La Casimba de Mabuya y Otros Cuentos PDF

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LA CASIMBA DE MABUYA

Y OTROS CUENTOS DE INDIOS CUBANOS.

Marlene García Núñez y José Ramón Alonso Lorea.

Ilustración de portada
Diego Alonso García
Brihuega, Guadalajara, España, dic. 2012.

EECC2003
Edición EstudiosCulturales2003.es
Miami, enero de 2015

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Para esta edición digital, formato PDF, el compilador y los autores
no autorizan la comercialización de este material. Su uso es
gratuito y de interés pedagógico. Las imágenes utilizadas están
protegidas por derechos de propiedad de entidades privadas.

Edición y maquetación: José Ramón Alonso Lorea

© EstudiosCulturales2003.es
© Autores

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Índice

Historias de indios. Pablo J. Hernández González /6.

Este librito. Los Autores /9.

HUIÓN Y MAROYA, o de cómo el sol y la luna crearon la


primera pareja humana /13.

EL MITO DE IMAO, o de cómo surgieron los peces y las tortugas,


la península y los cayos, los ríos y los mares, del país de Jagua /16.

CAONAO Y JAGUA, o de cómo el primer país tuvo nombre, los


antiguos hombres aprendieron las primeras leyes, y nacieron todos
los seres humanos que pueblan la tierra /19.

EL ORIGEN DEL GUAO Y LA TATAGUA, o de cómo


convirtieron a niños llorones en plantas tóxicas y en mariposa
nocturna a una madre cruel /22.

EL BAGÁ DE LOS DIOSES, o de cómo con esta fruta los


primeros hombres agasajaban a sus muertos /26.

BAGUANO Y ACUNAY, o de cómo dos espíritus burlones, del


agua uno, de la tierra el otro, compartían el no grato oficio de
molestar al hombre /28.

EL PACTO DEL MANJUARÍ, o de cómo los primeros hombres


aprendieron a pescar /31.

LA CASIMBA DE MABUYA, o de cómo el espíritu del mal


perforó la tierra, regó la inmundicia y dejó pescuecidesplumada al
aura tiñosa /34.

LA LUZ DEL CACIQUE HATUEY, o de cómo el cielo se ilumina


con las cenizas de su cuerpo /37.

4
LOS JIGÜES DEL BAYAMO, o de cómo diminutos seres se
enfrentaron a la fe cristiana /40.

EL COPEY DELATOR, o de cómo los primeros hombres


conocieron la discreción /42.

LA CEIBA DE LA PAZ, o de cómo un árbol es reverenciado por


sus atributos conciliatorios /46.

EL CONVERSO DE LA JAGUA INDIA, o de cómo un cristiano


pactó con las antiguas deidades /48.

LA VIRGEN MESTIZA DE JAGUA, o de cómo la lujuria del


pirata Jean, el agrado de Dios, una tuna y un cují, dieron origen a
la flor marilope /50.

¿Por qué conocer las palabras de los taínos? Esteban Maciques


Sánchez /53.

Algunos libros consultados para escribir este librito /54.

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Historias de indios.

Antaño y lejos, cuando mi sobrino Ramón Javier era


pequeño, acostumbraba a llevarlo conmigo algunos viernes a las
sesiones de visitas abiertas que entonces existían en e1 Museo
Antropológico Montané de la Universidad de La Habana. Con
apenas cinco o seis años, sentía fascinación por las colecciones y
podía pasarse un buen rato observando la multitud de artefactos,
ídolos, cerámicas y en particular los cráneos arcaicos y aruacos,
que más de una vez reprodujo en rudas ilustraciones, algunas de
las cuales aún conservo. El niño descubría con delectación las
muestras arqueológicas, que convertían las esperadas excursiones
en una doble diversión: pasear con su algo consentidor tío e “ir a
ver los indios” del museo.
Tal impresión le dejaban esas vivencias, que luego exigía
al padre y los abuelos que improvisaran algunas historias
domésticas donde los protagonistas eran los indígenas, sus
artefactos y, en ocasiones, los algo horrísonos ídolos que poblaban
entonces la espaciosa y única sala de exhibición del museo. El
apuro de los improvisados narradores, para satisfacer la
desbordada imaginación infantil e hilvanar convincentes relatos,
muchas veces enmendados con cierta perentoriedad por el
impaciente, severo e insomne oyente, era explicable. Quien esto
escribe, apenas consiguió alguna que otra vez ofrecer un “cuento
de indios” medianamente estructurado, y trataba de distraerlo con
alguna que otra pobre fantasía, más o menos alejada del asunto.
Mi sobrino es hoy un adolescente, y aunque sigue
atesorando su interés por aquella afición de su tío, prefiere leer
textos más concienzudos sobre los indígenas que alguna vez
poblaron las Antillas. No obstante, creo que disfrutará esta
colección de relatos donde la mitología indoantillana campea con
el mismo desenfado y naturalidad que en la rica imaginación de
los niños, y la gracia de los narradores se combina con la enjundia
intelectual que avala la búsqueda en que se basan los textos.
A diferencia de lo ocurrido en otras islas vecinas, donde ha
sido magnificado incluso llevado a la categoría de icono
“nacional”, por la historia oficial el tema del indio, parece no
ocupar un lugar particular en la literatura o historia modernas en

6
Cuba, superada por más de un siglo las exaltaciones nacionalistas
del pasado aborigen, el sabido “siboneyismo”. Aunque nunca han
estado ausentes novelas con tramas más o menos románticas,
populares y duraderas melodías que evocan en castellano
lamento el desaparecido indígena (no encuadrado muy
exactamente en las clasificaciones culturales admitidas por los
especialistas contemporáneos), y quizás hasta alguna interesante
versión operística de aquellas gentes primeras, por razones que
merecen otro espacio, la memoria de las comunidades indígenas
del archipiélago está livianamente asentada en lo que hoy los
autores entendidos llaman “el imaginario popular cubano”. En
realidad apenas ciertos folcloristas, como los que inspiran a
Marlene García y José Ramón Alonso en este libro, son los que
con tenacidad y modestia han salvado estas dispersas referencias.
Afianzadas en las tradiciones rurales de algunas provincias
del interior de la isla de Cuba, han sido recogidas singularmente
entre campesinos de las regiones centrales y orientales, y no así
quizás por ausencia de una investigación sistemática, en los
distritos occidentales, lo que viene a coincidir de modo interesante
con las comarcas histórica y arqueológicamente comprobadas
como de apreciable densidad de población indocubana en el siglo
de la conquista. Esto, a mi juicio, podría ameritar una
superposición del mapa cultural indígena sobre el de la
procedencia geográfica de las tradiciones registradas y
conservadas, intentando inferir algunas consideraciones sobre la
pervivencia de una memoria si bien algo diluida, es cierto, pero
memoria al fin vigente aún a inicios del siglo XX.
No deja de ser inquietante la profusión de leyendas
indígenas procedentes de la comarca sureña de la bahía de Jagua,
poblada por uno de los más importantes cacicazgos y comunidades
aruacas, a la llegada de la hueste conquistadora de Diego
Velázquez de Cuéllar en 1514. Confío que, si los autores, en
proyectos venideros, siguen indagando en el folklore provincial
cubano, en especial el de los distritos orientales, es probable que
puedan añadir otras interesantes narraciones a las que ahora nos
presentan.
Con esta compilación, los tímidos habitantes de la antigua
floresta mitológica antillana vuelven a hacer travesuras: jicoteas,

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tataguas, manjuaríes y auras tiñosas se entremezclan con
vengativos jigües y huipias nocturnales, ectoplasmas errantes y
veneradas arboladas que aún despiertan ciertos atávicos temores
entre los contemporáneos que pernoctan en montes, cuevas o
abrigos rocosos de ciertas comarcas isleñas.
Quizás sea apropiado incluir en toda presentación algunas
palabras sobre la competencia de los autores. Conozco a ambos
bastante bien y desde suficiente tiempo, como para suscribir en
una dedicatoria cuan ejemplar, productiva y original entrega
(pasión intelectual aplicaría mejor) anima sus estudios de la
prehistoria antillana, y la de Cuba en particular. Y a la vez
congratularme al ver la gradual aparición de los apuntes
afanosamente colectados en bibliotecas, museos y no pocas
pintorescas e inolvidables excursiones de campo en pos de las
elusivas referencias materiales del indoantillano que sobreviven
por las campiñas cubanas; siempre sin la asistencia de las
instituciones académicas y científicas que debían promover estos
proyectos, con apenas el estímulo de unos pocos colegas, amigos y
mentores de la mejor valía. Esta obra es consecuencia explicable
de una pertinaz dedicación intelectual, de unos afanes personales
que han conseguido prevalecer en la enrarecida atmósfera
facultativa hoy imperante en Cuba y las múltiples orfandades del
exilio.
Marlene y José, algunos años después, pero siempre
oportunos, me han brindado el alivio a las otrora imperiosas
demandas de un sobrinito afanoso de “historias de indios”. Es algo
que agradezco en presente y retrospectiva. En tanto que algún
pequeño inquieto, curioso investigador, discreto catedrático,
arqueólogo por cuenta propia, o lector común y corriente se
abandonen a la fantasía, estos personajes quizás algo inasibles
antes, tienen ahora muchas probabilidades de hacernos alguna
inesperada visita desde las páginas e ilustraciones de este libro.

Pablo J. Hernández González.


San Juan, Puerto Rico, verano de 2001.

8
Este librito.

El presente librito es fruto de un largo trabajo de búsqueda,


investigación, compilación y paciente reescritura. Puede ser su
lector cualquiera que se interese por las leyendas cubanas que aquí
se cuentan. Pero está especialmente redactado para ti, niño o joven
lector cubano que vives dentro o fuera del archipiélago.
La Casimba de Mabuya reúne, de entre un número mayor
de relatos generalmente desconocidos, catorce historias que
recuerdan a aquellos primeros cubanos, quienes habitaron durante
más de siete mil años el archipiélago, comieron de sus frutos y
peces, y fumaron de su tabaco. Sobre la huella de estos antiguos se
incorporó, con el tiempo, elementos de la cultura hispana y de la
africana. Ellos, los indios, dejaron los nombres de muchísimas
zonas de la geografía entre ellos la voz Cuba, los nombres de
la flora y la fauna, y por si fuera poco también estos cuentos
que ahora reescribimos para ti.
¿Por qué reescribimos estos cuentos?... Por una simple
razón. A nosotros estas leyendas nos han llegado con inexactitudes
culturales, son hijas del mismo proceso de mestizaje que el de los
actuales pobladores de las islas. Diezmada la población indígena, y
desaparecida su cultura bajo la conquista y colonización hispana,
estas historias han pasado de generación a generación, por la vía
de la tradición oral, durante cinco siglos. Y en ese largo tiempo se
le han ido incorporando anacronismos, es decir, hechos y atributos
culturales que nunca fueron propios de las culturas indocubanas.
Por ejemplo, no puede ser que Mabuya tuviera “manchado
el cuerpo con el tizne del infierno”, o que fuera una “jerarquía
infernal” o “el diablo” o “el demonio”, porque estas son todas
valoraciones desde la religiosidad cristiana, no tienen nada que ver
con la concepción de la muerte, o de la vida en la “Casa-de-los-
Muertos”, que tenían los indoantillanos.
Igualmente sucede con el arco y la flecha, no eran armas
propias del indio cubano. Para la guerra, el trabajo y la caza, ellos
usaron hachas de piedra enmangadas en madera; también de
madera construyeron lanzas pequeñas y arrojadizas, y la conocida
macana, especie de espadón con filos romos, hecho de madera de
palma. Además, en las leyendas que presentamos, descartamos el

