APORTE 3 - Consolacion y Desolacion, Ejercicio 3
APORTE 3 - Consolacion y Desolacion, Ejercicio 3
APORTE 3 - Consolacion y Desolacion, Ejercicio 3
Discernir es buscar la voluntad de Dios. Es buscar un camino práctico de libertad en cada circunstancia
de mi vida. Es desear comprender lo que Dios inspira en nuestro corazón. Es una danza: una
comunicación entre mis anhelos más profundos y los deseos de Dios. Es acercarse a escuchar la voz de
Dios: “Dios es lo más íntimo de mi intimidad” (S. Agustín). Es un don, es regalo, es gracia que hay que
pedir siempre. También supone un proceso constante de búsqueda y escucha. Lleva su tiempo, tiene sus
pasos, y no termina nunca, porque siempre hay que revisarlo, reordenarlo, revitalizarlo. Es lo mismo que
la sabiduría, que supone distinguir entre lo que viene de Dios y lo que es del mal espíritu.
El discernimiento no es estar preguntando a otro lo que debo hacer; esa es actitud de niños. Es buscar la
respuesta dentro nuestro, con adultez, sabiendo que tiene matices y complejidades, que no hay
respuestas claras y distintas, ni absolutas. El discernimiento tampoco es solo tarea intelectual, porque
pasará, en gran parte, por nuestros afectos, nuestra sensibilidad. En nuestros sentimientos y deseos
encontraremos la voluntad de Dios. El discernimiento no es sólo elegir entre lo bueno y lo malo, no pasa
solamente por una elección ética o moral, porque probablemente siempre elijamos entre dos cosas
buenas, con matices y sutilezas. Y las respuestas siempre tendrán que estar adaptadas a nuestras
circunstancias, acordes a nuestra historia personal, no existe una respuesta única y universal para todos.
¿Para qué discernimos? Para que nazca algo nuevo en nosotros, con dos aportes: lo de Dios y lo mío
propio. Que no se oponen y tampoco están reñidos: lo auténticamente mío es lo de Dios, lo más
plenamente mío es lo que quiere Dios. También discernimos para generar más vida, para mí y para los
demás. Hay opciones que, si bien son buenas todas, algunas traen más vidas que otras, algunas
responden mejor a uno mismo que otras, algunas entregan más amor que otras. ¿Cuándo hay que
discernir? Hay que discernir siempre; debemos vivir en esa actitud de discernimiento: siempre en
escucha de la voz del Espíritu, vigilantes de la presencia sutil de Dios, atentos a su paso por nuestra vida.
Pero hacemos un verdadero discernimiento, con sus tiempos y pasos, cuando tenemos que elegir cosas
importantes de la vida, esas que nos implican profundamente.
5) Es imprescindible querer optar por la vida, desear el Reino de Dios, buscar el Evangelio. Si no quiero
ni deseo esto no vale la pena hacer un discernimiento en clave cristiana. Porque lo que va a orientar
nuestras elecciones no será el amor, la vida, el perdón, la justicia… Esto quiere decir que será necesario
querer elegir la entrega, la donación, la búsqueda del bien común, una auto estima adecuada, confianza,
humildad…
6) Para realizar un discernimiento es necesaria nuestra libertad interior desde el inicio, no buscar mi
propio amor, mi querer ni mi interés personal sino buscar la voluntad de Dios. Es lo que Ignacio llamaba
como “indiferencia”: ese estar desapegado a todas las posibilidades de elección, para encontrar la que
Dios quiere. Pero recordemos que la voluntad de Dios no es opuesta a mi propia vocación, aunque
muchas veces me exige renuncia, cruz, entrega y trabajo personal.
El discernimiento es una manera de proceder espiritual profunda; es sentir y conocer la voluntad de Dios
para con uno mismo. Se trata de percibir el actuar de Dios, y a través de lo que se hace, reconocer su
presencia. Este ejemplo puede ayudarnos a comprender: imaginémonos que al otro lado de un muro hay
un obrero golpeando para clavar un clavo. Sólo se siente desde aquí el ruido. No estamos viendo ni al
obrero, ni el martillo, ni el clavo. Lo único que percibimos son unas ondas producidas por el martillo;
eso es lo que percibimos de Dios: los golpecitos de su actuar creador. Discernir es, por tanto, el arte de
distinguir el actuar de Dios de lo que no lo es. Lo que uno percibe de Dios es el pedacito de Dios que me
está creando.
