Cuarta Parte Praxeologia Las Antinomias

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Cuarta pane

PRAXEOLOGIA. LAS ANTINOMIAS


DE LA ACCION DIPLOMATICA ESTRATEGICA
Toda teorla' cotrtieqc €n sf uBa scrie dc implicaciones Dormativas. Pero
dc acuerdo con la naturaleza de las conductas humaoas, cuya teorfa es la
comprensión sistemática, en el paso de las afirmaciones de hecbo a los
imperativos reviste uo carácter diferente y los imperativos §c traDsforman cn
consejos, más o tlleDos incicrtos, o cn preccptos, basados en regul¡rid¡dcs
o ovidencias.
i Ctausewitz haco observar eo algrin sitio de su libro, que la estratcgia Do
supone una teola a la manera de la táctica, porque los problemas planteados
a los estategas son más comple.ios y no prescntan las mismas rcgularidad€s
que los problemas platrteados a los tácticos.l ¿Cómo hubiera pcdido vencer
Napol«ín a Alejandro? ¿Estaba eo lo cielo; o estaba equivocado, al buscar
en Moscú la clavc de la victoria? Admitiendo que fracasó, ¿qué otro mé-
todo, que of¡eciese una mayor posibilidad, se abrfa aot. é[? Estas cuestioncs
¡o traen nunca uoa respucsta cierta. Niogrln iefe de guerra, aotes do Napo-
leóo, se habfa preguntado sobre.,un platr de campaña con§a Rusia eir cir-
cunst&ocias semeiantes. Por etlo,".la teorla est¡atégica se ha limitado durante
largo tiempo a la enume¡ación do alguuos principios que no cran más que
fórmulas vagas. El principio de la conce¡rúción de Íuerzas (evitar la dis-
pcrsión), cl del ob¡erivo (escog€r uu plan y mariteoerlo a pesar de las presio-
oes adversas); el de la persecución (seguir adelante vigorosament€ con l,a
ectrtaia conseguid4 ; el dc la ofensiea (tomr la iniciativa cn el momento
oportu¡o y explotarla plcnaÍ¡ente para forzar una dccisión); el de la segu-
ridad Gtroteger sus fuerzas y sü llneas de comunicación co[tra un ataquo
por sorprcsa; el de la sorpresa (eogañar al enemigo respecto a nuestras
iutenciones); el de la economiq de tuerzds (utilizar pleDamenüe todas las
fugruas disporibles. ,
. Estas reglas no permiten evidentemente determinar, en un contexto espe-
cffico, cuá¡ es l¡ mcior est¡ategia. Por una pañe, son contradictorias : es
diffcil obcdecer z la vez al principio de la persecución y al de la següridad;
al dc la couceEú¡cióu do fu€rzas y al de la ecotromfa de fuerzas. El impera-

No invcrtigemoe ¡qEi ort!! teoríer que las dc las cic¡cia¡ soci¡lcc.

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688 Prexcologír. L¿s ¡ntinomi¡s dc l¿ ¿cción diplomáticrrstrerégicr

tivo cartesiaoo ----üna vez escogido un camino, ll€gar hasta el fioal autes dc
volver sobre nucstros pasos- parecerá, s€gl¡n los casos, el col-oo de la obsti-
nación más absurda o la expresión de una sabia decisión.
.1'¿Contioria existiendo el contraste entre la i.odet€rmitracióD estratégica y
Ias regularidadcs táctisas? Etr realidad, me parec€ que la indete¡mínación
estratégica no sc ha visto redrrcida (al rDenos hasta la era atómica), pero
num€ros¡s regula¡idad€s táclicas haD sido puestas en tela de juicio por el
progreso t&nico.\ ¿Qué preceptos, etrtre aquéllos que habían formulado los
teóricos del siglo xx a propósito de los encuetrtros o de las fortiñcaciones,
continuabaD siendo vá¡idos para los ejércitos motorizados de 194G1945? La
respuesta no podía darse sino a través de detallados análisis; auálisis qrc, eo
todo caso, tro hubieran afectado a dos afirmaciones intrasceudetrt8:Lciertos
.preceptos estáq subordimdos a u¡¡ determioado nivel de fuego y d€ movili-
dad, micntras que otros sobreyiyeD al prodigioso desaroüo de los medios
de dcstrucción y traqsporte.
- I-a indetermioación €stratégica subsistc eD el momcDto presente, porquc
es imputable a dos causas irreductibles: las decisiooes a tomar €stán profun-
damente influidas por la situación global y, coosccuentcmetrte, por los elc-
mentos únicos debidos a la con unción de u¡a rrie de factore§. Además, la
decisióu está orientada hacia una finalidad rncDos Dctanrente definida quc la
cont€mplada por el táctico. >
I-a decisióD dc Napoleón de atacar a Rusia, y la misma decisiótr de Hit-
ler, fueron tomadas dcotro de uua coostel,ación especlfica y, a pesar del f¿ctor
constanto represeutado por el t€atro de operaciotrcs, los acootecimicntos, en
lSll como cE 1941, tcnfatr que depcoder tantq o más, de las circunstancias
históricas que del medio gcográfico (relación de fucrzas, pooibilidades inglc-
sas, resistetrcia rusa, ctc.), Cuanto más se inscrta una acción 9n utra coyuntu-
ra global, o más l,a afecta, menos puede referirs€ a aquellos elementos de Ia
coyutrtura quc se repiteo. La decisión de Cburchill de e¡viar uoa divisióo
bliDdada hacia el canal de Suez en el mismo momento de Ia batalla de
Inglat€r¡a, estaba detcrmioad¿ por lo qr¡e, dcot¡o de es8 cotrstclaciótr, no
tcnía precedcBte.
I-a seguada causa, que pasa ¡ror Gr menos Gvidcnte, üeno consecucocias
a¡lo más coEsid€rablcs,jlos prec€ptos tácticos se refiereu a un obietivo quc,
a meuudq oo se presta a discusión)La finalidad del €ncu€ntro cs la de salir
triunfante del enemigo y, co¡s€cu€nteme¡te, la de uo dejarse sorprender, la
de mantcner sus líncas de comunicación, cortar el fretrte coemigo, explotar
el éxito, etc. Estas diversas fó¡mulas prueban que, autr para un iefe el nivel
táctico, el obictivo no cs sicmpro úlico ni cstá unlvocamentc definido. Pcro,
( a medida que oos clcvamos desde cl jefe dc una escuad¡a al Estado Mayor
general, las órdenes se ven más infuidas por consideraciouca po1íticas que por
la pluralidad dc objetivos, ñjados no sólo para los Gncr¡cntros localcs y p¿ra
Prercología. L¡s ¿ntinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomátice crtrrtégic¡ 689

las operaciones, sino tambiéa pa¡a toda la campaña y pa¡a la misma gucrra,
cn su totalidad. >
Mucbos obs€rvadores se sentirán inclinados, en primer lugar, a invortir
las afirmacion€s precedentes y a d€cretar la €xistencia de una i¡determina-
ción táctica (puesto que hay quo tcner en cueata tantas circunstancias locales)
y d€ d€terminacióD esaatégica (puesto que hay un solo objetivo: la victo-
ria) r. La histo a del siglo :or basta para rccordarDos que existen bastatrtes
maneras de ganar la guerra" que las distitrtas maneras no son equivalentes
y que la victoria fitral no pertencce sierDpre a aquel que dicta las condicioDes
de la paz.
La coEducta est¡atégicediplomática
rior- no f,uede estar -o la direc¡ión de la polftica cxtc-
más determinada que la conducta estratégica sola.
Admito las dos causas dc iodctcrminación quc vcnimos de iudicar; la refe
rcucia a los elemeotos singulares y rloicos de la cowotura, la pluralidad de
objetivos. Peici admite, o parece admitir arlo, otras más. Eo un primer mo-
mento, eD el que se pasa dc la constatasióD a la afirmación, la paradoia dc las
relaciones internacionales surgé a pleDa luz: las relacio¡¡es interestatales son
relaciones sociales que exigen el recurso, po.rióle y legítimo, a la fitcrza-
Ahora bien, el empleo de la fucrza no es en sl inmo¡al 0a fue¡za al servicio
de la justicia ha sido siemprc considerada como de acucrdo con la moral¡dad).
Pe¡o cada uDo de los actores, si es iu€z, y juez cxclusivo, do la legitimidad
de su causa, debe s€Etirs€ amenazado por los demás y el juego internacional
so coovierG etr utr combate €D Gl qu€ aquél que respeta las reglas corre el
riesgo de ser vfctima d€ su (relativa) moralidad. Por lo tanto, se nos planteaD
dos tipos de itrterrogatrtes: ¿es o tro diabólica cn sf la polftica exterior?
¿Qué medios es legítimo €mpl€ar, dado que los Estados ss muestran celosos
do su independencia? Por otra parte, ¿puede concebirse, puede realizarse
una superación cLe la poUtica cxterior?¿¿Puede someters€ a los Estados a
una ley, la de Ia seguridad colectiva o la del imperio universal? ¿Puede
ponerse fin a lo quo Uamamos atrarquía interDscional" €s decir, a la pre-
t€DsióD por parte de los Estados de hacerse a sl mismos justicia. Eo otras
palabras, la escncia de las relaciones interestatales suscitan dos problemas
praxeológicos, quo Uamaré cl problemo maquiavélico y el ptoblema kantiato I
el de los medios legltimos y el de la paz universal 7
En el primer capítulo de csta parte (XIX), estudio el problcma clásico
eu la literatur¿ sobre todo americana, planteado por la antitromia cotr€
reüsmo e idealismo. En un mundo en el que no reina la ley, ¿qué conducta
cs moral? En el capftulo siguieote me pregunto si la puesta a puoto dc las
aÍmas atómicas modifica la moralidad tradiciotral de la acción diplomático-
cstraté8ica, y si las llamadas doctrinas i&alistas del pacifismo absoluto Do

' I¡ fó¡n¡la ea del gcraal Gi¡¡¡d- I¡s ¡mcric¡¡o¡ ti¿nc¡ una a¡álo8¡, h del
gcncral MacArüur: no hay rustitutivo para la yrcto¡ia.
690 Praxcología. L¿s entinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomática cstretégica

se han coovertido ya en la úoica forma de sabidurfa. Concluyo cou que,


fcliz o desgraciadaurente, no hay nada de ello: boy, a la sombra del apoca-
tipsis termonuclear, como ay€r a la sombra de las divisiones bli¡dadas, o
anteayer a la sombra de las légioues y dc las falanges, hombrcs de Estado
y simples ciudadanos tieneE que actuar scgún su prudeBcia, sin ilusión ni
eqreranza de seguridad abso¡ula.
Admitido que la rivalidad eDtre los dos bloques contiDúa sieodo irredw-
tible por el morr¡eDto, los dos capftulos siguieDt€s ticndeo a esbozar la estra-
tegia que darla las mayores posibilidades dc alcaozar los dos obietivos que
coDtempla OccideDte: Do librar u¡ta guerra total y no sucumbir. El capltu-
lo XXI estudia el aspecto auténticamente militar y el XXll e¡ aspecto Dolí-
tica do la estrategia. Eo estos dos capftulos, iotento extraer las conclusiooes
que se despreodea tanto do los análisis formalcs dc la I parte como de las
regularidades sociológicas de la U y de las descripciones históricas de la IIL
Ea fin, en los dos riltimos capftuloE, vuelvo a plantearme, a la luz de la
experiencia actual, los mismos fundamentos del orden, o más bicn del des-
ord€n internacional: ¿es posiblo somctcr los Estados al reino de la ley?
¿Qué "§ob€ranía" naciooal y qué "independencia" mantend¡íatr los Estados
en u¡a federación o €n un imperio universales? ¿Subsistirían los Estados?
¿Mer€cería todavla, ua Estado universal, el nomb¡e da Estado?
Eo otras palabras, los dos prim€ros cápftulos están cousagrados al pro-
blema de los medios en uD mundo real y los dos últimos al problema del
tlltimo fin: la paz. Los capitulos int€rmedios sc esfuerz¿n eo precisar la
cotrducta quo estaría coDforme coE las exig€ncias de boy dla, sin ser por ello
coDtraria a las espefanzas del futuro. Pero existen límites a esa deseada con-
ciliación: la condición del diptomático-estratcga, €s decir, de nosotros todos,
es aotinómica, si la historia cs violenta y nuestro ideal cs paclfico.
Capímlo XIX
EN BUSCA DE UNA MORAL

f.-IDE^LIsMo Y REALTSMo

- --Ifémal i¡rtentado hacer independiente el análisis de las relaciones inten


nacionales, de los juicios morales y de las corcepciones metafísicas, tomaodo
como punto de panida la pluralidad de Estados, al tiempo que la sombra
de una posible guerra se cierne sobre las decisiones de los gobernantes, y a
pesar de que las reglas legales o consuetudiuarias, más o menos res¡retadas
por los soberanos, pero truoca interpretadas por ellos como excluyeDtes del
recuBo a la fuerza con vistas a la salvaguardia de los "intereses vitales" y
del "honor nacional". Este análisis era neutral, eB nuesha opinión, porque
era a un liempo compreosión de hechos (tal ba sido a través de los tiempos,
el desarrollo de las relaciooes er¡Úe los Estados) y de sentidos sub¡etivos los
üombres de Estado, los ciudadaoos, los filósofos, hatr recoriocido siemprc
wa diferencia de narutaleza entre el ordeo interior a las ciudades y el orden
entre las ciudades).
La conducta diplomático€stratégica nos ha parecido una cotrducta de
ca¡ácter mixto. Es cor¡ducta social, ya que los actores eo casos ex-
tremos- reconocen recíprocamentc su humanidad y hasta -salvo
su parentesco y no
se cre.n autorizados a infligirse uoos a otros cualquier tipo de tratamiento.
Pero es tambiéD cooducta sociat, en la medida en que la fuerza decide eD caso
dc conflicto y constituye el fundamento de lo que los tratados consagraráo
como norma. Ahora bien, en la mcdida en que Ia conducta diplomático-es-
tratégica está domioada por el riesgo o por la preparación de la guerra, obe-
decc, y no puede dejar de obedecer, a la lógica de l¿ rivalidad y olvida
-ya
ticnc que olvidar- las virtudes cristiaoas, eo cuatrto éstas sean coDtrarias
las cxigcncias de la competencia.
El doble carácter de las ¡elaciones entre unidades polfticas constituye cl
origen de las discusiones praxeológicas y filosóficas. Los actores uoida-
des polfticas o aquellos qüe las rep¡cseotan- §c csfuerzan siempre -laspor jus-
tificarsc. Pero, ¿estáo obligados, o así debe¡ sentirs€ al menos, por las ra-

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692 Praxcologíe. L¿s a¡üomi¡s dc l¿ ¡cción diplomáúce cstratÉgice

zones iurldicas o éticas que iovocao, o achían, o deben actuar, segrln cl cálcu-
lo de fuer¿as o la oportuoidad? ¿Qué pariicipación deberi acordar, las nacic
oes o los bombreg dc Estado, a los priDcipios, a las ideas, a la moral, a la
noc€sidad?

l. De las ilusiones idealistas a la prudetcia

Eo marzo dc 1936, por orden del canciller Hitler, las tropas alemanas eD-
traron en la Renaoia. Este acontecimiento co¡stituía, sin duda, una violacióo
del tratado de Versalles, al mismo tiempo que del tratado de L¡ca¡no. Pero
los portavoces det III Reich podían argumentar que e[ desarme de la orilla
izquierda del Rhin era injusto, puesto que Frsncia habÍa fortificado su pro-
pia frootera. La igualdad de derechos', ideología admitida por todos, confe-
ría una apar¡encia de equidad a un acto cootra¡io a las normas existentes.
¿Hubiese d€bido dccidirse, el homb¡e de Eltado o el moralista, que no eran
parte eD el debatc, crl fayor de la legalidad o de lt equidad'! O bien, al cous-
tatar que la reocupación de la orilla izquierda del Rhi¡ comprometía al sis-
tema francés de aliaozas y colocaba a Checoslovaquia y Polooia a merced
del IU Reich, ¿bubiera debido desear una réplica militar co¡ el fio de man-
tetrer csa zooa desmilitarizada, indispensabde para la seguridad de Europa?
El historiador de boy no duda eo res¡rooder a estas preguntas. Sabemos
quc las tropss alemaoas tenlan orden de retirarse en caso de avancc dc las
tropas francesas. La tcntativa de sancionar por la fuerza la violación de una
norma, a pesar de la igualdad de derechos, hubiera estado juslificada porque
quizá hubiera evitado y, en todo caso, retrasado, la guerra dcl 39 y porque
es moralmente legÍtimo legar la igualdad de derechos a aquél que se se¡vi¡ía
de esa misma igualdad para negársela a los demás.
- - Si en 1933, Francia hubiera seguido el consejo que le habla dado el ma-
riral Pilsudski y hubiese empleado la fuerza para derrocar a Hitler apenas
llegado al poder, hubiera violado el principío de la no ¡ntrcmisión en los
dsuntos ¡nternos dc los otros Estqdos y descoriocido el derecho dc Alcmania
a eroger libremente su régimeD y su iefe, y hubiera sido además denunciada
coo indignación por Ia opinión americaoa, por los moralistas y por los idea-
listas, que se hubieran precipitado en soco[o no del oaciooal-socialismo,
sino dc la voluntad popular o de la rorma de la no-¡ntromisión. L¿ violencia
hecha a la nación alcmana hubies€ quedado marcada coa el rllo de la in-
famia y los historiado¡es Do hubierao sabido nunca de qué desgracias hu-
biera salvado a la Humaoidad la desaparición de Hide¡.
Estas ob-rvacio¡es iróaicas sobrc uD pasado que no ha teqido lugar, no

' Eq c¡ ¡c¡lid¡d, dillcil dctc¡mi¡¡¡ cl scutido rigoroao dc l¡ igr¡¡ld¡d dc dere


c[os. Coacret¡maitq lo¡ dcrccho¡ dc c¡da u¡o o colcctivid¡d- ¡o¡ dir-
ti¡toa. -i¡divid¡¡o
XIX. En buss dc un¡ moral 693

Dteotan sugerir, subrcpticiamedtc, una moral de la acción, sino sacar a la


uz algutras consecr¡€lcias ds la naturaleza caracterlsticas de las relacioner
:Dtre los Estados. Como quiera que éstos no ha¡ renunciado a hacerse jus-
ticia a sí mismos Bi a coritiouar s¡cndo los rlnicos iueces dc lo que exige su
honor, la supervivencia de las unidades polfticas depende, en última iostaDcia,
Cel equilibrio d€ fuerzas, por [o que los hombres de Estado aie¡¡eo el deber da
preocuparse pri¡notdialrnente por la nación cuyo destioo lcs es confiado. I3
necesidad del egoísmo naciooal se deriva lógicameote de lo que los filósofo*
llama¡ el estado ¡le natu¡aleza que reina entfe los Estados.
''Las ¡elacio¡es eore los Estados oo soo por ello comparables a las de lot.
animales eo la jrtttglz./ l-a historia política no es autéoticameo¡e notural- Lu
cooducta diplomático-estratégica tieodc a justificars€ por ideas, preter¡de ob€-
d@er a norrnos y someteÉ a principioi¡Llamamos cínicos a aquellos quc'
no reo eo las ideas, en las nqrmas, eo los principios, más que disfraces de !a
volü¡tad de poder, sin e6cacia real. Acusamos de ilusot ¡deal¡sros a aqt,€-
llos que desconoce¡ el hecho de que todo orden inlernacional dcbe mantp
nerse por ia fuerza. La ilusióo idealista adopta d¡stintas formas, segúo se&
el carácter de los imperativos o de los valores invocadJslEl idcalismo ideoló-
gico consiste en considerar uaa idea histórica como e[ criterio, exclusivo y
suficiente, de [o iusto y de lo iniusto. Por ejemplo, e[ derecho de los pueblos
a disponer de ellos mismos o la idea de las nacionalidades.Xmpleamos vo-
lutrtariamente dos conceptos diferentes, detecho e idea, potqu,e, efect¡vamente,
utro y otro fueron y soo empleados y porque la imprecisión de vocabulario
traduce la incertidumbre incvitable del pensamiento.
Los alemanes oo trcgabari, eo 1871, que los alsacianos quisieran, en su
mayoria, permanecer siendo franceses, pero respondlan (cuando oo se limi-
taban a amenazar coo la espada victoriosa) que Luis XMabla violentado
a los alsacianos, dos siglos antes, y que la penenencia a la cultura germánica
contaba más que la voluntad, accilental y traositoria, de una geoeración. En
1919, los checos no pretendlan que los alemanes de los Sudetes tuvies€n €I
deseo de pertenecer a Checoslovaquia, pero proclamaban que, privados del
territorio habitado por los Sudetes, cstaban condenados a la servidumbrs.
Ircvitablemente, la libertad de unos u otros tenla que scr sacrificada, y lor
checos eran más Dumerosos que los Sudctes,
La traducción de una idea histórica en un estatuto territorial no deia d"
suponer una inceñidumbrc, tanto porque la idca admita varias inlerpreta-
ciones (¿cuá[ debe ser el dcstino dc los alsacianos de cultura germánica y
de voluDtad f¡aricesa?), como porque las exigeocias de s€gur¡dad impidan su
honrada aplic¡cióD 0a Bohcmia, sin cl contomo habitado por los Sudete+
es imposible dc defendcr). El cfnico se verá te8tado de concluir quc ed c19ts
caso Ia idca no sirve más quc para encubrir apelitos o iotereses, ¡,cro Bo
tctrdrá razóD. El idcalismo ideológico no rcspondc a la realidad: ningrlo
Estado considera z¿¿ idca como uo abrcluto al quc todo dcbc ser sacrificado;
694 Praxeologíu. L¿s ¡ntinomi¡s dc l¿ ¡cciÁr diplomátice estretégic,

ello es peligroso, ya que al desconocimieDto de las necesidades estratégic¿


o ecouómicas s€ añade el carácter precario de ua €statuto, aun de aquél pre
tendidameDte coDforme a aquella idea- Sin embargo, la mayoría de los Esta
dos dudao eo despreciar abiertamente una idea que proclamaq y etr proc€
der, cn el siglo )oq a la anexióo de pueblos manifiestamente acostumb¡ado
.a constituir naciooes indepeodicotes y deseosos de scguir siéadolo r.
( El idealismo ia¡ídico coosiste eD tomar dccisioBes o cn conducir una es
tratcgia cn función de utra regla más o menos definida) C. F. Kannan h¡
denunciado eE oumefosas ocasio¡es este "idealismo légal" y autores re
cieDtes, auo aquellos que coocedetr una gfao participación al derecbo interna
cional, comieozdn a tener en cueflta la crítica formulada por los realistas,
'Los autores reconoce[ los méritos d€ las crfticas que distioguidos obser
vadores como Georgcs Kcnnan han hecbo contra la teodeocia a confiar exce
siyarnente co los procesos legales. La política exterior americana ha sid(
formulada a menudo sin que se concedicse una atención suficiente al pape
dc la fuerza y al dc los iotercses naciooale§. No queremos aleotar uDa iDge
Duidad del tipo llam¿do "idealismo lega[", que coosiste en confiar en regla
abstractas que no tienen un apoyo constitucional. Admitimos que las oa
ciones achiea con frecuencia dc una manera partidista para alcanzar "obretivo
políricos inmediatos." Pero los autores añaden iomediatamente: "¡»ro soste
oemos que uoa graB pafte de la conducta internacioDal es doctrinalmentr
compatible con criterios normativos, au[que para eüo vaya en contra dr
inte¡es€s particulares inmediatos y aunque el propio ioterés a largo plaz(
quiera y tenga que facilitar una base política para una colducta couforr¡r
con el derecho iote¡oacional".
I-as fórmulas legales o semi-legales co¡ las que los diplomáticos ameri
canos han expresado una política o disimulado una ausetrcia de política, so¡
múltiples y, por lo demás, bien conocidas: el principio de "puerta abierta'
eu Chiua, el no recooocimiento de modificaciories realizadas por la fuerza
la declaración de fuera de la ley de la guetra en tanto que el iostrumeoto dr
la potítica, y la seguridad colectiva. Las dos primeras fórmulas no pretender
modificar los caracteres esenciales de la polftica entre las naciones, mien
tras que las dos tiltimas tienden ¿ ello; p€ro, las cuatro tieDen el mism(
carácter: son proposiciones abstractas, presentadas como normativas, per(
d€sprovistas de toda autoridad, puesto que no expresan exigeocias realmentr
sentidas poi l¿s co¡cie¡cias y puesto que ao estáo sosteoida§ ni por la fuerz

