La Divina Comedia-Dante Alighieri
La Divina Comedia-Dante Alighieri
La Divina Comedia-Dante Alighieri
La Divina Comedia
Universidad Nacional
de México.
1921
"LA COMMEDIA"
....Tutta cessa
Mia visione, ed ancor mi distilla
Nel cuor lo dolce che nacque da essa.
Cosi la neve al sol si disigilla;
Cosi al vento nelle foglie lievi
Si perdea la sentenzia di Sibilla.
FRANCESCO DE SANCTIS.
entre vosotros y los idólatras, sino la de que ellos adoran a uno y vosotros
adoráis a ciento? ¡Ah, Constantino! ¡A cuántos males dió origen, no tu
conversión al cristianismo, sino la donación que de ti recibió el primer papa
que fué rico!
Mientras yo le hablaba con esta claridad, él, ya fuese a impulsos de la ira, o
porque le remordiese la conciencia, respingaba fuertemente con ambas
piernas. Creo que complací a mi Guía; porque escuchó siempre con rostro
satisfecho el sonido de mis palabras, expresadas con sinceridad. Entonces me
cogió con los dos brazos, y teniéndome en alto bien afianzado sobre su
pecho, volvió a subir por el camino por donde habíamos descendido, sin dejar
de estrecharme contra sí, hasta llegar a la parte superior del puente que va de
la cuarta a la quinta calzada. Allí, depositó suavemente su querido fardo sobre
el áspero y pelado escollo, que hasta para las cabras sería un difícil sendero,
desde donde descubrí una nueva fosa.
CANTO VIGESIMO
pero por dentro eran todas de plomo, y tan pesadas, que las de Federico a su
lado parecían de paja.[30] ¡Oh manto fatigoso por toda la eternidad! Nos
volvimos aún hacia la izquierda, y anduvimos con aquellas almas,
escuchando sus tristes lamentos. Pero las sombras, rendidas por el peso,
caminaban tan despacio, que a cada paso que dábamos cambiábamos de
compañero. Yo dije a mi Guía:
—Procura encontrar a alguno que sea conocido por su nombre o por sus
hechos; y mira al efecto en derredor tuyo mientras andas.
Y uno de ellos, que entendió el idioma toscano, exclamó detrás de nosotros:
Detened vuestros pasos, vosotros que tanto corréis a través del aire sombrío:
quizá podrás obtener de mí lo que solicitas.
En seguida mi Guía se volvió y me dijo:
—Espera, y modera tu paso hasta igualar al suyo.
Me detuve, y vi dos de aquéllos, que en sus miradas demostraban gran deseo
de estar conmigo; pero su carga y lo estrecho del camino les hacían tardar.
Cuando se me hubieron reunido, me miraron con torvos ojos y sin hablarme:
después se volvieron uno a otros diciéndose: "Ese parece vivo, a juzgar por el
movimiento de su garganta; pero si están muertos, ¿por qué privilegio no
llevan nuestra pesada capa?" Después me dijeron:
—¡Oh toscano, que has venido a la mansión de los tristes hipócritas!, dígnate
decirnos quién eres.
Les contesté:
—Nací y crecí junto a la orilla del hermoso Arno, en la gran ciudad, y
conservo el cuerpo que he tenido siempre. Pero vosotros, a quienes, según
veo, cae tan doloroso llanto gota a gota por las mejillas, ¿quiénes sois, y qué
pena padecéis que tanto se hace ver?
Uno de ellos me respondió:
—¡Ay de mí! Estas doradas capas son de plomo, y tan gruesas, que su peso
nos hace gemir como cargadas balanzas. Fuimos hermanos Gozosos[31] y
boloñeses. Yo me llamé Catalano y éste Loderingo. Tu ciudad nos nombró
magistrados, como suele elegirse a un hombre neutral para conservar la paz;
y la conservamos tan bien como puede verse aún cerca del Gardingo.
Yo repuse: "¡Oh hermanos! Vuestros males..." Pero no pude continuar;
porque vi en el suelo a uno crucificado en tres palos. En cuanto me vió, se
retorció, haciendo agitar su barba con la fuerza de los suspiros; y el hermano
Catalano, que lo advirtió, me dijo:
—Ese que estás mirando crucificado aconsejó a los fariseos que era necesario
hacer sufrir a un hombre el martirio por el pueblo. Está atravesado y desnudo
sobre el camino, como ves; y es preciso que sienta lo que pesa cada uno de
los que pasan. Su suegro está condenado a igual suplicio en esta fosa, así
como los demás del Consejo que fué para los judíos origen de tantas
desgracias.
Entonces vi a Virgilio que contemplaba con asombro a aquel que estaba tan
vilmente crucificado en el eterno destierro. Luego se dirigió al fraile en estos
términos:
—¿Queríais decirnos si hacia la derecha hay alguna abertura por donde
podamos salir los dos, sin obligar a los ángeles negros a que nos saquen de
este abismo?
Aquel respondió:
—Más cerca de aquí de lo que esperas, se levanta una peña que parte del gran
círculo y atraviesa todas las terribles fosas; pero está cortada en ésta y no
continúa sobre ella. Podréis subir por las ruinas que existen en el declive de
su falda y cubren el fondo.
Mi Guía permaneció un momento con la cabeza inclinada, y después dijo:
—¡Cómo nos ha engañado aquel que ensarta con su garfio a los pecadores!
Y el fraile repuso:
—He oído referir en Bolonia los numerosos vicios del demonio, entre los
cuales no era el menor el de ser falso y padre de la mentira.
Entonces mi Guía se alejó precipitadamente con el rostro inmutado por la
cólera; y en consecuencia, me alejé también de aquellas almas que soportaban
tanto peso, y seguí las huellas de los pies queridos.
