Dalmacio Negro El Estado PDF

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RES PUBLICA AMISSA

Por el Académico de Número


Excmo. Sr. D. Dalmacio Negro Pavón"

1. ¿Se ha perdido lo público? ¿Existe la cosa pública? Según Carl


Schmitt, el grado de intensidad de la lucha política determina lo Político: puede
ser político cualquier aspecto de la realidad que adquiera en determinado mo-
mento cierta intensidad. ]. Freund, seguramente el principal discípulo de Sch-
mitt, negaba con razón que baste el criterio de la intensidad para delimitar lo
Político y fijar su lugar. Arguye que el criterio de la intensidad corresponde al
par dialéctico amigo-enemigo, al que tampoco se reduce empero lo Político: una
lucha religiosa o económica puede transformarse en lucha política, pero religión
y economía siguen siendo esferas autónomas'. Cabe decir lo mismo de lo Polí-
tico. Lo Político es una esencia y tiene, por tanto, un dominio propio; en caso
contrario adolecería de fin específico. Es decir, hay un dominio propio de lo Po-
lítico, hay un espíritu político cuyo espacio es, justamente, lo público. La pérdi-
da de la cosa pública o de la conciencia de lo público sobreviene cuando lo po-
lítico adolece de fin específico y no existe un espíritu público. y como lo público
es un término dialéctico que implica lo privado, este último parece ocupar en-
tonces inevitablemente su lugar. Eso hace de la dicotomía público-privado uno
de los tres presupuestos de lo Político. El tercero es, como se sabe, el binomio
mando-obediencia .

• Sesión del día 5 de noviembre de 1996.


1 Para esto y en general lo que sigue, La esencia de lo político. Trad. de S. Nóel. Ma-

drid, Editora Nacional,1968

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La posición de Schmitt tenía que ver sin duda con el hecho de que,
habiendo dado comienzo, tras la primera guerra mundial, la movilización total
descrita por Jünger, y estando en marcha la estatalidad hacia el Estado Total, su-
perador de la oposición moderna entre Sociedad y Estado, resultaba ya difícil aún
para un pensador tan agudo dilucidar la forma y la materia de lo público y pre-
cisar su ámbito. Desde entonces, la confusión no ha hecho sino aumentar, pues
lo público político no es reductible a lo público jurídico, al derecho público, a lo
económico o a lo técnico, justamente por ser una categoría política aunque de
origen social.

Como la pérdida, desmembración (vpluralismo-) o indeterminación


de lo público conlleva la confusión acerca de lo Político y la pérdida de la visión
de la realidad propiamente política -es decir de la forma de lo Político-, cabe
afirmar que, de hecho, los regímenes actuales son por lo general impolíticos y,
en muchos casos, antipolíticos o tienden a serlo-. Ahora bien, entonces, puesto
que lo Político se refiere al ser, la política, que se refiere al hacer, empieza a des-
plegarse fuera el ámbito reconocido oficialmente como tal de lo Político. Lo que
se podría llamar espíritu público se fija en otras cosas. Y, en la medida en que la
forma de lo Político es el Estado, eso quiere decir que la estatalidad se está va-
ciando de sustancia: aparentemente, la ratio status ya no tiene más fin que la con-
tención del derrumbamiento de la masa estatal, con lo que el Estado desvitaliza-
do, mera forma sin vida, se estaría reduciendo rápidamente a su esqueleto, el
Estado Fiscal>, que acosa abrumadoramente al «ciudadano" (¿existe el ciudada-
no?). La proliferación de los llamados «movimientos sociales" puede constituir una
prueba de que el Estado está perdiendo el monopolio de la política, lo que da la
apariencia de que hoyes la opinión pública la soberana. ¿Pero quién es hoy el
soberano? ¿Dónde está la soberanía? ¿No hay una tendencia a ejercerla disimula-
damente a través de una teoría de mediaciones mediante las que se imputa a la
opinión pública manipulada? A la verdad, ¿no se diluye la soberanía en la tecno-
economía como soberano abstracto? ¿No ha afectado también a la vida política la
«pérdida de la realidad-?

2. Descriptivamente, lo público designa el espacio propio de lo Po-


lítico en cuanto distinto del espacio no Político. Las empresas políticas pueden
surgir fuera de lo público, pero la actividad política se canaliza dentro de él. Aho-

Vid. también, en relación con estos conceptos, ]. Preund, Politique et impolitique.


París, Sirey,1987.
3 Cfr.]. A. Schurnpeter, «La crisis del Estado Físcal-. Hacienda Pública Española.
N" 2 (970).

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ra bien, como lo público es un concepto práctico se configura históricamente, y
su comprensión necesita, la ayuda de la memoria histórica.

La Polis, donde nació la política.era una sociedad muy integrada. Pe-


ro los griegos que descubrieron su posibilidad, en tanto que introdujeron en ella
el concepto de orden -la rroAL TKTÍ uo<j>(a- percibieron claramente la diferencia
entre KOLVO" común, público, y TO KOLVOV Uyaeóv, el bien común, e (8LO', Y Ol-
KElOt, privado, particular, o TU' (8La, los bienes particulares. La actividad políti-
ca o relativa a la Polis era para ellos uno más entre los diferentes tipos de acción
-rrpaYlJ.aTa, asuntos-o Se llamaba ciudadanos a quiénes la ejercían y la ciuda-
danía constituía un privilegio, consistente en el derecho y la obligación de inte-
resarse por los asuntos públicos o comunes, los que afectaban a todos. Es decir,
consistía en la facultad-obligación de participar en lo concerniente a la Polis co-
mo tal, en cuanto forma de lo común, tipo de acción reservada a hombres libres.
Lo público era allí todo lo que concernía a la acción colectiva de los ciudadanos",

Para los romanos la política ya no era un asunto más. Tenía un su-


jeto, una cosa o res, la res publica. Distinguían con toda claridad entre dominium
o señorío particular relativo a cosas particulares e imperium o mando político,
relativo a la respublica. Pero si bien el estoicismo, la concepción ética dominante,
diferenció claramente entre la vida pública y la privada, la división intelectual del
Derecho en ius privatum y ius publicum se ajustaba a esa realidad política sin
romper la unidad conceptual del ius. Las Poleis griegas no podían expansionar-
se. Eran comunidades genéticas que podían aspirar a lo sumo a la hegemonía so-
bre las demás, pero sin absorberlas o fundirse con ellas. Ese fue el origen de las
famosas guerras del Peloponeso. En rigor, lo único que podían hacer era repro-
ducirse genéticamente, fundando una nueva ciudad (colonia) con gentes de la
propia Pólis y al amparo de sus dioses. En cambio, Roma, también una ciudad,
se expansionó, llegando a constituir un Imperio mediante la anexión de vastos
territorios. Y lo que se expandió fue, justamente lo público, la res publica.

La Edad Media no se preocupó por la distinción entre lo público y lo


privado, lo que ha dado lugar, como es sabido, a muchas dificultades de interpre-
tación. Se llegó a creer que no existió entonces una forma propiamente política en
el sentido pleno de la expresión, justamente porque no parecía posible localizar
un espacio político público, interpretación contra la que reaccionó vigorosamente,
como es sabido, H. Mitteis. La aparente confusión medieval puede explicarse em-
pero por la concurrencia de una suerte de niveles o formas de lo público. justa-

i Cfr. H. Arendt, La condición humana. Barcelona, Paidós, 1993.

