Dalmacio Negro El Estado PDF
Dalmacio Negro El Estado PDF
Dalmacio Negro El Estado PDF
553
La posición de Schmitt tenía que ver sin duda con el hecho de que,
habiendo dado comienzo, tras la primera guerra mundial, la movilización total
descrita por Jünger, y estando en marcha la estatalidad hacia el Estado Total, su-
perador de la oposición moderna entre Sociedad y Estado, resultaba ya difícil aún
para un pensador tan agudo dilucidar la forma y la materia de lo público y pre-
cisar su ámbito. Desde entonces, la confusión no ha hecho sino aumentar, pues
lo público político no es reductible a lo público jurídico, al derecho público, a lo
económico o a lo técnico, justamente por ser una categoría política aunque de
origen social.
554
ra bien, como lo público es un concepto práctico se configura históricamente, y
su comprensión necesita, la ayuda de la memoria histórica.
555
mente por esta razón, el término señorial era el equivalente de público. La institu-
ción del homenaje tenía como fin hacer depositario al respectivo señor de lo pú-
blico o común. A él le competía velar por su conservación y prosperidad. Se sue-
le citar por otra parte la aparición de los Consejos privados como prueba de que
el rey simbolizaba, en ese mismo sentido, la existencia de algo que cabe designar
como público o común. No obstante, como señaló entre otros Alois Dempf, en un
sentido más general lo público era lo relativo a la eh ristia n itas, a la religión, de
modo que lo eclesiástico era, en principio, lo público, en cuanto se refería a lo sa-
cro. Según este punto de vista Gregario vns fijó en sus famosos decretos papales
de 1075 la diferencia entre lo laico y lo sagrado. Lo laico como lo diverso, lo indi-
vidual, lo sagrado como lo homogéneo, lo común. Lo sagrado era competencia de
la Iglesia, institución universal -católica-, pública, lo mismo que el Imperio de
acuerdo a su misión de proteger y defender la uniuersitas cbristiana. El universa-
lismo era pues, la expresión suprema de lo público, que no se manifestaba empe-
ro horizontalmente sino en los distintos planos jerárquicos del ardo. Un denomi-
nador común daba sentido concreto al universalismo: el ius naturae, que incluía,
por cierto, la moral, pues expresaba las reglas comunes o « públicas» del ardo, en
contraposición al ius privatum o derecho particular, que regulaba el privilegio ( «ley
prívada-), conteniendo entre otras cosas las prerrogativas del príncipe. La superio-
ridad del rey, un primus inter pares, descansaba en que era el símbolo de unión
del territorio, con derechos específicos para poder cumplir su misión de velar por
lo común, el Derecho. En la práctica, el ius naturae era lo público.
, Vid. H.]. Berman, Law and Reuolution, Tbe Formation oftbe Westem Legal Tradi-
tion. Cambridge (Mass.), and London, Harvard U. Press, 1983.
556
La potestad de legislar es como se sabe, lo más característico de la
soberanía moderna. El iusnaturalismo racionalista se convirtió en el hontanar co-
mún del derecho legislado, principalmente público. La legislación tenía que ser
congruente con la recta ratio, que se daba por supuesto, como en el caso de Des-
cartes, que se bastaba a sí misma para discernir las reglas del ardo. Hobbes ex-
plicó muy bien la deducción por la recta ratio del derecho político -del dere-
cho de creación estatal- a partir del natural en sus Elementos de Derecho Natural
y Politico». El soberano, conocedor de los arcana imperii, decide sobre el orden
público fijando lo que es común, lo que pertenece a la soberanía, como derecho
político positivo, de manera que la distinción entre lo público y lo privado -ca-
tegorías sociales- no surge directamente de la realidad social, en el sentido de
que el Estado determina su propio ámbito como lo público, en el que descansa
la posibilidad del orden estatal.
SS?
status, de naturaleza económica, es decir, que opera mediante el cálculo racio-
nal de la relación medios-fines de poder, en claro contraste por cierto con la ra-
tio ecclesiae cuyo contenido es jurídico, una complexio oppositorum ordenada -
o sea no organizada, concepto mecanicista y estatal difundido por el positivismo
en el siglo XIX 8 - al bien común. La respublica moderna es un resultado de la or-
ganización política. Es decir, lo público moderno, en tanto se refiere al espacio
de lo Político como distinto del espacio no Político -el de la Sociedad e inclui-
do el eclesiástico-, designa el orden (territorial) cerrado que es el Estado, dan-
do lugar a la ideología específicamente estatal del interés general".