CANTO VIGESIMOCUARTO
UIEN podría jamás, ni aún con palabras sin medida, por más
que lo intentase muchas veces, describir toda la sangre y las
heridas que vi entonces? No existe ciertamente lengua alguna
que pueda expresar, ni entendimiento que retenga, lo que
apenas cabe en la imaginación. Si pudiera reunirse toda la
gente que derramó su sangre en la infortunada tierra de la
Pulla, cuando combatieron los romanos durante aquella prolongada guerra en
que se recogió tan gran botín de anillos, como refiere Tito Livio y no se
equivoca, con la que sufrió tan rudos golpes por contrastar a Roberto
Guiscardo, y con aquella cuyos huesos se recogen aún, tanto en Ceperano,
donde cada habitante fué un traidor, como en Tagliacozzo, donde el viejo
Allard venció sin armas, y fuera posible que todos los combatientes
mencionados enseñaran sus miembros rotos y traspasados, ni aun así tendría
una idea del aspecto horrible que presentaba la novena fosa. Una cuba que
haya perdido las duelas del fondo no se vacía tanto como un espíritu que ví
hendido desde la barba hasta la parte inferior del vientre; sus intestinos le
colgaban por las piernas: se veía el corazón en movimiento y el triste saco
donde se convierte en excremento todo cuanto se come. Mientras le estaba
contemplando atentamente, me miró, y con las manos se abrió el pecho,
diciendo:
—Mira cómo me desgarro: mira cuán estropeado está Mahoma. Allí va
delante de mí llorando, con la cabeza abierta desde el cráneo hasta la barba, y
todos los que aquí ves, vivieron; mas por haber diseminado el escándalo y el
cisma en la tierra, están hendidos del mismo modo. En pos de nosotros viene
un diablo que nos hiere cruelmente, dando tajos con su afilada espada a
cuantos alcanza entre esta multitud de pecadores, luego que hemos dado una
vuelta por esta lamentable fosa; porque nuestras heridas se cierran antes de
volvernos a encontrar con aquel demonio. Pero tú, que estás husmeando
desde lo alto del escollo, quizá para demorar tu marcha hacia el suplicio que
te haya sido impuesto por tus culpas, ¿quién eres?
—Ni la muerte le alcanzó aún, ni le traen aquí sus culpas para que sea
atormentado—contestó mi Maestro—, sino que ha venido para conocer todos
los suplicios. Yo, que estoy muerto, debo guiarle por cada uno de los círculos
del profundo Infierno, y esto es tan cierto como que te estoy hablando.
Al oír estas palabras, más de cien condenados se detuvieron en la fosa para
contemplarme, haciéndoles olvidar la sorpresa su martirio.
—Pues bien, tú que tal vez dentro de poco volverás a ver el sol, di a fray
Dolcino que, si no quiere reunirse conmigo aquí muy pronto, debe proveerse
de víveres y no dejarse rodear por la nieve; pues sin el hambre y la nieve,
difícil le será al novarés vencerle.
Mahoma me dijo estas palabras después de haber levantado un pie para
alejarse; cuando cesó de hablar, lo fijó en el suelo y partió.
Otro, que tenía la garganta atravesada, la nariz cortada hasta las cejas, y una
oreja solamente, se quedó mirándome asombrado con los demás espíritus, y
abriendo antes que ellos su boca, exteriormente rodeada de sangre por todas
partes, dijo:
—¡Oh, tú a quien no condena culpa alguna, y a quien ya vi allá arriba, en la
tierra latina, si es que no me engaña una gran semejanza!, acuérdate de Pedro
de Medicina, si logras ver de nuevo la hermosa llanura que declina desde
Vercelli a Marcabó; y haz saber a los dos mejores de Fano, a messer Guido y
Angiolello, que si la previsión no es aquí vana, serán arrojados fuera de su
bajel, y ahogados cerca de la Católica por la traición de un tirano desleal.
Desde la isla de Chipre a la de Mallorca no habrá visto jamás Neptuno una
felonía tan grande, llevada a cabo por piratas, ni por corsarios griegos. Aquel
traidor, que ve solamente con un ojo, y que gobierna el país que no quisiera
haber visto uno que está aquí conmigo, les invitará a parlamentar con él, y
después hará de modo que no necesiten conjurar con sus votos y oraciones el
viento de Focara.
Yo le dije:
—Si quieres que lleve noticias tuyas allá arriba, muéstrame y declara quién es
ése que deplora haber visto aquel país.
Entonces puso su mano sobre la mandíbula de uno de sus compañeros, y le
abrió la boca exclamando:
—Héle aquí; pero no habla.
Era aquel que, desterrado de Roma, ahogó la duda en el corazón de César,
afirmando que el que está preparado, se perjudica en aplazar la realización de
una empresa. ¡Oh! ¡Cuán acorbardado me parecía con su lengua cortada en la
garganta aquel Curión, que tan audaz fué para hablar!
Otro, que tenía las manos cortadas, levantando sus muñones al aire sombrío,
de tal modo que se inundaba la cara de sangre, gritó:
—Acuérdate también de Mosca, que dijo, ¡desventurado!: "Cosa hecha está
concluída." Palabras que fueron el origen de las discordias civiles de los
toscanos.
—¡Y de la muerte de tu raza!—exclamé yo.
Entonces él, acumulando dolor sobre dolor, se alejó como una persona triste
y demente.
Continué examinando la banda infernal, y vi cosas que no me atrevería a
referir sin otra prueba, si no fuese por la seguridad de mi conciencia; esa
buena compañera, que confiada en su pureza, fortifica tanto el corazón del
hombre: vi, en efecto, y aun me parece que lo estoy viendo, un cuerpo sin
cabeza, andando como los demás que formaban aquella triste grey: asida por
los cabellos, y pendiente a guisa de linterna, llevaba en una mano su cabeza
cortada, la cual nos miraba exclamando: "¡Ay de mí!" Servíase de sí mismo
como de una lámpara, y eran dos en uno y uno en dos: cómo puede ser esto,
sólo lo sabe Aquél que nos gobierna. Cuando llegó al pie del puente, levantó
en alto su brazo con la cabeza para acercarnos más sus palabras, que fueron
éstas:
—Mira mi tormento cruel, tú que, aunque estás vivo, vas contemplando los
muertos: ve si puede haber alguno tan grande como éste. Y para que puedas
dar noticias mías, sabe que yo soy Bertrán de Born, aquel que dió tan malos
consejos al rey joven. Yo armé al padre y al hijo uno contra otro: no hizo más
Aquitofel con sus perversas instigaciones a David y Absalón. Por haber
dividido a personas tan unidas, llevo ¡ay de mí! mi cabeza separada de su
principio, que queda encerrado en este tronco: así se observa conmigo la pena
del talión.
CANTO VIGESIMONONO
"Raphel mai amech isabi almi"[40], empezó a gritar la fiera boca, en la cual no
estarían bien otras voces más suaves; y mi Guía le dijo:
—Alma insensata, sigue entreteniéndote con la trompa, y desahógate con
ella, cuando te agite la cólera u otra pasión. Busca por tu cuello y encontrarás
la soga que la sujeta, ¡oh alma turbada!; mírala cómo ciñe tu enorme pecho.
