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Cómo Puedo Ayudar A Mis Hijos

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¿Cómo puedo

ayudar a
mis hijos?

1
Los Grupos de Familia Al‑Anon son una her‑
mandad de parientes y amigos de alcohólicos que
comparten sus experiencias, fortaleza y esperanza,
con el fin de encontrarle solución a su problema
común. Creemos que el alcoholismo es una enfer‑
medad de la familia, y que un cambio de actitud
puede ayudar a la recuperación.
Al‑Anon no está aliado con ninguna secta ni
religión, entidad política, organización ni institu‑
ción; no toma parte en controversias; no apoya ni
combate ninguna causa. No existe cuota alguna
para hacerse miembro. Al‑Anon se mantiene a sí
mismo por medio de las contribuciones voluntarias
de sus miembros.
En Al‑Anon perseguimos un único propósito:
ayudar a los familiares de los alcohólicos. Hacemos
esto practicando los Doce Pasos, dando la bienveni‑
da y ofreciendo consuelo a los familiares de los alco‑
hólicos y comprendiendo y animando al alcohólico.
Preámbulo Sugerido de Al‑Anon para los Doce Pasos

Oración de la Serenidad
Reflexionar sobre cada pensamiento en la
Oración de la Serenidad puede ayudar a poner las
situaciones en una perspectiva más clara.
Dios, concédeme la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
valor para cambiar aquéllas que puedo
y sabiduría para reconocer la diferencia.

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¿Cómo puedo ayudar a mis
hijos?
Es difícil imaginarse una situación más descon‑
certante en la vida que la que tienen que afrontar
los padres cuyos cónyuges o parejas son bebedores
compulsivos.
Quienes somos padres muchas veces nos hemos
sentido impulsados a asumir más de las responsa‑
bilidades que nos corresponden para así poder para
cubrir las del padre que bebe. Muchas veces senti‑
mos que era nuestra decisión hacerlo todo —con‑
seguir de alguna forma mantener el hogar unido y
afrontar la responsabilidad cotidiana del cuidado de
nuestros hijos—. No era fácil. Una sucesión de crisis
que no supimos cómo afrontar nos mantuvo en un
estado constante de confusión, temor y amargura.
A menudo sin darnos cuenta les transmitimos esos
sentimientos a nuestros hijos, a pesar de lo mucho
que tratáramos de ocultarlos.
De lo primero que tenemos que darnos cuenta
—y aceptar— como padres es que la situación no es
tan desesperanzada como parece. Lo que decimos y
hacemos puede tener un efecto tanto en la persona
alcohólica como en nuestros hijos. Podemos descu‑
brir, al aceptar la ayuda que ofrece Al‑Anon, cómo
hacer más feliz nuestra vida familiar.

Identificación del problema


Ya sea que estemos listos para admitirlo o no, y
ya sea que veamos o no alguna evidencia de eso,
los hijos de los alcohólicos son afectados enorme‑
mente por la enfermedad familiar del alcoholismo.
Sin embargo, podemos hacer mucho para ayudar a
reducir los efectos nocivos del alcoholismo en ellos y
crear un clima en nuestros hogares que conduzca a
su salud emocional y su felicidad.
Los niños a menudo tienen compasión y acepta‑
ción hacia el alcohólico. Si queremos que nuestros
hijos crezcan bien equilibrados, es importante que
nos enfoquemos en lo que tenemos la facultad de
cambiar. No podemos controlar lo que el alcohólico
dice y hace, pero podemos cambiar nuestra propia
actitud y comportamiento. Podemos neutralizar el

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efecto que nuestras actitudes negativas pudieran
haber tenido en nuestra familia haciendo todos los
esfuerzos posibles por mejorar nosotros mismos. Un
cambio para mejorar de nuestra parte puede ser una
fuerza permanente que ayudará a toda la familia.

Intento de controlar al
alcohólico
Hasta que llegamos a Al‑Anon y logramos con‑
vencernos de nuestra incapacidad ante el alcoholis‑
mo, muchos de nosotros empleamos mucho tiempo
y energía tratando de controlar el comportamiento
del alcohólico. Quizás hasta hayamos involucrado a
nuestros hijos en esa lucha. Quizás hayamos insistido
en que sean modelos de buena conducta cuando el
alcohólico estaba presente, haciéndoles creer que lo
que hacían podría haber provocado una borrachera.
Algunos animamos a nuestros hijos a que nos
ayudaran a encontrar las botellas y a tirarlas. Quizá
enviamos a los niños junto con el alcohólico cuando
éste salía de casa, esperando que esto desanimara la
bebida mientras estaba fuera de casa. Quizá hicimos
que nuestros hijos se incomodaran con nuestros
propios temores y luego le echamos la culpa al alco‑
hólico, esperando que ver a los niños incómodos
provocaría un cambio en la conducta del alcohólico.
Algunos enviamos a los hijos a buscar al alcohó‑
lico en los bares, otros los dejamos en casa como
guardianes para que vigilaran al alcohólico cuando
salíamos de la casa. En nuestra desesperación, quizá
hasta hayamos permitido que nuestros hijos se
subieran al automóvil cuando la persona alcohólica
estaba bebiendo.
Al‑Anon nos enseña que no tenemos control
sobre el alcoholismo. Quizá podamos impedir que
los alcohólicos se beban una copa o que, por una
vez, no se emborrachen, pero finalmente se embo‑
rracharán de todas formas. Ninguna de nuestras
intromisiones hace nada por detener ni disminuir
la enfermedad.
Utilizar la ayuda de nuestros hijos en nuestros
esfuerzos inútiles por controlar a la persona alco‑
hólica los hace sentirse frustrados y aumenta su
sentido de culpabilidad.
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No hagamos que los hijos se sientan responsables
de la conducta de sus padres.

