Cuadernillo Literatura
Cuadernillo Literatura
Cuadernillo Literatura
Colegio Millaray
2023
¿Qué es la literatura? Eagleton (1943), de categorías
¿Podemos estudiar literatura? establecidas y convenidas por la
comunidad que participa tanto en la
producción como en la interpretación de
A esta gran pregunta se esos textos, en un determinado
le han dado una gran cantidad de momento histórico. Hasta ahora, en lo
respuestas, en distintos momentos que están de acuerdo casi todos los
históricos y desde distintos puntos de interesados en la literatura es en su
vista. Para responderla, se han tenido en carácter ficcional y su función estética.
cuenta diversos aspectos del texto Por todo esto, no hay recetas para leer,
literario: su contenido ficcional o no, su sino que cada uno debe realizar su
estructura, el uso especial del lenguaje, entrenamiento personal.
la mención del autor, las expectativas
En la escuela se
del lector.
proponen un conjunto de lecturas que se
Los textos no aparecen consideran fundamentales, el canon
“espontáneamente”, sino que tienen un literario, organizadas según
marco específico de producción, de determinados intereses didácticos.
recepción y, fundamentalmente, un Mediante esta selección, se busca
presente en el que el lector interactúa desarrollar ciertas competencias
con ellos. Así, para considerar un texto lectoras, a la vez que se promueve el
como literario debemos atender al ingreso de los estudiantes en la
momento histórico en que fue escrito, tradición cultural de su sociedad. Si
las distintas lecturas que tuvo a lo largo bien muchos de estos textos pueden
del tiempo (un texto pudo haber sido resultar interesantes, no
leído como ensayo y luego como texto necesariamente son los que cada
literario) y el interés actual de los estudiante hubiese elegido. Aun así,
lectores que se ven atravesados por lo pueden constituir importantes
que conocen de la obra, los comentarios referencias para futuras lecturas,
que se han hecho de ella, etc. Y siempre tanto por afinidad con ellas como por su
podemos indagar más, como explica el rechazo, y serán útiles para formar una
psicólogo Jerome Bruner (1915): “Una concepción personal acerca del sistema
vez que hemos clasificado un texto en lo literario y de los gustos literarios
que se refiere a su estructura, su individuales.
contexto histórico, su forma lingüística,
En definitiva, para
su género, sus múltiples niveles de
estudiar literatura hay que leer. Y si
significación y lo demás, todavía
además, es posible acceder a una buena
podemos desear descubrir de qué
guía de lectura, como propone el
manera el texto afecta al lector y, en
escritor Gabriel García Márquez (1927),
realidad, a qué se deben los efectos que
se favorece una aproximación a los
produce en el lector”.
textos, al conocimiento de mundos
Establecer qué entra o nuevos, a contextos culturales diversos,
no dentro del campo de lo que a otras obras relacionadas con la que
denominamos literatura dependerá, tenemos entre manos y al estilo de
como plantea el crítico cultural Terry escritura de un autor.
Los géneros discursivos
Se llama género a un formato textual con el que se relaciona la diversidad de textos que circulan
dentro de una determinada cultura. Es un modo de clasificación para analizar y comprender los
diferentes textos que circulan.
Desde esta concepción, los géneros literarios se han considerado como los distintos grupos o
categorías con que podemos clasificar las obras literarias según su contenido y su estructura. Sin
embargo, el concepto de género literario no es único ni indiscutible y ha variado a lo largo del tiempo.
Puede resultar útil, para analizar y agrupar” textos literarios, emplear la primera clasificación en
géneros, propuesta por Aristóteles (384-322 a. C.) en su Poética, escrita en el siglo IV a. C. Entre
otras consideraciones, se establecen las diferencias de géneros teniendo en cuenta quién es la
persona que habla: en la lírica, se pone de relevancia la figura del poeta y su subjetividad; en la épica,
se destaca la voz de un narrador y la de los personajes que participan del relato, y en el drama, el
poeta desaparece y la voz se otorga a los personajes, que son quienes “hablan” en la representación.
Ya en el siglo xx, el lingüista ruso Mijaíl Bajtín (1895-1975) propuso el concepto más amplio de género
discursivo: “en cada esfera de la actividad humana se producen textos que surgen de la comunicación
concreta y real, es decir, una sociedad produce los tipos de textos que necesita para funcionar
(informes, publicidades, cuentos, recetas, etc.)”. Estos textos, aunque los producen individuos, no
son únicos ni inventados cada vez, sino que tienen ciertas formas típicas que presentan temas
establecidos, así como también estilos y estructuras predeterminados, de alguna manera, por la
sociedad. Bajtín consideró que existen tantos géneros como actividades humanas y los dividió en
primarios (aquellos que se relacionan de manera directa con la realidad y lo cotidiano) y secundarios
(los que surgen de condiciones de comunicación más complejas). Según Bajtín, los géneros
secundarios suelen absorber e incluir géneros discursivos primarios. Por ejemplo, la novela, que es
un género secundario, es capaz de incluir cualquier otro género discursivo en sus tramas.
El filósofo y escritor Roland Barthes (1915-1930) planteaba e la unidad de un texto “no está en su
origen, sino en su destino” y que es en el espacio de la lectura donde se unen las huellas de todos los
textos entrelazados por la escritura. A esa relación que mantiene un texto con otro u otros, Gérard
Genette la denomina “transtextualidad”, que se define como la posibilidad que tiene un texto de
relacionarse, en forma manifiesta u oculta, con otros textos anteriores o contemporáneos.
ACTIVIDAD
1 - Leé los enunciados que figuran a continuación y asócielos con alguno de los siguientes géneros
discursivos: prospecto de medicamento/publicidad / fragmento de novela / fragmento de ley /
crónica deportiva / fragmento de poesía / señal de tránsito / fragmento de obra de teatro / aviso
clasificado.
B.
D.
Los géneros discursivos son entonces, tipos de enunciados relativamente estables. Esto quiere decir que entro del
mismo género, los enunciados deben tener elementos en común que permitan identificarlos, ya sea que se trate de un aviso
clasificado, de una obra de teatro o de cualquiera de los otros. Ahora, ¿Qué es lo que hace que sea "relativamente estables”?
¿Cuáles son esos elementos en común? ¿Qué es lo que hace diferentes a una ley de una obra de teatro, o a un aviso clasificado
de una crónica deportiva?
En principio, la respuesta a estos interrogantes no es sencilla, ya que existen distintos criterios para explicar la
organización de los géneros discursivos. Uno de esos criterios establece que los elementos a considerar para que un enunciado
se enmarque en un género discursivo determinado son el tema, el estilo, la estructura, y la función.
El tema
Se considera como tema al asunto del que trata un enunciado; es decir, aquello que responde a la pregunta ¿de qué
se habla? En cada situación comunicativa se espera que los enunciados traten sobre determinados temas y no sobre otros.
Así, por ejemplo, cuando leemos la sección de Policiales en un diario, esperamos encontrarnos con el desarrollo de temáticas
vinculadas con la crónica policial. Si en una librería ponemos en foco el anaquel de biografías, más allá del personaje
biografiado, el tema a desarrollar es la vida de una persona. Esto quiere decir que hay temáticas muy asociadas a determinados
géneros que a la vez estructuran sus textos de determinada forma y utilizan un estilo acorde al género y a la situación
comunicativa. Pero lo que puede parecer una obviedad entra en tensión cuando los hablantes, por ejemplo, tienen diferencias
con respecto a cuáles son los temas que pueden abordarse y cuáles no en una situación en especial. , así puede suceder que
haya posturas enfrentadas con relación a de qué se puede hablar en una clase en la escuela, en una sobremesa familiar, en un
programa de radio o en una obra de teatro. La realidad es que no existe una ley escrita que sea capaz de regular todos los
temas que pueden aparecer en cada situación y son los hablantes quienes deben llegar a un acuerdo en caso de controversias.
Actividad
2. Debatí en grupo: ¿qué temas de la vida cotidiana se les ocurren que podrían generar controversias? ¿En qué
situaciones? ¿Por qué alguien no querría hablar de algo en determinada situación?
EL ESTILO
Cada género discursivo también está caracterizado por los recursos lingüísticos que pueden aparecer en sus enunciados.
Palabras más o menos específicas de un área, por ejemplo, o un lenguaje más o menos cuidado, rimas o no,
comparaciones, exageraciones, en fin, toda aquella forma de usar el lenguaje da cuenta del estilo de un enunciado y
caracteriza a cada género discursivo. Un contrato de alquiler, por ejemplo, debe estar redactado de una manera muy
precisa con términos como "locador”, “locatario”, que deben ser esos y no otros; en cambio, una anécdota familiar no
requiere de tanta precisión en los términos que se usan. Muchos géneros discursivos pueden reconocerse fácilmente
porque tienen ciertas fórmulas que los identifican y que son parte del estilo. Por ejemplo, típicamente los
cuentos infantiles comienzan con “Había una vez..."
Otro elemento importante a considerar en el estilo es el uso que se hace de las personas, los tiempos y los modos
verbales. Géneros discursivos como las promesas o los juramentos están caracterizados por la primera persona del
singular del presente del indicativo ("Prometo que...*/ Juro que...) las publicidades clásicas se caracterizaban por la
segunda persona del singular del modo imperativo (“Compre.” / “Pruebe...” los discursos en campañas políticas se
caracterizan por la primera persona del plural del futuro del indicativo (Construiremos...” / “Haremos...”)
Actividad
3. leé las fórmulas que figuran a continuación y asócielas con alguno de los siguientes géneros discursivos. Luego, elegí
una y usala en un texto de tu creación, prestando especial atención a las formas verbales que deben usarse: - venta
ambulante/ anécdota familiar/ publicidad televisiva/ discurso amoroso.
LA ESTRUCTURA
Cada género discursivo establece un “esqueleto” textual. Un cuento clásico tiene una introducción, un nudo y un
desenlace; una noticia tiene título, copete y cuerpo principal; una novela puede tener varios capítulos; una obra de
teatro puede tener distintos actos; una canción está dividida en estrofas; un manual de instrucciones está organizado
en distintos pasos; una ley está dividida en artículos; y así, cada tipo de enunciado está organizado de una forma
particular. A esa organización se la conoce como “estructura”.
Actividad
4. escribí un breve texto que pertenezca al género discursivo del manual de instrucciones. Su estructura debe tener
distintos pasos y explicar cómo debe usarse un cepillo de dientes.
La función
Cada enunciado busca un objetivo, y, para aumentar sus posibilidades de lograrlo, debe de tener muy e cuenta quién
es el receptor de ese mensaje. En este sentido comunicativo y social es que se habla de “la función” de los géneros
discursivos. Los enunciados que aparecen en los libros de Historia, por ejemplo, pueden tener la función de informar y
explicar sobre un determinado momento histórico; los saludos pueden tener la función de demostrar amabilidad con
otra persona; las listas de comprar pueden tener la función de hacer recordar qué cosas deben comprarse; los chistes
pueden tener la intención de causar gracia y generar alguna reflexión; y así, cada género discursivo está determinado
también por el objetivo, el ¿Para qué? De su uso.
Actividad
5. Elegí una de las isguientes situaicones comunicativas y proponé un enunciado que sea apropiado para
desempeñar la funcion que se busca:
Vos sos:
Todos los enunciados que son percibidos como arte forman la Literatura. Esa cantidad inmensa de textos se clasifica
tradicionalmente en los que se conoce como los tres grandes géneros literarios: el narrativo, el lírico y el dramático.
El género narrativo es aquel en el que una voz creada por el autor (el narrador) cuenta lo que le sucede a unos
personajes en un tiempo y en un espacio determinado. Esto abarca desde cuentos muy breves hasta extensas novelas, pasando
(entre muchos más) por los mitos, las leyendas, o las fábulas.
El género lírico es aquel que se corresponde con la poesía. Su nombre se debe al instrumento musical (la lira) que
era utilizada en la Antigüedad para acompañar musicalmente las palabras. Es reconocido porque sus enunciados se estructuran
en versos (no en renglones) y en estrofas (no en párrafos) La voz ficcional creada por el autor no narra acontecimientos sino
que transmite sus emociones y sentimientos; y es denominada como yo lírico (en lugar de narrador)
El género dramático es aquel que se corresponde con el teatro. Son enunciados creados para ser representados en
un escenario. En ellos, no hay narrador que cuente los hechos, sino que son los propios personajes quienes toman la palabra.
Se los reconoce porque se estructuran a partir de la alternancia de voces, que pueden estar marcadas por rayas de diálogo o
guiones. Además, aparecen indicaciones del autor que se conocen como didascalias (del griego 'didascalias” instrucción, orden)
y que dan pautas de cómo debe ser el escenario o cómo deben interpretarse las palabras.
Crónicas del Río de la Plata
Cuando los colonizadores llegaron a América del Sur Después del “descubrimiento” de América por los
Américo Vespucio
europeos, se conocieron los relatos de los llamados
cronistas de Indias, que informaban sobre la geografía
Tras los pasos descubridores de Colón, en 1492, se sucedieron y el modo de vida de los indígenas americanos. Suelen
nuevas expediciones. Una de ellas, llevada a cabo por Américo
Vespucio en 1502 llegó hasta el cabo de la Vela en Venezuela.
dividirse en dos grupos: los soldados, religiosos y
Vespucio navegante, explorador y cosmógrafo italiano, fue el funcionarios de la Corona española, quienes
responsable de la identificación de América como un nuevo escribieron sobre hechos en los cuales participaron
continente. Y por aquel entonces, esta parte del sur estaba durante sus exploraciones en las denominadas Indias
habitada por diferentes grupos de indígenas, en su mayoría
Occidentales y un segundo grupo al que pertenecen
nómades.
quienes escribieron por encargo oficial, basándose en
Primer descubrimiento español en territorio argentino una información de diversa procedencia (documentos
Poco tiempo después, en 1516, en un fallido intento por oficiales o privados, testimonios orales). En ambos
encontrar un paso que conectara el océano Atlántico con el casos, es muy variada la índole de los textos (diarios,
Pacífico, Juan Díaz de Solís, tuvo que concluir su viaje cartas, crónicas, memorias).
descubriendo las costas del Río de la Plata. Fue en estas tierras
que Solís encontró la muerte a manos de los indígenas.