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mente por esta razón, el término señorial era el equivalente de público. La institu-
ción del homenaje tenía como fin hacer depositario al respectivo señor de lo pú-
blico o común. A él le competía velar por su conservación y prosperidad. Se sue-
le citar por otra parte la aparición de los Consejos privados como prueba de que
el rey simbolizaba, en ese mismo sentido, la existencia de algo que cabe designar
como público o común. No obstante, como señaló entre otros Alois Dempf, en un
sentido más general lo público era lo relativo a la eh ristia n itas, a la religión, de
modo que lo eclesiástico era, en principio, lo público, en cuanto se refería a lo sa-
cro. Según este punto de vista Gregario vns fijó en sus famosos decretos papales
de 1075 la diferencia entre lo laico y lo sagrado. Lo laico como lo diverso, lo indi-
vidual, lo sagrado como lo homogéneo, lo común. Lo sagrado era competencia de
la Iglesia, institución universal -católica-, pública, lo mismo que el Imperio de
acuerdo a su misión de proteger y defender la uniuersitas cbristiana. El universa-
lismo era pues, la expresión suprema de lo público, que no se manifestaba empe-
ro horizontalmente sino en los distintos planos jerárquicos del ardo. Un denomi-
nador común daba sentido concreto al universalismo: el ius naturae, que incluía,
por cierto, la moral, pues expresaba las reglas comunes o « públicas» del ardo, en
contraposición al ius privatum o derecho particular, que regulaba el privilegio ( «ley
prívada-), conteniendo entre otras cosas las prerrogativas del príncipe. La superio-
ridad del rey, un primus inter pares, descansaba en que era el símbolo de unión
del territorio, con derechos específicos para poder cumplir su misión de velar por
lo común, el Derecho. En la práctica, el ius naturae era lo público.

3. La aparición de los Estados escindió, como se ha dicho muchas


veces, la uniuersitas medieval que, por decirlo así, esenciaba los distintos planos
de lo público. Se circunscribió lo público al espacio propio de cada uno de ellos
introduciendo mayor claridad a cambio de monopolizar la actividad política. De
este modo, lo eclesiástico -y la interpretación de lo común, del ardo y sus re-
glas- empezó a quedar incluido en lo público estatal, restrigiéndose, pues, lo
público a lo de cada Estado para el que conservó bastante del espíritu de lo sa-
cro, lo que facilitó después la ontologización de la estatalidad. De ello es símbo-
lo la famosa frase cuius regio eius religio, a consecuencia de la reforma protes-
tante, que multiplicó y consolidó las escisiones y unió la Iglesia al Estado. A partir
de entonces, dada la índole del Estado, que tiende a concentrar todo lo que tie-
ne que ver con el poder, empezó a determinarse jurídicamente el ámbito de lo
público, siendo esto lo que ha llevado a la idea del Estado de Derecho y por lo
que todo Estado es Estado de Derecho.

, Vid. H.]. Berman, Law and Reuolution, Tbe Formation oftbe Westem Legal Tradi-
tion. Cambridge (Mass.), and London, Harvard U. Press, 1983.

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La potestad de legislar es como se sabe, lo más característico de la
soberanía moderna. El iusnaturalismo racionalista se convirtió en el hontanar co-
mún del derecho legislado, principalmente público. La legislación tenía que ser
congruente con la recta ratio, que se daba por supuesto, como en el caso de Des-
cartes, que se bastaba a sí misma para discernir las reglas del ardo. Hobbes ex-
plicó muy bien la deducción por la recta ratio del derecho político -del dere-
cho de creación estatal- a partir del natural en sus Elementos de Derecho Natural
y Politico». El soberano, conocedor de los arcana imperii, decide sobre el orden
público fijando lo que es común, lo que pertenece a la soberanía, como derecho
político positivo, de manera que la distinción entre lo público y lo privado -ca-
tegorías sociales- no surge directamente de la realidad social, en el sentido de
que el Estado determina su propio ámbito como lo público, en el que descansa
la posibilidad del orden estatal.

Se puede afirmar que, en general, todas las disputas modernas so-


bre la soberanía giraron en torno al derecho a determinar jurídicamente lo pú-
blico o común, la res publica, como decía Badina. De ahí, por una parte, el ca-
rácter de dictaduras comisarias de las Monarquías absolutas señalado por Schrnitt";
por otra, que, al luchar las Monarquías con los poderes indirectos, en primer lu-
gar la Iglesia, consolidando mediante el derecho público el espacio de la sobe-
ranía, poco a poco se separaron las ideas de público y común, acabando por pre-
valecer la primera como algo propio del Estado, quedando lo común como una
especie de suma mecanicista de lo público y lo privado. La vieja idea de bien co-
mún derivó así en la de interés común, interés general y finalmente, cuando el
Estado llegó a ser amo de todo hacia la segunda mitad del siglo xx, en la de in-
terés público como sinónimo de general. La diferencia esencial es que mientras
el bien común implica una referencia a la bondad como elemento ético determi-
nante de lo común, el interés, por supuesto, no sólo puede ser bueno o malo in-
trínsecamente desde un punto de vista moral, sino que puede confundirse, por
ejemplo, con el del Estado o de las oligarquías.

Lo público, la respublica, diferenciándose de la vieja concepción ro-


mana, es en sí mismo, la esfera propia del imperium, del mando político, el es-
pacio reservado a lo Político, dentro del cual el titular del mando actúa en prin-
cipio sin cortapisas. En términos modernos, lo público es el campo de la ratio

6 Trad. D. Negro. Madrid, Centro de Est. ConstitucionaJes,1979.


7 Vid. C. Schmitt, La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la
soberanía hasta la lucha de clases proletaria. Trad. de J. Díaz Garcia. Madrid, Rev.
de Occidente,1968.

SS?
status, de naturaleza económica, es decir, que opera mediante el cálculo racio-
nal de la relación medios-fines de poder, en claro contraste por cierto con la ra-
tio ecclesiae cuyo contenido es jurídico, una complexio oppositorum ordenada -
o sea no organizada, concepto mecanicista y estatal difundido por el positivismo
en el siglo XIX 8 - al bien común. La respublica moderna es un resultado de la or-
ganización política. Es decir, lo público moderno, en tanto se refiere al espacio
de lo Político como distinto del espacio no Político -el de la Sociedad e inclui-
do el eclesiástico-, designa el orden (territorial) cerrado que es el Estado, dan-
do lugar a la ideología específicamente estatal del interés general".

4. Decía Leo Strauss, comentando El concepto de lo político de Carl


Schmitt, que, paradójicamente, Hobbes, que dio forma sistemática a la teoría
del Estado, es el pensador antipolítico por excelencia 10. Según la teoría hobbe-
siana, lo público era el espacio concreto de la soberanía, de contenido pura-
mente estatal. Lo privado venía a ser el espacio de contenido puramente indi-
vidual. Estado e individuo son los polos!' cuya tensión corresponde arbitrar a
la soberanía. Ambos espacios están delimitados por sus respectivos derechos,
entre los que se establece una diferencia cualitativa a favor del público por su
carácter superior -ius eminens et imperativum-, ya que ahora depende de él
el ardo. Pues el ardo no es visto ahora como ardo naturae de origen divino, si-
no como ardo status. Gracias a la res publica estatal existe un ardo dependien-
te exclusivamente de los poderes temporales, cuya precariedad les obliga a cre-
cer continuamente. El orden estatal lo determina el derecho estatal, derecho
creado por el poder. El orden estatal aparece como un orden positivo exclusi-
vamente jurídico.