Explicación de la enfermedad
Quizá no queramos pensar que nuestros hijos
saben lo que pasa, pero muchas veces ellos sí saben
que algo anda terriblemente mal. Los niños tienen
una capacidad asombrosa para afrontar la verdad.
Encubrir la enfermedad con misterios y mentiras es
mucho más aterrador que decir la verdad sobre la
enfermedad del alcoholismo.
Al explicar la enfermedad a los hijos pequeños, es
bueno compararla con una enfermedad crónica que
ellos conozcan. Podemos indicar que el alcohólico
está enfermo, que no es su intención decir las cosas
que dice cuando bebe. Debemos tener cuidado de
explicarles a nuestros hijos que de ninguna forma
son responsables de la bebida y recordarles que se
les quiere.

Reparación del mal


ocasionado
La mayoría estábamos tan preocupados con el
alcohólico antes de venir a Al‑Anon que no podía‑
mos concentrarnos en los demás aspectos de nuestra
vida. Quizá nos hayamos ocupado de las necesi‑
dades físicas de nuestros hijos pero los hayamos
desatendido emocionalmente. ¿Cuántos no hemos
acostado a nuestros hijos temprano para poder pre‑
ocuparnos libremente? ¿Cuántos no hemos dejado a
nuestros hijos haciendo lo que se les antoje mientras
tratamos de inventar soluciones para el problema de
la bebida? ¿Cuántos no hemos descargado nuestros
resentimientos en nuestros hijos, llegando hasta el
maltrato físico, para luego tratar de disculparnos
porque nos sentimos culpables?
A medida que nos fijamos en nuestras propias
acciones, muchos pusimos a nuestros hijos de
primero en la lista de los que hemos perjudicado
y a quienes debemos reparar el mal que les ocasio‑
namos. Los hijos copian lo que hacemos más que
lo que decimos. Ellos reaccionan según el clima
emocional del hogar. Si les ofrecemos un ambiente

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estable, se sentirán más seguros. Si respondemos
con calma, ellos se darán cuenta de nuestra forta‑
leza y no estarán tan atemorizados. Si mostramos
compasión por el alcohólico, nuestros hijos no se
verán obligados a tomar partido. Si nos negamos
a tolerar un comportamiento inaceptable, nuestros
hijos adquirirán conciencia en cuanto a los límites
apropiados.
Los niños que se crían en un hogar alcohólico
suelen hallarse en un estado de confusión, muy a
menudo como resultado de las contradicciones de
sus padres. No saber qué esperar de sus padres en
un momento dado hace que un niño se sienta inse‑
guro. Los niños necesitan y desean tener límites en
su conducta. Cuando los padres establecen límites
y los hacen respetar estrictamente un día, luego los
pasan por alto completamente al día siguiente, los
niños empiezan a desorientarse y quizá comiencen
con un comportamiento más inaceptable hasta que
se impongan límites de nuevo. Reparar el mal oca‑
sionado a nuestros hijos puede significar aplicar una
disciplina firme para proporcionarles un sentido de
seguridad.

La comunicación con nuestros


hijos
Si hemos desatendido a nuestros hijos porque
estábamos demasiado preocupados con el alcohóli‑
co, podemos ayudar a reparar el daño estableciendo
una comunicación recíproca con ellos. Esto signi‑
fica escucharlos sin tratar de corregirlos siempre.
Significa animarlos a que hablen con franqueza de
sus sentimientos, sin temor a nuestras críticas. Todos
tenemos sentimientos. Todos nos enojamos y nos
resentimos. A veces hasta odiamos. Los sentimientos
no son ni correctos ni equivocados. Son reacciones
involuntarias. La forma en que respondemos ante
ellos es lo que es importante. Si nos negamos a acep‑
tarlos, o aun a reconocerlos, pueden hacernos daño.
Parte del crecimiento es aprender a afrontar nuestros
sentimientos, de forma que éstos no nos destruyan.
Antes de censurar a nuestros hijos por tener senti‑
mientos, es mejor hacerles saber que comprendemos

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como se sienten y ayudarles a hallar un desahogo
saludable. A veces simplemente dejarlos hablar del
asunto es suficiente. A veces hay que ayudarlos a
encontrar formas de expresarse no destructivas.
Esperando lo peor de nuestros hijos, muchos saca‑
mos conclusiones precipitadamente. Quizá come‑
temos la falta de no darles una oportunidad de
explicarse antes de castigarlos. Esto hace que los hijos
crean que se les trata injustamente y deteriora la idea
que tienen de sí mismos como personas útiles y fia‑
bles. Los niños tienden a vivir de acuerdo a nuestras
expectativas. Si esperamos lo peor de ellos, nos com‑
placerán. Las críticas constantes pueden provocar
que estén menos dispuestos a lograr el éxito.

