El Piano: (The Piano) Jane Campion (1993)
El Piano: (The Piano) Jane Campion (1993)
El Piano: (The Piano) Jane Campion (1993)
A
PVY PARA VER Y
ANALIZAR
El piano
(The Piano)
Jane Campion
(1993)
*****
Teresa Sorolla-Romero
2. Introducción
Enrocado bajo las profundidades oceánicas reposa un piano destarta-
lado, firmemente sumergido entre el vaivén de las algas y peces que lo
circundan. Atado a él se mecen, tendiendo hacia la superficie, los abul-
tados ropajes victorianos que encubren un cuerpo femenino presunta-
mente inerte, que se balancea en vertical. El azul oceánico lo invade todo
desdibujando los elementos, que van quedando lejos progresivamente,
hasta que la última imagen de El piano funde a negro, acompañada de la
locución de unas palabras –significativamente, versos–: “Hay un silencio
donde nunca ha habido sonido / Hay un silencio donde no puede haber
sonido / En la fría tumba –bajo el profundo, profundo mar”1. Ese último
plano desencadena una imagen terriblemente poética que se emplaza
en la imaginación más íntima de Ada, quien, habiendo desestimado una
tentativa de suicidio, se imagina muerta. Si el filme se abre con un plano
subjetivo de la protagonista, cuyos dedos entorpecen durante los prime-
ros segundos la visibilidad y orientación del espectador, la última vuelve
para desestabilizarlo desde una paradójica y oscura calma. El relato de
El piano es indesligable del punto de vista de Ada. La puesta en valor
de su subjetividad e introspección y un cierto oscurantismo románti-
co lo impregnan y dan razón de la oscilación discursiva entre un ensi-
mismamiento plácido, autoconsciente, y poderosas sacudidas visuales,
musicales y rítmicas– paralelas a las convulsiones que van sucediendo
en la vida de los personajes–. La contraposición entre estas últimas y el
inquietante sosiego previo constituye una decisión estética constante.
Un ejemplo de su materialización puede hallarse en la dialéctica entre
el mutismo de Ada y la potencia de la banda sonora. El relato reclama
el poder del silencio estableciendo una rima consigo mismo entre el
inicio, cuando Ada confiesa que no sabe por qué no habla desde niña,
y los versos finales. Sin embargo, el sentir de ella respecto a su mudez,
declarando que no se considera silente debido a su piano, obtiene su
reflejo en el discurso, que significa exprimiendo la potencia del lengua-
je cinematográfico y guiando poéticamente su lectura. La narrativa de
El piano es una narrativa del susurro, que se torna repentinamente en
relativo a sus propiedades, los derechos sobre sus hijos y sus deberes en
el matrimonio (Grimshaw, 1987: 15). Puesto que Ada termina trabajando
como profesora de piano, conviene matizar que dedicarse profesional-
mente a la educación como institutrices es uno de los pocos empleos
considerados respetables para las mujeres solteras –una extensión, al fin
y al cabo, de sus capacidades como madres potenciales, del mismo modo
que trabajar como empleadas domésticas o costureras–. Por otro lado, en
los hogares burgueses que cuentan con piano, es común que las jóvenes
aprendan a tocarlo con fines meramente lúdicos (Simonton, 2006).
Ada, ofrecida en matrimonio por su padre, como era habitual (junto
con el hermano o algún otro pariente), asiste, a mediados del siglo
XIX, a una época en que “el carácter de mercancía del amor no se ha-
bía mostrado hasta el momento con tanta pureza” (Fuchs, 1996: 188).
Resultan ilustrativos al respecto los anuncios anónimos en la prensa
europea decimonónica que recopila Fuchs, entre los que figuran pro-
puestas que implican el traslado de la novia a otros países, y que bien
podrían sostener la premisa inicial de El piano. En cualquier caso, el
relato calla la forma en que el padre y el marido de Ada entran en
contacto para sellar el acuerdo.
