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CUENTOS ANNOBONESES

DE

。・コOオエセ セw
Jacint Creus
M. a Antonia Brunat

CUENTOS ANNOBONESES
DE

Versiones en lengua ambú de


BRAULlO LORENZO HUESCA PUEYO

CENTRO CULTURAL
HISPANO·GUlNEANO
EDICIONES

EDITADO EN EL MARCO DE LOS


PROGRAMAS DE COOPERACiÓN
CULTURAL DE LA COOPERACIÓN
ESPAÑOLA CON GUINEA ECUATORIAl.
MALABO, 1992
© Jacint Creus y M. a Antonia Brunat
Ediciones Centro Cultural Hispano-Guineano.
Apdo. 180 - Te!.: 2720
MALABO (R. Guinea Ecuatorial)
ISBN: 84-604-3214-9
Depósito Legal: M. 20.967-1992
Producción: EDIMUNDO, S. A.
Impreso en EDIGRAFOS, Edison, 8-22
Polígono Industrial San Marcos
GETAFE (Madrid)
INTRODUCCIÓN
1
Para muchos de nosotros, conocedores de la realidad ecuatoguinea-
na e ignorantes de la annobonesa, el nombre de la pequeña isla sub-
ecuatorial está relacionado íntimamente con la existencia de diversas
mitificaciones. Así es como, por ejemplo, Annobón se relaciona con la
pesca de la ballena; y a menudo nos acercamos a su literatura popular
con la esperanza de encontrar en ella resabios de nuestras propias imá-
genes mentales.
Olvidamos, en esta circunstancia, que si hay algo para lo que la
literatura popular apenas sirve es para narrar acontecimientos concre-
tos. Y en el caso de los cuentos tradicionales de transmisión oral, su
estudio nos hace remontar mucho tiempo atrás en la Historia; pero no
se reflejan en ellos esplendorosas gestas sino una forma de relacionarse
ancestral, que incluye toda clase de miedos, de creencias y de esperan-
zas. Un sistema de relaciones y de creencias que es -en gran parte-
compartido por muchas culturas, africanas y no africanas. Y que nos
lleva a afirmar nuevamente la universalidad de la mayoría de episodios
que los cuentos tradicionales nos proporcionan.
Ello no constituye mayor novedad: nuestras recopilaciones anterio-
res de cuentos ndowe y fang ya demostraban aquella universalidad que
es consustancial al género. Entonces enfocábamos el estudio de los
cuentos desde una perspectiva predominantemente literaria; ahora,
tras proclamar la validez esencial de aquellos postulados para los cuen-
tos annoboneses, quisiéramos abordar una visión de conjunto desde
una perspectiva predominantemente histórica. No de una Historia de
acontecimientos, que requeriría demostraciones documentales muy
distintas; pero sí una Historia referida a una organización social ante-
rior, que encuentra efectivamente un reflejo importante en la narrativa
secular.
Ello también puede tener un valor de universalidad. Aunque, como
es lógico, se manifiesta en los cuentos annoboneses con formas especí-
ficas que precisan una delimitación. Antes de emprender aquel estu-
dio, pues, señalemos las peculiaridades que hemos observado en la
narrativa tradicional de la bella isla.
En primer lugar debemos señalar una adaptación de ciertas caracte-

9
rísticas del género a la realidad física de Annobón: es cosa comúnmen-
te aceptada que los cuentos tradicionales suelen carecer de referencias
concretas de tipo espacial: las historias de los cuentos ocurren «en
algún lugar lejano», «en un reino desconocido»... siempre en un espa-
cio indeterminado, acorde con la presunción de no veracidad que se
otorga a este tipo de narraciones. Para el annobonés que vive en Pale,
sin embargo, no se puede pensar en lugar más lejano que Mabana; ni
viaje más largo que el que puede llevar a un personaje por Agandji, el
propio Mabana y Awal. Siendo San Antonio el asentamiento fijo co-
mún a todos los islefios, no debe extrafiamos que, en lugar de referen·
cias vagas a lugares desconocidos, aparezca en los cuentos tanto la
toponimia habitual (Pale-San Antonio, Mabana-San Antonio del Sur,
Agandji-San Pedro, Awal-Santa Cruz, Abobo-San Pablo) como cierta
microtoponimia que resulta útil en determinados momentos (el río
A Bobo, los lugares de Akabubu, Jada, Mesimenk, Osopain o Vidjil, la
cueva de Jowo Bumbu...). Se trata de una característica clara de las
leyendas, cuya presunta veracidad implica la localización de la histo-
ria; en este caso, sin embargo, la pequefiez del universo annobonés
justifica el quebrantamiento de la norma habitual.
A diferencia de lo que ocurre con los cuentos ndowe -yen menor
medida con los fang-, las narraciones tradicionales annobonesas no
pueden clasificarse por ciclos: porque en ellas no se desarrollan histo-
rias distintas sustentadas por personajes que, a lo largo de los siglos,
hayan adquirido una caracterización precisa que los haga identificables
frente al auditorio popular. Lo cual no significa que no podamos sefia-
lar algunos tipos concretos en tomo a los cuales gira la trama de mu-
chos cuentos: concretamente debemos llamar la atención del lector
respecto a la vieja legañosa y a los gigantes.
Dentro de la tradición occidental estos últimos aparecen básica-
mente en las leyendas. También en la tradición annobonesa sucede
así l. Sin embargo los cuentos están poblados de personajes llamados
gigantes (o también monstruos u ogros, indistintamente) que respon-
den a otro tipo de interpretación y que tienen características disefiadas
con mucha precisión; viven en lugares muy alejados: en el fondo del
bosque, en una cueva apartada, en una guarida lejana...; tienen una
maldad innata que les empuja al rapto: pueden secuestrar a una chica
y convertirla en su mujer (cuento 50, Las tres amigas y el gigante,
donde asume un papel que en los cuentos europeos suele reservarse al
oso), aunque lo normal es engordar a su víctima en previsión de un

1 Recuérdese por ejemplo la prese{lcia del gigante Menedji Tublon en la leyenda del
héroe Lohodann.

10
suculento banquete (cuentos 48, La princesa y el monstruo, y 49, El
muchacho y la princesa) o engullirla de buenas a primeras (cuento 46,
La historia de Afiyu-Kityi, entre otros). Sea como sea la presencia de
un gigante, ogro o monstruo es presentada como una calamidad; y
la victoria sobre él supone la restitución de una situación inicial
tranquila.
Mucho más concreta es la actuación de la vieja legafiosa, un perso-
naje exclusivamente annobonés: la vieja suele aparecer en lo más re-
cóndito del bosque y se proclama sefiora del río (cuento 43, El chico
que quería ser rico); es capaz de proporcionar las mejores informacio-
nes y de conceder las gracias más esplendorosas, pero siempre a cam-
bio de que el interesado supere la misma prueba: acercarse a ella y
lamerle las legafias nauseabundas que causan la ocultación de sus ojos;
solamente cuando el protagonista deja de proponer posibilidades alter-
nativas (limpiárselas con un pafiuelo, etc.) y vence su sensación de
asco, el pus de las legafias se transforma en leche, o en un líquido
dulce, y la anciana concede sus dones, definitivos para que el héroe
consiga su objetivo.
Son dos tipos de personaje, el gigante y la vieja legafiosa, cuyo
estudio nos adentra en el cauce histórico que pretendemos dar a esta
introducción: porque una de las posibles interpretaciones que tienen
los cuentos maravillosos consiste en considerarlos relacionados con los
antiguos ritos de iniciación a la madurez de las primitivas sociedades
de cazadores.
Parece ser que estos ritos de iniciación de las sociedades primitivas
componen un fenómeno relativamente similar: se trata de transformar
al nifio en adulto mediante un sistema de representaciones simbólicas
que incluyen características comunes: el alejamiento de la familia; el
refugio en un lugar inhóspito; el encuentro, en tal lugar, con personas
que son depositarias del saber tradicional; la tortura fisica u otras prue-
bas; la muerte temporal como medio de conocimiento del mundo del
más allá; la resurrección; el aprendizaje de determinados valores, cos-
tumbres y técnicas, y la adquisición, mediante todo el proceso, de un
poder, especialmente referido a los animales, que permite al neófito
enfrentarse a graves problemas y situarse en su sociedad como miem-
bro adulto.
En el cuento tradicional de transmisión oral los episodios y motivos
que nos remiten a este tipo de ritos son frecuentes: así el héroe, muchas
veces joven, se aleja de su casa y de su pueblo; se adentra en la espesura
del bosque; encuentra hospitalidad en una casucha donde vive un an-
ciano -más habitualmente una anciana- que le alimenta y le somete
a determinadas pruebas; y, finalmente, recibe el don mágico que le

11
confiere el poder suficiente para enfrentarse a su destino y derrotar a su
enemigo o, en general, cumplir su misión. Éste es, realmente, el esque-
ma de muchos cuentos. Y el lector podrá seguirlo en muchos de los
que forman este libro.
Cuanto más retrocedemos en el tiempo, la relación con creencias
totémicas es más fuerte. Desde este punto de vista podemos suponer
que muchos de los cuentos de animales pueden ser más antiguos que
otras clases de cuentos. De hecho los ritos de iniciación no solamente
prevén un paso temporal por el mundo de los muertos para tener
poder sobre los animales, sino que muchas veces pueden interpretarse
como la transformación en el propio animal, en el propio tótem. En
muchos de estos casos esta transformación viene simbolizada por el
engullimiento: la casa donde se celebra la iniciación a menudo tiene
elementos zoomorfos (unas patas, la puerta en forma de gran boca...);
y la misma iniciación consistiría en el hecho de que el animal se traga
al iniciando, al neófito, que de esta manera se convierte en el propio
animal. Determinadas formas de enterrar a los muertos, por ejemplo
envolviéndoles en pieles de animales, tienen también relación con este
tipo de creencias.
Todo esto se puede encontrar en los cuentos annoboneses, como se
puede rastrear entre los cuentos ndowe, fang o cualesquiera otros. Pero
hay más: la vieja legañosa tiene los ojos vendados por el pus y las
legañas, está privada de la vista. Ello puede interpretarse como un
elemento más de la iniciación con los términos traspuestos: porque, de
hecho, el que no tiene la capacidad de ver es el propio neófito, ciego a
las realidades del otro mundo. Solamente el paso temporal por el reino
de la muerte, la superación de las pruebas a las que será sometido, le
harán capaz de ver, de percibir la realidad más auténtica, la que conce-
de un poder mágico.
No hay duda de que algunos de los ritos de iniciación a la madurez
perviven en la Guinea Ecuatorial actual. En ellos podemos encontrar
todavía el alejamiento de la casa paterna, el adentramiento en el bos-
que, la instalación del neófito en una casucha preparada al efecto, la
presencia de ancianos con disfraces y máscaras (otra forma de invisibi-
lidad), la aplicación de pruebas dolorosas (entre las cuales las quema-
duras), el paso por una situación de trance (equivalente a la muerte
temporal), el cese de dicho trance (equivalente a una resurrección), la
explicación del sueño mantenido durante el trance, la imposición de
un nuevo nombre (que suele ser el del animal soñado), el aprendizaje
de determinados secretos, historias y cuentos... Nuestros informadores
annoboneses nos han narrado algunos de estos ritos, frecuentemente
reducidos a actividades residuales.

12
La raíz de muchos cuentos, pues, y gran parte de su significación
puede remontarse a este tipo de prácticas. Pero el lector de estos cuen-
tos annoboneses todavía puede encontrar más: porque, de la misma
manera que los cuentos reflejan el fenómeno de los ritos iniciáticos,
también reflejan en algunas ocasiones el rechazo que dichos ritos pue-
den provocar -aunque sea inconscientemente- cuando la sociedad
ha evolucionado tanto que deja de comprenderse su significado.
Entonces la anciana de la casucha se convierte en una bruja mala;
la comida que da al protagonista es una estratagema para engordarle y
comérselo después de asarle (engullimiento y fuego que dejan de ser
elementos de purificación y de conocimiento); y en definitiva, tal
como sucede en el cuento 45, La esposa desobediente, se trata ahora de
matarla para poder tener éxito en la aventura emprendida, en lugar
de recibir su ayuda.
Igualmente el animal (proverbialmente la tortuga) deja de ser el
tótem protector, sabio y bueno; el engullimiento ya no es vivido como
una experiencia gratificante y aparece la serpiente, el dragón o el ogro
(gigante o monstruo, en los cuentos annoboneses) raptor de criaturas
inocentes, al que hay que derrotar y matar: a veces después de ser
tragados por él, posteriormente intentando que tal engullimiento no
llegue a producirse. En cualquier caso todavía hay rasgos de la situa-
ción anterior: el gigante continúa viviendo en el bosque, en el que
ejerce su poder -como la vieja legañosa, señora del río-, tiene su
guarida en un lugar de dificil acceso, ofrece su comida al protagonista,
etcétera. Pero ahora todo está al servicio de su maldad y de sus perver-
sas intenciones.
Los cuentos, pues, no nos sirven para trazar un argumento de los
acontecimientos de la Historia; pero sí para seguir el rastro de la evolu-
ción de determinados fenómenos y creencias: las sociedades totémicas,
la concreción de los ritos de las colectividades de cazadores e incluso su
superación posterior. Y de alguna manera hemos intentado que la
organización del material de este libro responda a esta posible interpre-
tación.

11
Siguiendo el razonamiento realizado hasta aquí, el lector encontra-
rá en primer lugar una serie de cuentos que se aproximan mucho a las
características propias de las leyendas: son los llamados cuentos de
origen, que nos ofrecen una visión ingenua y divertida sobre la proce-
dencia del ser humano, de determinadas características de un lugar, de

13
ciertas costumbres, de las cosas, de las creencias, de algunos episodios
que rozan la pretensión de veracidad.
El núcleo central está formado por los cuentos que presentan indi-
cios más claros de su relación con antiguos ritos de iniciación.
Consideramos en primer lugar todos los cuentos de animales, a
pesar de que muchos de ellos no pueden considerarse propiamente
como iniciáticos, desde los que narran las características de una espe-
cie o las razones de la enemistad entre ellas -muy próximos a los
cuentos de origen- hasta los más elaborados que tienen como prota-
gonista a la tortuga, paradigma de la inteligencia, de la astucia y del
poder, vencedora incluso del propio diablo (cuento 29), vencida sola-
mente por otras de su misma familia (cuentos 30 y 31) y rey de todos
los animales (cuento 32). A destacar la ausencia absoluta de cuentos
del ciclo «La tortuga y el leopardo», característico de la narrativa oral
ndowe y, sobre todo, de la fango
A continuación se encuentran los cuentos de la vieja sefíora, habi-
tante de la casucha del bosque y presta a conceder sus mágicos dones:
en primer lugar se encuentran los cuentos de la anciana donadora, a la
que sigue la vieja legafíosa y, finalmente, la anciana malvada.
Sigue este bloque central con los cuentos de gigantes, monstruos y
dragones: en primer lugar los que narran un engullimiento; después los
que se centran en un rapto y, finalmente, los que basan la victoria
sobre el malvado en otro tipo de episodios. A destacar la lucha que
contra el gigante desarrolla la tortuga (cuentos 60 y 61), la trasposición
que existe en el cuento 62 (donde el monstruo malvado es sustituido
por un hombre de enorme pene que cumple las mismas funciones) yel
hecho de que en una sola ocasión (cuento 63) este ser feroz no es derro-
tado.
Se cierra esta parte central con otros cuentos de carácter maravillo-
so, frecuentes en la mayoría de las literaturas orales. Así los cuentos 68
y 69, basados en series de transformaciones sucesivas; o el cuento 70,
en que el anciano donador aparece en suefíos al protagonista, lo que en
la mayor parte de las culturas africanas se interpretaría como la inter-
vención de un antepasado muerto en la vida del protagonista.
Todos los cuentos restantes se agrupan en la tercera parte, que a su
vez hemos dividido en dos grupos.
En primer lugar los que están relacionados con el matrimonio, otra
de las constantes de la narrativa oral africana: la búsqueda de esposo, o
esposa, ocupa buena parte de las posibilidades (la imposición de una
tarea difícil para acceder al matrimonio, los malos casamientos provo-
cados por el rechazo de pretendientes aceptables para el entorno socio-
familiar, etc.). Mientras que la rivalidad entre mujeres y la maldad de

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las madrastras son los problemas más frecuentes en matrimonios ya
consumados.
En segundo lugar hemos agrupado, bajo el epígrafe de «Moralida-
des», aquellos cuentos que, sin pertenecer a grupos anteriores, se cen-
tran en la transmisión de un valor de comportamiento.
Y, finalmente, un pequefio resto donde podemos encontrar un cuen-
to del ciclo de los tres viajeros (cuento 10 1); dos más relacionados con el
de los fantasmas, tan importante entre los ndowe (cuentos 102 y 103), Y
otros dos que tienen como eje la pura diversión (cuentos 104 y 105).
Igual que en ocasiones anteriores, cierra el libro un apéndice de
veinticinco cuentos en lengua original. Se trata de los veinticinco pri-
meros que pudimos grabar a lo largo de nuestra investigación; la ver-
sión en lengua ambú ha sido realizada por Braulio Lorenzo Huesca
Pueyo, bibliotecario annobonés del Centro Cultural Hispano-Guinea-
no de Malabo.
No podemos finalizar esta introducción sin agradecer la colabora-
ción de nuestros informadores, todos ellos estudiantes jóvenes, miem-
bros de las colonias annobonesas instaladas en Malaba y Bata:
Luis Alcántara.
Juan Tomás Ávila.
Estanislao Blanco.
Diosdado Bodipo Segorbe.
Suleimán Brigol Bestué.
Orlando Briones Poimo.
Pulina Cachina Tarifa.
Fernando Esteban Huesca.
Braulio Lorenzo Huesca Pueyo.
Leonor Majeda Nazaret.
Fernando Malé.
Eusebio Menambo.
Fernando Olivera Correa.
Luis Sabadell Bizantín.
Rebeca Sabadell Bizantín.
Basilio Salas Marqués.
Cristóbal Zanababuy.

Ojalá que entre todos hayamos logrado dar a la imprenta una bue-
na aportación a un mejor conocimiento de la isla de Annobón y de
Guinea Ecuatorial.
Torelló (Osona), octubre de 1990.

15
PRIMERA PARTE

CUENTOS DE ORIGEN
1. LOS PRIMEROS HOMBRES

Dios creó la isla de Annobón y decidió que vivieran en ella un


hombre y una mujer, sin que el uno supiera nada de la existencia del
otro. Un día el hombre bajó a la playa y quedó muy extrafiado al ver
unas huellas semejantes a las suyas. Se dirigió a un montículo donde
había una cueva, y desde allí intentó divisar al extrafio ser que produ-
cía aquellas pisadas. Pero la mujer acudía a la playa muy tarde yel
hombre no advertía su presencia.
Una mafiana, el hombre construyó un monolito en la playa. La
mujer lo descubrió más tarde y quedó maravillada. Vio las huellas que
el hombre había dejado, las siguió, y de esta manera el hombre y la
mujer se encontraron y empezaron a vivir juntos.
En la isla vivía también un monstruo terrible, que no les dejaba
vivir. De manera que el hombre y la mujer decidieron construir una
casa con una torre muy alta. Cuando les parecía que el monstruo
dormía, echaban una cuerda y salían de la casa para buscar su sus-
tento.
El monstruo olió que en aquella torre había carne fresca; y, cogido
de la cuerda, empezó a trepar. Cuando ya se encontraba muy arriba, su
enorme peso hizo que la cuerda se rompiera; y, dando un golpe terrible
en el suelo, murió.
El hombre y la mujer, desde entonces, pudieron vivir juntos con
toda tranquilidad.

19
2. LA CUEVA DE LOS MUERTOS

Cerca de un pueblo de la costa vivían dos familias: una en Mesi-


menx y la otra en Osopain, detrás de la montaña. La primera estaba
formada por un matrimonio y un único hijo que se llamaba Juan de la
Cruz; el matrimonio de la segunda tenía seis hijos y una hija.
Un día Juan de la Cruz encontró a sus padres muertos. Se realizó el
entierro y los mayores de la segunda familia sugirieron que quizás no
habían muerto de manera natural. ¿Cómo saberlo? Se dirigieron a la
cueva de los muertos, cerca de allí, donde les recibió una voz caverno-
sa: «jJuaaaaan! ¡Juaaaaan! Soy tu padre. ¿Por qué vienes a buscarme al
otro mundo?».
El tx>bre Juan de la Cruz se sentía atemorizado e incrédulo:
«¿Cómo puedo saber que eres realmente mi padre? Dáme una señal:
yo extenderé mi brazo y tú me lo cogerás». Juan extendió su brazo y lo
mantuvo así durante largo tiempo, sin que ocurriera nada.
El muchacho, por tanto, no pudo solucionar su duda. Y, saliendo
de la cueva a toda prisa, decidió irse a vivir con sus vecinos de Oso-
pain. Se trasladó allí, se casó con la muchacha y nadie regresó jamás a
la casa deshabitada de Mesimenx.

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3. UN BUEN PURGANTE

Un padre, una madre y un hijo vivían en el pueblo de Awal. Cada


mañana el hijo se dirigía a la playa para recoger agua salada: la dejaban
evaporar y, con la sal que se depositaba, la madre podía preparar la
comida para todos.
Sin embargo, la buena mujer estaba intrigada: cada vez que su hijo
iba a la playa encontraba a un viejo encima de una roca que, ofrecién-
dole una vasija, le pedía que se la llenara también de agua salada. El
chico era complaciente y obedecía al anciano. Pero su madre era curio-
sa y le sugirió: <<Cuando vuelva a pedirte agua salada, dile que podría
compartir su comida contigo».
El muchacho cumplió lo que su madre quería. Y el viejo, que no
tomaba más que aquella agua, contestó: «No tengo ningún inconve-
niente en compartirla, aunque a lo mejor te resultará una comida un
poco amarga».
Al regresar a casa, el chico sentía un dolor de vientre muy agudo,
que le obligó a acostarse con rapidez. Y al día siguiente sufrió una
fuerte diarrea.
La madre comprendió lo ocurrido. Y desde aquel día, en la isla de
Annobón, se utiliza el agua del mar para ablandar y limpiar el estó-
mago.

21
4. LA CAÑA MÁGICA

Tamai era un viejo pescador que tenía muchas hijas y una caña
mágica con la que pescaba más y mejor que los demás hombres del
pueblo. Antes de morir indicó que la caña debía pasar de generación
en generación, pero su propietario debía ser siempre un varón.
Una de sus hijas dio a luz un niño. Y cuando se hizo mayor heredó
la caña, tal como el abuelo había dispuesto. Pescaba muchos peces y
los repartía siempre con sus amigos. Pero un día salió solo y el anzuelo
se le atascó en una roca del fondo. Su padre le había advertido que,
cuando esto ocurriera, no cortara el hilo; de manera que el muchacho
dejó una boya con la caña y regresó al pueblo a contárselo a su pa-
dre.
Éste había aprendido de labios de Tamai una canción mágica para
estos casos. Embarcó con el muchacho en el cayuco y, al llegar a la
boya, empezó a cantarla:
Tamai txadun.
Padjil txadun l.
Al instante el anzuelo salió y el chico pudo volver al trabajo. Pero
como el muchacho lo compartía todo con sus amigos, también les
enseñó la canción. Y desde entonces todos los niños de Annobón,
cuando se les atasca algún anzuelo, la cantan:
Tamai txadun.
Padjil txadun.

I Tamai, sácalo.
Dios, sácalo.

22
5. EL PESCADOR AVARO

En el pueblo de Mabana vivía un pescador muy avaro: cuando


regresaba de la pesca solía costarle mucho arrastrar su cayuco hasta la
orilla para dejarlo resguardado del oleaje; pero no pedía ayuda a nadie,
porque en la isla de Annobón existe la costumbre de dar algo de pesca-
do a cualquiera que ayude a otro en alguna tarea.
El hombre se iba haciendo viejo y cada vez era más dificil realizar
aquella tarea sin ayuda. Así que pensó una solución: cortó el tronco de
un árbol delgado y lo utilizó como rodillo para arrastrar al cayuco.
Aunque fruto de la avaricia, aquella solución era ingeniosa. Y des-
de entonces se viene utilizando en Annobón con el nombre de ja-
va/u.

23
6. EL COCOTERO Y LA PALMERA

Cuando Dios hubo terminado su obra creadora, se le acercó el


insidioso Luzbel y le propuso: <<Podríamos comprobar quién es el más
inteligente de los dos: escóndete donde quieras, que yo te encontraré».
y Dios, para comprobar hasta dónde podían llegar la maldad y la
astucia del ángel caído, aceptó el juego.
Primero se escondió debajo de la tierra; pero las profundidades y el
fuego eran el medio habitual de Luzbel, que lo encontró muy pronto.
Después se escondió en un cocotero; pero allí estaba la serpiente, ami-
ga del diablo, que le contó a éste dónde se encontraba Dios.
Por fin se ocultó en una palmera que, cerrando sus ramas, le dio
cobijo y escondite hasta que Luzbel se dio por vencido. Y Dios bendijo
a la palmera, que desde entonces nos da el aceite de sus frutos y el
espumoso tope de su tronco.

24
7. EL ÁRBOL DEL DEMONIO

Cuentan los más viejos de Annob6n que una vez, no se sabe de


dónde, el diablo apareció en un pueblo de la isla un día en que descar-
gó una fuerte tormenta.
El demonio buscó refugio bajo una palmera, pero ésta tiene tan
pocas hojas que aquel malvado seguía mojándose. Por lo que se fue a
otro árbol, el pangola, que es muy frondoso y le guareció de la lluvia.
Por eso se dice que el diablo se enemistó con la palmera y bendijo
al pangola. Y hoy, cuando alguien quiere hacerle brujería a otro, espe-
ra a que pase junto a un pangola.

25
8. EL PUEBLO DONDE FALTABA COMIDA

Hubo una época muy dura en la que, en un pueblo de la isla,


faltaba la comida. Gobernaba el pueblo un hombre muy rico, que
decidió convocar a todos los vecinos para convencerles de que -para
hacer frente a tanta carestía- cada familia debía pagar un tributo
mensual.
A partir de entonces cada mes mandaba a sus soldados a todas las
casas para cobrar aquel impuesto que habían acordado; y a menudo
aumentaba el tributo para poder acumular más dinero. Hasta que
por fin hubo el suficiente para comprar comida para tres afias ente-
ros.
Un barco había fondeado en el puerto. Y todo el pueblo acudió a
celebrar el encargo: entregaron el dinero al capitán para que, a la vuel-
ta, regresara cargado con aquel alimento que sería su salvación. El
hombre aceptó gustoso el encargo y al cabo de unos meses regresó con
las bodegas llenas de provisiones que el pueblo descargó y almacenó
en las casas del gobernador.
Éste, alborozado al ver tanta comida, quiso quedársela; y anunció
que la vendería a un precio determinado. Entonces todo el pueblo se
rebeló; mas el gobernador mandó a sus soldados y la gente, amedrenta-
da, volvió a su casa sin hacerles frente.
Excepto un muchacho soltero que organizó una partida de compa-
fieros, todos ellos muy valientes: se enfrentaron a los soldados, les
vencieron y echaron al déspota. A partir de entonces se terminó aque-
lla hambruna, porque todo el mundo podía disponer de los alimentos
que necesitaba.

26
9. EL ROBO DEL VINO DE PALMA

Anteriormente el vino de palma era muy codiciado en la isla de


Annobón porque resultaba imposible conseguir bebidas extranjeras.
Fabricarlo tenía sus peligros: los hombres debían trepar hasta lo alto de
las palmeras, quedar suspendidos de sus copas y dejar unas calabazas
para que se llenaran del precioso líquido.
Los vinateros de la isla habían acordado que cada día, después de
su trabajo, se reunirían para cambiar impresiones. Así lo hacían y un
día los que procedían de cierta parte de la isla comentaron que alguien
se llevaba el vino de sus calabazas. Decidieron que todos irían aquella
misma noche a vigilar la zona: no vieron a nadie pero, tras inspeccio-
nar el lugar, descubrieron unos granos de arroz, un manjar desconoci-
do para ellos.
Intrigados por el hallazgo continuaron la vigilancia. Hasta que una
noche empezaron a oír un susurro que poco a poco se convirtió en un
gran ruido: al cabo de poco rato un extrañísimo objeto aterrizaba en
aquel sitio y bajaban de él unos extranjeros africanos.
Los forasteros hicieron fuego, prepararon su arroz y bajaron las
calabazas de las palmeras para beber durante la comida. Al terminar su
festín se encontraron rodeados de annoboneses que les atacaron con
sus lanzas.
Algunos de ellos pudieron huir, pero la mayoría murió en la refrie-
ga. Desde entonces ya no hay personas extrañas en la isla.

27
SEGUNDA PARTE

CUENTOS Y RITOS
DE INICIACIÓN
2.1. CUENTOS DE ANIMALES

2.1.1. Características y enemistades

10. EL CULO ROJO DEL MACACO


En la selva ecuatorial hay muchas clases de animales: tranquilos,
rabiosos, fuertes... Hubo un tiempo en que todos vivían juntos en un
cerco en forma de campamento, bajo la jefatura del leopardo, con una
única condición: que aquél que faltara a la ley o que faltara a otro
animal sería muerto y devorado por los demás. La tortuga era la encar-
gada de la intendencia; y, a causa de su misión, solía ser la última en
acostarse.
Sucedió que una mafiana los animales se despertaron con los cuer-
pos llenos de heces. Se disgustaron mucho, y la mayoría acusaba a la
tortuga de ser la culpable de tal desmán. Ella lo negaba rotundamente;
y, al cabo, prometió solemnemente que atraparía al responsable de
aquel desaguisado, para poder darle su merecido.
Por la noche, antes de acostarse, colocó una cuchilla de afeitar
erguida sobre su caparazón: comprendía que, quienquiera que fuese el
animal que quisiera defecar sobre los demás, sentiría tentaciones de
limpiarse el trasero en su brillante concha; y entonces se llevaría su cas-
tigo.
y así fue como ocurrió: entrada la noche, el macaco se levantó del
lugar donde dormía y empezó a hacer sus necesidades encima de los
demás animales. A la luz de la luna, vio la concha resplandeciente de la
tortuga y se dirigió hacia ella para limpiarse; nada más situarse encima,
sintió un profundo corte en las posaderas, por donde empezó a san-
grar.
La herida del macaco no se curó. El animal murió desangrado,
víctima de la astucia de la tortuga. Su falta fue descubierta y castigada:
y por esta razón, desde entonces, todos los macacos tienen el culo ro-
jizo.

31
11. POR QUÉ LA TORTUGA DE MAR
PONE SUS HUEVOS EN LA ARENA

En el mar vivían dos tortugas, un hombre y una mujer. Ella se


encontraba a punto de poner huevos y dijo a su marido: «Acompáfia-
me, que ya llega el momento y no quiero ir sola». Efectivamente, la
acompafió; y dispusieron los huevos junto a una enorme roca que
estaba en el fondo.
Al cabo de tres días regresaron a la roca para llevarse a sus peque-
fios. Pero había sucedido que otros animales se habían comido los
huevos, y no se veían ni las cáscaras. El marido proclamó: «No vuelvas
a pedirme que te acompafie, ni a poner los huevos ni a buscar a nues-
tros hijos; porque ya ves que aquí no hay nada; y debes haber sido tú la
que ha dado buena cuenta de nuestros pequefios».
La tortuga, que había escarmentado, cuando tuvo que volver a
poner huevos se dirigió a la playa sin comentar nada a su marido; una
vez allí hizo un agujero, metió los huevos dentro y regresó al mar. Al
cabo de tres días se acercó a la playa y silbó para que sus hijos acudie-
ran junto a ella. Las pequefias tortuguitas salieron del agujero y em-
pezaron a andar por la playa; pero iban tan despacio que las aves que
había por allí las picoteaban salvajemente.
Cuando, por fin, llegaron al agua y se reunieron con su madre, ésta
las llevó ante su marido, que dijo: «Veo que has traído a nuestros hijos.
Pero a uno le falta una pata, al otro la cola... ¿Qué ha sucedido?». La
mujer contó todo lo acontecido, para que el marido tortuga se diera
cuenta de que no era ella la que se comía a sus hijos.
y desde aquel día la tortuga de mar pone sus huevos en la arena.

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12. EL PÁJARO BIBÍ

Bibí es el nombre de un pájaro de Annobón que vive en los pue-


blos, no en la selva. Tiene las plumas negras y rojas, muy bonitas. Un
día, un viejo se encaprichó de él y se propuso atraparlo. El pájaro dijo:
«Si quieres cogerme, tírame una piedra y podrás atraparme».
El viejo se admiró mucho al ver que aquel pájaro era capaz de
hablar, y decidió hacer lo que le había dicho: cogió una piedra y la
lanzó con todas sus fuerzas hacia donde se encontraba el ave. Sin
embargo, Bibí la esquivó, y la piedra fue a parar a un garrafón de tope
que se rompió.
El dueño del garrafón, al darse cuenta de lo que había sucedido, fue
a pedir explicaciones al viejo. Estuvieron discutiendo durante mucho
tiempo, y el pobre viejo era el hazmerreír de todos los que pasaban por
aquel lugar: el pájaro había sido más listo que él.
Desde entonces todo el mundo sabe que Bibí no es un pájaro de la
selva, sino de los poblados. Y nadie intenta atraparlo.

33
13. LA GALLINA Y LA PALOMA

La gallina y la paloma vivían juntas en un pueblo de animales. En


cierta ocasión sus padres les mandaron a trabajar a la finca, advirtién-
doles: «No os adentréis en la selva, porque os podríais perder y no
sabríais regresar a casa». Las dos aves prometieron que, efectivamente,
no irían más allá de la finca.
Pero las dos encontraban la selva tan bonita que, pese a los conse-
jos de sus familias, se adentraron en ella. Y, tal como sus padres habían
pronosticado, se perdieron.
Al darse cuenta de que no sabían regresar a su pueblo construye-
ron una cabaña y vivieron allí durante muchos meses. Hasta que, un
buen día, cayó una tromba de agua y sufrieron una tempestad de vien-
to tan fuerte como no recordaban haber visto: su cabaña quedó des-
truida y ellas fueron arrastradas por el agua hasta el río.
Aquel río pasaba por un pueblo de personas. Y éstas, al verlas tan
apuradas, las recogieron del agua y les dieron cobijo y alimento. Se
trataba de cacahuetes. Y, como vieron que les gustaban tanto, desde
entonces la gallina y la paloma viven entre las personas.