Análisis de nuestra actitud


Los niños son grandes imitadores. Si nos parece
que tienen algo que no nos gusta, observémonos a
nosotros mismos para ver si lo que desaprobamos
con respecto a ellos no proviene de nosotros. Una
actitud de sufrimiento prolongado, un tempe‑
ramento dominante, un planteamiento crítico o
sarcástico, una costumbre de disputar, todo ese
comportamiento descortés puede transmitirse a
nuestros hijos sin que nosotros ni siquiera nos
demos cuenta de ello.
La mejor manera de ayudar a nuestros hijos es
corrigiendo nuestros propios defectos, con lo cual
damos un buen ejemplo. Podemos tratarlos con
respeto porque son importantes y merecedores
de nuestra cortesía y consideración. Aunque sean
niños, ellos también tienen derecho a su dignidad.

Práctica del programa en el


hogar
Piensen en cómo éramos nosotros como recién
llegados a Al‑Anon. Muchas veces vinimos habien‑
do sido golpeados, criticados y menospreciados.
Sabemos lo que ese tipo de tratamiento le causó a
nuestros sentimientos de autoestima. No es extraño
que estuviéramos confundidos, inseguros de noso‑
tros mismos, incapaces de tomar una decisión —y
quizá hasta hostiles y agresivos—.

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Una vez en Al‑Anon, prosperamos en el ambiente
de afecto y estímulo que encontramos allí. Nuestros
más pequeños esfuerzos para mejorar fueron reco‑
nocidos y elogiados. Nuestros errores nunca fueron
censurados. Nos sentimos tranquilos al saber que
todos los que están aquí han sido igual de reacios
en cuanto a soltar las riendas de las formas de pen‑
sar del pasado. Antes de que nos diéramos cuenta,
empezamos a sentir agrado hacia nosotros mismos.
Aumentamos nuestra autoestima y encontramos
el valor de intentar cosas que una vez creímos que
estaban fuera de nuestro alcance.
¿Por qué no utilizar este mismo enfoque con
nuestros hijos?

Los niños son susceptibles


Es fácil comprender que se les hace mucho daño
a los niños que presencian escenas y discusiones
violentas. Cuando las personas de quienes el niño
depende se comportan como si se odiasen mutua‑
mente, puede ser una experiencia destructora. Una
vez que asistimos a Al‑Anon, la mayoría aprendemos
a no discutir con el alcohólico, y muchos de los des‑
agradables enfrentamientos a gritos se convierten en
algo del pasado.
Los niños a menudo se identifican con ambos
padres. Los sentimientos que tienen con respecto
a sus padres afectan la forma en que se sienten con
respecto a ellos mismos. Si a los niños se les permite
oír las conversaciones en las que se censura a cual‑
quiera de los padres, eso les crea conflictos que no
son fáciles de resolver. Compartir por teléfono es
importante, pero no debería hacerse a expensas de
nuestros hijos. Si necesitamos hablar de problemas
que tengamos, es mejor hacerlo cuando nuestros
hijos no estén cerca.
A veces, debido a la desesperada necesidad de
alguien con quien hablar, nos sentimos tentados a
utilizar a nuestros hijos como nuestros confidentes.
Cuando descargamos nuestras penas y frustraciones
en ellos, eso puede crear un terrible conflicto, pues
se les hace creer que deben tomar partido. Quizá ter‑
minen por resentirse o por perdernos el respeto. Si,
con el deseo de ayudar, hacen una sugerencia sobre
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algo que cuando se lleva a cabo sale mal, resultan
más agobiados por el sentimiento de culpabilidad.
Los niños son susceptibles. Lo que ven y oyen
llega a formar parte de ellos. Es más fácil prevenir
las cicatrices que borrarlas.

Protección de nuestros hijos


Según las estadísticas, la violencia y el maltrato
infantil muchas veces ocurren en las familias de
alcohólicos. Es importante reconocer la posibilidad
muy real de que eso puede suceder en cualquier
familia afectada por el alcoholismo. Todos merece‑
mos estar protegidos —incluidos nuestros hijos—.
Aquellos que enfrentamos situaciones de vio‑
lencia a lo mejor tengamos que tomar decisiones
inmediatas para garantizar la seguridad tanto nues‑
tra como de nuestros hijos. El contar con un plan
de emergencia es primordial —ya sea pedirle a un
vecino o a un amigo que cuide la casa, llamar a la
policía para que brinde protección o dejar dinero y
un par adicional de llaves del auto donde se puedan
recoger en el momento que sea necesario.
Los niños pueden darse cuenta de cuando la
situación está fuera de control. Ellos se sienten más
tranquilos cuando se hacen esfuerzos para restaurar
el orden. Quizá no deseemos recurrir a la justicia,
pero a veces es el único recurso. Eso no es culpar
ni castigar al alcohólico; es protegernos nosotros y
proteger a nuestros hijos.
Cualquiera que ya haya sido maltratado o ame‑
nazado de maltrato puede sentirse aterrorizado de
desafiar al alcohólico. Sin embargo, esta es una
situación crucial que exige recurrir a las últimas
reservas de valor para protegernos nosotros y prote‑
ger a nuestros hijos.
Es igualmente valeroso buscar ayuda si nosotros,
que somos el padre no alcohólico, en medio de la
tensión y la frustración de la situación familiar,
hemos actuado de manera violenta con los niños.
No importa cuáles sean las circunstancias, todos
merecemos estar protegidos. Nadie tiene por qué
aceptar la violencia.

