Reino "De Por Sí", Unión "Eqüeprincipal" A La Corona de Castilla
Reino "De Por Sí", Unión "Eqüeprincipal" A La Corona de Castilla
unión “eqüeprincipal”
a la Corona de Castilla*
N avarra entra en los siglos modernos justamente en una coyuntura de crisis polí-
tico-militar y relevo dinástico, y éstos son los factores que han predominado en
las interpretaciones de aquella notable inflexión. Cabe enfocar ésta, siquiera somera-
mente, desde una perspectiva de mayores dimensiones cronológicas y argumentales y,
por supuesto, con especial acento en los enfoques específicos aquí planteados1.
Se produce ciertamente una conquista del territorio (1512), consecuencia de una
colisión de intereses exteriores, los de las dos grandes monarquías vecinas, la de los re-
yes “cristianísimos” y la de los reyes “católicos”. Prestas a disputarse la hegemonía en
el Occidente europeo –aquella Cristiandad amenazada ya gravemente por el Islam oto-
mano–, atenazaban por un costado y otro del Pirineo el minúsculo espacio soberano
de Navarra, probablemente el reino entonces más diminuto de Europa, especie de
asombrosa reliquia del proceso que durante tres y aun cuatro siglos había auspiciado
laboriosamente la reconstrucción de grandes espacios de poder público desde la lejana
y simbólica referencia al Imperium romano-cristiano imaginariamente restaurado por
Carlomagno.
En este gran marco político de una confrontación que iba a continuar en las si-
guentes centurias, el reino navarro constituía una muy codiciable encrucijada
estratégica, sobre todo si se tiene en cuenta el emplazamiento mayoritariamente pe-
ninsular –hispano– de sus dominios y centros históricos. Con esta circunstancia de ca-
rácter geopolítico guardaban relación las redes dinásticas que habían situado sobre el
* Signos de identidad histórica para Navarra, II, Pamplona, 1996, pp. 9-24.
1
Las investigaciones y publicaciones sobre Navarra en la llamada Edad Moderna, tan escasas hasta hace po-
co, han proliferado extraordinariamente en los dos o tres últimos lustros. Se han sucedido en gran número las apor-
taciones monográficas de calidad y rigor científico. Síntesis recientes, L. J. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA; A. FLORIS-
TÁN IMÍZCOZ y J. J. VIRTO IBÁÑEZ, Historia de Navarra. III. Desde 1512 a nuestros días, Pamplona 1989; A. FLORIS-
TÁN IMÍZCOZ, Historia de Navarra. III. Pervivencia y renacimiento (1521-1808), Pamplona, 1994; La monarquía es-
pañola y el gobierno del reino de Navarra, 1512-1808. Comentario de textos históricos, Pamplona, 1991, cuantiosa y
útil antología. No ha perdido vigencia el certero esquema de J. M. LACARRA, “Estructura político-administrativa
de Navarra antes de la Ley Paccionada, Príncipe de Viana, 24, 1963, pp. 231-248.
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ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE
2
Cf. E. RAMÍREZ VAQUERO, Solidaridades nobiliarias y conflictos políticos en Navarra, 1387-1464, Pamplona,
1990. Plantea con rigor, agudeza y nutrida información de primera mano la dicotomía nobiliaria y social en sus raí-
ces, componentes fundamentales y estallido. En posteriores publicaciones ha profundizado en la evolución de la fis-
calidad durante todo el siglo.
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3
Así lo manifiesta en el colofón de la “Crónica” de su nombre. Cf. C. ORCÁSTEGUI GROS, La crónica de los re-
yes de Navarra del Príncipe de Viana. Estudio, fuentes y edición crítica, Pamplona, 1978, p. 212. En el prólogo cam-
pea la misma idea, por ejemplo, cuando asevera que Navarra no debe consentir “que las otras naciones de España”
se igualen con ella “en la antigüedad real”, o bien que “debe comenzar desde las poblaciones d’España por discurrir
los viejos fundamentos d’este reino de Navarra”, ibid., pp. 75-76.
4
Juramento por poderes del virrey Diego Fernández de Córdoba, marqués de Comares, ante los tres Estados
del reino (Pamplona, 23 marzo 1513). Archivo General de Navarra [AGN], Guerra, leg. 1, carp. 62. Pub. A. FLO-
RISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 59-61. Fue ratificado antes de tres meses por el propio soberano (Va-
lladolid, 12 junio).
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dos y habitantes y moradores en el dicho reino de Navarra, conforme a los fueros y or-
denanzas del reino, cuando la necesidad de la presente guerra del presente reino cesare.
Y quiero y me place que si en lo sobredicho que jurado he o en partida de aquella, su
Católica Majestad en contra mandare, lo que a Dios no plega, que los dichos Estados y
pueblo del dicho reino de Navarra no sean tenidos de obedecer en aquello que será ve-
nido en contra de alguna manera, antes todo sea nulo y de ninguna eficacia y valor”.
