino planteando
y analizando aspectos más generales, que es lo que ocurre, por ejemplo, cuando
un filósofo se pregunta, más allá de los límites y contenidos de un orden moral
determinado, si y cómo es que el hombre cuenta con una conciencia que le
permite valorar con algún grado de certeza la bondad y maldad de sus actos,
si y cómo es posible hablar de moral como un orden normativo, si y cómo es
posible distinguir la moral de otros órdenes normativos que le son-próximos
o afines, si y cómo es posible, además, distinguir distintos modos de hablar
acerca de la moral, si y cómo es también posible diferenciar diversos sectores
o ámbitos de la moral en cuanto orden normativo, si y cómo, por último,
podemos dar algún contenido y alcance a determinadas palabras que están
.
presentes en to d o d 1scurso mor al , t al es como "b ueno " o "m al o " .
Pues bien, a ese discurso moral de primer nivel se le suele llamar, simple-
mente, moral; al de segundo nivel, ética; y al tercero, metaética.
ral, y discurre en torno a preguntas como las que fueron indicadas un par de
párrafos atrás, se mueve ahora en el plano de la metaética. Por lo mismo, cada
vez que estamos en presencia de un discurso moral, cabe preguntar a cuál
de esos tres planos pertenece el discurso de que se trate, aunque, claro está,
son planos que pueden en ocasiones superponerse entre sí. Es lo que ocurre,
por ejemplo, cuando alguien se sitúa en el plano de la ética, esto es, trata de
identificar, interpretar y comprender un orden moral dado, y, a la vez, está
interesado en que ese trabajo que realiza sirva de algún modo a la promoción
de ese mismo orden, caso en el cual estará también situado en el plano que
llamamos moral.
Cabe mencionar, asimismo, que no faltan autores que hacen un solo plano
de los dos últimos que hemos identificado, esto es, de la ética y de la metaética, a
fin de contrastarlo y diferenciarlo del primero, o sea, de la moral. De este modo,
se habla en ocasiones de ética normativa, para aludir al primero de tales planos,
y de metaética para referirse a los otros dos en su conjunto. De acuerdo a esta
manera de ordenar las cosas, la ética normativa sería la que establece normas
morales, en tanto que la metaética discurriría acerca de esas normas para aclarar
el lenguaje de que éstas se valen en su formulación. Aludiendo a esta distinción,
el filósofo W D. Hudson, en su libro Lajilosofta moral contempordnea, escribe lo
siguiente: "El moralista es alguien que utiliza el lenguaje moral en lo que pode-
mos llamar primer orden. El moralista, en cuanto tal, toma parte en la reflexión,
argumentación o discusión de lo que es moralmente acertado o equivocado,
bueno o malo. Habla de lo que la gente debe hacer. En cambio, por filósofo
moral entiendo a alguien que toma parte en lo que podemos llamar discurso
de segundo orden", y que, en cuanto tal filósofo de la moral, formula preguntas
tales como "¿Qué características definen el lenguaje moral como tal?", "¿En qué
se distingue y en qué se asemeja el lenguaje usado para otros propósitos, tales
como enunciar hechos empíricos o pronunciar mandatos?", "¿Qué hace una
persona cuando habla de lo que debe hacer?".
En fin, otra distinción que vale la pena tener presente es aquella que se
hace entre ética normativa y ética crítica. La primera se identifica con un orden
moral cualquiera, de carácter objetivo, mientras la segunda lo hace con un
orden moral que debería regir aunque no reconozca una vigencia objetiva. En
este sentido, la ética normativa se configura sobre la base de un orden moral
que es, o sea, que rige efectivamente, mientras que la ética crítica se refiere a
un orden moral que debe ser, esto es, al que se quiere dar una vigencia objetiva
de la que carece.
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 81
Sobre el particular, existe un breve y sugerente libro, titulado ¿En qué creen
los que no creen?, que incluye el intercambio de cartas que sobre la posibilidad
de una ética laica intercambiaron el intelectual italiano Umberto Eco y el ex
obispo católico de Milán Carlo María Martini.
Esto quiere decir que no se necesita ser creyente para tener conciencia moral,
para formarse una idea acerca del bien moral o de lo que es una vida buena
desde el punto de vista moral, y, asimismo, para adoptar y cumplir pautas de
comportamiento moral que puedan ser establecidas por un sujeto a partir de
su idea de bien y cuya no observancia por éste se traducirá en esa sanción que
llamamos "remordimiento", la cual consiste en la desaprobación y el reproche
de que el propio sujeto infractor se hace objeto a sí mismo.
La verdad es que hay diferentes maneras de fundar una ética laica, lo cual
permite desechar la idea de que hombres sin Dios tendrían que ser, a la vez,
- -- ----~------------------,
hombres sin moral, esto es, personas sin ningún interés por adoptar y observar
patrones de conducta orientados al bien y no al mal.
Entonces no sólo es posible una ética laica. También es más difícil y, por
momentos, más desesperada. Incluso, quizás, más meritoria.
Haciendo una analogía con el derecho, puede decirse que en esta primera
esfera de la moral, la conciencia individual actúa a la vez como legislador (da o
establece la norma), como juez (enjuicia el comportamiento que se desvía de la
norma) y como órgano ejecutor de la sanción (produce ella misma, directamente, el
castigo para el infractor). Dicho de otra manera, tratándose de la moral personal
una misma persona actúa como autoridad normativa, como sujeto normativo y
como instancia de juzgamiento y sanción en caso de incumplimiento.
86 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Cabe advertir que los tres estratos de la moral que hemos identificado no
deben ser vistos como si estuvieran enteramente aislados unos de otros, al
modo de compartimentos estancos, esto es, como si carecieran de relaciones
e influencias recíprocas. Heinrich Henkel lo expresa de la siguiente manera:
"En la imagen de los 'estratos' superpuestos no hemos de representarnos éstos
aislados entre sí, sino en una relación e influencia mutuas. Ya el nacimiento
de una ética superior, aunque haya sido fundada por un individuo, por el
creador de una religión, por ejemplo, y aun más su difusión entre un grupo
de partidarios, presupone que encuentre un ambiente de predisposición en el
sentir valorativo de muchos individuos. Por otra parte, la fuerza normadora
de la ética superior actúa también sobre la vida de la sociedad".
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 87
Características de las normas morales en cada uno de esos dmbitos. Las normas
de la moral personal son interiores, esto es, regulan tanto las conductas efec-
tivamente emitidas por el sujeto obligado cuanto el fuero interno de éste, de
modo que para poder darlas por cumplidas no basta con que dicha conducta
se adecue a la norma, sino que es preciso, además, que exista moralidad en el
fuero íntimo del correspondiente sujeto, o sea, en las motivaciones que éste tuvo
para actuar de un modo o de otro en un caso dado. En consecuencia, el juicio
moral sobre el sujeto normativo no puede basarse sólo en la observación de lo
que éste hace, sino que considera también la raíz de su conducta y examina
cuáles fueron los motivos y las intenciones que el sujeto tuvo al actuar.
Las normas de la moral personal son unilaterales, esto es, representan de-
beres que un sujeto admite frente a sí mismo y frente a la idea de bien o de
perfección moral que asume como propia, y no confieren a un sujeto distinto
la facultad de exigir el cumplimiento de tales deberes. Los sujetos distintos del
obligado podrán representar a éste las normas morales a que decidió sujetarse,
pero no están en posición de exigirle que se comporte de ese modo.
Las normas de la moral social son bilaterales, puesto que imponen deberes
a los sujetos no frente a sí mismos ni a la idea de perfección moral que cada
uno de ellos pueda tener, sino frente a los demás y a la idea de bien moral
que prevalezca al interior del grupo, de modo que los sujetos distintos del
obligado cuentan con la posibilidad de representar y aun de exigir de éste la
observancia de las normas de que se trate.
En fin, las normas de la moral social son incoercibles, esto es, no existe la
posibilidad del uso de la fuerza socialmente organizada ni para garantizar su
cumplimiento ni para imponer las correspondientes sanciones en caso de
infracción, lo cual no obsta a que el grupo ejerza de hecho distintas formas
de presión en favor de su observancia y reaccione con castigos, como la repro-
bación o el rechazo social del infractor, cuando sea procedente.
Interiores, en primer lugar, por las mismas razones que ofrecimos a propósito
de las normas de la moral personal.
En tercer lugar, las normas de este sector son unilaterales, por las mismas
razones que fueron dadas a propósito de las normas de la moral personal,
aunque tratándose del presente sector son indudablemente más fuertes las
posibilidades de representación de las normas que asiste a los que comparten
con el sujeto obligado la pertenencia al sistema religioso o filosófico de que
se trate.
90 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Por último, estas normas son también incoercibles, por las mismas razones
que lo son las de la moral personal.
Desde las más sencillas hasta las más complejas formas de organización social
que los hombres han ido desarrollando a lo largo de la historia, desde la pequeña
y homogénea tribu hasta las actuales sociedades extensas y plurales en que nos
toca vivir, todas ellas han supuesto la vigencia de un determinado ordenamiento
jurídico, más complejo o menos complejo según los casos, esto es, han supuesto
la existencia de normas que tienen la pretensión de guiar el comportamiento en
algún determinado sentido, valiéndose para ello de sanciones preferentemente
negativas, a saber, de consecuencias desfavorables que deben producirse cada vez
que un sujeto normativo se desvía de las normas correspondientes, sanciones
que, por último, pueden ser impuestas por medios coactivos.
Es usual que a este tipo de normas, vistas en el conjunto que ellas hacen, se
las llame derecho, lo cual explica, por ejemplo, que con la expresión "derecho
chileno" quiera aludirse al conjunto de las normas jurídicas que rigen en el
Estado de Chile. Puede ser discutible que el derecho se identifique con las
normas jurídicas, esto es, que se trate de una palabra que designa nada más
que un cierto orden normativo de la conducta humana que posee carácter
coactivo, pero lo que no resulta discutible es que en toda sociedad existen las
llamadas normas jurídicas y que éstas conforman un cierto orden coactivo que
regula la conducta de quienes viven en ella.
"El derecho, como el aire, está en todas partes", escribe Carlos Nino. "El
derecho está presente, directa o indirectamente, en muchos de los episodios
de nuestra vida cotidiana'', escribe por su parte Antonio Hernández Gil. Por
ejemplo, continúa explicando Carlos Nino, puede ser que hoy usted se haya
contenido de ejercitar su agradable voz bajo la ducha, recordando que sus
vecinos podrían hacer valer ciertas ordenanzas contra los ruidos molestos;
seguramente usted se habrá vestido al salir de su casa, porque entre otras
razones, usted sabe bien que hay regulaciones jurídicas que desalientan una
excesiva ligereza en el vestir; probablemente usted haya celebrado un contrato
tácito de transporte al ascender a un ómnibus público o, si ha conducido su
automóvil, habrá seguido algunas reglamentaciones y habrá hecho uso también
de la facultad jurídica de transitar por la vía pública; es casi seguro que usted
debe haber celebrado varios contratos verbales de compraventa (al adquirir,
por ejemplo, el periódico o cigarrillos); aunque no posea un físico imponente,
usted tiene alguna confianza en que probablemente no será golpeado, insultado,
vejado o robado gracias a la "coraza'' normativa que le proporciona el derecho;
la organización donde usted trabaja o estudia está seguramente estructurada
92 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
según una serie de disposiciones legales; y si usted tiene que hacer un trámite
quizá no advierta que cada uno de sus intrincados pasos está prescrito por
normas jurídicas.
Sobre lo que Nino quiere llamar la atención es que todos esos contactos
con el derecho ocurren en un día normal de cualquier per.sona, lo cual produce
una cierta "omnipresencia del derecho", y, a la vez, una evidente dificultad para
"aislarlo conceptualmente y explicar su estructura y funcionamiento".
Con estos otros sencillos ejemplos, Hernández Gil quiere decirnos que basta
tener conocimientos jurídicos elementales, sentido común y noticia de algunos
datos legales mínimos para darnos cuenta de la presencia que el derecho tiene en
cada uno de los actos antes señalados. Sin embargo, agrega el autor, "preguntas
como ¿cuál es la naturaleza o esencia del derecho?", o, simplemente, "¿qué
CAPITULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 93
Por lo tanto, como escribe Heinrich Henkel, "la sola existencia de mala
voluntad y mala motivación sólo infringe la moralidad; pero mientras no se
produzca el correspondiente comportamiento externo no se fundamenta una
ilegalidad". Todo lo cual es producto del diferente objetivo de ambos sectores
normativos -moral y derecho-, porque en el primero de ellos "se trata de la
realización de la idea del bien moral", mientras que en el segundo lo que se
persigue es "encauzar la actuación social, a fin de alcanzar una convivencia
soportable en la sociedad".
"Delito -dispone el art. 1 del Código Penal- es toda acción u omisión volun-
taria penada por la ley", mientras que el art. 2 agrega lo siguiente: "Las acciones u
omisiones que cometidas con dolo o malicia importarían un delito, constituyen
un cuasidelito si sólo hay culpa en quien las comete". Por lo mismo, alguien que
conduciendo su automóvil lanza el vehículo en forma deliberada en contra de una
persona a la que desea eliminar y produce efectivamente la muerte de ésta, será
procesado y condenado como responsable del delito de homicidio; en cambio,
un conductor que causa la muerte de un peatón sin quererlo, en circunstancias
que manejaba descuidada o imprudentemente, será juzgado y condenado como
responsable del cuasidelito de homicidio. Del mismo modo, quien dispara a otro
su arma de fuego, con clara intención de quitarle la vida y causa la muerte de la
víctima, es responsable del delito de homicidio y deberá soportar una pena más
grave que aquel que causó también la muerte de alguien, sin intención, como
consecuencia de haber manipulado un arma sin el debido cuidado.
En efecto, hay instituciones del Derecho Civil que exigen una determinada
disposición interior de los sujetos para que puedan entenderse debidamente
configuradas. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el domicilio y con la posesión.
El art. 59 del Código Civil define domicilio como "la residencia acompafiada
real o presuntivamente del ánimo de permanecer en ella'', mientras que el art.
700 dice que la posesión es "la tenencia de una cosa determinada con el ánimo
de sefior o dueño". Tal como se ve, en ambos casos, para que exista domicilio
o posesión, se requiere de un hecho externo y fácilmente verificable, a saber,
en un caso la residencia en un lugar y en el otro la tenencia de una cosa, pero,
a la vez, se exige, complementariamente, un determinado dnimo o disposición
interna del respectivo sujeto.
Cabe llamar la atención que, todo lo contrario de las dos situaciones mos-
tradas a propósito de esta tercera salvedad, en el campo del Derecho Civil se
prescinde a veces por completo de la interioridad del sujeto, al cual se le hace
responsable, excepcionalmente, del daño sufrido por otro sujeto sin que medie
ninguna participación dañosa del primero. Así, por ejemplo, el propietario
de un vehículo, aun cuando éste sea conducido por otra persona al momento
de causar dafio a un tercero, es civilmente responsable de este dafio y debe
concurrir a las reparaciones pecuniarias del caso.
diciendo que deben hacerlo los mejores, o los que están ligados por víncu-
los de sangre al gobernante anterior, o una clase social determinada, o una
casta profesional cualquiera. Por su parte, la democracia responde que deben
gobernar los mismos que quedarán sujetos u obligados por las decisiones de
gobierno.
Es por ello que Karl Popper ha dicho que la democracia consiste en re-
emplazar gobernantes ineptos sin derramamiento de sangre, y que Bobbio
ha sostenido que ella reemplaza por el voto el tiro de gracia del vencedor
sobre el vencido. Además, y ante la crítica de los no demócratas a la regla de
la mayoría, en el sentido de que se trata de una regla puramente cuantitativa
que no asegura la calidad de las decisiones que se adopten por medio de
su aplicación, Bobbio responde que "siempre es mejor contar cabezas que
,,
cortar 1as .
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 99
Entendida del modo como hemos hecho aquí, la política concierne siempre
al poder, y, al revés de lo que acostumbra decirse, es la continuación de la
guerra por otros medios, entendiendo aquí por "guerra'' ese estado de natu-
raleza que según vimos al comienzo de este libro describe Thomas Hobbes.
Por lo mismo, aun la mala política es preferible a la falta de ésta, puesto que
ya sabemos lo que ocurre cuando la política sale de escena: entra un general
vestido con uniforme regular o verde oliva -para el caso da lo mismo-, quien
pone su pistola sobre la mesa y declara terminada toda discusión.
Para explicar esta nueva salvedad es preciso anticipar dos conceptos jurídicos
fundamentales -los de validez y eficacia- que serán desarrollados en la parte
de este libro que trata del ordenamiento jurídico.
Así, puede surgir una salvedad a la heteronomía según sea la actitud que
se adopte frente a la pregunta que inquiere acerca de cuál es la relación entre
validez y eficacia.
Si se afirma que no hay relación alguna entre validez y eficacia de las normas
jurídicas, o sea, que la circunstancia de resultar eficaz o ineficaz una de tales
normas en nada afecta a su validez, entonces no se configura ninguna salvedad
a la heteronomía. De acuerdo a este punto de vista, si una norma jurídica
válida producida heterónomamente -por ejemplo, una ley- no consigue ser
eficaz, o habiéndolo sido pierde luego su eficacia, tal hecho no perjudica la
validez de la norma y ésta continúa siendo válida, esto es, continúa existiendo
y teniendo el doble carácter obligatorio antes indicado.
Para Kelsen una norma jurídica es válida, o comienza a ser válida, con
independencia de su eficacia, o sea, antes de saberse incluso si será o no efi-
caz. Así, una ley, luego de ser aprobada por el Congreso Nacional y de ser
sancionada y promulgada por el Presidente de la República, es válida desde
el mismo momento en que se publica como tal. No obstante, una norma
jurídica válida necesita de la eficacia para continuar siendo válida, lo cual
quiere decir dos cosas: que una norma jurídica válida que consigue además
ser eficaz, sigue ella siendo válida; y que una norma jurídica válida que no
consigue ser eficaz, o que habiéndolo conseguido pierde más tarde su eficacia,
deja también de ser válida.
Cada vez que ocurre lo anterior, es decir, cada vez que un sujeto tiene un
deber jurídico que pugna con su conciencia moral, todo lo más que podemos
decir, al menos en principio, es que ese sujeto se encuentra en un problema:
o cumple el deber jurídico y pasa por alto el dictamen de su conciencia, o
cumple con este último y se expone a sufrir las sanciones jurídicas del caso.
o deje sin efecto, en general, esto es para todas las personas, la norma que
establece ese deber. Cosa distinta de lo que acontece tratándose de la llamada
desobediencia civil, que, por su parte, se trata de un acto colectivo y público
de desobediencia a una ley, a una decisión administrativa o a una política
pública, con la finalidad de que la ley, decisión o política objetadas sean
dejadas sin efecto por parte de la autoridad. La desobediencia civil, por lo
mismo, es más radical que la objeción de conciencia y, asimismo, tiene un
sentido más político que jurídico. Ni qué decir si salimos del ámbito de la
desobediencia civil y pasamos al de la desobediencia revolucionaria, puesto
que la radicalidad y significado político en este último caso son aun mayores:
lo que se busca es sustituir al gobierno -no ya dejar sin efecto una ley, una
decisión administrativa o una determinada política pública- sin observar para
ello las normas constitucionales vigentes acerca de la elección, permanencia
y renovación de las autoridades superiores del Estado.
Tan fácil es confundir las tres situaciones precedentes, sobre todo la obje-
ción de conciencia con la desobediencia civil, que un diario de nuestro país,
en 2005, con motivo del debate que se produjo sobre la obligación de los
alcaldes de comunas a cargo de consultorios públicos de salud de entregar
gratuitamente la así llamada píldora del día después, publicó, bajo el título
"Casos de objeción", una serie de acontecimientos históricos que constitu-
yeron antes desobediencia civil que objeción de conciencia. Por ejemplo, los
de Mahatma Gandhi, quien valiéndose de una masiva desobediencia civil,
llevó a su país, India, a la independencia del imperio británico. Lo mismo
el caso de Martin Luther King y su cruzada por los derechos de la pobla-
ción negra en los Estados Unidos. Y de igual manera lo que aconteció con
Nelson Mandela y su lucha personal y colectiva en contra de las políticas
segregacionistas impuestas en Sudáfrica por la minoría blanca. Aunque en
esa nota periodística se incluyeron también casos típicos de objeción de
conciencia, como el de Tomás Moro, en 1534, quien por razones de con-
ciencia y de fidelidad al Papa, se negó a suscribir el juramento cismático de
Enrique VIII, pagando con su vida. O el del escritor norteamericano Henry
David Thoreau, quien optó por ir a la cárcel antes que pagar impuestos que
el gobierno de su país pudiera utilizar para financiar la guerra con México.
O el caso del boxeador Muhammad Alí, quien siendo campeón mundial
de pesos pesados, se negó a alistarse para combatir en Vietnam, invocando
para ello creencias morales y religiosas.
Todo lo cual nos lleva a una cuestión importante, a saber, que la objeción
de conciencia propiamente tal, es decir, aquella que se configura cada vez
que por razones morales fuertes una persona puede excusarse de cumplir
un deber jurídico sin sufrir las sanciones del caso, es una institución que el
propio derecho autoriza, excepcionalmente, en ciertos casos, por ejemplo,
el de la conscripción militar, o el del gendarme al que, por su rechazo moral
a la pena de muerte, se le exime del deber de formar parte del pelotón de
fusileros, o el de la persona que al asumir un cargo debe jurar cumplirlo
con fidelidad y a la que se permite que no lo haga, atendida su falta de fe,
sustituyendo el juramento por una promesa. Jurídicamente hablando, en-
tonces, la objeción de conciencia requiere hallarse autorizada por el propio
derecho, en ciertos casos o situaciones excepcionales, puesto que ningún
ordenamiento jurídico podría autorizar un derecho genérico a la objeción
de conciencia, entendiendo por tal aquel que tendría cualquier sujeto nor-
mativo para excusarse de cualquier deber jurídico y bajo la sola condición
de que este deber repugnara a su conciencia moral. No queremos exagerar,
pero, según los tiempos que corren, un neoliberal extremo, caso de existir
algo así como un derecho genérico de objeción de conciencia, podría pre-
tender eximirse del deber de declarar y pagar el impuesto a la renta, o su
patente profesional, o el impuesto territorial que afecta a sus propiedades
inmuebles, arguyendo para ello que toda carga impositiva sobre las personas
constituye un abuso moral por parte del Estado. Dicho lo cual agregaría
ahora lo siguiente: un derecho moderno, liberal, respetuoso de la autono-
mía moral de las personas, debería estar más atento a identificar situaciones
en las que bien podría autorizar, expresamente, la objeción de conciencia,
aunque cuidando de no romper con ello el principio de igualdad ante la
ley. Así, por ejemplo, cuando se admite la objeción de conciencia respecto
de la conscripción militar obligatoria, bien puede establecerse algún tipo de
deber social alternativo para los objetores de conciencia, precisamente con
la finalidad de no vulnerar dicho principio.
es muy fuerte, así lo son, también, las consideraciones que pesan en su contra'',
reconociendo -en fin- que "me encuentro incapacitado para defender un
punto de vista general basado en principios políticos generales". En cualquier
caso, nos parece que si ni aún un estado liberal podría consagrar un derecho
general a la objeción de conciencia, sino admitirla sólo frente a determinados
deberes jurídicos que el propio derecho identifica, resulta plausible esperar que
un estado liberal admita la objeción de conciencia respecto de más deberes que
el de la sola conscripción militar obligatoria, lo cual quiere decir que debería
ampliarse el espectro de tales deberes, aunque sin llegar a consagrar un derecho
general de objeción de conciencia, que, como tal, pudiera ejercerse frente a
cualquier deber u obligación impuesta por el derecho.
conciencia deberes inherentes a su cargo, pero lo que deben hacer en tales casos
es renunciar, o cambiar derechamente de oficio, o pasarse del lado del sector
privado, esto es, dejar de ser autoridades públicas, puesto que -a diferencia
de lo que ocurre con la objeción de conciencia- con su negativa a cumplir
un determinado deber inherente a su cargo están afectando los derechos de
terceros. ¿Y quiénes son esos terceros? Pues los que, en los ejemplos antes
mencionados, piden que el divorcio sea declarado judicialmente por concu-
rrir alguna de las causales que establece la ley, o los que siendo de un mismo
sexo quieren contraer matrimonio o la unión civil autorizada por la ley, o las
mujeres que en un hospital público solicitan la interrupción de un embarazo
que ha sido resultado de una violación.
The raínmaker es una obra teatral norteamericana de los años 60 del siglo
pasado. Fue puesta en escena en Santiago el año 2005 y dio lugar a una película,
también de los 60, que fue exhibida bajo el título de "El farsante". Como actores
principales actuaban Burt Lancaster y Katherine Herpburn. Y la historia era
ésta: a comienzos de siglo, un tunante bastante simpático, interpretado por B.
Lancaster, recorría zonas rurales muy apartadas del sur de los Estados Unidos,
donde la sequía era frecuente, y, a cambio de casa, comida y unos cuantos
dólares, prometía a los granjeros que haría llover, ejecutando para ello unas
danzas e invocaciones que hoy nos parecerían ridículas. Pues bien, llegado a
CAPfTULO 11. DERECHO, SOCIEDAD Y NORMAS DE CONDUCTA 111
una de esas granjas, el forastero seduce a la hija del dueño de ésta, la cual, a la
sola vista del espectador, sufría evidentes trastornos de personalidad derivados
de una virginidad prolongada y seguramente no deseada. Pero cuando el padre
los sorprende en el granero donde habían estado juntos, mostrándose ambos
muy satisfechos, en especial ella, toma un rifle y apunta a la cabeza de quien
considera un impertinente que ha abusado de su hospitalidad y confianza.
Aparece entonces el hijo varón del granjero, quien pone una de sus manos
sobre el cañón del rifle para bajar la boca de éste a tierra, y dice a su padre:
"Estás tan preocupado del bien que te olvidas de lo que es bueno".
Esta salvedad tiene que ver con la existencia de fuentes formales del derecho
de carácter autónomo, o en las que resulta posible apreciar una importante
dimensión de autonomía, lo cual exige anticipar el concepto de .fuente formal
del derecho. La salvedad tiene que ver también con la mediación como forma
alternativa de solución de conflictos.
Por otra parte, hay fuentes formales del derecho, como la costumbre jurí-
dica y los actos jurídicos, que tienen carácter autónomo, o que, cuando menos,
muestran una importante dimensión de autonomía en el derecho.
En la parte de este libro que trata de las fuentes formales del derecho ten-
dremos que volver sobre el concepto de costumbre jurídica, sobre la evolución
que ésta ha tenido como fuente del derecho y sobre su valor actual en el orde-
namiento jurídico nacional y, asimismo, en el orden jurídico internacional. Por
el momento, basta con percibir cómo el concepto que acabamos de anticipar
muestra con claridad que las normas de derecho consuetudinario, esto es, las
que son producidas a través de la costumbre jurídica, son creadas y sustentadas
por los mismos sujetos que deben obedecerlas, lo cual resulta suficiente para
ver en ellas una fuente formal de carácter autónomo.
Tratándose ahora de los actos jurídicos, éstos constituyen también una fuente
formal del derecho de carácter autónomo, puesto que las normas que se produ-
cen por su intermedio resultan ser expresión de voluntad de los mismos sujetos
que quedan imperados por ellas. Se trata, como es obvio, de normas jurídicas
particulares, porque restringen su ámbito de validez únicamente a los sujetos que
las producen. Pero el hecho de ser normas jurídicas particulares, a diferencia
de lo que acontece con las leyes, que por lo común contienen normas jurídicas
abstractas y generales, no las priva de su condición de normas jurídicas.
Es efectivo que en el ejemplo antes señalado las partes se valen de las nor-
mas jurídicas de carácter legal que en materia de contratación en general y de
compraventa en particular se contienen en el Código Civil. Esto quiere decir
que al celebrar ese determinado contrato de compraventa, las partes aplican las
normas legales de tipo general sobre contratación y sobre compraventa. Pero
ello no impide que, a la vez, creen o produzcan de ese modo las normas jurí-
dicas particulares que les concederán e impondrán los derechos y obligaciones
que para cada una de ellas resultan de ese determinado contrato. Aquí, por
lo mismo, las partes aplican y producen normas jurídicas, aunque las normas
que se producen lo son por propia voluntad de los contratantes y muestran
así una evidente dimensión de autonomía en el derecho.
Algo parecido ocurre con la actividad hípica, puesto que cada hipódromo
del país cuenta con un juez árbitro que falla en conciencia los asuntos de
índole pecuniaria que se susciten entre criadores, propietarios y preparadores
de caballos finasangre. Cuentan, además, con una instancia de mediación
laboral que tiene por finalidad buscar soluciones convenidas a los problemas
que se originen en la aplicación e interpretación de los contratos de trabajo
que se celebran entre preparadores y cuidadores de caballos, sin perjuicio de
quedar a salvo el derecho de estos últimos para recurrir a la justicia ordinaria.
Las Juntas de Comisarios de los Hipódromos, a cargo de la supervigilancia
de las reuniones de carreras y del personal que interviene en su desarrollo,
pueden aplicar sanciones a jinetes, preparadores y propietarios de finasan-
gre, por incorrecciones que cometan en el desempeño de sus respectivas
funciones.
La forma más autónoma y directa que tienen las personas para solucionar
conflictos es la negociación, es decir, el encuentro de las partes en conflicto
y el tratamiento de éste por ellas mismas en búsqueda de una solución con-
sensuada, y sea que en ese tratamiento actúen o no asistidas por abogados.
Así, por ejemplo, en el diferendo que enfrenta las opiniones e intereses de
dos vecinos acerca de cuál de ellos debe financiar la construcción del muro
o pandereta que dividirá sus propiedades, los afectados pueden reunirse en
la casa de uno de ellos y convenir una solución. Si no lograran ponerse ellos
mismos de acuerdo, podrían designar cada cual un abogado, o algún otro ex-
perto, para que continuaran en representación de ellos la negociación en que
se encuentran, llevándola a buen término. Así es como opera lo que hemos
llamado "negociación", la cual constituye una forma bastante práctica para
resolver conflictos entre personas o colectivos de personas.
Bilateralidad. Las normas jurídicas son bilaterales porque, junto con imponer
deberes a uno o más sujetos de derecho, conceden o reconocen a otro u otros
sujetos, distintos de los anteriores, la facultad de exigir el cumplimiento de
tales deberes.
Las normas jurídicas no imponen a los sujetos deberes que éstos tengan
frente a sí mismos, sino obligaciones que asumen ante otros sujetos. Por lo
mismo, al sujeto sobre el que pesa el deber se le llama sujeto pasivo, mientras
que a aquel que está dotado de exigir el cumplimiento de ese deber se le
denomina sujeto activo. Precisamente, y según fue anticipado en el Capítulo
I, a esa facultad de que está dotado un sujeto frente a otro sujeto se le llama
"derecho subjetivo", lo cual configura uno de los cinco sentidos en que es
posible utilizar la palabra "derecho".
Este rasgo de las normas jurídicas ha sido destacado, entre otros, por
Heinrich Henkel, quien afirma que "la fuerza no es atributo, sino caracte-
rística esencial del derecho positivo". Así, un derecho impotente, esto es, un
derecho desarmado, desprovisto de la posibilidad de dirigir y ejecutar actos
de fuerza en contra de quienes no cumplan sus prescripciones, sólo podría ser
un derecho meramente pensado o proyectado, o bien un derecho derogado,
o sea, en todos esos casos, un no-derecho. Por lo mismo, el pensamiento de
un derecho "que no fuese inexorable (coercitivo, autárquico) -dice por su
parte Luis Recasens Siches- constituiría un absurdo, es decir, un pensamiento
irrealizable, como el de cuadro redondo o el de cuchillo sin mango ni hoja''.
Kelsen, todavía más explícito, se pregunta "¿Qué pueden tener de común el
llamado derecho de los antiguos babilonios con el que existe actualmente
en los Estados Unidos? ¿Qué puede tener de común el orden social de una
tribu negra sometida a un cacique despótico -orden al que también se da el
nombre de derecho- con la Constitución de la República Suiza?". El único
elemento en común, responde este autor, a pesar de todas las diferencias
éticas que tras ellos existen y que traducen contenidos muy diversos, es "la
técnica social que consiste en provocar la conducta deseada a través de la
amenaza de una medida coercitiva''.
Derecho y fuerza, por tanto, no son una y misma cosa, porque el derecho es
sólo una determinada organización de la fuerza, en tanto que, por esta misma
razón, o sea, por ser el derecho una determinada organización de la faerza,
tampoco puede mirarse al derecho como un ordenamiento por completo
independiente de la fuerza. Josef Kunz lo dice del siguiente modo: "el medio
del derecho, el acto coercitivo de la sanción, es de la misma naturaleza que lo
que el fin del derecho quiere evitar: el uso de la fuerza en las relaciones entre
los hombres".
mismo que el derecho le exigía hacer o no hacer, tiene sólo un alcance relati-
vo, porque en ocasiones la interioridad entra también en el campo visual del
derecho. En cambio, tratándose de la moral personal, lo que puede decirse es
que ella sólo puede darse por satisfecha después de examinar la interioridad
del sujeto, lo cual constituye, en su caso, una afirmación absoluta, sin perjuicio
de que, situados en esta esfera de la moral, se espere también que una buena
interioridad se exprese en buenas acciones.
Moral de los sis"éemas religi.osos y derecho. Lo primero que habría que decir
a este respecto es que el derecho toma una distancia deliberada respecto de
la moral religiosa. Es efectivo que por una parte garantiza la libertad de con-
ciencia, de manera que cada individuo pueda formarse las ideas que desee en
--------------------- -
Derecho y moral social son también bilaterales, puesto que ambos impo-
nen deberes que los sujetos reconocen para con los demás, no para consigo
mismos.
sino que depende de que la norma haya sido producida conforme lo establece
otra norma superior del respectivo ordenamiento jurídico.
Tampoco debe ser olvidado que una diferencia muy visible e importante
entre derecho y moral, como entre derecho y cualquier otro orden normativo,
se configura a partir del carácter coercible del primero. El derecho es coercible,
en el sentido que explicamos antes, mientras que la moral no lo es. La moral,
lo mismo que el derecho, impone deberes y reacciona con sanciones en caso de
incumplimiento, pero las sanciones, con ser muy distintas en el caso de uno y
otra, son además incoercibles tratándose de la moral. Esto quiere decir que por
mucho que en el ámbito moral se produzca una presión social fuerte en favor
de su cumplimiento, y una reacción igualmente importante del grupo social en
términos de reprobación, rechazo y aun aislamiento del sujeto infractor -más
fuerte, desde luego, que en el caso de infracción de normas de trato social-, las
sanciones morales no pueden ser impuestas legítimamente en uso de la fuerza
socialmente organizada ni cuenta tampoco la moral para ello con un aparato
de fuerza institucionalizado como sí ocurre tratándose del derecho.
Existe desde luego una relación empírica entre derecho y moral, puesto que
todo derecho vigente en un lugar y tiempo dados refleja en alguna medida
importante las ideas morales que prevalecen en la respectiva sociedad o entre
quienes como autoridades normativas tienen competencia para intervenir
en los procesos de producción, aplicación e interpretación del derecho. Esto
quiere decir que lo que tales autoridades producen como derecho les parece
también correcto o a lo menos no reprobable desde un punto de vista moral,
y quiere decir, asimismo, que determinadas conductas que exige el derecho
lo son también por la moral que impera en la sociedad de que se trate.
Y existe asimismo una relación psicológica entre uno y otro orden normati-
vo, puesto que, al venir determinados comportamientos exigidos a la vez por
la moral y por el derecho, no pocas personas pueden afirmar que si cumplen
determinados mandatos jurídicos es, ante todo, porque ven en éstos exigencias
morales importantes y no por temor a verse expuestas a sufrir la aplicación de
las sanciones jurídicas del caso.
Con la salvedad antes indicada, a saber, que hay tanto una moral positiva
de mayoría y una de minorías, las cuales pueden experimentar cambios que
pueden llegar hasta transformar a aquélla en éstas, o éstas en aquélla, moral
positiva es aquella aceptada y compartida por un grupo social dado.
Para los que creen en una conexión necesaria entre derecho y moral -sea
ésta positiva o crítica-, un ordenamiento, una institución jurídica o una o más
normas jurídicas que no satisfagan el criterio de moralidad escogido, no sólo
son injustos, sino que no son derecho, no rigen realmente como tal, y no hay
tampoco obligación jurídica de ajustar el comportamiento a ellas.
revela, para ellos resultarían una abierta contradicción. Para este punto de
vista, el derecho tiene que satisfacer ciertos criterios de justicia o moralidad
para ser derecho, mientras que para el punto de vista contrario algo puede
ser identificado como derecho aun cuando no se ajuste a tales criterios.
se sostiene que las normas o sistemas de normas que no cumplan con inde-
terminado criterio moral pueden, sin embargo, considerarse como normas
jurídicas o sistemas jurídicos defectuosos o sistemas jurídicos jurídicamente
defectuosos". Pero cuando el derecho pasa por encima de los derechos hu-
manos, cuando carece de la básica pretensión de corrección que consiste en
respetar tales derechos, no se trataría ya sólo de un derecho defectuoso, sino
de un no-derecho.
aplicadas por medio de la fuerza, como las que definen ciertos conceptos
jurídicos o las que otorgan competencia para producir nuevas normas-, sino
del derecho visto en su conjunto. El derecho es entonces coercible, no cada
una de sus normas. Y del mismo modo, el derecho, visto como un todo,
guardaría, según Laporta, más relación con la moral que visto aisladamente
en cada una de sus normas, puesto que moral y derecho (derecho como un
todo) compartirían unos contenidos mínimos que apuntan a lo mismo: la
sobrevivencia tanto individual como colectiva de los sujetos y de la comuni-
dad en que estos viven, lo cual conduce a que uno y otro orden normativo
prohíban conductas tales como matar, provocar lesiones, desconocer los
acuerdos o la palabra empeñada, dañar el honor, y apropiarse de los bienes
que pertenecen a los demás.
En fin, para una visión más pormenorizada del positivismo y de las di-
ferentes tesis que se le adjudican, se sugiere consultar el capítulo dedicado a
esta doctrina en nuestro libro Filosofía del derecho.
hecho de que otros no vean la luz que ellos ven, o creen ver. Aunque lo peor
son ciertamente los fanáticos, esa clase de soñadores que busca a los demás
no para convertirlos a sus ideas ni para reprocharles que no las compartan,
sino para eliminarlos.
Luego vienen los neutrales, esto es, los que se interesan por el asunto moral
de que se trate y tienen incluso un juicio formado sobre el particular, pero que,
por alguna razón, prefieren no dar a conocer ese juicio, como sería el caso, por
ejemplo, de un profesor de Derecho Penal que tiene un determinado parecer
acerca de la procedencia o no de la pena de muerte en ciertos casos, pero que,
requerido sobre el particular en medio de una clase por sus alumnos, prefiere
callar para facilitar de ese modo una discusión más abierta entre los propios
estudiantes. Definidos de esa manera, los neutrales tampoco encarnan un
temperamento moral, puesto que se trata de una postura transitoria adoptada
por motivos estratégicos.
El último tipo es el de los fondticos, que son iguales a los absolutistas, aun-
que con una característica espeluznante: buscan a los que piensan distinto no
para convertirlos, sino para eliminarlos.
Cosa distinta, por ejemplo, es que por motivos de edad, de salud u otros
que el propio derecho establece, una persona no esté en condiciones de ejercer
y cumplir por sí misma los derechos y obligaciones de que sea titular. Esta
incapacidad de ejercicio, si bien limita al sujeto de derecho que la padece, no
afecta en nada a la titularidad de los derechos de ese sujeto. En este evento
será necesario designar un representante que actúe por el sujeto que tenga
incapacidad de ejercicio, pero éste conservará no sólo su condición de sujeto
de derecho, sino también los propios derechos de que sea titular.
que es titular, y para cumplir también por sí mismo las obligaciones o deberes
jurídicos que le correspondan, suele ir aparejada a la capacidad de goce, o sea,
lo normal será que una persona adulta y sana tenga tanto capacidad de goce
como de ejercicio. Sin embargo, por determinadas razones, por ejemplo, por
motivos de edad, el derecho priva a ciertos sujetos jurídicos individuales de
capacidad de ejercicio y les obliga a actuar en la vida jurídica por medio de
representantes.
que sobre el particular adopten los órganos del Estado que intervienen en el
proceso de formación de las leyes.
Otra norma jurídica dispone que el que recibe dinero en préstamo tiene
la obligación de devolverlo en la fecha convenida y con los intereses que
hubiere pactado con su acreedor. He ahí otro supuesto normativo, otro he-
cho calificado jurídicamente que tanto puede suceder o no -que un sujeto
reciba de otro una suma de dinero en préstamo-, pero se trata de un hecho
que, una vez ocurrido, va a producir la consecuencia que la misma norma
establece.
El deber jurídico del sujeto pasivo es lo que éste tiene la obligación de dar,
hacer o no hacer en relación con el correspondiente sujeto activo.
efectiva realización del supuesto normativo cuyo acaecimiento efectivo fijó las
posiciones de uno y otro sujeto.
Por tanto, se puede definir derecho subjetivo como la facultad que una
norma jurídica reconoce o atribuye a un sujeto de derecho para exigir de otro
un determinado comportamiento que se denomina prestación. Este concepto,
que constituye uno de los varios usos técnicos de la palabra "derecho,,, fue
adelantado en el Capítulo I de este libro.
En particular, las llamadas doctrinas del derecho natural afirman que los
hombres tienen "derechos" (en sentido subjetivo) anteriores a los "derechos" (en
sentido objetivo) dotados de realidad histórica que puedan regir en un lugar
y tiempo dados. Tales derechos, según algunas de esas doctrinas, provendrían
directamente de la divinidad, según otras de la naturaleza racional del hombre,
y según unas terceras de la naturaleza de las cosas mismas. Pero cualquiera sea el
origen que se atribuya a tales derechos, todas las doctrinas del derecho natural
sostienen que ellos son anteriores a los ordenamientos jurídicos positivos, lo
cual equivale a decir que estos últimos deben reconocerlos y protegerlos, y
que son también superiores, lo cual quiere decir que se trata de derechos que
continuarían existiendo y prevaleciendo como tales aun cuando un determinado
ordenamiento jurídico positivo no los reconociera como tales.
Esas ideas son las que sustentan, por ejemplo, las primeras líneas de la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica: "Sos-
tenemos como evidentes estas verdades: que los hombres nacen libres e iguales
en dignidad y en derechos, y que entre tales derechos se cuentan la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad".
En el caso de Kelsen, sobre todo si nos fijamos en lo que este autor expresó
en la segunda versión de su libro Teoría Pura del Derecho, habría que ofrecer
una cuenta más pormenorizada de lo que fueron sus ideas acerca de los de-
rechos subjetivos. Lo que sigue, por lo mismo, es una presentación abreviada.
de su pensamiento sobre el tema:
Primero: Kelsen niega que exista base de sustentación suficiente para fun-
damentar una distinción entre derecho objetivo y derecho subjetivo.
Tercero: Según Kelsen, lo que refuerza ese primer plano en que suele co-
locarse al derecho subjetivo es que en determinados idiomas -el alemán y el
francés, por ejemplo- la misma palabra que designa al derecho en cuanto orden
normativo ("Recht", "droit") es la que se emplea para aludir a los derechos -en
el sentido de facultades jurídicas- que tendría un sujeto. Algo similar ocurre
en el caso de la lengua castellana.