34
14. EL GALLO Y LA CUCARACHA

El gallo y la cucaracha, que se habían casado, formaban una pareja


desigual. El señor Gallo, a lo largo del tiempo, aprendió que su mujer,
la señora Cucaracha, no se portaba demasiado bien con él: porque
cada tarde, cuando regresaba a casa después del trabajo, ni la casa
estaba arreglada ni la comida a punto; y su mujer, tumbada siempre en
la cama, afirmaba que no se encontraba bien. De manera que el señor
Gallo, a pesar de que regresaba cansado, tenía que tener cuidado tanto
de la casa como de la comida.
Hasta que un día decidió comprobar qué había de cierto en todo lo
que su mujer le contaba. Se despidió de ella por la mañana y, en lugar
de irse a trabajar como de costumbre, se escondió debajo de la cama.
Entonces vio con sorpresa que su mujer se levantaba, acudía al
mercado a comprar comida, regresaba a casa para prepararla, se acica-
laba con toda clase de cremas, y atendía la visita de un señor Cucara-
cha al que el señor Gallo no conocía.
Al llegar la tarde, las dos cucarachas se separaron; y ella, la mujer,
se metió de nuevo en la cama fingiéndose enferma. Entonces el gallo
salió de su escondrijo; y, ante las excusas de costumbre de la mala
cucaracha, le contó exactamente todo lo que había visto; y, de un
picotazo terrible, acabó con su vida y se la tragó.
Desde aquel momento, los gallos y las gallinas no pueden soportar
que las cucarachas se les acerquen.

35
15. EL GALLO Y LA CUCARACHA

El gallo y la cucaracha vivían en la misma casa. El gallo trabajaba


duramente, iba a la finca, traía comida, la cocinaba y la compartía con
la cucaracha.
Ésta no hacía nada porque, según decía, se encontraba enferma.
Pero, en realidad, cada vez que el gallo se iba a la finca sacaba una
guitarra de debajo de la cama y empezaba a cantar:
He mentido al gallo:
le he dicho que estoy enferma
y enferma no estoy.
Algunas veces el gallo insistía en que le ayudara. Pero ella se negaba
en redondo: su estado de salud no se lo permitía, pese a su buena dis-
posición.
Hasta que un día el gallo, que no acaba de creerse tanta comedia, se
quedó escondido junto a la ventana de la casa. Cuando oyó lo que
cantaba la mala amiga se enfadó tanto que entró de repente en la casa
y se la comió.
y ahí terminó la amistad entre el gallo y la cucaracha.

36
16. LA BALLENA Y EL TIBURÓN

Una vez la ballena paseaba por el mar; y el tiburón, a pesar de verse


tan pequeño a su lado, tuvo la desfachatez de dirigirse a ella para
preguntarle la razón de su enorme tamaño. La ballena le respondió
con soberbia: «Yo he sido la primera en existir, la primera, y no puedes
dirigirte a mí como si fuera igual que tID>.
El tiburón estaba enfadado, y se prometió comer a la ballena: así
que, dirigiéndose de nuevo a quien se había burlado de él, le propuso
una carrera hasta la superficie. La ballena, engreída, se dirigió rauda
hacia la meta; sin advertir que -en Annobón- cuando se divisa el
resoplido de una ballena los cayucos salen a arponearla.
y esto fue lo que sucedió. Los hombres mataron a la ballena; y, al
derramarse su sangre, acudieron una multitud de tiburones que hicie-
ron una gran fiesta y se la comieron.

37
17. EL ESCARABAJO Y LA ARAÑA

Sucedió que un hombre se había casado con dos mujeres y las dos
quedaron embarazadas: una de ellas dio a luz a un escarabajo y la otra
parió una araña. El padre estaba orgulloso de sus hijos pero se quedó
solo: las dos mujeres, al darse cuenta de que habían alumbrado a sen-
dos animales, se marcharon.
El hombre no podía atenderles debidamente: se pasaba el día reali-
zando sus quehaceres y por la noche se metía en la cama muy pronto.
El único cuidado que tenía era comprobar que cada día se bañaran
para que estuvieran bien limpios.
Un día se dio cuenta de que la araña no estaba tan limpia como el
escarabajo y se le quejó. La araña protestó: «No sé cómo puede ser que
el escarabajo esté tan limpio; pero debes considerar que me baño todos
los días. Éste es mi color natural».
y es que el escarabajo en lugar de bañarse se echaba aceite y se
tumbaba al sol. Así quedaba tan brillante y reluciente que la araña, a
su lado, parecía sucia. Pero no quería contarle el secreto a su herma-
na; y por más que ésta se lo pedía con insistencia, mantenía la boca
cerrada.
Hasta que la araña terminó por cansarse de verse vituperada conti-
nuamente por su padre: le acechó y, al ver que hacía trampa, le mató y
lo chupó.
El padre, al volver a casa, se dio cuenta de que el escarabajo ya no
estaba. Y, al ver a la araña llena de sangre, comprendió lo que había
pasado y la mató.
Éste es el origen de la enemistad entre la araña y el escarabajo.

38
18. LA ARAÑA Y EL GUSANO DE SEDA

En un pueblo muy tranquilo vivían la araña y el gusano de seda. Se


habían hecho tan amigos que compartían la misma casa y se turnaban
para el trabajo: mientras uno se quedaba a hacer los trabajos domésti-
cos, el otro iba a la finca.
Por entonces no se conocía el aceite; y la araña observó que mien-
tras ella cocinaba unos guisos aburridos, el gusano los hacía delicio-
sos porque fabricaba unas salsas exquisitas. ¿Cómo podía hacerlas sin
aceite?
Un día la araña se quedó escondida para intentar descubrir el secre-
to de su amigo. Vio que ponía la sartén al fuego y que él mismo se
metía dentro: como el gusano tiene el cuerpo grasiento, así obtenía el
aceite para cocinar.
Al día siguiente ella quiso hacer lo mismo: puso la sartén al fuego y
se metió dentro de ella. Pero como la araña no tiene grasa en el cuer-
po, se quemó y murió abrasada dentro de la sartén.
Cuando el gusano de seda regresó de la finca lloró amargamente la
suerte de su amiga; la amortajó y fue a enterrarla al bosque.
Desde entonces las arañas no son nada amigas del fuego.

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19. EL GATO, EL PERRO Y LA PALOMA 1

Unos hombres que iban a recoger agua al río encontraron al perro


que, hambriento como estaba, les pidió algo para comer. Los hombres
no llevaban nada pero le prometieron que en caso de encontrar algo le
avisarían. Más adelante encontraron al gato que tenía la misma preten-
sión y recibió idéntica respuesta.
Al llegar al río vieron que la paloma estaba en lo alto de un árbol,
feliz de poder vivir en aquel lugar. De regreso al pueblo le dijeron al
gato: «Junto a la orilla del río vive una paloma. Si consigues atraparla
tendrás buena comida». Y cuando encontraron al perro le hicieron
una afirmación similar: «Sabemos una comida suculenta para ti: acér-
cate al río y podrás atrapar a un gatO».
El gato se acercó al río, vio a la paloma e intentó convencerla para
que bajara del árbol. La paloma no le hacía caso y entonces el gato
escribió algo en un papel y lo mostró a la paloma diciendo: «Es un
edicto del rey. Ordena que todos los animales seamos amigos. De ma-
nera que puedes bajar sin ningún temOf».
La paloma, más confiada, empezó a bajar. Pero en aquel momento
llegó el perro y empezó a perseguir al gato. La paloma pensó que era
muy raro que ahora el gato no utilizara el edicto real para salvar su
propia vida, y comprendió que solamente había sido una estratage-
ma para poder comérsela.
Desde aquel día el perro, el gato y la paloma son enemigos y se
persiguen el uno al otro.

I Obsérvese el parecido de este cuento con la fábula XV, libro segundo. de Jean de
La Fontaine, Le Coq el le Renard.

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20. UNA HISTORIA DE LAGARTOS

En una casa había dos lagartos, un hombre y una mujer. El hombre


siempre estaba fuera de casa; y ella pensaba que a lo mejor iba a visitar
a otras mujeres. Así que un día decidió enfrentarse con el problema y,
ante sus preguntas, él repondió furioso: «El hombre debe estar fuera,
y la mujer en casa».
Pero ella no lo veía claro: siempre decía que salía a cazar, pero
nunca había traído nada para compartirlo con ella. El marido con-
tinuaba furioso: «Lo que pasa es que no quiero que me vean demasia-
do contigo, porque hay otras mujeres que me cogen el rabo para ser
mis amantes y tengo que esquivarlas».
Ella quería comprobarlo, de manera que salieron a la calle; y, nada
más pisar fuera, una mujer se les acercó y se dirigió al lagarto: «Eh,
hombre, ¿ya no te acuerdas de mí?». Él la miraba de reojo, sin contes-
tar nada; así que aquella mujer prosiguió: «¿No te acuerdas de que el
otro día estuvimos juntos en un bar, y me diste un pedazo de carne
para que lo compartiera con mis hijos?».
La esposa estaba perpleja: «¡Ah, con que ésas tenemos! ¡Ahora mis-
mo voy a pelearme con esa mujerzuela!». Y echó a correr detrás de
ella, hasta que la atrapó y empezaron a pelearse.
El hombre gritó pidiendo que alguien separara a las dos conten-
dientes; pero él no hacía nada, porque temía recibir algún golpe si
intentaba poner orden. Tuvo que ser un pobre viejo el que las separara,
tras regañar al marido por su pasividad.
Al regresar a casa, la esposa pidió a su marido que le contara quién
era la otra mujer. Entonces el marido apretó a correr para no tener que
contestar aquella pregunta. Y dicen que todavía hoy no ha vuelto a su
casa.

41
21. LOS TRES CERDOS HAMBRIENTOS

Tres cerdos trabajaban en el palacio del rey. Como éste no les paga-
ba pasaban tanta hambre que decidieron ir a ganarse la vida a otro
lugar. Antes de marcharse, el rey, en recompensa de tantos afios de
trabajo, les dio un saco de arroz y una gallina.
Decidieron matar a la gallina para prepararla con el arroz; y esta-
ban tan extraordinariamente hambrientos que quisieron buscar un lu-
gar donde ni siquiera una mosca pudiera llevarse un grano de arroz.
De manera que se adentraron en el bosque hasta encontrar un rincón
donde no se observaba la presencia de ninguna criatura.
Entonces el mayor le pidió al pequefio que fuera a buscar un poco
de lefia. El cerdito aceptó el encargo mas, temiendo que no fuera más
que una estratagema para dejarle sin comer, al andar mantenía la vista
hacia atrás; tropezó y se rompió la cabeza contra una piedra.
El cerdo mayor quería comerse a la gallina él solo. Por lo que antes
de cortar el cuello del pobre animal cortó el del hermano mediano; y
entonces empezó a cocinar, ansioso de dar buena cuenta del ave.
Cuando la comida ya estaba en su punto pasó por allí un ratón y en sus
patas quedó un granito de arroz.
El cerdo mayor no quería renunciar ni siquiera a eso y persiguió al
ratón hasta su agujero. Allí empezó a cavar, hasta que el pozo que
hacía resultó ser más profundo que él mismo. Entonces se derrumbó y
el hermano mayor quedó allí sepultado y también murió.
Así pues aquella comida tan preciosa quedó en el bosque sin que
nadie se la comiera.

42
22. EL GALLO Y EL REY

Había un gallo muy trabajador: cosechaba trigo, comía lo necesa-


rio, vendía lo que le sobraba y ahorraba mucho. De manera que, cuan-
do llegó una época de hambre, el rey del pueblo vecino le pidió un
préstamo de cien francos.
El gallo se los dejó con orgullo; mas, al ver que no se los devolvía en
el tiempo convenido, decidió ir a reclamárselos. Por el camino encon-
tró a un perro salvaje que, al conocer su historia, quiso acompañarle; el
gallo se lo tragó y lo llevó en la garganta. Más adelante también el río
quiso conocer su historia y, después de oírla, se mostró interesado en ir
con él; también se lo tragó y el río viajaba junto con el perro en la
garganta del gallo.
Al llegar al palacio del rey éste tenía una visita muy importante, de
manera que decidió que el gallo esperara en el corral. El ave, para
poder descansar, vomitó al perro y éste se comió a todas las ovejas y
cabritos que había por allí.
Los guardias contaron al rey lo sucedido; y éste ordenó que metie-
ran al gallo en el gallinero. Allí volvió a sacar al perro para poder
descansar mejor; y éste continuó su carnicería.
El rey estaba desesperado y mandó llamarle: «Tengo una visita
muy importante y no sólo no dejas que la atienda debidamente sino
que arruinas mi corral y mi gallinero. Confisco, pues, tus cien francos,
y ordeno que te metan en prisión». Entonces el gallo, furioso, sacó al
río; éste arrasó el pueblo y la mayoría de sus habitantes perecieron aho-
gados.
El rey huyó despavorido y el galló se quedó a gobernar aquel
pueblo.

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2.1.2. La astuta tortuga

23. EL PERRO Y LA TORTUGA

El perro y la tortuga vivían en el mismo pueblo; y eran tan amigos


que siempre se les veía juntos. Pero sus familias eran miserables y se
morían de hambre; de manera que tuvieron que preparar unas fincas
para poder cultivarlas y sacar provecho de ellas. Con todo, ni siquiera
eso les alcanzaba para vivir dignamente.
Una mañanita, cuando se dirigían a trabajar, decidieron pasar por
el bosque virgen. Y allí, junto al camino, encontraron un baúl. Llenos
de curiosidad, lo abrieron; y observaron con sorpresa que estaba reple-
to de dinero y de oro. Decidieron esconderlo; y desde entonces cada
mañana, en lugar de ir a la finca, acudían a su escondite y retiraban del
baúl lo que necesitaban gastar durante el día.
La gente del pueblo estaba sorprendida: sus familias comían cuanto
querían, los niños ya no iban descalzos, y nadie comprendía de dónde
sacaban tanto dinero.
Pero la tortuga era astuta y avariciosa, y quería quedarse con todo.
Una noche se levantó, se dirigió al bosque y cambió el baúl de lugar.
De manera que a la mañana siguiente el baúl no apareció. Los dos
amigos rompieron en sollozos y regresaron cabizbajos a sus hogares.
El perro, sin embargo, no se resignó. Temía que su amiga le hubie-
ra engañado. Y con el dinero que le quedaba fue a comprarse una
sotana, una campanilla y un tambor. Por la noche, vestido con
la sotana y haciendo sonar aquellos instrumentos, deambuló cerca de
la casa de la tortuga mientras exclamaba con voz hueca: «Aquel que lo
vio, así fue. Aquel que lo tocó, que lo devuelva». Y proseguía su paseo
a paso de funeral.
La tortuga estaba consternada. Oía el lúgubre lamento y creía que
se trataba del mismo Dios, que había bajado del cielo para amedren-
tarla y castigarla por su fea acción. Así que, en cuanto el perro cesó su
representación, se dirigió rápidamente al lugar en que había escondido
el baúl; lo cogió y lo dejó cerca del escondite que ambos habían acor-
dado.

44
Al amanecer, los dos amigos volvieron al bosque para esconder su
tesoro. Esta vez no tardaron mucho en recuperarlo. Y el perro, conoce-
dor de las trampas de su amiga, sugirió que se repartieran el oro y el
dinero a partes iguales, y que cada cual conservara lo suyo.
A partir de entonces, el perro y la tortuga no tuvieron ningún pro-
blema: se habían dado cuenta de que «mientras caminas, no te debes
fiar de nadie; ni siquiera de tu propia sombra».

45
24. LA TORTUGA Y LA BALLENA

Todas las especies marinas vivían en el mismo lugar del océano, y


todas gozaban de una vecindad tranquila. Hasta que cierto día la tortu-
ga tuvo la mala idea de enfrentarse a la ballena: «Oye, ballena, ¿cómo
es que cuando sientes hambre te comes a las especies menores?».
La ballena estaba de mal humor y se enfadó con la tortuga: «Tengo
un estómago y una boca tan grandes que puedo tragar todo lo que me
apetezca. Mañana mismo, por ejemplo, te desayunaré a ti y a toda tu
familia».
La tortuga, aterrorizada por tan malos augurios, cogió a su familia
y bajó a vivir entre las rocas para siempre. Y así fue como consiguió
salvarse.

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25. EL REY, LA TORTUGA Y EL PERRO

Todos los animales vivían juntos en el mismo pueblo. Y todos vivían


miserablemente; excepto el rey, que satisfacía todos sus caprichos y los de
su familia acaparando los bienes del pueblo y los del bosque.
Por casualidad, la tortuga había descubierto un sendero secreto que
comunicaba con el patio del rey. Agazapada, siguió aquel camino has-
ta llegar a una finca de árboles frutales: cogió cuantos quiso y regresó a
su casa cargada de alimentos para su familia.
Desde entonces, cada día repetía la misma operación. Y la comida
le alcanzaba no sólo para los suyos, sino también para su amigo el
perro, al que solía invitar. Éste, asombrado al ver que su amiga dispo-
nía de tanta comida, le pedía insistentemente que compartiera su se-
creto con él. Al fin la tortuga accedió a que le acompañara, con una
condición: «Si alguna fruta cae encima de tu cuerpo, debes permanecer
en silencio para que los soldados del rey no tengan ninguna sospecha».
Aquella misma noche los dos amigos emprendieron su primera
expedición, de la que regresaron sin novedad y bien cargados. Al día
siguiente, vuelta a la finca; una vez en pleno trabajo, una de las frutas
cayó del árbol y dio de lleno en el cuerpo de la tortuga; ésta aguantó el
dolor sin rechistar, para que su amigo comprendiera cómo debía com-
portarse. Durante la tercera noche, una fruta cayó sobre el lomo del
perro; éste lanzó un aullido tremendo y echó a correr; al instante los
guardianes se lanzaron detrás de él, que logró zafarse de la persecución
gracias a su velocidad; mientras tanto la tortuga había podido escon-
derse entre la hojarasca.
El perro pidió perdón a su amiga. La noche siguiente, sin embargo,
la escena se repitió: una fruta cayó encima del perro y éste, aullando
con ferocidad, echó a correr. Los guardianes, esta vez, quisieron perse-
guir a la tortuga. Y, claro está, la atraparon rápidamente y la llevaron
ante el rey.
Éste ordenó que le dieran muerte. A lo que la tortuga espetó: «Si
me perdonas la vida podrás ver algo extraordinario». La curiosidad del
rey venció a su crueldad, y la tortuga se comprometió: «El próximo
domingo defecaré ante ti y ante todo el pueblo sin realizar ningún es-
fuerzo».

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Sucedía que, al siguiente domingo, debía llegar un nuevo barco que
el rey había comprado. La tortuga hizo coincidir la hora y, mientras
todo el pueblo se hallaba reunido para verla, empezó a señalar al nue-
vo barco que llegaba. Cuando volvieron de nuevo la cabeza hacia la
tortuga, ésta ya había defecado y mostraba el resultado de su acción a
toda la concurrencia: <<¿Os dais cuenta? Sólo yo sé hacerlo sin realizar
ningún esfuerzo».
y obtuvo así su libertad.

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26. LA TORTUGA Y EL REY

Un rey que vivía en Mabana con su familia ordenó que ningún


hombre se acercara a su pueblo; solamente podían estar allí las mu-
jeres.
La esposa de la tortuga vivía también en Mabana. Y la tortuga
sufría mucho por no poder ver a su mujer ni a los hijos que tenían. De
manera que pensó que podría ponerse un disfraz. Y, al cabo de unos
días, apareció recubierto con una funda de hojas de plátano para no ser
reconocido.
Aquella funda pesaba mucho, y su mujer y algunas amigas tuvieron
que ayudarle a llegar hasta el pueblo. Una vez en casa, aguardaron a
que anocheciera; y entonces la tortuga salió de su funda y pasó
la noche con su mujer.
El rey, que tenía espías en todas partes, se enteró de lo ocurrido y
mandó prender al malhechor. Y así fue como la tortuga fue condenada
a trabajar en el palacio del rey durante muchos años.
Más adelante, el rey prohibió defecar en ningún lugar que estuviera
a la vista. La tortuga, que trabajaba en el palacio, aprovechó un paseo
del monarca para hacerlo encima de su trono. Cuando el rey se aperci-
bió de lo sucedido montó en cólera. Y las defecaciones sobre el trono
real se sucedían cada vez que salía del palacio, sin que nadie pudiera
darse cuenta de quién era el responsable de tal desaguisado.
Por fin el rey, decidido a terminar con aquel problema, ordenó que
llevaran a todos los sirvientes al río para matarlos. La tortuga, astuta
como siempre, sugirió que las cosas se hicieran con orden; y que dispu-
sieran a todos los reos en hilera, junto al río, de menor a mayor esta-
tura.
Los guardianes creyeron que la tortuga tenía razón. Y, como ella
era la más bajita, quedó junto a la orilla. Cuando los guardianes empe-
zaron la matanza, ella se deslizó hasta el agua y esquivó el real cas-
tigo.

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27. LAS TRES PRUEBAS DE LA TORTUGA

Se trataba de un pueblo tan tranquilo que el rey tuvo que inventar-


se un juego para salir de tanto aburrimiento: «Daré todo lo que me
pida a aquel que sea capaz de comerse una marmita de picante sin
soplar; que pueda defecar sin que se le aprecie ningún esfuerzo; y que
pueda mantenerse bajo el agua durante una hora entera». Las pruebas
eran tan difíciles que nadie quiso probar suerte y el aburrimiento con-
tinuaba.
Hasta que la tortuga se decidió y se presentó ante el rey para inten-
tar superar la primera prueba. Los guardianes trajeron una marmita
llena de picante y la tortuga, después de cada cucharada, preguntaba:
«Habéis dicho que no puedo decir buflT, buflT..., ¿no es verdad?». Y el
rey asentía, sin darse cuenta de la estratagema.
Convinieron que la segunda prueba se realizaría a la orilla del mar.
De manera que la tortuga se colocó sobre una roca y, cuando se dispo-
nía a defecar, gritó: «Hapa navi dili dja» l. El rey miraba hacia el mar,
donde su barco no se veía por ningún lado; y la tortuga aprovechaba la
ocasión para defecar sin que se le notara esfuerzo alguno.
Entonces la tortuga debía lanzarse al mar para intentar superar la
tercera de las pruebas. Miró fijamente al rey y le dijo: «No he visto
nunca a un soberano tan tonto como vos, majestad. Presumís de ser el
más listo, pero os habéis dejado engañar como un niño».
Sin esperar respuesta, la tortuga se zambulló en el agua. Y todavía
no se la ha visto por allí; de manera que debemos suponer que pasó la
tercera prueba con éxito notable.

I Mira tu barco, majestad.

50
28. LA TORTUGA Y EL CURA

En un pueblo vivían una tortuga y un cura que eran muy amigos:


trabajaban juntos, comían juntos, paseaban juntos... Un día, en uno de
sus paseos encontraron un ataúd. La tortuga se alejaba y el cura le
advirtió: «Si dentro de este ataúd solamente hay un muerto, lo enterra-
ré y nada más. Pero si hay dinero me lo quedaré todo».
La tortuga no le hizo caso y siguió alejándose. Mientras tanto el
cura abrió el ataúd y vio que estaba lleno de monedas de oro. Tal
como habían acordado se lo iba a quedar todo; pero pensó que, ya que
lo compartía todo con la tortuga, también tenía que repartir con ella su
riqueza. De manera que la llamó y la tortuga, al ver tanto oro, preten-
dió quedarse con la mayor parte; el cura, sin embargo, hizo el reparto
de manera que él mismo se quedó con algo más, encerró lo suyo en el
propio ataúd y lo enterró frente a su casa.
Cuando la tortuga llegó a su casa con las monedas que le habían
tocado su mujer se puso la mar de contenta. Pero ella estaba disgustada
porque el cura se había quedado con una parte más grande y aquella
misma noche le robó el ataúd. El cura, al darse cuenta, esperó a que
volviera a anochecer. Entonces se puso una luz bajo la sotana y, tocan-
do una campanilla, empezó a dar vueltas a la casa de la tortuga
mientras gritaba con voz lúgubre:
Kube kube
odje san xima
jalmax omama
oya mabape
dadalan '.
La tortuga se atemorizó tanto que inmediatamente lo devolvió
todo. Aunque por la noche siguiente, repuesta del susto, volvió a ro-
barlo y el cura repitió su actuación. Los robos y restituciones se fueron
sucediendo hasta que el cura fue a visitar a la tortuga y le dijo: «Había-
mos establecido que si dentro del ataúd había dinero me lo quedaría

, Eso me lo has cogido tú. Devuélvemelo, ladrón.

51
todo y aun así lo he repartido contigo. Deberías mostrarte agradecida
y, en cambio, sólo pretendes robar mi parte. De ahora en adelante ya
no te consideraré mi amiga».
y dicho esto cogió todas sus cosas y se marchó a un lugar descono-
cido.

52
29. LA TORTUGA Y EL DEMONIO

La tortuga y el demonio eran amigos íntimos; este último tenía que


vivir en el bosque para no ser reconocido, mientras que su amiga vivía
en la ciudad de Paleo
Un día la tortuga se dirigió al bosque con unos amigos, y llegaron al
lugar donde el demonio vivía: «Venimos a trabajar: tenemos que pre-
parar tablas para reparar mi casa y solicitamos que nos hospedes». El
demonio no podía negarle nada a su amiga, así que no tuvo inconve-
niente. Al cabo de unos días, cuando hubieron terminado su trabajo
y se preparaban para regresar a Pale, el demonio demostró su interés
en acompañarles: «Pero no es demasiado prudente porque, con lo feo
que soy, la gente se burlará de mí».
La tortuga encontró una solución: podía taparse la cara hasta llegar
a su casa, donde su mujer les atendería a la perfección. El diablo estuvo
de acuerdo y emprendieron la marcha. Poco antes de llegar a la ciudad
se detuvieron en un cruce de caminos. La tortuga dijo: «Espera aquí,
amigo, porque voy a avisar a mi mujer para que lo tenga todo listo».
Pero en realidad se dirigió a la plaza y, convocando a todo el pue-
blo, anunció que iba a traer al mismísimo diablo. Efectivamente: re-
gresó al cruce de caminos y volvió a la ciudad en tan innoble compa-
ñía. Al pasar por la plaza, de repente la tortuga destapó la cara del
energúmeno y todo el pueblo, con grandes carcajadas, se rió de su feal-
dad.
Aprovechando el desconcierto general la tortuga se dirigió al río.
Hasta allí la siguió el demonio, dolido por la traición de su amiga.
Pero ésta, al ver que se acercaba, se echó al agua y desapareció.

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30. LA TORTUGA

La tortuga vivía en un pueblo con su mujer y una hija que era


adivina. Poseía aves de corral y ganado, pero su esposa no dejaba que
comiera nada de carne: la reservaba para el día en que venían sus
padres a visitarles.
Sin embargo, los suegros de la tortuga no acudían muy a menudo y
nuestra amiga tenía tantas ganas de comer que, aprovechando una
extraña enfermedad de su hija, imaginó un ardid. Se dirigió a su mujer
y le habló así: «Hoy he estado en una cueva en la que he encontrado a
un santo. Le he pedido que curara a nuestra hija y me ha respondido
que para eso tienes que llevar un lechón bien cocinado al Santo Cristo
de la Pasión, que también suele visitar la misma cueva».
La mujer deseaba que su hija se curara. De manera que degolló al
lechón más grande que encontró, lo guisó magníficamente y se dirigió
a la cueva: «Santo Cristo de la Pasión, aquí te traigo este lechón para
que cures a nuestra hija». Y, dejando el manjar en el suelo, volvió a
casa.
La tortuga siguió la escena a escondidas. Y no solamente se zampó
el lechón entero, sino que al regresar a casa habló de nuevo con su
mujer: «He vuelto a ver al santo, que está muy satisfecho por la ofren-
da que le has llevado. Dice que tienes que repetirla tres veces para que
nuestra hija se cure». Y la mujer, llena de esperanza, al día siguiente
mató otro lechón, lo guisó tan bien como sabía y lo llevó a la cueva,
donde la tortuga dio buena cuenta de él.
Entonces la hija tuvo el presentimiento de que su padre las engaña-
ba; y dijo a su madre: «Mañana repites la operación; pero cuando
guises el lechón ponle una gran cantidad de picante, a ver qué su-
cede».
La madre conocía las facultades de adivinación de su hija y le hizo
caso. Cuando, al día siguiente, la tortuga se comió el tercer lechón se
abrasó, vio cómo el cuerpo se le llenaba de ampollas, y proclamó: «Soy
el animal más astuto que existe; pero esta vez me han descubierto».

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31. LA TORTUGA PEREWSA

En Awal vivía la familia tortuga con tres hijos. El padre tortuga era
muy holgazán y lo único que hacía era comer. Su mujer le preparaba
comidas suculentas y él se las comía sin aportar nada; excepto el ifoh,
un manjar que aseguraba que no le gustaba.
Un día la madre tortuga dejó preparada una olla de ifoh y se fue a
la finca con sus hijos. Cuando regresaron a casa observaron que al-
guien se 10 había comido todo y había dejado en la olla algo malolien-
te. Preguntaron al padre qué había sucedido y él respondió que había
estado fuera de casa todo el tiempo; y que, como a él no le gustaba esa
clase de comida, tampoco le preocupaba saber quién se la hubiera co-
mido.
La misma escena se repitió durante muchos días. Hasta que el hijo
pequefto decidió esconderse para investigar lo que ocurría. Vio que, en
cuanto los demás se hubieron marchado, el padre tortuga -pese a
haber afirmado tantas veces que el ifoh no le gustaba- se lo zampaba
sin dejar una migaja. Después defecaba en la misma olla y la cubría
con hojas de plátano.
Cuando la madre volvió a casa y advirtió que el desaguisado se
había repetido, preguntó otra vez a su marido. Éste, mostrándose eno-
jado, respondió: «¿A mí qué me cuentas? Ya sabes que esa clase de
comida no me gusta. Me da igual quién se la coma». Pero entonces el
hijo menor salió de su escondrijo y lo contó todo.
El padre tortuga recibió tal paliza que tuvo que echarse al mar.
Desde aquel día no ha regresado a Awal; y su mujer y sus hijos pueden
vivir sin tener que soportar a un holgazán.

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32. LA TORTUGA, LA BALLENA Y EL ELEFANTE

El elefante y la ballena vivían en lugares distintos, pero ambos


estaban orgullosos de su tamafio y de su fuerza. La tortuga iba a visi-
tarles a menudo, y siempre apostaba con ellos a que sería capaz de
arrastrarles a cualquier sitio que le propusieran. La ballena sonreía y
respondía que solamente esperaba a que la tortuga fijara fecha, hora
y lugar; y también el elefante parecía dispuesto a aceptar la apuesta.
Por fin la tortuga los citó: lo hizo por separado, sin que el uno
supiera que el otro también debería acudir. Al llegar el día, la tortuga
se dirigió a la ballena y le pasó una cuerda por la cintura mientras le
decía: «Ahora me voy hacia aquella roca; cuando adviertas que la
cuerda empieza a tensarse, ya puedes tirar de ella con todas tus fuer-
zas».
A continuación se dirigió a la costa, donde le aguardaba el elefante.
Le pasó por la cintura el otro extremo de la cuerda y le dio las mismas
instrucciones. Luego fue hasta la roca: desde allí podía divisar a los dos
animales; ellos la veían, pero no podían distinguirse entre sí.
La tortuga cogió la cuerda y pegó un buen tirón. Al instante, tanto
el elefante como la ballena empezaron a tirar con todas sus fuerzas. Y
lo hicieron con tanto ímpetu que la disputa duró muchas horas, sin
que ninguno de los dos sospechara que estaban enfrentándose. La tor-
tuga, encima de la roca, bailaba y se reía a carcajadas.
Por fin, la cuerda se rompió. La tortuga se acercó al lugar donde se
encontraba la ballena, postrada y jadeante, que le dijo: «Mientras yo
sudaba y luchaba con todas mis fuerzas, tú bailabas sobre la roca y te
reías. Eres pequeña, pero me has ganado. De ahora en adelante siem-
pre te respetaré». Y también el elefante, postrado y sudoroso, rindió
admiración a la presunta fuerza de la pequeña tortuga y le prometió
respeto para toda la vida.

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2.2. LA VIEJA SEÑORA

2.2.1 La anciana ayudante

33. LA BANANA MÁGICA

Un pescador muy egoísta vivía en un pueblo con su familia. Eran


muy pobres y, como él solía pescar muy poco, pasaban hambre y
vivían mal.
Un día, al regresar de la pesca, el hombre subió a un cocotero y
cortó un coco: éste, al llegar al suelo, empezó a rodar y se metió en un
hoyo. El pescador lo fue siguiendo, y al bajar al hoyo se encontró en
un sótano donde había una vieja. Ésta escuchó la amarga historia de su
familia y, conmovida, le dio una banana mágica: «Te dará todo lo que
le pidas. Pero tienes que prometerme que lo compartirás todo con los
tuyos».
El hombre así lo prometió. Pero se metió en el bosque y allí pidió a
su banana que dispusiera una mesa con toda clase de comida. La
banana así lo hizo. Y el hombre, después de hartarse cuanto quiso, la
escondió y regresó a casa. Entregó a su mujer lo que había pescado y él,
quejándose de un gran dolor de barriga, se metió en la cama.
Durante muchos días las cosas se repitieron de la misma gui-
sa. Hasta que la mujer, desconcertada por la conducta de su marido,
pidió a uno de los hijos que le siguiera. El muchacho observó lo que su
padre hacía y, regresando a casa, lo contó a su madre.
Entonces la mujer cogió a los hijos y se dirigieron todos al bosque.
Cogieron la banana y le pidieron que dispusiera una mesa igual de
grande. Cuando hubieron saciado su hambre le ordenaron que les
construyera una gran casa donde vivir, con muchos guardianes para
impedir que entrara en ella el pescador egoísta.
Cuando éste terminó su trabajo y regresó al bosque, descubrió sor-
prendido que su banana había desaparecido. Entonces cortó otro coco;
y, al llegar al sótano de la vieja y contarle lo sucedido, vio con satisfac-
ción que la anciana le daba otro objeto mágico, un palo, con las mis-

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mas instrucciones: «Te dará todo lo que le pidas, pero debes compar-
tirlo con los tuyos».
El pescador, sin embargo, se dirigió de nuevo al bosque. Una vez
allí pidió al palo que dispusiera una mesa llena de toda clase de comi-
da. Pero el palo, en lugar de eso, hizo aparecer un ejército de guar-
dianes armados que apalearon al egoísta hasta dejarlo muerto.