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Examen de nuestros motivos
A veces es necesario que nos convirtamos en una
especie de parachoques entre el alcohólico y nues‑
tros hijos. Debemos protegerlos del daño físico e
interponernos cuando veamos que están en peligro
o tienen dificultad en enfrentar sus emociones. Sin
embargo, debemos examinar nuestros motivos para
asegurarnos de que no estamos interfiriendo en su
relación con el alcohólico cuando no es necesario
hacerlo. No debemos utilizar nuestro deseo de
proteger a nuestros hijos como una excusa para
apartarlos del alcohólico.
No importa cuáles sean las circunstancias, todos
nos merecemos sentirnos seguros. Nadie tiene que
acepta la violencia.

Toma de decisiones
En Al‑Anon aprendemos a desprendernos emo‑
cionalmente del alcohólico con amor. Con el tiem‑
po adquirimos la capacidad de tomar decisiones
sin preocuparnos del efecto de éstas en la bebida
del alcohólico. Al poner primero las cosas más
importantes, evaluamos muchas cosas de acuerdo
con nuestro bienestar y el de nuestros hijos. Pero
debemos tener la precaución de no usar a nuestros
hijos como excusa. Recurramos o no a la justicia,
nos separemos o no, esas decisiones deben tomarse
con cuidado. Raramente tenemos que escoger entre
dos extremos —uno “bueno” y uno “malo”—. La
mayor parte del tiempo tenemos que elegir entre dos
diferentes tonalidades del gris. Podemos suponer sin
lugar a dudas que si algo es positivo para nosotros,
también tendrá un efecto positivo en nuestros hijos.

Ruptura del círculo vicioso


El alcoholismo es verdaderamente un contagio
familiar. Todos los miembros de la familia resultan
afectados emocionalmente y, a veces, físicamente.
Los hijos aprenden a defenderse en la vida obser‑
vando a sus padres. Nuestra actitud hacia nuestra
pareja, nuestra vida y nuestros hijos se transmite sin
que ni siquiera nos demos cuenta.
Los hijos de los alcohólicos muchas veces se

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casan con personas alcohólicas o ellos mismos se
convierten en alcohólicos y aunque ese no fuera el
caso, la niñez en un hogar alcohólico constituye
una mala preparación para llegar a ser una persona
adulta feliz y bien adaptada.
Si queremos terminar con el círculo vicioso de
la infelicidad, debemos aprender nuevas formas de
vivir y nuevas formas de relacionarnos unos con
otros. Con la ayuda de Al‑Anon y de Alateen para
nuestros hijos, podemos tener la esperanza de poner‑
le fin saludablemente a la larga serie de efectos del
alcoholismo a medida que se transmiten de genera‑
ción en generación.

Animándolos a que vayan a


Alateen
Hemos sugerido muchas formas de las que los
padres pueden ayudar a su familia a adaptarse a las
dificultades que surgen en un hogar agitado por
el alcoholismo. Al‑Anon puede ofrecerles mucho
apoyo y consuelo a los padres. La misma ayuda está
a disposición de los miembros más jóvenes de la
familia mediante Alateen. Alateen, con más de mil
ochocientos grupos en todo el mundo, prepara a esos
jóvenes para una vida más fructífera y serena. Les
da la capacidad de afrontar el alcoholismo a medida
que enfrentan las dificultades del crecimiento.
La siguiente declaración de un ex miembro de
Alateen que actualmente asiste a Al‑Anon, da una
idea clara de lo que puede hacer este programa por
los hijos que crecen en un hogar alcohólico.
Mi viaje
Cuando me fui de casa por vez primera, sólo lo
hice físicamente. Vivía a ciento sesenta kilómetros
de casa, pero mi pensamiento estaba todavía en ella.
Solía inquietarme cuando continuaba pensando en
lo que hacía mi madre —“¿Habrá bebido hoy?”, me
preguntaba—, o en lo que mi familia pensaría si yo
hiciera esto o aquello. Todo esto me hacia seguir
dependiendo de la alcohólica y de toda la familia,
en lo que respecta al apoyo emocional. No tenía
buenos amigos y nunca me sentí a gusto donde
vivía. Cuando regresé a mi ciudad natal durante las

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vacaciones semestrales, tuve de nuevo la antigua
sensación de bienestar y me sentí a gusto en el
ambiente de mi familia.
Había decidido que ya no necesitaba continuar
con Alateen —podía resolver las cosas yo mismo—,
pero después de meterme en una serie de conflictos
con mi familia, la inquietud llegó a ser demasiada
para mí, y me di cuenta de que tenía que regresar
a Alateen.
Con mi regreso surgió un entusiasmo nuevo y
emocionante, el cual me hizo esforzarme de verdad
por obtener cierta clase de independencia. Estaba
más calmado, y estoy seguro de que toda mi fami‑
lia se sentía más a gusto. Me fue posible “soltar las
riendas y entregárselas a Dios” cuando mi madre
tuvo su primera recaída estando en el programa
de A.A. Empecé a darme cuenta de lo mucho que
había aprendido cuando no me aterroricé después
de su recaída.
El otoño anterior pasé de Alateen a Al‑Anon.
Varias personas de A.A. me preguntaron por qué
necesitaba ir a Al‑Anon; ¿acaso no había obtenido
una base bastante firme mediante Alateen? Mi sim‑
ple respuesta fue que al volver hace algún tiempo
había descubierto que Alateen y Al‑Anon eran pro‑
gramas de recuperación para sus miembros, como
A.A. era para sus miembros. Así como la sobriedad
es algo continuo, lo mismo es nuestra búsqueda de
la serenidad. Me di cuenta de que aunque el hecho
de que tenía una madre alcohólica era la razón por
la que asistía a Alateen, mi propia vida ingoberna‑
ble era el motivo por el que continuaba asistiendo
a Al‑Anon.
Todavía me siento preocupado por mis padres
—por los dos—, pero es una preocupación miti‑
gada por el desprendimiento emocional y el amor.
Es el tipo de preocupación que me ha permitido
crecer espiritualmente y equilibrar mi relación con
mis padres. También he entablado una cantidad de
relaciones llenas de cariño y afecto con las personas
que significan tanto para mí: mis amigos en la
hermandad.

