Terorias de Wallon y Le Boulch Sobre Desarrollo Motor - Algunas Consideraciones Sobre Psicomotricidad y Las Necesidades Educativas Especiales (NEE)

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12/4/23, 21:50 Algunas consideraciones sobre psicomotricidad y las necesidades educativas especiales (NEE)

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Algunas consideraciones sobre psicomotricidad


y las necesidades educativas especiales (NEE)
   
Lic. en Cultura Física. MsC. Yamila Fernández Nieves  
  Máster en Educación Especial. [email protected]
Prof. Asistente ISCF "Manuel Fajardo". (Cuba)
 
 
 
 
Resumen
     En el mundo de las ciencias pedagógicas, incluida la Cultura Física, cada vez se abre más paso a la llamada Pedagogía de la Diversidad; la cual aboga por una educación inclusiva, que abarque a
todos, incluidos por supuesto, los niños que presentan alguna necesidad educativa especial (NEE). Asimismo, entre las tendencias o modelos de la Educación física contemporánea, figura la
  Psicomotridad, definida por Pick y Vayer (1969), como la acción pedagógica y psicológica, que utiliza los medios de la Educación Física con el fin de normalizar o mejorar el comportamiento del niño.  
        El presente artículo expone algunas consideraciones sobre la psicomotricidad; así como sobre algunas particularidades del desarrollo del niño con necesidades educativas especiales (NEE),
imprescindibles a tener en cuenta en este ámbito.
    Palabras clave: Psicomotricidad. Desarrollo psicomotor. Necesidades educativas especiales.
 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 12 - N° 108 - Mayo de 2007

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Introducción
    La meta del desarrollo psicomotor, refieren Palacios, Jesús y Mora, Joaquín (1991); es el control del propio cuerpo hasta ser capaz de sacar de él todas
las posibilidades de acción y expresión que a cada uno le sean posibles. Ese desarrollo implica un componente externo o práxico (la acción), pero
también un componente interno o simbólico (la representación del cuerpo y sus posibilidades de acción).

        El ser humano es una unidad psico-afectivo-motriz y en consecuencia, sería ilógico considerar los diversos aspectos del desarrollo del niño, como
entidades separadas.

    Refiere Wallon, H. (1974), que el niño se construye a sí mismo a partir del movimiento; o sea, que el desarrollo va del acto al pensamiento, de lo
concreto a lo abstracto, de la acción a la representación, de lo corporal, a lo cognitivo.

    Por tanto, el desarrollo, más que psicomotor, es motor - psíquico.

        Para Vigotski (1987), el movimiento humano depende ampliamente del medio socio-cultural donde se desarrolle. Según este autor, el origen del
movimiento y de toda acción voluntaria, no yace ni dentro del organismo, ni en la influencia directa de la experiencia pasada; sino en la historia social del
hombre. Así, defiende la idea de que la verdadera fuente de la acción voluntaria, está en el periodo de comunicación entre el adulto y el niño, siendo
compartida la función entre dos personas.

    Vigotski rechaza el intento de buscar raíces biológicas en la acción voluntaria y reafirma su carácter social, posibilitando los principios básicos para un
análisis psicológico del movimiento.

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    Bernstein (1967), estudió los mecanismos básicos del movimiento y formuló una teoría neuropsicológica sobre los niveles de construcción del mismo.
Esta teoría abarca desde los sinergismos innatos y elementales, hasta las formas más complejas y específicas de la actividad humana: modelo
cibernético, en el que se describe la neuropsicología de la acción. Según este autor, los movimientos humanos son tan variables y poseen tal grado de
libertad ilimitada, que sería imposible encontrar una fórmula de la cual se pudieran derivar los movimientos voluntarios humanos, de impulsos eferentes
únicamente. Refiere este autor que el movimiento es siempre un proceso con curso temporal y ello requiere una continua cadena de impulsos que se
intercambian; donde los sistemas aferentes, que diferencian a cada nivel y dan lugar a diversos tipos de movimientos y acción, juegan un papel
determinante.

    Los actos motores con los cuales nace el hombre, son muy limitados, tanto en cantidad, como en la complejidad de su coordinación. Todo el principal
fondo motor del hombre, sus actos motores más complejos, son adquiridos como resultado del aprendizaje y de la maduración morfológica y funcional
tanto del sistema nervioso, como del sistema osteomioarticular, fundamentalmente. Estos movimientos surgen como resultado de la experiencia adquirida
durante el transcurso de la vida individual. Por consiguiente, los hábitos motores, se forman sobre la base del mecanismo de las relaciones o enlaces
temporales; o sea, la formación de los hábitos motores siempre se produce sobre la base de las coordinaciones antes elaboradas por el organismo.
Aseveró Bobath (1992), que el niño solo podrá usar lo que experimentó antes. El aprendizaje se basa en el desarrollo sensoriomotor. El niño no aprende
el movimiento, sino la sensación del movimiento. No es posible la formación de un hábito, sin repetidos intentos prácticos.

    Para Bernstein N. A. (1967), la base de los movimientos humanos la constituyen por una parte, un sistema de articulaciones que poseen un grado
infinito de libertad y por otra, el tono constantemente cambiante de los músculos; por lo que resulta esencial, tener una sucesión plástica de inervaciones
constantes que se correspondan con las diversas posturas del cuerpo, constantemente cambiantes.

    Muchos componentes de los hábitos motores, se automatizan; o sea, son predominantemente ejecutados con menos participación de la conciencia.
Tal automatismo parcial de la ejecución y regulación de los movimientos dirigidos hacia un fin, es lo que conocemos como hábito. La automatización
creciente de los movimientos, puede ir acompañada de una ampliación simultánea de la regulación consciente de las acciones, de las cuales forman parte
esos movimientos. En el ser humano, cualquier actividad voluntaria, está regulada por la conciencia, excepto en casos patológicos. El control de los
resultados, la evaluación de las condiciones, así como la corrección de las acciones; son en uno u otro grado, conscientes. El hábito entonces, funciona
como medio automatizado de ejecución de una acción; su papel consiste en liberar la conciencia del control sobre la ejecución de los medios de la acción,
y su conmutación hacia los objetivos y las condiciones de la acción.

    El establecimiento de un acto motor como hábito, se produce a través de varias etapas o fases. Según Zimkin (1975), en la primera etapa se advierte
la irradiación de los procesos nerviosos con una generalización de las reacciones de respuesta, la incorporación al trabajo de los músculos ajenos, y la
unificación de diversas acciones parciales en un acto único; en la segunda, se advierte la concentración de la excitación, el mejoramiento de la
coordinación, el ajuste de la tensión muscular y un alto grado de estereotipación de los movimientos; en la tercera, se evidencia la estabilización y un alto
grado de coordinación y automatización de los movimientos.

    La presencia de hábitos fijados, en ocasiones se convierte en un serio obstáculo; principalmente cuando la estructura de un nuevo movimiento está
relacionada con la corrección de un viejo hábito fuertemente fijado. Siempre será preferible prevenir, que corregir hábitos anormales de postura y
movimiento; de ahí la importancia y necesidad de la intervención lo más temprana posible.