Esto significa que la acción de Dios se despliega al interior de la criatura y Dios aparece trabajando en
ella con mucho silencio, casi sin dejarse ver. Necesitamos agudizar el oído interno, conocernos
profundamente para percibir y distinguir mejor su discreto actuar. Esta es la razón por la cual es
necesario discernir: porque de eso depende la frustración o la realización de lo que Dios está haciendo
en nosotros. Si no escuchamos los golpecitos del actuar de Dios, y si no discernimos su acción creadora,
lo frustramos. Y nosotros no nos divinizamos con su Espíritu. El discernimiento nos permitirá reconocer
por dónde quiere irme creando Dios, y dejarlo actuar... para llenarme de Él. Él es el que crea... lo que
hacemos al discernir, es tratar de utilizar la agudeza de nuestra mente y corazón para percibir los
obstáculos que le estamos poniendo a su acción.
Si discernir es dejarse llevar por el modo como Dios me quiere llevar, para dejarme conducir por Él, con
la seguridad de que su modo es el mejor modo, es importante tener en cuenta que el discernimiento no es
para deducir ni acertar la voluntad de Dios para mí, hoy. Más bien, el discernimiento nos dispone a
reconocer en nuestros deseos y aspiraciones, aquellos que pueden atribuirse a Dios. Más aún, el
discernimiento nos prepara a dar una respuesta personal e inédita a los llamamientos del Evangelio, del
Reino de Dios. Por tanto, el discernimiento es encontrar “nuestra” respuesta –mía y la de Dios-, es la
creación común. Por tanto, el discernimiento nos aclara que no hay una voluntad particular
preestablecida para cada uno a la que tengo que llegar adivinando, sino que es crear una respuesta
personal al deseo de Dios. En definitiva, el discernimiento es un diálogo creativo de dos libertades:
Cristo nos liberó para ser libres. A través de nuestros anhelos profundos y nuestras certezas internas
iremos encontrando esa voluntad común, y así llegaremos a “nuestra respuesta”.
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ORACIÓN: Luego de leer todas estas afirmaciones, deteniéndome en aquellas palabras que resuenen en
mí de manera especial... Concreto cómo reconozco la acción de Dios en mi vida
Al final de este documento encontrarás otro ejercicio complementario que te ayudará a distinguir y
diferenciar dónde está Dios en tu vida y dónde no lo está.
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PRECISANDO TÉRMINOS
Nos puede ayudar en nuestro taller precisar la noción de discernimiento espiritual: Es el modo de poder
elegir entre las diversas opciones concretas y descubrir la voluntad de Dios. Es dejarse tocar por el
Espíritu de Jesús, en libertad, para estar en condiciones de hacer las elecciones que de continuo deben
hacerse.
¿Cuáles son las etapas de todo discernimiento? Los momentos o fases en que se desarrolla el proceso
de búsqueda de la voluntad de Dios son: 1- la necesidad de hacernos indiferentes, 2- sentir y conocer los
espíritus (bueno y malo), 3- interpretación de lo experimentado y conocido, 4- elegir un camino concreto
y buscar luego la confirmación y la concreción de esa decisión tomada.
Indiferencia ignaciana: no es insensibilidad frente a las cosas sino la libertad interior ante las
inclinaciones o rechazos que se experimentan frente a las cosas. Es no dejar que mis inclinaciones o
intereses me gobiernen sino estar desapegado a todo para poder elegir sólo la voluntad de Dios. ¿Cómo
lograrla? Lo fundamental será la súplica a Dios reconociendo nuestra falta de libertad interior, unido a
un decidido empeño por superar los apegos y deseando crecer en la centralidad afectiva y efectiva de
Cristo en nuestras vidas.
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Dos espíritus, dos caminos: San Ignacio nos habla de la existencia de dos caminos o dos banderas en la
que expone el drama de la lucha interior: “...la bandera de Cristo sumo capitán y Señor nuestro; la otra
de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana naturaleza” [Ej 136] y nos invita a pedir: “conocimiento
de los engaños del mal caudillo y ayuda para de ellos guardarme; y conocimiento de la vida verdadera
que enseña el sumo el sumo y verdadero capitán y gracia para imitarle” [Ej 139]. En todos nosotros
existe esa lucha interior entre adversarios (Buen espíritu y Mal espíritu), cada uno de ellos enarbola una
bandera diferente, la del bien y la del mal, la de la vida y la de la muerte, la de la resurrección y la de la
condena. Nosotros tenemos que lidiar con esas fuerzas opuestas, elegir bien, decidir acorde al bien y a la
vida. El camino de Cristo nos dejará en un estado llamado “consolación espiritual”, el camino del mal
nos traerá, a la larga, “desolación espiritual”. Para discernirlos tenemos que conocer cómo se dan estas
fuerzas opuestas en nosotros, discernirlas, desenmascarar los engaños y las trampas del mal, conocer las
invitaciones del bien.
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Existen dos mociones principales: CONSOLACIÓN [Ej 316] y DESOLACIÓN [Ej 317].