9
uso del término siboney o ciboney que con tanta reiteración se
menciona en ellas, porque los sucesos que se cuentan
principalmente los relacionados con la agricultura y las técnicas
de pesca son propios del horizonte cultural taíno.
Asimismo, estuvimos obligados a reescribir porque, para
construir una historia, hemos tenido que reunir muchas versiones
que se han recogido de un mismo mito. Desde dos en la leyenda
sobre el pez llamado manjuarí, hasta más de veinte relatos de
informantes para estructurar el mito del cacique Hatuey.
Como ves joven lector, a nosotros nos instan dos
pretensiones fundamentales: crear adaptaciones literarias que
intenten recuperar el mito lo más pegado posible al original, y
conservar la tradición haciéndola llegar a tus manos a través de
este librito.
De las catorce historias de tema aborigen que encontrarás,
las primeras ocho corresponden al período prehispánico cubano.
Algunas de ellas pertenecen a la región mítica de Jagua, lugar
donde más tarde vivió el padre Bartolomé de Las Casas, y donde
hizo su famosa conversión de encomendero a protector y defensor
de los indios. De los últimos seis cuentos, cuatro abordan el
período de la conquista hispana y dos el de la colonización
hispana.
Otros tres aspectos más te diremos que no debes pasar por
alto. Primero, el uso de la palabra “indio”, en estos cuentos, lo
hacemos con toda intención. Es algo así como una irreverencia,
pero tiene su justificación. El mencionado vocablo se mira con
recelo, con manifiesta desconfianza, desde algunas instituciones
académicas que se dedican a los estudios de prehistoria. Estas
academias (que están en Cuba, y en general en las Antillas que
hablan en español) se resisten a usarlo. Es como una mala palabra.
Y quienes no la usan se justifican con la lamentable confusión
geográfica y cultural de Cristóbal Colón que cuando llegó al
Caribe pensó que había llegado al Asia, y por ende, a la India de
ese continente o porque a veces se le da a ese sustantivo un
sentido despectivo. Pero el vocablo llegó, junto con Colón, para
quedarse, es bastante popular, más que “aborigen”, y está, como
raíz, en la formación de más de veinte palabras de la lengua
española que se suelen usar para referirse al hombre y a las

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sociedades antiguas de América. ¿Ejemplos?... aquí los tienes:
Amerindia, amerindio, indiada, indianismo, indianista, indiano,
indígena, indigenado, indigenismo, indigenista, indiófilo,
indoamericano, indoantillano, indocubano, indocultura...
Segundo, te llamará la atención lo largo que son los títulos
de los cuentos, y eso también tiene su explicación. Hace quinientos
años, cuando todavía vivían las culturas indocubanas, y los
españoles pusieron sus pies en las islas por primera vez, se
escribían los títulos así de largos en los libros. Con un “de cómo” u
otra frase similar, se quería explicar o precisar aquellos elementos
esenciales de la narración que aparecía a continuación. También
nosotros lo hemos hecho así, porque nos hemos imaginado un
viaje al archipiélago cubano del siglo XV, en el que nos
reencontramos con un indio viejo que nos contó las historias que
ahora te contamos. A él se las contó su padre que a su vez se las
contó su padre. Lo mismo le sucedió al fraile Ramón Pané hace
quinientos años, cuando llegó a la isla que hoy comparten Haití y
Santo Domingo. Él, a finales del siglo XV, también escribió un
librito en esta isla, titulado “Relación acerca de las antigüedades
de los indios”, en el que habla de los mitos y ceremonias de
aquellos antiguos hombres. El texto de Pané es el primero escrito
por un europeo en América, y es un libro que debes leer. Y a ellos,
al libro, al autor y a los indios que le contaron a Pané las historias
de sus abuelos, hemos querido dedicarles el nuestro.
Tercero, te encontrarás, al inicio de cada cuento, un párrafo
que te hablará de ciertas tradiciones orales, dichos, usos y
costumbres que tienen los cubanos de hoy, y que están
relacionadas o que vienen directamente sin estar ni enterados
de pasajes míticos de aquellos antiguos cubanos. En este párrafo
también conocerás los nombres de personas que han recogido estas
narraciones en el campo cubano, y de cómo las historias han ido
pasando de boca a boca o de libro a libro, que es igual y de
mucho agradecer. Tienes un ejemplo en la leyenda de Mabuya,
que pasó de Estelio a Andrés, de Andrés a Samuel, de Samuel a
nosotros, y de nosotros a ti. Y a ti te tocará seguirla contando o
reescribiendo para que se mantenga la tradición.
También, al inicio de cada cuento, tendrás un breve
glosario donde ampliarás conocimientos sobre algunas palabras

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que a lo mejor desconoces. En algunas de ellas, siempre que se
pudo, estudiamos su posible significado original. Son palabras
poco habituales en nuestras conversaciones comunes, o que ya ni
se usan y sólo las hallarías en la literatura especializada, esa que se
dedica al estudio de las antiguas culturas de las Antillas. Además
de los nombres de sus personajes míticos, encontrarás los nombres
de objetos y atributos usados por los extintos indios, y nombres
indígenas de la flora y la fauna autóctonas de Cuba que aparecerán
en cursiva a lo largo de este librito.
Finalmente, sobre la autenticidad de los mitos, puedes
comprobar en algunos cómo coincide la historia que se narra con
el significado de los nombres aborígenes de los protagonistas. No
es el azar, tampoco invención de unos guajiros que desconocían la
lengua que hablaban los antiguos indios. Y hasta el cacique
Hatuey o Yahatuey, que realmente existió, parece llevar inscrito en
su nombre el destino mítico que el behique de su tribu le habría
vaticinado: espíritu-que-brilla-en-el-cielo o espíritu-celeste. Como
escribió Samuel Feijóo, estos mitos “son originales y revelan una
recia, sencilla imaginación poética insular”. Después de leerlos, a
ti te tocará contarlos.

Los autores.
Madrid, abril de 2002Miami, diciembre de 2014.

12
HUIÓN Y MAROYA, o de cómo el sol y la luna crearon la
primera pareja humana.

Según una historia que le contaron a Pedro Modesto en la


antigua provincia de la Jagua india, el primer hombre que
habitó las islas debe su creación al Sol. Siendo la Luna, por su
parte, quien engendró a la primera mujer. Quiso Pedro que
esta leyenda, que recoge el alba de la humanidad insular, fuese
por todos conocida, y se la entregó a Adrián del Valle para que
la hiciera pública en su libro Tradiciones y leyendas de
Cienfuegos (La Habana, 1919). Gracias a Pedro y al libro de
Adrián, ahora nosotros la contamos para ti.

GLOSARIO
Hamao. Primer hombre. Según Breton, amáoti, hombre
retirado, sedentario, solitario; ámoin, uno; ayoumoúmêti,
hombre solitario.
Huión. Sol. Según Arrom, Huiho significa estrella en
aruaco, lengua que también hablaban los indios de Cuba.
Entre los indios caribes de las antillas menores, Hiieiu es el
Sol según César R., Huéyou según Breton.
Maroya. Luna o Espíritu Sin Nube. Según Arrom, ma- es
prefijo privativo sin, carente de; la raíz aro, nube; ya,
espíritu.
Ocón. Tierra. En Arrom, conuco, kunuco, es bosque, selva;
Cuba, Coba, es tierra. En Vocabulario arawaco, cunucu es
monte y mottuco es tierra. Según Breton, óka es tierra.

En tiempos muy remotos el hombre no existía. Desde


entonces, Huión (el sol) y Maroya (la luna) han sido los eternos
compañeros de Ocón (la tierra). Huión, al despertar, abandonaba
su cueva para ascender en el cielo, justo cuando Maroya descendía
a la suya para dormir. La alternatividad de estos dioses en el cielo
de Ocón, indicaban el paso del tiempo marcado por la sucesión de
los días y las noches.
Huión, día a día, regalaba a Ocón la luz y el calor, tan
necesarios para la existencia de todos los seres vivos animales y
vegetales que habitaban en Ocón. Maroya, para equilibrar,

13
proporcionaba a Ocón la frescura de la noche y el tiempo para el
descanso.
Aparentemente el mundo estaba completo. Así era
entonces la armonía del Universo. Pero Huión era vanidoso y, a
pesar de saberse útil y de ostentar una luz enceguecedora que no
permitía ver el resto de los astros, no se conformaba. Para él no era
suficiente sentirse rey de los astros. Necesitaba, además, un ser
inteligente que lo admirara y adorase en él al señor todopoderoso
proveedor de la luz, el calor y la vida.
Fue así cómo, tras un conjuro mágico, Huión creó al primer
hombre: Hamao. Un ser que, entre otras cualidades, heredaba la
arrogancia de su astro paterno, y mostraba ante todos los
habitantes de Ocón la realeza de su ascendencia.
Tal y como lo deseaba su creador, Hamao, día tras día,
comenzó a admirar el poder y la fortaleza de su padre. Por ello,
todas las mañanas esperaba su salida para saludarle, y todas las
tardes aguardaba su retirada para expresarle la admiración y
gratitud que sentía por él.
Ocón le concedía a Hamao la compañía de una vegetación
exuberante y de otros muchos seres que se juntaban para amarse,
vivir en pareja y premiar a Ocón con el nacimiento de una nueva
criatura engendrada por ellos mismos. Aseguraban así, el infinito
ciclo de la vida. En medio de tanta manifestación de amor, Hamao
comenzó a sentir tristeza por la inutilidad de su existencia solitaria,
y frecuentemente se le oía expresar lo mucho que deseaba una
compañera que le amase e hiciera de él un ser fértil, tan capaz
como los otros de ofrecer una nueva vida a Ocón. Pero tantísima
era la vanidad de Huión y el amor que sentía por sí mismo, que no
se percató que la pasión que Hamao le tenía no bastaba para llenar
su corazón de hombre solitario.
Entonces Maroya sintió pena por Hamao a causa de la
inmensa soledad en que vivía, y complacida por hacer el bien
ajeno, cosa común en ella, tras otro conjuro mágico creó a la
primera mujer: Guanaroca, quien heredaba las más bellas
cualidades de su madre.
Grande fue la alegría del primer hombre, porque al fin
tenía un ser que le hiciera compañía. Un ser con quien compartir
penas y goces, trabajos y diversiones, y hasta idolatrías: si Hamao

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adoraba al Sol, Guanaroca adoraba a la Luna. Ahora el mundo sí
tenía un equilibrio.
Del grandísimo amor de ambos nació Imao, el primer hijo.

15
EL MITO DE IMAO, o de cómo surgieron los peces y las
tortugas, la península y los cayos, los ríos y los mares, del país de
Jagua.