        Dentro del carácter social del movimiento humano, la formación del estereotipo dinámico, revierte gran significado. Los reflejos condicionados
interactúan constantemente entre sí. Si los estímulos se repiten en un orden determinado, entre éstos se formará una interrelación que se caracteriza por
la secuencia estereotipada del surgimiento de las reacciones de respuesta a través principalmente, de manifestaciones externas en forma de secreción o
movimiento. El término dinámico, significa el carácter funcional de este estereotipo: su formación y fijación sólo después de los ejercicios
correspondientes, la posibilidad de su reajuste, la extinción durante interrupciones prolongadas, el empeoramiento durante la fatiga, emociones fuertes,
enfermedad, etc. Así, el estereotipo puede ser caracterizado como un sistema de reflejos condicionados para un conjunto de estímulos del medio natural.
Después de la fijación de un estereotipo dinámico, el cumplimiento de un hábito transcurre en forma invariable de acuerdo con la estructura biomecánica,
o sea, de acuerdo con el carácter general externo de realización del movimiento (Zimkin, N. V. 1975).

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    En determinados casos, como suele suceder en muchos de los niños con necesidades educativas especiales (NEE), el reajuste del estereotipo puede
resultar un proceso muy dificultoso para el sistema nervioso lesionado o malformado. Una vez que determinado estereotipo quede bien fijo, será muy
difícil extinguirlo en caso de ser necesario.

    La producción del estereotipo dinámico, es la esencia de la formación de una habilidad motora.

    Cualquier comportamiento en condiciones nuevas, se basa en el traspaso de las operaciones. Este traspaso se basa en la similitud de las condiciones y
es lo que consideramos como habilidad; la cual presupone el dominio de un complejo sistema de acciones psíquicas y prácticas, necesarias para una
regulación racional de la actividad con la ayuda de los conocimientos teóricos y prácticos que la persona posee.

    Puesto que la actividad motora del hombre se caracteriza por su gran diversidad, una parte considerable de los actos motores de nueva estructura, es
realizada por extrapolación, la cual garantiza el denominado traslado de hábitos; o sea, durante la regulación de las funciones motoras del organismo, la
extrapolación es la facultad del sistema nervioso, para resolver adecuadamente las tareas motoras nuevas que surjan, basada en la experiencia que ya se
posee. Sechenov I. M., citado por Petrovky A. V. (1980) refiere al respecto, que los nuevos movimientos complejos, siempre se forman sobre el fondo de
las coordinaciones anteriormente establecidas.

        Las formas de extrapolación son muy variadas. Según Zimkin, estas formas tienen relación con las más diversas partes de la actividad motora,
incluyendo la programación del carácter y la forma de los movimientos inminentes, lo cual está relacionado con la correcta valorización de una situación
creada.

    Para Bernstein, N. A. (1967), la elaboración y la diferenciación de los sistemas de síntesis sensorial y sus componentes, se elaboran a través del éxito o
fracaso de la acción motora. Vigotski, L. S. (1987), consideró que la acción es considerada la base de la elaboración de las relaciones yo-mundo, donde el
niño inicia su acción a partir de sus percepciones. Así, gracias a su actividad motora y a la síntesis perceptiva que la controla, el niño construye en su
sistema nervioso, una imagen objetiva de la realidad que lo rodea.

Desarrollo
    Son dos las características básicas de la motricidad humana: su plasticidad y su carácter social. La plasticidad tiene que ver con la organización
cerebral y de sus mecanismos morfológicos, bioquímicos y fisiológicos, que en definitiva, regulan la motricidad; facilitan y/o inhiben las reacciones
motoras tanto primarias, como espontáneas, como voluntarias.

    Por otra parte, el movimiento humano depende en gran medida del medio social, el cual determina en cierta medida el contenido y las formas de la
actividad motriz. Del carácter social del movimiento humano, se desprenden dos propiedades fundamentales: expresividad y transitividad.

    Refiere Le Boulch, J. (1982), que en la expresividad del movimiento se distinguen dos aspectos: la opinión espontánea, traducción del dinamismo
del organismo sin ninguna intención u objeto consciente; y la expresión como comunicación, implicando que el ser quiere significar alguna cosa a
través de sus gestos o mímica. O sea, en la expresividad, las reacciones afectivas y emocionales, son exteriorizadas a través de reacciones tónico-
motrices, que pueden ser conscientes o inconscientes, espontáneas o controladas.

    La transitividad en cambio, se ejerce sobre el objeto, con la finalidad de modificarlo. La motivación es la premisa básica a partir de la cual se organiza
la motricidad transitiva. Refiere Ramos, F. (1979), que la motivación evoca el aspecto adaptativo de la conducta y es a través de ella, que se mantienen
interrelacionados el plano afectivo y el plano transitivo del movimiento; pudiendo tener la acción que se lleva a cabo, un carácter pragmático o utilitario
(el saber-hacer, se caracteriza por ser eficaz y preciso) o un carácter no pragmático, lúdico. El ajuste o coordinación motriz, puede entonces ser innato
(reacciones primarias, y determinadas respuestas automáticas) o voluntario (praxias).

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    Las praxias, según Piaget, J. (1960), no son más que "sistemas de movimientos coordinados en función de un resultado o de una intención". Tanto
este autor, como Wallon H., las concibieron como inherentes al proceso de desarrollo del pensamiento y del lenguaje.

    Lo anterior significa que las praxias son típicas de la motricidad humana y constituyen el fruto de la experiencia individual, es decir del aprendizaje.

    Le Boulch, J. (1982), ha clasificado tres tipos de praxias, según su intención:

Praxias de carácter transitivo; implican una acción directa sobre el objeto, con la finalidad de modificarlo.

Praxias de carácter simbólico; cuya finalidad es el deseo de comunicar, de trasmitir un mensaje gestual a otro.

Praxias de carácter estético; su finalidad también es el deseo de comunicar un mensaje gestual, pero acentúan más el carácter formal de este
mensaje que su precisión.

        Las praxias constituyen entonces, la base de las habilidades motoras, o bien son las habilidades motoras mismas, o sea, son representaciones
interiorizadas de sucesiones de actos necesarios para alcanzar un objetivo concreto.

    En 1909, el francés Dupré, se refiere por primera vez al término psicomotricidad, poniendo de relieve las estrechas relaciones que unen las anomalías
psíquicas y las motrices. Las investigaciones de Wallon y Piaget, J. (1966), evidenciaron cómo la actividad motriz representa un aporte material necesario
para asegurar el paso de lo sensoriomotor a lo representativo.

        Refiere Defontaine J., (1978) que la motricidad se puede entender como una entidad dinámica que se ha subdividido en noción de organicidad,
organización, realización y funcionamiento, sujeta al desarrollo y a la maduración. Entendida de esta manera, constituye entonces la función motriz y se
traduce fundamentalmente por el movimiento. El concepto psico, hace referencia a la actividad psíquica con sus componentes cognoscitivo y
socioafectivo.

        Ramos, F. (1979), argumenta que podemos entender la psicomotricidad como una relación mutua entre la actividad psíquica y la función motriz.
Señala este autor, que independientemente de que la base de la psicomotricidad sea el movimiento, ésta no es solo una actividad motriz, sino también
una actividad psíquica consciente, provocada ante determinadas situaciones motrices; o sea, que la psicomotricidad es la integración de la motricidad
elevada al nivel del desear y del querer hacer. A través de la intervención del psiquismo, el movimiento se convierte en gesto, es decir, en portador de
intencionalidad y de significación.

        El preponderante papel que desempeña el desarrollo motor en la construcción de la personalidad infantil, ha sido destacado por numerosos
investigadores fundamentalmente de las ciencias psicológicas, psiquiátricas, pedagógicas y neurológicas.

