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La próxima revolución
las asambleas populares
y la promesa de la democracia directa
edición a cargo de
debbie bookchin y blair taylor
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no comercial 1.0
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94305, ee. uu.
© 2015 de la obra, The Murray Bookchin Trust y Verso Books
© 2019 de esta edición, Virus Editorial
Título:
The next revolution. Popular assemblies & the promise of direct democracy (2015)
ISBN: 978-84-92559-96-1
Depósito legal: B-22676-2019
Agradecimientos 11
Prólogo: Sobre el futuro de la izquierda
Ursula K. Le guin 13
Introducción, Debbie Bookchin y Blair Taylor 17
El proyecto comunalista 31
El anarquismo y el poder
en la revolución española 213
Bibliografía 283
Para Bea Bookchin.
Confidente, cómplice intelectual,
y amiga querida de Murray Bookchin
durante más de cincuenta años
Agradecimientos
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prólogo
Sobre el futuro de la
izquierda
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prólogo
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Introducción
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introducción
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El proyecto comunalista
Que el siglo xxi acabe siendo la época más radical de todas o la
más reaccionaria —o que no sea más que un simple lapso den-
tro de una era de gris y deprimente mediocridad— dependerá
principalmente del tipo de programa y movimiento social que
los radicales construyan a partir del bagaje teórico, organizati-
vo y político acumulado durante la era revolucionaria de los
dos últimos siglos. El sendero que escojamos, entre los dife-
rentes caminos que se entrecruzan en el desarrollo humano,
puede determinar, sin lugar a dudas, el futuro de nuestra espe-
cie en los siglos venideros. Mientras esta sociedad irracional
nos ponga en peligro con armas biológicas y nucleares, no po-
demos permitirnos ignorar la posibilidad de que toda activi-
dad humana puede acabar sufriendo un fin devastador. Dados
los planes técnicos exquisitamente elaborados por el complejo
industrial-militar, el autoexterminio de la especie humana, el
fin de la humanidad como tal, debe incluirse entre los escena-
rios posibles que, con la entrada del nuevo milenio, proyectan
los medios de masas.
Debo señalar, para que estas afirmaciones no parezcan
demasiado apocalípticas, que también vivimos en una era
en la que la creatividad humana, la tecnología y la imagi
nación tienen la capacidad de producir logros materiales
extraordinarios, además de dotarnos de sociedades que nos
permiten alcanzar un grado de libertad que superaría de lejos
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teatrales del «bread and puppet»,4 a menudo con una buena do-
sis de alegría compartida. Los miembros de las clases trabajado-
ra y media actualmente desempeñan papeles sociales, por así
decirlo, muy diferentes a los que se les han asociado tradicio-
nalmente, y desde los cuales desafían tanto directa como indi-
rectamente al capitalismo en el terreno de lo cultural y de lo
económico.
Tampoco podemos ignorar, a la hora de decidir la dirección
que queremos seguir que, si no se revisa el capitalismo, en el
futuro —y no en un futuro muy distante necesariamente—,
este diferirá sustancialmente del sistema que conocemos en la
actualidad. Es de esperar que el desarrollo capitalista altere
vastamente el horizonte social en los años venideros. ¿Pode-
mos suponer que las fábricas, oficinas, ciudades, áreas residen-
ciales, industrias, comercios y agricultura, por no hablar de los
valores de ámbito ético, estéticos, los medios de comunicación,
los deseos populares no cambiarán profundamente antes de
que acabe el siglo xxi? Durante el siglo pasado, el capitalismo
ha ampliado de manera crucial los conflictos sociales —en par-
ticular, el histórico interrogante sobre si es posible que una
humanidad dividida por la clase y la explotación llegue a crear
una sociedad basada en la igualdad y el desarrollo de una armo-
nía y libertad reales—, llegando a incluir aquellos que apenas
pudieron llegar a vislumbrar los teóricos de la liberación social
de los siglos xix y principios del xx. Nuestra época, con su in-
terminable selección de «resultados netos» y «elecciones de
inversión», amenaza actualmente hacer de la sociedad misma
un inmenso y explotador mercado.5
4. El Bread and Puppet Theatre es una compañía de teatro que combina
en sus actuaciones tanto marionetas gigantes como actores, y que tiene
la sátira política y la crítica social como temas habituales de sus espec-
táculos. (N. de la T.)