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Lista de comprobación para
los padres
• ¿Considero a mis hijos como personas que tienen
derecho a mi respeto?
• ¿Hago que se crean estúpidos, deficientes o malos?
• ¿Los humillo delante de los demás? ¿O los corrijo
en privado, permitiéndoles que conserven su dig‑
nidad?
• ¿Soy cortés con mi hijo?
• ¿Grito habitualmente? ¿Hago amenazas? ¿Soy
necio?
• ¿Cómo reprendo a mis hijos? ¿Me enfrento a su
carácter? ¿Los insulto? ¿Pierdo el control de mí
mismo? ¿Les pego? ¿Hago observaciones sarcásti‑
cas? ¿Los ridiculizo?
• ¿Saco conclusiones precipitadamente, esperando
lo peor? ¿O les doy la oportunidad de que cuenten
su versión?
• ¿Convierto en un gran problema las cosas peque‑
ñas?
• ¿Tengo la misma reacción con respecto a los pro‑
blemas grandes que con los pequeños?
• ¿Les hago saber a mis hijos que son importantes?
¿Cómo trato las cosas que hacen?
• ¿Me disculpo cuando me equivoco?
• ¿Pongo límites en el comportamiento y los hago
respetar?
• ¿Les muestro afecto a mis hijos y les digo que los
quiero?

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Reflexiones Personales
La autocompasión era una forma de vida
Siempre he tenido tendencia a sentir pena de mí
misma. Lamento haberles transmitido esta actitud a
mis hijos. Al‑Anon me ha ayudado a darme cuenta
de lo nocivo que es eso para ellos. Les priva del valor
de afrontar la realidad. Les permite culpar al alcohó‑
lico de todos sus problemas. Les ha deformado por
completo el concepto que tienen de lo que debe ser
la vida en la adultez.
Ahora me doy cuenta de que no es bueno echar‑
le la culpa de todo lo malo que nos sucede a la
mala suerte, ni decir: “Pobre de mí, pobre de mí”.
Al‑Anon me ha devuelto la fe en mi Poder Superior
y me ha enseñado a tener en cuenta mis bendiciones.
Ahora, en lugar de lamentarme de mi suerte en la
vida, estoy tratando de cambiar lo que puedo, y eso
les ha dado a mis hijos valor para hacer lo mismo.
Mis hijos eran el reflejo de mí misma
Mi hijo, que tenía nueve años, y mi hija, que tenía
siete, se habían vuelto cada vez más impertinentes y
destructivos, y ambos eran de un temperamento vio‑
lento. Pensé que no había ninguna forma de poder
corregirles. Culpaba a la escuela, a sus amigos, a la
violencia y a las malas palabras de su padre cuando
bebía.
Un día me llamaron de la escuela porque acusaron
a mi hijo de vandalismo. Lloré y le hablé al director
de nuestra situación en el hogar. Él me dijo: “Sus hijos
tienen dos padres. Si uno ejerce una mala influencia
sobre ellos, quizá haya algo que usted pueda hacer”.
Luego me sugirió que probara con Al‑Anon.
Una vez en el programa, empecé a ser sincera
conmigo misma. Tuve que admitir que mis hijos
estaban simplemente copiando el ejemplo que yo
les había dado. Sí, les permitía presenciar escenas
desagradables, en las que sus padres gritaban y se
insultaban y se acusaban mutuamente. Ellos sabían
que podían obtener lo que quisieran de mí si elegían
el momento oportuno para pedírmelo —gene‑
ralmente cuando me sentía culpable por haberlos
tratado mal—. Mi forma de corregirlos consistía en
gritos, amenazas sin sentido o acusaciones verbales