' [¡e conquistadores sig¡¡en tcni¿ndo a pesar de ello trer posibiüdedes: le cxtcr
mi¡¡ción. la deportación, l¡ instalación eo el poder dc una qu¡nl¡ columna' o e
establecimiento áe un Estado satélite. L¡ idca históica ejerce r¡ni cie¡t¡ influ€Dcir
c¡ la conducta de los Estadog, pero no grrantiz¡ la supervivencia.
' Morton A. Keruur y Nicüolas de B. Krrz¡¡¡rc¡: Thc politicd touiation
ol i*matiorul tra¡o, Nucva Yo¡L 1961.
XIX. En busca dc un¡ mor¡l 695

oi por las institucioDes. Estas fórmulas no constituyen, pues, respu€stas vá-


lidas, ni soluciones efectivas a problemas particular€s o etemos.
El principio de la puerta abierla e-staba destioado a preservar l¿ inde-
pendencia y la ioteSridad territorial de China, obietivo éste que €ra conside-
rado como coriforme al interés nacional y al ideal de los Estados Unidos.
Pero la diñcultad no venía solamente de las ambiciones imperialistas de las
potencias europeas, sino también de la desintegración del aotiguo régimen
chino y de la ausencia de uo gobierno central en Pekfn, capaz de hacersc
obedecer por todas las proviocias y respetar por los Estados extran.ieros.
Mieotras una nueva dioastía Do hubiese recibido un indiscutible maoda¡o
del cielo, las iogerencias europeas, coo vistas a obtener priülegios o zonas
de influencia, tenían que vencer fácilmentc el obstáculo del "principio de la
puela abierta".
Más irrisorio aún es el principio del noreconocimiento de las modifica-
ciones realizadas por la fuerza. I-as poblaciones anexionadas cootra su vo-
Iuntad no reciben socorro alguno con la negativa hecha pública por el
gobierno de los Estados U¡idos ante el hecho consumado. Los hombrcs sab€n
que, a ¡a larga, el derecho internacional tiene que someterse a los hechos.
Un estatuto territorial te¡mina siempre, sin duda, por ser legitimado. Una
g¡an potencia que quiere impedir conquistas a ua rival debe armarse y ao
proclamar, por adelaDtado, su desaprobación moral y su abstencióo real (estc
es el signiñcado del no-reconocimiento de 106 cambios realizados por Ia
fuer¿a).
El poser fuera de la ley a la guerra eo el pacto Briaud-Kel¡ogg, o el prio-
cipio de la seguridad colectiva, pla[teao un problema fuqda[¡eDtal quc exa-
minaremos en otro capítulo. A saber: ¿es posible concebir y realizar uo
sistema iurfdico que garaoticc eficazmente la seguridad de los Estados y quo
prive a éstos del derecho a hac€rse justicia a sf mismos? Un hecho es cicrto:
entre las dos güerras ni existía uf! sistema semeiante oi ninguno tetría posibiü-
dad d€ existir.
Los mismos autores que citamos más arriba escribeD: "Irs csfucr¿os
por considerar la guerra como fuera de la ley han desembocado cu el mo-
meoto supremo de la.futilidad humana, el pacro Briand-K€ltogg" 1. Y, en otra
pafle, "la preseocia o la ausencia de mcdios iastitucionales para alegura¡
el respeto de los principios iurídicos determioa si uo sistema de derecbo existc
o oo.&os tribuoales locabs tienen la posibilidad d€ llamar en su a¡rda a la
policía, o, en caso necesario, a toda !a fuerza armada del eiército, para asl
conseguir Ia ejecucióu de sus sentencias. El brazo poUtico del gobieroo cstá
obligado a apoyar el proceso legal. UD sistema do derecho local, que no esté
respaldado por Ia cooperación del cuerpo polftico, no subsisttá).La añrmación,
se$in la cual cl pacto de la S. D. N. y el pacto de París han puesto s las

M. A. Iür¡.rr¡ y N. de B. K^rzENB^cH: obro citada, p. 43


696 Prexeologíe. Lrs ¡ntinomi¡s dc le ¿cción diplomiica cstntcgice

Sucrra! dc agfesión fuera de [a ley, parece excesiva cuando la comparamos


con las realidades dc la sociedad intemacional de la época. Eran expresiones
de un "wishful thioking", pero no de leyes" I,
No sería fácit, en función del criterio aqul expuesto, determinar las normas
dc derecho internaciooal que m€recen ser consideradas como autéoticameoto
iurfdicas. Pero, respecto a[ pacto Kellogg-Briand, la cooclusión me parece
ild¡scutible: ni el estado moral de l¿ comun¡dad de oaciones ni las iostitu-
cioncs iotemacionales prestaban fundameato alguno para coosiderar fuera ds
la ley a la guerralAquel que imaginaba gararrtizzr la paz al declarar a la
gucrra cootraria a las leyes, recordaba al médico que pensaba curar las enfer-
mcdades declarándolas cont¡arias a las aspiraciones de la Humanidad.;,
Proyectada sobre la política entre las naciones tal y como es, la condena de
la guerra do agresión traía consigo las dificultades tradicionales de aplicación.
Si para mantencr el statu quo y para evitar el ataque previsible del Ill Reich
Fraocia hubiera tomado la ¡nisiativa en 1933, quiá bubiera sido culpable de
agres¡óq desde un punto de vista formal (en 1936 esta ia¡ciativa hubiera podido
rar presetrtada como la sanción jurídica del tratado dc Loca¡no), pero csta
agrcsióE hubicra tenido un obietitvo limitado y cons€rvador. Por el contrario,
el dfa eD que Alemania, rearmada, tomaba la ioiciativa, intentaba modiñcar
cl t aru qúo, pero, a pesar de viola¡ los tratados, oo se hacía por etlo culpablc
moralmetrte, si esc sr¿r¡r gao era iniusto. EE otras palabrasfes difícil condcnar,
moral o históricamente, la iniciativa del recurso a la fuerza; y ello por dos
razones: csta iriiciativa puede ser el único médio de eyitar uu ataque quiá
mortal, y oiogúo tribuoal, iuzgaudo con equidad, está eD situaciótr de decir
qué cambios pacíficos se impoo€n o de impoo€r el resp€to de estas decisioocs,
lgualmeote, si imaginamos un sistema de Estados militarmente aulónomos,
bay que suponer uoa serie de circunstancias para que el principio de la sa
guridad colectiva sea aplicable. En primer lugar/ hace falta que los Estados
6e pongao de acuerdo sobre la determinación def agrcsor, es decir, que estén
dispuestos a suscribir el statu quo en tanto que t¡[, o que, con toda equidad,
maniñesten un mismo ¡uicio sobre los actos de los Estados en contlicto. Ha-
bicndo sido ¡ecooocido unáoimemetrte como agreso¡ un Estado <iet€rminado,
scAin cl derecho y la equidad (ltalia, por ejemplo), hace falta que los demás
Estados se sientan lo suñcientemente inter€sados en [a salvaguardia del orden
iurfdico como para aceptar los riesgos y los evetrtuales sacrifrcios en defeosa
de un itrterés que no es estrechamente naciooal y que, todo lo mfu, es str io-
Grés a l¿rgo plazo (suponiendo que todos los Estados que no soo partes en cl
cor¡flicto s€ muestren iote¡esados en el ma[teoimiento del ord€n jurídico). Por
tlltimo, hay quo admitir qu€ la coalición de los Estados, unidos conta la
agrcsión, ra hasta tal puDto superior et fuerza al Estado culpable que ésto
no tcnga otra salida que ta capitulacióD o uo cambato descsperado. Si cl
lbidca p. 291.
KIX. En busc¡ de un¡ moral 697

lstadó agresor es, por sí solo, tan fuerte como la coalición de loe Estados
lefensores del derecho, la seguridad colectiva tra€rá coosigo la getreralización
le una grrcrra quizá susceptible de ser limitada o localizada, pero que corre
:l peligro de descmbocar etr utra guerra general y total. Si muchos Estados
;o niegan a asumir las carg¿s que implican las sanciones contra el agresor, la
eguridad colectiva paraliza las alianz¿s defeosivas sin reemplazarlas por uua
úianza universal.)
L¿ crftica de la ilusiótr ¡dealista no cs sólo pragmática, sino que tambié!
:s moral.ila diplomacia ideatista lleva demasiado a menudo al fanatismo,
livide a los Estados etr buenos y malos, en pacíñcos Qteace-loving\ y belico-
los, e imagina una paz deñnitiva con e[ castigo de los primeros y el triutrfo
lc los rtltimos-,Creyeado romper con la polltica de pode¡, exagera las malan-
lanzas de esta última. Lo mismo obedecetr los Estados sus principios y, con
la excusa de castigar a los agresores, llegan hasta el punto lfmite de la guerra
y de [a victoria, que, cuando sus iotereses están en juego o las circunstancias
ies fuerzan a ello, obedecen a la oportunidad del momento. Los Estados Uni-
los llo hao dudado eD eDtrom€terse en los asuntos interr¡os de Colombia "para
provocar o favorecer la c¡eacióu de uri Estado de Paoamá, dispuesto a con-
:ederle una soberanía perpetua sobre la zoDa del Canal- Para obtener equi-
vocadamente una i¡tterveDcióo rusa contra el Japón, r. F- Roos€velt aceptó
las exigeocias de Stalin, aun aqué[as que no podía satisfacerse sino a ex.
pensas del aliado chi¡o (cuyo gobierno, es cierto, uo se mostraba hostil a esas
concesiones).
Z Los Estados empeñados cn una competeuci¿ itrcesante, cuyo obieto es su
propia existeDcia, tro se sooducen todos de la misma maneta en todo mo,
merito, pero tampoco se dividen de uoa vez para siempre en buenos y cD
malvados. Es raro que todas las culpas estéE de un lado, que un campo sea
puro. El primer deber (político, pero tambiéD moral) es el de ver la politica
eDtre las oaciooes tal y como es, con el fio de quc cada Estado, aunque le-
gítimamente preocupado por sus intereses, !o esté totalmetrte ciego a los intc-
¡eses de los demás. Eo este dudoso combate, eD el que los títulos de las partej
no son equivalent€s, pero etr cl que etr ¡ara ocasión u¡a de las partes caresa
de toda culpa, la meior conducta meior en ¡elación a los valo¡es que cl
-la
idealista mismo quiera actualizat- es la que dicta la prudencia. Ser prud€ntc
es actuar en fuocióa do uoa coyuntura siogular y de datos concretos, y no
por cspíritu de sistema ni por obcdiencia pasiva a una oorrna o a una pseudo-
no¡ma; es tambié¡ preferir la limitación de la violeucia al castigo del prc-
tendido culpable o a utra supuesta justicia absoluta; es plaotears€ objetivos
co¡c¡ctos, accesibles, coaformcs co! la hy secular dc las telacioocs iDterna-
ciooalcs y uo obietivos ilimirados y quiá dcsprovistos de sigoiñcado, talcs
como "un mundo €¡ el que la democracia cstarfa segura" o "uo mundo en el
que hubiera desaparecido la poUtica det poder"->
Dos citas, tomadas de G, F. Kenoaa, ¡roneo de relhvc un concepto aoá.
698 Praxeologie. L¡s ¿ntinomi¡s dc l¡ ¡cción diplomátice estretégic:

logo a esta actitud, a la vez la más favo¡able a la paz (a la limitación de l:


guera) y a la relativa moralidad de que son capac€s los Estados:
"Debemos ser jardioefos y !o mecánicos €n nuestra ma¡era de enfren
tamos con nuestros p¡oblemas mundiales." Y más adelante: 'tsta labor dt
coaseguir la paz mundial serfa abordada de la mejor manera no con el esta
blecimiento de medidas jurfdicas rígidas, sioo más bi€rt mediatrte los procedi
mientos tradicionales de Ia prudencia política. Las fuentes de la teDsión inter
naciooal oo soD nuoca g€nefales: se trata siempre de casos especíñcos, qur
siempre son etr parte imprevisibles, §i se quiere aislar y reducir eficazmentr
los co¡flictos que resulteD do ellas, habrá que tratarlos, por una parte, cr
términos de equidad histórica, pero tambiéB sin perder de vista el equitibri(
de fuerzas establecido. Conflictos semcjantes, no lo olvidemos, afectao h¿bi
tualm€ote a las gentes en los puntos oeurálgicos de sus emociones politica:
más violeotas. Pocas ¡xrsonas habrán nuoca manilestado una devoción abs
tracta hacia los priDcipios del derecho internacional qu€ s€a capaz de rivaliza
con los impulsos que las guerras tienden a suscitar" r.

2. El idealismo de la política de podet

La cooclusióD de la secciótr precedente !h prudencia es la ürtud suprem¡


del hombre de Eslado) me parece, diríamos, evidente, porque se basa eo do
hechos indiscutibles: el caráct€r singular de cada sitE¿ción (lo que conden¡
al esplritu de sistema o de principios) y la fr€cuencia, para los Estados en coE
flicto, d€l recurso a la fiserzaz; recurso que, a pesar de las tentativas de 'tri
minalizar" la guerra, contiDúa siendo conforme con el derecho intemaciona
cscrito y consuetudi¡ario. Por ello, no h€mos opueslo ptu.lencia e idealismo
sito prudencia a ilu$ión idealista, taoto si esta ilusión es lurídica como si e
idealista.
al mismo úcmpo, parece que no b€mos casi abordado los proble
Pero,
mas filosóñcosy morales. ¿Qué sentido damos a la competeocia entre los Es
tados? ¿Es la polltica de poder animal o humana, innoble o graodiosa? E
deseo de los Estados do hacerse justicia, ¿es culpable o, por el coouario, ad
mi¡able? ¿Es la paz perpelua un ideal quizá irrealizable, o no es ni siquien
un ideal? O aú8, ¿hace falta atribuir un valor positivo o ncgativo a [a sobe
raDía de los Esados, a su rivalidad peÍnan€nte, a sus gu€rras ocásiooales?
,, El pemamieoto dcl historiador alcmán [Ieinrich vori Trcitschke, tal '

' Reaütics ol ¿lmcricd¡ Forcign policl, P¡incetoD, 1954, p. 9¿ citáde por Kcnnetl
V. Tnouson, Politicdl ¡calism atd thc c¡üi¡ ol uo¡ll poütics, Princeton, l!)60, p¡i
giDes 6&ó1. K¡¡¡¡¡ h¡ erpresado ider análogas en La d,iplotwcia an¿¡icau (19ü
I95O), Pa¡íq 1952.
' El Pacto Briard-Kellogg h¡cía crimin¡l a la 'guerre de egresiól-, ao a curJ
qrier gucrra- Y lo¡ E¡t¡do¡ no aglrsorclr oo contabeo con que el Pscto lca protcgic¡¡
XIX. En busc¿ de un¡ mor¡l 699

como fue expuesto efl las conferencias realizadas en la Universidad de Ber-


lln a fines del siglo pasado, y publicadas bajo et título de Polüik I pone do
maoifiesto uoa de las actitudes posibles con respecto a l" políticd de poder.
Esta no constituiría una servidumbre, sino una auténtica expresión de la Pro-
yidencia; ¿, hombre no dq cima a su vocac¡ón moral sino en el Estado y po¡
el Estado; los Estados no cumplen en esencia m,is que enlrentados unos a
orros y, en lin, la guerra no es bo¡barie, sino una prueba sagrada que deÍet-
mina con iuslicia el destitto de los pueblos.)
Ilustremos con citas las tres añrmaciones que acabamos do formular.
;1 'Et Estado es el pueblo, legalmetrte unido eo tanto quc poteocia inde-
peodiente. Nosotros entendemos por pueblo a un cierto núm€to de familias
que viven duraderamente en comunidad. D¿ ello se deduc! que el Estado
es original y Decesi¡rio, que continuará cxistieDdo en tatrto que haya una his-
toria, y quo es tan eseDcial cont el idioma'}. El hombre, según la fórmula
de Arisóteles, es un animal politicolEl impulso polltico. en el hombre se
confunde co¡ la tendencia a crear uo Estado.'La idca de la Humanidad Bo
Ies es dada i¡rmediatarDente a los hombres: es él cristianismo quien les ha eu-
señado que crar! hermanos. Todavla boy dla, "el hombre se sieote, en primer
lugar, alemán o francés, y solamente después bombre a secas (Mensch über-
haupt)". "No €s cieflo, ni fisiológica oi históricamente, qué los hombr€s lle.
guen a la vida primero como hombres, y solamente después como compa.
triotas" i. Si la caydcidad polftica es irurata en €l hombr€ y ti€De que desarfo-
llarse, no conviene considerar al Estado como un mal necesario, silo que,
muy al contrario, consfituye una alta necesidad de la naturaleza (hiihe Narur.
\otNlendigkeit)-
jl Et Estado constituye uoa persotralidad, primero en uo scotido iurfdico,
luego en un s€ntido moral e histórico) Ert cuanto personalidad, tiene una
yoluntad (r/rrle), la más autéEtica de todas las voluntades, a pesar dc quo
esta voluotad Do se coDfunda siempre con la de los seres vivos. Ya que el
Estado no existe más que cn el sentido de la duración, gracias a la transmi!
§ión de la he¡encia acumulada por las distiotas generacioDes. "Hay circunv
tancias en las que las sombras del pasado soo evocadas coatra la voluotad
desca¡riada del presente (gegen den yerir en Willet det Gegcnwa ) y * afrr-
man más fuertes que esta última. Recurrimos, eo Alsacia, cootra la voluDtad
derarriada do los afrancesados, a Geiler you Kais.rsberg y contamos con
que este espfritu se hará de Duevo vivo"'.

' Editado por M¡¡


Comiulius, laíVzlg, 18E7.
' De¡ Str¡t i*des als unrbhninige Macht rcchüch gccinte VolL Ur¡lcr Voll
lurzweg vcrstchcn wir eiae Mch¡heit ¡uI die D¡uc¡ zusammcnlebendcr F¿miüc¡- Mit
diege¡ E¡Lc¡¡t¡is ist gegebc¡, d¡se dcr Sratt uranfinglich und notrmdig isq da.so
e¡ bcstehL sol¡nge es eine Geschichte gibt, und der Menschei¿ so ve!€atlicü ist vie
dic Sprache (pig. l3).
t lbitc¡t, p. 19.
' Ibitem" p. .
7ú Praxmlogía. Lrs ¿¡tinomies dc le ¡cción diplomátice cstratcgica

Si cl Estado tiene una personalidad, dc etlo resultará la pluralidad, ncco,


saria y conforme cotr la razón (Vernunllgem¿isse). "Igual que on la vida hu-
mana el yo suple la pres€ocia de uE no-yo, asl ocure eD la vida del Estado.
El Estado Do cs pods (Macht) sif].o con el 6¡ dc maotenerse junto a otras
potencias igualmento independieDtes{*La guerra y la admioistración de la jus-
ticia (Rechstpflege) son los primeros deberes, aun €n el Estado bárbaro más
rudo. Ahora bien, estos deberes no son concebibtes más que dcritro de una
pluralidad ds Estados coexiste¡tes. Es por.ello por lo que [a idea de u¡ im-
perio universal (Weltteich) se hace odiosa (hosscns.wert). El ideal dc un Estado
de la bumanidad (Menschheittstaat) oo es de ninguna forma un ideal" r)
._ La pluralidad de Estados no es sólo la consecuencia n€cesaria de la esen-
cia del Estado, siuo que es también la expresióo de una riqueza humaoa y el
testimonio de una int€ncióB de la Providencia. Niogúo pueblo consigue actua-
lizar por sí solo todo cl contenido de la cultura, puesto qu€ cada pueblo es
parcial, dc algúo modo, y limitado.j'Los rayos de la luz divina par€ceD rom-
perso indefnidamente sobre los distintos pueblos i cada utro muestra uDa
imagen distinta y una idea diferente de la divinidad" r.
L¿s ¡aciooes que dao a Ia cultu¡a una expresión iadividualizada inter-
cambian sus riquezas: la coexistencia de los pueblos perteDecieEtes a una cul-
tura se basa eo la ley cristiaoa de "dar y recibir". Porque han rocooocido y
aplicau esta ley, los pueblos de los tiempos modernos oo desaparecerán, como
ocurrió cotr todos los de la Ántigi.icdad. Pero no re¡unciaráo, por ello, a su
voc¿ción respectiva y a su sob€raníail¿ soberanfa, en ¿l sctrtido iurídico, la
completa iDdepcndetrcia del Estado en relación a toda otra poter¡cia (Gew'alt)
sobre la tiera, penenece hasta tal puolo a la eseocia del Estado que se puedc
decü que cotrstituye el criterio de su Daturaleza. Allí donde existe una colec-
tividad bumana que ha conseguido la soberanía, alll se encuentra el Estadg r,
. "La soberaDla no es susc€ptible ni de reparto ni de graduación cuatrtitativa.
Es ridículo habla¡ de un Estado slu!€rior (Oberctaar) oi de uo Estado inferior
(Un ercroat). Gustavo Adolfo decía: "Yo oo reconozco a nadie por encima
de mí, sioo a Dios y a la espada del veocedor." Una v€z más el futuro de l,¡
Humaaidad no puede ser el ds uDirse baio uoa auto¡idad cstatal rinica, sino
que el ideal es cl de coostituir una sociadad de pueblos (y¿tlkerg¿sellschalü
los cuales, mediante tratados libremeote concluidos, limitarán su soberanía sin
suprimirla). Sio embargo, esta sociedad de pueblos, mieDt¡as los Estado!
sobrcvivan y la bistoria continúe, no tendrá otro t¡ibunal süpremo que e[ do
las a¡mas. Los tratados limitao la soberanfa de los Estados, pero son los mis-
mos Estados los que se hao impuqsto estas limitaciooes y no se hao compro-
meddo def-oitivamente, porqns siempre haB manteEido implícitarnente [a re.

' lbidcn, p.29-


' Ibid.cn" p, 29-
' lbílcm, p- 35-
' Ibid.cnt" p.37.
XIX. En busc¡ de un¡ mor¿l 701

Í€¡a: rebus sic sto tibutE.;l el momento en qr¡e se declare la gr¡er¡a, tdos
Ios tratados entre los behgerantes deiarátr de existir. Ahora bieD, un Estado,
en cuanto cs soberano, tieoe el derechc indiscutiblo (unzwe¡Íelhafr) a declarar
la guerra cuando quiera (rzzz er vril[) y, por lo tanto, al Eismo tiempo pucdc
rompef los tratados. --.'
I ¿Cómo podría ser de otra forma? Ser sob€rano es pod€r determioa¡ pcr sl
mismo la extensióri de su poder, y es decidir por sf mismo la gucrra o la pag.
Cuaodo se platrtea uDa cucstióo ütal, ningio árbitro imparcial existe y ni
siquiera es concebible- "Si cometiésemos la locura de tratar la cuestióo de
Alsacia como si no estuviese ya solucionada (oflene Frug¿) y si la conñásemos
a ün lrbitro, ¿quién puede cre€r seriamenle que éste sería imparcial? Por
ello, es una cuestión de honor para uB Estado el solucio¡a¡ por sf mismo
una cuestión semejante" ¡.
¿ Si la sob€ranía autéotica vienc deEnida por el derecho efectivo a recurrir
a las armas, §dlo es auténticameot€ soberaDo, sólo cs auténticamente uD Es-
tado, el Estado poderoso. "Si el Estado es poder, sólo el Estado que sea real-
meote poderoso respoode a su idea)'. Y Treitschke, en un estilo pcco confor-
me con las maneras de pensar hoy dfa, añade: "De ahf lo que hay de indiscu-
tiblemente risible eo el pequeño Estado. No es la debilidad la que es en sI
risible, sino ¡a debilidad que quiere adoptar el estilo de la potencia." En una
Alemania dividida entre la escuela que matrteofa la lost¿lgia de los pequeños
Estados y aquella que exaltaba [a obra de Bismarck, el historialor toma par-
tido, siD duda, sin reserva por la segunda. Es eu la "gran potencia" dondc so
actualizan los valores más iosignes.
En última iostancia, la justiñcación de la gran pote¡cia es gue sólo ella
pr¡edc maotcuerse en primera fila cn las coofrontacioocs guerreras. Ahora bieo,
sólo la guerra impide a los iodividuos ¡xrderse entetamente ea su actividad
ecooómica privada; sólo la guerra recuerda a los hombrcs su vocación poll-
tica y sólo ella restablece la primacfa de Estado sobre la sociedad. Sólo la
guerra limita el materialismo iDvasor y restablece la preocupación por los va-
lores nobles. "La guerra es politica, rat' é!o7-{r. Siempre se coofirmará Ia
verdad dc quc un pueblo Eo se conüerte en ese pueblo sino a t¡avés de la
guerra" !. "El Estado no cs solame¡te, eo sl, un bieE moral clevado. sioo
t¿mbié¡ la condiciótr para uoa existencia duradera dc los pueblos. Sólo es eE
el Estado donde la evolucióo moral (rrrl¡'cr¡) del bombre llega a su puoto cul-
minante"'. Luego, 'tin guerra no habría EstaCo"s ¿Todos los Eslados quo
conoccmos ban nacido de la guerra- La proteccióB de lo3 ciudadanos por la!
armas contiDúa §endo el primcr deber y el más esencial del Estado) Si la paz