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34. PAPÁ KENKELE DJABE

Cerca de la costa vivía un pescador llamado Kenkele Djabe, que


se había casado con una mujer tonta que no le sabía decir el nombre
de los peces que pescaba ni el suyo propio.
Cada tarde, cuando regresaba de la pesca, Kenkele Djabe se senta-
ba frente a su mujer y, sacando uno a uno los peces que traía, le iba
preguntando: «¿Cómo se llama este pescado?». La tonta no conocía
ningún nombre y no respondía nada. Y el marido proclamaba: «Si no
conoces el nombre de los peces no puedes comértelos. ¿Cómo me
llamo yo?». La mujer tampoco respondía y se quedaba sin comer.
Esto ocurría cada día, hasta que en cierta ocasión se presentó una
vieja en casa de la mujer y le dijo: «¿Cómo puedes ser tan tonta? Lo
que debes hacer es aprender los nombres de todos los peces del mar, y
yo te los voy a ensefiar: un pescado plano con los ojos en el mismo
lado se llama lenguado; otro que parece una serpiente se llama angui-
la; otro de gran cabeza y dientes afilados es el tiburón...». La vieja le
fue ensefiando los nombres de todos los pescados, y por la tarde,
cuando su marido regresó y le preguntó cuáles eran los peces que
traía, los acertó todos.
El hombre estaba sorprendido. Mas, como no quería compartir
los peces con su mujer, continuó su interrogatorio habitual: «¿Y
cómo me llamo yo?». La vieja no le había ensefiado tanto, y la tonta
no supo qué cosa responder; de manera que también se quedó sin
probar bocado.
Y así fueron pasando los días: la mujer conocía bien los nombres
de los peces pero desconocía el del marido. Hasta que la vieja volvió a
presentarse en la casa y le comunicó: «Tu marido es el papá Kenkele
Djabe».
El hombre, cuando comprobó que su mujer ya sabía contestar a
todas sus preguntas, no salía de su asombro. Pero ahora no tenía
excusa para dejar a la pobre mujer sin comer, por lo que su enfado
era también muy grande: «De ahora en adelante podrás comerte mis
pescados. Yo moriré, pero antes tengo que saber quién es el que te ha
ensefiado todas las respuestas».
La pobre tonta, claro está, no supo responder aquella pregunta

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que nadie le había enseñado a contestar. Y el marido, enardecido, fue
hasta el bosque y se lo preguntó al árbol llamado abamasak 1; como
tampoco contestó a su pregunta, lo cortó con su machete. A conti-
nuación se lo preguntó al río, que tampoco supo responderle; el hom-
bre se arrojó a sus aguas, y se salvó de la corriente gracias a su habili-
dad en el nado.
Por fin se lo preguntó a la hoguera: como tampoco le respondió,
se arrojó a ella; y el marido egoísta, incapaz de salvarse del fuego,
murió abrasado.

I Qase de árbol muy resistente que se utiliza para construir casas.

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35. LA MUJER QUE NO TENÍA HIJOS

Dos vecinas se querían mucho. Una de ellas tuvo una niña y, al


poco tiempo, se le murió el esposo. La otra, a partir de entonces, las
cuidaba a las dos, madre e hija, con todo esmero, y les daba la comida
que necesitaban.
Pero su marido se hartó de la situación: él hubiera querido tener
algún hijo a quien cuidar, en lugar de tener que ayudar a una vecina
cualquiera. Así es que prohibió a su mujer que las continuara visitan-
do para nada.
La esposa quería obedecer al marido, pero su corazón le decía que
no debía dejar de ayudar a las vecinas que tanto amaba. Y su marido,
al ver que no le hacía caso, cogió una olla que estaba puesta al fuego y
se la tiró a la cara, con tan mala fortuna que la pobre mujer quedó
ciega.
Desde aquel momento la vecina y su hija, agradecidas por todos
los favores que les había hecho, la ayudaron siempre. Y un día la
muchacha, que ya había crecido, se encontró con una vieja a la que
también ayudó. Esta vieja le dijo: «Si vas a la otra parte de esta
montaña, encontrarás una hermosa sagua-sagua l. Prepara una infu-
sión con sus hojas y obtendrás un líquido que cura toda clase de ce-
guera».
La niña pensó que no le costaba nada probar suerte. Así es que se
dirigió a la otra parte de la montaña, cogió la sagua-sagua y preparó
la infusión. Después llamó a la vecina y, limpiándole los ojos con
aquel preparado, la curó inmediatamente.
Las tres mujeres, libres de tan gran preocupación, decidieron
abandonar al marido y se dirigieron al bosque. Allí encontraron un
jardín grande y hermoso y un palacio con toda suerte de comodida-
des. También había un apuesto joven que se casó con la muchacha.
La vida, pues, discurrió a partir de entonces con toda clase de
felicidad. Mientras que el marido cruel se quedó solo y amargado
para el resto de su existencia.

I Chirimoya.

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36. EL MAESTRO PAPADIENTE

Unos padres querían que su hijo aprendiera más que su maestro.


Pero nadie quería comprometerse a enseftar más que lo que él mismo
sabía. De manera que se dirigieron al bosque y encontraron a un
hombre sentado en un riachuelo: era el maestro Papadiente, que sí se
comprometió a satisfacer su deseo. Los padres, satisfechos, le dejaron
al nifto y regresaron a casa. Y el maestro Papadiente, en cuanto los
perdió de vista, lo convirtió en un asno y lo utilizó para el trabajo de
sus fincas.
Los padres no sospechaban nada de lo que ocurría. Un día deci-
dieron ir a visitar a su hijo. Al no encontrarle en el bosque, y al ver
que el maestro tampoco acudía a sus llamadas, se dirigieron a una
casita donde había una vieja que tenía un diente larguísimo, casi de
cien metros. La vieja les prometió que una hermana suya que vivía en
otra casita podría ayudarles.
Al llegar a la segunda casita encontraron a otra vieja que tenía un
dedo del pie larguísimo, casi de cien metros. Escuchó su historia y les
anunció que quien podía ayudarles era una tercera hermana que vivía
más allá. Los padres se dirigieron a la tercera casita, donde vivía una
vieja que veía las cosas desde muy lejos. Y, efectivamente, empezó a
mirar por el bosque hasta darse cuenta de lo que sucedía.
Entonces les dijo: «Veo que el maestro Papadiente ha convertido
a vuestro hijo en un asno. Voy a dejaros un águila para que os lleve
hasta su casa. Una vez allí liberaréis a vuestro hijo y volveréis con el
águila. Debéis llevaros este huevo y esta piedra, que os serán de utili-
dad».
Los padres montaron en el águila; al llegar a la casa del maestro
Papadiente vieron al asno y, montándolo también en el gran pájaro,
se lo llevaron. Entonces el maestro Papadiente empezó a perseguirles,
transformado en vampiro, entre una multitud de murciélagos. El
águila se dio cuenta de que les alcanzaría porque llevaba mucho peso;
y sugirió que dejaran caer el huevo.
Inmediatamente aparecieron una gran cantidad de nubes que les
ocultaban a la vista del maestro; éste regresó a su casa, cogió otro
huevo que deshacía aquel embrujo y renovó la persecución. Entonces

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los fugitivos dejaron caer la piedra y apareció una gran montafía; el
maestro, que no se dio cuenta de su aparición, chocó contra ella y se
rompió los huesos.
Regresaron sanos y felices a su pueblo donde, con la ayuda del
agua bendita, su hijo recuperó su forma normal. Entonces le dijeron:
«¿Qué es lo que has aprendido?». El chico se transformó en un caba-
llo con una cadena en el cuello; y el padre, siguiendo sus instruccio-
nes, lo llevó al mercado, lo vendió y regresó con el dinero y la cadena.
Al llegar a casa su hijo volvía a estar allí, porque aquella cadena era su
espíritu.
Cada vez que les faltaba dinero repetían la misma operación. Has-
ta que un día el maestro Papadiente apareció disfrazado por el merca-
do, compró el caballo y emborrachó al padre para quitarle la cadena.
Se llevó al muchacho a su casa y lo convirtió en cerdo; y el chico se
escapó tan veloz como pudo, perseguido por su maestro.
Cuando ya estaba a punto de darle alcance, pasó por el bosque el
cortejo de la princesa. La hija del rey recogió al cerdo y lo puso en su
caballo. El maestro Papadiente comprendió que no podía atacar a la
princesa y lanzó una maldición: «Ya que no puedo atraparte, con-
viértete en el anillo de esta mujer». Y así sucedió. La princesa, al ver
lo que ocurría, vio que aquel anillo era un joven encantado, y lo
guardó con gran esmero.
Algún tiempo después la princesa enfermó y nadie conseguía cu-
rarla. El maestro Papadiente acudió al palacio del rey y con sus em-
brujos le quitó el mal que tenía. Cuando el rey, agradecido, le ofreció
cualquier cosa que deseara, él solicitó el anillo de la princesa. Ésta,
disconforme, se lo quitó del dedo y lo arrojó al fuego para salvar a su
amigo.
Al instante el maestro se convirtió en gallina y empezó a picotear
entre la ceniza, buscándolo. Y entonces el muchacho se convirtió en
gato, se comió a la gallina y pudo vivir en paz para siempre, casado
con aquella bella mujer que era la hija del rey.
Así pues, el alumno había aprendido más que el maestro.

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37. EL AGUA DE LA VIDA

En un pueblo vivía una familia con tres hijos. La madre murió y


el padre, enfermo de muerte, reunió a sus hijos y les dijo: «Dejaré la
mayor parte de mi fortuna a aquel que consiga traerme el agua de
la vida».
Los tres hermanos partieron juntos hasta llegar a un cruce de tres
caminos. Allí decidieron separarse y acordaron que, a la vuelta, se
esperarían para regresar juntos a la casa paterna. Así, el pequeño
tomó el camino de la derecha y al cabo de un rato tropezó con un
gigante que, al conocer sus deseos, le dijo: «Para encontrar el agua de
la vida debes seguir por ese camino que está lleno de cadáveres: son
personas que lo han intentado antes que tú y que yo me he encargado
de matar, porque mi misión es impedir que alguien pueda encontrar-
la. Si quieres seguir vivo, pues, regresa por donde has venido».
El chico era prudente y no se enfrentó al gigante. Dio media vuel-
ta y al cabo de poco encontró a una vieja que, tras pedirle algo de
comida y al ver que el muchacho era generoso, le dio una hierba:
debería encenderla al encontrar al gigante y éste moriría. En efecto, así
sucedió; y el chico emprendió el camino del agua de la vida y caminó y
caminó durante años enteros sin dar con ella.
Por fin volvió a encontrar a la anciana que, tras pedirle nuevamen-
te algo de comida y comprobar su generosidad, dijo: «Va estás muy
cerca del lugar que buscas. Sigue un poco más y encontrarás un pala-
cio. Entra en él y hallarás a una chica dormida. Debajo de su almohada
se encuentra una botellita llena del agua de la vida. Como vas a necesi-
tar ayuda, te doy este caballo flaco para que no tengas problemas».
La vieja desapareció y el muchacho montó en el caballo y prosiguió
su aventura. Llegó al palacio y, al entrar en él y ver a la chica dormida,
pensó que su hermosura era tan extraordinaria que le gustaría vivir
con ella. Pero era consciente de su misión y, saliendo del palacio,
montó en el caballo flaco para regresar a casa.
Había tardado tanto que sonó una de las campanas del palacio; la
chica se despertó y, observando lo ocurrido, emprendió una veloz per-
secución en un caballo volador. Desde lo alto divisó al muchacho y,
lanzándole su arma, le mató. Mas al acercarse vio que era muy bello:

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dijo unas palabras mágicas y él resucitó y pudo seguir su camino hasta
llegar al cruce de caminos.
Allí encontró a sus hermanos y regresaron a la casa de su padre.
Entonces el hermano pequeño sacó la botellita con el agua de la vida y
el padre sanó y le entregó la mayor parte de su fortuna.
Los otros dos hermanos, envidiosos, querían matarle. La chica, que
les había seguido a distancia sin que se hubieran dado cuenta, cogió al
muchacho y, volando en su corcel, se lo llevó a su palacio del bosque.
Desde entonces viven allí con toda suerte de felicidad.

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38. MENAHÍ

En los tiempos más remotos de la isla de Annobón las brujas tenían


una costumbre portuguesa: cuando veían que una mujer regresaba de
la finca decían: «Todo lo que llevas ahí es de mi propiedad. Yo me lo
quedaré». Y se enfrentaban a la mujer, o a cualquiera que intentara
ayudarle, causándole heridas atroces, para poder quedarse con todo lo
que llevaba.
Menahí era una bruja que vivía en aquellos tiempos de nuestros
antepasados. El rey del mar estaba enamorado de ella y hacía tiempo
que la proponía en matrimonio. Ella dudaba, hasta que su pretendien-
te le dijo: «Si accedes a casarte conmigo te daré el poder de curar
cualquier herida»,
Menahí y el rey del mar se casaron. Y desde aquel momento la
mujer fue considerada una bruja muy buena: porque cuando los de-
más brujos y brujas herían a alguien para robarle, ella acudía siempre y
con su poder le curaba milagrosamente.

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39. EL GUAPO Y EL FEO

Dos mujeres que eran muy amigas tenían caracteres absolutamente


opuestos: mientras que una era generosa y simpática, la otra era des-
confiada y avariciosa. Ambas dieron a luz a dos muchachos varones: la
mujer buena tuvo un hijo muy feo y la mala lo tuvo guapo y her-
moso.
Con el paso del tiempo se vio que también su manera de ser era
opuesta y poco acorde con su fisico: mientras que el feo se comportaba
con nobleza y honradez, el guapo era torpe, perezoso y descortés.
Los dos muchachos iban juntos a pescar; y, en el momento del
reparto, el feo era objeto de las trampas más burdas; pese a lo cual
callaba y permanecía fiel a su amigo.
En cierta ocasión vieron a un viejo que se encontraba frente a un
precipicio. El guapo se dispuso a ver un espectáculo escalofriante; pero
el feo, haciendo gala de su buen corazón, acompañó al anciano por el
buen camino, lo llevó hasta su casa, le fue a buscar un montón de leña
y le preparó la comida. El pobre viejo se sentía agradecido y desde
aquel día fueron buenos amigos.
Días más tarde se propagó una excelente noticia: la muchacha más
hermosa del lugar quería contraer matrimonio con el chico más guapo
que se le presentara. El guapo ya se veía casado con la joven; mientras
que al feo, consciente de su fisico, ni siquiera se le ocurrió que pudiera
presentarse a ella.
Aquella noche se lo comentó al viejo; y éste, deseoso de ayudarle, le
dijo: «En la otra parte del pueblo encontrarás un árbol rojo; y detrás
de ese árbol verás tres ríos. Báñate en el tercero de ellos, a ver
qué puede suceder». Él lo hizo tal como el viejo le aconsejó; y nada
más salir del baño vio -reflejado en el agua- al más hermoso joven
que pueda imaginarse. Al darse la vuelta y no observar la presencia de
ninguna otra persona, se dio cuenta de que él mismo se había transfor-
mado en aquel joven apuesto.
Entonces el guapo temió por su fortuna. Y como su amigo conti-
nuaba siendo tan bueno como siempre, no tuvo inconveniente en in-
dicarle cómo había conseguido cambiar su aspecto. De manera que el
guapo se dirigió al árbol rojo; pero, como era muy perezoso, no esperó

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a encontrar el tercer río y se metió en el primero. Al instante quedó
transformado en una persona fea y repugnante.
Así pues, el feo se convirtió en guapo y el guapo en feo. A partir de
entonces el aspecto físico de cada uno estuvo de acuerdo con su perso-
nalidad. Y la chica, lógicamente, escogió como marido al guapo que
había sido feo; y fueron muy felices.

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2.2.2 La vieja legañosa

40. MAGUTÍN y LA VIEJA

En un pueblo vivía una chica muy hermosa que se llamaba Magu-


tín. Era buena y amable; y después de realizar el trabajo de su casa
acudía a buscar agua para una vecina suya, muy vieja y con los ojos
llenos de unas asquerosas legañas de las que supuraba mucha porquería.
La vieja estaba agradecida de la ayuda que la bella Magutín le
prestaba. Y a partir de un cierto momento empezó a pedirle que
le lamiera las legañas. Magutín quería complacerla; pero cada vez que
acercaba su cara a la de la vieja, unas terribles náuseas le provocaban
los vómitos más dolorosos.
La vieja insistía e insistía, prometiéndole una importante recom-
pensa si su deseo se cumplía. Por fin Magutín sacó fuerzas de flaqueza,
se inclinó sobre la vieja y empezó a lamérselas. Al instante empezó a
manar leche de los ojos de la anciana, al tiempo que depositaba en las
manos de la chica un anillo mágico que, según dijo, le proporcionaría
todo lo que deseara.
Mientras tanto, el rey de aquel lugar estaba triste: su mujer la reina
había enfermado, y ninguna de las medicinas que habían probado sur-
tía efecto. La reina empeoraba de día en día; y el rey decidió mandar a
su hijo por todo el reino, para que viera de encontrar alguna otra
medicina más efectiva.
Así fue como el apuesto príncipe llegó al pueblo de Magutín. Al ver
a aquella chica tan bella, quedó prendado de su hermosura. Y, acer-
cándose a ella, le contó su historia. Magutín entró en su casa y pidió al
anillo mágico una medicina eficaz para la reina; pero, como no apare-
ció nada, temió que el poder del anillo no fuera cierto. Salió de la casa
y se despidió del príncipe, que continuó su camino.
Sin embargo, cuando Magutín regresaba a su hogar vio que en el
jardín había una planta nueva, que jamás había visto, con la flor más
hermosa que uno pueda imaginarse. La muchacha guardó algunas ho-
jas de aquella planta en su bolsillo; y, dirigiéndose a su anillo, le orde-
nó que la llevara a la cocina del palacio del rey.

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Una vez allí sacó sus hojas, preparó una infusión con ellas y la llevó
a la habitación donde la reina se hallaba postrada. La infusión surtió
efecto en el acto y el rey, al ver a su esposa curada, ofreció a Magutín la
mano de su hijo el príncipe. Se casaron, vivieron muy felices y tuvie-
ron muchos hijos.
Por eso, en la isla de Annobón, cuando alguna mujer titubea ante
algún ofrecimiento, las personas que la rodean suelen decir: «Lame,
Magutín, no dejes pasar esta oportunidad».

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41. LA NIÑA Y LOS GIGANTES

A una nifta pequefta le pusieron una cadena para que la librara de


los malos espíritus. Un día se acercó a un lago que había en el otro lado
del pueblo a recoger agua, y la cadena se le cayó.
Inmediatamente aparecieron cinco gigantes que se la llevaron a su
cueva. Allí la cuidaron con esmero y la alimentaron bien hasta que se
puso muy gorda.
Una maftana los gigantes se fueron de la cueva; y entonces apareció
una vieja con los ojos cubiertos de legaftas. Se dirigió a la nifta prome-
tiéndole que le haría saber algo muy importante si se las lamía. La nifta
sólo se las quería limpiar, sin tener que pasar la lengua por aquellas
legaftas tan asquerosas. Pero la vieja insistió tanto que al fin la com-
plació.
Le dijo: «Has de saber que los gigantes te han tratado tan bien para
que, una vez así de gorda, te puedan comer. Huye, pues; y si ves que
ellos te persiguen, deja en el suelo la tapa de esta olla que te doy».
La vieja desapareció y la nifta emprendió la huida. Cuando los
gigantes regresaron a la cueva y comprobaron que su alimento había
desaparecido, iniciaron una rápida persecución. La nifta, al ver que la
atraparían, dejó la tapa de la olla en el suelo; al instante empezó a salir
de allí una música tan bonita que los gigantes se pararon a escucharla
y a bailar. Pero iban bailando hacia atrás, retrocediendo hacia su
cueva.
La nifta aprovechó la oportunidad para llegar hasta su pueblo sana
y salva. Y jamás volvió a perder su cadena protectora.

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42. LA HUÉRFANA QUE QUERÍA UNA MADRE

Una pequefia huerfanita necesitaba tanto una madre que pedía in-
sistentemente a su padre que se casara con la vecina. El padre le advir-
tió que a lo mejor aquella mujer la trataría mal; pero aun así la huerfa-
nita continuó insistiendo hasta que se celebró la boda.
La madrastra tenía un hijo al que trataba maravillosamente. Y la
pobre huerfanita pronto recibió el peor trato, las tareas más pesadas y
los golpes más frecuentes. Incluso un día aquella mujer la mandó a
buscar hojas a un bosque donde había un gigante.
Por el camino encontró a una vieja con unas asquerosísimas lega-
fias. La anciana se le acercó y le suplicó que se las lamiera; y que, si
satisfacía su deseo, le contaría algo muy importante. La pequefia
se ofreció a limpiárselas con un pafiuelo, a lo que la mujer siguió
insistiendo en que debía lamerlas con la lengua. Cuando la nifia acce-
dió por fin, observó que las legafias supurientas se transformaban en
leche.
La vieja dijo: «Cuando entres en el bosque encontrarás un gigante.
Debes tener en cuenta que si tiene los ojos abiertos está durmiendo
profundamente; si los tiene cerrados, en cambio, vete con mucho cui-
dado porque lo estará observando todo».
La pequefia se adentró en el bosque y encontró al gigante. Tenía
los ojos bien abiertos, de manera que la nifia recogió las hojas que
le habían encargado y regresó a casa. La madrastra, al ver que su
plan había fallado, a la mafiana siguiente volvió a mandarla al mismo
bosque a por hojas.
La muchacha quiso hablar con su padre, pero éste replicó: «Ya te
había advertido que las cosas podían ir mal. Ahora debes obedecer a tu
madrastra».
La pequefia emprendió el camino del bosque; y de nuevo encontró
a la vieja legafiosa que, una vez limpia de sus legafias, le repitió la
advertencia. Sin embargo, la nifia no le hizo caso: pese a que el gigante
tenía los ojos cerrados, intentó recoger las hojas que debía llevar a su
casa.
Entonces el gigante se la llevó dentro del bosque y, una vez allí, la
trató con mucha delicadeza y la alimentó hasta que quedó bien gorda.

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Parece ser que la intención del gigante era comérsela. Pero resultó que
tenía un hijo que se había enamorado perdidamente de nuestra mu-
chacha. Como se trataba de un chico muy dulce y amable, ella accedió
a la boda: se casaron y vivieron muy felices junto con el gigante
mayor.

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43. EL CHICO QUE QUERÍA SER RICO

Una vez un chico oyó que los ancianos comentaban lo siguiente:


«Si alguno de nuestros muchachos fuera una temporada a otro pueblo,
volvería rico». Él quería serlo, así que decidió irse del pueblo a buscar
fortuna. Después de pasarse muchos días andando, encontró un río. Se
acercó a él para beber agua, y en el momento de agacharse alguien le
llamó: volvió la cabeza y vio a una mujer muy vieja con los ojos llenos
de legañas. Ella le dijo: «Va soy la dueña de este río. No bebas su agua,
porque no tendrás buen camino. Lo que debes hacer es limpiarme las
legañas con tu lengua».
El muchacho quería ayudar a la vieja, pero aquellas legañas le cau-
saban una gran repugnancia. Se ofreció a limpiárselas con un pañuelo
limpio, pero ella rehusó. Entonces el joven montó en cólera; y pese a la
insistencia y las advertencias de la vieja, bebió agua de aquel río y
prosiguió su camino hasta llegar a un pueblo desconocido.
Encontró trabajo en casa de un mercader. Al cabo de un mes el
hombre hizo inventario de su tienda y advirtió que le faltaban mercan-
cías y dinero. Como allí sólo trabajaba el muchacho, le acusó delante
del tribunal; y en lugar de pagarle su salario le metió en la cárcel. El
pobre chico era inocente, pero sus proclamas no sirvieron de nada: dio
con sus huesos en la prisión del pueblo y allí vivió miserablemente
hasta que un día, aprovechando que le habían llevado a trabajar al
bosque, se escapó y emprendió el camino de regreso a su pueblo
natal. Mientras caminaba por el bosque volvió a encontrar a la vieja,
que le dio una segunda oportunidad: «Pero sólo tendrás buen camino si
me lames las legañas y no bebes el agua de este río». Esta vez el mucha-
cho complació a la anciana sin rechistar: le lamió las legañas hasta que
tuvo los ojos limpios y regresó al pueblo del mercader, que volvió a
aceptarlo a su servicio. Siguiendo los consejos de la vieja, cada vez que el
dueño salía de la tienda el chico cantaba tres veces esta canción:
Fiolefiole
amandjingria mandjangra
fiole fiole I
I Fórmula mágica carente de significado.

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Al cabo de un mes el mercader hizo inventario de la tienda; y, al
encontrar que tenía mucho más de lo debido, se mostró agradecido
con el muchacho: le pagó el salario de aquel mes y el de la otra vez, y le
ofreció una buena recompensa.
El muchacho regresó al pueblo rico y todos celebraron su hazafia.

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44. LA HUÉRFANA QUE SE QUEDó SIN NADA

Una familia muy rica tenía una hija. Los padres murieron y la
gente del pueblo se aprovechó de la circunstancia: uno decía que los
fallecidos le habían prometido los muebles en herencia, otro la casa,
otro el dinero... la pobre huérfana se vio reducida a la miseria, y enton-
ces la echaron del pueblo y tuvo que vivir en el bosque, comiendo
frutos silvestres.
Hasta que un día, en un claro del bosque, divisó una casucha.
Entró en ella y observó que estaba habitada por una vieja que tenía los
ojos llenos de pus. Al darse cuenta de que tenía una visita, la vieja le
suplicó que le lamiera los ojos. La muchacha dijo que aquel pus era
repugnante; pero que, como quería ayudarla, podía limpiarle los ojos
con unas hojas.
Sin embargo la anciana siguió insistiendo; hasta que la niña accedió
a su deseo y, pasándole la lengua por los ojos, sintió un gusto muy
dulce. La vieja, agradecida, le dijo: «Ya sé que eras una niña rica y te
han convertido en una huérfana pobre. Pero yo te ayudaré: sigue por
este camino hasta que encuentres otra casita; verás que allí hay una
maleta vieja y otra maleta nueva; sin hacer caso de lo que nadie te
diga, coge la vieja y tráela aquí».
La muchacha hizo todo lo que la vieja le había dicho. Y, al regresar
a la casucha del bosque, la anciana desapareció dejándola sola con su
maleta. Entonces la abrió y comprobó que estaba vacía. Mas de pronto
salió un chispazo de allí dentro y apareció un magnífico jinete, hermo-
so y apuesto, montado en un caballo blanco: «Llevaba mucho tiempo
aguardando este momento. ¿Quieres venir conmigo?».
La joven aceptó el ofrecimiento de aquel hombre, que la llevó hasta
su pueblo. Allí se casaron, fueron felices y vivieron en la abundancia.

76
2.2.3 La vieja malvada

45. LA ESPOSA DESOBEDIENTE

En un pueblo vivía una vieja que era experta en el arte de la bruje-


ría. Su hijo, harto de la mala fama de su madre, decidió poner tierra
por medio; y un día abandonó casa y familia para ir a vivir a San
Antonio de Palé.
Allí ganaba algún dinero haciendo pequefios trabajos que le encar-
gaban. Y allí conoció a una mujer que quiso casarse con él. Tuvieron
varios hijos, y él nunca explicaba nada de su vida anterior. Por eso su
esposa sentía una gran curiosidad y le preguntaba constantemente.
Hasta que un día le contó la historia de su madre y le prohibió que
fuera a visitarla por ningún motivo.
La mujer prometió que así lo haría. Pero su corazón seguía expec-
tante de curiosidad. De manera que aprovechó una ocasión en que su
marido fue a pasar unos días a San Pedro con el fin de salar pescado,
para dirigirse al pueblo donde vivía la bruja.
Al llegar allí, la abuela se encontraba en la finca. Así es que se
dispusieron a esperarla. Cuando llegó la vieja, con la excusa de darles
de comer les hizo entrar en la cocina. Y, llamándoles aparte uno por
uno, les iba echando a una gran olla dispuesta en el fuego para la oca-
sión.
Cuando el marido regresó a la casa de San Antonio y la encontró
vacía, temió lo que durante tanto tiempo había intentado evitar. Se
dirigió a su pueblo e imploró, llorando, a su madre. Pero ya no había
nada que hacer: la mujer y los hijos habían sucumbido a los hechizos
de la bruja. La curiosidad y la desobediencia les habían llevado a la
mUerte.

77
2.3. CUENTOS DE GIGANTES,
MONSTRUOS Y OGROS

2.3.1 El engullimiento

46. LA HISTORIA DE AFIYU-KITYI

En un pueblo de la isla llamado Agandji vivía una familia que,


poco a poco, quedó reducida a la abuela y a su nieto Afiyu-Kityi. No es
que los demás murieran a causa de alguna enfermedad, sino que había
un monstruo que los iba devorando, especialmente a los que iban a
buscar agua del mar para preparar el ja-zugu-zugu J.
Un día, Afiyu-Kityi se dirigió a la playa: quería coger agua del mar.
Y, efectivamente, el monstruo se dirigió hacia él al instante; pero era
un chico tan pequefio que apenas se le veía, de manera que optó por
atraparle cantando una melodía:
Afiyu-Kityi ya; Afiyu-Kityi
bi pen ku bóh.
Que significa: «Afiyu-Kityi, ven que te comeré». A lo que respon-
día el muchacho:
Ih memufa pe mbi plawa de se bo ke
fa pe mbi bo kuh mu, naa menke bi.
Que significa: «No, mi madre me ha mandado traer agua salada y
dices que vaya ahí para que me comas; no iré». Y regresó a casa, donde
contó lo sucedido.
Su abuela le prohibió que volviera a aquella playa. Pero él, lleno de
valor, cogió una navajita y se dirigió al lugar donde se hallaba el mons-
truo. Nada más llegar se situó frente a él. Y el monstruo lo engulló en
un momento y se dirigió a la cueva para hacer la digestión.
J Clase de comida annobonesa que suele prepararse al atardecer.

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Pero, en lugar de poder hacerla con tranquilidad, empezó a sentir
grandes molestias en el estómago, cada vez más agudas, que le obliga-
ron a salir de la cueva gimiendo, gritando y pidiendo socorro.
y es que Afiyu-Kityi, una vez dentro del estómago del monstruo,
había sacado su navajita para cortarle las tripas. Al cabo de un rato el
monstruo cayó al suelo, muerto. Y Afiyu-Kityi, contento y feliz por
haber terminado con aquella pesadilla, regresó a casa de su abuela.

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47. LA MUJER QUE TENÍA SIETE HIJOS
Y EL PÁJARO GIGANTE

Una buena mujer había enviudado antes de dar a luz a su séptimo


hijo. Tenía que sacarlos a todos adelante, de manera que cultivaba la
tierra con la ayuda de los hijos mayores.
Un día se dirigía a la finca con su primer hijo. En mitad del bosque
se posó ante ellos un pájaro gigante, que vomitó a sus pies y exigió:
«Quiero que tu madre se coma mi vómito asqueroso». El muchacho
no quería que su madre se viera obligada a realizar algo tan repugnan-
te; pero el pájaro amenazó con tragárselo y el chico cedió: la mujer se
tragó el vómito y después pudieron seguir su camino, trabajar en la
finca y regresar a casa, donde no contaron nada de lo sucedido.
Al día siguiente la mujer fue a la finca con su segundo hijo, y les
ocurrió lo mismo; e igual suerte corrió cuando la acompañaron el
tercero, y luego el cuarto, el quinto y el sexto.
Hasta que un día la acompañó el pequeñito, armado con un cuchi-
llo. Al llegar al bosque y encontrar al pajarraco con las mismas preten-
siones, el muchacho se negó en redondo: «Mi madre no va a tragar
semejante porquería». Y, al persistir en su actitud, el pájaro se lo tragó
entero.
La mujer regresó a casa y contó lo sucedido. Todos creían que el
pequeño no aparecería nunca más. Pero en el estómago del pájaro
gigante ocurría algo extraordinario: el muchacho encontró allí un ani-
llo mágico; se lo quiso guardar en el bolsillo y, al meter la mano para
dejar allí el anillo, se apercibió de la presencia de su cuchillo. Inmedia-
tamente empezó a cortar el estómago del animal; que, al cabo de un
rato, caía al suelo fulminado.
El muchacho regresó a casa, donde fue recibido con gran alborozo.
Mostró el anillo a su madre; y desde entonces vivieron con toda clase
de comodidades, porque aquel anillo les concedía todo lo que le pe-
dían.