5. Contrariamente a la afirmación de Marx de que una sociedad desaparece
solo cuando ha agotado su capacidad para nuevas innovaciones y desarro-
llos tecnológicos, el capitalismo vive en un estado permanente de revolu-
ción tecnológica, alcanzando cotas que a veces llegan a atemorizar. Marx
erró en este aspecto: se necesitará algo más que el estancamiento tecnoló-
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6. Naródnaya Volia (Voluntad del Pueblo) fue fundada en 1879 fruto de las
diferencias en el seno de los sectores populistas de Zemlyá i Volya (Tierra
y Libertad). Según Raúl Arlotti, «el programa de Naródnaya Volia propo-
ne destronar la autocracia zarista y establecer un gobierno acorde a la vo-
luntad del pueblo. La diferencia entre este grupo y los populistas tradicio-
nales es el rechazo a la prioridad de lo social sobre los objetivos políticos.
Los miembros de la Voluntad del Pueblo abogan por derribar al gobierno
como instrumento para la creación de una clase social que consolide la
igualdad en la vida rusa» («El populismo, sus elaboraciones y posturas filo-
sófico-sociales en la Rusia del siglo xix», Instituto de Filosofía Política e
Historia de las Ideas Políticas, Buenos Aires, agosto del 2013). A esta orga-
nización se le atribuye el tiranicidio del zar Alejandro II.
7. Utilizo la palabra extraordinaria aquí porque, para los estándares marxis-
tas, Europa seguía sin estar objetivamente preparada para la revolución
social en 1914. Gran parte del continente, de hecho, aún debía ser colo-
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Suecia, por citar los casos más ilustrativos de la historia del mo-
vimiento obrero libertario.
El destino del sindicalismo revolucionario ha estado liga-
do, en grados diferentes, a una patología llamada ouvrierisme u
«obrerismo», y sea cual sea la filosofía, la teoría de la historia o
la economía política en la que se sustente, ha sido tomada
prestada, a menudo de manera incompleta e indirecta, de
Marx. De hecho, Georges Sorel y muchos otros declarados sin-
dicalistas revolucionarios de principios del siglo xx, se consi-
deraban a sí mismos marxistas y rehuían expresamente el
anarquismo. Es más, el sindicalismo revolucionario carece de
una estrategia para el cambio social más allá de la huelga gene-
ral y las insurrecciones revolucionarias; las famosas huelgas
generales de octubre y noviembre en Rusia durante 1905 de-
mostraron su capacidad para azuzar y agitar, pero también su
ineficacia en último estadio. De hecho, pese a lo inestimable
que nos pueda resultar la huelga general como preludio de la
confrontación directa con el Estado, esta no pose la capacidad
mística que le asignaron los sindicalistas revolucionarios
como herramienta para el cambio social. Sus limitaciones evi-
dencian de manera patente que, como formas puntuales de
acción directa, las huelgas generales no son equiparables a la
revolución, ni siquiera a una transformación social profunda,
ya que esta requiere de un movimiento de masas, de años de
gestación y de una clara noción de la dirección hacia la que se
va. El sindicalismo revolucionario exuda un antintelectualis-
mo obrerista que desdeña los intentos de formular una direc-
ción revolucionaria deliberada y que muestra una reverencia
por la «espontaneidad» proletaria que, a veces, ha conducido a
situaciones altamente autodestructivas. Carentes de los me-
dios para el análisis de su situación, los sindicalistas españoles
(y los anarquistas) revelaron una capacidad mínima para com-
prender la posición en la que se encontraron ellos mismos tras
su victoria sobre las fuerzas de Franco en el verano de 1936,
así como su falta de capacidad para dar el «paso siguiente» e
institucionalizar una modelo de gobierno de obreros y cam
pesinos.