Ibdcm, p. 38.
Ibídcñ" p. 'l3.
Ibi.dcm, p. 60.
Ibidcr4 p. 63.
Ibücnx p. 72.
702 Prexcologíe. L¿s ¡ntinomi¿s dc l¡ ección diplomitie cstnégicz

otema no es un ideal de mayor validez que el imperio universal, nosotros oo


t€oemos que deplorar su aus¿ncia, ya q¡¡€ las guerras hao sido, son y sefáB
fecundas. "Los grandes progresos de la cultu¡a de la Humanidad deben
realizarse en contra de la resisteDcia de la barbarie y de la siBrazón (U¿-
wrnunlt) y exclusivamente por la espada. Entre los pueblos pertenecientes
a una cültura (Kukurvólker) la guerra sigue si€ndo tambié[ la forma adop
tada po¡ el procedimiento coD qt¡€ s€ hacen valer las pretensiones de los
Estado§'r. Prusia ha intentado vanameDte convencer a los peqr¡€ños Estados
de que lenía que eiercer el mando en Alemania; la demostracióo tro ha sido
conyincente más que etr el caso de batallas, en Bohemia o en el Main.
¿Es el juicio de las armas el último iuicio? ¿Es la historia del mundo el
tribunal del muodo? Treitschke responde positivamente a estas preguntas,
pero no sin reservas o matices. "NiDg¡in pueblo ha sido destruido con más
,ustic¡a que Polonia" r. En general, la evolución estatal es la forma exterio¡
y o€cesa¡ia que adopta la vida intema de un pueblo; por ello, los pueblos
alcanzan la forma estatal, que respond€ a su propia sustancia moral. Pero
€sta justicia histórica es imperfecta, porquo aquellos que ejecutan sus deci
siones son también culpables. Y porque la ley del nrlmero, y no solameDte
Ia fuer¿a moral, rige el destino de los Estados.
Igualmente, no es sino a la larga cómo los.iuicios prouunciados por el dios
do las batallas se nos aparecen como juicios de Dios. "Un Estado como el Es-
tado prusiano, que de acuerdo con las disposicion€s de su pueblo era itrter-
Damente más libre y más razouable que el Estado francés, ha llegado, bajo
€l efecto de uo embrutecimiento temporal. a encont¡ame muy cerca del aoi-
quilamiento ' r.
Habie¡do justiñcado la política de poder, con su expresión simtxílica, la
gr¡efra, eo cuarito condición necesaria para las virtudes superiores y para cl
heroismo, el historiador alemá¡ no suscr¡be por ello un maquiavelismo wlgar.
, Una política leal y legal es de ordinario la más eficaz, la más rentable. Iospira
* conñanza a los demás Estados)La mentira Eo es de niogrlo modo la cualidad
tfpica ni el medio indispensable para la diplomacia. La exigencia de que la
polftica se someta a la ley moral universalmeDte válida es también r€conocida
eD la práctica ¡. No hay, pues, lugar, en general, a sugerir una conaradicción
cntre política y moral.
No es qu€, a veces, no deba ir la polftica €n contra del derecho posftivo :
los tratados no pueden constituir un imperativo absoluto. Pero la idea escn-
cial, más allá de los co!flictos €ventualcs entrc las obligaciones del derccho
y las nccesidades de Ia uación, es que Ia l,ey mo¡al (sittliches Geserz) de i[e-
piración cristiaoa exige a los Estados que reálicen su vocación, es decir, qrl€

lbi¿eñ, p. 73.
Ibi¿cn, p. ».
lbidem, p. 73.
lbidem, p. 9.
XIX. En busc¿ de una mor¡l 703

sc preocupetr de su propia potencia. "Recordemos que la es€ncia de las SraD-


des p€rsooas col€ctivas es el poder y, que coosecuentemente, el deb€r moral
d€l Estado es e[ de cuidar (sorgen'¡ de su potencia" r.
I "ft i¡¿ivi¿uo puede y debe sacrificarse por su tración. Pero uo Estado que
so sacrifica por un pueblo extranjero no solamcnte no cs moral sino quo
contradice la idea de la afirmación de sf mismo (Seibstbehauptu¡tg), que es lo
que existe de más alto valo¡ en el estado.])!e todos los pecadcs del Estado
el más imperdooable es el de la debilidad)'pecado contra el EspÍritu Saoto
de la política"'?. Es porque los abogados querrían que los conflictos entre los
Estados fu6ea solucioaados por tribu[ales y porqu€ los iuristas consideran
el respeto a los tratados con prioridad a [a salvación pública, por lo que la
teoría de uoa antinomia entre polftica y moral ha encoDtrado aceptación. Que
la moral sea más política y la polft;ca será más moral, y una y otra recono-
cerán que los juicios sobre la cooducta de los Estados deben hac¿r refere¡cia
a la Daturaleza y a las ñoalidades de estas personas colectivas.
Uoa semeiaDt€ polftica de poder no puede siempre emplear los rnedios que
recomienda o tolera el catecismo cristiano. Sobre todo en relación a los puc-
blos bárbaros o ,nfer¡ores. los medios son a veces inevitablemente crueles, dc
la misma forma que la astucia sigue teniendo un papel legítimo en las ma-
niobras diplomáticas. Perq la polltica de pod€r, moderada e inteligente, no
sc lanza, a la manera de io Napoleón, a empresas de conquista itimitada;
empresas qne, por incompatibles con el equilibrio de fuerzas, so¡ inmorales
y están coDdenadas por adelantado al fracaso.)
La conclusió¡ de la ñlosofla de Treitschke no es clnica, al meoos si nos
¡emitimos a sus palab¡as. Etr el último capítulo de la obra, la llamada doc-
trina oaturalista del poder se ve explícitamente refutada: "El Estado tiene el
objetivo de mantener el orden en el interior: ¿cómo podrfa hacerlo si, eu el
€xterior, no quiere comprometerse a ninguna legatidad?" 3. Uo Estado que
despreciase la fidelidad y la fe, por prir:.ci?io (Trcue und Glauben\. se vería
permanentemente amenazado por sus enemigos. Et Estado es poder, no por sl
mismo, sioo co¡ e[ ñn de proteger y de promover bienes más elevados. La
guerra, por sí sola, no fundamenta el derecho. El Estado debe tener uo seo-
tido quisquilloso del hooor. "Si s€ ha injuriado a su bandera debe pedir repa-
arcióa, y si no la obtiene debe declarar la guerra" n. "No deberá renunciar,
a ningrin precio, al respeto (Achtung), al que tiene derecho detrtro de la so,
ciedad de los Estalos" 5.
A pesar dc esta preocupación por cl honor y por el prestigio (nociones
bastantes extrañas a la ñIosoffa americana) la última frase del his¡oriador

lbidem, p. 100.
Ibidcm, p. 27.
I bideñ, t. II' p. 54¿.
Ibíden, t. II' p. 551.
lbi¿em, t. II, p. 551.
7O1 Przxeología. L¿s antinomi¿s dc l¡ ¡cciób diplomárica asr¡aÉtic¡

alemáD se parece a la rlltima fr¿se del diplomático americaoo.'Se trata dc


compreoder cómo la razón divina se ha ido progresivamente revelando cn
csa diversidad de la üda real, y no de dominar a la historia. La grandeza
del hombre de Estado es [a de saber interpretar los sigoos de su tiempo y de
ser capaz de reconocer aproximadamerite como se desarrolla!á la historia del
mundo en uo momento dado del futuro. Nada es más cooveoiente para el
hombre polftico quc la modestia. Dada la multiplicidad y la complicación de
las relaciones con las qu€ se ve enfre¡tado, no debe deiarse [evar por caminos
iqciertos y sombríos (¿¡¡gewirse, dunkle), Debe solamente desear ob.¡etivo6
aocesibles y coDservar su ñnalidad, cla.ra y marcadamente, aote sus ojos""
Modestia, limitación de objet¡vos, balance de las distitrtas coDside¡acioncs
aotes de tom uoa decisióo, ¿oo soo estos consejos de prudeocia muy se-
mejantcs a los que tomamos de G. F. Kenoa¡, en la parte final de la secaió!
precedeDte? Comprcnder su época, resolver los cooflictos tal y como se pre-
seotao, teDer pp cuenta el equilibrio de fuerzas, Do intentar modiñcar los Es-
tados oi la política iotertraciooal, esta es la labor del diplomático-jardinero,
de acuerdo con el sentir del antiguo emba¡ador en Moscú. El historiador ale-
mán y el diplomático arnerica¡lo s€ iospiran en uoa filosofía muy distinta, pero
llegan a cienas afi¡maciones semeiantes.
Ac€rcamieoto más sigsificativo que paradójico, a condició¡ de olvidar
qr¡o Tre¡rschk€ proclama el idealismo y que Kennao no rechaza el calificativo
de realista que le atribuyen los comeotarista§, con sentimientos diversos. Ambos
enseñan la prudencia, pero uno a panir de una política de poder, exaltada
como coDforme con la vocacióo de los hombres y de los Estados, y el otro
patiendo de una polftica de poder, aceptada con resignación para evitar
mayorc§ ma¡es.

?. De la "Machtpolitik" q la "po$,et politicl'

Hubiera sido fácil. erogiendo otros textos, hacer rcsaltar aún más el na-
ciotralismo o el ciaismo de H. voo Treitrhke.
Por ejemplo, la idea de los distiritos pueblos esclarecidos todos por uD
rayo dc luz diüna, hubiera podido coostituir la base para una enseñanza dc
la mod€stia o de la tolerancia. Pero, en realidad, el historiador alemán ob,
tiene de ella una lección de orgullo. "Cada pueblo tien€ derecho a creer quo
cs eo él cn el que cicrtas fuerzas de la razón divina eocuentrao su más bella
rcpresentación. Un pueblo no [ega a la conciencia de sf mismo sin sobrees-
timarsc." Treitschke añaje que los alemanes carece¡ de ese orgullo masivo.
En otra pañe recuerda el caso de vcncedores quc, a pesar de su supcrioridad
do cultura, no son Io suocie¡temente numerosos para coovertir a los ind!
genas sornet¡dos. Este es, pof ejemplo, cl caso de los alemaoes eo Lituania
y en l-etonia. No duda eo concluir: 'No quedará oha solución quc la de
XIX. En busc¡ de un¿ mor¿l 705

manteaer a todos lo3 $tbditos etr un estado de la mayor ircultura posibb


(móglichsre Unkultur), coD el fitr dc que oo ss hagan peligrosos pata sus poco
oumeroso§ dueños" ¡.
El historiador alemán oo duda de qu€ las nacioocs europeas contiD¡1eo
siendo los actor€s de la Historia, los que tieoetr y teDdráD el derecho a saca¡
la espada para cumplir su vocacióo y para crear los valores superiores de la
cultura. No se imagina que pueda surgir mañana un tipo de Estado superior
ni que, en otros cootineotes, ñorezca una cultura igual a la de Europa. "Eu-
ropa es siempre el corazón del mundo y, como ya conocemos al plaaeta etr-
tEfo, podemos prever que siempre será así en el futuro" 2.
No hay oecesidad, boy dfa, de disipar las ilusiones de la vanidad europea
o germánica. El semi-cinismo al qu€ llevaba a Yeces la política de poder de
inspiracióo idealista oos parece casi ingenuo a la luz de la expcriencia d€ este
siglo. Lo que oos interesa arlo en el pensamieoto de Treitschke es la justifr-
cación y Ia casi exaltac¡ón de la soberanía estatal, de la rivalidad de poder,
de la guerra, Recogemos, eD otros capítulos, alguoos de los problemas que
plantea csta defeusa y ejemplificación de la polítíca de podcr: la indivisibili
dad de la soberanfa, la imposibilidad de un Estado superior (Oóerlaot). Nos
interesaba remoBtaroos a la ñlosofía alemana del siglo pasado para com-
prender basta qué punto diñere de la ñlosofía a¡r¡ericana de hoy día.
Al pasar el Atlántico, al convertirse en powet poli,¡cs, la Machpolilik de
Treitschke ha sufrido uDa mutación, sobr€ todo espiritual. Se ha convenido
eo uo hecho, no en un valor(Los autores que, segúo la opinióo más genera-
lizada, pertenecen en los Eslados Unidos a la $cuela realista comprueban que
los Estados, alentados por uDa voluntad de poder, s€ encucotratr en perma-
nente rivalidad; p.ro no s€ felicitaD por ello, oi ven tampoco en ello uoa
participacióo del plan diving)La negativa por parte de los Estados a someters€
a una ley común o a un arb¡traje, les parece indiscutible, inteligible, pero no
sublime, po[que no consideran como tal ni a la guerra ni al derecho a utiliza¡
la espada. (El dcber racional de un pueblo, constituido en Estado y cons-
ciente de sf mismo, es el de mantener su r¿rngo en la sociedad de los pueblo§
y la de aportar asf su cootribucióo a la gran labor de cultura de la Huma-
Didad"\ De esta forma iustiñcaba T¡eitschke, por la vocaclón a [a cultura,
et deblr polltico de cada pueblo. Yo no creo que los realistas americanos,
Do en mayor grado el teólogo (Reinhold Niebubr), que el diplomático (G. F.
Kennao) o que el profcsor (H. J. Ivorgenthau), hayan nunca eíablecido un
lazo tan estrccho entre voluntad de poder y acción dc la cultura. Mc sictrto
tentado de resumir la oposición entre los doctrinarios alemanes dc la Machlpt -
,¡'rir< y los tcóricos americanos de la powe¡ porir¡'cs citaodo la fórmula célcbrc
creada por Max Webcr pafa pooer de maniñesto €l cont¡aste eDtrc los puri-

lbidcm, r- I, p. 127.
Ibil¿ñ, t. ll, D. 534.
Ibi.d,em, 9. 32-
7ú Prercologíe. [-as ¡¡tinomi¡s de l¡ ¡cción diplomática cstretcgice

tatros de los comicnzos del capitalismo y los hombres de hoy dfa. "Loc puri-
tatros querían scr profesiooal€s, nosoÚos estamos obligados a serlo." I-os Da-
cionalistas alemanes queríao la política de poder por sf misma, mietrtras quc
los realistas americanos s€ crceD obligados a constatar su existencia y a
aceptar sus lcycs.
Z Ha sido un teólogo, Rei¡hold Niebub¡, el que pasa por irispirado¡ de la
llamada escuela realisti,,Ahora biea, su crítica de la ñtosofía liberal, opti-
mista, iodividualista, ddla polftica exterior, tiene por origeo y fundan¡eoto
una cierta conc€pcióo de la naturaleza humana.)El hombre está corromp¡do
por el pecado. Es egolsta y violento( Los seres colectivos que co¡stituyeu
los Estados sou peores que los seres iDdividuales:Estos practisan a vec€s lag
virtudes cristiaoas; aquéllos, iamás., La inmoralidad de los Estados, eofren-
tados unos con otros, es lanto mayor cuanto que los ciudadanos pueden tener
el s€otimiento lcgltimo de actuar moralmetrte cuando se consagran al Estado
y porque, a veces, hasla se sacriñcau por é1. Pero, Gomo éste es es€ocialmenle
inmoral ¡, interesado, yiolento, los ciudadatros continúan prisioncros de una
especie do egoísmo tribal, aun eD aqueuos casos en que s¡rveo a la colecti-
vidad- Tomando por término de referencia y por criterio dc valoración ética
a la coaducta dc Cristo, Niebuhr no deja de insistir sobre la a[tinomia radical
eBtre las costumbres cristiaoas y la acción del político y, en particular, del
diplomático.a No hay Estado que haya sido c-¡eado o se mantcnga sin el
cmpleo de la fuerza. Es la corrupción del hombre por cl pecado la que se
pone de manifiesto en cl desarrollo violeoto de la bistoria y ta que los ñ-
lósofos del conÚato, aquéllos que creen en la paz por el derecho y aquéllos
que cotrdenaD todo r€curso a la fuerza, se obstinan en desconocer.
J Sin duda, no serfa imposible de encontrar, bajo la pluma de los doc-
trinarios alemaoes, textos que relacioten guera y pecado y, ba.io la pluma
de teóricos americanos, textos que revalo¡izan la prudencia del hombre do
Estado;Treitschke escribe, efectiv¿mente; "Mietrtras que la especie humana
continúe siendo la quc es, con el pecado y las pasiones, la guerra no podrá
desaparecer de la superficie de la tierra" 2. Po¡ su parte, R. E. Osgood, eo su
libro La Gue¡¡a limitada', llega a declarar inmo¡al toda guerra cuyos ob.
ietivos sean o quieran s€r trasceodeDtes- "Pero la fuerza milita¡ ¡o es sola-
metrto ineñcaz como instrumento para alcaozar obietivos morales trasc€tr-
dentes; €s, igualmeDte, moralmente peligrosa. Es peligrosa, porque la utili-
zacióu dc la fucr¿a coo üsta a objetivos graodiosos de este tipo tiendc a cotr-
vertirse cfl uo ñn por sl mismo, que oo está ya suieto ni a las festriccior¡e§
moralcs ni a las restricciones prácticas, sioo sol,ameote a la intoxicación por
r Hc equi l¡s cu¡lid¡dca quc le a¡üuye: hut lor pouel pridc, conuñpa ,our¿
th¿ oth¿¡, lvpoc¡isf, motal autonomy.
' Ibidcm, t. tl, p.554.
(hicasq
' 1957.
XIX- En busc¡ de r¡n¿ moral 747

los ideales abstractoy'r. Utilizar la fuerza prara garantizar la seguridad de lg


democracia eo todo el mundo (r¿¿ world sale for dtmocracy\, o para susti-
tuir la política de poder por el ¡ei¡ado de la ley, mediantc el castigo de los
culpables y la organización de una Sociedad de Naciones. es empeñarse eD
una ioiciativa que puede s€¡ tanto más violenta por cuaoto se plantea como
último obietivo la eliminació¡ de la violencia y porque la realid¿d oo se do
blegará nunca ante estos sueños subiimes. De ahí la co¡clusión del autor:
"En este s€otido, las naciones harfan me.ior renuDciaodo al uso de la guerra
como irstrumento de toda política que oo sea uDa política nacional" 2. Así, el
egofsmo nacional, sin resullar por ello consagrado, se nos aparece como Ia
actitud más moral y no ya solamente como la más prudente.
Estos textos podrfan multiplicarse- dejan iotacta, a mi parecer,
la oposición de -que
clima iDtelestuat, metafisico, hasta teológico entre el docfti-
oario alemán de ñnal€s de siglo último y el teórico ame¡icano de hoy dla.
La fórmula banal (la g¡Jerra oo desaparecerá de la superficie de la tierra en
tanto que el homb¡e esté corrompido por el pecado) que Treitschke, que €ra
cristiano, €mplea de pasada, no man¡fresta ni el sentido profundo de la doc-
trina ni las conclusiones que los oyentes tenfatr qu€ deducir de las lecoiones
del profesor. Muy d¡stintameDte instructivos, elocucntes y ¡rersuasivos soa
los largos pasajes en los que el valor educativo de la guerra es proclamado y,
et ideat de la paz eterDa, denunciado. Mañana, cuaudo vuelva la guerra, será
Dios quien la habrá enyiado a los hombres, para curarles dc su ceguera, de
su abatrdooo a los placeres; para enseñerles las virtudes supcfiores de la ds-
voción y del sacriñcio, quc estabao en traoce de olvidar. Ningúo realista ame-
rrcaoo cmplca un leoguaje semeiante. Todo lo más, éstos burarán "los equi-
valeotes morales d€ la guerra" 3, si dan por descontada la victoria de los paci-
ñstas.
En cuanto a la justificación del interés nacional, sigue teniendo uD sigtri-
6cado opuesto, s¿gúo los sitios. R. Niebuh¡, H. J. Morgenthau, G- F. Kennan
y R. F. Osgood !o exaltatr el "sagrado egofsmo" de los Estados. Temen quo
este egoísmo no s€a aú p€or, más brutal y meDos razooable, si se camufla
bajo consignas graodiosas y vagas. Bajo pretexto de castigar al agfesor, un
Estado lleva la guerra hasta el límite, hasta la misma des&uccióo del Estado
etremigo, y es tatrto más iomoral por cuanto s9 c¡ec mo¡al, tanto más egoísta
por cuanao se imagina obedecer a un principio traoscendeote. En otras pa-
labras, si los realistas llegan a la cooclusión de R E. Osgood
-la fuer¿a no
debe ser utiliz¿da más que a[ ¿¡cl¡¡ivo servicio de una política naciooal- qo
€s porque tergan intencióa de coofe¡ir al egolsmo colectivo un valor sagrado
(como T¡eirscbke se inclinaba a hacerlo), siDo porque el preteodido idcalismo,
desde su punto de vista, o disimula una voluntad de poder, aún más peligrosa,
I P,ígiae 17.
' lbidcttt p. 21. .YilliÁB
' Tírulq como recordareooq de ¡¡ libto de Jrmca.
7O8 Praxeología. L¿s ¡¡rtinomi¿s de l¡ ¡ccióo diplomática csrrercgica

puesto qr¡e oo es conscieote de sí misma, o cotrduce al desastfq por ser iocom-


patible coD la esencia de la política eotre los Estados. I-a enseñanza de un
teólogo como Ni€buhr o de un profesor como Osgood o Morgenthau es iose-
parablerneoto pragmáticd y éricai/ los estadistas ,¡¿¡¡¿¿ que preocuparse del
i[terés de la colectividad que tienen a su cargo, pero no deben ignorar el in-
terés de las dcmás colcctividades>Aho¡a bien;el zealismo ---el r€coooc¡miento
de los egofsmos nacionales- es más propicio a que cada uno tome coociencia
de los intereses y de las ideas d€ los otros, que no cl idealismo y el culto a
los principios abstractos. Además, Niebuh¡, §i no Morgenthau, añadirla que
el realismo oo debe ser cfnico y que "el remedio para un idealismo preten-
cioso, que cree sab€r respecto al futuro y a los hombres más de lo que les
está permitido a los mortales conocer, no es el egoísmo. Es una preocupación
a la vez por sl mismo y pof el otro, eo el que el yo, tanto si es iDdividual
como colectivo, mantieDe un respeto autétrtico por las opiniones de la Huma-
nidad, derivado de una conciencia modesta de los límites de su propio saber
y de su propio poder"'. y, una v€z más, "las naciones soo egofstas, pero el
seotido de la iusticia debe impedir que la prudencia sea demasiado prudente,
es decir, demasiado oportuDista en su maoera & deñair el interés" ".
La fórmula "el yo, individual o colectivo", nos iqdica una segunda trans-
formacióo de la Machtpolit¡k, a saber, el olvido o, cn todo caso, la meoor
accltuación de la primacía de ld ?olítica exteior- El Estado, oos d¡ce Trcitsch-
ke, reprcsenta la balanza (de la iusticia) y la espada (de la guerra). Pero és
antes la espada, pucsto que no puede imponer la iusticia más que una vez
seguro, Sracias a aquélla, de ser capaz de hacerse obedecer. lrs realistas amc-
ricanos, polemistas cn contra de un falso idealismo, pcro impregnados por la
ñlosofla individualista y moralista de su patria, toman como punto de par-
tida a la ¡aturaleza del hombre (inter€sado, violento), o a la naturaleza do
la polftica que no funciona sin poder (power), obpto o medio para la riva-
üdad entre los yo individuales o colectivos.
. La palabra power ct inglés tiene un scntido muy amplio (o muy vago),
-puesto que traduce, s€g¡1n el caso, las t¡es palabras francesas: poder, pot€ncia
y fitefza. PouJer es, en primer lugat, y en su Eentido nás generul, la copocidad
de hacer, de produci, de destruir, de inlluir; es adcmás capacidad dc mando
legal (llegar al poder, ei€rccr el poder)fts tambiéq la capacidad de una pcr-
sooa (iodividual o col€ctiva) para imponer su voluntad, su cjcmplo, sus ideas
a los demás r:es, por ¡¡ltimo, el conjutrto de medios, matcriales, morales, mü-
tares y psicológicos (o uno u ot¡o de esos medios) dc que dispooen las trcs
capacidades quc acabamos dc eaumerar para su desplicgue.
No es ilegltimo coosidcrar al corc€pto de powet como el conccpto fun-
' Estc terto hs lido toñ¡do de una erccrpta de terto!, tituladr R. Ni¿buh¡ o¡
poli¡¡c¡, y public¡d¡ por Harry B. Davis y Robcrt C. Good, 1960, p. ílilZ
' lbid.cm, 9. 334
XIX. En busc¡ dc una mor¿l 7ú

dameotal, or¡ginal, de todo ordcn ¡¡olítico, es decir, de la coeistencia cgatri-


zada entre indiv¡duos. Efectivam€[te¿les c¡erto que en el interior de los Es-
tados, al igual que en cl escetrario ioternacional, §e eDffentan voluntades au-
tónomas, cada una de las cuales contempla obietivos propios. Estas Yolunta-
des, que no so ponen de acuerdo de uDa manera espontánca, buscao la mao€r¡
de coaccionarse mutuamente>ismarck había querido realizar la unidad ale-
mana baio [a dirección de Prusia a pesar de la oposición de Napoleon III,
de la misma manera que J. F. Kennedy quería coovertirs€ eo Presiderte do
los Estados Unidos a pesar de la oposicióD de R. Nixoo. Pero €sta compara-
ción, en mi opinión, oculta lo csencial, a saber, que los miembros de una
colectividad obedeceo a las leyes y someten sus conflictos a reglas, mienlras
que los Estados, que limitao su lib€rtad de accion a través de las obligac¡ones
que suscriben, se bari reservado siempre üasta.el momento el derccho de re-
currir a la fuerza armada y de deñnir ellos mismos lo que eoliesdeD pof
"honor", "intereses vitales" y "legítima defensa". A este resp(tto, me par€co
que la escuela realista amer¡cana está en retroceso eo relación al pcnsamiento
tradiciooal de Europa. Obsesiooados por la preocupación de refutar la filo-
sofía del contrato, la versión del liberalismo, según la cual el homo politicut
podía adquirir uoa disciplina con solo el respeto de la ley y de la moratidad,
los realistas terminan po¡ oponer una aDtropología contra otra y poteocia
(po$'er) contra ley (o moralidad). Defioe¡ la política por el prc,dcr Qrowc¡) y
no la política ioterúaciqnal por la ausencia de árbitro o policía, Es también
un cristiano, pero de Inglaterra, el que vuelve a Ia lradición cuando escribe:
"ln international allai6 il ¡s lhe siluotion of hobbesiun lear which so fa¡ as
I con see has hitheto deleated all th¿ endeavout of the humon intellccf't.
Ni R. Niebuh¡ oi H. J. Morgenthau ignoran necesario espccifi-
carlo?- que los conñictos entre ciudadanos, dentro-¿esde uoa colectiüdad, sc
desenvuelven conforme a reglas (de las cuales la sup¡ema sería la Cotrstitu-
ción, eu las sociedades modernas) o son solucio¡ados por los tribunales: l-a
oposicióri entre el "mooopolio de la violencia legítima" y ta "pluralidad do
soberanías militares" no les es, ev¡dentemente, desconocida: I-a iosistencia coo
que H. J. Morgeothau nos ¡ecuerda que la supervivencia (srrrvival) consti-
tuye y debe coostitui¡ el objetivo primordial de los Estados,tquivale a una
admisión impllcita de una situac¡ón bobbesiana entr€ los Eslados y, por to
tanto, de la dife¡e¡cia ese¡cial entre política iotemacioual y polltica intra-
estatal. No por ello deia de s€r este reconocimiento más implfcito qrc expll-
cito.
No es ¡mposible, a mi parecer, comprender esta f,uctuación dcl análisis,
si no del p€nsamietrtollos realistas ame¡icanos, como hemos dicbo, se sínian
af margen de los idealistas y tras ellJsJ Pieosan contru ellos, critican la des-
cripción que los idealistas ofrecen dcl mundo o las añrmacio¡cs que formu¡an.