81
2.3.2 El rapto

48. LA PRINCESA Y EL MONSTRUO

En un pueblo vivía un hombre casado con dos mujeres. Cada una


de ellas tuvo un hijo; y los niños eran tan parecidos que nadie po-
día saber cuál era el hijo de una y cuál el de otra.
Una de las dos mujeres murió. Y la otra cuidaba a los dos mucha-
chos con ecuanimidad. Aun así, tenía ganas de saber cuál de los dos era
su hijo; y decidió acudir a un curandero para solucionar su problema.
El curandero le dijo: «Pon un hilo negro al pie de la escalera de tu casa.
Cuando vuelvan los chicos, aquel que no te salude será tu hijo».
Así lo hizo. Y desde aquel momento empezó a cuidar magnífica-
mente al hijo propio y a discriminar al ajeno. Éste, cansado de aquel
trato vejatorio, decidió irse de casa. Así que llamó a su hermano y le
dijo: «Voy a irme, pero dejaré mi cuchillo clavado en este árbol para
que te ayude: si alguna vez cambia de posición, significará que te ace-
cha algún peligro». Una vez hecho esto, se fue para no volver.
Al llegar al río encontró a un viejo que le sugirió que se acercara al
siguiente pueblo: había allí un monstruo llamado Esganx que había
raptado a la hija del rey para comérsela, por lo que su padre ha-
bía prometido la mano de la princesa a quien la liberara.
El muchacho se dirigió al bosque donde vivía Esganx y lo mató,
salvando a la hija del rey. Ya era de noche, y los dos jóvenes se dispu-
sieron a dormir; antes, el chico cortó una oreja y la lengua del mons-
truo y se las metió en el bolsillo.
Por la noche otro chico se acercó al bosque; raptó a la muchacha y
se dirigió al palacio del rey proclamando su heroísmo y reclamando su
recompensa. Cuando la boda estaba ya a punto de llevarse a cabo,
se presentó nuestro muchacho llevando consigo la lengua y la ore-
ja de Esganx como prueba de su valor.
Entonces expulsaron al impostor, y se celebró la boda con el autén-
tico libertador de la princesa. Los dos fueron muy felices y tuvieron
muchos hijos.

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49. EL MUCHACHO Y LA PRINCESA

En un pueblo vivía un rey que daba grandes fiestas e invitaba a


ellas a todos sus súbditos. Por esta razón le querían mucho y le desea-
ban toda clase de prosperidad junto con su esposa, la reina, y su hija, la
princesa.
Un día, mientras celebraban una de aquellas fiestas en medio del
pueblo, el cielo se oscureció como si fuera a llover. Y a lo lejos apareció
volando un monstruo, que era un gigante, que raptó a la princesa y se
la llevó. El rey prometió la mano de su hija al que la liberara, y todos
los jóvenes del pueblo emprendieron la persecución.
Uno de ellos, que era de familia muy pobre, se pasó afios enteros
buscando a la bella princesa sin hallar rastro de ella. Por fin, un día en
que erraba por un bosque lejano, se encontró con una vieja que le
pidió un poco de agua. El muchacho no se hizo rogar y la anciana,
agradecida, se dirigió a él con estas palabras:
«Sé muy bien lo que estás buscando y voy a ayudarte: cuando
salgas de este bosque encontrarás un cruce de cuatro caminos. Toma el
de la derecha y al cabo de un rato verás una casita iluminada: allí está
la princesa que buscas. Como estará sola, no tendrás ningún problema
para llevártela. Pero el gigante, cuando se dé cuenta, os perseguirá. Por
eso te doy un huevo, una piedrecita y una espina: si ves que el gigante
os alcanza, arroja el huevo y aparecerá un lago; si el gigante puede
cruzarlo y os continúa persiguiendo, arroja la piedrecita y aparecerá
una gran montafia; si persiste en la persecución, arroja la espina y
aparecerá un bosque espinoso. Si ninguna de estas soluciones le con-
vence para que os deje en paz, pelea con él y mátalo».
El chico cogió lo que la vieja le ofrecía y cumplió todo lo que le
había dicho: encontró la casa del gigante, liberó a la princesa y em-
prendieron la huida. Poco después el gigante regresaba a casa y, al
darse cuenta de lo acontecido, emprendió una veloz persecución.
Ya estaba a punto de dar alcance a aquellos osados jóvenes cuando,
sin saber cómo, apareció un lago en su camino: nadó y nadó hasta
llegar, ya muy cansado, a la otra orilla. Pero debía continuar la perse-
cución para recuperar a la princesa, y continuó su marcha.
De nuevo tenía a los fugitivos al alcance de su mano. Y, de pronto,

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apareció una montafta altísima que tuvo que superar. Cuando, sacan-
do fuerzas de flaqueza, continuó la persecución en pos de los jóvenes,
un bosque espinoso se interpuso en su marcha. De manera que, al
lograr cruzarlo, estaba exhausto.
El muchacho, por tanto, había hecho un buen uso de los regalos de
la anciana. Y, al ver al gigante tan agotado, se dirigió a él con una
espada en la mano y le cortó el cuello de un golpe certero.
El buen rey cumplió su palabra y le concedió la mano de su hija.
Ambos vivieron muchos aftos y fueron tan felices como en los cuen-
tos.

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50. LAS TRES AMIGAS Y EL GIGANTE

Tres amigas eran tan presumidas que no querían bafiarse con las
demás y lo hacían solas, río arriba. Dejaban sus toallas en una roca y se
zambullían en el agua.
Un día un gigante cogió la toalla de la más pequefia y se escondió,
esperando a que salieran del agua. La pequefia sollozaba por la pérdida
de su toalla cuando el gigante salió de su escondrijo diciendo: «Aquí la
tengo. Si quieres recuperarla tendrás que seguirme». Las otras dos ami-
gas salieron despavoridas: mientras que el gigante, mirando a la peque-
ña y retrocediendo, la hizo llegar a su guarida, un lugar alejado y tene-
broso.
Allí la trató bien, aunque no la dejaba salir para nada: «Por estos
alrededores viven otros gigantes; y ellos sí te comerían si observasen tu
presencia». Al cabo de un tiempo tuvieron un hijo; pero, aun así, la
chica estaba decidida a intentar escapar de aquella prisión.
Su oportunidad se presentó en cierta ocasión en que el gigante
había ido a merodear a un lugar desconocido. Temerosa de que efecti-
vamente aquel lugar estuviera habitado por más gigantes, llegó hasta la
costa. Al cabo de un rato pasó un cayuco y la muchacha le hizo sefia-
les. La embarcación se acercó y, después de que la chica contara su
situación, la recogió y empezó a adentrarse en el mar.
En aquel momento el gigante regresaba. Y, al darse cuenta de la
situación, cogió a su hijo en brazos y empezó a gritar desde la orilla:
«¿Es que vas a abandonar a tu hijo?». El cayuquero advirtió a la mu-
chacha: «No vuelvas la vista atrás, porque tu corazón de madre te trai-
cionaría».
La chica no hizo caso de las razones del gigante. Y así pudo regresar
a su pueblo, donde los suyos la recibieron como una bendición.

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51. TRES HERMANOS

Eran tres hermanos que vivían solos con su madre, que ya era muy
anciana. Acordaron que debían casarse para tener a alguien que les
cuidara. Y así, un día, el hermano mayor partió de casa en busca de es-
posa.
Caminó y caminó durante mucho tiempo, hasta que llegó al río
A Bobo. Junto a la orilla había una hermosa casa donde vivía una
bruja llamada Makus. Al ver llegar al muchacho dijo: «¿Es que no
sabes que toda esta zona está prohibida?». E inmediatamente el cielo se
oscureció y un enorme monstruo cogió al hermano mayor y, burlán-
dose de él, lo mantuvo raptado en lo alto de una enorme montaña.
Al cabo de mucho tiempo el hermano mediano también quiso ir a
buscar esposa. Tomó la misma dirección que el mayor y, al llegar junto
al río A Bobo, le sucedió lo mismo: al conjuro de Makus, el monstruo
lo raptó y lo encerró con su hermano.
Le tocaba el turno al más pequeño: al ver el poco éxito que habían
tenido sus dos hermanos mayores, partió en dirección opuesta. Llegó a
un pueblo lejano donde, al no conocerle, le encerraron en la cárcel.
Pero pronto se dieron cuenta de su bondad y, liberándole de la prisión,
le dieron trabajo y afecto.
El rey de aquel pueblo conversaba a menudo con él; y le cogió
tanto cariño que, al fin, le propuso que se casara con su hija. El mucha-
cho accedió; y una vez celebrada la boda pidió al rey que enviara a sus
soldados a luchar contra el monstruo. Éste fue vencido y los hermanos
liberados.
Después hizo llamar a su madre. Y todos juntos vivieron muy feli-
ces para siempre jamás.

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52. LA MUJER QUE DIO A LUZ A UN MONO

En el pueblo de Awal vivía un matrimonio que tenía dos hijos, un


varón y una chica. Ésta, cuando empezó a crecer, quiso ir a conocer la
ciudad de Pale. Se dirigió allí y observó con sorpresa que aquella gente
siempre estaba contenta. Regresó a casa entusiasmada por su pequeña
aventura y desde aquel día siempre iba a la ciudad a divertirse.
Cada vez que regresaba a casa se sentaba junto a una roca en mitad
del camino. Un día la esperó allí un mono que le pidió algo para
comer. Ella se lo dio y desde entonces el mono la esperaba cada día
y se hicieron muy amigos. Así es que cada vez regresaba a casa más
tarde.
El hermano mayor sospechó que algo sucedía. Y una mañana la
siguió a escondidas y observó sorprendido que, a la vuelta, jugaba con
aquel primate y hacía el amor con él. Contó a sus padres todo lo que
había visto y éstos dijeron: «Si tu hermana queda encinta y da a luz a
un mono, mátanos a los dos y échala de casa».
No pasó mucho tiempo antes de que la muchacha quedara embara-
zada. Cuando le llegó el momento se encerró en una habitación para
dar a luz, pero no pudo ocultar que había alumbrado a un pequeño
mono. El padre se dirigió a la parte posterior de la casa y cavó dos
hoyos; el hermano, tomando una escopeta, dio muerte a los dos ancia-
nos, les dio sepultura y echó a su hermana de la casa paterna.
La pobre joven se dirigió al bosque. Allí la encontró un monstruo
que la raptó y la mantuvo en su cueva, engordándola para poder co-
mérsela. El hermano, mientras tanto, se sentía mal por haber arremeti-
do contra la muchacha y salió a buscarla: se dirigió al bosque, y una
vez allí, fue capturado por el mismo monstruo y llevado a la misma
cueva.
La chica le perdonó de todo corazón. Y, aprovechando un descuido
del monstruo, el muchacho sacó una navaja afiladísima que llevaba
escondida, se la clavó en el corazón y le mató. Los dos hermanos
huyeron de aquel lugar y en adelante vivieron juntos y felices.

87
2.3.3 La derrota del gigante

53. LA PEQUEÑA FLAUTA

Cerca de un pueblo merodeaba un gigante que de cuando en cuan-


do se comía a una persona. La gente del pueblo estaba aterrorizada y
procuraba no acercarse mucho a Akabubu, lugar donde el gigante vi-
vía. Las mujeres cultivaban sus fincas lo más lejos posible; y a causa
del temor que sentían permanecían en ellas lo menos que podían.
Un día, una mujer de aquel pueblo se llevó a su hijo a la finca para
no estar sola. Al llegar allí le explicó la historia del gigante y le suplicó
que tuviera los ojos bien abiertos. El nifío, cuando su madre empezó el
trabajo, se hizo una flauta y empezó a tocar.
Al regresar a casa se dieron cuenta de que habían olvidado la flauta.
La madre ordenó que esperara hasta el día siguiente, pero el hijo des-
obedeció: se dirigió a la finca, recuperó su flauta y empezó a tocarla
mientras regresaba.
El gigante se cruzó con él en el camino. Y el chico, lejos de ame-
drentarse, inició una canción que se llamaba Okulen fola bubu. El
gigante estaba estupefacto y la música de aquella flauta le atraía tanto
que empezó a seguir al muchacho.
Los dos entraron juntos en el pueblo. La gente salió de sus casas y,
al ver al gigante absorto en la música, fueron a buscar sus armas y le
rodearon. Al oír el griterío se dio cuenta de lo que sucedía e intentó
regresar a su guarida.
Pero ya era demasiado tarde. La gente se abalanzó sobre él y lo
mató sin piedad. Gracias a la música, a la flauta y al muchacho,
la tranquilidad volvió a reinar en aquel pueblo.

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54. EL CAZADOR

Había un pueblo en el que vivía una mujer con su marido, que era
cazador. Éste tenía tres perros muy feroces; pero no se los llevaba
nunca a cazar, sino que los dejaba atados en casa.
También dejaba siempre una olla en el fuego, y decía a su mujer:
«Esta olla me la regaló mi abuelo y siempre tiene que estar puesta al
fuego. El agua siempre tiene que hervir. Si alguna vez observas que se
transforma en sangre, significa que estoy en grave peligro: entonces
debes soltar a los perros para que acudan en mi ayuda». La mujer
prometía que cumpliría sus deseos y el hombre marchaba a la caza
dejando a los perros atados.
y sucedió que un día el agua de la olla empezó a transformarse en
sangre. La mujer se apercibió de ello; pero en vez de soltar a los perros
los ató con cadenas. La sangre empezaba a derramarse de la olla y los
perros ladraban furiosos e intentaban soltarse con todas sus fuerzas.
Por fin uno de los perros consiguió romper la cadena. Y acudió
raudo, siguiendo la pista de su amo, hasta la entrada de una cueva que
estaba habitada por gigantes. Parece ser que allí el hombre había dispa-
rado a una de las ovejas que los gigantes cuidaban, y éstos le habían
dado muerte. El perro, rabioso, se enfrentó a los gigantes y consiguió
matarles.
La mujer, mientras tanto, se había dado cuenta de su error. Soltó a
los otros perros y les fue siguiendo. Al llegar a la entrada de la cueva
recogió el cadáver de su esposo para llevárselo a casa. Y en aquel
momento aparecieron unos monstruos que eran vecinos de los gi-
gantes.
Los monstruos, al ver a sus amigos muertos, creyeron que era la
mujer la que los había matado. Se abalanzaron sobre ella y le dieron
una muerte horrible.

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55. EL CAZADOR VALIENTE

En un lejano país vivía una mujer viuda con su hijo. Éste era un
buen cazador y gracias a su esfuerzo en el bOSQue podían sobrevivir sin
pasar hambre.
En cierta ocasión el joven cazador, apostado en el bOSQue, pudo
encarar su escopeta a un enorme gato. Cuando éste se dio cuenta se
dirigió a él y le habló de esta manera: «Aunque me veas en forma
de gato, debes creer que en realidad soy una persona. Sucede que la
mujer de Esganx, una bruja muy perversa, me ha transformado la
apariencia. Siempre hace lo mismo con las personas que se acercan a
su pueblo, para que Esganx pueda estar tranquilo sin que nadie se
enfrente a él».
El muchacho era muy valiente. Por eso, en lugar de atemorizarse,
pidió al gato que le condujera hasta aquel pueblo maldito. Al entrar
allí se dio cuenta de que había un extrafio silencio. No se oía ni siquie-
ra el cacareo de una gallina. Por fin, oyó que alguien le llamaba: «jPst,
pst!».
Nuestro joven cazador volvió la vista y vio a una vieja que le invita-
ba a entrar en su casa. Una vez sentado alrededor del fuego le contó
que en aquel pueblo vivían Esganx y su mujer, la bruja, que cada día se
comían a un par de personas.
El chico no se inmutó. Continuó en la casa de la vieja hasta el
regreso del gigante. Y, luchando con él bravamente, le mató. Desde
entonces es el rey de aquel pueblo.

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56. EL MUCHACHO QUE NO PODÍA BAÑARSE

En un pueblo de la isla de Annobón vivía un matrimonio de pesca-


dores que no tenían hijos. Ella solía ir sola, cuando el marido estaba
pescando, a un lugar llamado Palia donde podía conseguirse sal: había
allí unos pozos de agua salada; y, cuando la marea se retiraba, el sol
evaporaba el agua depositándose la sal.
Pero además de la sal también podía encontrarse allí a un mons-
truo que, por pura maldad, solía comerse a las mujeres que encontra-
ba. La mujer del pescador, que estaba embarazada, se tropezó un día
con él. Aterrorizada ante la perspectiva de la muerte, suplicó: «Si me
perdonas la vida te daré cualquier cosa que me pidas».
El monstruo aprovechó la ocasión: «Recuerda que has dicho "cual-
quier cosa que me pidas". Pues bien: ya que estás embarazada, tienes
que prometerme que me entregarás a tu hijo en cuanto nazca. Si no lo
haces así, cuando se acerque al mar acabaré con él». La mujer se
mostró de acuerdo y el monstruo la dejó tranquila.
Sin embargo, el hijo que dio a luz era tan hermoso que de ninguna
manera quiso regalárselo al monstruo para que lo devorara. Y, a medi-
da que el nifio iba creciendo, se extrafiaba más y más de que su madre
le prohibiera la única diversión que existe entre los pueblos pescadores:
bafiarse en el mar.
Su madre, pues, tuvo que contarle su infortunada historia. Y el
chico decidió que, ya que no podía acercarse al mar, iría a la selva. Y
cogiendo su equipaje se dispuso a atravesar la isla hasta el pueblo de
Awal.
Por el camino encontró a unas hormigas que se peleaban por una
semilla de dátil: el muchacho la cortó en dos pedazos y ellas, agradeci-
das, le regalaron un anillo con el que podría convertirse en hormiga
cuando lo deseara. Más adelante encontró a unos perros que se pelea-
ban por un hueso: también lo partió y, agradecidos, le dieron otro
anillo que le permitiría convertirse en perro. Luego encontró a dos
gigantes que se peleaban por un pedazo de carne: el chico lo partió y
los gigantes le dieron un tercer anillo que le permitiría convertirse en
uno de ellos.
Por fin llegó al pueblo de Awal. Y, sorprendido, comprobó que no

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había más que una casa suspendida del cielo. Subió por una escalera y
encontró a una hermosa muchacha que le dijo: «El monstruo de las
salinas viene cada tres días al pueblo. Por eso la gente ha huido; sola-
mente quedo yo, porque ese monstruo no puede subir a mi casa cuan-
do retiro la escalera».
El muchacho, al saber que se trataba del monstruo que quería de-
vorarle, pidió a la chica que preparara dos comidas: una buena y otra
llena de piedras, agujas y cuantas cosas pudieran dañar al estómago. Y
le advirtió: «Verás que se pelean el monstruo y un gigante; cuando éste
te pida comida, dále la buena; si te la pide el monstruo, ofrécele la
otra».
Al cabo de tres días el monstruo se presentó en Awal. Nuestro
muchacho, tocando el anillo que los gigantes le habían regalado, se
convirtió en uno de ellos y empezó una terrible lucha con el monstruo.
Agotado por el esfuerzo, el gigante se acercó a la muchacha y le pidió
comida. Ella, tal eomo habían acordado, le entregó la buena.
Entonces el monstruo también quiso comer. La chica le dio la
comida mala y poco después aquel ser malvado moría entre atroces
dolores.
Los dos jóvenes se casaron y vivieron felices y contentos.

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57. LOS GIGANTES HAMBRIENTOS

El rey de un pueblo ordenó que todas las familias acumularan los


víveres que pudieran y no salieran de casa: hacía tiempo que unos
gigantes, hambrientos, bajaban al pueblo y comían al que encontraban
para saciar su hambre.
Una de las familias era muy pobre y terminó bien pronto sus ali-
mentos. Entonces el padre, pese a las protestas de su mujer, salió a
pescar. Pasaron horas y horas y el hombre no regresaba. De manera
que el hijo decidió ir en su ayuda. Nuevamente las protestas de la
mujer fueron vanas, porque el muchacho se dirigió a la playa sin ha-
cerle caso. Una vez allí se metió en un cayuco y se puso a dormir,
esperando la llegada de su progenitor.
Poco después los gigantes bajaron a la playa; y al darse cuenta de
que en uno de los cayucos se encontraba un chico tan tierno, cogieron
el cayuco y se lo pusieron sobre sus cabezas. De regreso a su cueva iban
cantando:
Xacundu xacundu
ope bang bang l.
Y estaban muy contentos. Los cantos y los gritos despertaron al
joven, que enseguida se dio cuenta de su situación. Sin perder la calma
esperó a que pasaran por debajo de un árbol y, entonces, se cogió de las
ramas quedándose allí. Cuando los gigantes advirtieron que el mucha-
cho había volado, dieron la vuelta hasta encontrarle subido a un
árbol.
El chico no quería bajar de ninguna manera. Pero les pidió que
abrieran bien la boca y les fue echando frutas desde lo alto. Cuando
el hambre de los gigantes estuvo saciada se pusieron a dormir; enton-
ces el joven bajó del árbol y, con un cuchillo bien afilado, les cortó el
cuello y les sacó el corazón y los pulmones; lo metió todo dentro de un
saco y regresó al pueblo.
Fue en busca del rey y le mostró lo que traía dentro del saco. El rey
llamó a la gente y todos se dirigieron al lugar del bosque donde se

I Juego de palabras sin traducción posible.

93
hallaban los restos de los gigantes que durante tanto tiempo les habían
atemorizado.
Cuando, por fin, el padre del muchacho regresó de la pesca, vio con
sorpresa que el rey compartía el reino con su hijo; y se sintió enorme-
mente feliz, porque pensó que nunca más volverían a pasar hambre.

94
58. EL OGRO QUE SE COMÍA A LA GENTE

La gente que vivía en el pueblo de San Pedro estaba aterrorizada:


un ogro les amenazaba constantemente y se comía a los que salían al
bosque. Por eso habían decidido cultivar las fincas detrás mismo de las
casas. Eran unas fincas pequeñas y en el pueblo se pasaba mucha ham-
bre.
Una noche oyeron una voz cavernosa que decía: «Ya no tenéis que
tener miedo. El ogro que os atemorizaba ha muerto. Podéis ir al bos-
que con tranquilidad». Alborozados, a la mañana siguiente se dirigie-
ron a rehacer sus fincas. Pero en mitad del camino aquel ogro volvió a
aparecer y se comió a cinco de ellos.
De cuando en cuando la voz se repetía. Y los habitantes de San
Pedro iban engordando al ogro con su credulidad. Hasta que un niño
de siete años decidió investigar qué pasaba: se ocultó bajo unas matas y
esperó a que llegara el propietario de aquella voz, que resultó ser el
mismo ogro: cada vez que sentía hambre se acercaba al pueblo y efec-
tuaba el engaño.
El niño pidió a los mayores que a la entrada del pueblo hicieran un
gran hoyo con una trampa. Cuando el ogro regresó a repetir el engaño
cayó en ella; y a la mañana siguiente todos los habitantes del pueblo
acudieron allí con piedras y con flechas para darle muerte.
Gracias a aquel niño pequeño la tranquilidad retomó a la gente.

95
59. EL GIGANTE Y EL VIEJO

Hubo una época en que un pueblo muy tranquilo fue presa del
terror: cuando los mayores habían salido a pescar o a la finca y sólo
quedaban los niftos y los enfermos, venía un gigante y cada día se
llevaba a algunos de ellos. Hasta que el pueblo se quedó sin niftos
porque se los había llevado a todos, incluso al hijo del rey.
Éste hizo una proclama: «Al que sea capaz de encontrar a mi hijo le
daré la mitad de mis riquezas». Y a partir de aquel momento todos los
hombres y mujeres del pueblo se adentraron en el bosque para buscar
la guarida de aquel miserable.
Buscaron durante días y días y nadie la encontró. Hasta que un
pobre viejo, merodeando en lo más profundo de la espesura, oyó esta
canción:
Mañana me comeré a un niño
su padre no sabe su nombre
su nombre es Berberino.
El viejo se mantuvo al acecho y observó que se trataba del malvado
gigante: tenía a su alrededor muchos cadáveres de niftos y se aprestaba
a dar cuenta de algunos más. Entonces regresó al pueblo donde se
organizó una gran partida de hombres armados: se dirigieron a la gua-
rida del gigante y entre todos consiguieron vencerle y rescatar a los
niftos, entre los que se encontraba el hijo del rey.
El monarca cumplió su palabra y concedió la mitad de sus riquezas
al viejo, que desde entonces pudo vivir sin trabajar.

96
60. LA TORTUGA Y EL GIGANTE

En un pueblo había un rey que era muy querido por todos porque
era muy bueno. También vivían allí la tortuga y su esposa, que, corno
los demás habitantes del lugar, gozaban de la protección del rey.
Un día llegó al pueblo un gigante terrible, que atemorizaba a todo
el mundo y se comía a los que intentaban enfrentársele. El rey mandó
muchas veces a sus soldados a combatirle; pero jamás lograban vencer-
le, y el gigante se los iba comiendo. De manera que el rey estaba deso-
lado.
Entonces la tortuga se presentó ante el rey para ofrecerle sus servi-
cios: «Yo solucionaré tu problema y traeré al gigante atado para que
puedas matarlo. A cambio deseo que me prometas la mitad del reino».
El rey accedió gustoso, puesto que deseaba el bienestar del pueblo; y la
tortuga se dirigió al bosque cercano, donde el gigante terrible aguarda-
ba a sus nuevas víctimas.
Se acercó a él sin ninguna clase de miedo y le hizo la siguiente
proposición: «Me atarás las patas con esta cuerda que he traído; si
logro sacármela ataré tus piernas con un alambre; si no consigues des-
embarazarte de tus ligaduras, te habré vencido y todo el mundo sabrá
que soy más fuerte que tú».
El gigante, complacido por un desafio que no parecía dificil de
superar, lo aceptó sin darse cuenta de que la cuerda que había traído la
tortuga estaba podrida. Así es que ésta no tuvo ninguna dificultad en
deshacerse de las ataduras que el gigante le hizo. En cambio, cuando
los alambres de la tortuga sujetaron las piernas del gigante con gran
fuerza, éste no pudo librarse de ellos por más que lo intentó.
La tortuga cogió un buen garrote y, pegándole constantemente, le
llevó ante el rey para que éste pudiera matarle. El rey le metió en una
gran jaula; y concedió la mitad del reino a la tortuga, tal corno había
prometido.
Sucedió, sin embargo, que un día los hijos del rey empezaron a
jugar cerca de la jaula del gigante. Y la pelota, accidentalmente, fue a
parar dentro de la jaula. Corno los pequefios sabían dónde se guardaba
la llave, abrieron la puerta para recuperar su juguete; y el gigante apro-
vechó la ocasión para escaparse.

97
Furioso y lleno de rabia, merodeó por todo el pueblo buscando a la
tortuga para vengarse de ella. Al llegar a la playa vio que allí estaba,
con su esposa. Pero las dos tortugas, al darse cuenta de su presencia, se
metieron en el agua y nadaron mar adentro.
Los esfuerzos del gigante resultaron baldíos. Y, al ver que no podría
vengarse de su enemiga, subió a lo alto de un barranco y se precipitó al
vacío. De esta manera el pueblo recuperó su tranquilidad.

98
61. LA TORTUGA Y EL DRAGÓN

En un pueblo vivía la tortuga con su familia. Un dragón merodea-


ba por aquellos contornos y nuestra amiga decidió enfrentársele: se
acercó al lugar donde vivía, comiendo tambarinos; y el dragón, que
estaba hambriento, le pidió unos cuantos; al ver que la tortuga iba en
son de paz, le propuso que jugaran juntos.
La tortuga aceptó: cogió unas cuerdas de banano que había traído,
se ató con ellas y, simulando una gran fuerza, se desató. El dragón
también quería demostrar su poderío, por lo que pidió a la tortuga que
le atara; ésta así lo hizo, pero esta vez con unos alambres; de manera
que el dragón no pudo desatarse y la tortuga le llevó ante el rey, que lo
enjauló.
Al cabo de un tiempo, el dragón prometió al rey que jamás volvería
a practicar la maldad. El rey ordenó que lo soltaran. Y el dragón, que
no podía sacarse de la cabeza la mala jugada que la tortuga le había
hecho, fue a buscarla y le anunció que se la iba a comer.
La tortuga le dijo: «Ya sabes que nosotras olemos muy mal cuando
nos cocinan. Espera un momento a que me limpie y luego me haces lo
que te plazca».
El dragón aceptó y la tortuga se deslizó hasta lo más profundo de
un pozo; pero su enemigo la había seguido y vigilaba aquel pozo día y
noche. Por fin la tortuga, al ver que su estratagema no daba resultado,
salió del pozo y le anunció: «La carne de tortuga está muy dura, y
tendré que hervir durante mucho tiempo. Deja que suba a este árbol:
te iré echando leña, y tú la recoges. Así tendrás suficiente fuego para
una cocción tan larga».
El dragón estuvo de acuerdo. La tortuga empezó a cortar ramas y a
echárselas abajo. Hasta que una de las veces se cogió de la rama que
caía. El dragón no se dio cuenta de que la tortuga estaba en el suelo y
siguió esperando a que cayera la rama siguiente. Mientras tanto la
tortuga se escondió entre los helechos e inició una huida temerosa.
Empezó a llover y se refugió bajo una roca que estaba situada junto a
un acantilado.
El dragón, molesto por la lluvia y por la espera, temió que su presa
se hubiera escapado y se aprestó a seguirla. Cuando la encontró bajo la

99
roca, le ordenó que le siguiera hasta su casa. La tortuga, en lugar de
obedecerle, indicó: «Date cuenta de que esta roca puede causar dafto a
alguien. Empújala y luego te seguiré». El dragón empezó a empujarla y
la tortuga, echándose desde lo alto, cayó al mar; y, burlándose de la
ingenuidad de aquel dragón, nadó hasta que estuvo en lugar seguro y
fuera de su alcance.
Su astucia le había salvado la vida.

lOO
62. HANDUMAT

En un pueblo muy tranquilo vivía un hombre que desarrolló una


extraña propiedad: su pene era tan largo que, a la distancia de un
kilómetro, cogía todo lo que encontraba y se lo comía. Por eso la gente
le llamaba Handumat. Con el tiempo se aficionó a comerse a hombres
y mujeres; perseguido, pudo refugiarse en las montañas del sureste y
por aquellos parajes sembraba el terror en cuantos se acercaban a me-
nos de ese kilómetro que él dominaba.
Un hombre y una mujer que vivían en una casita cercana estaban
aterrorizados: debían ir al pueblo a efectuar unas compras y no querían
que Handumat les atrapara y se los comiera. ¿Cómo librarse de él? La
mujer concibió un plan ante el cual el esposo mostró admiración: él
iría por el mar, en cayuco, y ella acudiría al encuentro de Handumat;
cuando el maleante quisiera atraparla, gritaría y el marido se acercaría
a la costa para recogerla.
Yendo al pueblo, Handumat no apareció por ningún lado. Sin em-
bargo, a la vuelta, la mujer lo vio sentado junto a una palmera. Cuan-
do el malvado se dio cuenta de su presencia y ya se dirigía a ella para
atraparla, le dijo: «No te alarmes, Handumat: eres tan maravilloso que
he venido a pasar un buen rato contigo. Pero antes de que estemos
juntos sube al cocotero y echa todos los cocos que puedas a este cami-
no cuya pendiente va al mar: es que estoy tan cansada de andar que,
antes que nada, debo reponer mis fuerzas».
Handumat estaba excitado por la perspectiva de estar con aquella
mujer. Así es que subió rápidamente al cocotero y empezó a tirar los
cocos al camino. La mujer los iba recogiendo y cada vez se acercaba
más a la costa; hasta que, una vez allí, llamó a su marido y embarcó en
el cayuco ante el desespero de Handumat.
El hombre extraordinario, el malvado, el maleante, estaba tan ra-
bioso que, cogiendo uno de los cocos más grandes que quedaban en el
suelo, se reventó los testículos y cayó muerto.
Desde entonces se puede ir con toda tranquilidad a las montañas
del sureste.

101
63. LOS GIGANTES MALVADOS

Aquel pueblo había sido tranquilo y alegre. Pero desde hacía algún
tiempo había cambiado mucho: nadie se atrevía a salir de su casa, ni
siquiera para ir a la finca, porque los gigantes atacaban y se comían a
todo el que encontraban.
Una mujer muy tozuda quiso ir a visitar a su hijo, que vivía en
Paleo Su marido le rogó que no saliera para nada; pero ella metió
comida en una bolsa y emprendió el camino.
Al llegar a Jada, lugar donde todos los caminantes encuentran re-
poso, se sentó para descansar un rato. Entonces llegaron los gigantes y
ella, aterrorizada, les entregó la comida que traía en la bolsa.
Pero no era aquélla la comida que los gigantes deseaban. Y así uno
empezó a comerle una mano, el otro un pie, el otro la cara... y la
mujer, que no había sabido comportarse con prudencia, murió entre
horribles dolores, devorada por aquellos monstruos.

102
2.4. OTROS CUENTOS MARAVILLOSOS

64. PAXIKU

Paxiku era un muchacho que vivía con su padre. Estaban solos en


el pueblo; y, como no tenían ni material ni utensilios para trabajar,
comían frutos y semillas como los animales.
Un día, Paxiku se adentró en el bosque y solamente pudo conseguir
unos frutos muy pequeños; su padre no había encontrado nada yaque-
llos frutos sabían muy mal, de manera que los tiraron detrás de la
casa.
y sucedió que en aquel lugar empezaron a crecer unos árboles, que
al poco tiempo eran altísimos y corpulentos. Paxiku, intrigado, trepó
por uno de ellos: era tan alto que tardó horas y horas hasta que, ya en
lo alto de la copa, vio la entrada de una cueva.
Entró en ella y la encontró llena de tesoros. Cuando ya había baja-
do una parte, llegaron unos gigantes, treparon al árbol y limpiaron la
cueva.
Con el dinero que había recogido antes de la llegada de los intrusos,
Paxiku puso remedio a su precaria situación: compró una buena casa
en un pueblo grande y vivieron allí muy felices.