Sebastián Gaboto lo sucedió, llegó a cargo de una nueva
expedición enviada por el rey de España, Carlos V.
Romance Elegíaco
por Luis de Miranda de Villafaña
(Buenos Aires,1537)
Fuente: https://concepto.de/recursos-literarios/#ixzz7MIZ5ooQw
“El hambre”
Manuel Mujica Lainez
(1950)
Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día
y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados cautelosamente entre los troncos,
ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes. De tanto en
tanto, un soplo de aire helado, al colarse en las casucas de barro y paja, trae con él los alaridos y los cantos de guerra. Y en
seguida recomienza la lluvia de flechas incendiarias cuyos cometas iluminan el paisaje desnudo. En las treguas, los gemidos
del Adelantado, que no abandona el lecho, añaden pavor a los conquistadores. Hubieran querido sacarle de allí; hubieran
querido arrastrarle en su silla de manos, blandiendo la espada como un demente, hasta los navíos que cabecean más allá de
la playa de toscas, desplegar las velas y escapar de esta tierra maldita; pero no lo permite el cerco de los indios. Y cuando no
son los gritos de los sitiadores ni los lamentos de Mendoza, ahí está el angustiado implorar de los que roe el hambre, y cuya
queja crece a modo de una marea, debajo de las otras voces, del golpear de las ráfagas, del tiroteo espaciado de los arcabuces,
del crujir y derrumbarse de las construcciones ardientes.
Así han transcurrido varios días; muchos días. No los cuentan ya. Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca.
Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podrida, las ratas, las sabandijas
inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente. Ahora jefes y soldados yacen doquier, junto a los
fuegos débiles o arrimados a las estacas defensoras. Es difícil distinguir a los vivos de los muertos.
Don Pedro se niega a ver sus ojos hinchados y sus labios como higos secos, pero en el interior de su choza miserable
y rica le acosa el fantasma de esas caras sin torsos, que reptan sobre el lujo burlón de los muebles traídos de Guadix, se
adhieren al gran tapiz con los emblemas de la Orden de Santiago, aparecen en las mesas, cerca del Erasmo y el Virgilio inútiles,
entre la revuelta vajilla que, limpia de viandas, muestra en su tersura el “Ave María” heráldico del fundador.
El enfermo se retuerce como endemoniado. Su diestra, en la que se enrosca el rosario de madera, se aferra a las
borlas del lecho. Tira de ellas enfurecido, como si quisiera arrastrar el pabellón de damasco y sepultarse bajo sus bordadas
alegorías. Pero hasta allí le hubieran alcanzado los quejidos de la tropa. Hasta allí se hubiera deslizado la voz espectral de
Osorio, el que hizo asesinar en la playa del Janeiro, y la de su hermano don Diego, ultimado por los querandíes el día de
Corpus Christi, y las otras voces, más distantes, de los que condujo al saqueo de Roma, cuando el Papa tuvo que refugiarse
con sus cardenales en el castillo de Sant Angelo. Y si no hubiera llegado aquel plañir atroz de bocas sin lenguas, nunca hubiera
logrado eludir la persecución de la carne corrupta, cuyo olor invade el aposento y es más fuerte que el de las medicinas. ¡Ay!,
no necesita asomarse a la ventana para recordar que allá afuera, en el centro mismo del real, oscilan los cadáveres de los
tres españoles que mandó a la horca por haber hurtado un caballo y habérselo comido. Les imagina, despedazados, pues
sabe que otros compañeros les devoraron los muslos.
¿Cuándo regresará Ayolas, Virgen del Buen Aire? ¿Cuándo regresarán los que fueron al Brasil en pos de víveres?
¿Cuándo terminará este martirio y partirán hacia la comarca del metal y de las perlas? Se muerde los labios, pero de ellos
brota el rugido que aterroriza. Y su mirada turbia vuelve hacia los platos donde el pintado escudo del Marqués de Santillana
finge a su extravío una fruta roja y verde.
Baitos, el ballestero, también imagina. Acurrucado en un rincón de su tienda, sobre el suelo duro, piensa que el
Adelantado y sus capitanes se regalan con maravillosos festines, mientras él perece con las entrañas arañadas por el hambre.
Su odio contra los jefes se torna entonces más frenético. Esa rabia le mantiene, le alimenta, le impide echarse a morir. Es un
odio que nada justifica, pero que en su vida sin fervores obra como un estímulo violento. En Morón de la Frontera detestaba
al señorío. Si vino a América fue porque creyó que aquí se harían ricos los caballeros y los villanos, y no existirían diferencias.
¡Cómo se equivocó! España no envió a las Indias armada con tanta hidalguía como la que fondeó en el Río de la Plata. Todos
se las daban de duques. En los puentes y en las cámaras departían como si estuvieran en palacios. Baitos les ha espiado con
los ojos pequeños, entrecerrándolos bajo las cejas pobladas. El único que para él algo valía, pues se acercaba a veces a la
soldadesca, era Juan Osorio, y ya se sabe lo que pasó: le asesinaron en el Janeiro. Le asesinaron los señores por temor y por
envidia. ¡Ah, cuánto, cuánto les odia, con sus ceremonias y sus aires! ¡Como si no nacieran todos de idéntica manera! Y más
ira le causan cuando pretenden endulzar el tono y hablar a los marineros como si fueran sus iguales. ¡Mentira, mentiras!
Tentado está de alegrarse por el desastre de la fundación que tan recio golpe ha asestado a las ambiciones de esos falsos
príncipes. ¡Sí! ¿Y por qué no alegrarse?
El hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar. Ahora culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre!, ¡el hambre!,
¡ay!; ¡clavar los dientes en un trozo de carne! Pero no lo hay… no lo hay… Hoy mismo, con su hermano Francisco,
sosteniéndose el uno al otro, registraron el campamento. No queda nada que robar. Su hermano ha ofrecido vanamente, a
cambio de un armadillo, de una culebra, de un cuero, de un bocado, la única alhaja que posee: ese anillo de plata que le
entregó su madre al zarpar de San Lúcar y en el que hay labrada una cruz. Pero así hubiera ofrecido una montaña de oro, no
lo hubiera logrado, porque no lo hay, porque no lo hay. No hay más que ceñirse el vientre que punzan los dolores y doblarse
en dos y tiritar en un rincón de la tienda.
El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos abre los ojos y se pasa la lengua sobre los labios deformes. ¡Los
ahorcados! Esta noche le toca a su hermano montar guardia junto al patíbulo. Allí estará ahora, con la ballesta. ¿Por qué no
arrastrarse hasta él? Entre los dos podrán descender uno de los cuerpos y entonces…
Toma su ancho cuchillo de caza y sale tambaleándose.
Es una noche muy fría del mes de junio. La luna macilenta hace palidecer las chozas, las tiendas y los fuegos escasos.
Dijérase que por unas horas habrá paz con los indios, famélicos también, pues ha amenguado el ataque. Baitos busca su
camino a ciegas entre las matas, hacia las horcas. Por aquí debe de ser. Sí, allí están, allí están, como tres péndulos grotescos,
los tres cuerpos mutilados. Cuelgan, sin brazos, sin piernas… Unos pasos más y los alcanzará. Su hermano andará cerca. Unos
pasos más…
Pero de repente surgen de la noche cuatro sombras. Se aproximan a una de las hogueras y el ballestero siente que
se aviva su cólera, atizada por las presencias inoportunas. Ahora les ve. Son cuatro hidalgos, cuatro jefes: don Francisco de
Mendoza, el adolescente que fuera mayordomo de don Fernando, Rey de los Romanos; don Diego Barba, muy joven,
caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén; Carlos Dubrin, hermano de leche de nuestro señor Carlos V; y Bernardo
Centurión, el genovés, antiguo cuatralbo de las galeras del Príncipe Andrea Doria.
Baitos se disimula detrás de una barrica. Le irrita observar que ni aun en estos momentos en que la muerte asedia a
todos han perdido nada de su empaque y de su orgullo. Por lo menos lo cree él así. Y tomándose de la cuba para no caer,
pues ya no le restan casi fuerzas, comprueba que el caballero de San Juan luce todavía su roja cota de armas, con la cruz
blanca de ocho puntas abierta como una flor en el lado izquierdo, y que el italiano lleva sobre la armadura la enorme capa
de pieles de nutria que le envanece tanto. A este Bernardo Centurión le execra más que a ningún otro. Ya en San Lúcar de
Barrameda, cuando embarcaron, le cobró una aversión que ha crecido durante el viaje. Los cuentos de los soldados que a él
se refieren fomentaron su animosidad. Sabe que ha sido capitán de cuatro galeras del Príncipe Doria y que ha luchado a sus
órdenes en Nápoles y en Grecia. Los esclavos turcos bramaban bajo su látigo, encadenados a los remos. Sabe también que el
gran almirante le dio ese manto de pieles el mismo día en que el Emperador le hizo a él la gracia del Toisón. ¿Y qué? ¿Acaso
se explica tanto engreimiento? De verle, cuando venía a bordo de la nao, hubieran podido pensar que era el propio Andrea
Doria quien venía a América. Tiene un modo de volver la cabeza morena, casi africana, y de hacer relampaguear los aros de
oro sobre el cuello de pieles, que a Baitos le obliga a apretar los dientes y los puños. ¡Cuatralbo, cuatralbo de la armada del
Príncipe Andrea Doria! ¿Y qué? ¿Será él menos hombre, por ventura? También dispone de dos brazos y de dos piernas y de
cuanto es menester…
Conversan los señores en la claridad de la fogata. Brillan sus palmas y sus sortijas cuando las mueven con la sobriedad
del ademán cortesano; brilla la cruz de Malta; brilla el encaje del mayordomo del Rey de los Romanos, sobre el desgarrado
jubón; y el manto de nutrias se abre, suntuoso, cuando su dueño afirma las manos en las caderas. El genovés dobla la cabeza
crespa con altanería y le tiemblan los aros redondos. Detrás, los tres cadáveres giran en los dedos del viento.
El hambre y el odio ahogan al ballestero. Quiere gritar mas no lo consigue
y cae silenciosamente desvanecido sobre la hierba rala.
Cuando recobró el sentido, se había ocultado la luna y el fuego
parpadeaba apenas, pronto a apagarse. Había callado el viento y se oían, remotos,
los aullidos de la indiada. Se incorporó pesadamente y miró hacia las horcas. Casi
no divisaba a los ajusticiados. Lo veía todo como arropado por una bruma leve.
Alguien se movió, muy cerca. Retuvo la respiración, y el manto de nutrias del
capitán de Doria se recortó, magnífico, a la luz roja de las brasas. Los otros ya no
estaban allí. Nadie: ni el mayordomo del Rey, ni Carlos Dubrin, ni el caballero de
San Juan. Nadie. Escudriñó en la oscuridad. Nadie: ni su hermano, ni tan siquiera
el señor don Rodrigo de Cepeda, que a esa hora solía andar de ronda, con su libro
de oraciones.
Bernardo Centurión se interpone entre él y los cadáveres: sólo Bernardo
Centurión, pues los centinelas están lejos. Y a pocos metros se balancean los
cuerpos desflecados. El hambre le tortura en forma tal que comprende que si no la apacigua en seguida enloquecerá. Se
muerde un brazo hasta que siente, sobre la lengua, la tibieza de la sangre. Se devoraría a sí mismo, si pudiera. Se troncharía
ese brazo. Y los tres cuerpos lívidos penden, con su espantosa tentación… Si el genovés se fuera de una vez por todas… de
una vez por todas… ¿Y por qué no, en verdad, en su más terrible verdad, de una vez por todas? ¿Por qué no aprovechar la
ocasión que se le brinda y suprimirle para siempre? Ninguno lo sabrá. Un salto y el cuchillo de caza se hundirá en la espalda
del italiano. Pero ¿podrá él, exhausto, saltar así? En Morón de la Frontera hubiera estado seguro de su destreza, de su
agilidad…
No, no fue un salto; fue un abalanzarse de acorralado cazador. Tuvo que levantar la empuñadura afirmándose con
las dos manos para clavar la hoja. ¡Y cómo desapareció en la suavidad de las nutrias! ¡Cómo se le fue hacia adentro, camino
del corazón, en la carne de ese animal que está cazando y que ha logrado por fin! La bestia cae con un sordo gruñido,
estremecida de convulsiones, y él cae encima y siente, sobre la cara, en la frente, en la nariz, en los pómulos, la caricia de la
piel. Dos, tres veces arranca el cuchillo. En su delirio no sabe ya si ha muerto al cuatralbo del Príncipe Doria o a uno de los
tigres que merodean en torno del campamento. Hasta que cesa todo estertor. Busca bajo el manto y al topar con un brazo
del hombre que acaba de apuñalar, lo cercena con la faca e hinca en él los dientes que aguza el hambre. No piensa en el
horror de lo que está haciendo, sino en morder, en saciarse. Sólo entonces la pincelada bermeja de las brasas le muestra más
allá, mucho más allá, tumbado junto a la empalizada, al corsario italiano. Tiene una flecha plantada entre los ojos de vidrio.
Los dientes de Baitos tropiezan con el anillo de plata de su madre, el anillo con una labrada cruz, y ve el rostro torcido de su
hermano, entre esas pieles que Francisco le quitó al cuatralbo después de su muerte, para abrigarse. El ballestero lanza un
grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca
abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera
apretando la garganta más y más.
Actividades
Respondé las preguntas a continuación.
1. ¿Cuál es el tema del poema?
2. ¿A quiénes hace referencia cuando dice “los seis maridos”? ¿Y a quién o a qué hace referencia “la
señora”?
3. ¿Cuáles fueron los motivos que desencadenaron el hambre?
4. ¿Qué hechos relatados por Ulrico Schmidl en su libro Viaje al Río de la Plata (1567) se repiten en el
cuento?
5. ¿Qué aspectos de la vida de los aborígenes se observa en las descripciones de ambos relatos (Viaje al Río
de la Plata y El hambre)?