Herbe¡t B¡."rrtnr¡¿o, Chtisria iy and Hütory, landr€q lA9, p, q)-


7ta Praxcologíe. L¿s ¡nüomi¡s dc l¿ ¡cción diplomáticr cstnÉgice

So yen ¡levados, siD tcrcr plena coocieocia de ello, a seguir el ejemplo de


aquéllos a los que sc oponetr. Ahora bien, los idealistas aceptan todos o casi
todos, el postulado dc que no existe ni debe haber diferencia esocial entro
polftica iotra-csraral y política internac¡onal- Los Estados están al s€rvicio de
Ios iDdividuos y no a la inversa. Deben ob€decer (apreoder a obedecer) a la
ley, do Ia misma manera que hatr apreDdido a hacerlo los ciudadanod. Una
eez establecida la ley internacional, todo recurso legal a la fuerza coosti-
luirá una acción de policla, como ocurre hoy día en el interio¡ de los Estados)
Además, e¡ el plano de la sociología o de la historia, buscaríamos en vano
uD límite claro entre el empleo de la fuerza armada por los Estados co¡ el
60 de constituirse y el empleo de esa misma fuerza contra los enemigos exte-
riores. Constitución y desintegración de imperios o hasta de naciones supone
que uo eDemigo exterior, al comienzo de tas hostililade§, se convierta en com-
patriota al fin de ellas, o que, a la inversa, luchen conciudadanos entre sí por-
quc una parte de cllos quie¡e separarse y organizarse a su vez en una unidad
hdependiente. Esta continuidad, de hecho, no se contradice con la distinción
esencial, pero, para dcmostrar esla distinción, habría habido que emplear
métodos, a los que la escuela americana se siente extraña: o bien el análisis
del signiñcado intríDs€§o de una actividad humana, o bien una reflexión sobro
la historia misma. La visióo de la Humanidad, desde las tribus al imperio
universal, pasando por los Estados nacionales, se ve falseada por una extra-
polacióD ilegítima. La ampliación de la zona de soberaofa no es más que una
modiñcación de escala, dentro de utra historia cuya naturaleza coniinúa
siendo la misma; la unificación estatal de la Humanidad signiñcaría una coD-
versión d€ la l¡istoria y oo ¿¿ la historia.
Eo lanto que la cscuela realista se limite a criticar las ilusiones morales
o jurfdicas, estos equívocos conc€ptuales no tendrán inconvenientes serios,
Pe¡o cuando el realista se convierte en teórico, cuando pretende ofrecer, no
una imagen en bruto, sino un ¡etrato retocado, un diagrama racional de la
polftica entre los Estados, surge la necesidad de nociones rigu¡osamenúc
definidas.
Los dos conceptos fundamentales de H. J. Morgenthau son los de porrer
g iñrerés nacional. Pero, ¿considera a[ poder como el medio rtec€sario para
cualquier empresa? ¿O como el obietivo al que se dedican los individuales
'o
o colectivos? O, de otra forma, ¿constituye el obietivo primordial de los
Estados porque éstos no puedeo contar más que con cllos mismos para so-
brevivir? Sería fácil citar textos en favo¡ de cada una de estas interpretaciones-
I¿ orilación cntre estas tres interpretaciones es llamativa en el transcurso
do las primeras págioas Ce Politics dmong nations \- E*rlbe quc *intenationa,
politics, like all politícs, is a sfiuggle lor a power- ll hatever the uhinate aims
ol intenational politics, po*'¿t is alwoys the trmediate am-" I-a ooción dc

Nucv¡ Yo¡ls 1949, p. 13.


XIX. En br¡sc¿ de un¡ monl 7tl

obietivo iomcdiato es equívoca: si el poder no constituy€ el útimo fin, el


obietivo ionediato puede ser coDsiderado solamento como un rnedio. En otra
parte €scribe: "Thc aspiration Íor po$,er beiry the distinguishing element ol
international politics, as of all polilict, inletnltional politics ¡s ol necessity
wwet politics" t. Pero si es cielo que la aspüación de poder juega el mismo
papel en la polftica internaciooal que en cualquier política, el carácter or¡ginal
do la polftica de poder entre l¿s oaciones desaparece. D€sde el momento quc
la esencia de la polltica itrterDacio¡al es idéntica "a la erncia de la polftica
doméstica", teith irs domestíc cou erpart, ¿por qué no podría ser €limioad8
la guerra tanto de aquélla como de ésta?
En fin, si comparamos a los cruzados que querían liberar los SaDtos Lu-
gares coD Woodrow Wilsoq que qtrell^ make the wo¡ld safe tor democ¡ocy,
y con los naciorial-socialistas que querlan abrir la Europa del Este a La colo-
oizacióD alemana, dominar Europa'y co¡quistar el mundo, si declaramos quc
unos y otros sbh actores en el escenario de la política iDternacional porqus
ban escogido el poder (poi,et) para alcaDza¡ sus ñnes, etrtonc€s este podef no
es más que un m€dio y no de6ne ui la naturaleza de la polftica iotemacional
ui [a de los obietivos cont€mplados por los actores. Esta última interpreta'
ción se verá conñrmada por un texto tomado de otra obra- "The intercts to
which power atlaches itself and u,hich ia semes, arc as varied and manilod
of thc members ol a given society"'. Pero
as are the possible social ob¡ectives
eo el caso €u el que el poder no sea más que un medio, las afirmacion€s q¡¡6
eirven de fundamento a [a teoría de H. J. Morgeothau son entoDces puestaS
etr tela de juicio. Todos los regfmeoes teodrlan el mismo tipo de política ex-
terior. El contenido del interés nacional serfa constante a lo largo d€ exteDsor
pcríodos de la Historia- ¿Por qué esta constancia? Porque todos los elcnr€u-
tos, ideales y maleriales que constituyetr e[ cotrtenido del interés ¡acional están
subordinados, al meoos (a, ,he very leost) a las exigencias, que tro son srscelF
tibles de tra¡sformars€ rápidamente, "de las que depende la supervivencia do
la nación, asf como la preservación de su idetrtidad".
¿Es cierto que los Estados. cualquiera que sea su régimcn, mantieocn "ef
misño tipo de diplornacia" (the sarne kind. ol loreign policyyl s. Esta sfr-
mación es iocreiblemente equívoca- Las diplomacias de Napoleón, de Hitl¿f
y de Stalin, ¿peñenecen al mismo tipo que las de Luis X[V, Adenauer o
Nicolás II? Si respoodrmm ri, etrtooc€s la proposicióD és i¡iiscutibl€, pero,
igualmeote, poco ins¡nrctiva. Los rasgos comuoes a todas las cooductas di-

' lbidea 9. 15.


' En Thc ,hco¡etical &tpects oJ it ¿notianal relatians, publieado por V. R. T,
Fo¡, Notre Deme, 1959, p- .
' Thcy eroume that rhe kind of foreiga ¡olicy which ¿ n¡tion ü det.¡mined
b, the kiDd of doEe3tic in6titutions it pos§€sses a¡d the Lind of politicel philomphy
to which it a¡üe¡e+ All of ¡cco¡ded history mili!¡tes rgai¡s¡ üe sssuurptioD. Etr
Diplottucl h a changia uoful, publicado por SlephcD D. K!¡sErz y M- A. Frr¿srrons,
U¡ive¡sid¡d dc Nor¡c D¡aq 1959, p. 12,
712 Praxeología. L¡s ¿ntinomias dc l¿ ¿cción diplomática esuetcgice

plomático-clratégicas soo formales. uos l¡evan a[ egoísmo, al c¡ílculo de fr¡er-


zas y a una mezcla variable de hipocresfa y cioismo. Las difereacias de grados
soo talcs, qr¡e basta cotr un Napoleón o con un Hitler para qrE, a favor de
las circunstaocias, se hubiera transformado el curso de la Historia.
Al mismo tiempo percibimos la falsedad de la seguoda afirmación: el in-
tc¡és nacional no cambiarfa rápidamente, porque las exigeDcias para la super-
vivencia del Estado soD relativam€nte coastantes. Aunque demos a la supef-
vivenéia un sentido estrecho y eo algttr modo material
-la nopuede,
la poblacióu y la iodependencia del EstadG- el interés nacional
matanza de
como
todo el mutrdo sabe, e¡igir, en uu pelodo de. algunos años, uoa ioversióo
completa de las aliaozas, con la cual los amigos se converti¡án en enemigos
(la Uaión Soviética, bueo y flamante aliado eq 1942, signiñca en 1946 la ame-
oaza mortal) y los enemigos en amigos (la amistad co¡ Ia Alemania de Ade-
Dauer ha sustituido a la hostilidad hacia el III Reich). Además, en un sistema
heúerogéneo, los miembros de la oposicióo favorables a ta ideología del bando
cnemigo no ticnctr, ev¡dcntemeote, el mismo cooc€pto del interés Dacional
quo los SobemaDtes y mantetrdrfan una diplomacia distinta si coosiguieran el
pod€r,
¿Podremos dccir, al menos, que los elementos que eatran eo la de6ni-
ción del interés naciooal está! subordioados a las exigeucias de la supervi-
vcncia? Si se t¡ata de una añrmación de hecho, es ma¡ifiestame¡te falsa.
Conccdamos a todos los Estados, g¡aodes y pequeños, la volu¡tad de supervi-
vencia en cuatrto tates Estados, a pesar de qr¡e esta voluntad sea extrañamento
desigual segrio el lugar y el tiempo (os reioos de Alemania, a mediados del
siglo pasado, no tenían más quc una débil voluotad de superviveocia como
ta¡es reinos: ni los sobcranos ni los pueblos consideraban la pérdida de inde-
pendencia como una catástrofe). Pcro supongamos esta voluDtad: no define
por ello ua último obictivo o u¡ criterio de eteccción¡lfodos los grandes Es-
tados ban puesto cn peligro su superviveocia por alcanzar objetivos superiores.'
Hitler preñrió, para él y para Alemania, la posibilidad dcl imperio a la se-
guridad do la existeocia--TTampoco deseó e[ imperio ----o la acumulación del
poder- como mcdio par¿ la seguridad. Intentarfamos en vano deñnir de uoa
manera inequfvoca los objetivos de los Estados por refercncia tanto al poder
como a la seguridad, o a ambos a la vez. ¿Qué vida es la que no sirve para
una ñnalidad más alta? ¿Para qué sirve la seguridad que üac consigo Ia mc-
diocridad?
Por lo demás, la misma noción de superüvencia se presta a inlerpreta-
ciotres múltiples, En 1960 la Francia que quiere sobrevivir es occidental, con
instittrciones de tipo constitucioDal-pluralista. Absorbida c¡ el unive¡so sovié-
tico, ¡rrderfa su "identidad" occideotal, p€ro cooservarla probablemeute utra
parte susta¡cial de su cultura histórica, Ni co un campo ni eE otro puede ya
r€couquistar uaa "iodepeodencia" total, e¡ el seotido de capacidad para to
mar sotra decisiones dc importalcia; pero sería meoos autónoma en el Esto
XIX. En busca de una moral 7t3

de lo que lo es ahora en €l Oeste. En fio, tanto de un lado como del otro, si


participa eB el iuego importante de la estrategia efl la era termoDuclcar, ex-
porc a la poblacióa al riesgo de pérdidas crueles y quizá fatales/S€Eún que
la supervivenc¡a esté definida por la independencia, por la ideDtidad de régi-
men polftico, por la de la cultura histórica o, €n fiE, por la cons€rvación
pura y simple de la vida de los individuos, los diplomáticos tomarán deai
siones diferentes. Pero aunque todos mantuvieseo cl "mismo tipo de política
exterior", y aunque todos tuvieran como último obFtivo, o aceptasen como
primera exigencia la seguridad del Estado que tienen a su cargo, aun eDtoo-
ces tendrfan que escoger, en múltiples circunstaocias, entre la conservacióD
del régimea y la de la independencia. )
H. J. Morgenthau no ba consagrado más tiempo y esfuerzo al auálisis
de estos cooc.ptos fundamentales porque él también hace más praxeología
que teoría. El es también un cruz¿do, ¡rero un cruzado del reaüsmo. Iovo-
car el interés nacional es una mauera de definir no una política, sino una
actitud, dc polemizar contra los ideólogos de la paz eterna, del derecho
interDacional, de la moral cristiaoa o kantiana, contra los represeotantes de
los grupos particulares que confunden sus propios interes€s con los de la
colectividad, en su totalidad y a través del tiempo. Si los hombres de Es-
tado nc escuchaseD a los utopistas, si s€ esforzasen e¡ evitar las guerras o
en limitar las hostilidades, si prefirieseB el compromiso a la disputa, si nego-
ciasen con todos los Estados y se desiDteresas€n de los regfmenes de sus
aliados o de sus coemigos, ¡cuánto menos sufriría la humanidad de la riva-
üdad ineütable entre las voluDtades de poder colectivas !
Puede ser que, er efecto, fuese oportu¡o decir a los Wilson, a los Roose-
velt, que se engañan respecto a sl mismos y fespecto al mutrdo; que tam-
biéD ellos estáo movidos por ulr s€ntido oscuro y apenas coDscieote de[ int€-
rés oaciooal de los Estados Unidos, y qu€ su acción sería más eñcaz si su
pensamieoto saliera de la bruma idealista y se soñ€tiera a la dura ley del
equilibrio. Quizá no sea totalmente i¡útil una lección de un cierto realismo,
cuando va dirigida a hombres de bu€Da voluntad que corrén el riesgo do
pecar por cxceso y oo por falta de ilusiones. Puede ser que la escuela
realista haya significado una feacción necesa¡ia contra el coDcepto ingenuo
de un orden interDacional que s€ manteodría por sí mismo, sin otro funda-
mento que el respeto a la ley, y contra la idea Ialsa de que basta con apli-
car los principios (derechos de los pueblos a disponer de sí mismos) para
regular paclncamente los confli€tos. Desgraciadamente, al mezclarsc la teo-
ría coo la pBxeología, y a falta de una distinción ¡igurosa entre loa
rasgos eternos y las particularidades bistóricas de la política int€rnacioBal,
desemboca eu una ideologla comparable a la que tomaba como blanco do
sus crfticas.
Lo que sf es ci€rto, eo todas las épocas, es que la referencia nccesaria
a los cálculos de fuerzas y a la diversidad indeñnida de las coyunturas exige
711 Praxcología. L¿s ¡¡tinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomáticr cstraregica

do los bombres de Estado qu. sean ptudentet. Pero la prudencia oo exigc


siempre la moderación, ni la paz de compromiso, ni las negociaciones, Bi lB
indife¡encia hacia los regímenes intc¡nos de los Estados enemigos o aliados.
I-a diplofnacia romana no era moderada; la paz impuesta por los nordistas
a los sudistas €xclula todo compromiso. I-as negociaciones cou Hider era!
coo mucha frecuencia estériles o perjudiciales. En uo sistema heterogéneo,
n¡ngltu estadista puede tomar como modelo a Fraocisco I co¡ su alianza
con el Gran Turco o a Richelieu apoyanJo a los príocipes protestantes. El
v€rdadero realismo, hoy día, consiste en reconocer la acción d€ las ideoLogla3
sobre la conducta diplomático-estratégica¿¡.n nuestra época, €n lugaf do
repetir que todos los Estados, cualesquiera que sean sus itrstituciones, ti€ncn
el "mismo tipo de política cxterior", habría que insistir sobre la vcrdad, más
complementaria que cotrtradictona, de que tadie comprende la diplomacia-
estrategia de uo Estado si no cotroce su régimeo, si Eo ha estudiado la ñlo-
§ofla de aquellos que le gobieman.)stabl€cer como principio €t hecho de
que los jcfes del partido bolchevique conciben los intereses nacionales dc su
Estado de la misma maoera que cualquier otro gobertraote de Rusia, es con-
denarse a la iacompreasión de la práctica y de ¡as ambiciotres de la Uoión
§oviética.
La invitación hecha hoy dfa a los occidentales de no mezclar ideologla
y diplomacia adquiere, en nuestra época, uo carácter paradójico. La Utrión
Soviética promete la paz eterna al fi¡al de la crisis muodial, cuaodo el socia-
lismo haya triunfado defi¡itiva y u[iversalrnente sobrc el capitalismo, ¿Puede
Occidente no prometer nada? ¿Puede deiar de proclamar un tipo de insü-
tuciones cn el interior de los Estados y un tipo de relaciones cotre los Es-
tados? ¿Deb€ resignarse a la guerra ineütable, mi€otras el universo comu-
nista anuncia mañanas lleoas de alegrfai'
El verdadero realismo es el qu€ tiene en cuenta toda la realidad, el que
dicta uoa conducta diplomát¡co-€stratégica adaptada, no a la imageo rcto-
cada de lo que rría la polít¡ca intersacional si los estadistas fuesen prudcn-
tcs en su egofsmo, sino a La que es, con las pasiones, las locu¡as, ¡,as ide¿s
y ¡a violeocia del siglo.

4. Proudhon y el detecho de la luerya


El orgullo triunfante del II Reich, a ñnes del siglo pasado, cxpüca la
exaltación, por parte del historiador alemán, de la polftica de poder. 'Sola-
mente los pueblos valieotes tieDen asegurada su existeDcia, el futuro, la
evolución; Ios pueblos débiles o cobardes son destruidos, y con iusticia. Es
cn ta rivalidad etema etrtre los difereotes Estados doodc reside Ia bcltez¿ dc
la historia" r. La experiencia trágica d€ las dos grandes guerras, la ñlosoffa
Tnnrscrc, Obra ciada, I, p. 30.
\

XlX. En busc¡ de un¡ moral 715

raciooaüsta del conttato, incitan a los autores americanos a resignarse a la


polític¿ de poder, pero a sub¡ayar, al mismo tiempo, más bien su borro¡
gr¡e su belleza. Las circunstancias históricas explican la inve¡sión de térmi-
uos: el historiador alemáo invocaba el idealismo, el teólogo o el sociólogo
arnericano hablan de ¡ealismo. Pero inversión tiene lodavía un signifcado
diferente y más profundo: ¿es la política de poder, eo sí, contraria a la
moralidad? El diálogo entre el idealismo alemán y e¡ realismo am€ricaDo
coristituye Ia expresión de una antinomia intrlnseca de la actividad diplomá-
tico-estratégica.
Condenar la política do poder es coodenat todo el curso de la historia
política. ¿Y cómo iustiñcarla sin reconocer un cierto dcrecho a Ia fuer¿¿
anterior a[ de¡echo fundado sobre el consentimieoto?
La ñlosofía del historiador alemá[ nos sorprende más que nos convenco,
porque está fundada en la desigualdad de los individuos y los pueblos. Aho-
ra bien(tras los delirios del racismo hitlerista, nos sentimos ioclinados a
suscribir sin duda el dogma coolrario: la igualdad de los individuos, de los
pueblos y de las razasi'Tengamos cuidado, sin embargo, de no caer nosotros
también eo una servidumbre de la moda.
j,Los individuos nacen desigualmente dotados y los pueblos son diferentes.
La desigualdad de do¡es individuales es conocida por cualquier educador, y
la biología conñrma este becbo y da de él una explicacióo, Esta desigualdad
natural no es, por otro lado, incompatible ni con la igualdad dc derecho§
y obligaciones ni con la igualdad de posibilidades., El error de H. von Trait-
schke Bo es el de baber constatado esta desigualdad natural, sino el de haber
subestimado la contribucióo del progreso técnico y crefdo que la mayorfa
de los hombres oo recibirían ya nunca más que el mínimo necesario para
la satisfacció¡ de sus necesidades elementales: "La masa será siempre la
masa; no puede haber cultura sin domésticos" (Dienstboten)'. Es el tr. ejo
mat€rial al que casi todos los hombres coDsagraran siempre casi todo su
tiempo. Llevado por una coocepción tradicional de la sociedad a exag€rar
la parte irreductible de desigualdad económica y social en cualquier régi-
men, se inclitra también, por naciooalismo, a cantar la grandeza de Ale-
mania y a despreciar a los otros pueblos de cultura, deslizándose desde la
dive¡sidad histórica de las uaciones Qo que es indiscutible) a la desigualdad
natural de los pueblos, sin que se s€pa si, en su opinióo, esta desigualdad
está iBscrita en la hereocia o no es más que el efecto de las circunstancias.
Yo no estoy seguro de que la ciencia esté boy dfa cn situacióo de apor-
ta¡ uDa respuesta clara al problema. La diversidad de culturas, eE el sentido
q¡¡o los antropólogos dan a esta expresióo, es el hecho a la vez rrcnos
discutible y más mistcrioso. Las sociedades cerradas, las llamadas arcaicas, si-o
cscritura, las que antecediero¡ €D seis mil años a las sociedades históricas

Ibid.en, I, p. 50
716 Praxeología. L¿s antinomi¿s dc l¡ acción diplomáúca cstptcgice

(o a las civilizaciones) y que hoy dfa co¡tinrlan arln vivag presntan c€ute-
nares de variedades. I-os etnólogos distinguen más de seiscieDAs, caractcri-
zadas cada ula de ellas por el conjuato original que coEstituyetr sus maoe-
ras de üvir y de peosar. En cada sociedad, la conducta de los individuos
está iufluida por el sistema de valores y de educación, do tal manera q¡¡e el
psiquismo humano parece variar d€ una sociedad a otra, lo que no excluye
que las excitaciones fuodamentales seaD las mismas.
¿Sg encuentra¡r en el origen de estos caracteres especíñcos de las cul-
turas las predisposiciones inscritas en los genes de los individuos? O, por el
cootrario, estos rasgos especlñcos dc las culturas, resultado de m¡iltiples cir-
cuostancias, ¿han dado a los iodividuos una especie de segurda natura¡eza.
no transm¡tida hereditariarneEte, siDo reproducida en cada generación por
ld educación? Que la educacióo contribuye a formar la personalidad, aun
la primaria, de los miembros dr cada grupo, es un hecho que no se presta
a duda. Que esta persooalidad, a lo largo de las edades y todayía hoy dfa,
rcfeja las predisposiciones genéticas d€ la mayoría de los miembros del
grupo, es uB becho que, a mi pareccr, no puedc ni afrmarse ni negarse con
prueb¿s itrdiscutibles.
§i pasámos de las sociedades a¡caicas a las sociedades europeas (fraDco-
ses, alemanes, italiaDos) y luego a las razas dcfiBidas por los aDtropólogos,
y más tarde a los coD.iuotos humaoos, arln más vastos, caracteriz¿dos por
cl color de la piel, ta diversidad se hacr evidente, la influencia de las ci¡-
cuostaocias históricas indiscutible y el papel de las predisposiciorcs genéti-
cas m¡ís misterioso aú¡. Eo una población que cueDta con miüones de indi-
viduos, los distitrtos t¡pos de dones, de temperameEtos, de caracteres (cual-
quiera quo sea la exasta deñnición de cada uno de estos térmiBos) son sin
duda datos ñios, pero no se pres€trtan Decesariam€nte coa la misma frecuen-
ciali Qtro uoa determioada población o una raza- posea uu
-una nacióu
porcenta.ie más o nreDos elevado de determinados doDes, genéticamente tfans-
mitidos, no es incorcebible, pero tampoco está demostrado. De todas for-
mas, [a expresióa de estas predisposiciones genéticas se verá calificada, si no
dete¡minada, por el medio social, sometido a su vez a modificaciones his.
tórica§. >
Es raro tener en cuetrta uua eve¡tualidad semejaote a prop{rsito de los
más vastos co!¡untos, aquellos que están ca¡acterizados po¡ s[ color de la
piel. SupooienCo que la fe en la igualdad de las razas humanas sea superior,
también a ella, a las verdades cientlñcameot€ establecidás, tiene, al menos,
consecuencias preferibles a los excesos de la fe coatra¡ia y se apoya sobro
he.hos rccotrocidos: las realizaciones, en el tranrurso de la historia, de
todas las razas, la dependencia de la existencia individual y colectiva res-
pecto a las condiciones exteriores, La dcsigualdad ext¡ema, aparentementc na-
tuml, que origioa dominación y servidumbre-/Los jóvenes alemancs quo
recorrí¿o triuofatrtes las car¡eteras dc Francia eo junio de l9,l0, pareclaD
XIX. En busca de un¿ moral 717

efectivametrte uoa rix¿a de señores; Ios mismos alemanes, prisiqtros, re-


uoidos en rebaños cn las llaBuras de Rusia, par€€ían tambiéo efectivamente
una raza de esclavos. Es la victoria la que hacla de ellos señores, no el
señorío el que daba la victoria. Antes de postular la desigualdad hereditaria
dc los grupos.humanos hay que facilitar a todos posibilidades aproximada-
mente iguales.2.
Pero teogamos cuidado también en no confundir dos tesis ñlosóficamente
diferentes: una, se$in la cual las diversidades de cultura no son imputables
a las disposiciones transmitidas por la hercncia biológica, y otra, seg¡in la
cual esta diversidad se mu€stra ¡ebelde a toda jerarquÍa, por lo que una
sociedad arcaica es tan pe¡fecta como las llamadas sociedades civilizadas, y
uB Estado de derecho no vale ni más ui meaos quc un Estado despótico, no
¡r¡ereciendo niagún privilegio los cristia¡os en relación a los caníbales. La
apreciación de lo superior y de lo inferior, en cuanto a obras humanas, no
alcanza ouoca la certidumbre dc las proposiciones ci€ntfñcas. Pero si la
sociedad no hubiera ganado nada con salir del marco de las sociedades
cerradas, si la manipulación de las fwrzas naturales y la acumulación dcl
saber no tuvieran importancia, entor¡ces la polftica de poder no tendría s€n-
lido, pero la bistoria eotera compartirla esta misma suerte. Afirmamos re.
tospectivameDt€ que es absurdo el curso de la aventura humana, ¡rro corre-
mos el riesgo de causar por adelantado Ia misma desgracia a los siglos yeni-
deros.
Si dejamos a un lado ela espocie dc nihilismo bistóric( si le damos u¡
seDtido a la sucesión de ciudades y de imperios, no por ello estaremos obli-
gados a aclamar todas las decisiones del tribunal de la bistoria y a procla-
mar que soo siempre los mcjores los que triuBfao, como si oo hubi€ra otras
virtudes que las marciales, o como si la lucha cntre los Estados fuera el
iostrumento de una selccción, despiadada pero neccsaria. )
< Simplementc, es uo hecho que desde hace miles de años, los Estados, las
ciudades y los impcrios, han sido hechos y desbechos, en y por la güerra) Es
tau imposible recoristruir uoa historia etr la que lor hombres Do se hayan
matado entre sl, como imaginar Ia üteratura si homb¡es y muieres se u¡ierao
al azar de los deseos y hubieran ignorado el amorll-a lucha ctrtre los pue-
blos y los Estados ha coolituido una parte iotegrante del movimiento de las
ideas y de Ia civilizacióo:,?Ha sido tao destnrtora como creadora. Ciudades
pertenecientes a la misma zotra do civilización s€ had combatido eo vaDo
hasta el común agotamietrto. I-os vencedores han arr¿sado ciudades, redu-
cido a la esclavitud a millares de hombres, poseedores todos ellos d€ uria
¡inica cultura.LNadic está en situacióD de poder estableccr un balance global
y honrado. Pero no podemos dedrcir do ello que la guerra haya sido siem-
pre criminal o carcnte dc seotido: ha tenido su s€ntido y su funcióu)
Eo las Naciones Unidas, los pofayoces de los Estados presumeo priblica-
mente de rechazar el uso de la fuerza. Sin embargo, ¡os Estados sucesor€s
718 Praxeología. L¡s ¡ntinomies de l¡ ¿cción diplomática estratégic:

de las administraciones coloniales descubren más de una vez que es impo-


siblo unir a tribus etr una nacióo siq utilizar la coacción. Todos estos Esta-
dos aspirao a la modertridad que los colonizadotes les traieron en el siglo
pasado. Las éliles qlJ.e llamamos occidentalizadas son testigos de la violencia
que le fue infligida a la cultura tradicional, pero ellas, a su vez, harán vio-
lencia a sus compatriotas, atados todavía a las costumbres tribales. La co-
lonización lleva coosigo la carga del lEligro y de las crueldades. Pero sie¡do
la historia la quc cs, ¿hay que lametrtars€ de que los eurolr-os bayan impues-
to su civilización y destruido las culturas arcaicas, cuya nostalgia guardaD
aúD los etnólogos?
1 Entre pueblos de la misma civilización, la función de la guerra no puede
ser sino autétrticameDte política, s€rvir para la determinación de fronteras,
para la coostitución de Estados, para la distribución del poder y del presti-
gio eDtre las distintas unidades pouticas y para el triunfo de una idea,\En el
siglo pasado, ¿cómo bubieran podido conseguir su unidad, alemanes e ita-
liauos, sino por la guerra? Ea este siglo, ¡cuáDtos pu€blos Do ban debido su
libertad nacioDal sino a su resolucióB de recur¡ir a las armas! Cuaodo so
trata d€ la misma €xistencia de los Estados, temo que P. I. Proudhon tenga
razón: "¿Qué significa el testimonio de los ciudadanos que de¡rositan sus pa-
pel€tas eo una urna, al lado del de los soldados que vierten su sangre?" r.
Si citamos a P. J. Proudhon, es porque el socialista y moralista francés,
partieDdo de una frlosofía totalmeote distinta a la del historiador alemán,
recoDoce también é1, dentro de ciertos lfmites, un derecho a la fuerza', El
trabaiador tiene derecho al producto do su trabaio, la ioteligencia tieo€ de-
recho a "r€chazar aqucllo que le par€ce falso, a discutir las probables y a
publicar su p€nsamiento", "el amor, por su traturaleza, tra€ coDsigo para
los amantes determioadas obligaciones recíprocas". Igualm€Dte hay uo "de-
focho de la fuerza, en virtud del cual el más fucrte tiene a su vez derecho,
en cieÍas circuDstatrcias, a ser preferido al más débil y a ser ¡emunerado a
un más alto precio'3. Todos estoc derechos son la expresión "del más coos-
tante y el más fuodameotal de or¡qstro afecto, el respecto a la huma¡idad
etr Buestra persoDa y en la de nuest¡os semejantes" l.
Y, como para exaspera¡ a su lector, P. J. Proudhon recoge, eD favor dc
su tesis, el argr¡¡n€Dto empleado ordioariarreDte en cont¡a de ella: "Los lo
bos, los lcon€s, no se hac€n eatre sl la gueEa cotr mfu frecuencia que los
corderos o los castores: hace ya mucbo tiempo que se ha hecho esta obser-