Este sentido aparece cuando se dice que alguien tiene un derecho porque la
conducta a que ese derecho se refiere no se encuentra jurídicamente prohibida,
de modo que los sujetos pueden o no ejecutarla libremente.
"Tengo derecho a fumar al aire libre" sería un ejemplo de este primer uso
de la palabra derecho en sentido subjetivo.
Por lo mismo, en este primer sentido, derecho subjetivo no sería más que
una manera de expresar que cierta conducta no estd prohibida por el derecho
en sentido objetivo.
CAPfTULO II. DERECHO, SOCIEDAD y NORMAS DE CONDUCTA 163
Este segundo sentido aparece cuando se dice que alguien tiene un derecho
porque nadie tiene competencia para prohibir la conducta a que ese derecho
se refiere.
Por lo mismo, en este segundo sentido, derecho subjetivo no sería más que
una manera de decir a otro o a otros que carecen de competencia para introducir
como derecho objetivo una determinada prohibición.
Este tercer sentido aparece cuando se dice que alguien tiene un derecho
porque la conducta a que este derecho se refiere se halla jurídicamente per-
mitida.
Así, en este tercer sentido, derecho subjetivo no sería más que una manera
de expresar que cierta conducta estd permitida expresamente por el derecho en
sentido objetivo.
En este cuarto sentido, derecho subjetivo no sería más que una manera de
hablar para referirse, desde la perspectiva del sujeto activo o acreedor, a la obligación
que el derecho objetivo ha impuesto al correspondiente sujeto obligado o deudor.
Este sentido aparece cuando se dice que un sujeto tiene un derecho porque
sobre otro u otros sujetos pesa una determinada obligación pasiva, esto es,
una obligación de no hacer.
164 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Por ejemplo, "Tengo derecho a que mi vecino no tape con un muro la vista
que mi casa tiene sobre el océano".
Este sentido aparece cada vez que decimos que alguien tiene un derecho
porque está en posición de requerir la intervención de los órganos jurisdiccio-
nales a fin de que el correspondiente sujeto pasivo cumpla con una determinada
obligación jurídica.
De tal modo, en este sexto sentido, derecho subjetivo aparece como una
noción técnica, puesto que no es reducible a una obligación jurídica correla-
tiva, aunque, a la vez, se trataría de una potestad que viene reconocida a un
sujeto por el propio derecho en sentido objetivo. Así, se trataría nada más que
de acciones que las normas del derecho en sentido objetivo otorgan a los sujetos de
derecho en determinadas circunstancias.
Este último sentido aparece cuando se dice que alguien tiene un derecho
porque el sistema político lo convoca a participar en la producción del derecho
objetivo en un sentido amplio de esta última expresión.
Así las cosas, los derechos políticos conceden una participación en la for-
mación de la voluntad estatal, es decir, en la producción del derecho, ya sea
en forma directa o indirecta.
Hecho ilícito, sanción e intervención del Estado son, por tanto, los compo-
nentes de la consecuencia jurídica.
Tal vez no sea esa la característica "esencial" del derecho -la de reaccionar
con sanciones que es posible y legítimo aplicar en uso de la fuerza socialmente
organizada-, sino la de conseguir que en el curso de la vida social los sujetos
normativos observen ciertas conductas que se consideran deseables y se abs-
tengan de otras que se consideran dañinas. Pero tal es el cometido de todo
orden normativo, no sólo del derecho, aunque la peculiaridad más notoria de
éste como orden normativo consiste en la manera como reacciona frente a las
conductas que se desvían de sus normas. Por tanto, quizás lo correcto sea decir
que reaccionar con sanciones coactivas frente a los ilícitos es la propiedad no
esencial, sino más peculiar del derecho.
CAPfTULO III
Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA
PERSONA HUMANA
PRIMERA PARTE
DENOMINACIÓN, CONCEPTO, FUNDAMENTO,
EXTENSIÓN E HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
1. INTRODUCCIÓN
Del mismo modo que lo hace con los animales, el derecho protege determi-
nadas especies vegetales, con el fin de evitar su extinción, y castiga con multas
y otras penas a quienes derriben o destruyan ejemplares de tales especies; y otro
tanto acontece, por último, con objetos inanimados, tales como monumentos
o edificios con valor patrimonial, cuyo daño o destrucción expone también a
los responsables a sanciones de tipo jurídico.
Señalamos antes que del hecho de que el derecho proteja al mundo animal,
vegetal e incluso a ciertos objetos inanimados, no se sigue que animales, plantas
y monumentos gocen de derechos ni que deban ser considerados titulares de
éstos del mismo modo en que lo son los individuos de la especie humana.
Con todo, y en especial en el caso de los animales, se discute hoy con fuerza
la afirmación precedente y no son pocos los autores, e incluso organismos
nacionales e internacionales, que no vacilan a la hora de reconocer derechos a
174 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
por la otra, que sólo algunos de los derechos de las personas, precisamente
aquellos que tienen la propiedad de ser fundamentales, forman parte de esta
clase de derechos.
Por lo mismo, como escribe Ernesto Garzón Valdés, "la dignidad es una
característica definitoria atribuida a todo ser humano viviente, de forma tal
que sería c~ntradictorio decir que 'x es un ser humano viviente pero carece
de dignidad"'. Por lo último, la única desigualdad que no es admisible es la
184 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Por su parte, una fundación ética de los derechos humanos, que considera
a éstos como derechos morales, esto es, como expresiones de ciertas exigencias
CAPÍTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 185
creencias, puede justificar que se les desconozca respecto de una o más personas;
absolutos en cuanto no se admite su violación en caso alguno; e inalienables
en cuanto se trata de derechos inseparables de la condición de persona y que
nadie podría renunciar.
Esta manera de fundamentar los derechos del hombre tiene cuando menos
a su favor que estos derechos, en el momento que empieza a hablarse de ellos
bajo tal denominación hace poco más de dos siglos, fueron efectivamente con-
siderados como derechos naturales, esto es, como derechos previos al Estado
y a los ordenamientos jurídicos positivos, ya sea que se los considerara como
derechos directamente otorgados por Dios o se los entendiera como prerroga-
tivas que se encontrarían inscritas en la naturaleza racional del hombre. Esto
es lo que explica las palabras iniciales de la Declaración de Independencia de
los Estados Unidos de Norteamérica, en la que se afirma que los hombres "son
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables", o que la Declaración
francesa de 1789 hablara de "los derechos naturales, inalienables y sagrados
del hombre", o que -Antonio Fernández Galiano- sostenga que los "derechos
fundamentales son aquellos derechos de los que es titular el hombre, no por
graciosa concesión de las normas positivas, sino con anterioridad e indepen-
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 187
Es efectivo, en consecuencia, como anota Ángel Latorre, que "la idea de los
derechos humanos, es decir, la idea de que todo ser humano, por su condición
de tal y con independencia de su posición en una determinada comunidad
política, es titular de un conjunto de derechos que puede hacer valer frente
a los poderes públicos, es fruto del iusnaturalismo racionalista imperante en
Europa en los siglos XVII y XVIII. En el mundo antiguo y medieval la situa-
ción jurídica del individuo y los derechos que se le atribuyen dependían de su
posición en los diferentes grupos jurídicamente diferenciados que formaban
las sociedades de esas épocas".
especificación que los muestran como una realidad dinámica y evolutiva muy
distinta a un conjunto de prerrogativas inherentes a la naturaleza humana y
de las cuales pueda realmente decirse que los hombres han sido titulares en
todo tiempo y lugar.
Es por eso que Bobbio ha podido decir de los derechos humanos que éstos
"nacen cuando deben o pueden nacer. Nacen cuando el aumento del poder
del hombre sobre el hombre, que sigue inevitablemente al progreso técnico,
es decir, al progreso de la capacidad del hombre para dominar la naturaleza y
a los demás hombres, crea nuevas amenazas a la libertad del hombre o con-
siente nuevos remedios a su indigencia; amenazas que se contrarrestan con
demandas de límites al poder y remedios que se utilizan con la demanda al
mismo poder de intervenciones protectoras. A las primeras corresponden los
derechos de libertad o a un abstenerse del Estado, a las segundas los derechos
sociales o a un comportamiento. positivo del Estado". En consecuencia, dice
todavía Bobbio, las demandas que en relación a los poderes constituidos
dirigen los derechos humanos son dos: "impedir maleficios del poder" (dere-
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 189
Ello explica que Dworkin afirme que "los hombres tienen derechos mo-
rales en contra del Estado", y que Carlos S. Nino diga por su parte que los
derechos humanos son aquellos derechos morales que "versan sobre bienes de
fundamental importancia para sus titulares" y se tienen por todos los hombres.
Por su parte, Eusebio Fernández considera que "ni la fundamentación iusna-
turalista (para la cual el fundamento de los derechos humanos estaría en el
190 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Esto quiere decir que sólo tras debatir y deliberar efectivamente en con-
diciones de libertad, simetría e inclusión sobre una determinada norma de
acción -comenta ahora Juan Carlos Velasco- "los concernidos por la misma
están en condiciones de poder quererla o al menos consentirla". Sin embargo,
los productos normativos que resultan de la aplicación del principio discursi-
vo, para ganar en certeza y estabilidad más allá de presentarse como máximas
morales, necesitan adoptar el lenguaje del derecho, del derecho positivo, la
forma jurídica y la base objetiva que tienen tanto los derechos nacionales como
el derecho internacional.
Para una completa realización de los derechos, para una efectiva universa-
bilidad de los mismo, es necesario -cree Habermas- transitar desde un orden
basado en estados nacionales hacia un orden cosmopolita, aunque un tránsito
como ese entrafía dos riesgos de los cuales no se sabe cuál es más peligroso: "el
declive de los sujetos soberanos del derecho internacional, o la poco clara amal-
gama de instituciones y foros internacionales, pues estas instituciones siguen
dependiendo de la buena voluntad de los Estados poderosos y sus alianzas".
Sin embargo -concluye- "en esta inestable situación, los derechos humanos
representan el único fundamento reconocido para la legitimidad política de
la comunidad internacional, ya que casi todos los Estados han aceptado tex-
tualmente la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas
que, entretanto, se ha ido perfeccionando".
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE 1A PERSONA HUMANA 193
Para concluir ya con esta parte relativa a las distintas maneras de funda-
mentar los derechos humanos, quisiéramos precisar lo siguiente:
1. Fundamentar es una acción que puede significar dos cosas distintas: dar
razón de algo u ofrecer para algo una base de sustentación cierta y absoluta.
Por lo mismo, tiene razón Robert Alexy cuando nos dice que "sobre los
derechos fundamentales pueden formularse teorías de tipo muy diferente". Así,
"las teorías históricas explican el surgimiento de los derechos fundamentales,
las teorías filosóficas se ocupan de su fundamentación y las teorías sociales de
la función de los derechos fundamentales en el sistema social".
Así las cosas, uno podría tomarse los derechos en serio, como propone el
mismo Dworkin, tanto si adopta una u otra de las distintas maneras que hay
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 195
Como advierte el propio autor español, tres son los puntos de vista históricos
para entender la aparición y el posterior desarrollo de esta clase de derechos:
el contexto económico, social y cultural de su aparición; los dmbitos de su génesis
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 197
Dadas esas tres nuevas condiciones, los derechos humanos aparecen ini-
cialmente como una manera tanto de limitar el poder del Estado como de
expandir el protagonismo social y la actividad económica de la burguesía,
confiriéndole a tales derechos el carácter de naturales, con lo cual se reforzaban
las propiedades de absolutos, perentorios e irrenunciables que desde entonces
se postulan para esta clase de derechos.
La tolerancia, en un sentido pasivo del término, esto es, como mera acep-
tación de creencias distintas que reprobamos en cualquiera de esos campos
(religioso, moral y político) es una virtud, o sea, una práctica efectiva que
casi nadie se atreve ya a impugnar abiertamente. Sin embargo, se abre paso
ahora, de manera dificultosa, una tolerancia activa, que consiste no sólo en
CAPÍTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LAPERSONA HUMANA 199
En cuanto al debate sobre los límites del poder, éste se produjo como
consecuencia de la secularización tanto de las teorías justificatorias del poder
como de las concretas relaciones de poder entre gobernantes y gobernados.
Se abandona la justificación teológica del poder y
se adoptan otras de carácter
consensual, esto es, se desplaza a Dios como el origen del poder político de
los gobernantes y se coloca en su lugar la idea de un pacto o convención en
virtud de la cual los ciudadanos delegan en sus autoridades el ejercicio de la
soberanía y limitan a la vez el poder de los gobernantes. Todo esto, como se
comprende, sólo pudo ser hecho en nombre de "unos derechos naturales,
previos al poder y que éste debe respetar".
Entre tales documentos, cabe mencionar desde un libro del Antiguo Tes-
tamento, como el Deuteronomio, hasta la Pragmática de los Reyes Católicos,
en España, que declaró la libertad de residencia (1480), pasando por el VI y
VIII Concilio de Toledo (años 638 y 653), la Carta del Convenio entre el Rey
Alfonso I de Aragón y los Moros de Tudela (1119), los Decretos de la Curia
de León (1188), la Carta Magna inglesa (1215), las Disposiciones de Oxford
(1258) y la Constitución Neminen Captivabimus (1430).
En cuanto al VI Concilio de Toledo (638), declaró que "es justo que la vida
de los inocentes no sea manchada por la malicia de los acusadores, y, por tanto,
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE 1A PERSONA HUMANA 201
nadie que esté acusado por otro será entregado al suplicio hasta que el acusador
se presente y se examinen las normas de las leyes y de los cánones". Por su parte,
el VIII Concilio (563) llamó a "que ninguno de los reyes, por propio impulso
o por cualesquiera coacciones o fuerzas, altere o haga que se alteren en su favor
las escrituras de cualesquiera cosas que se deban a otro, de manera que pueda
ser privado injustamente, contra su voluntad, del dominio de las cosas".
La Carta del Rey Alfonso I de Aragón (1119) buscó proteger a los moros
de Tudela y dijo que "el que quisiere salir o ir de Tudela a tierra de moros, o a
otra tierra de moros o a otra tierra, que sea libre y vaya con seguridad con las
mujeres y los hijos y con todo su haber, por agua o por tierra, a la hora que
quisiere, de día o de noche".
Por medio de los Decretos de la Curia de León ( 1188), el Rey Alfonso de León
y Galicia, declarando que lo hada ante "todos los de mi reino", se comprometió
a "cumplir las leyes que están establecidas por mis predecesores", juró "que ni
yo ni nadie entrará en la casa de otro por la fuerza, ni hará ningún da.fío en ella
o en su heredad", y confirmó que si se "denegare justicia al demandante o se la
rechazare maliciosamente, podrá éste tomar testigos por cuyo testimonio conste
la verdad y obligar al que denegó justicia a indemnizar al demandante".
Llama la atención que los textos que hemos mencionado reconozcan de-
rechos con miras sólo a limitar el poder de los monarcas y, además, que el
reconocimiento de los derechos se circunscriba a determinados segmentos o
estamentos de la sociedad.
título de donación, ni por ningún otro tipo de cargas", de modo que nadie
puede ser obligado "a contribuir con ningún impuesto, crédito u otra carga
no aprobada por el Parlamento"; y que "ningún hombre libre será arrestado
o encarcelado, o será obstaculizado en el ejercicio de sus libertades o de sus
costumbres, o será proscrito o desterrado, ni sancionado de ninguna forma,
sino conforme a un juicio legal formado por sus pares o según el derecho
de su tierra".
Por lo tanto, en sus orígenes el Habeas Corpus no tuvo por finalidad obte-
ner la inmediata libertad de un detenido, sino asegurar la presencia física del
detenido ante el tribunal correspondiente, esto es, tuvo por finalidad asegurar
un juicio pronto a las personas que sea veían privadas de libertad.
Se trata de textos cada vez más completos, en los que se van reflejando en
forma gradual no sólo el proceso de positivación de los derechos a nivel del
ordenamiento jurídico interno de los Estados, sino también los procesos de
generalización y de expansión que analizaremos más adelante.
Internacional, de julio de 1998, que asume que "los crímenes más graves de
trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no deben quedar
sin castigo y que, a tal fin, hay ·que adoptar medidas en el plano nacional e
intensificar la cooperación internacional para asegurar que sean efectivamente
sometidos a la acción de la justicia". Asimismo, el mencionado Estatuto re-
cuerda en su preámbulo que "es deber de todo Estado ejercer su jurisdicción
penal contra los responsables de crímenes internacionales".
Sobre bases como las antes indicadas, el Estatuto de Roma establece una
Corte Internacional de carácter permanente, independiente y vinculada con
el sistema de las Naciones Unidas "que tenga competencia sobre los crímenes
más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto",
aunque, a la vez, se establece que "la Corte Penal Internacional será comple-
mentaria de las jurisdicciones penales nacionales".
derechos humanos una base jurídica de sustentación objetiva que, junto con
hacerlos más ciertos, ha favorecido también su mayor efectividad.
Este proceso puede ser apreciado con toda nitidez si se examinan los dis-
tintos momentos por los que han ido pasando los derechos humanos en su
devenir histórico hasta nuestros días.
Por lo demás, habría que señalar que los derechos económicos, sociales
y culturales no son los únicos que demandan recursos del Estado para su
satisfacción. Así, los derechos de primera generación demandan la existencia
y funcionamiento de tribunales y cortes independientes a los que se pueda
recurrir en caso de violación o amenaza de los mismos, mientras que los
derechos políticos, o de segunda generación, exigen por su parte mantener
un servicio público del Estado que se encargue de la inscripción de los ciu-
218 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Del modo que ha sido antes indicado, las distintas generaciones de derechos
humanos, como dice Pérez-Luño, "no implican la sustitución global de un
catálogo de derechos por otro, sino que, en ocasiones, se traduce en la aparición
de nuevos derechos como respuesta a nuevas necesidades históricas, mientras
que, otras veces, supone la redimensión o redefinición de derechos anteriores
para adaptarlos a los nuevos contextos en que deben ser aplicados".
Por lo mismo, uno de los problemas más relevantes para los derechos hu-
manos consiste en el progresivo establecimiento de órganos internacionales
que sean capaces de vincular a los poderes nacionales en la protección de los
derechos humanos, aunque también constituye un problema relevante de
los derechos, como advierte Rafael de Asís, "el de la compatibilidad entre su
protección en el plano internacional y el respeto a las distintas tradiciones
culturales". Es decir, agrega el autor, "hay que ser conscientes de que los dere-
chos tienen que ser también límites al poder internacional, y que un excesivo
aumento de la relevancia de éste, sin la contemplación de la diversidad de su
proyección, puede aminorar el valor de los derechos".
de los derechos humanos, similar al que antes, mucho antes en verdad, se había
consolidado al interior de los Estados. Vistas las cosas de este modo, el proceso
de internacionalización podría ser considerado corno una fase de expresión del
proceso de positivación, puesto que mientra este último proceso daría cuenta
de la incorporación de los derechos al ordenamiento jurídico interno de los
Estados, aquél manifestaría el modo corno los derechos se incorporan luego a
la legislación internacional, consolidándose de esta manera la base de susten-
tación objetiva que esta clase de derecho ha encontrado en el derecho positivo,
en el derecho puesto o creado por actos de voluntad humana, tanto nacional
corno internacional. Sin embargo, cabe advertir que la internacionalización de
los derechos humanos discurre no sólo a través de lo que por analogía hemos
llamado "legislación internacional", sino también a través de la doctrina y de
los informes y decisiones normativas de comisiones y de cortes que han ido
formando una jurisprudencia internacional sobre la materia.
No es poco, señalérnoslo una vez más, lo que los derechos humanos deben
a su positivación, es decir, a su efectiva incorporación tanto al derecho interno
de los Estados corno al derecho internacional. Corno ha escrito Perfecto Andrés
Ibáñez en su prólogo a Derechos y garantías, de Luigi Ferrajoli, tornarse los
derechos en serio, según la conocida fórmula de Dworkin, supone reconocerles
existencia y carácter normativo y vinculante, con las consecuencias que de ello
se derivan. "Entre otras -dice el citado autor- una dignificación, por la vía de
la responsabilización, de la función legislativa y del principio de legalidad. En
este contexto, el legislador no puede ser, ni ser considerado legítimamente,
un productor de humo; y los derechos -en particular, los derechos sociales
y los derechos humanos de los grandes instrumentos internacionales- salen
del descornprornetido y envilecedor vacío de cierta retórica jurídica, para
integrarse eficazmente en el orden jurídico". Por tanto, habría que conceder
cuando menos -tal corno admite Roberto Alexy- que "la discusión sobre los
derechos humanos y civiles adquiere ciertamente un nuevo carácter en virtud
de su positivación corno derechos de vigencia inmediata''. De ahí también
la importancia de desarrollar una dogmática de los derechos humanos, que,
corno tal, esté referida a los derechos fundamentales que se encuentran po-
sitivados en un determinado ordenamiento jurídico nacional, o en alguna
declaración o tratado internacional sobre la materia, incluyendo por cierto en
ese estudio, según los casos, el análisis de la jurisprudencia constitucional y el
de la jurisprudencia de cortes internacionales, tal corno hace Alexy respecto
de los derechos consagrados en la Ley Fundamental alemana y en los fallos
del Tribunal Constitucional de su país.
CAPÍTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 223
Derechos e his~oria. Según nuestro parecer, los derechos humanos son históri-
cos, esto es, aparecen, e incluso bastante tardíamente, en el curso de la historia
de la humanidad, y, en tal sentido, condicionan un concepto igualmente his-
tórico de los mismos. Porque una cosa son los derechos humanos -un tipo de
realidad, un determinado estándar jurídico, una de las piezas del derecho que
identificamos con ese nombre-, y otra es el concepto que de ellos se tenga,
con lo cual quiero decir que los derechos humanos son derechos históricos y
que el concepto de ellos también lo es, de manera que así como los derechos
humanos han ido expandiéndose en el curso de su historia, así también ha
ido modificándose, o cuando menos ajustándose, el concepto que tenemos de
ellos. La expansión de los derechos humanos "no es la historia de un error"
-en lo cual se puede y debe estar de acuerdo con Robert Alexy-, aunque no
podemos ocultarnos el hecho de que esa expansión, la cual se expresa en dis-
tintas generaciones de derechos fundamentales, ha incorporado al catálogo de
los derechos nuevos "derechos" que en rigor no responden al concepto o idea
tradicional de los derechos subjetivos, afectándose de ese modo no sólo aquello
que llamamos derechos humanos, sino, como era de espc;~ar, el concepto que
tenemos de ellos. Si los derechos cambian, y cambian porque se incrementan,
también cambia o se modifica el concepto que pueda darse acerca de ellos,
con lo cual quiero decir que dar un concepto de derechos humanos resultaba
tarea fácil cuando sólo se contaba con la primera de sus generaciones, la de los
llamados derechos civiles, y que esa tarea se volvió más compleja con la aparición
luego de los derechos políticos, aun más con la de los derechos económicos,
228 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
tampoco dados por el monarca, sino arrebatados a éste por nobles, clérigos y
comerciantes que consiguieron instalar frente a su castillo un imponente ejér-
cito de hombres a caballo. Del mismo modo, los plebeyos de la antigua Roma
tuvieron que luchar largo tiempo por su derecho a conocer el derecho que los
regía y a que éste fuera escriturado y puesto a los ojos del público en la famosa
Ley de las Doce Tablas, de manera que el derecho dejara de ser patrimonio
de los patricios gobernantes y de los magistrados que lo aplicaban. Y pasando
ahora a la historia de los derechos humanos, la propia Acta de Habeas Corpus,
de tanta importancia para los derechos civiles o de primera generación, no
fue un documento fruto de la inspiración ni de la bondad del Rey Carlos II,
sino que tuvo origen en el encarcelamiento arbitrario de opositores políticos
al monarca y en la decisión de los partidarios de éstos de enfrentar esa situa-
ción y de ponerle término. La Declaración de Derechos de 1688 se originó
también en un hecho político concreto, aunque algo menos elegante, puesto
que, redactada por el Parlamento, fue firmada por Guillermo de Orange, quien
había destronado al Rey Jacobo II, como una condición para hacerse con la
corona. Y para que apareciera la primera declaración universal de derechos
humanos, casi tres siglos más tarde, tuvieron que ocurrir los horrores de la
Segunda Guerra Mundial, que con los de la Primera no fue suficiente.
Una visión de los derechos humanos como la que he propuesto aquí po-
dría resultar desalentadora, aunque en verdad no lo es, porque a lo que nos
invita no es a la resignación y menos a la complacencia con nuestra naturaleza
humana, sino a la acción, e, incluso, a la lucha. Nada más consolador que
creer que los derechos humanos han estado siempre allí. Lo que sostenemos
es que si están es porque hubo que luchar por ellos, uno tras otro, una en pos
de otra generación de los mismos, y que si han continuado estando, e incluso
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 231
Una visión como la aquí propuesta tampoco impulsa la idea de que los
derechos se encuentran al arbitrio de los gobernantes o de las mayorías, puesto
que los derechos constituyen efectivamente ese "coto vedado" del cual nos habla
Garzón Valdés. Los derechos humanos, así como los valores superiores de un
ordenamiento jurídico, constituyen eso que suele llamarse también "territorio
inviolable" o "esfera de lo indecidible", por utilizar ahora las expresiones de
Bobbio y de Luigi Ferrajoli, aunque no se trata de un territorio, una esfera o un
coto al que no pueda penetrarse del todo, sino al que sólo puede ingresarse para
ampliarlo y mejorarlo, nunca para restringirlo y menos aun para suprimirlo. Tal
como puede leerse en la Constitución alemana, según nos recuerda Tugendhat,
ninguno de los derechos fundamentales "puede ser alterado en su contenido
esencial". Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con Tugendhat cuando,
no obstante admitir que respecto de los derechos fundamentales "se ha dado
un proceso histórico", concluye que "sólo su descubrimiento (d~ los derechos
humanos) estuvo en cada caso condicionado históricamente, dependiente de
las experiencias concretas que sensibilizan a las personas acerca de determinados
males y efectos del poder estatal y no estatal". Creer lo contrario -sostiene
el filósofo alemán- equivaldría a que a los derechos humanos les afecta una
"relatividad histórica", aunque no sé muy bien qué quiere decir exactamente
con esa expresión, puesto que si con ella se quisiera significar que los derechos
humanos están a disposición de los vaivenes de la historia, que no son otra cosa
232 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
que los vaivenes de los hombres -de los poderosos, de los gobernantes, de las
mayorías, de las minorías, de quienes sea-, nosotros también rechazaríamos
esa "relatividad", aunque no tendríamos inconveniente en hacerla nuestra si la
expresión significara simplemente que los derechos humanos son unos derechos
que con carácter de fundamentales han ido siendo creados e incorporados con
ese nombre en textos constitucionales, legales e internacionales a partir de cierto
momento histórico, pasando por esos procesos de positivación, generalización,
expansión, internacionalización y especificación que hemos mencionado aquí,
los cuales han evolucionado también, paso a paso, en el curso de los human~s
acontecimientos de los últimos 400 años. Sí, tiene razón Tugendhat cuando
afirma que "una vez que se presta atención a un derecho fundamental que no
había sido reconocido hasta entonces, ya no es posible anularlo", aunque cuesta
admitir que en el momento en que se presta atención a un derecho que no
había sido reconocido pueda decirse que ese derecho es "descubierto", al modo
diríamos de un tesor~ que permanecía oculto bajo tierra o en el fondo oscuro
del mar hasta que un afortunado dio con él y lo sacó a la luz para que todos
lo vieran, menos, claro está, los millones de desafortunados seres humanos
que tuvieron la mala suerte de haber nacido y vivido antes de ese hallazgo.
Si los derechos humanos son descubiertos, según. afirma Tugendhat, poco a
poco, tal como su historia lo muestra, ¿dónde estaban antes de ser hallados y
quién o quiénes los mantuvieron ocultos por tan largo tiempo? No negamos
en absoluto lo que podríamos llamar "progreso moral de la humanidad", ese
proceso de "humanización de la vida'' al que suele referirse Mario Vargas Llosa
en sus colaboraciones periodísticas. Antes por el contrario, la propia creación
de los derechos humanos y su posterior despliegue en sucesivas generaciones
de derechos confirman ese progreso, esa continua humanización de la vida,
aunque tal progreso ha consistido en desarrollar el mayor y mejor sentido
moral que condujo a la sucesiva creación de ciertos derechos con el carácter
de fundamentales y las demás propiedades que les adjudicamos y no a una
mera sofisticación de unos sensores que nos hubieran permitido ir detectando
por etapas las generaciones de derechos que hoy conocemos. Si hay algo así
como un progreso moral de la humanidad, un proceso que podemos llamar
civilizatorio, un proceso de humanización de la vida, un avance en la con-
solidación del principio que ordena tratar a las personas como a fines y no
como medios, nos parece que la conciencia que hace posible ese progreso y
esa consolidación resulta más estimable si se considera que ella es capaz de
producir los derechos fundamentales y no meramente de descubrirlos. Más
alerta, fecunda y digna de elogio, según nos parece, es una conciencia que
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE 1A PERSONA HUMANA 233
crea derechos con carácter de fundamentales que una que se limita a sacarlos
simplemente a la luz, derechos que, por otra parte, se transforman en lo que
Bobbio llama "indicadores principales del progreso histórico".
que haya bajado alguna vez desde las estrellas ni emergido tampoco desde la
naturaleza como el polvo que de pronto levanta un viento favorable.
Un desarrollo más extenso de estas ideas, así como para conocer un punto
de vista diferente a ellas, puede encontrarse en el libro de Nicolás López Calera
y Agustín Squella, Derechos humanos; ¿invento o descubrimiento?, publicado en
Madrid el año 201 O por la Fundación Coloquio Jurídico Europeo.
Interesa destacar en el caso del amparo que éste, atendida la doble finalidad
señalada, puede ser clasificado en amparo para la libertad personal y amparo
para la seguridad individual y -lo más interesante- que, atendiendo ahora a la
oportunidad, puede clasificarse en preventivo y correctivo. Como señala Raúl
Tavolari Oliveros, el amparo preventivo persigue impedir que se consume
una privación ilegal de libertad o que se materialice cualquier amenaza ilegal
a la seguridad individual, mientras que el correctivo se encamina a poner fin
a una privación ilegal de libertad, o a que, manteniéndose, se observen las
formalidades que la ley ha previsto para su materialización, o bien a que se
ponga fin inmediato al atentado que la seguridad individual de una persona
esté experimentando o haya experimentado.
Tiene pues razón Aryeh Neier cuando en uno de esos textos, Derechos hu-
manos hoy. Balance internacional, publicado en 2008 por el Centro de Derechos
Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, escribe que
"uno de los acontecimientos más notables es la emergencia del movimiento
internacional de derechos humanos, una de las dos principales corrientes ciuda-
danas -junto con el movimiento ambientalista- que han llegado virtualmente
a todos los rincones del planeta. Se trata de un fenómeno extraordinario, ya
que pese a que carece de una estructura centralizada y que la mayoría de las
personas pertenecientes al mismo apenas saben de sus manifestaciones en otras
partes del mundo, quienes participan en él tienen un sentimiento de afinidad
con otros adherentes desconocidos que viven en los lugares más remotos del
planeta. Todas estas personas se identifican con el movimiento de derechos
humanos gracias a que comparten los principios establecidos en la Declaración
Universal. Dicho compromiso común hace que este movimiento internacional
sea una fuerza que incluso los Estados más poderosos deben tomar en cuenta
en sus políticas y prácticas".
Algo parecido ocurrió con el caso del ex marino chileno Humberto Pala-
mara Iribarne, quien a raíz de la prohibición de publicación de su libro Ética
y Servicios de Inteligencia y de haber sido condenado en Chile por desacato
en juicio sin respeto a las garantías del debido proceso, recurrió primero a la
Comisión, en 1996, y luego a la Corte, en 2004, obteniendo un fallo favorable
de ésta, el cual, entre otras cosas, declaró que el Estado de Chile violó en este
caso el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, el derecho a la
propiedad privada, y el derecho a las garantías judiciales consagrados también
en la Convención Americana. El fallo de la Corte estableció que el Estado de
Chile debía permitir al señor Palamara la publicación de su libro y dejar sin
efecto, en el plazo de 6 meses, las sentencias condenatorias emitidas en contra
suya. Estableció, además, que Chile debía adecuar su jurisdicción militar a
los estándares internacionales, de forma tal que la jurisdicción militar quedare
limitada sólo al conocimiento de delitos de función cometidos por militares
en servicio activo. Y ordenó pagar al señor Palamara indemnizaciones por
CAPfTULO III. Los DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA 243
daño material e inmaterial, además de las costas y gastos del proceso llevado
ante la Corte.
cado algunos tratados, por ejemplo, la Convención sobre Derechos del Niño
y el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de 1966. Tocante
al Pacto de Derechos Civiles y Políticos, hay mayor reticencia a suscribirlo.
Algunos países asiáticos han firmado y ratificado también el Estatuto de Roma,
que creó la Corte Penal Internacional.
Además, cabe señalar -y esto vale para todos los sistemas regionales pre-
cedentemente analizados- que éstos no tienen la pretensión de sustituir a
los sistemas nacionales de protección de los derechos que existen a nivel de
cada Estado. Son, ante todo los Estados los que deben intervenir en caso de
amenaza o violación de los derechos humanos, de manera que la intervención
de las instancias regionales del caso es subsidiaria. Como escribe Cecilia Me-
dina, "la noción de que la supervisión regional es subsidiaria obedece no sólo
a que un órgano internacional nunca interviene sin dar primero al Estado la
posibilidad de reparar por sí mismo el incumplimiento de sus obligaciones,
sino a que los derechos deben ser protegidos de manera inmediata", lo cual
sólo puede ser realizado por cada Estado, puesto que el órgano regional tiene
como beneficiarios a cientos de millones de personas.
CAPÍTULO IV
L.AsFUENTES DEL DERECHO
PRIMERA PARTE
FUENTES MATERIALES Y FUENTES FORMALES DEL DERECHO
1. INTRODUCCIÓN
zados para producir nuevas normas o modificar o dejar sin efecto las que se
encuentren actualmente vigentes.
"Fuente del derecho -escribe Kelsen- es una expresión metafórica con más
de un significado". Por lo mismo, resulta indispensable establecer a continua-
ción esos diversos significados.
superior que establece quién, cómo y dentro de qué límites está autorizado
para producir la norma inferior correspondiente. Por lo mismo, si la Consti-
tución es norma superior respecto de la ley, porque es la que establece quién,
cómo y dentro de qué límites se halla autorizado para producir las leyes, la
Constitución es entonces la faente de la ley.
Por último, "fuente del derecho", en el sentido ahora de faentes del cono-
cimiento jurídico, o simplemente de fuentes cognitivas, son todas aquellas
manifestaciones externas reveladoras de normas jurídicas o de hechos con
significación o importancia jurídica, tanto actuales como pretéritos, que per-
miten conocer el estado del derecho en un momento histórico determinado.
Así, por ejemplo, una inscripción hallada junto a la tumba de un antiguo
faraón egipcio es una fuente del conocimiento jurídico en la medida en que
proporciona información acerca de las reglas por las que se regía entonces la
sepultación de esos mandatarios. Un ejemplar de un Código antiguo y ya
derogado es también una fuente cognitiva. La exposición de motivos que hace
el Presidente de la República al enviar al Congreso Nacional un determinado
proyecto de ley es igualmente una fuente del conocimiento jurídico. Pero un
texto legal vigente en la actualidad, publicado en una recopilación de leyes,
puede ser considerado del mismo modo una fuente cognitiva del derecho,
puesto que permite informarse acerca de las regulaciones jurídicas introdu-
cidas por esa misma ley. Por lo mismo, en este último ejemplo la fuente de
conocimiento jurídico se confunde en cierto modo con la fuente formal del
derecho, entendida esta última no como método o procedimiento de creación
de normas, sino como continente normativo donde es posible hallar normas
jurídicas luego de que éstas han sido producidas por los órganos, autoridades
o personas que corresponda.
r---- -- ---- -- -- ---- -
Concepto. Fuentes materiales del derecho son los factores de muy diversa ín-
dole -políticos, económicos, sociales, morales, religiosos, científicos, técnicos,
etc.- que, presentes en una sociedad dada en un determinado momento, y
en dinámica y recíproca interacción unos con otros, influyen de manera de-
cisiva, o a lo menos importante, en el hecho de la producción de las normas
jurídicas del respectivo ordenamiento y en el contenido de que estas normas
resultan provistas.
Por cierto que al decir que se trata de factores que influyen en la producción
de las normas jurídicas, decimos también que influyen en la modificación de
éstas y en su derogación, o sea, se trata de factores presentes tanto en la intro-
ducción de nuevas normas como en la modificación y en la pérdida de validez
de normas jurídicas ya existentes.
Como dice a este respecto Ricardo A. Guibourg, "la pregunta por el origen
de las normas jurídicas admite, en el modelo tradicional, dos clases de respues-
tas: las que buscan explicar las conductas y los procedimientos que desem-
bocan en la creación de normas, y las que se refieren a los motivos o razones
que determinan, por medio de aquellos procedimientos, los contenidos que
hayan de revestirse con la modalidad normativa. El primer tipo de respuesta
se encuadra en la cuestión de las denominadas faentes formales del derecho. El
segundo se identifica por referencia a las faentes materiales':
Perspectivas para el estudio de las .fuentes materiales. Una debida atención por
las fuentes materiales del derecho permite sustituir tanto una visión voluntarista
del derecho como una de carácter meta.flsico o acaso tan sólo mdgica. Una visión
del primer tipo, por cuanto el concepto de fuentes materiales permite advertir
que las normas jurídicas no son pura creación de los sujetos autorizados para
producirlas y que deben su origen a factores anteriores al acto formal de su pro-
ducción. Una visión del segundo tipo, por cuanto la teoría de las fuentes formales
muestra el origen de las normas en hechos y factores objetivos, relativamente
fáciles de identificar, que tienen que ver con hechos, aspiraciones e intereses que
conciernen estrictamente a la vida de los hombres en sociedad.
Dos son las perspectivas desde las cuales pueden ser estudiadas las fuentes
materiales del derecho, a saber, preguntándose por el o los factores que pue-
dan estar en el origen del derecho en general, o bien preguntándose por el
o los factores que puedan explicar un ordenamiento jurídico en particular o
una o más instituciones o normas pertenecientes a un ordenamiento jurídico
determinado. La primera de esas dos perspectivas, en consecuencia, aparece
cuando se pregunta ¿cuál es el origen del derecho?, mientras que la segunda
se configura cada vez que se pregunta ¿cuál es el origen de este determinado
derecho?, o ¿cuál es el origen de esta determinada institución, o de ésta o estas
normas jurídicas, pertenecientes a este derecho dado?
En cuanto a la división del trabajo intelectual por lo que respecta a esas dos
perspectivas, acostumbra admitirse que la primera corresponde a la Filosofía
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 255
Del mismo modo, y tal como fue señalado en el capítulo anterior a propósito
de la historia de los derechos humanos, la Carta Magna inglesa de 1215 fue el
resultado de una lucha política entre el Rey y la nobleza feudal, apoyada esta
última por eclesiásticos y mercaderes. Como se sabe, las fuerzas contrarias a
la corona formaron un ejército y el Rey, que no fue capaz de hacerles frente,
se vio obligado a ceder y a firmar el acuerdo exigido por los barones f~udales,
y que habría de transformarse en la base del futuro derecho constitucional
de Inglaterra.
Concepto. Por fuentes formales del derecho se entienden los distintos procedi-
mientos de creación de normas jurídicas, así como los modos de exteriorización
de éstas y los continentes donde es posible hallarlas, tras los cuales procedi-
mientos es posible identificar un órgano, una autoridad, una fuerza social o
sujetos de derecho que tienen competencia para producir normas jurídicas,
competencia que les es otorgada por el mismo ordenamiento jurídico al que
pasan a incorporarse las nuevas normas por ellos creadas.
uno o más sujetos de derecho (como en el caso de los actos jurídicos y de los
contratos). Sin embargo, el lenguaje a este respecto podría ser uniformado, y,
salvo el caso de la fuerza social que actúa como productora de las normas del
derecho consuetudinario, todos quienes producen y aplican derecho podrían
ser llamados "órganos jurídicos". Algunos de estos órganos actúan como au-
toridades normativas, tales como el Poder Legislativo, por ejemplo, y otros
no, como es el caso de los propios sujetos de derecho respecto del derecho
que producen las autoridades normativas, quienes tienen reservado un ámbito
propio de creación jurídica que llevan a cabo por medio de actos jurídicos y
actos corporativos en general, en especial contratos.
Cuando la ley es mencionada entre las fuentes formales del derecho debe
entenderse dicha expresión en su sentido amplio, esto es, como sinónimo de
legislación, puesto que tal expresión comprende -al menos en el caso del derecho
chileno- a la Constitución, a las leyes interpretativas de la Constitución, a las
leyes orgánicas constitucionales, a las leyes de quorum calificado, a las leyes or-
dinarias, a los decretos con jerarquía de ley, a las manifestaciones de la potestad
reglamentaria, y a los autoacordados de los tribunales superiores de justicia.
informes, ponencias, clases y conferencias por medio de los cuales los juristas
comunican un conjunto sistemático de proposiciones de tipo cognoscitivo
acerca de un derecho dado, o, más concretamente, acerca de las normas y otros
estándares de un derecho dotado de vigencia y realidad histórica.
Desde el punto de vista del órgano o sujeto que produce las normas jurídicas
correspondientes, las fuentes formales se clasifican en heterónomas y autónomas.
Las primeras son aquellas en las que el productor de la norma se encuentra
en una posición de autoridad respecto de los sujetos normativos que deben
cumplirla, como es el caso de la ley y de la jurisprudencia de los tribunales.
Las segundas son aquellas en que el productor de la norma es de algún modo
el mismo sujeto que debe cumplirla, como ocurre tratándose de la costumbre
jurídica y de los actos jurídicos.
1. LA LEGISLACIÓN
Ley en sen#do amplísimo, ley en sen#.do amplio y ley en sentido estricto. Afi-
nando un tanto lo adelantado sobre el particular, la palabra "ley", al menos
en el caso del derecho chileno, puede ser utilizada en tres diferentes sentidos
o con tres distintos alcances.
Por ley en sentido amplísimo pueden entenderse todas las normas jurídicas
de observancia general en cuya producción intervienen uno o más órganos del
Estado, sea que lo hagan o no en forma asociada.
En este sentido amplísimo, la palabra "ley" suele ser reemplazada por "le-
gislación", y comprende la Constitución, las leyes interpretativas de la Cons-
titución, las leyes orgánicas constitucionales, las leyes de quorum calificado,
las leyes ordinarias, los tratados internacionales, los decretos con jerarquía de
ley, las manifestaciones de la potestad reglamentaria y los autoacordados.
Por ley en sentido amplio puede entenderse a todas las que producen normas
de observancia general y en cuya formación intervienen, conjuntamente, el
órgano legislativo y el ejecutivo, como acontece con la Constitución, las leyes
interpretativas de ésta, las leyes orgánicas constitucionales, las leyes de quo-
rum calificado, las leyes ordinarias, los tratados internacionales y los decretos
con fuerza de ley. Por tanto, sólo quedarían excluidos los decretos leyes, que
emanan sólo del ejecutivo; las manifestaciones de la potestad reglamentaria,
que provienen del ejecutivo y de la administración, y los autoacordados, que
son dictados por autoridades judiciales.