558
privado- a través de la economía (la economía mixta, por ejemplo), conforme a
la naturaleza económica de la ratio status.
559
nómicas y la política aparece allí dónde alguna ultimidad colectiva se muestra con-
fictiva, pues la política se refiere al conflicto. Desde este punto de vista, la histo-
ria de la sociedad, la historia social, descansa en el movimiento dialéctico que tien-
de a extender lo público a costa de lo privado y, en cierta manera, pero sólo en
cierta manera y hasta cierto punto, viceversa. La dinámica de la sociedad depen-
de de la agudeza de esa dialéctica, cuyo sujeto es, ciertamente, la opinión. Con la
particularidad de que la iniciativa corresponde a lo público: es lo público, lo que
establece las determinaciones y delimitaciones por medio del mando político. Lo
privado, si es muy fuerte, puede acaso resistir condicionándolo, pero nunca diri-
ge el movimiento conjunto -político- de la sociedad, precisamente por su ca-
rácter privado, particular. El movimiento conjunto, colectivo, en cualquier senti-
do, la acción colectiva en relación con una ultimidad social, es siempre política'>.
560
están recomponiendo con especial intensidad bajo formas nuevas, cuya última
causa es el enorme aumento de las posibilidades de lo privado. No se trata de
descartar lo público sino de una nueva visión de la dialéctica público-privado A
fin de cuentas, el Estado, como cualquier otra forma de lo Político, no es más
que un instrumento -un uso, decía Ortega- de la vida social y, por tanto, ha
de adecuarse a sus posibilidades.
561
de raciones económicas, de intereses, no por un auténtico espíritu público, for-
man lo que podría llamarse el partido de la resistencia, pues se limitan a resistir
invocando los beneficios reales o imaginarios que ha traído su expansión bajo la
forma de Estado de Bienestar. Sus enemigos, más difíciles de definir, aunque ins-
pirados sobre todo por el principio del rendimiento característico de la sociedad
industrial, invocan sus defectos, los daños que ocasiona a lo privado y su paráli-
sis creciente; pues, ciertamente, aunque la fijación de los dos ámbitos corresponde
siempre a lo público, las inciativas creadoras y transformadoras de la realidad so-
cial proceden de lo privado, es decir, de la ..Sociedad", que Hayek prefería des-
cribir, en vista de la situación, como «orden extenso de cooperación humana-P.
La palabra sociedad refleja una situación histórica particular característica de la
era moderna, en la que ..la mayor parte de los procesos sociales, culturales, eco-
nómicos más significativos, se desenvuelven dentro de una unidad delimitada te-
rritorialmente, cada una de las cuáles acoge una población que se define como
nación, siendo gestionada cada una por un Estado-"'. En todo caso ha llegado a
prevalecer lo económico, hay un grave déficit de politicidad y el orden jurídico
adolece de excesiva confusión, pudiéndose dudar de si existe hoy realmente un
orden jurídico o en qué medida el llamado orden jurídico no es más que la co-
lección de mandatos estatales sistematizados con mejor o peor fortuna. Centrar
la discusión sobre la dialéctica entre lo público y lo privado en los aspectos eco-
nómicos y legislativos es causa de muchos equívocos, pues el meollo del asunto
es el sentimiento o idea de lo justo, del bien, que debe prevalecer. El conflicto
que se da entre esos dos ámbitos no es gratuito ni siquiera ideológico, por ejem-
plo en el sentido de que el liberalismo tiende a dar preponderancia a lo privado,
el socialismo a lo público y el conservadorismo a dejar las cosas como están: obe-
dece siempre a una necesidad histórica y, en este momento, a un cambio de pers-
pectiva con el alcance de un cambio histórico, en el que lo decisivo es la nueva
visión estética de la realidad.
17 Vid. Lafatal arrogancia. Los errores del socialismo. Vol 1 de Obras completas. Ma-
drid, Unión Editorial, 1997.
1" G. Poggi, Lo Stato. Natura, suilupo, prospettiue. Bologna, II Mulino, 1992. X, 2, pág. 274.
l' Vid. J. Freund, Sociología del conflicto. Madrid, Ed. Ejército, 1995.