Después me dijo:
El mismo se acusa: ese es Nemrod, por cuyo audaz pensamiento se ve
obligado el mundo a usar más de una lengua. Dejémosle estar, y no lancemos
nuestras palabras al viento; pues ni él comprende el lenguaje de los demás, ni
nadie conoce el suyo.
Continuamos, pues, nuestro viaje, siguiendo hacia la izquierda; y a un tiro de
ballesta de aquel punto encontramos otro gigante mucho más grande y fiero.
No podré decir quién fué capaz de sujetarle; pero sí que tenía ligado el brazo
izquierdo por delante y el otro por detrás con una cadena, la cual le rodeaba
del cuello abajo, dándole cinco vueltas en la parte del cuerpo que salía fuera
del pozo.
—Ese soberbio quiso ensayar su poder contra el sumo Júpiter—dijo mi Guía
—, por lo cual tiene la pena que ha merecido. Llámase Efialto, y dió muestras
de audacia cuando los gigantes causaron miedo a los Dioses: los brazos que
tanto movió entonces, no los moverá ya jamás.
Y yo le dije:
—Si fuese posible, quisiera que mis ojos tuviesen una idea de lo que es el
desmesurado Briareo.
A lo que contestó:
—Verás cerca de aquí a Anteo, que habla y anda suelto, el cual nos conducirá
al fondo del Infierno. El que tú quieres ver está atado mucho más lejos, y es
lo mismo que éste, sólo que su rostro parece más feroz.
El más impetuoso terremoto no sacudió nunca una torre con tal violencia
como se agitó repentinamente Efialto. Entonces temí la muerte más que
nunca, y a no haber visto que el gigante estaba bien atado, bastara para ello el
miedo que me poseía. Seguimos avanzando, y llegamos adonde estaba Anteo,
que, sin contar la cabeza, salía fuera del abismo lo menos cinco alas.[41]
—¡Oh tú, que en el afortunado valle donde Escipión heredó tanta gloria,
cuando Aníbal y los suyos volvieron las espaldas, recogiste mil leones por
presa, y que, si hubieras asistido a la gran guerra de tus hermanos, aún hay
quien crea que habrías asegurado la victoria a los hijos de la Tierra! Si no lo
llevas a mal, condúcenos al fondo en donde el frío endurece al Cocito. No
hagas que me dirija a Ticio ni a Tifeo: este que ves puede dar lo que aquí se
desea: por tanto, inclínate y no tuerzas la boca. Todavía puede renovar tu
fama en el mundo; pues vive, y espera gozar aún de larga vida, si la gracia no
lo llama a sí antes de tiempo.
Así le dijo el Maestro; y el gigante, apresurándose a extender aquellas manos
que tan rudamente oprimieron a Hércules, cogió a mi Guía. Cuando Virgilio
se sintió agarrar, me dijo: "Acércate para que yo te tome." Y en seguida me
abrazó de modo, que los dos juntos formábamos un solo fardo.
Como al mirar la Carisenda[42] por el lado a que está inclinada, cuando pasa
una nube por encima de ella en sentido contrario, parece próxima a
derrumbarse, tal me pareció Anteo cuando le vi inclinarse; y fué para mí tan
terrible aquel momento, que habría querido ir por otro camino. Pero él nos
condujo suavemente al fondo del abismo que devora a Lucifer y a Judas; y
sin demora cesó su inclinación, volviendo a erguirse como el mástil de un
navío.
CANTO TRIGESIMOSEGUNDO
—Yo soy fray Alberigo[43]: soy aquel, cuyo huerto ha producido tan mala
fruta, que aquí recibo un dátil por un higo.
—¡Oh!—le dije—; ¿también tú has muerto?
—No sé cómo estará mi cuerpo allá arriba—repuso—; esta Ptolomea tiene el
privilegio de que las almas caigan con frecuencia en ella antes de que
Atropos mueva los dedos; y para que de mejor grado me arranques las
congeladas lágrimas del rostro, sabe que en cuanto un alma comete alguna
traición como la que yo cometí, se apodera de su cuerpo un demonio, que
después dirige todas sus acciones, hasta que llega el término de su vida. En
cuanto al alma, cae en esta cisterna; y por eso tal vez aparezca todavía en el
mundo el cuerpo de esa sombra que está detrás de mí en este hielo. Debes
conocerle, si es que acabas de llegar al Infierno: es "ser" Branca d'Oria, el
cual hace ya muchos años que fué encerrado aquí.
—Yo creo—le dije—que me engañas; porque Branca d'Oria no ha muerto
aún, y come, y bebe, y duerme, y va vestido.
—Aun no había caído Miguel Zanche—repuso aquél—en la fosa de
Malebranche, allí donde hierve continuamente la pez, cuando Branca d'Oria
ya dejaba un diablo haciendo sus veces en su cuerpo y en el de uno de sus
parientes, que fué cómplice de su traición. Extiende ahora la mano y ábreme
los ojos.
Yo no se los abrí, y creo que fué una lealtad el ser con él desleal.
¡Ah, genoveses!, ¡hombres diversos de los demás en costumbres, y llenos de
toda iniquidad!, ¿por qué no sois desterrados del mundo? Junto con el peor
espíritu de la Romanía he encontrado uno de vosotros, que, por sus acciones,
tiene el alma sumergida en el Cocito, mientras que su cuerpo aparece aún
vivo en el mundo.
CANTO TRIGESIMOCUARTO
—Aquellas tres antorchas[56], en cuya luz arde todo el polo hacia esta parte.
Y él repuso:
—Las cuatro estrellas brillantes que viste esta mañana, han descendido por
aquel lado, y éstas han subido donde estaban aquéllas.
Mientras él hablaba, Sordello se le acercó, diciendo: "He ahí a nuestro
adversario;" y extendió el dedo para que mirásemos hacia el sitio que
indicaba. En la parte donde queda indefenso el pequeño valle, había una
serpiente, que quizá era la que dió a Eva el amargo manjar. Se adelantaba el
maligno reptil por entre la hierba y las flores, volviendo de vez en cuando la
cabeza, y lamiéndose el lomo como un animal que se alisa la piel. No puedo
decir cómo se movieron los azores celestiales, pues no me fué posible
distinguirlo; pero sí vi a entreambos en movimiento. Sintiendo que sus verdes
alas hendían el aire, huyó la serpiente, y los ángeles se volvieron a su puesto
con vuelo igual. La sombra que se acercó al juez, cuando éste la llamó, no
dejó un momento de mirarme durante todo aquel asalto.