        Para Wallon, H., (1959), el movimiento revierte una importancia insoslayable en el desarrollo psicológico del niño. Basó sus trabajos en la unidad
psicobiológica del ser humano; donde psiquismo y motricidad, no constituyen dos dominios distintos o yuxtapuestos, sino que representan la expresión
de las relaciones reales del ser y del medio.

        Este autor distingue dos tipos de actividad motriz: la actividad cinética (comprende los movimientos propiamente dichos y está dirigida al mundo
exterior); y la actividad tónica (mantiene al músculo en cierta tensión y viene siendo la tela de fondo en la cual se elaboran las actitudes, las posturas y la
mímica). En este contexto, Wallon, H. (1959) confiere al tono postural un importante rol, constituyéndose como elemento indispensable tanto en la vida
afectiva como en la de relación.

    De esta manera, el movimiento prefigura las diferentes direcciones que podrá tomar la actividad psíquica y aporta tres formas, cada una de las cuales
representa cierta importancia en la evolución psicológica del niño: 1) "puede ser pasivo o exógeno", refiriéndose a los reflejos de equilibración y a las
reacciones contra la gravedad; 2) los desplazamientos corporales "activos o autógenos", en relación con el medio exterior, la locomoción y la prehensión;
3) las reacciones posturales que se manifiestan en el lenguaje corporal, o sea, los gestos, las actitudes y la mímica.

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    Wallon establece los siguientes estadios del desarrollo psicomotriz del niño, hasta los tres años:

Estadio de impulsividad motriz, contemporáneo al nacimiento, en el cual los actos son simples descargas de reflejos o automatismos (estado
impulsivo puro).

Estadio emotivo, en el cual las primeras emociones se manifiestan por el tono muscular o la función postural. Las situaciones las conocemos por la
agitación que producen y no por sí mismas (papel preponderante de la afectividad).

Estadio sensoriomotor, en el que aparece una coordinación mutua de las diversas percepciones (marcha, formación del lenguaje).

Estadio proyectivo, en el que la movilidad se hace intencionada, orientada hacia un objeto.

        Entre los tres y los seis años, tiene lugar el estadio del personalismo, el cual se caracteriza por "la toma de conciencia del yo", su afirmación y
utilización. En esta etapa, las adquisiciones psicomotrices más importantes, son la toma de conciencia del propio cuerpo y la afirmación de la dominancia
lateral. La imagen que el niño tiene de su propio cuerpo, constituye un elemento indispensable para la formación de su personalidad.

    Para este autor, que propugnaba una concepción dialéctica del desarrollo, el movimiento constituye un factor decisivo en el desarrollo psíquico del
niño, por su significación en sus relaciones con los demás, porque influencia su conducta habitual y porque de esta manera, contribuye a la
estructuración de su personalidad. Afirmaba que el pensamiento nace de la acción, para volver a ella.

    Para integrar sensaciones y poner en marcha procesos de memoria, atención, temor, etc.; se necesita poder contar con el funcionamiento coordinado
de estructuras corporales.

    En sus estudios, Wallon demuestra el papel jugado por el tono en la sensibilidad afectiva y en la actividad de relación, así como sus relaciones con los
diversos tipos de comportamiento afectivos; el significado psicobiológico de las emociones y su influencia en la estructuración del carácter del niño; la
evolución de la "individualización y toma de conciencia del propio cuerpo" a través de la comunicación automática de la sensibilidad intero, propio y
exteroceptiva, mediante la cual el niño, estructura su YO en su medio social.

    Por su parte Piaget, J. (1969) en su teoría sobre la evolución de la inteligencia en el niño, pone de manifiesto que la actividad psíquica y la actividad
motriz forman un todo funcional que es la base del desarrollo de la inteligencia. Reconocía que mediante la actividad corporal, el niño piensa, aprende,
crea y afronta los problemas.

    Para este autor, la actividad motriz es el punto de partida del desarrollo de la inteligencia del niño. Refiere que durante los dos primeros años de vida
(periodo sensoriomotor), se estructura el universo práctico, en el que lo real se organiza y los mecanismos intelectuales del niño construyen las
categorías reales de la acción: objeto permanente, espacio, tiempo y causalidad, las cuales son susceptibles de adaptarse al medio. Sostiene además que
el niño del primer año de vida, actúa sobre las cosas, las utiliza y ejerce su influencia sobre éstas, sin que ello busque representarse la realidad en sí
misma. La noción de objeto que se logra en la etapa sensorio-motriz es sustancial y constituye un producto de la acción y de la inteligencia práctica.

    Las acciones de representación con las que el niño percibe los objetos, se forman durante el proceso de agarre y manipulación de éstos; y las mismas
están orientadas fundamentalmente, a las características del objeto, tales como la forma y el tamaño. Refiere Cruz, L. (2001), que la permanencia del
objeto es solidaria con la de la organización de las relaciones espaciales, la cual se estructura en dependencia de las acciones visuales y prácticas que se
desarrollan en el niño durante los dos primeros años de vida.

    Con respecto a la formación del esquema corporal, Piaget, J. (1969) plantea inicialmente, que el verdadero conocimiento del propio cuerpo se realiza a
través de la imitación, donde imagen y acción serían equivalentes. Posteriormente refiere que la somatognosia, comporta un conjunto de datos
perceptivos y supone sobre todo un cuadro espacial que integra en un todo funcional, nuestras percepciones, nuestras posturas y nuestros gestos. De ahí
la idea de que en la somatognosia, hay no solamente una relación con el propio cuerpo, una referencia constante al conocimiento del cuerpo del otro.

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        El psicoanálisis también ha aportado importantes consideraciones sobre el cuerpo, tanto en su aspecto libidinal, como en la determinación de su
lenguaje. Freud, S. (1924), advirtió sobre la convergencia de la significación y de los movimientos del cuerpo, con el sistema de lenguaje en el niño. Sus
trabajos pusieron de relieve las implicaciones del desarrollo afectivo en la educación del niño, donde refiere que la vivencia corporal contribuye a
personalizar el "yo" de alguna manera.

    En las edades tempranas, especialmente durante el primer año de vida, la comunicación se caracteriza por ser emocional. En el primer semestre del
primer año de vida, la comunicación entre el niño y la madre depende de la simbiosis afectiva madre-hijo, lo que Wallon denominó "simbiosis afectiva".
Los medios de comunicación se manifiestan a través de los contactos físicos, de los cambios tónicos, de las tonalidades de la voz de la madre, de la
mímica y de los intercambios de las miradas. Sobre el final del primer mes de vida, surge en el niño, el complejo de animación, como reacción emocional
positiva ante el adulto, la cual se manifiesta con movimientos generalizados de ojos, manos, pies, sonrisas, y sonidos guturales fundamentalmente; o
sea, puesto que desde sus mismos inicios, las emociones se expresan de manera tónica, el movimiento entonces es comunicación, es lenguaje. Ya
durante el segundo semestre del primer año de vida, se desarrolla en el niño, un lenguaje mímico-expresivo, que es la base del futuro lenguaje oral; este
último, aparece después de que el niño tiene experiencia concreta.