En sentido estricto, "ley" es una palabra que se reserva únicamente para las
leyes ordinarias o comunes, esto es, para aquellas leyes que para su aprobación
requieren en cada Cámara una mayoría simple. Tal es el caso, en nuestro or-
denamiento jurídico, de las leyes a que se refiere el inciso final del art. 63 de
la Constitución.
En todo caso, en nuestro medio nacional lo usual -es distinguir sólo entre
ley en sentido amplio, o legislación, como equivalente a lo que aquí hemos
presentado como ley en sentido amplísimo, y ley en sentido estricto, expresión
esta última con la que se cubriría, además de la ley ordinaria o común, a las
leyes orgánicas constitucionales, a las interpretativas de la Constitución, a las
de quorum calificado, a los decretos con fuerza de ley y a los decretos leyes.
Adjudicar la palabra "ley'' en sentido estricto a todas esas distintas clases de leyes
se justificaría en cuanto no existe entre todas ellas una diferencia propiamente
de jerarquía, sino otras diferencias que aclararemos más adelante.
Sin embargo, lo usual es que una Constitución exija distintos quorum para
su reforma, dependiendo del capítulo constitucional que se trata de reformar.
Así, por ejemplo, la Constitución chilena actual exige para su reforma, como
regla general, el voto conforme de las tres quintas partes de los diputados y
senadores en ejercicio, pero si se trata de modificar los capítulos I, III, VIII, XI
o XIV, se necesita en cada Cámara de las dos terceras partes de los diputados
y senadores en ejercicio.
u.n control no obligatorio, sino eventual. Esto último quiere decir que el
Tribunal Constitucional sólo puede conocer y pronunciarse sobre cuestiones
de constitucionalidad que se susciten durante la tramitación de un proyecto
de ley, de reforma constitucional o de un tratado cuando sea requerido para
ello por el Presidente de la República, por cualquiera de las Cámaras del
Congreso Nacional, o por una cuarta parte de sus miembros en ejercicio. En
tal caso, el tribunal deberá resolver la cuestión en el plazo de 1 O días, pudien-
do prorrogar ese plazo por otro igual si existen motivos graves y calificados
para ello, sin que el requerimiento suspenda la tramitación del proyecto de
ley, reforma constitucional o tratado, aunque la parte impugnada no podrá
ser promulgada sino hasta la expiración de ese plazo, salvo que se trate del
proyecto de Ley de Presupuestos o de un proyecto relativo a la declaración
de guerra propuesta por el Presidente de la República. En ambos casos, las
disposiciones que el Tribunal Constitucional declare inconstitucionales no
podrán convertirse en ley.
que cada uno de ellos puede traer para la cuestión _de la interpretación consti-
tucional, puede verse Constitución y teoría del derecho, de Paolo Comanducci.
De los cuatro conceptos o significados que ese autor identifica en dicho texto,
el que hemos dado aquí se corresponde con el tercero de ellos, que él define de
la siguiente manera: "Constitución" designa "un conjunto de reglas jurídicas
positivas, consuetudinarias o expresadas en un documento que, respecto de otras
reglas jurídicas, son fundamentales (es decir, fundantes de todo el ordenamiento
jurídico y/o jerárquicamente superiores a las otras reglas)".
Siguiendo en esto a Rodrigo Borja, podría decirse que "el Derecho Cons-
titucional, dentro del árbol genealógico de las disciplinas jurídicas, es una
rama del Derecho Político y éste a su vez una de las ramas en que se divide
el Derecho Público interno". Por tanto -continúa diciéndonos ese autor- "la
relación lógica entre ellos (Derecho Político y Derecho Constitucional) es de
género a especie. Todo Derecho Constitucional es Derecho Político, y todo
Derecho Político es Derecho Público, pero no todo Derecho Público es De-
recho Político ni todo Derecho Político es Derecho Constitucional".
que estudia esa rama o sector de regulación. Una confusión que es preciso
evitar, puesto que "Derecho Constitucional" es también la denominación
que se da no ya a una parte o sector del ordenamiento jurídico interno, sino
al saber que se constituye, cultiva y difunde acerca de ese sector. Es así que
llamamos con el mismo nombre -Derecho Constitucional- tanto al conjunto
de normas y otros estándares que se encuentran en una Constitución y en
otros cuerpos normativos próximos a ella, como a la disciplina o saber que
localiza, estudia, interpreta, concuerda, sistematiza, explica y difunde tales
normas y estándares. Este doble uso de la expresión "Derecho Constitucio-
nal" es reflejo del similar doble uso que, en el mismo sentido, acostumbra
hacerse de la palabra "derecho", puesto que este término se emplea tanto
para aludir a un fenómeno que es posible identificar y conocer (como en la
frase "Es conforme al derecho de familia chileno que el divorcio pueda ser
q.emandado por uno de los cónyuges por falta imputable al otro") como al
conocimiento de ese fenómeno (por ejemplo, en la frase "Mi hija destacó
en el estudio del derecho de familia''). En la primera de tales frases, el tér-
mino derecho es usado para aludir a un conjunto de normas, mientras que
en el segundo lo es para aludir a un saber acerca de esas normas. Como se
recordará, este doble uso del término "derecho" fue explicado en el Capítulo.
I de este libro.
Zagrebelski, es decir, aquella que resulta del modo en que una determinada
Constitución es interpretada y vivida en la realidad política.
Como indica Juan Carlos Bayon al plantear este mismo tema, la "objeción
contramayoritaria'' adopta en verdad dos formas: la primera apunta a que
la supremacía constitucional, con sus procedimientos y quorum especiales,
los cuales se extienden incluso más allá de la Constitución, como sucede
con las leyes orgánicas constitucionales, restringe lo que la mayoría pueda
y quiera decidir en un momento dado, mientras que la segunda apunta a la
legitimidad que puede reconocerse a jueces constitucionales no representati-
vos ni políticamente responsables para invalidar decisiones de un legislador
democrático.
284 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Sobre el particular, nos parece del caso señalar que el problema no está en
los procedimientos y quorum especiales para la reforma _de la Constitución
-casi siempre los hay-, sino en el hecho de que sean tan exigentes como para
obstaculizar gravemente el cambio de disposiciones constitucionales, que es
lo que ocurre entre nosotros con el quorum de dos tercios de los senadores y
diputados en ejercicio para modificar determinados capítulos de la Constitu-
ción, y, asimismo, con el hecho de que se establezcan quorum también excesi-
vamente altos para introducir o modificar textos no constitucionales, aunque
importantes, como en el caso de nuestras leyes orgánicas constitucionales,
· los cuales obran en la práctica como un auténtico poder de veto otorgado
a la minoría. Poder de veto que se agrava si se lo examina en conjunto con
un sistema electoral binominal para elegir senadores y diputados, en virtud
del cual la segunda coalición política mayoritaria se ve sobrerrepresentada en
ambas cámaras del Congreso Nacional.
proliferan aquellas a las que precede el prefijo "pos". Una tendencia que corre
a la par, en el sentido de que son tantos los "neo ... " como los "pos .... ", lo
cual constituye toda una paradoja, puesto que esos prefijos aluden a cosas bien
distintas, a saber, a algo "nuevo" o "reciente", por un lado, y a un "después
de" o a algo "pasado", por el otra. Por lo mismo, resulta extrafio comprobar
cómo e~pertos e intelectuales de diversos campos -que son quienes usan
de preferencia tales prefijos-, junto con descubrir a cada instante nuevos
fenómenos -"neoconstitucionalismo", por ejemplo-, se apresuran también a
descartar otros, como sucede con la modernidad, en la actualidad sustituida
por la "posmodernidad". Cabe llamar también la atención acerca de que tales
prefijos significan que si tenemos algo nuevo -por ejemplo, neoliberalismo- es
porque lo que tenemos se monta o erige, por así decirlo, sobre algo ya cono-
cido -en este ejemplo, el liberalismo-, y que si hemos fracasado, perdido o
concluido algo -por ejemplo, la modernidad-, de lo que tendríamos en su
reemplazo no sabemos más que viene después de ese algo que tuvimos antes,
y es por tal motivo que, siguiendo con el ejemplo, sólo atinamos a llamarlo
"posmodernidad".
Así las cosas, parece que todo renace con facilidad gracias al prefijo "neo"
y que a la vez todo muere tranquilamente en razón del prefijo "pos", aunque,
bien vistos, el uso algo obsesivo de ambos prefijos podría responder a un
286 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
mismo motivo: ansia por la novedad. Por la novedad que representa estar en
un estado nuevo o distinto respecto de otro anterior (el constitucionalismo, el
liberalismo, la modernidad), aunque la denominación de ese estado anterior
subsista en las nuevas maneras de hablar (neoconstitucionalismo, neoliberalismo,
posmodernidad).
Por su parte, Luigi Ferrajoli apunta a la configuración, o acaso tan solo pre-
configuración, de un tercer modelo de Estado de Derecho, un modelo ampliado
que resultaría de la gradual pérdida de soberanía por parte de los Estados y del
progresivo debilitamiento de las Constituciones nacionales frente a instancias
288 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Ley. La ley es una fuente formal del derecho por medio de la cual el órgano
o Poder Legislativo, en una tarea asociada con el órgano o Poder Ejecutivo,
produce normas jurídicas abstractas, generales y de validez comúnmente in-
definida, siguiendo para ello el procedimiento que la Constitución fija para la
formación de la ley y ateniéndose igualmente a ciertos límites que en cuanto
al contenido de la ley establece también la propia Constitución.
crean nuevos servicios públicos, y, en general, con las que tienen relación con
la administración financiera o presupuestaria del Estado.
Cámaras desechan todas o algunas de las observaciones e insisten por los dos
tercios de sus miembros presentes en la totalidad o parte del proyecto apro-
bado por ellas.
Antes de concluir con la ley como fuente formal del ordenamiento jurídico
nacional, conviene reiterar que, además de las leyes ordinarias o comunes, que
son aquellas que para su aprobación, modificación o derogación requieren de la
mayoría de los diputados y senadores presentes en cada Cámara al momento de
efectuarse la votación del caso, existen en el derecho chileno las otras tres clases
de leyes que hemos tenido ocasión de identificar antes en este capítulo.
En cuanto a las leyes de quorum calificado, son las que se refieren exclusiva-
mente a las materias que según la Constitución deben ser reguladas por esta
clase de leyes, que necesitan para ser aprobadas, modificadas o derogadas la
mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio, aunque no están
sujetas a examen de constitucionalidad por parte del Tribunal Constitucio-
nal. Algunas de las materias que deben ser reguladas por este tipo de leyes
son nacionalidad, pena de muerte, televisión y radio, derecho de propiedad,
actividad empresarial del Estado, empréstitos estatales, etc. <-
Efectos de la. ley. ¿Desde cuándo y hasta cuándo rigen la.s leyes? ¿En cuál te-
rritorio valen la.s leyes? ¿A quiénes obligan la.s leyes? Las tres preguntas antes
enunciadas inquieren, respectivamente, por los efectos de la ley en cuanto al
tiempo, en cuanto al territorio y en cuanto a las personas.
¿Desde cuándo y hasta cuándo rigen la.s leyes? Tratándose de los efectos de la
ley en cuanto al tiempo, corresponde recordar que ellas rigen desde la fecha de
su publicación en el Diario Oficial y, además, rigen indefinidamente hasta que
una nueva ley las derogue o deje sin efecto. Tal es la regla general en cuanto
al inicio y término de vigencia de una ley.
Sin embargo, la regla sobre la entrada en vigencia de la ley tiene dos ex-
cepciones, a saber, la vacancia legal y la retroactividad.
294 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Así, por ejemplo, hay autores que consideran a las normas derogatorias
como normas en sentido estricto, esto es, como normas de deber u obliga-
ción que regulan la conducta de determinadas personas. Más concretamente,
las normas derogatorias serían normas de conducta dirigidas a los jueces y a
los funcionarios de la administración, quienes estarían obligados a dejar sin
aplicación las normas que hayan sido derogadas.
otros que eliminar la norma derogada, carecería de sentido, puesto que recaería
sobre un "material jurídicamente irrelevante".
Distinto es el caso de una norma derogatoria cuyo objeto sea otra norma
derogatoria que todavía no ha producido sus efectos derogatorios. Ello ocurre,
explica Josep Aguiló, cuando la primera (en el tiempo) norma derogatoria
determina que sus efectos se producirán en un momento posterior al de su
entrada en vigor. En este caso, que podríamos llamar de derogación aplazada,
sí se produciría la derogación de la primera norma derogatoria, siempre que
la derogación tuviera lugar durante el intervalo que va desde su entrada en
vigor hasta el momento fijado para la producción de sus efectos.
ésta la norma derogada, añadidas sus consecuencias y todas las normas para
cuya derivación era necesaria la norma derogada. La cuestión se complica,
sin embargo, cuando lo que se deroga es una norma que deriva de otra -por
ejemplo, la norma "Juan no debe tomar alcohol mientras trabaja'', derivada de
la norma que establece "Juan debe trabajar todos los días de la semana entre
las 10 y las 18 hrs."-, la norma derogatoria -en este caso, "Juan puede tomar
alcohol los sábados entre las 1 O y las 18 hrs. " - es compatible con cada una
de las dos normas anteriores, si se mira a éstas en forma separada, pero no lo
es si se la mira conjuntamente. En consecuencia, la pregunta es la siguiente
¿cuál de las dos primeras normas es la que debe ser eliminada?
Con todo, como dice Aguiló, más valdría que una situación como esa no
fuera resuelta sobre la base de criterios vinculados a la derogación, sino recu-
rriendo a "recursos interpretativos ajenos a la ordenación temporal", lo cual
quiere decir que el solo criterio de la ordenación temporal de las normas no
basta aquí para dar una solución al caso planteado.
¿En cuál territorio valen las leyes? Tocante ahora a los efectos de la ley en
cuanto al territorio, la regla general es el principio de territorialidad de la ley,
en razón del cual las leyes rigen sólo en el territorio del Estado que las dicta.
También hay situaciones en las que la ley extranjera puede regir hechos
acaecidos en Chile. Así, por ejemplo, el art. 955 del Código Civil dispone que
la sucesión en los bienes de una persona se abre al momento de su muerte en
su último domicilio, y agrega que la sucesión se regla por la ley del domicilio
en que se abre, todo lo cual puede traer consigo que una ley extranjera en
materia de sucesión pueda tener aplicación en Chile.
Por otra parte, constituye una tendencia actual que ciertos delitos parti-
cularmente graves, como el genocidio, los crímenes de guerra y la tortura de
personas, puedan ser juzgadas en el extranjero, no obstante haber sido come-
tidos en el propio país de las víctimas y de los victimarios. A esta materia nos
referimos en el Capítulo III, a propósito ·de la historia de los derechos huma-
nos, al momento particularmente relevante de dicha historia que constituyó
el Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacional.
Al primero de esos principios se refieren los arts. 6 y 7 del Código Civil que
junto con establecer normas sobre la publicación de las leyes, disponen que
éstas no obligan sino una vez promulgadas y publicadas de acuerdo con las
reglas correspondientes. Al segundo principio se refiere el art. 19 de la Cons-
titución, que asegura a todas las personas la igualdad ante la ley, y que declara
que en Chile no hay persona ni grupo privilegiado y que ni la ley ni autoridad
alguna podrán establecer diferencias arbitrarias. Por último, el tercero de los
principios aludidos aparece en el art. 8 del Código Civil, que dispone "nadie
podrá alegar ignorancia de la ley después que ésta haya entrado en vigencia'',
disposición que consagra la presunción de conocimiento de la ley.
Es en atención a esa fase interna a que según nuestro derecho debe some-
terse la formación de los tratados que éstos se asimilan de algún modo a las
leyes internas del país y, aunque, propiamente hablando no son leyes ni tienen
tampoco la jerarquía de éstas por el solo hecho de que debe sujetárselos a los
trámites propios de la formación de las leyes.
304 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Decretos con jerarquía de ley. Los decretos con jerarquía de ley constituyen
una clara expresión legislativa del Poder Ejecutivo, puesto que, si bien regulan
materias propias de una ley, esto es, materias que deberían ser aprobadas también
por Poder Legislativo, emanan sólo del primero de esos órganos o poderes.
Los decretos con jerarquía de ley son de dos clases: decretos con fuerza de
ley y decretos leyes.
Los decretos con fuerza de ley son actos legislativos del Presidente de la
República que regulan materias propias de una ley, procediendo para ello el
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 305
En cuanto a los decretos leyes son actos legislativos del Presidente de la Re-
pública que regulan materias propias de ley, aunque sin que medie para ello
una autorización de parte del órgano o Poder Legislativo. Su denominación se
justifica por la misma razón que los decretos con fuerza de ley, puesto que son
actos que emanan del Presidente, lo cual explica que se les denomine decretos,
y regulan materias que tendrían que ser normadas por leyes, lo cual explica
que a aquella palabra se añada la expresión leyes.
Los decretos leyes tienen su origen en los llamados gobiernos de facto, que
se producen como consecuencia de una ruptura del orden constitucional
causada por una revolución o un golpe de Estado exitosos. Tales hechos
suelen producir la clausura del órgano o Poder Legislativo que se encontra-
ba en funciones, de modo que quienes encabezan la revolución o el golpe
de Estado exitoso asumen no sólo el Poder Ejecutivo de la nación, sino
también las funciones legislativas que correspondían al órgano clausurado
o disuelto.
Si se intentara un paralelo entre los decretos con fuerza de ley y los de-
cretos leyes, sus semejanzas, a la vez que su diferencia, saltan de inmediato
a la vista. En cuanto a sus semejanzas, ambos emanan del Presidente de la
República, es decir, ambos constituyen manifestaciones legislativas del Po-
der Ejecutivo; ambos, por otra parte, regulan materias propias de una ley;
y ambos, en fin, responden a circunstancias extraordinarias, aunque menos
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 307
2. LA COSTUMBRE JURfDICA
Concepto. La costumbre jurídica es una fuente del derecho en la que las nor-
mas jurídicas que por su intermedio se producen provienen de la repetición
constante y uniforme de un determinado comportamiento colectivo, al que se
añade la convicción de que se trata de una conducta jurídicamente obligatoria,
lo cual quiere decir que cabe esperar consecuencias propiamente jurídicas, esto
es, de carácter coactivo, cada vez que el comportamiento de que se trate no
sea observado por un sujeto que debía observarlo.
Que la costumbre sea una fuente formal del derecho permite advertir cómo
un hecho -la repetición uniforme de un cierto comportamiento- puede pro-
ducir normas jurídicas, llamadas consuetudinarias, que aparecen también entre
los materiales integrantes de los ordenamientos jurídicos dotados de realidad
histórica. Sin embargo, y tal como apunta Roberto Vernengo, "la relación
312 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Kelsen procura explicar lo anterior diciendo que las normas jurídicas pro-
ducidas por vía legislativa son normas conscientemente impuestas, y que si
los actos legislativos conducen a la producción de normas, es porque el propio
derecho confiere a esos actos el sentido objetivo de producir normas jurídicas,
lo cual no excluye que el derecho de un país pueda establecer también que un
"hecho consuetudinario específicamente caracterizado" conduzca también a
la producción de normas jurídicas.
jurídica dada, esto es, se trata de un hecho que se reconoce en cuanto tales
sujetos se comportan bajo ciertas condiciones de una misma manera y que
ese comportamiento similar se prolonga durante un tiempo suficientemente
largo.
En cuanto a las diferencias entre una y otra fuente formal, pueden indicarse
las siguientes:
Desde el punto de vista de las relaciones que guarda con la ley, la costumbre
jurídica puede ser según la ley, faera de la ley y contra la ley.
La costumbre según la ley está constituida por dos situaciones en que ella
puede encontrarse en su relación con la ley. La primera de esas dos situaciones
es la de la costumbre interpretativa y se produce siempre que la ley admite
ser interpretada en uso de normas del derecho consuetudinario. La segunda
situación se refiere al caso en que la costumbre jurídica tiene valor como fuente
formal del derecho bajo la condición de que la ley le otorgue en forma expresa
ese carácter para determinadas materias de regulación jurídica.
Costumbre contra la ley es aquella que está constituida por normas consue-
tudinarias que se oponen a las del derecho legislado y a las que se reconoce o
concede un poder o fuerza derogatoria respecto de este último.
Las dos normas antes mencionadas de los arts. 4° y 5° del Código de Co-
mercio, además de señalar algunos requisitos de los hechos consuetudinarios
-uniformes, públicos generales y reiterados- admiten la distinción entre cos-
tumbres locales y costumbres generales, refuerzan la idea de que las costumbres
deben ser probadas y destacan la importancia que para la certificación o prueba
de una costumbre jurídica tienen las sentencias judiciales que se pronuncian
de acuerdo con ella.
En las restantes ramas del derecho chileno no se ha legislado acerca del valor
de la costumbre jurídica. Sin embargo, tratándose del derecho penal carece de
todo valor en razón del principio de legalidad que domina en materia penal
y en virtud del cual nadie puede ser juzgado ni condenado por un hecho que
no constituía delito al momento en que se le ejecutó y a ninguna persona
responsable de un delito puede serle aplicada otra pena que la que el delito
tenía señalada al momento en que fue cometido. Dicho brevemente, no hay
delito ni pena sin ley, y no resulta admisible que por medio de la costumbre
pueda producirse un tipo penal o una pena.
318 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Como se puede apreciar del conjunto de las disposiciones antes citado, -el
derecho nacional reconoce las particularidades culturales de los pueblos in-
dígenas, incluso en materia penal, aunque en los términos señalados y con el
límite que representa ese mismo derecho y, desde luego, los derechos humanos
reconocidos por él y, asimismo, por el ordenamiento jurídico internacional.
3. JURISPRUDENCIA
como un determinado saber que desde antiguo los hombres han constituido
acerca de ese dato o fenómeno llamado "derecho". El derecho, en cuanto
orden normativo de la conducta, constituido preferentemente por normas,
es el objeto de conocimiento de un determinado saber llamado "ciencia del
derecho". Por su parte, la ciencia del derecho, en cuanto saber acerca del
derecho, constituida por proposiciones normativas, es una actividad de tipo
cognoscitivo que se practica para conocer ese objeto denominado "derecho".
Por lo mismo, el derecho es producto de quienes tienen competencia para pro-
ducirlo por intermedio de las distintas fuentes formales que nos encontramos
presentando, mientras que la ciencia del derecho es producto de la actividad
de quienes, sin tener competencia para producir normas jurídicas, hacen de
éstas su objeto o materia de estudio.
Por lo mismo, puede decirse que la ciencia del derecho es normativa única-
mente en cuanto versa o recae sobre normas jurídicas -las que componen un
ordenamiento jurídico dado-, mas no en cuanto a que a ella le corresponda
producir normas de un ordenamiento jurídico determinado. Lo que la ciencia
del derecho produce son proposiciones normativas, esto es, enunciados de tipo
cognoscitivo acerca de las normas y otros estándares que forman parte de un
ordenamiento jurídico dado.
Ahora bien, que ese saber acerca del derecho que llevan a cabo los juristas
constituya o no una ciencia, es algo que va a depender, :finalmente, del concepto
de ciencia que se maneje. Un concepto de ciencia puede ser lo suficientemente
amplio como para incluir una actividad del tipo de la que realizan los juristas
cuando intentan describir un determinado ordenamiento jurídico, en tanto que
un concepto más restringido de ciencia puede excluir actividades como la seña-
lada. Sin embargo, y sea que se trate o no de una actividad dotada de carácter
científico, lo cierto es que desde muy antiguo una clase especial de personas -los
juristas- practican esa actividad y pueden ofrecer, como resultado de la misma,
un saber -científico o no- que goza de reconocimiento y prestigio.
Pues bien, para aludir a esa actividad, según venimos diciendo, se utiliza
la palabra "jurisprudencia", como sinónimo de "ciencia del derecho", en el
primero de los dos significados que tiene aquella palabra cuando se la liga a
la idea de saber o conocimiento.
Mucho más tarde, el descubrimiento del Corpus luris, que fue el nombre
que se dio al conjunto de la recopilación de Justiniano, favoreció en la alta
Edad Media la aparición y desarrollo de una jurisprudencia europea, a la que
contribuyeron grandemente los glosadores, a quienes nos vamos a referir más
adelante, en el capítulo sobre interpretación e integración del derecho.
Por lo mismo, puede decirse que en los dos significados que acabamos de
ver, la jurisprudencia, si bien no se configura como fuente formal del derecho,
juega un importante papel como fuente material de éste. No se configura
como fuente formal, porque la jurisprudencia que se hubiere formado sobre
determinada materia jurídica no obliga ni al tribunal que la formó ni a los
tribunales inferiores, aunque juega un papel importante como fuente material,
puesto que, de seguro, influirá en las decisiones futuras del mismo tribunal y
en las de los de carácter inferior.
Distinto es el caso del derecho anglosajón, o del sistema del common law, que
aunque también se sirve de la legislación, llamada en ese derecho statute law, es
324 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
ello, aplican derecho -el legislador las normas constitucionales que lo invisten
de la competencia para aprobar leyes, fijan el proceso de formación de éstas y
establecen ciertos límites en cuanto al contenido que el legislador pueda darles,
y el juez las normas que regulan los casos sometidos a su conocimiento tanto
desde el punto de vista procesal como sustantivo-, una operación, la de aplicar
derecho, que supone una interpretación de éste, es decir, que supone que tanto
legisladores como jueces acuerdan algún sentido y alcance a las normas que
aplican con motivo del ejercicio de sus respectivas funciones. En síntesis, si
producción de derecho es de consumo aplicación de derecho, toda aplicación de
derecho conlleva una interpretación del derecho que se aplica. Cosas distintas,
a la vez, son el obedecimiento del derecho, una conducta que corresponde llevar
a cabo a los sujetos imperados por éste, o sea, a los sujetos normativos, y la
ejecución del derecho, que es algo distinto de su aplicación, y que consiste en
la actividad de hacer efectiva una norma, como cuando Gendarmería recibe
a un condenado a sufrir privación de libertad y lo ingresa y mantiene en una
celda por el tiempo que hubiere determinado la sentencia del caso.
Señala luego Bulygin que la doctrina tradicional fue criticada por Kelsen,
quien sostuvo, como hemos tenido oportunidad de mostrar aquí, que los actos
del legislador y del juez son tanto de aplicación como de creación de derecho.
Sólo la ejecución de la sentencia sería un acto de pura aplicación, mientras
que la aprobación de la históricamente primera Constitución de un Estado,
o de una nueva primera Constitución resultado de una revolución o golpe de
Estado exitosos -según explicaremos en el siguiente capítulo- sería uno de
pura creación de derecho. Y agrega todavía Bulygin: de acuerdo a la doctrina
de Kelsen, "la diferencia entre la función de legislador, y la de juez es sólo
cuantitativa: el juez suele estar más limitado que el legislador pero ambos crean
derecho dentro del marco establecido por la norma superior (la Constitución
en el caso del legislador y la ley en el del juez)". Más limitado el juez que el
legislador -agregaremos p<;>rnuestro lado-, puesto que al momento de crear
derecho está vinculado a mucho más derecho que el legislador, puesto que el
marco dentro del cual debe ejercer la función jurisdiccional, tanto desde el punto
de vista de los procedimientos a seguir como del contenido de las decisiones
normativas a adoptar, está constituido no sólo por la Constitución, como en
el caso del legislador, sino por toda la masa del derecho legislado, entendiendo
330 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Concluye Bulygin que el juez "sólo crea derecho cuando la norma general
mediante la cual justifica su decisión no es una norma creada por el legislador",
que es lo que acontece en el caso de lagunas del derecho, esto es, cuando el
legislador no ha previsto solución alguna para un caso jurídicamente relevante
de la vida social en el que cabía esperarla, es el juez quien, en consecuencia,
y en virtud del principio de inexcusabilidad, está llamado a crearla. Pero la
norma que el juez crea en esta hipótesis no es individual, sino general, puesto
que el tribunal que la establece tiene la pretensión de colmar la laguna y de
introducir en el respectivo ordenamiento jurídico una norma de validez general
CAPÍTULO lV. LAs FUENTES DEL ÜERECHO 331
que antes no existía, o sea, una norma que correlaciona el caso genérico del cual
el caso específico sometido a conocimiento del juez es ejemplo con la solución
genérica de la cual la parte resolutiva de la sentencia es una aplicación. Cabe
señalar, para mayor claridad, que la norma general que los jueces crearían en
el caso de lagunas aparecería en la parte de considerandos de sus fallos, de
manera que la parte decisoria o resolutiva -la norma individual según Kelsen-
no sería otra cosa que mera concreción de esa norma general así creada. Con
lo cual Bulygin quiere decirnos que no es concebible una sentencia con pura
norma individual. Si hay una norma general en el derecho preexistente al caso,
esa será la que el juez concretice en la parte decisoria del fallo; y si no hay tal
norma general -que es la-hipótesis de las lagunas-, es el juez el que la crea, en
la parte de considerandos de su fallo, procediendo luego a concretizarla en la
parte decisoria de éste. Pero en ambos casos la parte decisoria es aplicación de
una norma general y no una norma individual.
de legislador, considere más adecuado. Por su parte, Fernando Atria señala que
"las potestades jurídicas sólo pueden ser definidas jurídicamente: la potestad
legislativa es la potestad de crear nuevas normas jurídicas", mientras que la
"potestad jurisdiccional es la potestad de declarar que los hechos operativos
de una regla jurídica han sido realizados y por consiguiente su consecuencia
normativa es debida''.
Volviendo ahora al tenor del art. 3° inciso 2° del Código Civil, esta disposi-
ción ratifica en cierto modo que la jurisprudencia es fuente formal del derecho.
En efecto, al decir esa disposición que las sentencias judiciales "no tienen fuerza
obligatoria sino respecto de las causas en que actualmente se pronunciaren",
está privando a los fallos judiciales de obligatoriedad jurídica general, pero, a
la vez, está admitiendo que respecto de las causas en que actualmente se pro-
CAPfTULO IV. LAS FUENTES DEL DERECHO 333
Los principios generales como fuen~es suple~orias del derecho. Ese triple
cometido de los principios jurídicos, que son los mismos que acostumbra
indicarse para la equidad, trae consigo que a ésta y a aquéllos se les rotule
como "fuentes supletorias del derecho", o sea, como fuentes de las que los
jueces podrían echar mano cuando la fuente principal de sus decisiones -la
ley, en el sentido amplísimo del término- fallare en cualquiera de los tres
aspectos antes mencionados, a saber, porque ofrece vacíos o lagunas, por-
que presenta dificultades de interpretación que no ha sido posible superar
mediante el empleo de los elementos de interpretación de la ley que estu-
diaremos en el Capítulo VI, o porque de la aplicación de una ley a un caso
dado puedan seguirse consecuencias notoriamente injustas o inconvenientes
que el juez considera su deber evitar en la medida en que tales consecuencias
no pudieron ser previstas por el legislador ni éste pudo tampoco querer qu~
se produjeran.
Por ello es que las así llamadas "fuentes supletorias" del derecho, entre las
cuales se incluye a los principios y a la equidad, suelen ser definidos como
aquellas a las que el juez está autorizado a recurrir en presencia de lagunas
de la ley, de dificultades de interpretación que no es posible salvar por medio
CAPÍTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 335
¿Son los principios jurídicos una foen&e formal del derecho? Al hilo de lo
explicado previamente, los principios generales del derecho, estrictamente
hablando, no son fuentes formales del derecho, puesto que no constituyen, por
sí mismos, métodos de producción de normas jurídicas, y, en consecuencia,
no encajan en el concepto de fuente formal del derecho.
De este modo, los principios están hoy en todas las sedes donde cualquier
agente u operador jurídico hace el trabajo que le es propio, sea éste legislar,
representar intereses o pretensiones de partes en un juicio, conocer y difundir
lo que rige como derecho en un lugar y tiempo dados, reflexionar sobre la
naturaleza del derecho, o fallar casos jurídicamente relevantes de la vida social.
Prácticos y teóricos del derecho aluden en forma permanente a los principios
y los traen a colación en los razonamientos y argumentaciones que llevan a
cabo en las diferentes sedes en que realizan sus respectivas labores.
Las docn-inas n-adicionales sobre los principios generales del derecho. Jesús
Lima Torrados hace una buena presentación de lo que nos corresponde tratar
ahora.
Las doctrinas positivistas sostienen que los principios generales del derecho
viven en cierto modo ínsitos en cada ordenamiento jurídico y pueden ser es-
tablecidos por medios inductivos a partir de las propias normas e instituciones
del respectivo ordenamiento jurídico. Se trata, en suma, de componentes no
escritos del ordenamiento jurídico, que viven en éste "como el alcohol lo hace
dentro del vino", y que informan sus normas e instituciones.
Esta concepción fue seguida por el Código Civil italiano de 1942, que
estableció que en caso de duda la cuestión litigiosa se resolvería "según los
principios generales del ordenamiento jurídico del Estado", frase en la cual
la palabra "Estado" remite obviamente al Estado italiano. El Código Civil
portugués de 1966, después de dar varias reglas acerca de qué deben hacer los
jueces en los casos de lagunas de la ley, dispuso que "a falta de caso análogo,
la situación se resuelve según la norma que el propio intérprete dictaría si
tuviese que legislar dentro del espíritu del sistema''. Por último, la manera
como nuestro Código Civil se refiere a los principios generales del derecho
CAPfTULO IV: LAs FUENTES DEL DERECHO 341
En cuanto a las doctrinas eclécticas, son aquellas que tratan de armonizar las
dos doctrinas previas de modo que, asociando una con otra, concluyen que los
principios generales son tanto los del respectivo ordenamiento positivo como
los que provienen del derecho natural.
Dice él que en el fútbol hay dos tipos de reglas, las que prohíben y sancio-
nan conductas precisas, como es el caso de la regla del hand, según la cual a
todos los jugadores, salvo al arquero dentro del área, les está prohibido tocar
intencionalmente la pelota con la mano; y las que prohíben y sancionan una
variedad heterogénea de comportamientos que no están definidos en forma
precisa, si no por referencia a una pauta amplia en la que caben varios com-
portamientos. Así ocurre, por ejemplo, con la regla que prohíbe las "jugadas
peligrosas", pero que no detalla cuáles son ellas y deja al criterio del árbitro
decidir en cada caso cuándo un jugador ha jugado en forma peligrosa y debe
ser sancionado.
Sin embargo, en el fútbol hay por lo menos una regla que cumple una fun-
ción distinta a la de las ya señalad_as, diverge de éstas respecto de la persona de
sus destinatarios y tiene consecuencias normativas diferentes. Por lo mismo, los
análogos jurídicos de esta regla son también distintos a los análogos jurídicos
que reconocen los dos primeros tipos de reglas del fútbol.
Los árbitros aplican una regla que puede ser enunciada así: no debe sancio-
narse una infracción cuando como consecuencia de ello resultaría beneficiado
el equipo infractor y perjudicado el equipo al que pertenece el jugador víctima
de la infracción. A esta regla se la conoce como "ley de la ventaja'', y tiene
aplicación, por ejemplo, cuando el árbitro deja sin sancionar un foul que se
comete en la persona de un delantero que se apresta a anotar un gol, y que,
no obstante, conserva el control del balón y las posibilidades de alojarlo en el
fondo del arco contrario.
Carrió consiente en que hoy la "ley de la ventaja" es una de las reglas del
fútbol, porque forma parte del reglamento de este juego. Pero la verdad es
que se trataba de una regla antes de su incorporación formal al reglamento,
puesto que los árbitros la aplicaban regularmente como si fuera una regla del
juego y no como un simple hábito.
Se trata del famoso caso de Riggs contra Palmer, que fue resuelto en 1899
por un tribunal de Nueva York. El caso es el siguiente:
ninguna ley les ha dado vigencia, estas máximas controlan con frecuencia los
efectos de los testamentos y prevalecen sobre el lenguaje de éstos".
Por su parte, el criterio que el tribunal usó en ese caso presenta caracterís-
ticas similares a aquellas cuatro que, según vimos, tenía la "ley de la ventaja"
en el fútbol. Así, tal criterio, y otros similares a él que se invocan en el ámbito
del derecho, presuponen la existencia de otras reglas y se refieren a ellas; se
dirigen en forma primordial a los jueces y sólo secundariamente a los sujetos
imperados; proporcionan una guía acerca de cómo y cuándo han de usarse las
reglas sobre las que versan y en ciertas circunstancias permiten llenar vacíos
de éstas o corregir resultados injustos que pudieren seguirse de la aplicación
de las normas; y, pQr último, exhiben un cierto grado de neutralidad o de
relativa indiferencia de contenido, en el sentido de que trasponen los límites
de distintos campos de regulación jurídica.
De este modo -continúa Carrió- a todas esas pautas o criterios se las puede
ll~ar "principios jurídicos", a fin de distinguirlas de las reglás específicas y de
las standards variables, lo cual, como es bien patente, trae consigo la persuasión
de que el derecho, además de normas, está constituido también por principios.
En esto consiste, precisamente, una de las críticas que Ronald Dworkin dirige
en contra de la teoría de Herbert Hart, la que sostiene que el derecho es una
"unión de reglas primarias y secundarias". Dworkin dice no estar de acuerdo
con esta afirmación no porque el derecho no esté formado por reglas, sino
porque dicha afirmación sugiere que el derecho estaría formado únicamente
por reglas, en circunstancias de que, además de las reglas, en el derecho existen
estas otras pautas o criterios, llamados "principios", que sirven, lo mismo que
las reglas, para evaluar jurídicamente el comportamiento de las personas y
para justificar las decisiones que adoptan los tribunales cuando conocen casos
concretos de la vida social.
Una política es la clase de patrón que determina una meta a ser alcanzada,
por lo general una mejoría en algún aspecto económico, político o social de la
comunidad. Principio, en el sentido estricto del término, es el patrón que debe ser
observado no porque promoverá o asegurará una situación económica, política
o social considerada deseable, sino porque es una exigencia de justicia o equidad
o de alguna otra dimensión de la moralidad. Así -y por dar el mismo ejemplo
que propone Dworkin-, "el patrón de que los accidentes automovilísticos han
de ser reducidos es una política y el patrón de que nadie puede beneficiarse de
sus propios actos ilícitos es un principio". Un ejemplo de principio en sentido
estricto es el número 2 del art. 19 de la Constitución cuando declara que "ni la
ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias", mientras que
un ejemplo de directriz lo constituye el enunciado final del art. 1° de la Cons-
titución: "es deber del Estado resguardar la seguridad nacional, dar protección
a la población y a la familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la
integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de
las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional".
Por lo mismo, una concepción semejante de los principios trae consigo efectos
en varios campos de la teoría jurídica. En primer lugar, afecta al concepto mismo
de derecho, en cuanto muestra que éste no se halla compuesto sólo por normas.
En segundo término, afecta el enfoque de las relaciones entre derecho y moral,
puesto que, al considerar a los principios como estándares esencialmente morales
y al afirmar acto seguido que ellos forman parte del derecho, lo que se pone de
manifiesto, a fin de cuentas, es el carácter estructuralmente moral que poseería
el propio derecho. En tercer lugar, tal concepción de los principios impacta en la
manera como se entiende la función jurisdiccional, ya que se la considera como
una actividad ligada no sólo a normas, sino también a otros estándares -los
principios-, los cuales jugarían un papel importante y no sólo en presencia de los
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 347
casos difíciles que se presentan a conocimiento y fallo de los jueces. Por ultimo,
impacta también en el modo como se concibe la ciencia jurídica, puesto que, al
hilo de la concepción de los principios que nos encontramos analizando, lo que
se espera de ella no es únicamente que identifique, interprete y relacione entre
sí las normas de un determinado ordenamiento, facilitando así su aplicación a
los casos correspondientes de la vida social, sino que, además, dé cuenta de los
principios presentes también en dichos ordenamientos. En este último sentido,
1
la ciencia jurídica utilizarfa los principios con un doble propósito: sintetizar
información relativ~ a un ordenamiento, puesto que los principios son enun-
ciados que hacen posible una descripción abreviada o económica del derecho,
de una rama de éste o de una institución jurídica determinada; y, por otro lado,
advertir que el derecho es un conjunto ordenado, esto es, un conjunto dotado
de sentido, y no una mera confluencia de pautas de comportamiento. Como
dicen al respecto Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, esta doble capacidad
de los principios, consistente en presentar de manera breve y a la vez ordenada
un ordenamiento jurídico o una parte de éste, "no es ni más ni menos que lo
que suele llamarse sistematización del derecho", la cual constituye "la función
principal que, se supone, ha de realizar la ciencia jurídica''.
Más allá de lo dicho hasta ahora sobre los principios, convi~ne advertir
que la palabra "principios" tiene varios usos en la literatura jurídica. Así, se
la utiliza:
Las obras de Dworkin y Carrió acerca de los principios, pero también las
contribuciones al tema de Manuel Atienza, Juan Ruiz Manero, Luis Prieto,
Robert Alexy y Alfonso García Figueroa son de gran utilidad para establecer
tanto los significados como las clasificaciones de los principios. La obra de
esos mismos autores nos permitirá ahora trazar las relaciones y diferencias
entre principios y normas, establecido ya que ambos tipos de estándares están
presentes en todo ordenamiento jurídico.
Los principios, sin embargo, no operan de es.e modo, puesto que ellos
no son aplicables a la manera de todo o nada. Para aludir a esta diferencia,
Ricardo Salas recurre al siguiente ejemplo: las normas se aplican todo o nada,
es decir, tal y como se enciende y apaga la luz en una habitación pulsando
un interruptor convencional, que tiene una posición hacia arriba y otra hacia
abajo, mientras que los principios se aplican de menos a más, al modo de
esos dispositivos que es preciso girar con los dedos, a izquierda o a derecha,
para que vayan dando o restando gradualmente la luz que queremos instalar
en la habitación.
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 351
Otra diferencia entre reglas y principios consiste en que éstos tienen una
dimensión de la que las primeras carecen: la dimensión de peso o importancia.
Esto quiere decir que en caso de oposición entre dos principios, quien está
352 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
llamado a resolver el conflicto tiene que optar entre uno y otro principio to-
mando en cuenta el peso relativo de cada uno de ellos. Las reglas, en cambio,
carecen de esta dimensión, de modo que cuando dos de ellas entran en con-
flicto la decisión sobre cuál de ellas es válida no podrá ser adoptada fijándose
en la mayor o menor importancia de las normas, sino que tendrá que serlo
apelando a consideraciones que van más allá de las normas; por ejemplo, a la
jerarquía de la autoridad que las dictó, al orden cronológico en que las normas
se hubieran incorporado al ordenamiento, al carácter general o especial que
pueda adjudicárseles al contrastar una con otra, etc.
Por otra parte, existen partidarios de una separación débil entre principios
y reglas. Estos sostienen que existen diferencias entre aquéllos y éstas, pero de
carácter meramente gradual, que son las que se ponen de manifiesto cuando se
dice, por ejemplo, que los principios son más fundamentales que las normas,
o que son más generales que éstas, o que son más vagos e indeterminados,
o que tienen mayor jerarquía que las normas. Por lo mismo, como cree Luis
Prieto, "no es posible mantener una distinción lógica o cualitativa entre reglas
y principios, sino tan solo una distinción relativa y por lo demás insegura''.
