El Carácter Del Líder
El Carácter Del Líder
El Carácter Del Líder
Parte 2
(1 Corintios 13:4-7)
CINCO CARACTERÍSTICAS DEL AMOR.
I. El amor no busca lo suyo: cuida, comparte y sirve (1 Corintios 13:5).
II. El amor no se irrita: practica el dominio propio (1 Corintios 13:4-7).
III. El amor no guarda rencor: perdona (1 Corintios 13:4-7).
IV. El amor no se goza de la injusticia: se goza de la verdad.
V. El amor todo lo soporta: nunca se rinde (1 Corintios 13:7).
Descripción general. En Liderazgo 1 enfatizamos el corazón del líder. Nuestra premisa es
que un líder debe tener el corazón lleno del amor sobrenatural de Dios.
Porque cuando amamos a Dios y a las personas, le obedecemos a Dios y le agradamos en
cada aspecto de la vida. Amar a Dios y a las personas es la tarea más importante del líder.
Para tener éxito en el liderazgo, debemos ser capaces de amar.
I. El amor no busca lo suyo: cuida, comparte y sirve (1 Corintios 13:5).
La sexta cualidad del amor que Pablo menciona es: El amor no busca lo suyo, no es egoísta.
El amor se preocupa por los otros, así como se preocupa por sí mismo.
El problema del egoísmo. El amor mira en la dirección opuesta al egoísmo. Una persona
egoísta ve la vida como un espejo. Con cualquier cosa que vea, esa persona piensa: “¿Qué
hay en esto para mí?”, “¿cuánto dinero, placer, poder o prestigio puedo obtener de esto?”. El
egoísmo siente envidia y codicia. No respeta los derechos de los demás. No considera las
necesidades de otros.
Un líder egoísta no considera si está dañando la reputación de la iglesia de Dios en una
comunidad. Las personas egoístas piensan solamente en sí mismas como Caín, Acán,
Sansón, Herodes, Judas, los fariseos que mataron a Jesús y Diótrefes.
Como líderes, debemos reconocer que el egoísmo es la esencia de todo pecado.
En su manifestación extrema, el egoísmo dice: “No se haga tu voluntad, sino la mía”. Un
pastor egoísta sacrifica a las ovejas por sus propios deseos. Un pastor amoroso da su vida
por las ovejas. El amor no es egoísta. Se preocupa, comparte, da y sacrifica. El amor siempre
tiene suficiente para compartir. Comparte su fortaleza al llorar con los que lloran (Ro 12:15). El
amor sobrelleva las cargas de otros (Gá 6:2). Pero las personas egoístas nunca tienen
suficiente. Sus vientres nunca se llenan y su apetito nunca se sacia.
Las personas egoístas desean, codician, envidian, usan, manipulan, engañan, hurtan,
malgastan, pasan por alto y comen en exceso. Pero el amor respeta y le preocupan la
reputación, los derechos, la propiedad y las necesidades de los demás. El amor desinteresado
diezma y da ofrendas para ayudar a los pobres, comparte su dinero para enviar misioneros y
comparte su tiempo para ayudar al prójimo. Las personas egoístas gastan demasiado dinero
en ellas mismas y muy poco en otros. Sus palabras favoritas son: yo, mí y mío. Por el
contrario, los desinteresados aman a su prójimo como a sí mismos. Cuidan y comparten con
la humanidad como grupo. Como Dios, aman a todas las personas del mundo y se interesan
en lo que le ocurra a cada una de ellas.
Líder espiritual. El egoísmo es el enemigo de su alma, de su ministerio y de las personas a
las que Dios lo ha llamado para que las guíe al cielo. El egoísmo es persistente. Se
mantendrá llamando a su puerta a todo lo largo de su vida. Mientras vivamos en cuerpo de
carne, debemos combatir la tentación de ser codiciosos. Como líderes espirituales, Dios nos
llama a ayudar a suplir las necesidades de los demás junto con las nuestras. Pero, a medida
que algunos líderes se vuelven fructíferos, también se vuelven egoístas. Al principio, David
era un hombre conforme al corazón de Dios (1 S 13:14; Hch 13:22). En aquellos primeros
años, estuvo dispuesto a combatir a Goliat y a arriesgar Su vida para ayudar a liberar al
pueblo de Dios. Pero después de unos cuantos años como dirigente exitoso, el gigante del
egoísmo derrotó a David. Las semillas del egoísmo se encuentran en la carne de todos
nosotros. Así que, debemos ser cuidadosos de no regarlas. El corazón del hombre es
engañoso y nunca se satisface (Jer 17:9). Debemos estar siempre atentos para ser guiados
por el Espíritu Santo y no por la carne. David comenzó como un hombre conforme al corazón
de Dios.