    Plantea Berruezo y Adelantado, P. P. (1995), que el lenguaje es tributario de las adquisiciones motrices. Pensemos que utilizamos las palabras para
nombrar las cosas. Los nombres nos sirven para pedir objetos que no tenemos. Nombrar algo supone haber superado, al menos mínimamente, la
absoluta concreción, puesto que nombramos algo que conocemos y que queremos, pero no tenemos. Sin embargo, somos capaces de recordarlo o
pensar en ello, lo que quiere decir que hemos elaborado una imagen mental de ese objeto. El lenguaje, necesita de un mínimo desarrollo simbólico que
permita dar el salto de la acción, a la representación.

    Ajuriaguerra (1983), partiendo fundamentalmente de los aportes de Wallon y Piaget, así como del psicoanálisis; estudió y evidenció el papel de la
función tónica, poniendo de manifiesto la estrecha relación que existe entre el tono y el movimiento; y sus respectivas asociaciones con el desarrollo del
gesto y del lenguaje.

    Este autor denominó diálogo tónico, a la relación de comunicación que establecen madre y bebé, a través de la acomodación de sus posturas y el
intercambio de tensiones-distensiones, donde el niño empieza a tomar conciencia de sus límites, a distinguirse de lo otro. La madre sostiene, mantiene y
contiene al bebé, que elabora a partir de esa contención un sentimiento de confianza y seguridad que los psicólogos han denominado función de apego o
vinculación afectiva y que le aporta, además de bienestar y tranquilidad, una primera definición o referencia sensible de sí mismo.

    El tono tiene entonces, como ya hemos abordado, una función motriz y tiene además una función afectiva: regulación de las emociones.

    Según Boscaini (1993), esquemáticamente se podría decir que el tono, que va a organizarse a nivel postural (axial), está en gran parte ligado a la vida
primitiva, a los deseos primarios, a la vida emocional, a la protocomunicación, al equilibrio, a la confianza y a la estabilidad de sí mismo, tanto en el plano
motor como en el psicológico; la organización tónica a nivel periférico es sobretodo la expresión de la vida cognitiva, asume un valor objetivo, es el
indicador de la capacidad de control de sí mismo, de resolver los problemas de la vida y de la adaptación a la realidad. De esta manera, el tono
representa al mismo tiempo una dimensión involuntaria pero también voluntaria del individuo, indica la realidad interna y externa del sujeto, expresa
siempre el pasado, el presente y la anticipación del futuro. Es, en definitiva, el substrato, además de la función motriz, de los procesos emocionales y
relacionales. Sin embargo, es preciso aclarar que la función tónica sola no basta para permitir al individuo ser un sujeto de comunicación; es preciso
considerar tres elementos como indispensables para ello: la postura, el tono y el movimiento.

    Refieren Bobath y Bobath (1992), que todavía en el útero, el niño ejerce presión contra la pared uterina y contra otras partes de su cuerpo cuando
moviliza sus extremidades, proporcionándose estimulación táctil y propioceptiva. Después del nacimiento, continúa tocando y explorando su cuerpo; sus
dedos entran en su boca; más tarde sus dedos de pies y manos entran en contacto, entrelazándose. De esta forma, tocando su cuerpo y moviéndose,
dándose cuenta de que puede mover sus manos dentro de su campo visual, el niño desarrolla una percepción del cuerpo durante los primeros 18 meses,
una sensación de sí mismo como entidad separada de su medio, un conocimiento de sí mismo basado en sensaciones visuales, táctiles y propioceptivas.

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    Así, muy lentamente, el niño va construyendo su esquema corporal y en referencia con él, organiza el mundo que lo rodea; o sea, los objetos y las
personas. Es necesario que conozca su propio cuerpo, como premisa para llegar al conocimiento de los cuerpos externos a él. El cuerpo nos sitúa en el
espacio, y nos permite establecer los puntos de referencia. Wallon, H. (1959) expuso que el esquema corporal, es el resultado y la condición de las
relaciones precisas entre el individuo y su medio. Afirmaba este autor, que para la construcción de la personalidad del niño, un elemento básico
indispensable, es la representación más o menos global, más o menos específica y diferenciada que tiene de su propio cuerpo.

    La construcción del esquema corporal, es un proceso de construcción lenta, en la que los nuevos elementos se van sumando poco a poco, derivados
de la maduración y de los aprendizajes que van teniendo lugar.

    Según Mora, J. y Palacios, J. (1991), los elementos con los que se construye el esquema corporal son de distinta naturaleza: perceptivos, motores,
representaciones cognitivas e, incluso, la experiencia verbal.

    Desde los primeros meses de vida, el bebé comienza a percibir elementos de su propio cuerpo y de las personas que le rodean. Diversos estudios,
como los realizados por Kravitz y col. (1978), evidenciaron que la exploración que realiza el niño de su cuerpo a través del tacto, está relacionada con la
edad. Refieren estos autores, que el niño primero toca su boca, y lleva sus manos juntas sobre su pecho; y solo más tarde, toca partes más distales,
como por ejemplo, los pies y sus dedos, sobre el sexto o el séptimo mes de nacido.

        Esta información que brinda principalmente el tacto y la visión, unida a la información propioceptiva (percepciones artrocinéticas o cinestesias),
permiten que el niño identifique la postura que adopta su cuerpo y sus partes; así como las posibilidades de movimiento que posee. El espacio corporal,
de apresamiento, va ampliándose hasta el espacio de acción y éste hasta el espacio de la realidad e incluso al espacio de la intención, del deseo.

    Sin embargo, la experiencia social también aquí, es decisiva. Antes de llegar a conocer el cuerpo de uno mismo, se conoce el del otro. Refieren Mora y
Palacios (1991), que el bebé de pocos meses ya explora el rostro de su madre y poco a poco, va identificando sus partes: ojos, nariz, boca, y
reconociendo y atribuyendo significado a la expresión determinada por la posición de las cejas y labios. Opinan que el niño aprende a sonreír, cuando
percibe la sonrisa de quien se coloca cara a cara con él, le habla y le ofrece juego. Así mismo, obtiene información sobre otros segmentos corporales
(manos, dedos, pies, etc.), percibiéndolo en los demás. Esta información se va entretejiendo con la experiencia del propio cuerpo percibido y la
experiencia sentida del propio movimiento y la postura. Tan relevante resulta la "percepción del cuerpo del otro", en la construcción del esquema
corporal, que frecuentemente, el niño ciego, al no poder realizar la exploración visual y carecer de esta percepción, desarrolla alteraciones de la postura
(blindismos); pobre orientación espacial y escasa movilidad.

        El desarrollo del lenguaje, constituye otro hecho social relevante para la construcción de las representaciones del cuerpo. El bebé no comienza la
exploración manual de su cuerpo, hasta aproximadamente los 5 ó 6 meses. La diferenciación de su propio cuerpo, en relación con los objetos, parece
iniciarse sobre los 6 ó 7 meses. Desde bien temprano, el adulto juega con el bebé a "¿dónde está la cabecita del bebé?", "¿dónde están los ojitos?",
"azótate la mocita con mano en la cabecita", "pon, pon el dedito en el pon", etc.; lo que indiscutiblemente le ayuda a identificar las partes de su cuerpo,
diferenciarlas y desarrollar su imagen corporal. Una vez que la percepción corporal queda establecida, el niño puede comenzar a relacionarse con el
mundo que lo rodea y puede desarrollar la orientación espacial.

    Más adelante, el niño en edad preescolar, "va a hablar para sí mientras juega, y con su habla va a dirigir su acción. Va a ir contándose a sí mismo lo
que hace y lo que piensa hacer. Este tipo de habla va a acompañar secuencias de actos motores a interacciones entre el cuerpo y el resto del mundo, que
van a quedar organizadas y controladas por el código simbólico del lenguaje.