6. ¿Qué contraste se observa entre los indios y los conquistadores? (Buscar datos en ambos textos).
7. ¿Dónde y cuándo transcurre la historia del cuento?
8. ¿Quién era Baitos? ¿Cuáles eran sus sentimientos predominantes? ¿Cómo describe a sus jefes? ¿Con qué
intención viajó desde España hasta América?
9. En el cuento se produce anagnórisis (reconocimiento), ¿Por medio de qué objeto/s se lleva a cabo?
10. ¿Cómo o bajo qué elementos se puede ver la civilización y en cuál la barbarie?
11. ¿Cuál es el desenlace de esta historia?
Texto y contexto
No es clara la frontera entre texto y contexto por lo que este último queda incluido dentro del texto. Así se entiende que,
en los textos, en cuanto a hechos de lenguaje, está presente el contexto: el lenguaje trae un mundo a la mano. Si es el lenguaje
una herramienta biológica de la que el hombre dispone para interactuar con el medio, la interacción vuelve sobre el lenguaje
de modo de conformar ese mundo (creencias, conocimientos, intenciones, sentimientos, situaciones, naturaleza, sociedad,
etc.) que constituye de forma coherente al individuo y que queda así a la vista, explicitado: un mundo que es al mismo tiempo
lo social y lo subjetivo, aunados en lo individual.
El mundo que tare el lenguaje, producto de la interacción social (el conquistador que trae consigo Europa, España, el Imperio,
el catolicismo, los hombres, etc.) le permite interpretar al individuo el mundo en el que está inmerso (América, la conquista,
la tierra, los otros hombres, etc.) y así transformarlo, tanto como al conocimiento del mundo y al lenguaje mismo.
La matriz hispano-indígena
Interesarnos en nuestros orígenes es aproximarnos al degradado problema de nuestra identidad del que tomamos conciencia
frente a las tendencias negadoras tanto de adentro como de afuera: “bajamos de los barcos”. Por ese desconocimiento o
ignorancia nos achaca muchas veces el carecer de identidad porque nos quedamos justamente en la primera actitud y nos
falta asumir más la actitud interrogativa: ¿de dónde venimos? ¡Cuáles son los elementos que nos conforman?
El esquema civilización y barbarie nos obliga a ubicarnos en uno de los dos términos y rechazar el otro. La afirmación de que
los argentinos carecemos de identidad puede ser incorporada a la famosa lista de zonceras enunciadas por Jauretche. ¿Cuál
es nuestra identidad? Todo intento de conocerla nos lleva a la gran inmigración:
¿Era desierto? Las últimas poblaciones indígenas eran la resistencia. Fueron exterminados, o bien sobrevivieron como
comunidades encapsuladas y arrojadas hacia la frontera. Cultura del sometimiento cuyo producto era el mestizaje, la forma
de supervivencia del pueblo indígena.
Tenemos una identidad. Cuando intentamos visualizar el problema vemos que parte de nuestra identidad, de nuestra
idiosincrasia y ser como pueblo, de nuestro hacer las cosas del país, es el rasgo negador: desconocer, negar la historia, como
si no tuviéramos un pasado y esto es negar el espacio.
La tierra
El espacio es la tierra. Para los indígenas significó la pérdida del suelo. Los conquistadores se apoderaron de ella y se
apropiaron del indio, los que no fueron expulsados fueron a las minas. La nueva organización geopolítica en función de los
intereses europeos orilló al indio hacia la frontera. La tierra significó parcela, lote, compra-venta. Para el indio era la pérdida
de su identidad social y étnica, subsistencia, hogar, apoyo existencial. De ahí que el indio, orillado, sin pertenecer a ningún
lugar es considerado lo extraño, lo exótico, lo ajeno, lo que no puede ser civilizado y hay que eliminarlo.
Leé la siguiente carta escrita por Isabel de Guevara en 1556 a la princesa Doña Juana y realizá a actividad que se pide a
continuación.
A la muy alta y muy poderosa señora la Princesa Doña Juana, Gobernadora de los Reinos de España, etc. -En su Consejo de
Indias.
A esta provincia del Río de la Plata, con el primer gobernador de ella -Don Pedro de Mendoza- habemos venido ciertas mujeres,
entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una. Y como la Armada llegase al puerto de Buenos Aires con mil e
quinientos hombres y les faltase el bastimento, fue tamaña la hambre que a cabo de tres meses murieran los mil. Esta hambre
fue tamaña que ni la de Jerusalén se le puede igualar ni con otra nenguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta
flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, ansí en lavarles las ro-pas como en curarles, hacerles de
comer lo poco que tenían, alimpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas veces los indios
les veníen a dar guerra, hasta acometer a poner fuego en los versos y a levantar los soldados, los que estaban para ello, dar
arma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en or-den los soldados. Porque en este tiempo, como las mujeres nos
sustentamos con poca comida no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres. Bien creerá Vuestra Alteza que fue
tanta la solicitud que tuvieron que si no fuera por ellas todos fueran acabados, y si no fuera por la honra de los hombres
muchas más cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos. Esta relación bien creo que la escribir n a Vuestra
Alteza más largamente y por eso cesaré.
Pasada esta peligrosa turbunada determinaron subir río arriba, así flacos como estaban y en entrada de invierno, en dos
bergantines, los pocos que quedaron vivos, y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida, trayendo
la leña a cuestas de fuera del navío y animándolos con palabras varoniles que no se dejasen morir, que presto darían en tierra
de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos. Y como llegamos a una
generación de indios que se llaman timbúes, señores de mucho pescado, de nuevo los servíamos en buscarles diversos mo-dos
de guisados porque no les diese en rostro el pescado, a causa que lo comían sin pan y estaban muy flacos.
Después determinaron subir el Paraná arriba en demanda de bastimento, en el cual viaje
pasaron tanto trabajo las desdichadas mujeres que milagrosa-mente quiso Dios que viviesen
por ver que en ellas estaba la vida de ellos. Porque todos los servicios del navío los tomaban
ellas tan a pechos que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra, serviendo de
marear la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía
bogar y esgotar el navío y poniendo por delante a los soldados que no se desanimasen, que
para los hombres eran los trabajos. Verdad es que a estas cosas ellas no eran apremiadas ni
las hacían de obligación ni las obligaba, sí solamente la caridad. Ansí llegaron a esta ciudad
de la Asunción, que aunque agora está muy fértil de bastimentos entonces estaba de ellos
muy nece-sitada, que fue necesario que las mujeres vol-viesen de nuevo a sus trabajos
haciendo rozas con sus propias manos, rozando y carpiendo y sembrando y recogiendo el
bastimento sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guarecieron de sus flaquezas y
comenzaron a señorear la tierra y alquerir indios e indias de su servicio, hasta ponerse en el es-tado en que agora está la
tierra.
He querido escrebir esto y traer a la memoria de Vuestra Alteza para hacerle saber la ingratitud que conmigo se ha usado en
esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte de los que hay en ella, ansí de los anti-guos como de los
modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese nenguna memoria, y me dejaron de fuera sin me dar indio ni nengún
género de servicio. Mucho me quisiera ha-llar libre para me ir a presentar delante de Vuestra Alteza con los servicios que a
Su Majestad he hecho y los agravios que agora se me hacen, mas no está en mi mano porque estoy casada con un caballero de
Sevilla que se llama Pedro de Esquivel. Que por servir a Su Majestad ha sido causa que mis trabajos quedasen tan olvidados
y se me renovasen de nuevo, porque tres veces le saqué el cuchillo de la garganta, como allá Vuestra Alteza sabrá, a quien
suplico mande me sea dado mi repartimiento perpetuo, y en gratificación de mis servicios mande que sea proveído mi marido
de algún cargo conforme a la calidad de su persona, pues él de su parte por sus servicios lo merece. Nuestro Señor acreciente
su Real vida y estado por muy largos años.
“Civilización y barbarie”
Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas,
bisnietas y tataranietas—. (Los padres son distintos y de distinta época -y hay también partenogénesis—, pero madre hay una
sola y ella es la que determina la filiación).
Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia
antes del bautismo en que la reconoció como suya.
"La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna;
enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó
crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento
según Europa y no según América”.
"La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho
antícultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo,
era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar —si Nación y realidad son inseparables—".
Veremos de inmediato, en la zoncera que sigue — el mal que aqueja a la Argentina es la extensión cómo para esa
mentalidad el espacio geográfico era un obstáculo, y luego, que era también obstáculo el hombre que lo ocupaba —español,
criollo, mestizo o indígena y de ahí la autodenigración, y cómo fueron paridas y para qué convertidas en dogmas de la
civilización.
Carlos P. Mastrorilli, en un artículo publicado en la revista "Jauja" (noviembre, 1967), analiza dos aspectos esenciales
de la mentalidad que se apoya en esa zoncera: “En la íntima contextura de esa mentalidad hay un cierto mesianismo al revés
y una irrefrenable vocación por la ideología. Por el mesianismo invertido, la mentalidad colonial cree que todo lo autóctono es
negativo y todo lo ajeno positivo. Por el ideologismo, porque prefiere manejar la abstracción conceptual y no la concreta
realidad circunstanciada". El mesianismo impone civilizar. La ideología determina el cómo, el modo de la civilización. Ambos
coinciden en excluir toda solución surgida de la naturaleza de las cosas, y buscan entonces, la necesaria sustitución del espacio,
del hombre y de sus propios elementos de cultura. Es decir “rehuir la concreta realidad circunstanciada” para atenerse a la
abstracción conceptual. Su idea no es realizar un país sino fabricarlo, conforme a planos y planes, y son estos los que se tienen
en cuenta y no el país al que sustituyen y derogan, porque como es, es obstáculo. L..] Por la profesión de esta zoncera el
ideólogo, extranjero o nativo, se siente civilizador frente a la barbarie. Lo propio del país, su realidad, está excluida de su
visión. Viene a civilizar con su doctrina, lo mismo que la Ilustración, los iluministas y los liberales del siglo XIX; así su ideología
es simplemente un instrumento civilizador más. No parte del hecho y las circunstancias locales que excluye por bárbaras, y
excluyéndolos, excluye la realidad. No hay ni la más remota idea de creación sobre esa realidad y en función de la misma.
Como los liberales, y más que los liberales que —ya se ha dicho- eran congruentes en cierta manera, aquí se trata simplemente
de hacer una transferencia, y repiten lo de Varela: "Si el sombrero existe, sólo se trata de adecuar la cabeza al sombrero".
Que este ande o no, es cosa de la cabeza, no del sombrero, y como la realidad es para él la barbarie, la desestima. De ninguna
manera intenta adecuar la ideología a esta; es esta la que tiene que adecuarse, negándose a sí misma, porque es barbarie.
Actividades
Si bien este no es un libro de Historia, la literatura argentina del siglo XIX no puede
entenderse desprendida del contexto histórico y, en particular, de las luchas que se dieron
entre dos grupos políticos, que marcaron la historia de nuestro país: unitarios y federales. Por
eso, es importante establecer, al menos, una caracterización mínima de ambos.
Como una de sus figuras más importantes; en tanto que el Partido Federal estaría
compuesto por los sectores más vulnerables de la ciudad y el campo y sus figuras más
importantes serían Manuel Dorrego y José Artigas. Lo importante es que esta descripción no
es estática y que a lo largo de esos años primó la inestabilidad política: Rivadavia renunció a
su cargo de Presidente en 1827, se disolvió el Congreso, Dorrego (mientras ejercía como
gobernador de la Provincia de Buenos Aires) fue fusilado por Lavalle. En ese caos
institucional, comienza a hacerse fuerte un hombre que dividiría las aguas hasta nuestros
días y que asociaría su figura a la del Partido Federal durante más de veinte años: Juan
Manuel de Rosas, que sería Gobernador de Buenos Aires en dos ocasiones (1829-1832 y 1835-
1852) y que logró visibilizarse como el único con poder suficiente como para mantener cierto
orden. Así, se pone en cuestión cierto sentido común que asocia a los unitarios con Buenos
Aires y a los federales con el resto de las provincias, ya que un federal (Rosas) gobernó Buenos
Aires, consolidando la hegemonía porteña. Más allá de las valoraciones que puedan hacerse
sobre “el rosismo”, lo concreto es que muchos de sus opositores se exiliaron lo que no significa
que hayan abandonado su participación política, sino que desde el exterior construyeron
textos concebidos como ataque a la figura de Rosas.
Sarmiento y el Facundo
Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento apareció por primera vez en entregas en la sección “Folletín” del diario El
Progreso, de Santiago de Chile, entre el 2 de mayo y el 21 de junio de 1845. Más tarde, ese mismo año, fue publicado en forma
de libro por la imprenta de El Progreso.
Considerado uno de los textos inaugurales de la ensayística latinoamericana, Facundo se publicó en un momento de
gran agitación a nivel continental: generó un profundo debate político y, a su vez, cuestionamientos en relación con sus
características estilísticas.
En cuanto a su contenido político, la obra fue polémica ya que presenta uno de los primeros acercamientos al análisis
del fenómeno del caudillismo en la Argentina. En relación con su construcción, también generó debate por dos motivos: el
primero, por tratarse de un texto en el que se produce un entrecruzamiento de géneros, de hecho varios años después de su
publicación, el propio Sarmiento admitió el carácter misceláneo o mixto de Facundo: “es una especie de poema, panfleto,
historia”. En este sentido, la obra se inscribe en el ideario romántico, ya que la mezcla de géneros constituyó una de las marcas
del Romanticismo en la literatura.
El segundo motivo de la polémica se relaciona con los recursos usados para argumentar. Esto se debe a que su método
de exposición no es lo suficientemente rigurosos: utiliza citas de autoridad muchas veces tergiversadas o deformadas a fin
de apoyar sus ideas, presenta con la misma importancia los sucesos globales y los detalles menos significativos, mezcla hechos
históricos con anécdotas, no realiza una exposición metódica y presenta una marcada subjetividad, entre otras estrategias.
El sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento fue un hombre que entendió claramente que Educación y Política son
inseparables. De origen humilde, fue docente, periodista, soldado, Ministro, Senador, Gobernador, Presidente y el escritor
argentino más trascendente del siglo XIX. Enfrentado al gobierno de Rosas, se exilió en Chile, donde escribió uno de los
textos más importantes de nuestra historia y cuya primera publicación se dio en forma de entregas periódicas en el diario
chileno “El Progreso” durante 1845. Aunque más adelante fue conocido simplemente como Facundo, su nombre original fue
textualmente Civilización y barbarie, vida de Facundo Quiroga, aspecto físico, costumbres y hóbitos de la República
Argentina. La particular ortografía no debe entenderse como una suma de errores fruto del desconocimiento, sino como una
manifestación de la idea de Sarmiento de establecer importantes cambios en las convenciones de la escritura. Más allá de
eso, el texto tiene la clara finalidad de denunciar las políticas de Rosas, y para eso da un rodeo, ya que construye una
explicación de la realidad nacional a partir de la vida del caudillo Facundo Quiroga (que fue asesinado en 1835 en un confuso
episodio) y de la geografía del país. Este es su comienzo, que al igual que los grandes poemas épicos de Homero (Ilíada y
Odisea) se abre con una invocación, pera no a una diosa inspiradora sino a la sombra de un caudillo muerto poco tiempo atrás:
INTRODUCCIÓN
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre
tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las
entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto, ¡revélanoslo! Diez años aun después de tu trágica
muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en
el desierto, decían: "¡No! ¡no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El vendrá!" ¡Cierto!. Facundo no ha muerto; está
vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su
complemento: su alma ha pasado a este otro molde más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo
instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin.
A la América del Sur en general y a la República Argentina sobre todo, le ha hecho falta un Tocqueville,
que presumido del conocimiento de las teorías sociales, como viajero científico de barómetros, octantes
y brújulas, viniera a penetrar en el interior de nuestra vida política ; como en un campo vastísimo y aun
no explorado ni descrito por la ciencia, y revelase a la Europa, a la Francia, tan ávida de frases nuevas en
la vida de las diversas porciones de la humanidad, este nuevo modo de ser que no tiene antecedentes
bien marcados y conocidos.
Hubiérase entonces explicado el misterio de la lucha obstinado que despedaza a aquella república;
hubiéranse clasificado distintamente los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubiérase
asignado su parte a la configuración del terreno, y a los hábitos que en ella engendra; su parte a las
tradiciones españolas y a la conciencia nacional, íntima, plebeya, que han dejado la inquisición y el
absolutismo hispano; su parte a la influencia de las ideas opuestas que han trastornado el mundo
político; su parte a la barbarie indígena ; su parte a la civilización europea ; su parte, en fin, a la
democracia consagrada por la Revolución de 1810, a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las
capas inferiores de la sociedad.
Este estudio, que nosotros no estamos aún en estado de hacer, por nuestra falta de instrucción filosófica
e histórica, hecho por observadores competentes, habría revelado a los ojos atónitos de Europa un
mundo nuevo en política, una lucha ingenua, franca y primitiva entre los últimos progresos del espíritu
humano y los rudimentos de la vida salvaje, entre las ciudades populosas y los bosques sombríos.
Entonces se habría podido aclarar un poco el problema de la España, esa rezagada de Europa, que,
echada entre el Mediterráneo y el Océano, entre la Edad Media y el siglo XIX, unida a la Europa culta por
un ancho Istmo y separada del África bárbara por angosto estrecho, está balanceándose entre dos
fuerzas opuestas, ya levantándose en la balanza de los pueblos libres, ya cayendo en la de los
despotizados ; ya impía, ya fanática ; ora constitucionalista declarada, ora despótica imprudente ;
maldiciendo sus cadenas rotas a veces, ya cruzando los brazos y pidiendo a gritos que le impongan el
yugo, que parece ser su condición y su modo de ser. ¡Qué! ¿el problema de la España europea no podría
resolverse examinando minuciosamente la España americana, como por la educación y hábitos de los
hijos se rastrean las ideas y la moralidad de los padres?
Fragmento de Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento (1845).
Actividad
El profesor Alberto Palcos, en su edicion crítica de Facundo señala en forma sintética y clara los objetivos de
Sarmiento al momento de escribir su obra:
Actividad
a. ¿Por qué Facundo Quiroga es sinónimo de barbarie en la obra de Sarmiento?
b. ¿quiénes serían representantes de la civilización, según Sarmiento? ¿Por qué?
c. Actualmante, ¿Continúa presente la dicotomía sarmientina? ¿De qué modo se expresa?
1. Elegí uno de los objetivos de Facundo según el profesor Palco. Ejemplificalo a partir de los fragmentos leídos y justificá el
objetivo planteado.
2. Explicá con tus palabras las siguientes frases tomadas de la selección leída de Facundo.
“ Necesitase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas
de los hilos que lo forman…”
He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica sufientemente
una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular.”
Según las ideas de Sarmiento, ¿qué es ser civilizado? ¿Qué es ser bárbaro?
Sarmiento utiliza con frecuencia la oposición para ir construyendo su discurso. Entiende que la civilización se encuentra en
las ciudades y la barbarie, en el campo. En el capítulo I dice:
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en todas
partes; allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal,
el gobierno regular, etcétera. Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto: el hombre del
campo lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son
diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños
uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza
con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la silla, la capa, ningún signo
europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está
bloqueado allí, proscrito afuera, y el que osara mostrarse con levita. Por ejemplo, y montado en silla
inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos.
Para comprender el Facundo, de Sarmiento, es necesario retomar un conflicto que se desplegó en gran
parte del siglo XIX en el seno de la política en nuestro país: el enfrentamiento entre unitarios y federales. La división
entre estas dos facciones políticas se remonta a la Revolución de Mayo de 1810 y tuvo su fundamento en dos modelos
de país muy distintos:
Los unitarios: defendían los intereses políticos y económicos de la ciudad de Buenos Aires. En este
sentido, procuraban establecer una organización nacional sobre la base de una constitución centralista. Para los
unitarios. la supremacía de Buenos Aires sobre el resto de las provincias de la nación era indudable. Además,
sostenían el libre comercio, que enriquecia a los habitantes de la ciudad-puerto y arruinaba paulatinamente a las
industrias provinciales. El proyecto de los unitarios tenía un claro influjo europeo.
Los federales: esta facción proponía su modelo de nación con miras a los pueblos del interior, que habían
acompañado al primer sobierno patrio y que deseaban diseñar un destino común, sobre la base de un país real, con
identidad nacional y sin desconocer la herencia recibida. Los federales conformaban un movimiento gestado en todos
los pueblos del Río de la Plata y cuyos principales figuras eran los caudillos. Estos comprendían que a la hegemonía
española se la pretendía suplantar por otra hegemonía: la porteña.
Esta división entre unitarios y federales produjo batallas sangrientas, asesinatos y mucha violencia. Entre
proyectos de Constitución fallidos y el centralismo que se sostenía desde Buenos Aires, las provincias y sus caudillos
cada vez generaban más ruido.
Según el teórico literario David Viñas, “La literatura argentina empieza con Rosas”, O más bien, en su contra, dado
que los primeros románticos “Esteban Echeverría, José Mármol, Domingo F. Sarmiento, Hilario Ascasubi recurrieron
con frecuencia a la prédica antirrosista. Si bien en algunos aspectos de sus posturas políticas podían diferir, todos
ellos seguían el gran objetivo romántico de buscar la libertad y luchar por ella. Por eso veían a Rosas como una
figura a la que debían enfrentarse.
Juan Manuel de Rosas, el “Restaurador de las Leyes”, paradójicamente, logra aquello que los unitarios aspiraban y
no consiguieron: supeditar todo el país a Buenos Aires. Al gobernar el país con la suma del poder público que
provenía del control del tesoro nacional a través de la Aduana, podía sostener a sus partidarios en las provincias
con los recursos nacionales que Buenos Aires obtenía del puerto. Su gobierno se caracterizó por un alto grado de
clericalismo y por estar en contra de la libre enseñanza y del divorcio. Hizo uso permanente del estado de sitio para
aplastar cualquier intento de oposición y empleó una policía ideológica encargada de mantener el orden: la Mazorca,
De hecho, Rosas fue autor de la frase: “El que no está conmigo está contra mí”.
Actividad
1. ¿Cuáles son los conceptos que se oponen y a qué se asocia cada uno?
2. ¿Cuál es, según esta descripción, el mejor de esos ámbitos?
3. ¿Estás de acuerdo con esa idea? ¿Por qué?
La divisa punzó y la mazorca
Uno de los elementos más duramente criticados por los Capítulo XIV: ¿Dónde, pues, ha estudiado este hombre
opositores a Rosas era un decreto que hacía obligatorio el (Rosas) el plan de innovaciones que introduce en su
uso de un distintivo color rojo que se conoció como la gobierno, en desprecio del sentido común, de la tradición,
divisa punzó y que en la mayoría de los casos llevaba de la conciencia y de la práctica inmemorial de los pueblos
inscripto “¡Viva la Federación! ¡Mueran los salvajes civilizados? Dios me perdone si me equivoco, pero esta
unitarios”. Quienes no llevaban esa franja de tela idea me domina hace tiempo: en la estancia de ganados en
claramente visible en sus vestimentas podían ser acusados que ha pasado toda su vida, y en la Inquisición, en cuya
de traidores y/o de unitarios. El efectivo cumplimiento de tradición ha sido educado.
esa disposición solía estar a cargo de un grupo parapolicial
Las fiestas de las parroquias san una imitación de la hierra
conocido como "La Mazorca” que, además, tenía
del ganado, a que acuden todos los vecinos; la cinta
atribuciones tan amplias como difusas. Parte de la opinión
colorada que clava a cada hombre, mujer o niño, es la
de Sarmiento sobre estas cuestiones puede apreciarse en
marca con que el propietario reconoce su ganado; el
los siguientes fragmentos del Facundo:
degüello, a cuchillo, erigido en medio de ejecución pública
Capítulo VIIX: Recuerdo que los presentes que el gobierno viene de la costumbre de degollar las reses que tiene todo
de Chile manda a los caciques de Arauco, consisten en hombre en la campaña; la prisión sucesiva de centenares
mantas y ropas coloradas, porque este color agrada mucho de ciudadanos, sin motivo conocido y por años enteros, es
a los salvajes (-_) La revolución de la independencia el rodeo con que se dociliza el ganado, encerrándolo
argentina se simboliza en dos tiras celestes y una blanca, diariamente en el corral; los azotes por las calles, la
cual si dijera: ¡Justicia, paz, justicia! La reacción Mazorca, son otros tantos como el ganado más manso las
acaudillada por Facundo y aprovechada por Rosas se matanzas ordenadas, medios de domar a la ciudad, dejarla
simboliza en una cinta colorada que dice: ¡Terror, sangre, al fin, y ordenado que se conoce (...)
barbarie! (...)
Fragmento de Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento
(1845).
El siglo xx estuvo atravesado por la permanente puja entre Buenos Aires y el resto de las provincias. La posesión
del puerto y de los recursos concentrados en la aduana de Buenos Aires formó parte del escenario en el que se
enfrentaban dos modelos de país, representados por los federales y los unitarios. En este contexto, se destacó
la figura todopoderosa de Juan Manuel de Rosas, el líder de los federales, quien gobernó Buenos Aires entre
1829 y 1832, y entre 1835 y 1852.
A lo largo de este período, un grupo de jóvenes intelectuales, muchos de los cuales estaban exiliados, se propuso
pensar un proyecto político-cultural que definiera la Nación. La Generación del 37 fue heredera del
Romanticismo francés y estuvo próxima al liberalismo político, postura a partir de la cual confrontó con Rosas.
Tuvo como uno de sus máximos exponentes a Esteban Echeverría, autor de El matadero, un cuento que inaugura
la narrativa realista nacional. Este texto propone una lectura sobre la violencia imperante en la sociedad del
momento y realiza un trabajo sobre la lengua de las clases populares, lo que lo convierte en un documento
ineludible de su tiempo que refleja la dicotomía civilización-barbarie que persistirá en nuestra literatura y en
la vida política durante muchas décadas.
Nuestro recorrido por la literatura argentina se inicia con El matadero debido a su relevancia como documento
de época que representa la ideología de una generación y de un sector de la política nacional, pero también
porque es considerado el primer cuento argentino.
El Romanticismo
El Romanticismo fue un movimiento cultural surgido a fines del siglo XVIII en Alemania e Inglaterra, y que
se difundió por toda Europa en la primera mitad del siglo XIX. Este movimiento tuvo exponentes en la literatura,
la pintura, la escultura, la música y la filosofía, y se caracterizó por una voluntad de explorar todas las posibilidades
del arte. Además, se manifestó como una reacción frente al racionalismo y los métodos del clasicismo, mediante
la exaltación del misterio y lo fantástico, y la búsqueda de la evasión, el sueño, lo mórbido, lo sublime, lo exótico y
el pasado.
Sin embargo, el Romanticismo es más que un movimiento estético, un tema, una técnica o una obra:
representa la sensibilidad de una época marcada por una gran crisis moral y social que trajo como consecuencia la
desesperación y el individualismo apasionado.
Algunos de los exponentes más importantes de la literatura romántica fueron Friedrich Schlegel (1772-
1829), Johann W. Goethe 1749-1832), René de Chateaubriand (1768-1848). Madame de Staél 1766-1817), Lord
Byron (1788-1824), Víctor Hugo (1802-1885) y Alphonse de Lamartine (1790-1869).
El Romanticismo en el Río de la Plata dado que sus seguidores simpatizaban con la impronta
independentista y el ideario de la Revolución de Mayo.
El Romanticismo en el Río de la Plata es
Sus temas se asimilaron al paisaje y a los
heredero del Romanticismo francés surgido como
personajes de la vida nacional, capaces de asumir
movimiento contrario a las formas abigarradas del
posiciones heroicas, de luchar por ideales sociales o
Clasicismo. Con su llegada a América, por primera vez
individuales, y poseedores de marcado
se produjo en la historia intelectual argentina el
anticlericalismo y principios libertarios. Uno de los
ingreso de una corriente estética no hispana.
principales escenarios de reunión de los románticos
En el nuevo escenario, el Romanticismo locales era la librería de Marcos Sastre, lugar de
rioplatense adquirió matices particulares al afirmar la encuentro de una generación que se proponía
preferencia por lo americano y su rechazo de lo encabezar un movimiento político y cultural capaz de
español. También se distinguió por su tinte político, pensar cuestiones fundamentales para la República.