Por su parte, los Estados “de todo el pueblo y universidad” del reino, “juntos en
Cortes Generales” en Pamplona “por mandado y llamamiento de la Católica Majes-
tad”, juraron en los siguientes términos: “Juramos al muy alto y muy poderoso y cató-
lico rey nuestro señor D. Fernando, por la gracia de Dios rey de Aragón y de Navarra...
sobre esta señal de la cruz y santos cuatro evangelios, por cada uno de nos manual-
mente tocados y reverencialmente adorados, que recibimos y tomamos por rey nues-
tro y natural señor de todo este reino de Navarra al dicho rey D. Fernando, nuestro rey
y señor natural... Y prometemos de le ser fieles y buenos súbditos y naturales, y de le
obedecer y servir y guardar su persona, honor y estado bien y lealmente. Y le ayudare-
mos a mantener y guardar y defender el reino y los fueros, leyes y ordenanzas, y des-
hacer las fuerzas, según que buenos y fieles súbditos y naturales son tenidos de hacer,
como los fueros y ordenanzas del reino disponen”.
El juramento va a constituir el rito y la imagen casi sagrada de la continuidad del
reino. Aunque de ordinario a través de su virrey lo iban a prestar los sucesivos monar-
cas “distantes” hasta Fernando VII (III), así como los herederos del trono, conforme a
una fórmula que sustancialmente entroncaba con la establecida en el siglo XIII5.
Las Cortes Generales
Las convocatorias y actividad de las Cortes, símbolo y encarnación genuina del rei-
no o “pueblo”, constituyen el testimonio más rotundo de la preservación del espacio
soberano navarro y su régimen de gobierno de algún modo “patriarcal”6, como deno-
ta el derecho de todos los navarros a presentar sus agravios ante los Estados7. Durante
el período que cabría definir de unión todavía “circunstancial” a la Corona castellana,
se congregaron casi anualmente, es decir, con ritmo parecido al de tiempos anteriores8
y deplegaron las facultades legislativas que por fuero les correspondían junto con el so-
berano9. Siguieron fijando y concediendo el “servicio” o “donativo”, la ayuda econó-
5
La pauta literal del juramento del heredero, el futuro Felipe II (IV), ante las Cortes de Tudela (agosto de 1551)
sirvió de modelo hasta Fernando VII (III). Felipe IV (VI) fue el último rey que se dirigió personalmente a las Cortes.
Clausuró en Pamplona las de 1646, ante las que ratificó el juramento prestado años atrás (1632) por el virrey. El
príncipe Baltasar Carlos fue a su vez entonces el último heredero en cumplimentar así el juramento.
6
Calificativo manejado por J. M. LACARRA, “Estructura”, p. 238.
7
En 1513 se encargó a un síndico examinar previamente todas las solicitudes. Todavía en las Cortes de 1818-
1829 se dispuso “que la Ratonera sea puesta en tiempo de Diputación, lo mismo que en el de Cortes”.
8
Entre 1513 y 1560 se congregaron en 32 ocasiones, es decir, una media de año y medio entre una y otra con-
vocatoria. Hubo sesiones anuales en los años 1513-1517 (en 1516 dos), 1522-1524, 1526-1532, 1536-1538 y 1549-
1556. La duración de estas sesiones osciló entre una o dos semanas y mes y medio. Cf. M. P. HUICI GOÑI, Las Cor-
tes de Navarra durante la Edad Moderna, Pamplona, 1963. La legislación producida entre 1512 y 1716 se recogió en
la Novíssima Recopilación de las leyes del reino de Navarra, por J. ELIZONDO, Pamplona, 1735, 3 vol. (reimp. 1964);
y desde 1714 a 1829, en Cuadernos de las leyes y agravios reparados por los Tres Estados, Pamplona, 1826-1829, 8 vol.
(reimp. 1892 y 1964, 2 vol.). De máxima utilidad resulta también la edición dirigida por L. J. FORTÚN PÉREZ DE
CIRIZA, Actas de las Cortes de Navarra (1530-1821), Pamplona, 1991-1995, 14 vol. y en prensa los dos últimos.
9
Las Cortes de Sangüesa de 1561 pusieron de manifiesto cómo la elaboración de leyes competía al reino jun-
to con el rey, sin que uno pudiera prescindir del otro. Se entendía sin duda que dictar leyes era uno de los “hechos
granados” de la foralidad primigenia (cf. el juramento de Teobaldo II, 23 de noviembre 1253. J. M. LACARRA, El ju-
ramento de los reyes de Navarra, 1234-1329, Madrid, 1972, pp. 73-74).
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10
“Si... viniésemos en contra [de los fueros jurados]... no sean tenidos de nos obedecer... e si lo hiciéramos,
que todo sea nulo de ningún valor”.
11
Pub. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 61-62.
12
Cortes de Olite, 1645. Ibíd., p. 165.