Pero el éxito lo transformó en un hombre que perseguía todo lo que podía obtener, incluyendo
a la esposa de un amigo fiel. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co
10:12). Líder espiritual, recuerde siempre que Dios lo llama a proteger, guiar y pastorear a las
ovejas de Él, no a usarlas ni abusar de ellas. El amor no es egoísta.
La mala noticia es que todos somos egoístas en ocasiones porque tenemos “ego”. Vivimos
en un cuerpo de carne. Juan nos recuerda que los seres humanos batallamos con “…los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida…” (1 Jn 2:16). Todos
luchamos contra los deseos egoístas de la carne y del mundo. Pero la buena noticia es que
Pablo escribió 1 Corintios 13, no para condenarnos sino para ayudarnos. Los niños pequeños
piensan principalmente en ellos mismos. Por eso Pablo les dijo a los corintios: “Hermanos, no
seáis niños en el modo de pensar… pero maduros en el modo de pensar” (1 Co 14:20). Los
pensamientos de un niño se centran en sí mismo.
El liderazgo espiritual es algo que tenemos que administrar momento a momento, día tras día.
Los psicólogos llaman a las personas egoístas *egocéntricas. El interés de una persona
egoísta está en ser servida en vez de servir. Los líderes egoístas acaparan lo mejor para ellos
mismos. Reflejan la actitud de los hijos de Elí, Ofni y Finees. Dios llamó a estos hombres para
que fueran ejemplos piadosos y guiaran a los israelitas en santidad y justicia. Pero Ofni y
Finees eran líderes egoístas. No estaban preparados para liderar. Recuerde su egoísmo,
cómo abusaron de su posición piadosa y la forma severa en que Dios los trató por servirse a
sí mismos en lugar de a los demás. (1 S 2:12-17; 22-25). “Los hijos de Elí eran hombres
impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (1 S 2:12). Estos hijos eran líderes egoístas.
Para ellos, el liderazgo no se trataba de guiar al pueblo de Dios por los caminos de la justicia.
Por el contrario, estos líderes jóvenes y egoístas veían el liderazgo como una oportunidad
para robar y para cometer pecados sexuales con el pueblo de Dios. Ellos estaban llenos de
lujuria y vacíos de amor. Pensaban que estaban por encima de las leyes de Dios. Con el
tiempo, Dios llegó a estar tan enojado con la casa de Elí, que les quitó la vida al padre y a sus
hijos en un solo día. Y Dios juró que nunca más habría ningún sacerdote del linaje de Elí.
La solución: maduramos como líderes a medida que seguimos a Cristo y crecemos en
gracia.
Jesús es el ejemplo perfecto de altruismo. El amor sacrifica, da y comparte. Piensa en los
demás, no solamente en sí mismo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito” (Jn 3:16). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estuvieron en total acuerdo
con el plan de salvación. Así que, vemos a Dios Hijo, levantándose de su trono y
despojándose de sus vestiduras reales. Vemos al Rey descender del cielo para nacer como
un siervo en un establo. En Jesús, observamos el amor sin límites. Recorrió todo el trayecto
desde el cielo hasta la tierra, a la cruz y al sepulcro para redimirnos.
La buena noticia es que a medida que maduramos en Cristo, aprendemos a negarnos a
nosotros mismos y a amar a otros, así como nos amamos a nosotros mismos. El amor no es
egoísta, no piensa solamente en sí mismo. El amor sigue los pasos de Jesús que vino no para
ser servido sino para servir a los demás (Mt 20:28). Los que siguen a Jesús maduran y
aprenden a amar como Él ama. Líder espiritual, el privilegio conlleva responsabilidad. A quien
Dios le da mucho, le exige mucho (Lc 12:48). No descuide su llamado a liderar, No use
incorrectamente su posición de liderazgo ni abuse para satisfacer sus propios deseos
carnales.