—Que la antorcha que te conduce hacia arriba encuentre en tu voluntad tanta
cera cuanta se necesita para llegar al sumo esmalte—empezó a decir—; si
sabes alguna noticia positiva del Val di Magra o de su tierra circunvecina,
dímela, pues yo era señor en aquel país: fuí llamado Conrado Malaspina, no
el antiguo, sino descendiente suyo, y tuve para con los míos un amor que aquí
se purifica.
—¡Oh!—le contesté—; no estuve nunca en vuestro país; pero ¿a qué parte de
Europa no habrá llegado su fama? La gloria que honra vuestra casa da tal
renombre a sus señores y a la comarca entera, que tiene noticia de ella aun
aquel que no la ha visitado. Y os juro, así pueda llegar a lo alto de este monte,
que vuestra honrosa estirpe no pierde la prez que le han conquistado su bolsa
y su espada. Sus buenas costumbres y excelente carácter la colocan en tan
privilegiado puesto, que aunque el perverso jefe aparte al mundo del
verdadero camino, ella va por el recto sendero despreciando el torcido.
El replicó:
—Ve, pues; que antes de que el Sol entre siete veces en el espacio que Aries
con sus cuatro patas cubre y abarca, esa opinión cortés te será clavada en
medio de la cabeza con clavos mayores que lo pueden ser las palabras de
otro, si no se cambia el curso de lo dispuesto por la Providencia.
CANTO NONO
IENTRAS que uno tras otro íbamos por el borde del camino,
el buen Maestro decía muchas veces: "Mira, y ten cuidado,
pues ya estás advertido." Daba en mi hombro derecho el Sol,
que irradiando por todo el Occidente, cambiaba en blanco su
color azulado. Con mi sombra hacía parecer más roja la llama,
y aquí también vi muchas almas que, andando, fijaban su
atención en tal indicio. Con este motivo se pusieron a hablar de mí, y
empezaron a decir: "Parece que éste no tenga un cuerpo ficticio." Después se
cercioraron, aproximándose a mí cuanto podían, pero siempre con el cuidado
de no salir adonde no ardieran.
—¡Oh tú, que vas en pos de los otros, no por ser el más lento, sino quizá por
respeto!, respóndeme a mí, a quien abrasan la sed y el fuego. No soy yo el
único que necesita tu respuesta, pues todos éstos tienen mayor sed, que deseo
de agua fresca el Indio y el Etíope. Dinos: ¿cómo es que formas con tu
cuerpo un muro que se antepone al Sol, cual si no hubieras caído aún en las
redes de la muerte?
Así me hablaba una de aquellas sombras, y yo me habría explicado en el acto,
si no hubiese atraído mi atención otra novedad que apareció entonces. Por el
centro del camino inflamado venía una multitud de almas con el rostro vuelto
hacia las primeras, lo cual me hizo contemplarlas asombrado. Por ambas
partes vi apresurarse todas las sombras, y besarse unas a otras, sin detenerse,
y contentándose con tan breve agasajo; semejantes a las hormigas, que en
medio de sus pardas hileras, van a encontrarse cara a cara, quizá para darse
noticias de su viaje o de su botín. Una vez terminado el amistoso saludo, y
antes de dar el primer paso, cada una de ellas se ponía a gritar con todas sus
fuerzas, las recién llegadas: "Sodoma y Gomorra," y las otras: "En la vaca
entró Pasifae, para que el toro acudiera a su lujuria." Después, como grullas
que dirigiesen su vuelo, parte hacia los montes Rifeos, y parte hacia las
ardientes arenas, huyendo éstas del hielo, y aquéllas del Sol, así unas almas
se iban y otras venían, volviendo a entonar entre lágrimas sus primeros
cantos, y a decir a gritos lo que más necesitaban. Como anteriormente, se
acercaron a mí las mismas almas que me habían preguntado, atentas y prontas
a escucharme. Yo, que dos veces había visto su deseo, empecé a decir:
—¡Oh almas seguras de llegar algún día al estado de paz! Mis miembros no
han quedado allá verdes ni maduros, sino que están aquí conmigo, con su
sangre y con sus coyunturas. De este modo voy arriba, a fin de no ser ciego
nunca más: sobre nosotros existe una mujer, que alcanza para mí esta gracia
por la cual llevo por vuestra mundo mi cuerpo mortal. Pero decidme, ¡así se
logre en breve vuestro mayor deseo, y os acoja el cielo que está más lleno de
amor y por más ancho espacio se dilata! Decidme, a fin de que yo pueda
ponerlo por escrito, ¿quiénes sois, y quién es aquella turba que se va en
dirección contraria a la vuestra?
No de otra suerte se turba estupefacto el montañés, y enmudece absorto,
cuando, rudo y salvaje, entra en una ciudad, de como pareció turbarse cada
una de aquellas sombras: pero repuestas de su estupor, el cual se calma
pronto en los corazones elevados, empezó a decirme la que anteriormente me
había preguntado:
—¡Dichoso tú, que sacas de nuestra actual mansión experiencia para vivir
mejor! Las almas que no vienen con nosotros cometieron el pecado por el que
César, en medio de su triunfo, oyó que se burlaban de él y le llamaban reina.
Por esto se alejan gritando "Sodoma;" y reprendiéndose a sí mismos, como
has oído, añaden al fuego que les abrasa el que les produce su vergüenza.
Nuestro pecado fué hermafrodita; pero no habiendo observado la ley humana,
y sí seguido nuestro apetito al modo de las bestias, por eso, al separarnos de
los otros, gritamos para oprobio nuestro el nombre de aquélla, que se
bestializó en una envoltura bestial. Ya conoces nuestras acciones y el delito
que cometimos: si por nuestros nombres quieres conocer quiénes somos, ni
sabré decírtelos, ni tengo tiempo para ello. Satisfaré, sin embargo, tu deseo
diciéndote el mío: soy Guido Guinicelli, que me purifico ya por haberme
arrepentido antes de mi última hora.
