Hijas de Perpetradores La Desobediencia
Hijas de Perpetradores La Desobediencia
Hijas de Perpetradores La Desobediencia
Hijas de perpetradores:
la desobediencia elegida vs. la obediencia debida
Cuando las leyes o amnistías que bloqueaban la justicia comenzaron a ser de-
rogadas, evadidas o dejadas de lado, los juicios contra represores militares se
aceleraron, dando paso al surgimiento de nuevos actores sociales en las luchas
por la memoria en Argentina y Chile. Entre ellos se encuentran los hijos y fa-
miliares de los represores requeridos por la justicia y presos. En la medida en
que los juicios avanzaban se podía escuchar, en ambos países, a los voceros de
estas agrupaciones protestar públicamente contra las sentencias, reflotando la
interpretación militar del golpe como guerra ganada y de las dictaduras como
gestas heroicas (salvaron al país del caos y la destrucción, etc.) y refiriéndose
a la búsqueda de justica como “intento de venganza” y a las condenas como
“abuso a los derechos humanos”.1
En Argentina, por ejemplo, AFyAPPA (Asociación de Familiares y
Amigos de los Presos Políticos de la Argentina) reivindica a los represores
como “presos políticos” mientras exige que se revoquen/acorten las condenas
y se refuercen las condiciones excepcionales en las que sus parientes cumplen
sentencia. Con este movimiento se presenta a los perpetradores militares
como víctimas del gobierno, sin mayor crimen que el de desafiar al sistema
político con sus creencias y opiniones. Así, las violaciones a los derechos
humanos, los crímenes contra la humanidad, el terrorismo de Estado y el
genocidio desaparecen del accionar de sus familiares, de la identidad de sus
descendientes, de la memoria y de la historia.2
Sin embargo, la centralidad de los juicios tuvo también otros efectos que
llevarían a resultados opuestos a los buscados por estas agrupaciones de fa-
miliares y amigos. Por un lado, dicha centralidad volvió a corroborar la mag-
nitud de los crímenes y, por otro, reabrió el tema del perpetrador militar y el
ejército al público en general. De pronto, tras largos años de silencio habilita-
dos por las legislaciones que obturaban la justicia, la posibilidad de preguntar
Con el pasar del tiempo, sobrevino en la casa una nueva normalidad cons-
truida sobre el silencio; armoniosa, mientras nadie preguntara sobre el presen-
te ni cuestionara el pasado. En muchos de los documentales de hijos de padres
que sufrieron la represión dictatorial, el silencio de los adultos que los criaron
se explica como producto del dolor, del deseo de protegerlos del sufrimiento y
del miedo a volver a ser atacados. Como develará La odisea de Ulises, detrás
del silencio reinante en la casa de los Manríquez también hay ―salvando las
diferencias con el sentir de las víctimas y sus familiares― una forma de dolor
y miedo, combinada con el sentimiento de confusión y con la contradicción
de ser parte de la institución que lo causa.
Manríquez recuerda que, después del golpe, ella sentía temor de los tan-
ques y soldados con metralletas que circulaban por las calles y que sus herma-
nos se quejaban del toque de queda, pero muy pronto esas expresiones fueron
silenciadas: “[e]n la casa no se habló más de política y mi papá nos prohibió
criticar al régimen militar por miedo al servicio de inteligencia” (Manríquez).
Como miembro del ejército, J. M. sabía que el sistema represivo estaba dise-
ñado para llegar a todas partes, sin excepciones, incluso dentro de la misma
institución militar. Años después, durante el rodaje del documental, ante las
tensiones surgidas entre Ulises, recientemente retornado a Chile, y el resto de
la familia, la realizadora les pregunta si prefieren que detenga su investiga-
ción, y su padre vuelve a referirse a este miedo como algo aún vigente. Rodea-
do de miembros de la familia que asienten al oír sus palabras, J. M. explica:
Esta preocupación (que resuena con los casos de espionaje militar descubier-
tos en el 2019) indica el éxito del régimen al utilizar el terror para romper
los lazos sociales y crear una sociedad de individuos, o a lo sumo familias,
aislados, concentrados en su propia seguridad y supervivencia, incluso dentro
del ámbito militar.6 Según el sociólogo argentino Daniel Feierstein, este es un
resultado típico de la realización de las prácticas estatales genocidas.
Ese temor que trasciende el momento del golpe y continúa acechándolo
en el presente se reactiva cada vez que su hija o Ulises lo interpelan como
ser humano (no como militar) acerca del pasado, y lo lleva a refugiarse en
L. M.: En este país, papá, se mató por ideales. Se mató a gente que no
tenía armas. Se mató a gente de mano atada. Que eran comunistas, sí; a
lo mejor eran comunistas, pero ¿por qué? ¿Por qué tratarlos así como los
trataron y matarlos y tirarlos al mar?
J. M.: Estás muy equivocada…
L. M.: ¿Equivocada por qué?
J. M.: Equivocada, mijita, de que esa gente era inocente. Jamás lo fueron.
No, no, no. Los comunistas, los socialistoides, los revolucionarios ¿eran
inocentes? ¡Las miserias que pasaba nuestro país en esa época, antes de
los militares! ¡Era espantoso, mi amor!