103
65. LOS TRES HERMANOS

En un pueblo donde la comida escaseaba, vivían tres hermanos:


Ebeme, Oja y Pipio
Ebeme se fue de casa para encontrar trabajo y dejar de ser una
carga para la familia. Cuando llevaba cuatro días de camino encontró
un riachuelo y, dejando la bolsa en el suelo, se agachó para beber agua.
Le pareció oír una voz: miró por todos lados y, al no ver a nadie,
recogió la bolsa para proseguir su camino. Al reemprender la marcha
observó que, a cada paso que daba, la voz sonaba de nuevo.
Entonces vio a un viejo que se interesó por el motivo de su viaje.
Ebeme le contó su situación, y el viejo le aconsejó: «Sigue por este
camino hasta que encuentres un palacio; en él hallarás el trabajo que
busca5). Y, efectivamente, las instrucciones del viejo resultaron correc-
tas: encontró el palacio, llamó a la puerta, y le encargaron que cuidara
del jardín, de los animales y de la casa.
Ebeme estuvo trabajando sin cobrar durante todo un año. Al cabo
de este tiempo anunció a su amo que deseaba regresar a casa. El dueño
del palacio no tenía dinero; pero le ofreció un pañuelo que, según dijo,
le proporcionaría todo lo que deseara. Ebeme se despidió y partió ha-
cia su pueblo.
Cuando ya llevaba cuatro días andando vio la cabaña de unos vie-
jos; se acercó a ella y solicitó que le acogieran durante aquella noche.
Como los viejos no tenían nada que ofrecerle, Ebeme sacó el pañuelo y
le ordenó que hiciera aparecer una mesa llena de toda suerte de manja-
res. El pañuelo cumplió su cometido; y los tres comensales se hartaron
tanto como quisieron y se fueron a dormir. En mitad de la noche los
viejos cogieron el pañuelo mágico de Ebeme y se lo cambiaron por
otro que era exactamente igual.
A la mañana siguiente, Ebeme continuó su camino y llegó hasta su
pueblo, donde sus padres y hermanos le recibieron con júbilo. Él esta-
ba orgulloso de lo que había ganado y llamó a todo el pueblo para
observarlo. Cuando toda la gente estaba reunida, se dirigió al pañuelo
ordenándole que hiciera aparecer una gran mesa con comida suficiente
para todos. El pañuelo, para vergüenza del pobre chico, no sacó más
que animales feroces que pusieron en peligro a todos los invitados.

104
Pasó el tiempo y Oja, el segundo de los hermanos, anunció que se
iba a buscar trabajo. Hizo el mismo recorrido que Ebeme, encontró al
mismo viejo, se dirigió al mismo palacio, trabajó durante el mismo
tiempo y regresó de la misma manera: porque también aquellos dos
viejos se quedaron con su pafiuelo; y, al querer demostrar a todo el
pueblo lo que había ganado, también quedó en ridículo.
Pipi crecía y crecía. Cuando se hizo mayor siguió los pasos de sus
dos hermanos hasta aquel palacio maravilloso donde, al cabo de un
afio de trabajo, recibió como paga un tercer pafiuelo. Pipi emprendió
el regreso y, al cabo de cuatro días, paró en la casa de los dos viejos.
Por la noche, sin embargo, en lugar de dormirse se mantuvo al acecho.
y cuando se disponían a robarle el pafiuelo, se levantó de la cama, se
arrojó sobre los viejos y les obligó a devolverle los pafiuelos de sus her-
manos.
Pipi volvió a casa con los tres pafiuelos. No convocó al pueblo,
porque ya nadie se fiaba de sus afirmaciones. Así que, una vez en casa,
contó a sus hermanos lo sucedido y les devolvió los pafiuelos que les
habían robado. Allí mismo celebraron un gran festín. Y jamás volvie-
ron a pasar hambre.

105
66. LOS FRUTOS Y LA CADENA

Una pobre viuda iba cada día a pescar cangrejos para poder alimen-
tar a su hija. Cuando ésta fue un poco mayor la llevaba consigo al río; y
la pequefia observaba que siempre aparecía un palo que las seguía a
todas partes. Su mamá no la creía; pero, cuando se convenció de que la
nifia decía la verdad, pensó que si el palo las seguía debía tratarse de
algún hechizo; así que decidió cogerlo y plantarlo frente a su casa.
El palo crecía y daba hojas; pero los pájaros se las comían inmedia-
tamente. Así que la buena mujer fue a casa de una vecina rica y le
suplicó que le dejara un cubo viejo para poder plantarlo y meterlo
dentro de la casa. El palo siguió creciendo y dando hojas; y, como
ahora los pájaros ya no podían comérselas, al cabo empezó a dar fru-
tos; unos frutos que nadie había visto nunca y que nadie sabía para qué
podían servir. Mucho tiempo después llegaron a aquel pueblo unos
forasteros. Al ver aquellos frutos se dirigieron a la mujer y le dijeron:
«Hace muchos afias que andamos buscando esta clase de frutos. Si
usted nos los quiere vender, le daremos todo el dinero que nos pida y
cada afio volveremos a comprárselos». La buena mujer recibió dinero
para vivir bien todo un afio; y un afio después los forasteros volvieron
y le compraron nuevamente aquellos frutos.
Entonces la vecina rica, que quería que nadie más que ella misma
tuviera mucho dinero, le dijo: «Gracias a que te dejé el cubo cuando
no tenías dinero para comprarlo, te has hecho tan rica como yo. Ahora
debes devolverme ese cubo, porque soy su duefia legítima». La mujer
se negó porque la planta estaba tan enraizada que para quitarla del
cubo había que cortarla. La vecina rica se quejó a las autoridades y
éstas, después de examinar el caso, ordenaron que la planta fuera cor-
tada y el cubo devuelto a su duefia primitiva.
Cuando, al afio siguiente, los forasteros volvieron al pueblo, se
compadecieron de la mujer y le dieron una bella cadena de oro para su
hija: pero nadie más que la nifia debía llevarla. Cuando, días más
tarde, iba a celebrarse una fiesta, la vecina le pidió que le dejara aquella
bellísima cadena para su propia hija; y la mujer, después de que la otra
insistiera tanto, se la prestó.
Mas, al terminar la fiesta, aquella joya no podía salir del cuello de

106
la hija de la vecina. Así es que la mujer fue a reclamar a las autorida-
des: «Si ella hizo cortar mi planta para recuperar lo que era suyo, ahora
será justo que yo pida lo mismo». Las autoridades atendieron su deseo
y ordenaron que se cortara el cuello de la nifia. De esta manera la
cadena volvió a su duefia legítima.

107
67. TRES HERMANOS Y UNA GALLINA

Un hombre que tenía tres hijos era tan pobre que tenía que robar
para darles de comer y por eso le llamaban umalum l. Tenía un vecino
rico y un día le robó una gallina. Él insistía para que su mujer la
matara, pero ésta no quería hacerlo.
¿A qué se debía el extraño comportamiento de la esposa? Pues
resulta que ésta tenía un amante que era muy amigo del propietario de
la gallina y sabía que era una ave prodigiosa que podía conceder algu-
nos dones: el que se le comiera el hígado tendría un montón de dinero;
el que se le comiera la cabeza obtendría una lluvia de monedas cada
vez que se peinara; y el que se le comiera el corazón lo sabría todo. Por
eso aquel amante, que quería apropiarse de estos dones, insistía en que
la mujer se divorciara para compartirlos.
Finalmente ésta lo hizo así. Y, ya divorciada, se llevó a sus hijos ya
la gallina a la casa de su nuevo marido. Éste ordenó que, mientras iba a
visitar a unos amigos, mataran a la gallina. Efectivamente la mataron;
pero tenían tanta hambre que, sin esperar el regreso del esposo, se la
comieron: al primer hijo le tocó el hígado, al segundo la cabeza y al
tercero el corazón.
Cuando el hombre volvió a casa y se encontró con aquel desaguisa-
do pretendió matar a los tres chiquillos. Pero ahora el tercero lo sabía
todo y advirtió a sus hermanos. Los tres huyeron al bosque. Entonces
el tercer hermano supo que aquel hombre estaba maltratando a
su madre; regresaron los tres y le pegaron tal paliza que lo dejaron
muerto.
La madre, enfurecida al darse cuenta de que habían matado al
hombre que amaba, cogió al sabelotodo y lo estranguló. Los otros dos
hermanos huyeron al instante y, lejos de aquel pueblo, compartieron
sus riquezas y su felicidad. Mientras que la madre se quedaba sola, sin
marido y sin hijos.

I Mano larga.

108
68. EL PERRO Y LA PRINCESA

La mujer del rey y una vecina suya quedaron embarazadas y die-


ron a luz el mismo día: la reina tuvo una hermosa niña y la vecina dio
a luz a un perro. Como no podía matarlo, ya que al fin y al cabo se
trataba de su hijo, lo crió y lo cuidó como si fuera una persona.
La princesa iba creciendo y solamente quería jugar con aquel perro.
Le colmaba de regalos y pretendía estar con él a todas horas. Hasta tal
punto llegó su devoción por el animal que, cuando tuvo la edad de
casarse, rechazó a todos los pretendientes y anunció que solamente
se casaría con el perro de la vecina.
Los reyes estaban desconcertados; pero la insistencia de su hija les
hizo ceder y empezaron los preparativos para la boda. Durante la vís-
pera de la celebración la princesa y el perro se quedaron a solas y del
cuerpo de este último salió una especie de rayo que le transformó en
un joven apuesto y hermosísimo. Pasaron la noche juntos y, a la salida
del sol, el joven tomó de nuevo su apariencia perruna.
La ceremonia se desarrollaba sin novedad. Cuando llegó el mo-
mento de consentir en el matrimonio, de nuevo aquel rayo salió del
cuerpo del animal y apareció a los ojos de todos la figura deslumbrante
del hermoso joven. Desde aquel momento todos envidiaron la suerte
de la princesa y los nuevos esposos vivieron con toda clase de feli-
cidad.

109
69. EL COCO SECO

Tres hermanos emprendieron camino a la casa del rey para pedir


trabajo. El más pequeño era un coco seco que iba rodando hacia
el palacio. El rey los aceptó a todos y les dio trabajo en su misma
casa.
Las tres hijas del rey estaban en edad de casarse y los tres hermanos
se habían enamorado de ellas. El mayor pidió al rey la mano de su
primera hija, y el monarca respondió que debía chapear una gran finca
en un solo día; el mayor no pudo realizar tanto trabajo y el rey le
concedió una segunda oportunidad: debía chapear una gran finca en
una sola noche; esta vez el pequeño coco le ayudó y, como el trabajo
estuvo listo a tiempo, pudo casarse con la princesa.
Con el hermano mediano ocurrió lo mismo: pidió al rey que le
concediera la mano de la segunda princesa y éste le ordenó que cha-
peara una gran finca en una sola noche; con la ayuda del coco, el
hermano mediano pudo casarse con la princesa mediana.
y le llegó el turno al más pequeño. El rey se enfureció al oír sus
pretensiones: «¿Cómo puedo conceder la mano de mi hija pequeña, la
que más quiero, a un coco? Pero te daré una oportunidad: tienes que
chapear, plantar y recoger una gran finca en una sola noche». El rey
estaba convencido de que aquel coco miserable no sería capaz de reali-
zar tanto trabajo. Pero lo hizo y el monarca, pese a las protestas de la
gente, tuvo que cumplir su palabra.
En el momento de la boda sucedió que el coco se convirtió en un
apuesto príncipe: había sido encantado y ahora recuperaba su figura
real. De manera que el rey y todo el pueblo se mostraron felices por
esta circunstancia y la princesa no tuvo que casarse con un coco sino
con un joven hermoso.

110
70. EL CHICO QUE CAZABA MURCIÉLAGOS

Dos pobres ancianos tenían a un único hijo; éste era muy pequefio
para salir a pescar o para ir a la finca, por lo que se dedicaba a cazar
murciélagos: esperaba a que acudieran a alimentarse a los bananos y,
lanzándoles piedras, conseguía cada día un par de ellos. Éste era el
único sustento de la familia.
Una noche el muchacho sofió que un anciano se acercaba a él para
ayudarle: de ahora en adelante podría cazar los murciélagos con más
facilidad, cantando esta canción:
Sia sta ton mene kete l.

Al día siguiente esperó a los murciélagos bajo los bananos. Y, cuan-


do éstos aparecieron, empezó a cazarlos con facilidad. Aquella noche
apareció en la casa con un saco lleno de ellos. Y desde entonces cada
noche llenaba un saco de murciélagos. Hasta que el anciano volvió a
aparecer en sus suefios y le dijo: «Te ensefié esa fórmula mágica para
ayudarte y no para que abusaras de ella. Debes cazar solamente los
murciélagos que necesitas para comer. Si no actúas así te castigaré».
Esta vez el muchacho no le hizo el menor caso y el viejo cumplió su
palabra: desde aquel momento ya no pudo cazar a ningún murciélago.
Y el número de éstos aumentaba y aumentaba, hasta que hubieron
dado cuenta de todos los bananos. Se quedaron sin murciélagos y sin
bananas; y se murieron de hambre por culpa de la falta de moderación
de aquel chico.

I Fórmula mágica sin significado.

111
TERCERA PARTE

CUENTOS RESTANTES
3.1. RELACIONADOS CON
EL MATRIMONIO

3.1.1 En busca de esposo/esposa

71. MACUS DE AWAL

Macus de Awal era una muchacha que vivía con sus padres, que ya
eran viejos. Era una chica preciosa, pero también muy desgraciada:
porque había intentado casarse varias veces; y en cada ocasión el mari-
do había muerto durante la misma noche de bodas. De manera que
ya no pensaba en el matrimonio.
En la isla de Annobón existe la costumbre de sazonar la comida
con agua del mar. Y por esta razón Macus de Awal se acercó un día a
la playa. De pronto observó que un cangrejo se dirigía al lugar donde
ella se encontraba; y situándose frente a ella, le propuso una fórmula
para terminar con su desgracia.
La bella Macus estaba muy sorprendida de que un cangrejo pudiera
hablar. Sin embargo, su problema la abrumaba tanto que escuchó con
toda atención aquello que el crustáceo dijo: «Toma tres palitos de tu
escoba y guárdalos bien en tu casa; si viene algún pretendiente que
te guste, recíbelo con alegría y cásate con él. Si durante la primera
noche duerme con los tres palitos en el bolsillo, todo discurrirá normal-
mente».
Macus de Awal cogió los tres palitos y los guardó en su casa. A la
mafiana siguiente llegó un forastero al pueblo y, al darse cuenta de
la belleza de Macus, solicitó su mano. Durante la primera noche si-
guieron al pie de la letra los consejos del cangrejo; y, efectivamente, no
ocurrió ninguna desgracia.
Se oyeron muchos comentarios, en todo el pueblo, por lo sucedido.
Macus y su esposo no hicieron el menor caso de ellos; y vivieron
durante mucho tiempo con toda suerte de felicidad.

115
72. EL HOMBRE Y EL ESPEJO I

En un pueblo de la isla de Annobón vivía un hombre que era


objeto de burla por parte de todos los vecinos, porque, pese a tener ya
una edad bastante madura, no había conseguido casarse. El pobre por-
fiaba con su fortuna y envidiaba la de los demás. Pero sus intentos
chocaban siempre con la negativa de las mujeres y de sus familias, que
no querían emparentar con él.
Un día apareció en el pueblo una mujer hermosa como la hija del
sol: era rubia y de una belleza singular. Ante el asombro de todos,
accedió a las pretensiones del soltero maduro y se casó con él sin
titubear. Se celebró la boda y la pareja vivía como en un ensueño: los
dos eran muy felices, se comprendían y se ayudaban. Y al cabo de
poco tiempo les nació un hijo varón, rubio como su madre.
El marido estaba deseoso de demostrar su gratitud a la mujer que
amaba. Y en cierta ocasión, aprovechando un viaje a la ciudad, le
compró un espejo y se lo regaló con toda ilusión. Ella aceptó complaci-
da el regalo de su marido: había oído hablar de los espejos, pero nunca
había tenido la ocasión de poseer uno. De manera que lo guardó con
sumo cuidado.
Al día siguiente quiso verlo de nuevo. Era un objeto precioso, digno
del amor que su marido le profesaba. Sin embargo, al darle la vuelta,
descubrió que contenía otra mujer, rubia y hermosa como ella misma.
Entonces se alarmó: «¿Es que no he sido una buena esposa para él,
desde el mismo momento en que nos casamos? Y, si es así, ¿qué nece-
sidad tiene de mantener una concubina en casa?».
Entristecida, guardó el espejo de nuevo. Y cada mañana lo volvía a
mirar, con la esperanza de que aquella forastera hubiera abandonado
su hogar; sin embargo volvía a encontrarla allí, gozando del favor de su
marido.

I Nuestro infonnador nos contó la versión en castellano de este cuento en fonna de


versos rimados. Ello supone una elaboración posterior importante, a partir del original
annobonés, por lo que no hemos considerado oportuno conservarla en un tipo de publi-
cación como la presente.

116
La esposa se desesperaba por tal situación; y al cabo, celosa y dolo-
rida, tomó el espejo entre sus brazos y se arrojó con él desde lo alto de
un barranco.
La buena esposa se convirtió en estrella, y dicen que va preguntan-
do: «¿Habéis visto ese lucero que se peina en el río'?».

117
73. EL CAZADOR DE PÁJAROS

En el pueblo de San Pedro vivía una mujer viuda cuyo marido


había muerto en la pesca. Por eso ella procuraba que su hijo no apren-
diera a pescar, sino a cazar. Y efectivamente se convirtió en un gran
cazador.
Cierto día se adentró en la espesura del bosque y vio a un pájaro
tan bonito que quedó prendado de él: pensó que quería atraparlo, pero
no para comérselo, como a las demás presas, sino para conservarlo
vivo.
A la mañana siguiente volvió al bosque para buscarlo. Y al cabo de
muchas horas lo sorprendió detrás de un riachuelo. Lo tenía a tiro de es-
copeta; pero en lugar de matarlo se quedó acechando para tener tiem-
po de pensar cómo lo atraparía.
Entonces vio que el pájaro se convertía en una hermosa muchacha
que se metía en el agua para bañarse. El chico se acercó y la bella
mujer le dijo: «Te doy las gracias por no haberme matado. ¿Quieres ser
mi amigo?». Él aceptó encantado y le propuso que se casaran.
Así fue como aquel chico consiguió tener a la más hermosa de las
mujeres.

118
74. TRES HERMANOS

Los reyes de San Antonio de Pale tuvieron tres hijos. Cuando se


hicieron mayores y llegaron a la edad de casarse, hablaron con ellos:
los dos primeros querían salir de Pale para ir a buscar una mujer que
les conviniera. El más pequeño, en cambio, no solamente había oído
rumores muy malos acerca de las mujeres, sino que además no quería
salir de la ciudad para no tener que enfrentarse a ningún peligro.
Los padres estuvieron de acuerdo. Y los dos mayores emprendieron
el camino juntos hasta que llegaron a un cruce de caminos. Entonces el
mayor dijo: «Aquí debemos separarnos, pero dejaremos un pañuelo
como prenda: si uno de los dos puede volver aquí y encuentra el pa-
ñuelo quemado, significará que el otro ha muerto y que debe volver a
Pale».
El mayor siguió por la derecha y, al cabo de mucho tiempo sin
encontrar a ninguna mujer que le quisiera, se enfrentó a un gigante y
murió aplastado por aquella criatura. El mediano, por su parte, se pasó
años y años buscando a una mujer a su gusto, y tampoco la encontró.
Al pasar por el cruce, de regreso a la ciudad, vio que el pañuelo estaba
quemado y lloró amargamente la muerte de su hermano.
Al llegar a Pale encontró que sus padres eran ya muy ancianos. De
manera que se quedó allí con ellos y con su hermano pequeño, el cual,
en vista de lo acontecido, se quedó soltero por el resto de sus días.

119
75. DOS CHICOS QUE SE QUERÍAN CASAR

Había dos chicos que habían crecido juntos en el mismo pueblo. Al


llegar a cierta edad se enamoraron de dos muchachas de Awal; y, aun-
que ese pueblo estaba muy lejos, sus padres les dieron permiso para ir a
buscarlas.
Al llegar a un cruce de caminos decidieron separarse: uno iría por
la derecha y el otro por la izquierda, pasarían una semana en Awal y
regresarían pero, de vuelta, el primero que llegara al cruce debería
esperar al otro.
Así lo hicieron. El primero siguió por la derecha y, al cabo de un
rato, encontró a un viejo que le dijo: «Cuando regreses de Awal no
vuelvas la cabeza para nada». Mientras que el que tomó el camino de
la izquierda llegó a Awal sin encontrar a nadie.
Estuvieron una semana en aquel pueblo: sus suegros les recibie-
ron con toda clase de atenciones y permitieron a sus hijas que se casaran
con ellos. Pasada aquella semana cada cual regresó con su novia por el
mismo camino por el que había llegado.
De pronto, el que seguía el camino de la derecha oyó un feroz
aullido: era un perro enorme. El muchacho protegió a su novia sin
volver la cabeza; y cuando el perro estuvo a su altura cogió un cuchillo
y lo degolló después de vencer una fuerte resistencia. Entonces salió del
cadáver del perro la figura del anciano, que le dijo: «Has demostrado
ser muy valiente. Debes casarte, porque has superado la pruebID>.
Llegó al cruce, donde esperó a su compafiero. Ambos regresaron al
pueblo con sus novias y, con la bendición de sus padres, se celebró la
boda y fueron muy felices.

120
76. EL CHICO Y EL PÁJARO

En una aldea vivían tan pocos habitantes que todo lo hacían con-
juntamente. Excepto un chico que actuaba siempre aparte de los de-
más: tenía su escopeta y con ella iba al bosque solo a cazar pajaritos.
Un día vio a un pájaro tan bonito que pensó en atraparlo vivo.
Intentó cazarlo con la resina de los árboles; pero el pájaro no cayó en la
trampa y se fue alejando más y más, perseguido por el muchacho,
hasta llegar a un campo lleno de flores.
Entonces el pájaro desapareció entre las flores y en su lugar apare-
ció una bella muchacha que le dijo: «Lo que has visto no era en reali-
dad un pájaro, sino mi espíritu. He tenido que vivir durante mucho
tiempo en este campo y busco a alguien que quiera compartir mi sole-
dad. Si accedes a casarte conmigo tendrás el poder de convocar a todos
los pájaros del bosque. Con una sola condición: que jamás mates a uno
de ellos».
El muchacho aceptó la propuesta de la chica y le comentó que
quería regresar al pueblo para contarlo todo a sus padres. A partir de
entonces ya no salió más al bosque solo, sino que lo hacía en compafiía
de los demás para no tener que cumplir su palabra. Y la hermosa
joven, al comprobar que la había engafiado, murió de tristeza y de
afioranza.

121
77. EL MÉDICO Y LA CHICA

Había un hombre tan rico que consiguió que sus tres hijos fueran
gobernadores: uno de Mabana, otro de Awal y el tercero de Agandji. Él
se quedó solo con su hija, y al cabo de un tiempo quedó ciego.
Hizo saber que haría rico al que le curara. Muchos probaron suerte,
pero solamente un médico de las montañas del sur de la isla consiguió
que recuperara la visión. Agradecido, le ofreció cuanto quisiera; y
aquel médico solamente quiso recibir la mano de su hija, que era una
muchacha preciosa.
Se casaron y el hombre se la llevó. Al ver que se alejaban de la
ciudad, la golpeó y la metió en un saco. Y, con el saco a la espalda,
prosiguió su camino.
Al llegar a Agandji, la joven empezó a gritar: «El doctor ha curado
los ojos a mi padre. Le han ofrecido muchas cosas, pero él sólo desea
una mujer con pechos». El gobernador, que era su hermano, no com-
prendía nada; y dejó que el médico se fuera sin llamarle la atención. Al
llegar a Awalla chica gritó de nuevo; y nuevamente su segundo herma-
no, que era el gobernador de aquel pueblo, no hizo el menor caso.
Por fin llegaron a Mabana. La muchacha gritaba con todas sus
fuerzas y el gobernador, su tercer hermano, ordenó al médico que le
dejara ver lo que llevaba en el saco. Como no hiciera caso le invitó a
comer y a beber hasta que estuvo borracho. Y entonces liberó a su
hermana, que le contó todo lo sucedido y las humillaciones que había
tenido que sufrir.
Entonces el gobernador de Mabana, aprovechando que el médico
estaba borracho, mandó que le echaran a una gran hoguera. Y aquel
mal hombre murió allí, abrasado.

122
78. EL REY QUE ENCERRÓ A SU HIJA

Un rey tenía una hija tan hermosa que decidió encerrarla en su


habitación para que nadie la viera. Un día llegó al palacio un huésped
muy importante, un príncipe, que le pidió audiencia: se enamoraron y
pasaron la noche juntos. Al día siguiente él le entregó un anillo: si
había quedado embarazada debía hacérselo llevar.
Efectivamente, la princesa estaba embarazada; pero no dijo nada a
nadie y nació un hermoso niño que mantenía escondido en su habita-
ción. Hasta que un día una sirvienta olvidó un pañal en la cocina y el
rey, después de interrogarla y saber lo que había sucedido, les mandó
matar.
Sin embargo los soldados del rey tuvieron piedad y, en lugar de
darles muerte, les abandonaron en el bosque. De manera que aquel
niño creció como un animal, permaneciendo allí hasta que su madre
murió.
Entonces empezó a deambular por muchos lugares, hasta que en-
contró a otro chico que quiso ser su amigo y lo llevó a su casa. Los dos
compañeros eran felices, pero en aquel pueblo se dedicaban al tráfico
de niños; y un buen día llegó un barco y se llevó al amigo de nuestro
muchacho; éste, desesperado por la pérdida del camarada, huyó a una
isla desierta, resignado a vivir de nuevo como un animal.
Un día apareció en la isla una vieja y le informó que el rey de
aquellas tierras quería casar a su hija. El muchacho acudió al palacio
real, donde el monarca le exigió que realizara un trabajo muy dificil si
quería la mano de la princesa.
Era una tarea casi imposible de realizar, y el muchacho no cumplió
su cometido. Cuando ya iban a ahorcarle, el rey advirtió que llevaba
un anillo que él conocía: era el anillo que había entregado a aquella
mujer que había amado tanto tiempo atrás, y comprendió que se dis-
ponía a ahorcar a su propio hijo.
Como es de suponer le perdonó la vida, y ambos se contaron sus
historias. El chico vivió desde entonces con su padre y obtuvo la felici-
dad de ver resuelta su vida después de tantas peripecias.

123
79. EL CHICO QUE SE CASÓ CON UNA PRINCESA

El rey de una ciudad tenía una hija casadera. Cada vez que se
acercaba un pretendiente, mandaba encender una gran hoguera; el
pretendiente debía soplar hasta apagarla y, si al cabo de diez intentos
no lo conseguía, era ahorcado. De esta manera, lo único que consiguió
fue que murieran todos los jóvenes de aquella ciudad.
En medio del bosque vivía un matrimonio con un hijo único. Un
hombre de la ciudad se había metido en el bosque y le había contado
que, bajo aquella extraña condición, podría casarse con la princesa y
llegar a ser rey. Pero sus padres, prudentes, querían conservar a su
único hijo; y no le permitieron ir a la ciudad a probar suerte con la ho-
guera.
y sucedió que, a partir de aquel momento, el chico salió al bosque
tres veces; y cada vez regresaba a casa con una hoja que, sin saber
cómo, se le metía en el bolsillo. De manera que guardó aquellas tres
hojas misteriosas y obtuvo el permiso paterno para ir paseando hasta la
ciudad.
Al llegar allí, toda la gente se le quedaba mirando: ya no quedaban
jóvenes; en cambio él era guapo y apuesto. Regresó al bosque y, al
cabo de unos días, pidió permiso de nuevo. En la ciudad hizo amistad
con un hombre, al que invitó a su casa. Sus padres le atendieron debi-
damente, pero no dejaron que su hijo regresara a la ciudad con él.
El rey, mientras tanto, ya estaba advertido de la presencia en la
ciudad de un joven apuesto. Y había ordenado a sus guardianes que
le prendieran en cuanto volviera. Y así fue: cuando, al cabo de unos
días, el chico se presentó de nuevo, los guardianes le llevaron a la
presencia del rey. Éste le propuso la prueba de la hoguera: «Si consi-
gues apagarla con tus soplidos antes de diez intentos, te casarás con mi
hija. En caso contrario serás ahorcado como todos los demás».
El chico y la princesa, en el mismo momento en que se habían
visto, se habían enamorado. Por eso la princesa le rogó que se sometie-
ra a la prueba; pero el chico quiso consultarlo con sus padres y los
guardianes acudieron al bosque a buscarlos: prendieron a la madre; y
el padre, al observar que también se lo querían llevar, cogió aquellas
tres hojas que su hijo había guardado y siguió a los guardianes hasta la

124
presencia del rey de la ciudad. Y ante él proclamaron: «Estaremos de
acuerdo en que nuestro hijo se someta a la prueba, si él así lo desea».
El chico se encontraba dispuesto, pero antes que nada quiso encon-
trarse a solas con su padre. Éste le entregó las tres hojas y el chico se las
metió en la boca. Inmediatamente se dirigieron al lugar donde se pre-
paraba la gran hoguera; y, una vez encendida, el joven empezó a soplar
con todas sus fuerzas: una vez, dos tres... nueve veces... y la hoguera no
se apagaba.
Entonces concentró todas sus fuerzas, se encomendó a Dios y sopló
por décima vez: las hojas que tenía en la boca salieron despedidas
contra las llamas; y el fuego, al instante, se consumió.
Tal como había prometido, el rey le concedió la mano de la bella
princesa; además le dio la mitad de sus riquezas. Y los dos jóvenes
regresaron al bosque, donde pudieron vivir con toda suerte de comodi-
dades.

125
80. EL REY DE SAN PEDRO

Hubo una vez un rey de San Pedro que solamente admitía casar a
su hija con una condición: que el pretendiente estuviera siete días sin
comer. De esta manera sólo consiguió que la mayoría de jóvenes de su
pueblo murieran; y que no hubiera nada más que mujeres.
El rey de Pale tenía dos hijos, uno legítimo y otro natural. El prime-
ro quiso ir a probar suerte y se presentó ante el rey de San Pedro que, le
dijo: «Durante las próximas siete noches podrás dormir con mi hija.
Pero ya sabes que no podrás comer nada en absoluto».
El chico prometió que así lo haría. Pero por la noche, cuando todos
dormían, su hermano -el ilegítimo- acudía a su cabafia para pro-
porcionarle alimentos sin que nadie lo notara.
Esto ocurrió así hasta la última noche: la hija del rey velaba y
descubrió la trampa de los dos hermanos. Sin embargo, cometió el
error de perseguir al segundo; y mientras tanto el primero cambió
el plato y la comida que le habían traído de Pale por un plato y una
comida de hierro.
A la mafiana siguiente el rey proclamó ante el pueblo: «El joven
príncipe de Pale tampoco se casará con mi hija, porque ha estado
comiendo a escondidas. Todos podéis comprobarlo». Y ensefió a la
gente el plato y la comida que había confiscado. Entonces todo el
mundo protestó: «Nadie puede comer hierro, y esta comida lo es».
Así pues, el joven príncipe de Pale pudo casarse con la hija del rey
de San Pedro, que había impuesto una condición tan estúpida.

126
81. LA BODA DE LA PRINCESA

Había un rey presuntuoso que quería que su hija se casara; pero


pedía que los pretendientes cumplieran dos condiciones: que le traje-
ran fuego envuelto en un papel, y que le trajeran algo que no tuviera
nombre.
Como la princesa era hermosa y el padre rico hubo muchos jóvenes
que probaron suerte; sin embargo, ninguno de ellos logró cumplir los
requisitos exigidos por el rey y todos recibieron algún castigo por su
improcedencia.
Hasta que un día el hijo de una viuda pidió permiso a su madre
para intentar conseguirlo. La mujer quiso disuadirle, pero fue en vano:
el chico cogió una brasa que ya se consumía sin llama y la envolvió
con sumo cuidado en un papel mojado; asimismo cogió una jaula
vacía.
El rey no estaba dispuesto a aceptar la primera prueba: le había
traído humo, y él había pedido que le trajeran fuego. A lo que el chico
replicó convencido: «Siempre se ha dicho que allí donde hay humo
hay fuego». Los consejeros dieron el resultado de la prueba como váli-
do y entonces el rey metió la mano en la jaula. Al ver que no había
nada se enfureció; y el muchacho comentó: «Lo que su majestad ha
sacado de la jaula no tiene nombre».
El rey cumplió su palabra y concedió la mano de su hija a aquel
inteligente joven. Y los dos príncipes vivieron con toda clase de pros-
peridad y fueron muy felices.

127
82. SIMÚN EL TONTO

Un rey tenía una hija tan hermosa que, celoso de ella, impuso una
condición imposible para aquél que quisiera pedir su mano: debería
traerle algo invisible.
Muchos hombres probaron suerte: uno trajo humo encerrado en
una botella, pero el humo se ve aunque no se palpe; otro dijo que
había venido rodeado de viento, pero le hicieron notar que no era él
quien lo había traído. Parecía que la princesa iba a quedarse soltera.
Xima Damadu, Simón el tonto, era menospreciado por la gente del
pueblo a pesar de que nunca expresaba sus opiniones. Al saber la noti-
cia tuvo una feliz idea y enseguida la puso en práctica: cogió dos cubos,
metió dentro de ellos una papaya y un coco respectivamente, los llenó
de agua y se presentó ante el rey: «Majestad, os he traído dos vacas».
El rey había observado que los cubos estaban llenos de agua; sin
embargo, al oír hablar de las vacas, en lugar de mirar qué había dentro
de los cubos empezó a buscar a los rumiantes. Simón aprovechó aquel
momento de descuido para sacar de los cubos la papaya y el coco; e
inmediatamente prosiguió: «Os las podréis llevar en cuanto terminen
de beber». El rey volvió a mirar los cubos y vio que, efectivamente, el
nivel del agua había descendido.
Muchos criticaron aquella boda, pero la palabra del reyes sagrada.
De manera que se llevó a cabo y aquel tonto despreciado pasó a ser el
príncipe del reino.