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francés, con el agravante para Carlos I (IV) de la insurrección de los Comuneros caste-
llanos (1520-1521). El asedio y la expugnación final de Maya (19 julio 1522) constitu-
yen un mero episodio de dicho conflicto, ventilado además en este caso entre navarros,
como lo eran también los beaumonteses atacantes. El entrañable simbolismo atribui-
do siglos después a la resistencia agramontesa –ciertamente heroica, pero especie de
canto de cisne de una bandería dinástica en irremediable proceso de extinción– en
obras de porte más bien ensayístico y polémico, parece traducir una mentalidad histo-
riográfica “romántica’ o “epirrománticá” y unos planteamientos dignos sin duda de to-
do respeto, pero bastante distantes de aquellos lejanos hechos y del pensamiento polí-
tico que en ellos subyacía13.
Fernando, que no había privilegiado de modo especial a los beaumonteses, su quin-
ta columna navarra, intentó ya atraerse a la facción agramontesa. La definitiva amnis-
tía general (29 abril 1524)14 resultó decisiva para la paz y la reconciliación social. Se
ofreció igual oportunidad a los dos bandos para ocupar los oficios y beneficios del rei-
no y, por añadidura, los más honrosos, lucrativos o prometedores de los demás reinos
que los nuevos soberanos navarros poseían en Castilla, Indias y demás parajes. Es lógi-
co que en los medios locales quedara durante más de tres generaciones el rescoldo de
los pasados rencores y luchas intestinas. Sólo en 1628, a petición de las Cortes, y “pa-
ra que se borre de la memoria lo que para nada es bueno”, se dieron “por extinguidas y
acabadas... las opiniones de beaumonteses y agramonteses”, entre los cuales se venían
distribuyendo “con distinción de bandos” los cargos del Consejo Real y la Corte, los
diputados y síndicos del reino, los “oficios de la república y ocupaciones de los pue-
blos”, así como “las calongías y prebendas de las iglesias»15.
Gobierno privativo: el Consejo Real. Sedimentos forales
Como ya había ocurrido antes, los monarcas, que ahora sólo muy esporádica y fu-
gazmente visitarán Navarra, van a estar representados por el virrey, su “lugarteniente y
capitán general”16, que pronunciará en su nombre el juramento de los fueros y servirá
de nexo con el reino, es decir, los Tres Estados congregados en Cortes Generales. En
términos generales iba a mantener con éstas el tono de dignidad, prudencia y armonía
que convenía a tan altas relaciones institucionales 17.
El gobierno ordinario del reino por parte del soberano “distante” se encauzó a tra-
vés del Consejo Real. Este organismo tradicional encajaba perfectamente en la prácti-
ca de la dirección polisidonal de la monarquía hispana, desarrollada precisamente en
este periodo. Se dio, sin embargo, en este caso una diferencia bastante significativa,
pues este Consejo no iba a tener su sede en la corte central de la monarquía, sino en el
propio solar navarro, en Pamplona, cabeza del reino. Lógicamente aquí radicaban tam-
bién la Corte Real o Mayor, tribunal central de justicia, la Cámara de Comptos, a la
que se habían añadido facultades judiciales en los asuntos fiscales de su específica
competencia. En ambas instancias cabía el recurso de apelación ante el Consejo Real,
13
Cf. planteamiento historiográfico bien ponderado, ibíd., pp. 69-71, aunque bajo el epígrafe “La batalla de-
finitiva y el final de la independencia”.
14
Les restituye sus “honras y famas” y todas sus haciendas. Cf. ibíd., pp. 80-82.
15
Ley solicitada por las Cortes de 1624-1626 y concedida en 1628. Nov. Recopilación, 1, p. 436 (lib. 1, tít. 9, ley
25).
16
Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 85-86.
17
“Nunca hubo cuestiones graves, aunque nada tiene de extraño que a lo largo de varios siglos se produjeran
algunos incidentes”. Cf. J. M. LACARRA, “Estructura”, p. 240.
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18
Ordenanzas promulgadas tras la visita del licenciado Fernando Valdés (1483-1568). Pub. J. M. ZUAZNÁVAR,
Ensayo histórico-crítico sobre la legislación de Navarra, San Sebastián, 1827-1829 (reimp. 1966), 2 vol. Cf. L. J. FOR-
TÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El Consejo Real de Navarra entre 1494 y 1525”, Homenaje a José María Lacarra, 1, Pam-
plona, 1986, pp. 165-180; L. J. FORTÚN y C. IDOATE, Guía de la Sección de Tribunales reales del Archivo General de
Navarra, Pamplona, 1986, introducción histórica (“Los tribunales reales de Navarra: el Consejo Real y la Corte Real o
Mayor”). Deben tenerse en cuenta los minuciosos estudios monográficos, organizados por siglos, de J. SALCEDO
IZU, El Consejo Real de Navarra en el siglo XVI, Pamplona, 1964, y J. M. SESÉ ALEGRE, El Consejo Real de Navarra en
el siglo XVIII, Pamplona, 1994, éste con un documentado análisis prosopográfico, lo mismo que la obra, todavía iné-
dita, de Mª D. Martínez Arce, para el siglo XVII.
19
Nov. Recopilación, 1, 10, 20.