' P. ¡. PioúDsox, I¡dcGwna I Püíe, b Pa. I¡ocstigocio¡cs abn cI ptíttcipb ¡ b


q*¡tiu]aió¡ tlcl dc¡echo *¡f,,s, 186I, II, p. 398.
t Sc tr¡¡ de lo qoe lleoaooo ¡¡'de¡echo aubjcüro" la fuct¡ üeDc dc¡cclo r..-
d¡ dcccho a..-
' Ibith,¡., I, pp. f 9&!)0.
' lbü¿m, l" p. 197.
XIX- En busca d¿ unr monl 719

vaciótr en una sátira contra Duestra especie. ¿Cór¡x) Eo ver, por el coDtrario,
que ahí es donde ¡eside la señal de nuestra grand€za?
¿Quo si, la naturaleza hubiera hechc del hombre uo animal exclusiva-
metrt€ itrdustrioso y sociable, y Dada gu€[€ro, lo que no es probable, hubie¡a
caldq desde el p mer día, al nivel de las bestias, para las cuales la asociación
constituye todo su destioo, y hubi€ra perdido, coo el orgullo de su herofsmo,
su facultad revoluciona a, la más maravillosa de todas y la más fecuada?" 1.
Si dejamos a un lado estas elocuentes retahilas, yemos que la demostra-
ción d€ P¡oudhoo tieue por base un s€ricillo argumento, Todos los .iuristas
intemacionales oponen el derecho a la fu€r¿a, La fietza, diceo, no puede
crear el derecho. Pero el de¡echo, resulbnte de los acu€tdos eDtre los Esta-
dos, tieoe por ollggq a la fuerza, puesto que sin ella los Estados no hubieraD
iamás existiiforProclamar Ia injusticia intrínseca de la fuerza es, pues, d€cre-
tar la injusticía brigioal de todas las ¡ormas jurídicas, inconcebibles sin la
existeDcia de los Estados. O si no, de dos cosas, una: o existe uo derecho a
la fiterza, o [a historia €ntera cs una trama de iniustic¡as.
¿Puede decirse que la fase de la constitución de los Estados, du¡ante la
cual reinaba inevitablem€ote el de¡echo del más fuerte, está ya cerrada?
Proudhon responde que la guerra justa por ambas partes, la guerra polftica
en el Estado puro, sigue sie[do [a única matrera de soluciooar cuatro tipos
de problemas 2: "l), incorporación de u¡a Nación a otra Nación de u¡ Esta-
do a otro Estado, absorción o fusióo de dos sociedades políticas...; 2), re-
constitución de las Dacionalidades... ; 3), incompatibilidad reli8iosa...: 4), equi-
librio interoacional y delimitacióD de los Estados..." Como la religión ya
no. coDstituyo en nuestra época el fuadamento de los Estados, el tercer caso
guerra dos fracciones de uo mismo pueblo dividido por la reli-
-"la y en elentre
gión que la tolerancia es impracticable"- no se pres€nta ya, al
menos baio esta forma (auoque uoa s€cta ideológica puede imponer por Ia
fue¡za sus c¡eencias al resto del pueblo). Por el contrario(la formación de
Ias naciones o de los imperios, la organización de los sistemas cori vistas al
maotenimiento del equilibrio, continúan siendo el objeto de los cooflictos,
de los cuales no todos admiteo una solución pacffica.)
Que no se imagine por ello que Proudhon, o el derecho dc la fuerza segrln
é1, lustifica cualquier clase de conquista, Muy al contrario, Napoleón fuo
vencido, y vencido con rusticia, porque su empresa de conquista era injusta,
contraria al derecho de [a fuerua. "Las guerras de pura ambición emprendidas
por Luis XIV no tuvieron huto, pero aquéllas libradas contra su monarquía,
normalmcnte coostituida, tenía¡¡ que resultar también estériles" r. Y, no sia
cla¡ividencia, opor,e l^ rectificación de lrcnteras (Niza y Saboya), aceptada
por Europa, a la guerra de Argelia: "Sólo A¡geüa ha resultado uoa cotr-
Ibílen" I, p. 39.
Ibídcn,l, p.
Ibídctn l, p. 3».
720 Pr¡xcologi¿. Las ¡ntioomirs dc la ¿tlión diplomátice cstnÉgica

quista nuestra i pero esta conquista, después de treinta años como en el


primer día, se reduce a uoa ocupación militar. No hay ni el ¡nenor asomo
de una asimilacióo, tao difícil para los civilizados como la ba¡barie o el
desierto. FraDcia ha gastalo por término medio anual, para Ia cons€rva-
ción de este trofeo, 50 millones y 25 mil hombres" ¡.
No ¡os intef€sa maotener ni abandonar el vocabulario de Proudhon. La
referencia al filósofo de la jusricia pudiera servirnos para recordar ciertas
proposiciooes, indiscutibles en el fondo, pero fácilmente olvidadas. Ningún
grao Estado so ha coDstituido siq recurrir a la coaccióo, siq absorber a
colectiüdad€s reducidas.§i la utitizacióo de la fuerza es absolutaÍEnte cul-
pable, todos los Estados estáo marcados por una especie de pecado original.
Desde ese momento, sin que por ello ignoremos los horrores de la guerra
Proudhon no ha deiado de deouociarlos- aquél que quiera comprender
-y
!a historia ¡o deberá limitars€ a coosider¿r la antioomia etrtre la fuer¿a y
Ias normas jurídicas, siDo que debe distinguir eritre los distiDtos modos, cn
que ha sido utilizada la fuerza, y recooocer la legitimidad histórica, sino
iurfdica, del empleo de l¡ fuerza en determioadas circunstancias, y hasta de
cielas violaciones del de¡echo existeote (el derecho iDternaciotral es conser-
vador por erencia y obliga a los Estados, uoos con respecto a otros, pero, a
veces, es la m¡sma eistencia de un Estado la que se encuefltra en juego).
Bismarck no consigue la unidad alemana sin doblegar a los reinos alemanes;
y, sin embargo, no suscita el mismo iuicio legal que Hitler, que se esforzaba
€n someter a Europa entera. En resumidas cuentas, e[ iuicio ¿rrco respecto
a las conductas diplomáticas eslratégicas, no puede separarse del juicio ds-
tórico refercnte a los ob.ietivos de los actorcs y a las cons€cuencias de su éxi-
to o de su fracaso. Limitarse a considerar la alternativa qntre derecho y
fuer¿a, es reunir y condenar en bloque a todas las tentativas ¡evoluciona¡ias.
Que esto iuicio histórico sea incierto (nadie conoce el futuro) y a menudo
partidista, no ofrece duda, No es pues utr motivo válido pa¡a retrutrciar a
toda discriminacióo.
Nosohos no querernos sugerir que el proceso de formación y de disolu-
cióo de los Estados por la guerra tenga que durar tanto como la especie hu-
mana: res€rvamos el problema del futuro para uoa investigación ultcrior.
Tampoco afirmamos que sea bueno en sf, ni para los pueblos, €l hecho de
que los Estados leogan una celosa concieucia d€ su soberanla. Nos limitamos
a afirmar que la fuerza ha determinado, en gran medida, el nacimiento y la
muerte de toslstados.,rPaniendo de etto, a menos que coosideremos todas las
creaciones históricas como igualmente culpables (o inocentes) hace falta sin
duda tener eo cueota a la vez los intercses y las ideas, Ios principios y la
seguridad, para poder apreciar au! moralme¡te muchas cooductadEn tanto
qr¡o la supervivencia de las oaciones no cslé garaatizada por un tribunal

Ibiden" II, p. 3D.3ñ


XIX. En busc¿ de u¡a moral 721

todopoderoso o un árbitro imparcial, la consideracióu del €quilibrio de fuerzas


tieD€ que eotrar a formar parte del iuicio ético-histórico relaüvo a los moti-
vos de los bandos enf¡entados.
La prueba eo contra de esta demostración ¡os es facilitada por uri autor
de la llamada escuela idealista, F. J. C. Northrop. Este autor quierc reanimar
la tradición Locke-Jefferson-Lincoln eD coDtra de la tradicióD Maquiavelo-
Hobbes-Austio, p€ro reconoc€ que [a llumanidad está diYidida por lo que
respecta al concepto del derecho y de la moralidad. ¿Gímo imponer uu
d€recbo iEterDacional a una Humanidad dividida? Uo texto tomalo, del
último tibro de Northrop, resumc los fundamentos pa¡a utra pcsible concilia-
ción e¡ttre el pluralismo metafísico y la unidad del de¡echo iDternacional:
"l) Todos los bombres, y no sólo los americauos, los hombres más fuer-
tes físicameote, hao recibido de Dios el derecbo Eatural de s€r libres; 2), los
Estados Unidos serátr negativar¡€nte neutrales eu las guerras entre naciones
guiadas por uoa polftica exterior de pod€r, pero lo s€ráD positivametrte
aportaBdo una ayuda física, como lo hao hecbo en la guerra de Cuba
-auo
contra España-, de lado de aquellos pu€blos que luchan por su indepen-
dencia conka naciones guiadas por una política d€ poder; 3), un sistema
legal o una nación coosigue una influeocia y uoa eficacia perdurables, no
gracias a la porra de sus gendarmes, que tambiéo a vects debo ut¡lizar, sino
mediante principios mor¿les exigentes, libremetrte aceptados, que lleneD el
corazót y el espÍritu de su pueblo y de los pueblos del muDdo entero. Pot
lo tanto; 4), no es, como. creían Maquiavelo, Hobbes, AustiD y sus cootem-
poráneos, el poder físico el que hace eficaces a la moral y al derecho, sino
que es el derecho librerne¡te aceptado el que hace justa y eficaz a la utiliza-
ción de la fuerza por un sistema legal o por una nación. Por consiguieot€;
5), ninguua utilizacióo de la fuerza en el exterior, por ninguna nación, estará
iustificada ni tendrá posibilidades, a largo plazo, de no ir en conra de su
propio objetivo, si no está subordioado a priacipios ya
procedimieritos
morales y iurfdicos fundados d€mocráticameote y a la misión
consagrados
siguiente: garaot¡zar a otro pueblo, auo eo este caso únicametrte m€diante su
libre coosentimiento, su derecho natu¡al y coDtraactualmeote legal y político
a regir sus pfopios asuntos" r.

Ideología o üsión a largo plazo de lo que deberfa ser e[ mu¡do de las ¡e-
laciones €ntre los Estados i es posible que una filosofía de este tipo sea indis-
pensable para los Estados Unidos y uecesaria para su acción e¡ el esce¡ario
mundial. ¿ Renrlve los problemas de la decisión? ¿Puede ser aplicada?
La primera afirmació¡ los hombres tiene¡ de¡echo a ser libres-
-todos
puede ser admitida por todos aqu€[os que surriben un conc€pto, por muy
vago que s€a, del derecho latural. Pe¡o oo pcrmite coocebir el contenido dc

Philophical a hropologx ord proctia) fiitics, Ncw YorL, l!)61, p. 182.


722 Praxeologír Lrs ¡ntinomi¿s dc la ¡ccióo diplomítice estraÉgica

esta libertad o la rclacióE eDtre la libertad del individuo dentso de la comu-


nidad y la independencia de la comunidad misma. ¿Qué i,oblaciones tienen
derecho a constituirse eD oaciones soberanas? ¿Hay qu€ sacrificar los dere-
chos del hombre a la iadepeadeacia Baciooal, o a la inyersa? Uoa etección
semejante puede hac€rsc iseütable; lo ha sido en realidad ouslerosas veces
etr Duestra época.
La segü¡da afirmación en el caso de un conflicto provoca-
-oeut¡alidad
do por el choque de voluDtad€s de poder, y apoyo a los pu€blos que luchan
por su indepetrdencia- condena a los Estados U¡idos a una funesta oscila-
ciótr entre el espl¡itu de aislamiento y el espíritu de cruzada. La polltica de
los Estados es rara vez esto riltimo o aquello, o poutica de poder o lucha
de un pueblo po¡ su libertad. l-a polftica entre las naciooes es rrtr coocepto
mixto qu€ no puede s€r eractamenúe compreodido, a no ser detrtfo de su
complelidad ambigua. Toda crisis iritemacional tieoe uua dinreasión "de po-
der". La revoluciótr búngara de 1956 de us pueblo contra
-insurrección
la opresión exterior- Do podfa ser apreciada por un esladista, si hiciera
abstraccióo de las repercusiones que hubiese teoido sobre el equilibrio do
los bloques de disidencia de Hungfía, abandonando el Pacto de Varsovia.
Si los dirigentes a¡r¡cricanos hubieraD obedecido ciegamente al principio del
apoyo a los pueblos que luchan por su lib€rtad, babrlan corrido el riesgo do
provocar uoa guefra,
F. J. C. Northrop cvoca con orgullo la decisión del presidente Eisenhower,
con ocasión de la expedicióa británica, cuaudo "forced to choose b.tween siding
with his b€st friends or putting his oatioE utre quivocally against the unilaE-
ral use of force and oE the side of the world community's iDternational law,
choss the latter course, as did the majority of Datiotrs itr th€ U. N." ¡. Cotr
la fngenuidad que presenta la buena coociencia, no mcnciotra siquiera que,
al mismo tiempo, los Estados Unidos abando¡abaD a su suerte a los húnga-
ros "fightings for their indepeodenc€ against oations guided by power poli-
tics", Los europeos, cD ese mismo momeuto, citaban más bien a I-a Footai-
ne: "según que usted s€a Ircderoso o niserable..-"
Las afirm¿ciooes 3 y a 1|no es la fue¡za la que da eficacia a uf¡ sistema
legal o moral, sino que soo las convicciones de los hombres las que haceo
efectivo un sistema le8al o moral-.¡- [evan consigo ur¡a parte de verdad. Las
oormas ¡o pr¡eden pasa¡se sin la adbesión popular, sino que tieneD quo
estar enraizadas eo los espíritus y en los corazones de los hombres. Ni la
porra del gendarmc ni las bayonetas puaden fuodar un orden sólido y res-
Fetado. Perol también es cierto que las leyes pueden ser impuestas por la
fuerza y que los pueblos terminao por converti¡se a las ideas del conquis-
tador o det partido que se ha apoderado del poder./El pueblo ruso, etr 1917,
no se había adhcrido al sistema mo¡al o tregal de los bolcheviqEs./_En el
lbidcttl. p- ffi.
!

XIX. En busca de un¿ mor¡l 723

interior de los Estados, oum€rosas no[nas son obedecidas sitr §er mantenida§
por la fuerza^fl Estado (o el gobierno) qu€ obedece al ve¡edicto dé un ui-
buoal que le ha condenado, demuestra por ello mismo que el derecho so
impone a veccs sin estar basado en la fuerza.)Pero fenómenos de este tipo
se producen en el ir¡terior de las comuDidades. El P¡esidente de los Estado3
Unidos respeta la decisión del Tribunal Sr.¡premo y el ministro francés la
seotencia del Cons€jo de Estado (a veces)fsería imprudente sacar de ello la
cooclusióo de que los Estados se someteráo a las decisiones d€ una Cor¡o
internaciooal, sin vers€ forzados a ello.',
Por coosiguiente, la última afirmación, quo condena el empleo de la
fuer¿a eD el exterio¡ y que denuncia su esterilidad, a menos que no se en-
cuenhe al servicio de ta tibertal de lrs pueblos, nos parece a la vez equívoca
y optimista. Los comunistas, detrtro de su sistema legal y moral, juzgao
plenamente just¡ficado e[ cmpleo de la fue¡za para promover regfmenes
imitados del suyo. No está demostrado que uoa utilización semejante de l,a
fu€r¿a esté condenada al fracaso. Al me¡os que se considere que sin
duda no correspoode al pensamieDto de Northrop- que la -lo
constitución de
las democracias populares represeDta una forma de liberación, no vemos
cómo podrfa maDtenerr que "la sumisión a los priocipios legales y morales,
democ¡áticameole fuodado" sea indispensable para la eñcacia de la fue¡za,
al rnenos a largo plazo.
Para reconcilia¡ e[ pluralismo moral con la unidad iurídica de la comu-
nidad inte¡nacional, el filósofo americaoo uega finalmente a recomendar la
co€xistencia pacffica de los distintos mundos, cada u¡ro con su sistema moral
o legal. La ley internacional garanlizaría el respeto a las distintas leyes exis-
tentes: "It would guarantee to each ideology and nation of the world pro-
tection of its particular norms in its own living law gecgraphical area" r. Lo
quo Northrop olvida es que [a no utilización de la fuerza pe enece a un
sistema moral-legal, el de los Estados Unidos, y a una filosoffa, la del con-
trato y el consgñlimiento, determinados y no al sistema soviético o a la f¡lo.
sofía marxistalNo es, pues, el respelo a una ley internacional, cuya autori-
dad no ¡econocen, lo que incitará a los hombres del K¡emlin a no utilizar
la fuerza eo el exterior, sino la prudencia. Y la prudencia no les impide todos
los empleos de Ia fuerza, sino solamente la guerra abierta, la violación de las
fronteras por ejércitos regulares. Al mismo tiempo, abandonamos el universo
en el que reina la paz por la ley y eDtramos eo el mundo real en el que la
ausencia de la guerra se debe más al t€mor que a una voluntad común, y en
el que se despliegan los hilos secretos de la subversión. )

L Thc hmint of @rio¿s. A stulf o¡ tlÉ cúcttrdl bdt¿s ol ínEñatiot dl wlicf


Nucva YorL, l%Z p. n2,
724 Praxcologíe. L¿s ¡¡tinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomátie astntcgice

I-os Estados constituyen una sociedad de uo tipo úoico, que impone oor-
mas a sus micmbros y que, sir¡ embargo, tolera el recurso a la fuer¿a armada.
Mieotras la soci€dad ioternaciorial conserve este carácter mixto y, en uD
seotido, cor¡tradictorio, la mo¡al de la acción iDternaciooal será t¿mbién squí-
voca.
I Las relaciooes entre los Elados constituyeo una confrontación de vo-
luntades que, s€gún los momentos, será pacífica o saogrienta. Los pueblos
oo pueden, pues, ignorar la mo¡al del combate, que exige de todos los iodi-
viduos, coraie, disciplina, devoción, y de las colectividales, respeto a los com-
promisos e ¡[quietud por e[ propio honor.,¿Por qué han discutido apasiona-

-y continúan haciéndolo- respecto al armisticio de


dameote los francescs
iunio de 19.10, por debajo y por encima de sus consccuencias políticas y
militares? La razón está en que el armisticio planteaba una cuestióD de ho-
¡or: ¿Faltaba Francia a la palabra dada, al abandonar Ia lucha? ¿Violaba
la regla suprema que une a los combatientes aliados? Cua¡do los.Estados
Uuidos tomaron partido, dentro de las Naciones Unidas, co coDtra de la
expedicióo fraoco-británica contra el Caoal de Suez, fiumerosos franceses
c ingleses tuvieron la sensación de que habfan sido "traicionados" por su
aliado. Este, a su vcz, se iuzgaba dobl€mente ioocente: oo habfa sido pre-
venido y, aunque lo hubiera sido, habría suborditrado la moral dcl combate
a la moral de la ley.
La moral del combate sc degrada fácilmeDte en moral del medio. Aque-
llos que desprecian las leyes de Ia sociedad no son, por ello, geDtes "sio fe ni
ley". La ob€dieocia al jefe, la disciplina, del gaag dan testimonio de un
§€ntido rígido de la diriplina y d€[ bonor, que no impide el empleo de cua-
lesquiera medios contra otros gangs y la orientación d€ la conducta col€ctiva
hacia objetivos inconfesables.llos Estados no soo siempre delicados en la
elección de sus medios, ni siempre maDtieoen los compromisos que contraen.-
I-o moral del combate guardará un cierto seDtido mieltras que la guerra
coDtioúo siendo la última sanción de las telaciones interoacionales ; pero
no ofre.erá iamás niogu¡a perspectiva de paz duradera o de universalidad.
Lr. mo¡al de la ley es la aotítesis de la moral del combatc, porque ta
ley es válida para todos, haci€ndo abst¡acción de las personas, mieotras quc
los compromisos adquiridos por los Estados o los gangsters están eseocial-
meoto ligados a las persoaas. Pero como quiera que la ley intemacional es
conservadora y como los Estados no han aceptado Duoca total¡ncntc sus
obligaciones, y, por lo demás, como nin$in tribunal, que cnluicic segln Ia
cquidad, ha recomcndado las modificaciones necesarias, los Estados quc in-
vocao la moral de la ley pasan a menudo más por hipócritas que por virtuo-
sos. Como ocasional que es, el respeto a la ley suele dcmasiado fácilmeote
explicaÉ por cl ioterés sacioual. Si fuera constante, estc mismo respeto mul-
tiplicarla las guerras y las harla inexpiables.
I-a ambigücdad de la socied¿d i¡ternacional impide scguir hasla d fs
I

XtX. En busc¡ dc una moral 725

una lógica parcial, bieo sea la del dercctto, bi€o sea la de la fuer¿a. I-a li¡ka
moral que supera a la moral de1 combate y a la moral de la ley, es la qu€
yo llamaría moral de la cordura, que se esfuer¿a Do sólo en coDsidefar cada
caso dentro de sus particularidades concretas, pero también en no desconoccr
ningunb de los argumentos de principio y de oportunidad, y eo no olvidar
ni el equilibrio de fuerzas ni las voluntades de los pueblos. Porque es com-
plejo, el iuicio de la cordura no es nunca iDdiscutible y no satisface pl€-
narnente ni a moralistas ni a los vulgares discípulos de Maquiavelo.
Aquél que quisiera ser ángel, sería uoa fieraf El estadista no d€á¿ o[-
vidar que un ordeo intertracional no se mantiene sino a condición de estar
apoyado por fuerzas capaces,de equilibrar a las fuer¿as de los Estados iosa-
tisfechos o revolucionarios.)Si descuida el cálculo de fuerzas, falta a las
obligaciones de su cargo y, cotrsecuentemeD.te, a la moralidad de su oficio y
de su vocación)Comete uoa falta, a[ mismo tiempo que un eror, puesto
que compromete la seguridad de las personas y de.los valores, cuyo destioo
le ha sido co iado)El egofsmo no cs úgrado, pero se impoae a los Es-
tados, cuya sulrrviveDcia no está garantizada por nadie, Pero aquél quc
quisiere ser la bestia, no sería por ello €l ángel. Et realista, a la mane¡a
de Spengler, qu€ decreta que el hombre es un animal de pfesa y le invita a
conducirse corno tal, ignora una parte de la Daturaleza humaoa. Auo en
las relaciooes entr€ Estados se ha puesto de manifiesto un respeto a las
ideas,la aspiración a determinados valores y el se¡tido de la respoosabilidad
por las obligaciones .adquiridas. Rara vez han actuado las colectiyidades
como si no estuviesen obligadas a nada, unas con respecto a otras.
La moral de la cordura, la rneior a u¡ tiempo en el plano de los h€chos
y en el plano de los valores, tro resuelve las antinomias da la coDdrcta
Gstratégico-diplomática, pero se esfuerza en encontraf para cada caso cl
compromiso más aceptable. Pe¡o si la sucesión de ciudad€s y de imperios
sc prolonga sil té¡mino fioal, ¿son algo más que simples expedieotcs, los
compromisos históricos entre la violencia y las aspiraciones mofales? Etr
la era termo¡uclear, ¿es suficiente con una política que reduzca la f¡ecueq-
cia y el volumen de la violeocia? Proudho¡ proclamaba cl de¡echo a la
fucrza, pero anunciaba tambiétr uoa era de paz,lAhora que la Humanidad
posee los medios para destruirse, ¿tienetr sentido las guerras, si no coodr¡cen
z la paz?;
Capítulo XX
EN BUSCA DE UNA MORAL (2)

II. coNvrcclóN y RESFoNSABTLTDAn

o la vida humana habrá cesado en ouestro


"Antes de nnales de siglo,
planeta, o la población habrá disminuido de manera catastrófica y se habrá
rccaído en la ba¡barie, o la Humanidad se ve¡á toda ella sometida a su
único gobierno, detentador del monopolio de iodas ¡as armas decisivas".
Así se expresaba Lord Russell en el primer oúm€ro de la revista alemana
Dcr Mona| en 1948. Si creemos al ilustre filósofo, oos quedao cuarenta años,
para nosotlos y nuestros hijos, para escoger entre esas tres p€rspectivas.
Pero, si es esa la elección posible, ¿es ¡azonable jugar al juego de la di-
suaciéo? ¿Es razonable, para los Pequeño§, imitar a los Grandes? ¿Es
también razonable, para Ios Grandes, prolongar la política de poder, quc
las a¡mas disponibles hacen insensata?
Al final del capítulo precedeote, habíamos llegado a la conclusión dc que
la mo¡al de [a cordura, compromiso más que síntesis entre la moral del com-
bate y la de la ley, era la mejor. ¿Sigue siéndolo, a¡¡n co esta €ra termo-
ouélea¡?

l- Las ormas atómicas y ld ntoral.