Más tarde, descubierto, descrito, en realidad inventado lo privado


como lo social-- y equiparado prácticamente, mediante un típico reduccionismo
propio de la mentalidad racionalista moderna, a lo económico, volvieron a em-
pezar a reconciliarse aparentemente ambas formas del derecho -el público y el

H Vid. Sh.S. Wolin, Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento


político occidental. Buenos Aires. Amorrortu,1973. la.
9 Cfr. F. Rangeon, L 'idéologie de l'intérét général. Paris, Economica, 19R6.
Jl) -Anmerkungen zu Carl Schmitt Der Begriff des Politiscben-, En H. Maier, CarlScb-
mitt, Leo Strauss un Der BegrijJ des Politischen. Zu einem Dialog unter Anuiesen-
den. Stuttgart,]. B. Metzlersche, 19R8.
II El conjunto de los individuos es la Sociedad, concepto tan moderno y artificioso
en este sentido como el de Estado.
12 Cfr. ]. Donzelot, L 'tnuention du social. Essai sur le déclin des passions politiques.
París, Fayard,19R4.

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privado- a través de la economía (la economía mixta, por ejemplo), conforme a
la naturaleza económica de la ratio status.

No obstante, público y privado en modo alguno son categorías ex-


clusivamente jurídicas o económicas: son categorías sociales. De ahí la debilidad
del Estado de Derecho empírico, cuyo concepto sólo vale como ideal. Precisa-
mente la adscripción inevitable bajo el Estado de ambas esferas a la economía,
constituye otra causa principal de la confusión en torno a la naturaleza de lo pú-
blico y lo privado. Son fruto de la voluntad política, igual que su adscripción al
derecho. Todo el voluntarismo moderno se ha concentrado en el idea del Estado
como lo público. Kelsen intentó resolver radicalmente, como es sabido, esa apo-
ría moderna que plantea la distinción tajante, de esencia, entre derecho público
y derecho privado, con su teoría pura del Derecho, destinada a subsumir ambos
derechos en uno, a fin de reducir, mediante la pureza de la norma, la oposición
entre ellos. Sin embargo, en el razonamiento de Kelsen hay una falacia del tipo
ignoratio elenchi. La solución de la aporía radica en otra parte, puesto que el De-
recho no es una esencia sino el resultado de la dialéctica entre Moral -la idea
de justicia- y Política -la realidad facticia en la que se oponen continuamente
el poder y la libertad-o No hay Derecho si no existe una sociedad política. Co-
mo decían los antiguos, ubi societas ibi ius. E igual cabría decir en relación con
lo económico, con la diferencia de que lo económico es una esencia y no lo es
el Derecho que es en cambio más abarcador: el mismo "mercado» es un concep-
to jurídico, no económico.

5. La realidad es que público y privado son presupuestos sociales de


lo Político. Por lo que tampoco son exclusivamente jurídicos o económicos, pues
la vida social no se reduce a ellos. Tampoco existiría lo Político si no existiese la
sociedad. Se podría decir igualmente ubi societas ibi politicum. Y lo Político de lo
social es, precisamente, lo público, que entraña una unidad que unifica en su ni-
vellas diferencias de todo orden. Las relaciones que no son reconocidas como pú-
blicas quedan como privadas. En lo privado hay más variación, más multiplicidad,
más individualidad, más desigualdad, más pluralismo: sociedad enteramente -plu-
ralista- sería aquella en la que habría desaparecido lo público. Sería una sociedad
anarquista en la que no existiría lo Político. No es, pues, lo privado lo que deter-
mina lo público sino al revés: lo público determina lo privado. Pero su finalidad
no es eliminarlo sino, como decía Hegel, darle sentido y forma. El espacio públi-
co se define, delimita, articula, concreta y determina según la idea que tenga la
sociedad del bien común, a fin de proteger y orientar a sus miembros en todo lo
concerniente a este bien. A lo privado se refiere lo que llamaba Ortega vida indi-
vidual y vida interindividual y lo público más bien a la vida colectiva. Pero por
eso, tanto lo público como lo privado son categorías sociales, no jurídicas o eco-

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nómicas y la política aparece allí dónde alguna ultimidad colectiva se muestra con-
fictiva, pues la política se refiere al conflicto. Desde este punto de vista, la histo-
ria de la sociedad, la historia social, descansa en el movimiento dialéctico que tien-
de a extender lo público a costa de lo privado y, en cierta manera, pero sólo en
cierta manera y hasta cierto punto, viceversa. La dinámica de la sociedad depen-
de de la agudeza de esa dialéctica, cuyo sujeto es, ciertamente, la opinión. Con la
particularidad de que la iniciativa corresponde a lo público: es lo público, lo que
establece las determinaciones y delimitaciones por medio del mando político. Lo
privado, si es muy fuerte, puede acaso resistir condicionándolo, pero nunca diri-
ge el movimiento conjunto -político- de la sociedad, precisamente por su ca-
rácter privado, particular. El movimiento conjunto, colectivo, en cualquier senti-
do, la acción colectiva en relación con una ultimidad social, es siempre política'>.

Constituye, pues, un grave equívoco del momento presente creer


que existe una ofensiva de lo privado contra lo público. Lo que ocurre es que
lo público se ha debilitado, no dirige y no puede subsistir según está configu-
rado; quizá por incapacidad para adaptarse a las grandes transformaciones so-
ciales con rango de variaciones históricas que han tenido lugar. La opinión, que
es el sujeto de la dialéctica entre ambas categorías, lo percibe más o menos va-
gamente y deja de creer en las virtudes de lo público, que pierden vigencia. En
otros términos: agotadas las posibilidades históricas del espacio público moder-
no, llevadas al final hasta el exceso--, rellena lo privado su lugar. No se trata por
tanto de que la llamada Sociedad Civil sustituya al Estado. La Sociedad Civil es
una expresión nominalista que designa artificialmente aquello que no es el Es-
tado; es un término para nombrar otro artificio: el conjunto de los individuos en
cuyas actividades no interviene el Estado, lo público. Todo lo que se atribuye al
Estado y a la Sociedad Civil forma parte de la vida social, aunque el racionalis-
mo de la época moderna, que políticamente es preferible denominar con mayor
precisión -constructivismo-, como ha sugerido Hayek, haya visto una oposición
cada vez más radical entre aquellos dos ámbitos. Según eso, lo que ocurre en
este momento no es que la Sociedad Civil se haya lanzado al asalto del Estado,
sino que la vida social, especialmente la interindividual, sea civil o incivil, y tras
ella la colectiva, el repertorio de las vigencias, se están re acomodando con la in-
tensidad de un cambio histórico. Las relaciones entre lo público y lo privado se

" Cfr. H. Arendt, La condición humana.


14El famoso principio de subsidiariedad formulado contra la tendencia de lo públi-
co al exceso, pertenece a la dialéctica de lo público y lo privado, si bien su sitio es
el de lo público. Constituye una manera de intentar determinarlo dinámicamente,
no desde el punto de vista de la ordenación, sino desde el de la organización.

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están recomponiendo con especial intensidad bajo formas nuevas, cuya última
causa es el enorme aumento de las posibilidades de lo privado. No se trata de
descartar lo público sino de una nueva visión de la dialéctica público-privado A
fin de cuentas, el Estado, como cualquier otra forma de lo Político, no es más
que un instrumento -un uso, decía Ortega- de la vida social y, por tanto, ha
de adecuarse a sus posibilidades.