Los apóstoles de Jesús eran inmaduros e iban por el camino equivocado. Al contrario de
Cristo, quien pasó de ser rey a ser siervo, los apóstoles querían convertirse en reyes. Su
concepto de liderazgo era sentarse en un trono, mandar a otros y disfrutar de posición, poder,
prestigio, popularidad y privilegios. Estos jóvenes apóstoles pensaban que el papel de los
líderes era ser amados y servidos por las personas. Podemos entender el pensamiento
mundano de los discípulos cuando miraban a los anteriores poderosos reyes carnales de
Israel. Estos reyes eran modelos famosos y ejemplos que los apóstoles y todo Israel
admiraban. Su corazón estaba lleno de ideas de un reino terrenal y de reyes terrenales. Y
esperaban que Jesús, el más grande de todos los reyes y líderes de Israel, fuera servido aún
en mayor medida por aquellos sobre quienes reinaba. Las palabras de Jesús debieron
sorprenderlos con su enseñanza de que el amor no es egoísta, que no busca que lo sirvan
sino servir. Recuerde la asombrosa enseñanza de nuestro Señor acerca de los líderes que
aman por medio del servicio: (Mt 20:20-28).
El llamado a liderar es un llamado a amar por medio del servicio a otros. Recuerde lo que
Pablo, el gran apóstol, dijo sobre cómo se debería guiar, amar y servir: (1 Co 4:8-13). Para
liderar con amor, debemos poner las necesidades de otros al mismo nivel Que nuestras
propias necesidades. Dios se complace en que nos amemos a nosotros mismos. Pero
debemos practicar el amar a los demás tanto como nos amamos a nosotros mismos. Y, sobre
todo, Él nos llama a amarlo a Él con todo nuestro corazón, nuestra alma, mente y fuerza. Así
que, como líderes espirituales, nuestras prioridades sean amar a Dios y a los demás, en lugar
de enamorarnos de nosotros mismos. En Filipenses 1:27–2:30, vemos siete ejemplos (A–G)
que ilustran el principio: “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por
lo de los otros” (Fil 2:4).
II. El amor no se irrita: practica el dominio propio (1 Corintios 13:4-7).
Moisés fue un líder a quien Dios usó de muchas maneras. Él condujo al pueblo de Dios fuera
del yugo de la esclavitud de Egipto. Los moldeó hasta convertirlos en una nación. Escribió el
Pentateuco. Sin lugar a dudas, Moisés fue uno de los más grandes líderes que haya existido.
Sin embargo, luchó toda su vida con el problema de la ira. En los momentos clave de su vida,
Moisés perdía los estribos y su habilidad para pensar claramente. La primera explosión de ira
de la cual leemos fue cuando mató a un egipcio que maltrataba a un israelita (Éx 2:11-12). Se
encendió de ira nuevamente y estrelló la tabla de los diez mandamientos que Dios escribió
(Éx 32:19). Y después de guiar a los israelitas por treinta y ocho años en el desierto, se
desbordó su ira y golpeó la roca a la que Dios le dijo que le hablara (Nm 20:8-11). A Moisés
no se le conocía como un hombre de mal genio. No era como el hombre que dijo: “¡Tengo los
nervios de punta y usted me saca de quicio!”. Pero a pesar de sus grandes hazañas, la ira
ocasionó que él muriera a punto de completar la misión de su vida. 3 Moisés se regocijaría si
aprendiésemos de su ira. Que él nos recuerde que debemos humillarnos y depender del
Espíritu Santo para obtener el fruto de dominio propio. “…porque la ira del hombre no obra la
justicia de Dios” (Stg 1:20). Ni entonces, ni ahora, ni nunca. Pablo les ordena a los creyentes:
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Ef
4:31).
Las personas enojadas pueden huir del problema al abandonar la habitación o la
situación. Esto evita una explosión de ira. Permite un periodo de tiempo para
considerar la causa. Pero alejarse no es una solución permanente. Un enojo sin
resolver puede llevar a la amargura, al sarcasmo y a la crítica. Una persona airada se
vuelve egocéntrica, impaciente y rebelde; por lo tanto, crea tensión en la familia.
Es acompañado por problemas físicos como dolores de cabeza, úlceras, presión alta y
ataques al corazón. Esto podría llevarlo a reacciones sicológicas como ansiedad,
temor, tensión y depresión.