Ya pocos recuerdan aquella viejísima leyenda que nos enseñaba


cómo aprovechar la dura corteza del güiro para retener el
agua. Esa misma historia que revela, además, por qué en Cuba
se dice “guindar el güiro” o “guindar” por morir, o “coger el
güiro” por descubrir alguna cosa oculta, reservada, que no
queremos que se sepa. Un día le contaron a Pedro Modesto
cómo, de los restos de Imao, el primer hijo, escondidos dentro
de un güiro, ocurrió el mayor prodigio que madre viera: la
muerte que se transforma en semilla. Pedro le hizo llegar la
historia a Adrián del Valle, éste la publicó en su libro, y
nosotros ahora la recreamos para ti.

GLOSARIO

Guanaroca. Según Arrom, en goajiro, lengua aruaca,


guanoru significa enfermedad. Según Valdés, la
terminación –ka da a la palabra valor totémico. Guanoru-
ka seria Gran Enfermedad o Gran Dolor. Según Breton,
Agnoúraca, es curar, recetar medicamentos; Agnouroúraca
es remedio, medicina; Agnoúraca oni, es salud.
guindar. En Cuba, colgar, suspender una cosa.
güiro. Bejuco rastrero que echa las guías y las hojas como
la calabaza. Es conocido científicamente por Lagenaria
vulgaris. El fruto, también llamado güiro, es grande y con
figura de garrafa, y su corteza, madura, se pone dura y sirve
de vasija.
Imao. Primer hijo. Según el cronista César R., Yamuanri,
Imáku, Imulu tiene el significado de “mi hijo” entre los
indios caribe de las antillas menores. En Pané, Yermao es
uno de los tantos nombres del cemí principal de los taínos
de La Española.
Jagua. Región costera del centro—sur de la isla de Cuba.
jicotea. Especie de pequeña tortuga, conocida
científicamente por Ppseudemis decussata decusata.

16
monte. En Cuba, bosque. Lugar despoblado lleno de
árboles, arbustos y demás vegetales silvestres.
tripilingo. En Cuba, desorden grande e incontrolado.

Hace muchísimos años, los únicos humanos que habitaban


la tierra eran Hamao (el primer hombre, creado por el Sol) y
Guanaroca (la primera mujer, creada por la Luna). Del inmenso
amor de esta primera pareja humana nació Imao, el primer hijo.
Guanaroca, que había heredado la dulzura y sensibilidad
de su madre, volcó en su hijo todo su cariño. Pero Hamao, que
había heredado la arrogancia y vanidad de su padre, no se
resignaba a compartir el amor de su mujer con el pequeño hijo. Por
ello, una noche, en un grandísimo arrebato de celos, cogió al niño
y se lo llevó al monte. El camino se hacía largo, y la frialdad de la
noche y la falta de alimentos terminaron por arrebatarle la vida al
tierno Imao.
Entonces Hamao, para ocultar su delito, tomó un gran
güiro, lo perforó y escondió en su interior el cuerpo frío de su hijo.
Luego lo guindó de la rama de un árbol y, muy asustado por lo
ocurrido, voceaba entre sollozos:
¡Oh padre, he matado a mi propio hijo! Ayúdame a
reparar el daño.
Mientras esto ocurría, Guanaroca, que dormía, sintió la
molestia de una luz en sus ojos. Era su madre, la Luna, que
intentaba avisarle del peligro que corría su hijo. Se despertó
Guanaroca, y al notar la falta de su pequeño se echó a correr como
una loca, en su búsqueda, y a un mismo tiempo gritaba
desesperada:
Imao, hijo mío, ¿dónde estás? Imao…
Vagó ansiosa toda la noche por el bosque sin encontrar
rastro de su niño y, ya rendida por el cansancio y la tristeza, se
desplomó en el suelo. Entonces, el grito estridente de un pájaro
negro le hizo levantar la cabeza hasta topar su vista con aquel
güiro que no guindaba, precisamente, de una mata de güiro.
El instinto de madre, que le hacía revisar hasta en los
lugares más insólitos, no le permitió ignorar el contenido de aquel
fruto, que ya era alcanzado por los primeros rayos del sol. Se
levantó, subió al árbol y tomó en sus manos el güiro. Luego puso

17
uno de sus ojos en el agujero y observó, con espanto, el cadáver de
su pequeño.
Tan grande fue su dolor de madre, y tanto el temblor que la
pena le causara, que el güiro se escapó de sus manos mientras se
lamentaba:
¿Por qué... por qué he de quedarme sin mi pequeño?
Entonces apareció el Sol en toda su plenitud y le dijo:
No llores mujer, y seca tus ojos para que vean lo que
acontecerá, porque Imao será la simiente de la cual brotará la
felicidad de tu pueblo.
Dicho esto, el güiro se rompió contra el suelo y Guanaroca
fue testigo del mayor milagro jamás concebido. Del güiro se
derramó una enorme cantidad de líquido y peces, que formaron los
ríos que bañan el país de Jagua. Salieron tortugas y jicoteas de
todos los tamaños, y algunas se convirtieron en los cayos de la
bahía de Jagua. La mayor de las tortugas, antes de transformarse
en la Península de Majagua, en el tripilingo con los demás seres
marinos perdió su pata izquierda que, ya desprendida y en
atolondrado vaivén, se convirtió en Cayo Loco. Las lágrimas
salobres de la madre, entonces, formaron la laguna y el laberinto
que llevan su nombre: Guanaroca.
Así nació Jagua, el primer país de los primeros hombres.

18
CAONAO Y JAGUA, o de cómo el primer país tuvo nombre, los
antiguos hombres aprendieron las primeras leyes, y nacieron
todos los seres humanos que pueblan la tierra.

Es la jagua uno de esos árboles del monte cubano que tanto


bien le ha hecho al hombre. De su fruto se hacen dulces, licores,
refrescos y vinagre. Nos cuenta el padre Bartolomé de La
Casas quien vivió en esta mítica región cubana, donde se
transformó de encomendero a defensor de los indios, que el
“zumo de esta fruta es blanco y poco a poco se hace una tinta
muy negra conque teñían los indios sus cosas de algodón y
nosotros escribíamos. Este zumo tiene la virtud de apretar las
carnes y quitar el cansancio de las piernas y por eso se untaban
los indios las piernas y todo el cuerpo”. También se aprovecha
la madera de su tronco para cabos de hachas y teleras de arado.
Sin embargo, a Pedro Modesto aún le contaron la más antigua
historia que se recuerda sobre esta planta. A petición de Pedro,
Adrián del Valle publica la leyenda en su libro.

GLOSARIO
jaba. Antiguamente, tipo de cesta hecha con fibras de
palma tejidas. En la actualidad es una especie de bolsa que
también se confecciona con otros materiales. Sirve para
transportar frutas, carnes y otros artículos.
jagua. En Cuba, árbol silvestre que era muy común, y que
hoy escasea debido a las deforestaciones indiscriminadas.
Genipa americana es su nombre científico.
pitirre. Nombre que se aplica en Cuba a varias especies
de aves de la familia de los tiránidos. Es común ver en los
montes de Cuba al “pitirre real” (Tyrannus cubensis) y al
“pitirre guatíbere” (Tyrannus caudifasciatus). El nombre
es onomatopéyico, es decir, que imita el canto de estos
pájaros.
pitirreo. Canto del pitirre: pitirrr...

Tras la muerte de Imao (el primer hijo), la primera pareja


humana sufrió el primer dolor. Hamao, el padre, se arrepintió de
aquellos injustificados celos que le causaran la muerte a su hijo e

19
imploró el perdón de Guanaroca, su esposa. Luego del perdón
nació el segundo hijo: Caonao, que en lengua de indios quiere
decir: con—valor, con—precio, con—mérito.
Creció el niño bajo la protección y el cariño de sus padres.
Pero, pasado el tiempo, Caonao se hizo hombre y una triste
sensación, que no se podía explicar, comenzó a invadir su alma.
“Mi vida es tranquila, mis padres me quieren… ¿por qué este
amargo sentimiento que llena mi corazón?”, se decía una y otra
vez.
Pero, por más que se lo preguntaba, no hallaba respuesta.
Sin él saberlo, estaba reviviendo la misma historia de su padre.
Hasta que un día oyó un alegre pitirreo que llamó su atención.
Eran dos pitirres que se acariciaban y retozaban por entre las ramas
de un árbol. Fue en ese momento que Caonao supo el porqué de
aquel extraño sentimiento. No tenía una compañera con quien
compartir su vida, ninguna mujer le esperaba en casa para amarle.
Sólo existía una en la tierra, y esa era su madre.
Una tarde, Caonao vagaba entristecido por el campo. No
conseguía dejar de pensar en su inmensa soledad y rogaba a los
dioses una mujer para amar y ser amado. De repente, y sin que él
se lo esperara, pues conocía muy bien el camino, tropezó con un
tronco. Era un árbol desconocido, muy alto y de hojas muy verdes.
Estaba cubierto por abundantes frutas parduscas, grandes y
ovaladas. Muchas, ya maduras, se desprendían y caían al suelo.
Algunas, tras el golpe, se reventaban dejando al descubierto su
interior carnoso y lleno de semillas.
Caonao sintió como si las frutas lo invitasen a comerlas.
Cogió una de las más apetitosas y la mordió con avidez. Mientras
se deleitaba dijo:
¡Uhm, qué raro sabor agridulce! Nunca antes la había
probado. Creo que me las llevo todas.
Dicho esto se dispuso a agrupar las frutas para luego ir por
una jaba a su casa. Mientras las recogía le sorprendió la noche. Y
cuál no sería su asombro cuando un rayo de luna hirió las frutas
amontonadas, e hizo brotar de ellas a una hermosa mujer que
cubría su desnudez con el zumo de las frutas. Era una joven alegre,
de piel tersa, ojos provocadores y labios gruesos muy rojos. Su
cabellera era tan negra como la tinta de dichas frutas. Por primera

20
vez Caonao sintió el amor y dio gracias a Maroya (la luna) por el
obsequio de tan bella mujer. Entonces la luna le dijo:
Esta mujer se llama Jagua, que significa manantial,
fuente, principio. Ella dará nombre a tu país, al sagrado árbol y a
las frutas de las que acaba de nacer. Les enseñará a los hombres las
leyes que rigen la vida en sociedad. Aprenderán de ella el arte de
la pesca y la caza, el cultivo de los campos, el canto y el baile y la
manera de curar las enfermedades. La harás tu esposa y ambos
engendrarán numerosa descendencia.
Caonao y Jagua se amaron siempre. Si Guanaroca sólo
paría varones, Jagua sólo paría hembras. Los hijos de Guanaroca
se casaron con las hijas de Jagua. Y de aquellas primeras parejas
salieron todos los seres humanos que pueblan a Ocón, la tierra.

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EL ORIGEN DEL GUAO Y LA TATAGUA, o de cómo
convirtieron a niños llorones en plantas tóxicas y en mariposa
nocturna a una madre cruel.