128
87. LA MUJER CELOSA

Un hombre se había casado con dos mujeres, ninguna de las cuales


le había dado hijos. Una de ellas era muy celosa y no quería compartir
a su marido con la otra; de manera que hacía todo lo posible para que
su rival resultara desagradable para el hombre.
Así, por ejemplo, dejaba pudrir el pescado que su marido le traía
cada día; y lo comía podrido para estar descompuesta. Cuando su rival
tenía que dormir con su marido, se iba al lugar en cuestión y tiraba
tantos pedos como podía; y de esta manera el hombre recibía aquel
desagradable olor nada más entrar en la habitación de la otra mujer.
Más adelante llegó a cavar un agujero junto a aquella habitación, y allí
defecaba siempre.
Cuando el marido y la otra mujer estaban juntos, pues, debían
soportar un olor nauseabundo; y, como no sabían quién lo provocaba,
fueron a consultar a un adivino. Éste no contestó a su pregunta, pero
les dio un objeto que producía ruido para que lo metieran en el agu-
jero.
A la noche siguiente la mujer celosa fue de nuevo a defecar allí, sin
darse cuenta de que el objeto ruidoso se metía dentro de su cuerpo:
ñec, ñec, ñec... Y se asustó mucho al comprobar que aquel ruido mis-
terioso sonaba siempre que se movía. Comprendió que había sido víc-
tima de un hechizo y decidió quedarse en su habitación, de pie y sin
moverse.
Cuando su marido, unos días después, se acercó para estar con ella,
seguía así quieta. Hasta que el hombre se cansó y la empujó hacia la
cama. Entonces el ruido sonó de nuevo: ñec, ñec, ñec... delatando su
fechoría.
El marido comprendió lo sucedido y la echó de su lado. Y así fue
cómo la mujer celosa se quedó sola para siempre.

133
84. LA PRINCESA Y EL DEMONIO

La hija del rey de Agandji era tan bonita que su padre no permitía
que nadie la viera; y cuando se hizo mayor impuso notables condicio-
nes para cualquier pretendiente que no quisiera ser decapitado: «Que
sea alegre, guapo y rico». Empezaron a llegar los posibles novios, pero
ninguno de ellos poseía aquellas cualidades a gusto del rey, y todos los
jóvenes iban siendo decapitados.
Hasta que aquello llegó a oídos del mismo Mpemasajajet, rey de los
demonios, que afirmó: «Yo, el príncipe de las tinieblas, conseguiré
casarme con esa belleza». Todos sabemos que el diablo suele ir desnu-
do; de manera que en cada pueblo por donde pasaba pedía algo presta-
do: unos calzoncillos, unos pantalones, una chaqueta... cuando llegó a
Agandji estaba vestido con suma elegancia y el rey y la princesa apro-
baron aquel matrimonio con el pretendiente más alegre, más guapo y
más rico de toda la isla.
Cuando la boda quedó atrás, el demonio quiso llevarse a su mujer
al infierno. La chica aceptó encantada la posibilidad de ir a vivir al
lejano pueblo de su marido. Emprendieron el camino: en cada pueblo
el diablo iba dejando la ropa que le habían prestado y a cada momento
su voz se enronquecía más y más.
La muchacha comprendió que se había casado con el mismo dia-
blo. Pero no tuvo valor para enfrentarse a él y tuvo que habitar para
siempre jamás en el reino de los infiernos.

130
85. LA PRINCESA QUE QUERÍA A
UN CHICO SIN OMBLIGO

En lo alto de una montafia rocosa vivía un rey con su hija; más


lejos había un pueblo habitado por una bruja y su hijo: como era bruja,
la gente se había marchado del lugar y nadie quería casarse con el mu-
chacho.
Llegó el día en que la princesa se había hecho mayor y había que
casarla. Príncipes, guerreros, hombres ricos... multitud de pretendien-
tes acudían a solicitar su mano y ella los rechazaba a todos. El rey
estaba alarmado y le pidió qué sucedía. Ella respondió: «Solamente me
casaré con un hombre que no tenga ombligo».
¿Y qué persona puede haber que no tenga ombligo? El rey estaba
desesperado creyendo que su hija se quedaría soltera, cuando la cues-
tión llegó a oídos de la bruja. Ésta, sin perder tiempo, se transformó en
un hombre sin ombligo y se dirigió a la montafia rocosa para entrevis-
tarse con la princesa y su padre.
Inmediatamente se acordó la boda, que se celebró poco después. La
princesa, radiante, siguió a su marido hasta el pueblo de donde proce-
día. Una vez allí la bruja recuperó su aspecto real y le suplicó: «Cásate
con mi hijo, porque nadie le quiere».
La princesa comprendió que tenía buena parte de culpa en lo suce-
dido. Se casó con el hijo de la bruja, tuvieron muchos hijos y el pueblo
volvió a llenarse de gente.

131
3.1.2 Dificultades matrimoniales

86. LAS DOS RIVALES

Había una vez un pueblo de la costa dividido por un río, donde


vivía un hombre que tenía dos mujeres. El hombre pasaba dos noches
con cada una de ellas; pese a lo cual una de las mujeres había tenido
muchos hijos y la otra ninguno. Por esa razón se peleaban muy a me-
nudo.
Un día, la que no tenía hijos se dirigió a su marido y le rogó que
acudieran a una curandera para que solucionara su problema. El hom-
bre estuvo de acuerdo, y la curandera les dijo: «Esta mujer tiene que ir
al río que separa el pueblo a pescar cangrejos: si consigue uno, tendrá
un hijo; si pesca dos, tendrá dos hijos; si captura tres tendrá tres hijos...
y así sucesivamente. Pero si reveláis este secreto a alguien, los niños
morirán en cuanto se acerquen al ríO».
Aquella misma noche la mujer acudió al río, donde consiguió pes-
car dos cangrejos. Y, efectivamente, tuvo dos hijos hermosísimos.
Pasó mucho tiempo, y la otra mujer no entendía qué podía haber
hecho su rival para tener dos hijos tan bellos. Preguntó y preguntó,
pero sus averiguaciones no tuvieron éxito. Hasta que decidió interro-
gar a su marido. Éste no le daba respuestas convincentes, por lo que
seguía insistiendo. Por fin, el marido reveló su secreto.
A partir de aquel momento, la mujer sólo cavilaba la manera de
matar a los dos pequeños. Y así, un día aciago los encontró solos en el
pueblo y les comentó: «Vosotros no sois niños, sois cangrejos: vuestra
madre os sacó del río y una curandera os transformó en personas».
Los niños, sollozando, se acercaron al río y se echaron al agua. Y en
aquel mismo momento se convirtieron de nuevo en cangrejos.
Cuando la madre advirtió la desaparición de sus dos pequeños, fue
preguntando por todo el pueblo si alguien los había visto. Una vecina,
que lo había presenciado todo, le contó lo sucedido. Y la mujer, des-
consolada, se encerró en su casa hasta que murió de pena.

132
87. LA MUJER CELOSA

Un hombre se había casado con dos mujeres, ninguna de las cuales


le había dado hijos. Una de ellas era muy celosa y no quería compartir
a su marido con la otra; de manera que hacía todo lo posible para que
su rival resultara desagradable para el hombre.
Así, por ejemplo, dejaba pudrir el pescado que su marido le traía
cada día; y lo comía podrido para estar descompuesta. Cuando su rival
tenía que dormir con su marido, se iba al lugar en cuestión y tiraba
tantos pedos como podía; y de esta manera el hombre recibía aquel
desagradable olor nada más entrar en la habitación de la otra mujer.
Más adelante llegó a cavar un agujero junto a aquella habitación, y allí
defecaba siempre.
Cuando el marido y la otra mujer estaban juntos, pues, debían
soportar un olor nauseabundo; y, como no sabían quién lo provocaba,
fueron a consultar a un adivino. Éste no contestó a su pregunta, pero
les dio un objeto que producía ruido para que lo metieran en el agu-
jero.
A la noche siguiente la mujer celosa fue de nuevo a defecar allí, sin
darse cuenta de que el objeto ruidoso se metía dentro de su cuerpo:
flec, flec, flec... Y se asustó mucho al comprobar que aquel ruido mis-
terioso sonaba siempre que se movía. Comprendió que había sido víc-
tima de un hechizo y decidió quedarse en su habitación, de pie y sin
moverse.
Cuando su marido, unos días después, se acercó para estar con ella,
seguía así quieta. Hasta que el hombre se cansó y la empujó hacia la
cama. Entonces el ruido sonó de nuevo: flec, flec, flec... delatando su
fechoría.
El marido comprendió lo sucedido y la echó de su lado. Y así fue
cómo la mujer celosa se quedó sola para siempre.

133
88. LA MUJER BUENA Y LA MUJER MALA

En un pueblo vivían dos mujeres solas, una buena y otra mala, que
cultivaban sus fincas y podían vivir bien y sin que nunca les ocurriera
nada extraordinario.
Un día la mujer buena estaba trabajando en su finca y oyó que
alguien la llamaba. Miró a su alrededor y, al no ver a nadie, continuó
su trabajo. La llamada se repitió y a la tercera vez apareció detrás de
ella una vieja con una niña en brazos: «He visto cómo sufres, trabajan-
do en la finca, y te he traído a esta niña para que, cuando sea mayor, te
ayude. La única precaución que debes tener es no llamarla nunca por
su nombre, Men Tawa, porque entonces desaparecería».
La buena mujer regresó a casa contentísima y contó todo lo ocurri-
do a la mala. La niña creció y, efectivamente, ayudaba a su madre en
todo lo que podía; además era bonita y generosa.
Hasta que un día la mujer mala aprovechó la ausencia de la buena
y se dirigió a la nifia con estas palabras: «Ven a ayudarme, Men
TawID>. Al instante la muchacha desapareció para siempre.
Cuando la mujer buena regresó a casa y observó que la niña había
desaparecido, fue a buscar a su vecina. Se enzarzaron en una pelea
terrible y ambas resultaron muertas.

134
89. LA SONRISA

Una familia de la isla de Annobón tenía una hija. La madre contra-


jo una extraña enfermedad y, al verse abocada a la muerte, rogó a su
marido que no se volviera a casar.
El marido intentó seguir el consejo de la difunta esposa. Pero con el
paso del tiempo contrajo segundas nupcias porque se encontraba solo
y necesitaba a alguien que compartiera su vida. La nueva esposa, sin
embargo, aprovechaba las ausencias del marido para maltratar a la hija
de éste.
La muchacha llegó a hartarse tanto de la situación que se marchó al
bosque. Poco a poco fue perdiendo sus facultades humanas. Y un día,
al acudir a beber al río, vio la imagen de una hermosa joven reflejada
en el agua. Aquella chica le sonreía y, sin darse cuenta de que se
trataba de ella misma, se acercó tanto al agua que cayó dentro del río y
pereció ahogada.
Cuentan que su espíritu todavía se pasea por la orilla buscando una
sonrisa.

135
90. LA MADRASTRA MALA

En un pueblo vivían un hombre y una mujer con su hija. La mujer


enfermó y, cuando se sentía morir, llamó a su marido y le advirtió:
«No te cases enseguida con otra mujer, porque maltratará a la nifia».
La pobre falleció al cabo de poco. Y una vecina empezó a ayudar al
marido: le hacía la comida, le limpiaba la casa... el viudo se sentía solo
y se casó con ella sin recordar las advertencias de su primera esposa.
y éstas resultaron ciertas: la nueva mujer maltrataba a la nifia, no le
daba comida y le encargaba los peores trabajos de la casa.
El hombre comprendía que había cometido un error, pero no se
enfrentaba a la madrastra por temor a perderla. Y lo único que hacía
era compartir su parte de comida con la pequefia.
Un día la mala mujer ordenó a la nifia que fuera al río a limpiar
una cantidad exagerada de platos. No habían advertido que río arriba
había llovido con intensidad; y, de pronto, un golpe de corriente se
llevó todos los platos. La nifia, desolada al comprender que su madras-
tra le daría una paliza, se adentró en el bosque para buscar un lugar
donde morir.
El padre, al ver que su hija había desaparecido, se dio cuenta de que
había perdido lo mejor que tenía. Se adentró en el bosque y anduvo
buscándola durante tanto tiempo que al final murió de angustia y de
cansancio.
La nifia, mientras tanto, había descubierto un pueblo en medio del
bosque. Allí la recibieron bien y, cuando fue mayor, se casó, tuvo
muchos hijos y vivió feliz lejos de la madrastra mala.

136
3.2. MORALIDADES

91. LA LUZ DESCONOCIDA

En un lugar remoto de la isla de Annobón vivían dos mujeres que


eran amigas íntimas: lo compartían todo, incluso el trabajo, que reali-
zaban en la finca de una de ellas.
La otra era muy perezosa y aprovechaba cualquier oportunidad
para descansar. Sin embargo, cuando sabía que en la finca había algu-
na fruta madura, se levantaba por la noche e iba a robarla sin ninguna
clase de miramientos.
La trabajadora veía que a menudo faltaban cosas en la finca, y
dedujo que alguien acudía por las noches a quitarle lo que era suyo.
Un día, al observar que faltaba de nuevo el fruto de su trabajo, lanzó
una maldición: «Que esa persona que me está haciendo dafío vague
errante por el bosque durante toda su vida».
Aquella misma noche la duefía de la finca observó que su amiga no
estaba. Y al volver la vista hacia el bosque observó una luz desconoci-
da. Entonces comprendió con aflicción que su maldición se había
cumplido, y que era su propia amiga la que le robaba en la finca.
Hasta hoy, la mala mujer no ha vuelto a su pueblo. Y todas las
noches se la puede observar en el bosque con una antorcha encendida.

137
92. EL PÍCARO AYUDANTE

Un viejo muy viejo vivía en el pueblo de San Antonio, dedicándose


a la fabricación de vino de palma l. Tenía algunos problemas en la
vista, de manera que optó por tener un joven ayudante.
Éste empezó haciendo los trabajos que el viejo no podía realizar;
pero como la enfermedad del anciano se iba agudizando, terminó por
hacerlo todo. Entonces empezó a aguar el vino, que cada vez sabía
menos dulce. El viejo comprendía lo que estaba pasando, y decidió
darle una pequeña lección.
Un día de gran fiesta preparó dos calabazas llenas de agua. Cuando
el joven llegó a la casa, le dijo: «Estas dos calabazas están llenas del
mejor vino que dan mis palmeras preferidas. Llévalas a la ciudad y
vende caro, ya que se trata de vino de la mejor calidad».
El muchacho cogió las calabazas y, nada más llegar a la ciudad, se
dirigió al mercado proclamando las excelencias de su mercancía. Mas
al llegar el momento, de aquellas calabazas no salió más que agua, para
disgusto de los clientes y ridículo del vendedor.
El pícaro ayudante no comprendía lo que había sucedido, mientras
que el viejo no cesaba de repetir: «Era el mejor vino de mis palmeras
preferidas». Hasta que el joven advirtió que se estaba burlando de él.
Entonces prometió que en adelante sería más honrado. Y los vinos
de su amo recuperaron su dulzura.

I Tope.

138
93. EL CONSEJO PATERNO

Cuentan los hombres de Vidjil I que en el pueblo de Awal vivía un


matrimonio muy viejo con un hijo llamado Saukus.
El viejo fue instruyendo a Saukus en el arte y los secretos de la
pesca, que había de ser su quehacer y su sustento. Y, al llegar el mo-
mento en que ya estaba preparado, le aconsejó: «Cuando salgas, regre-
sa siempre con lo primero que hayas pescado; que no se te ocurra
nunca pescar por segunda vez».
El muchacho prometió que así lo haría. Y a la maftana siguiente
salió solo por primera vez. Regresó por la tarde con un pescadito; y,
siguiendo la costumbre annobonesa, aunque se trataba de un pescado
muy pequefto fue muy alabado por todos.
A partir de entonces el chico salía a la pesca cada día. Y, siguiendo
el consejo de su anciano padre, regresaba siempre con lo primero que
había pescado.
Hasta que un día, lleno de curiosidad, intentó pescar por segunda
vez. Capturó un pez mucho mayor que el primero; y, animado por
aquel éxito, continuó pescando. A cada oportunidad pescaba piezas
más y más grandes. Tenía el cayuco casi lleno de pescado, pero él
continuaba trabajando sin reparar en que se le estaba agotando el cebo
y debía regresar a casa.
Cuando por fin se le terminó, cortó un pedazo de uno de los pesca-
dos para utilizarlo como nuevo cebo. Ahora pescaba piezas cada vez
más pequeftas, y él seguía cortando y cortando pedazos de las piezas
que había pescado anteriormente. Hasta que, por fin, en el cayuco no
había más que un montón de espinas.
Regresó a su casa cabizbajo, y tuvo que soportar con resignación la
regaftina de su padre por no haber seguido su consejo. Desde aquel día,
cuando uno regresa con mala pesca se suele decir: «Ha tenido un día
de pesca como Saukus de Awab>.

I Nombre de un campamento que se utiliza esporádicamente cuando se sale a pescar


y hay que quedarse en el lugar durante algún tiempo.

139
94. LA MUJER PEREZOSA

En un pueblo vivía una mujer pobre y hermosa que tenía un gran


defecto: era muy perezosa. Siempre decía que tenía algo urgente que
hacer para poder librarse del trabajo.
Un día los hombres consiguieron pescar una ballena. Todos lo con-
sideraron como un don del cielo y se aprestaron a realizar el reparto.
Ella, en cambio, pensó que la ballena es un animal muy grande y que
ya tendría tiempo de recoger su parte.
Cuando por fin se acercó a la playa, de la ballena solamente queda-
ba el olor: se lo habían repartido todo, porque todo se aprovecha. Y un
viejo que la vio acercarse le dijo: «Llegaste tarde, la ballena ya se ha
hundido».
Desde entonces, cuando alguien llega tarde a algún sitio se dice:
«La ballena ya se ha hundido».

140
95. LA MUJER ROBADA

Vivía una mujer en un pueblo donde la mayor parte de la gente no


trabajaba: los ratones solían comerse las plantaciones de las fincas y
muchos habían decidido no trabajar más.
Sin embargo, ella acudía cada día a la finca; y aunque los roedores
se le comían la mayor parte de las cosas que plantaba, siempre conse-
guía regresar con algunos tubérculos, suficientes para preparar un po-
taje que los annoboneses llaman poposup. Comía una parte y apartaba
el resto por si al día siguiente no tenía tanta suerte.
Alguien del pueblo solía aprovecharse de la pobre mujer, que ya era
vieja, y le robaba la comida. Entonces ella salía por todo el pueblo
dando grandes voces y recriminando que hubiera alguna persona que
se atreviera a robar la comida de una pobre vieja que vivía sola.
Un día volvió de la finca con una gran carga de excelentes malan-
gas. El día había sido provechoso y afortunado, por lo que pudo prepa-
rar un potaje magnífico. Tan bueno parecía que decidió guardarlo para
el día siguiente.
Por la mañanita, pues, salió hacia la finca. Y regresó muy tarde,
porque sabía que ya tenía la comida a punto. Pero al llegar a casa vio
que de nuevo la habían saqueado, y vociferó por todo el pueblo:
Kengi kum poposup mina mina o o.
o vivo vivo mina mina '.
y solicitaba que, quienquiera que fuera el ladrón, le devolviera su
comida. Hasta que, por fin, cansada de dar vueltas, regresó a casa y se
quedó dormida 2.

, ¿Quién es el que se come mi potaje?


2 Este final -que no da solución al problema planteado- resulta insólito. Cabe
pensar en la posibilidad de que se trate de un fragmento de un cuento más completo, o
bien en que el final original ha desaparecido de la memoria popular: la literatura tradi-
cional exige que el que obra mal debe ser descubierto y castigado, y su fechoría repa-
rada.

141
96. EL PUEBLO DONDE CRIABAN GALLINAS

Había un pueblo gobernado por un rey muy cobarde. Todos los


habitantes criaban gallinas y la aldea estaba llena de gallineros. Un día
las gallinas empezaron a desaparecer. El rey, que se levantaba antes
que nadie para ir a hacer sus necesidades en la playa, vio unas extrafías
huellas. Eran unas pisadas de perro, pero no se atrevió a seguirlas.
Al regresar a su casa contó a su hijo lo que había visto, rogándole
que lo guardara en secreto: no quería tener que enfrentarse a nadie. El
chico, a la mafíana siguiente, siguió las huellas del perro: vio que llega-
ban hasta la cueva de Jowo Bumbu, lugar donde el perro ladrón guar-
daba las gallinas que había robado.
El rey, enterado de la noticia, seguía con su actitud tan cobarde
como siempre. Y las gallinas continuaban desapareciendo sin que mo-
viera .un dedo para remediarlo.
Hasta que un día el muchacho le preparó una trampa al perro: hizo
un corral de paja, ató dentro de él a una gallina y esperó a que anoche-
ciera. Cuando el perro vio aquella gallina atada se abalanzó sobre ella;
entonces el chico pegó fuego al corral y el perro murió abrasado,
Cuando, a la mafíana siguiente, el rey se levantó tempranito, vio a
su hijo junto al perro muerto. Se acercó a él y le pidió que guardara
aquel secreto.

142
97. EL HOMBRE QUE NO QUISO A SU HIJO

Un hombre y su mujer vivían felices y en armonía. Él iba a pescar,


ella trabajaba en la finca y cada uno de ellos reservaba la mejor comida
que podía conseguir para el otro.
Al cabo de siete años ella quedó embarazada. El marido se enfure-
ció mucho, puesto que no queóa hijos. La mujer probó de justificarlo,
pero chocó con su intolerancia y no pudo convencerle. Nació un niño
hermoso y sano; y desde aquel momento el hombre dejó de entregar
los pescados que conseguía. La mujer, pues, tuvo que criar y alimentar
a su hijo con lo que producía la finca y cangrejos del óo.
Esto fue así hasta que el niño creció. Entonces aprendió el arte de la
pesca y salía cada día al mar, consiguiendo mejores pescados que cual-
quier hombre del pueblo. Siempre los compartía con su madre, que
continuaba yendo a la finca, y eran bastante felices.
El padre fue envejeciendo y llegó un momento en que ya no podía
salir a pescar. Entonces la mujer le dijo: «Cuando eras joven y fuerte te
negaste a alimentar a nuestro hijo, que solamente podía comer malan-
ga y cangrejos. Ahora él podóa alimentarte con su pescado, pero no lo
hará. ¿Te das cuenta de la utilidad de los hijos?».
y el pobre viejo, desesperado por su fea acción, fue languideciendo
hasta morir de hambre.

143
98. EL CHICO SIN NOMBRE

Un matrimonio que no tenía hijos vio recompensada su vejez con


el nacimiento de un hermoso niño. Tan hermoso que su padre pensó
que también debía ponerle el nombre más bonito; y, como no lo en-
contraba, de momento no le puso ninguno y todo el pueblo conocía al
chaval como «Nadie».
El rey quería casar a.su hija; y prometió que concedería su mano a
aquél que fuera capaz de montar a su caballo más salvaje. Así es que al
domingo siguiente se preparó todo frente al palacio real; todos los
chicos probaron suerte pero el único que fue capaz de montarlo fue
«Nadie», que era muy diestro en estos menesteres.
Los guardias del rey anunciaron en voz alta: «"Nadie" ha ganado la
prueba». Y desde dentro del palacio el rey, que había entendido mal
esta frase, proclamó: «Pues no concedo a nadie la mano de mi hija».
«Nadie» pudo haber sido el príncipe de aquel pueblo. Si no lo
consiguió fue a causa de la terquedad de su padre, que no le había
puesto ningún nombre.

144
99. EL HOMBRE QUE QUERÍA SER FAMOSO

Un hombre de la isla de Annobón quería ser famoso; pero como, al


ser pescador, las posibilidades de llegar a la fama eran mínimas, optó
por adquirir notoriedad a base de tretas: así es que una noche preparó
comida para tres días y, montando en su cayuco, se dirigió a escondi-
das a un islote cercano.
Todo el pueblo se movilizó, creyendo que le pudiera haber sucedi-
do algo malo. Él observaba cómo le buscaban sin resultado y al cabo
de un cierto tiempo decidió volver. Entonces sobrevino una gran tor-
menta e, incapaz de hacer nada más por salvarse, se tendió en el cayu-
co y se durmió.
Pasada la tormenta los hombres del pueblo vieron el cayuco; y al
acercarse a él, como le vieron tendido en la embarcación y al despedir
ésta un olor nauseabundo por haberse podrido los peces que había
pescado, le creyeron muerto.
Cuando el desgraciado se despertó estaban ya enterrándole en el
cementerio del pueblo. Y, desesperado, se levantó y contó toda su
historia, siendo el hazmerreír de todos los demás.

145
100. EL REY QUE SE CASO CON DOCE MUJERES

Un joven príncipe había heredado el reino de su padre; se casó con


una mujer muy bella y, como las cosas del matrimonio le iban tan
bien, siguió casándose hasta verse con doce mujeres. A todas las amaba
igualmente, pero la primera era la que decidía todo lo que concernía a
las demás.
Resultó que las doce quedaron embarazadas. El rey tenía que salir
de viaje y ordenó: «Quiero que todas mis mujeres hagan exactamente
lo mismo que la primera: cuando ésta para, todas tienen que dar a luz;
si tiene un niño, todas deben tenerlo; y si da a luz a una niña todas
deben hacer lo mismo».
Cuando llegó el momento la primera mujer dio a luz una hermosa
niña; y lo mismo ocurrió con las demás mujeres excepto con una, que
se retrasó. El primer ministro mandó poner una guardia frente a la
casa de esta última y más adelante, cuando cumplió el plazo, dio a luz
a un varón.
La comadrona y los guardias encontraban que las órdenes del rey
eran absurdas y dejaron que la pobre mujer huyera. Se adentró en el
bosque y, en una cueva que encontró junto a una roca, crió al niño
hasta que fue mayor. Entonces le preguntaba a su madre: «¿En todo el
mundo no vive nadie más que nosotros?». La mujer le respondía que
no y trataba de inculcarle el deseo de no ir más allá del territorio que
conocía.
Sin embargo, el muchacho fue alimentando una gran curiosidad y,
al cabo de un tiempo, dejó a su madre y se marchó en dirección a
Awal. Antes de llegar a aquel pueblo encontró a unos chicos que se
bañaban en el río. Quedó tan sorprendido al comprobar que no era el
único ser humano que existía como ellos al ver a un chico con un
aspecto tan salvaje.
Poco a poco fueron confiándose, se bañaron juntos y le llevaron a
su casa. Allí le cortaron el pelo, le vistieron y le peinaron. Al realizar
esta última operación el peine chocaba contra unos enormes chichones
que el muchacho tenía en la cabeza; y cada vez brotaban montones de
monedas de aquellos chichones extraños. El joven y sus amigos, por lo
tanto, se fueron haciendo ricos y vivían en un lujo considerable.

146
La hija del rey de Awal estaba en edad de casarse. No quería a
alguien vulgar; de manera que, al enterarse de que en el pueblo vivía
un muchacho extrañ.o, fue a visitarle. Nuestro muchacho era guapo y
apuesto, por lo que pronto se celebró la boda. El nuevo príncipe orde-
nó a los soldados del rey y a sus amigos que fueran a buscar a su
madre, pero ésta ya había muerto y lo único que pudieron hacer fue
enterrar sus restos.
El príncipe pudo sobreponerse a su desgracia. Y desde entonces
vivió en paz, con toda clase de felicidad, y en la posición que le corres-
pondía por su linaje.

147
3.3. OTROS

101. EL CABEZOTA, EL GORDO Y EL FLACO

En un pueblo vivía un matrimonio con tres hijos: al mayor le lla-


maban «cabezota», porque tenía una cabeza muy grande; el mediano
era «el gordo», y el pequefio «el flaco», porque tenía las piernas muy
delgadas.
Un día, el padre les mandó a la finca a recoger naranjas. Hicieron el
largo camino y, al llegar, el mayor trepó al naranjo y empezó a tirar las
frutas, que el flaco iba colocando en una cesta. El gordo, como apenas
podía moverse, se sentó junto al cesto y empezó a comer naranjas con
tal apetito que, cuando el cabezota terminó de tirarlas todas, la cesta
volvía a estar vacía.
Desolado, el hermano mayor buscó todavía entre las ramas; y en-
contró, escondidos entre el follaje, los dos últimos frutos. Así que ad-
virtió a sus hermanos: «Éstas serán las únicas naranjas que podremos
llevar a nuestro padre. Hay que cuidar de ellas y dejarlas en el cesto,
sin que nadie las toque». El flaco, efectivamente, las recogió y las colo-
có en el lugar correspondiente; pero el gordo, todavía hambriento, se
las comió en un santiamén.
El hermano mayor no pudo contener su rabia y se dispuso a bajar
del árbol para castigar al goloso. Pero se apresuró tanto que su gran
cabeza quedó atrapada entre dos ramas y, al cabo de poco tiempo,
pereció ahogado. El gordo, al verlo, se echó a reír; y lo hizo con tantas
ganas que su gran estómago se fue hinchando hasta reventar. El peque-
fio flaco, al ver lo acontecido, quiso ir hasta el poblado para contarlo
todo: echó a correr y, más adelante, tropezó en un hoyo de fiame y sus
piernas delgadísimas se quebraron y quedó en el camino, herido, hasta
que murió.
Los tres hermanos, pues, perecieron. Y su paseo hasta la finca re-
sultó una tragedia.

149
102. EL HOMBRE Y LA MUJER DEL FANTASMA

En un pueblo vivía un matrimonio con tres hijos. Cuando crecie-


ron, se propusieron marcharse para encontrar familia y trabajo. Em-
prendieron el camino, tras despedirse de sus padres, y al cabo de mu-
cho tiempo encontraron un cruce de tres caminos. El mayor propuso
que se separaran y que cada uno de ellos tomara una dirección distin-
ta, y así lo hicieron. El menor tomó el camino de la izquierda; anduvo
un rato, y enseguida encontró un pueblo donde lo acogieron: le dieron
trabajo, se casó con una chica, y obtuvo familia y bienes. El segundo
tomó el camino de la derecha, y todo le fue mal: no encontró trabajo
ni mujer, y al cabo murió solo y pobre como una rata.
El mayor siguió el primer camino, sin desviarse. Tras mucho cami-
nar, encontró también un pueblo donde una mujer quiso casarse con
él. Se celebró la boda; y, tras ella, el hombre y la mujer se acostaron.
Entrada la noche, mientras el marido dormía, la mujer se levantó y se
dirigió al bosque: llegó frente a un árbol determinado y empezó a
cantar. Al instante compareció un enorme murciélago, se vio un chis-
pazo y aquel murciélago se transformó en un fantasma. Y es que aque-
lla mujer estaba casada con el fantasma, y pasó toda la noche con él.
Al alba, regresó al pueblo, donde el marido le pidió cuentas. Ella le
contestó: «No es verdad que haya pasado la noche fuera de casa. He
salido hace muy poquito, porque tenía que hacer mis necesidades». El
chico calló, y esperó a la noche siguiente: Simuló que se había dormi-
do, siguió a su mujer, y desde lo alto de un árbol presenció todo lo que
ocurría. Al alba, regresó a casa antes que ella, e, interrogándola de
nuevo, recibió la misma respuesta.
A la noche siguiente sucedió otra vez lo mismo, y el hombre. cansa-
do del engafio, preparó una jaula. A la cuarta noche acudió al bosque
con su jaula, antes que su mujer, y empezó a cantar debajo de aquel
árbol. El murciélago compareció y, antes de que se pudiera dar cuenta,
se encontró metido en la jaula, tomando allí la forma de fantasma.
Nuestro hombre empezó a cantar:
Nyato nyanyato
nyanyalobe mi kato
alfa mi kato.
150
y la jaula, con el fantasma, empezó a volar hasta posarse delante de
la casa del chico. La mujer, al darse cuenta de que la habían descubier-
to, se alarmó. Pero el marido propuso que todos volaran en la jaula.
Ella fue la primera en hacerlo, mientras el hombre y el fantasma canta-
ban desde la casa:
Nyato nyanyato
nyanyalobe mi kato
alfa mi kato.
La jaula siguió volando, con la mujer, hasta posarse de nuevo junto
a la casa. A continuación subió el marido, y la jaula emprendió el
vuelo mientras el fantasma y la mujer cantaban.
Le tocaba el tumo al fantasma. Pero el chico se adelantó y quiso
volar con su mujer; y volaron y volaron hasta llegar a la casa de los
padres del chico, donde se celebró de nuevo la ceremonia de la boda;
de manera que la jaula tardó mucho tiempo en regresar junto al fantas-
ma, que seguía cantando:
Nyato nyanyato
nyanyalobe mi kato
alfa mi kato.
La mujer tenía un perro que le adivinaba el futuro. Le consultó el
problema que tenía, y el perro le indicó lo que debía hacer. Siguieron
volando en la jaula: primero la mujer, luego el marido, y después
ambos. Al subir la pareja, la jaula emprendió otra vez un vuelo larguí-
sima, llevándoles nuevamente hasta la casa de los padres del chico,
donde la boda se repitió por segunda vez. Y duró tanto tiempo en esta
ocasión que el fantasma, agotado de tanto cantar, se desplomó y mu-
rió.
Después de esto, el hombre y la mujer pudieron continuar su vida
con toda tranquilidad.