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16. Ya en los años setenta del siglo xx comencé a escribir acerca del mu
nicipalismo libertario con «Spring Offensives and Summer Vaca-
tions», Anarchos, n.º 4, 1972. Desde entonces he desarrollado una ex-
tensa literatura acerca de este tema. Los trabajos más significativos
incluyen From Urbanization to Cities, op. cit.; «Theses on Libertarian
Municipalism», Our Generation, Montreal, vol. 16, n.º 3-4, primavera/
verano de 1985; «Radical Politics in an Era of Advanced Capitalism»,
Green Perspectives, n.º 18, noviembre de 1989; «Libertarian Municipa-
lism: An Overview», Green Perspectives, n.º 24, octubre de 1991; y The
Limits of the City, Harper & Row, Nueva York, 1974.
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17. V. Gordon Childe: Man Makes Himself, Watts, Londres, 1975 [en cas
tellano: Los orígenes de la civilización, Fondo de Cultura Económica, Ma
drid, 1975, descatalogado]. «La tradición hace al hombre, circunscribiendo
su conducta dentro de ciertos límites; pero, es igualmente cierto que el
hombre hace las tradiciones. Y, por lo tanto, podemos repetir con una
comprensión muy profunda: el hombre se hace a sí mismo». (N. de la T.)
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23. Aristóteles: Politics, op. cit., 1252 [b] 29-30; el énfasis es mío; las pala-
bras originales de los textos clásicos pueden encontrarse en la edi-
ción de Loeb Classical Library edition: Politics, trad. H. Rackham,
Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1972 [en cas-
tellano: Política, op. cit., 1252 [b] 8, p. 98].
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Noviembre, 2002
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La crisis ecológica
y la necesidad de
rehacer la sociedad
A la hora de identificar los orígenes de nuestros problemas
sociales y ecológicos actuales, puede que el mensaje más fun-
damental que aporta la ecología social es que la idea misma de
dominar la naturaleza nace de la dominación del humano por
el humano. Las principales implicaciones de este mensaje
tan básico son un llamamiento a una política e incluso a una
economía que ofrezca una alternativa democrática al Estado
nación y a la sociedad de mercado. En líneas generales, aquí
ofrezco un esbozo sobre cómo abordar estos problemas, para
permitir los cambios necesarios para dirigirnos hacia una so-
ciedad libre y ecológica.
Lo primero es reconocer que nuestra problemática ecológi-
ca es de carácter social, es decir, que si nos enfrentamos a la
posibilidad de una catástrofe ecológica absoluta, respecto a
la cual nos alertan tantas personas e instituciones de renom-
bre, es debido a que la histórica opresión del humano por el
humano ha superado los límites de la sociedad y se ha extendi-
do al mundo natural. Hasta que la dominación como tal no sea
eliminada de la vida social y reemplazada por una sociedad
verdaderamente comunitaria, igualitaria y solidaria, la socie
dad existente utilizará poderosas fuerzas ideológicas, tecnológicas
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política para el siglo xxi
Para saber cuál es el lugar que ocupa el municipalismo liber
tario dentro del repertorio de prácticas antiestatistas, y espe
cialmente si queremos comprender lo revolucionario de su
naturaleza, necesitamos analizarlo con una perspectiva histó-
rica amplia. La comuna, el pueblo o la ciudad —o, en términos
generales, el municipio—, no es simplemente un «espacio»
creado por una cantidad de viviendas destinada a una deter
minada densidad de población. Desde un punto de vista histó
rico, este modelo de civilización es parte integral del arrollador
proceso de disolución de las relaciones sociales hasta entonces
condicionadas biológicamente —sobre lazos sanguíneos reales
o ficticios, que conllevaban una fuerte hostilidad primaria a
los «extranjeros»—, reemplazadas de manera gradual por insti-
tuciones, derechos y deberes, cuyo extenso carácter social y
racional ha acabado abarcando, en mayor o menor medida, a
todos los residentes del espacio urbano, sin necesidad de que
estén ligados a la consanguinidad y los lazos biológicos. El
pueblo, la ciudad, el municipio —o la comuna (la palabra equi-
valente en los países de habla latina para «municipalidad»)—
fue el sustituto cívico desarrollado por los grupos tribales que
hasta entonces se basaban en los lazos de sangre y que, a su vez,
se edificaba sobre una mitología de ancestros comunes, para
pasar a edificarse en torno al lugar de residencia y los intereses
sociales. El municipio, pese a lo lento e inacabado de su tarea,
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Agosto, 1998
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el significado
del confederalismo
Pocos argumentos han sido usados de manera tan eficaz para
poner en duda la democracia directa como aquellos que afir-
man que vivimos en una «sociedad compleja». Los núcleos de
población modernos, se nos dice, son demasiado grandes y de-
masiado concentrados para permitir una toma de decisiones
directa desde la base. Se nos dice también que nuestra economía
es demasiado «global» como para que sea posible deshacer las
complejidades de la producción y el comercio. Se afirma que, en
nuestro presente trasnacional y nuestro sistema social general-
mente muy centralizado, es mejor aumentar la representación
en el Estado, para incrementar la eficiencia de las instituciones
burocráticas, en lugar de avanzar en utópicos esquemas «loca-
listas» de control popular sobre la vida política y económica.