Actividad
Entre 1835 y 1340, Echeverría escribió El matadero, un cuento de intención propagandística, pensado para
circular de mano en mano en los ámbitos antirrosistas. Se mantuvo inédito hasta 1871, cuando apareció en la
Revista del Río de la Plata.
Si bien con este texto Echeverría fue el primero en tratar el tema del poder absoluto con un realismo crudo,
capaz de adentrarse en la lógica absurda de los abusos de poder que termina justificando el terror, las
torturas y los crímenes, no fue el único. Otros miembros de la Generación del 37 también reflejaron el fuerte
impacto que les produjo la figura de Rosas y manifestaron en sus obras su rechazo al “Restaurador”.
En 1851, José Mármol (1817-187 1) publicó Amalia, un texto influido por el romanticismo inglés de Walter
Scott, que también planteaba la irracionalidad del rosismo. Se trata de la primera novela de la literatura
argentina y en ella se narra la historia de amor entre una jovencita y un unitario perseguido por el régimen,
que sirve de marco de denuncia y ataque al rosismo.
Lo mismo hizo Hilario Ascasubi (1807-1875). También formado en Prancia y exiliado en Montevideo, quien
luchó contra el régimen y, como payador, les dio voz a sus gauchos en contra de Rosas. En el poema La refalosa,
Ascasubi describe los padecimientos del protagonista (un "gaucho patriota”) en manos de las fuerzas de la
"Santa Federación”, que lo torturan y degüellan, y le da voz a un gaucho mazorquero que, con su brutalidad,
encarna la de todo el régimen rosista.
La afirmación de David Viñas respecto del rosismo como punto de partida de la literatura argentina tiene que
ver con el carácter fundacional de una literatura que “comenta a través de sus voceros la historia de los
sucesivos intentos de una comunidad por convertirse en nación”.
Actividad
¿Cuál era la idea de Echeverría acerca de la literatura? ¿De qué manera plasmó sus ideas en las obras que
escribió?
Civilización y barbarie desde mediados del siglo xx, como una ficción
fundacional de la literatura nacional.
En El matadero se cifran los temores hacia el
mundo popular que seguirán apareciendo a lo largo En este sentido, el escritor Ricardo Piglia
de la literatura y la historia argentinas. La considera que el cuento presenta una mirada
asimilación de los sectores populares con la posible sobre la oposición entre civilización y
barbarie, en el cuento de Echeverría, aparece barbarie: el matadero, esa pequeña república de
como consecuencia de la coyuntura política. De la barbarie, está habitado por seres que se
acuerdo con la crítica literaria Cristina Iglesia, la asimilan con la animalidad. A los matarifes los
dificultad de esta representación radica en la acompañan otros personajes como una “chusma”
impugnación, por parte de los intelectuales, del que reclama sangre y aviva el ánimo del
gobierno dictatorial y represivo al que se torturador, equiparada con lo salvaje. En ese
atribuye un carácter popular. Según el escritor espacio, donde impera la barbarie, la civilización
José Pablo Feinmann, en cambio, la descripción ingresa encarnada por el joven unitario, quien se
que se hace de la gente del matadero es racista y comporta de manera desafiante ante sus
manifiestamente clasista. captores y representa al hombre de la cultura que
perdió el rumbo.
El texto de Esteban Echeverría fue analizado de
diversas maneras: como ensayo, como panfleto y,
Los personajes del relato aparecen tipificados y son claros exponentes de las dos facciones que representan.
Rosas es un tirano y sus partidarios son una horda de salvajes, provistos de una inaudita brutalidad y violencia.
Por eso, el relato los sitúa en un medio animal que es además, un lugar de matanza, donde se sacrifica a las
bestias; y ellos mismos parecen tener conductas animales. Lo animal, lo bajo y lo rastrero se muestran como
características de estos seres que trabajan y circulan por el matadero.
En oposición, el hombre de la alta cultura es elegante, de buenos modales, en definitiva, un unitario que llega
montando en silla inglesa y que es un auténtico exponente de la civilización, un representante de los valores
que pondera el Romanticismo, como la libertad, el valor y la dignidad.
El matadero del relato está ubicado en el sur de la ciudad de Buenos Aires, en el actual barrio de Barracas,
en las proximidades de la plaza España. Debido a sus características y su finalidad, este espacio es un ámbito
más ligado al campo que a la ciudad. Echeverría ubicó la acción en una zona marginal de Buenos Aires, en los
límites entre lo urbano y lo rural: en este sentido, funciona como un indicio del avance de los sectores ligados
al territorio bárbaro, el campo, sobre el de la civilización, la ciudad.
Asimismo, la acción se desarrolla durante la Cuaresma, considerada como un tiempo para la reconciliación
vinculado con lo sagrado, la ofrenda y el sacrificio. De esta manera, la ubicación temporal de la historia
prenuncia el sacrificio que luego se relata.
Uno de los grandes contrastes del texto está dado por los diferentes registros de lengua que también
manifiestan una clara división: el habla del joven unitario, que personifica a la clase culta y se asemeja al habla
del narrador, se diferencia del lenguaje de los trabajadores del matadero, en los que se trasluce la violencia
y la animalidad, características evidenciadas, entre otros elementos, por las expresiones groseras y arcaicas
de sus dichos.
La inclusión de estas voces populares, junto con la incorporación de expresiones locales y de un vocabulario
propio de América Latina, es no solo un logro estilístico, sino que implica una renovación en el plano de la
lengua, lo que convierte a El matadero en uno de dos grandes hallazgos de la literatura rioplatense del
momento.
La voz del narrador, por su parte, sobreabunda en ironías y en una mirada que abusa del sarcasmo para mostrar
su indignación.
Actividad
1. Caracterizá a los trabajadores del matadero. ¿Cuál es la relación que establece el texto entre ellos y el
gobierno de Rosas?
2. ¿Cómo usa la ironía el narrador? Justificá con fragmento del cuento.
3. ¿Qué pasajes del relato dejan entrever su posición ideológica? Extraé citas del texto para justificar tu
respuesta.
4. Establecé un vínculo entre el ideario romántico y la perspectiva del narrador acerca de los hechos
relatados.
5. Explicá cómo se desarrolla la oposición civilización-barbarie.
Poema La refalosa
de Hilario Ascasubi
Al año siguiente, Perón fue elegido presidente e inauguró un período que se carac-terizó por revertir el estado de postergación
de las mayorías populares: redistribuyó el ingreso mejorando los salarios, los servicios sociales y el acceso a la vivienda, entre otros
beneficios. Esta política fue percibida por las clases media y alta del país —incluidos algunos de los representantes más destacados de
su cultura— como una invasión de sec-tores sociales que venían a apropiarse de espacios políticos, económicos y culturales que no les
correspondían. El resultado fue una confrontación peronismo-antiperonismo que se prolongó durante varias décadas en el país.
En numerosas obras literarias del período hay una mirada despectiva sobre los secto-res populares que ingresan a la historia;
por ejemplo, en el cuento "La fiesta del mons-truo" (en Nuevos cuentos de Bustos Domecq), escrito por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares, publicado en Montevideo en 1956. Allí, los acontecimientos de octubre de 1945 se narran como la invasión del peronismo al
Estado; "la chusma" aparece como un extraño —el pueblo y su violencia— que amenaza la estabilidad de la Argentina; y la jornada del 17
de octubre es representada irónicamente como "la fiesta del monstruo".
Borges no estaba de acuerdo con el peronismo. Por tal motivo fue removido de su cargo en la biblioteca municipal del barrio de
Almagro y nombrado Inspector de aves y conejos en el Mercado del Abasto, cargo al que renunció. En 1947, la "sociedad secreta" que
había formado con Adolfo Bioy Casares decidió utilizar con fines claramente políticos el seudónimo Bustos Domecq a través del cuento
"La fiesta del monstruo", que circuló mecanografiado y de modo restringido. El narrador, un muchacho peronista, relata en primera
persona y en un registro muy realista el violento asesinato de un joven judío en una manifestación. En un fragmento del cuento, se alude
a Perón y a sus métodos de gobierno, sin nombrarlo: "Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas
la escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena...".
Perón fue derrocado el 16 de septiembre de 1955 por un levantamiento militar — autoproclamado Revolución Libertadora— y
el peronismo fue proscripto. Sin embargo, su líder, desde el exilio, ocupó un lugar central en la política argentina durante los casi veinte
años siguientes, hasta que regresó al país y fue reelegido presidente en 1973. Entre esos años, las jóvenes generaciones realizaron una
nueva lectura del peronismo. Y también aparecieron obras literarias que brindaban una nueva perspectiva sobre la socie-dad de entonces,
como el cuento "Cabecita negra", de Germán Rozenmacher.
“La fiesta del monstruo” o el ideológico sólo rara y muy tangencialmente presentes en las
ficciones (pienso en Deutsches Requiem, sutil condena al III
gorilismo en acción
Reich), su cerrada incomprensión, teñida de prejuicios, hacia
el fenómeno peronista, lo llevó, junto a su amigo Adolfo Bioy
La caracterización que históricamente han hecho
Casares, a escribir un cuento que se encuentra entre lo más
del peronismo los sectores más acomodados de la sociedad
próximo al libelo panfletario que Georgie haya publicado en
argentina –los que de algún modo vieron interrumpidos a partir
vida. Por la trascendencia universal que su obra lograría quizás
de 1946 los privilegios de clase de los que gozaban desde la
hoy se subraye a Borges como la voz cantante, pero lo cierto
misma fundación de la república– suele estar envilecida de
es que un furibundo antiperonismo se desplegó sin medias
mala intención y deshonestidad intelectual. Baste como
tintas (incluso antes de la llegada de Perón a la presidencia de
ejemplo el hecho de que en el transcurso de sólo una década
la república) desde el grupo de intelectuales nucleados en
los mismos estratos sociales acusaron a Perón primero de
torno a la mítica revista “Sur”, dirigida por Victoria Ocampo.
“fascista” y luego de “comunista”, lo atacaron por “clerical” y
El cuento al que hacía mención en el párrafo
por “anticatólico”, por “estatista” y por “entreguista”. El
anterior, con justicia, es de los menos conocidos del más
movimiento que modificó las estructuras sociales del país y
memorable tándem de plumas que dio la literatura argentina.
que invariablemente gobernó accediendo al poder por medio
Se titula La fiesta del monstruo, y aparentemente fue escrito
de la vía democrática, el movimiento que sufrió la
a mediados de 1947, cuando el peronismo recién estaba
proscripción, persecución y desaparición de miles de sus
amaneciendo. Citando al periodista Claudio Díaz: (…) [Borges y
militantes, hasta el día de hoy tiene que soportar que le
Bioy] sudan tanto desprecio por las ideas del peronismo
endilguen la comparación con un gobierno de facto, siendo que
(buenas, malas o regulares; pero ideas al fin) que embisten con
las interrupciones del orden constitucional y las dictaduras
una saña propia de fieras (…) los compinches abandonan –
militares comenzaron en no pocas ocasiones –y la última de
literariamente hablando– su vida de dandys ilustrados para
ellas fue la noche más trágica de la que se tenga recuerdo en
ponerse en la piel y los huesos de un simpatizante peronista
la Argentina– precisamente derrocando a gobiernos
que acude a Plaza de Mayo, donde el general Perón, el
peronistas. Teniendo en consideración que cuando un país en
monstruo, dará un acto en homenaje a los trabajadores. El
el que millones de personas no gozaban siquiera de los más
propio Bioy Casares reconoció, muchos años después, que el
elementales derechos civiles y sociales, de pronto fue
relato estaba escrito con un profundo sentimiento de odio, un
arrancado de su cauce aletargado y transformado en pos de
odio que debía ser exteriorizado, en una suerte de catarsis
los más necesitados, no resulta sorprende que
artística.
automáticamente los intereses lastimados se hayan
Narrado en primera persona por un militante
aglomerado para expeler su inmenso despecho de clase. Y así
peronista –Borges y Bioy tratan de reconstruir el lenguaje
sucedió.
popular–, la acción del cuento se centra en el viaje que éste
realiza junto a un grupo de compañeros con destino a la Plaza
Como es sabido, Borges no fue la excepción. Si bien
de Mayo. Resulta revelador detenerse en las características
siempre mantuvo a las cuestiones de neto corte político o
que los escritores les asignan a los trabajadores: el narrador
es un conductor de ómnibus, panzón, con boca de hipopótamos de La fiesta del monstruo se enmarca en la tradición de un
y pies planos; en otras palabras, una caricaturización bastante texto canónico de la literatura argentina –considerado el
obvia, al igual que los obreros que lo acompañan: de apellidos primer cuento realista del río “descubierto” por Juan Díaz de
poco distinguidos (en su mayoría, italianos), transpirados, Solís–: El matadero, de Esteban Echeverría. Como señaló el
medio analfabetos, de piel nada clara. Para que la “turba profesor Luis Alejandro Rossi, las correspondencias entre
peronista” termine de quedar en las antípodas de lo chic y ambos relatos son exactas: el Monstruo encarnado por los
patricio, en el desfile de hipérboles hasta aparecen un “tiranos” Rosas y Perón; los gauchos y matarifes federales
gangoso y un tuerto. asimilados a los “bárbaros” partidarios peronistas; el joven
El territorio marginal del cual provienen los unitario emparentado como víctima y símbolo de la civilización
personajes, y que contrasta con las lujosas avenidas, plazas y con el universitario judío; el matadero y el acto en la Plaza de
edificios de la París sudamericana, cobra una singular Mayo como espacios físicos de la degradación.