20
A propuesta de las Cortes el rey accedió en 1604 a la rendición anual de cuentas municipales ante el Conse-
jo, pero mantuvo las residencias que no serían suprimidas hasta 1743. Nov. Recopilación, 1, 12, 25.
21
El virrey había urgido en las Cortes de Tafalla de 1519 la designación de personas para recopilar los fueros y
ordenanzas en un volumen, para reformar lo necesario y administrar mejor la justicia. Cf. J. SALCEDO IZU, El Con-
sejo Real, p. 77.
22
Las Cortes, que insistieron tenazmente en la impresión, desde las sesiones de Tudela de 1583 trataron de pro-
mover al menos el “Fuero colacionado”, proyecto igualmente malogrado. Se decidió por fin, en 1528, editar la re-
dacción del siglo XIV que habitualmente se había venido manejando y que todavía tardó más de medio siglo en ver
la luz. Cf. I. SÁNCHEZ BELLA y col., El Fuero Reducido de Navarra (Edición crítica y estudios), Pamplona, 1989, 2 vol.
23
Noyon 1516, Madrid 1526, Cambray 1529, Niza 1538, Crépy 1544.
24
En papel suelto anejo a su testamento (Bruselas, 6 junio 1554). Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía
española, pp. 107 y 111.
25
A la reina Juana dedicó su traducción vascuence del Nuevo Testamento el calvinista de Labourd Joannes de
LEIZARRAGA (Iesus Christ Ilaunaren Testamrentu Berria, Rochellan, Pierre Hautin imprimaçaile, 1571).
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26
En respuesta ante cierto contrafuero cometido por el virrey y denunciado en las Cortes de 1595. AGN, Sec-
ción de Guerra, leg. 2, carp. 66.
27
No parece muy exacta la rotunda afirmación de que en los nombramientos episcopales la Corona española
“sometió a Navarra a un régimen colonial” e “intentó la castellanización de la Iglesia... hasta límites extremos”. Si
se tiene en cuenta la dimensión demográfica del reino, cabría hablar también, por el contrario, de un alto índice de
“navarrización” política y eclesiástica de Castilla y las Indias. En una rápida cata numérica se ha verificado, por ejem-
plo, que sólo en los siglos XVII y XVIII al menos 43 navarros ocuparon sedes episcopales en España y América, mien-
tras que entre 1539 y 1829 hubo en Pamplona 33 obispos castellanos y 3 navarros. Cf. datos en J. GOÑI GAZTAM-
BIDE, Historia de los obispos de Pamplona, 3-8 [siglos XVI-XVIII], Pamplona, 1985-1989.
28
Disposición de Felipe IV (30 julio 1647) anulando la del Consejo de Castilla que los había declarado extran-
jeros.
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29
Al comenzar el siglo XVI apenas llegaría a 20.000 el número de hogares del reino, mientras que en 1553 pa-
saba de 32.000. Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, Historia de Navarra. III, pp. 74-76.
30
Apenas 1.300 km2, de relieve particularmente accidentado.
31
Nov. Recopilación, 1, p. 377 (ley 7). Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 140-141 y 145-
146.
32
Como es bien sabido, este monarca había permitido entre 1527 y 1530 por dificultades defensivas el aban-
dono del apéndice navarro de Ultrapuertos, salvo Valcarlos. No había accedido a integrar Viana y su partido en Cas-
tilla a la que desde 1463 pertenecía ya el enclave navarro de Los Arcos y sus aldeas, unos 100 km2.
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consejo a los Estados para ello33; y las de Sangüesa de 1561 habían corroborado sin lu-
gar a dudas que la elaboración de las leyes –como “hecho granado”– correspondía a las
propias Cortes junto con el rey, sin que una de las partes pudiera prescindir de la otra.
Y para mayor garantía de los fueros acordaron que las órdenes del monarca sólo ten-
drían vigencia con la aprobación del Consejo Real, instaurándose así el derecho de
“sobrecarta”34. En un nuevo paso adelante, las Cortes de Pamplona de 1569 consiguie-
ron el derecho de acordar la impresión o promulgación de las leyes sancionadas por el
soberano, incluyendo sólo las elaboradas a petición suya y excluidas, por tanto, las pro-
visiones del virrey y del Consejo Real35.
Con funciones heterogéneas de información y gestión, se había decidido además
tener en la Corte madrileña un “Agente general del reino”36, con algún cargo en los
órganos centrales de la monarquía, como en la Cámara.
Cada convocatoria de Cortes –antes teóricamente anuales– se fijó en 1572 para el
plazo de dos años, ampliado a tres, como máximo, desde 1617. Entre 1561 y 1695 se
iban a celebrar 33 sesiones, es decir, una cada cuatro años o poco más. Los mayores in-
tervalos sin convocatoria se dieron desde mediados del siglo XVII, de seis años entre
1646 y 1652, de ocho entre 1654 y 1662 y de quince entre 1662 y 1677. Fue aumen-
tando en cambio la duración de las sesiones, casi cuatro meses en 1561 y seis en 1642,
casi dos años en 1652-1654.