Después de todo, según estos argumentos, los centralistas
son ya «localistas» en el sentido de que ellos creen en «más
poder para el pueblo» o, al menos, para sus representantes. Y
no hay duda de que un buen representante está siempre ansio-
so de conocer los deseos de sus «votantes» (por usar otro de
esos arrogantes sustitutos para «ciudadano»).
Pero ¿democracia directa? ¡Olvidémonos de soñar que en nues-
tro «complejo» mundo moderno podemos tener alguna alterna-
tiva democrática al Estado nación! Mucha gente pragmática,
incluidos los socialistas, a menudo rechazan los argumentos a
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Descentralización y autonomía
1. Al menos entre 1947 y 1977 el río Hudson fue sometido a un intensivo
vertido de residuos de industrias como General Electric o la General
Motors, cuyos desechos eran lanzados a la presa de Troy, situada en
la milla 153 (alrededor del kilómetro 95) del río Hudson. Durante la
década de 1970, la lucha contra la contaminación de este río fue una de
las más conocidas luchas ecologistas del momento en Estados Unidos.
(N. de la E.)
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Confederalismo e interdependencia
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Noviembre, 1990
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municipalismo libertario:
la política de la
democracia directa
Tal vez el mayor y más importante de los fracasos de los mo
vimientos para la reconstrucción social —me refiero en par
ticular a la izquierda, a los grupos ecologistas radicales y a
organizaciones que manifiestan hablar por los oprimidos—, es
su falta de políticas que lleven a la gente más allá de los límites
establecidos por el statu quo.
En la actualidad la política significa, sobre todo, duelos en-
tre partidos jerárquicamente burocratizados por salir elegidos
como cargos públicos, y que ofrecen vacuos programas de «jus-
ticia social» para atraer a un «electorado» anodino. Una vez en
el cargo, lo habitual es que sus programas se transformen en
un ramillete de «compromisos». A este respecto, muchos de los
partidos verdes de Europa no han actuado de manera dife
rente a los partidos parlamentarios convencionales. Pese a sus
diferentes apellidos y etiquetas, tampoco los partidos socia-
listas han mostrado ninguna diferencia perceptible con sus
contrapartes capitalistas. Lo que asegura que la indiferencia
del pú
blico euroestadounidense —su «apoliticismo»— sea
comprensiblemente deprimente. Dadas sus bajas expectativas,
normalmente cuando la gente vota confía en los partidos esta
blecidos aunque solo sea porque, como centros de poder que
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3. El autor hace un juego de palabras aquí con grassroots, que se refiere a
los movimientos sociales, de base…, y que en inglés une en el término
root-raíces y grass-base/raíces/hierba. (N. de la T.)
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4. Véase nota al pie n.º 3 del capítulo «Política para el siglo xxi», p. 114.
(N. de la T.)
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Octubre, 1991
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las ciudades:
el florecimiento de la
razón en la historia
El municipalismo libertario constituye la política de la ecología
social, un esfuerzo revolucionario en el que la libertad recibe
una determinada forma institucional, las asambleas públicas,
convertidas en los órganos de toma de decisiones. Todo esto de-
pende de que los miembros de la izquierda libertaria presenten
candidatos a las elecciones municipales, de que hagan llama-
mientos a que los municipios se dividan por barrios y distritos,
en los que se puedan crear las asambleas populares que permi-
tan que la gente llegue a tener una participación completa y
directa en la vida política. Al haberse democratizado ellos mis-
mos, los municipios se confederarían en un poder dual que se
enfrentaría al Estado nación y que, en última instancia, se des-
haría del mismo y de las fuerzas económicas que sostienen el
estatismo.