importancia en las parábolas que inserta el dúo escritor. El Se comprende que la mirada microscópica del
intelectual José Pablo Feinmann lo resumió inmejorablemente: peronismo que realizaron los escritores argentinos en La
Otra vez la presencia del Sur como el territorio de la fiesta del monstruo estuvo enmarcada en un contexto y una
barbarie. Pero éste no es el Sur de Juan Dahlmann, el Sur en situación turbulenta, y motivada en una antipatía acérrima
que Dahlmann descubre que el coraje es superior al miedo y la hacia una expresión política que no coincidía con sus
enfermedad, que el Sur es la llanura, el cielo abierto, la pensamientos (por eso mismo, resulta curioso y contradictorio
muerte heroica; tampoco es el Sur en que Narciso Laprida que ese gorilismo u hostilidad siempre haya sido impulsado
descubre su destino sudamericano, un destino que se trama escudándose en propósitos supuestamente democráticos y
entre los libros, los cánones y la intimidad del cuchillo libertarios). No sólo Borges y Bioy se sobrecogieron de horror
bárbaro, es otro Sur. Es el Sur del odio clasista. Un Sur cuando un movimiento cuyas banderas son la soberanía
absolutamente irrecuperable para Borges. Un Sur injuriado política, la independencia económica y la justicia social,
por la jauría fiel y desastrada del Monstruo. accedió al poder merced al voto popular, y comenzó a
Más adelante, cuando el conglomerado de adefesios dignificar el trabajo y humanizar el capital, creando un país
camina por la avenida Belgrano, se cruzan con un estudiante digno de ser habitable por todos y cada uno de sus ciudadanos.
judío de barba rojiza que lleva libros bajo el brazo. Los En efecto, fueron muchos los que, al ver menguar sus
iletrados peronistas lo obligan a rendir honores al retrato del prerrogativas y privilegios, consideraron al peronismo como un
Monstruo, y ante la rotunda negativa, lo arriman a la fuerza virus peligroso que era necesario erradicar a toda costa de la
hasta un terreno baldío, y allí simplemente lo ajustician con Argentina. Afortunadamente constituyeron una minoría; la
total impunidad, lapidación mediante, en nombre de Perón y mayoría sigue prefiriendo compartir su mesa con todos, y no
Evita (El primer cascotazo lo acertó, de puro tarro, Tabacman, tan sólo con los que habitan dentro de un círculo cerrado de
y le desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro. voracidad oscurecido con efluvios de coloniaje.
Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un Y por fortuna asimismo, las cuestionables posturas
cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los políticas de Borges quedaron relegadas por su brillantez
impactos, porque el bombardeo era masivo). artística. Del mismo modo que el evidente racismo de Céline o
Es menester agregar que la dicotomía las tendencias colaboracionistas de Simenon no bastaron para
civilización/barbarie ya había sido planteada por Borges, con sepultar sus voces, en Borges la literatura terminó por
mayor profundidad conceptual y menos odio unidimensional, en imponerse.
su Poema conjetural, donde postulaba que el triunfo de los Publicado el octubre 22, 2009 por avellanal
gauchos sobre los letrados era el quid que regía el “destino
sudamericano” de la Argentina; pero el esquema argumental
“Casa tomada”
Julio Cortázar
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación
de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin
estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le daba a Irene las últimas habitaciones
por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos
sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces
llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María
Esther antes de que llegáramos a comprometernos. Entrábamos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y
silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos
allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o
mejor nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el
sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para
no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella.
A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de
lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi
gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías
y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho
Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetir sin escándalo. Un día encontré
el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor llenos de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería;
no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas.
No necesitábamos ganarlos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene sólo la
entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas
yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Como no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes
quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte
del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban nuestros dormitorios y el
pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría
la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada;
avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien podía girar a la izquierda
justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta
advertía uno que la casa era muy grande; si no daba la impresión de los departamentos que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene
y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es
increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa.
Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las
carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en
los muebles y en los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran
las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta
de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y
sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo
después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado
tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más
seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
- Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos
cansados.
- ¿Estás seguro?
Asentí.
- Entonces - dijo recogiendo las agujas - tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en retomar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí
me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que
queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en liv biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de
pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos
años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de la cómoda y nos mirábamos con tristeza.
- No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido del otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ven tajas. La limpieza se simplificó tanto que aún levantándonos tardísimo, a las nueve y media por
ejemplodiv no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados.
Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensábamos bien, y se decidió esto: mientras
yo preparaba el almuerzo Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que
abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de
comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no
afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar al tiempo. Nos divertíamos mucho,
cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradillo de papel para que viese algún sello de Eupen y Malmédy.
Estábamos bien y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba
enseguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta.
Irene me decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer al cobertor. Nuestros dormitorios
tenían al living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán
que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
A parte de eso estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido
al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y en el baño, que quedaban tocando
la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay mucho ruido de loza y vidrios
para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living,
entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que, de noche,
cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la
cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño
porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra.
Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el
pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos mirábamos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás.
Los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancelé y nos quedamos en el zaguán. Ahora
no se oía nada.
- Han tomado esta parte - dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo.
Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? - le pregunté inútilmente.
- No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella
estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No
fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
“Cabecita negra”
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón
del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas
en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y
hasta se había lustrado los zapatos.
Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de
carro de verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno
para entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en
tanto, arrastrándose entre las casas de uno o dos o siete pisos y se perdía, entre los pocos letreros luminosos de los hoteles, que brillaban
mojados, apenas visibles, calle abajo.
Ese insomnio era una desgracia. Mañana estaría resfriado y andaría abombado como un sonámbulo todo el día. Y además nunca
había hecho esa idiotez de levantarse y vestirse en plena noche de invierno nada más que para quedarse ahí, fumando en el balcón. ¿A
quién se le ocurría hacer esas cosas? Se encogió de hombros, angustiado. La noche se había hecho para dormir y se sentía viviendo a
contramano. Solamente él se sentía despierto en medio del enorme silencio de la ciudad dormida. Un silencio que lo hacía moverse con
cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a alguien. Se cuidaría muy bien de no contárselo a su socio de la ferretería porque lo
cargaría un año entero por esa ocurrencia de lustrarse los zapatos en medio de la noche. En este país donde uno aprovechaba cualquier
oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se
descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha. Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos
tés de yuyos que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo se habían ido a pasar el fin de semana a la
quinta de Paso del Rey llevándose a la sirvienta así que estaba solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban tan mal las cosas. No podía
quejarse de la vida. Su padre había sido un cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber llegado a nada. El
señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal y hacía
pocos meses había comprado el pequeño Renault que ahora estaba abajo, en el garaje y había gastado una fortuna en los hermosos apliques
cromados de las portezuelas. La ferretería de la Avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta de fin de semana donde
pasaba las vacaciones. No podía quejarse. Se daba todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se casaría con
alguna chica distinguida. Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En tiempos como éstos, donde los desórdenes políticos eran
la rutina había estado varias veces al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había
tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él. Así era la vida. Pero había salido
adelante. Además, cuando era joven tocaba el violín y no había cosa que le gustase más en el mundo. Pero vio por delante un porvenir
dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo. Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no
podía hacer todo lo que quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino debido y que no debía fracasar. Y entonces todo lo que
había hecho en la vida había sido para que lo llamaran “señor”. Y entonces juntó dinero y puso una ferretería. Se vivía una sola vez y no le
había ido tan mal. No señor. Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde
se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio. Dieron las cuatro
de la mañana. La niebla era más espesa. Un silencio pesado había caído sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor
Lanari tratando de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose.
De pronto una mujer gritó en la noche. De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro
sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El señor Lanari dio un respingo, y se estremeció, asustado. La mujer
aullaba de dolor en la neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El señor Lanari quiso hacerla callar, era de noche podía
despertar a alguien, había que hablar más bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto la mujer gritó de nuevo reventando el silencio y la calma
y el orden haciendo escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral de carne y sangre anterior a las palabras, casi un vagido de niño,
desesperado y solo.
El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por enterado. Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla,
a tientas, hasta la esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso Para
Damas en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas
abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo. –
Quiero ir a casa, mamá –lloraba–. Quiero cien pesos para el tren para irme a casa.
Era una niña que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz
amarilla.
El señor Lanari sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros, qué se iba a hacer, la vida era dura,
sonrió, sacó cien pesos y se los puso arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se sintió satisfecho. Se
quedó mirándola, con las manos en los bolsillos, despreciándola despacio.
–¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? –la voz era dura y malévola. Antes que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su
hombro.
–A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la vía pública.
–Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente.
Entonces se dio cuenta de que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar su
historia.
El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo. –Vamos. En cana. –El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto
reaccionó violentamente y le gritó al policía: –Cuidado señor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe
con quién está hablando? –Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El señor Lanari no tenía ningún comisario amigo.
–Andá, viejito verde, andá, ¿te creés que no me di cuenta de que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? –dijo el
vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada,
mirando simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía que ver él en todo eso? Y además ¿qué pasaría si
fuera a la comisaría y aclarara todo y entonces no lo creyeran y se complicaran más las cosas? Nunca había pisado una comisaría. Toda su
vida había hecho lo posible para no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio. Ese insomnio había tenido la culpa. Y no
había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se
podía confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil.
–Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer –dijo señalándola. Sintió que el vigilante dudaba. Quiso decirle que ahí
estaban ellos dos del lado de la ley y esa negra estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable.
De pronto se acercó al agente que era una cabeza más alto que él, y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros ojos
salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.
–Señor agente –le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una
muñeca, acunándola entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya nada le importaba.
–Venga a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto. –Y sacó una tarjeta
personal y los documentos y se los mostró–. Vivo ahí al lado –gimió, casi manso y casi adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en manos
del otro sin tener ni siquiera un diputado para que sacara la cara por él y lo defendiera. Era mejor amansarlo, hasta darle plata y
convencerlo para que lo dejara de embromar. El agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si el señor Lanari le hubiera
propuesto una gran idea, lo tomó a él por un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamente se fue con ellos. Cuando llegaron al
departamento el señor Lanari prendió todas las luces y le mostró la casa a las visitas. La negra apenas vio la cama matrimonial se tiró y
se quedó profundamente dormida.
Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al
margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más horrible del mundo, un escándalo,
y nadie le creería su explicación y quedaría repudiado, como culpable de una oscura culpa, y yo no hice nada mientras hacía eso tan
desusado, ahí a las 4 de la mañana, porque la noche se había hecho para dormir y estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona
decente, como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura, en su propia casa.
–Dame café –dijo el policía y en ese momento el señor Lanari sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado para
tener eso, para que no lo atropellaran y así, de repente, ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte lo trataba de che, le
gritaba, lo ofendía. Y lo que era peor, vio en sus ojos un odio tan frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer. De pronto pensó que lo
mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre podría ser un asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y matarlo y
sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo. Y la
mujer estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros. No entendía nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la
biblioteca. Sentía algo presagiante, que se cernía, que se venía. Una amenaza espantosa que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni
cómo detenerla. El señor Lanari, sin saber por qué, le mostró la biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca había podido hacer
tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía su cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia de Mitre
encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar violín tenía un hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando quería, la mejor
música del mundo se hacía presente.
Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de libros con ese hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese negro?
Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una
inquietud sofocante. De golpe se sorprendió que justo ahora quisiera hablar de libros y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, tiró
por ahí la gorra, se abrió la campera y se puso a tomar despacio.
El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso.
Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos
negros que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto
a un ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y
sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que
ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada.
–Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así que haga el favor de... –el policía o lo que fuera lo agarró
de las solapas y le dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba.
¿Por qué le estaban haciendo eso? ¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían cuentas por
algo que no entendía y todo era un manicomio.
–Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces
todos creen que pueden llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste, porquería, apareciste justo y me las vas
a pagar todas juntas. Quién iba a decirlo, todo un señor...
El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se
encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor
Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica despertó y lo miró y le dijo al hermano:
–Este no es, José. –Lo dijo con una voz seca, inexpresiva, cansada pero definitiva. Vagamente, el señor Lanari vio la cara
atontada, despavorida, humillada del otro y vio que se detenía, bruscamente y vio que la mujer se levantaba, con pesadez, y por fin, sintió
que algo tontamente le decía adentro “Por fin se me va este maldito insomnio” y se quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol estaba
alto y le dio en los ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le dolía terriblemente la boca del estómago.
Sintió un vértigo, sintió que estaba a punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto se precipitó a
revisar todos los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado mirando a ver si no le
faltaba nada. ¿Qué hacer, a quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero ¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras?
“Tranquilo, tranquilo, aquí no ha pasado nada”, trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del estómago y todo estaba patas arriba
y la puerta de calle abierta. Tragaba saliva. Algo había sido violado. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos,
aplastarlos”, dijo para tranquilizarse. “La fuerza pública”, dijo, “tenemos toda la fuerza pública y el ejército”, dijo para tranquilizarse.
Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada.
2. El cuento está narrado desde la mirada o punto de vista del personaje Lanari. Enumeren las expresiones que usa el narrador
para señalar su actitud y sentimientos hacia los "cabecitas negras" es decir, la mujer y el policía.
3. ¿De qué modo se alude a Lanari como un representante de la clase culta a la que el policía no pertenece?
4. Analicen los procedimientos con los que Lanari intenta "salvarse" frente al policía. Si éste no hubiera sido el hermano de la
muchacha, ¿hubieran sido efectivos? ¿Por qué?
6. Identifiquen en el cuento los datos que permiten fechar aproximadamente la época en que se desarrolla la acción.
7. Busquen en el cuento sustantivos y adjetivos que caractericen hechos o personas, asociándolos a los conceptos de civilización
o barbarie.
Literatura gauchesca
En contraposición con lo que su nombre indica, la literatura gauchesca no fue escrita por
gauchos, sino por hombres letrados de Buenos Aires, Córdoba y Montevideo. Este
fenómeno literario se originó entre hombres de ciudad interesados en la problemática y la
sensibilidad de los gauchos. Sin embargo, a pesar de este origen culto, la literatura
gauchesca siempre ha sido un género de carácter popular. "
Bartolomé Hidalgo
Hilario Ascasubi
José Hernández
El poema Martín Fierro se compone de dos libros: El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta
de Martín Fierro (1879). En ellos, Hernández da voz a un grupo social silenciado. La primera
parte funciona como texto de denuncia de las condiciones de vida del gaucho, relata las
arbitrariedades de la ley y el maltrato en la frontera. La segunda, en cambio, se propone
como expresión del deseo de construir una relación armónica entre el campo y la ciudad.