¿Plantca la guerra termonuclear a[ moralista uo problema difercnte, por


su Daturaleza, del que plaotearon las llamadas guerras clásicas? La respuesta
afirmat¡va se basa ordinariamente eo dos argumentos: el carácter que re-
vestirán las hostilidades y las consecuencias de estas últimas para la Humani-
dad entera. La guerra no conserva un carácter humano sino a condición de
constituir una confrontación de fuerzas, de voluntad, de inteligencia, Los
hombres se eofrenlan a otros hombres, arriesgando cada uno de ellos su
vida con el fin de reducir a su enemigo a la impotencia. Indudablemeote, las
gueras no hao sido, a lo largo de la historia, duelos "leales". I-a astucia

726
t

XX. En busce dc una moral (2) 727

ba pasado siemprc por ser legítima, aun en aquellos casos €n que cs prucba
más de perfidia qu€ de itrgeniosidad. Las guerras enhe 'tivilizados" y "bár-
baroj', cuando la superioridad téc[ica garaotizaba la victoria de los primeros
o el vigor flsico, la de los segundos, guerras irinuírerables entre poblaciones
heterogéneas, oo teEfan siempre la virtud de una confrontación y no consa-
graban ni el luicio de Dios oi el riunfo del más digno. Hace falta alguna
confiaaza retrospectiva en la Providencia histórica para poder añrmar que
los "bárbaros", sallan triunfantes cuando los "civilizados" tenfan rieces¡dad
de s€r regenerados, y que éslos esclavizaban a las poblaciones bá¡baras cuan-
do &tas tenían que ser civilizadas, auaque fuese coDtra su yoluDtad.
No de.ja do s€r cierto, por ello, que eotre Estados pertenecientes a !a
misma zora de civilización las guerras podfan ser consideradas como iustas
o ioiustas, en relación a los distintos beligerantes, segrin et papel jugado por
cada uno de ellos en el desencadenamiento de las hostil¡dades. segrin los
obietivos conternplados por uno y otro bando y según los resukados probables
del triuofo de uoo y otro campo. ¿Tienen todavía seotido, en la era tcrmonu-
clear, y por muy equlvocas qr¡e hayad sido en el pasado, semeiaales dist¡n-
ciones? ¿Podfa alguna vez ser iusta una guerra termonuclear?
Una guerra de este carácter acentu¿rfa la tendeocia, visible desde 19,l{l
1945, a Bo tomar exclusivameote como obietivos a los combatientes. La am-
püación de las zonas bomba¡deadas ha estado provocada y, en parte, iusti-
ficada por dos argumentos: Do es más inmoral quizá sea más eficaz-
-y
destruir las fábricas en las que se fab¡ican las armas que destruir esas mismas
a¡mas- L¡ totalidad del ¡otencial de guerra puede y debe ser eliminada con
el fin de destruir la volu¡tad de ¡esistencia del enemigo: ¡os lugares de tra-
bajo, como los trabajadores, forman parte de este poteocial y deben ser ata-
cados dc acuerdo con las necesidades de la guerra, que el moralista tieno
derecho a rechazar g¡obalmeote, pero cuyas consecuencias no puede rehusar,
si ha aceptado su fundameoto. A este prim€r argum€nto
-la oacióo
pa¡ticipa en la lucha y, por lo tanto, es toda ella objeto legltimo
entera
de las hosti.
lidades- vieoe a añadirse un segundo argumento. Puesto que la voluotad dc
resisteocia es la del pueblo entero, y puesto que ni los gobernantes ni los
ejércitos puederi coDtinuar el combate a parti¡ del momento eD que las masas
haD perdido el valor y Ia confianza, es lógico atacar a los oorombatientes,
auoque el potencial de guerra no sea ffsicamente alcanzado. La moral del
pueblo eoemigo se conüerte a su vez en u¡ blaoco: los llamados por Ios
britáoicos bombardeos de zona, calificados de bombardeos de terror por los
alemaues, son uo resultado lógico de estas coosideraciodes de ¡»icologÍa co-
lcctiva.
EB r€alidad, cste medio ha resultado ineficaz, pcro su coodena érica io cs
por ello menos penosa: ¿en qué punto debc detenerse la exteDsiótr de tog
obietivos? Si el combate es übrado por la nacióo entera, ¿por qué razón
no so podla considerar a toda esa nación, Iegltimametrte, como bl¿oco? La
728 Prexeología. L¡s ¡nri¡omi¡s dc l¿ ¿cción diplomátice cstntegice

práctica do los bomba¡deoe sin discrimitración debe ser condenada más bicn
por motivos dc prudencia. ¿No compromet€ la posguerra más que acclera
l,a victoria? Si los dos campos recurr€n a ella, aumenta el €oste del combate
sin qr¡e oinguno de ellos se asegure una ventaja sustatrcia!. ¿Ocurriría lo
mismo con los bombardeos atómicos o termoDucleares?
Los bombardeos termoouclea¡es, si no fuesen ya ¡.¡na amenaza siDo uoa
r€alidad, podrían ser de distiDtos tipos. En abstracto, yo distinguiÍa los tipos
siguieBtes: l) Rottetdsm: uoa potencia, armada con inge¡ios lermonucleares,
destruiría uoa ciudad o un Estado no poseedor de armas s€mejantes, ya para
castigar a este último por una acción antelior. ya para obtener su capitula-
ción ¡ simultáneamente, para propagar el terror. 2) Represalias limitadas:
un Grande podría intentar detene¡ una agtesión o castigar a r¡n agresor ata-
cando una ciudad en e[ Estado culpable (después o antes de la evacuación
dc su población)- 3) Guerra tradicionali si se supone a los dos Grandes en-
frentados, éstos tendrían lógicamente que atacar el dispositivo termonuclcar
del otro. [ás poblacioDes sufrirían e¡ razón de [a cxtensión de las zo¡as
af€ctadas por las explosiones, pero no s€rían atacadas directameote. 4) E¡e-
cución de und ¿rrnenaza no tomada en serio | \n Pequeño puede inteatar
iugar a la disuasióD, ameoazaodo a un Grande con réplicas termonucleares
en ciertas circurstaocias. Si el Grande no cree eo la elerución de esta ame-
naza, el Pequeño podrá verse forzado a tomar represalias antes o después
del castigo que atraerá sob¡e sí mismo. 5) Tumulto calleierc: púede *t que
los Grandes, una vez desencadenado €l conflicto, pierdan toda medida y
busqueD simplemente hacerso e1 mayor mal posible, tratando cada uno de
ellos de destruir las ciudades del eoemigo con la idea de que las hostilidades
se detengan, no por la negociación de un acuerdo explícito, sino por el ago.
tamieoto do uno u otro beligerante, siendo el vencedor el superviviente o el
Estado capaz de recuperarse más de prisa. 6't Ext¿rminación: si uno de los
Grandes tienc todavía armas y vehículos portadores y el otro ya no los tieae,
el primero puede aprovechar la oportuoidad para cxterminar a su rival, auo-
qt¡e éste se haya rendido sin condiciones.
Algu¡os objetaráD que estas distinciones tro tieneo sentido, puesto que La
potencia explosiya de las a¡mas te¡monucleares es tal que, en cualquier caso,
las destruociones seráD coosiderables. Yo uo creo que esta obiecióD s€a vá-
lida: las destrucciones s€rán, en efecto, considerables, pero vari3ráo grandg-
mente segtin cuáles seao las iotenciotres politico-estratégicas de los beligo.
faDtes.
En 1962, en su discurso de ADn Arbor, el Secreta¡io para la Defen-
sa, Sr, MacNamara, sugirió la posibilidad de hacer la guerra de acuerdo
coD los métodos del pasado, es decir, fundamentalrneBte, coDt¡a las insta-
laciones militarcs. Estas distinciones, por abstractas que par€zcan, Do están
pues desprovistas de signiñcado.
CoBsideremos estos seis tipos y preguDtérDon$ sl y pof qué serfan, en sl,
XX. En busca dc uaa monl (2) '/29

más inmorales que los bombard€os de zona, practicados por los ingles€s y
los ame¡icanos con tatr buena coEciencia, en el transcr¡rso de la rltima guerra.
El "tipo Rotterdam" es consid€rado ordinariamente como moral o iumoral
segliD que el sujeto sea agresor o yictima; en otras palabras, segln sea el
motivo del beligerante que haya tomado la iniciativa. Yo se bien que otros
Eoralistas juzgarán quo ua medio semejante, auD a[ servicio de la justicia,
es en sf malo: el iostrumeoto del t€rror degrada a quieo lo usa al nivel dq
Estado agresor. No se me ocultan los riesgos que implica este medio, pero
oo hay juisio ético posible si hacemos absracción de las circunstancias hisló-
ricas. Todas las acciones de guerra son en nu€stra época destructoras, pot
lo que una acción brutal, que traiese consigo la capitulación rápida de uD
agresor, estarÍa eventualm€nt€ iustificada.
Los dos tipos siguientes limitadas, guerra Eadicional por
ataquo recíproco con dispositivos-represalias
termonucleares- Eo s€rían forzosamentc
más ruinosos pa¡a las sociedades que tas o¡xraciones [evadas a cabo du-
raotg años coo las llamadas a¡mas clásicas. Si nos decidimos a hac.r esag
comparaciones macabras, Do es eüdeate que un juez supremo aceptase como
conforme a la moral la muerte de 20 millones de rusos ent¡e l94l y 1945, y
coadenase, como incompatible con las leyes de los hombres y ds Dios, la
muerte de 5 millones de hombres, víctimas eo uno y otro lado de las repre-
salias limitadas, precio d€ la detención de las hostilidades.
En verdad, el sentimiento, ü¡eflexivo y arraigado, d€ que hay una difa
reucia de traturaleza eDtre las armas nucleares y las armas clfuicas
-senti-
miento qt¡e yo comparto y que juzgo deseable manteoer- tien€, a mi parecer,
úes orfgeDes. En principio, los hombres ¡eaeioDaD ante estas armas sin prece-
deate como han reaccionado aote otras innovaciones, empezando por la pól-
vora (es inmoral dar muerte a distancia: un caballe¡o no ¡ecurrirá nunca a
un arma tan desleal) o por los gases asfixiantes. Eo el pasado, ssta reacción
oo impidió en niDgún momento la difusióo de la llamada arma diabólica,
pero, en estas circuostaocias, la reaccióo m€ pa¡ece saludabl€: la Humanidad
üe¡c co¡ciencia de que la bgmba atómisa y, ¿¡in miís, la termoDuclear platrte¿
problemas políticos y rnorzles c dlirativom¿nr¿ distitrtos a los que plantean
las bombas de T,N.T. La diferencia c¡ralitativa es uE resultado, primero, do
una diferencia cua¡titativa: una tonelada de bombas de T-N.T, laazada
sobre Alemania causó, por térmitro medio, e¡tre 1940 y 1945, la muert€ do
alguaas ¡xrsonas (alred€dor de 02 por toD€lada, si admiümos las cifras apro-
ximadas dc 3m.000 muertos y 1,5 millooes de toneladas). Una bomba atómica
de 20 kilotoges (20.000 tooeladas de T.N.T.) causó en Hirosbima decenas
de miles de mu€fos y una bomba t€rmonuclear de algunos megatooes quc
so abati€ra sobre la Isla de la Cité, causarfa millones de muertos. Por tone-
lada de explosivo, el "rendimiento" so ha multiplicado ya por diez, pero,
como bemos üsto, una bomba termonuclear po§e€ una potencia explosiva
superior s ta d€l total de las bombas utilizadas durantc la última gucrra.
7]a Praxeología. L¡¡ ¡¡tinomi¡s dc l¿ ¡cción diplomática cstr:tegicr

El cambio de escala en cuanto a la potencia explosiva trae consigo tambiéD


cl cambio de escala en cuanto a destrucciones y a pérdidas de vidas bumaoas,
Si esta modificación de cscalas Eo se manifestaba en los tres primeros tipos,
es porque la hemos anulado mediante la intención estratégica que bemos
supuesto: las hostilidades serlan breves, limitadas a uri pequeño número de
encu€ntros, y los beligeraDtes no apuotarían a las ciudades. Estas bipótesis
no so¡ absurdas y sugieren que no cualquier empleo dc armas equivale dc
por sí at apocalipsis, aunque explican tambiéa el horror ioliotivo de la Hu-
manidad. Esa transformación de escalas, dc potencia erplosiva y d€ destruc-
ciooes, es tal que desde ahora llegar a límites €xtremos sería moñal si¡ nin-
guna duda para uno de los bandos y. probablemeote, para ambos.
Los tres últimos tipos que hemos erumerado ---eiecución de una amena-
za quc no era lógica, sino a coodicióo de no ser ei€cutada. intercambio sin
festricciones de ataques termonuclea¡es y extermioación del Estado ya sin
medios de represalias- son te¡ribles, pero de una manera distinta a los lres
primeros, porque son igualmente absurdos (al menos, los tipos 4 y ,. Lo que
subleva e indigna a un observador como B. Russell, es que los Estados utiliceo
unos coDtra otros una amenaza que se verían des€sperados si tuvieran que
traducirla eo acción. Segrin una comparación, ournerosas vec€s utilizada eB
la literatura anglosajona, todo transcurre como en el iuego del "toulet";
dos automovilistas aceleran el uno cont¡a el otro, contando cada uno de ellos
con que en el último momento el otro dará el giro, a falta de lo cual los
dos vehículos quedaríao pulverizados a lt vezi pierde aquél que se separa
el primero. Pero si ninguno dc los dos se apa a, contando con que el otro
evite la catástrofe, ésta podrfa producirse a pesar de las inteociones comunes
de ambos coEductores. Dejemos a un lado Ia cuestióo de saber si hay uoa
diplomacia que podría evitar cste doble "farol" o este doble chantaie. Limi-
témonos a constatar que la potetrcia de las armas termonucleares es tal quo,
al modificar la escala dc destrucciones, ha modificado tambiétr, eventualmente,
la naturaleza moral de la guerra. ¿Hay una sola causa que iustifique la muer-
te de milloDes de rres humanos, autr en el caso de que cl Estado que prete!-
dfa actuar en nombre de esos millones de seres sea culpable de agresión?
La reflexión práctico-mo¡al parecc conducir a resultados totalm€nte opues-
tos s.g¡ln que se refiera a los tres primeros tipos o a los t¡es últimos. Esta
aparent€ contradicción se resuelve fácilmeote, puesto que la oovedad del
arma termonuclcar es cuolitativa, pcro como consecuencia de una modifica-
cióa cuantitar¡va. Basta con eliminar la iofluencia de esta modificacióa cuan-
titativa, por medio de uoa estrategia apropiada, para que Ia origioalidad del
problema moral desaparczca, El dla e¡ quc los instrumentos de represalias
cstén dispersos en los océanos y en que la guerra adopte la forma de subma-
risos persiguiéDdos€ uoos a otros, cse dfa, la guerra que los instrumentos
termotrrrclearcs pudieran librar serfa menos costosa que las guerras de ayer,
bechas por las sociedad€s itrdustriales del carbóD, del acero y del petróle!.
XX. En busca dc una moral (2) 731

Por muy compatibles que sean en abstracto, estos dos tipos de conclusiones
no d€jan d€ plantear una cuestión ulterior. La iustificación posible de los tres
primeros tipos suponía un empleo limitado de estas atmas moristruosas. Ah(>
ra bien, el escéptico se verá inclinado a poner eo duda la misma posibilidad
de esta limitación. ¿No es inevitable llegar a lÍmites €xtremos, si las bombas
atómicas o termonucleares comie¡zau a explotar?
Convengamos bonradameote eD que, faltos de experieacia, no sabemos
nada de ello. Hay dos argumentos, de seotido contrario, que sotr verosímiles
y que, generalmente, soo los expuestos. Si la guerra comieoza, dicen unos,
los hombres de Estado perderán su sangre fría y se deiarán llevar por la ira
(legar a límites extremos se hace inevitable). Aunque la gue¡la comience,
dicen otros, los estadistas (si no son ellos mismos las víctimas de los primeros
ataques) se esforzarán por detener lo más rápidamente posible la locu¡a
homicida. Ea resumen, el explosivo nuclear hace menos plobable la ascensióD
a límites extremos eu caso de una supr¡€sta actuacióo racional pof parte de
los dirigentes, y la hace más probable si se le§ considera a estos últimos
como incapaces de la llamada accióo racional eo cuaDto los cañones atómicos
comience¡ a tronar. Yo, personalmente, creo más en la persistencia del lemo¡
y, consccuentemetrte, de la cordura, aunque demasiada§ circunstancias de-
terminarán los acontecimientos para que pueda prevers€ con seguridad.
El resultado de estos análisis podría todavla expresarse en los siguientes
¡érminos: como quiera que las armas termonucleares hacen posible la des-
truccióo completa de la ¡ación enemiga y población- ya no es
-territorio
admisiblo el empleo de estas armas, si hacemos referencia a las reglas tra-
dicionales de las relaciones internacionales, a no s€r que la fórmula de Rous-
seau, "s€ hac€ la guerra a los Estados y no a los pueblos", coDserve aun un
mínimo de s€ntido. O, de otra mancra, a condición de que se haga un em-
pleo limitado de esas armas. Taoto si s€ trata del tipo "Rotterdam", del tipo
"represalias limiradas", como del tipo "ataques contra el dispositivo termo-
luclear", el objetivo es el obteoer la capitulacióo del Estado o el dc casti-
garle. pero oo el de aniquilar sus ciudades y sus habitantes. tos tres tipo6
siguientes podrían ser bautizados de venganza, locuro homici¿a o extetrninc-
ci<í¿. El caso de la venganza, posiblemente póstuma, de utr Pequeño que ha
preferido la muerte a la sapilulacióD, ofrece a los filósofos un tema cterno
do meditación: ¿puede, deb€, un Estado, es decir los pocos hombres que
decideo por lodos preferir, siguiendo el eiemplo del comandaate de un fuerte,
una muerte heroica a [a caprtulacióa, si esta muertc es la del mismo pueblo?
La interrogante, a la vez moral y política, se ha desplaz¡do: ¿hasta qué
puDto este €mpleo limitado es posible? ¿Hasta qué punto es concebible que
l¿ amenaza de uu empleo ilimitado de estas armas no traiga algúo día la eje-
cución de dicha amenaza? El problema ya no serÍa: ¿es iustificablc €l em-
pleo de estas armas en cie¡tas circunstaocias y según una determinada estra-
tegia?, sino: ¿no crea ua riergo iatolerable, mo¡almentc culpable, de esa
732 Prexcologír. Lrs a¡ti¡omi¡s dc l¡ ¿ccióa diplomátice csretlgice

catástrofe total evocada por nurncrosos filósofos y sabios, l¿ posesióo do estss


armas por var¡os Estados y su empleo diplomáüco (€n la cstrategia de la di-
§uasión)?
Así, con este rodeo, llegamos a[ segundo argumento, eD qr.¡e se basa la
tesis de que en truestra época la negativa incondicional a este tipo de g&rra
es Ia única política razonable y realista, sabiendo las coasecueocias, para la
Humanidad entera, de una gu€na termonuclear. El mismo patrimoaio gen6
tico de La Humanidad se verfa afectado. Ge¡rcración tras generación, los
oiños oacerían anormales y su desgracia serfa imputable a la locura béli:a
de sus aotepasados.
¿Es peor, moralmente, compfoftreter la salud de seres humanos quo no
han venido todavía al mundo, quo la de los vivos? Yo ¡o Io sé, pero mo
inclino a creer que la diferencia es sobr€ todo cuantitativa y, por decirlo asf,
material. Por considerables que sean las destrucciones provocadas por una
guerra, la reconstrucción, como sabenros después de la experieocia d€ cstos
últimos quince años, es posible y relativamente rápida, siempre que hayan
sobrevivido un número suficiente de hombres con una capacidad técnic¿
ir¡tacta. Cualesquiera que sea¡ las pérdidas ocasiooadas ¡»or una guerra libra-
da coo armas nucleares, la recuperación de las oaciooes es, al menos, con-
cebible
-a coodicióD de que la salud de las generacioues futu¡as no se vca
irremediablemeote comprometida-. Una guerra termonrrcl€ar scría, €! efecto,
imposible de ser comparada a cualquier otra, en el caso de que degradara
al patrimonio genético de la Humanidad.' I-os hombres de mañaaa está¡!, por
decirlo así, predetermiDados por los Eillones de geDes que lo3 tres mil mi-
llones de seres vivos llevan er! sus cromosomas. La mayoría de las mutacioucs
genéticas causadas por las radiaciones, al decir de los biólogos, son terato
lógicas. ¿No aumetrtaría uoa guerra termonuclear de manera autéDücamente
catastrófica la frecuencia de dicbas mutaciooes?
Los biólogos no dao todos la misma respuesta a una interrogación do
este tipo. Pero la mayoría de ellos suscribirlan, segr¡o creo, uua proposición
quo tomo de Herman Kabn: cualquier guetrd ,eñDnlclcar no equivaldrla
a una autodestrucción de la llumanidad:
^ecesaiarflente
"He mencionado, en una ocasión, en una conferencia pública, que cra
fácil coocebir una guerra en la que el supervivieote rnedio recibi¡ía al¡ededor
de 250 roentgeDs. Es decir 25 veces más d€ los l0 roeatgens considerados f,or
el informe de Ia Academia de Cierrcias como umbral del peligro. Segrln los
cálculos a los que nos hemos dedicado, l0 roentgens provocan alrededor do
0,04 por 100 de aoormales. Seg¡lo la teoúa ampliariente aceptada, que admito
una proporción linear entre la dosis y el daño, 250 roeatgens producirían
25 veces más daños que l0 rocntgeDs- Esto significaría que, aproximadameote,
un I por 100 de los niños que hubieran podido s€r sanos, nacerfao defici€ntcs;
en ¡csumidas palabras, e[ número dc niños nacidc con serias anormaüdadcr
§e elevaría, a causa do la guerra, en un 25 por l0O po¡ eocima d€ la propor-
XX. En busce dc me morel (2) 733

ción actual. Este sería un precio considerable a pagar por la guerra. Lo que
es aún más horribl€ es que tal vez tendrlamos que continuar pagando un
precio de este mismo orden, aunque más reducido, dur¿nte 20, 30 ó 40 geoe-
racion€s. Pero, arin en cste caso, bay un largo camino hasta llega¡ a la ani
quilación. Muy bien podúa ocurrir, por eiemplo, que los dirigentes ameri-
canos estuvieran dispuestos, entre otros, a aceptar el riesgo considerable do
qu€ un I por 10O más de nuestros Diños nazcaE coo deformaciooes, si ello
permite evitar el abandono de Europa a la Rusia soviética. O también podrfa
ocurrir que, en ciertas circunsta¡tcias, los rusos estuvieran dispuestos a aceptar
riesgos todavla mayores, si con ello consiguieran eliminar a los Estados
Unidos.
"En €stc momento de la conferencia, una señora de entre el auditorio sc
levantó y exclamó con una voz acusadora:, lYo no quiero vivir en vuestro
mundo, en el que un I por 100 de niños nacerán deñcientes." Mi respr¡esta,
me temo, fue más bien brutal: "No es ,ni mundo', le hice observar, y lo
advertí a continuación que si no quería üvir en un mundo en el ql¡e un I por
l0O de los niños riacerían deficientes, se cnconlraba e¡ una situación bien
desagradable puesto que un 4 po¡ 100 de los niños Dacen deficieDtes acr,¡¿l-
ñenle. Esta anécdota pone de relieve el becho de que la paz tieoe tambiétr
sus tragedias y que Dosotros tendemos en Duestra üda cotidiana a ignorar
este riesgo permanente. Salvo si nuest¡a propia familia, padres o amigos pró-
ximos han sufrido por ello, la mayoría de las gentes igooran simplemente la
cxistencia de este géDéro de riesgos en la atmósfera ea la que vivimos y edu-
camos a nuestras familias.
"Me imagino fácilmente que si Dosotros viviéramos en un mundo en el
quo ningún oiño hubies€ i¿más Dacido deficiente y si se tros diiera que como
consecuencia de cualquier acoDtecimiento ouevo uD 4 por 100 de los niños
nace¡ían con anormalidades serias, considerarfamos ese mundo como iDtole-
rable. No podrÍamos sin duda cree¡ que hubiese gentes dispuestas a engendrar
y cducar hijos si existicra el riesgo de que de cada 25 de ellos uno tuvieso
un defecto congenital serio. Y es, sin embargo, en ese mundo en el quo
vivimos actualmente. No solamente soportamos ese porcentaje de tragedias
relativaÍi€nt€ elevado, sino que no estamos muy lejos de ignorarlo"'.
Bertraod Russell nos conmina a reconocer que vale más capitular que
lib¡ar una guerra termonuclear, que sellaría el destioo de la civilizacióo y
hasta de la misma Humanidad. Pero no distingue clararnenle entre diversos
consejos: el coDs€jo de capilular antes de coner el riesgo de una guerra qu€
reprcsentaria la muerte de la misma Humanidad, el consejo de capitular antes
qüe corret el riesgo de una guerra qrue podría ser la muerte de la Humaddad,
el conse.io de capitular antes que librar ura guera que podría ser la muerte
de la Huma¡idad y, por último, el consejo de capitular aotes qr¡e librur ttr.z

! H. K^n!., obra citada, pp. 4647.