Como corrieron hacia su madre los dos hijos al encontrarla bajo las tristes
iras de Licurgo, así me lancé yo, pero sin atreverme a tanto, cuando escuché
nombrarse a sí mismo a mi padre, y al mejor de todos los míos que jamás
hicieron rimas de amor dulces y floridas; y sin oír hablar, anduve pensativo
largo trecho, contemplándolo, aunque sin poder acercarme más a causa del
fuego. Cuando me harté de mirarle, me ofrecí de todo corazón a su servicio
con aquellos juramentos que hacen creer en las promesas. Me contestó:
—Dejas en mí, por lo que oigo, una huella tan profunda y clara, que el Leteo
no puede borrarla ni obscurecerla: pero si tus palabras han jurado la verdad,
dime, ¿cuál es la causa del cariño que me demuestras en tus frases y en tus
miradas?
Le contesté:
—Vuestras dulces rimas, que harán preciosos los manuscritos que las
contienen, tanto como dure el lenguaje moderno.
Parecióme ver algo más allá siete árboles de oro[90], engañado por la gran
distancia que todavía mediaba entre nosotros y ellos; mas cuando me hube
aproximado tanto, que la semejanza engañadora del sentido no perdía ya por
la distancia ninguno de sus rasgos distintivos, la facultad que prepara materia
al raciocinio me hizo conocer que eran candelabros, y que las voces cantaban
"Hosanna." Los hermosos muebles llameaban en su parte superior
despidiendo una luz mucho más clara que la Luna a media noche y a la mitad
de su mes. Me volví lleno de admiración al buen Virgilio, y él me respondió
con una mirada no menos llena de asombro. Después fijé de nuevo mi
atención en los altos candelabros, los cuales avanzaban en nuestra dirección
tan lentamente que una recién desposada los habría vencido en celeridad. La
Dama me gritó:
—¿Por qué contemplas con tanto ardor esas vívidas luces, y no reparas en lo
que viene tras de ellas?
Entonces vi venir detrás de las luces, y como guiadas por éstas, muchos
personajes[91], vestidos de un blanco tan puro como no ha brillado jamás en el
mundo. A la izquierda resplandecía el agua, y reflejaba la parte izquierda de
mi cuerpo; así es que me miraba en ella como en un espejo. Cuando desde mi
orilla llegué a un punto en que únicamente el río me separaba de aquéllos, me
detuve para mirar mejor, y vi las llamas caminando hacia adelante, dejando
tras de sí pintado el aire con rasgos semejantes a banderolas extendidas; de
modo que sobre ellas se veían claramente siete listas formadas de los colores
de que el Sol hace su arco y Delia su cinturón. Aquellas listas se extendían
por el cielo más allá de lo que alcanzaba mi vista, y según me pareció, las de
los extremos distaban entre sí diez pasos una de otra[92]. Bajo el hermoso
cielo que describo, se adelantaban de dos en dos veinticuatro ancianos
coronados de azucenas[93]. Todos cantaban: "Bendita tú eres entre las hijas de
Adán, y benditas sean eternamente tus bellezas." Después que las flores y las
frescas hierbecillas que había en la otra ribera frente a mí se vieron libres de
aquellos espíritus elegidos, así como en el cielo siguen unas a otras las
estrellas, en pos de los ancianos vinieron cuatro animales, con ellos
coronados de verdes hojas[94]. Cada uno tenía seis alas, con las plumas llenas
de ojos, como serían los de Argos si viviese[95]. Lector, no empleo mis rimas
en describir las formas de estos animales, pues me contiene tanto el gasto
futuro, que no puedo ser ahora pródigo; pero puedes leer a Ezequiel, que los
pinta tales como los vió acudir de las frías regiones, con el viento, con las
nubes y con el fuego; y del mismo modo que los encontrarás en sus libros, así
se presentaban aquí si se exceptúa que, en cuanto a las alas, Juan está
conmigo y se separa de él. El espacio que quedaba entre los cuatro lo
ocupaba un carro triunfal sobre dos ruedas, que iba tirado por un grifo. Este
extendía sus alas ante la lista de en medio y las tres de ambos lados, sin que
interceptara ninguna de ellas al hender el espacio entre las mismas
comprendido. Se elevaban tanto, que se las perdía de vista: la parte de su
cuerpo que era ave tenía los miembros de oro, y los de la otra parte eran
blancos manchados de rojo. Ni Escipión el Africano, ni aun Augusto,
hicieron jamás recrearse a Roma en la contemplación de un carro tan bello, y
aun comparado con él, sería pobre aquel carro del Sol, que desviándose de su
camino, fué abrasado, por los ruegos de la Tierra suplicante, cuando Júpiter
fué misteriosamente justo.
Tres mujeres venían danzando en redondo al lado de la rueda derecha; una de
ellas tan roja, que apenas se la hubiera distinguido dentro del fuego: la otra
era como si su carne y sus huesos fuesen de esmeralda: la tercera parecía
nieve recién caída[96]. Tan pronto iba a la cabeza la blanca, como la roja; y
según el canto de ésta, así las demás ajustaban el paso, avanzando lentas o
rápidas. Hacia la izquierda del carro venían gozosas otras cuatro vestidas de
púrpura asustando sus movimientos al de una de ellas, que tenía tres ojos en
la cabeza.[97] En pos de estos grupos de que acabo de hablar, vi dos ancianos
con diferentes vestiduras; pero iguales en su actitud, venerable y reposada.
Uno de ellos parecía ser de los discípulos de aquel gran Hipócrates, a quien
hizo la naturaleza en favor de los seres animados que le son más queridos;[98]
el otro demostraba un cuidado contrario, con una espada tan reluciente y
aguda, que a través del río me causó miedo.[99] Después vi otros cuatro de
humilde apariencia;[100] y detrás de todos venía un anciano solo y durmiendo,
pero con la faz inspirada.[101] Estos siete estaban vestidos como los
veinticuatro primeros; pero no iban coronados de azucenas, sino de rosas y de
otras flores coloradas; quien los hubiese visto desde algo lejos, habría jurado
que ardía una llama sobre sus sienes. Cuando el carro estuvo frente a mí, se
oyó un trueno; y aquellos dignos personajes, como si se les hubiera prohibido
seguir adelante, se detuvieron allí al mismo tiempo que los candelabros.