Las personas enojadas pueden dirigir su ira hacia otros en vez de intentar resolver el
problema. Las personas pueden manifestar abiertamente su disgusto con aquellos que
los han ofendido. O bien, podrían buscar venganza hablando con sarcasmo en historias
que hacen reír a otros. Algunos podrían dirigir su enojo hacia alguien inocente en lugar
de al ofensor. Estas acciones son “de venganza” pero destructivas. Pablo nos recuerda
que la venganza es un derecho de Dios, no nuestro (Ro 12:19).
Las personas enojadas pueden escoger enfrentar la causa de su enojo. Esta es
una sabia decisión. Para vencer la ira, debemos admitir que estamos enojados.
Debemos orar y tratar de comprender la causa del enojo. Es posible que necesitemos
ver la situación desde una perspectiva diferente. Entonces debemos hacer lo que sea
mejor para aceptar o mejorar la situación. Tenemos que depender del Espíritu Santo
para obtener su fruto de dominio propio, bondad, compasión, perdón y amor.
Cuando se trata de deshacernos de la ira, cuanto más rápido lo hagamos es mejor. Los
líderes espirituales y diestros vencen la ira rápidamente, incluso segundos después de
que esta se manifiesta. El siervo del Señor no debe ser contencioso sino amable con
todos (2 Ti 2:24-25). Debemos aprender a expresar nuestras emociones de manera
que seamos corteses y evitemos la rudeza. Y en asuntos personales, todo enojo
debería apaciguarse ¡antes de que se ponga el sol! Pues aquellos que alimentan la ira
durante la noche descubren que crece hasta convertirse en un gigante que no pueden
controlar. Como advirtió el salmista: “…en mi meditación se encendió fuego” (Sal 39:3).
“Cuanto más pensaba, más me enardecía hasta que disparé un fuego de palabras” (Sal
39:3 NTV). Pensar en la ira es como poner leña en el fuego.
Meditar en ella la hace más ardiente.
No perdemos nuestras emociones cuando comenzamos a seguir a Jesús. Y solo con esfuerzo
propio, no podemos vencer la ira. Pero recuerde la cima de la montaña de Efesios.
Gloria a Dios, “que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de
lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…” (Ef 3:20).
Cuando cooperamos con el Espíritu Santo, lo buscamos y dependemos de Él, quien
produce el fruto de dominio propio en nosotros.
Alguna clase de ira es pecaminosa, pero otra no lo es. 4 Hay un tiempo para el enojo justo. El
enojo de Jesús era justificado ya que fue por causa de la hipocresía, el mal uso de la casa de
Dios y de la preocupación de algunos por los reglamentos más que por las personas. Cuando
vemos injusticia e iniquidad, tales cosas deberían hacernos enojar. Debe conmovernos que
alguien deshonre a Dios, profane su nombre o ridiculice los principios bíblicos. La inmoralidad,
el maltrato a los pobres y el abuso o descuido de mujeres y niños deben encender nuestras
emociones. Pero debemos tener cuidado, no sea que nuestra ira se salga de control y
actuemos de maneras anticristianas. Debemos aprender a expresar emociones fuertes de
manera cristiana. Evitemos derribar a las personas con nuestras convicciones o con nuestras
palabras. Practiquemos la habilidad de ser corteses. Tenemos que ponerle un arnés y un
freno a la ira, permitiendo que la sabiduría del Espíritu Santo fluya a través de nosotros de
manera hábil, gentil, amable, compasiva y amorosa. La ira es un sentimiento que debemos
aprender a manejar con la ayuda de Espíritu Santo.
Una manera positiva de describir el amor es: “El amor controla su temperamento”. La
ira fuera de control es una señal de carnalidad e inmadurez.
Dios tenía muchas razones para enojarse con Israel. Él los liberó de la esclavitud de Egipto.
Pero fueron malagradecidos. Se quejaban y desobedecían. Su peor traición fue negarlo a Él
como Dios y ¡adorar un becerro de oro que Aarón había fundido con sus joyas! Sus malas
decisiones les produjeron terribles consecuencias; pero, aun así, Dios continuó amándolos.
“No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes
endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su
servidumbre. Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande
en misericordia, porque no los abandonaste” (Neh 9:17).
Pueden surgir momentos en que las circunstancias nos hagan enojar. Podríamos esperar
mejor comportamiento del que vemos en los creyentes jóvenes. Incluso los creyentes
mayores pueden frustrarnos si les falta madurez. Y las frustraciones pueden molestarnos,
tentándonos a ser severos con otros. Y hasta podríamos enojarnos con Dios en tiempos de
enfermedad, de accidentes, de apuros financieros y de expectativas insatisfechas.