734 Praxcologñ. L¿s ¿¡tinomirs dc l¡ ¿cción diplomáric¡ csr¡tetic¡

guerra que §¿rí4 la muerte de la misma Humaoidad. A me[udo teDemos la


impresión de que Bert¡and Russell y la mayoría de aquellos que piensan como
é1, coofutrden estos cuaúo conseios o los incluyen todos eo €l cuarto. St§ti-
tuyen cl riesgo de una guerra qlJe podria.rer e[ suicidio d€ todos los beligeraB-
tes, por la certidumbre de dicha guerra. Ahora bien, si la guerra tuviese que
tmer coDsigo la desaparición de la Humanidad entera, ¿qué Estado, a no ser
qr¡e estuviera loco o fuese un amante dc Ia nada, llevaría a otro aste la al-
ternativa de capitt¡lacióo o guerra?
Las cuestiones que fealmente s€ plantean soo igualrnente patéticas, auoquo
más compleias, y se formulan en términos de riesgos y de posibilidades obi-
tivas. Si tuviésemos medios, ¿debe¡la un gran Estado fabricar armas capaces
de arÉsar, sin discriminaciones, vastos espacios y hasta de hacer i¡nposible
la vida en el planeta o de exterminar a todos los seres humanos? Los Estados
de dimeosiones medias, que oo tieo€n recutsos necesarios para adquirir avio-
oes o ingeaios bélicos capac€s de colocar la bomba o la cabeza nuclear en la
proximidad del objetivo ¿debe compensar esta iDferio¡idad mediante la fabri-
cación de bombas tan'tuc¡as" como sea posible y cuya explosióo a grao
altura extendería sobre vastas extensiones el incendio o la cootamiqación ra-
diactiva? ¿Gimo debe ser manejada la disuasión, a fin de reducir el riesgo
de que l,a amenaza sea ejecutada? ¿En qué sentido, en e[ de [a carrera de
armameotos o en la do los acuerdos ruso-americanos, se vería el riesgo re-
ducido al míoimo?

2- Los dos caminos y la detención de las experiencias nuclearcs

A finales de 1960, un hombre célebre, físico, alto funciorario y nov€l¡sta,


Sir Charles Percy Soow, al dirigirse a sus sabios colegas 1, les habló de la si-
guieote forma:
"Estamos aote un¿ alternativa decidida y no lenemos mucho tiempo. Po-
demos aceptar una restricción de los a¡mamentos nucleares, que comenzarfa,
simplemente como slmbolo, por un acuerdo de suspensióo de las experien-
cias nucleares. Los Estados Unidos no obtendrían la "s€guridad" d€ un 99
por 100 que han solicitado, ya que es imposible obtener, aunque existan tam-
biétr otros acuerdos que los Estadog Unidos podrían cooseguir. Yo tro os
ocultaré que esta h¡pótesis implica una se¡ie de riesgos. Son perfectameotg
evideotes y Do se les ocultarán a ningúu hombre decente. He aquí una de las
dos hipótesis- I-a otra t¡¿e consigo no un riesgo, sioo una c€rtidumbre. Hcla
aquí: uo hay acueldo respecto a las experiencias nucleares. La carrera de
aÍnameotos atómicos entre los Estados Unidos y la U.R.S.S. no sóto contioúa
sfuo quo se acelera. Ot¡os pafses se unen a ella. De aqui a seis años como
Co¡ oc¡eión dc u¡ co¡g¡c6o, e¡ Nueva Yort dc la Asociación de emglcadoo
ti6cos.
XX. En busce dc une moral (2) 735

mr¡cbo, China y muchos otros países poseerán un "stock" de bombas nuclea-


rcs. De aquf a diez años como mucho, alguDas de estas bombas estallaráo.
Yo digo esto pesando mis palabras coo tanta prudencia como soy capaz:. Pero
euo es una certidumbre. Por lo tanto, por uD lado, tenemos un riesgo fioito.
Del otro, teDemos la certidumbre del desastre. Entre un riesgo y una certi-
dumbre, uu hombre de espfr¡tu saoo no tieoe duda alguoa"r.
¿Es exacta, completa, equitativar la preseutación del problema como una
alternat¡va, eo que uqo dc sus térmiEos implica riesgos limitados y el otro
la certidumbr€ de un desastre? A estas tres preguntas, me veo obligado a
responder, coo disgusto, no. El hecho de que Sir Cha¡les se¿ un físico c
invoquo un saber que el humanista no pose€, hace aún más grave la deforma-
ción de los datos. Un argum€nto que sirve de base al razonamiento que aca-
bamos de reproducir. "We almost most of us a¡e familiar with statistics and
the tralure of odds. We ktrow, with the certainty of statistical truth, that if
eaough of th€§€ w€apotrs 3rc made enough differeot states- some of
üem are going to blow up, Through-by accident, or folly, or madness but thc
motives doD't matter, What does matter is the oature of the statistical fact."
¿Qué Dúmero de Estados, de bombas, de.tiempo, son necesarios para que el
hecho estadístico sea indiscutible? Yo creo que no es taa fáci¡ calcular la
probabilidad estadística del "accideBte, de la locura o de la inseosatez". P€ro
admitamos el hecho, puesto que el sabio nos lo ofrece como indiscutible.
¿Tieoe motivos para coocluir que, por el camino del desarme el riesgo cs
ümitado, mieDtras que por el camino dc la carrera de armamgntos, el "de-
sastre es cierto"? Esta conclusión está doblemente equivocada.
Lo que Sir Charles ha d€mostrado, o al rne¡os afirmado, es que explota-
rán alguoas bombas. Es posible, en uo lenguaje literario, bautizar de "desastre"
a algunas explosiones. (Las bombas que se abatieron sobre Hiroshima y
Nagasaki provocaroD una desastre, pero una teotativa americana de desem-
barco e¡ el Japón, en términos de destrucciooes materiales y de pérdidas do
vidas humanas, hubiera sido tambié¡ uD desastre.) Al comparar los "riesgos
limitados" coB uo "desastre cierto", Sir Charles parece sugerir que, en ausen-
cia del desarme, ¿¡ desastre es cierto. D¡cho de ot¡a forma, pasa de la explo-
sión de algunas bombas (explosión decretada como cierta) a una gu.rra ter-
moouclear total. Ahora bien, ni está demoslrado ni siquiera es probable
(auoque sí s€a posible) que Ia explosióD de algunas bombas des€ncadena la
"locura homicida"'.
En cuanto a las consecucncias even0ales de un acuerdo sobre la limitación
de los armameotos, que uno de los Craodes violarfa, no son necesariamente
E¡eDorcs q¡¡e la de la explosión de algunas bombas. Además, si se trata Do

¡ Tomo este terto de un¡ dccl¡r¿ción ¡l Neu York Tímes, en el númem del
28 d¿ dicicnbre de1960.
I E¡ u¡¡ dücusión ultc¡io¡, poblicada por Comme¡¡a¡y (octub¡e, 196l), Si¡ Ct¡r-
les he ¡econoeido él mismo la v¿lidez dc est¡ distinción.
7i6 Praxeología. L¿s ¡ntinomi¡s dc l¿ ¡c¡ión diplomática estratégica

de a¿ desast¡e sino d¿¡ d€sastre, no de la explosiótr de algunas bombas, si¡o


de la guerra termoouclear total, queda por esrablecer por cuál de los dos ca-
minos tenemos unas mayores posibilidades de reducir su probabilidsd. El
riesgo de una guerra termoriuclear tro será elimiDado radicalmente ni por
una politica de armamentos ai por uDa política de des¿rme. En teoría, no
será eliminado sino mediaEte la iostauracióD de un Estado uaiversal: se¡¡e-
iante Estado no podría ser establecido áol mediante el acue¡do de los Herma-
nos enemigos, sino que sólo pojría resultar de la victoria dc uoo u otro ¡. Los
dos Grandes, cualesqui€ra que seau los acuerdos a que lleguen, cooservarán
su soberanfa militar y, si llegatr a combatirse, se veráo tentados a recuffir a
las armas termooucleares, aunque hayaD firmado por adelantado un tratado
que impida su empleo.
La comparación entre los dos términos de la alternativa no se limita sólo
a, la de certidkmbre y riesgo, oi a l4 de desasrre y iesgo limitado. }lay \o
riesgo, mayor o me¡or, d€ desastre dc guerra termonuclear total, cualquiera
que sea e[ camino escogido. Si la difusióu del armameoto atómico implica,
segritr Sir Charles, la ccrtidumbre de algunas explosiooes, queda por saber
qué riesgos implicaría e[ cami¡o del desarme. No es este lugar para precisar
la naturaleza y la amplitud de esos riesgos. Consideremos solamente el acuer-
do sob¡e el c€se de las experiencias termonucleares que el discurso de Sir
Charles intenta prqs€Dtar como indispensable, erigiéndolo en símbolo del
camino que conduce a la limitación de los armamentos y a la salvación,
mientras que el oao camitro cooduce al "desastre cierto" '.
El acue¡do sobre el c€se d€ las experiencias termonlrcleares hubicra sig-
sificado el recooocimiento prlblico por ambos Graqdes de su interés común

' A menos que se eriia a los Estedos Unidor que capitulen, desde aho¡a, par¡
eliminar este riesgo. Pero asta peticién es utópica. Y no esta¡ía justi6cada desde el
punlo de yista de nuestros valores de ninguna fo¡m¡. Noeolros ¡cepta¡íanoB uD t!¡l
it ñcr.so y cie o por e¡iler el nes6o de uo úal g¡¡¡á mayo¡ áún.
2 Si¡ Cha¡les nos of¡ece o!¡o 'conocimiento cierto' que despierta algtna duda:
"For scientists know, and again with the ce¡tainty oI scien¡ific knowledge, thst rrc
posess every scientific fact we oeed to t¡ansform the physical lile of h¡ll thc wo¡ld.
,And t¡anslo¡m it $iüin thc space oI peoplc now living. I n.ea¡, *e üave all ¡¿ssu¡ccs
to help hall the rvorld livc ar long as we do, and €!t enough- -l.ll rh.t is r¡iEsirS i!
¡he will". H¡ce falta dar a la pelabra 'voluntad" un ¡entido ertremadamente amplio
par¿ que €sta afirmación adquiera no el c¡¡ácter de una ve¡d¡d (que no lo tendr¡
¿fi ni¡gún caso) sino une especie de verosimilitud. Si 6e trate de medios léc¿¡co¡
para prolongar l¿ vid¡ human¡ y par¡ lumentar Ia producción de ¡lime¡toe, l¡ Hu-
ma¡idad los posec siD dud¡. Si se t¡¡t¡ de la posibilidad económicoaoci¡l dc t¡¡¡+
Io¡m¡¡ las condiciones dc la higieae , de ls ümentrcióú de ls mit¡d de le Huma-
nidad, ¡¡c ¡dmi¡a que Sir Ch¡¡les baga alarde dc une certidumbrc que los aabios
que se ocupsn de estos problemas jamás han manifeatado.
Añadamos quc sc trata da un dicur¡o público en cl que le prcocupación por
ooDv.nce¡ tiil¡nf¡ por encime de los cscnipulos del ¡¡bio, ¡ic¡do ¡! invoc¡cióo dc L
ccrtidumbrc cic¡úfca ¡¡d¡ oír que ua procldiEictrlo rctó¡ico, ¡u¡q¡e e¡ qtte c!!q
uo pmcedimicnto peligroro.
XX. En busce de une morrl (2) 737

cn evitar la gnerra y eo reseryatse la pos€sión de las armas decisivas. Se han


abste¡ido, hasta donde han podido, como ya sabemos, de ayud3t a sus aiia-
dos: China, do un lado, y Europa Occidental, del otro. ¿¿ solidaridad co'
mulista, totto como la solidaúdad occi¡lental, llega erclusivamente ha§lq las
armos atómicas. Et estudio de las ventaias y de los inconvenientes de un
acuerdo dc este carácter significaría, ptt€s, para cada uno de los dos Grandes
al menos tres tipos de consideraciones. ¿Cuáles s€rían las consecuencias de
las experiencias clandestioas, es decir, de Ia violación del acuerdo, para el
otro Grande, po¡ lo que respecta al equilibrio de fue¡zas, y cuál la probabi'
lidad de una violac¡ón scmeiante? ¿Cuáles serían las conse¡uencias de uo
acuerdo de este carácter por lo que respecta a las relaciones de cada Grande
coo sus aliados (en 1960, las relaciones de la Unión Soviética con China, de
los Estados Uoidos con Francia)? in tercer lugar, ¿cuáles serfan las conse-
cuencias de este acuerdo po¡ lo que respecta a las relaciones ent¡e ambos
Grandes, y a las perspectivas de un desarme ulterio¡?
Los expertos s9 habían puesto de acuerdo sob¡e dos puntos que son dc
una importaocia esencial para el análisis práctico-moral a que estamos pro-
cediendo aquí. Las experiencias subterráneas, en minas o en caverna$ na-
tufales o hechas al efecto, no pueden ser detectadas en el estado cual de los
instrumentos. E[ límite superior de las experiencias actualm€nte indetectables
puedc elevarse coo procedimientos de sofocación, y se eDcuenra ya alrededor
dc los 20 kilotones. Las experiencias subterráneas servirían para la meiora
de las armas de pequeño calibre, pa¡a la reducción del peso de la cabeza
termonuclear pafa uoa potencia explosiva dada (en otras palab¡as, pa¡a re-
ducir la relación peso-potetrcia explosiva) I y, eYentualmente, para la puesta
a puoto de otras armas (bombas de neutrores o ingeoios contra-ingenios).
Como quiera que los instrumentos registrao todos los años movimientos sfs-
micos considerados como sospechosos, que se distioguen mal de las experien-
cias nucleares, los equipos D€c€sarios tienen que estar ed e[ lugar (on the
sporr) para poder obrrvar l¿ naturaleza del Ienómeno. El riesgo de que una
experieocia claodcstioa e ilegal sea detectada, autnenta coo el número de
inspecciooes previstas. La probabilidad de una violación por uno de los Es-
tados sigtratarios dcp€nde de la v€otaia coriseguida con estas ex¡xriencias
clatrdestinas, asI como de la probabilidad de que el sistema de cootrol sea
eficaz y de los inconvenientes polfticos en caso de que una violación sea
comprobada. D€ todas estas distintas co¡sideraciones, la más importante se
¡educe a una ioterrogants ing€[ua: ¿qué beneficios militares puede esperar
un Estado, hoy dfa, de Ia cootisuacióo (o de la reanudación) de las expericn-
cias nucleares quc, se8xln el comrln cooseEso, soo iDd¿tectables? Esto equivalg
a dccir que el acucrdo oo implica grandes pcligos, en la medida exacta etr
que técDicameot€, no tiene un Sran alcauc€. Si las experiencias clatrdcstinss

¡ Aume¡ta¡ l¡ potcncia erplosiva pan u¡ pc¡o d¡do.


718 Praxcología. Lrs antinomi¿s dc l¿ ¡cción diplomática cstraúgica

peÍniten pocos progresos de importaucia sustancial o decisiva, uEo d€ los


Estados' se v€rá teotado a bacer "trampas", Lo que nos lleva a la conclusión,
un poco desco¡azoDadora, de que un acr¡erdo seme.jante tendría uo signifi-
cado más psicológico que militar. Representarla una apuesta sobre la buetra
fe de los Estados que lo f¡rmeo, apuesta aceptada meoos por coaliaoza en el
respeto a la firma, que por indiferencia aote la eveotual violacióD.
Pero al mismo tiempo, la iDcertidumbre esencial se desplaza: el acuerdo
so firmado, pero probablement€ respetado'sobre el c€se temporal de las
e¡periencias nucleares no desprovela a los dos Grandes ni de los medios
para atacar por sorpresa ni de los medios para responder a una agresión con
represali¡s ter¡oríficas, aunque hubiese prodido impedir a uno de los Gratrdes,
o a los dos, perfecciooar ciertas armas (sobre todo las armas de pequeño ca-
libre). ¿Qué ioflueocia bubiera t€trido un acuerdo que previ€s€ el cese defi-
oitivo sobre la situación mundial, es decir (en un análisis simplificado), sobro
las relacio¡es eatre los dos G¡andes con sus aliados respectivos y entrs ellos
mismos? t
Nosotros sabemos pocas cosas respecto a las ¡elaciones cntre la UBión
Soviética y China. Pe¡o sabemos, con una casi total certeza, que Dumerosos
físicos chinos tr¿baian etr los laboratorios de la Unión Soviética y firman,
cotr los físicos rusos, publicaciones cientfñcas; pero tambiéo que China no
ha recibido de la Unió¡ Sov¡ética más que un r€actor de tipo antiguo. Del
lado occidental, los Estados Unidos ao hao aportado, tambiéo ellos, más quo
u¡a ayuda limitada a los problemas atóm¡cos de sus aliados europeos, y
ninguna a las pa¡tes militares del programa francés. Han cooperado bastaotc
estrechamente con Ia Gran Bretaña y la hao hecho beneñciarse de la cláusula
legislativa quc autoriza el i¡te¡cambio de informacióo con palses suñcieotc-
Oente avanzados. Parece, pues que existe una simetría aproximada, ya quc
cada Grande coDtribuye a la fo¡mación de sabios de los pafses aliados y
basta al progreso real para la utilizacióo pacÍñca de la eoergfa atómica, pero
ss esfuerza, sin viola¡ demasiado abiertametrte la regla dc ta solidaridad en el
interior del bloque, en hac€r más l€ota, si no en imp€dir la adquisición in-
dependiente por sus aliados de armas atómicas o termonuclearcs-
Sin embargo, a este respecto, exis¡o u¡a asirnetría eotre la Uoiótr Soviética

' I¡ probabilidad de quc este EsIado sea l¡ Unió¡ Soviética r¡o tieDc Deceidrd
de ser explicada por las auperiores cu¡lidade¿ de los U.S.A. Basta coD p¿Dlr¡ e¡ lr
dificulad que tienctr los Esbdor Uoidoo par¡ guardar sus sccrctoa
' No tuvo luSar ninguna erperiencia soviética en la atmósferq dur¡ntc l¡s cor-
ye¡secioncs, pero nadie sabe si no hubo explosiones eubte¡¡i¡e¡s. ¿Cómo saberlo,
pu.sto que son imposibles de detecla¡?
r Dcjemos ¡ u¡ l¡do las ¡elaciones con l.os lo<ompmmctido¡. En cfccto. &ta
¡o¡ f¡vor¿bles a cualquicr acucrdo de des¡¡mc. Si cl ecue¡d.o fuesc ñmado por loo
Dos ninguno de ellos c¡t¡ae¡í¿ heneficio rlguno de la fi¡ma po¡ lo que rasp€ct! ¡
¡u riv¡lidad frcnte a los no-comp¡oúretidos, ya que ambos te¡dría¡ ¡ l¡ ycz cl mé¡ito
dc cllo.
XX. En busca de una moral (2) 739

y los Estados Unidos, o quizá habría que decir entre Europa y Asia. La
Utrión Soviética no ha facilitado a China los medios soviéticos psra disuadir
las provocaciooes americanas- Ha procl,amado de una vez para siempre, me-
diaDte la 6rma de ui tratado de asist€¡cia mutua, qr¡o en caso de guerra
entre la China popular y los Estados Unidos intervend¡ía al lado de aquéll¡
conha éstos. Esta aliaoza basta para "proteger" a Chitra de uua agresión ame-
ric¿oa o, aún, para disuadir a los Estados Uoidos de toda agresióE abierta,
Pero no permito a la China popular tomar la iniciatiya de hostiüdades de g¡ao
envergadr¡ra, ni siquiera contra Quemoy y Matsu- La Unión Soviética, al
guardarse para eua sola el armamcnto atómico, disuade taDto a su aliado
corDo a su eDemigo de soluciooar su disputa po¡ la fuef¿a. PEro, cotr toda
evide¡cia, facilita a China razoDes suplemeDtarias ¡xra acelerar lo miis po-
sible su programa d€ armameDtos nu€leares.
En Europa, los Estados Unidos, como h€mos visto r, han intentado al-
caozar simultáDeamente dos obietivos: guardar para sí la disposición de las
a¡mas nucleares y da¡ a sus aliados Las ventaias que resultarían de la pose-
sión do estas armas. I-os medios empleados con vista a estos dos obi€tivos hao
variado, desde hace diez años, en función de los progresos técnicos.
El pafs que tenfa más motivos para adquirir uo armamento atómico era,
en 1961, no Fraacia, sino Chha. El régimen comunista quiere darle a Cbina
el rango de grau potencia en el escenario muudial. No tie[e casi posibilidades
de alcanzar su obietiyo próximo ---+liminar a los superyivientes del régirnen
oaciooalista en Formosa- mientras no haya eotrado en el Club atómico. I-a
Uuiótr Soüética se ba mostrado aún más reticente respecto a su aiiado prin-
cipal qr¡e los Estados UBidos aDte sus aüados europ€os- Un acuerdo ormado
etrtre Estados Uoidos y la Unión Soviética respecto al cese de la experieocias
nuclea¡es no habrfa impedido a China proseguir su esfuepo, encaminado
a proveerse de un armamento atómico propio. Si hubiese tenido por ñnalidad
la dc prohibir la difu¡ión de las armas atómicas hubiera sido de una débil
eficacia. Todo lo más, hubiera hecbo más lento su movimi€nto. Las grandes
potencias virtualmente es una de etlas- oo se de'jarán maniob¡ar
-y CbiDa
iodeñnidamente por los "duopolistas". Las mismas potencias de seguado orden
se resignarán coD dificultad a p€rmaEecer eu una situacióo cualitativameDta
inferior.
En relacióa a los aliados, el acuerdo sobre el ccse de las experiencias
hubi€ra podido ser eñcaz, peÍo con una condición: que los Dos se hubieran
comprometido, solemtrc o dirretam€nte, a imponer su respeto a los oo-signa-
tarios. Pcro este compromiso, a su vez, era diflcil de aceptar y, aún más di-
flsil, do respetar. I¡ Unión Soviética oo pued€ recotrocer abiertame[te, ni
aur eo el caso de una negociacién secreta con los Estados Uoidos, que temc
la adquisicióu por la China comudsta de uDa capacidad atómica ind€pen-

Vidc supra, capirulo XVI.