6. Este proceso de reacomodación, quizá instintivo, da la impre-


sión de que se está perdiendo lo público. En verdad hace tiempo que se ha per-
dido -basta con mencionar el hecho del totalitarismo-, no siendo, evidente-
mente, la idea de lo público lo que definen ahora convencionalmente como tal
el derecho público o el derecho político. La función propia del derecho positivo
consiste, como insistía M. Villey, en dar una orientación a jueces y abogados en
caso de conflicto jurídico. El derecho positivo, facilita las cosas, pero ni la vida
ni la política se agotan en él, aunque haya desbordado los límites razonables; en
realidad, la superabundancia de legislación constituye en sí misma otra fuente de
incertidumbre. Es el gran problema del Estado de Derecho, que, construído so-
bre la antinomia derecho público-derecho privado, hace ya tiempo que ha per-
dido su sustancia. H. Arendt llamó la atención, sobre la relativa y sorprendente
esterilidad intelectual de la revolución norteamericana para la política mundial y
su suplantación por la francesa, que no era ciertamente innovadora. Atribuye el
papel de causa principal justamente a la pérdida del espíritu público que la ha-
bía inspirado". Y es que el problema de la pérdida de la res publica se relacio-
na, en primer término, con la incapacidad para reorganizar el espacio público de-
bido a la falta de espíritu público. Ello es debido seguramente, sobre todo, a la
falta, en las presentes condiciones, de ideas claras acerca de lo público y de sus
posibilidades históricas a la altura de los tiempos. Al ser económica la naturale-
za de la ratio status, no jurídica, el espíritu público se ha nutrido de contenidos
económicas que, en sí mismos, son antipolíticos. La decisión política puede muy
bien ser antieconómica, pero si prevalece el espíritu económico haciéndose pa-
sar por espíritu público, falta la decisión política, cuyo resultado es producir un
orden jurídico capaz de integrar oposiciones de toda índole en una complexio op-
positorum no económica'<. Los partidarios de lo público, guiados hoy por consi-

lS Sobre la revolución. Trad de P. Bravo. Madrid, Rev. Occidente,1967. 6, 1, págs. 232-233.


ro Por eso decía C. Schmitt hace muchos años (en 1923) que la Iglesia católica, cuya
ratio institucional es jurídica, es la instancia que sigue siendo verdaderamente po-
lítica. No así el Estado. Romíscber Katholizismus und politiscbe Form, Stuttgart,
Klett-Cotta, 1984. Estado e Iglesia son irreconciliables por la distinta naturaleza de
su ratio. El Estado, allí donde prevalece, trata a la Iglesia corno una asociación de
contenido económico.

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de raciones económicas, de intereses, no por un auténtico espíritu público, for-
man lo que podría llamarse el partido de la resistencia, pues se limitan a resistir
invocando los beneficios reales o imaginarios que ha traído su expansión bajo la
forma de Estado de Bienestar. Sus enemigos, más difíciles de definir, aunque ins-
pirados sobre todo por el principio del rendimiento característico de la sociedad
industrial, invocan sus defectos, los daños que ocasiona a lo privado y su paráli-
sis creciente; pues, ciertamente, aunque la fijación de los dos ámbitos corresponde
siempre a lo público, las inciativas creadoras y transformadoras de la realidad so-
cial proceden de lo privado, es decir, de la ..Sociedad", que Hayek prefería des-
cribir, en vista de la situación, como «orden extenso de cooperación humana-P.
La palabra sociedad refleja una situación histórica particular característica de la
era moderna, en la que ..la mayor parte de los procesos sociales, culturales, eco-
nómicos más significativos, se desenvuelven dentro de una unidad delimitada te-
rritorialmente, cada una de las cuáles acoge una población que se define como
nación, siendo gestionada cada una por un Estado-"'. En todo caso ha llegado a
prevalecer lo económico, hay un grave déficit de politicidad y el orden jurídico
adolece de excesiva confusión, pudiéndose dudar de si existe hoy realmente un
orden jurídico o en qué medida el llamado orden jurídico no es más que la co-
lección de mandatos estatales sistematizados con mejor o peor fortuna. Centrar
la discusión sobre la dialéctica entre lo público y lo privado en los aspectos eco-
nómicos y legislativos es causa de muchos equívocos, pues el meollo del asunto
es el sentimiento o idea de lo justo, del bien, que debe prevalecer. El conflicto
que se da entre esos dos ámbitos no es gratuito ni siquiera ideológico, por ejem-
plo en el sentido de que el liberalismo tiende a dar preponderancia a lo privado,
el socialismo a lo público y el conservadorismo a dejar las cosas como están: obe-
dece siempre a una necesidad histórica y, en este momento, a un cambio de pers-
pectiva con el alcance de un cambio histórico, en el que lo decisivo es la nueva
visión estética de la realidad.

El conflicto está en el centro de todas las sociedades, es inmanente


a la vida social y pertenece por tanto al orden de las relaciones sociales!". En úl-
timo análisis, el conflicto es, como decía Simmel, «el gérmen de una futura co-
munidad". Y, justamente, la relación público-privado sintetiza, por decirlo así, en
torno a la idea realizable de justicia, el conflicto latente o expreso existente en
toda sociedad. Por eso, puesto que no cabe pensar una sociedad sin espacio pú-

17 Vid. Lafatal arrogancia. Los errores del socialismo. Vol 1 de Obras completas. Ma-
drid, Unión Editorial, 1997.
1" G. Poggi, Lo Stato. Natura, suilupo, prospettiue. Bologna, II Mulino, 1992. X, 2, pág. 274.
l' Vid. J. Freund, Sociología del conflicto. Madrid, Ed. Ejército, 1995.

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blico, su transformación será inevitable, aunque una fuerte resistencia debida a
los intereses, a los sentimientos, a las formas de los usos, etc., agote las socieda-
des, o un impulso de cambio inadecuado -por ejemplo una concepción utópi-
ca de lo justo- las disloque. Lo deseable es que las transformaciones se lleven
a cabo de manera acorde a los tiempos nuevos, con las nuevas realidades. Pues,
en definitiva, el conflicto, cuando afecta a la conciencia de lo público y lo priva-
do conlleva una nueva visión de la realidad. Por consiguiente, es fundamental es-
clarecer cómo debiera constituirse el espacio público y con qué contenidos -su
forma y su materia-, en función de las necesidades de las sociedades. Para ello
hay que partir de la situación presente, imposible de intentar describir aquí, sal-
vo algunas consideraciones indispensables que, en todo caso, parecen previas.

7. Según la experiencia histórica y dada la naturaleza de las cate-


gorías de lo público y lo privado, el conflicto entre ellas es eterno y siempre de
naturaleza política. Por ejemplo, siempre habrá partidarios de la propiedad pri-
vada y partidarios de la propiedad colectiva y probablemente jamás ha existido
ni existirá una Sociedad en la que sólo exista propiedad privada o propiedad co-
lectiva, con independencia de las formas que revistan. Lo único que se puede
decir es que hay épocas en que prevalece lo privado, la tendencia al predomi-
nio de la variedad, y otras en los que predomina y prevalece lo público, la ten-
dencia a la homogeneidad y la uniformidad, o que hay naciones y países en que
por una serie de causas y circunstancias tiende a predominar una u otra catego-
ría; por ejemplo, en los países católicos, en la medida en que lo eclesiástico es
lo público, lo privado; en los protestantes, por la razón opuesta, lo público. Hoy
mismo, en la administración pública se introducen criterios privados -quizá ex-
cesivamente en tanto que es "pública.., esta es otra cuestión- y, en cambio, las
empresas y la misma vida familiar tienen que someterse -no menos excesiva-
mente- a criterios públicos, por ejemplo, y tal vez sobre todo, por imperativos
fiscales. El conflicto entre ambas categorías es inextinguible, pues se refiere al
modo de realización de la idea de justicia. El totalitarismo que persigue una jus-
ticia ideal abstracta (aunque no se reduce a esto) consiste en el intento de eli-
minar lo privado y establecer la mayor homogeneidad, entendida erróneamente
como igualdad propia de la democracia. Los Estados socialistas suprimieron me-
diante decreto, la distinción entre público y privado>'. Pero aún bajo el totalita-
rismo más radical que quiere que todo sea público reaparece lo privado: por
ejemplo como corrupción "estructural... Esta última parece ser el inevitable talón
de Aquiles de lo público cuando transpasa ciertos límites o decaen sus formas.

