2022-05-23 - Instituto La Inmaculada - LA LEYENDA DEL LOCRO

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LA LEYENDA DEL LOCRO:

Hacía muchísimo tiempo que no llovía y el pueblo Quechua ya casi no tenía qué
comer. Las plantas se secaban, los animalitos se morían y la gente rogaba a los
dioses que les mandaran agua.

El sol seguía y seguí quemando todo. La lluvia, que estaba muy lejos de ahí, no
escuchaba los ruegos del pueblo pidiendo agua, por eso no venía. Y como ya no
sabían qué hacer decidieron reunir lo poco que les quedaba para comer y
ofrecérselo a los dioses. Prepararon una gran olla para ir poniendo lo que cada
familia podía conseguir. La apoyaron sobre unas piedras muy grandes y se pusieron
a trabajar para hacerles la mejor de las ofrendas a los dioses, esperando con el
corazón ilusionado que los dioses se pusieran contentos e hicieran llover.

Mientras hacían esto, desde un cerro cerca del lugar, un cóndor miraba todo. Veía
a la gente caminando despacito, con hambre y cansancio, ir a dejar en la olla todo lo
que tenía: un poco de maíz en pequeñas bolsas, unas cuantas papas entre las manos,
puñados de porotos que llevaban los niños, algunas cebollas que sacaban del bolsillo,
unos pocos ajíes, algo de carne seca que habían guardado en sus chozas. Otros
acarreaban pedazos de zapallo y varios tomates que les quedaban de la última
cosecha. Iban llegando poco a poco todas las familias del pueblo. Tristes y
encorvados dejaban en la olla enorme lo último que les quedaba para comer.

El cóndor no pudo esperar más, viendo a la gente tan mal se quiso asegurar de que
los dioses lo escuchasen y tomó la decisión de ir él mismo a buscar a la lluvia. Sabía
que ella estaba lejos, pero si no iba él, ¿quién lo haría? Era el ave que podía llegar
más rápido.

Rápidamente partió para encontrarse con la diosa lluvia para pedirle la ayuda que
su pueblo esperaba. Voló y voló sin parar, soportando el viento que lo maltrataba y
con toda la fuerza de sus alas. Por fin se encontró con la lluvia y le contó lo que
pasaba. La lluvia lo escuchó muy preocupada por esa pobre gente que rogaba por
agua y le pidió al cóndor que la guiara para llegar hasta ellos.

Volaron el cóndor y la lluvia hasta el pueblo. El cóndor agradeció y volvió al cerro


donde vivía, y la lluvia dispuesta a ayudar cubrió el cielo con oscuras nubes. Pero
cuando vio el sacrificio que estaba haciendo esa gente para llenar la olla pensó:

- Tengo que darles algo más, se merecen mucho por lo que fueron capaces de
hacer.

Y ahí nomás, con un rayo que fue directo a la olla, prendió un fuego donde todo se
empezó a cocinar. Las familias asombradas pensaron que eso era un castigo de los
dioses porque no les gustaba el regalo. Y muertos de miedo se refugiaron en el
hueco de un cerro, abrazándose y mirando qué iría a pasar. Al rato empezaron a
sentir un aroma riquísimo saliendo de la olla; las panzas les hacían ruido y se les
hacía agua la boca con ese olor exquisito.

Pero nadie se movió. Estuvieron mucho tiempo sin animarse a salir de la cueva y sin
dejar de mirar a la olla que hervía haciendo burbujas.

El cielo se siguió ennegreciendo y desde lo más oscuro salió una voz que les dijo:

- Está listo el alimento. Todo lo que está en la olla es para ustedes. Coman
unidos y tranquilos, que cuando el guiso se acabe serán premiados.

Nadie podía entender lo que pasaba, pero era la voz de una diosa y debían
obedecer. Se fueron acercando a la olla con cuencos y vasijas, y repartieron el
guiso. Se sentaron todos juntos a comer. Después de tanto tiempo de faltarles la
comida, a muchos se les caían lágrimas de emoción. Cuando probaron ese manjar se
dibujó la más hermosa sonrisa en la cara de todos. Se reían de felicidad y de
asombro.

Comieron hasta terminarlo todo. Y justo después del último bocado resonó en el
cielo profundo el primer trueno. Y le siguió otro, otro y otro más. Y las gotas
empezaron a caer sobre las cabezas, sobre las caras felices, sobre la tierra seca y
quebrada, sobre los árboles sucios y los animales sedientos. Se llenaron los ríos,
corrieron los arroyos y volvió la vida para todos. La lluvia desde ese día fue la diosa
más amada, y el locro la comida favorita del pueblo.

Así nació el locro, en quechua ruqru o lucru, el guiso que hoy se sigue
compartiendo y saboreando por muchísima gente. En cada región se le agregan los
ingredientes preferidos, pero no deben faltar nunca la papa, el zapallo, el maíz y
los porotos.

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