Según cuenta Adrián del Valle, “es creencia bastante


generalizada que las brujas o grandes mariposas de color
obscuro tienen significación maléfica, anunciando, allí donde
entran, alguna desgracia y aun la muerte de un familiar. Es
una adulteración del significado verdadero que le atribuye la
tradición a la tatagua (o bruja) cuando se introduce en una casa
y revoloteando se posa dentro de ella”. Todavía hoy se tiene esa
creencia. La historia que a continuación te narramos despierta
compasión y amistad por la tatagua y, al mismo tiempo, te
entera del maleficio que dio origen al guao. Este mito cubano lo
recogió Pedro Modesto en la antigua zona de la Jagua india,
quien, a través de una carta, se lo hizo llegar a Adrián del Valle
para que lo hiciera publicar.

GLOSARIO
Aipirí. Danzante convertida en mariposa. Según
Vocabulario arawaco, ybbini es bailar.
guanín. Oro. Esta palabra, con la extinción de la cultura de
los indios antillanos, cayó en desuso.
guao. Arbusto que produce un jugo lechoso maligno.
Comocladia es su nombre científico.
guateque. Fiesta bulliciosa en el campo cubano.
mata. En Cuba, cualquier vegetal, sea árbol, arbusto o
hierba.
tatagua. Mariposa nocturna de Cuba, científicamente
conocida por Erebus odorata.

Desde que el mundo es mundo, coexisten los contrarios: el


día y la noche, el frío y el calor... y la tan conocida lucha entre el
bien y el mal. El mal muchas veces impone su voluntad, y la única
forma de vencerlo es desafiándole con el bien. La historia que
ahora te contamos es un ejemplo de cómo, una vez más, el espíritu
del bien enfrentó al espíritu del mal.

22
Ya son muchos los años que lleva la tatagua visitando los
hogares alguna que otra noche. Muchos creen que esta mariposa de
cuerpo grueso, alas cortas y color oscuro, también conocida por el
nombre de mariposa bruja, se les presenta para anunciar una
desgracia. Es por ello que, presas de pánico, la ahuyentan por
temor a que les traiga la mala suerte. Sin embargo, la nocturna
mariposa se introduce en las casas con el único objetivo de
advertir, no una desventura, sino a las madres que cuiden de sus
pequeños, para que estos no tengan que llorar por frío, a falta de
calor materno. Porque... un día la tatagua fue una hermosa
muchacha llamada Aipirí. Pero esto fue hace muchísimo tiempo,
tanto, que tampoco existía la mata de guao.
Fue Aipirí una india que vivió en el país de Jagua. Llamaba
la atención por su belleza y gran alegría. Era esbelta, de negra
cabellera, ojos rasgados y mirar insinuante. Gustaba engalanarse
con prendas de vivos colores: piedras, conchas, colgantes, pulseras
de guanín… Presumía de resaltar entre las demás mujeres, y para
ello adornaba su oscuro cabello con flores del rojo más encendido.
Pero estas no eran las únicas virtudes de que estaba dotada Aipirí,
pues a menudo se decían frases como estas:
¡Ah, cuánta ligereza y alegría al danzar!... Sólo es
comparable con el revoloteo colorido de las mariposas.
Su canto es tan melodioso, como el silbar de una flauta.
Era tanta su pasión por el canto y el baile, que no perdía
ocasión para hacer gala de tales habilidades en cuanto guateque se
celebraba.
A una muchacha tan bella no faltaban pretendientes. Y
decidió un día, para envidia de otras mujeres, unirse en amores a
un gran cazador. La noche de su boda fue una noche de suspiros,
en la que se escuchaba comentar a las muchachas casaderas:
¡Hum... qué hombre tan apuesto!
¡Cuánta suerte la de Aipirí!  y se referían a que ella había
conquistado el amor de uno de los hombres más valientes de la
tribu
Pero no simpatizaba Mabuya, el espíritu del mal, con tanta
felicidad y perfección. Y, una vez nacido el primer hijo de la
pareja, comenzó a tentar a la joven madre para que se fuera de
fiestas y dejara solo a su crío. Esto lo hacía con el fin de empañar

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las virtudes de Aipirí, y lograr uno de sus maleficios en la
indefensa criatura. Contrariamente, el espíritu del bien inculcaba
en Aipirí el amor, la buena conducta y los instintos maternos.
Se desató entonces una tremenda lucha entre el bien y el
mal por penetrar el alma de la muchacha. Muchas eran las
tentaciones que le ofrecía, sin ella saberlo, el espíritu maléfico:
diversiones, fiestas, y libertad sin obligaciones. La inexperta joven
abrió su corazón a Mabuya, y cada tarde se ausentaba un ratito,
mientras su pequeño niño lloraba a causa del hambre y la soledad a
que injustamente lo condenaban.
Poco antes de que llegara el marido de su diaria cacería por
los montes en busca de sustento, regresaba Aipirí a la casa, por lo
que éste no se enteraba de tan irresponsable comportamiento.
Tras un hijo vino otro, y otro, y otro... hasta seis. Pero esto
no era obstáculo para que la olvidadiza madre continuara sus
ocultas y ya largas escapatorias. Hasta llegó el tiempo en que,
dominada totalmente por Mabuya, permanecía más tiempo fuera
de la casa que dentro.
Mientras, los niños, sometidos al mayor desamparo y faltos
de una buena alimentación, de la enseñanza de buenos hábitos y,
sobre todo, del calor materno, se la pasaban llorando sin cesar,
inundando todo el campo con su ruidoso ¡guaaao! ¡guaaao!
¡guaaao!...
Llegado al clímax de su horrible maldad, decidió Mabuya
consumar su maleficio. Convirtió entonces a los infantes llorones
en arbustos con las fatales características que él había sembrado en
ellos: plantas silvestres, de hojas tormentosas, nerviosas y
puntiagudas, que expele un jugo lechoso y maligno que, al
contacto con la piel, produce irritaciones, llagas y hasta algún
quejido que recuerda el llanto de los niños: ¡guao! Dicen, también,
que hasta hinchazón y fiebre causa la sombra de esta mata ya
conocida por todos con el nombre de guao.
Por su parte, el espíritu del bien, ante tanta crueldad,
decidió hacer justicia y rompió el maleficio en que se encontraba
atrapada la joven madre. Y, a sabiendas de la pasión que sentía
Aipirí por la danza, decidió convertirla en la mariposa nocturna
oscura y de alas cortas que hoy conocemos por el nombre de
tatagua. Pero esta vez su revoloteo no estaría asociado a las fiestas

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y bailes, sino a llamar la atención de las madres, cuidarlas de
Mabuya, y recordarles sus más sagrados deberes: proteger, educar
y amar a sus hijos.
Ya sabes, si alguna noche visita la tatagua tu casa, no te
asustes, ella es Aipirí y nunca te haría daño.

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EL BAGÁ DE LOS DIOSES, o de cómo con esta fruta los
primeros hombres agasajaban a sus muertos.

Desde muy antiguo suelen aprovecharse las raíces porosas,


blandas y leves del bagá, como corcho para flotantes de redes,
boyas y tapones. También hoy se aprovecha su fruto para
alimento del ganado. Sin embargo, Pedro Modesto descubrió,
en boca de los más viejos habitantes de la Jagua india, la más
antigua historia que se recuerda sobre esta planta, y se la
entregó a Adrián del Valle para que la diera a conocer en su
libro.

GLOSARIO
agasajar. Halagar o favorecer a uno con regalos.
Obsequiar.
bagá. Árbol propio de la flora cubana. Annona glabra es
su nombre científico.
bagazales. Lugar donde hay muchos Bagaes.
casabe. Pan o torta circular y delgada hecha con harina de
yuca.
cemí. Nombre que daban los indios a sus dioses, espíritus
o ídolos protectores.

Era costumbre de los primeros hombres de Jagua dar de


comer, de lo que ellos comían, a sus dioses y a sus antepasados
muertos que tenían en casa. Los días solemnes en que había mucho
de comer: pescado, carne, casabe, frutas o cualquier otra cosa,
ponían de todo en la casa del cemí. Los dioses y los espíritus de los
muertos comían todo aquello y, a cambio, ayudaban a los vivos.
Provocaban la lluvia y la seca si lo querían los hombres, hacían
que hubiera buenas cosechas y alejaban las epidemias.
Los indios de Jagua, para agasajar a sus muertos y dioses,
daban preferencia en sus ofrendas a la fruta del bagá. Provenía
este fruto de un árbol silvestre muy común en las tierras bajas,
costas, ríos, lagunas y ciénagas de la isla de Cuba, de donde esta
planta es endémica.
Por tan espiritual servicio, los bagaes fueron considerados
árboles sagrados por los indios de esta isla, de ahí que les

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dedicaran especial cuidado a su cultivo. En los meses de abril a
junio florece este árbol de hojas elípticas y lustrosas, y en agosto se
engalana con sus frutos.
Como era por todos sabido, cuando a los dioses no se les
daba de comer aquellas frutas, estos se encolerizaban, ponían
cosas malas en los cuerpos de los vivos y causaban graves
enfermedades. Fueron los tiempos en que los dioses vaticinaron, a
muchas tribus de las islas, que no pasarían muchos años antes de
que llegara gente vestida que acabaría con todos los ritos y
ceremonias, y que muchos morirían y otros perderían su libertad.
Para evitar esto, y para que no faltara el manjar de los dioses, solía
verse en agosto y en los bagazales de Jagua, a los indios
recogiendo estas frutas.

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BAGUANO Y ACUNAY, o de cómo dos espíritus burlones, del
agua uno, de la tierra el otro, compartían el no grato oficio de
molestar al hombre.

Según cuenta Adrián del Valle, en tiempos de ser Cuba colonia


de España, todavía se escuchaba decir: “¿Ves ese hombre de
aspecto medio indio, medio chino, viejo, alto, encorvado,
cubierta la cabeza con sombrero de fieltro lleno de mugre,
vistiendo largo chaquetón roído que casi le llega a los pies,
atravesada, de hombro a hombro, una vara o cuje que apoya en
el pescuezo y sobre la cual a su vez descansan los brazos,
quedando las manos pendientes y oscilantes? No te asustes,
aunque tampoco debes fiarte mucho de él. Es Baguano”. Y
luego, en tiempos de la República, era notorio escuchar al
lechero decir: “Baguano es el culpable de que la leche tenga
agua”. Pero fue Pedro Modesto quien le contó a Adrián la más
antigua leyenda que hace referencia a Baguano. Esta historia
que fue recogida por Pedro en la Jagua india, también
recupera del olvido a Acunay, hermano de Baguano, y describe
a aquellos dos seres míticos, dioses de la lluvia y de la sequía,
que colmaron el campo con sus travesuras.

GLOSARIO
Acunay. Hombre de la tierra. La raíz cun-, con- en el
aruaco kunuku, cunuco, conuco con el sentido de bosque,
monte, selva. Según Arrom, igney es hombre. Hermano de
Baguano.
aguacero. Como bien recoge el diccionario en sus dos
acepciones, es una lluvia repentina, abundante, impetuosa y
de poca duración; pero también se refiere a las cosas
molestas que en gran cantidad caen sobre alguien.
Baguano. Ser de las aguas, o el Aguacero. Según Arrom,
Bagua significa mar (de ba, casa, y gua, nuestra), y no es
sufijo pluralizador masculino. Hermano de Acunay.
Similares hermanos se encuentran en los mitos indios de La
Española y en evidencias arqueológicas de Cuba.