CANTO TRIGESIMO
mis elogios, debes ya tener sed de conocer la octava. Dentro de ella se recrea
en la vista del soberano Bien el alma santa que pone de manifiesto las falacias
del mundo a quien atentamente escucha sus doctrinas. El cuerpo de donde fué
separada yace en Cieldauro,[130] y desde el martirio y el destierro ha venido a
disfrutar de esta paz celestial. Ve más allá fulgurar el ardiente espíritu de
Isidoro, el de Beda y el de Ricardo,[131] que en sus contemplaciones fué más
que hombre. Esa, de quien se separa tu mirada para fijarse en mí, es la luz de
un espíritu que, considerando tranquilamente la vanidad del mundo, deseó
morir. Es la luz eterna de Sigieri,[132] que ejerciendo el profesorado en la
calle de la Paja, excitó la envidia por sus verdaderos silogismos.
En seguida, como el reloj que nos llama a la hora en que la Esposa de Dios
principia a cantar maitines a su Esposo, a fin de que la ame, y cuyas ruedas
mueven unas a otras, y apresuran a la que va delante hasta que ese oye "tin
tin" con notas tan dulces, que el espíritu felizmente dispuesto se inflama de
amor; así vi yo en la gloriosa esfera moverse y responder las voces a las
voces con una armonía tan llena de dulzura, que sólo puede conocerse allá
donde la dicha se eterniza.
CANTO UNDECIMO
modernos pastores quieren que de uno y otro lado los apoyen, ¡tan pesados
son!, y que les lleven en litera, y que vaya detrás quien les sostenga la cola.
Cubren con sus mantos sus cabalgaduras, de suerte que van dos bestias bajo
una sola piel. ¡Oh paciencia de Dios, que tanto soportas!
Al sonido de estas palabras, vi muchas llamas que bajaban girando de escalón
en escalón, y a cada vuelta se hacían más bellas. Vinieron a detenerse
alrededor de aquella luz, y prorrumpieron en un clamor tan alto, que nada en
el mundo puede asemejársele: su estruendo me ensordeció de tal modo, que
no comprendí lo que dijeron.
CANTO VEGESIMOSEGUNDO
impío culto que sedujo al mundo. Esos otros fuegos fueron todos hombres
contemplativos, abrasados en aquel ardor que hace nacer las flores y los
frutos santos. Aquí están Macario y Romualdo; aquí están mis hermanos, que
se encerraron en el claustro y conservaron un corazón perseverante.
Lo contesté:
—El afecto que demuestras hablando conmigo, y la benevolencia que veo y
observo en todas vuestras luces, me inspiran la misma confianza que inspira
el Sol a la rosa cuando se abre tanto cuanto le es posible. Por eso te ruego,
padre, que si soy digno de tal merced, me concedas la gracia de ver tu imagen
descubierta.
—Hermano—me respondió—: tu elevado deseo se realizará en la última
esfera, donde se realizan todos los otros y los míos, y donde todos son
perfectos, maduros y enteros: en aquella sola esfera, todas sus partes
permanecen inmóviles, porque no está en un sitio, ni gira entre dos polos, y
nuestra escala llega hasta ella, lo que hace que la pierdas de vista. El patriarca
Jacob la vió prolongarse hasta arriba, cuando se le apareció tan llena de
ángeles; pero ahora no retira nadie sus pies de la tierra para subirla, y mi regla
sólo sirve abajo para gastar papel. Los muros que eran una abadía se han
convertido en cavernas; y las cogullas en sacos de mala harina. La más
sórdida usura no es tan contraria a la voluntad de Dios, como lo es el fruto de
esas riquezas que tanto enloquecen el corazón de los monjes, porque todo lo
que la Iglesia guarda pertenece a aquellos que piden por Dios, y no a los
parientes o a otros más indignos. La carne de los mortales es tan flexible, que
las buenas obras no duran el tiempo que transcurre desde el nacimiento de la
encina hasta la formación de la bellota. Pedro empezó su fecunda tarea sin
oro ni plata; yo con oraciones y con ayunos; Francisco basó su orden en la
humildad: y si atiendes al principio de cada orden, y consideras después
adonde han llegado, verás lo blanco cambiado en negro. Más admiración
causó en verdad ver al Jordán retrocediendo y al mar huír cuando Dios quiso,
que la causará ver remediados estos males.
Así me dijo, y después se reunió a sus demás compañeros, que a su vez se
reconcentraron, y como un torbellino se elevaron a lo alto. La dulce Dama
con un solo ademán me impulsó a subir tras ellos por aquella escala: tanto fué
lo que su virtud venció mi grave naturaleza: y jamás aquí abajo, donde se
sube y desciende naturalmente, hubo un movimiento tan rápido que pudiera
igualar a mi vuelo. Así pueda volver, ¡oh lector!, a aquel piadoso reino
triunfante, por el que lloro con frecuencia mis pecados golpeándome el
pecho, como es cierto que vi el signo que sigue al Tauro,[171] y me encontré
en él en menos tiempo del que necesitarías para meter y sacar un dedo del
fuego. ¡Oh gloriosas estrellas!, ¡oh luz llena de gran virtud, en la que
reconozco todo mi ingenio, cualquiera que ésta sea! Con vosotras nacía, y se
ocultaba con vosotras aquel que es padre de toda vida mortal,[172] cuando
sentí por vez primera el aire toscano; y cuando más tarde se me concedió la
gracia de entrar en la alta rueda que os hace girar, me fué también permitido
pasar por la región en donde estáis. A vosotras dirige ahora devotamente mi
alma sus suspiros, para alcanzar la virtud necesaria en la difícil empresa que
la atrae.
—Estás tan cerca de la última salvación—empezó a decirme Beatriz—, que
debes tener los ojos claros y penetrantes; así pues, antes de que llegues a ella,
mira hacia abajo y contempla cuántos mundos he puesto bajo tus pies, a fin
de que tu corazón se presente tan gozoso como pueda ante la triunfante
multitud que alegre acude por esta bóveda etérea.
Recorrí con la vista todas las siete esferas, y ví a nuestro globo tan pequeño,
que me reí de su vil aspecto: así es que apruebo como mejor parecer el de
quien le tiene en poca estima; pudiendo llamarse verdaderamente probo el
que sólo piensa en el otro mundo.