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sobre su forma de ser. Me oían decir mentiras para
encubrir la conducta de mi marido. Me oían rega‑
ñarlo delante de parientes y amigos. Y si alguna vez
se atrevían a decir algo despreciativo con respecto a
su padre, los castigaba.
Poco a poco, he podido cambiar mi comporta‑
miento y darles un mejor ejemplo a mis hijos. Les
explico que sé que he sido injusta e irritable. Les
contesto sus preguntas y les animo a hablar con
franqueza, dándome cuenta de que ellos también
tienen sus penas y frustraciones. He empezado a
tratarles con respeto. El cambio ha sido lento. Al
principio no confiaban en mí. ¿Por qué habrían de
hacerlo? Siempre me habían conocido como una
persona irrazonable, histérica e inconstante, ya
fuera con exceso de afecto o con poco afecto. Ahora
están llegando a aceptar mi afecto paulatinamente.
Mi hijo no podía controlar su temperamento
Mi hijo mayor tiene un carácter terrible. Cuando
se enoja, quiere golpear a su hermano o a su herma‑
na. Sé que actúa de esa forma porque así es como
he reaccionado ante él cuando he estado enojada.
Ahora me doy cuenta de que pegarles a mis hijos no
es una buena forma de desahogar mi frustración,
pero no podía explicárselo a él.
Discutí mi problema con un psicólogo infantil
que me sugirió que le comprara un balón de boxeo.
Cuando mi hijo se enoja y empieza a golpear a
alguien, le digo: “No se golpea a las personas; en
lugar de eso, golpea el balón de boxeo. Cuando te
tranquilices podemos hablar sobre lo que te enfure‑
ció”. Ha dado unos resultados maravillosos.
Todos nos beneficiamos con este consejo porque
nos ayudó a darnos cuenta de que está bien estar
enojado, siempre y cuando expresemos nuestros
sentimientos sin hacer daño a nadie.
Con un poco de imaginación, inventamos una
serie de formas no destructivas de expresar la ira.
Mi hija dibuja a la persona con la que está enojada
y la dibuja lo más fea que pueda.
Es tranquilizador saber que podemos librarnos
de sentimientos negativos fuertes sin deteriorar
nuestras relaciones con los demás ni hacer nada de
lo que más tarde nos lamentaríamos.
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Mis hijos eran mis aliados en contra de mi esposo
Durante dieciséis años observé cómo mi esposo
se deterioraba ante mis ojos. Cuando finalmente se
hizo miembro de A.A., nuestro hijo tenía catorce
años y nuestra hija diez. Durante todos los años que
luché contra el alcohol con las armas de la ignoran‑
cia y la compasión de mí misma, no fui consciente
realmente del impacto que eso tenía en mis hijos.
Les pedí a mis hijos su ayuda en mi incesante
lucha contra su padre. Ellos me brindaron su apoyo
y me defendieron en todas las discusiones. Se unie‑
ron a mí en todos mis intentos de impedir que mi
esposo bebiera. Me ayudaron a descubrir las bote‑
llas que él escondía en el sótano.
Cuando la bebida disminuía, brotaba el amor
natural que ellos sentían por su padre. Me acuerdo
de cómo los censuraba cuando se ponían de su
parte y no de la mía. Esa lucha constante entre
los dos bandos les produjo a ellos un triste sentido
de inseguridad y los puso notablemente nerviosos
e inestables. Al final, mi voluntad prevaleció y
desarrollaron un sentimiento hacia su padre peor
que el odio —una especie de lástima fingida—.
Lo consideraban algo así como una mezcla entre
payaso e idiota. Inconscientemente, yo los animé a
hacerlo. Simplemente no sabía qué era lo mejor que
podía hacer.
Si hubiera tenido que hacer todo de nuevo, no me
hubiera esperado a que mi esposo se hiciera miem‑
bro de A.A. para ir yo a Al‑Anon. Les hubiera dicho
a mis hijos que su padre era un hombre enfermo.
Hubiera hecho todo lo que pudiera para ayudarles a
comprender que él bebía y se emborrachaba a causa
de un deseo incontrolable de beber, con respecto al
cual no podíamos hacer nada. Evitaría cualquier
discusión sobre el alcohol o causada por el mismo.
Protegería a mis hijos si el alcohólico se volviera
violento, pero lo haría silenciosamente, sacándolos
de casa si fuera necesario.
Si pudiera darle marcha atrás al tiempo, edifica‑
ría mi vida sobre la premisa de que el miembro alco‑
hólico de la familia era una persona debilitada que
en cualquier momento podía resultar incapacitada,
como ha ocurrido en miles de otras familias—

16
cáncer, Alzheimer o una enfermedad del corazón.
Estas cosas son difíciles de soportar, pero se pueden
enfrentar. La familia sigue adelante de algún modo.
Esto es igualmente cierto cuando la persona enferma
es un alcohólico. Podemos reconocer la enfermedad
y darles un ejemplo de aceptación y comprensión a
nuestros hijos.
Desde que mi esposo y yo encontramos a A.A. y
a Al‑Anon, ha habido un gran cambio en nuestro
hogar. Hemos aprendido a aceptar nuestros proble‑
mas y dificultades, confiados en que Dios puede
ayudarnos a utilizarlos para nuestro crecimiento. Ha
habido una disminución paulatina de las tensiones
en nuestro hogar. Ambos hijos se han calmado.
Estoy segura de que se debe tanto al cambio de
actitud de mi parte como también a la sobriedad de
mi esposo.