En síntesis, para los que se inclinan por una separación fuerte entre
principios y reglas, aquéllos y éstas son dos tipos de estándares, y, en tal
sentido, dos tipos de normas, porque ambos guían comportamientos, son
razones para la acción y sirven para justificar decisiones de casos, si bien se
CAPfTuLo IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 353
Las fanciones de los principios jurídicos. En primer lugar, los principios cum-
plen una función explicativa del ordenamiento jurídico, o de una parte de éste,
en cuanto se nos presentan como una técnica descriptiva del ordenamiento,
o de un sector o rama de éste, que en forma abreviada o económica propor-
cionan información jurídica relevante. Al cumplir esta función, los principios
aparecen en el lenguaje de los juristas, quienes, luego de examinar el lenguaje
del legislador, ponen de manifiesto las normas fundamentales que presiden
el ordenamiento en su conjunto, o un sector de éste, o ciertos criterios que
están presupuestos en la multiplicidad de las normas de ese ordenamiento o
sector.
354 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Dicho de otra manera, los principios, lo mismo que las normas, juegan un
papel en el razonamiento que llevan a cabo y en la argumentación subsiguien-
te que ofrecen en favor de sus decisiones normativas quienes, en calidad de
jueces, de legisladores o de autoridades de la administración, están llamados
a la doble tarea de aplicar y producir derecho.
Mirados los principios desde ese punto de vista, puede decirse que ellos
tienen una desventaja y a la vez una ventaja respecto de las normas. Esto quiere
decir que vistos los principios desde cierta perspectiva, su contribución a la
argumentación jurídica es más modesta, aunque vistos desde otra perspectiva
su contribución resulta más importante.
Como dicen Atienza y Ruiz Manero, los princ1p1os son menos que las
normas, porque no permiten ahorrar tiempo a la hora de decidir un curso
de acción. Esto quiere decir que si se dispone de una norma respecto de un
caso, ello evita por lo general tener que entrar en un proceso de ponderación
de razones a favor o en contra de una determinada decisión. En cambio, los
principios exigen siempre ese proceso de ponderación, porque, al menos en
un comienzo, aparecen dotados de menos fuerza que las normas para orientar
con facilidad una determinada decisión. Sin embargo, los principios son mds
que las normas en cuanto pueden entrar en juego, por su misma generalidad,
en un mayor número de situaciones. Esto quiere decir, por su parte, que los
principios tienen una mayor fuerza expansiva que las normas.
Las funciones más admitidas de los principios son las que hemos señalado
previamente, a saber, la función explicativa, la normativa y la de legitimación
y control del poder. Sin embargo, y con una mirada más atenta, podríamos
decir que las funciones que ellos cumplen son las siguientes, la suma de
todas las cuales, como dice García Figueroa, constituye prueba de que los
principios en el derecho se han mostrado "extremadamente versátiles": a)
formar parte del ordenamiento jurídico y ser considerados al momento de
describir éste (función descriptiva); b) dirigir la conducta de sujetos normativos
(función prescriptiva); c) orientar la actividad que realizan, cada cual en su
campo, los distintos operadores jurídicos (función directiva); d) fundamentar
las decisiones normativas que adoptan autoridades igualmente normativas,
tales como jueces y legisladores (función justificativa); e) colaborar en la in-
terpretación de las normas jurídicas y del ordenamiento al cual pertenecen
(función interpretativa); f) integrar lagunas (función integradora); g) resolver
conflictos de normas (función de solución de antinomias); h) establecer límites
a la competencia de determinados órganos (función limitativa); i) colaborar
en la reconstrucción conceptual que la dogmática lleva a cabo del material
normativo de un ordenamiento jurídico (función sistemdtica), y j), en mi
opinión, evitar consecuencias notoriamente injustas que pudieran seguirse
de la aplicación de una norma a un caso, consecuencias que el legislador no
previó ni pudo querer que se produjeran y que parece conveniente evitar
(función correctiva).
Aun más restrictivo resulta el art. 24, en el tercero de los sentidos antes
explicados, si se entiend~ que con su referen~ia al "espíritu general de la legis-
lación" ni siquiera alude pr()piamente a los principios generales del derecho,
sino a una cierta razón o finalidad objetiva de la legislación apreciada en su
conjunto. De acuerdo a esta interpretación de la señalada expresión del art. 24,
que es la que postula Alejandro Guzmán Brito, así como cada ley en particular
tiene una ratio o finalidad objetiva, la legislación, vista en general, tendría asi-
mismo algo semejante. De este modo, sostiene el autor, si el espíritu específico
de la ley singular que se trata de interpretar no pudo servir para descubrir su
verdadero sentido, según lo dispuesto en el inciso 2 del art. 19, el intérprete
tiene que desplazarse al nivel general de la legislación en su conjunto y tratar
de descubrir el espíritu general de ésta.
¿Son lo mismo los principios jurídicos que los principios morales? De todo
cuanto hemos señalado a -propósito de los principios se desprende una res-
puesta negativa a esta pregunta, aunque se trata por cierto de una cuestión
debatible, y que es de hecho ampliamente discutida en la teoría jurídica actual.
Una cuestión que es asimismo importante, puesto que ella tiene efectos en
la comprensión del derecho y en el concepto de éste. Si se considera que los
principios jurídicos son principios morales, se establece una conexión necesa-
ria entre derecho y moral, como ·sucede con autores cómo Dworkin y Alexy,
al paso que si se diferencia unos de otros dicha conexión conceptual entre
derecho y moral no es necesaria.
5. LA EQUIDAD
es. Y tales son los hechos humanos, sobre los cuales se dan las leyes. En estos
hechos es necesario que el legislador hable universalmente por razón de la
imposibilidad de abarcar los casos particulares, y, sin embargo, tampoco es
posible que en todos ellos se comporte rectamente lo que se dice, en virtud.de
que falla en algunos pocos casos". Y concluye: "para dirigir las acciones par-
ticulares están ya los preceptos concretos de los hombres prudentes, mientras
que la ley, como ya hemos dicho, es un precepto necesario y común".
Así, en el ejemplo que brinda el propio Tomás de Aquino, que el que recibió
de otro una cosa en depósito deba devolverla cuando aquel que la entregó la
requiera, es un acto justo según la ley, puesto que éste, al regular el contrato de·
depósito, establece como obligación del depositario devolver la cosa depositada
al depositante cuando este último la requiera. Además de tratarse de un acto
justo según la ley, dicho acto no pr:,(?.cl_u~ir.é.Í.P<:>t:,
lo común ningún..efectu.dañ)..!!Q,
de modo que"sT~~fd~p~~it~;i~--~~ devuelve la cosa y se promueve u~io
af're~ecr~:···er Jüez'líár7C6Ie"ñ"cfocretando -que d~l?e ..devo,{yef le..Y~
además, que
deb~ i~demnizar··a1··ae"¡,osfrá.nte··P~~-1¿~,,P-;;;j~icios que le hubiere ocasionado
con su retardo en la entrega de la cosa. Sin embargo, en algún caso podría ser
inconveniente que el juez res ci.e..ra~se modo, como, por ejemplo, si eLloco
rioso pi e que se le devuelva la espadaqüe~cTio ··en-depós~ caso,
el juez tendría buenas razones para no decidir con(~!_~e lo justo.según la ley,
~?,~~a~le~:-~~~J.l:t•!~~~r~i!1:ITo:
furioso ·que 'récl~á la cievof ución'de sU espad~ ~~- ~ería justo resolver conforme
a esa norma puesto que, de hacerlo, se seguirían consecuencias inconvenientes.
¿Cuáles? Las que se siguen siempre que un loco furioso circula armado entre
sus semejantes, ayer con una espada y hoy posiblemente con una metralleta o
una bomba a ser colocada en el automóvil de su enemigo político.
Por ello es que Tomás de Aquino se refiere a la equidad como "los precep-
'tos concretos de los hombres prudentes': Por eso es también que a la equidad
' · se la llama "justicia del caso particular". En consecuencia, la equidad no es
algo distinto de lo justo, sino algo justo que es mejor que lo justo legal. Dicho
\,...__brevemente: lo equitativo es justo, y, a la vez, mejor que lo justo legal.
Esto quiere decir que el juez no se forma una idea acerca de "lo justo", así, en
general, o, si se prefiere, en abstracto, sino acerca de lo justo "aquí y ahora'',
en el específico caso que debe resolver. Si pensáramos no ya en un juez, sino
en un profesor que quiere ser justo al momento de distribuir 30 ejemplares
del libro de que es autor entre sus 31 alumnos, bien podría decidir que hará
esa distribución por sorteo, lo cual sería ciertamente una solución justa. Justa,
digamos, en general, puesto que si ese profesor tiene clara conciencia de la
manifiesta situación socioeconómica desmedrada de uno determinado de sus
alumnos, situación que le impide la compra del libro, bien podría partir por
entregar un ejemplar de su libro a ese estudiante y proceder luego a sortear
los demás entre los restantes alumnos del curso.
virtud "no es sólo de lo universal, sino que debe conocer las circunstancias
particulares, porque se ordena a la acción, y la acción se refiere a los casos
particulares. La prudencia, por tanto, es práctica; así que es preciso poseerla
en lo general y en lo particular, y más bien en esto último".
Tal como ha sido sefialado, para dar la solución de equidad, esto es, para
llegar a formarse una idea acerca de qué sea lo justo a resolver en el caso de que
se trata, el juzgador cuenta no sólo con su prudencia, sino con determinados
antecedentes o factores que coadyuvan a formar el criterio del juzgador. A
tales antecedentes y factores puede llamárseles, por lo mismo, "fuentes de las
decisiones equitativas" y a ellos nos vamos a referir a continuación.
Justo legal, según quedó establecido antes, es lo justo según la ley, de manera
que decir de una cosa que ella es justa según la ley equivale a afirmar que lo
es en virtud de que el legislador así lo ha establecido en alguna de las normas
abstractas y generales de la que es autor.
Pero también hay cosas que son justas por naturaleza, esto es, porque la
naturaleza, no el legislador, así lo ha dispuesto, de manera que al lado de lo
justo legal existe lo justo natural
Trasladando la distinción entre justo natural y justo legal, entre cosas que
son justas por naturaleza y otras que lo son por disposición de la ley, al lenguaje
actual de los juristas, puede decirse que para Aristóteles está por un lado el
derecho natural, que en todas partes tiene la misma fuerza y que no depende
de nuestra aprobación o desaprobación, y, por otro, el derecho positivo, com-
puesto por normas cuyo contenido es en principio indiferente, de modo que
corresponde a la autoridad normativa dotarlas de un contenido o de otro. En
consecuencia, el derecho natural encuentra su causa en la naturaleza, y porque
la naturaleza es la misma en todas partes, las prescripciones del derecho natural
poseen similar fuerza y virtud en todas partes. Son universales e inmutables,
"como el fuego, que quema aquí lo mismo que en Persia'', según la expresiva
declaración de Aristóteles. Por lo mismo, el contenido del derecho natural no
es discurrido por el hombre, sino que proviene directamente de la naturaleza,
traduciéndose dicho contenido, según Tomás de Aquino, en "ciertos principios
366 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
indemostrables y en las cosas pr6ximas a ellos, tales como debe evitarse el mal,
a nadie debe dañarse injustamente, no debe hurtarse, y otros semejantes".
Con todo, Arist6teles entiende que el derecho positivo deriva del derecho
natural, ya por conclusión, ya por determinación. La derivaci6n es por conclusión
cuando el contenido de una norma del derecho positivo resulta ser una apli-
cación directa de alguna norma o principio del derecho natural. Por ejemplo,
cuando el derecho positivo castiga el homicidio, lo que hace es fijar una de las
conclusiones que es posible derivar del principio del derecho natural que dice
que a nadie debe dañarse injustamente. La derivaci6n ocurre por determinación
en todo aquello que el derecho positivo puede normar tanto de un modo como
de otro, al no proceder su contenido directamente del derecho natural, como
acontece cada vez que la ley establece cuál es la escala de penalidad que un
juez puede recorrer en presencia de un delito de homicidio.
d) los principios generales del derecho, que comparten con la equidad el ca-
rácter de fuentes supletorias del derecho, son uno de tales elementos o factores,
puesto que, debidamente inteligidos por el juzgador, demarcan un ámbito de
sentido que éste no podría traspasar con su decisión equitativa. En otros términos,
los principios generales del derecho imponen al juzgador unos ciertos límites que
éste no puede traspasar al dar una determinada decisión de equidad;
e) otro factor importante está constituido por los precedentes, esto es, por
otras decisiones de equidad previas que hayan recaído sobre casos próximos
o afines a aquel que tiene que ser resuelto en equidad. La combinación de la
equidad con el precedente es perfectamente posible, puesto que las decisiones
de equidad pueden llegar a formar una masa de precedentes a la que el juez
que debe dar un fallo en equidad puede sentirse fuertemente vinculado;
i) por último, vale la pena decir que todos esos elementos y factores, ac-
tuando en conjunto y de manera interrelacionada, influirán en la solución
de equidad, en mayor o menor medida según los casos y de un modo más
o menos consciente para el juzgador. Por lo mismo, la solución de equidad
aparecerá siempre como fruto de una decisión razonada y voluntaria del propio
juzgador, aunque las raíces de la decisión podrán ser rastreadas en la presencia
simultánea y no siempre armoniosa de esa suma de antecedentes y factores
previamente identificados.
Es preciso mencionar, además, por lo que respecta a las lagunas del dere-
cho legislado, el art. 5° del Código Civil, y, desde luego, el art. 23 del mismo
cuerpo legal, que declara que lo favorable u odioso de una disposición legal
no se tomará en cuenta para ampliar o restringir su interpretación.
Cabe señalar, en fin, que lo mismo que vimos pasa con los principios, el art.
·24 es restrictivo con la equidad. Es restrictivo porque la admite sólo cuando
no han podido aplicarse las reglas de interpretación precedentes, es decir, las
de los artículos 19 a 23; porque la convoca únicamente para interpretar pasajes
oscuros o contradictorios de las leyes; y porque, adjetivándola de "natural", y
cualquiera sea el significado que demos a esa palabra, parece acotar la equidad
a una determinada versión o concepción de ésta.
como fuente del derecho y superan, al menos en parte, las restricciones que
le impuso el art. 24 del Código Civil.
6. EL ACTO JURÍDICO
A los hechos jurídicos provenientes del hombre se les puede llamar hechos
jurídicos propiamente tales. Por su parte, estos hechos pueden ser involuntarios
y voluntarios. Involuntarios son aquellos que provienen del hombre, aunque
sin la intención precisa de producir efectos jurídicos, como es el caso, por
ejemplo, del art. 2319 del Código Civil, que a propósito de los delitos y
cuasidelitos civiles, dispone que no son capaces de delito o cuasidelito los
menores de siete años ni los dementes, aunque serán responsables de los daños
causados por ellos las personas a cuyo cargo estén, si pudiere imputárseles
negligencia. Hechos jurídicos voluntarios son aquellos que el hombre ejecuta
conscientemente y que producen efectos jurídicos, sean o no queridos por su
autor. Estos hechos jurídicos voluntarios pueden ser lícitos o ilícitos. Los hechos
voluntarios ilícitos se llaman delitos y los delitos pueden a su vez ser delitos
civiles o delitos penales. En la comisión de delitos el responsable de éstos busca
obtener ciertos efectos, pero los efectos propiamente jurídicos que se siguen de
CAPfTuLo IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 371
su acción los establece la ley. Ahora bien, un hecho ilícito del hombre puede
ser deliberado, caso en el cual estamos en presencia de un delito, o resultado
sólo del descuido o negligencia del autor, caso en el cual estamos en presencia
de un cuasidelito, pero, en todo caso, las consecuencias jurídicas resultantes
no son queridas por quien ejecutó el acto correspondiente, sino establecidas
e impuestas por la ley.
Por tanto, acto jurídico es toda manifestación voluntaria y lícita del hombre,
ejecutado con la intención precisa de producir determinados efectos jurídi-
cos, los cuales pueden consistir en la adquisición, pérdida o modificación de
derechos y deberes jurídicos.
Ahora bien, una de las clasificaciones más importantes de los actos jurídicos
es la que distingue entre actos jurídicos uniúzterales y actos jurídicos biúzterales.
Los primeros son aquellos que para formarse como tales precisan de la volun-
tad de una sola parte, mientras que los segundos son los que para formarse
como tales requieren del acuerdo de voluntades de dos o más partes. Como
se ve, esta clasificación atiende al número de partes que se necesitan para la
formación del acto y no al número de personas, puesto que cada parte puede
estar constituida por una o varias personas. Cabe señalar, asimismo, que al
acuerdo de voluntades necesario para producir un acto jurídico bilateral se le
llama consentimiento.
En cuanto a los actos jurídicos unilaterales, los hay que producen efectos
jurídicos sólo en relación con la parte que los otorga, como acontece, por
ejemplo, con la oferta de celebrar un contrato que obliga al que la hace a
suscribir el contrato cuando la oferta es aceptada o con el ofrecimiento de
un premio o recompensa. Pero hay también actos jurídicos unilaterales que
producen efectos respecto de personas distintas de aquella que los ejecuta u
otorga, como es el caso del testamento.
En cuanto a los efectos de los contratos, eso es, concerniente a los dere-
chos y obligaciones que resultan para los contratantes, pueden producirse tres
situaciones, a saber, que la legislación nada disponga al respecto y que todos
los efectos se regulen exclusivamente por la voluntad de las partes; que la legis-
lación regule los efectos del contrato de un modo genérico que permite a las
partes contratantes variar en alguna medida las normas legales sobre la materia
o introducir especificaciones no contempladas en éstas; y que la legislación
regule de modo pormenorizado y estricto todos los efectos del contrato, caso
CAPfTULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 373
Actos jurídicos y contratos como foentes formales del derecho. En efecto, los
actos jurídicos y los contratos, tal como han sido definidos previamente, dan
cuenta de una zona que el ordenamiento jurídico deja a los sujetos de derecho
para que participen en forma directa en el procesó de producción del derecho
por medio de las determinaciones voluntarias que tales sujetos quieran hacer
en ese sentido.
que el derecho no está compuesto sólo por normas generales, sino que las hay
también particulares.
Podría creerse que los sujetos de derecho no producen normas jurídicas por
medio de los actos jurídicos y de los contratos, puesto que al otorgar aquéllos
y suscribir éstos deben hacer aplicación de las normas del derecho legislado
que se refieren a su capacidad para otorgar actos jurídicos y celebrar contratos
y que regulan muchas veces, además, la manera de otorgarlos y celebrarlos e,
incluso, los efectos jurídicos que habrían de seguirse. Sin embargo, y tal como
tuvimos ocasión de explicar a propósito de la sentencia judicial como fuente
formal del derecho, que los sujetos de derecho al contratar hagan aplicación
de determinadas normas generales de la legislación no impide que a la vez
creen o produzcan normas jurídicas particulares.
Con todo, la palabra "contrato", lo mismo que pasa con la "ley", designa
tanto al hecho productor de normas jurídicas como a las normas que resultan
de ese hecho. Así, dice Kelsen, "se habla de la celebración de un contrato,
aludiéndose así a los actos que constituyen el hecho productor de normas" y
"se habla de la validez de un contrato, aludiéndose a la norma producida por
ese hecho, puesto que sólo una norma, y no un acto, puede tener validez". Lo
que pone de manifiesto este doble uso de la palabra "contrato" -para aludir
a un hecho productor de normas y para aludir a las normas que resultan de ese
CAPfTULO IV: LA.sFUENTES DEL DERECHO 375
Al contratar -continúa Kelsen- "las partes hacen uso de las normas legales
que hacen posible las transacciones jurídicas", de donde resulta que "al concluir
una transacción jurídica las partes aplican esas normas generales". Pero, a la
vez, se trata de un acto creador de derecho, "ya que produce deberes jurídicos
y derechos subjetivos de las partes que en él intervienen".
7. ACTOS CORPORATIVOS
Concepto. Los actos corporativos como fuentes formales del derecho. Actos
jurídicos y actos corporativos.
Cabe destacar, por lo mismo, que los actos corporativos son ejecutados
no por sujetos de derecho individualmente considerados, si no por entes
colectivos que en general se llaman "organizaciones". El resultado de los actos
corporativos son normas jurídicas generales, en el sentido antes explicado,
no obstante que su validez se limita a los miembros de la respectiva organi-
CAPITULO IV. LAs FUENTES DEL DERECHO 377
Por otra parte, los actos jurídicos conducen a la producción de normas par-
ticulares que en principio circunscriben su validez a los sujetos que concurren
al acto; en cambio, los actos corporativos conducen a la producción de normas
generales, aunque limitadas, en todo caso, a la organización que las dicta.
CAPÍTULO V
EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
PRIMERA PARTE
EL ORDENAMIENTO JURfDICO COMO SISTEMA NORMATIVO DINÁMICO
1. INTRODUCCIÓN
del derecho. Por lo mismo, escribe Bobbio, "el problema de la definición del
derecho encuentra su lugar apropiado en la teoría del ordenamiento y no en
la teoría de la norma jurídica''.
Así las cosas, con ese reenvío de la norma al ordenamiento, "la dificultad
para encontrar una respuesta a la pregunta ¿qué se entiende por norma jurí-
dica?, se resuelve desplazando el plano de la investigación, esto es, haciendo
otra pregunta: ¿qué se entiende por ordenamiento jurídico?".
Una teoría estática del derecho, dice Kelsen, tiene por objeto el derecho
"en su estado de equilibrio"; en cambio, una teoría dinámica tiene como
objeto "el proceso en que el derecho se produce y aplica, el derecho en su
m.oviinien to".
2. CONCEPTOS Y DISTINCIONES
Sistema jurídico es una expresión que se reserva para aludir al conjunto or-
denado de conocimientos que acerca del derecho nos provee la ciencia jurídica
a través de las llamadas reglas de derecho o proposiciones acerca de las normas
jurídicas. Se trata, por lo mismo, de una realidad cogn,oscitiva.
Como dice el propio Kelsen, "una norma jurídica no vale por tener un
contenido determinado, es decir, no vale porque su contenido pueda inferirse,
mediante un argumento lógico, de una norma fundante básica presupuesta,
si no por haber sido prúducida de una determinada manera, y, en última ins-
tancia, por haber sido producida de la manera determinada por una norma
fundan te básica presupuesta''.
Esas tres preguntas, si bien ligadas entre sí, deben mantenerse separadas
para evitar confusiones.
Si validez, por una parte, y fundamento de validez, por la otra, son lo que
acaba de afirmarse, ¿cuál es el fundamento de validez de las normas jurídicas,
o sea, qué es, concretamente, lo que otorga a las normas jurídicas su existencia
como tales y su consiguiente obligatoriedad?
Para una respuesta como ésta, norma jurídica válida no es la que el le-
gislador aprueba en tal carácter después de haber seguido el procedimiento
establecido por la Constitución, sino la que los sujetos imperados reconocen
y obedecen como tal.
Una cuarta respuesta, que combina las dos anteriores, sostiene que el
fundamento de validez de las normas jurídicas es mixto, o sea, que dicho
fundamento se encuentra en el hecho de que ellas sean, a la vez que por lo
general obedecidas por los sujetos imperados y habitualmente aplicadas por
los órganos jurisdiccionales.
Para una respuesta como ésta el fundamento de validez de una norma ju-
rídica continúa siendo un hecho, aunque esta vez se trata de un hecho doble,
puesto que para reconocer validez a una norma será necesario atender tanto a
la conducta de los sujetos imperados como a la de los tribunales de justicia.
Por lo mismo, para este quinto punto de vista, la cuestión sobre el funda-
mento de validez de las normas jurídicas se resuelve no en una argumentación
CAPfTULO V. EL ORDENAMIENTO JURÍDICO 393
En suma, decir de una norma jurídica que es vdlida equivale a afirmar que
esa norma existe y que, por existir, ella es obligatoria. Obligatoria, además,
en un doble sentido: obligatoria para los sujetos normativos, quienes deben
obedecerla, y obligatoria para los órganos jurisdiccionales, los cuales deben
aplicarla, en sus consecuencias coactivas, toda vez que la norma no haya sido
obedecida en un caso dado. Más sucintamente, entonces, decir de una norma
jurídica que es vdlida, o que un conjunto de ellas lo son, equivale a afirmar
que esa o esas normas existen, que son obligatorias y que deben ser obedecidas
y aplicadas.
En todo caso, decir que la validez de las normas jurídicas significa lo que
fue señalado, esto es, existencia y obligatoriedad de las mismas, no importa
atribuir ningún alcance moral a dicha obligatoriedad, sino constatar que una
determinada conducta, vista desde la perspectiva de un ordenamiento jurídico
dado, resulta jurídicamente obligatoria para los correspondientes sujetos nor-
mativos, llamados a obedecerla, y para los órganos jurisdiccionales, llamados a
aplicarla. Como puntualiza Kelsen a este respecto, "el concepto de obligación
jurídica se refiere exclusivamente a un orden jurídico positivo, y no tiene nin-
guna implicación moral", todo lo cual no excluye, por consiguiente, que las
normas jurídicas, una vez identificadas como tales y certificadas en su existencia
CAPfTULO V. EL ORDENAMIENTO JUR!DICO 395
Como aclara por su parte Jorge Millas, validez del derecho "no significa
otra cosa sino que alguien debe comportarse de cierta manera y ello en cuan-
to a que la conducta contraria trae aparejada una consecuencia. Lo cual no
es óbice para que una norma válida en sentido jurídico, valga también en
sentido axiológico y sea asiento de un valor moral, religioso, práctico, etc.
Así, por ejemplo, la norma que estatuye que la enajenación de los bienes del
menor no habilitado de edad requiere autorización judicial, aparte de ser vá-
lida, porque obliga al guardador, al juez y a terceros, es también buena, útil,
justa; vale jurídicamente, porque pertenece al orden jurídico ·vigente, y vale
también axiológicamente en cuanto es asiento de valores positivos. Pero esta
concurrencia de las dos cualidades, la jurídica y la axiológica, no es requisito
esencial de las normas; las normas no necesitan ser buenas para ser jurídicas;
basta con que sean válidas, con que pertenezcan a un orden de Derecho. Otra
cosa es que nosotros nos sintamos obligados 'en conciencia' a cumplir dichas
normas jurídicas sólo porque son jurídicas".
De este modo, puede decirse que la norma superior o fundante fija el marco
formal y material para la producción de la correspondiente norma inferior o
fundada. El marco formal está constituido por la indicación del órgano, auto-
ridad o persona facultado para crear la norma inferior y por la determinación
del procedimiento que deberá seguirse al momento de producirla. En cambio,
el marco material está constituido por los límites que la norma superior pre-
establece en relación con el contenido que podrá darse a la correspondiente
norma inferior.
Ahora bien, si se pregunta por cuál de ambos marcos resulta más deter-
minante, habría que admitir que lo es el marco formal, y, dentro de él, la
primera de las dos menciones que establece, puesto que lo menos que una
norma superior puede fijar respecto de la inferior cuya producción regula es
quién está autorizado para producirla. En otras palabras, la norma superior
puede omitir pronunciarse sobre el procedimiento que deberá seguirse para la
producción de la norma inferior y no decir nada tampoco acerca del contenido
de ésta, sin que ni lo uno ni lo otro obste a la creación de la norma inferior.
Sencillamente, en tales casos el órgano, autoridad o persona facultado para
producir la norma inferior se encontrará libre en lo que concierne tanto al
método de producción como al contenido de ésta. Pero si la norma superior
omitiere indicar quién es el que está autorizado para producir la norma inferior
correspondiente, entonces no podría haber creación de esta última.
Del modo antes indicado, puede afirmarse que el derecho regula su pro-
pia creación, y que, a la vez, toda creación de derecho importa aplicación de
derecho.
las leyes e,
incluso, para introducir, modificar o dejar sin efecto normas de la
propia Constitución.
Si nos atenemos a una visión del ordenamiento jurídico como la que hemos
expuesto previamente, éste se nos presenta como una estructura de gradas
normativas fundantes y fundadas, como una especie de pirdmide invertida en
cuya parte superior se ubican las normas más generales y de mayor jerarquía-la
Constitución-, mientras que en su parte inferior lo hacen las normas particu-
lares y de menor jerarquía, como es el caso de la sentencia judicial, situándose
en la zona intermedia entre unas y otras las leyes, la costumbre jurídica y los
actos jurídicos y contratos que celebran los particulares.
De este modo, a la pregunta "¿por qué vale una sentencia judicial?" puede
responderse que la sentencia fundamenta su validez en la ley, esto es, que vale
porque ha sido dictada por quién, dentro del procedimiento qué y con los
límites de contenido que se encuentran establecidos en las leyes. Por su parte,
a la pregunta "¿por qué vale una ley?" puede contestarse diciendo que la ley
fundamenta su validez en la Constitución, o sea, que vale porque ha sido pro-
ducida por los órganos, dentro del procedimiento y con apego a los límites de
contenido que la Constitución estableció para las leyes. A la vez, a la pregunta
"¿por qué vale la Constitución?" puede responderse que ella fundamenta su
validez en la Constitución históricamente anterior, o sea, que vale porque sus
normas fueron producidas por quién, dentro del procedimiento qué y con los
límites de contenido que fijó la Constitución inmediatamente anterior, puesto
que -tal como se dijo antes- toda Constitución establece normas acerca de
quién y cómo estará facultado para introducir nuevas normas constitucionales
o para modificar o dejar sin efecto las ya existentes.
Kelsen, reiterando ese punto de vista, señala que "preguntar por el funda-
mento de validez de una norma, esto es, por qué vale, por qué es obligatoria,
por qué debe ser obedecida, es preguntar por qué el sentido subjetivo de un
acto dirigido intencionalmente a un determinado comportamiento es interpre-
tado también como su sentido objetivo. Para contestar a esta pregunta -sigue
Kelsen- hay que recurrir a una norma superior. El fundamento de validez de
una norma, esto es, de un deber ser, sólo puede ser otra norma, un deber ser,
y no un hecho, esto es, un ser".
De otra parte, la norma básica, al ser la razón última de validez del orde-
namiento jurídico, constituye también la unidad de éste, puesto que pued~
decirse que una pluralidad de normas constituye una unidad, un ordenamiento,
sólo cuando la validez de todas ellas reposa, en último análisis, en una norma
, .
un1ca.
Hay otro aspecto que debe ser destacado, a saber, que la teoría de la nor-
ma básica permite a Kelsen ofrecer un fundamento de validez a la primera
Constitución histórica, y a la totalidad del ordenamiento jurídico que sigue a
continuación, sin necesidad de pronunciarse acerca de si el contenido de esa
primera Constitución o del respectivo ordenamiento es justo o injusto. Esto
quiere decir que si en la hipótesis de una primera Constitución histórica no
es posible remitirse a alguna autoridad jurídica que hubiere establecido una
norma positiva previa, tampoco es necesario recurrir a una autoridad metaju-
rídica -como serían Dios o la Naturaleza- que hubiere mandado obedecer
esa primera Constitución. Por lo mismo, "con la presuposición de la norma
fundante básica -dice Kelsen- no se afirma ningún valor transcendente del
derecho positivo". Con esta última afirmación, el autor austríaco trata de po-
404 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
establece para acceder a él. Es así como, por ejemplo, la Carta Democrática
Interamericana aprobada por la OEA, declara que los pueblos de América
tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y
defenderla. Todavía más, la misión de la OEA no se limita a la defensa de la
democracia en los casos de quebrantamiento de la misma, sino que alcanza a
la realización de un esfuerzo permanente para prevenir y anticipar las causas
mismas de los problemas que afectan al sistema democrático de gobierno. Por
lo mismo, no es extraño que dicha Carta disponga que "la ruptura del orden
democrático o la alteración del orden constitucional que afecte gravemente el
orden democrático de un Estado miembro constituye, mientras persista, un
obstáculo insuperable para la participación de su gobierno en las sesiones de
la Asamblea General" y otras instancias de trabajo de ese organismo.
go, dicha ley, para continuar siendo válida, esto es, para no perder su validez,
necesita conseguir eficacia, lo cual quiere decir que si no obtiene eficacia, o si
la obtiene y más tarde la pierde, pierde también su validez.
4. CONFLICTOS O ANTINOMIAS
Los conflictos de normas suelen ser tratados por los juristas a propósito de
las inconsistencias que pueden producirse entre normas jurídicas de un mismo
ordenamiento jurídico, produciéndose de este modo un problema práctico
412 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
antes que de carácter lógico, puesto que la pregunta que surge en tales casos
es, por parte de los sujetos normativos, cuál de las normas en conflicto debe
ser obedecida, y, por parte de los jueces y otros órganos, cuál de ellas es la que
tendría que ser aplicada. Las contradicciones entre normas constituyen un
defecto que, como dice Carlos Nino, puede calificarse de "lógico" en "sentido
sumamente genérico", y ello porque tales contradicciones "suponen la frustra-
ción de ciertos ideales racionales que debe satisfacer un sistema normativo".
Independientemente de actitudes valorativas respecto del derecho en las que
sujetos normativos y operadores jurídicos pueden disentir, todos querrían que
"los sistemas de normas sean coherentes, completos, económicos y operativos,
o sea, existe la pretensión de que tales sistemas no acojan disposiciones con-
tradictorias, no contengan lagunas o vacíos normativos, eviten la redundancia
y la sobreabundancia de normas y resulten fáciles de cumplir y de aplicar por
parte de sujetos normativos y operadores jurídicos, especialmente jueces".
Las inconsistencias totales dentro de una misma ley son raras, y el ejemplo
que da Ross es éste: la Constitución dinamarquesa de 1920 establece en la
primera parte del párrafo 36 que el número de los miembros de la Primera
Cámara no puede exceder de setenta y ocho, mientras que en la segunda
parte se establecen normas detalladas para su elección y distribución, de las
que surge que el número a ser elegido es de setenta y nueve. Respecto de
una situación como ésta, no hay, cree Ross, reglas generales que indiquen
cómo resolver el problema y la decisión, según las circunstancias, "tendrá
que descansar ya en una interpretación basada en datos ajenos al texto, ya
en la discreción".
Si el conflicto se produce entre dos normas del mismo grado, por ejemplo,
entre dos leyes ordinarias, debe aplicarse el principio de que la ley posterior
deroga la anterior, y entender, en consecuencia, que la ley posterior ha supri-
mido la validez de la anterior en todo aquello en que ambas se contradigan.
mientras que la tercera solución sólo puede tener cabida cuando las normas
en conflicto se contradicen de manera parcial.
Sostiene Kelsen que el conflicto puede producirse también entre dos normas
individuales, como ser, "dos sentencias judiciales, especialmente cuando ambas
normas han sido dictadas por órganos diferentes". "Puede suceder, agrega, que
un litigante sea condenado por un tribunal, mientras que el otro lo absuelve".
En un caso como éste, Kelsen es de opinión de solucionar el conflicto dejando
que "el órgano de ejecución cuente con la opción de actuar conforme a una
u otra sentencia''. De este modo, si el acto coactivo que una de las sentencias
establece como debido es ejecutado, la otra sentencia "permanece duradera-
mente ineficaz y pierde su validez"; por la inversa, si el acto coactivo no se
ejecuta, se actúa conforme a la sentencia que absolvió al acusado, de modo que
la otra sentencia, la que establecía el acto coactivo como debido, "permanece
duraderamente ineficaz y pierde su validez". Sin embargo, es preciso advertir
que si las dos sentencias provienen de dos instancias judiciales distintas, una
superior y otra inferior, prevalece la sentencia del tribunal superior. Es más,
en tal caso ni siquiera puede decirse que estamos en presencia de un conflicto
normativo, puesto que la norma establecida por el tribunal inferior no se
afirma en su validez mientras sea súsceptible de algún recurso ante el propio
tribunal que la dictó o ante un tribunal de superior jerarquía.
Lo que Kelsen quiere decir a este respecto no es que las normas inferiores
no puedan ser producidas fuera del marco formal o material de la corres-
pondiente norma superior, sino que cuanc;lo ello ocurre lo que se sigue en
realidad es que la norma inferior es vdlida, aunque anulable. Válida, porque
mientras no se reclama de ella haciendo uso de los recursos correspondientes,
la norma continuará existiendo como tal; y anulable, porque se trata de una
norma susceptible de ser anulada a través de los procedimientos que franquee
el propio ordenamiento jurídico. Como explica a este respecto Manuel de
Rivacoba, "la norma superior prescribe no solamente que la norma inferior
debe ser producida en una forma determinada y que debe tener o no tener
un contenido determinado, sino, asimismo, que, en caso de ser producida en
otra forma o de tener otro contenido que los prescritos, no ha de considerarse
nula por ello, sino que ha de valer mientras no sea anulada por el órgano y
mediante el procedimiento establecido al efecto". Y continúa Rivacoba: "lo
que se llama inconstitucionalidad de la ley -y otro tanto puede decirse del
reglamento ilegal y del acto judicial o del administrativo ilegal o contrario al
reglamento- no es, pues, una contradicción lógica entre el contenido de una
ley y el de la Constitución, sino simplemente una condición estatuida por
ésta para la iniciación de un procedimiento que conduce o a la derogación
de la ley, válida hasta entonces, y, por ende, constitucional, o al castigo de
un órgano determinado. Los preceptos de la Constitución concernientes a la
producción y el contenido de las leyes han de ser entendidos, así, en conexión
esencial con aquellos otros que se refieren a la violación de la Constitución,
es decir, a las normas creadas en forma distinta o que posean un contenido
distinto de los previamente prescritos".
Sin embargo, puede darse el caso de una antinomia entre normas contempo-
ráneas, del mismo nivel y ambas generales. En tal caso, la antinomia no puede
resolverse en aplicación de ninguno de los tres criterios antes señalados. ¿Qué
hacer entonces en este caso? Bobbio sugiere recurrir a la forma de la norma,
esto es, determinar si las normas incompatibles son imperativas, prohibitivas
o permisivas, y aplicar entonces un cuarto criterio, que el autor llama criterio
de prevalencia. Por ejemplo, "si de dos normas incompatibles una es imperativa
o prohibitiva y la otra permisiva, prevalece la permisiva''. Este criterio, añade
Bobbio, parece razonable y "corresponde a uno de los cánones interpretativos
seguidos más frecuentemente por los juristas, esto es, el de dar prevalencia,
CAPfTULO V. EL ORDENAMIENTO JURfDICO 421
El otro caso de antinomia real se produce cuando ésta puede ser resuelta
aplicando dos o más criterios contrarios entre sí.
de una materia determinada, aun más restringidos que los anteriores en cuanto
no conciernen a un sector de regulación jurídica dotado de una cierta autono-
mía, o rama del derecho, sino a un conjunto limitado de relaciones jurídicas
o supuestos de hecho que dicen relación, por ejemplo, con el urbanismo, el
turismo, las industrias culturales, etc.; y, por último, principios sin ulteriores
especificaciones, que según Guastini es una denominación que se acostumbra
acordar a la razón de ser u objetivo subyacente de una ley o de una o más
normas aisladas de una misma ley.
Una clasificación como la precedente puede resultar útil para concluir, por
ejemplo, que los principios generales del ordenamiento prevalecerían sobre las
particulares de un sector o materia determinada de él.
Por tanto -razona ese autor-, "las dudas sobre cómo ordenar los principios
en casos de conflicto ocurren en un trasfondo, a menudo inarticulado, en el
cual intuitivamente acordamos la solución de tales conflictos para determina-
dos casos que, de alguna manera, son obvios para todos nosotros". Entonces,
"la ponderación no sería el resultado de una actividad radicalmente subjetiva
que presupone un juicio de valor absolutamente irrestricto". Los juicios de
valor que realiza el intérprete se encontrarían "constreñidos" hasta el punto de
que "no cualquier solución es accesible al intérprete: los casos paradigmáticos
delimitarían el ámbito de elegibilidad de las soluciones, del mismo modo que
en la teoría de la interpretación del derecho de Kelsen -que presentaremos en
el siguiente capítulo- el intérprete, especialmente los jueces, si escogen al fin
una determinada interpretación de las normas del caso según sus preferencias
políticas y morales, lo hacen siempre en un marco de posibles interpretaciones
que antes han establecido de un modo objetivo.
de "norma", puesto que tanto aquéllos como éstos hacen lo que toda norma:
establecer lo que deber ser. De esta manera, para Alexy la distinción entre reglas
y principios es una distinción entre dos tipos de normas, aunque reconoce que
a menudo -y tal es el caso de este libro- no se contraponen regla y principio
(como dos distintos estándares del derecho), sino norma y principio.
Pues bien, así como en todo derecho hay normas (reglas y principios), en
todo ordenamiento jurídico es posible identificar normas que confieren dere-
chos fundamentales. Si estas normas iusfundamentales son concebidas como
principios, es posible entonces aplicarles, en caso de conflicto, el mismo método
de la ponderación que se utiliza en el caso de los conflictos de principios. Y si
bien para Alexy el modelo puro de los principios, así como el modelo puro de
las reglas, no son suficientes para dar cuenta de las disposiciones que establecen
derechos fundamentales, puesto que éstas tendrían un carácter doble en el
sentido de que son o reglas (por lo general incompletas) o principios, lo cierto
es que, a propósito del método de la ponderación para resolver conflictos de
principios, y, por tanto, conflictos de derechos fundamentales cuando éstos
tienen el carácter de principios, Alexy hace un aporte relevante con lo que él
llama "ley de colisión".
Para este autor los principios son mandatos de optimización, lo cual quiere
decir que se trata de disposiciones caracterizadas por el hecho de que pue-
den ser cumplidas en diferente grado, al contrario de las reglas que pueden
ser cumplidas o no cumplidas. Ahora bien, que los principios puedan ser
cumplidos no al modo todo o nada, sino al modo mds o menos, es decir, si
los principios pueden ser cumplidos en diferente grado, esto último depen-
de tanto de posibilidades reales como jurídicas. Las posibilidades reales que
limitan la realización máxima de los principios tienen que ver, por ejemplo,
con la manera en que el nivel de desarrollo de un país condiciona la medida
en que son realizados derechos sociales como el derecho a la salud, a la edu-
cación, al trabajo, a una vivienda digna y a una previsión oportuna y justa.
En cambio, las posibilidades jurídicas de un principio están determinadas por
los principios que puedan oponérsele. Esto quiere decir, en síntesis, que los
principios son mandatos de optimización en cuanto "valen relativamente".
¿Relativamente a qué o con respecto a qué? "A las posibilidades fácticas y
jurídicas de su realización".
respecto entre principios y valores -descontada la que existe entre unos y otros
como estándares o piezas distintas del derecho- radica en que la ponderación
de los principios es una actividad cuyo resultado es la identificación de cuál
de dos principios en conflicto debe prevalecer en un caso dado, mientras que
el balance de valores constituye una operación cuyo resultado es la simultánea
realización de aquellos que se encuentran en potencial conflicto, sin excluir
uno en nombre del otro, lo cual demanda una atención permanente de parte
de quienes gobiernan la sociedad y tienen, entre otras, la competencia para
producir, aplicar e interpretar el derecho.
En tanto vdlida, una norma jurídica debe ser obedecida y aplicada; en cambio,
sólo de una norma que es generalmente obedecida y aplicada puede decirse que
es eficaz. "La validez de una norma jurídica, dice Kelsen, significa que debe ser
acatada y aplicada y no que es acatada y aplicada''. Esta última circunstancia
-la de ser la norma acatada y aplicada- constituye la eficacia de la norma. Por
lo mismo, la eficacia nunca es segura, sino sólo probable, lo cual quiere decir
que una norma jurídica válida tanto puede ser eficaz como ineficaz. Es cierto
que normas jurídicas válidas que se incorporan a un ordenamiento jurídico
que en general es eficaz tienen grandes probabilidades de llegar también a ser
eficaces, pero nada asegura que en realidad así sea.
frente a las normas, sino con el obedecimiento y aplicación regulares que unos
y otros observen ante las normas.
por éstas y el comportamiento que frente a las normas muestran los órganos
jurisdiccionales.
