Documento Sin Título

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Pocos testimonios del holocausto

Para Hanka Dziubas lo peor de la vida es el hambre. En el bajo cero


del invierno polaco, la despertaban a las cinco de la mañana y la
hacían salir a un patio para numerarla. No tenía abrigo ni zapatos.
En Auschwitz rogaba por un pedacito de pan y enloquecía de sed.
Cuenta su historia para vencer al olvido.

Cuenta, entonces, hasta lo que su vocabulario y su espanto le


permiten. En su propósito por eternizar la memoria, incurre en
contradicciones. Después de calificar al campo de concentración
de Auschwitz como indescriptible, lo describe. Dice que la entrada
estaba electrificada, que había un hombre colgado del cuello, que
la pelaron, que su comida era un plato de sopa que tenía que
compartir con otras cuatro personas, que no había cucharas
cucharitas tenedores nada, que hacía sus necesidades en donde
pudiera, que perdió su humanidad, que se sentía tratada como un
animal. Tal vez lo indescriptible de su experiencia sean lo que el
diccionario carece, las palabras que no encuentra, o las vejaciones
más íntimas y terroríficas.

Sara Rus

“Al llegar nos hicieron desnudar a todas para controlarnos y ver


nuestra higiene. En ese momento tenía pelo largo. Mi madre
estaba al lado mío. Entramos a un lugar y vemos escrito en alemán
‘Eine Laus dein Tod’, ‘un piojo, tu muerte’. Yo pensaba que mi pelo
debía tener miles de piojos. Mi madre creía que me iban a matar.
Llegamos a la revisión. A mi madre con otras personas la llevaron
a empujones no sabía hacia dónde. Con el pelo largo, me sacan de
la fila, me sientan en una silla y me empiezan a revisar el pelo. No
encuentran un piojo. Fue mi salvación. Me cortaron las trenzas, me
dejaron el pelo cortito y me llevaron a empujones a un lugar lleno
de vapor. Había mujeres desnudas y peladas. Ni me daba cuenta
que las estaban pelando porque estaba muy ocupada con mi pelo
corto. Entré y no sabía dónde estaba mi mamá. De repente no
tenía más mamá. Empiezo a gritar ‘mamá, mamá’. Había una
persona chiquitita, pelada, que parecía muy viejita, sentada en un
escalón. Agarro a esta señora y le pregunto: ‘¿Usted no vio a mi
mamá?’. La señora me dice: ‘Hija, te estaba esperando. Yo soy tu
madre’”.

David Galante

“Cuando llegabas al campo, te sacaban el nombre y te ponían un


número. El mío era B7328. El nombre ya no existe más,
desaparece y queda el número. Si te llaman, te llaman por número.
Y es bravo porque vos no entendías el alemán. Yo no hablaba
alemán, pero poco a poco te vas adaptando al sistema. Me
acuerdo mi número en alemán porque necesitaba saberlo: B
sieben drei zwei acht. En el campo, entre nosotros nos llamábamos
por el nombre. Nunca pensé en quitarme el tatuaje. ¿Para qué? Es
un recuerdo. No que no es feliz, pero es un recuerdo. La vida es
así, uno no sabe sus idas y vueltas. Mis hijos me preguntaban por
el tatuaje. Hablamos de lo que pasó. Hay que contar, seguir
contando. Para que se sepan las cosas y las comprendan ellos
también. Cuando una criatura pregunta por el tatuaje a veces es
difícil explicarle qué significa esto, pero con el tiempo uno va
creciendo”.