La Diputación del Reino. “Pase foral”
Con una proyección histórica entonces sin duda insospechada, en las Cortes de
1576 se instauró una Diputación permanente para velar “de Cortes a Cortes” por los
efectos de “cualquier agravio, contrafuero, quebrantamiento de leyes y reparos de agra-
vios”37. Desde el estado anterior de nebulosa, cobraba forma así el organismo que con
el tiempo iba a simbolizar “todas las esencias del régimen foral”. Cabe considerar su
partida de nacimiento “oficial” el primer libro de Actas de 1593, el año siguiente a la
visita del rey y el juramento del príncipe.
Como otro jalón en el afianzamiento del sistema de garantías del reino, fue asig-
nado a la Diputación el Reino, plenamente consolidada ya, el derecho de “pase foral”,
en vigor desde 1630-1632, como requisito para la “sobrecarta”38. Otra ley obligaría
(1692) al Consejo Real a consultar con la Diputación antes de despachar la citada
“sobrecarta”39. Casi al mismo tiempo (1693) se encargaba la propia Diputación del Rei-
33
Cf. J. SALCEDO IZU, El Consejo Real, pp. 60-61.
34
J. SALCEDO IZU, “Historia del derecho de sobrecarta en Navarra”, Príncipe de Viana, 30, 1969, pp. 255-263.
35
Nov. Recopilación, 1, 3, ley 22. Pedro Pasquier había publicado una Recopilación de las leyes y ordenanzas, re-
paros de agravios, provisiones y cédulas reales... y leyes de visita que están hechas y proveídas hasta el año de 1566, Este-
lla, 1567, sin reconocimiento de las Cortes, lo mismo que la preparada por el licenciado Armendáriz, Recopilación
de todas las leyes del reino..., Pamplona, 1614 (Additiones, 1617). El mismo año precisamente y por voluntad del rei-
no –de manifiesto ya en las Cortes de 1576– los síndicos Pedro de Sada y Miguel Murillo de Ollacarizqueta edita-
ron la compilación de Las leyes del reino de Navarra hecha en Cortes Generales... de 1512 a 1614, reducidas a sus debi-
dos títulos y materias, Pamplona, 1614. Sebastián de Irurzun prepararía luego el Repertorio de todas las leyes... desde la
Recopilación de los síndicos hasta 1662, Pamplona, 1664.
36
Llamado “Comisario del Reino” desde 1751. Entonces ya se le había autorizado –hacia 1718-1719– ofrecer
a algún funcionario “el agasajo que le pareciere para que cuanto antes” se resolvieran los asuntos pendientes.
37
Al ser casi anuales las reuniones de los Estados los nombramientos de “diputados” con funciones específicas
desde el siglo XV no tuvieron la fijeza y el peso político adquiridos por la Diputación del Reino ahora instaurada.
Cf. J. SALCEDO IZU, La Diputación del Reino de Navarra, Pamplona, 1969, y Atribuciones de la Diputación del Rei-
no de Navarra, Pamplona, 1974.
38
Cf. J. SALCEDO IZU, “Pase foral”, Gran Enciclopedia de Navarra [GEN], 9, Pamplona, 1990.
39
Nov. Recopilación, 1, 4, 11 y 18. Cf. J. M. LACARRA, “Estructura”, pp. 242.
1064
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40
J. SALCEDO IZU, Atribuciones, pp. 382.
41
Cf. J. J. MARTINENA RUIZ, La ciudadela de Pamplona. Cuatro siglos de vida de una fortaleza inexpugnable,
Pamplona, 1987.
42
En un punto supuestamente secreto del testamento de 7 marzo 1594. Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La mo-
narquía española, pp. 141-145 y 147-151.
43
En su Carta apologética (1570) el eximio Martín Azpilicueta Jaureguízar, de progenie agramontesa, aun con-
siderando dudoso el origen de la realeza de Castilla, había opinado que no se podía reintegrar Navarra por razones
políticas y estratégicas. Cf. ibíd., pp. 118-120.
44
Ibíd., pp. 151-154. F. IDOATE, Catálogo del Archivo General de Navarra. Sección de Guerra. Documentos, 1259-
1800, Pamplona, 1978; Esfuerzo bélico de Navarra en el siglo XVI, Pamplona, 1981.
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quizá, la Diputación alegaba que “se había perdido la tercera parte de Navarra” y no se
podía desguarnecer Pamplona, “puerta y llave de toda España”. El reino iba a hacer el
mayor esfuerzo posible, precisamente en una coyuntura de crisis demográfica y econó-
mica (1630-1660)45, aunque más breve y suave que en Castilla y Aragón.
Como contrapartida de sus aportaciones a los intereses generales de la monarquía,
las Cortes incrementaron su cuota fiscal o vínculo de la Diputación; en las de 1642 se
crea el estanco del tabaco en beneficio del reino, que luego lo arrendó al monarca, y se
recarga la saca de la lana46; se obtiene en 1645 el expediente para la fábrica de los tri-
bunales y archivos; se consigue en 1654 la atribución de un 4% sobre el servicio por
repartimiento de fuegos47. Mayor alcance tuvo para la tradición del reino el reconoci-
miento por parte de Felipe IV de las facultades de las Cortes tanto en la concesión y
servicios de hombres de armas (1644) como en la fijación de la aportación económica
del reino, el “servicio” o “donativo” (1652)48.