151
103. LOS ESPÍRITUS DE LA NOCHE 1

Había en un pueblo un hombre y una mujer que no creían en los


espíritus. Prepararon una finca y se dieron cuenta de que alguien du-
plicaba por la noche todo lo que ellos hacían durante el día. Pensaban
obtener una buena cosecha; pero en el momento de recoger los frutos y
las legumbres también todo se duplicaba y sacaban mucho más de lo
que podían vender; de manera que estuvieron a punto de arruinarse.
Convinieron en vigilar la finca: la mujer lo haría de día y el marido
por la noche. Una amiga les dejó una lanza para tal menester, con una
condición: «Como mi marido quiere tanto a la lanza, tenéis que devol-
vérmela antes de las seis de la mañana». Prometieron que así lo harían
y fueron a empezar la vigilancia.
Durante el día no sucedió nada anormal. Por la noche el hombre se
metió en un agujero de ñame; y de pronto aparecieron multitud de
espíritus que empezaron a arrancar todo lo que había. El que parecía
ser el jefe se acercó donde el hombre se había escondido; y, cuando se
encontraba a punto de cogerle, el hombre salió del agujero y le clavó la
lanza. Todos los fantasmas fueron en su busca y se lo llevaron con
la lanza clavada en el corazón.
Cuando la amiga del matrimonio supo que no podían devolverle la
herramienta cogió a la mujer y dijo: «Si tu marido no me devuelve
la lanza antes de cinco horas te mataré». El pobre hombre empezó a
deambular por el bosque sin saber qué hacer. Vio una casita donde
vivía una vieja; le ayudó en lo que pudo y la anciana, agradecida, le
dijo: «Para encontrar lo que buscas debes seguir por este camino ha-
ciendo sólo el bien. En la primera casa que encuentres se halla la lanza
que quieres encontrar. Si los espíritus te persiguen coge un palo, dále
tres vueltas y estarás otra vez conmigo».
El hombre emprendió el camino. Al cabo de un rato encontró a dos
puerco espines que peleaban por una semilla; la partió y dio una mitad
a cada uno. Más tarde llegó a un pueblo y, efectivamente, en la prime-

I Este cuento nos fue narrado como un cuento tradicional annobonés por miembros
de la comunidad isleña de Malabo. Sin embargo la procedencia ndowe parece indu-
dable.

152
ra casa encontró el cuerpo del jefe de los espíritus con la lanza clavada.
Se la arrancó y al instante se congregó a su alrededor una multitud de
fantasmas que le dijeron: «Tú debes ser nuestro nuevo jefe. Toma la
lanza y ven con nosotros a cazar».
Se dirigieron al bosque. Vieron pasar a un antílope y él lo mató con
su lanza y dijo: «Así es como maté a vuestro jefe». Entonces los fantas-
mas se arremolinaron en tomo a él para capturarle; y el hombre cogió
un palo, le dio tres vueltas y se encontró de nuevo con la vieja. Ésta,
antes de despedirle, le dio una botella con un ungüento capaz de curar
todos los males.
Volvió al pueblo y, además de rescatar a su esposa, empezó a curar
a todos los que se encontraban mal. Hasta que un día el que enfermó
fue el marido de su amiga. Ésta imploró ayuda y él le prestó la botella
del ungüento mágico. El enfermo se recuperó inmediatamente pero, al
ir a devolver la botella, ésta se le cayó al suelo y se rompió en mil peda-
zos.
Nuestro protagonista estaba exasperado: <<¿Recuerdas que cuando
no podíamos devolverte la lanza querías matar a mi esposa? Pues voy a
hacer lo mismo: si antes del anochecer no has recuperado mi ungüento
mataré a la tuya».
El marido de la amiga deambuló por el bosque hasta que encontró
a la misma vieja que le dio las mismas instrucciones. Así es que em-
prendió el camino hacia el pueblo de los espíritus. Al acercarse a él
encontró a dos puerco espines que se peleaban por una semilla; los
mató con su lanza y se los llevó consigo para cenar.
Cuando llegó al pueblo de los fantasmas y entró en la primera casa,
entre todos le cercaron y le dijeron: «El último hombre que llegó has-
ta aquí había matado a nuestro jefe y logró escapar. Tú vas a pagar
por él».
y aquel hombre no regresó jamás a su casa.

153
104. PUDUMALASAK

Pudumalasak era un hombre famoso por su maldad. Por esta razón


ninguna mujer quería casarse con él. Sin embargo, tenía buena suerte a
la hora de buscar trabajo.
En una ocasión le encargaron que cuidara a siete niños: él prometió
hacerlo, pero los maltrató tanto que al llegar la noche le echaron. Bus-
có un nuevo trabajo y le encargaron que cuidara de unos cerdos: por la
tarde los mató a todos y también perdió su segundo trabajo. Luego
encontró a alguien que le propuso cuidar una finca de caña de azúcar:
al cabo de pocos días cortó todas las cañas y también tuvieron que
echarle.
Pudumalasak estaba tan desmoralizado, al darse cuenta de que per-
día todos sus trabajos, que prefirió morir. Llamó a la misma muerte y,
cuando ésta apareció, le dijo: «Quiero que me lleves contigo, pero
antes quisiera comer un poco. Te ruego que subas a este aguacatero y
me traigas unos cuantos aguacates para satisfacer mi hambre».
La muerte, sorprendida al encontrar a alguien que aceptaba su pre-
sencia con gusto, apoyó la guadaña en el tronco del árbol y subió a él.
Pudumalasak aprovechó la ocasión para cogerle la herramienta: <<Aho-
ra ya no podrás llevarte a nadie más». Y la muerte, enfadada al ver-
se ridiculizada por aquel malvado, le juró que jamás volvería a tratar
con él.
Pudumalasak, que quería realmente morir, estaba preocupado. Sin
saber qué hacer, se dirigió al infierno. Pero allí no quisieron saber nada
de él, puesto que su maldad superaba a la del mismo Satanás. A conti-
nuación probó suerte en el purgatorio, donde fue igualmente rechaza-
do: era lugar para personas que están entre el bien y el mal, y él no
cumplía los requisitos.
Por fin subió al cielo, donde San Pedro le cerró el paso: «Éste es
lugar para los buenos y tú eres la maldad personificada». Mas, al cerrar
la puerta, le pilló los dedos.
El alarido que soltó Pudumalasak tuvo la virtud de conmover al
santo portero, que volvió a abrir la celestial puerta para reparar el daño
que había provocado. Y Pudumalasak aprovechó la circunstancia para

154
entrar en la gloria y sentarse en la silla del santo. Éste fue a protestar a
Dios por la presencia de aquel malvado, y regresó con órdenes tajantes
de expulsarle del paraíso.
Pero Pudumalasak se aferró bien a la silla y San Pedro no pudo
hacer nada por levantarle de allí. Y así fue como nuestro amigo se
quedó para siempre en el eterno edén.

155
105. LA FAMILIA RICA

Había una familia rica llamada Ngay y un chico sin familia. Éste
prefería no trabajar; de manera que, cada vez que el padre de la familia
rica se iba a la pesca, se disfrazaba de gato y le cantaba a la mamá esta
canción:
Ngay Ngay no está en casa
Ngay Ngay no ha ido a la pesca
Ngay Ngay ha ido a coger agua del pozo
cuando Ngay regrese
la mamá dará algo de comer al chico sin familia.
El padre regresaba y, al oír las explicaciones de su mujer, creía que
todo era un milagro y le ordenaba que diera de comer al chico inme-
diatamente.
El hijo de la familia Ngay estaba preocupado por lo que ocurría.
Era muy amigo del chico sin familia y un día se lo contó todo. Su
amigo le dijo: «No te preocupes más por esto. Yo soy el que me disfra-
zo de gato, y así puedo conseguir comida sin tener que trabajar».
Los dos amigos se rieron mucho por lo que estaba sucediendo. Y el
pequefio Ngay no contó nada a sus padres, para que su compafiero
pudiera seguir viviendo sin dar golpe.

156
APÉNDICE
VERSIONES EN LENGUA AMBÚ

Para una correcta lectura de las versiones en lengua ambú que nos
ofrece Braulio Lorenzo Huesca Pueyo, debe tenerse en cuenta la ab-
soluta carencia de normalización de esta lengua, que quizá sea la que
menos se ha escrito y estudiado de las ecuatoguineanas.
Pertenece a un tipo de lenguas que suelen mantener en gran me·
dida su estructura original, claramente bantú, incorporando gran can-
tidad de léxico de la lengua glotófaga, en este caso el portugués. El
resultado es un pidgin cuya descripción presenta numerosos problemas
adicionales y cuya escritura actual ofrece vacilaciones muy acusadas:
• En lo que se refiere a la separación de palabras, a causa de los
numerosos radicales bantúes que se interpretan o no como uni-
dades diferenciadas.
• En lo que se refiere al uso de signos diacríticos, mal fijados y que
tanto pueden afectar a realizaciones de intensidad como de
tono.
A ello cabe afiadir una imperfecta fijación gráfica para determina-
dos fonemas.
Por todo lo cual hemos preferido dar a la luz una versión habitual
hoy entre los pocos annoboneses que escriben su lengua, sin intentar
un trabajo de descripción y de normativización que está lejos de nues-
tro alcance.

159
1. NA PIME POJODOL I

Pa naxiolo le ambó pa ja ta, n'gwe dós, wan pay jamay, mindji


ángwe na sé fa angwe ten jatalaf, andjia, se maxi na pe ba lalea se ya
oyió da oxi ke be sa n'dope pójódól ximael. se ba jonde pe wan bassu
lapa ku sa van tól, pebé jóxi ja le sen jadji dope nensay mindji mossay
tadji moso se jan'da lalea; ta ke jas'andaala, na ja de óyió tendéfa
engwe tenjatalaf.
Wan pamasedu, se maxi napay ba lalea seé le zugan xima n'dalalea,
valadji pa damóse ótendefa ye ten sajan'gwe, ta da tadji óxi may tan bi
lalea se tembe sandopé ku moson'dalalea nexi ke fe peay, se ya bójó pe
betu, tadaxí se le lime sa palee tudu pe fo da jonta jóli valadji pe ne fo
zunta.
Ta da déxi kene dojontul se ne zunta. Ambó bi ja ta jan egandji,
kusa palaja kumángwe, y lai y sa jua limendji sa palée tudu pehé
nguliney; tadaxi se nen fa pehé ne fe wan tadji, mindji pa jadji se saku
dóte van, pat'a zgandji ja sadjuni peney ta wan jodo bissan pene da kun
tuduba liba, peney ja kudji kumu vand'ala.
Zgandji bí sehé tendé fanda jani súa, se ba jóhó, se be jodo, se
pindju subili, non se fa ipy zagawse jomessa ja le jodo, sehe ney pota
jódo se pono bida san sé fa maté fal jassa fódexí sé ne bibe gaw sé ne
pali m 'na xiexi sa jóne osse tud, sin zugan fonta.
Ta bi da yai sé non jabey pehe.

I Los primeros hombres.

160
10. FOLI ZANJA BOBO MAJAKU I

Dantu mematu tela nagul saku wa sapa limaya, massu, ku baha-


bu... Tempu tempu iney bi ja ta wa ja ma soso, n'guixi bi jada odji sa
lian n'guixi ja fatali asaje de ku jata mata, za pa n'gutukumel.
Tótyiga se bi jakende kú jók, jantu jossay dja tudu y ja djuni
tadji.
Wan pamasedu kun'gutu lanta se atoja ógué djingwe tudu tyintyi
laba, tádaxi n'gutudu v'la ódatotyiga, tadaxi se fa jayref; sé apexi,
mindjí a janda jua passenguíxi re josay pa póma lidabél.
Anta ja re pa totyíga ba djuni, see ma wan faj'a, se pe wan'gatyidel
pa n'guixi tenje limpazaja peli ba bagal. Oxi djunimangu tudu, se ma-
jaku lanCa se jomessa ja lontógo péngwe. Ta ku óna déde se be ja ku
totyiga ja tyabilin se be pé ba limpa pé tótyíga, ixi kébe mosso se zanja
dé jomessa ja fe sánguipata pata.
Batoja ku fidase na tan sojaf, xike mólé motyi totyiga, tadaxí, taka
bel pamassedu xi sé a de ku ja mata se a me p'san se ngutud kumel,
fodexí se majaku foli zanja dé ja bóbo.

I El culo rojo del macaco.

161
11. JAFE TOTYIGA JA POW DANTU DALEA 1

Dantu dá saga, bi sakú totyiga dós, wan napay ku wa námay móx


miela bi sá panyia, sé dja de s'ke da góli be pow za se fa medu de:
medumúya lemú pen ba pow, se ten ba jóli se ba yójo budú sé sa
jamexi ké ten pow de tudu dantu yój budu. Sé mosso de tanfal non
tanke bíwa dantu teix djia pe ney bi wa namína díney non ke be osé xi
take ney se fó alá sé zugan limaya bé sé kumontudu.
Tá da teix djia se ney bá dá jaméxi ké pow sé na be nyi joja dowf.
Tádaxi sé medu dél falí: pintyidu mihé mú. Ya pa ba tanifa mú zu-
gandjia pen ta bi ku bó pa tan bi jua how pake mie bi ju bo sé no na be
jóxi no bi juaf. Se ten fál tá pa sa bó sekun hox nensay, ye na saku
zuganjaf tá pa zugandjia ban tan bí jomaxif.
Tádaxi se djia passa se tangongo pow, se n'ta fa dme de zugánjaf se
ba lalea, se ba dántu dalea se pow de túdu. Tá tan ba da dantu teix djia
se bé se badá bójó dómal se supia se na m'na tótyiga tu jólé bi total.
Non tu se fá líbadalea tótyiga na ja fóndaf se ku na m'na de sa
janda mole, mole xí sé bi patu nénxi sa ván java sé bi sé jomessa ja
daney ku bójÓ. Se ney pota engwe labu, se ba angwe se pota wan ope,
xii se ney. Lanta dantu dáwa, se maney ba da jamexi pejadjidel sa, ta
ke ba jóhóyo ba be ney se fáli: angwe faté labu, angwe fa té wan pena,
mindji anto se mú kéle fa bo na sé biska kun how tuduf, fódexi sé
tótyiga ja pow dantu dale, dajantu paná tanku mé how tud, pake y
ja pe sé a ja kume how tudu.
Ja pa sa já y ba pe how dantu daleaf m'kelefa tótyiga nasje te dantu
munduf, ta daxí pa namsedji be sé joxi ke ja pow dantu dalea.
Ta ku bi yai se non ja ba pe.

I ¿Por qué la tortuga de mar pone sus huevos en la arena?

162
12. BIBÍ PATU XI NA JA LEGA PA TELIF I

Bibí sa wan patu d'ambó ku tassa losso losso, y na ja lega pa zugan


bubu ka tyal déf, ilai y na jata meme d'ogof, y ja da petú ku bóbó,
fomózó. Wan djia wan pay, be patu ndola ndola say sée bingongo tel
pa bijo tadji, sé bibí faH: bo ten ja ngongo temu, ma wan budu pa bo
tyamu pa se sa jóxi re za pa bo temu. Tá pe say jendé xí sé bójó de
m'djila betu; sébe bé gá fa ta pe jóxi bibí Cal.
Tadaxí se jua budu gay, se tyá bibí say, waya ta ké tyali sé dé ado,
pa ké nontuse fá bibí sangwé da ado, da ógue levxí sa tÓI. Sé budu
pesay, vent'a se bada jonta jan galafan tómbó djingwé sé kabela y se na
sa セェ feha feha xif.
Ta xió tómbó sé be se n'da tope, ku sula pa toje pé ne feguela; y se
na sa pufiaf y ne pufa wan bojo tempu gávxi, batoja ku pów pe bójo
dantu pada padji tosay. Panamsedji bé n'gutudu lipeveyu paké y fe
jonexi ngwé danadu já re.
Fo dexí sé n'gutudu sé fa bibí na sa patu d'ógóf, y sa wan patu
plepal se zugan n'gwe ntan ja da pizgú télif, se ye se non jaba pé.

I El pájaro Bibí.

163
14. GALU N'GANYIA NU PAATA'

Wan tela se solla folo, se sajan galu nganyia ku wamp paata, se


wangwe messe wangwe see ney jaza. M'dji jazá say ke ney jazaai; na
seesta jazamentu ja tete xifa pake a jafa: pójó ku pójó; paata ku paata.
Ku tempu jólidu see da xióló pa galu n'ganyia ó tende fa may jadji
deli, mama paata na sa ja fólf taba bi jadji dji bOjó tadjai y ja toja ja-
dji sunzu, see na ja be kum fa midji mama paata jassa libajama v'la
tyipabanku kulazan bójó fa is ja danx. Se pay n'ganyia ja te kumu see
ja jadji ku ja tudu, da wan pamassedu see pay fa isaja matu ba tyalba,
see tee xima fanja isse beza, see tan da voto see jonde pe bassu jama.
Na da wan vedjifá se be see lanta see pentya ó gue gavu se bajadji
kumu, see kumpa kum taba se tuka bitidu, see ma zete d'ógue nexi
gagau maxi se d'ógue, na dan vedjifa se bi see wan pay paata se lanta
jadji se ba liba jadela se tussan, sezwaia na mosso se may va fo saan se
tya kumpe meza seeney kumu se mey bebe. Se liguilía ten vada saan
ku bugu ku baga ku jatúd; se óxi da gwalise a lanta jotyiá, se a fanté
fanté nenxi sa palee tudu. Se ta ta be fad'ola saja pono ja be banda
tadjia se xióló pa paata ma kuzu se tanda tax bajadjidel. Todo joneixi
fé ai galu n'ganyia sa bassu jama see be tudu; ta o'la da, see se fo tabaya
se fali pe maja bobiza. üdje dantyi den pajada maxiku odjiatudu. Se
galu nganyia passa bassan ba tussan se jonte todo joneixi passa tudu; se
take falijaba ku paxanxi saja meteli see dee ku bójó see nguleli. Waia
fodexi se na nganyia nta ja fo be jama paata ja passaf.
Pake vila namigu d'alma diney. Se iay se sollajaba pe.

I El gallo y la cucaracha.

164
16. BALEA KV TVBLAN I

Wandjia balea bisaja danda dantu domali se da jonta ku tublan,


namsedji se fa tublan gagaodji gavu, see tyini ba pongota balea:
-Waya balaya ja re bo gantyi xí?
-Se fali m'gantyi sí pa ke amse amdjipímelu, bo na ta bo bi fajon-
xif.
Se tublan fa tí:
-Amu m'saku vitandji pen kubo.
-Pobo saje kumu, bo sa je bé joxi m'saje febó: ta pen tyinka
bavan, pobo faiay paban pén de óyóf.
Ambo taja balea ó ka ja tende fu s'pa dél, ba té tu ja see ku zaguea-
ku jadé pa ba dal, sé tublán na re joxi balea falf, ta nangwé da balea se
sé n'gutu patyi, patyi pé liba domal, ta ku tublan ba be jóhóyó sángui
balea, sé be wan mói tublán se neo
Basan batusan se ney fé wan taba fessa, da óxi ka pasabasan batu-
san se akun balea, tadaxí se ye se soya jabá pé.

I La ballena y el tiburón.

165
20. SOYA OSONTYI I

Antela sé sajá may ku medu dél; aximé osontyi dos, wan mai já pai
jazadu dantu gueza pádjil.
Medu del apé danda ta ke ja sá danda ku menjadji del ja. Sa fa jol
sé ja falé ku pajada, ta da djia sé fa pejadjidel: pejadji muya, non
sájazadu, na lamajá po bó ja femuxif.
-Se pe jadjidel fal námay a m'dji pa já tajadji panapay se ja
danda.
- Mengó pa ja ben ku bó sa ja fafaf, pake zugan jábo na sa ja bo
jonf, ta ja da golí, panángwe bo ja sa límu, axí m'sé v'la jáli da bó.
-Pake jáfe? Amu mihebó.
- Tá pa námay jasajadji, na pe néy ja sa metedohí ximafa n'gwe sa
walf. Amu tenté mosso lóluya ku ja sa ten labu ken jassa jole.
Mengongo pe ney sa jamada munf.
Medumuyá femfáta bó.
Bí po bó bí be.
Se ney se ba meté doluya, ixi ke ne se mosso, se an namonexi pai
janda ja toja, sam pai, waya, bantánjónsenfá?
Sé mosso de fal kundjí sún, anto bansa kundjif m'gongo po bo
kundji.
Sé mosso fali banta lombá deixi nombi sa dantu jamá vende aU-
denx, ku bó den an jajá dásu janyi ké ma ba jadji ba kudji da namna
muyái.
Sé men jadji de fal axan ja mé sé sa n'guixi bo fá ponó bl po bo bi
m ·samu. osexí n gwé peza joU tadaxisé y jo mesa ja pete pe mosso, sé
ney fala peza, y se na sa piáoa tyadutaf.
Tadaxi se xió mosso jomesa já ta kidele, valadji ángwe ja fo bi
relazandel, da jáxigadusé xigalay. Wan pay ku biska pasa jabay sé sa
n'guixi yabay ku mótóma dal ku da jáwa.
Dantu pezáse y na fo tyanefá pake y pasedji si y ja mótóma dantul,
na mósso tudu sa jé legue pe se sa se sá sin mosso.
Ta ke ney ba da jadji sé mossodé pongotal pe dé lazan amea pasa-
mentu joxi re metedoluyay se ma jadel se jolé fo jadji fo deixi.

I Una historia de lagartos.

166
23. JOSOLO KV TOTYIGA I

losol ku totyiga, yney tudu jata lem: yney sa wán jamada gódó, ijól
se ja danda. Familia diney já pasafey dá faku, zugángwe tan ja sá molé
da fakú xi ke ney sa ja'ma. Se ne maznafa tá pe ney re matu, waxí yney
jafó sa ku já pa lanja demtyi max, se ney re matú nyi na ja da gól joney
pe né fo kunf.
Wan pamasedu ke ne tan sa ja matu ba tyalba, se ne fa pene pasa
benda patyi dógó. Tá ka ba dalá lomé jamagantyi se ney da jonta ja
alka, ta ke ney blaalkase se ne da jonta ján josan djielu, wan sapa djie
bóbó. Se ne ma alkasé se ney tya fo jamagay se ne jondé pe wan jamá
ke ne mo sésebe tadaxi pamasetudu se ney ja la bá ja pe ne ja má
kumpa dixamentu diney.
Pów kinté kinté tudu sa kú óyó liba diney da oxi ja kan sa be ezaf:
falia dine ja kún jóxi ke ne ngóngojól, na m'na na tan ja n'da jopé
dodjif, zugangwe na se jamexi ke né ja tya djie fofo
Non tu jonsé totyiga amexi ke sá dadalandel ku fengwe danaduxi sa
jól, se ngo pa jatú sa jade!.
Ta ba da wan nótyi se lantá, se v'la mematu jamexi ke ne gada alka
pe. Se tuka alkasay ku wan patadu se ma ixki se fo gada pe anjamá pa-
tádu.
Ta ba dá pamasedu se ku jamadade tótyiga majá se ney tan v'lá
mematu, ta ke ney badala se ney na befa, se ney dá pún metesula se ne
majá se neytan v'la jadji. Kaba jójósóta pe.
1ósóló na jonfa totyigaf, sé fi djihe xi fuga jó sebé sé fo kumpa wan
tyinú ku wan bobolonda a ximé an tombóló. Ta dá nótyi, sé bixi
bobolonda, se ma tyinú se ba olá jadji tótyiga, se jomesa já da ja janta:
Bóxi be ma ba pe jóssé sa ja óma'ma. dadalán.
landa mole mole, ja fa jósay. Se ta totyiga tende josay sé ógué de
jomesa ja dá tatata, ta ke sa sa tende fá tomboku tyinú se pe fa ja
pamet se ská fala, mendú xi ke sa ja mendu se pe fa naxiolo desé bisán
pa bi dé jatigu, ku ja re sé ke feay ta'ku jósó jansá ke majá ke da táxi, se
lanta se ma alka se ma ba pe jamexi ke tojá ta pasedu tan bla seney tan

1 El perro y la tortuga.

167
ba dá jamexi ke ne gada alka pe se tótyiga ta labe se badantu dalba se
tya bí. Da óxi ké nágada pe londjie.
Se tósó fa pa patyí da óxi ke jonsé tótyiga fo iyandopé ba tojá ja bé
jása. Pa n'gutu gadá oydiney.
Fo dexi se ne na tante zugan pufia maxif na jonja zuganguefnyí ba
loja samba bó.

168
24. TOTYIGA KV BALEA I

Pixí néxi naxiolo m'dji tudu tempu tempu yné tudu bijata zuntadu,
fa liguilia wan djividji sin zugan guela. Ta ba da djia se tótyiga sé gagá
minselem'tay ba opé balea se fal: Wa, balea. ¿já majé táfakuja da bo
bo ja sá kun mámanexi kityi kityi?
Déxi já bi ja me te ba lá paxan, sé tótyiga ntan lanteja djividjil: M'te
wátaba bOj6 ku wan tyipa lagu, ken ja fo kun joxi ken n'gó: a má
pamasedu bo sé msa je kúmu ku na m 'na bóku mosso bó tudu.
Sé totyiga mendu se majá ku namna dé tudu sé né poáta dantu
yójó budu fodexi, se ne fo saya.

1 La tortuga y la ballena.

169
25. PAXIALE, TOTYIGA KV JÓSSÓLÓ I

Paxiale, totyiga ku jóssóló bi jata ajabala, wa ya ine sajama wa


mavida, daóxi tela na te kumif, dantu mavida ngutu na se sajamaf,
asse fa tela ngadji. Tadaxi see paxiale sa ku gau, y pa joneinxi sa ja gau
tu poguedel, ayla y ja bibe gau, joneix sa tela ku dantu meme tudu y
mate ja del. Joneinxi tótyiga jate se dajonta ku anjajamagandji ku ja da
jonta ku segan de le, see sajale jamangandji say see bad'ala se paan
palidópa neinxi ke padjitudu, seixa pil de see bidajadji.
Fodexi se janda ja te jossay, jonese ke jamatu paxiale pa futaay, ja
sovezal, ke tajaba jamadel pa jossólo ke ja ngongo jasa me bitadji del
bikumu. Ta jóssól be joxi sajate se fale, jamada den lazan joxi bosaja re
tudjia no tusaja mamavida se osexi bola jomesa jata gau beza see fali:
m'saje mabobay pobo ba be joxi n'gare, mindji no ten jasabe pa wan
pali dópa ten ponodabo wan lomba pintyidu pa baan ta kidele pake
sodadji paxiale sa je bi ma bo ba a'la bóbó.
Notyi xime see ne v'la mematu, take ne bi oja dinei tudu bixa gola
gola palidópa ta ke ne bi da jadji y se nasa liguiliaf a maxii oxi n'gutu
sa matu jatabaya, seefa jamadadeli pee ne tambai, se ne badala taka
sajabay se wan pono jójónayo nense pono da totyiga see sumpe se fa
jamada de jossolo pasé sajoxi pe tenfé oxi ten jadalai.
Dexi te teixi djia se nen tambai, ta kasajabai se wan ponodu pono
da jóssóló se ta wan fa kidele, se na jontyisma pétépenei, namse se fa y
ja jóle lizugay, se jóle se óma na kelif, ta daxi tótyiga jonde pé basu fa
dópa. Ta tadjima se pindji jamada del pedan ta nótyi ta kubili se ne
n'tanfa pé ne tambai, ta ké ne tan bada ala se jóssó tan te jóxi ke
fe deixki odjay totyiga se óma ke, se ame bada paxiale. Se paxiale fa
pa de kuja mata pa wandjia pe n'tare, se tótyiga falí: Djiádjingujabi m'sa-
je tee lóntógo mindji mausa je yaf, se paxiale falí: bo ten jafé jossai
m'saje le gabo.
Tada djádjingu a ten bél ope domal sé a me ba lalea, see póu kinté
kintélu ten ludjal pe metadji, see jafa japa navin dé léa, ta ka ja pa se
jaya xii, ta ka tan bi pa se a toje ógo jababeza, tadaxí se paxi alé legali
se ten bajadji del, ta ku bi da yai se soya jaba pé.

I El rey, la tortuga y el perro.

170
26. PAXIALE MABANA I

Mabana sá jan ale ke fa pa zugangwé ku na pay na tapiba meban


maxif, na mehé mosso se ja fo bay. Palea sa ku wan tótyiga ku mosso-
del; waya mossodel majá sé ba Mabana, sé sa Palea sé fúmu mossodel
maté sé ngongobay, se na sé jóxi pefef, se manda na m'nadel pa ba
matupadjil, ba kuta fakulú ma bi mal funda dé badá mossodel. Sehe
na m'na del tenrejoxi ke manda se nembi sé a máli funda sé ne maba-
sanantony bajuengue da má funda ba'da mendiney, sé zugangwé ke ne
ja fa jólí na ja ngongofá pake fundá pizamunt, xii batoja óxi bi na may
dós keney má pake y ney sa minga mosso tótyiga.
Se né jabé, jabé ba dá ope pangola dájobo, se engue fa éngue pa
p'san ba sotá funda paké funda pizamun ta ke ne ngo p'san sé ne
tendé: Ih tudja tela sé jasaxi a dabó anja tadéngue se bo jábla, se bisá
totyiga sé faxí se ney pe fa líma. Se ney mendú sé ne na tan blaf. Se ne
ja re jósse jangóbla sé ne ja tendé joxi mé xii sé ne bada Mébana, ta ké
ne badalá se ne toja mosso totyiga bamatu, sé táke bí se adé fundadel,
wayá sé seséfá tótyigá se sa dantu, fudida, take tyamá fu kuz sé sotal. Se
ne ten sa tadji, se paxiale jósse llega oladel, sé manda sodadji ba tel, sé
paxiale falí: axí bó ná tende ódji munfbo sajéjatabayay, sin zugando-
la.
Ta ke sa ja tabaya ta da wandjia segadá ngutú ba djuni se ba jada
páxialé se re wan é lontógópe ta'da pamasedú sé a pongota n'gutudu sé
zugangwe fá inasebef sé a fala pimé fudulugu se a dá kuja mata jafé
josay kadadjia aja mata angwe, tadadjia se wángwe helí se pamasedu se
vendél se a mé ba lalea paten badalikuja'matá se fa pá nángwe lóngó
lóngó ba henda djiliba pa nángwe kútu kútu ba henda básu, taku na
m'nensse natan sa japalf se jólé sataney se badá dantu dawa se v'la
obitax sé faney amú tótyiga veaku, eIelé elehe.

I La tortuga y el rey.

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32. TOTYIGA, BALEA KV ELEFANTE I

Baléa ku elefante y ney tudu bisjata jamá patadu waya y ney bisa-
jan yapemetadji dajantu y ne re tába ngwe nguengatyi.
Tadaxi pá tótyiga ku tenjata bensala xii jasamaney sehe ja sa pufiá
joney, fa y fó téney pi séa tá ke ja sa fáne jossay y jasáli. Tá dadjia
batoja déxi kehe tyia djia pe joney ba be. Waya nonta saja jope taix,
óxi ke fanei jóssay tótyiga na se fa y ten fa elefante joximéf.
Ta da dexi se fá balea bo ja gaden budjéguel po bó gaden van
budjíguel jamangandji; se tá da juáthfela déxi da djá séhe nen bay, se
ne badála sé tótyiga bé sé ma jodo pe balea tójóso labu se be se ten
mawán pe elefante, se jó lé tyinka ba ván budjíguél se faney tudu óxi
bojabé jódo teza bo ja jomessa ja te, se ney tudu jozogópe.
Tá da goly se jonta ba tosá teix se jódo tezá se ne jomessa ja tanja,
ta kene ja sa tanja se jasa van budu ja baya ku janta, balea jasabéli
elefante jasabél mindji angwe na jasabenguéf. Xii batoja oxi tódo ja-
benta jalma ja reney tudu patá patá, se balea bi sé faH jamada muya
den omá bó, setensajóxi elefante ten fali; se fali: jamada tótyiga m'be
bó óxi non já tanja bosala ja baya pobó be fó djá sa dja dodjay n'gwe
jada bó óndolo, se tensajóxi n'guixki ten fál.
Fó déx sé nen jada tótyiga óndolo bi toja dja sa dja dódjay.

I La tortuga, la ballena y el elefante.

172
40. MAGUTÍN KU MENVEYU I

Wan tela se soya folo, sehe jóxi mosso sa telasay sa tomenta nam'na,
fa janta bityil ku fá lubela. Telasay, saku wan na mosso ka ja samé
Magutín ka pel pan flor, jadjidíney saku wan hógo ku sá kú fá dópa, y
se nasa ja fómózó xif, bityí nenxi sa mématutudu ala se ney ja fefadji
pe; axi me kalopeta, ólé jadjidel sajam may ó buma buma, zugángwe
na ja fó ya bí óla jadjidefa da fumbáxi ja sa fénda, ja sangó dangwe
luzá. Ija sa bojopoto jadjidel ja tusan jágada Magutín pa passa pe man-
dé bá plawa dál.
Ba toja dexi ke fáli pe limpé oió pe délazan kuz. Sé Magutín na tén
pe namdjiskwanfá sé ten jomessa ja limpé 010, mindjí y ja sá ngulí fóxi
pe ná luza se fal: só se beza, na m'na tudu jasare gáda, m'plawa dabó
béza. Ké já m'tanjafóre wa na m'na mIela xíma fan amu.
Bi lomu oió pen dabo lazan kuz, tudjá tudjia. Wan djia se jansá
sebe nguli fóxi se jomessa já loló. Ta ke ja sa loló se ja sa v'la emadobó-
yó pel bójÓ. Se fal pe tussan pe dé lazan kuz. Tá ke tussan se de wan
nel. Neli say jonéxi bó ja pindjetudu y ja dabó; sehe saku nél say, se
kesefa y saku jossé ómá.
Páxiale la jata modoya, modoya paké mibe del sajá dandji, se da fá
bavan pa n'guixi ja saja limedji pa bifé pake y la dá m'ndjan néxi sa tó
tudu se mihe na ja lizuf, póu nexi, se anké limedji tu bay, na ja kulaf,
zugangwe ja útu pátyi tenjé re zugan jaf. Tá da andjia se nó me dele,
pilinxipe fa pedel: 1 ten saja danda pe ten ba jua anke limedji, se sa
jabay, se dajonta nu Magutín ólajadji ja tussan, se levalí se mosso
tenleval, ilay Magutín bisa ólé jadji ja jozé, séhé ya bá ope deli je jonte
passamentu deli, ta ke saja beza se jassa Magutín dá nél, se tan samé
jope bi taxí se badajamexi ke gada nél pe se má se jolí badajadji se
kudji zugan fa'dópá se dé bebé, se fega'nel deli se mle dele lanta se bojo
lí ma jadji, ta ku regada xi regada paxiale se manda massede jaza ku
Magutín, se ne pali wan sápa mina nenxi méndiney na palifa se ne ta
gau.
Sé sa joxi re ambo si wa namé jaza angwe, a jafali pe taza ku wan
nome táfal pena pendé tóssef.