Ahora bien, que las conductas componentes de la eficacia sean las dos que
acabamos de mencionar no es sino consecuencia de que las normas jurídicas
van dirigidas a ambos, a sujetos imperados y a órganos jurisdiccionales, deman-
dando de los primeros que las cumplan y de los segundos que las apliquen.
A este respecto, tiene razón Jorge Millas cuando dice que la relación de
eficacia es doble: está por una parte la eficacia de la norma en cuanto a su
cumplimiento por el súbdito, y la eficacia en cuanto a su aplicación por el
órgano público que sanciona el incumplimiento en que aquél incurre. Por lo
mismo, "bien podemos llamar a aquella eficacia principal, porque depende
precisamente de que se observe la conducta que la norma trata de inducir, y
a la segunda eficacia consecuencia!, toda vez que ella se determina por la con-
ducta del órgano sancionador que la norma requiere como consecuencia del
incumplimiento principal".
Ahora bien, ¿qué quiere decir Kelsen con la quinta y última de las afirma-
ciones antes señaladas, o sea, qué quiere decir cuando concluye que la eficacia
es condición de la validez, o, por ponerlo con sus propias palabras, qué quiere
realmente decir cuando sostiene que "la eficacia de las normas jurídicas es
condición de su validez, pero no es esta validez misma, ni es la eficacia el
fundamento de la validez?".
En suma, la eficacia es una condición que "debe agregarse para que tanto el
orden jurídico como un todo, así como cada norma jurídica aislada, no pierdan
su validez". Y para que se capte bien que la eficacia es únicamente condición
de la validez, mas no la validez misma ni el fundamento de ésta, Kelsen se
vale de la siguiente analogía: "Un hombre, para vivir, tiene que haber nacido;
pero para permanecer con vida, deben satisfacerse otras condiciones, como,
438 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Sin embargo -explica Kelsen en su libro póstumo Teoría general de las nor-
mas-, la eficacia, y, respectivamente, la posibilidad de eficacia, no es la única
condición de la validez, puesto que "existe otro hecho que es una condición
para la validez de una norma: el hecho de haber sido establecida. Sólo una
norma que fue establecida por la vía de una disposición consciente o por la
vía de la costumbre puede valer como norma positiva".
La duda que surge a este respecto, sin embargo, es si se trata sólo de una
cuestión de énfasis, o sea, de valorar en un caso más la validez que la eficacia
y en el otro más la eficacia que la validez, o si lo que hay aquí es una auténtica
contradicción en el pensamiento de Kelsen, quien en su explicación de la es-
tructura escalonada del ordenamiento jurídico, al llegar al nivel de la primera
Constitución, no habría podido evitar lo que sí le resulta posible soslayar
antes de llegar a ella, a saber, la afirmación de que la eficacia es en realidad el
fundamento de la validez de las normas.
Con todo, es un hecho que, cada vez que acontece un golpe de Estado
o una revolución que triunfa, no se sustituye la totalidad del ordenamiento
jurídico preexistente, sino únicamente la Constitución, y a veces sólo una
parte de ésta, lo cual permite advertir que el nuevo y el viejo ordenamiento
jurídico ·no se excluyen absolutamente y que, en medida no poco importante,
el viejo ordenamiento se traspasa al nuevo. "¿Cómo explicar este traspaso?",
se pregunta Bobbio, y responde lo siguiente: "La mejor forma de hacerlo es
recurriendo a la figura de la recepción", lo cual quiere decir lo siguiente: "en el
nuevo ordenamiento tiene lugar una verdadera y propia recepción de buena
parte del viejo; y se entienden generalmente como receptadas todas aquellas
normas que no son explícita o implícitamente abrogadas". De este modo,
continúa Bobbio, "el nuevo ordenamiento no se resquebraja por el hecho
de estar constituido en parte por normas del viejo ordenamiento: las normas
comunes al viejo y al nuevo ordenamiento pertenecen sólo materialmente al
primero, pues formalmente son todas normas del nuevo ordenamiento en el
sentido de que éstas son válidas no ya con base en la norma fundamental del
ordenamiento anterior, sino con base en la norma fundamental del nuevo orde-
namiento. En este sentido hablamos de recepción, y no de pura y simplemente
de permanencia de lo viejo en lo nuevo. La recepción es un acto jurídico con
el cual un ordenamiento acoge y hace suyas normas de otro ordenamiento, de
donde estas normas permanecen materialmente iguales, pero dejan de serlo
en cuanto a la forma''.
nos evolucionado que estos últimos. En la misma obra recién citada, el autor
afirma que no hay diferencias de naturaleza entre los ordenamientos jurídicos
nacionales y el derecho internacional, porque este último es también "un orden
coercitivo, un conjunto de normas que disponen sanciones socialmente orga-
nizadas para ser ejecutadas como reacción contra actos ilícitos. De este modo,
a pesar de las evidentes diferencias que existen entre los derechos nacionales y
el derecho internacional, sobre todo en cuanto a las sanciones (en los primeros
la pena y la ejecución civil, en el segundo la represalia y la guerra) y en cuanto
al diverso grado de centralización de los órganos encargados de la producción
y de la aplicación de las normas (mayor en el caso de los primeros y menor
en el caso del segundo), el derecho internacional es derecho auténtico en el
mismo sentido que el orden jurídico de cada Estado". Todavía más, Kelsen
llega a decir que "no hay nada que haga peligrar tanto la idea de la paz como
la convicción -no fundada en los hechos- de que el orden actual en las rela-
ciones interestatales no es un orden 'jurídico' en el sentido estricto y auténtico
de la palabra. Y no hay mayor ilusión que la de creer que se aumenta el valor
e importancia de la organización internacional reconociéndole un carácter
moral, en lugar de un carácter jurídico. Si se quiere servir a la paz, no hay
nada mejor que hablar del derecho internacional, en lugar de entretenerse,
como es corriente, a declamar sobre una nebulosa justicia, abandonando la
elaboración del incipiente derecho internacional".
Pero si uno de los problemas que Kelsen considera decisivos a este respecto
es el de si el derecho internacional es o no realmente derecho en el mismo
sentido que lo son los derechos nacionales, el otro problema capital es el de si
el derecho internacional está o no por encima de los ordenamientos jurídicos
nacionales.
Kelsen impugna el punto de vista antes descrito y aboga por una explicación
unitaria de ambos ordenamientos jurídicos, nacional e internacional, tratando
de demostrar la fuente común de validez que tienen ambos. Ello porque si el
derecho nacional y el derecho internacional no constituyen dos ordenamientos
jurídicos independientes uno del otro, tiene que ser porque ambos reconocen
un fundamento común en cuanto a su validez. Este punto de vista de Kelsen
es coherente con su afirmación de que varias normas jurídicas pertenecen a un
mismo ordenamiento sólo en la medida en que la validez de tales normas pueda
ser referida, en último término, a una misma norma básica o fundamental.
Pues bien, esa norma -sostiene Kelsen- "es una norma de derecho inter-
nacional positivo, el principio de efectividad que predomina en ese derecho",
puesto que ella va implícita "en la regla formulada usualmente por la afirma-
ción de que de acuerdo con el derecho internacional un gobierno efectivo e
independiente es el gobierno legítimo de un Estado".
CAPfTULO V. EL ORDENAMIENTO JURÍDICO 445
Es de esa manera como Kelsen llega al punto de vista de la primacía del dere-
cho internacional, puesto que es una norma perteneciente a éste la que aparece
fundamentando la validez de los ordenamientos jurídicos estatales. Además,
con semejante punto de vista, el autor invierte la dirección del reconocimiento
entre uno y otro ordenamiento, puesto que si la doctrina de la primacía del
derecho nacional sobre el internacional afirmaba que éste vale únicamente en
la medida en que es reconocido por aquél, para la doctrina de la primacía del
derecho internacional sobre el nacional la situación es precisamente la inversa.
Explicando las implicancias de la segunda de esas doctrinas, Kelsen sostiene que
"desde que los órdenes jurídicos nacionales hallan la razón de su validez en el
orden jurídico internacional, el que al mismo tiempo determina sus esferas de
validez, el orden jurídico internacional ha de ser superior a todos los órdenes
nacionales". O sea, como advierte Carlos Nino, Kelsen no es partidario del
monismo nacional, que sostiene que el derecho internacional recibe su _validez
de los derechos nacionales, ni del pluralismo, que sostiene que el derecho
internacional es un ordenamiento independiente de los derechos nacionales.
De lo que Kelsen es partidario es de un monismo internacional, porque afirma
que los derechos nacionales forman parte del derecho internacional.
Del modo que hemos señalado puede Kelsen fundar la validez del derecho
de manera unitaria, esto es, de una manera comprensiva tanto del ordenamiento
jurídico nacional como del ordenamiento internacional. Sin embargo, queda
una cuestión final por resolver, y es la siguiente: la costumbre por medio de la
cual se crea el derecho internacional consiste en actos de los Estados. Entonces
podría objetarse que los Estados debieron existir antes de que hubiera un de-
recho internacional. Pero, ¿cómo puede el derecho interno o nacional derivar
su validez del derecho internacional si la aplicación del último presupone la
existencia del primero?
Lo dicho hasta aquí permite apreciar que la validez del derecho puede ser
explicada partiendo ya de la primacía del derecho nacional, ya de la primacía
448 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
del derecho internacional. También ha quedado claro que Kelsen sólo objeta
la primera de estas doctrinas en cuanto quiere permanecer dualista, o sea, en
cuanto quiere presentarnos el ordenamiento jurídico nacional y el ordenamiento
jurídico internacional como dos sistemas de normas independientes entre sí,
carentes de un fundamento común de validez. Pero la doctrina del primado
del derecho nacional, según vimos, no puede, a riesgo de incurrir en un error
lógico, permanecer en tal dualismo, afirmando, en definitiva, que la validez
del derecho internacional se apoya en el acto de reconocimiento del Estado,
o sea, en el derecho interno o nacional. Por esta afirmación, que le resulta
ineludible para explicar la existencia del ordenamiento jurídico internacional,
la doctrina de la primacía del derecho nacional se transforma también en una
explicación monista del problema de la relación entre ambos ordenamientos
jurídicos.
Ahora bien, Luis Legaz Lacambra al ocuparse de estas dos doctrinas, admite
que, desde la perspectiva de Kelsen, "no se puede decir que cualquiera de ellas
tenga más valor teórico-jurídico que la otra". Lo mismo, Radbruch, cuando
escribe que no es posible resolver con objetividad "la pugna entre derecho
nacional y extranjero". Y Luis Recasens Siches cuando declara en que "no
puede, sin embargo, afirmarse que la teoría del primado del orden jurídico
internacional sea la sola verdadera, la única científicamente justificada. Se trata
de dos hipótesis, que, desde el mero punto de vista técnico-jurídico, tienen
el mismo valor. La decisión a favor de una o de otra no nos la puede dar la
Teoría Pura del Derecho, sino una concepción filosófico-ética':
Nos parece, apuntaremos por nuestra parte, que esta abstención de la teoría
pura en orden a conferir preeminencia a una u otra de las dos interpretaciones
posibles, aunque el propio Kelsen, en lo personal, y dadas sus convicciones
democráticas y pacifistas, alejadas de toda exacerbación nacionalista, se incline
por el primado del derecho internacional, resulta una exigencia derivada de
la necesaria consecuencia que esta teoría debe mantener con su postulado
de constituir una ciencia jurídica, a la vez que descriptiva, depurada de todo
elemento ideológico, incluida, por cierto, la ideología del mismo Kelsen.
SEGUNDA PARTE
DIVISIONES Y PARTES DEL ORDENAMIENTO JURíDICO
sugiere no propiamente una división del derecho, sino, menos que eso, dos
puntos de vista para el estudio de éste.
Ente las doctrinas dualistas está aquella que funda la distinción en el interés,
y afirma que el derecho privado es el que ampara y regula los intereses de los
individuos como particulares, mientras que el derecho público protege y regula
el interés general o común. Otra doctrina, también dualista, advierte que hay
siempre dificultades para distinguir entre los intereses de los individuos y el
interés general o común, y afirma, en consecuencia, que derecho privado es
el que ampara y regula principalmente los intereses de los individuos, en tanto
que el derecho público protegería y regularía principalmente el interés general
o común.
nados, el derecho privado hace otro tanto con las relaciones jurídicas que se
producen entre los propios gobernados, o, si se prefiere, que el primero se
refiere a las relaciones jurídicas en que interviene el Estado o cualquiera de
sus órganos, mientras que el segundo concierne sólo a las relaciones entre
particulares.
Kelsen es de parecer que lo único que hay detrás de la distinción que nos
ocupa, además del sesgo ideológico ya mencionado, son diversos métodos
de producción de las normas del ordenamiento jurídico, con lo cual quiere
decir que el aspecto público del derecho aparece de relieve en el caso de los
métodos heterónomos de producción jurídica (legislación, actos de la potestad
reglamentaria, sentencias de los tribunales), mientras que el aspecto privado
se destaca en el caso de los métodos autónomos de producción del derecho, en
especial en el caso de los actos jurídicos y de los contratos.
tiene que ser representado como persona distinta del derecho para que el derecho
-producido por ese Estado, para luego someterse a él- pueda luego justificar
al Estado. Y el derecho sólo puede justificar al Estado cuando es presupuesto
como un orden esencialmente diferente del Estado, contrapuesto a la natura-
leza originaria de éste -el poder- y de ahí, en algún sentido, como un orden
correcto o justo. Así, el Estado, como el puro hecho de la fuerza, se convierte
en un Estado de derecho que se justifica en tanto produce derecho".
En ese mismo orden de ideas, Kelsen avanza todavía más y afirma que la
expresión "Estado de Derecho" es pleonástica, esto es, redundante, puesto
que "si se reconoce en el Estado un orden jurídico, todo Estado es un Estado
de derecho". En consecuencia, para Kelsen no es la palabra "derecho" la que
CAPfTULO V. EL ORDENAMIENTO JURfDICO 455
Para aclarar todavía más las precedentes ideas de Kelsen, conviene men-
cionar ahora las tres definiciones que, según Bobbio, pueden darse del Estado
de Derecho.
En primer lugar está la que Bobbio llama "definición débil", que sería pre-
cisamente la de Kelsen, en atención a que este último autor, tal como hemos
visto, afirma que todo Estado es un Estado de Derecho, debido a que todo
Estado es regulado por el derecho. En cambio, una "definición fuerte" es la que
señala que el Estado de Derecho es aquel que está fundado en el reconocimiento
de algunos derechos, como son justamente los derechos naturales, que están
por encima del Estado. Al centro, en fin, está lo que Bobbio denomina una
"definición intermedia'', para la cual Estado de Derecho es aquel Estado en el
que existe el gobierno de las leyes y no el gobierno de los hombres.
Ahora bien, en cuanto a qué debe entenderse por "gobierno de las leyes",
Bobbio dice enseguida que es aquel en el que las decisiones de gobierno se
adoptan sub lege, y, a la vez, per lege. Gobierno sub lege es el gobierno sometido
a la ley, o sea, el gobierno que ejerce su poder subordinado a la ley. Por su parte,
gobierno per lege es el gobierno por medio de la ley, esto es, el gobierno que
no resuelve caso a caso por medio de decretos que se dan para cada situación
particular, sino que lo hace por medio de las normas abstractas y generales de
la ley, garantizando así la igualdad ante la ley.
456 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
2. ÜTRAS DISTINCIONES
Por su parte, Santiago Benadava es del parecer que ninguna de las dos teo-
rías expuestas se refleja enteramente en las prácticas de aplicación del derecho
458 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Con su idea del "derecho de gentes", John Rawls ha hecho una contribución
importante al tema que nos ocupa. "Derecho de gentes" es la denominación
que el :filósofo norteamericano otorga a "una concepción particular de la
equidad y la justicia que se aplica a los principios y las normas del derecho
internacional y su práctica".
¿Pero en qué consiste tal posición original y el velo de ignorancia que cubre
a quienes participan de ella, sean a nivel de una primera posición, a saber, la
de una sociedad nacional determinada, o de una segunda posición, es decir,
la de un conjunto de sociedades o pueblos?
los principios de justicia que han de ser instaurados para la vida en común en
una sociedad real, y que desconocen cuál será la posición que ocuparán más
tarde en ésta y los intereses que, determinados por esa posición, intentarán
defender.
Pues bien, lo que Rawls se pregunta es cuáles serían los principios de justi-
cia que se adoptarían en una posición originaria como la descrita, y concluye
que escogerían, en primer lugar, el principio de que toda persona tiene igual
derecho al sistema más extenso de libertades básicas iguales compatible con
un sistema similar de libertades para todos, y, a continuación, el de que las
desigualdades sociales y económicas se deben disponer de manera que sean para
el mayor beneficio de las personas más desventajadas y que estén vinculadas a
cargos y posiciones abiertas a todas las personas bajo condiciones de igualdad
real de oportunidades.
460 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Dos -sostiene Rawls- son las ideas que motivan el derecho de gentes: que
los grandes males de la historia humana, tales como guerra injusta, o presión,
persecución religiosa y denegación de la libertad de conciencia, hambre, po-
breza, genocidio y asesinato, no deben afectar a nuestra esperanza en el futuro
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de nuestras sociedades como partes de una sociedad mundial; y que una vez
que las peores formas de injusticia política sean eliminadas mediante políticas
sociales justas o al menos decentes, los grandes males finalmente desaparecerán.
Estas dos ideas forman lo que el propio Rawls llama "utopía realista'', en cuanto
describe un mundo todavía por alcanza,r, pero que, a la vez, es alcanza,ble. Un
mundo en el que pueblos liberales y decentes "alcanzarían la paz y la justicia
dentro y fuera de sus territorios". "Yo sostengo-concluye Rawls-que podría y
que puede existir; y "también digo que es utópico y altamente deseable porque
une razonabilidad y justicia en condiciones que permiten a los ciudadanos
realizar sus intereses fundamentales".
Es del caso señalar, por último, que Rawls considera que su planteamiento,
orientado a esa "confederación pacífica de Estados" propuesta mucho antes
por Kant, constituye una utopía, mas no una fantasía. Rawls se declara per-
fectamente consciente de los múltiples males y horrores que han plagado la
historia humana durante mucho tiempo, desde el Holocausto causado por
Hitler, quien proclamaba que actuaba contra los judíos "de acuerdo con la
voluntad del Todopoderoso" y "con la realización práctica de las enseñanzas
de Cristo", hasta la misa de Acción de Gracias celebrada en 1572 por Pío V
por la masacre de San Bartolomé, cuando 15.000 hugonotes o protestantes
franceses fueron asesinados por grupos católicos, aunque considera que los
males del pasado y del presente no deben afectar "la esperanza en el futuro de
nuestra sociedad como parte de una sociedad mundial de pueblos liberales y
decentes", puesto que, de lo contrario, "la conducta incorrecta, malévola y
demoníaca de otros nos destruirá también y sellará su victoria''.
Ideas como esas han impulsado también una justicia penal supranacional
-y no ya meramente internacional-, plasmada, como sabemos, en el Estatuto
de Roma de la Corte Penal Internacional, cuyos dos primeros considerandos
de su Preámbulo declaran tener "conciencia de que todos los pueblos están
unidos por estrechos lazos y sus culturas configuran un patrimonio común";
observar "con preocupación que este delicado mosaico puede romperse en
cualquier momento"; y tener presente "que, en este siglo, millones de niños,
mujeres y hombres han sido víctimas de atrocidades que desafían la imaginación
y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad".
Pues bien, lejos aún, decíamos, de un Estado mundial, muy lejos en verdad,
la tendencia de largo, larguísimo plazo, pareciera ir en la dirección que Bobbio
mostró, de la mano de Kelsen, a saber, la de un pacifismo cuyo soporte sean
instituciones jurídicas supranacionales y no el control de armas o las simples
464 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Ante observaciones como esas, que también pudo tener sentido hacer en
el momento en que la fuerza fue monopolizada a nivel de cada Estado, parece
del caso perseverar en el camino marcado por Bobbio y continuar declarán-
donos "cosmopolitas impenitentes", trabajando también desde la filosofía del
derecho a favor de un pacifismo basado cada vez más en instituciones políticas
466 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
y jurídicas de tipo supranacional. Porque, mal que nos pese, cree Giddens, el
choque entre cosmopolitismo y fundamentalismo es uno de los rasgos distin-
tivos de nuestra época. En suma, la filosofía del derecho podría colaborar a
impedir el retorno de la política internacional a la situación hobbesiana de la
lucha de todos contra todos, alentada por la doctrina de la guerra unilateral
y preventiva, porque, como advierte Fukuyama, si por guerra de anticipación
suele entenderse un esfuerzo por desarticular un ataque militar inminente, la
guerra preventiva es una operación militar diseñada para conjurar una amenaza
a la que le faltan meses o años para materializarse.
1. GENERALIDADES
Interpretación. Interpretar es una actividad humana que tiene que ver con los
significados. Con los significados no sólo de textos escritos, sino de cualquier
otro signo o símbolo, como también de hechos, fórmulas, comportamientos,
hábitos, costumbres, gestos, silencios. Son muchos, pues, los objetos o cosas que
se interpretan y que todas las personas interpretan a diario, donde interpretar
quiere decir dar significado al objeto interpretado. El objeto interpretado es
aquello -lo que sea- a lo cual se atribuye un significado, de manera que a tal
objeto puede llamársele también "objeto significado".
J
CAPfTULO VJ. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 477
Por último, el receptor final de la obra, esto es, el público, lleva también
a cabo una interpretación de lo visto y oído, o sea, atribuye algún significado
a la obra en cuestión.
Por otra parte, tales normas, como fue mostrado en el capítulo sobre fuentes
del derecho, se hallan repartidas en distintos continentes normativos, cada
uno de los cuales recibe esa misma denominación: "fuentes del derecho". De
este modo, cuando hablamos de interpretación del derecho hablamos de la
acción que consiste en establecer el significado de las normas y otros estándares
jurídicos de cualquiera de las fuentes formales del respectivo ordenamiento
jurídico, lo cual trae consigo que exista una interpretación de la ley -en el
sentido amplio de este último término-, una interpretación de los tratados
internacionales -que si bien siguen internamente el proceso de formación
de las leyes tienen reglas propias de interpretación-, una interpretación de
la costumbre jurídica, una interpretación de los contratos, e, incluso, una
interpretación de las sentencias judiciales.
En suma, cada vez que hablamos de interpretación del derecho nos referi-
mos a una actividad que concierne a todas las normas jurídicas, cualquiera sea
la fuente formal por cuyo intermedio haya sido producida e incorporada al
ordenamiento jurídico, y no solo a las normas legales que produce el órgano
legislativo. Dicho de otro modo: cada vez que hablamos de interpretación del
derecho aludimos a una actividad que se realiza por referencia a las normas
jurídicas sustentadas en un enunciado lingüístico proveniente de cualquiera de
los órganos, autoridades o sujetos autorizados para producir normas jurídicas,
y no sólo a las normas sancionadas por medio de enunciados lingüísticos de
CAP!TULO Vl. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 479
En efecto, cada vez que el derecho tiene que ser aplicado por un órgano
jurídico, éste tiene que establecer el sentido de las normas jurídicas que aplicará,
o sea, tiene que interpretar esas normas. En este sentido, la interpretación tiene
ese carácter de inevitabilidad que desarrolla Pablo Navarro, y que se expresa
no sólo en la aplicación de las normas (el modo en que normas generales re-
suelven situaciones individuales), sino también en la identificación de ellas (la
relación entre los textos formulados por las autoridades y las normas que esos
expresan) y en el alcance de las normas (la correlación entre normas complejas
y casos que ellas regulan).
Para Kelsen, en suma, la interpretación es una actividad que tiene lugar cada
vez que un órgano jurídico aplica una o más normas jurídicas, cualquiera sea
la fuente formal por medio de 1~cual estas normas hayan sido producidas.
Por otra parte, los juristas, a quienes tampoco corresponde aplicar el de-
recho, sino meramente identificarlo y presentarlo con fines de conocimiento,
formación jurídica y difusión, llevan a cabo una interpretación de las normas
jurídicas cuando hacen ciencia del derecho o dogmática jurídica.
Esas dos modalidades de interpretación -la que efectúan los sujetos nor-
mativos y la que corre por cuenta de los juristas-, en la medida en que no son
hechas por órganos de aplicación del derecho, constituyen una "interpretación
no auténtica'', denominación de la que se vale Kelsen para diferenciarla de
CAPfTULO VJ. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 481
la interpretación auténtica, esto es, la que llevan a cabo los órganos jurídicos
cuando aplican el derecho.
nada ley. Como escribe Carlos Nino, "los legisladores utilizan un lenguaje
natural, como el castellano, hablado por sus súbditos, ya que generalmente
están interesados en comunicar sus directivas en la forma más eficaz, lo
cual obviamente no conseguirían si emplearan un idioma extranjero o un
lenguaje privado".
Ahora bien, las palabras -y esto vale también para las palabras de la ley
o para las de cualquier otra norma jurídica- son símbolos, no sign.os. Los
signos tienen una relación natural o causal con los objetos que representan,
de modo que el humo puede ser considerado un signo del fuego y la alta
temperatura del organismo de una persona como signo de una enfermedad.
En cambio, los símbolos tienen una relación convencional con los objetos
que representan, lo cual significa que provienen de convenciones establecidas
por los hombres.
Las palabras son símbolos, aunque no faltan quienes las tratan como si
fueran signos, esto es, como representaciones que tendrían una relación na-
tural con los objetos a que se refieren, que es lo que ponen de manifiesto, por
ejemplo, las siguientes expresiones de Jorge Luis Borges: "Si el nombre es el
reflejo de la cosa, en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra
'Nilo'. Como contrapunto, Umberto Eco sostiene que "la rosa está primera
en el nombre; no tenemos más que puros nombres".
Como las palabras son símbolos, ellas no tienen un único significado que
pueda ser considerado como el verdadero significado. Por la inversa, las pala-
bras tienen múltiples significados. Así, por ejemplo, una palabra tan sencilla
como "mesa'' tiene los varios significados o usos que identifica el diccionario
oficial de nuestra lengua.
Por lo mismo, como dice nuevamente Nino, "las condiciones para el uso
de una palabra no están determinadas por la realidad", si no por "ciertas
reglas del lenguaje convenidas por la gente", de donde se sigue que al querer
elucidar lo que decimos con la palabra "hombre" no procuramos identificar
-- -- -------~
Podría pensarse que hay algo trivial en esa idea que atribuye a la filosofía
antes una preocupación por el lenguaje que por los así llamados problemas
filosóficos, como son, por ejemplo, el problema del ser, el problema del cono-
cer, o el problema del actuar correcto, que han dado lugar, respectivamente,
a esas partes o capítulos de la filosofía tradicional que se llaman Ontología,
Gnoseología y Ética. Pero descontado que las palabras también constituyen
problemas, lo cierto es que pensamos con palabras, de modo que el examen
de éstas es, a fin de cuentas, el examen del propio pensamiento.
Desde el punto de vista del método que emplean para transmitir los cri-
terios acerca del uso de las palabras, las definiciones admiten las siguientes
clasificaciones:
c) definiciones ostensivas, que son aquellas que procuran definir una palabra
pronunciándola y señalando al mismo tiempo algún objeto denotado por ella.
Por ejemplo, cuando se le enseña a un niño qué es un caballo pronunciando
la palabra "caballo" y mostrándole el determinado finasangre que avanza en
ese momento por la pista de carreras de un hipódromo.
Por otra parte, es un hecho que por lo común tratamos con las palabras
no aisl~damente, sino formando esos conjuntos que llamamos frases. Recuér-
dese a este respecto lo que se dijo en el Capítulo II acerca de los diferentes
usos del lenguaje, puesto que las frases o oraciones que componemos con
las palabras pueden emitirse con fines tan distintos como informar sobre la
realidad, expresar emociones, establecer directivas para motivar determinados
comportamientos, etc.
Los primeros -los textos- están constituidos por enunciados con significación
normativa, mientras que las segundas -las normas- constituyen el sentido o el
significado que se establece para tales enunciados. Como escribe Rolando Taniayo,
----"la interpretación jurídica muestra una característica específica: supone reglas
exclusivas de interpretación. Esto último conduce a la tesis de que el derecho, o
mejor, el lenguaje en el que el derecho se formula, se distingue claraniente del
lenguaje común (del cual toma su vocabulario) en la medida en que se interpreta
y se reformula según un metalenguaje diferente al del lenguaje común". O, como
señala Roberto Vernengo, en el ámbito del derecho siempre hay, por una parte,
uno o más enunciados con significación normativa que son interpretados y, por
la otra, uno o más enunciados interpretativos acerca de aquéllos. En consecuen-
cia, lo que persigue toda interpretación de textos jurídicos es llegar a "disponer
de una traducción aceptable" del texto de que se trate, por lo que "entender un
enunciado es disponer de otro enunciado que pueda traducir al primero".
Sin embargo, es preciso advertir que la mayoría de las teorías acerca del
razonamiento y la argumentación jurídicas han dirigido su atención al ámbito
de los jueces y han descuidado un tanto los otros dos contextos en los que
CAPÍTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 491
Como dice otro jurista norteamericano -Jerome Frank-, "en la gran ma-
yoría de los pleitos los abogados no tienen la menor dificultad en anticipar
qué normas jurídicas aplicarán los tribunales, desde que la mayoría de estas
normas son precisas y bien asentadas, y ni las partes ni los jueces se molestan
CAPfTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 493
por ellas, porque los únicos problemas son problemas de hecho, tales como si
Ding estaba conduciendo su automóvil a 80 millas por hora cuando atropelló
a Dong, o si Nervous disparó contra High y lo mató, o si Sydney entregó el
título de dominio de su granja a Simón".
En cuanto a los hechos de los casos conocidos por los jueces se dice que ellos
también son susceptibles de ser interpretados, aunque lo que más propiamente
acontece con ellos es que deben se probados. Los hechos de un caso cualquiera
no pueden conocerse en forma directa, puesto que pertenecen al pasado, y de
ellos lo que se tiene son las versiones que sustentan las partes o interesados:
la versión del demandante y la del demandado, la versión del querellante y la
del querellado, la versión del Fiscal y la del Defensor. Todas versiones que cada
cual procura acreditar con pruebas que el juez tiene que ponderar.
Llamamos aquí razón a la capacidad humana para discurrir, o sea, para de-
sarrollar un estado mental que pueda explicar una creencia, apoyar una verdad,
dar sustento a una preferencia o justificar una acción o una decisión. Llamamos
también "razón", o "razones", al resultado de poner en marcha esa capacidad
de discurrir. Esto quiere decir que llamamos "razón" tanto a la capacidad de
producir argumentos o demostraciones como a los propios argumentos y
demostraciones que resultan o luego de haber utilizado esa capacidad. Así, en
el primero de tales sentidos aparece empleada la palabra "razón" si decimos
"El hombre es un ser dotado de razón", mientras que lo es en el segundo si
expresamos "Pedro tuvo razón para actuar del modo que lo hizo".
Razonar es el verbo que designa una acción que es algo más que discurrir: ra-
zonar es discurrir, sí, pero manifestando o comunicando lo que se discurre.
Así, en el ejemplo antes señalado bien puede ocurrir que tanto ingiera como
no ingiera los alimentos secos que convienen a mi salud.
Entre otras operaciones que los jueces realizan con motivo del razonamiento
judicial se encuentra la de interpretar las normas u otros estándares atingentes
al caso de que se trate, de manera que si al razonar jurídicamente siempre se
interpreta jurídicamente, razonar jurídicamente es más amplio que interpretar
jurídicamente.
Una visión crítica de la posición asumida por Aarnio en cuanto a ofrecer "la
mejor respuesta posible" como alternativa más realista a la de "la única respuesta
correcta'' es la que tiene Manuel Atienza, quien lleva a cabo un bien logrado
ejercicio a la vez analítico y crítico del filósofo finlandés del derecho en su trabajo
Sobre la, única respuesta correcta, que es una réplica al que Aarnio firmó con el
500 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
título ¿ Una única respuesta correcta? Lo que concluye Atienza en aquel texto es
que "tiene sentido erigir una pretensión de corrección y asumir que existe una
sola respuesta correcta, por muchas que sean las dificultades para llegar a ella.
Naturalmente, la pretensión de corrección no supone que quien la erige parte
de la idea de que sus juicios son de valor absoluto y, por tanto, inmodificables.
Lo que pretende es que tienen un valor objetivo y que, por ello, está dispuesto a
modificarlos si resultan derrotados por argumentos más fuertes que los suyos".
Por cierto que los jueces, al proceder de esa manera, advierten que otros
jueces y operadores jurídicos tienen otras concepciones y, desde luego, pueden
juzgar éstas desde la perspectiva de las propias, pero "la postura que no puede
mantenerse -escribe MacCormick- es que, además de las diferentes teorías
prácticas que podamos construir, existe cierto criterio independiente de todas
ellas mediante el cual podemos juzgar que una teoría o sistema es mejor que
otro", o sea, no hay un criterio independiente acerca de "cuál es realmente la
mejor entre las teorías que la gente considera mejores".
crean derecho, o, mejor aún, aplican derecho con vistas a producir derecho.
Por lo mismo, los jueces deben establecer el sentido de las normas que aplican,
o sea, deben interpretarlas, lo cual da lugar a lo que se conoce con el nom-
bre de "interpretación judicial del derecho" y, en particular, "interpretación
judicial de la ley".
Por lo mismo, interesa destacar ahora qué es lo que se espera de los jueces,
en términos de argumentación, cuando, una vez interpretado el derecho apli-
cable al caso, adoptan una determinada decisión.
cual supone que esos operadores jurídicos deban respaldar sus decisiones con
razones en un sentido fuerte del término, o sea, con razones que permitan
que ellos mismos, así como los restantes operadores jurídicos, puedan no sólo
entender tales decisiones, sino, más que eso, aprobarlas, lo cual supone un
esfuerzo argumentativo de parte de tales operadores a favor de las decisiones
que adoptan. La de juzgar es una función poder y está expuesta "al doble riesgo
del error y del abuso", como señala Perfecto Andrés Ibáñez. Pero, como señala
por su parte Luigi Ferrajoli, la de juzgar es una función saber-poder, donde la
palabra que se antepone ahora a "poder" refiere al fundamento cognoscitivo
de las decisiones judiciales, en especial tratándose de la sentencia definitiva, un
fundamento que tiene que ver tanto con el establecimiento de los hechos como
del derecho, de la quaesto facti como de la quaesro iuris. "La legitimidad de la
decisión judicial no se presume -escribe Ibáñez-, no es meramente formal, o
por razón de investidura; tiene que acreditarse mediante la incorporación de
una ratio decidendi de calidad; y como no podría ser de otro modo, la carga
de hacerlo pesa directamente sobre el juez". Una ratio decidendi, esto es, una
justificación basada en los hechos y en el derecho del caso que es exigible no
sólo en la sentencia definitiva del juez, sino también en otras decisiones rele-
vantes que él pueda adoptar y que no sean de mero trámite.
Por su parte, probar una decisión es más que justificarla, puesto que podría
decirse que un juez prueba una decisión cuando ofrece en favor de ésta razones
en un sentido fortísimo del término, esto es, razones de tal modo concluyentes
que sean capaces de dar no sólo plausibilidad a la decisión de que se trate,
sino de demostrar que se trata de la única decisión posible, e, incluso, de una
decisión que debe ser tenida como la verdadera solución.
Como señala Juan Antonio García Amado, "el péndulo se ha movido per-
manentemente entre el extremo de pensar que la lógica podía ser garantía única
y cierta de racionalidad en la decisión jurídica y de incontaminada pureza del
razonamiento que lleva a ella, y el extremo de creer que la materia práctica con
que el jurista opera nada tiene que ver con el frío formalismo lógico".
Por todo ello es que MacCormick puede decir que el razonamiento ju-
rídico no puede ser catalogado ni como deductivo ni como inductivo, en
el sentido ordinario de esos dos términos, puesto que se trata de un razo-
namiento sui géneris. El razonamiento jurídico no es como una cadena de
razonamiento matemático, donde cada paso se sigue del anterior y donde
cualquier error a cualquier nivel vicia o invalida lo que sigue. Más bien, el
razonamiento jurídico es un asunto de pesar y considerar todos los factores
que "variadamente cooperan" a favor de una conclusión determinada, y ba-
lancearlos con los factores que apoyan la conclusión contraria. Y concluye
de esta ~locuente manera: "al final se llega a la conclusión sobre un balance
------------------~--------- -
2. INTERPRETACIÓN DE LA LEY
Desde el punto de vista del agente que la lleva a cabo, es posible distinguir
entre interpretación pública, o por vía de autoridad, e interpretación privada.
Los jueces son los llamados a interpretar las normas legales, puesto que
deben hacer aplicación de éstas en relación con los casos de que conocen.
Es más, tal como indicamos antes en este mismo capítulo, cada vez que se
habla de interpretación jurídica, y en particular de interpretación de la ley,
en lo que se piensa comúnmente es en la interpretación judicial, esto es,
en la atribución de significado que los jueces hacen a las normas abstractas
y generales de las leyes al hacer aplicación de éstas a los casos concretos de
que conocen y al establecer, en fin, la norma jurídica individual para el caso
de que se trate. Es por esta razón que más adelante vamos a volver sobre la
interpretación judicial.
En primer lugar, los propios sujetos normativos, que deben acatar y obede-
cer las leyes, llevan a cabo una interpretación de éstas, o sea, atribuyen algún
significado a las normas legales que regulan su comportamiento. Esto es lo
que ocurre, por ejemplo, cuando un individuo revisa y trata de comprender la
legislación del tránsito antes de presentarse a rendir el examen que le permitirá
obtener licencia para conducir vehículos motorizados.
La interpretación doctrinal que los juristas llevan a cabo de las leyes se ex-
presa, oralmente o por escrito, en un lenguaje jurídico cogn.oscitivo que recae
sobre el lenguaje jurídico prescriptivo de los textos legales. Esto significa que las
proposiciones que enuncia la ciencia jurídica recaen sobre las normas jurídicas,
o bien sobre los textos legales, de manera que puede decirse que el lenguaje
de los textos legales es objeto del lenguaje compuesto por las proposiciones de
la ciencia del derecho. En consecuencia, como observa Rolando Tamayo, "las
normas jurídicas serían, en relación con los enunciados jurídicos, un lenguaje
objeto", mientras que estos últimos constituirían, en relación con las normas
jurídicas, un metalenguaje, es decir, un lenguaje que se utiliza para hablar
acerca de otro lenguaje previamente dado.
Se llama interpretación estricta a aquella que, una vez efectuada por el in-
térprete, conduce a la conclusión de que el texto legal interpretado debe ser
aplicado sólo a los casos que él expresamente menciona, sin extender por tanto
la aplicación del texto a más casos de los que éste contempla y sin restringirlo
tampoco a menos casos de los que el propio texto interpretado señala. Se la
llama también interpretación declarativa.
animal que pueda perturbar a los pasaJeros, sean o no perros, tendría que
impedir el ingreso de la cabra.
Respecto del segundo de esos ejemplos, cuenta Luis Diez Picazo que plan-
teado el problema, esto es, habiendo manifestado la duquesa su intención de
visitar la abadía, el abad convocó a una reunión de todos los monjes, porque
si bien la aplicación estricta de la. regla debía conducir a impedir la entrada
de la duquesa por razón de su género, la interdicción de la entrada a quien
era patrona y protectora de la abadía podía ocasionar funestas consecuencias
y poner en riesgo el futuro de aquella casa de Dios. Por lo mismo, la solución
adoptada fue la que propuso uno de los monjes: "La duquesa es el patrono
de nuestra abadía y en esta calidad debe ser considerada como un hombre; y
si nuestra regla es estricta, que entre sin poner los pies en el umbral".
512 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Dicho problema es el que ha dado lugar a una teoría subjetiva y a una teoría
objetiva de la interpretación de la ley.
CAPfTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 513
Para la primera de esas teorías, toda ley es portadora del sentido subjetivo
que imprimió en ella el legislador que la produjo, de modo que la meta del
intérprete no puede ser otra que la de reconstruir la voluntad histórica que
tuvo el legislador al momento de aprobar la ley que se trata de interpretar.
De acuerdo con este punto de vista, como explica Karl Engisch, el intérprete
tiene que "penetrar en el alma del legislador", esto es, tiene que "colocarse
mentalmente en el punto de vista del legislador y repetir artificialmente en sí
mismo su actividad".
demás, "el legislador moderno es un ser anónimo formado por una pluralidad
de direcciones de voluntad", en tanto que "el sentido de la ley sólo puede ser
su sentido único y no contradictorio".
advertir que tanto una como otra teoría plantean interrogantes que de alguna
manera las aproximan entre sí. De este modo, cuando la teoría subjetiva llama
a desentrañar la voluntad del legislador, ¿se refiere a los antecedentes de hecho
que el legislador tuvo a la vista al momento de aprobar la ley que se trata de
interpretar o a los objetivos que buscó con el establecimiento de la ley? De la
misma manera, cuando la teoría objetiva propicia la búsqueda de un sentido
actualizado de la ley, ¿no debe acaso tener en cuenta cuál es el probable sentido
histórico de la ley que ahora debe ser actualizado?
Es por ello que no faltan autores, como es el caso de Karl Larenz y Luis Reca-
sens Siches, que si bien se muestran partidarios de que el intérprete busque ante
todo el sentido normativo propio de la ley y no el que está ligado a la voluntad
histórico-psicológica del legislador, porque -según argumentan- "la ley es más
sabia que el legislador", se indinan finalmente por una síntesis entre ambos puntos
de vista, lo cual no significa colocar una teoría al lado de la otra, sino combinarlas
de algún modo que permita pasar desde lo simple a lo complejo. Por lo mismo,
tales autores, conscientes de que toda ley es portadora de la memoria personal
del legislador que la produjo, aunque conscientes también de que en ella se va
acumulando una memoria más amplia y profunda como consecuencia de que
una ley no puede conservar indefinidamente el mismo sentido y alcance que
tuvo cuando fue dictada, propugnan la búsqueda del sentido normativo propio
de la ley, sin perjuicio de considerar que la investigación acerca de la voluntad
del legislador que la dictó no resulta irrelevante a la hora de determinar cuál
puede ser ese sentido normativo propio de la ley.