A diferencia de otros reinos de la monarquía, no hubo en Navarra conspiraciones
secesionistas. Es cierto que su enérgica protesta ante del rey (1646) hizo sospechoso al
diputado Miguel de Itúrbide que, encarcelado dos años después, murió misteriosa-
mente en prisión junto con algunos de los aragoneses conjurados con el duque de Hí-
jar49. Mas el virrey declaró que en Navarra no había habido ni el menor asomo de se-
dición.
Actualización de la memoria histórica
Las Cortes no habían dejado de recordar el compromiso de los monarcas con su
reino a través de la digna ostentación de los signos emblemáticos de su historia y su
personalidad. Como en otros tipos de relación humana, en el ejercicio de los supremos
poderes públicos no bastan las proyecciones fácticas, las obras o eventuales actos de
gobierno, sino que éstos deben traducir un conjunto de ideas y una mentalidad social
alimentada por el mensaje permanente de las expresiones simbólicas, palabras y títu-
los, armas o blasones, sellos, cotas, doseles, pendones, estandartes. Así fue planteado el
asunto con énfasis y gallardía50 ante Felipe IV (VI), último soberano en presentarse per-
sonalmente (Pamplona, 1646) ante la más alta representación del pueblo navarro:
“Siendo como es este reino de los más antiguos de España y aun de toda la Cristian-
dad, y de tanta calidad y nobleza como es notorio, y que los reyes de él, predecesores
de Vuestra Majestad, han sido siempre ungidos, y teniendo esta particular prerrogati-
va y otras de mucha preeminencia..., le haga merced de mandarlo honrar y favorecer
en todas ocasiones, no sólo en obras, pero en palabras y títulos de su real renombre.
Y porque en las cotas que llevan los maceros o reyes de armas el día que V. M. hon-
rándonos, hizo su entrada pública en esta ciudad de Pamplona, en que están dibujadas
las armas de sus reinos, no se vieron las de este reino. Y lo mismo se ha reparado en los
reales doseles, sellos y otros puestos en que están las armas reales de V. M. y de sus rei-
nos, y en los pendones y estandartes reales. Nos ha causado grande novedad de que en
45
A partir de la peste de 1630-1631.
46
Se aumentaría de nuevo en 1705.
47
En 1678 se asignaría al reino un tercio de las penas de embargo de madera, galeras, carros o acémilas, y tem-
poralmente el estanco de chocolate.
48
Cf. A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 167-169 y 172-177.
49
A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, Historia de Navarra. III, pp. 66-68.
50
Se apela a la antigüedad del reino navarro y de sus monarcas, “siempre ungidos”, y al menoscabo padecido
en su “autoridad y blasón” por la ausencia de “las armas de las cadenas que son las de este reino”.
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REINO “DE POR SI”, UNIÓN “EQÜEPRINCIPAL” A LA CORONA DE CASTILLA
ellos falten las armas de las cadenas, que son las de este reino, lo cual es en perjuicio de
su autoridad y blasón.
Y por esta causa los señores reyes progenitores de V. M... ordenaron y mandaron
poner en sus armas reales las reales de este reino por su orden, y que en las provisiones
reales que viniesen a él despachadas con el sello de la Chancillería de este reino, que re-
side en su real corte, se mandaría a sus secretarios y oficiales que después del reino de
Castilla se ponga este de Navarra y que, del mismo modo, después de las armas de Cas-
tilla, se ponga en mejor lugar las de este reino”51.
Aunque en la paz de los Pirineos (1659) el monarca francés no había renunciado a
los derechos que pudieran pertenecerle “en todos sus reinos”, el territorio navarro no
pasó especial peligro hasta finales de siglo, salvo algunos incidentes fronterizos en las
nuevas cuatro sucesivas guerras con la monarquía vecina. Se vivió, por otra parte, una
temprana recuperación tras el señalado período de crisis. La generalización del cultivo
de maíz y el rápido crecimiento económico de los valles húmedos repercutió favo-
rablemente en las demás zonas. Paralelamente empezaba a florecer la influyente colo-
nia navarra de Madrid.
La corriente centralista, suscitada por la dimensión adquirida por los conflictos ex-
teriores de la monarquía de los Austrias e impulsada por el pensamiento político y la
gestión del conde-duque de Olivares, para quien el rey era “dueño absoluto de todo”,
había alentado en Navarra un rearme ideológico. Se ha aludido ya a la confirmación
de las prerrogativas forales en las prestaciones militares y fiscales a la monarquía. Pero
se consideró oportuno ahondar más en el reforzamiento de la conciencia colectiva me-
diante una renovación de la memoria histórica y de los principios jurídicos. En el pla-
no historiográfico el esfuerzo se puso de manifiesto en la designación de un primer
cronista del reino, José de Moret, encargado de poner al día los “Anales” de Navarra
que sólo al cabo de treinta años se hicieron realidad con la aparición de su primer volu-
men (1684)52. Desde el punto de vista jurídico no deja de ser asimismo significativa la
primera impresión dos años después de la redacción, todavía manuscrita, del “Fuero
General” tal como se había sistematizado antes de mediar el siglo XIV53. Las Cortes de
1678 decidieron que éste, “nuestro fuero general”, encabezara la “Recopilación” de las
leyes del reino verificada por Antonio Chavier54, a manera de pórtico profundamente
simbólico.