Necesitamos un nuevo bautismo de amor. ¡Qué gran diferencia puede hacer! El amor nos
hace retroceder y preguntarnos por qué estamos enojados. Nos damos cuenta de que la
causa del enojo no está en las circunstancias. La ira es una respuesta de la carne hacia las
personas y hacia las circunstancias. La ira es parte del problema. Las soluciones a los
problemas que enfrentamos siempre están más allá de los sentimientos iniciales de enojo que
un líder puede tener. A medida que oramos cuando estamos airados, el Espíritu Santo nos
llena del amor de Dios por las personas y también de bondad, sabiduría y discernimiento
espiritual que llegan por medio de conversaciones amables y pacíficas.
Todos los líderes de Dios se han sentido así en un momento u otro. Emociones como las que
sintió Moises, estas son habituales en la carne. Pero recuerde que Dios se decepcionó tanto
de Moisés por esa desobediencia que no le permitió conducir al pueblo a la tierra prometida
(Nm 20:8-12).
El amor es lento para la ira y en raras ocasiones se enoja. Si no podemos hablar y actuar con
paciencia, amabilidad, gentileza y cortesía, entonces necesitamos unos cuantos minutos para
orar antes de hablar. De otra manera, en vez de ayudar a la obra de Dios, la
obstaculizaremos. La sabiduría de lo alto es pacífica y considerada. Los que siembran la ira
obtendrán una cosecha de dolor y decepción. Pero los que siembran la paz obtendrán una
cosecha gozosa de justicia. Así que, elija. Consienta su ira carnal y estropee la obra de Dios o
camine en el Espíritu Santo mostrando el fruto maduro del dominio propio y llevando al pueblo
de Dios hacia adelante en la dirección correcta.
El amor se regocija en la verdad. Jesús es la verdad, la vida y el camino (Jn 14:6). Así que,
¡nos gusta regocijarnos en Jesús! También nos regocijamos en la Palabra de Dios, la cual es
nuestro estándar de la verdad (Jn 17:17). Muchos se regocijan en falsas enseñanzas que
atraen a la carne. Pero el amor se regocija en la verdad. Juan fue conocido como el apóstol
del amor. Cuente las veces en que relaciona el amor con la verdad en su segunda epístola.
Juan casa al amor con la verdad. Sin la verdad, el amor es solo una cálida sensación o un
sentimiento. No debemos separar el amor de la verdad. Aquellos que se regocijan en la
maldad son perversos y andan en las tinieblas (Pr 2:10, 12, 14). Pero los hijos del amor y de
la luz ¡se regocijan en la verdad! Así que, reflejemos un carácter que sea puro, justo y
verdadero. Que nuestros pensamientos secretos y nuestras palabras y acciones en público
estén llenas de amor, justicia, luz y verdad.
Líder espiritual, ¡tenga cuidado! Su ministerio, influencia y futuro en el cielo dependen
de liderar con amor y con verdad. En Mateo 23, Jesús reprendió a los líderes religiosos de
su tiempo. Estos eran líderes populares y poderosos. Podían citar cualquier versículo de los
escritos por Moisés. Pagaban sus diezmos. Hacían buenas obras y largas oraciones (Lc
20:47). Vestían ropas religiosas y llevaban grandes Biblias (Mt 23:5). Asistían a los cultos en
el templo ¡y se sentaban en las primeras bancas! Pero descuidaron los asuntos más
importantes de la ley de Dios como amar a Dios y a las personas, practicar la justicia, la
misericordia y la fe (Mt 23:23).
Estos líderes tenían popularidad, posición y poder, pero Jesús afirmó que ellos carecían de
influencia. Jesús le dijo a la gente que obedeciera sus enseñanzas bíblicas, pero que
rechazara sus ejemplos. ¿Por qué? Porque estos líderes hablaban correctamente, pero
caminaban torcido. No practicaban en privado lo que predicaban desde el púlpito. Eran santos
el domingo, pero pecadores de lunes a sábado. Eran como sepulcros pintados de blanco,
pero llenos en su interior de huesos de hombres muertos. Aparentaban ser santos en el
exterior, pero estaban llenos de codicia y autocomplacencia en su interior (Mt 23: 1-5; 23:26).