....
L. M.: Papá, se llevaron a mucha gente, había muchos centros de deten-
ción.
Yo te quiero decir con breves palabras que Chile es hoy lo que es gracias
a que aquí, desgraciadamente, ¿no es cierto?, hubo una situación de crisis
que terminó en un pronunciamiento cívico-militar. Esto no fue “el golpe”,
como se lo vendió, ni fue “el golpe y la dictadura”, como se lo vendió,
porque, si hubiera sido un golpe y una dictadura, este país seguiría siendo
L. M.: ¿Tú sabes que los nazis tenían dentistas que hacían torturas tam-
bién?
J. M.: ¡Ah, no! Aquí no. Por lo menos que yo sepa.
L. M.: ¿Usted no torturó?
J. M.: No, jamás. Todo lo contrario, se iban felices con mi trabajo.
La película termina con una gran reunión familiar, con Ulises incluido
(que había estado distanciado por un tiempo por las diferencias surgidas con
la filmación de la película), para despedir a la realizadora que vuelve a Es-
tados Unidos. Las tensiones no están resueltas, pero se los ve contentos de
estar juntos a pesar de que, como observa Manríquez, es posible que ninguno
de los dos lados vaya a cambiar nunca de opinión y que la fractura nunca se
enmiende. “Parecía que mi papá y mi tío nunca iban a cambiar de opinión,
pero lo más lindo es que sentí que, al final de cuentas, todos somos diferentes,
pero también somos parte de un todo, somos piezas del puzle que es nuestra
familia” (Manríquez).
De ese modo, el documental ilumina las complejidades detrás de cada
caso de apoyo y complicidad con la represión, los duraderos efectos del terror
aun en miembros de la institución armada y los desafíos que todo esto supone
a la hora de lograr una transmisión activa del pasado a las generaciones más
jóvenes. Aunque la directora culmina la película con la idea de que tal vez
todo seguirá igual entre quienes vivieron ese violento pasado como adultos, su
aporte es testimonio de una transformación personal que invita a otros a unir-
se; a embarcarse en el difícil viaje de posicionarse frente al legado familiar
y nacional, generando así nuevas historias de esperanza para transmitir a las
generaciones futuras. “El sol ya se escondió y he despertado en otro mundo,
solo me queda mi sueño, el sabor de arena y sal y un recuerdo de olas y mar”
(Manríquez).
Por más que te quieran manipular con lo que sea, si vos agarrás una pi-
cana, o golpeás y maltratás a alguien, si violás, si torturás… no hay nin-
guna excusa que valga… ni obediencia debida, ni “me manipularon”, ni
nada. Lo hacés porque podés hacerlo. . . . Vos te permitís hacerlo, invo-
cando la excusa más convincente. (Milena en Bartalini y Estay Stange 69)
Milena extiende esta reflexión al presente, en el que una vez más las Fuerzas
Armadas y policiales se encuentran en las calles reprimiendo protestas, matan-
do, y haciendo desaparecer. Esta conexión con el pasado indica que a menos
que haya un cambio en la institución, las violaciones a los derechos humanos
se seguirán repitiendo: “Y vos, que estás ahora en servicio, que este año, 2017,
estás por ahí golpeando gente. Fijate, te estás convirtiendo en un genocida. Vas
a ser futuro dolor, vergüenza y culpa de tu hijo, tu hija… Fijate, pasado el pri-
mer muerto, no hay retorno” (Milena en Bartalini y Estay Stange 70).
La idea de “ser más hombre” presentada por Milena introduce otros fac-
tores interconectados que también juegan un rol importante en la construcción
de un represor/genocida: masculinidad, patriarcado y capitalismo. El modelo
de masculinidad imperante (violento, insensible, intransigente) y el sistema
patriarcal que lo sostiene, centrado en la opresión de otros, entendidos como
inferiores, desde el ámbito más íntimo, sientan las bases para el desarrollo de
regímenes represivos.9 Como recuenta Milena:
Me contó que aquella vez su abuelo le dijo algo que no podía recordar . . .
o sí: le dijo que lo quería y que le gustaría conocerlo más. Le pregunté qué
le diría si pudiera hablar con él… “Le preguntaría por qué fue policía con
los militares y por qué torturó personas”. Ahí, lloramos los dos. (Kalinec
en Bartalini y Estay Stange 28–29)
Notas
8. Según Timothy Williams, la identidad social y las dinámicas que se producen dentro
del grupo de pertenencia (obediencia, presión de pares, temor a ser excluido o a perder
estatus, etc.) son algunas de las categorías que explican las motivaciones del perpetrador.
9. Según datos del Observatorio de Justicia Transicional (Hau).
10. Para otras reflexiones complementarias sobre el tema de la masculinidad en el ejército
chileno a través de documentales ver Ros, “El Mocito” y Ros Matturro, “El soldado”.
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