Vi a la hija de Latona inflamada, sin aquella sombra que fué causa de que yo
la creyera enrarecida y densa. Allí, ¡oh Hiperión!, pudieron soportar mis ojos
la luz de tu hijo, y vi cómo se mueven próximas a él y en derredor suyo Maya
y Dione. Allí me apareció Júpiter atemperando a su padre y a su hijo;[173] allí
distinguí con claridad sus frecuentes cambios de lugar, y todos los siete
planetas me manifestaron su magnitud, su velocidad, y la distancia a que
respectivamente se encuentran colocados. Aquel pequeño punto que nos hace
tan orgullosos se me apareció por completo desde las montañas a los mares,
mientras que yo giraba con los eternos Gemelos. Después fijé mis ojos en los
hermosos ojos.
CANTO VIGESIMOTERCERO
De este modo, luego que se detuvo aquel fuego bendito,[177] dirigió su aliento
hacia mi Dama, y le habló como he dicho. Y ella contestó:
—¡Oh luz eterna del gran Barón a quien nuestro Señor dejó las llaves que
llevó abajo desde este goce maravilloso! Examina a éste como te plazca con
respecto a los puntos fáciles y difíciles de la Fe, que te hizo andar sobre el
mar. A ti no se te oculta si él ama bien, y espera bien y cree; porque tienes la
vista fija donde todo está patente; pero ya que este reino ha conseguido
ciudadanos por medio de la Fe veraz, es bueno que para glorificarla le toque a
él hablar de ella.
Así como el bachiller se prepara, y no habla hasta que el maestro propone la
cuestión que debe aprobar, pero no resolver, del mismo modo preparaba yo
todas mis razones, mientras ella hablaba, para estar pronto a contestar a tal
examinador y a tal profesión.
—Dí buen cristiano, explícate: ¿Qué es la Fe?
Al oír esto alcé la frente hacia aquella luz de donde salían tales palabras;
después me volví hacia Beatriz, y ella me hizo un rápido ademán para que
dejara brotar el agua de mi fuente interior.
La gracia divina que me permite confesarme con tan alto primipilo—
exclamé,—haga claros y expresivos mis conceptos.
Después continué:
—Mira, mira, he ahí el Barón por quien allá abajo visitan a Galicia.[179]
Cual dos palomas que, al reunirse, se demuestran su amor dando vueltas y
arrullándose, así vi yo aquellos grandes y gloriosos príncipes acogerse
mutuamente, alabando el alimento de que allá arriba se nutren. Mas, cuando
hubieron dado fin a sus gratulaciones, ambos se detuvieron silenciosos
"coram me," tan encendidos que humillaban mi rostro. Beatriz dijo entonces
riendo:
—¡Oh alma ilustre, que has escrito acerca de la liberalidad de nuestra
basílica! Haz resonar la Esperanza en esta altura. Tú sabes que la has
simbolizado tantas veces cuantas Jesucristo se os manifestó a los tres en todo
su esplendor.
—Levanta la cabeza, y tranquilízate; porque es preciso que lo que llega aquí
arriba desde el mundo mortal se madure a nuestros rayos.
Tan consoladoras palabras me fueron dirigidas por el segundo resplandor:
entonces elevé los ojos hacia aquellos montes que antes los habían inclinado
con su excesivo peso.
—Ya que nuestro Emperador te dispensa la merced de que te encuentres,
antes de tu muerte, en la estancia más secreta de su palacio con sus condes, a
fin de que habiendo visto la verdad de esta corte, os anime por eso a ti y a los
otros la Esperanza que tanto enamora allá abajo, dime en qué consiste ésta;
dime cómo florece en tu mente, y de dónde te proviene.
Así habló el segundo resplandor. Y aquella piadosa Dama que guió las
plumas de mis alas hacia tan elevado vuelo, respondió antes que yo de esta
suerte:
—La Iglesia militante no tiene entre sus hijos otro más provisto de esperanza,
como está escrito en el Sol que irradia sobre nuestra multitud: por eso se le ha
concedido que desde Egipto venga a ver a Jerusalén, antes de terminar sus
combates. Los otros dos puntos sobre que han versado tus preguntas, no por
deseo de saber, sino para que él refiera lo grata que te es esta virtud, los dejo
a su cargo; que no le serán de difícil resolución, ni le servirán de jactancia:
responda, pues, y que la gracia de Dios se lo conceda.
Cual discípulo que responde a su maestro con gusto y prontitud en aquello en
que es experto, a fin de revelar su mérito, así respondí yo:
—La Esperanza es una expectación cierta de la vida futura, producida por la
gracia divina y los méritos anteriores. Muchas son las estrellas que me
comunican esta luz; pero quien primero la derramó en mi corazón fué el
supremo cantor[180] del Supremo Señor, "Que esperen en ti los que conocen
tu nombre," dice en sus sublimes cánticos; y ¿quién no lo conoce teniendo mi
fe? Tú me has inundado después con su oleada en tu Epístola; de modo que
ya estoy lleno, y derramo sobre otros vuestra lluvia.
Mientras yo hablaba, en el seno de aquel incendio fulguraba una llama rápida
y frecuente como un relámpago. Después me dijo:
—El amor en que me abraso todavía por la virtud que me siguió hasta la
palma y hasta mi salida del campo, quiero que te hable, a ti que con ella te
deleitas; siéndome por lo mismo grato que me digas lo que la Esperanza te
promete.
Yo le contesté:
—Las nuevas y las antiguas Escrituras prefijan el término a que deben aspirar
las almas a quienes Dios ha concedido su amistad, y ese término lo veo ahora
tal cual es. Isaías dice que cada una de ellas vestirá en su patria un doble
ropaje, y su patria es esta dulce vida. Y tu hermano[181] nos manifiesta más
claramente esta revelación, allí donde trata de las blancas vestiduras.
Inmediatamente después de pronunciadas estas palabras, se oyó
primeramente sobre nosotros: "Sperent in te;" a lo cual respondieron todos
los círculos de almas. Luego resplandeció entre ellas una luz tan viva, que si
Cáncer tuviera semejante claridad, el invierno tendría un mes de un solo día.
Y como la doncella placentera, que se levanta, y va y toma parte en la danza,
sólo por festejar a la recién venida, y no por vanidad u otra flaqueza, así vi al
esclarecido esplendor acercarse a los otros dos, que seguían dando vueltas
cual era necesario a su ardiente amor. Púsose a cantar con ellos las mismas
palabras con la misma melodía; y mi Dama fijó en él sus miradas como
esposa inmóvil y silenciosa.