        La evolución del esquema corporal, está estrechamente relacionada al desarrollo psicomotor. Le Boulch (1982), ha distinguido tres etapas en la
evolución del esquema corporal:

a. Etapa del cuerpo vivido (hasta los tres años); caracterizada por un comportamiento motor global, con repercusiones emocionales fuertes y mal
controladas. A los tres años, el niño ha conquistado el "esqueleto" de un yo, a través de la experiencia práxica global y de la relación con el adulto.

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b. Etapa de discriminación perceptiva (de tres a siete años); la cual se caracteriza por el desarrollo progresivo de la orientación del esquema
corporal y la afirmación de la lateralidad. Hacia el final de esta etapa, el niño es capaz de dirigir su atención sobre la totalidad de su cuerpo y
sobre cada uno de sus segmentos corporales.

c. Etapa del cuerpo representado (de siete a doce años); la cual se corresponde sobre el plano intelectual con el estadio de "las operaciones
concretas" de Piaget. En este estadio, juega un papel decisivo el "esquema de acción", aspecto dinámico del esquema corporal y verdadera
imagen anticipatoria, por medio de la cual el niño hace más conciente su motricidad.

    La última etapa, constituye el estadio de la coordinación y de la sincronización de los datos aportados por la propia vivencia, sobre todo en su aspecto
perceptivo-cognitivo.

    Poseer una buena integración y utilización del esquema corporal, según Defontaine, J. (1978), condiciona directamente la adaptación del sujeto en el
espacio y en el tiempo. Refieren Picq y Vayer (1969), que un esquema corporal bien integrado implica:

la percepción y el control del propio cuerpo;

un equilibrio postural económico;

una lateralidad bien definida;

la independencia de los segmentos en relación al tronco y unos en relación con los otros;

el control y el equilibrio de las pulsaciones o inhibiciones estrechamente asociadas al esquema corporal y al control de la respiración.

    Como afirmara Le Boulch, un esquema corporal mal definido, significará un déficit de la relación sujeto-mundo exterior, que se traduce sobre el plano
de la percepción (déficit de la estructuración espacio-temporal), de la motricidad (torpeza, incoordinación, malas actitudes), y de la relación con el otro
(incidencia sobre el plano relacional y caracterial).

    Dos conceptos resulta necesario precisar, en relación con el esquema corporal: imagen corporal y eje corporal.

    La imagen corporal, definida por Ajuriaguerra, J. (1983) es la suma de sensaciones y sentimientos concernientes al cuerpo, el cuerpo como se siente.
La influyen las experiencias vitales y procesos mentales en las que el sujeto se reconoce a sí mismo. Es, en definitiva, el cuerpo vivido; o sea, se realiza
dentro del conjunto del proceso simbólico y viene a ser una imitación idealizada e interiorizada. La imitación adquiere una tremenda importancia, al
permitir el paso de la actividad sensoriomotriz, a la función simbólica.

    El eje corporal, anatómicamente está representado por la columna vertebral, que asegura la armadura y unidad del tronco.

    El objetivo fundamental del psicomotricista es trabajar el esquema corporal, y para ello se apoya, en los denominados contenidos psicomotores. El
desarrollo de otros esquemas tales como el espacial y el temporal, respectivamente, se apoya en el esquema corporal. De esta forma, como propone
Defontaine, J. (1978) se debe lograr una perfecta coordinación entre ellos.

Conductas Motrices de Base

    Según la clasificación tradicional, dentro de las conductas motrices de base, figuran principalmente la postura, el equilibrio, así como la coordinación y
disociación psicomotriz.

    Ya hemos abordado ampliamente, la estrecha relación que guarda la postura con el tono muscular; constituyendo una unidad tónico-postural. El tono
es responsabilidad del SNC, y depende de la integridad del arco reflejo propioceptivo. La función del sistema propioceptivo consiste en regular el tono del
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todo el cuerpo, con el objetivo de mantener la postura y ejecutar los movimientos. Así, la función postural rige la regulación del conjunto de las
contracciones de los músculos agonistas/antagonistas en las sinergias y las respuestas activas y globales del cuerpo; esta regulación de los conjuntos de
las contracciones organizadas se hace a la vez en el espacio y en el tiempo. Sherrington (1947), afirmaba que la postura sigue al movimiento como su
sombra.

    Las sinergias son movimientos o grupos de movimientos que precisan un estímulo prolongado, y ofrecen una respuesta igualmente prolongada. Ello
supone la intervención de circuitos polisinápticos.

        El daño del SNC, específicamente de los centros que se encuentran en el tallo cerebral, cerebelo, mesencéfalo y ganglios basales; conduce
generalmente a una actividad refleja postural anormal, a una coordinación anormal de la acción muscular y no a la parálisis de los músculos.

        La coordinación, es una función garantizada fundamentalmente por el cerebelo e implica la ejecución de un movimiento con exactitud y el menor
gasto posible de energía y tiempo. Para garantizar esta función, el cerebelo necesita recibir información propioceptiva, la cual llega a través de las vías
espinocerebelosas; así como información vestibular, táctil y visual. Desde el cerebelo parten vías eferentes que van por una parte al cerebro,
estableciendo antes conexiones en los núcleos del tronco cerebral, y por otra, a la médula. El defecto de la coordinación se le denomina ataxia.

    La coordinación se adquiere mediante un proceso madurativo de las estructuras neurológicas y mediante la actividad. Todo ejercicio consiste en la
planificación de sinergias musculares, coordinadas entre sí, para lograr un objetivo. Según Le Boulch (1978), ello presupone un aprendizaje de índole
global, basado en un tanteo experimental, en que sólo es consciente el objetivo a alcanzar, mientras que la programación de las diferentes partes del
movimiento, tiene lugar a nivel infraconsciente.

    Para conseguir una coordinación psicomotriz eficaz, es preciso partir de una buena integración del esquema corporal. Refiere Coste, J. C. (1979), que
la coordinación psicomotriz, constituye un factor importante en la estructuración espacial del sujeto con respecto a su propio cuerpo (lateralidad) o al
mundo que le rodea (orientación). Hay dos tipos:

    1. Coordinación dinámica general: se refiere a grupos grandes de músculos. Es lo que se conoce como psicomotricidad gruesa. Sus conductas son
el salto, la carrera y la marcha, además de otras más complejas, como bailar.

        2. Coordinación visomotora: actividad conjunta de lo perceptivo con las extremidades, implicando además, un cierto grado de precisión en la
ejecución de la conducta. Se le reconoce como psicomotricidad fina o coordinación oculo-manual. Sus conductas son: escribir, tocar instrumentos
musicales, dibujar, gestos faciales, actividades de la vida diaria.

    En las extremidades superiores, según Fernández A., E. (1997), figuran entre las maniobras más útiles para examinar la coordinación:

Prueba dedo-nariz: se indica, y demuestra, al niño que extienda el brazo a la altura del hombro y que lentamente, lo dirija a tocarse la punta de
la nariz. Se realizará con los ojos abiertos y cerrados. Esta última situación, permite determinar si el defecto es debido a un trastorno en la
información que sobre la posición de la extremidad, debería llegar al cerebelo. Prescindiendo de la ayuda de la visión, la única fuente de
información sobre la posición de la extremidad, es la propioceptiva. En caso de lesión cerebelosa, el dedo sobrepasará su objetivo, corrige en
exceso y solo alcanzará la nariz, tras repetidos intentos (dismetría).