I Magutin y la vieja.

173
45. MENDOFIA VALlA KV MA KATALINA 1

Me mense sa wan menveyu ka jasan valía, waya isa fityisélu pake


da sapa d'ofia sajól: masédel, isajan n'ome, mindji nam rexi sa ku
mendel, se maznafa ta pe sé fo telasay pe ba Sanantonyi Palea. Ja mese
ke bayai ta, pe bibe da tabaxi ne sa je járe, y sa wan namasé jolojolo, y
jonssé wan namosso fumosso ka ja same Katalina, se jó ten sa; ta da
djia sé jaza jól, séhe nen pali wan josan mina. Axime y ney ten sa ja
tende ku jada ne jóxi kene n'gojól, mie del na sa legaduf ku amease ke
ney sajatamay y n'gongo se jóxi reza ome de dentyimaxi. Se pongota
medudel sé na jade lazane. Batoja dexi ke békede lazan tadu mendel;
sé pegua de pa zugandja pehé na mana m'na bawal.
Wandjia sé gada ome de ba Agandji se ma namna sé ma vada Palea
ta ke badajadji sogadel sehe toje bamatu, se m'djagadexí sé fo matu bi,
ta ke bi se kenta se jomessa, jata nam 'nabai, ta ku pay bada jadji se na
bénef setala sé fa wan ja la xiganey, se jole v'la Sanantonyi, séhe jólé xii
se bada lubela seja tende fa sua menjadjidel seja samé sé ja kundji ku
sua bOjó, pake osexi el sea saje taba awa kendji.
Jonense tudu re paké non sera náme na ja tendénguéf tadaxi oxi
kebadala y toja iney tudu mobeza.
Non jaba peyai.

I La esposa desobediente.

174
46. SOYA AFIYU KITYI I

Wan telasé sóya fól Agandji ja tá ku wan menveyu ku m'nadjimi-


nadél ajasamali Afiyu Kityi nada jonta na minéski mojatu dantyifá
kaja sa Afiyu Kityi, waya tela say saján sigantyi ku sa Palea ja ku
méngue anta ja fo bá plá sagaf danyantu jandumátu.
Wan djiá sé Afiyu Kityi ba lalea bá plawa saga, ta ke plawa kengó
tya wan ope se ba jóboyó liba se da jonta ku jandumé liba jagadal, non
tu se fa Afiyu Kityi sa wan namasé jolojól, mindji joxi ja fontali sa
deke y kityi gau.
Jandumatu na ja sa bel gau, se jomessa já janta dal:
Afiyu Kityi ya, Afiyu Kityi
bi pen kumbó.
Se Afiyu Kityu fa jandumatú:
lih, memu fa pe mbi plawa dé seboke
fape mbibo kuhmu, maa menke bif.
Ta ke bada jadji, se da lazan pasamentu jonexi fel tudu. Sé memen-
de pegua dé pe pintyidu pa zugandjia pe natan ba lalea. Se na tenjóxi
memendé falif, sébe ma na tató del se v'la jaméxi, jandumatu sa, se
bada dentyi de se jandumatu falé se ngulel se me v'la yójó pe ba jansa,
se Afiyu Kityi tya jató de se jomessa ja poté lásu tyipa, xii se janduma-
tu safé ta kidele, batoja óxi jandumatu ba rete sa'n, waya óxi kena sa
mOfa y saja mindji pa bi re la zandél.
Tá ku. Jandumatu ba baté sa'n se bagué tyipa se sefó dantu tyipa se
jólé ba jadji ba samá n'gutu pa bi wá.
Ta ku bida yai sé non jaba bé.

I La historia de Afiyu-Kityi.

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48. NA NAMEE DOS 1

Wa pal, saku mosso dós. Se ne tudu saku wan mina napal ké neké-
ké kaxija sen nguixi sa mine enguef wandja se me engue móle, se
moski ma namasala, ta dadjia se inaja jonsé mina der. Se wan mendofa
jata ala falipe ma ótoze petu peepee skada ta ina ske bi nguixi keja de
ke na sa nefsesa mina del.
Ta daxi fodexi se jomesa jafe laza m'na de gau máxi ku nguxki,
tabada maxhi ótende se fa na mem de isaje se fo te lasay peba jua
antabaya pétábaya. Pe fo bibe.
Anta pe bay se fa mase pédél: Boja be faja say déxi boja be fa jase
fojo boja se fa jaxigamu, boja be detadu boja be msagavu. Se fal josse
sé datax.
Ta ke bé se bada wan lubela se be wan peveyu kufalí peba tela sala
da óxi sganx ma mna mie délé peba kumi, tadaxi se paxiale fa nguixii
ja mata sganxi, saje jaza ku mna miedeI.
Se poe sé mata sganxi se pote olea ku lunga dél ta ku sa notyiza se
moyila se djuni, se angue se pota wandasu sganxi se ma mina délé
se bada jadji. Se ale fapa ba jaza, se na ngof.
Ta ka ngo ba jaza se sa óxi nama se bada la ta ke ba joxió ba del se
fa pe de nguixi mata sganxile leal, se msa lunga ku kusan, ta daxi se a
jolé maxki fotela se jaza kumina mie délé se ne pali mina nexi sa tela
tudu.

1 La princesa y el monstruo.

176
52. E ETE O BWUAISO 1

Ajo je: Ja jeri boye na, e le jaa jo oabwua, eler'obalai a bo po o


bojuelo bosuba. A: o okala wuaiso, pmabo e ete o uete; ue bue takieso
Oberi e le aje jo bua, bue bae abo kokere erou: boye le takia tyobo.
Je le jete bilo, otanne e bejuelo. Ajesi jo naia sapari seseseseeee, na
sa: na o la le na, kokia kope e ete: nnai laba bokia o la penne; a: ee;
Esapari sa: e etemm kelo: elo eeba nna naa ora naba. Ba jesi jo jela
ribala. Elo eeba, o bola bobe, okia a jele'joba buela jo ekera naba.
Elo, inaba i etty e etata. Kalo e a bampesilole'joba buela jo ekera
naba. A pityo otubala ejole buetya e bijoba buela. O buetya a pem
ariola na e aruri, e ewira noko, e bisila biae o boto bi bileso oboso buae.
E ariola okie erio etem a pila. O bobe, e le ke na e ti ela, a mjapaora
kuba pila. E ariol e papero ora; alo e le arala, kalo e le asosale katto e
jatyiamme. E a jiwuana ubeso. O tyi oa tyomm bubae sariola na si ta
balao? Na o ta lari jaba na mpa ora naba jnke jnke, oa osa o le soie esoi
ela, o la pala jo batya bio. O bola bobe are ariola jaba ejoba buela na je
ebuerabuera, a boia boiso e apara: e mme, o bala bupa, jelo oboiso bio,
kori ka nkori naba na ke o poaeri. Alo a setyiala o toola, ajubia.
E bwuaiso wua batyo, e le oe esupa so tokom o tokea a tue, aasia ke
supa se naba e a la belae. E le nao bibwuela na e sinaba si a beri, opio o
boiso buela, a tokei e a jesi obwua. Jomma jomma ikio bola bobe e bo
soie esoi.
O bola bobe na e a la jubiero otyobo ai, él jiwuana o bwue buai bo
la jela bokopi. A batyo amma buileeri, kori ja tyi btyo na aa pao
tapanna btyo buete na osa e nokonoko. Elo, a utubam bosesepe buela
na a ba bajetyaero e biole bio: obuee lo bokopi, kori a o bokopi bo a
bualeela riua.
E le ke na a abulei, a jero'tyobo; itya na o wuaiso ai la obetela la
buee. Buae o bola bwuari e le ke na a ta poam naba, a bo jeri jo tabala
lo ¡ka labe labe. O bola bobe a naio otoola ba o alo ai tyi a pula tya
bwutyi bua sinori. Tyomma atyi a toori la botyo.
Siatta kolo kolo ba, kolo.

I La ley de la muier.

177
57. O BOSESEPEARI LO BOJMATE I

Ajo je: Ja sei ebelo abola bari ba jesi jo ekera borao: ika, e bijmate...
Je omma, e ila rai ke Nkatyuo. Ebelo e eba ales'o buityai.
Je elo na ba atyi eria oreka, bem boj mate. Kalo bo seia buebue,
kalo bo a jmila. Ebelo atyi, obote bio sei ipalo palo na botyo pao oba
¡ele ¡ele. Abola bari amma bobi o bote, be a beresio bijma.
Etyio e le pele, be amma ba basotyio, tya e Nkatyuo lo buityai.
Sibelo, e Nkatyuo ba sotyio, buae e le ba sotyeso, ajeri opa'ipelo pelo o
bote bio, kosa na o buityai e ba pito sotyio. Obola bua byto e a beesi
esari.
Ja jetyi bilo. E etata jeteri ariola na e lele poja e jesi jo sosuela
abatyo be'ria ajo bio. E ariola e ar'bola o tyobo aé, e a bo bopesi. Ebelo
e le pele e ribuei ra e, e ariola eler'obola, e a bo bora: tue tyim nkwuao,
o a jaalo o loka eka e le erupu, ja a jetala bilo, e a bikireso; na bueeki
jnna, e lo ale'tye a pemme o bonatuoo e Nkatyuo.
E ariola je si jo bwua. E sola sari sekie'bejuelo jnna bie ariola. Si
per'eria buela a pemme o bonatuo ai, na na a aopio balo. E sola sari
si tyiann'etye o botuta bue mpa jo ja. Ebelo a pelala jo mpo o botuta, a
bola be Nkatyuo ba a bo bujerala pua, na ataba: lue lujerann e keu
pua.
A bola be a buaro'tyobo abo. E Nkatyuo na a te anna ko buetai
buae a bopei loko na o ammo je tomm tua koe. E sola sari si bo
potobieria. E Nkatyuo o bo pei elako o karibi ko e jnku buela ito yai. A
asale'lako ai a la bela siberi lo boata bo boj mate. Elo, e Nkatyuo a boi;
e le balebolo na ko'bueta ai, aboba jatyibiammo, a wuaro'tyobo.
Tue tyin ajo, be a pemm lele.

I La chica y el manzano.

178
64. ERIBOLA E JNTYATYA 1

Ajo je: Ja sei boye la wuaiso na ba oki bola be apa, bobele la wueta.
Je elo, ba batekori jo ekera e jntyatya e eribola.
A bola ba batyinno, ale ba are'tele ai. O bola wuari wue e paro la
otya, a boie'jntyatya, a buero'bese. O bola bobe e le ke eriua ro wuetai,
a bori, a botyileri jaba ja toko toko. E a jes'obese le jntyatya. E le pele a
baye bai a: nta pao anna etye o buentarnrn ee. Kori a le ba a jetye te-
le ai.
Je le jete biea, ja sei abeba na ba nteerie'paru biabo ajo bio o bola
wuari a tyileri jo ja; kalo be oi la se siberi:
wuana, buele itele.
wuana. bue le itele.
na o l'iteri, o la jela...
o bobelem a lo 'ri
boola bue jntyatya,
e ila rae ko wuaka.
e ila rae ko wuaka.

Abeba ba jer'o bese, ba sei o boatta. Eria ernrna e jesa ajo; oberi bo
bola wuari e le nao opele'tye o bola entrioe, e siberi atyi sa:
e mme. e mme. wue le itele,
e mme. e mme. wue le itele.
na o l'iteri. o la jela...
o bobelem a lo 'ri
boola bue jntyatya.
e ¡la rae ko wuaka.
e ila rae ko wuaka.

O boye bue bae e le pele'rua, atyi e siberi sa:


e nta, e nta. wue le itele
e nta, e nta, wue le itele

I La flor maravillosa.

179
na o /'iteri o la jela...
o bobelem a lo 'ri
boola bue jntyatya
e ila rae ko wuaka
e ila rae ko wuaka.

A batyo amma be ann ee e ajetyi e. E nta a boi e sioba sai e oro o


bobele obe obe o oro o bwuetai.
Ee rijue, re atyianna ri toki tolae.
Siatta kolo kolo ba, kolo.

180
65. O LOBAM LUA BOBELE 1

Ajo je: la sei eria buela rijue na re bola be apa. Be le etye, o boya'
babo a ba takuero ojela joola bilo e Ornbori (Luba).
Be le palé ba ba kapi o boolo ornrna ba ari bo, be a pueso o. E tyala
ba rnrnotyi. le ornrna a: to a pao boa bilo bie iba etuka buela, to a
binoaa, to a raala, e tyala ekopiesa nno. O bule a la tapa osa. Ba papa
eri o baa bola laba Ha na o lobarn lo jetyia bisu la bisu, bi lo la bi lo,
biki la biki. A ja suba, ba wuey e tyala.
A bayola bao ba okie e biruta, ba batyileri, be aparana: na e laba e
la bao batyo apa bata, be sa Ha rile; kori na tyi a lo, ba tyi ana setya. Be
ba ane'tye a o bola ape ba be e; buae tue to tyi a larnrn.
Siatta kolo kolo ba, kolo.

I Una discusión entre hermanos.

181
66. OBOLA NO LOTYORITYORI LE NOKONOKO 1

Ajo je: Ja sei rijue la bola be batta. Be amma ba sese ebilako bio epa
iberi bia bijem, tya o bosuba oboola bo lotyorityori lo looto luai; ba bo
pobesi. Ebelo o ojua e le pele ba jiwuana e bijem bi lubo e nokonoko,
ba te bijuaba. O bye abo e a para bokia ba lotae.
Obola bolo aboiye etata, a jesi jo lota; buae e le ele e noknoko a lo e
la otte, a buero o tyobo, esari. O botyio bo jekibo jnna, o bola bule bue
jero o lota e nokonoko. Bue bae asarl. O bosuba etye o boyai na a ajora
ore enokonoko. O boyai a: a banatwuoo ba ta pityo ole kole, ue ka
paao penne? E sikole so lotyorityori, si sore etata, si e jeso o lota e
nokonoko. E le poe, si bauteio o bosike bua bio. E kole ba jeri jo ikiro
toutou; buae e solae soia. Elo ebari ai. La lo na e nokonoko ta jori
ebuerabuera, e etye e solae na: na o le sori matyilo, na ntyi a la poa.
Ajo jnna, o le naere elako ose ba, nne osela.
Tue tyin ajo o bola bosuba o boyai e a bojori jetan a bololo. Balo be
oeero obwutyi abo ekoe. 1 nobbe i tyuana na ba jesi ripoto jo ekera
bilako; be le ke na o bola bo lotyorityori a la beka jnna, ba jeri ejeta be
le pele reo bio, ba bo pinobierie e reo ata. E le ope a bope buela, elere e
nokonoko. E erebae, e poi e bo boya a bope ata.
A bola bololo, be seere e bilako o Botuku Bote bio bua ripoto.
Ba boi ba tubaerio o Botuku Bote na o buityabo a ba pao bukaelo rat-
ye pua na je belepo na biatei. O Botuku a ajor a lem. Obola poi, etye
nokonoko ai e buiam. Eleketto, a banatuo ba soi esoi a laba la tapao
peno re ribotyo buela. Ba boro o Botuku na o buityabo a: Mpao pela e
itoji buela la bwuato, la ja e itoji ro arere sebam na so bori a lo e lotoo
buela lue la. E bola bijio a lo a pityi la, buae a tem pepe tya e le elele e
nokonoko. Ba ta baleboro ebelo a jerie oe wuato buela, ha tyi anna o
wuato buela e nokonoko lo a. E tyuana o Botuku ene eribola a naesio ela.
E le jore, o bola a nkwua nka ba tapaa. A jero o Botuku alo, a: a ba
natuom ba la pao penna e. Ba bijio, buae ba ta buatobierio. Ba jerio
wuato buela be appeba jo jelo a itoji. Jele sa na ja ta jeri pepe, be a
tyianne etye ba tyiamme.
Siatta kolo kolo ba, kolo.

1 El niño sarnoso y el monstruo.

182
75. OBEBA E AMMOTYO ETUE 1

Ajo je: la paie ebelo ja sei obeba na a atopi o paru ejoba buela.
Abuero eria buela, ere'bari e le pala ajo, itya na oparu mmotyi bono-
kola. O a bilo iba a jityi epaa. Tue tyin o a bilo bita, e elo eeba a jita
setyi.
Obeba e a jeri inobbe ya elo eeba a la jita naba na ejane e elo
nne.
Elo ebari e le pele oparu buai, ajan na em naba je, buae na te anna
na etue a botyo, tya e le selo opel'oparu. E le ba lebolo na etue a botyo,
a jesi jo jubia. Ebae etue e a buekesi jnna jaba a jeri jaba. E le pele'eria
ai, etue e jero'tyobo. E le boalo, etyi ole ere, kori a e tyala. O bwuaiso ai
obeba e peye eole a okie ere. Ajo jnna be amma ba jesi jo loka.
Ebelo jeri jeta; etue e ba pem bio. Na ba e tyibam. Ka lo be e jesija
ja bia jmmo. O bojia mmo ba bora na o lorei lue tue ba lo tyiae'o bio
na ba abuero otyobo, buae be pale jo eke e jnna pua. Ha pemm a lo o
bojia mmo ba bori la. Buae, ba te pele eria ba, obeba a ba joterio, ka lo
een la alo etue le a bekala jnna atyi. Be a jere e riopo buela ra otya. Elo,
obwuaiso bue bule bala ja jesi jo pare erobo a lo a baribo bojila a jerie e
riaka re tue bosesa bio, a ri tyii ajo, a ba tyino, atyi ekie e jnna pua.
Tue tyin ajo, etue eriberi inoko ya bo alo.
Se siatta sa: na e Rupe lo opa ole, o ta takaera o la be ijelo; kori
etakaeri a e, opa outubala eole ebbe.
Siatta kolo kolo ba, kolo.

1 El cazador que atrapó una cabeza.

183
76. OBEBA LO MMO I

Ajo je: Ja sei obeba na ebelo eeba apoalesi nabba na ity oki bitwue.
Na a ieri'owuaiso ai. Owuaiso aty ann eoe obobai penneeria'lo; aty ann
ee asesile'bitwe.
Elon'ne, etyo'mmo bojuelo. Ommo bo bora na obebeo a la penn'-
alo kori esa ja operi a baribo. Nkwai, a toro penn'alo. Na o jora o
buem, ue pao sa jnna obari.
Ere'bari, owaiso eki obabaij'nna, buae obabai ty a lann'atyatyo. Be
lope jaba ejoba wuela, ommo a boro'boye etye a toro sootyera jo jele'
ope. Obeba a pemm'alo ommo ojila; oboye e lole'naba kotya, e e eri-
ommo. Eerabae, ommo e opi belo bio, e reí. Kalo owaiso e apura'jo a
abalepijoja, a jero'mmo bio e a bo boanne'naba.
Oboye atyam alo a jiwuanlola; etyo'waiosai na tyomma e bole bot-
yo alo elaba purila. Tue tyin'e elo oboye enaba kuba a le eer'owaísoai.

I El cazador y el espíritu.

184
ten de lazan játud, tádaxi sé ten majadé se ten tanja ogue pejadjideI,
xii, da ameaxi dójáxi sajóli, se ten mó pé dantu jadji.
Josay ja da non tudu ó tende fa n'gwe domé na sa ja gauf, pono na
ja jonfaf, na té namefa'nyi na te napef.
Ta ku bi da ya se non ten tabapé.

185
87. MOXI NAFOBENGVE KV OMEDEF
KV N'NGWE DOME DEL I

Wan telá sé sajan piskadóló. se saku mosso dós, zugan namonese


na sa ku m'naf. Pix neix jabi jóli y ja patyiney tudu detu detu, wan
namonensay na já ngongó pa óme de ja fa ku zugán guef nyi n'gwe
dome def, moxki na ja sa ta vef.
Masesay ngongo saku wan sápa mosso, da óxi y samasé ngongó ku
namay, jóxi ke ná ngongojof sa peney dódós ja sa ku guela.
Móxi ja sa fe guela da ome tuve tuvedji, pixi nexi pejajdjide ja sa
dalí y na ja kunfá se ja sá gada pe dantu jamia sé ja sa ja fenda, ta ja
sa fendá sé sa óxi ke jáma ke já kudji, moxki ja kudjidjidel fésku.
Pa namsedji be da jónta kun rere nenxi ke ja sa kumu olatuvedji y
ja sa dantyi.
Tyipa deli ja sá ta fumadu mosó, ja sa tya zugan fenda doventu, y ja
dangwe ku fenda mulfutu, y ja sa gada omedé já piska ta mosala jama-
tu se ja lantá vadji mosala se ja jobo jobó se ja re lontogope, ta'ka jasá
badjuní se fumba já lanta te jabangwe pinya.
Masebu ku mosala ola tuvedji y ney ja sá pufia da jántu fenda
d'ógó, xi ta da djia se ney fa pe ne ba be wan n'gwe dófia.
Pe dófia na dá ney lazan n'guixi janda ja re josséf, jóxi ké da ney
lazan sa jaméxi fenda lontógo ska se fól, y lai y tenda ney wan nguinyi
nguinyi, pa y ne pe jadji ja sa nguixi ja re ógó pe ney fo se nguíxi. Ta ke
ney bada jadji se ney ten re jonéxi ka fá peney fé tudu.
Se ta tamba da notyi se tan jólé guidi guidi tan bá ógó se jóssé lantal
dantu dógué, ta ké ja sá badjuni se jasa da nyee, nyee, nyee. Se lanta pe
be joxi sa ja re tomen tásay se jua ja be zuganjaf, se tusán liba jadéla se
tan tende. Nye, nyee, nyee... Ta ke játa mdjadu se jóssé ja tyamá n'da,
ta ke tan ja tusan sé tan ja jomesa jáda, sé dé ótendefa jósse sa ja jadá
dantu tyipa dél.
Tadadjia ku medu del tan ba tamade ba djuni se mósso na ja ngon-
gó ba djunif, se pongoté:
-Já re ba ngo tu sanf.

1 La mujer celosa.

186
-Se faH y na padjif.
-Bam non bam dantu jotyian pa ba'djuni.
-Se fali djuni na saja mef, se mandé badjuni afox, ta ne bé mosso
se ténde nyee, nyee, se lanta se fal, mse nguixi ja fe fenda fé béla, bo sé
sa ja fé josay, ma já pobo sé fó opemu me nta ngongo be bof, se pende
ome fodexi.
Sé ye sé no jabape.

187
101. JASSA NGAJI, GODO KU MUMGULU I

Tom taix ala bibeza, bi saku wan tela; tela say saku pótódóló xi ma
fan no ke fa Palea, se saku wan jadji, jadji say saku wan may, wan pay
ku na nome teix. Maxi ngandji aja same: jassa ngadji, pake y bi sa jan
taba kuz; n'guixi metadji a jasan gódó, se n'guixi kityi aja san mungu-
lu pake o pe deli bi degue degue muntu. Dawan djia se pediney man-
daney ha matu ba pa lanza. see ney be xiii ba toja matu se n'guixi
ngadji subili, see ten jomessa ja pa lanza.
Ja ta bi saan se mungulu ja ta ba dantu, d'ojal, gódó, da see kun
tudujaba xiipie, se n'guixi ngandji pa taba ponodu lanza dós kuse sa
ponodu nexi mosso tan fuga pake see fa na mendeli pa n'ta kumfa
pake see sa dji na pediney see ten tabi saan.
Mungulu ma ponodu lanza dós nen say se taba ojalim'dji se gódó
fala tudu se tankumu. Se pasanxi me te nguixi ngandji see jomessa ja
désse dandjía pebida gódó pajada, se axi jasse deli ngadji xi se pakape
bligadu manga dópa se nta fotyaf xii se móle, ta lexi se gódó jomessa
jali se güela ku tyipa deli xía se tudu labenta see ten móle.
Waia daxi se mungulu jóle y'la jadji pee bada lazan jóxi lee; se jóle
mense ope deli tudu lanta wan jobo yam se tudu nabela pake degue
degue muntu.
Se nan namayn teix mensai tudu móle pe mematu; se danda pedi-
ney mandaney bale aii y'la le jaxigadu se póvi kinte kintelu te dól
pediney se luzaney sula, se ku tempu jólidu se ney yeyu se móle bi se
ten maney bahi se solla jaba pe yai.

I El cabezota, el gordo y el flaco.

188
102. POJODOL KV MIHE JANDVMATV I

Wan tela sé saján pay jan mai se ney sa ku m'na teix, y ney se jadji,
ta ku yney tudu gantyi sé ney fa mendiney ku pediney y ne ngantyi za,
y ne saja útul pátyi ba jua mosso ku anjajá tabaya, sé aten va ke já ope
dejafenda daney se ney ten patyí, tá kéney sajay ka bá da dantu méma-
tu gantyi se ney da jónta ku jamagantyi teix, maix kityi be jama.
Gantyi s'kedji, se v'la tá ké sa ja bay se da jónta já losso ná losso say
y da jónta já namosso ke jazajol, se ney ten le jadji se zuntá le wan
sossó, y lay y ney tensa jana ja dji vendá lidentyi, non tan ska jope táxi
maxi metadji bé patyi détu, ja tudu be le dal. Xi ké mo puvil.
Maxi gantyi be benda dé tu, sé da jonta já losso ximafa na mendex-
kityi, se ten jaza já námosso, tá notyi kubili ka ba sánbadjuni se mosso
gada djuni ma pay se lánta, se bada mematu, se bada wan opé dopá, se
ten sa fé janta, já janta ten bi se wan miségu, sé ba'ba, sé tya wan
santabábla sé misegu sé v'la wan jándumatu, mé notyi say ypasala kú
jandumé djigasay, táda mazugadu sé tan bijadji, se medudé pindjé pé
dé lazán jamáke fo mé notyi gantyi sayo
Sé fal menfo zu ganjamaf. Antolo sé m'seyol, mentadaf.
Tá tanda notyi sé ile ximafanja djun mé béza se mosso tan lanta sé
tan v'lu, ta ké tan v'la sé lanta sé jomessa jadé má xi se ney bada basu
dopaxi donte, se m'dja londji liba wan opa se be jonenxi ké ne le
tudu, sé tan maja sé bi da jadji, tá mosso dé tan bida jadji se tan
pongotemé se tan fal joxi me, ta da notyi xi tan ske teix djia se ma já ba
mématu ku an piól ké le anta ja le pa mosso dé bay, se ten jomessa ja
jantaxi mosso dél ja jantay, ta ké sa ja janta se tanbí se misegu se tan le
joxi ké ja feay se tan v'la jandumatu, se tén jomessa já janta.
Nyato nyanyato
nyanyalobe mi kato
alfa mi kato.
Tá ké jomessa ja janta se vá ku piól de xii se bada dentyi jadjidél.
Ta mosso dé bade o téndé se ngongo da budu budu, sé medu dél ten

I El hombre y la mujer del fantasma.

189
fali, pe lantela dantu piól jóli se ten lantela se ku misegu jomesa já
janta se bay se tanfe ameaxi menjadji de re óséxi. Misegu se sajabé
ósexi, mindji sé pay fa yku menjadji de sé sajabay, se ney tan lantela sé
misegu tan jomé sa ja tanta.
Nyato nyanyato
nyanyalobe mi kato
alfa mi kato.
se ney tan va xiii badajadji na pay, se ney re wan taba fessa tába-
dagolí sé ney tan bida jadji diney tá ke bí seney tojá misegu anto sa ja
janta.
1lay mosso sa já kuzu ku ja de laza kuz, se pongoté játa pe re se fali
pe ney tudu jasá tuka ta'jadagoli peney tudu zunta ba dantul, také ney
lantela sene ku piól ten jomessa já maney va, y se na sá va lóngóf se tan
maney bajadji na pay, se a tan re wan tafa féssa. Tádaxi misegujantaxí
se bojo de moleli se ponó se mó pe a'la.
Tadaxi se ney ta gau fó deix.

190
ÍNDICE
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN Pág. 7

PRIMERA PARTE

CUENTOS DE ORIGEN

1. Los primeros hombres 19


2. La cueva de los muertos 20
3. Un buen purgante.......................................... 21
4. La cafta mágica 22
5. El pescador avaro 23
6. El cocotero y la palmera 24
7. El árbol del demonio 25
8. El pueblo donde faltaba comida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
9. El robo del vino de palma................................... 27

SEGUNDA PARTE

CUENTOS Y RITOS DE INICIACIÓN

2.1. Cuentos de animales


2.1.1. Caracteristicas y enemistades
lO. El culo rojo del macaco..................................... 31
11. ¿Por qué la tortuga de mar pone sus huevos en la arena? 32
12. El pájaro Bibí . .. .. . .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. . .. .. . . . .. .. . . .. .. . 33
13. La gallina y la paloma 34
14. El gallo y la cucaracha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
15. El gallo y la cucaracha 36
16. La ballena y el tiburón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
17. El escarabajo y la arafta 38
18. La arafta y el gusano de seda 39
19. El gato, el perro y la paloma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
20. Una historia de lagartos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
21. Los tres cerdos hambrientos 42
22. El gallo y el rey 43

193
2.1.2. La astuta tortuga
23. El perro y la tortuga. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
24. La tortuga y la ballena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
25. El rey, la tortuga y el perro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
26. La tortuga y el rey. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
27. Las tres pruebas de la tortuga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
28. La tortuga y el cura. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
29. La tortuga y el demonio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
30. La tortuga 54
31. La tortuga perezosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
32. La tortuga, la ballena y el elefante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

2.2. La vieja señora


2.2.1. La anciana ayudante
33. La banana mágica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
34. Papá Kenkele Djabe 59
35. La mujer que no tenía hijos................................. 61
36. El maestro Papadiente 62
37. El agua de la vida 64
38. Menahí.................................................... 66
39. El guapo y el feo 67

2.2.2. La vieja legañosa


40. Magutín y la vieja 69
41. La nifta y los gigantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
42. La huérfana que quería una madre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
43. El chico que quería ser rico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
44. La huérfana que se quedó sin nada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76

2.2.3. La vieja malvada


45. La esposa desobediente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

2.3. Cuentos de gigantes, monstruos y ogros


2.3.1. El engullimiento
46. La historia de Afiyu-Kityi 79
47. La mujer que tenía siete hijos y el pájaro gigante............... 81

2.3.2. El rapto
48. La princesa y el monstruo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
49. El muchacho y la princesa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
50. Las tres amigas y el gigante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
51. Tres hermanos 86
52. La mujer que dio a luz a un mono 87

194
2.3.3. La derrota del gigante
53. La pequeña flauta 88
54. El cazador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
55. El cazador valiente 90
56. El muchacho que no podía bañarse. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
57. Los gigantes hambrientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
58. El ogro que se comía a la gente 95
59. El gigante y el viejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
60. La tortuga y el gigante 97
61. La tortuga y el dragón 99
62. Handumat................................................. 101
63. Los gigantes malvados 102

2.4. Otros cuentos maravillosos


64. Paxiku 103
65. Los tres hermanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
66. Los frutos y la cadena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
67. Tres hermanos y una gallina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
68. El perro y la princesa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
69. El coco seco 110
70. El chico que cazaba murciélagos 111

TERCERA PARTE

CUENTOS RESTANTES

3.1. Relacionados con el matrimonio


3.1.1. En busca de esposa/esposa
71. Macus de Awal............................................. 115
72. El hombre y el espejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
73. El cazador de pájaros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
74. Tres hermanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
75. Dos chicos que se querían casar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
76. El chico y el pájaro......................................... 121
77. El médico y la chica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
78. El rey que encerró a su hija. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
79. El chico que se casó con una princesa 124
80. El rey de San Pedro 126
81. La boda de la princesa 127
82. Simón el tonto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
83. La muchacha hermosa y el dragón........................... 129
84. La princesa y el demonio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
85. La princesa que quería a un chico sin ombligo. . . . . . . . . . . . . . . . . 131

195
3.1.2. Dificultades matrimoniales
86. Las dos rivales 132
87. La mujer celosa............................................ 133
88. La mujer buena y la mujer mala 134
89. La sonrisa................................................. 135
90. La madrastra mala 136

3.2. Moralidades
91. La luz desconocida......................................... 137
92. El pícaro ayudante 138
93. El consejo paterno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
94. La mujer perezosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
95. La mujer robada 141
96. El pueblo donde criaban gallinas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
97. El hombre que no quiso a su hijo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
98. El chico sin nombre 144
99. El hombre que quería ser famoso 145
lOO. El rey que se casó con doce mujeres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146

3.3. Otros
10 1. El cabezota, el gordo y el flaco . .. . . . . . .. . . .. .. . . . . . . .. .. . . .. . 149
102. El hombre y la mujer del fantasma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
103. Los espíritus de la noche 152
104. Pudumalasak 154
105. La familia rica............................................. 156

APÉNDICE

VERSIONES EN LENGUA AMBÚ

l. Na pime pojodol 160


lO. Foli zanja bobo majaku 161
11. Jafe totyiga ja pow dantu dalea 162
12. Bibí patu xi na ja lega pa telif. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
14. Galu n'ganyia nu paata 164
16. Balea ku tublan 165
20. Soya osontyi 166
23. Josolo ku totyiga 167
24. Totyiga ku balea 169
25. Paxiale, totyiga ku jóssóló 170
26. Paxiale Mabana 171
32. Totyiga, balea ku elefante 172
40. Magutín ku menvegu 173
45. Mendofia valia ku ma Kataiina 174

196
46. Soya Afiyu Kityi 175
48. Na namee dos 176
53. M'na palali mu 177
60. Fantya godo godo totyiga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
65. Na name teix 180
71. Makus Dawala na mosso fomozo 182
79. Namaxi jaza ku m'namie dele............................... 183
86. Na n'gwe dome dos......................................... 184
87. Moxi nafobengue ku omedef ku n'ngwe dome del 186
10 1. Jassa ngaji. godo ku mumgulu 188
102. Pojodol ku mihe jandumatu 189

197

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