—Ese es aquél que descansó sobre el pecho de nuestro Pelícano; es el que fué
elegido desde la cruz para el gran cargo.
Así dijo mi Dama; y sus miradas no dejaron de estar más atentas después que
antes de pronunciar estas palabras. Como a quien fija los ojos en el Sol
esperando verlo eclipsarse un poco, que a fuerza de mirar, concluye por no
ver, así me sucedió con aquel último fuego, hasta que me fué dicho:
—¿Por qué te deslumbras para ver una cosa que aquí no existe? Mi cuerpo es
tierra en la Tierra, y allí permanecerá con los otros cuerpos hasta tanto que
nuestro número se iguale con el eterno propósito. Las dos luces que se
elevaron antes son las únicas que existen en este bienaventurado claustro con
sus dos vestiduras; y así lo debes repetir en tu mundo.
Dichas estas palabras, cesó el girar del círculo inflamado juntamente con el
dulce concierto que formaba la armonía del triple canto; así como, para
descansar o huír de un peligro, se detienen al sonido de un silbo los remos
que venían azotando el agua.
¡Ah! ¡Cuánta fué la turbación de mi mente cuando me volví para ver a
Beatriz, y no pude lograrlo, a pesar de encontrarme cerca de ella y en el
dichoso mundo!
CANTO VIGESIMOSEXTO
poco tiempo le tolerará Dios en su santo cargo; porque será arrojado donde
está Simón Mago por sus merecimientos, y hará que el de Alagna[204] se
hunda más.
CANTO TRIGESIMOPRIMERO
Cristo confió las llaves de esta encantadora flor:[217] a su lado se sienta aquel
que vió, antes de morir, todos los tiempos calamitosos que debía atravesar la
bella esposa que fué conquistada con la lanza y los clavos;[218] y próximo al
otro, aquel Jefe bajo cuyas órdenes vivió de maná la nación ingrata, voluble y
obstinada.[219] Mira sentada a Ana frente a Pedro, contemplando a su hija con
tal arrobamiento, que ni aun al cantar "Hosanna" separa de ella los ojos: y
frente al mayor Padre de familia se sienta Lucía, que envió a tu Dama en tu
socorro, cuando cerraste los párpados al borde del abismo. Mas, puesto que
huye el tiempo que te adormece, haremos punto aquí, como un buen sastre,
que según el paño con que cuenta, así hace el traje y elevaremos los ojos
hacia el primer Amor, de modo que, mirándole, penetres en su fulgor cuanto
te sea posible. Sin embargo, a fin de que al mover tus alas no retrocedas
acaso creyendo adelantar, es preciso pedir con ruegos la gracia que necesitas,
e impetrarla de aquella que puede ayudarte: sígueme, pues, con el afecto, de
modo que tu corazón acompañe a mis palabras.
Y comenzó a decir esta santa oración:
CANTO TRIGESIMOTERCIO
Pág.
"La Commedia" 5
INFIERNO
Canto Primero 25
Canto Segundo 29
Canto Tercero 33
Canto Cuarto 39
Canto Quinto 45
Canto Sexto 51
Canto Séptimo 55
Canto Octavo 59
Canto Nono 63
Canto Décimo 67
Canto Undécimo 78
Canto Duodécimo 77
Canto Décimotercio 83
Canto Décimocuarto 89
Canto Décimoquinto 95
Canto Décimosexto 99
Canto Décimoséptimo 105
Canto Décimoctavo 109
Canto Décimonono 113
Canto Vigésimo 119
Canto Vigésimoprimero 123
Canto Vigésimosegundo 129
Canto Vigésimotercio 135
Canto Vigésimocuarto 141
Canto Vigésimoquinto 147
Canto Vigésimosexto 153
Canto Vigésimoséptimo 157
Canto Vigésimoctavo 161
Canto Vigésimonono 165
Canto Trigésimo 171
Canto Trigésimoprimero 177
Canto Trigésimosegundo 183
Canto Trigésimotercio 189
Canto Trigésimocuarto 195
PURGATORIO
Canto Primero 203
Canto Segundo 207
Canto Tercero 211
Canto Cuarto 217
Canto Quinto 223
Canto Sexto 229
Canto Séptimo 235
Canto Octavo 241
Canto Nono 247
Canto Décimo 251
Canto Undécimo 255
Canto Duodécimo 261
Canto Décimotercio 265
Canto Décimocuarto 271
Canto Décimoquinto 277
Canto Décimosexto 283
Canto Décimoséptimo 289
Canto Décimoctavo 293
Canto Décimonono 299
Canto Vigésimo 305
Canto Vigésimoprimero 311
Canto Vigésimosegundo 315
Canto Vigésimotercio 321
Canto Vigésimocuarto 325
Canto Vigésimoquinto 331
Canto Vigésimosexto 337
Canto Vigésimoséptimo 343
Canto Vigésimoctavo 347
Canto Vigésimonono 351
Canto Trigésimo 357
Canto Trigésimoprimero 361
Canto Trigésimosegundo 367
Canto Trigésimotercio 373
PARAISO
Canto Primero 381
Canto Segundo 385
Canto Tercero 391
Canto Cuarto 395
Canto Quinto 399
Canto Sexto 403
Canto Séptimo 409
Canto Octavo 413
Canto Nono 419
Canto Décimo 425
Canto Undécimo 431
Canto Duodécimo 435
Canto Décimotercio 441
Canto Décimocuarto 447
Canto Décimoquinto 451
Canto Décimosexto 457
Canto Décimoséptimo 463
Canto Décimoctavo 467
Canto Décimonono 471
Canto Vigésimo 477
Canto Vigésimoprimero 483
Canto Vigésimosegundo 489
Canto Vigésimotercio 495
Canto Vigésimocuarto 499
Canto Vigésimoquinto 505
Canto Vigésimosexto 511
Canto Vigésimoséptimo 517
Canto Vigésimoctavo 523
Canto Vigésimonono 529
Canto Trigésimo 535
Canto Trigésimoprimero 541
Canto Trigésimosegundo 547
Canto Trigésimotercio 553
SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN LOS TALLERES
GRÁFICOS, BAJO LA DIRECCIÓN DEL
DEPARTAMENTO EDITORIAL DE LA
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN
PÚBLICA, EL 18 DE NOVIEMBRE,
EN EL AÑO DEL SEXTO
CENTENARIO DE LA
MUERTE DEL
POETA.