20 Hay mucha verdad en la afirmación de Hayek de que el socialismo es fruto de un


error intelectual.

563
El tema de la corrupción política como corrupción de los regímenes, tema clá-
sico que concierne directamente a lo público, hace tiempo que está completa-
mente abandonado. Quizá porque exige un tratamiento estrictamente político
más que moral o jurídico, pues se relaciona estrechamente con la crisis o pérdi-
da del sentido de lo público; sin embargo, la ciencia política se ha reducido a sí
misma a ser -cratología-".

8. Lo público ha estado estrechamente vinculado modernamente a


la teoría de la soberanía, una doctrina ad hoc justificativa del Estado. Presupone
que a la soberanía en sentido propiamente político, es decir, al hecho de poseer
sin contradicción el mando político, el imperium, mediante la sumisión o des-
trucción de los poderes indirectos, se añade también como derecho de la sobe-
ranía política el de hacer las leyes. Y como la titularidad del derecho pertenecía
al pueblo según la doctrina iusnaturalista medieval, ahora se consolidó en cam-
bio el derecho público (cada vez más nutrido de contenido económico), cuya
fuente es la ley, como propio de la soberanía frente al derecho privado o tradi-
cional, cuya fuente privilegiada es la costumbre. La ley, la legislación, fue impo-
niéndose a la costumbre y al derecho tradicional. Esta artificiosa dicotomía que
implica la apropiación legislativa por el Estado del monopolio de la actividad po-
lítica, contribuyó decisivamente a fijar la forma de los dos conceptos capitales del
mundo moderno hasta hoy, el Estado y la Sociedad, que gracias a los contenidos
materiales que les atribuyen ambas formas del derecho, llegaron a reificarse u on-
tologizarse, como si se tratase de dos cosas.

Badina, aristotélico, había establecido muy claramente la polaridad


entre Estado y Familia o Soberanía y Propiedad como esferas irreductibles, que
sugerían empero que Estado y Soberanía eran conceptos y Familia y Propiedad te-
nían un fundamento en la realidad. En el nominalista Hobbes, al construir la teo-
ría del Estado, Estado y Sociedad son palabras que designan la esfera propia de
dos formas del Derecho. Para Federico el Grande, el Estado ya había dejado tan-
to de ser el instrumento al servicio de los intereses principescos, ciertamente pú-
blicos pero de su esfera particular, como una construcción racionalista para esta-
blecer y conservar la paz, como en Hobbes y Espinosa, en la que Monarquía y
Estado se equilibraban: la famosa frase atribuída a Luis XIV, «el Estado soy YO-, re-

21 Vid. R. Fernández-Carvajal, El lugar de la ciencia política. Universidad de Murcia,


1981. También A. Passerin D'Entreves, La noción del Estado. Madrid, Euramérica,
1970. Vil sobre la disolución del concepto de Estado en la Political Science.
22 -Rcgíerungsformcn und Herrschaftspflichten- (1777). Werke VII, pás. 235 ss. Reco-
gida en Friedricb der Grosse und die Pbilosopbie. Texte und Dokumente. Stuttgart,
Reclam, 1986 & 55.

564
fleja ese equilibrio. Pero la declaración posterior de Federico de que el príncipe
es el primer servidor del Estado--, revela hasta que punto se había roto ya el equi-
librio entre Monarquía y Estado, entre una forma de poder personal y una forma
de poder impersonal. Para Hegel, el Estado era ya, claramente, un cosa en sí, un
universal concreto, considerando todavía en cambio a la Sociedad, en su famosa
tríada de las formas de la eticidad, un universal abstracto, una denominación, un
mero concepto mediador entre la estatalidad y la familia, el otro universal con-
creto. Su discípulo Lorenz van Stein reificó a su vez la Sociedad contraponiéndo-
la al Estado, quedando Estado y Sociedad como las dos formas eternas de la vida
colectiva.

Tras él, Carlos Marx, desreificó -o, más bien, desmitificó- el Esta-
do y conservó e intensificó la reificación de la Sociedad. Hicieron más o menos
lo mismo Saint-Simon, Comte, Proudhon, Durkheim, etc. 23 . Pero, en general, de
hecho, hasta hoy Estado y Sociedad han seguido siendo entendidos como dos
universales concretos, realidades conceptualmente contrapuestas e históricamente
irreconciliables. Del intento de reconciliarlas en el siglo xx resultó el Estado To-
tal. Según esta fórmula, el Estado penetra en la Sociedad y es al mismo tiempo
penetrado por ella hasta formar una única substancia. Eso significa en la prácti-
ca que lo público se reconcilia con lo privado a costa de este último.

Sin embargo, la situación presente sugiere más bien que en el curso


de esa reconciliación se ha perdido el sentido de la cosa pública. ¿Qué es hoy la
res publica? ¿Dónde se encuentra lo Político? ¿En qué consiste la politicidad? ¿Y
la actividad propiamente política? ¿Cuál es su finalidad, puesto que toda acción
tiende a un fin, y, en el caso de la política, a armonizar la seguridad indispensa-
ble con la máxima libertad posible? Etc.

Cuando Carl Schmitt llegó a pensar que lo Político es cuestión de inten-


sidad, que puede encontrarse en cualquier parte, consistiendo el gran problema en
determinarlo con precisión, expresaba la situación confusa de la época por la falta de
claridad acerca de los límites, el contenido y el entramado de lo público y lo privado.
Y, actualmente, la corrupción generalizada, consiste en que lo privado, a falta de una
definición precisa de lo público, lo parasita dentro de su espacio. La confusión entre
lo público y lo privado constituye sin duda la causa principal de la corrupción de los
regímenes. Presupone, en definitiva, la caducidad de la forma política.

2.\ Cfr. J. Fueyo, "La Sociedad como entidad (Las formas de determinación entitativa
de la Sociedad Moderna)". En La mentalidad moderna. Madrid, Instituto de Estu-
dios Políticos, 1967.

565
9. Puesto que el espacio de la cosa pública se configura moderna-
mente como Estado, preguntar si existe hoy la respublica, conlleva como respuesta
la pregunta de si verdaderamente existe aún el Estado. O bien, ¿qué es hoy el Es-
tado? ¿El Estado es lo Político o lo Político está fuera del Estado? Y aún más, ¿qué
es hoy política? Existe una gran preocupación por lo que se llama la «reforma del
Estado». Se convocan Congresos, reuniones, simposios, etc, aunque, curiosamen-
te, quizá preocupa más el asunto fuera de Europa, la cuna de la estatalidad, que
aquí>. Pero, dando por supuesta la existencia del Estado, ¿es aún reformable? ¿Es
posible recuperar el espíritu público ligado a la estatalidad o revivirá el espíritu
público fuera del Estado, tal vez incluso en oposición a lo público estatal?