562
blico, su transformación será inevitable, aunque una fuerte resistencia debida a
los intereses, a los sentimientos, a las formas de los usos, etc., agote las socieda-
des, o un impulso de cambio inadecuado -por ejemplo una concepción utópi-
ca de lo justo- las disloque. Lo deseable es que las transformaciones se lleven
a cabo de manera acorde a los tiempos nuevos, con las nuevas realidades. Pues,
en definitiva, el conflicto, cuando afecta a la conciencia de lo público y lo priva-
do conlleva una nueva visión de la realidad. Por consiguiente, es fundamental es-
clarecer cómo debiera constituirse el espacio público y con qué contenidos -su
forma y su materia-, en función de las necesidades de las sociedades. Para ello
hay que partir de la situación presente, imposible de intentar describir aquí, sal-
vo algunas consideraciones indispensables que, en todo caso, parecen previas.
563
El tema de la corrupción política como corrupción de los regímenes, tema clá-
sico que concierne directamente a lo público, hace tiempo que está completa-
mente abandonado. Quizá porque exige un tratamiento estrictamente político
más que moral o jurídico, pues se relaciona estrechamente con la crisis o pérdi-
da del sentido de lo público; sin embargo, la ciencia política se ha reducido a sí
misma a ser -cratología-".
564
fleja ese equilibrio. Pero la declaración posterior de Federico de que el príncipe
es el primer servidor del Estado--, revela hasta que punto se había roto ya el equi-
librio entre Monarquía y Estado, entre una forma de poder personal y una forma
de poder impersonal. Para Hegel, el Estado era ya, claramente, un cosa en sí, un
universal concreto, considerando todavía en cambio a la Sociedad, en su famosa
tríada de las formas de la eticidad, un universal abstracto, una denominación, un
mero concepto mediador entre la estatalidad y la familia, el otro universal con-
creto. Su discípulo Lorenz van Stein reificó a su vez la Sociedad contraponiéndo-
la al Estado, quedando Estado y Sociedad como las dos formas eternas de la vida
colectiva.
Tras él, Carlos Marx, desreificó -o, más bien, desmitificó- el Esta-
do y conservó e intensificó la reificación de la Sociedad. Hicieron más o menos
lo mismo Saint-Simon, Comte, Proudhon, Durkheim, etc. 23 . Pero, en general, de
hecho, hasta hoy Estado y Sociedad han seguido siendo entendidos como dos
universales concretos, realidades conceptualmente contrapuestas e históricamente
irreconciliables. Del intento de reconciliarlas en el siglo xx resultó el Estado To-
tal. Según esta fórmula, el Estado penetra en la Sociedad y es al mismo tiempo
penetrado por ella hasta formar una única substancia. Eso significa en la prácti-
ca que lo público se reconcilia con lo privado a costa de este último.
2.\ Cfr. J. Fueyo, "La Sociedad como entidad (Las formas de determinación entitativa
de la Sociedad Moderna)". En La mentalidad moderna. Madrid, Instituto de Estu-
dios Políticos, 1967.
565
9. Puesto que el espacio de la cosa pública se configura moderna-
mente como Estado, preguntar si existe hoy la respublica, conlleva como respuesta
la pregunta de si verdaderamente existe aún el Estado. O bien, ¿qué es hoy el Es-
tado? ¿El Estado es lo Político o lo Político está fuera del Estado? Y aún más, ¿qué
es hoy política? Existe una gran preocupación por lo que se llama la «reforma del
Estado». Se convocan Congresos, reuniones, simposios, etc, aunque, curiosamen-
te, quizá preocupa más el asunto fuera de Europa, la cuna de la estatalidad, que
aquí>. Pero, dando por supuesta la existencia del Estado, ¿es aún reformable? ¿Es
posible recuperar el espíritu público ligado a la estatalidad o revivirá el espíritu
público fuera del Estado, tal vez incluso en oposición a lo público estatal?