Raquel Mazur Sznajderhaus

“Después del levantamiento en el gueto de Vilna, la Gestapo


decidió liquidarlo. El día 23 de septiembre de 1943 está inscripto
en mi mente, mi corazón y en mi alma por siempre jamás. Era un
día lluvioso y triste, hasta el cielo lloró. Por última vez
traspasamos los portones del gueto. Éramos una humanidad
convertida en nada, silenciosas lágrimas caían sobre nuestras
caras. Nos llevaron al cementerio La Rosa. Lo primero que vimos
fueron dos cuerpos colgando de tres sogas. ¿Por qué? ¿Por
desobedecer? ¿Esto nos pasará a nosotros? Los nazis sabían muy
bien como intimidarnos. En el aire el olor a muerte era difícil de
describir. El llanto de bebés y niños al ser arrancados de los brazos
de sus madres nos hizo temblar. El miedo nos paralizó. Entonces
comenzó la selección. Derecha vida, izquierda muerte. Mi
hermana Lila y yo fuimos seleccionadas a la derecha, aptas para
trabajo forzoso. Mi padre, tía y demás familiares, personas
mayores, bebes y niños a la izquierda, muerte. Fueron llevados
integrando un grupo grande de gente a Ponary, un lugar cerca de
Vilna, donde cavaron fosas comunes y fusilaron a todos. No los
volvimos a ver nunca más”. (“Identidad” del Museo del Holocausto
de Buenos Aires).

Eugenia Unger

“En el subsuelo de mi casa hicimos un búnker para escondernos.


Allí las ratas nos comían; después, en el campo de concentración,
nosotros las comíamos a ellas. Así es la vida… Estaba una amiga
con su bebé, el nene empezó a llorar, ella le puso una almohadita
para que no grite porque escuchamos a los nazis, y lo asfixió…
Pasamos por muchos búnkers. El último fue el horno de una
panadería. Éramos diez personas, no se cómo entramos. Alguien
nos delató y los nazis nos descubrieron. Me pidieron que me
saque la ropa, para violarme. Lo hice y me vino una hemorragia,
porque Dios siempre estuvo conmigo. Yo había oído cómo unos
polacos violaban a la hija de un rabino hasta matarla. Ella tenía mi
edad”.
Moisés Borowicz

“Un día salí a hacer mis necesidades detrás de un árbol y vi de

lejos que venían los nazis con un montón de campesinos,

entonces fui al bunker a avisarle a mi familia. Empezamos a correr

pero nos rodearon. Un alemán levantó el fusil y disparó contra un

árbol y cayó un pájaro. Luego, la miró a mi madre y le preguntó si

yo era su hijo y dijo: ‘Este muchacho tiene destino de vivir porque

cuando él se escapaba yo lo quería matar y se me trabó el fusil y

ahora, para el pájaro, la bala salió’. Esa fue como una premonición,

porque a toda mi familia la mataron y yo me salvé, sobreviví, para

contar mi historia”.

“Cada semana teníamos que ir a hacer el service de cortarnos el

pelo, para que no nos contagiáramos piojos y tuviéramos tifus.

Cuando me tocaba a mí, el que me tenía que afeitar, en vez de

tener una navaja, tenía un serrucho, ya estaba todo gastado. Me

lastimó toda la cabeza y me estaba sangrando, entonces me

dijeron que fuera a una barraca donde había primeros auxilios.

Entré ahí y no había nada, sólo un hombre sentado que me vendó

la cabeza con un rollo de papel higiénico y me dijo que volviera a

donde estaba trabajando. Un día, vino el jefe y pronunció un

discurso, dijo que nos tenían que trasladar y que los que estaban

enfermos que dieran un paso al costado, que había que caminar


mucho y que los iban a trasladar en camiones. Yo no salí porque

yo no me sentía enfermo, pero vino un nazi, me agarró del cuello,

me tiró y dijo que fuera para el otro lado, entonces yo estaba

parado del otro lado, donde estaban los que iban a caminar. Había

un hombre que era sastre de mi pueblo y él le agarraba las ropas a

los nazis y parecía que sabía algo y me decía que pasara al otro

lado, me hacía señas de que nos iban a matar ahí. Yo quería pasar

pero estaba lleno de guardias, y yo pensaba: ‘¿Cómo hago, cómo

hago?’. Al final parece que se me prendió una lamparita en la

cabeza y me arranqué el turbante, lo tiré al piso, lo pisoteé y justo

cuando pasó un nazi le dije: ‘Señor, yo no sé porque a mí me

pusieron de este lado’. Yo hablaba alemán: ‘Se equivocaron, yo soy

un hombre sano, soy fuerte, yo puedo caminar’, y me preguntó si

yo podía caminar y empecé a caminar y a correr, parecía que

llegaba a China o a Buenos Aires. Me dijo que estaba bien, que

fuera al otro lado. A la noche, cuando empezamos a caminar,

escuchamos que a todos los que llevaban en camiones los

ametrallaron”.

También podría gustarte