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dientes de perro. En Cuba, cierta clase de piedra porosa,
coronada de puntas muy salientes y que se extienden a lo
largo de las costas.
yuca. Alimento básico de los indios taínos de Cuba. Es un
arbusto con grandes hojas de color verde—azulado y su
parte comestible la constituyen las gruesas raíces. Manihot
utilissima es su nombre científico.

Desde los más remotos tiempos de la Jagua india, sus


primitivos habitantes conocieron a dos espíritus burlones. Estos
dos genios eran hermanos, y compartían el no grato oficio de
incomodar a todo aquel que se les cruzara en el camino. Trabajo
nada fastidioso para espíritus que se placían con tales
perversidades.
Uno se llamaba Baguano, que en lengua de indios parece
significar ser—de—las—aguas, el—aguas—mucha o el aguacero.
Baguano vivía sobre los dientes de perro, en los arrecifes y cuevas
de la costa. Bebía agua en grandes cantidades y se alimentaba del
jugo de la yuca que robaba a los indios. Cuando alguien se
encontraba en su camino, Baguano se consideraba hostigado. No
soportaba que hombre alguno merodeara en su territorio. Y bien
pronto se libraba del supuesto intruso arrojando sobre él gran
cantidad de agua que, en vertiginosa e ininterrumpida cascada,
brotaba de sus ojos, nariz y boca. Baguano era un verdadero
ciclón. Era alegre, burlón y amigo de las bromas pesadas. Escapar
de su ataque era cosa trabajosa. Si lo perseguían y trataban de
acorralarlo, se refugiaba dentro de los lagos donde estaba tan a
gusto (como pez dentro del agua), y permanecía oculto hasta que
pasara el peligro.
En cambio su hermano, Acunay, le tenía tal terror al agua
que ni verla podía, mucho menos tomarla. Por eso vivía muy lejos
de Baguano, internado en el monte y en las cuevas de las altas
montañas. Acunay sólo se alimentaba de tierra, la cual comía en
grandes cantidades. Por eso Acunay en lengua de indios significa
hombre—de—la—tierra. Era callado y melancólico, pero muy
enojadizo y propenso a las riñas. Por ello, quien se cruzaba con él
era víctima de su carácter iracundo y peleón.

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Si había sequía, o lluvia, los hombres sabían con cual de
los dos hermanos podían toparse. Y a su vez, encontrarse con uno,
o con el otro, era síntoma de cambio o permanencia del estado del
tiempo. Aunque de igual forma, y a veces de manera imprevista,
Baguano y Acunay, cada uno por su parte, no desperdiciaban
ocasión alguna para burlarse del infeliz que caía al alcance de sus
travesuras.

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EL PACTO DEL MANJUARÍ, o de cómo los primeros hombres
aprendieron a pescar.

Según anotó José Antonio Cosculluela en su libro Cuatro años


en la Ciénaga de Zapata (La Habana, 1918): “si fuéramos a
relatar las mil supersticiones que sobre el Manjuarí se cuentan
en Zapata, llenaríamos páginas enteras de relatos infantiles [...]
podemos, en cambio, sacar la consecuencia de que este animal
fue en un tiempo que no podemos fijar, reverenciado de los
habitantes de la cuenca”. Esta leyenda, ahora recreada, sobre
los indios de Cuba, fue recogida por Cosculluela en su libro. A
él se la contaron dos cienagueros de la región: vecino uno del
caserío Charcas y el otro de El Soplillar. Ellos nunca pescaron
sobre montículos de guamos de ojo y supieron conservar la
narración.

GLOSARIO
enterrorio. Enterramiento, sitio de enterramientos o
cementerio de indios. Es una palabra muy común dentro
de la literatura arqueológica de Cuba.
guamo. Especie de caracol grande marino, también
conocido por cobo, o por el nombre científico Strombus
gigas.
manjuarí. Pez autóctono de la fauna indoantillana que ha
llegado hasta nuestros días. Según Pichardo, hasta de una
vara de largo Considerado un sobreviviente de la época de
los ictiosauros. Su nombre científico es Atractosteus
tristoechus.
venero. Manantial de agua.

¿Sabes tú por qué en la actualidad el manjuarí no habita


donde abundan los guamos de ojo? ¿No?... Tampoco sabrás que no
es de los guamos de ojo de quienes sienten miedo estos animalitos,
sino del hombre. Sin embargo, muchos aseguran que los guamos
de ojo tienen la propiedad de alejar a los peces. Y tú te
preguntarás: ¿y por qué huyen los manjuaríes de estos caracoles, si
es a los hombres a quienes temen? La respuesta podemos
encontrarla en una antiquísima historia sobre los primeros

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cubanos, aquellos lejanos indios que también habitaron la Ciénaga
de Zapata.
Estos hombres, en un inicio, se alimentaban de los
llamados cobos o guamos, que son caracoles que tienen en su
interior unos moluscos de muy sabrosa carne. Para comerlo,
provocaban la salida del marisco perforando el caracol, de ahí el
nombre de guamo de ojo.
Cuentan que una tarde se encontraba la tribu en uno de los
veneros de la ciénaga, consumiendo los tantos cobos que habían
logrado recolectar ese día. La constante del alimento empezó a
colmar de tristeza el alma (y el estómago) de esta gente, que ya
comenzaban a quejarse de tan rutinaria dieta:
Ya estoy aburrido de comer siempre lo mismo —comentó
uno del grupo.
Yo también —agregó un segundo— y hasta creo que
estoy perdiendo el apetito.
A mí me sucede igual —añadió un tercero—. La carne del
guamo es riquísima, pero todo en exceso aburre, ¿no?
¿Y qué podemos hacer? —preguntó otro.
Fue en ese momento, difícil para la vida dietética de
aquellos antiguos, que apareció el manjuarí, aquel alargado pez de
tantos años, escamoso y con cabeza de caimán, especie intermedia
entre reptiles y peces. Su largo hocico de mandíbulas provistas de
muchísimos dientes originó su nombre: manjuarí, que en lengua de
indios significa, el—de—muchos—dientes, o el—dientuzo.
La discusión crecía y la solución ni por casualidad asomaba
a la cabeza de uno solo de los hombres. Entonces intervino el
manjuarí y preguntó:
¿Qué pena los acongoja, humanos? Puedo descubrir en
sus rostros que se trata de algo grave.
El anciano de la tribu contó, al pez rey de las aguas, lo
abrumados que estaban por comer siempre la misma carne. El
manjuarí echó una ojeada a su alrededor y vio que por doquier se
levantaban montículos de guamos de ojo acumulados durante
muchísimos años, prueba irrefutable de que los hombres no
mentían. Sintió pena por ellos y quiso ayudarles. Luego les dijo:
No se preocupen, humanos, yo pondré alivio a sus pesares
y no sólo les revelaré el arte de la pesca, sino que, además, les

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enseñaré las zonas más ricas en alimentos y podrán saborear
ustedes los más variados manjares. Pueden estar seguros que no
faltaré a mi palabra si, a cambio, me prometen no hacer una pesca
indiscriminada.
La tribu se contentó, aceptó la condición sin evasivas y
pactó con el manjuarí quien, desde ese momento, les procuró una
suficiente y diversa pesca.
Pasado el tiempo los hombres descubrieron la red, con la
cual podían obtener grandes cantidades de peces. Tantos, que
comenzaron a faltar a la promesa que un día hicieron al manjuarí.
Cuando el sagrado pez de tantos dientes notó que la
confianza que él había brindado a los hombres había sido
traicionada, no sólo se alejó de ellos, sino que alertó al resto de los
habitantes marinos para que no se acercaran a los lugares donde
había montones de guamos de ojo, indicadores sin duda de la
presencia humana.
Tal fue la irritación del manjuarí y de sus co—habitantes
del mar, que aún no se puede pescar donde existen enterrorios de
estos antiguos hombres. Hoy día los peces, y hasta los cocodrilos,
huyen cuando ven gente sobre las pequeñas colinas de guamos de
ojo, donde se colocaban los indios para hacer sus comidas.

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LA CASIMBA DE MABUYA, o de cómo el espíritu del mal
perforó la tierra, regó la inmundicia y dejó pescuecidesplumada
al aura tiñosa.

Todavía circula en el campo cubano la vieja creencia que da


vida a Mabuya o Babujal. Aquel espíritu malo que, según nos
cuenta Antonio Bachiller y Morales en su libro Cuba Primitiva
(La Habana, 1879), “toma la forma de lagarto y se introduce
sin saber por donde en el cuerpo humano y sale si se invoca al
espíritu bueno. Es una tradición india. Para asegurar la salida
se recomiendan unos latigazos”. Dice, además, que este espíritu
se “enamora de las jóvenes y toma, para poseerlas, la forma de
un apuesto mancebo; aunque generalmente tiene la figura de
un chipojo”. La siguiente tradición, nuevamente recreada, ha
sido tomada del libro Mitología cubana (La Habana, 1986) de
Samuel Feijóo; a él se la envió el investigador camagüeyano
Andrés Carreras, a quien se la contó su amigo Estelio de la Hoz
a orillas del río Tínima.

GLOSARIO
aura o aura tiñosa. Ave carroñera americana. Conocida
en el continente con diversos nombres: zopilote, chicora,
galembo, samuro, chulo, carranco, gallinaza y urubú.
Cathartes aura es su nombre científico.
caránganos. Piojo muy grande. Conocido científicamente
por el nombre Haematopinus suis.
casimba. Cavidad formada natural o artificialmente en la
tierra, donde se recoge agua de lluvia o de manantial.
chipojo. Camaleón en las provincias centrales y orientales
de la isla de Cuba. Anolis es su nombre científico.