El tema de la crisis o fin del Estado, por lo menos como Estado Na-
cional, era relativamente común antes de la segunda guerra mundial, en realidad
desde hace más de cien años. Luego casi desapareció. Ha vuelto a rebrotar con
fuerza ante el fenómeno de la llamada -globalización- que se ha ido afirmando a
partir de los años setenta. Han resurgido las especulaciones sobre el fin del Es-
tado. No de talo cual forma de Estado, trátese del Estado de Derecho, del Esta-
do Totalitario o del Estado de Bienestar, sino del Estado en sí. No es una cues-
tión de anarquismo, socialismo o liberalismo, más o menos antiestatales, sino de
que el Estado es una forma concreta de lo Político en una época concreta», con
características no menos concretas y peculiares y, puesto que ha tenido un co-
mienzo resulta perfectamente concebible que tenga un fin. «La elevación del con-
cepto del Estado a un concepto general normal de las formas de organización po-
lítica en todos los tiempos y pueblos, probablemente pronto llegará a su final con
la época de la estatalídad-, se aventuraba a pronosticar Schmítt>. Basta pensar
que lo público nunca ha sido concebido bajo la misma forma, ni siquiera en la
época de la estatalidad, por lo que es posible, y obvio, hablar de una historia de
las formas del Esrado-". Los síntomas del agotamiento de esta gran forma políti-
ca parecen inequívocos, a juzgar por lo que concierne a lo público, a la res pu-
blica. En la época de la estatalidad ha evolucionado la visión de lo público, pe-
ro conservando siempre la sustancia de lo estatal y suficiente relación con el

24 Entre las excepciones, por ejemplo plantea a fondo el tema aunque de manera in-
suficiente, el libro colectivo R. Voigt (Hrsg.), Abscbied vom Staat-Rückkebr zum
Staat?Baden-Baden, Nomos Verlagsgesellschaft, 1993.
" cfr. el escrito clásico de C. Schmitt, -Staat als ein konkreter, an eine geschichtliche Epo-
che gebundener Begríff- (1941). En Verfassungsrecbtlicbe Aufsátze aus den jabren 1924-
1954. Materialien zu einer Verfassungslebre. Berlin, Duncker & Humblot, 1973.
26 -Staat als ein konkreter..... Pág. 376.

27 Cfr. D. Negro, La tradición liberal y el Estado. Madrid, Real Academia de Ciencias

Morales y Políticas y Unión Editorial, 1995.

566
espíritu público. Sin embargo, hoy en día se duda seriamente de la existencia de
la soberanía, esencia del Estado, y es notoria la quiebra de la ratio status. ¿Hay
todavía una sustancia estatal? 0, en términos menos ontológicos, ¿se puede ha-
blar aún de un espíritu estatal en el sentido de político? Es decir, prescindiendo
de la retórica, ¿existe hoy espíritu público?

10. El uso ambiguo de la palabra Estado -un término bajo me-


dieval para designar en italiano el territorio, "lo que está ahí » , a falta de otro más
expresívo-s-c-, aplicado a cualquier forma de lo Político en cualquier tiempo y lu-
gar, ha dificultado y dificulta el planteamiento claro de! asunto. Pues el Estado,
en sí mismo, se configura, igual que toda forma de lo Político, como un orden te-
rritorial, pero, en su caso, como orden territorial cerrado, pues lo público estatal
se superpone a lo privado. Como decía Santi Romano, el Estado no tiene un te-
rritorio, sino que es su territorio.

A ello se une e! hecho mencionado de que el Estado, mero instru-


mento de poder en su origen, con e! tiempo se ha ontologizado convirtiéndose
en una especie de ser, lo que ha dado lugar a un modo de pensamiento estatal,
a una mentalidad orientada hacia la estatalídad como única forma posible de or-
den, que incluye, por supuesto, la libertad y la seguridad estatales.

Esto último ha facilitado el olvido del carácter instrumental de las


formas políticas-". Pero ahora es perfectamente pensable que el Estado resulta ser
un instrumento inadecuado para organizar la convivencia al cambiar las condi-
ciones históricas: que lo público estatal no satisfaga ya las necesidades políticas
de la vida social. La misma idea de Nación parece insostenible como sustrato de
lo estatal y, de hecho, hay como una especie de resurrección de las naciones fren-
te las constricciones estatales. En muchos casos, la nación histórica natural ha si-
do dividida separando territorios por la forma estatal, lo que ha dado lugar a dis-
tintos Estados-Nación, en los que es por lo menos dudoso si ahora prevalece lo
estatal o lo nacional>",

2H Para la etimología A. Passerin D'Entreves, La noción del Estado. IIJ.


29 Vid. G. Fernández de la Mora, Del Estado ideal al Estado de razón. Madrid, Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1972. Por otra parte,cualquier forma po-
lítica aspira a ser eterna. No tendría sentido instituir o fundar una forma política pa-
ra durar sólo una generación o unas pocas generaciones, es decir, con carácter pro-
visional. Justamente lo que singulariza la dictadura, forma de gobierno estrictamente
personal, como forma política excepcional, es su conciencia de provisionalidad.
;o Es por lo menos tan importante este hecho de la división estatal de las naciones
como la absorción por el Estado de nacionalidades supuestas o reales. Estas últi-

567
Es indiscutible que ha existido un espíritu estatal, un espíritu públi-
co estatal, que alcanzó su expresión suprema en el ideal del Estado de Derecho.
Pero en este momento ese espíritu público tiende a: ser residual, incluso en na-
ciones de tradición estatista tan arraigada como Francia. Despues de todo, la con-
ciencia moderna del orden ha sido mediada, e impuesta, por el Estado, dador y
garantizador del orden. Precisamente se afirmó el Estado gracias a las luchas re-
ligiosas de los siglos XVI y XVII que dieron a la época un aire de guerra civil. Y no
deja de tener cierta lógica que el Estado se disuelva ahora a consecuencia de las
grandes guerras civiles europeas del siglo xx que en realidad son una sola» y res-
ponden al enorme cambio de circunstancias y condiciones: las guerras de reli-
gión prepararon el asentamiento de la estatalidad y las guerras ideológicas -en-
tre religiones seculares- de los siglos XIX y xx, con la pérdida del espíritu público,
quizá su disolución. Ahora bien, si no existe espíritu estatal es que la vida, como
diría Hegel, ha huido del Estado, permaneciendo su forma vacía. Esta es una ma-
nera profunda de considerar el asunto. Desde otro punto de vista, ciertamente
más nominalista, analítico, o más a ras de tierra, el Estado, tal como ha llegado
hasta hoy, es un conjunto de monopolios y prerrogativas de los que emerge su
espíritu; pero al resultar ineficientes, inadecuados a los tiempos nuevos, tales pre-
rrogativas y monopolios descalifican el papel instrumental de la estatalidad, que
de instrumento ha devenido amo.

La simple enumeración de los monopolios más obvios que han con-


figurado históricamente la estatalidad, suscita la aporía de si todavía son verda-
deras regalías de la soberanía y, sobre todo, hasta qué punto se le reconocen de
hecho como tales. Conviene hacer ciertas observaciones, aunque sea de pasada.

11. Para entender todo el proceso que ha llevado a la configura-


ción actual de la estatalidad y su sustancia, es preciso tener en cuenta la dife-
renciación entre los Estados o naciones europeosv que permanecieron católicos

mas, en la mayoría de los casos son invenciones de oligarquías locales que quieren
tener su propio Estado. Ranke reducía a seis la naciones europeas: la española, la ita-
liana, la francesa, la inglesa, la germánica y la eslava, divididas empero en casi todos
los casos por diversas formas políticas. Según esa clasificación,al ser el Estado, a di-
ferencia de otras formas políticas un espacio territorial cerrado, la coincidencia en-
tre el Estado y la Nación sólo se habria dado en el caso francés y en el italiano (sin
perjuicio de -irredentísmos- como los de Alsacia y Lorena, el Triestino, etc.),
;1 E. Nolte, La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocia/ismo y bolcheuismo.
México, Fondo de Cultura,1994.
" Los Estados no europeos o establecidos en culturas distintas a la occidental son un
aspecto más de las expropiaciones llevadas a cabo en la cultura europea, es decir,
del -rapto de Europa-.