El tema de la crisis o fin del Estado, por lo menos como Estado Na-
cional, era relativamente común antes de la segunda guerra mundial, en realidad
desde hace más de cien años. Luego casi desapareció. Ha vuelto a rebrotar con
fuerza ante el fenómeno de la llamada -globalización- que se ha ido afirmando a
partir de los años setenta. Han resurgido las especulaciones sobre el fin del Es-
tado. No de talo cual forma de Estado, trátese del Estado de Derecho, del Esta-
do Totalitario o del Estado de Bienestar, sino del Estado en sí. No es una cues-
tión de anarquismo, socialismo o liberalismo, más o menos antiestatales, sino de
que el Estado es una forma concreta de lo Político en una época concreta», con
características no menos concretas y peculiares y, puesto que ha tenido un co-
mienzo resulta perfectamente concebible que tenga un fin. «La elevación del con-
cepto del Estado a un concepto general normal de las formas de organización po-
lítica en todos los tiempos y pueblos, probablemente pronto llegará a su final con
la época de la estatalídad-, se aventuraba a pronosticar Schmítt>. Basta pensar
que lo público nunca ha sido concebido bajo la misma forma, ni siquiera en la
época de la estatalidad, por lo que es posible, y obvio, hablar de una historia de
las formas del Esrado-". Los síntomas del agotamiento de esta gran forma políti-
ca parecen inequívocos, a juzgar por lo que concierne a lo público, a la res pu-
blica. En la época de la estatalidad ha evolucionado la visión de lo público, pe-
ro conservando siempre la sustancia de lo estatal y suficiente relación con el
24 Entre las excepciones, por ejemplo plantea a fondo el tema aunque de manera in-
suficiente, el libro colectivo R. Voigt (Hrsg.), Abscbied vom Staat-Rückkebr zum
Staat?Baden-Baden, Nomos Verlagsgesellschaft, 1993.
" cfr. el escrito clásico de C. Schmitt, -Staat als ein konkreter, an eine geschichtliche Epo-
che gebundener Begríff- (1941). En Verfassungsrecbtlicbe Aufsátze aus den jabren 1924-
1954. Materialien zu einer Verfassungslebre. Berlin, Duncker & Humblot, 1973.
26 -Staat als ein konkreter..... Pág. 376.
566
espíritu público. Sin embargo, hoy en día se duda seriamente de la existencia de
la soberanía, esencia del Estado, y es notoria la quiebra de la ratio status. ¿Hay
todavía una sustancia estatal? 0, en términos menos ontológicos, ¿se puede ha-
blar aún de un espíritu estatal en el sentido de político? Es decir, prescindiendo
de la retórica, ¿existe hoy espíritu público?
567
Es indiscutible que ha existido un espíritu estatal, un espíritu públi-
co estatal, que alcanzó su expresión suprema en el ideal del Estado de Derecho.
Pero en este momento ese espíritu público tiende a: ser residual, incluso en na-
ciones de tradición estatista tan arraigada como Francia. Despues de todo, la con-
ciencia moderna del orden ha sido mediada, e impuesta, por el Estado, dador y
garantizador del orden. Precisamente se afirmó el Estado gracias a las luchas re-
ligiosas de los siglos XVI y XVII que dieron a la época un aire de guerra civil. Y no
deja de tener cierta lógica que el Estado se disuelva ahora a consecuencia de las
grandes guerras civiles europeas del siglo xx que en realidad son una sola» y res-
ponden al enorme cambio de circunstancias y condiciones: las guerras de reli-
gión prepararon el asentamiento de la estatalidad y las guerras ideológicas -en-
tre religiones seculares- de los siglos XIX y xx, con la pérdida del espíritu público,
quizá su disolución. Ahora bien, si no existe espíritu estatal es que la vida, como
diría Hegel, ha huido del Estado, permaneciendo su forma vacía. Esta es una ma-
nera profunda de considerar el asunto. Desde otro punto de vista, ciertamente
más nominalista, analítico, o más a ras de tierra, el Estado, tal como ha llegado
hasta hoy, es un conjunto de monopolios y prerrogativas de los que emerge su
espíritu; pero al resultar ineficientes, inadecuados a los tiempos nuevos, tales pre-
rrogativas y monopolios descalifican el papel instrumental de la estatalidad, que
de instrumento ha devenido amo.
mas, en la mayoría de los casos son invenciones de oligarquías locales que quieren
tener su propio Estado. Ranke reducía a seis la naciones europeas: la española, la ita-
liana, la francesa, la inglesa, la germánica y la eslava, divididas empero en casi todos
los casos por diversas formas políticas. Según esa clasificación,al ser el Estado, a di-
ferencia de otras formas políticas un espacio territorial cerrado, la coincidencia en-
tre el Estado y la Nación sólo se habria dado en el caso francés y en el italiano (sin
perjuicio de -irredentísmos- como los de Alsacia y Lorena, el Triestino, etc.),
;1 E. Nolte, La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocia/ismo y bolcheuismo.