Prueba de los movimientos alternos con las manos: el niño sentado en una silla, golpeará alternativamente con la palma y dorso de la
mano sus muslos, en un movimiento rápido de pronación y supinación. Se observarán la rapidez y exactitud del movimiento y, si se manifiesta
clara asimetría.

Prueba de las marionetas: en posición "de manos arriba", se le demostrará el movimiento rápido de prono-supinación de las manos. Se
observará la rapidez y exactitud del movimiento.
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El fenómeno del rebote de Gordon Holmes: con el niño sentado, el examinador le ordenará que haga fuerza para flexionar el antebrazo sobre
el brazo, venciendo la resistencia de la mano del examinador. Cuando el niño esté ejerciendo una fuerza claramente apreciable, se le dejará ir el
brazo. Se verá si éste frena el movimiento de flexión, o por si el contrario, el antebrazo se dispara incontrolable. El examinador con el otro brazo,
protegerá la cara del niño, para que no se golpee.

        Las tres últimas pruebas, exploran la disdiadococinesia, o defecto en la inervación recíproca de agonistas y antagonistas, lo que denota una
incapacidad para interrumpir una acción y seguir inmediatamente con la opuesta.

    Todas estas pruebas pueden aplicarse cuando el niño es capaz de colaborar. En el caso del niño pequeño, será útil observar cómo se lleva objetos, el
tete o cucharas a la boca; cómo ensarta el anillos en un palo; cómo mete objetos pequeños o píldoras en un pomo; o cómo tapa con su casquillo un
bolígrafo.

    Entre los ejercicios de coordinación global y dinámica por excelencia figuran la marcha, carrera, saltos y suspensiones.

        Directamente relacionada con la coordinación psicomotriz, está la disociación psicomotriz: capacidad para controlar por separado cada segmento
motor, sin que entren en funcionamiento otros segmentos que no están implicados en la ejecución de la tarea. Así, al escribir, se hace con la mano, y no
con todo el cuerpo. Según Coste, J. (1979), podemos entenderla como la actividad voluntaria del sujeto, que consiste en accionar los grupos musculares
independientemente los unos de los otros; así como la efectuación simultánea de movimientos que no tienen la misma finalidad en una conducta
determinada. La disociación entonces, presupone un buen control de los automatismos y una coordinación psicomotriz adecuada.

        Los automatismos, declara Campos Castelló, J. (1979), son actividades organizadas sobre estructuras que posteriormente servirán de base para
actividades futuras; constituyen una modalidad funcional perenne, y son responsables de la supervivencia individual (nocicepción, nutrición y
gravitación).

    La coordinación y el equilibrio están íntimamente relacionados. Cuando el equilibrio es defectuoso, se consume más energía de la necesaria, aparecen
la fatiga, los trastornos de la atención; todo lo que está íntimamente relacionado con la torpeza motora, las contracturas musculares, imprecisión y
sincinesias.

    El equilibrio depende del control tónico-postural; pero al mismo tiempo, la carencia o deterioro del equilibrio causa otros problemas, especialmente con
la coordinación. Un equilibrio estable, constituye la base de la coordinación dinámica general.

    Se puede distinguir un equilibrio estático y un equilibrio dinámico. El equilibrio estático, permite mantener la inmovilidad en una postura determinada.
Algunos lo han definido como la capacidad para estar de pie, incluso en condiciones difíciles. No en pocas ocasiones se ha podido asociar la falta o
alteraciones del equilibrio estático, con la dislexia.

    El equilibrio dinámico, depende en gran medida de las funciones visuales. Tiene dos versiones, una de ellas puede ser desplazarse en una postura
determinada (caminar sobre una línea en el piso, o sobre una viga), y la otra es saber parar tras la realización de una actividad dinámica. Refieren Picq y
Vayer (1981), que el desequilibrio está involucrado en las causas de los estados de ansiedad y angustia.

    Se han de utilizar más los ejercicios dinámicos, por ser mucho más motivadores para el niño, que los estáticos. A fin de cuentas, éstos son los que más
se acercan a los movimientos usuales que desarrollará el niño en su vida diaria.

Conductas neuromotrices

    Estas están ligadas al tono y al esquema corporal. Incluye conceptos tales como lateralidad, sincinesia y paratonía.

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    La lateralidad se define como el predominio funcional de un hemicuerpo sobre el otro, que se manifiesta en ojo, mano y pie. Le Boulch (1982), la
definió como "la traducción de una predominancia motriz llevada sobre los segmentos derechos o izquierdos y en relación con una aceleración de la
maduración de los centros sensitivos - motores de uno de los segmentos cerebrales".

        Nos referimos a lateralidad definida, cuando se manifiesta una dominancia clara de mano, ojo, oído y pie, del mismo lado del cuerpo,
independientemente de que sea diestro o zurdo. Lateralidad cruzada, hace referencia a cuando hay dominancia diestra de mano y pie; pero zurda de
oído y ojo, por ejemplo. Lateralidad indefinida mixta, es aquella en que no existe dominancia clara de mano, ojo, oído y pie, en ninguno de los
hemicuerpos. Ambidextreza, se refiere a cuando se usa ambos lados (ojo, pie, mano, oído), con la misma habilidad y destreza. Lateralidad
contrariada, alude por ejemplo, a cuando el niño era zurdo, y por efectos de la educación, se le ha obligado a usar la mano derecha. Lateralidad
patológica, se refiere al hecho de que un niño, a pesar de ser zurdo, tiene que hacerse diestro, debido por ejemplo, a una hemiplejia del lado izquierdo.

    Es clásico distinguir una dominancia ocular, de oído, manual y podal. La dominancia ocular puede determinarse, observando qué ojo utiliza el niño para
mirar por un caleidoscopio o un tubo, mirar con una lupa, mirar a través de un papel con un agujero, simular hacer una foto, apuntar con un rifle de
juguete, etc. La dominancia de oído puede explorarse, aplicando el oído para ver si se oye algo (el tic-tac del reloj por ejemplo), escuchar a través de una
puerta, volverse al oír hablar bajito, etc.

        La dominancia manual, puede explorarse muy fácilmente, cuando por ejemplo, se da cuerda a un reloj o juguete, peinarse, cepillarse los dientes,
enroscar y desenroscar la tapa de un frasco, hacer trazos con un lápiz, coger la cuchara para comer, o el jarro para tomar, repartir las cartas, enrollar un
hilo en un carrete, golpear un clavo con un martillo de juguete, recortar con tijeras, llamar a una puerta, limpiarse la nariz, etc.

    A nivel podálico puede determinarse, observando que pie usa espontáneamente para simular matar una cucaracha de un pisotón, patear una pelota,
saltar a la pata coja, etc.

        En algunos niños, la preferencia lateral puede diferenciarse desde la primera infancia; numerosas investigaciones al respecto coinciden en que la
predominancia de la función manual en una extremidad no se alcanza hasta aproximadamente los 2 años de edad; en otros, puede mantenerse con
ciertos niveles de indefinición durante los años preescolares, pero por lo general, debe quedar establecida entre los tres y los cinco años. Modificar la
preferencia lateral del niño, resulta totalmente contraproducente y pudiera acarrear efectos nocivos sobre su desarrollo psicomotor. Si el niño no
presentara ningún problema en relación con el establecimiento de la lateralidad, se aconseja no intervenir. En caso de ser necesario, como sucede
frecuentemente en los niños con alteraciones del neurodesarrollo, se recomienda no hacerlo antes de que el niño cumpla los cuatro años.