568
sin diferenciación interna religiosa -aquellos en que lo común en sentido polí-
tico aceptaba que lo religioso era también público- y los no católicos protes-
tantes, en los que, al ser más radical la secularización, tenía que realizarse más
enérgicamente el reajuste entre las dimensiones anteriores de lo público, funda-
mentalmente lo común político y lo común religioso», Eso ayuda a entender por
qué fue en los Estados protestantes y en los divididos por el protestantismo dón-
de alcanzó la estatalidad una mayor intensidad determinando su superioridad en
la lucha por la supremacía europea e, in the long run, universal, mientras la his-
toria universal se confundió o pareció confundirse con la historia de Europa. No
es ninguna casualidad que Hegel hiciese de la distinción entre público y privado
lo más característico de su Filosofía del Derecho. Hay dos aparentes excepciones
por causas diferentes: Inglaterra y Francia.

En Inglaterra no prosperó el Estado. La distinción entre público y


privado conservó allí el sentido medieval aunque la religión (católica) se angli-
canizó, lo que, dejando al margen otros factores, impidió el ejercicio de la sobe-
ranía hacia dentro y la constitución de un derecho público como esfera contra-
puesta a la del common-Iaw. Lo público se configuró en torno a la monarquía,
que unió la supremacía religiosa a la supremacía política, pero hacia fuera. En el
ámbito internacional o interestatal, la monarquía y su gobierno se condujeron em-
pero como soberanos en el sentido moderno, es decir como absolutos, a fin de
sostener la contraposición con los demás Estados. Esta fue, justamente, la causa
de la revolución en Norteamérica, dónde la monarquía se comportó como abso-
luta, y donde tampoco prosperó la estatalidad, que no podía heredar de Inglate-
rra. Esto es muy importante porque Inglaterra y Estados Unidos sirven además de
modelos empíricos para contrastar la realidad continental europea.

El caso de Francia es en cierta manera más complejo, justamente por-


que se constituyó como Estado católico (pero galicano) ofreciendo el modelo qui-
zá más acabado de la estatalidad. Debe su singularidad, desde luego, a su propia
historia, en particular, de modo inmediato, a la guerra civil por motivos religio-
sos entre católicos y protestantes, para cuya superación elaboró Badina la teoría
político-jurídica de la soberanía. El Estado francés se afirmó y consolidó en un
territorio ciertamente no dividido por la Reforma, pero en el que los elementos
protestantes, vinculados por lo general a las clases superiores tuvieron y tienen
gran influencia. Así, aunque la monarquía, afirmada por el protestante converso
Enrique IV de Barbón -cuya famosa frase "París bien vale una misa», sea cierta

3.' Cfr. al respecto A. Muller-Armack, Genealogía de los estilos económicos. México,


Fondo de Cultura, 1967, y El siglo sin Dios, México. Fondo de Cultura,196S.

569
o no, es muy reveladora del espíritu de la nueva realeza-, fuese católica, el Es-
tado tendió al absolutismo y, en todo caso, produjo el galicanismo, coherente con
la teología política protestante. Esta última constituyó el sustrato decisivo para
que saliera de la Gran Revolución el Estado verdaderamente Moderno.

12. El orden cronológico de aparición de los monopolios que se ha


arrogado la estatalidad, centralizadora por definición, permite seguir el proceso
de constitución de la sustancia estatal. El ámbito espacial de lo público moderno
constituye una consecuencia de su interacción, si bien también contribuyó a per-
filar su espíritu. Cierto que los procesos históricos se imbrican siempre de tal ma-
nera que nunca resulta fácil decir qué es antes y qué viene después; pero podrí-
an enumerarse los siguientes monopolios, o cuasimonopolios, por el orden
aproximado de su aparición.

1. Monopolio del Territorio.


2. Monopolio de la Justicia.
3. Monopolio de las Armas.
4. Monopolio de la Política.
S. Monopolio de lo Público.
6. Monopolio de la Soberanía.
7. Monopolio del Derecho.
8. Monopolio de la Economía
9. Monopolio de la Moral.
10. Monopolio de la Nación.
11. Monopolio de la Propiedad.
12. Monopolio del Trabajo.
13. Monopolio del Conocimiento.

Al examinar los distintos monopolios es preciso tener presente por


lo menos: primero, que el Estado es una forma política artificial, una de las gran-
des creaciones del racionalismo europeo; en rigor su primer producto concreto,
en contraste con las formas naturales de lo Político, que son la Ciudad, el Reino
y el Irnperiov , todas ellas formas de poder personal; segundo, que la posibilidad
del Estado depende de los impuestos, con la particularidad de que impuestos y
Estado son consubstanciales, como decía Schumpeter hace mucho tiempo'>. No
obstante, la vigente Teoría sistemática del Estado parece haberlo olvidado, igual
que pasa por alto la importancia de la religión para entender los fenómenos po-

34 Cfr. P. Manent, Histoire intellectuelle du libéralisme. Paris, Calmann-Lévy, 1987. L


35 -La crisis del Estado Fiscal-.

570
líticos, entre ellos el propio Estado que, al ontologizarse tiende a sacralizarse,
apoderándose incluso de la segunda, lo que también se podría representar como
un monopolio. A la verdad, la religión no ha sido monopolizda por el Estado úni-
camente en la medida en que el Papado ha conservado su influencia. En cuanto
al monopolio fiscal no es un monopolio más, aunque haya algo de eso, sino que
impuesto -en su sentido estricto de imposición como ejercicio de la soberanía-
y Estado son prácticamente lo mismo. Se podría decir que mientras haya Estado
habrá impuestos y si no hay impuestos no hay Estado. Ahora bien, la cuestión de
los impuestos pertenece al presupuesto amigo-enemigo, pues sin ellos no podría
afirmarse e! poder estatal ni cabría determinar las líneas de amistad y enemistad
modernas, determinadas por el poder de los Estados. El impuesto, cuyo carácter
es eminentemente coactivo a la vez que legal según una legalidad puramente es-
tatal, es lo que separa inicialmente la esfera de! Estado frente de lo que cabe de-
nominar la Sociedad. Implica especialmente que lo público estatal se superpone
y prima sobre lo privado en vez de salir de este último, estableciendo una espe-
cie de enemistad permanente entre ambas esferas.

13. Todos los monopolios citados y, desde luego los impuestos,


atraviesan una profunda crisis como tales monopolios, encontrándose casi todos
en franca decadencia. En contraste, y precisamente por eso, e! Estado tiende a
reforzar su posición fiscal, en la que le va su posibilidad de sobrevivir. Sólo ca-
be detenerse aquí brevemente en el monopolio de lo público, pues puede pare-
cer contradictorio que lo público se monopolice a sí mismo. Se trata de que el
Estado se constituye como esfera distinta y en cierto modo opuesta a la de la So-
ciedad, por lo que se podría decir que implica la existencia de algo privado pe-
ro perteneciente al Estado Celllamado interés público), en el seno de lo público.

Afirmar que el Estado monopoliza lo público se refiere a que, en el


transcurso de su evolución histórica, la estatalidad ha fijado una serie de com-
portamientos, actitudes e instituciones políticas, como si fuesen indispensables
para lo público y consustanciales con él bajo determinada forma.

Así, el Estado, a diferencia de otras formas políticas, exige coheren-


temente con su carácter impersonal, lo que hoy se llama la representación polí-
tica pública, un mandato representativo lo más despersonalizado posible, cuya
crisis es generalmente reconocida hoy en día, radicalmente distinto de cualquier
suerte de mandato imperativo. En e! Estado, lo público tiene que ser representa-
do, más o menos en alguna de las maneras habituales conocidas. No hace mu-
cho, 1. Cohen-Tanugi ha mostrado que en Norteamérica no existe representación
política propiamente dicha. Si ha de entenderse por tal solamente la existente en
Europa, regiría allí una suerte de mandato imperativo, con control directo de los

571
representantes por los representados. Comparando Francia y Estados Unidos, aquí,
«las potentes y activas fuerzas económicas y sociales que componen la sociedad
civil norteamericana hacen diariamente la micro-política»; en cambio, « los norte-
americanos votan poco e ignoran la "gran política"». La democracia norteameri-
cana podría analizarse como un régimen híbrido de democracia representativa y
de democracia directa que cabe denominar democracia representativaw. Y H.
Arendt, al referirse a la pérdida en Europa del espíritu público que impulsara la
revolución norteamericana y de la nula influencia de esta última en Europa, ha-
bla de una forma que no es representativa pero muy expresiva, no obstante, del
espíritu público: la participación directa de los ciudadanos en los distritos co-
munales; fórmula que tuvo una célebre expresión efímera posteriormente en la
famosa Comuna de París.