17
Queridos Mamá y Papá
Mamá, Papá:
Los enfermos alcohólicos sufren de alcoholismo
mental, espiritual y físicamente. Bueno, ¿saben una
cosa? La familia también sufre de lo mismo, indepen‑
dientemente de la edad o la madurez. Yo solía ocultar
mis sentimientos fingiendo que no me importaba,
y por dentro estaba llorando. Alateen me ha dado
amor, esperanza y el saber que no estoy solo. Por
favor, entérense de que Alateen:
• Es para muchachos como yo, que han sido afecta‑
dos por la forma de beber de otra persona.
• Me brinda un lugar seguro donde puedo com‑
partir.
• Me ayuda a comprender que el alcoholismo es una
enfermedad de la familia.
• Es un lugar en el cual aprendo a sentirme bien
conmigo mismo.
• Me alienta a cambiar de actitud ante una situación
en lugar de reaccionar ante ella.
• Me da el valor de desprenderme del problema,
con amor.
• Es anónimo. No hablamos de lo que oímos ni de
quienes vemos en las reuniones.
• ¡Es magnífico!
Espero que con esto tengan una idea más clara de
la importancia de Alateen en mi vida. Creo que sólo
quiero decirles que necesito Alateen.
P.S.: Esto es lo que dice el Padrino de nuestro grupo
Alateen acerca de Alateen:
Como Padrino de un grupo de Alateen ocupo
un lugar muy especial en la vida de su hijo. Estoy
allí para brindar orientación en las reuniones y un
lugar seguro donde los miembros de Alateen puedan
hablar libremente. Un Padrino de grupo no desem‑
peña el papel de maestro, ya que compartimos en
lugar de educar. No asume el papel de los padres,
ya que nunca podría ocupar su lugar. Aprendemos a
respetar a los niños como personas, y ellos aprenden a
confiar en nosotros porque respetamos su confianza.
Extraído de Queridos mamá y papá (SP-67)
18
Trate de recordar que Alateen
NO es:
• Un programa de terapia.
• Un programa para adolescentes que tienen proble‑
mas con la bebida o las drogas.
• Un lugar para quejarse de nuestros padres o de
alguna otra persona.
• Un lugar para corregir a sus hijos.
• Un servicio para cuidar niños.
• Un lugar para pasar el tiempo.
• Un instrumento de castigo; es un instrumento de
recuperación.
Desearía poder transmitirles todo lo que Alateen
significa para mí. Creo que el estar ahí cada semana
lo explica todo. Cada vez que pienso en todos los
niños que han sido ayudados y todo lo que me he
divertido en el proceso de apadrinar el grupo, enton‑
ces sé cuánto creo en Alateen.
Si alguna vez tiene dudas sobre si sus seres que‑
ridos necesitan de Alateen, recuerde que: No se
necesita beber para sufrir de alcoholismo.

Alateen, parte de los Grupos de Familia Al‑Anon, es


una hermandad constituida por jóvenes cuya vida ha sido
afectada por el alcoholismo de un familiar o un amigo ínti‑
mo. Nos ayudamos mutuamente compartiendo nuestras
experiencias, fortaleza y esperanza.
Estamos convencidos de que el alcoholismo es una
enfermedad que afecta a la familia desde el punto de vista
emocional y, a menudo, físicamente. Aunque no podemos
cambiar ni controlar a nuestros padres, podemos despren‑
dernos emocionalmente de sus problemas y aún seguir
amándoles.
No discutimos sobre religión ni nos comprometemos
con ninguna organización ajena. Nuestro objetivo primor‑
dial es solucionar nuestros problemas. Tenemos sumo cui‑
dado en proteger el anonimato de cada miembro, al igual
que el de todos los miembros de Al‑Anon y A.A.
Aplicando los Doce Pasos a nosotros mismos, empe‑
zamos a crecer mental, emocional y espiritualmente.
Estaremos siempre agradecidos a Alateen por brindarnos
un programa tan maravilloso y saludable para disfrutarlo y
seguirlo en nuestra v ida.
19
Lemas que se utilizan en
Al‑Anon
Para calmarnos y a la vez ayudarnos a ver las
cosas con claridad, nosotros en Al‑Anon depen‑
demos de varios lemas que tienen un significado
especial en este programa.

“Primero, las cosas más importantes”


Cuando nada parece que va bien, hasta las
pequeñas decisiones causan estragos en nuestro
pensamiento. Cuando esto ocurra, deténgase y
pregúntese a sí mismo: “¿En realidad, qué es lo que
más se necesita hacer?”

“Hazlo con calma”


Cuando la frustración y la confusión se han
convertido en la orden del día, algunas personas
comienzan a conducirse de manera ridícula sin ni
siquiera saber por qué. ¿De qué sirve un ataque
despiadado a cualquiera cosa si es casi como gol‑
pear la cabeza en la pared? Recuerde: “Hágalo con
calma”… ¡pero hágalo!

“Vive y deja vivir:”


El resto del mundo no es responsable de nuestras
tribulaciones personales. Tenemos que aprender a
vivir, enfocarnos en algún aspecto positivo o útil de
nuestra vida y dejar que el resto del mundo se ocupe
de sus asuntos.

“Sólo por la gracia de Dios”


Nadie sabe todavía con seguridad por qué una
persona puede convertirse en alcohólica y otra no.
Pero, si no fuera por la gracia de Dios, usted y yo
podríamos ser alcohólicos también.

“Un día a la vez”


La persona alcohólica que trata de permanecer
sobria sólo afronta su problema por veinticuatro
horas. Recordar esto también nos puede ayudar a
nosotros. Estamos viviendo únicamente el día de
hoy y no un día que aún está por venir.