La Argentina gaucha
El territorio
natural de los
gauchos era la
gran extensión
pampeana que abarca desde la Patagonia hasta los
límites orientales de la Argentina y casi hasta el estado
de Río Grande del Sur, en Brasil. En la que muchos
reconocen como su “edad de oro”, los gauchos
cabalgaban en absoluta libertad por una pampa sin
alambrados y sin fronteras, Sin embargo, tiempo
después, fueron usados en diversos combates internos,
porque tendían a ser leales a un jefe. Además,
participaron en las luchas civiles previas a la
organización de la nación como parte de la montonera
y en las guerras que el país libró durante el siglo XIX.
EL RASTREADOR
El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan
dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es
preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío:
ésta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como
de costumbre, la vista al suelo: “Aquí va —dijo luego— una mulita mora muy buena…; ésta es la tropa de don N. Zapata…, es de muy buena
silla…, va ensillada…, ha pasado ayer…”. Este hombre venía de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él
había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues
esto, que parece increíble, es, con todo, la ciencia vulgar; éste era un peón de arreo, y no un rastreador de profesión.
El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber
que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan con consideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo
o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a
buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama enseguida al rastreador, que ve el rastro
y lo sigue sin mirar, sino de tarde en tarde, el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue el
curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y, señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: “¡Éste es!”. El delito está
probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es la evidencia
misma: negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismo he
conocido a Calíbar, que ha ejercido, en una provincia, su oficio, durante cuarenta años consecutivos. Tiene, ahora, cerca de ochenta años:
encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputación fabulosa, contesta:
“Ya no valgo nada; ahí están los niños”. Los niños son sus hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él, que
durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez, su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses después, Calíbar
regresó, vio el rastro, ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo
por una calle de los suburbios, entra a una casa y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el
rastro de su raptor, después de dos años! El año 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar fue encargado de
buscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones que la imagen del cadalso le sugirió. ¡Precauciones
inútiles! Acaso sólo sirvieron para perderle, porque comprometido Calíbar en su reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con
calor, una tarea que perdía a un hombre, pero que probaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para
no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio y
volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perder la pista. Si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo, exclamaba: “¡Dónde
te mi as dir!”. Al fin llegó a una acequia de agua, en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador… ¡Inútil! Calíbar
iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar.
Al fin se detiene, examina unas yerbas y dice: “Por aquí ha salido; no hay rastro,
pero estas gotas de agua en los pastos lo indican”. Entra en una viña: Calíbar reconoció
las tapias que la rodeaban, y dijo: “Adentro está”. La partida de soldados se cansó de
buscar, y volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pesquisas. “No ha salido” fue la breve
respuesta que, sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dio el rastreador. No había
salido, en efecto, y al día siguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos políticos
intentaban una evasión: todo estaba preparado, los auxiliares de fuera, prevenidos. En el
momento de efectuarla, uno dijo: “¿Y Calíbar?” —“¡Cierto!” —contestaron los otros,
anonadados, aterrados—. “¡Calíbar!” Sus familias pudieron conseguir de Calíbar que
estuviese enfermo cuatro días, contados desde la evasión, y así pudo efectuarse sin
inconveniente. ¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder microscópico se
desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que
Dios hizo a su imagen y semejanza!
EL BAQUEANO
EL GAUCHO MALO
Viaja a veces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe. Entonces se le ve cruzar la pampa con una tropilla de caballos por delante: si
alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos que él lo solicite.
EL CANTOR
El cantor no tiene residencia fija: su morada está donde la noche lo sorprende; su fortuna, en sus versos y en su voz. Dondequiera
que el cielito enreda sus parejas sin tasa, dondequiera que se apura una copa de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida
en el festín. El gaucho argentino no bebe, si la música y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su guitarra para poner en manos del
cantor, a quien el grupo de caballos estacionados a la puerta, anunciaa lo lejos, dónde se necesita el concurso de su gaya ciencia.
El cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias hazañas. Desgraciadamente, el cantor, con ser el bardo
argentino, no está libre de tener que habérselas con la justicia. También tiene que dar la cuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una
o dosdesgracias (¡muertes!) que tuvo y algún caballo o una muchacha que robó. El año 1840, entre un grupo de gauchos y a orillas del majestuoso
Paraná, estaba sentado en el suelo, y con las piernas cruzadas, un cantor que tenía azorado y divertido a su auditorio, con la larga y animada
historia de sus trabajos y aventuras. Había ya contado lo del rapto de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la desgracia y la disputa
que la motivó; estaba refiriendo su encuentro con la partida, y las puñaladas que en su defensa dio, cuando el tropel y los gritos de los
soldados le avisaron que esta vez estaba cercado. La partida, en efecto, se había cerrado en forma de herradura; la abertura quedaba hacia
el Paraná, que corría veinte varas más abajo: tal era la altura de la barranca. El cantor oyó la grita sin turbarse; viósele de improviso sobre
el caballo, y echando una mirada escudriñadora sobre el círculo de soldados con las tercerolas preparadas, vuelve el caballo hacia la barranca,
le pone el poncho en los ojos y clávale las espuelas. Algunos instantes después, se veía salir de las profundidades del Paraná el caballo, sin
freno, a fin de que nadase con más libertad, y el cantor tomado de la cola, volviendo la cara quietamente, cual si fuera en un bote de ocho
remos, hacia la escena que dejaba en la barranca. Algunos balazos de la partida no estorbaron que llegase sano y salvo al primer islote que
sus ojos divisaron.
Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento. Más
narrativa que sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del caballo y las escenas del desierto, que la hacen metafórica y
pomposa. Cuando refiere sus proezas o las de algún afamado malévolo, parécese al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de
ordinario, elevándose a la altura poética por momentos, para caer de nuevo al recitado insípido y casi sin versificación. Fuera de esto, el
cantor posee su repertorio de poesías populares: quintillas, décimas y octavas, diversos géneros de versos octosílabos. Entre éstas hay
muchas composiciones de mérito y que descubren inspiración y sentimiento.
Aún podría añadir a estos tipos originales, muchos otros igualmente curiosos, igualmente locales, si tuviesen, como los anteriores, la
peculiaridad de revelar las costumbres nacionales, sin lo cual es imposible comprender nuestros personajes políticos, ni el carácter primordial
y americano de la sangrienta lucha que despedaza a la República Argentina. Andando esta historia, el lector va a descubrir por sí solo dónde
se encuentra el rastreador, el baqueano, el gaucho malo o el cantor.
Verá en los caudillos cuyos nombres han traspasado las fronteras argentinas, y aun en aquellos que llenan el mundo con el horror de
su nombre, el reflejo vivo de la situación interior del país, sus costumbres y su organización.
En síntesis
La descripción del medio económico y social que se presenta en Facundo produce, según Sarmiento, un determinado actor humano: el
gaucho. A partir esta figura, el autor realiza una clasificación en la que distingue cuatro tipos: el gaucho rastreador, el gaucho baqueano, el
gaucho malo y el gaucho cantor.
Así, el gaucho rastreador y el baqueano poseen la sapiencia necesaria y la habilidad para leer los signos «de la naturaleza en el
territorio. Son aquellos que pueden interpretar hasta el más mínimo cambio en los terrenos más intrincados, dado su gran conocimiento de la
geografía que habitan y transitan. Funcionan como una suerte de gauchos semiólogos capaces de leer los signos del suelo y el entorno. :
El gaucho malo, en cambio, es el depositario de todas las facetas negativas por su naturaleza violenta e instintiva, de modo que es
posible establecer una analogía entre este tipo de gaucho y un animal salvaje. Según Sarmiento, el gaucho malo no puede dar cuenta de un
sistema articulado de ideas porque las pasiones no se lo permiten. Facundo Quiroga sería el representante por excelencia de este tipo.
En el gaucho cantor, finalmente, reside el don natural de la poesía que, a modo de juglar. “canta” sus andanzas y sus hazañas. De esta
manera, la vida de campo, tantas veces vinculada con la barbarie, se constituye en germen de una poesía que, más adelante, se leerá como la
expresión literaria por excelencia de la Nación.
Guía de análisis
1. ¿Cómo es la tipología del gaucho que presenta Sarmiento? ¿Qué rasgos considera características de cada tipo?
2. Extraé las características principales del gaucho malo según Sarmiento.
“En las provincias viven animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se
obtenga con tratarlos mejor”
(Informe enviado a Mitre en el año 1863)
“No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta
chusma criolla, incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”.
(Carta a Bartolomé Mitre, 20 de septiembre de 1861)
“Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos, sin poderlo remediar,
una invencible repugnancia, y para nosotros, Colo Colo, Lautaro y Caupolicán, no obstante, los ropajes civilizados y nobles de
que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y colgaríamos ahora, si
reaparecieran en una guerra de los araucanos contra Chile, que nada tiene que ver con esa canalla”.
(Extractado de: Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán,
de Roberto Levillier, Madrid, 1926)
"UNOS INDIOS ASQUEROSOS"
“¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña
no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos,
porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera
perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.
Martín Fierro: arquetipo nacional su mayoría- que eran sus socios externos. Nuestra historia
Dice Jorge Luis Borges que cada pueblo tiene su libro económica es suficientemente al respecto.
representativo, pero que los argentinos, en cambio, tenemos
dos: el Facundo y el Martín Fierro. Es cierto, pero Borges no nos A pesar de todo, ese proyecto increíble se impuso, no
explica a qué se debe esta irregularidad. Será útil, pues, hubo forma de impedirlo. Había demasiada debilidad adentro y
reflexionar sobre ella. eran extremadamente poderosas las fuerzas de afuera. Pero no
Tenemos los argentinos dos libros representativos -o, fue sin lucha. Y de esa lucha quedó una protesta viril y dolorida
para ser más exactos, dos propuestas de libros representativos- en nuestra literatura: el gaucho Martín Fiero dando su lección de
, porque heredamos una tradición escindida. Esos mismos libros argentinidad a las generaciones futuras. Hernández denuncia
lo confirman: Martín Fiero es el anti-Facundo; Facundo, el anti que la barbarie no se genera por el determinismo del ambiente,
Martín Fierro. Este divorcio nacional tiene su origen en aquel como sostenía Sarmiento, sino en el atropello, el avasallamiento
antagonismo que dividió a nuestros mayores en el siglo XIX, y y la injusticia. La ciudad es la generadora de barbarie, la
que se expresó en la feroz alternativa de “civilización o barbarie”. sociedad transformó al gaucho bueno en gaucho malo al destruir
Para el bando que, con total impudicia, se proclamaba a sí su vida y lo alineó instrumentándolo para su interés. También
mismo como civilizado, la civilización era lo porteño, lo europeo, denuncia la mentira de la sociedad y de sus leyes arbitrarias,
la inmigración. De modo que lo bárbaro resultaba ser lo tales como la de Levas y Vagancias. Con la primera se lo
provinciano, lo criollo, lo hispanoamericano. El programa, en apartaba de su familia y de su trabajo para enviarlo a la frontera.
consecuencia, aparecía muy sencillo: había que dominar al Con la segunda se lo castigaba por vago, es decir, por lo que
interior, exterminar al gaucho y rechazar la herencia hispánica; había generado la primera ley.
había que asegurar la preeminencia de Buenos Aires. Imitar a
Europa, proclamar la superioridad del extranjero sobre el criollo. En esas condiciones de desnacionalización, se
Se pretendía, en suma, levantar el edificio de un estado abrieron las puertas a la inmigración europea. Todo el mundo
moderno, destruyendo los cimientos de la nacionalidad. estaba de acuerdo en que el país, casi desierto, debía ser
poblado. Pero, ¿qué país se les ofrecía a los nuevos
No se trataba de un caso de locura generalizada. pobladores? Porque hay que tener presente que el inmigrante
Detrás de cualquier plan, por absurdo que sea, siempre hay es el fin de una tradición; y su hijo, el comienzo de otra. Y para
algún beneficiario. Y con este proyecto se favoreció la oligarquía que la inmigración sea fructífera, hay que ofrecer a los
vernácula, juntos con diversos sectores sociales que constituían extranjeros que vienen a levantar su hogar entre nosotros los
su clientela interna, y con los intereses imperiales -británicos, en brazos abiertos de una tradición sólida. Para que en ella
puedan consolarse de la suya perdida. Para que sus hijos se
sientan legítimos herederos de todo el pasado nacional y su creciente interés de las jóvenes generaciones por la historia
integración en la patria nueva sea local y honda. Si esto o nacional; el afán por descifrar y comprender el pasado que
sucede, el resultado será una población bastarda, el país será supone el auge de las corrientes revisionistas. Es el triunfo del
una factoría. O, como dijo alguien, una oficina, no un hogar. Martín Fierro sobre el Facundo.