El municipalismo libertario es por encima de todo una
política que busca crear una esfera pública democrática y vital.
En mi libro From Urbanization to Cities, como en otros tra
bajos, he señalado las distinciones, cuidadosas pero cruciales,
existentes entre los tres ámbitos societarios: lo social, lo polí-
tico y el Estado. Lo que la gente hace en sus casas, qué amista-
des tienen, los estilos de vida comunitarios que ponen en
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6. Género narrativo en el que el autor crea no solo una historia sino tam-
bién toda una mitología particular. (N. de la T.)
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Septiembre, 1995
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nacionalismo
y «cuestión nacional»
Una de las cuestiones más preocupantes a las que se enfrenta
la izquierda (sin importar cómo la defina cada cual) es el papel
desempeñado por el nacionalismo en el desarrollo social y en
las demandas populares de identidad cultural y soberanía po-
lítica. Para la izquierda del siglo xix, el nacionalismo era pri-
mordialmente visto como un asunto europeo, que implicaba
la consolidación de los Estados nación en el corazón del ca
pitalismo. Solo de manera secundaria, como mucho, se podía
visualizar como la lucha antimperialista y presuntamente an-
ticapitalista en la que se convertiría en el siglo xx.
Esto no significa que la izquierda del siglo xix apoyase
las depredaciones imperialistas en el mundo colonial. Con
la entrada del siglo xx, casi ningún pensador radical serio
consideraba que fuesen una bendición los intentos de las
potencias coloniales de sofocar los movimientos de autode-
terminación de las áreas colonizadas. La izquierda se burlaba
de ellos y de manera habitual denunciaba las arrogantes afir-
maciones de las potencias europeas de que llevaban el «pro-
greso» a las áreas bárbaras del mundo. Las opiniones de
Marx sobre el imperialismo pueden haber sido ambiguas,
pero nunca careció de una genuina aversión a las aflicciones
sufridas por los pueblos sometidos a los imperialistas. Por su
parte, los a narquistas casi siempre se mostraron hostiles y
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4. Tucídides: The Peloponnesian War, libro 2.º, cap. 4 [en castellano: Histo
ria de la guerra del Peloponeso, Ediciones Orbis, Barcelona, 1986, p. 113].
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5. El autor hace aquí un juego de palabras con police y policed en el que
además del sentido amplio de mantener el control sobre algo o vigilar,
conlleva el que lo haga un cuerpo policial; en cierto modo las potesta-
des de los gremios tenían un sentido similar al del control policial ac-
tual. (N. de la T.)
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nación hasta bien entrada la segunda mitad del siglo xix. Tan
tardíamente como en 1871, la Comuna de París hizo un llama-
miento a todas las comunas de Francia para que se constituye-
sen como poder dual confederal en oposición a la recién creada
Tercera República. Finalmente, fue el Estado nación quien re-
sultó ganador en este complejo conflicto, ligando firmemente
con ello el estatismo al nacionalismo. Ya a principios del siglo
xx, los dos eran virtualmente indistinguibles entre sí.
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manera en la que lidió con Georgia, una nación con rasgos dis-
tintivos y muy diferentes al resto, que había mostrado su apo-
yo a los mencheviques hasta que el régimen de los sóviets la
obligó a aceptar una variante doméstica del bolchevismo. Solo
durante sus últimos años de vida, después de que el partido
comunista de Georgia obtuviera la dirección del Estado,15 Le-
nin se opuso al intento de Stalin de subordinar el partido geor-
giano al ruso, en un conflicto fundamentalmente intrapartido,
que no provocó demasiados conflictos para la población geor-
giana, mayoritariaente favorable a los mencheviques. Lenin
no vivió lo suficiente como para enfrentarse a Stalin en esta y
otras políticas y prácticas organizativas.