Cabe señalar, por último, que existe un aspecto político evidente que subyace
la discusión entre subjetivistas y objetivistas. Al propiciar que el intérprete debe
buscar la voluntad de quien produjo la ley y plegarse a ella, lo que se pretende
en el plano político es una mejor realización de los propósitos de la autoridad
legislativa, lo cual cuadra muy bien con los postulados de un gobierno que
quisiera dejar reducidos a los intérpretes -y en especial a los jueces- a la con-
dición de esclavos de la ley, o sea, a la boca por la que habla el legislador. "El
intérprete -escribe Luiz Diez Picazo-, como servidor de un príncipe o de un
jefe, debe tratar de averiguar qué es lo que éste ha querido y complacerle", sin
perjuicio de que cuando el Poder Legislativo está constituido por un órgano
colegiado y no por uno de carácter unipersonal, esto es, cuando el Poder Le-
gislativo encarna en un congreso o en un Parlamento, y no en un príncipe,
hablar de voluntad del legislador no pasa de ser una auténtica ficción.
dotarla de un sentido; para la tercera, en fin, las normas y otros estándares del
derecho tienen, pueden tener, e incluso suelen tener, varios sentidos posibles,
sobre todo cuando se las pone en relación con un caso concreto de la vida
social que un juez deba resolver, de modo que el intérprete está llamado a
escoger uno de tales sentidos. En cualquiera de estas hipótesis -agregaríamos
por nuestra cuenta- el intérprete, particularmente en el caso de los jueces,
tiene que justificar, o sea, dar razones a favor del sentido que descubre, atribuye
o fija, un deber que parece todavía más exigible en el caso de la segunda y
tercera de tales hipótesis.
El elemento lógico parte de la base de que las normas de una ley hacen un
conjunto y que deben ser interpretadas no en forma aislada o desvinculada
520 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
unas de otras, sino en el contexto del mensaje normativo del cual forman
parte, y asume, del mismo modo, que las normas de una ley hacen también
un conjunto con las de otras leyes que versen sobre una materia similar.
El elemento sistemático asume que las normas de una ley guardan relaciones
no sólo entre sí y con las de otras leyes que versen sobre la misma materia,
sino que tales relaciones se dan por referencia a todo el ordenamiento jurídi-
co, de modo que su interpretación tiene que ser efectuada en el contexto más
amplio de este último.
Este último elemento parte de la base que el legislador dicta leyes animado
de ciertos propósitos cuya identificación debe jugar un papel importante al
momento de interpretar dichas leyes, sobre todo cuando la interpretación se
realiza para aplicar las leyes a los casos concretos de la vida social que caen
bajo el ámbito de su regulación.
El inciso primero del art. 19 del Código Civil consagra el método o elemento
gramatical de interpretación al disponer que "cuando el sentido de la ley es
claro, no se desatenderá su tenor literal a pretexto de consultar su espíritu".
En consecuencia, y salvo que el tenor literal del texto legal que se trata de
interpretar merezca dudas al intérprete, éste debe fijar su atención únicamente
en las palabras de la ley.
Respecto de cómo debe entender el intérprete las palabras de la ley, los arts.
20 y 21 establecen una regla general y dos excepciones.
los que profesan la misma ciencia o arte, a menos que aparezca claramente
que se han tomado en sentido diverso".
Tocante ahora al elemento histórico, aparece aludido en el inciso 2 del art. 19,
en los siguientes términos: "Pero bien se puede, para interpretar una expresión
obscura de la ley, recurrir a su intención o espíritu, claramente manifestados
en ella misma, o en la historia fidedigna de su establecimiento". Es preciso
advertir que esta disposición consagrada el elemento histórico en sentido estricto,
puesto que remite al intérprete a la historia fidedigna del establecimiento de la
ley que se trata de interpretar. Por otra parte, la entrada del elemento histó-
rico aparece condicionada a la presencia de una expresión oscura de la ley y
únicamente como un método adecuado para fijar la intención o el espíritu de
la ley que se trata de interpretar.
Tiene razón el autor antes citado cuando dice que la principal de las reglas
aludidas es la del are. 23, cuyo texto recordamos hace un instante. En esta
norma se encuentran presentes tanto el principio que según nuestro Código
debe guiar al intérprete de la ley como la principal consecuencia que se sigue
de ese principio. El principio consiste en que la meta del intérprete es captar
el verdadero sentido de la ley, al que el mencionado artículo se refiere como
"genuino sentido" de la ley, en tanto que la consecuencia se refiere a que ese
genuino sentido de ia ley determina la extensión que deba darse a ésta.
Para fijar ese genuino sentido de la ley es preciso fijarse en el texto de ésta,
motivo por el cual el inciso primero del art. 19 establece que "cuando el sentido
de una ley es claro, no se desatenderá su tenor literal a pretexto de consultar
su espíritu". Esta regla no quiere sugerir que la interpretación está de más o
que deba dejarse de lado cada vez que el sentido de una ley sea claro, esto es,
cada vez que el sentido coincida con el texto de la ley. Ello, en primer lugar,
porque sólo como resultado de la acción de interpretar una ley puede con-
cluirse si su sentido es claro o no; y, segundo, porque lo que el aludido inciso
524 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
prescribe no es evitar la interpretación de las leyes cuyo sentido sea claro, sino
impedir que se amplía o restrinja el campo de aplicación que ese mismo texto
delimita con claridad.
Sin embargo, el inciso segundo del art. 19 admite que la ley pueda ser
portadora de alguna expresión oscura, debiendo entenderse por "expresión" no
sólo una o más palabras aisladas de la ley, sino las frases que fueron formadas
por el autor de la ley al momento de aprobarla y promulgarla como tal.
El mismo inciso segundo del art. 19 dispone que en tal caso debe recurrirse
a la "intención o espíritu de la ley, claramente manifestados en ella misma o
en la historia fidedigna de su establecimiento". De este modo, el art. 19 inciso
primero, que se coloca en el caso de que el sentido de la ley sea claro, impide
consultar la intención o espíritu de la ley, en circunstancias de que, todo lo
contrario, esa intención o espíritu es lo que debe ser consultado en la hipótesis
de que la ley interpretada tenga alguna expresión oscura.
Pero el inciso segundo del art. 19, tal como se ha visto, habla de "intención
o espíritu", como si se tratara de términos sinónimos. Sin embargo, por "espí-
ritu" de la ley habría que entender la "razón" de la ley, esto es, el fin objetivo
que ésta tiene, con lo cual se podría sostener, tal como adelantamos en su
momento, que tal inciso acoge o da cabida al método o elemento teleológico
de la interpretación de la ley. Por su parte, "intención" no puede significar
' otra cosa que voluntad del legislador que estableció la ley.
En todo caso, es evidente que el inciso segundo del art. 19 acoge el ele-
mento histórico de interpretación, aunque en el sentido estricto y no amplio
que ese elemento posee, puesto que para fijar la intención o espíritu de la ley
se remite al intérprete a la historia fidedigna del establecimiento de aquélla,
con lo cual se parte de la base de que toda ley, como producto humano que
es, tiene una historia, normalmente documentada, que el intérprete puede
reconstruir al momento de tener que establecer el o los sentidos posibles que
la ley interpretada pueda tener.
Retomando ahora el art. 23, esta disposición importa una toma de posi-
ción adversa tanto frente a las interpretaciones extensivas como restrictivas.
Al presentar del modo como lo hizo el mencionado art. 23, Bello se apartó
de la doctrina que sobre la materia había defendido en su obra Principios de
derecho de gentes, donde escribió lo siguiente: "En caso de duda, si se trata de
cosas favorables, es más seguro ampliar la significación; y si se trata de cosas
odiosas, es más seguro restringirlas".
Por su lado, tiene razón Alejandro Guzmán cuando dice que el art. 23 no
impide del todo que el intérprete lleve a cabo una interpretación extensiva
o restrictiva. Lo que la citada disposición le impide es tan sólo fundar una
interpretación de cualquiera de esos dos tipos en lo favorable u odioso que
pueda existir en una determinada norma legal que se trata de interpretar. Por
lo demás, y tal como fue advertido al tratar de las distintas clasificaciones de
la interpretación de la ley, no es posible tomar un partido a priori por la in-
terpretación estricta, por la extensiva o por la restrictiva, o s_ea, no es posible
predeterminar cómo haya de ser siempre la interpretación de las leyes, puesto
que la extensión razonable que deba darse a la ley es algo que el intérprete sólo
puede saber como resultado de la interpretación, estq es, una v~z efectuada la
interpretación de la ley de que se trate y una vez fijados los distintos sentidos
y alcances de ésta y las diversas alternativas de aplicación que ella presente.
Por último, los demás jueces letrados, tanto civiles como penales y otros,
interpretan asimismo la Constitución. Uno de los casos más frecuentes en que
ello ocurre se relaciona con la libertad provisional. Esta última es un derecho
de toda persona detenida o sujeta a prisión preventiva para ser juzgada en
libertad, de manera que el juez penal debe conceder esa libertad siempre que
no considere que la prisión es necesaria para la investigación que lleva a cabo o
para la seguridad del ofendido por el delito o de la sociedad en general, según
lo dispone la letra e) del N° 6 del art. 19 de la Constitución, disposición que
CAPÍTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 529
Del mismo modo, si los principios generales ocupan una posición más
bien disminuida en el art. 24 del Código Civil, en materia de interpretación
constitucional juegan un papel de mucha mayor relevancia. Esto ocurre
también en los ámbitos del Derecho Administrativo, del Derecho Penal, del
Derecho del Trabajo, del Derecho Tributario, y, en general, en todas las ramas
del derecho dotadas de autonomía y capaces de producir algunos principios,
criterios y prácticas que pueden llegar a tener gran importancia al momento de
interpretar, comprender y aplicar las normas e instituciones jurídicas propias
de cada uno de esos distintos ámbitos de regulación jurídica.
De allí, entonces, que José Luis Guzmán proponga considerar a los así lla-
mados "métodos de interpretación (gramatical, histórico, lógico y sistemático)
como "elementos" de un único sistema de interpretación finalista. Esos cuatro
elementos, así como el teleológico en sentido estricto que podría estimarse
consagrado en el inciso 2° del art. 19 de nuestro Código Civil, tendrían que
ser vistos articuladamente y contribuyendo todos, de manera armónica, "a
un solo designio: identificar el fin del precepto penal en el momento de su
aplicación", configurándose de ese modo, más que un método o elemento te-
leológico en particular que cohabita con los demás que aparecen consagrados
en los arts. 19 al 24 del Código Civil, un auténtico e integrado sistema de
interpretación teleológico, anclado en el concepto de bien jurídico.
En el caso del Derecho del Trabajo, por último, cabe señalar que la :fiscaliza-
ción del cumplimiento de la legislación laboral y su interpretación corresponde
a la Dirección del Trabajo. Esta interpretación, como la que llevan también
a cabo otros servicios públicos, se llama "interpretación administrativa'', y
constituye una interpretación por vía de autoridad que es distinta de aquella
que llevan a cabo el legislador y los jueces.
En lo que se refiere a otras ramas del derecho, las normas que guían la in-
terpretación, así como los criterios aportados por la doctrina y por la práctica
jurisprudencia!, serán estudiadas al momento de cursar los estudiantes tales
asignaturas. Del mismo modo, lo que sucintamente hemos expuesto aquí sobre
532 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
a) argumento por analogía, que es aquel por medio del cual la solución dada
por la ley para un caso determinado se traslada a otro caso no previsto por la
ley, aunque semejante a aquel que sí se encuentra previsto por ella.
b) argumento a fortiori, que es aquel en virtud del cual, dada una norma
jurídica que establece una calificación normativa de un sujeto o de una clase
de sujetos, se concluye que tal calificación vale también para otro sujeto o
clase de sujetos que merecen esa calificación con mayor razón que el primer
sujeto o clase de sujetos.
c) argumento a contrario, que es aquel por el que, dada una norma que
establece una calificación normativa de un sujeto o de una clase de sujetos,
se concluye que tal calificación no vale para otro sujeto o clase de sujetos no
expresamente mencionados o incluidos en la norma de que se trate.
CAPfTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 533
Tal como convenimos en el capítulo sobre fuentes del derecho, los órganos
jurisdiccionales aplican y a la vez producen derecho, puesto que, por una parte,
hacen aplicación de la legislación que concierne a los casos de que conocen, y,
por la otra, al adoptar una determinada decisión sobre tales casos, establecen una
norma jurídica de carácter individual. Sin embargo, si la función de producción
de derecho es la que aparece enfatizada en el caso del legislador, tratándose
de los jueces es la dimensión de aplicación la que en cierto modo predomina
sobre la de creación jurídica. Por lo mismo, los órganos jurisdiccionales son
vistos habitualmente como órganos de aplicación del derecho, un punto de
vista que puede ser compartido, a condición de que no se pierda de vista que
se trata también de órganos que continúan el proceso de producción jurídica
que a nivel del legislador discurre en un nivel más general.
este mismo capítulo, se la suele llamar justificación interna, porque está rela-
cionada, precisamente, con la racionalidad interna de la decisión jurídica. Por
tanto, como dice Wroblewski, "una decisión está internamente justificada si
se infiere de sus premisas según las reglas de inferencia aceptadas, dándose en
tal caso por supuesta la validez de las premisas utilizadas".
capítulo tenemos una respuesta para cada una de las preguntas recién enun-
ciadas, aunque puede resultar útil algún tipo de síntesis al respecto.
Cabe advertir que en lo que sigue presentaremos sólo algunas de las doc-
trinas y puntos de vista acerca de la materia que nos interesa en este instante,
aunque con la siguiente prevención. Algunas de esas doctrinas y puntos de vista
pretenden sólo describir la interpretación de la ley, en especial por los jueces,
mientras que otras adoptan una posición prescriptiva al respecto. Esto quiere
decir que algunas de tales doctrinas aspiran a describir qué es lo que hacen
efectivamente los jueces cuando interpretan las leyes y las aplican a los casos
que conocen, en tanto que otras prescriben lo que los jueces deberían hacer en
tales circunstancias. Un ejemplo de doctrina descriptiva es, por ejemplo, la de
Alf Ross, en tanto que la Exégesis nos parece una doctrina prescriptiva.
Por otra parte, los códigos como cuerpos normativos dictados de una
sola vez para toda una clase de materias o para un determinado sector de
regulación jurídica -por ejemplo, el derecho civil-, favoreció la idea de que
el ordenamiento jurídico tenía caracteres de complitud (ausencia de lagunas)
y de coherencia (ausencia de contradicciones). Todavía más, quienes redac-
taron los códigos de la época creyeron seriamente que éstos producirían la
felicidad de los pueblos. Incluso Jean Etienne Marie Portalis, el habitual-
mente mesurado redactor del discurso preliminar del Código Civil francés,
no obstante las lúcidas advertencias que hace en ese discurso para frenar los
excesos en que de todas formas incurrirían los partidarios de la Exégesis,
llegó a decir que "las leyes no son meros actos de autoridad; son, por sobre
todo, actos de sabiduría, de justicia, de raciocinio. Al crearlas, el legislador
ejerce menos una autoridad que un sacerdocio". Por tanto, "buenas leyes
civiles son el más grande bien que los hombres pueden dar y recibir; ellas
son el origen de las costumbres, el palladium de la prosperidad, la garantía
de toda paz pública y verdadera".
b) para aplicar las leyes los jueces deben interpretarlas, aunque la meta de
la interpretación judicial de la ley consiste en reconstruir la voluntad histórica
que el legislador depositó en ésta al momento de producirla;
c) una vez determinados los hechos del caso y localizada la ley que co-
rresponda aplicar a éste, los jueces deben trasladar al caso las consecuencias
previstas por la ley, tal y como las hubiere consagrado el legislador;
d) con el propósito de que los jueces, con el pretexto de interpretar las leyes,
no traicionen la voluntad del legislador, es preciso regular minuciosamente
la tarea interpretativa que llevan a cabo los jueces, dando preeminencia entra
tales reglas a aquellas que tengan que ver con las palabras de la ley o con las
meras conexiones lógicas que las normas de una misma ley puedan guardar
entre sí o con otras leyes del mismo ordenamiento, particularmente si versan
sobre la misma materia.
Cabe destacar, por lo mismo, que a la base de las ideas que la Exégesis
profesó acerca del papel de jueces y legisladores en la creación y en la aplica-
ción del derecho hay un postulado político favorable a la soberanía popular,
que encarnaba en la figura del legislador, antes que una mera expresión de
desconfianza en los jueces.
Portalis explica bien esa idea cuando dice que "en los Estados despóticos,
donde el príncipe es propietario de todo el territorio, donde todo el comercio
se hace a su nombre y beneficio, donde los particulares no tienen ni libertad
ni voluntad ni propiedad, hay más jueces y verdugos que leyes". En cambio,
"doquiera los ciudadanos tienen bienes que conservar y defender, en todas
partes donde gozan de derechos políticos y civiles, allí donde para cualquier
cosa se tiene en cuenta el honor, es imprescindible la existencia de un buen
número de leyes para hacer frente a todo". De este modo, Portalis ve en las
leyes una manera de otorgar garantías a los ciudadanos en lo que concierne a
sus distintas esferas de intereses.
Por su parte, la ley escrita, si bien ocupa el primer lugar entre las fuentes, no
puede ser considerada como la única fuente del derecho, de modo que derecho
y ley, a diferencia de lo propiciado por la Exégesis, no pueden equipararse.
546 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Así las cosas, puede decirse que Geny compartió el respeto a la ley, mas no
el culto ni menos el fanatismo legales en que incurrieron los partidarios de la
Exégesis, advirtiendo que las leyes se dictan en un determinado momento y
en vista de unas determinadas necesidades, en tanto que la vida sigue su curso
y transforma las instituciones.
Siguiendo en esto el resumen que acerca de las ideas de Geny ofrece Adolfo
Carvallo, si la ley es clara debe ésta ser aplicada por el juez, siempre que no
hayan variado las condiciones sociales. Si dichas condiciones han variado, se
trata de una situación que el legislador no consideró y que deja al juez en
situación de averiguar por sí mismo cuál es la norma aplicable, haciendo en
tal caso acto de legislador. Si la ley es oscura, es preciso buscar la voluntad del
legislador haciendo ciertamente un análisis gramatical y lógico del texto legal,
aunque recurriendo también a otros factores o elementos, tales como trabajos
preparatorios. Y si no hay ley, el juez recobra su entera libertad y hace, todavía
con mayor propiedad, acto de legislador.
natural". Y los datos ideales son los fines que el legislador se propuso alcanzar
y que deben presidir toda futura modificación del derecho.
Todos esos datos deben ser tomados en cuenta por el intérprete para poder
resolver el problema. No pueden ser desconocidos por el intérprete, porque
si son desconocidos, entonces ya su solución no será una solución científica,
sino una puramente ocasional y subjetiva.
Las concepciones acerca del derecho a las que se opuso Savigny fueron
aquellas que, al modo de la Exégesis, consideraban que el derecho era una
creación libre y voluntaria que el legislador del momento podía llevar a cabo
con entera independencia del derecho que hubiere regido en el pasado. Para
Savigny, en toda sociedad existe una indisoluble comunidad con el pasado, de
modo que "cada período de la historia de un pueblo es continuación y desa-
rrollo de las edades pasadas". De este modo, el derecho no puede ser creado
por el solo arbitrio de quienes detentan el Poder Legislativo, de espaldas a la
tradición, sino en íntima conexión con ésta.
tiene que tomar en cuenta la continuidad histórica que según Savigny tiene
cada pueblo. Por lo mismo, su doctrina no responde a una visión estática del
derecho ni a una negación de todo valor al cambio en el derecho, sino a la
convicción de que el cambio y el progreso jurídicos no pueden ser conducidos
por la sola voluntad de quien tiene en un momento dado la competencia para
producir las leyes.
han de recurrir para decidir los casos de que conocen, y, asimismo, un no me-
nos notorio escepticismo en las posibilidades de que un tribunal de casación
consiga moderar y uniformar la práctica judicial.
En suma, los jueces resuelven los litigios por medio de actos de voluntad,
no de conocimiento, y la alusión a determinados criterios como sustento de
sus fallos -propiciada por la doctrina tradicional- no pasa de ser un disfraz
con el cual se esconden las verdaderas motivaciones del juez y se procura dar
prestigio a lo que éste resuelve. Así, Kantorowicz sostiene que Bartolo, a quien
él considera uno de los grandes juristas de todos los tiempos, dictaba primero
la parte resolutiva de sus razonamientos jurídicos y ponía luego a su amigo
Trigrinio a buscar los pasajes aplicables del Corpus Iuris.
Conviene señalar, por último, que las ideas jurídicas de Kantorowicz, como
lo ponen de manifiesto algunos de sus comentaristas, fueron adoptadas y aplau-
didas por el régimen nacionalsocialista alemán. Desde luego que la intención
del autor no fue ir en esa dirección, de modo que la utilización política que
se hizo de sus ideas no es responsabilidad suya. Más aún, Kantorowicz fue
perseguido por el nacionalsocialismo a causa de sus opiniones sobre las causas
de la Primera Guerra Mundial, sobre la política de Bismarck y sobre los propios
postulados del nacionalsocialismo.
Ahora bien, establecido que la tópica es sólo un estilo, surgen dos posibi-
lidades: intentar convertir ese estilo en un método, caso en el cual se obtiene
una disciplina que cumple el ideal lógico de una ciencia porque sus conceptos
y sus proposiciones forman un conjunto unitario de definiciones y de funda-
mentos, o prescindir de un intento semejante, conservando el estilo como tal
y haciéndolo objeto de una ciencia.
Con todo, Viehweg insiste en que las ciencias se generan cuando surgen
problemas de un determinado tipo. Pero mientras esas disciplinas encuentran
principios objetivos, seguros y efectivos en su campo, y por ello pueden ser
sistematizadas, hay otras -y tal sería el caso de la jurisprudencia- que son
insistematizables, porque no puede encontrarse en su campo ningún princi-
pio que sea al mismo tiempo seguro y objetivamente fecundo. Por lo mismo,
cuando esta segunda situación se presenta sólo es posible una discusión del
problema. Y concluye con las siguientes tres afirmaciones: la estructura total
de la jurisprudencia solamente puede ser determinada desde el problema; las
partes integrantes de la jurisprudencia, sus conceptos y sus proposiciones, tienen
que quedar ligadas de un modo específico con el problema y sólo pueden ser
comprendidas desde él; los conceptos y las proposiciones de la jurisprudencia
sólo pueden ser utilizados en una implicación que conserve su vinculación
con el problema.
saber acerca del derecho, esto es, a la labor de los juristas, no a la que ejecutan
los jueces, aunque resulta evidente que al establecer catálogos de tópicos jurí-
dicos se facilita la tarea de quienes están llamados a dar algún tipo de solución
a los conflictos jurídicos que se presentan en la vida social.
Es por eso que Kelsen, sin estar interesado en decir cómo deben ser in-
terpretadas las normas de un determinado ordenamiento jurídico, ofrece, sin
embargo, una teoría de la interpretación que pueda tener validez por referencia
a todo ordenamiento jurídico.
Cabe señalar, asimismo, que cuando Kelsen se propone ofrecer una teoría
de la interpretación jurídica, lo hace con el ánimo de describir cómo la acti-
vidad interpretativa tiene lugar en el ámbito del derecho, especialmente por
los jueces, y no con el propósito de prescribir cómo esa actividad debería ser
efectuada.
Por lo mismo, si todo el que produce derecho a la vez aplica derecho, todo
el que aplica derecho, a su vez, debe interpretar este mismo derecho, o sea,
tiene necesidad de establecer el sentido y alcance de las normas que aplica.
Por ello, el juez interpreta la ley cuando aplica normas legales al caso de
que conoce. Pero el legislador también interpreta el derecho -en su caso la
Constitución- cada vez que en aplicación de la Carta Fundamental produce
normas jurídicas abstractas y generales bajo el nombre genérico de "leyes".
derecho, si no por una persona privada, en especial por los juristas cuando
éstos hacen ciencia jurídica en sentido estricto o dogmática jurídica. También
es no auténtica la interpretación que del derecho hacen los abogados y la que
pueda hacer privadamente un sujeto cualquiera.
Así, todo acto de producción de derecho está sólo en parte determinado por
la correspondiente norma superior, quedando en parte indeterminado, aunque
la parte en que dicho acto queda indeterminado es variable según los casos.
es la ley la que establece las medidas que deberán tomarse y que los habitantes
tendrán que obedecer, limitándose a facultar a un órgano determinado para
que defina y adopte tales medidas en el momento oportuno.
El autor afirma que el juez realiza actos de tipo cognosc1t1vo. Así, por
ejemplo, el juez debe conocer los hechos del caso y el contenido de las posi-
bles normas aplicables. Sin embargo, aun cuando el camino que sigue el juez
resulta indudablemente preparado por procesos de tipo cognoscitivo, ello no
modifica el hecho de que la administración de justicia, por su propia naturaleza,
conduzca finalmente a una decisión, esto es, a un acto de voluntad.
y respeto hacia el derecho vigente, concebido éste como voluntad del legis-
lador, y suponía, además, que las concepciones operativas consistían, por su
parte, en un conocimiento del verdadero significado de la ley y de los hechos
probados en la causa.
Ross cree que una manera semejante de describir las cosas no se ajusta para
nada a la realidad, puesto que la interpretación de la ley, en cuanto determi-
nación del sentido de ésta, con frecuencia no conduce a ningún resultado
cierto.
Con todo, el juez no puede dejar de cumplir su tarea, o sea, no puede exi-
mirse de conocer y de fallar el asunto de que se trate sólo porque se encuentra
en la dificultad antes planteada. El juez "tiene que decidirse", dice Ross, y "esta
elección ha de originarse, cualquiera sea su contenido, en una valoración".
Por lo mismo, "su interpretación de la ley (en un sentido ahora más amplio)
es, en esta medida, un acto de naturaleza constructiva, no un acto de puro
conocimiento", puesto que "sus motivos no se reducen al deseo de acatar una
determinada directiva" dada previamente por el legislador.
562 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Ross dice que la conciencia jurídica material está presente en todas las
decisiones judiciales, y si en la mayoría de los casos el juez decide dentro del
CAf>fTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 563
Por tanto, más que preguntar acerca de cuán libres son o no los jueces al
momento de adoptar sus decisiones, habría que preguntar sobre cuán dis-
puestos están los jueces a reconocer el grado de libertad con que adoptan de
hecho sus decisiones.
Hart, la. discreción judicial, la. crítica de Dworkin, y la. critica de MacCor-
mick a Dworkin. Tal como tuvimos oportunidad de explicar en el Capítulo
II, para Herbert Hart el derecho es algo que contiene normas, algo que tiene
que ver preferentemente con normas, una unión, en fin, de lo que el autor
llama "reglas primarias" y "reglas secundarias".
Las reglas de adjudicación -que son las que interesan en este momento-
son aquellas que facultan a alguien para que determine en forma revestida de
autoridad si en una ocasión determinada se ha transgredido o no una regla
primaria. Estas reglas secundarias no sólo identifican a los individuos que
deben juzgar los casos jurídicamente relevantes de la vida social, sino que,
además, señalan los procedimientos que tales individuos deben observar en el
conocimiento y fallo de los asuntos. En fin, se trata de reglas que junto con
imponer al juez el deber de juzgar, le conceden potestades jurisdiccionales y
acuerdan un estatus especial a las decisiones judiciales.
Las reglas de adjudicación, por lo mismo, son las que definen conceptos ju-
rídicos importantes, tales como juez, jurisdicción, sentencia, y marcan el camino
que deben seguir los jueces en el conocimiento y fallo de los asuntos. Parte de
ese camino, como es obvio, está constituido por la interpretación que los jueces
deben hacer del derecho preexistente a los casos de los cuales conocen.
Los jueces, tal como hemos señalado reiteradamente, estructuran sus de-
cisiones como si se tratara de consecuencias que se siguen de reglas predeter-
CAPfTULO VJ. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 565
minadas cuyo significado es fijo y claro, lo cual puede ser así en los casos más
simples o rutinarios, mas no en los complejos o en aquellos que se presentan
como auténticos casos difíciles.
Las normas del derecho legislado operan sin dificultades respecto de los
casos más ordinarios o comunes de que conocen los jueces. Sin embargo, la
legislación tiene una característica común a todo lenguaje humano, consistente
en que, atendida la vaguedád o la ambigüedad de muchos términos y frases,
se presenta como una "textura abierta'', según la expresión del propio Hart,
de modo que en muchos casos que se ventilan ante los tribunales las leyes no
permiten un único resultado o decisión de parte de los jueces.
"En los casos más importantes -sostiene Hart- hay siempre una elec-
ción. El juez tiene que optar entre posibles significados alternativos de las
palabras de una ley. Únicamente la tradición de que los jueces 'hallan' y
no 'crean' el derecho ha ocultado eso, y presenta sus fallos como si fueran
deducciones fácilmente hechas a partir de reglas claras preexistentes, sin que
intervenga la elección del juez". Y concluye: "Las reglas jurídicas pueden
tener un núcleo central de significado indiscutido. Sin embargo, todas las
reglas poseen una penumbra de incertidumbre donde el juez tiene que elegir
entre alternativas".
especificar por adelantado la solución para todo los problemas. Este sería un
mundo adecuado para la teoría jurídica mecdnica".
Con todo, Han llama a no exagerar con la textura abierta del derecho
y a verla en su justa perspectiva, con lo cual quiere decir que el amplio
campo abierto al ejercicio de la discreción judicial no debe ocultar el hecho
de que la estructura dentro de la cual tiene lugar el ejercicio de la función
jurisdiccional está compuesta por normas generales cuya aplicación puede
ser realizada a veces sin recurrir a la discreción de algún órgano oficial. Por
lo mismo, el autor no comparte la idea del realismo jurídico norteamericano
en orden a que las normas del derecho legislado son únicamente predicciones
acerca de lo que harán los tribunales o apenas ingredientes para la elabo-
ración posterior por parte de los jueces del auténtico derecho -el derecho
judicial-, puesto que tales normas, tratándose de los jueces, no funcionan
simplemente como hábitos o como bases para predecir decisiones de jueces
o acciones de otros funcionarios, sino como pautas o criterios jurídicos de
conducta que son aceptados y que, a pesar de su textura abierta, son por lo
común suficientemente determinados como para limitar, aunque no para
excluir, la discrecionalidad judicial.
De ese modo, Hart se opone tanto al formalismo extremo, para el cual las
normas atan al juez como cadenas, como al escepticismo extremo, que ve en
las normas poco más que "juguetes vistosos" cuya única importancia consiste
en predecir lo que los jueces harán en determinados casos.
Por último, considera Hart que los jueces aceptan como derecho las
leyes vigentes, en primer lugar, porque existe un acatamiento general a esa
exigencia, de modo que los jueces, individualmente considerados, rara vez
se apartan de ellas; y, en segundo término, porque desviarse de tal exigencia
introduce grados de incerteza entre los ciudadanos que pueden ser muy
perjudiciales.
CAPfTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 567
Tal como fue dicho antes, Hart se opone al realismo jurídico norteame-
ricano, al que considera una "pesadilla", porque tal doctrina sugiere que el
derecho preexistente al caso que el juez debe resolver se encuentra vacío de
toda solución y contiene únicamente algunos ingredientes que el juez podrd
utilizar al momento de construir la solución definitiva del caso, pero sin que
exista seguridad de que realmente los empleará.
Por otra parte, Hart se opone también al punto de vista de Dworkin, al que
califica de "noble sueño", porque, justo lo contrario del realismo norteame-
ricano, sugiere la idea de un derecho preexistente de carácter autosuficiente,
esto es, de un derecho tan rico y detallado que el juez siempre puede descubrir
pautas, guías o principios que le permitan resolver sin discrecionalidad alguna
los distintos asuntos controvertidos.
Cabe señalar, sin embargo, que el punto de vista de Dworkin acerca de "la
única respuesta correcta" no está basado, como en el caso de la Exégesis, en
una concepción mecanicista de la función judicial, consistente en identificar
la voluntad que el legislador depositó en la ley y trasladarla al caso concreto
que puede ser subsumido en dicha ley, sino en la convicción de que todo
ordenamiento jurídico evolucionado no está compuesto únicamente por nor-
mas, sino también por principios y por precedentes que juegan un papel muy
importante en la aplicación del derecho por parte de los jueces.
también por principios, de manera que, según él, el error de Hart y de otros
positivistas no consistiría en afirmar que las normas jurídicas son estándares
que los jueces utilizan en sus decisiones, sino en creer y hacer creer que las
normas son los únicos estándares que se encuentran en la mente del juez al
momento de decidir los casos. Por lo mismo, el derecho preexistente al caso,
ya sea por medio de una de sus normas o de uno de sus principios, provee
siempre una única solución correcta para el caso que el juez debe resolver, y
el cometido de éste tiene que consistir en ponerse en marcha para encontrar
esa solución y aplicarla luego a la situación de que se trate.
por el derecho preexistente y que lo único que hay que hacer es descubrirla. El
juez no debe suponer -al revés de lo que cree Hart- que el derecho es incom-
pleto, impreciso ni incoherente. El juez tiene que comportarse como si fuera
omnisciente -y por eso es que llama Hércules a su juez imaginario-, porque
siempre es capaz de solucionar casos difíciles, mantenerse dentro del derecho
previo a los casos de los cuales conoce, y encontrar en ese derecho respuestas
correctas para todos los problemas que se le presenten.
Lo que Hart diría al respecto es que un juez sensato debería evitar tanto el
suefio de Dworkin (todo se encuentra resuelto por el derecho previo al caso)
como la pesadilla del realismo (nada está resuelto antes de que el juez haga
su trabajo). Un juez sensato adoptará una posición intermedia y considerará
que el derecho contiene muchísimas normas incorporadas de preferencia por
el órgano legislativo, como también principios, costumbres jurídicas y des-
de luego precedentes judiciales -sean estos últimos propios o de algún otro
tribunal-, aunque nada de eso es suficiente como para entender que todos
los casos jurídicamente relevantes que puedan plantearse en la realidad social
y ser llevados a sede judicial en busca de una decisión tengan una solución
preestablecida.
discreción si la decisión que está llamado a adoptar es definitiva, esto es, que
no puede ser revisada ni anulada por ninguna autoridad superior. Tal es el
caso del árbitro de fútbol que valida un gol en un partido. En tercer térmi-
no, se dice también que una persona tiene discreción cuando un conjunto
de estándares que le imponen ciertos deberes, no le imponen, sin embargo,
obligación alguna respecto de una decisión determinada. Tal es el caso, en
un contrato de arrendamiento, de la cláusula que permite al arrendatario la
renovación discrecional del contrato.
A la crítica precedente, Hart responde diciendo que el que a los jueces les
sean confiadas facultades decisorias para solucionar conflictos cuya regulación
no está prevista por el derecho, o lo está de una manera indeterminada, puede
ser considerado como un precio que hay que pagar para evitar la inconveniencia
de otras soluciones -por ejemplo, reenviar el problema al órgano legislativo-,
máxime si tales facultades decisorias de los jueces son apenas "intersticialel',
expresión esta última con la que el jurista de Oxford quiere decir que se trata
de facultades sujetas a muchas limitaciones y que no pueden ser utilizadas
por los jueces para imponer reformas o cambios a gran escala en el derecho
vigente.
Por último, la tesis de Dworkin acerca de que los jueces razonan sólo en
contextos de reglas y de principios propiamente tales, mas no de políticas, re-
sulta descriptivamente inadecuada, porque -sostiene Hart- "es contraria a las
convicciones de muchos juristas de que es perfectamente adecuado e incluso
a veces necesario que los jueces tomen en cuenta el impacto de sus decisiones
sobre el bienestar general de la comunidad".
las que determinan cómo deben ser utilizadas las directivas de primer nivel y
que, además, resuelven la cuestión de cómo elegir entre los diferentes resulta-
dos a que puede conducir la aplicación de las directivas de primer nivel. Por
lo mismo, las directivas de segundo nivel son tanto de procedimiento como
de preferencia. Las de procedimiento determinan cómo deben utilizarse las
directivas de primer nivel -por ejemplo, los arts. 20 y 21 de nuestro Código
Civil, que establecen, en relación con el art. 19, cómo deben ser entendidas
las palabras de la ley-, mientras que las de preferencia determinan la manera
de escoger entre diferentes resultados que se puedan seguir de la aplicación de
las directivas de primer nivel, por ejemplo, la directiva del art. 23 del Código
Civil.
cambian según sea la cultura jurídica que prevalece en cada país, aunque lo
relevante es que la decisión "debe exponerse no como un acto arbitrario, sino
como el resultado de un razonamiento que puede ser racionalmente presentado
y, también, racionalmente controlado".
Este último punto es desarrollado por el siguiente autor que vamos a con-
siderar a propósito de la materias que nos encontramos desarrollando.
Pero como la vida social no puede caer en el caos, es preciso disipar esa
incertidumbre y establecer cuál es el contenido de las normas jurídicas, lo cual
sólo puede ser conseguido por medio de la interpretación, aunque cuidando
siempre que ésta sirva tanto al objetivo de estabilidad del ordenamiento jurídico
como al de flexibilidad de éste según las circunstancias.
El autor considera que un modelo como ese es erróneo por lo menos en dos
sentidos. Primero, porque la toma de decisión de un juez, como procedimiento
justificatorio que es, no puede ser considerada como un simple fenómeno de
pasos sucesivos, sino como una secuencia de distintas operaciones claramente
interconectadas entre sí. Así, el modelo de la subsunción "puede describir sólo
el estadio final, la llamada racionalización ex post de la decisión", aunque "la
parte más problemática de la justificación, es decir, la justificación externa,
no puede ser dilucidada con este modelo elemental". Y segundo, porque el
núcleo de la decisión judicial no es la distinción, sino la interconexión entre
las cuestiones de hecho y las cuestiones normativas, puesto que "es imposible
establecer los hechos del caso sin tomar en cuenta la información de la norma''
desde el momento que dicha información fija el marco de aquello que se con-
sidera por el juez como el hecho jurídico del caso. "La información normativa
-dice el autor-, en tanto 'preconocimiento' del juez, es como un lente a través
del cual quien toma la decisión tiene necesariamente que deliberar acerca de
la prueba de la evidencia''.
578 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Por su parte, es evidente que los juristas, en tanto científicos del derecho,.
no trabajan con casos concretos, sino con casos típicos. Sin embargo, "la dog-
mática jurídica y la aplicación del derecho se encuentran, en cierto sentido,
del mismo lado del cerco", puesto que juristas y jueces tienen un punto de
vista epistemológico interno similar: ambos aceptan las normas del derecho
preexistente al caso concreto o a los casos típicos y ambos se sienten vinculados
por tales normas.
Con todo, todas aquellas discusiones tienen carácter jurídico, lo cual quiere
decir que se llevan a cabo en el contexto de un derecho válido cualquiera al
que los distintos agentes u operadores jurídicos que las realizan se sienten y
están vinculados.
Esto último es lo que ocurriría con esta sentencia, imaginada por el pro-
pio Alexy, que sería no sólo defectuosa, sino, mucho más que eso, absurda:
"Se sentencia al acusado a la pena de prisión perpetua, a pesar de que esto
es incorrecto, porque el derecho válido se interpretó de forma incorrecta".
El absurdo en este caso proviene de una contradicción, puesto que -escribe
Alexy- "una contradicción semejante surge porque toda decisión judicial eleva
siempre una pretensión de correcta aplicación del derecho, sin importar lo
malo que pueda llegar a ser el resultado de la decisión judicial ni cuáles pue-
dan ser los pensamientos y los deseos del actor". Y concluye de la siguiente
manera: "Las pretensiones comprenden las aserciones. En el caso de nuestra
sentencia se trata de la aserción de que la sentencia es correcta. Esta aserción,
que está implícita en el acto de dictar una sentencia, contradice la aserción
explícita, ligada con la sentencia, de que ésta es incorrecta. La contradicción
entre lo implícito y lo explícito es lo que explica el absurdo". En el fondo, en
el ejemplo de la sentencia antes señalada habría una declarada renuncia a la
pretensión de corrección -y no sólo una falta de ésta-, la cual, por lo mismo,
impediría ver en ella derecho válido.
La regla general es que los tratados deben interpretarse de buena fe, conforme
al sentido corriente que haya de atribuirse a sus términos en el contexto de
éstos, y teniendo en cuenta el objeto y fin del tratado.
El primero de tales principios alude a la actitud que debe adoptarse con ocasión
de llevar a cabo la interpretación de un tratado. El segundo remite al intérprete
del texto del tratado y establece que los términos de éste deben ser entendidos
CAPfTULO VI. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 583
según el uso corriente de los mismos. Con todo, se dará a un término del tratado
un sentido especial si consta que tal fue la intención de las partes. Por su parte,
el tercer principio exige que la comprensión de los términos de un tratado se
efectúe teniendo en cuenta el contexto en que se encuentran. Por último, el
cuarto principio exige que la comprensión contextualizada de los términos del
tratado se lleve a cabo teniendo en cuenta el objeto y fin de éste.
Sin embargo, tal como advierte Kelsen sobre el particular, la relación del
juez con las normas del derecho consuetudinario no es distinta a la que tiene
con las del derecho legislado, puesto que así como el juez que tiene que aplicar
una norma consuetudinaria debe establecer el hecho de la costumbre, el juez
que tiene que aplicar una norma legislada tiene que establecer el hecho de su
aprobación legislativa; o sea, en un caso el juez debe resolver el interrogante
de si efectivamente por costumbre se produjo la norma que tiene que aplicar,
mientras que en el otro debe resolver el interrogante de si por vía legislativa
se produjo la norma que le corresponde aplicar.
éste un trabajo mucho más minucioso a fin de dar por establecido el hecho
de la costumbre.
Jorge López Santa María, en su libro Los contratos, distingue dos sistemas
de interpretación, el sistema subjetivo y el sistema objetivo. El primero, que es
el vigente en Chile, se caracteriza por entender que lo que busca establecer el
intérprete de un contrato es la voluntad psicológica de las partes. En cambio,
el segundo pone de lado la intención que tuvieron o habrían tenido las partes
al momento de contratar, y para fijar los efectos del contrato se pregunta acerca
de qué es lo socialmente más útil o qué es lo que la justicia indica como lo
más adecuado.
Además, según Jorge López, el citado art. 1560 es algo más que una regla
de interpretación de los contratos. Se trataría más bien del principio rector al
que se subordinan las reglas de interpretación que consagran los siguientes
artículos del Título XIII del Libro IV de nuestro Código Civil.
b) regla del sentido natural, establecida en el inciso 1 del art. 1563: "En
aquellos casos en que no apareciere voluntad contraria, deberá estarse a la
interpretación que mejor cuadre con la naturaleza del contrato";
CAPfTULO VJ. INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DEL DERECHO 587
d) regla de la natural extensión de la declaración, del art. 1565, que dice que
"Cuando en un contrato se ha expresado un caso para explicar la obligación,
no se entenderá por solo eso haberse querido restringir la convención a ese
caso, excluyendo los otros a que naturalmente se extienda;
e) regla de los otros contratos de las partes sobre la misma materia, configurada
en los arts. 1564, incisos segundo y tercero, y 1566, inciso segundo, y según
la cual "podrán también interpretarse (las cláusulas de un contrato) por las de
otro contrato entre las mismas partes y sobre la misma materia'';
Cuando un juez tiene que resolver un caso y basar su decisión en las normas
que antes de él han establecido otros jueces, que es lo que acontece en los
sistemas del common law, el juez está obligado a determinar cuáles son esas
normas y acordarles sentido y alcance.
Un fallo judicial es también un texto escrito que, como tal, puede adolecer
de vaguedad, ambigüedad, oscuridad o contradicción.
Esa disposición establece que notificada una sentencia a alguna de las partes,
no podrá el tribunal que la dictó alterarla o modificarla en manera alguna. Sin
embargo, podrá el tribunal, a solicitud de parte, aclarar los puntos oscuros o
--------------------~- -
Pues bien, en la parte en que este recurso está destinado a "aclarar puntos
oscuros o dudosos" del fallo, constituye un medio del que disponen las partes
para provocar la interpretaci6n del fallo por parte del propio tribunal que lo
hubiere dictado, o sea, se trata de una iniciativa que pueden tomar las partes
para provocar una suerte de autointerpretaci6n de la sentencia de que se trate,
puesto que la aclaraci6n de los puntos oscuros o dudosos se pide al mismo
tribunal que dict6 el fallo en cuesti6n.