A principio del siglo XX la inmigración tenía un peso Borges suele preguntarse si nuestra historia no
preponderante en el país. En las zonas más vitales los hubiera sido mejor si hubiéramos elegido como libro nacional el
inmigrantes constituían la mayoría de la población adulta. Sus Facundo en vez del Martín Fierro. No advierte el gran poeta _o
hijos argentinos se encontraban en un callejón sin salida, pues si lo advierte, y por eso se resigna ante el hecho consumado-
el vínculo que los unían a su patria ancestral era, naturalmente, que la elección de una obra literaria como libro representativo de
débil y lejano; y, a la denigración sistemática de lo autóctono. una comunidad nacional, presupone la elección de su
Cualquier extranjero podía expresar impunemente su desprecio protagonista como arquetipo de ese pueblo. Y es por esto, entre
por lo criollo: no era una agresividad malvada, simplemente muchos otros motivos, que nunca podríamos haber optado por
imitaban el mal ejemplo de nuestras clases dirigentes. El la obra del apasionado sanjuanino. Pues Facundo – no la
resultado de todo eso fue una angustiosa crisis de identidad persona histórica del brigadier general Juan Facundo Quiroga,
nacional. Es lo que ha dado en llamar “el desarraigo argentino”. sino el personaje novelesco de Sarmiento- está presentado
Todavía estamos pagando las consecuencias de esa como un tipo negativo, como un ejemplo de lo que no se debe
política tan ignorante de la realidad como enemiga de la historia. ser. Su propio autor, a pesar de la oscura admiración que siente
Tardarán aún en cicatrizar definitivamente las heridas por su creación, se encarga de decirnos reiteradamente que el
producidas en el cuerpo y la conciencia de la nacionalidad. Y si “Tigre de los llanos” es un individuo ignorante, bárbaro, tiránico,
podemos comprobar con alivio que la Argentina no ha perdido avaro, lúbrico, moral…en suma, que es un “gaucho malo”.
su identidad nacional – según profetizaban algunos visitantes Jamás, entonces, podría elevarse al nivel de un arquetipo.
europeos-, ello se debe, como observa Arturo Jauretche, a que
el inmigrante, en vez de proponerse a sí mismo como arquetipo, Al reconocer al héroe positivo de José Hernández
adoptó como modelo al criollo. como nuestro arquetipo moral nacional, los argentinos nos
reconciliamos con nosotros mismos, uniéndonos, por encima de
La tradición nacional, silenciada en el siglo XIX por los cualquier diferencia de origen, en un pasado y un destino
sectores e intereses desnacionalizantes, tuvo felizmente la comunes. Mientras Facundo, la sombra terrible evocada por
fuerza necesaria para resistir el embate extranjerizante e integrar Sarmiento, nos incita a la discordia.
en una patria común a los hombres de todo el mundo que
quisieron vivir entre nosotros. El viejo espíritu criollo revive en Manuel Cruz Valverde, Tiempo y Cultura, 8 de
todos los argentinos sin distinción de ancestros. Ello explica el octubre de 1978
La monografía
La monografía es un tipo textual dentro del conjunto de trabajos científicos. En la universidad, es común evaluar a los
alumnos a través de trabajos monográficos; asimismo, en las revistas especializadas, se encuentran publicados artículos que
responden a las mismas características estructurales de una monografía.
Una monografía es un trabajo relativamente breve que se caracteriza por tratar un tema único,
bien delimitado o. y preciso, sobre el que se intenta profundizar. Generalmente, la monografía
se basa en investigaciones bibliográficas, más que en trabajos de campo.
Características de la monografía
Estructura de la monografía
Todos los trabajos monográficos mantienen una organización interna que permite desarrollar, de forma ordenada, el
tema tratado. La organización estructural es esencial para relacionar las partes entre sí y para facilitar ja lectura comprensiva
del trabajo. Las monografías se dividen en tres grandes secciones: la introducción, el desarrollo y las conclusiones.
La introducción. En líneas generales, en esta sección, se escriben los datos que sirven para situar al lector
con respecto a las características del trabajo, las circunstancias que motivaron su escritura y los objetivos
científicos o académicos que se persiguen. La introducción es el primer elemento organizador de los
contenidos del trabajo científico, en efecto, en esta sección, se delimita el tema, se plantean los objetivos y
se definen los conceptos.
El tema de investigación. Es un conjunto de interrogantes que se plantean en relación con un aspecto de la
realidad y que debe responderse mediante la actividad científica.
Los objetivos. Se refieren a las metas y al alcance que tendrá el trabajo.
Las conceptualizaciones. Son aquellos conceptos que se definen explícitamente, porque resultan relevantes
para la investigación.
La hipótesis de trabajo. Se trata de un planteo breve que se presenta al final de la introducción y que se
formula para servir de guía en el trabajo. A partir de su desarrollo, se extrae una serie de conclusiones que
demuestran su validez.
El desarrollo de la monografía
El desarrollo, también denominado el “cuerpo del trabajo”, contiene el análisis de los datos y la
consideración de las ideas que el autor desea transmitir. El autor hará un examen minucioso de los datos
obtenidos en la bibliografía consultada o en el trabajo de campo y expondrá sus ideas de acuerdo con la
problemática definida. _ En esta sección, se encuentra el trabajo personal del autor. Se caracteriza por:
la novedad: todas las ideas desarrolladas en el cuerpo del trabajo tienen que ser originales; debe tratarse de
un nuevo aporte a la ciencia en general y a cada disciplina en particular;
el discurso argumentativo: a partir de la hipótesis presentada en la introducción, el autor incorpora distintos
- argumentos (datos estadísticos, ejemplos) para extraer conclusiones que probarán la validez de ese planteo
inicial;
el planteamiento de nuevas ideas: todo trabajo monográfico intenta avanzar un poco más en la resolución de
los interrogantes que tiene cada disciplina. Los autores revelan sus análisis y sus nuevas lecturas a partir de
trabajos anteriores, proponiendo otra mirada o datos nuevos que se hayan descubierto.
Las conclusiones
Al final de la monografía, después de haber desarrollado las ideas que constituyen la sección
expositiva del trabajo, se escriben las conclusiones a las que se ha llegado. En general, se trata de un breve
resumen del desarrollo expuesto en el cuerpo principal. El autor trata de destacar los aspectos más importantes
del trabajo, los que permiten obtener una apreciación global de los resultados obtenidos. Es aquí donde
aparecen la mayoría de las marcas de subjetividad, debido a que es el lugar donde el autor expone sus
apreciaciones y valoraciones con respecto al problema investigado o a la disciplina en general.
Paratextos
Todos los trabajos monográficos, al igual que los informes, llevan elementos que acompañan al
texto principal y aclaran su significación. Se los denomina paratextos. Los paratextos más importantes son:
la portada, también llamada carátula;
el índice (en el que se enumeran los títulos y subtítulos que aparecen en el interior del trabajo monográfico,
el nombre de cada sección y la página en que se halla);
los apéndices y la bibliografía (con la totalidad de fuentes escritas que se hayan r consultado para realizar el
trabajo, por riguroso orden alfabético).
Las revistas se citan consignando apellido y nombre del autor del artículo, título del artículo entre
comillas, nombre de la revista en cursiva, número de la revista y fecha de su publicación.
Por ejemplo:
Labraga, Juan Carlos. “Escenario de cambio climático para la Argentina”, en: Ciencia Hoy, N.* 44,
1998.
Literatura 5°-2023
Profesora: Meng Rocío
El aparato crítico
Todo trabajo científico debe considerarse como una continuación de investigaciones previas que han llevado
a cabo distinto autores. Estrictamente, las monografías establecen su punto de partida en el lugar donde otros han
llegado con anterioridad y proponen una continuidad en el problema abordado. Por eso, en el interior del trabajo, se
encuentran referencias a otros investigadores y a sus obras.
Se denomina aparato crítico al conjunto de citas, referencias y notas aclaratorias que son
incluidas en una monografía para dar cuenta de los aportes bibliográficos sobre los que el
investigador se apoya para realizar su trabajo.
Los autores utilizan las citas para incluir en sus trabajos las afirmaciones de otros investigadores, para
refutarlas o para tomarlas como fundamento de sus propias palabras. Dentro de este grupo, existe un tipo especial,
llamado “cita de autoridad”. En este caso, se utilizan las afirmaciones de un investigador con mucho prestigio en la
disciplina para avalar ciertas aseveraciones.
Las citas de autoridad se caracterizan, porque reproducen literalmente el texto original, sin ninguna
modificación. Se escriben con una tipografía distinta para que el lector reconozca fácilmente que esas palabras
corresponden a material extraído de la bibliografía consultada.
Las referencias
Por otra parte, las referencias se utilizan para hacer resúmenes o alusiones a lo escrito por otros autores. A
través de ellas, se puede aludir a la obra de varios investigadores sin tener que citar directamente y, de esta manera, se
pueden relacionar distintos trabajos de forma más sencilla. En este caso, no se utiliza una tipografía distinta, ya que
no es una transcripción literal.
Las notas
En el interior del trabajo, muchas veces, es necesario realizar explicaciones o aclaraciones que no tienen que
ver directamente con el desarrollo principal. Para estos fines, se utilizan las notas. Se las enumera correlativamente
entre paréntesis al lado de la palabra correspondiente y remiten al lector a la sección del trabajo que se denomina del
mismo modo. Las notas pueden aparecer al pie de la página o al final del texto, luego de las conclusiones. También,
se utilizan para remitir al libro o a la revista de donde se extrajo una cita textual o una referencia.
La redacción
Para redactar un trabajo monográfico, hay que tener en cuenta estas consideraciones:
es necesario utilizar un lenguaje claro y preciso. Es decir, no deben aparecer en el texto expresiones
confusas o sin sentido;
en general, no deben redactarse oraciones demasiado extensas, porque se hace más difícil la
comprensión de la idea que se está transmitiendo;
pensar, en el momento de la redacción del trabajo, a quién está dirigido, quiénes son los potenciales
lectores. Si se trata de un grupo de personas que están trabajando en la misma disciplina, no será
necesario explicar detalladamente todos los conceptos. Si, por el contrario, se trata de un público
lector más numeroso y heterogéneo, el autor deberá explicar mejor los conceptos y evitar el uso de
expresiones demasiado técnicas que perjudicarían la comprensión de quienes no pertenecen a la
misma disciplina científica.
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Literatura 5°-2023
Profesora: Meng Rocío
El sujeto gramatical
Un tema adicional muy importante por considerar en la redacción es el de la “persona” o sujeto gramatical
que se dirige al lector de la monografía. Existen tres posibilidades: la primera persona del plural, la primera persona
del singular o la tercera persona.
Cuando el redactor elige una de las tres formas, debe mantenerla a lo largo de todo el trabajo. No es válido,
por ejemplo, comenzar con la primera persona del singular y, luego, cambiar a la primera persona del plural.
Primera persona del plural: generalmente, se utiliza cuando el autor pertenece a un grupo de
investigación y, además, se supone que todos los resultados derivan de un trabajo en equipo.
Primera persona del singular: deriva de un estilo más coloquial y directo
Tercera persona del singular: es la forma impersonal del discurso y produce una distancia mayor
entre el autor y el lector.
Se denomina trama a una determinada forma de organización La intención comunicativa es el propósito con el cual nos
textual, con elementos y marcas lingüísticas que le son propias. comunicamos, ya sea en una conversación con un amigo o en
Veamos los distintos tipos. un trabajo práctico para la escuela. Según la intención que
Trama narrativa. Presenta hechos ordenados de manera tengamos, haremos uso de determinadas funciones del
temporal, en otras palabras, cuenta una historia. Esta trama es lenguaje.
propia de relatos literarios, pero también podemos encontrarla
en noticias periodísticas, informes, reseñas, anécdotas y La referencial o informativa se centra en el referente o tema
normalmente siempre que nos enfrentemos a una narración. de la comunicación; su finalidad es informar. Predomina en
Trama descriptiva. Caracteriza objetos, lugares, personas, tramas expositivo-explicativas.
fenómenos. Abundan en ella los adjetivos, los adverbios, las
enumeraciones. Predomina en retratos, biografías, folletos, pero La expresiva o emotiva se centra en el emisor; su finalidad es
suele aparecer en muchos otros textos. manifestar la propia subjetividad, ya sean sentimientos y
Trama expositivo-explicativa. Desarrolla un tema y lo explica a estados de ánimo u opiniones. Predomina en tramas
partir de recursos como definiciones, comparaciones, ejemplos, argumentativas.
clasificaciones. Organiza su información en una introducción, un
desarrollo y una conclusión. Predomina en enciclopedias, La apelativa se centra en el destinatario; su finalidad es influir
informes, libros de texto, artículos de divulgación, clases o generar un cambio en el otro. Predomina en tramas
Trama argumentativa. Presenta una opinión sobre un tema, argumentativas.
denominada hipótesis, que debe ser sostenida o fundamentada
mediante argumentos. Entre otros recursos argumentativos, se La estética o poética se centra en el mensaje en sí mismo; su
utilizan ejemplos, comparaciones, citas de autoridad, preguntas finalidad es provocar cierto asombro y deleite a través de las
retóricas. Predomina en textos de opinión, publicidades, palabras. Es propia de la trama narrativa literaria, y suele estar
debates, reseñas, ensayos, presente en tramas argumentativas (un discurso bello puede
Trama dialogal. Presenta un intercambio entre dos o más ser muy persuasivo).
participantes que alternan sus turnos de habla. Para evidenciar
la alternancia de voces se utilizan marcas como rayas, comillas, La metalingúística se centra en el código; su finalidad es
verbos de decir. Predomina en conversaciones orales, reflexionar sobre el código empleado. No se relaciona con una
entrevistas, textos teatrales, pero también en textos narrativos trama en especial, sino que es una función transversal; su
o periodísticos que dan cuenta de testimonios y fuentes presencia dependerá de las necesidades de cada caso.
consultadas.
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Literatura 5°-2023
Profesora: Meng Rocío
Las normas APA son estándares creados por la American Psychological Association, con el fin de unificar la forma
de presentación de trabajos escritos a nivel internacional, diseñadas especialmente para proyectos de grado o
cualquier tipo de documentos de investigación.
Encabezados
Nivel 3: Encabezado de párrafo con sangría, negrita, mayúscula, minúscula y punto final.
Nivel 4: Encabezado de párrafo con sangría, negrita, cursiva, mayúscula, minúscula y punto final.
Nivel 5: Encabezado de párrafo con sangría, cursiva, mayúscula, minúscula y punto final.
Citación
En el Manual APA, las normas empleadas se basan en un sistema de Autor-Fecha y siempre se privilegia el número
de página para las citas directas o indirectas.
Estas reproducen de forma exacta el material, sin cambios o añadidos. Se debe indicar el autor, año y número de
página. Si la fuente citada no tiene paginación, entonces se escribe el número de párrafo. Si la cita tiene menos de
40 palabras se coloca como parte del cuerpo del texto, entre comillas y al final entre paréntesis se señalan los
datos de la referencia.
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