Contaba un indio hace cientos de años, que hubo un tiempo


en que el mundo estaba libre de infecciones. Fue allá por los días
en que el aura tiñosa, aún, cubría su pescuezo con un abundante
plumaje.
Pero un día el espíritu del mal, nombrado Mabuya, que en
lengua de indios significa el—más—feo, se dijo:

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Lo malo es tan malo, que ni yo que soy bien malo lo
puedo soportar. Por primera vez en mi vida tendré que darme un
baño, o mejor dicho, un gran baño, para deshacerme de todos estos
bichos que habitan en mi cuerpo.
Por única vez el espíritu maligno pareció tener la razón. Su
cuerpo, cubierto por un sucio y negro pelo de los pies a la cabeza,
estaba repleto de caránganos, pulgas y de cuantos insectos dañinos
y parásitos podían existir. Ni un milímetro de su desaseado cuerpo
se libraba de la picazón. Realmente su situación era desesperante.
Pensaba Mabuya que no era digno de su linaje, el bañarse
en una playa o casimba a la vista de cualquiera. Decidió entonces
construirse una bañera en un lugar secreto. Rastreó muchos sitios
sin convencerle ninguno. Hasta que, por fin, halló en la Sierra de
Cubitas una montaña tan solapada que, a él mismo, le fue difícil
encontrar. Y seguro de que nadie lo observaba, comenzó a cavar su
casimba.
Pero... no contaba el espíritu del mal con la curiosidad e
indiscreción de los hombres, ansiosos siempre de saber todo por
qué. Y allí, en el paraje más oculto, era espiado por aquel indio
que hace muchísimos años nos enteró de la historia.
Cavó Mabuya con sus uñas día y noche sin parar hasta
lograr un gran hoyo. Contaba el indio que parecía que los bichos lo
tenían furioso, porque la tierra y las piedras salían disparadas como
si se tratase del cráter de un volcán en erupción.
Terminada la bañera y mientras se llenaba, aprovechó el
malvado espíritu para tomar un descanso después de tan agotadora
faena. Cuando despertó, el agua llegaba al borde y loco de
contento, y saltando, sumergió Mabuya su peludo cuerpo dentro de
la casimba. Se zambullía eufórico y se rascaba con sus largas uñas
despojándose de cuantas suciedades lo martirizaban. Luego,
cuando salió del agua, no tuvo la precaución de dejar todas las
infecciones presas dentro de aquel pozo, y sin escrúpulo alguno,
como era de esperar de un espíritu perverso, sacudió a los cuatro
vientos el resto de la inmundicia que quedaba en su pelambre.
Complacido con el baño se tendió en la tierra para secarse
al sol. Mientras dormía, su cuerpo cambiaba de color como un
camaleón, de amarillo para azul, de azul para verde, de verde para

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rojo... y hacía muecas... y reía burlonamente como satisfecho por
haber infectado al mundo.
Justo en ese momento un aura, que volaba por las
cercanías, tuvo sed y fue a beber a aquel hoyo. Tan sólo probó un
sorbo de agua y sus ojos empezaron a segregar una legaña
asquerosa, al mismo tiempo que las plumas del pescuezo salían
disparadas como flechas. El ave graznaba estrepitosamente:
¡Auxilio!... mis ojos... me arden... ¡ay!... las plumas de mi
pescuezo... ¡qué vergüenza!...
Fue así como, por culpa del espíritu maligno, el aura quedó
pescuecidesplumada para toda la vida y se convirtió en aura
tiñosa, y se acostumbró a comer inmundicias, y el mundo fue
invadido por los parásitos, suciedades e infecciones que antes sólo
habitaban en el peludo cuerpo de Mabuya.

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LA LUZ DEL CACIQUE HATUEY, o de cómo el cielo se
ilumina con las cenizas de su cuerpo.

“La Luz de Yara”, como también se conoce esta historia, está


considerada “mito mayor cubano”. Tradición oral que tiene su
origen en la zona norte de las provincias orientales de Cuba.
Todavía hoy son muchos los que aseguran haber visto la luz del
cacique Hatuey. Hasta hay quien dice que dicha luz se le ha
metido en su casa, alumbrándola toda. En los años setenta
Samuel Feijóo recogió en su libro una amplia serie de versiones
que, sobre este mito, todavía circulaban en el campo cubano.
De estas versiones tomamos nosotros ahora para hacerte llegar
el relato.

GLOSARIO
cacique. Voz con que los indoantillanos llamaban a los
jefes de caseríos o poblados. Según Arrom, el prefijo Ka-
significa con- y siqua es –casa. El significado literal de la
voz india seria Con-casa.

Enterados de que los cristianos se aprestaban a pasar a


Cuba, un grupo de indios del oriente de la isla se prepararon para
resistir la invasión. Los dirigía un antiguo cacique de la región
haitiana de Guahabá nombrado Hatuey o Yahatuey, que en lengua
de indios parece significar: espíritu—que—brilla—en—el—cielo.
Tras varios meses de lucha, Hatuey es capturado y
condenado a morir en la hoguera. Estando ya atado al poste, un
sacerdote que le acompañaba le exhortó a que se hiciese cristiano.
—¿Para qué he de hacerme cristiano, si estos son tan
malos? —le respondió Hatuey.
—Para ir al cielo y gozar allí de la gracia de Dios —le dijo
el sacerdote.
El cacique de Guahabá se limitó a preguntar si al cielo
iban también los españoles. El fraile le dijo que sí, que cuando
eran buenos cristianos también iban al cielo. Entonces Hatuey le
respondió:
—Pues si al cielo van los españoles, yo no quiero ir al
cielo.

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El cacique es arrojado a las llamas. Y mientras el
sacerdote, de rodillas, elevaba al cielo una oración fúnebre, los
verdugos avivaban el fuego.
Consumido el cuerpo por las llamas, una luz tenue y
misteriosa se desprendió de la inmensa hoguera y un viento
enorme, colérico, se llevó las cenizas del cacique hacia las
montañas. Y jamás ese viento ha dejado de acompañarle. Salen a
pasear, y la ceniza se convierte en luz que vuela contra el cielo de
la noche.
Desde entonces, y en complicidad con el viento, una luz
enorme baja de las montañas y vaga errante por las dilatadas
llanuras, sobre todo en noches oscuras de menguante. Cuando sale,
a partir de la medianoche, casi siempre se mantiene durante una
hora.
Corre. Para. Brinca. Cuando está quieta, se agita por dentro
para mostrar su vitalidad. Baja a la playa y recorre la costa
alumbrándola toda. Volando por encima de la superficie del agua,
ronda a los pescadores de ribera. Su reflejo es brillantísimo.
Cuando esto sucede no pica el pez, por eso hay que abandonar la
pesquería y esperar hasta que la luz se retire. A veces atraviesa la
bahía y se mete mar adentro. ¿Adónde va?... nadie lo sabe. Quizás
a Guahabá, su antiguo cacicazgo en Haití. Pero a ciencia cierta,
nadie lo sabe. De vuelta, viene por encima del agua, veloz, y se
rompe contra los arrecifes. Pero luego continúa. Finalmente coge
por la ensenada del río, vuela tierra adentro hacia el lugar de su
nacimiento, y allí se apaga. Cuando la luz desaparece se escucha
un ruido enorme.
Al pasear, la ceniza se convierte en luz de múltiples colores
que el viento lleva. Al principio es una luz roja, de un rojo veteado
encendido y de gran tamaño. Le come la vista por un tiempo a
quien la mire fijamente. En donde quiere, la luz se parte en
muchos pedazos que luego se vuelven a juntar. Son dos, tres, mil
partes que corren alocadamente de un lado para el otro. Son partes
iguales pero de diferentes colores. Principalmente amarillo, azul y
verde. Unas se van apagando poco a poco, mientras que otras se
acercan a la luz más alta y se hacen nuevamente una luz gigante.
Cuando se unen éstas últimas, se ve un gran destello.
La luz no se mete con nadie. A veces la gente le dice:

38
¡Pártete en siete!
Y se parte.
¡Pártete en cinco!
Y se parte.
Aquí casi todo el mundo la sigue viendo. Es el alma del
cacique Hatuey. Su espíritu que ilumina el cielo, pero que no está
en el cielo.

39
LOS JIGÜES DEL BAYAMO, o de cómo diminutos seres se
enfrentaron a la fe cristiana.

Todavía hoy se cuenta en el campo cubano que los jigües, o


güijes, salen del fondo de las aguas de algunos ríos en época de
San Juan Bautista. Esta historia, que ha continuación te
narramos, como toda tradición oral, ha venido pasando de boca
en boca. De la región de Baracoa la recogió Antonio Bachiller a
mediados del siglo XIX. De Bachiller la tomó Fernando Ortiz
para su Archivo del folklore cubano. Y de éste Samuel Feijóo
para su libro. Dicen que todavía hay gente que relatan sucesos
de jigües como cosas reales. ¿Quién sabe?

GLOSARIO
bautismo. Ceremonia de iniciación en muchas religiones.
convertido. Se dice de aquel que se cambia de una
religión a otra.

Desde muy antaño, los indios conocieron a unos enanos


misteriosos, con gran poder sobrenatural, llamados jigües.
Pequeñísimos entes desnudos, de piel morena y muy largos
cabellos, que habitaban en las aguas, principalmente de los ríos y
lagunas.
No eran feos, mucho menos monstruosos. Tenían fama de
ser enamoradizos y juguetones. Dentro del agua, gastaban
inocentes bromas a las muchachas indias.
Cuando llegaron los primeros españoles a las playas de la
isla, éstos rechazaron todo poder superior a los de la cruz y se
burlaron de la influencia de los jigües, quienes se convirtieron
entonces en los enemigos naturales del cristianismo, y comenzaron
a ejercitar todo su poder sobrenatural para impedir la ruina de la
religión del cemí.
Por aquellos tiempos fue conocido que una de las indias
que vivía en el país del Bayamo, célebre por su belleza de cuerpo y
alma, había recibido el bautismo de los cristianos, haciéndose
llamar Ana Luisa. El hecho estimuló la proliferación de otros
tantos bautismos similares. Viendo los jigües que su influencia
desorganizada resultaba impotente, decidieron reunirse en una

40
laguna del país de Ana Luisa, para juntos enfrentar la avalancha
cristiana. Y empezaron a trabajar de singular manera entre la
población india que se había convertido.
Muy pronto la influencia de los jigües comenzó a sentirse.
La mortandad de indios e indias era espantosa y los españoles no
sabían a qué atribuirla. Sin embargo, los naturales del Bayamo
sabían el motivo. Los jigües tenían el poder de matar con la vista.
Fijaban sus mortíferos ojos en algún neófito, y al momento éste
moría terriblemente extenuado por la tisis. Los jigües habían
decidido apartar a los indios de la fe cristiana, para llevárselos a
vivir a las tierras de la religión del cemí, a la Casa de los Muertos.

41
EL COPEY DELATOR, o de cómo los primeros hombres
conocieron la discreción.

La historia del Copey delator la recoge Antonio Bachiller en su


libro de 1878. De allí la toma José Antonio Cosculluela y la
inserta en su libro de 1918, al comprobar la vigencia de esta
“superstición forestal” en la población de la Ciénaga de
Zapata. Asegura Cosculluela que “los Montes todos eran para
los Indios Cubanos morada de sus dioses, y no se crea que al
necesitar maderas de ellos tumbaban cualquiera clase de árbol
sin reparar: al contrario, tenían muchísimo cuidado en la
selección de ciertas maderas y sólo tumbaban aquellos árboles
si por su expreso y propio mandato así lo indicaban”. De ello
dan fe los españoles que en los siglos XV y XVI llegaron a estas
islas. En la leyenda que a continuación te narramos, el espíritu
que habitaba en el Copey protagonizó una de las tantas
enseñanzas que el monte ofreció a los primeros cubanos.

GLOSARIO
copey. Árbol silvestre científicamente conocido por
Clusia rosea.
cotorra. Ave endémica de Cuba. Es muy conocida la
característica parlotera de esta ave. Habla muchísimo y
pronuncia con bastante claridad las palabras que escucha.
Amazona Leucocephala es su nombre científico.
encomiendas. Encargo de un pueblo de indios (o porción
de ese pueblo) que antiguamente se hacía a favor de los
españoles para servirse de ellos.
ídolo. Imagen hecha en madera, o piedra, o concha, o
barro, o hueso, o algodón... que adoraban los indios
cubanos y que representaba su mundo mágico y religioso.
jutía. Roedor comestible, de gran tamaño (casi como un
gato) que sirvió de alimento a los indios y a los
españoles, y se ha usado con igual finalidad hasta
nuestros días. Es un animal fácilmente domesticable. Es
el mayor mamífero endémico de Cuba. Su nombre
científico es Cíapromys pilorides.