Estas dos mociones inclinan o mueven a la persona, forman propósitos, planes y proyectos, buenos y
malos, por eso necesitamos, primero, sentirlas y reconocerlas en nosotros, experimentarlas y
entenderlas, para luego, seguirlas o rechazarlas, tomarlas o lanzarlas. Es importante, entonces,
discernirlas: distinguirlas, separarlas, conocerlas. No se trata ahora de conocer solo su carga emocional,
sino también la teologal, lo que importará ahora es a dónde nos mueve esa emoción, a dónde nos lleva,
su efecto, su dirección: ¿hacia Dios? Unas mociones orientan o acercan a Dios y otras no. Unas refieren
a Dios y otras no ¿cómo saberlo?
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CONSOLACIÓN DESOLACIÓN
1- Claridad: luz y certeza en lo que creemos. 1- Oscuridad: caen nuestras certezas, no veo claro
Veo de manera transfigurada las cosas y las ni el sentido de mi vida, ni mi vocación. Siento
personas. Todo es reflejo de Dios. Veo claro lo dudas ante las posibles decisiones que debo tomar.
que Dios me está pidiendo.
2- Alegría: siento un gran ánimo por lo que 2- Tristeza: disgusto por todo, abatimiento y mal
emprendo, un entusiasmo profundo invade mi humor difuso. Este estado me oprime, e imposibilita
ser. una la comunicación con los demás.
3- Paz: experimento una paz activa y profunda 3- Inquietud: me invade cierto desasosiego, siento
que me hace sentir seguro y sereno. Incluso miedo, escrúpulos, inseguridad, y cierto estado de
cuando estoy en tiempos difíciles. ansiedad.
4- Contento de corazón: sé que Dios me quiere 4- Sequedad de corazón: falta de gusto en la
y lo siento cercano. Me encuentro bien con él y oración, en el apostolado y todo servicio. Siento
conmigo mismo. cierto vacío y disgusto conmigo mismo.
5. Amando todo en Dios: ya no me apego a 5- Atracción por lo sensible: necesidad de
cosa alguna en sí misma, sino que amo a todas “divertirme”, “gozar de la vida”. Deseo y atracción
ellas, en El. Mi libertad crece. por lo sensual, apego a las cosas por ellas mismas.
6- Confianza y esperanza: mi fe se fortifica, 6- Pérdida de confianza y esperanza: Veo todo
mis dudas se disipan y la esperanza aumenta. oscuro, aparecen obstáculos y me hacen sentir como
Me siento como navegando con viento a favor. que todo es imposible y sin salida.
7- Cercanía de Dios: siento su presencia 7- Lejanía de Dios: no siento su presencia y me
cercana y gusto de estar con él. Reconozco su cuesta creer en ella. Las cosas de Dios aparecen
rostro en las cosas que vivo. El corazón se me como inútiles y que nada tienen que ver con la vida
ensancha con el deseo de entregarme a los concreta.
demás.
8- Aumento de fe, esperanza y amor. Tiendo 8- Disminución de fe, esperanza y amor. La
hacia “el más” en todo. vitalidad disminuye, se da un movimiento hacia “el
menos”.
No está en nuestras manos, el causar la consolación, sino que es una gracia de Dios y puede surgir en
cualquier momento, incluso en situaciones, en las que por nuestros prejuicios pensamos que no es
posible.
Una vez que descubro y reconozco la DESOLACIÓN en mí, lo importante es ver qué hago. Es
posible que no me sea fácil (o que no esté en mí) cambiarla, pero siempre puedo elegir seguirla o no,
alimentarla o no. En todo discernimiento se juega mi libertad personal.
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También conviene destacar que la consolación o la desolación no indican un determinado nivel, más
alto o más bajo, de vida espiritual, ya que a veces se experimenta la desolación en etapas de gran
madurez cristiana, como lo muestran la historia de santos como Teresa del Niño Jesús o la Madre
Teresa de Calcuta, atormentadas duramente en su fe en los últimos tiempos de su vida.
La CONSOLACIÓN es el estado espiritual que me confirma a mí que estoy en el camino justo, que
lo que estoy por decidir y elegir es el proyecto de Dios para conmigo y su voluntad.
Una vez reconocidos estos dos movimientos espirituales debo conocer los pensamientos y los
proyectos que se asocian o vienen junto con la CONSOLACIÓN. Recordemos que lo que sale de
ella nos permite pensar que SÍ ES LA VOLUNTAD DE DIOS.
Debo por otro lado rechazar los proyectos, y las posibles decisiones que se causan en la
DESOLACIÓN, estos son los que me alejan de Dios, y de los demás. Por lo tanto, NO sería la
voluntad de Dios.
Debo en cambio acoger o recibir los proyectos que me salen dentro de la consolación, por este
camino, Dios, irá siendo cada vez más, el Señor de mi vida.
Recuerda hacerte un tiempo para este ejercicio, en clima de oración, frente a Dios, en silencio y meditación. No lo
hagas todo de golpe, ve de a poco, retómalo cada tanto y complétalo lentamente.