51
A. FLORISTÁN IMÍZCOZ, La monarquía española, pp. 163 y 166-167. Defensa de los símbolos del reino en una
petición de Cortes, Pamplona, 1646. Nov. Recopilación, 1, 2, 57 (p. 125).
52
Cf. Á. J. MARTÍN DUQUE, “José de Moret, primer cronista del reino”, en Anales del reino de Navarra, ed.
anotada e índices dir. por S. HERREROS LOPETEGUI, 1, Pamplona, 1988, pp. XI-XXV; F. MIRANDA GARCÍA y E. RA-
MÍREZ VAQUERO, “Pedro de Agramont y la Historia de Navarra”, Pedro de Agramont y Zaldívar. Historia de Nava-
rra, 1632. Estudios introductorios, Pamplona, 1996.
53
No se había llegado a realizar la impresión acordada ya en 1628.
54
Joaquín Elizondo no tardaría en empezar a preparar su “Novísima recopilación” (1701), finalmente impresa
en 1735.
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“segregado por dos siglos” a su “augusta casa de Borbón”, su “legítima propietaria”. Las
hostilidades del conflicto sucesorio afectaron a la Ribera (1706) y la merindad de San-
güesa (1710) y el reino, además de aportar hombres y pertrechos, tuvo que sufrir las
habituales depredaciones de los ejércitos en pie de guerra.
Firmadas las paces, Navarra fue una excepción en la política de la nueva dinastía
para la acomodación expeditiva de los diferentes espacios históricos de la monarquía
española a las leyes y, en particular, las formas de gobierno de Castilla. Quizá tuvo en
cuenta el soberano la pronta adhesión y la fidelidad de los navarros, entre los que es-
tuvo refugiado (Pamplona, 1706) en uno de los azares adversos de la contienda. El tes-
timonio de un viajero anónimo, de discutible fiabilidad, explica que, al proponerle al-
guien extender a Navarra algún nuevo concepto impositivo, Felipe V habría respondi-
do: “Deja a mis navarros”. Pero, de momentro más bien pausadamente, a lo largo de
más de medio siglo, iban a plantearse desde uno u otro flanco los primeros asaltos al
sistema foral.
Se advirtió ya diferente estilo, de mayor distanciamiento y dureza, por parte de los
virreyes y el Consejo Real. No sin protestas de la Diputación del Reino, se llegó a tras-
ladar durante algunos años (1718-1722) las aduanas al Pirineo, alegándose que favore-
cían el contrabando y perjudicaban, por tanto, el comercio castellano55. Hubo, por aña-
didura, levas de soldados contrarias al Fuero. Se espaciaron más las sesiones de las Cor-
tes Generales del reino, que fueron solamente diez entre 1701 y 1797. Y una de las pau-
sas duró diecisiete años (1726-1743), pero con ello ganó en cambio la Diputación ma-
yor peso político y social.
La mentalidad ilustrada
En los festejos organizados con motivo del juramento del nuevo soberano, Fer-
nando VI (II de Navarra) se traslució ya cierta corriente de opinión soterradamente re-
formista y contraria al régimen foral. En la crónica de los actos, encargada por la pro-
pia Diputación, al jesuita José Francisco Isla, que no los había presenciado, sus elogios
“son, a fuerza de arrebatados y pueriles, insultos sardónicos, sátira más que panegí-
rico”56: Aquel “Día grande Navarra” se vio ensombrecido enseguida por la polémica,
auspicio de las primeras borrascas de la “Ilustración”.
La controversia entre tradición y progreso se fue agudizando durante medio siglo,
a partir principalmente de las cuestiones de aduanas y servicio militar. Después de un
primer intento (1742) de “examen” sistemático de los fueros por parte del gobierno
central, el monarca pidió a las Cortes el estudio de algunas reformas concretas (1757).
Y el presidente del Consejo de Castilla, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aran-
da, cortó ya por lo sano en los proyectos del Canal Imperial (1766). En su informe de
1777, Pedro Rodríguez de Campomanes, secretario de Estado, abordó a fondo el te-
rreno de los principios. Los fueros, se argüía, pueden ser revocados, modificados y ac-
tualizados por el propio soberano que los otorgó. Además, la unión de 1515 habría si-
do “accesoria”, es decir, referente no a la persona del monarca, sino al reino castellano.
La Diputación replicó que el rey está sometido a las leyes por virtud de su juramento.