El Estado impone sus condiciones. Una de ellas la necesaria dife-


renciación cualitativa entre lo público estatal y lo privado de la Sociedad, mani-
fiesta en la distinción entre el derecho público o estatal y el derecho privado.
Pues lo público estatal no sólo requiere la capacidad de legislar sino una homo-
geneidad, que es preciso establecer imponiendo conductas por medio de! Dere-
cho; es decir, instrumentalizando la ley, que adquiere así carácter de mandato.
Sucede lo mismo con la economía: el Estado aparece como la mayor de las em-
presas, condicionando y determinando con e! presupuesto, basado en impues-
tos, la vida económica.

Todo eso afecta a la Constitución: en el Estado difícilmente puede


ser sólo una regla de juego fundamental como ocurre, siguiendo con la compa-
ración, con la Constitución norteamericana, origen empero del constitucionalis-
mo. La Constitución tiene que ser en Europa mucho más: la definición de cómo
se conciben lo público y su espacio. Se establece así una diferencia esencial en-
tre la ley constitucional y las demás leyes, hasta el punto de que, lógicamente, la
ley más propiamente constitucional es la que establece el modo de reformar la
Constitución. Constituye asimismo una exigencia que sea escrita, dado que, im-
personalizado el mando político una vez destronadas las Monarquías o reducidas
a ser Monarquías constitucionales, de las que ya decía Aristóteles que no son ver-
daderas Monarquías, la ratio status necesita una orientación, ciertamente más abs-
tracta. La recibe de las ideologías, cuya aparición coincidió con la necesidad de
orientar la razón de Estado mediante un mando lo más impersonal y abstracto
posible. Es natural que e! modo de pensamiento ideológico nutra las constitu-

\6 L- Cohen-Tanugi, Le droit sans l'état . Sur la démocratie en France el en Amérique.


París, 3 ed., Puf, 1987. m, 3, pág.HO.

572
ciones. Kelsen demostró comprender muy bien el fondo de la cuestión al pro-
poner la creación de Tribunales Constitucionales para interpretar la legalidad en
función de los valores, elemento esencial de la ideología, que se cree que dicta
la Constitución, que es una decisión sobre valores.

La monopolización de lo Público implica también una peculiar consi-


deración del pueblo y la ciudadanía. En primer lugar, el pueblo no es tratado por
el Estado como algo natural sino como nación política, pues el Estado postmonár-
quico se representa a sí mismo como expresión de la voluntad de la Nación. Esta
última sería ahora el titular abstracto de la soberanía. Pues, al mismo tiempo, pues-
to que lo público estatal es homogeneizador y en sentido democrático, la Nación
se concibe a los efectos políticos, empezando por la representación y terminando
por la ciudadanía, como una masa en la que el pueblo queda desfigurado y con él
la ciudadanía y, en definitiva, el espíritu público al introducir un dualismo irre-
ductible. Por otra parte, si la Nación concebida como masa -la voluntad popu-
lar- es el sujeto o titular de la soberanía, puesto que la masa no puede autogo-
bernarse, su voz, la opinión pública, necesita un aparato especial, los partidos
políticos, asociaciones de carácter privado por su origen social, con vocación pú-
blica. P. Johnson ha dicho hace poco que los partidos políticos probablemente tie-
nen carácter transitorio; aparecieron en el siglo XIX y seguramente desaparecerán.
Cabe hacer de pasada la observación de que aproximadamente al mismo tiempo
aparecieron los sindicatos, que están en trance de extinción. Unos y otros tienen
que ser ahora apuntalados por el Estado, que los necesita; pero les hace perder así
lo que tenían de privado, de expresión de la vitalidad y la realidad social, etc. Sin
entrar en la cuestión del Estado de los Partidos, tiene interés remitirse a lo que de-
cía también hace unos treinta años H. Arendt sobre la diferencia entre los partidos
políticos europeos y los angloamericanos y la posibilidad de otras formas y medios
de representación. Recordaba Arendt que fueron los soviets quiénes decidieron en
1917 el curso de los acontecimientos rusos. Pero al plantearse la alternativa entre
el partido y los soviets, Lenin decidió la liquidación de estos últimos en beneficio
del partido, lo que equivalía a decidir a favor del Estado. Sin duda para perpetuar
su recuerdo, dio al nuevo Estado, propiedad del partido, el nombre equívoco de
Unión Soviética. Los partidos habrían frustrado, según Arendt, las posibilidades de
formas de gobierno como los soviets, en detrimento del espíritu público. Lo que se
sugiere es si el Estado Moderno, en cuanto descansa en la idea de nación política,
no exige necesariamente los partidos. O sea, si la existencia del Estado en su esta-
dio más avanzado no depende de los partidos, y si la existencia de los partidos (y
otras instituciones como los sindicatos) no depende de la del Estado.

La estatalidad moderna también exige, sin duda por la misma ra-


zón, el parlamentarismo, en el que el Parlamento, en vez de ser contra poder,

573
es decir, límite y control del poder, se transforma en juez y parte, en cuanto de
él dependen tanto la legislación -la soberanía jurídica- como el poder eje-
cutivo -la soberanía política-o Esto constituye una consecuencia del hecho
destacado por Schmitt de que -der moderne Staat ist in seinem Kern Exekutiue-,
que el Estado moderno es en su meollo ejecutivor', razón por la que bajo el Es-
tado no cabe la -micro-politicaé",

El Estado ha impuesto a lo público en el curso de su evolución, de-


terminadas formas y contenidos conforme a su naturaleza, que, fomentando la
despolitización a cambio de la estatificación -la -politización- contemporánea es
en realidad estatificación-, condicionan y distorsionan la vida política en detri-
mento del espíritu público.

La gran paradoja del Estado estriba en que representándose como la


forma más perfecta de lo Político, al desarrollar todas sus posibilidades, se anu-
la a sí mismo. El Estado, instrumento de paz capaz de eliminar la tensión interior
amigo-enemigo, según aparece ya en Hobbes -si bien se trasladó con mayor in-
tensidad a las relaciones exteriores-, es radicalmente antipolítico, del mismo mo-
do que, como dijera L. Strauss, el propio Hobbes es en el fondo uno de los pen-
sadores más antipolíticos La índole económica de la ratio status apunta en esa
dirección, En el Estado -yen las relaciones interestatales-, la Economía acaba
a la larga sustituyendo al Derecho, la forma en que se configura plásticamente el
espíritu público, por la legislación.

Es casi natural que, en estas condiciones -res publica amissa-, el


Estado, conforme a su lógica, llegue a desconfigurarse, representándose ambi-
guamente como una confusa situación política en la que no hay espíritu público.
En las situaciones políticas manca la forma, decía Maquiavelo, y desaparece el
regimen políticum.

l' -Machtposltioncn des modernen Staates- (1933), En Verfassungsrecbtlicbe Aufsát-


ze. Pág, 367,
;H Fenómeno paralelo, por ejemplo, al de la extinción de la -microeconomía- en he-
neficío de la -rnacroeconomía-, etc.

574

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