42
Todavía hay quien se cuida de hablar secretos delante del
Copey: ¡dicen que es delator! Quizás parezca exagerado...
tratándose de un árbol ¿qué otra cosa se puede pensar? Sin
embargo, te podemos asegurar que tal aseveración tiene su origen
en una muy vieja historia que te queremos contar. Pero antes debes
saber a qué llamamos Copey.
Con esta palabra nombraron los indios a un árbol silvestre
y común de los montes de las islas. Es un árbol de hermoso
ramaje, con hojas carnosas, grandes y ovales. Sus flores, en
ramillete, son amarillas y rojas, y su fruto... bueno, su fruto como
su fama guarda un oscuro y lejano secreto.
Todo comenzó hace muchísimos años, cuando todavía en
los montes moraban los dioses de los indios. Estos dioses, entonces
conocidos con el nombre de cemíes, habitaban en el interior de los
árboles.
Por aquellos tiempos los hombres aún no emprendían
ninguna tarea si antes no la consultaban con los dioses, es decir,
con los árboles. Estos les revelaron muchísimos secretos para la
vida, y para la muerte. Incluso, los árboles mandaban a los
hombres a que los cortaran y tallaran en forma de ídolos, para que
los adorasen en sus casas.
Pero también ya eran los tiempos de la conquista y
colonización española. Y los espíritus, ante la debilidad
tecnológica de los guerreros indios frente a los soldados
extranjeros, se apuraban en ofrecer a los antiguos todo tipo de
lecciones de lucha y resistencia. Una de estas fue la que
protagonizó el espíritu del Copey, el cual, sabiendo que las buenas
causas también se ganan desde una actitud reservada y prudente, se
las ingenió para que los hombres asumieran estas habilidades.
Para ello se aprovechó de que los españoles, a falta de
papel y lápiz, tenían por costumbre utilizar la hoja del Copey y el
piñón para escribir, y propició la siguiente historia.
Un español que tenía unas encomiendas en las minas de
Arimao, ordenó a uno de sus indios un viaje al pueblo
Yaguaramas. El indio debía llevar a un compatriota de su
encomendero nada menos que tres jutías asadas, rico manjar muy
apreciado por aquellos primeros cubanos. Acompañaba a las jutías
una hoja de Copey escrita.

43
El viaje fue tan largo y tanto caminó el indio que decidió
descansar. Y no sabemos si fue más la fatiga a causa del hambre,
la glotonería o la influencia invisible del espíritu del Copey, lo que
le hizo pensar: “Si me como una jutía, el español a quien debo
entregarla no lo sabrá. ¿Cómo habría de enterarse si no hay un
alma por estos lugares? Además, qué va a saber él si fueron dos o
tres jutías”.
Miró bien a su alrededor, se aseguró que ni siquiera una
cotorra lo estuviera observando, y sin perder más tiempo, se comió
una jutía hasta chupar los huesos. Se comió una segunda,
reservando sólo la tercera para el español amigo de su
encomendero. Nada preocupaba al indio. A fin de cuentas, el único
testigo de tal atrevimiento era la inútil hoja de Copey que llevaba
consigo. “Además, qué va a saber él si fue una o tres jutías”.
Luego continuó la marcha hasta llegar a Yaguaramas.
Entregó allí su encargo y, para sorpresa suya, apenas había corrido
el tiempo cuando ya todos estaban enterados de su tremendísima
comelata.
La suerte que corrió el indio aún no la sabemos, pero no
debió ser muy buena cuando a partir de ese momento los indios,
que siempre habían visto en el Copey a un espíritu bueno, lo
consideraron soplón, instigador de intrigas y enemigo de la paz.
Desde entonces, jamás volvieron a tratar sus asuntos cerca
del Copey. El árbol veía con tristeza como los indios se reunían
muy lejos de su sombra. Y cuando por necesidad debían reunirse
próximo a uno de estos árboles, los cortaban y quemaban sin
emitir una sola palabra.
Muchos han reflexionado acerca de la triste suerte del
Copey. Unos la consideran injusta alegando que no fueron ni el
Copey ni su hoja, evidentemente, los delatores de tal comelata,
sino aquel escrito que anotara el español en la hoja de este árbol.
Otros, en cambio, opinan que de una mata con frutos venenosos no
se puede esperar otra cosa que chismes e intrigas. Todavía en
nuestros días al flojo de lengua le llaman copey.
La realidad es que, del sacrificio del Copey, nunca se
enteraron los antiguos hombres. Lo sucedido hacía latente la
llegada de una nueva época en la que se diluía el diálogo entre
indios y árboles. No obstante, y a pesar del dolor que sobre su

44
tronco provocaba el golpe con hacha de piedra del indio con
recelo, el Copey sentía la satisfacción del deber cumplido: nacía un
hombre juicioso y discreto.

45
LA CEIBA DE LA PAZ, o de cómo un árbol es reverenciado por
sus atributos conciliatorios.

Del campo cubano es la ceiba uno de esos árboles dotados de


cualidades sobrenaturales. Se asegura que por mucho dinero
que se ofrezca, no se encuentra a un guajiro que sea capaz de
derribar una ceiba. También se conoce que desde hace más de
cuatrocientos años, cada 16 de noviembre (día de la fundación
de la villa de San Cristóbal de La Habana), se puede ver a
muchos habaneros darle la vuelta a la ceiba de El Templete
(lugar donde se asegura se ofició la primera misa), y pedir un
deseo “que no se le puede decir a nadie para que se cumpla”.
Estudiosos como Antonio Cosculluela y Samuel Feijóo, también
han recogido en sus libros algunas leyendas que atestiguan que,
desde muy antiguo hasta hoy, la ceiba ha sido reverenciada por
todos.

GLOSARIO
ceiba. Árbol silvestre y uno de los más corpulentos de la
flora cubana. Su denominación científica es Ceiba
pentandra.
guajiro. En Cuba, hombre de campo, campesino. Lo
caracteriza su sombrero de yarey que no se quita para nada,
machete al cinto y un conocimiento práctico del campo
como pocos tienen. De ellos cuentan que no hay vegetal
que no conozcan y distingan con sus propiedades
terapéuticas y demás utilidades. Según Arrom, gua-, es el
prefijo pronominal ‘nuestro’ y xerí que se corresponde con
el aruaco a-harí, ‘camarada’, ‘compañero’, ‘compatriota’.
De modo que guajiro significaría ‘nuestro-compañero’ o
‘nuestro-compatriota’.

De entre los muchísimos árboles del campo cubano, es la


Ceiba uno de los ejemplares más reverenciados. En época remota,
y por las maravillas que se cuentan de su influencia, pareció
encarnar esta planta uno de los espíritus más fuertes y
conciliatorios del panteón indígena.

46
Conocida como el gigante de los campos, la Ceiba se
distingue desde muy lejos. Se eleva majestuosa sobrepasando a
veces la altura de veinticinco metros. No se le ve en
concentraciones, sino más bien aislada. A sus pies, parece este
árbol querer conectar la tierra y el cielo.
Tres hombres no abarcan el diámetro de su tronco. Al
principio se ve erizado de púas cortas, poco agudas, gruesas, las
cuales pierde con la corteza según la edad. Entonces dichas púas se
reducen a las ramas y partes más nuevas de la planta. En lo alto, su
copa se abre como los cien brazos de un gigante. A pesar de su
altura, la configuración horizontal del conjunto de sus ramas la
hace ser respetada por el rayo.
Florece en marzo y abril, y da unas semillas que son del
tamaño del grano de pimienta. El hecho de que de tan pequeña
simiente, que brota a los tres meses, surja en el correr de los años
este árbol tan descomunal, ha impresionado a los hombres. Por
ello solía verse a los indios, desde sus hamacas, observar el cielo a
través de sus ramas.
Haciendo atributo a su carácter concordante, la Ceiba no
pone reparos en ofrecer, al sediento caminante, el agua que
conserva entre sus raíces. Tampoco en que sobre ella vivan
muchísimas plantas parásitas como el curujey, y encuentren
refugio un sinfín de aves como la caraira, la cayama, el
chichinguaco, los gavilanes o guaraguaos, los solibios o guanicas,
los mayitos y tantos otros.
Aseguran que alrededor de las Ceibas se encontraban las
casas de los primeros hombres. Y que debajo de estos árboles se
reunían los consejos de caciques para deliberar sobre la vida
pasada y futura de las tribus.
Cuentan que en el tronco de una Ceiba del Camagüey, casi
llegando al follaje, hay una flecha clavada, símbolo de las luchas
entre indios y españoles. Y que al lado de esa Ceiba, en noches de
cuarto menguante, salen las figuras de dos indios cubanos.
También se dice que debajo de una Ceiba de la región
central de la isla, un consejo de caciques acordó, enterados de la
invasión de Pánfilo de Narváez y de su victoria sobre los indios del
Camagüey, no hacerle resistencia.

47
EL CONVERSO DE LA JAGUA INDIA, o de cómo un cristiano
pactó con las antiguas deidades.

La historia de los cimientos del Palacio Valle es una antigua


leyenda que recogió Pedro Modesto hace muchísimos años en la
ciudad de Cienfuegos. Pedro se la entregó a Adrián del Valle
para que éste le hiciera el gran favor de acogerla bajo su
protección, y la adoptara como si fuera hija suya y la
presentara en forma de libro, junto a otras leyendas recogidas
por ambos en las fiestas del centenario de esta ciudad
(Tradiciones y leyendas de Cienfuegos, La Habana, 1919).
Según cuentan todavía en Cienfuegos, el Palacio Valle (antigua
finca morisca) está construido sobre los cimientos de un antiguo
edificio que brotó por la magia de antiguas deidades indias. Es
una historia que habla de los primeros contactos
indohispánicos, de los enfrentamientos y las tolerancias
religiosas, y de la nostalgia del emigrado.

GLOSARIO
converso. Aquel que se cambia de una religión a otra.
mudéjar. Estilo arquitectónico que fusiona elementos
cristianos y mahometanos.

Cuenta la tradición que José Díaz fue el primer europeo


que se estableció en las costas del país de Jagua. Era muy joven
cuando arribó a estas playas. Fue en un lugar llamado Tureira, que
en lengua de indios significa brillante o luciente.
Como era hombre sociable, entró en amistosas relaciones
con las tribus que habitaban la zona. Y muy pronto encontró el
amor en una bella india, Anagueia, con la cual se unió y tuvo
numerosa descendencia que perpetuó su apellido.
Aunque católico, José respetó las creencias de los antiguos
hombres, limitando su esfuerzo catequista a convertir a su esposa
al cristianismo.
Reducido por la nostalgia de su Granada natal, se propuso
construir un edificio que por su tamaño y calidad le recordara su
procedencia andaluza. Pero inútiles fueron sus esfuerzos al no
disponer de materiales, brazos, ni otros recursos suficientes para

48
llevar a efecto tal empresa. Tampoco, después de muchos rezos,
recibió la ayuda de su dios al que le pareció inadecuado construir
una patria dentro de otra patria.
Entonces, impotente y desesperado, pidió a las deidades
indias, en particular a Jagua, que le ayudasen a realizar su sueño.
Por lo que cedió a la práctica de una serie de ritos indios.
Cada día se veía a José camino del templo de los dioses
indios, con una cesta repleta de frutos del Bagá. Allí se los ofrecía,
y allí cantaba y danzaba para estas deidades.
Y sucedió que, bondadosos los entes del panteón indiano,
atendieron sus súplicas. Y como por arte de encantamiento surgió
un hermoso edificio del más puro estilo mudéjar.
Anagueia, ya cristiana convencida, no entendió que su
marido se entregase a aquellas ceremonias a favor de las antiguas
deidades. Creyó entonces que todo era obra de Mabuya, el espíritu
maligno, y temerosa de la supuesta ofensa al dios de los cristianos
que había hecho suyo, invocó el auxilio del mismo.
Fue así como el dios de los cristianos rompió el
encantamiento y el edificio fue destruido, quedando sólo los
cimientos.

