La Cenicienta
La Cenicienta
La Cenicienta
En aquel entonces el hijo el rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas y
también a las dos señoritas, que figuraban en primera línea entre las de aquel país. Hételas
ocupadas en escoger los vestidos y adornos que mejor habían de sentarles, de lo cual había
de resultar aumento de trabajo para la Cenicienta, porque ella era la que repasaba la ropa de
sus hermanas y cuidaba del atadillo y pliegues de sus jubones. Sólo se hablaba del traje que
se pondrían.
Yo, añadió la menor, me pondré las sayas que acostumbro llevar, pero, en cambio, ostentaré
mi manto recamado de flores de oro y mi adorno de diamantes, que es joya de las mejores.
Mandaron llamar a una buena peinadora para que hiciera maravillas, y enviaron por lunares a
la tienda donde mejor los fabricaban. Llamaron a la Cenicienta para pedirle su opinión,
porque su gusto era exquisito, y les dio excelentes consejos y hasta se ofreció para
peinarlas, lo que aceptaron sus hermanas.
— ¡Ay; señoritas, ustedes se burlan de mí! ¡No es al baile donde debo ir!
Otra que no hubiese sido la Cenicienta, las hubiera peinado mal; pero era buena y las peinó
perfectamente bien. Casi dos días estuvieron sin comer, tanta era su alegría; rompieron más
de doce lazos a fuerza de apretar para que su talle fuese más chiquitito y pasaron todo el
tiempo delante del espejo.
La Cenicienta volvió con la ratonera en la que había tres grandes ratas. La Hada escogió una
entre las tres, dándole la preferencia por su barba; y habiéndola tocado con la varilla, se
transformó en un fornido cochero con gruesos bigotes.
Así lo hizo, y en el acto su madrina convirtió los lagartos en otros tantos lacayos, que
inmediatamente subieron a la carroza con sus libreas galoneadas, manteniéndose firmes
como si en su vida hubiesen hecho otra cosa.
Su madrina tocola con la varita y sus ropas se convirtieron en vestidos de oro y seda
recamados de pedrería. Luego le dio unas chinelas de cristal, las más lindas que humanos
ojos hayan visto. Subió la Cenicienta a la carroza y su madrina le recomendó con mucho
empeño que saliese del baile antes de medianoche, advirtiéndola que si permanecía en él un
momento más, la carroza volvería a convertirse en calabaza, los caballos en ratones, los
lacayos en lagartos y sus hermosos vestidos tomarían la primitiva forma que tenían.
Después de haber prometido a su madrina que se retiraría del baile antes de medianoche,
fuese llena de alegría. Diose aviso al hijo del rey de que acababa de llegar una gran princesa
desconocida y corrió a recibirla. Le dio la mano para que bajara de la carroza y llevola al
salón donde estaban los convidados. A su entrada reinó un gran silencio, cesaron todos de
bailar y pararon los violines, tanta fue la impresión producida por la extraordinaria belleza de
la desconocida y tan grande el deseo de contemplarla. Sólo se oía el confuso murmullo
producido por esta exclamación que salía de todos los labios.
El mismo rey, a pesar de su vejez, no se cansaba de mirarla y decía en voz baja a la reina que
hacía mucho tiempo que no había visto una mujer tan bella y amable. Todas las damas
estaban absortas en la contemplación de su tocado y vestidos con el propósito de tener
otros iguales al día siguiente, sí bien dudaban encontrar telas tan bellas y modistas hábiles
para hacerlos.
El hijo del rey llevola al puesto más distinguido y luego la invitó a danzar. Bailó con tanta
gracia que aun la admiraron más. Sirviose un espléndido refresco, pero nada probó el joven
príncipe, pues sólo pensaba en mirarla. La Cenicienta fue a sentarse al lado de sus
hermanas, con quienes mostrose muy amable, dándoles naranjas y limones de los que el
príncipe le había ofrecido, lo que las admiró mucho, porque no la conocieron.
Mientras estaban hablando, la Cenicienta oyó que el reloj daba las doce menos cuarto. Hizo
una gran reverencia a los asistentes y se fue tan deprisa como pudo. En cuanto llegó a su
casa dirigiose al encuentro de su madrina, y después de haberle dado las gracias le dijo que
desearía volver al baile el siguiente día, por que el hijo del rey se lo había rogado. Ocupada
estaba en referir a su madrina todo lo que había ocurrido, cuando las dos hermanas
llamaron a la puerta. La Cenicienta fue a abrir, y les dijo:
Al mismo tiempo se frotaba los ojos y se desperezaba como si acabara de despertar, por
más que no hubiere pensado en dormir desde que se separaron. Una de sus hermanas
exclamó:
-Si hubieses estado en el baile no te hubieras fastidiado, pues ha ido la más hermosa
princesa que pueda verse, quien se ha mostrado con nosotras muy amable y nos ha dado
naranjas y limones.
Cuando las dos hermanas regresaron del baile preguntoles la Cenicienta si se habían
divertido mucho y si la hermosa princesa había asistido. Contestaron afirmativamente,
añadiendo que al dar medianoche había huido con tanto apresuramiento que había dejado
caer una de sus chinelas de cristal, la más linda del mundo. También contaron que el hijo del
rey la había recogido, y que hasta acabar el baile no había hecho otra cosa que mirarla, lo
que demostraba que estaba enamorado de la joven a quien la diminuta chinela pertenecía.
Dijeron la verdad, pues pocos días después el hijo del rey mandó publicar a son de trompeta
que se casaría con aquella a cuyo pie se amoldase exactamente la chinela. Se comenzó por
probarla a las princesas, luego a las duquesas y después a todas las señoritas de la corte.
Lleváronla a casa de las dos hermanas, que hicieron grandes esfuerzos para que su pie
entrase en la chinela, pero sin lograrlo. La Cenicienta que las estaba mirando, reconoció su
chinela y les dijo riendo:
Moraleja
Otra moraleja
Versión del cuento de La Cenicienta (Cendrillon ou la petite pantoufle de verre) de Charles Perrault de
la edición de Cuentos de mamá ganso de 1697. Traducción de Josep Coll i Vehí de 1862 [Wikisource]