SEGUNDA p ARTE
INTEGRACIÓN DEL DERECHO
1. GENERALIDADES
Por otra parte, y a diferencia ahora del jurista, el juez no está llamado a
detectar lagunas y a hacer proposiciones acerca de cómo llenarlas, sino a resolver
el caso no regulado de una manera vinculante para las partes que intervienen
en el respectivo asunto, lo cual pasa, naturalmente, por llenar de algún modo
la laguna que se ha detectado.
Pero es evidente que hoy nadie pone en duda la afirmación acerca de que
la palabra "derecho" cubre todas las fuentes formales que conocemos y no
únicamente a la ley. El legislador sabe también esto y cuenta, asimismo, con
la posibilidad de dejar lagunas en el derecho que le corresponde establecer,
motivo por el cual en todo ordenamiento jurídico moderno es el propio
legislador el que, sin perjuicio de abrir campo a la costumbre jurídica para
suplir en determinados casos la falta de ley, autoriza a los jueces para llenar
las lagunas legales y establece incluso el deber de éstos en orden a conocer y
fallar los asuntos que se les someten aun a falta de ley que los regule. A esto
se llama principio de inexcusabilidad, un principio, como sabemos, que tiene
entre nosotros una consagración a nivel constitucional._
Por tanto, una laguna de la ley podrá ser corregida por la costumbre jurídica,
aunque bajo dos condiciones: que el ordenamiento jurídico, o la determina-
da rama de éste en que se hubiere producido la laguna, autorice de manera
expresa a la costumbre jurídica para suplir los vacíos de la ley; y que, hecho
lo anterior, el derecho consuetudinario no adolezca del mismo vacío que el
derecho legislado, esto es, que provea en forma efectiva la solución que este
último no previó. Cuando la costumbre jurídica no pueda operar exitosamente
por falta de alguna de esas dos condiciones, siempre estará el juez llamado a
resolver el caso, quien llenará la laguna de que se trate valiéndose de cualquiera
de los métodos o elementos de integración de la ley que presentaremos más
adelante.
594 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
A todo lo anterior es preciso agregar que si hay una laguna en las normas
jurídicas preexistentes al caso de que se trate, ésta bien podría ser resuelta
aplicando un principio del ordenamiento jurídico, ya sea explícito o implí-
cito, evento en el cual no podría afirmarse, en rigor, que lo que existe es una
laguna en el derecho, puesto que los principios forman también parte de éste.
Lo que ocurre es que los principios, antes piezas que fuentes del derecho -lo
mismo que las normas- no suelen resolver directa e inequívocamente casos
o situaciones -a diferencia ahora de las normas-, y es el juez de tales casos y
situaciones el llamado a determinar su aplicación y a justificar debidamente
ésta. Por lo mismo, resolver un caso sobre la base de un principio jurídico es
resolverlo conforme al derecho previo al caso tanto como cuando se lo resuelve
sobre la base de una norma que forma parte de ese mismo derecho. En otras
palabras, en la medida que otros estándares distintos de las normas forman
parte del derecho, del ordenamiento jurídico vigente en un lugar y tiempo
dados, menores son las posibilidades de que se produzcan lagunas o vacíos de
regulación en ese ordenamiento.
1 Kelsen distingue entre lagunas auténticas, que son las que el autor define
del modo arriba indicado, lagunas técnicas, y lagunas axiológicas.
Los ordenamientos jurídicos, así se los mire sólo en las normas que los
componen o en la suma de éstas y demás estándares que forman parte de
ellos, no son nunca necesariamente completos. Tampoco es que sean nece-
sariamente incompletos. Lo que ocurre es que son contingentemente incom-
pletos. Todo lo cual quiere decir que ni carecen siempre de lagunas ni que
siempre las tienen, sino que pueden tenerlas. Por lo mismo, el problema se
produce cuando efectivamente hay una laguna y el juez del caso no regulado
tiene que administrar una solución que el derecho preexistente al caso no
le provee. Y lo que el juez deba hacer en tales casos no depende sólo de lo
que los teóricos del derecho recomienden sobre el particular, sino de lo que
sobre la función jurisdiccional y la actividad judicial hubiere dispuesto el
mismo ordenamiento jurídico en el que ha sido advertida la presencia de
una laguna. Así, por ejemplo, el Código de Procedimiento Civil chileno,
en su art. 170 N° 5, dispone que el juez debe enunciar en su fallo las leyes
en que se funda éste y, en su defecto, o sea, a falta de ley, los principios de
equidad que le sirvan de fundamento. Por tanto, una disposición como esa,
si bien confundiendo en una misma expresión -"principios de equidad"- lo
que en rigor son cosas distintas -principios jurídicos y equidad- remite al
juez a aquellos y a ésta en caso de no contar con norma que preestablezca
una solución para el caso del cual conozca.
Por su parte, una laguna es una insuficiencia del derecho que se percibe
como ausencia de regulación jurídica para un caso en el que cabía razonable-
mente esperarla y cuya eliminación exige y permite una decisión judicial que
complemente el derecho, para lo cual el juez correspondiente puede valerse
de los llamados procedimientos de integración de la ley, a saber, la analogía
jurídica, los principios generales del derecho y la equidad.
Siguiendo en esto a Bobbio, podemos decir que hay lagunas legales subjetivas
y lagunas legales objetivas. Son subjetivas las que dependen de cualquier motivo
imputable al legislador, y son objetivas las que dependen del desarrollo de las
relaciones sociales, de nuevas invenciones, de cualquier causa que provoque la
obsolescencia de los textos legales, y que, por lo mismo, son independientes
de la voluntad del legislador.
Siguiendo en esto a Bobbio, así como los comentarios que sobre el pensa-
miento de Bobbio debemos a Manuel Atienza, puede decirse que el razonamien-
to por analogía es aquel que va de lo particular a lo particular, a diferencia del
razonamiento inductivo, que va de lo particular a lo general, y del razonamiento
deductivo, que es aquél que va de lo general a lo particular. Complementando
esa idea, podemos decir que razonamiento por analogía es aquel que va de lo
particular a lo particular, de modo que, puestos dos términos en relación de
semejanza entre sí, se extiende al uno el predicado del otro.
que consiste en extender la solución dada por la ley a un caso a otro caso
no previsto por la ley, pero que es parecido o similar al que sí se encuentra
previsto. Por su parte, la analogía iuris es también un procedimiento para
llenar lagunas, aunque no a partir de una ley, esto es, no valiéndose de una
determinada norma legal que contemple y resuelve un caso parecido a aquel
que no se encuentra regulado por ley alguna, sino recurriendo a los principios
generales del derecho.
Por tanto, puede decirse que la analogía jurídica propiamente tal -vista
como un método o procedimiento de integración de la ley- es la analogía
legis, puesto que la analogía iuris remite a un método o procedimiento de
integración de la ley distinto de la analogía, a saber, los principios generales
del derecho.
Por su parte, Luis Diez Picazo razona de la siguiente manera para justificar
la diferencia entre analogía jurídica e interpretación extensiva.
Dice el autor que el ámbito de aplicación de una norma comporta una doble
limitación: unagenérica, que se produce a través del marco institucional dentro
del cual la norma actúa; y una específica, que resulta de la configuración del
propio supuesto de hecho de la norma. Así las cosas, se actúa por vía analógica
cuando se traslada la norma de un marco institucional a otro, y se opera por
vía de interpretación extensiva cuando se mantiene la norma dentro de su
marco institucional, aunque entendiendo incluido en su supuesto de hecho
más casos que aquellos que encierra la simple literalidad de la norma.
Con todo, cabe reiterar lo expresado antes acerca de los principios jurídicos,
los cuales, al formar parte del derecho, como piezas de éste, no constituirían,
propiamente hablando, ni fuentes del derecho ni tampoco métodos para su
integración, sino componentes del derecho que, junto con colaborar a colmar
lagunas en las normas y en particular en el derecho legislado, permitirían evitar
que estas se produjeran.
por la tarde ella quiere ir al cine y él al estadio. Por tanto, no toda situación
o conducta no regulada por el derecho, como tampoco no todo conflicto ni
todo conflicto de intereses entre sujetos, constituye una laguna jurídica. Para
que la constituya tiene que tratarse de un asunto jurídicamente relevante, lo
cual introduce esa dimensión o factor evaluativo que tienen las lagunas y al
que aludimos poco antes.
1. INTRODUCCIÓN
Pues bien, la concepción del derecho que fue manejada en los capítulos
previos de esta obra es la que será revisada en el capítulo final del libro, aunque
no para abandonarla y sustituirla por otra, sino para precisar algunos alcances,
como también ciertas matizacione.s, que nos conducirán a una idea del derecho
más elaborada y completa que la que hemos utilizado hasta el momento.
Cosas distintas son también las funciones y los fines del derecho, de manera
que cuando hablamos de funciones del derecho hablamos de algo distinto de
cuando lo hacemos acerca de sus fines. Por otra parte, una debida compren-
sión acerca de qué se entiende por funciones y qué por fines del derecho, y
una adecuada identificación de cuáles son tales funciones y fines, colabora de
manera importante a un mejor entendimiento del derecho en ese sentido ob-
jetivo del término que hemos utilizado preferentemente en este libro. Cuando
se afirma que el derecho es un orden normativo y a esa constatación se agrega
todo lo que en los capítulos precedentes de esta obra ha sido explicado acerca
de las fuentes del derecho, del ordenamiento jurídico, de la interpretación e
integración del derecho, y del razonamiento jurídico, es bastante lo que del
CAPfTULO VII. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 613
derecho puede llegar a conocerse. Pero ese conocimiento quedaría trunco sin
una mención a las funciones que el derecho cumple en la sociedad y a los
fines que aspira realizar en ésta. Unas funciones que suelen ser estudiadas en
profundidad por la Sociología Jurídica, y unos fines que acostumbran serlo
por la Filosofía del Derecho, pero que, por lo dicho previamente aquí, es del
caso presentar y analizar, aunque sea en forma breve, en todo curso de Intro-
ducción al Derecho.
En ambos casos se trata de palabras que no son unívocas, esto es, que no
son empleadas siempre en un mismo sentido. Esto acontece habitualmente con
la mayoría de las palabras -que no se las utilice siempre en un mismo senti-
do-, aunque esta característica de las palabras se agudiza en el caso de ciertos
términos que, como los dos que ahora nos ocupan, tienen posiblemente una
mayor vaguedad e indeterminación que otros. Además, se trata de palabras
que no sólo se emplean en diferentes sentidos, sino que el significado que se
les atribuye depende muchas veces de las teorías o puntos de vista que puedan
sostenerse acerca de las funciones y de los fines. Para mayor complicación aún,
se trata de dos palabras cuyos significados a veces se confunden, que es lo que
acontece, por ejemplo, cuando se identifican como las funciones de algo lo
que en verdad constituyen sus fines, o, al revés, se señalan como los fines de
algo aquellas que son sus funciones.
De alguna manera, por lo mismo, las funciones están en las cosas mismas,
mientras que los fines estarían fuera de ellas. Las funciones de algo serían inhe-
rentes a la cosa que las tiene, mientras que los fines constituirían los propósitos
o expectativas que algo procura satisfacer en último término.
Sin embargo, tanto las funciones como los fines comparten la característica
de lagradualidad, en el sentido de que de unas y de otros puede darse un juicio
acerca de la medida en que son ejecutadas y cumplidos. Así, de algo puede
decirse que cumple mejor o peor sus funciones, y, asimismo, que realiza mejor
o peor sus fines. En todo caso, pareciera que lo menos que puede esperarse
de algo es que cumpla las funciones que le son propias, aunque no consiga
realizar plenamente sus fines. Con esto último queremos decir que si bien los
fines son más importantes que las funciones, puesto que éstas son de algún
modo instrumentales respecto de aquellos, se es más condescendiente para
juzgar una incompleta realización de los fines que una inadecuada ejecución
de las funciones. De este modo, que una de nuestras manos no consiga asir
las cosas nos preocupa más que constatar que cuando ella logra asir las cosas
colabora sólo en forma parcial al fin de tener una buena existencia.
Así las cosas, preguntarse por las funciones del derecho equivale a pre-
guntarse por las tareas que el derecho cumple, o sea, por todo aquello que el
derecho realiza o ejecuta de acuerdo con su condición de orden normativo
en el contexto más amplio de los diversos órdenes normativos que existen en
toda sociedad. Por lo mismo, cuando se inquiere por las funciones del dere-
cho, lo que se trata de averiguar son las que éste tiene universalmente y no las
que puedan ser expresión de una determinada dirección ideológica, sea ésta
conservadora o reformista.
Por otra parte y tal como fue señalado antes, es preciso no confundir las
funciones de las normas jurídicas con las funciones del derecho. Según los
distintos tipos de normas que pueden ser identificadas en cualquier ordena-
miento jurídico evolucionado, hay normas que mandan, normas que prohí-
ben, normas que permiten, normas que otorgan competencia para producir
otras normas, normas que definen conceptos, normas que interpretan otras
normas, y normas que derogan normas. En consecuencia, mandar, prohibir,
permitir, otorgar competencias, definir, interpretar, derogar, pueden ser vistas
como funciones que cumplen las normas, aunque no se trata de las funciones
que el derecho cumple como orden normativo dentro de la sociedad, según
. .,
veremos a cont1nuac1on.
En cuanto a los fines del derecho, se trata del objetivo, o de los objetivos, a
cuya consecución el derecho se dirige u orienta, esto es, aquello para lo cual el
derecho está en definitiva constituido. Son, como dice Ferrari, "objetivos que
una sociedad trata de desarrollar a través de las instituciones jurídicas".
Por tanto, preguntarse por las funciones del derecho es preguntarse por las
tareas de éste; en cambio, preguntarse por los fines es inquirir acerca de las
aportaciones, acerca de los servicios que el derecho aspira a prestar en relación
con la vida del hombre en sociedad. Preguntarse por las funciones del derecho
es preguntar qué hace el derecho y cómo lo hace, en tanto que preguntarse
por los fines del derecho es inquirir acerca de para qué hace el derecho lo que
hace. Las funciones, en cuanto tareas, se demandan de todo derecho; en cam-
616 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Con todo, no debe perderse de vista que existe una evidente relación entre
las funciones y los fines del derecho, puesto que determinadas funciones del
derecho se vinculan estrechamente con determinados fines de éste, en el sentido
que la más plena realización de esos fines depende de una más eficaz ejecución
de las correspondientes funciones. Así, por ejemplo, si una de las funciones
del derecho es orientar comportamientos de la manera más precisa posible y
establecer instancias públicas e imparciales que puedan declarar cuándo esos
comportamientos se ajustan a lo previsto, un eficaz cumplimiento de esa fun-
ción por parte de un ordenamiento jurídico dado favorece la mejor realización
del fin de seguridad jurídica que se atribuye al derecho.
Los fines del derecho suelen ser también presentados como los valores del
derecho, y entre quienes cultivan la filosofía jurídica existe una cierta coinci-
dencia en que el tema de los valores es uno de aquellos en los que esta última
disciplina concentra sus esfuerzos cognoscitivos. Todavía más, hay autores
CAf>fTULO VII. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 617
como Gustav Radbruch y Hans Kelsen que consideran que el tema de los
valores jurídicos es el único del que debe ocuparse la filosofía del derecho. Para
el primero de esos autores, la filosofía jurídica debe constituirse como teoría
del derecho justo, lo cual quiere decir que su cometido tiene que ver con el
derecho ideal, con el derecho que debería ser establecido de acuerdo a una
determinada perspectiva de los valores. Para Kelsen, el objeto de la filosofía
jurídica no es el derecho positivo, el derecho puesto, el derecho que es, sino el
derecho que debe ser, el derecho que debe ser puesto o establecido, de donde
se sigue que para este autor la Filosofía del Derecho constituya una rama de
la filosofía moral.
Del modo antes señalado, un análisis estructural del derecho, como el que
Kelsen lleva a cabo en su teoría del ordenamiento jurídico, pone su atención
en la norma jurídica, en las relaciones entre las distintas normas jurídicas, y en
620 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Sin embargo, tiene razón Bobbio cuando afirma que el problema de las
funciones del derecho, tal y como se han ido desarrollando en los últimos años,
no debe cerrarnos los ojos frente al hecho de que los resultados hasta ahora
alcanzados por este tipo de análisis están bien lejos de ser satisfactorios.
Los distintos autores que se han ocupado de las funciones del derecho
expresan bajo esta denominación cosas bien diversas, a veces incluso obvias,
que añaden poco o nada al conocimiento que tenemos del fenómeno jurídico,
percibiéndose, además, que no todos parecen compartir un mismo signifi-
cado de la palabra "función" y, ni siquiera, de la propia palabra "derecho".
Por otra parte, es frecuente que tales autores no distingan entre fanciones y
fines del derecho, y que, a la hora de identificar las primeras, presenten un
conjunto de aseveraciones en las que funciones y fines del derecho aparecen
confundidos.
Si se atiende a esta primera función del derecho, éste se nos presenta como
un medio de control social.
Como sabemos, la vida del hombre en sociedad está regulada por distin-
tos tipos de normas, no sólo por normas jurídicas, y el papel de las distintas
normas es ejercer algún control sobre las conductas. Pues bien, si hay diversos
factores de control social, el derecho es uno de ellos.
Por lo mismo, esta primera función del derecho está en directa relación
con el fin de la seguridad jurídica.
Lo anterior quiere decir que "en la sociedad puede haber determinados gra-
dos de consenso respecto a unos valores, concepciones del mundo o patrones
culturales que son más o menos comunes, pero que también está permeada
de conflictos de intereses". El conflicto -como dice Ferrari- "es la interacción
en que dos o más partes, obstaculizándose mutuamente, tratan de ampliar
-unas en detrimento de otras- la propia capacidad de decisión, y se produce
porque lo común es que cada individuo o grupo desee proteger sus propios
intereses y su propia concepción del bien. Por lo demás, si cada sector social
tiende a hacer valer sus intereses en la medida de su propia fuerza, también es
efectivo que en el momento en que un grupo alcanza determinada posición
como resultado de sus confrontaciones con otros grupos, trata de reconstruir
la posición alcanzada bajo la forma del derecho".
Así las cosas, la función promociona! que cumple también el derecho tiene
efectos en la noción de sanción, puesto que ésta no es ya sólo la consecuen-
cia negativa de una conducta ilícita, sino la consecuencia de una acción, sea
lícita o ilícita, que tanto puede ser negativa como positiva, esto es, que tanto
puede constituir un perjuicio como un beneficio para quien ejecutó la acción
de que se trate.
El paso del Estado liberal de derecho al Estado social de derecho, que puede
ser visto como el paso de los derechos humanos de las dos primeras generacio-
nes a los derechos económicos, sociales y culturales de la tercera generación,
ha acentuado la importancia de la función distributiva del derecho, que tiene
por propósito asignar recursos a los sectores sociales más débiles y mejorar
las condiciones materiales de vida de éstos. Recíprocamente, en momentos
de revisión o de contracción del Estado social de derecho, en los cuales es el
mercado el que prevalece sobre el Estado como asignador de recursos, provo-
cando un debilitamiento de la injerencia estatal en las relaciones económicas,
la importancia de la función distributiva del derecho decae sensiblemente,
aunque no puede decirse que ella desaparezca del todo.
tendrán que sujetarse cada vez que adopten decisiones en el ámbito de sus
respectivas competencias.
Sin embargo, el derecho no sólo organiza y legitima el poder, sino que tam-
bién lo limita. Es más, puede decirse que distribuirlo es un modo de limitarlo
y que al limitarlo favorece su legitimidad. De este modo, el reconocimiento
de derechos a todas las personas constituye una limitación al poder, y, a la vez,
importa la "apertura de una fuente de poder para los menos poderosos desde
el punto de vista económico y social", como apunta nuevamente Rehbinder.
Una visión distinta de las relaciones entre derecho y poder es la que pro-
mueven ciertas doctrinas, en particular el marxismo, que atribuyen al derecho
una función ideológica de dominación. Para una visión como esa, el Estado y
el derecho no son más que instrumentos de que se vale una clase dominante
para mantener sojuzgada a la clase dominada, de manera que si el derecho
cumple las funciones que estamos ahora revisando no es de manera neutral,
sino de un modo que asegura y prolonga esa dominación. De este modo, si
el derecho orienta comportamientos, resuelve conflictos y organiza, legitima
y limita el poder -por mencionar sólo algunas de sus funciones-, lo hace de
una manera interesada, es decir, a favor de la clase dominante, aunque también
encubierta, solapada, ocultando sus verdaderos propósitos e invocando sólo de
manera retórica palabras tales como "libertad" e "igualdad". Por lo demás, esta
percepción negativa que el marxismo tiene tanto del derecho como del Estado
conduce a sus partidarios al postulado de la desaparición del derecho y del
Estado, los cuales, producido el advenimiento de la sociedad comunista, irían
a formar parte del museo de antigüedades de la historia, como ya lo hicieron
la rueca y el hacha de bronce, según la expresiva imagen de Engels.
El cuidado del derecho. Con esta denominación suele tratarse de una nueva y
última función del derecho, que concierne a los que suelen llamarse los opera-
dores jurídicos, o el staff jurídico, compuesto por todos quienes se relacionan
con el derecho de una manera regular y estable por razón de su actividad
habitual -vale decir, legisladores, jueces, mediadores, abogados, notarios,
profesores del derecho, funcionarios de la administración-, de quienes se es-
pera una práctica de sus respectivas profesiones, así como una interacción con
los sujetos normativos miembros del grupo, que permitan una más eficiente
realización por parte del derecho de todas las demás funciones que hemos
señalado precedentemente.
CAPfTULO Vil. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 631
Por lo mismo, en nombre del cuidado del derecho, lo que se es.pera de las
distintas ramas del staff jurídico no es únicamente un buen desempeño técnico
en sus respectivas áreas o campos de trabajo, sino que procuren poner a tono
el derecho con los requerimientos sociales que se le dirigen y se le renuevan
constantemente, ya sea por medio de nuevas leyes o del desenvolvimiento del
derecho ya existente. Tal como dice Rehbinder, "si el staffjurídico no tiene
éxito en la adaptación de la materia jurídica a las necesidades sociales -sea
por medio de leyes reformistas, sea a través del desenvolvimiento del dere-
cho ya creado-, crece entonces muy pronto una peligrosa competencia para
el derecho", a través, por ejemplo, de "la jurisdicción arbitral, la huelga, las
manifestaciones de protesta próximas al disturbio y otras formas de conducta,
incluyendo las revoluciones".
Por todo lo anterior, para conocer bien el derecho, así como para adoptar
medidas conducentes a una mejor realización de sus diversas funciones, es
preciso estudiar las técnicas, los artificios, las tradiciones, los modelos, los
hábitos profesionales, las organizaciones, las maneras de pensar y de sentir,
los reclutamientos, en fin, el ethos -o el sello, como dice Rehbinder-, de
que entre los miembros del staff jurídico existen ciertas prácticas que son la
expresión de determinados modelos de comportamiento. "Estas prácticas, o
sea, el comportamiento fáctico del staff jurídico, tienen que ser investigadas
con el fin de conocer su importancia en el proceso de integración dentro de
la sociedad".
Derecho y cambio social. Todos los desarrollos acerca de las funciones del
derecho suelen concluir con algunas reflexiones acerca de las relaciones entre
derecho y sociedad, o, más particularizadamente, entre derecho y cambio
social.
Novoa va todavía más lejos y advierte que "la brecha entre derecho y
realidad social se ha ido ensanchando aceleradamente debido a la rigidez de
aquél opuesta a la movilidad de ésta'' y que los distintos operadores jurídicos
permanecen impermeables ante ese fenómeno, todo lo cual trae consigo que
"los juristas, por sus trasnochadas teorías, conceptos y formulaciones, sean
mirados por la generalidad de los demás seres humanos como especímenes
de una fauna en vías de extinción y, en todo caso, cada día menos decisiva en
el curso de la vida social".
Algo similar -según Elías Díaz- podría decirse de los símbolos, formas,
rituales y procedimientos del derecho: "superación de lenguajes arcaicos,
incomprensibles, casi ridículos y grotescos para el común de los ciudadanos,
modificación a fondo de modos de proceder laberínticos, distanciadores y
CAPfTULO VII. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 633
individuos que estén a cargo de esos poderes normativos. Así, por ejemplo,
según si el régimen político sea presidencial o parlamentario, el Presidente o
el Parlamento estarán en una mejor posición relativa para hacer del derecho
un instrumento de cambio o uno de conservación. Por otra parte, las convic-
ciones y el temperamento de quienes ocupan posiciones públicas de poder
no son siempre las mismas ni son tampoco uniformes entre todos los que
desde la administración, la legislatura o la judicatura están autorizados para
producir normas jurídicas y conseguir por medio de éstas una aceleración o
un retardo en determinados cambios sociales; y f) el derecho juega siempre
tanto un papel expresivo como instrumental respecto de las realidades sociales
llamado a normar. Esto quiere deéir que ningún ordenamiento jurídico es
perfectamente expresivo o plenamente instrumental respecto de la realidad
social. Además, existen ramas del derecho que por la índole de las materias
que regulan son más expresivas que instrumentales, como acontece, por
ejemplo, con el derecho de familia, mientras que otras son más instrumen-
tales que expresivas, como es el caso del derecho tributario.
Por otra parte, no hay que perder tampoco de vista que "el derecho -como
dice Arnold- es básicamente un gran depósito de símbolos sociales emotiva'-
mente importantes y que todos los operadores jurídicos hacen un gasto verbal
enorme para mantener el prestigio del derecho".
Como continúa diciendo Arnold, "el jurista está obligado a demostrar que
en un mundo esencialmente irracional se acerca constantemente a la raciona-
lidad; que en un mundo cruel se acerca cada vez más a la humanidad; y que
en un mundo permanentemente en cambio, nos encontramos en un mundo
estable y duradero".
Sin embargo, existe a lo menos una tendencia común a todos los ordenamien-
tos jurídicos, desde los primitivos comienzos del derecho hasta el derecho de los
Estados modernos, que consiste: a) en la prohibición del uso de la fuerza física
entre los individuos y grupos que forman la sociedad, y, b) en la circunstancia
adicional de que se haga de un uso semejante de la fuerza el antecedente de la
aplicación de un acto coactivo por parte del derecho. De este modo, el derecho
convierte al recurso a la fuerza en la condición de una sanción que es posible
imponer en uso de la fuerza organizada por el propio derecho, de donde se sigue
que es preciso distinguir entre una fuerza prohibida (la que un sujeto ejerce in-
debidamente sobre otro) y una fuerza permitida (la que aplica el derecho, entre
otros, al sujeto que ejerce la fuerza sobre otro). En consecuencia, la prohibición
de emplear la fuerza tiene sólo un carácter relativo, puesto que el propio derecho
se vale del recurso a la fuerza para imponer sus sanciones.
En otras palabras, hay una fuerza prohibida y una fuerza permitida o autori-
zada, o bien, actos de fuerza prohibidos y actos de fuerza autorizados. La fuerza
está autorizada o, lo que es lo mismo, estamos en presencia de acto de fuerza
autorizado, cuando este acto se impone como reacción del órgano coactivo or-
ganizado ante una determinada conducta o hecho que el ordenamiento jurídico
ha descrito previamente como condición o antecedente de esta consecuencia.
como reacción del órgano coactivo organizado ante una determinada conducta
o hecho que el ordenamiento jurídico describa como condición del acto co-
activo que, impuesto a través del órgano coactivo organizado, es el resultado
o consecuencia de aquel acto.
Ahora bien, desde que todos los ordenamientos jurídicos han progresado en
el sentido descrito, esto es, prohibiendo todo empleo de la fuerza que no sea
precisamente la ejecución de los actos coactivos que el mismo derecho establece
como consecuencia de determinadas conductas o hechos, cada ordenamiento
procede también a fijar con toda precisión las condiciones en que deba tener
lugar un determinado acto coactivo, o sea, el tipo de conductas precisas a las
cuales se apareja un acto coactivo, así como la indicación del órgano a través
del cual se deberá proceder a ejecutar dicho acto. En este sentido es qué se
dice que el derecho se atribuye el monopolio de la faerza.
En tal sentido, por lo mismo, la seguridad jurídica se vincula con las ideas
tanto de previsibilidad y de calculabilidad. De previsibilidad, en cuanto se
tiene información cierta acerca de cómo debe uno comportarse y de cómo se
comportarán seguramente los demás, y de calculabilidad en cuanto el compor-
tamiento propio y ajeno puede ser sometido a un plan que tenga debidamente
en cuenta los efectos o consecuencias de tales comportamientos.
640 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
Esta clase de seguridad, por lo mismo, es la que permite que el sujeto pueda
saber cómo ha de comportarse según las exigencias del derecho en determina-
das situaciones o relaciones de su vida social, así como qué comportamientos
puede esperar de los demás, y saber, asimismo, cuáles serán las consecuencias
jurídicas tanto de sus propios actos como de los actos de los demás.
Ahora bien, las condiciones que deben ser satisfechas para que exista segu-
ridad jurídica en el s·entido antes indicado, son las siguientes:
b) preexistencia de tales normas a las conductas que van a ser luego juzgadas
en utilización de aquéllas;
Un punto de especial interés para los autores cuando se discute acerca del
concepto de seguridad jurídica y sobre las condiciones que el derecho debe
CAPfTULO VII. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 641
Así, por ejemplo, para Jorge Millas la seguridad jurídica es una dimensión
ontológica del derecho, con lo cual quiere decir tres cosas: a) que entre todos
los fines a que el derecho sirve, la seguridad jurídica es el que tiene las más
singulares conexiones con la vida jurídica, puesto que la seguridad jurídica
sólo puede ser realizada por medio del derecho, a diferencia de la justicia, la
libertad, la paz, ninguno de los cuales valores y fines se encuentran ligados
por modo necesario al derecho, puesto que podrían ser conseguidos fuera
del derecho, esto es, extrajurídicamente; b) que la seguridad jurídica halla
en el derecho la condición suficiente de su existencia, lo cual significa que
todo ordenamiento jurídico, por sí mismo, provee seguridad en el sentido
específicamente jurídico de este término; y c) un derecho que no implique la
intención pragmática de una cierta seguridad real en la vida de las personas,
no es, propiamente hablando, derecho.
Utilizando el lenguaje de Hart, para tener orden bastaría con las llamadas
normas primarias, en tanto que la certeza sería provista en especial por las
normas secundarias, puesto que estas últimas permiten establecer cuándo una
norma pertenece al sistema jurídico de que se trate, quiénes y cómo pueden
cambiar las normas del sistema, y quiénes y cómo pueden determinar de una
manera incontrovertible cuándo una norma ha sido infringida.
Como se ve, no es una sola la respuesta que puede darse a la pregunta acerca
de qué significa estar jurídicamente seguros, dependiendo dicha respuesta del
concepto o idea que se tenga acerca de este fin del derecho. En un sentido
estricto, la seguridad jurídica es provista por todo ordenamiento jurídico, sin
más condiciones que las seis que fueron indicadas en su momento; en un
sentido amplio, la seguridad jurídica es un valor que no realiza todo ordena-
miento jurídico por el solo hecho de existir y requiere para su realización de
condiciones adicionales a esas seis que se vinculan con la existencia de lo que
se llama, modernamente, Estado de Derecho. En el primer caso, la seguridad
jurídica es vista con independencia de la justicia de las normas e instituciones
del ordenamiento jurídico que la provee, mientras que en el segundo ella
es vista engarzada con la idea de justicia, y, en particular, con los valores de
libertad e igualdad que componen esa idea.
La justicia. La justicia suele ser indicada con el más alto de los fines que el
derecho debe satisfacer. Se dice a menudo que el derecho existe para realizar la
justicia y cada vez que se afirma algo semejante se piensa más en el contenido
de las normas y principios del derecho que en los métodos o procedimientos
formales a través de los cuales tiene lugar la producción y aplicación de tales
normas y pnnc1p1os.
para aludir a una virtud de la vida personal. De este modo, puede decirse
que un padre o que un profesor son justos, o que lo son determinadas ac-
titudes de uno o de otro. En un sentido objetivo, justicia es una cualidad
que se predica, a la vez que se espera, de determinadas estructuras, normas
e instituciones sociales, entre las cuales figura ciertamente el derecho. De
este modo, puede decirse que una ley o que una sentencia son justas. Con
todo, una distinción como esa no es tajante, puesto que, como dice Javier
de Lucas, "la justicia se encuentra en la intersección entre vida personal
y vida social". La virtud de la justicia "no se refiere primariamente a uno
mismo como las demás virtudes, sino a otro, y por ello se orienta a lo social
e institucional".
Como dice por su parte Carlos Nino, "algo en lo que coinciden casi todos
los filósofos que es intrínseco al concepto de justicia es su carácter de valor
intersubjetivo. Aristóteles, por ejemplo, sostenía que la justicia es la única
virtud de una persona que es considerada como el bien de alguna otra, ya
que ella asegura una ventaja para otra persona, sea un funcionario o un socio.
Además de este carácter intersubjetivo, el valor de la justicia está relacionado
con la idea de asignación de derechos y obligaciones, o de beneficios y cargas,
entre diversos individuos de un grupo social".
Lo mismo piensa Millas de la paz, puesto que ésta tampoco sería un valor
específicamente jurídico, porque "el derecho no es condición necesaria de la
paz social", desde el momento en que "es perfectamente concebible, en el
plano teórico, una sociedad en donde sólo el imperio de los valores morales
asegure la convivencia pacífica''.
Cabe distinguir, asimismo, ahora con John Rawls, entre el concepto de justicia
y las concepciones de la justicia. El concepto de justicia se refiere a "un balance
apropiado entre reclamos competitivos y a principios que asignan derechos
y obligaciones y definen una división apropiada de las ventajas sociales". A
su turno, las concepciones de la justicia "son las que interpretan el concepto
determinando qué principios determinan aquel balance y esa asignación de
derechos y obligaciones y esta división apropiada''.
Existe desde luego una relación entre esos tres planos de la justicia, puesto
que los resultados de una teoría analítica de la justicia permiten orientar las
investigaciones de tipo descriptivo que lleva a cabo la teoría fenomenológica
de la justicia, mientras que esta última desemboca en una toma de posición
ideológica, esto es, prescriptiva. Sin embargo, son las concepciones de la jus-
ticia, entendidas éstas como una determinada selección de los criterios a que
se refiere el concepto de justicia de Bobbio, las que en mayor medida dividen
las opiniones de los autores y de las personas en general. Las distintas teo-
rías o concepciones de la justicia no responden a la pregunta qué es justicia,
aunque siempre presuponen una respuesta a una pregunta como esa, sino
que procuran establecer qué es justo o injusto, o sea, se trata de puntos de
vista sustantivos o de contenido acerca de lo justo que se intentan realizar
por medio del derecho -aunque no únicamente por medio del derecho, sino
también de la política, de la economía, etc.- y que, a la vez, sirven como
vara o medida para emitir juicios de justicia acerca del derecho o de quienes
lo producen y aplican, esto es, sirven para emitir enunciados que procuran
informar acerca de cuán justo o injusto es el derecho o quienes se ocupan
de producirlo y aplicarlo.
La pregunta por la justicia, entendida, como el acto del hombre que inquiere
por un criterio superior que establezca con cierta nitidez y exactitud aquello
que debe ser en relación con lo que son o pueden ser los derechos positivos do-
tados de realidad histórica, es una de las cuestiones que más frecuentemente
-e incluso apasionadamente- ha preocupado a los juristas de los tiempos y
sitios más diversos. Ello es producto, en lo fundamental, del hecho de que el
hombre, junto a su facultad de conocer, cuenta también con una determinada
aptitud para valorar, la que le insta y le conduce a una incesante formula-
ción de apreciaciones estimativas acerca de los objetos y fenómenos que le
rodean. El hombre conoce y, a la vez, quiere. Quizá quiere, o llega a querer,
precisamente porque conoce, o bien, por la inversa, conoce porque es capaz
de querer las cosas de un modo distinto a como éstas son; sin embargo, de lo
que no cabe duda es de que el hombre no siempre quiere las cosas del modo
en que las conoce.
Esta apreciación estimativa del derecho positivo la lleva a cabo todo hombre
y, por lo mismo, también los juristas, aun cuando éstos suelan confinarse a
una función de mero conocimiento y exposición acríticas de un determinado
derecho vigente. En verdad, la identificación y descripción que los juristas
CAPfTULO VIL FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 649
Cabe señalar, por lo mismo, que los juicios de justicia, entendidos al modo
que ha sido indicado previamente, son posibles sobre la base de tres supuestos,
a saber: primero, que exista un determinado derecho positivo con realidad
histórica al que se tratará de evaluar en su justicia o injusticia; segundo, que
exista un determinado criterio o ideal de justicia, por referencia al cual ese
mismo derecho positivo puede ser finalmente calificado de justo o injusto; y,
tercero, que exista un sujeto interesado en llevar a cabo la confrontación entre
el ideal de justicia y el derecho positivo, a fin de verificar el grado en que éste
realiza dicho ideal.
De estos tres supuestos necesarios para que puedan tener lugar los juicios
de justicia, no cabe duda de que el más problemático resulta ser el segundo
de ellos, o sea, el que dice relación con la existencia de un criterio de justicia
que permita llevar a cabo esa evaluación positiva o negativa a que esta clase
de juicios puede ser finalmente reducida.
¿Pero qué decir, en cambio, del criterio o ideal de justicia que, en lo sus-
tantivo que éste tiene, es el que permite al sujeto, por vía de la comparación
o cotejo con el derecho positivo, concluir que éste, globalmente considerado,
o en una o más de sus normas e instituciones singularmente consideradas,
realiza o no, y en qué grado, el contenido de este mismo ideal?
a) La historia de las ideas jurídicas, políticas y morales enseña que los hom-
bres han forjado siempre ideales de justicia, ya sea que se los presente bajo esta
misma y estricta denominación, o bien como programas de gobierno, exhor-
taciones para la acción pública o demandas para la reforma o la sustitución
de un determinado derecho vigente;
b) Esa misma historia muestra, también, que los hombres han elaborado
no sólo uno, sino múltiples ideales de justicia;
Una opinión, de la que puede ser fiel exponente el jurista italiano Giorgio
del Vecchio, se inclinará por la respuesta afirmativa, y admitirá, en consecuen-
cia, que es posible a la razón trazar un ideal de justicia que permita valorar el
derecho positivo; otra, en cambio, de la que Kelsen puede ser el arquetipo, sos-
tendrá precisamente lo contrario, negando la posibilidad de una demostración
racional que conduzca a la identificación de un determinado criterio como el
mejor o el verdadero. Para Kelsen, tras la formulación de los distintos ideales
de lo que es justo se esconden nada más que los intereses o, cuando menos,
la simple subjetividad del sujeto que lleva a cabo esa formulación.
Por lo mismo, y de acuerdo con el punto de vista antes señalado, Del Vecchio
considera la filosofía del derecho como "la disciplina que define el derecho
en su universalidad lógica, investiga los orígenes y los caracteres generales de
su desarrollo histórico, y lo valora según el ideal de la justicia trazado por la
, ,,
pura razon.
Por su parte, Kelsen, situado en la trinchera opuesta, confiesa que "en verdad
no sé ni puedo decir qué es la justicia, la justicia absoluta, ese hermoso sueño
de la humanidad. Debo, pues, darme por satisfecho con una justicia relativa
y decir qué es para mí la justicia':
Segundo. El derecho es, a la vez, creación humana, en cuanto son los hom-
bres quienes producen las normas jurídicas y dotan a éstas, con un margen de
determinación y de arbitrio que es variable según los casos, de unos concretos
contenidos prescriptivos.
654 1NI R( )1 )l 1( 't :I()N Al [)1 RI ( :11( l
Tercero. Ante su propia obra o producción -el derecho positivo-, los hom-
bres son capaces de formular y mantener apreciaciones estimativas, que se
traducen en juicios de valor que verifican si la actividad de quienes aparecen
investidos de la facultad de crear normas jurídicas y el contenido prescriptivo
de éstas son o no son como deben ser de acuerdo con un determinado ideal
de justicia.
Lo anterior significa que la sola pregunta por la justicia no puede ser con-
siderada, en sí misma, irracional, aunque sí pueda calificarse de este modo el
esfuerzo consiguiente -lo cual es ya otra cosa- por demostrar que una determi-
nada respuesta a esa pregunta constituye la única, la mejor o la verdadera. Como
dice acertadamente Ross, "podrá objetarse que todo aquel que, de este modo,
niegue que puedan determinarse científicamente valores, de consuno se priva
de la posibilidad de escoger entre el bien y el mal, debiendo concluir en una
pasividad culpable. Pero esta objeción es necia. Puesto que por.ser una opinión,
simplemente una opinión, y no una verdad científica, no se sigue, naturalmente,
que uno no pueda tener opiniones. Sé muy bien lo que sostengo y lo que de-
fenderé luchando. Sólo que no me concibo creyendo, o haciendo creer a otros,
que puede probarse científicamente que mi punto de vista es el verdadero".
Quinto. Esa misma circunstancia, esto es, la posibilidad de que los valores
absolutos puedan resultar inaccesibles al conocimiento, lo cual quiere decir,
CAPÍTULO Vll. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 655
por su parte, que todo hombre puede valorar y poseer convicciones esti-
mativas aunque nadie se encuentre en situación de demostrar por métodos
racionales que una determinada de estas convicciones debe ser tenida como
la única verdadera, hace aconsejable, en el terreno de la organización políti-
ca, la adopción de un régimen que garantice la libre concurrencia de todas
las opiniones, con el fin de que la inteligencia y la voluntad de los hombres
puedan escoger las que estimen más convenientes, y con el fin, también, de
que, a través del procedimiento de concurrencia y discusión de esas mismas
opiniones, pueda tener lugar alguna suerte de compensación de los puntos de
vista opuestos. Esta opción, desde luego, no es otra que la democracia, puesto
que al conceder ésta igual estima a las ideas y convicciones de cada individuo,
establece la base objetiva y necesaria para favorecer y garantizar debidamente la
libre concurrencia de las opiniones y el consiguiente debate que, por su parte,
preludia o anticipa la búsqueda y adopción razonadas del punto de vista que
resulte más aconsejable.
Dice: "El punto de vista según el cual los principios morales constituyen
sólo valores relativos no significa que no sean valores. Significa que no existe
un único sistema moral, sino varios, y que hay que escoger entre ellos. De
este modo, el relativismo impone al individuo la ardua tarea de decidir por
sí solo qué es bueno y qué es malo. Evidentemente, esto supone una res-
ponsabilidad muy seria, la mayor que un hombre puede asumir. Cuando los
hombres se sienten demasiado débiles para asumirla, la ponen en manos de
una autoridad superior: en manos del gobierno, o, en última instancia, en
manos de Dios. Así evitan el tener que elegir. Resulta más cómodo obedecer
una orden superior que ser moralmente responsable de uno mismo. Una de
las razones más poderosas para oponerse apasionadamente al relativismo es el
temor a la responsabilidad personal. Se rechaza el relativismo y, todavía peor,
se le interpreta incorrectamente, no porque sea poco exigente moralmente,
sino porque lo es demasiado".