49
LA VIRGEN MESTIZA DE JAGUA, o de cómo la lujuria del
pirata Jean, el agrado de Dios, una tuna y un cují, dieron origen
a la flor marilope.

Buscando viejas historias sobre los antiguos habitantes de


Cuba, se encontró Pedro Modesto en la antigua zona de la
Jagua india. Allí le contaron una leyenda que recordaba cómo
surgió, por deseo divino y del encantamiento de una india
mestiza de nombre Mari López, la flor que lleva este nombre.
Con el agrado del dios de los españoles y de dos plantas indias,
silvestres y cubanas, fue posible tal encantamiento. Dichas
plantas, de flores amarillas, responden al nombre de tuna y
cují. Esta historia testimonia los primeros años de la colonia, el
resultado mestizo de los amores entre indias y españoles, así
como los aportes culturales de uno y otro bando. También
confirma la presencia de la piratería en esa región de Cuba
que, durante más de un siglo, fue nido de esos llamados
“Demonios de los Mares”. Quiso Adrián del Valle, al publicarla
en su libro, darle larga vida a esta sorprendente tradición que
un día le contara Pedro Modesto. Ahora nosotros la narramos
para ti.

GLOSARIO
cují. Aroma amarilla común en las sabanas áridas y en los
terrenos bajos próximos al mar. Científicamente conocida
por Acacia farneciana.
marilope. En Cuba, planta silvestre científicamente
conocida por Turnera ulmifolia.
tuna. En Cuba, cactus con ramificaciones en forma de
paleta. Su fruto, conocido por Higo chumbo o Tuno, se
come y es muy diurético. De ahí que tuna en lengua de
indios signifique “agua”.
inmaculada. Sin manchas.

De los amores de un español con una india, hace


muchísimos años, nació en Jagua una niña a la que llamaron Mari
López. Era hermosa la pequeña. De su padre, heredó las facciones
europeas que contrastaban con aquellas características que

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heredara de su madre: el dorado tinte de la piel y la negrura del
pelo y los ojos.
Educada por su padre, hombre profundamente piadoso,
creció Mari López en un ambiente místico. El cultivo de las más
bellas y variadas flores, que luego ofrendaba al dios de los
cristianos, era su labor favorita. Su capacidad para amar era su
mayor virtud. La joven era capaz de sentir amor no sólo por sus
padres y el prójimo, sino también por todas aquellas cosas del
mundo terrenal, que consideraba resultado de la creación divina.
Por ello cuidaba y amaba tanto a una flor como a una avecilla. Era
su alma como una fuente inagotable de la que brotaba el más puro
amor.
Era también una muchacha alegre y apasionada por el
canto. De ahí que muchos jóvenes de la comarca la pretendieran
por esposa. Pero Mari López nunca soñó con casarse. Su más
ardiente aspiración era consagrar su vida a la cristiandad e ir,
inmaculada, al eterno paraíso celestial ofrecido por el dios de los
cristianos a sus fieles.
Sucedió que un día penetró en la bahía de Jagua una nave
en busca de reparación. La capitaneaba Jean el temerario. Éste era
un pirata joven y de arrogante figura. Acostumbrado a tener, por
las buenas o por las malas, todo cuanto se le antojaba.
Desfiguraban su rostro, bronceado por el sol de los mares, la
dureza de su mirada y una enorme cicatriz que le cruzaba la
mejilla izquierda.
Cuando el pirata vio a Mari López sintió una gran
admiración por su belleza y quiso poseerla. Sin embargo, toda vez
que se acercó a ella para pretenderla en amores, fue amablemente
rechazado. Pero no era Jean de los hombres que aceptaban el
fracaso. Así pasó que, un día, frenético de pasión y encolerizado
por la constante negativa, se acercó a la joven e intentó abrazarla
por la fuerza.
Luego de un esfuerzo sobrehumano, logró Mari López
desatarse de aquellos fortísimos brazos que la aprisionaban con
una pasión cruel y desmedida. De inmediato echó a correr a toda
marcha, pero cuando ya se creía a salvo, algunos marineros del
soberbio pirata salieron a su paso y la detuvieron por la fuerza.

51
Cuando llegó Jean, nuevamente la tomó en sus brazos y le
dijo:
Nada ni nadie se le resiste a Jean el temerario. Si no has
de ser mía por tu propia voluntad, entonces lo serás por la fuerza.
La muchacha, que esta vez no podía escapar, no encontró
otra salida que la de pedir ayuda a su dios, al que llamaba,
desesperada, a gritos. De golpe, y sin que mediara el tiempo, brotó
de la tierra y de manera milagrosa una enorme tuna de agudas y
penetrantes espinas que se interpuso entre la joven y su
perseguidor. De entre las hojas muy anchas, carnosas y gruesas de
esta planta, pudo todavía verse el fruto o tuno que, en su extremo
superior, ostenta una flor cuyos pétalos amarillos nacen
inmediatamente de él, a manera de corona. La delicada flor de la
tuna, nacida entre tantas espinas, invitaba al pirata a abandonar sus
malos instintos.
Pero Jean, dado a las peores intenciones y en un arrebato
de ira por su nuevo fracaso, sacó del cinto su pistolete y disparó e
hirió a Mari López en la frente. La muchacha cayó al suelo al
tiempo que una blanca paloma, cual si fuera el alma de la joven,
emprendió su vuelo. La intensa luz de un relámpago cegó a los
piratas que, segundos después, quedaron atónitos al ver arder la
tuna y el cadáver de la joven.
De las cenizas de estos surgió una planta de cují en forma
de cruz. Las hojas doblemente aladas de esta planta de un verde
claro dejaban ver, entre sus espinas, pequeñas flores amarillas que,
reunidas, ofrecían una mota esférica y olorosa. A los pies de esta
planta en cruz, aparecieron hermosas flores color de azufre
posteriormente conocidas con el nombre de marilope.
Es hoy la marilope una planta silvestre de hojas pecioladas,
lanceoladas y dentadas, y del verde más intenso. Su flor, de color
amarillo, es grande y tiene cinco pétalos y una prominencia en el
centro.
La tradición representa a Mari López, la virgen mestiza de
la Jagua india, vistiendo larga túnica amarilla, con una tosca cruz
de madera de cují en el pecho y sobre la cabeza un largo velo
coronado con flores de cují. Trae siempre en sus manos una cesta
llena de las flores que tienen su nombre.

52
¿Por qué conocer las palabras de los taínos?

El pueblo taíno, como él mismo se llamó ante los


españoles, ‘somos buenos’, para diferenciarse de los antropófagos
caribes, fue quien dio la bienvenida al europeo al nuevo mundo.
Víctima de la enfermedad, el mestizaje, la aculturación y la
matanza, lo que quedó de él fue llegando a nuestros días a través
de su cultura material –rescatada por la arqueología- y,
sorprendentemente, a través de su lengua, que también fue la
primera conocida de toda América.
Ninguna otra lengua influyó tanto en el español, y sus
palabras sueltas, hoy ineludibles en nuestro léxico, evocan un
pueblo que temía los huracanes, pescaba y viajaba en canoas,
dormía en hamacas, y tenía grandes caciques, como los héroes
Hatuey y Guamá.
A falta de una escritura, la lengua taína (que es como se
llama en el Caribe a la aruaca centrosuramericana) es como una
llave que abre el pasado, a través de huellas y antiguos objetos, que
hoy se pueden ver en museos y cuevas, y nos permite acercarnos y
escuchar a personas que, como nosotros, dejaron en el aire el
sonido de sus palabras, de su mundo. Todavía hoy se escuchan,
como un eco.
Las leyendas aquí ofrecidas por José Ramón y Marlene
García hacen que oigamos a esos hombres como iguales, que nos
lleguen sus palabras (inmersas dentro de la lengua española) y
resuenen llenas de vida, gracias al amor de estos autores.

Esteban Maciques Sánchez.


Alcalá de Henares, 2015.

53
ALGUNOS LIBROS CONSULTADOS PARA ESCRIBIR
ESTE LIBRITO.

Arrom, José Juan: Estudios de lexicología antillana. Editorial de la


Universidad de Puerto Rico, 2000. Mitología y artes
prehispánicas de las Antillas, ed. Siglo XXI, México,
1975.
Bachiller y Morales, Antonio: Cuba primitiva. La Habana, 1879.
Cárdenas Ruiz, Manuel: Crónicas francesas de los indios caribes.
Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
Cosculluela, José Antonio: Cuatro años en la Ciénaga de Zapata.
La Habana, 1918.
Del Valle, Adrián: Tradiciones y leyendas de Cienfuegos. La
Habana, 1919.
Dicionario de la Lengua Española (RAE), ed. Espasa Calpe, S.A.,
Madrid, 1992
Feijóo, Samuel: Mitología cubana. Editorial Letras Cubanas, La
Habana, 1986.
Pané, Ramón: Relación acerca de las antigüedades de los indios,
ed. Siglo XXI, México, 1974.
Pichardo, Esteban: Diccionario provincial casi razonado de vozes
y frases cubanas (sic). La Habana, 1875. Edicion de
Ciencias Sociales, La Habana, 1976.
Valdés Bernal, Sergio: Las lenguas indígenas de América y el
español de Cuba. Editorial Academia, La Habana, 1991.
Veloz Maggiolo, Marcio: “Un vocabulario arawaco del siglo
XVIII”, Boletín del Museo del Hombre Dominicano,
Santo Domingo RD, nº3 octubre 1973 :332-347.

54
Con esta compilación, los tímidos habitantes de la antigua
floresta mitológica antillana vuelven a hacer travesuras: jicoteas,
tataguas, manjuaríes y auras tiñosas se entremezclan con
vengativos jigües y huipias nocturnales, ectoplasmas errantes y
veneradas arboladas que aún despiertan ciertos atávicos temores
entre los contemporáneos que pernoctan en montes, cuevas o
abrigos rocosos de ciertas comarcas isleñas.
Pablo J. Hernández González

Las leyendas aquí ofrecidas por José Ramón y Marlene García


hacen que oigamos a esos hombres como iguales, que nos lleguen
sus palabras (inmersas dentro de la lengua española) y resuenen
llenas de vida, gracias al amor de estos autores.
Esteban Maciques Sánchez

EECC2003
Edición EstudiosCulturales2003.es
Miami, enero de 2015

www.estudiosculturales2003.es
[email protected]

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