México, Fondo de Cultura,1994.
" Los Estados no europeos o establecidos en culturas distintas a la occidental son un
aspecto más de las expropiaciones llevadas a cabo en la cultura europea, es decir,
del -rapto de Europa-.
568
sin diferenciación interna religiosa -aquellos en que lo común en sentido polí-
tico aceptaba que lo religioso era también público- y los no católicos protes-
tantes, en los que, al ser más radical la secularización, tenía que realizarse más
enérgicamente el reajuste entre las dimensiones anteriores de lo público, funda-
mentalmente lo común político y lo común religioso», Eso ayuda a entender por
qué fue en los Estados protestantes y en los divididos por el protestantismo dón-
de alcanzó la estatalidad una mayor intensidad determinando su superioridad en
la lucha por la supremacía europea e, in the long run, universal, mientras la his-
toria universal se confundió o pareció confundirse con la historia de Europa. No
es ninguna casualidad que Hegel hiciese de la distinción entre público y privado
lo más característico de su Filosofía del Derecho. Hay dos aparentes excepciones
por causas diferentes: Inglaterra y Francia.
569
o no, es muy reveladora del espíritu de la nueva realeza-, fuese católica, el Es-
tado tendió al absolutismo y, en todo caso, produjo el galicanismo, coherente con
la teología política protestante. Esta última constituyó el sustrato decisivo para
que saliera de la Gran Revolución el Estado verdaderamente Moderno.
570
líticos, entre ellos el propio Estado que, al ontologizarse tiende a sacralizarse,
apoderándose incluso de la segunda, lo que también se podría representar como
un monopolio. A la verdad, la religión no ha sido monopolizda por el Estado úni-
camente en la medida en que el Papado ha conservado su influencia. En cuanto
al monopolio fiscal no es un monopolio más, aunque haya algo de eso, sino que
impuesto -en su sentido estricto de imposición como ejercicio de la soberanía-
y Estado son prácticamente lo mismo. Se podría decir que mientras haya Estado
habrá impuestos y si no hay impuestos no hay Estado. Ahora bien, la cuestión de
los impuestos pertenece al presupuesto amigo-enemigo, pues sin ellos no podría
afirmarse e! poder estatal ni cabría determinar las líneas de amistad y enemistad
modernas, determinadas por el poder de los Estados. El impuesto, cuyo carácter
es eminentemente coactivo a la vez que legal según una legalidad puramente es-
tatal, es lo que separa inicialmente la esfera de! Estado frente de lo que cabe de-
nominar la Sociedad. Implica especialmente que lo público estatal se superpone
y prima sobre lo privado en vez de salir de este último, estableciendo una espe-
cie de enemistad permanente entre ambas esferas.
571
representantes por los representados. Comparando Francia y Estados Unidos, aquí,
«las potentes y activas fuerzas económicas y sociales que componen la sociedad
civil norteamericana hacen diariamente la micro-política»; en cambio, « los norte-
americanos votan poco e ignoran la "gran política"». La democracia norteameri-
cana podría analizarse como un régimen híbrido de democracia representativa y
de democracia directa que cabe denominar democracia representativaw. Y H.
Arendt, al referirse a la pérdida en Europa del espíritu público que impulsara la
revolución norteamericana y de la nula influencia de esta última en Europa, ha-
bla de una forma que no es representativa pero muy expresiva, no obstante, del
espíritu público: la participación directa de los ciudadanos en los distritos co-
munales; fórmula que tuvo una célebre expresión efímera posteriormente en la
famosa Comuna de París.
572
ciones. Kelsen demostró comprender muy bien el fondo de la cuestión al pro-
poner la creación de Tribunales Constitucionales para interpretar la legalidad en
función de los valores, elemento esencial de la ideología, que se cree que dicta
la Constitución, que es una decisión sobre valores.
573
es decir, límite y control del poder, se transforma en juez y parte, en cuanto de
él dependen tanto la legislación -la soberanía jurídica- como el poder eje-
cutivo -la soberanía política-o Esto constituye una consecuencia del hecho
destacado por Schmitt de que -der moderne Staat ist in seinem Kern Exekutiue-,
que el Estado moderno es en su meollo ejecutivor', razón por la que bajo el Es-
tado no cabe la -micro-politicaé",
574