    Sobre los 5 ó 6 años, el niño es capaz de reconocer la derecha y la izquierda en su persona. Entre los 8 y los 11 años puede trasladar esta orientación
a las demás personas o cosas. Sobre los 12 años, es capaz de reconocerlo en el espejo.

    La lateralidad en el ámbito de la educación psicomotriz, constituye la brújula del esquema corporal y según Le Boulch, se manifiesta en la realización
de las praxias y se consolida normalmente, por la práctica de ejercicios de coordinación global y los juegos. Para un adecuado aprendizaje de la lectura y
la escritura, resulta imprescindible que el niño tenga establecido la noción espacial de derecha-izquierda, unido al reconocimiento de las formas.

        Las sincinesias son movimientos parásitos que se caracterizan por la contracción no voluntaria de un grupo muscular. Sin embargo, es oportuno
señalar, que las sincinesias son un fenómeno natural en el desarrollo del niño, cuyo número e intensidad, disminuye con la maduración. Por tanto, cuanto
mayor es el niño, más difícil resulta observarlas. Aproximadamente hasta los tres años de edad, los movimientos más simples del niño, se acompañan de
movimientos asociados e inútiles.

    Algunas sincinesias, nos acompañan durante toda la vida, un ejemplo representativo de esto, es el movimiento de las extremidades superiores, que
acompaña la marcha bípeda. Así, cuando una extremidad inferior se adelanta, la superior homolateral, va hacia atrás. En este caso, es anormal su
bloqueo, como ocurre por ejemplo, en la rigidez extrapiramidal.

    Otras sincinesias, aparecen únicamente en momentos de tensión o de especial concentración. Así, la lengua proyectada entre los labios, mientras se
realiza una actividad manual que necesita una alta concentración es un buen ejemplo. En situaciones de agresión cerebral, particularmente si hay
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afectación de la vía piramidal, las sincinesias pueden reaparecer. Ajuriaguerra, J. (1976), ha distinguido dos formas de sincinesia:

Sincinesias de reproducción, tratándose de movimientos involuntarios del miembro opuesto pasivo, que imita exactamente el movimiento
inductor.

Sincinesias tónicas, tratándose de movimientos involuntarios de tensión del miembro pasivo.

    Las sincinesias de imitación, son normales hasta los 12 años de edad.

    Para Guilmain (1971), la sincinesia es un fenómeno único, que se traduce por perturbaciones hasta los 12 años, de los movimientos inútiles, simétricos
y que terminan por desaparecer. Las respuestas tónicas inapropiadas (heterocinesias), pueden afectar a todas las partes del cuerpo, persistiendo en
dependencia de las condiciones de la acción. (fatigabilidad, rapidez, atención), así como de la estructura madurativa del sujeto. En ocasiones persisten
toda la vida, bajo la forma de ecocinesias.

        El examen de las sincinesias ha sido objeto de preocupación para los especialistas. Así, Zazzo (1960) y col, desarrollaron un test en base a los
movimientos digitales. Algunos movimientos útiles para explorar su presencia y persistencia son citados de Connolly y Stratton, (1968), por Fernández
Alvarez (1997):

1. Apertura de una pieza con el pulgar y el índice. Es importante que el niño esté relajado, sentado con los brazos en semiflexión, apoyados sobre los
muslos y las manos en semipronación.

2. Con las manos abiertas y dedos extendidos, apoyados simétricamente sobre una mesa, se ordena separar los dedos de una mano, creando un
espacio entre dos de ellos. Se observa si involuntariamente ejecuta un movimiento similar con la otra mano.

3. En la misma posición anterior, se le ordena elevar del plano de la mesa un dedo determinado de la mano (movimiento del pianista). El examinador
debe demostrárselo de frente y pedirle que lo imite. Se debe observar la dificultad para imitar el movimiento, y si con la mano que debiera
permanecer inactiva, realiza o no movimientos digitales.

4. Hacer movimientos de marioneta con una mano, mientras la otra permanece a lo largo del tronco.

5. Marcha sobre la punta de los pies.

6. Marcha sobre los talones.

7. Marcha sobre los bordes externos de los pies.

8. De pie, con los pies juntos y paralelos: separarlos y reunirlos.

        A las cinco últimas maniobras, el examinador prestará atención, mientras el niño está concentrado en ellas, a la postura y actividad de las
extremidades superiores (previamente, se le indicará al niño, mantener los brazos a los lados del tronco). Se observará si la postura de las manos es
simétrica o no, si adoptan una hiperextensión o hiperflexión sobre el antebrazo, así como la posición de los dedos. Una extremada rigidez en la postura,
es signo de exageración de sincinesias.

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        La paratonía, término acuñado por Dupré en 1911, e incluido por este autor dentro del síndrome de debilidad motriz, fue considerado como una
incapacidad o dificultad de relajación del músculo, ligada a factores orgánicos y emocionales. Vayer consideró que no se trata tanto de una anomalía del
tono muscular fisiológico, sino más bien a un trastorno persistente en la relación "con el otro".

    En el ámbito de la psicomotricidad, se diferencian dos tipos de paratonía, distinguidos por Berges y Bounes (1977): una paratonía de fondo, o falta de
flexibilidad tónica, ligada al sustrato orgánico; y una paratonía de acción, o verdadero frenaje tónico, que sobreviene a un cierto grado de amplitud de un
movimiento. Al igual que ocurre con las sincinesias, las paratonías pueden ser patológicas.

Conductas perceptivo-motrices

    El movimiento humano, se desarrolla simultáneamente en el espacio y en el tiempo.

    Percepción espacial

    La aferencia sensitiva tiene un profundo efecto sobre la eferencia motora; así por ejemplo, la orientación del individuo en el espacio, depende de la
información recibida desde los receptores óseos, musculares y articulares, piel, ojos y oídos. El patrón de visión, audición, equilibrio, aceleración, presión,
estiramiento, tracción o compresión tiene el efecto de programar los mecanismos posturales del cuerpo de tal manera que se obtenga un patrón de tono
muscular específico para esa entrada. Tan es así, que justamente unas de las principales dificultades del niño ciego, lo constituyen la pobre de orientación
espacial y la consiguiente escasa movilidad.

    Saber orientarse en el plano, porque se han asimilado conceptos como cerca, lejos, delante, detrás, al lado, en línea recta, en diagonal, perpendicular,
paralelo, etc.; primero se realiza en la acción y luego se representa mentalmente. Inicialmente se estructura con referencia al propio cuerpo, su
percepción es egocéntrica, derivada de una experiencia somatognósica y visual.

    Piaget, J. (1951), estudió la evolución del espacio en el niño. Planteó que en los primeros meses de vida, el espacio del niño se caracteriza por ser
muy restringido, limitándose al campo visual y a sus posibilidades motrices. Posteriormente, cuando el niño empieza a andar, su espacio de acción se
amplía y multiplica sus posibilidades de experiencia, aprendiendo a moverse en el espacio, captar distancias, direcciones y demás estructuras espaciales
elementales; siempre en relación con su propio cuerpo. Para una correcta percepción del espacio, necesita establecer conexiones entre las sensaciones
visuales, cinéticas y táctiles.