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Marzo, 1993
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el anarquismo y el poder
en la revolución española
Hoy en día, cuando el anarquismo se ha convertido en le mot
du jour dentro de los círculos radicales, las diferencias entre
una sociedad basada en la anarquía y una basada en la ecología
social deberían ser claramente distinguibles entre sí. El anar-
quismo busca, por encima de todo, la emancipación de la per-
sonalidad individual de todas las cadenas éticas, políticas y
sociales. Sin embargo, en su búsqueda yerra a la hora de abor-
dar el muy importante y concreto tema del poder, con el que
se confrontan todos los revolucionarios en los momentos de
insurrección social. Más que encarar y solucionar cómo la
gente, organizada en asambleas populares confederadas, pue-
de tomar el poder y crear una sociedad libertaria completa-
mente desarrollada, los anarquistas conciben el poder como
algo esencialmente maligno que debe ser destruido. Proud
hon, por ejemplo, afirmó que él dividiría y subdividiría el po-
der hasta que, en efecto, dejase de existir. Él bien podría haber
deseado que la autoridad que el Gobierno pudiera ejercer so-
bre el individuo fuese reducida a su mínima expresión; pero su
declaración perpetúa la ilusión de que el poder puede, de facto,
dejar de existir, una idea que es tan absurda como que la grave-
dad pueda ser abolida.
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1. Nos aclara el historiador Paco Madrid que la alianza entre cnt y fai
establecida a partir de 1938 no era una unión de carácter sindical. Lo
que en la década de 1930 vino a llamarse movimiento libertario español
—donde fueron aceptadas las Juventudes Libertarias y solo al final de la
guerra Mujeres Libres— tuvo un carácter fundamentalmente nominal
y nunca orgánico ni organizativo (N. de la E.)
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Para principios del siglo xx, la izquierda pensaba de sí misma
que había alcanzado un grado extraordinario de sofisticación
conceptual y de madurez organizativa. En general, lo que se
llamaba la izquierda en aquella época era socialismo, influen-
ciado en diversos grados por los trabajos de Karl Marx. Esto es
especialmente cierto en el caso de Europa central, pero el so-
cialismo también estaba entremezclado con ideas populistas
en Europa del Este y con el sindicalismo en Francia, España y
Latinoamérica. En los Estados Unidos, todas estas ideas fue-
ron fusionadas como, por ejemplo, en el partido socialista de
Eugene V. Debs y en el sindicato iww.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, las ideas y mo-
vimientos de izquierda habían logrado tal desarrollo que pare-
cían estar preparados para desafiar seriamente la existencia
del capitalismo y, de hecho, de la sociedad de clases como tal.
Las palabras de La Internacional, «… en la lucha final», adqui-
rieron una nueva concreción e inmediatez. Parecía que el ca-
pitalismo tendría que enfrentarse a la insurgencia de las clases
explotadas del planeta, en especial con el proletariado indus-
trial. De hecho, dado el alcance de la Segunda Internacional y
el crecimiento de los movimientos revolucionarios en Occi-
dente, parecía que el capitalismo se enfrentaba a una insurrec-
ción social internacional. Muchos revolucionarios estaban
convencidos de que un proletariado políticamente maduro y
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1. Se refiere aquí al final del ciclo 1918-1923, durante el que se pro
ducirían periódicas insurrecciones que, después del conato revolucio
nario de 1918, no acabarían de cristalizar en una revolución capaz de
derrocar las instituciones del Estado alemán. En el contexto de las pre
siones de los aliados para cobrar a Alemania las reparaciones de guerra,
en octubre de 1923 el kpd (Partido Comunista de Alemania) lanzó una
ofensiva insurreccional que, sin éxito, acabó cerrando el ciclo abierto
cinco años antes. (N. de la E.)
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por el paso del tiempo, aunque aún no había una forma capita-
lista totalmente desarrollada capaz de tomar su lugar. Con la
Gran Depresión, la clase terrateniente británica comenzó a su-
frir tiempos duros, incluso devastadores, aunque en la década
de 1930 aún no había desaparecido totalmente. Los junkers pru-
sianos seguían al mando del Ejército alemán a principios de la
década de 1930 y, gracias a la elección de von Hindenburg
como presidente del Estado alemán, continuaron disfrutando
de muchos de los privilegios de la élite establecida durante los
comienzos del Gobierno de Hitler. Pero este estrato antes so-
berbio, se vio finalmente enfrentado al desafío del Gleichschal
tung de Hitler, el proceso de nivelación social que acabó
degradando el estatus de la casta prusiana de oficiales. Al final,
fueron los ejércitos angloestadounidenses y rusos los que aca-
baron con los junkers al incautar sus estados en el Este, liqui-
dándolos como entidad socioeconómica. Francia luchó sus
últimas batallas como república de clase media a mediados de
la década de 1930, contra los reaccionarios católicos y sus her-
manos de sangre los jóvenes fascistas de la Croix de Feu,4 que
aspiraban a un afrancesamiento aristocrático basado en títulos
nobiliarios y las riquezas de sus líderes.