55
La cuestión de las aduanas iba, sin embargo, a propiciar luego (1753) la retrocesión a Navarra del partido de
Los Arcos después de casi tres siglos de pertenencia a Castilla. Cf. J. ANDRÉS-GALLEGO, “Los Arcos”, GEN, 7, 1990,
pp. 131-133.
56
El título completo de la publicación, sin el nombre del autor, fue Triunfo de Amor y de la Lealtad, Día gran-
de de Navarra. En la festiva, pronta, gloriosa Aclamación del sereníssimo catholico rey D. Fernando II de Navarra y VI
de Castilla, Pamplona, 1746. F. PÉREZ OLLO, “Isla de la Torre y Rojo, José Francisco”, GEN, 6, 1990.
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57
Cf. R. RODRÍGUEZ GARRAZA, Tensiones de Navarra con la Administración Central (1778-1808), Pamplona,
1974; J. SALCEDO IZU y J. ANDRÉS-GALLEGO, “Fuero. Modificación de Fueros (1772-1841)”, GEN, 5, pp. 181-190,
Síntesis con abundante y bien trabada información.
58
Se invocó concretamente la ley de Cortes de 1569. Cf. L. J. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, Actas de las Cortes de
Navarra. Libros 11 y 12 (1780-1781), Pamplona, 1995, Introducción, pp. 11-15.
59
Ibíd., nota 17.
60
El sistema radial, con centro en Pamplona, había empezado con el eje que debía empalmar Tudela con Gui-
púzcoa. Seguirían los ramales de Logroño y Sangüesa.
61
En 1790 se instauró el sistema de portazgos y “cadenas” para arbitrar recursos. Cf. J. M. LACARRA, “Estruc-
tura”, p. 245.
62
Por Real Orden de 1 de septiembre de 1796 quedaba tácitamente derogado el derecho de sobrecarta. Fue de-
clarada contrafuero en las Cortes de 1817-1818.
63
L. J. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, Actas de las Cortes. Libros 15 y 16 (1795-1801), Pamplona, 1995, Introduc-
ción, p. 12.
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en su segundo mandato Godoy iba a hacer tabla rasa (1802-1807) en los asuntos rela-
tivos a tributos y cuotas de soldados64.
Bajo la ocupación francesa (1808-1813) Navarra quedó reducida sin más a la con-
dición de una provincia más de la monarquía, tanto por parte de los invasores como
de los resistentes y su Constitución de Cádiz65. Si la reposición de Fernando VII (III) su-
puso lógicamente la continuidad del viejo reino y sus instituciones, la orientación ab-
solutista de la monarquía volvió a poner en marcha su política de erosión paulatina de
los fueros. Las últimas Cortes de 1828-1829 aún arreglaron algunos contrafueros ape-
lando de manera conmovedora a los derechos históricos de los navarros y su simbóli-
ca piedra angular, el juramento regio: “Establecióse este reino al mismo tiempo que sus
fueros, considerando su observancia como el más sólido fundamento para su perpetua
subsistencia. Se han mantenido por más de once siglos, porque la dilatada serie de los
señores reyes que han sucedido en él, han cumplido religiosamente la sagrada obliga-
ción del juramento de guardar los fueros y libertades de los navarros, así como estos el
de fidelidad... Resultaría específicamente vulnerado el juramento que V. M. tuvo la
bondad de hacer a este reino66..: pues en él no solamente juró mantener y guardar to-
dos los fueros, leyes y ordenanzas, usos y costumbres, franquezas, exenciones y liberta-
des, sino también los privilegios y oficios que cada uno de los navarros presentes y au-
sentes tenía así y por la forma que los había usado y acostumbrado... y que desharía y
enmendaría bien y cumplidamente los agravios y desafueros”67.
E insistían “que no pueden hacerse leyes ni disposiciones generales a manera de ley
u ordenanza decisiva sino a pedimento de los Tres Estados y con voluntad, consen-
timiento y otorgamiento suyo”. Pero el gobierno central suprimió definitivamente el
derecho de “sobrecarta”, al tiempo que volvía a acordar que “una junta de ministros
examinara el origen, causas y objeto de los fueros de Navarra” para su adaptación a los
intereses generales de la nacion68.
64
Se produjo, en cambio, la anexión, efímera por lo demás (1805-1810), de Fuenterrabía y su término al rei-
no de Navarra.
65
Modelo aplicado lógicamente a Navarra durante el llamado Trienio Constitucional (1820-1823) y, final-
mente, en el curso de la primera guerra carlista (1836).
66
Lo había prestado Fernando VII (III) el 8 de julio de 1817.
67
Ley 7 de 9 septiembre 1928. Cuadernos de las leyes [1794-1829], pp. 421-423.
68
Real Orden de 14 de mayo de 1829. La Diputación del Reino pidió (23 octubre 1832) la anulación de la Or-
den y sobre los fueros señalaba que “tienen toda la justificación posible, provienen de la más remota antigüedad y
no puede haber duda de ellos”. Cf. J. SALCEDO IZU, Atribuciones, pp. 370-371.
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