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        Continuó Piaget afirmando, que al final del segundo año, ya existe un espacio general, que comprende a todos los demás y que caracteriza las
relaciones de los objetos entre sí y los contiene en su totalidad, incluido el propio cuerpo. La elaboración del espacio, se debe esencialmente, a la
coordinación de los movimientos, y aquí se ve la estrecha relación que existe entre el desarrollo y el de la inteligencia sensoriomotriz propiamente dicha.

        El referido autor denominó espacio topológico, al espacio característico del período sensoriomotor, como categoría práctica o "de acción pura".
Predominan en él, las formas y las dimensiones, y aparece caracterizado por las relaciones de vecindad, separación, orden y continuidad entre los
elementos de una misma configuración.

    Posteriormente, a medida que el esquema corporal del niño se va consolidando, éste se convierte en el punto de apoyo de la organización de sus
relaciones espaciales con las personas, con los objetos y con las cosas. De esta manera, el niño accede al espacio euclidiano, donde revierten especial
importancia, las nociones de orientación (derecha-izquierda, arriba-abajo, delante-detrás), situación (dentro-fuera), tamaño (grande-pequeño, alto-bajo),
dirección (a, hasta, desde, aquí, allí).

    También se refirió Piaget, a la importancia de la representación mental de la derecha -izquierda, como categorías que posteriormente, en el período de
las operaciones concretas, influirán en el concepto de espacio, sea concebido no ya como un esquema de acción o intuición, sino como un esquema
general del pensamiento: espacio racional.

        Si no hay buena orientación espacial en una sala, no la habrá en un espacio mucho más reducido, como una hoja de papel. La construcción del
espacio, evoluciona sobre dos planos; uno perceptivo o sensoriomotriz, y otro, representativo o intelectual.

    Es preciso propiciar que el niño tome conciencia de la orientación del cuerpo en el espacio, pues la sensibilidad somestésica, conjuntamente con las
informaciones perceptivas y sensoriales (exteroceptivas), permiten al niño tener una imagen de la posición de su cuerpo en el espacio y con ello,
favorecer los actos motores. El espacio debe ser organizado primero en relación con el propio cuerpo; después, en relación con "el otro" y los objetos.
Resulta necesario tener en cuenta, que las nociones de peso, forma y volumen, también se elaboran por medio de los sistemas visual y táctil-kinestésico.

    Percepción temporal

    Indisolublemente ligada a la percepción espacial, se encuentra la percepción temporal. A través de las señales espaciales y de su permanencia, el niño
podrá adquirir las nociones de duración y ritmo; para lo cuál, el sistema auditivo revierte especial importancia.

    Según Piaget, J. (1965) el tiempo, en el período de la inteligencia sensoriomotriz, es una "categoría práctica", o de "acción pura", que se encuentra
siempre relacionada con la propia actividad del niño. Se caracterizada por ser un fenómeno subjetivo, cargado de afectividad y asociado sobre todo, a las
necesidades biológicas. En su progresivo desarrollo, el niño va integrando nociones como "mañana, tarde, noche, ayer, hoy"; a través de su propia
experiencia personal. No obstante, a pesar de que usa estos términos, y los reconoce como elementos concretos, no posee todavía una noción de la
duración y ordenación de los mismos.

        Afirma Piaget, que durante el período de las operaciones concretas, en el que la noción del tiempo se transforma en un esquema general del
desarrollo, el tiempo se construye por coordinación de operaciones como "clasificación por orden de las sucesiones de acontecimientos, por una parte, y
encajamiento de las duraciones concebidas como intervalos entre dichos acontecimientos, por otra, de tal manera que ambos sistemas son coherentes
por estar ligados uno a otro.

    Picq y Vayer (1969), distinguen tres estadios en la organización progresiva de las relaciones en el tiempo:

a. Adquisición de elementos de base (noción de velocidad ligada a la acción del niño, noción de duración, nociones de continuidad e irreversibilidad).

b. Toma de conciencia de las relaciones en el tiempo (aprender los diferentes momentos del tiempo y llegar a las nociones de simultaneidad y
sucesión).
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c. Llegada al nivel simbólico (coordinación de diferentes elementos, liberación progresiva del movimiento y del espacio, extensión y aplicación a los
aprendizajes escolares de base, transposición y asociación a los ejercicios de coordinación dinámica).

    La estructuración espaciotemporal, está estrechamente relacionada a la estructuración del esquema corporal y a la lateralidad. Los fundamentos de los
aprendizajes básicos (lectura y escritura), se encuentran en una adecuada actividad perceptivomotriz; cuando ésta es deficiente, da lugar a dificultades
del aprendizaje (dislexia, disgrafía, discalculia).

Ámbitos de aplicación de la psicomotridad

        La psicomotricidad tiene que ver entonces con las implicaciones psicológicas del movimiento y de la actividad corporal, en las relaciones que se
establecen entre el organismo y el medio en que se desarrolla. Refiere Coste (1979) que la psicomotricidad es un nudo que ata psiquismo y movimiento
hasta confundirlos entre sí en una relación de implicaciones y expresiones mutuas.

    Según Muniáin (1997), la psicomotricidad es una disciplina educativa/reeducativa/terapéutica, concebida como diálogo, que considera al ser humano
como una unidad psicosomática y que actúa sobre su totalidad por medio del cuerpo y del movimiento, en el ámbito de una relación cálida y
descentrada, mediante métodos activos de mediación principalmente corporal, con el fin de contribuir a su desarrollo integral.

        En mayo de 1995, en el marco del Forum Europeo de Psicomotricidad, reunido en Marburg, Alemania, nace una definición consensuada de
psicomotricidad y establece que basado en una visión global de la persona, el término psicomotricidad integra las interacciones cognitivas, emocionales,
simbólicas y sensoriomotrices en la capacidad de ser y de expresarse en un contexto psicosocial. La psicomotricidad así definida, desempeña un papel
fundamental en el desarrollo armónico de la personalidad. Partiendo de esta concepción se desarrollan distintas formas de intervención psicomotriz que
encuentran su aplicación, cualquiera que sea la edad, en los ámbitos preventivos, educativo, reeducativo y terapéutico.

    Berruezo y Adelantado (1995), se refiere a que el objetivo de la psicomotricidad, es el desarrollo de las posibilidades motrices, expresivas y creativas a
partir del cuerpo, lo que lleva a centrar su actividad e investigación sobre el movimiento y el acto, incluyendo todo lo que se deriva de ello: disfunciones,
patologías, educación, aprendizaje, etc. Asimismo reconoce, que el campo de actuación se centra entonces en dos flancos diferentes, uno que se
preocupa del cuerpo pedagógico, donde se encuentra la actividad educativa/reeducativa del psicomotricista con determinado propósito: lograr llevar al
individuo hasta la consecución de sus máximas posibilidades de desarrollo, de habilidad, de autonomía y de comunicación. En la otra vertiente, según
declara el autor, la psicomotricidad se preocupa del cuerpo patológico, y se realiza una actividad rehabilitadora/terapéutica que se orienta hacia la
superación de los déficit o las inadaptaciones que se producen por trastornos en el proceso evolutivo provocados por diversas causas; orgánicas,
afectivas, cognitivas o ambientales. De cualquier modo, se trata de llevar nuevamente al sujeto hacia la adaptación, la superación de sus dificultades,
hacia la autonomía.

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revista digital · Año 12 · N° 108 | Buenos Aires, Mayo 2007  


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