Sobre el particular, Berlin es del parecer que algunos valores últimos según
los cuales viven los hombres no pueden conciliarse por completo, ni tampoco,
cambiarse simplemente unos por otros, aunque "no ya por razones políti-
cas, sino en principio, conceptualmente". Así, no se podrían combinar, por
ejemplo, la libertad plena con la igualdad plena, ni la justicia absoluta con la
piedad permanente, ni el conocimiento con la felicidad. Y como ciertos valores
humanos no pueden combinarse, porque son incompatibles, no queda más
alternativa que elegir, una acción que puede ser muy dolorosa, sostiene Berlín,
aunque elegir no significa aquí destronar uno de esos valores en nombre del
otro con el cual entra en conflicto, sino equilibrar ambos valores de algún
modo. De esta manera, si las colisiones entre valores no pueden evitarse, sí
pueden suavizarse, lo cual requiere la búsqueda de acuerdos en cada situación
concreta en que la colisión se produzca
Y concluye Berlin con lo siguiente: "En una sociedad liberal de tipo plura-
lista no se pueden eludir los compromisos; hay que lograrlos; negociando es
posible evitar lo peor. Tanto de esto por tanto de aquello. ¿Cuánta igualdad
por cuánta libertad? ¿Cuánta justicia con cuánta compasión? ¿Cuánta bene-
volencia por cuánta verdad?".
sólo valores relativos no significa que no sean valores. Significa que no existe
un único sistema moral, sino que hay varios, y que hay que escoger entre ellos.
De este modo el relativismo impone al individuo la ardua tarea de decidir por
sí mismo qué es bueno y qué es malo". Por tanto, el relativismo no es "poco
exigente moralmente", sino que es "demasiado exigente".
Como fin del derecho, cree Ross, la justicia "delimita y armoniza los deseos,
pretensiones e intereses en conflicto en la vida social de la comunidad", y, por
tanto, "ella equivale a una demanda de igualdad en la distribución o reparto
de las ventajas y cargas" que ofrece e impone la vida en común.
Por la inversa, las palabras "justa" o "injusta" tienen sentido para Ross úni-
camente cuando se usan para calificar la decisión tomada por un juez o por
cualquier autoridad que deba aplicar un conjunto determinado de normas.
Esa decisión será justa si ha sido adoptada en conformidad con las normas
del ordenamiento jurídico de que se trate, y no lo será en caso contrario. Por
lo mismo, justicia "es la aplicación correcta de una norma como opuesta a
la arbitrariedad". Lo que no resulta posible, sin embargo, es predicar justi-
cia o injusticia de una norma jurídica general, o de un ordenamiento en su
conjunto, puesto que no hay manera de establecer un criterio de exigencia
objetivo respecto del contenido de la norma o del orden de que se trate, y
ello porque la justicia no puede constituir un criterio último para juzgar una
norma. Cuando de una norma o de un ordenamiento se afirma que son "jus-
tos", o que son "injustos", no se procede entonces sobre la base de una pauta
o criterio que posea validez superior de carácter absoluto, sino que se trata
de la mera expresión de un cierto interés que puede hallarse en conflicto con
intereses opuestos. "La ideología de la justicia -concluye Ross- es una actitud
militante de tipo biológico-emocional a la cual uno mismo se incita para la
defensa ciega e implacable de ciertos intereses".
KANT advierte que disponemos tanto de una razón teórica como una razón
prdctica. La primera es la que permite nuestros razonamientos teóricos, que
666 INTRODUCCIÓN AL DERECHO
una rectitud ética". El derecho exige actuar conforme al deber, nada más, en
tanto que la moral, que también demanda actuar conforme al deber, demanda
todavía más: hacerlo por el deber. Por lo mismo, en el ámbito de la moral
se puede conseguir premio, mas no buscar retribución. Esto quiere decir que,
situados en el terreno moral, podemos obtener un bien aunque no haya sido la
búsqueda de éste el motivo de nuestra acción (por ejemplo, la felicidad), pero
lo que no debemos hacer, por un lado, es que las acciones morales se lleven a
cabo con miras a conseguir una recompensa, y, por otro, a que se las ejecute
creyendo que por ello quedamos en situación de exigir a otro una retribución
de cualquier tipo. Como escribe el mismo Kant, "el hombre puede esperar ser
feliz", como resultado de sus buenas acciones morales, "pero esa esperanza no
ha de motivarle, sino tan solo confortarle", o, puesto de otra manera, "aquel
que vive moralmente puede esperar ser recompensado por ello, pero no debe
dejarse motivar por ello". Así las cosas, la felicidad por las buenas acciones
morales no se encuentra en la raíz de éstas, impulsándolas a ser realizadas,
sino algo que simplemente se añade a la ejecución de tales acciones. Actuando
según la moral se obtiene, pero no se busca, esa tranquilidad del alma en que
consiste la felicidad según la antigua ética de los estoicos que Kant retoma en
la modernidad.
de las personas. Así, escribe, "todas las acciones y obligaciones que se basan
en el derecho ajeno suponen los principales deberes para con los demás", y
"cualquier acción benévola sólo tiene cabida en tanto que no atente contra el
derecho de otra persona (o que tampoco pretenda sustituir ese derecho, agre-
garíamos por nuestra cuenta), ya que de lo contrario no se verá moralmente
autorizada''. De este modo, carece de valor moral la caridad que hace un
empleador con la familia de sus trabajadores si no paga a éstos sus salarios ni
entera las correspondientes cotizaciones previsionales o de salud, o, por utilizar
ejemplos del propio Kant, "no puedo salvar a una familia de la miseria y dejar
luego deudas al morir" ni "echar una mano a quien se halla en la indigencia
por haber sido despojado previamente de sus pertenencias". En casos como
ese -sostiene el autor-, "la benevolencia supone una execrencia'', de manera
que "aquel que no lleva a cabo acción benevolente alguna, pero tampoco ha
lesionado nunca el derecho de los demás, siempre puede ser tenido por justo";
en cambio, "quien ha practicado buenas obras durante toda su vida, pero ha
zaherido el derecho de un solo hombre, no podrá borrar esta inequidad con
todas su caridades".
todo determinado, por consiguiente, de una parte sobre la cual cada uno de
ellos tiene un derecho primitivo, todos los pueblos están originariamente en
comunidad del suelo; no en comunidad jurídica de la posesión (communio),
y por tanto de uso o de propiedad de este suelo, sino en reciprocidad de acción
(commercium) física posible, es decir, en una relación universal de uno solo con
todos los demás". Y agrega "este derecho, como la unión posible de todos los
pueblos, con relación a ciertas leyes universales de su comercio posible, puede
llamarse derecho cosmopolítico üus consmopoliticum) ".
Para Kant, ese derecho no es otro que el de "ensayar la sociedad con todos
y de recorrer con este intento todos los países de la tierra", aun cuando "no
haya derecho a establecerse en el territorio de otra nación más que mediante
un contrato particular". Con todo, ese derecho a la paz perpetua, ese derecho
a constituir una sociedad de naciones por medio de un derecho cosmopolita,
tiene que progresar por medio de fórmulas consensuales y no ser impuesto
por medio de la fuerza, evitando de ese modo "la mancha de la injusticia de
los medios empleados para su ejecución".
Es cierto que hoy casi no existen los príncipes y que gobernantes demo-
cráticamente elegidos, pero que también ejercen y procuran incrementar y
conservar su poder con sujeción a las reglas de la democracia que ponen límite
672 IN I ROi )U('( :1( )N Al D1 Rl ( '11()
Para Nozick los derechos son títulos que podemos exigir plenamente y no
gracias a concesiones que dependan del Estado o de las personas con quienes
nos relacionamos. Tales derechos, en especial los que se relacionan con la
propiedad, con la vida y con la libertad, son anteriores al Estado e indepen-
dientes de los sistemas sociales y políticos que puedan existir en un lugar y
tiempo dados. Se trata, en consecuencia, de derechos naturales permanentes
e inalterables, de manera que el papel del Estado, si quiere éste ser calificado
- -- ---- - -----------~
Tiene razón Tom Campbell cuando repara en que la violación de los de-
rechos es citada como un ejemplo común o habitual de injusticia y que, por
lo tanto, no es sorprendente que se hagan intentos por presentar y analizar la
justicia sólo en términos de derechos. Es por eso que hay otros autores -Ronald
Dworkin y John Rawls, por ejemplo- que profesan también una concepción
de justicia en la que los derechos ocupan el lugar central de la cuestión.
ciones menos importantes por aquellos cuyas decisiones son más inmediatas
y limitadas en cuanto a sus efectos, como sería el caso, por ejemplo, de padres
y profesores que quieren ser justos con sus hijos y con sus alumnos.
Está de más decir que Rawls no cree ni supone que alguna vez haya ocurrido
algo semejante, es decir, que un grupo de hombres y mujeres se encontraran
CAPfTULO VIL FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 677
Ahora bien, en una situación como esa, cree Rawls que los principios escogi-
dos serían estos: l. Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente
suficiente de libertades básicas iguales que sea compatible con un régimen similar
de libertades para todos; y 2. Las desigualdades sociales y económicas han de
satisfacer dós condiciones: deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a
todos en condiciones de equitativa igualdad de oportunidades, y deben procurar
el máximo beneficio a los miembros menos aventajados de la sociedad.
Como bien señala Miguel Angel Rodilla, los principios de justicia de Rawls
son a la vez materiales y abstractos, aunque de ellos no es posible derivar de
forma inequívoca e inmediata una configuración concreta de la sociedad. Están
tales principios abiertos a múltiples aplicaciones, aunque no por ello tienen un
carácter trivial o intrascendente, puesto que "determinarían qué tipo de razones
son válidas en cuestiones de justicia social y en este sentido representarían un
consenso básico para guiar el discurso práctico para la justificación y crítica
de las instituciones y orientar la acción política para su reforma".
Cabe señalar que Rawls, como liberal que es, da prioridad al princ1p10
de libertad, aunque, como igualitario que también es, la exige para todos, y,
además, incorpora requerimientos de justicia social a favor de los más desventa-
jados. Una justicia que no se agotaría en la simple igualdad de oportunidades,
o igualdad en el punto de partida, y que alcanzaría también al bienestar real
que acaban consiguiendo las personas. Un bienestar que no sería justo pro-
curar sacrificando la libertad, aunque tampoco utilizando ésta como escudo
o como pretexto para dejar sin satisfacer las necesidades básicas o primarias
de los individuos.
Por último, y como es bien patente, lo que Rawls nos ofrece no es sólo
una concepción de la justicia encarnada en los principios materiales antes ex-
plicados, sino un método o procedimiento para alcanzar dicha concepción y
tales principios. Un método o procedimiento que nos remite a esa hipotética
y equitativa posición originaria desde la cual sería posible concordar principios
que personas razonables acordarían al margen de la posición social y económica
que ocuparían al momento de vivir en sociedad.
En un cuadro de ideas como ese, quizás haya que volver al viejo lema revo-
lucionario, aunque ahora de la mano de la democracia y no de la revolución,
que pedía o prometía libertad, igualdad y fraternidad. Tal vez la fraternidad,
esto es, la unión y la buena correspondencia entre los que son o a lo menos
se miran como hermanos, pueda constituir el puente que se precisa tender
entre los valores de la libertad y de la igualdad, a fin de que, reconociéndose
distintos, no se repelan, y propendan, en cambio, junto con preservar sus res-
pectivos ámbitos, a ceder cada cual de sí en la proporción justa que permita
la realización simultánea del otro, tal como acontece también entre orden y
libertad.
Si Rawls, según vimos, ofrece tanto una concepción como un método para
alcanzar un acuerdo en los principios que expresan esa concepción, otro autor
contemporáneo -en este caso jüRGEN HABERMAS- nos propone, de manera
menos ambiciosa, sólo una vía procedimental para alcanzar acuerdos acerca
de la justicia. Como indica Tom Campbell, lo que Habermas nos ofrece como
camino hacia la justicia es "un diálogo real continuado, más que las hipótesis
puramente conrrafácticas y a menudo fantasiosas de otros teóricos. Esto quiere
decir que si Habermas nos ofrece menos -sólo un procedimiento-, nos pro-
pone también algo real y no meramente hipotético" como aquella posición
originaria velada por la ignorancia que imagina Rawls.
consenso, así no más sea, como en el caso del derecho, que las normas de
éste puedan legítimamente aplicarse en uso de la fuerza. Además, Habermas
presupone que existe algo que podríamos tener por la justicia universal, no
más que ésta "no se alcanza a través de las especulaciones de los filósofos", sino
como consecuencia de un diálogo de las características ya señaladas.
1. Son válidas sólo aquellas normas de acción en la que todos los posibles
afectados podrían ponerse de acuerdo en tanto participantes en discursos
racionales (Principio discursivo);
permanecer libre de coacciones tanto internas como externas, de modo que las
tomas de posición sean motivadas únicamente por la fuerza de la convicción
de los argumentos.
En una posición que procura ir más allá de Rawls, cuya teoría de la justicia
califica de "restringida", otro autor contemporáneo relevante -JOHN FINNIS-
propone una doctrina acerca de la justicia que construye en diversas partes
de su libro Ley natural y derechos naturales, y de cuyos principios Finnis hace
aplicación a distintas situaciones en que la justicia suele ser invocada, tales como
la guerra, el castigo penal, la obligación cívica ante la legislación injusta, etc.
realizar y respetar los bienes básicos antes mencionados no sólo por sí misma
y en su propio beneficio, sino también en común, o sea, como parte de una
comunidad.
Lo que se pregunta Sen acto seguido es por qué tenemos necesidad de ir más
allá de nuestro sentido habitual o cotidiano de justicia, que es lo que hacemos
cada vez que construimos o adoptamos una teoría de la justicia, respondién-
dose sobre el particular que ello se explica porque "nuestra comprensión del
mundo no es nunca una simple cuestión de registrar nuestras percepciones
inmediatas". Comprender -agrega- entraña inevitablemente razonar, de ma-
nera que tenemos que "leer" lo que sentimos y preguntar qué indican esas
percepciones. Es cierto que nuestro sentido de la injusticia puede resultar a
menudo confiable para detectar situaciones de injusticia y constituir una señal
para movernos. Sin embargo, una señal de ese tipo exige examen crítico, o sea,
un cierto escrutinio de la solidez de cualquier conclusión basada en señales,
y lo mismo pasa cuando la señal consiste en la inclinación no ya de reprobar
algo o alguien, sino de elogiarlo. Entonces -concluye el autor-, "tenemos que
preguntar qué clase de razonamiento debe contar en la evaluación de conceptos
éticos y políticos como justicia e injusticia, y tal es el origen y el sentido de
las concepciones o teorías de la justicia, unas concepciones o teorías que se
preguntan cosas como en qué sentido puede ser objetivo up diagnóstico de
la injusticia o la identificación de aquello que podría reducirla o eliminarla; o
si nuestros juicios sobre lo que es o no es justo exigen imparcialidad, es decir,
desapego de nuestros propios intereses; o si tales juicios demandan que nos
liberemos también de nuestras creencias, prejuicios o preconcepciones loca-
les, las cuales podrían ser derrotadas si miramos más allá de la parroquia que
hemos elegido o en la que hemos sido simplemente situados por la tradición,
la educación o la familia; o, en fin, cuál es el papel de la racionalidad y la
razonabilidad en la comprensión de las exigencias de la justicia.
688 lN I"RODUCCI(>N Al ÜLRECHO
Para conseguir todo ello, Sen confía en la razón, y, sobre todo, en la argu-
mentación razonada de que los individuos somos capaces, puesto que lo que
comúnmente llamamos "sinrazón'' no designa propiamente el abandono de la
razón por parte de algunas personas, sino el hecho de que ésas ofrezcan razo-
namientos muy primitivos y defectuosos. Por lo mismo, hay esperanza, puesto
que el mal razonamiento puede ser confrontado con el buen razonamiento, y
existe un espacio donde uno y otro pueden encontrarse.
instituciones y reglas que ellas tienen y por las cuales se rigen", y apuntando
siempre a concordar alternativas factibles y no situaciones imaginadas como
perfectas.
Para concluir, Sen nos propone otra ilustración, a saber, la de tres niños y
una flauta. Una ilustración acerca de que "en el corazón del problema particular
de una solución imparcial única para la sociedad perfectamente justa radica
la posible sostenibilidad de las razones plurales y rivales para la justicia, que
tienen todas aspiraciones a la imparcialidad y que no obstante difieren unas
de otras y compiten entre sí".
dos admiten que son más ricos y están bien provistos de entretenimiento). Si
sólo hubiésemos escuchado a Bob, su argumento seria muy poderoso.
Tras escuchar a los tres niños y sus diferentes líneas de argumentación, hay
una decisión difícil que tomar. Los teóricos de diferentes persuasiones, como los
utilitaristas, los igualitaristas económicos o los libertarios pragmáticos, pueden
opinar cada uno por separado que existe una solución justa inequívoca que
salta a la vista y que no hay dificultad alguna en avistarla. Pero casi con certeza
cada uno vería una solución diferente como la obviamente correcta.
Aquí, la idea general consiste en que no es fácil ignorar por infundadas las
alegaciones basadas, respectivamente, en la búsqueda de la realización humana,
la eliminación de la pobreza o el derecho a disfrutar del producto del trabajo
propio. Las diferentes soluciones cuentan con el respaldo de argumentos serios,
y puede que no seamos capaces de identificar, sin cierta arbitrariedad, ninguno
de los argumentos alternativos como el que tiene que prevalecer.
También quiero llamar la atención aquí sobre el hecho obvio de que las
diferencias entre los argumentos justificativos de los tres niños no representan
divergencias acerca de lo que constituye una ventaja individual (cada uno de
los niños considera ventajoso conseguir la flauta, y así lo alega cada uno de sus
argumentos), sino acerca de los principios que deben gobernar la asignación
de recursos en general. Tales principios conciernen a cómo deberían hacerse
los arreglos sociales y qué instituciones sociales deberían elegirse, y por este
camino, qué realizaciones sociales se producirían. No se trata simplemente
de que los intereses creados de los tres niños difieran (aunque, por supuesto,
difieren), sino de que los tres argumentos apuntan a un tipo diferente de razón
imparcial y no arbitraria.
Con todo, hay que buscar ese acuerdo. Hay que identificar las alternativas
que la situación admita y, sobre todo, hay que mantener abierta la conversación
y buscar los métodos que permitan fundamentar evaluaciones comparativas
de tales alternativas sobre los valores en juego y las prioridades de las personas
afectadas.
Refiriendo ahora una idea de Richard Rorty, habría que concebir la filosofía
como una actividad que colabora a mantener abierta esa conversación a que
alude Amartya Sen, a crear o facilitar condiciones para que el diálogo continúe
antes que para tener un lugar en él y menos todavía para ostentar la pretensión
de dirigir o liderar ese diálogo. La filosofía, y con ella la del derecho, la de la
política y también otros saberes no filosóficos -como la Economía, por ejem-
plo-, deben tener un puesto en el diálogo, mas no pretender hegemonizarlo
desde sus propias perspectivas, a propósito de lo cual tiene sentido recordar
la sugerente imagen que Francis Fukuyama incluye al término de su libro El
fin de la historia y el último hombre. Fukuyama, que tiene una idea bien pre-
cisa acerca de cómo construir una sociedad justa -democracia más economía
CAPfTULO VII. FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 693
Con todo, la imagen que es posible rescatar de las páginas finales de su libro
muestra a unas carretas que avanzan -una detrás de otras, y unas más cerca de
la meta que otras- hacia la ciudad prometida de la democracia y la economía
libre, aunque no podemos saber con certeza si los ocupantes de las carretas,
una vez llegados a esa tierra prometida, se sentarán por la noche junto a la
hoguera y, "después de echar una ojeada al nuevo paisaje, no lo encontrarán
de su gusto y posarán la mirada en otro viaje nuevo y más distante". La tesis
de Fukuyama, por lo mismo, se relativiza, según decíamos, porque de esos
viajeros, cuando hayan puesto sus caballos a descansar y se sienten junto al
fuego, bien podrían escucharse nuevas historias, distintas de aquella que venían
contándoles los ocupantes de la primera de las carretas, o sea, los que estaban
al mando y marcaban el rumbo de la caravana.
sus convicciones de propia iniciativa, esto es, por pura autocrítica, sino a la
manera de "miembros de una comunidad de pensadores y críticos", como vuelve
a decir Waldron, que reconocen que el debate tiene importancia "en tanto
interacción colectiva como método de acercarnos a la compleja verdad".
Por tanto, y volviendo a Waldron, los hechos sociales que transforman una
determinada concepción de la justicia en fuente del derecho al contar con un
mayor número de partidarios que cualquier otra opinión alternativa no la
"convierten, por sí mismos, en más razonable, respetable o atractiva''. Consi-
derar lo contrario -dice todavía- "sería como si en un debate importante se
nos pidiera guardar respeto o tener deferencia hacia una opinión sólo porque
fue expresada por la persona que hablaba más alto".
En efecto, el derecho habla más alto, o, si se prefiere, habla más fuerte, pero
lo que espera de los sujetos normativos no es respeto ni menos admiración,
CAPfTULO VIL FUNCIONES Y FINES DEL DERECHO 697
1. INTRODUCCIÓN
capítulo tras capítulo, y que, en consecuencia, tendría que ser más elaborado
y completo que aquel anticipado en las primeras páginas de esta obra. Por
lo demás, la cuestión del concepto de derecho es relevante y no se asemeja
para nada, como dice Dworkin, a "esos juegos que sacamos del armario para
entretenernos en las tardes lluviosas de invierno". Se trata incluso de una cues-
tión recurrente en la Filosofía del Derecho, de lo cual constituyen pruebas los
libros que destacados teóricos contemporáneos le han dedicado y continúan
aún dedicándole. Como escribe Robert Alexy, "el debate sobre el concepto y
la naturaleza del derecho es, al mismo tiempo, venerable y vívido. Se remonta
en el tiempo a hace más de dos milenios y ha adquirido en nuestros días un
grado de sofisticación hasta ahora desconocido".
Tales son los antecedentes que justifican la inclusión de este capítulo final,
el cual puede ser suplido, aunque se trata de un texto bastante más extenso,
por la lectura de nuestro libro ¿Qué es el derecho? Una descripción del fenómeno
jurídico, publicado en 2007. Una descripción, como señala ese título, puesto
que lo que se pretende no es ofrecer varios y distintos conceptos de derecho,
tampoco canonizar alguno de ellos como verdadero o correcto, ni menos sumar
uno más a los ya muchos conceptos de derecho que han sido dados desde las
más diversas perspectivas.
Sin embargo, un autor como Del Vecchio adjudica la pregunta quid jus
no a la Teoría General del Derecho, como hace Kelsen, sino a la Filosofía del
Derecho, disciplina esta última que según el autor italiano se ocuparía tam-
bién del derecho que debe ser, sobre la base de trazar un ideal de justicia y
valiéndose de la pu_ra razón. Más precisamente, considera Del Vecchio que a
la Filosofía del Derecho le corresponden tres tareas -dar un concepto universal
de derecho, develar las causas genéricas y también universales de los orígenes
y del desarrollo del derecho, y valorar éste según un ideal de justicia trazado
por la pura razón. Kelsen, sin embargo, lo mismo que Radbruch, adjudican
CAPfTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 707
a la Filosofía del Derecho la búsqueda del derecho que debe ser, del derecho
ideal, del derecho justo, y, al menos en el caso de Kelsen, reservan para la Teoría
General del Derecho la tarea de dar un concepto general de derecho.
propos1ctones, una frialdad y desdén que se han agudizado hoy por parte
de quienes han decretado la muerte de la Filosofía y el feliz advenimiento
de una era postfilosófica. Pero ya sabemos que se ha declarado la muerte o
el fin de muchas otras cosas -Dios, la razón, la modernidad, la política, la
democracia, la izquierda, el positivismo, etc.-, algunas de las cuales podrían
gozar todavía de una relativa buena salud o ser víctimas de un ataque de
catalepsia, o acaso sólo de narcolepsia, que bien pudo ser causado o inducido
por aquellos que se solazan certificando defunciones a diestra y siniestra y
que parecen encantados con vivir experiencias o constatar fenómenos de los
que parecen conocer tan poco como para darles un nombre que comienza
con ese prefijo y al cual sigue la mención de algo que habría quedado atrás
o completamente superado. Así, por ejemplo, llamar "posmodernidad" a
la época que nos encontramos viviendo revela el pobre conocimiento que
tendríamos de ella al ser capaces únicamente de decir que se trata de una
época que sucedió a otra que ya habría concluido.
minado aspecto del derecho que otras respuestas no consideraron, aunque esa
luz es a veces tan intensa que nos ciega respecto de aquellos aspectos que otras
respuestas sí toman en cuenta. Por lo mismo, un aspecto del derecho que por
lo común no consideran a la hora de dar un concepto de éste -por ejemplo,
su carácter argumentable- y que de pronto concita la creciente atención de
los teóricos del derecho, como de hecho ha ocurrido en las últimas décadas
con la argumentación jurídica, configura siempre el riesgo de que quienes
revelan el aspecto que había sido descuidado crean que lo que tienen es una
nueva comprensión del derecho, y no una nueva o distinta perspectiva, antes
desatendida, que amplía o mejora dicha comprensión.
argumentación jurídica, que debemos, entre otros, a autores como Neil Mac-
Cornick, Joseph Raz, Robert Alexy, Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero.
Tal como acontece con la justicia como fin del derecho, y, en particular,
con las diversas concepciones acerca de la justicia, la cuestión del concepto de
derecho y de las distintas respuestas ofrecidas sobre la materia son propias de
un curso de Filosofía del Derecho, aunque bien podrían ser tratadas también
en alguno de los cursos electivos que deben cursar los estudiantes. Podríamos
continuar ahora la discusión relativa a si el concepto de derecho, en el terreno
de las disciplinas, compete a la Teoría General del Derecho o a la Filosofía
del Derecho, aunque en el ámbito de las asignaturas, y atendido que es ella la
que por lo común aparece en los planes de estudio de la formación jurídica
de pregrado, no queda más que aguardar a cursar Filosofía del Derecho para
examinar en profundidad esta cuestión. Un curso de Introducción al Derecho
provee sin duda de una idea acerca del derecho -y a eso apunta la descripción
del derecho que ofreceremos poco más adelante-, pero se trata de una noción
no del todo acabada y que cumple un papel instrumental de cara al estudio
de las asignaturas dogmáticas que vienen después de dicho curso. Una noción
algo provisoria, en suma, que puede ser puesta a prueba en tales asignaturas y,
como se dijo, que debe ser retomada en el curso de Filosofía del Derecho.
Así, por ejemplo, John Austin señaló que el derecho son mandatos de un
poder soberano habitualmente obedecido, entendiendo que los mandatos
son manifestaciones de un querer o deseo que obliga a quien se lo dirige a
una determinada acción u omisión bajo la amenaza de infligírsele un daño
en caso de que no se comporte en la forma que se le ordena. Sin embargo, el
CAPÍTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 711
propio Austin advirtió que en el derecho hay reglas que no funcionan como
mandatos, anticipando la distinción kelseniana entre normas jurídicas inde-
pendientes y normas jurídicas no independientes, distinción esta última que,
a su vez, fue desarrollada de manera más prolija por Hart y su clasificación de
las reglas en primarias y secundarias. Entre las reglas que no son mandatos,
Austin mencionó a aquellas cuyo propósito es explicar el derecho positivo,
es decir, las normas interpretativas; las reglas que derogan leyes, que lo que
hacen no es ordenar una acción u omisión bajo la amenaza de un mal, sino
privar total o particularmente de validez a una norma anterior; las normas
permisivas positivamente, o sea, aquellas que en determinadas circunstancias
franquean una conducta que en general se encuentra prohibida; y lo que el
mismo Austin denominó "reglas imperfectas", que son aquellas que imponen
un determinado deber o prohibición, pero que no señalan el mal o sanción
que habría de hacerse efectiva sobre el infractor.
A todas esas normas el autor las llama "no independientes", puesto que
carecen de sentido por sí mismas. En efecto, el primer tipo de normas jurídicas
no independientes que acabamos de mencionar sólo tiene sentido en conexión
con aquellas otras normas que establecen las correspondientes sanciones; las
segundas con aquellas cuya validez restringen; las terceras con aquellas cuya
validez clausuran; las cuartas con el conjunto del ordenamiento jurídico que
utiliza los conceptos que ellas definen; las quintas con las correspondientes
normas interpretadas; y las últimas, es decir, las que facultan para producir
nuevas normas, tienen sentido sólo si se las conecta con aquellas normas que
resultan luego producidas.
Además de lo antes señalado, las reglas primarias tienen otras dos carac-
terísticas, a saber, primero, que se las considera importantes para preservar
la vida en sociedad, y, segundo, la generalidad de las personas reconoce que
la observancia de ellas, si bien puede beneficiar a otro y al conjunto de la
sociedad, pueden entrar en conflicto con los deseos o los intereses de quien
debe cumplirlas.
Por último, las reglas primarias acusan tres carencias, que son, precisamente,
aquellas que se corrigen mediante las reglas secundarias. Tales carencias son su
falta de certeza, su cardcter estdtico, y la ineficiente o débil presión social para hacerlas
cumplir. Falta de certeza, en primer término, porque no tienen una marca común
identificatoria, en tanto no proveen órganos ni procedimientos explícitos para la
certificación de su existencia ni para resolver dudas acerca de cuáles son ni para
determinar el alcance o interpretación que haya de dárseles. Carácter estático, en
segundo lugar, porque las reglas primarias van produciéndose y sustituyéndose
unas a otras por un proceso social lento y difuso -digamos la costumbre-, a
raíz del cual ciertas conductas consideradas en un principio optativas pasan a
ser luego habituales y, por último, obligatorias. E ineficiente presión social para
hacerlas cumplir al faltar un órgano autorizado para determinar de manera
definitiva cuándo una regla primaria ha sido violada y cuál es el preciso castigo
que ha de aplicarse al correspondiente sujeto infractor.
Queda claro entonces que para Hart el derecho es una unión de reglas pri-
marias y reglas secundarias, como quedan igualmente claras las dos diferencias
que hay entre ellas: las secundarias son reglas acerca de las primarias, y si éstas
se ocupan directamente de las acciones que los sujetos deben emitir u omitir,
aquéllas se ocupan de las propias reglas primarias; y hay variedades de reglas
secundarias -las tres que acabamos de señalar-, cada cual con una diferente
función en relación con las primarias.
La presentación que Hart hace del derecho al modo de una unión de re-
glas primarias y secundarias es más elaborada que la que Kelsen formula con
su distinción entre normas independientes y no independientes, al paso que
la presentación de Kelsen sobre variedades de normas en el ordenamiento
jurídico -y no únicamente de mandatos, puesto que los sujetos normativos
pueden producir derecho valiéndose de los actos jurídicos y en particular de
los contratos- resulta a su vez más precisa que la ofrecida por Austin. Por su
parte, y en una posición cronológica intermedia entre Austin y Kelsen, Ru-
dolf Von Ihering, en una posición bastante similar a la de ambos, define el
derecho como el "conjunto de normas según las cuales se ejerce en un Estado
la coacción", destacando en dicho enunciado -que Ihering llama defi.nición
corriente del derecho- los elementos "norma" y "coacción". Pero el jurista ale-
CAPfTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 715
mán va más allá de esa definición corriente e incluye luego una alusión a los
fines del derecho, mas no a los fines generales y comunes de todo derecho que
tuvimos ocasión de estudiar en el capítulo anterior -paz, seguridad jurídica,
justicia-, sino a fines históricamente condicionados, a los cuales podríamos
llamar "finalidades" para diferenciarlas de aquellos, y que, al determinar o a lo
menos influir en el contenido de las normas e instituciones de un ordenamiento
jurídico, no pueden ser omitidos y ni siquiera descuidados al interpretar éstas
y las instituciones que ellas forman. Es por eso que Ihering, complementando
su definición corriente del derecho, dice de éste que es normatividad coactiva
"tendiente a fines históricamente condicionados", que, como tales, son propios
de cada ordenamiento jurídico, y, por tanto, contingentes, lo cual se manifiesta
en la diversidad de contenidos de las normas e instituciones de los distintos
ordenamientos. Una idea si se quiere mucho más realista del derecho que la
profesada por el maestro de Ihering-Fredrich Karl von Savigny-, quien tuvo la
convicción algo romántica de que el derecho, antes que de fines históricamente
condicionados, provenía del espíritu del pueblo. Además, vale la pena señalar
que la mención a tales fines por parte de Ihering conecta de algún modo con
lo que mucho después Dworkin llamaría "políticas".
Pues bien, es efectivo que Dworkin polemizó vivamente con Hart a propó-
sito de varias cuestiones -de partida sobre los principios, pero también sobre
716 lNTRODUC:Ut'>N Al ÜLRECHU
1. INTRODUCCIÓN
Un enunciado a considerar.
uno u otro tipo se suman en el derecho estándares que no son normas y que
cumplen funciones no asimilables a las de éstas, como es el caso de los prin-
cipios, los valores superiores del ordenamiento y los derechos fundamentales;
que las normas y demás estándares del derecho se producen por medio de y
se encuentran en determinados procedimientos y continentes que llamamos
fuentes formales del derecho; que el derecho tiene la particularidad de regular
su propia creación a través de las así llamadas normas de competencia; que
las normas y otros estándares del derecho forman una unidad denominada
ordenamiento jurídico; que la comprensión del derecho se amplía si se pasa
de la norma jurídica y sus características, entre las cuales sobresale la coerci-
bilidad, al ordenamiento jurídico, y que vuelve a ampliarse si se pasa de éste
a un examen de las operaciones de producción, aplicación, interpretación y
argumentación jurídicas; que el derecho, con ser un determinado tipo de reali-
dad, a saber, una realidad preferentemente normativa, cumple en toda sociedad
ciertas funciones y aspira también a realizar ciertos fines; y que el derecho es
también una práctica social, es decir, algo que hacen los operadores jurídicos
que producen, aplican, interpretan, razonan y enseñan el derecho.
Dicho enunciado, como es visible, incluye en cursiva las palabras clave del
mismo, lo cual quiere decir que para entender bien el enunciado se requiere de-
tenerse, una a una, en tales palabras, de manera de advertir por qué se las emplea
o cuál es el sentido que ellas tienen como partes de nuestra proposición. Y si bien
el examen de tales palabras puede resultar innecesario al término de un curso de
Introducción al Derecho, puesto que ellas han sido reiteradamente explicadas en
el desarrollo de éste, así como en las precedentes páginas de nuestro libro sobre
la materia, vale la pena sintetizar en ese enunciado conocimientos que hemos
adquirido acerca del derecho y aclarar en qué sentido se emplean o incluyen en
él no palabras como coercibilidad, por ejemplo, que han sido ya suficientemente
explicadas, sino otras, como por ejemplo cultural, que no lo han sido.
CAPÍTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 721
Fenómeno. Lo primero que cabe decir del derecho es que se trata de unfenó-
meno, aunque en un sentido bien determinado de esta palabra. Si "fenómeno"
se dice de algo extraordinario o sorprendente, o de una persona que sobresale
en su campo, pero también, paradójicamente, de algo o alguien que nos parece
monstruoso o repugnante, el derecho no es un fenómeno en ninguno de esos
dos diferentes y contrapuestos sentidos. El derecho es un fenómeno en cuanto
es algo que está ahí, que se nos muestra, que forma parte de la experiencia
de vida humana en sociedad, de algo que puede ser incluso percibido como
presente en la existencia individual cotidiana de cada persona, según tuvimos
ocasión de mostrar con algunos ejemplos en el Capítulo II de esta obra. Por
lo mismo, cuando decimos aquí que el derecho es un fenómeno, la palabra
está tomada en el sentido de lo que aparece, de lo que se hace presente, de lo
que puede ser constatado.
Cultura es asimismo una palabra que se utiliza para aludir al sello distintivo
de una comunidad humana cualquiera, al espíritu más permanente que la anima
y vivifica, a la identidad que esa comunidad tiene y que la caracteriza y a la
vez la diferencia de las demás. Se trata del sello que tendría cada comunidad
-aquel al que se alude hoy con la expresión "identidades culturales"-, un sello
que suele ser reivindicado frente a un proceso globalizador que uniforma y
que hasta podría traer consigo la hegemonía de una de esas identidades sobre
las restantes.
CAPfTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 723
En ese sentido, cultura es lo que el hombre produce, desde las comidas que
prepara hasta las ciudades que diseña y construye. Desde las carreteras que
traza hasta las catedrales que levanta. Desde los humildes cacharros de greda
que un alfarero cuece en su horno de barro en una apartada zona rural hasta
las preciadas pinturas que forman parte de la colección de un museo. Desde la
bicicleta a internet. Desde los primeros sonidos que fue capaz de emitir para
comunicarse con sus semejantes hasta los complicados lenguajes que emplea
hoy con esa misma finalidad. Desde las prácticas de cortesía que observa con
sus vecinos hasta las más exigentes regulaciones jurídicas y morales con las que
procura alcanzar metas personales y sociales más altas y ambiciosas que la simple
urbanidad. En este sentido, "cultura'' es todo lo producido por el hombre, y
comprende entonces una multiplicidad y diversidad enorme de objetos, desde
el lenguaje hasta el arte, desde la economía a la moral, desde las religiones a la
política, y toda esa infinidad de bienes de uso de que nos valemos, para vivir,
tales como viviendas, electrodomésticos, vehículos, carreteras, jardines, naves,
computadores, agujas, relojes y utensilios.
724 lN·l RODLICCl()N Al ÜI RI CHU
Normativo. Son muchos los fenómenos culturales, son muchas las produccio-
nes humanas que responden a ese sentido amplio de cultura que acabamos de
explicar. El computador cuyo teclado utilizamos para escribir este libro es un
objeto cultural. También los anteojos que usamos para observar la pantalla.
Lo mismo el teléfono fijo que suena de pronto y nos distrae de nuestra tarea.
En consecuencia, y descontado que el derecho se distingue de esos y otros
objetos culturales por las funciones que cumple y por los fines que realiza
-muy distintos de los que a su vez cumplen y realizan esas otras producciones
humanas-, es preciso decir más del derecho para acotarlo y describirlo en su
especificidad.
Esos otros estándares, así como las diferencias que tienen entre sí y las que
cada cual guarda a su vez con las normas jurídicas, fueron explicados tanto en
los capítulos sobre fuentes del derecho y sobre ordenamiento jurídico y, desde
luego, en aquel que trató de los derechos fundamentales.
Pero hay algo más: la afirmación de que el derecho es una realidad preferen-
temente normativa se relaciona también con una cuestión diferente, a saber, que
726 1NI Rl )1 )lll .l ll lN ,\1 [ )1 RI l ·¡ ll l
Todavía más, las normas y demás estándares del derecho pueden ser vistas
como un determinado uso del lenguaje, concretamente, del uso directivo de
éste, que es aquel del que nos valemos cada vez que se trata de dirigir la con-
ducta de otro o de influir en ella.
Por otra parte, el lenguaje en que se sustentan las normas del derecho, como
todo lenguaje, adolece a veces de ambigüedad y, asimismo, de vaguedad, dos
características antes que defectos del lenguaje con las que es preciso lidiar almo-
mento de la interpretación del derecho. Una ambigüedad, y sobre todo vaguedad,
que aumentan en el caso de los estándares que no son normas, especialmente en
el caso de los principios jurídicos y de los valores superiores del ordenan1iento.
Tratándose del lenguaje jurídico, sin embargo, es posible distinguir tres ni-
veles: el lenguaje de las normas y otros estándares que forman parte del derecho
CAPfTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 727
El hombre crea o produce el derecho y, por medio del mismo derecho, con-
cretamente de las así llamadas normas de competencia, establece cómo ha de
llevarse a cabo su producción, y, más precisamente, determina quiénes, cómo y
con cudles limites de contenido se encuentran facultados para producir las normas
y otros estándares en que el derecho consiste. Esas normas de competencia,
a su turno, se relacionan con las fuentes formales del derecho que tuvimos
oportunidad de identificar y explicar en el capítulo correspondiente.
Con todo, quizás valga la pena reiterar aquí que el derecho, cualquiera
sea el texto que lo sustente, es un marco abierto a varias posibilidades de
interpretación, esto es, que de un mismo enunciado normativo o disposición
-por ejemplo, contenido en una Constitución, una ley o un tratado-, pueden
resultar distintas normas, establecido que éstas no preexisten propiamente a la
interpretación, sino que son resultado de ésta.
por el legislador, en sede judicial por los jueces, en sede administrativa por los
funcionarios, en sede forense por los abogados, en sede de solución alternativa
de conflictos por árbitros y mediadores, en sede académica por los juristas, e
incluso, en ese ámbito amplio y común en el que los propios sujetos norma-
tivos -por ejemplo, a la hora de celebrar contratos- encadenan enunciados o
proposiciones jurídicas que les permiten llegar a determinadas conclusiones.
Por lo mismo, si "razonamiento" es más amplio que "razonamiento jurídico",
"razonamiento jurídico" lo es a su turno que "razonamiento judicial".
que cuenta también con la legítima posibilidad de imponer sus sanciones por
medio de la fuerza socialmente organizada.
Con todo, y atendido que en nuestra descripción del derecho esa palabra
aparece vinculada únicamente a la aplicación de las sanciones jurídicas, vale la
pena recordar que eficacia designa tanto el obedecimiento habitual o general
del derecho por parte de los sujetos imperados cuanto la aplicación también
habitual del derecho por parte de los órganos jurisdiccionales, de manera que
un derecho es eficaz, o una institución jurídica lo es, o una o más normas ju-
rídicas aisladas lo son, cuando ese derecho, esa institución o esa o esas normas
aisladas son generalmente obedecidas por los sujetos imperados y generalmente
aplicadas por los tribunales de justicia.
Todo derecho, institución jurídica o norma jurídica válidas, esto es, que
existen como tales, tienen la pretensión de ser eficaces, o sea, aspiran a ser
generalmente obedecidos y aplicados, aspiración que se ve en cierto modo
garantizada por el carácter coercible del derecho. Sin embargo, la eficacia
tanto puede ocurrir o no, tanto puede como no puede añadirse o sumarse
a la validez de una norma, así como puede de hecho añadirse y, andando el
tiempo, perderse, todo lo cual conduce al tema de la relación entre validez
y eficacia -que también analizamos en su momento- y a la pregunta acerca
de qué ocurre con una o más normas aisladas, con una institución o con un
derecho globalmente considerado que no consiguen ser eficaces, o que, ha-
biéndolo conseguido, pierden más tarde su eficacia.
732 INTRODLICCl('lN Al ÜLRLCI l<)
3. EPíLOCO
A modo de conclusión.
Por ahora puede bastar con la descripción del derecho que hemos ensaya-
do aquí, la cual -digámoslo nuevamente- se encuentra desarrollada más en
CAPfTULO VIII. EL CONCEPTO DE DERECHO 733
Al término del largo camino que hemos recorrido en las páginas de este
libro, quisiera compartir con los lectores una declaración personal: en 201 O
dejé de impartir clases de Introducción al Derecho, concentrándome en Fi-
losofía del Derecho y en cursos que se imparten en programas de Magíster y
Doctorado, algo que parece natural si uno ha cumplido ya la edad de jubilar.
Pero como no es mi ánimo jubilar, esto es, retirarme de la actividad univer-
sitaria, he creído del caso reducir mis tareas docentes a la asignatura y cursos
recién mencionados, y destinar más tiempo a escribir textos para estudiantes
de derecho, en especial de pregrado, incluidos textos de Introducción al De-
recho, como es el caso de éste.