20
Los Doce Pasos
1. Admitimos que éramos incapaces de afrontar
solos el alcohol, y que nuestra vida se había
vuelto ingobernable.
2. Llegamos a creer que un Poder superior a
nosotros podría devolvernos el sano juicio.
3. Resolvimos confiar nuestra voluntad y nuestra
vida al cuidado de Dio, según nuestro propio
entendimiento de Él.
4. Sin temor, hicimos un sincero y minucioso
examen de conciencia.
5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y
ante otro ser humano, la naturaleza exacta de
nuestras faltas.
6. Estuvimos enteramente dispuestos a que Dios
eliminase todos estos defectos de carácter.
7. Humildemente pedimos a Dios que nos librase
de nuestras culpas.
8. Hicimos una lista de todas las personas a
quienes habíamos perjudicado, y estuvimos
dispuestos a reparar el mal que les ocasionamos.
9. Reparamos directamente el mal causado a esas
personas cuando nos fue posible, excepto en
los casos en que el hacerlo les hubiese infligido
más daño, o perjudicado a un tercero.
10. Proseguimos con nuestro examen de conciencia,
admitiendo espontáneamente nuestras faltas al
momento de reconocerlas.
11. Mediante la oración y la meditación, tratamos
de mejorar nuestro contacto consciente con
Dios, según nuestro propio entendimiento de Él, y
le pedimos tan sólo la capacidad para reconocer
Su voluntad y las fuerzas para cumplirla.
12. Habiendo logrado un despertar espiritual
como resultado de estos pasos, tratamos de
llevar este mensaje a otras personas, y practicar
estos principios en todas nuestras acciones.

21
Las Doce Tradiciones
1. Nuestro bienestar común debiera tener la
preferencia; el progreso individual del mayor
número depende de la unión.
2. Existe sólo una autoridad fundamental
para regir los propósitos del grupo: un Dios
bondadoso que se manifiesta en la conciencia
de cada grupo. Nuestros dirigentes son tan
sólo fieles servidores, y no gobiernan.
3. Cuando los familiares de los alcohólicos se
reúnen para prestarse mutua ayuda, pueden
llamarse un Grupo de Familia Al‑Anon,
siempre que, como grupo, no tenga otra
afiliación. El único requisito para ser miembro
es tener un pariente o amigo con un problema
de alcoholismo.
4. Cada grupo debiera ser autónomo, excepto
en asuntos que afecten a otros grupos o a
Al‑Anon, o AA en su totalidad.
5. Cada Grupo de Familia Al‑Anon persigue un
solo propósito: prestar ayuda a los familiares
de los alcohólicos. Logramos esto, practicando
los Doce Pasos de AA nosotros mismos,
comprendiendo y estimulando a nuestros
propios familiares aquejados por el alcoholismo,
y dando la bienvenida y brindando alivio a los
familiares de los alcohólicos.
6. Nuestros grupos de familia jamás debieran
apoyar, financiar, ni prestar su nombre a
ninguna empresa extraña, para evitar que
problemas de dinero, propiedad o prestigio
nos desvíen de nuestro objetivo espiritual
que es el primordial. Aun siendo una entidad
separada, deberíamos cooperar siempre con
Alcohólicos Anónimos.
7. Cada grupo ha de ser económicamente
autosuficiente y, por lo tanto, debe rehusar
contribuciones externas.
8. Las actividades prescritas por el Duodécimo
Paso en Al‑Anon nunca debieran tener carácter
profesional, pero nuestros centros de servicio
pueden contratar empleados especializados.

22
9. Nuestros grupos, como tales, nunca debieran
organizarse, pero pueden crear centros
de servicios o comisiones directamente
responsables ante las personas a quienes sirven.
10. Los Grupos de Familia Al‑Anon no deben
emitir opiniones acerca de asuntos ajenos a
sus actividades. Por consiguiente, su nombre
nunca debe mezclarse en polémicas públicas.
11. Nuestra política de relaciones públicas se basa
más bien en la atracción que en la promoción.
Necesitamos mantener siempre el anonimato
personal en la prensa, radio, el cine y la
televisión. Debemos proteger con gran esmero
el anonimato de todos los miembros de AA.
12. El anonimato es la base espiritual de nuestras
Tradiciones y siempre nos recuerda que debemos
anteponer los principios a las personas.

23
Al‑Anon y Alateen se sostienen por medio de
las contribuciones voluntarias de sus miembros y
de la venta de nuestra Literatura Aprobada
por la Conferencia.
Al-Anon Family Group Headquarters, Inc.
1600 Corporate Landing Parkway
Virginia Beach, VA 23454-5617
Teléfono: (757) 563-1600 Fax: (757) 563-1656
al-anon.org wso@al-anon.org

Este folleto está disponible también en ale‑


mán, coreano, danés, finlandés, flamenco, francés,
hebreo, holandés, inglés, islandés, italiano, japonés,
polaco y portugués.
Todos los derechos son reservados. Esta publicación
no puede reproducirse ni total ni parcialmente, ni puede
introducirse en ningún sistema de acceso, ni transmitirse,
de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electróni‑
co, mecánico, de fotocopiado, de registro, ni ningún otro,
sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Título original del folleto How Can I Help My Children?

©Al-Anon Family Group Headquarters, Inc.


1973, 2011

Aprobado por
la Conferencia de Servicio Mundial
de los Grupos de Familia Al-Anon

17-10 SP-9 Impreso en los EE. UU.

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