Reformulando las palabras que escribiera el jurista William Blacks-
tone todavía en el siglo XVIII, marido y esposa son una persona ante
la ley, y esa persona es el marido. La importancia que la sociedad bur-
guesa decimonónica otorga a la familia como mecanismo regulador
del orden social subyuga legalmente a la mujer a la autoridad del ma-
rido, que, en aras de la supuesta debilidad intrínseca al sexo femenino,
posee jurídicamente el derecho –y, en menor medida, el deber– de
administrar y dirigir los bienes familiares y la vida de los miembros
del grupo. Así, “por doquier el derecho está pensado para mujeres
burguesas. Y este derecho regirá la persona de la mujer y sus bienes
incluso después del matrimonio”; la mujer casada únicamente existe
para atender a su familia, y “el marido está investido del noble deber
de vigilar la conducta de su esposa” (Arnaud-Duc, 1993: 110-111), le-
gitimado legalmente para señalar, demostrar y castigar infinidad de
prácticas o actitudes consideradas reprobables. La condena para un
hombre por esas mismas faltas (si es que se las considera como tales en
él) resulta, en unos casos, más leve o dificultosa, en otros, impensable y,
en los de mayor gravedad como el maltrato físico, difícilmente punible
patrimonial de los esposos ingleses, con lo cual una mujer casada dis-
pone de más autonomía para gestionar sus bienes.
Puesto que la infidelidad de una mujer casada “corre el riesgo de
hacer entrar un extraño en la familia y perturbar así la justa distribución
de los bienes” (ibid.: 113), esta se castiga mucho más instantánea y se-
veramente que la del marido. La preocupación por la legitimidad de la
descendencia se observa, por ejemplo, en el hecho de que, incluso en
caso de que el amante reconozca oficialmente un hijo nacido de una
madre adúltera, la confesión se considera como prueba de adulterio,
no de paternidad. Cuando es una mujer “seducida” o “cómplice del
adulterio” la interesada en demostrar la paternidad de un hijo ilegíti-
mo, las exigencias son mayores hasta finales de siglo: en Francia, “el
embarazo ha de ser el resultado de una violación o de un rapto, de un
concubinato manifiesto, de un engaño o de un abuso de autoridad
evidente, de un reconocimiento, sin equívoco y por escrito, de la pater-
nidad o de la manutención del hijo” (ibid.: 116). Respecto a la autoridad
sobre los hijos, el pater familias es su “propietario” por haber nacido de
su esposa, y ejerce en exclusiva la patria potestad durante el matrimo-
nio. Si el padre está ausente, interdicto o despojado de sus derechos,
lo sustituye la madre. Sin embargo, en vida del mismo, en Inglaterra se
la despoja de todo derecho sobre sus hijos hasta 1870, de forma que
el padre tiene el derecho absoluto de llevárselos y confiarlos a quien
considere oportuno, con independencia de la voluntad materna.
Volviendo al ámbito neozelandés, el hecho de que las protagonistas
sean escocesas casa, por estadística, con la alta proporción de escoce-
ses que formaban parte del total de pakeha. En 1871, una fecha ligera-
mente más tardía que el presente diegético, estos suponían el 27% de
los mismos, mientras que solamente conformaban un 11% del total de
la población británica (Pool, Arunachalam y Sceats, 2007: 62). Lo mismo
sucede con la presencia de la niña nacida fuera del matrimonio, pues,
aunque el índice de nacimientos ilegítimos es generalmente bajo en
las Islas Británicas alrededor de 1870, es la población escocesa la que
despunta en este sentido, con un 10,2% de los mismos, doblando la
proporción de Inglaterra y quintuplicando, prácticamente, la de Irlanda
(Pool, Arunachalam y Sceats, 2007). Una posible explicación a las cifras
reside en la relativa aceptación social de que las novias se casaran
encintas, debido a que la Iglesia de Inglaterra consideraba legítimos
3 Además de las hermanas Brontë y Henry James, Cora Kaplan relaciona con el filme
las historias de Herman Melville, Nathaniel Hawthorne y James Fenimore.
4 China Girl, subtítulo que acompaña a la segunda temporada de Top of the Lake,
juega con un doble sentido característico del proceder artístico de Jane Campion:
además de aludir a la geografía asiática, la acepción inglesa de la palabra china
significa porcelana. La espalda agrietada de la detective Robin Griffin que ocupa
el cartel promocional de la serie alude a lo quebradizo del cuerpo, sosteniendo
visualmente la polisemia del título.
5 Las traducciones han sido llevadas a cabo por la autora.