Las décadas de entreguerras fueron un periodo tumultuoso
de transición entre un mundo casi feudal en declive, derrotado
pero no enterrado, y un emergente mundo burgués, que a pesar
de su vasto poder económico, aún no había penetrado en cada
poro de la sociedad y definido los valores básicos del siglo. De
hecho, la Gran Depresión demostró que la tan manida máxi-
ma de «el dinero no lo es todo» es cierta cuando no hay dine-
ro a nuestro alrededor. La depresión arrojó gran parte del
mundo, en especial en los Estados Unidos, a un espacio
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9. Jacquerie es un término francés que se utiliza para denominar las diver-
sas revueltas y rebeliones de los campesinos franceses desde el siglo xiv
al xviii. (N. de la T.)
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Por otra parte, cada vez está más asumido que el capitalismo
es el estado natural de las cosas y la dirección en la que la histo-
ria ha ido convergiendo. Incluso aunque el capitalismo logre
este esplendor, somos testigos de un nivel de ignorancia pública,
de fatuidad y de fanfarronería inédito desde el nacimiento del
mundo moderno. Las ideas y las experiencias, como la comida
rápida y el sexo rápido, simplemente pasan por nuestra mente
como si fuesen una exhalación, y lejos de ser absorbidas y utili-
zadas como piedras maestras para generalizar conceptos, des-
aparecen rápidamente para hacer sitio a más ideas y experiencias,
más nuevas y más rápidas cuyo carácter es cada vez más superfi-
cial o está más degradado. Parece como si cada pocos años una
nueva generación pusiera en marcha «nuevas causas» que ya ha-
bían sido agotadas una o dos décadas antes, arrojando al olvido
ideológico lecciones de valor incalculable y conocimientos im-
prescindibles para una práctica social radical. Cada generación
nueva tiene la idea inherentemente arrogante de que la historia
comienza en el momento en el que dicha generación aparece;
por ello, todas las experiencias del pasado, incluso del pasado
reciente, deben ser ignoradas. Por eso, la lucha contra la globali-
zación, librada durante siglos bajo la rúbrica del antimperialis-
mo, ha sido reinventada y renombrada.
El problema de las definiciones y especificaciones perdidas,
de que todo se convierta en «aire», y la desastrosa pérdida de la
memoria de las esperanzas y lecciones vitales para establecer
una tradición de izquierdas, dificulta cualquier intento de crear
un movimiento revolucionario en el futuro. Las teorías y con-
ceptos pierden su dimensión, su masa, sus tradiciones y su im-
portancia, y, en consecuencia, son adoptados y desechadas con
juvenil ligereza. La chovinista idea de «identidad», que es un
subproducto de la sociedad de clases y jerarquías, corroe ideoló-
gicamente el concepto de «clase», priorizando una distinción, en
gran medida psicológica, a expensas de la sociopolítica. La «iden-
tidad» se convierte en un problema sumamente individual con
el que sus individuos deben luchar psicológica y culturalmente
en vez de asumirse como un problema social básico que debe ser
comprendido y resuelto mediante un enfoque social radical.
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12. En el texto el autor hace una comparación entre wages (sueldo de pa
go semanal, basado en una cantidad determinada por hora o por pieza,
que se relaciona con el trabajo de la clase obrera y que varía en fun-
ción de si se hacen horas extras o se aumenta la producción) y salary
(sueldo fijo/nómina, que es invariable y tiene un carácter anual fijado
por la empresa, en función de la tarea a realizar. Los trabajadores de
«cuello blanco» cobran un salario y no tienen en cuenta las horas ex-
tras ni el número de horas desempeñadas en la tarea). (N. de la T.)
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