710 Praxcologíe. L¡s ¡ntinomi¡s de l¡ ¡ccióa diplomátice cstrrúgice

diente. IgualÍreDte, los Estados Unidos estáo dispuestos, eB rrgor, a declararse


hostil€s a la adquisición dc una fi¡er¿¿ atómica independien&e, aun por un
Estado no aliado, pero ni siquiera pieDsan en recur r a la fuerza o a la arne-
'palabras,
lAaz¿ l€.ta disuadir a Francia de fabricar bombas atómicas. En otras
el acuerdo sobre €l csse de las expcriencias nucleares hubi€ra constituido una
prueba de veleidad en aplicar una política abstractamente coacebible y quiá
razonabl€: la prohibición signiñcada por los dos Gra¡des a todos los Estados
dc fabrica¡ a¡mas atómicas. Pero €sta poutica permaoe.e paralizada por Ia
hostilidad eutre los dos bloques y la invencible paradoia de una a,líaf.za. abierta
do los dos eDcmigos 9o contra do sus respoctivos aliados.
Llegamos así a las dos rlltimas cu€stiones; ¿cuál hubiera sido la inf,uen-
cia de este acue¡do sobro las relacioEes ent¡e los Dos? l¿ crcación do un
sistema ds inspeación, aun de efcacia imperfecta, ¿hubiera significado el cc.
mienzo do ru¡a nueva era, La apertura del territorio de la Utrión Soviética a
funcionarios inter¡acionales y la atenuación de la preocupación, socular y ob-
sesionante, por €l s€creto, es decir, un prirner paso, por tlmido qüe firera,
hacia un muDdo abierto?
Estas cuelion6 no admiteo una respr¡esta cieña. Etrtr€ los expertos, unos,
sobro todo los ffsicos, argumetrtan que un prinrcr acuerdo, ¡ror limitado que
s€a, tetrdrfa un significado y un alcanc€ que sobrepasaría con mucho los re-
sultados materiales o las garantlas obteoidas. Otros desenmascaran dsspiada-
dameuto el seBüdo oculto tras €l acuerdo. A fio dc cuentas, los Dos so ha-
brfatr prometido uno al otro conteDtarse con las armas disponibles, coo el
E.n do impedir a los otros Estados qu€ adquiriesea armas equivalentes. El
acue¡do seúa r€spetado en la medida €n que, en ambas partes, los exl»rtos
Do creyesen en la importancia de los progresos susceptibles de ser reál.izados
gracias a nuevas experiencias. En contrapartida a estas limitaciooes y a estas
i¡cenidumbres, ¿cuál sería el lado positivo? I-a Humanidad vería en estc
acuerdo, aun simbólico, la prueba de que los dos Grandes tien€o la voluntad
y la capacidad de enteBderse. Pero este argumento ---l argumento maza do
los optimistas- es discutible para los pesimistas: el seotimiento de que un
paso importatrte habrfa sido dado, hacia el desarme o bacia la paz, sela ri-
dfculo. Los occideotales parecetr teoer uoa tendencia a conña¡ eo uEa segu-
ridad engañosa. En realidad, lo esencial no h¡bría cambiado.
Estos aoáIisis no ti€nen por ñnalidad sugerir quo los Estados Unidos hu-
bie¡an debido fumar el acuerdo sobre el c€se do las experieucias atómicas a
cualquier precio, aun aceptatrdo el principio de la "troi&a" (el secretariado,
encargado de ügila¡ y garaotizar el respeto al tratado, estarfa dirigido por un
comité de tres miembros, uno soviético, oro occideotal y el últifDo neutral).
I¡teDtan es€larecer la Daturalez¡ de la deliberación diplomáticoastratégica cn
ouest¡s époc¿ y llevar, como los análisis de la sección pfecedente, a una cotr-
clusióo. que uDos juzgarátr intrasccodentc y otros dec¿pcioraste: la delibera-
XX. En busa dc uae monl (2) 711

ción no es esercialm@to distbta, por el hecbo d€ que las destrrrcciones po-


d¡lan ser des¡nesuradas en caso de guerra.
Bertratrd Russell bace aparecer como evidenternente racion4l la capíúlz-
ción, pres€Dtaudo esta ¡lltima como uno de los dos térmioos de una alterna-
tiva, en la que el otro sería la certidumbre de una guerra termonuclear total.
Si¡ Charles modifica cl signifcado del acr¡erdo sobrc el cese de las expcrien-
cias nucleares, preseotáodolo cof¡to uoo do los dos caminos abiertos a la
Humanidad, mieatras que cl otro cooduce a la certidumbre tlel desosrre.
En ¡ealidad, la origi¡alidad de las deliberaciooes quc oosotros hemos aaa-
lizado no es qrc la única marera de rr realist¿ sea ya la de oMeccr a los
argumentos de la moralidad. Ninguno de los Dos, a no ser que capitulen, pucde
renunci¿r a su fuerza de disuasión y, por lo tanto, a la ameoaza moostruosa
do arrasar ciudades o de exterminar a millooes de seres humanos inocentgs-
Pgro esta ameoaza oo es moralmente iusüficable más que a condición de ser
uua amen¿¡za suprema, aunque se esfuercen ambos e¡ crear condicion€§ tales
quo no s€a trunca ciecutada. Ahora bieo, el objetivo del maquiavélico coincide,
a estg resp€cto, coo ol del moralista: uno y otro quieren rcducir el riesgo dc la
guerra termonrrclear y, suponieodo que sean empleadas las armas termo8u-
cleares, evitar la areqsión a lfmites extremos. Pero, repa¡cmos eo ello, si
los defensores de un pragmatismo y los defeosores de la moralidad ticndeu a
agercarse Do es porquo la prudencia se haya convertido, en sf, en ga¡antía
de iusticia, siuo porque preferimos la vida de millooes do hombres a la ius-
ticia misma. No ooa atrev€mos a reptir el tiat. justitio, pereat mundus porqrn
el Ireügro do que cl mundo petezca to es ya utra simple fórmula retórica.

3. La elecció¡ de los Pequeños.

El acuerdo sobre el c¿se de las experi€ncias nucleares interesaba i¡direc-


tamcuto a todos los demás palses que. si lo hubierar¡ surrito, se hubieran
prohibido a sí mismos acceder al club atóm¡co. ¿Se impone, para Fraocia
o para la India, una decisióo de este carácter, y por qué motivos?
Irs fraocescs, hostiles a la fabricación de bombas atómicas por razoo€s
de moralidad, tendrlan también, lógicamente, que recom€¡tda¡ la denunci¿ de
las alianzas concluidas con una ü otra de las potencias que pose€n uoa ca-
¡racidad atómica y, por lo tanto, co¡ la aliaoza adántica. Si iuzgan iniustiñ-
cable, desde el putrto de vita de su conciencia, e[ empleo diplomático de la
¿unenaza termonuclear, tro deben tampoco basar la seguridad de su patria c¡
est¿ arDcnaz¿. h€cha por un Estado aliado. Es más, si los británicos y los
fianceses quieren poner fin, pot molivos élicot, a la solida¡idad con la estrate-
gia d,o disu¡sión termonuclear, uo deben solarDente ¡eouociar a la fabrica-
ción de bombas o al estacioEamiento, en su territoriio, de aviones o de ingcnios
balfsticos, sino que deben, en la m€.dida de lo posible, rechazar los beneñ-
742 Praxeologia. L¿s antinomi¿s dc la acción diplomática estratégic:

cios de esta estrategia- Quizá no podrían dejar de conservar esos beoeñcios,


al meoos en parte, au¡que abar¡dooasea sus ¿lianzas. A¡tes de arriesgarsg a
uDa agfesiór, cada ulo de los Dos sc ioterrogarla en ,odo caso sobre las
rea@iones &l otro. La disolucióo de las aliaazas concluidas a la sombra de l,a
estrategia de disuasión, no dejaría de ser símbolo de uDa voluntad qu€ tras-
cieodo del orden político: ac€ptar todos los rÉsgos aotes que recuÍrir a la
artlf,rtaza de un 'txtermioio de inocentes".
Es posible i¡terceder eo favor de u¡ cfrculo de Estados sin capacidad ató-
mica o por el cier¡e deEnitivo del club atómico, pero en otro plano y cou
argumcatos de otro tipo. Pero s€ tratarfa, €n este caso, d€ utra "polftica de
la responsabilidad", de la preferencia por la prot€c€ión garaotüada por uao
mayor que uno mismo y no de la negativa a toda proiección y de la con-
ñanza en el "paciñsmo" de las naciones y de los imperios, Analiccmos las coo-
diciones de la elección para Francia, como hemos analizado las circunstan-
cias de la eleccióo para los Estados Unidos'.
El gobemaote de un Estado de dirnensiones medias, por eiemplo, Francia"
se ve asaltado por tres clases de consejeros: los realistas, con frecuencia an-
glosaiones, le conjuran en nombre del in eús de la Hwnonidad z no aurnenta¡
el trúmero de Estados poseedores d€l arma te[orífica; otros realistas, fraoceses
csta vez, le coniuran a dar a Francia los medios para disuadir la agresión y
para figurar entre los GraDd€s de este mundo; en 6n, realistas y moralistas
le conjurao a no gastar sumas €onsiderables en un armameoto que sería, a la
vez, inútil para Francia y peligroso para la Humanidad.
El estadista se ve inclinado, en primer lugar, a plantear una serie de pre-
guotas a los realislas anglosaiones. ¿En qué r¡tedida la adquisicióo por Fran-
cia de un armameoto atómico y termonuclear acrecienta el riesgo de gue¡ra
general o total? Es fácil deci¡ que cua.to mayor es el fiúmero de bombas más
oumerosas sotr las posibilidades de "accidente". Pero, si eBlendemos por acci-
d€lte el accidentc técnico, éste puede producirse también en el caso dc una
utilizacióo pacífica de la energia nuclear. De todas formas, e[ trúrDero de
bombas fabricadas por los dos Grandes se cuenta por miles; estadísticamente,
unos cuaDtos cientos de bombas fabricadas en Fraocia no aumeotaráD se[si-
blem€nte cl rirsgo de "accideote t&nico", a menos que se demuest¡e que los
fraoceses tomarán menos precauciones o s€ráD menos competentes que los
nsos, los americanos y los iDgleses. Verosímilmcnte, el accideDte, reco¡dado de
buena gana por los cotrsereros pertctrecieDtes a la primera escuela, sería más
polftico qu€ técnico. Pero, en realidad, mientr¿s Francia fo¡ma parte de la

¡ Nos hemos guardado muy bien de c¡ncluir quc lo3 Esládo3 Unidos hubie¡an
debido ----o no-- fi¡ma¡ el acue¡do sob¡e cl ccse dc erperiencias nuclee¡ee; igr¡el-
mente nos Suardaremos tembién de llegar a l¡ conclusión de que Francia debc ---o no-
continu¡r su progama. Aquí no€ preguntrúo!¡ *bre l, ,ú,t ¡dleza dc los problemas
planleados a los hombres de Estado y trstamos de precisar el carácte¡ de las deci-
eiones que debeo adoptar.
XX. En busca d. ufl mor¿l (2) 713

aliauza adáotica y mientras los ejércitos de esta última se eocu€otrea daspla-


g¿dos en Atremania Occidetrtal, ¿eo qué gfado aurDentaD las bombas fralcesas
los riesgos de "accidente polltico"?
Lo menos qu€ puede decirse es que la afi¡mación, la accesióD de Fratrcia
al club atómico aumenta sustancial¡neDte los riesgos de un "accideute poütico
o técnico", no está demostrada y parese, eo principio, poco probable'. Por
ello, los consejeros de la primera eruela han inteatado responder al Presi-
d€Ete de la República que el peügro veodrá meuos de las bombas fabricadas
quo del ejemplo dado por Francia. Una pequeña capacidad atómica, en uo
país geográñca y políticametrie integrado eo un bloque, Do modiñca s€nsibl€'
m€nte la fuerza de la alianza d los riesgos de "accidente, locura o iosen§atez".
Pero, ¿qué ocurriría si Alema¡ia Occidental e ltalia, y luego Egipro e Israel
avanzas€n a su vez por el misrio camiDo? A lo que el estadista fraoces s€
s€ntirá inclinado a ¡espoDder que el ejemplo de Gran Bretaña no es meBo§
"culpable" a este respecto qr¡e el ejemplo de Francia. ¿Por qué es más bien
a Francia y no a GraD Bretaña a la que escoge para acusar? Si se es partidario
de manteDer el duopolio, en este caso los Estados Unidos y Gran Bretaña
han cometido la mayor falta, ésta al conseguir para sí una capacidad termo-
nuclear y aquéllos al practicar uoa cc,labo¡ación estrecha eu el plaDo cieotí-
frco con €l te¡cer miembro del club. Al instau¡ar una jerarquía detrtro de la
alianza -.el iefc del bloque, el aliado privilegiado, los Estados protegidos-,
los Estados Unidos provocaa ellos mismos ta búsqueda fuatcesa & rango,
que deploran y que acusao,
Aúrt hay más- Si los EE. UU. conside¡an como cootrario al interés do
la alianza y de la Humanidad la multiplicación de los Estados dotados de ar-
mas atómicas, tieoen el deber de cooveqcer a sus aliados, o al me¡os do bacer
todo lo posible por cotrvencerlos. Ahora bien, el esfue¡zo de couvicción im-
plica dos tipos de elementos: atgumentot y med¡os de pr¿sr'.rn (promesas o
amenazas y, como €tr este caso las an¡enazas son dificilmeote utilizables, sobrc
todo promesas). Los a¡gumentos son eseocialmente los de la tercera cscwla,
aqr¡ella quo añrma la i¡utilidad de una "pequeña fuerza de ataque". Pero
vamos a ver en un momeBto que estos argurnentos Do soD decisivos. Tieae¡
¡ecesidad de vefse apoyados por "promesas". Implícitam€nte, deotro del estado
actual de la diptomacia ioterna de la utrión adátrlica', los Estados Unidos
"aconse¡an" a Fraucia, "en aombre del intetés supremo de la Humanidad", re-
nunciar a su programa atómico. ¿Qué ofrecen en contrapadida? Ni siquiera

' ¿Aomcnt¡ lc riesgos u¡a güere 'por locura o iDsensats¿", dc ¡cuerdo co¡ la
crpresión de Si¡ Ch¿¡lcs? Si, en función del principio: cuantos mis hombres hay
cuya salud mentel es ¡ccesaria palá la paa mis amcn¡rada €t!¡í ésts. RcSpccto a
l¡ mag¡itud de csta ¡Ecnrra, l¿ düd¡ esti pcrñilida.
' E¡ 1962, el Preside¡re Kennedy ha condenado brusc¿mcnte el eslue¡zo h¡¡cá
ps¡a co¡stilui¡ un¿ Iuerz¿ nacional, con¡ide¡ándol¡ como cont¡a¡i¡ Ui4mica» d ,¡le¡ét
de la ali¡nz¿ rtlinticá, peIo no ha inte¡tario iiquiera, al pareccr, 'disuadir" d gtneral
Dc Gaulle, a ¡o ser mcdiatrte lrg¡¡ncDtos.
7+1 Prrxcología. L¡¡ ¡ntinomi¡¡ dc l¡ acción diplomátice cstretégica

una cooperación cientlfica más avanzada en cuanto a la utüización pacífsa dc


la energla atómica. Yo comprendo muy bien que los hombres de Estado
arrcricanos podfan replicar que no pidea uoa ventaia para ellos mismos, siDo
para la alianza y para la Humaaidad. Pero, suponiendo que tuvieratr razón,
sus interlocutores no €stáD conveDcidos de ello. Al reouncia¡ a un progfama
atóm¡co propio los estadistas fratrceses tendrían la s€nsación de sacrificar ol
"iDterés Dacional", en el sentido estrecho y tradicional del término, a fayor de
la comuoidad atlántica o humana. El Estado, cuya frcr¿a le [eva al papel dc
icfo, es el dcsignado para ofrecer una compensación a este sacrificio, compen-
sacióo quo s€¡á cieDtífica (ayuda para la coDstruc.ión d€ un submarino) o
polfüca (promesa de consulta, garaEdas para la eventualidad de uoa retir¡da
dc tropa§ americanas).
Queda el hecho de que los negociadores anrricanos podrfan contestar:
¿por qué tendríamos que pagar nosotros a los franc€ses para decidirles a 3e-
guir rma política conforme co¡ su propio in erét'l Pot consiguiente, estos soD
argum€otos perten€cieDtes a la Grcc¡a cscuela (cn el foEdo realista, aunque
se encuentre poblada de moralistas) y que son o deberlaa ser decisivos: l¿
fuerz¿ do ataque naciooal serla inútil. Pero, como hemos visto, estc probl€ma
es extr¿ñam€nte compleio r.
Simpliñcando, pucde decüse quo una fuerza d€ ataque, ¡era ser uo ins-
trumento do disuasión, debe coDstituir uoa fr.¡erza de represalias, es decif, no
debo ser dcmasiado vulrerable al primer ataquc del enemigo. Ademris, hace
falta que los vehículos portador€s y la organización del ap¿rato atómico
üermsDuclear sean tales que las comunicacio¡es necesarias para la acción
sean mantenidas aun después de un ataque eventual En ñn, la capacidad do
rcprcs¡rlir debo ser suficietrte para "hacer reffcxionar" a los gobemantes dcl
Estado posccdor de uoa fuerza atómica de primer ordeo. A €stas tres condi-
cioncs, sin duda indispeusables, ci€rtos analistas añadcD uDa cuarta: la dc
que las destnrcciones que sufrirfa el Pequeño, en caso do g¡¡€rra, no serían
cquiYal€ntes al exterminio.
Es fácil demostrar que Francia no poseerá, para 1 5-1970, una capacidad
indcpendiento do reprcsalias. ¿f¿ poseerá para 1975-1980? Una fue¡za de
ataqr¡o, in€ñcaz con ¡especto a la Unión Soviética, ¿oo tendría oiogutra utili-
dad para Francia? El programa francls para 1960 comprende dos partes: uoa,
cientffica, es iodispensable si Francia quiere poscer algrtn día l¿ base técoica
o industrial de una potencia atómica; la otra apunta a crear uDa fuer¿a do
ataqr¡o lo más rápidarDente posible. Admitamos que esta segunda parte sea
irr¿zonable; queda, sin embargo, el hecho do que Francia debe eiecutar desdo
ahora mismo la parüe ci€ntíñca de su proglama, si quiere poseer de aquf a
quinco años una ci€rta capacidad autóDoma de fabricaciones termoaucleares
y ballsti;as.

Yer, supra, capítulo XVI, sección 2


)O(. En busca de uoa morel (2) 745

¿Puede adquirir esta capacidad? Ciertos expertos lo afuman asf; ot¡os lo


niegar. Si tros ¡eferimos a las sumas gastadas por los EE. UU. para poner a
punto y producir ingenios balísticos y bombas H, la respuesta s€rá regativa.
Estos tipos de cálculos se prestan a objeciones. El tiempo y los gastos ne€e-
sarios para uo progreso cientíñco y técnico pueden ser menores para aqrrcllos
que llegao en segundo lugar, que saben el objetiyo accesible y que han f€-
cogido múltiples indicaciones sobre el camiuo a seguir. Tampoco se excluye,
igualmente, que el problema militar capaz de infligir al enemigo destnrc-
cioaes importantes- sea solucionable -ser
por procedimientos técoicos d¡fereotes,
uDos más costosos y otros menos.
Los sabios americanos se hart ingeniado para producir "bombas limpias",
cs decir, que impücau un míDimo de Uuvia radiactiva- Un pequeño Estado
que quiera, a pesar de todo, volver a cncotrtrar utra cierta autonomía militar
tieDe todas las veEtaias en fabricar y en hacer saber que fabrica "bombas
sucias", aunqr¡e su propio pueblo tuviera que s€r víctima de las lluvias ¡a-
diactivas Guesto que, de todas maoeras, s€ yerá expuesta indefensa a los
ataques del Grande). Por otra parte, los téc¡icos franceses, desde el día que
¡enuncien a la precisióo en el tiro y escoiaa resueltamente utra estrategia cootra
las ciudades y no contra el dispositivo termonuclear adverso, quiá consigan
producir vehículos portadores de un costo y de una vulnerabilidad ¡educidos.
En el caso que se propongan solaÍrente arrasar una cierta superñcie del te-
ritorio adverso con bombas sucias que estallen a una gran altitud, no es quizá
imposib¡e que un país como Francia coDsiga los rnedios necesarios, sin amri-
narsc ¡ror ello.
¿TeDdrá Fraocia, de esta forma, una fuerza de disuasión? Todo depetrdc
de lo que se coDsidere oecesario para poder bautizar como "fuerza de disua-
sióq" a una "fuerza do ataque". Si se exige la capacidad de amortiguar los
ataques del €n€migo, taoto mediante el ataque contra el dispositivo termonu-
clear adverso como con uoa prot€cción, garantizada a su propia poblacióo,
Francia no tendrá eri un futuro previsible uoa capacidad de disuasión: el te-
rritorio fraDcés es demasiado estrecho y los órganos vitales de la nasión
están d€masiado conceotrados. El día que la Unión Soüética plantease un
ultimátum, el gobierno fraaés, abandoaado a sí misrno, s€ voría llevado, cn
la mayoía de los casos, por simple cálculo a capitula¡, puesto que la super-
vivencia física del pueblo fÍancés estarfa cn ju€go. A pesar de todo, Fraocia
poseería una cierta capacidad de disuasióu, tanto porque podría eveEtualmeote
respo¡der a uoa provocación extrema con un gesto de desesperación, como
quizá porque podría hasta replicar €otr uD ataque por sorpresa.
La etapa siguiente de reflexión para el PresideDte f¡ancés reside en una
cm¡nración entre las ventaias y los inconvenieates de esta semicapacidad do
disuasión para el pals, para el bloque atlántico, para 1a comunidad humaua.
El argumeDto coDtra los esfircr¿os actualmentc iniciados para obtener, dc
aqul a diez o veintc años, esta semicapacidad de disuasión podrla prescutarsc
746 Praxcología. L¡s entinomi¡s de la ¿ccióo diplomáticr estrarégicr

cn ¡6 términos siguientes: si Francia se adentra por esúe camino otros Es-


tados la'rguirán;sc verá expuesta, por el mismo hecho de la multiplicidad
de capacidades atómicas, a pelig:os más graves de los que evitaría o atenuarfa
con su propio arnametrto. En todo caso, los recursos utilizados para el ar-
marnetrto termoouclear de Francia teadrlan un "rendimieoto" superio¡ con-
sagrados a los armame¡rtos clásicos.
La lesis opuesta se fuDdaría aate tdo en dos argumentos. Es imposible
do saber cual será, etr función d€l desarrollo técDico, la polÍtica --rstratégica
y diplomática- de la Uuión Soviética. I-a constitución de una capacidad ter-
motruclear constituye al menos utra garantfa y, pueslo que se trata de la yida
o la muerte, uDa garantía neoesaria. Por otra pafte, aunquc uDa seguridad
equivalente pudiese ser adquirida n¡ediante un acuerdo con un Grandc, no
faltarían franceses que iuzgasen que un Estado oo deó¿ renunciar a su propia
dcfensa si tieoe los medios de poder hacerlo. Aeep¡at delin¡t¡vamente el ser
protcgido por otro, §eglÍ! utra filosofía tradicional, serfa humillante para un
Estado y, en utr cierto sentido, poco honroso. El último argumento no sola-
meDtg es válido para el momento en que Fratrcia tuYiera al ¡r€Dos una semi-
capacidad de disuasión, sino tambiéD para la p¡imera fase de 196G1970. Y
es válido eE dos seotidos: la posesión de bombas atómicas puede ser coosi-
derada como utra venlaja de por sf, cualquiera que sea su utilidad ef€ativa,
cn ¡a medida en que la autonomfa de un Estado sea cotrsiderada como uoa
ñnalidad y no como utr ¡r¡eüo. Las decisiones del general De Gaullo están
determinadas visiblemente m€oos por el cálculo de costos y reDdimieDto, meuo§
por [a comparacióD entre la seguridad que facilita una fuerza propia de di-
§uasióD y la seguridad que da la Organizacióo Atláotica que por la doctriDa
expuesla eD el discurso proauDciado en l¡ Escuela Militar: un Estado que no
asum€ la respoqsabiüdad de la defensa nacional no es ya uD Elado,
Bajo esta forma la doctrina es anacróoica, puesto que ¡nr ese camiao
ao habla más que dos Eslados autéoticos: los EE. UU. y la Unión Soviética;
los otros €starían exclusiyameote defe¡didos por la parátisis recíproca de los
Graadcs. Además, llevada a sus riltimas cousecuencias lógicas, esa doct¡in¿
alentaría a todos los jefes de E3tado a ambiciona¡ la autonomÍa que podrla
co¡ferir la capacidad atómica. Es en e[ mismo iote¡és del Estado que tiene a
su cargo, por lo que el Presideute fraoés debc Ixeocuparse con las re¡»rcu-
¡iones de su propia elecciól cn las elecciones de los ot¡os Estados.
Cuaodo todas estas r€§eryas hayao sido formuladas, quedarán, al ñn de
aste análisis, dos iocertidumbres irreductibles, de las cuales una procede de l,a
imprevisibilidad del futuro técnico y políüco, y la otra de la pluraüdad de ob.
jetivos legftimos.
En cl plaao de Ia defe¡sa, cl esfucr¿o realiz¿do con vistas a la confitu-
ción quasi-autóqoma de represaüas, por lo tanto, de disuasión, será consi-
de¡ada como raciooal o como insensata en f¡ucióD d€: l) los r€sultados téc-
aicos quc seaD obteoido§, y 2) do la coyuntu¡a diplomática de aquf a diez o
I

)O(. En busca dc uoe moral (2) 747

,eiDto años. Si esta coyuotura es aproximadameote l¿ misma que hoy día, cn


ius rasgos fundamentales, serfa probablemente preferible no gastar cientos de
¡iles de millooes de aDtiguos francos, cada año, para adquirir uoa fuerza dc
lisuasión que no será e6caz más que en e[ interior del sistema termonuclear
le la aliaoza adántica, De lo coDtrario, Do podríamos excluir totalmeote estas
)veotualidades: por ejemplo, la reti¡ada de las tropas americaBas de Europa
) una modiñcación mrfu radical todavfa en las relaciones entre los §es vefda-
le¡os G¡andes (Rusia, China, EE. UU.) €o las cuales una
-eveDtualidades
emicapacidad de disuasión teodría un significado estratégiccdiplomático.
No es esto todo. El esfue¡zo franc¿s consütuye utr h€cho nuevo, quo ni
os Estados Unidos ni Cran Bretaña plrcden ignorar. Si Gran Bretaña se
rdhie¡e al Mercado Común, le será cada vez más diffcil mantener su po§-
u¡a de aliado privilegiado, admitido en exclusividad a coopera¡ con la Co.
nisión america¡a para la Eoergí¿ atómica. Se verfa casi ineyitablerDcntc llc-
,ada a cooperar coo Francia y con sus asociados en la Comuqidad eu¡ope¡.
ln esta üne3 es doode aparece la posibilidad, y hasta la probabilidad, dc
rna "fiuza euro¡ra de disuasión", oue promoverla la unidad política y qu€
:onstituirfa su expresióB (fuerza que esta¡fa eo coordinación co¡ la fuerza
rmericana). Una fórmula de este tipo gran americana y una
'uerza €urop€a de menor poderfo- crea -uuaescasosfuerza
peligtos suplementarios
¡ aae consigo, ¡»r el contrario, ventaias evidentes, puesto que reduce la
lisparidad ent¡e el Grando del otro lado atel Atlántico y los Peqrclos dcl
y'iejo CootineDte.
AuDque prestáseúos oldo a esto6 div€rsos argumeqtos, subsistirla uDa
ncertidumbfe bien fuodamentada, qr¡€ es uD resultado de la pluralidad do
)bjetivos. Los Estados, como los individuos, Eo sólo desean la üda, sioo
ambién el hooor; no sólo la seguridad, siao tarnbién un rango. Prefieren
r menudo el peügro en la autonomía qr¡e no la paz bajo la protección de
¡¡o más fuerte. ¿Sod "irracionales"? ¿Er¿ i¡ra€ional el comaDdarite qt¡o se
I¡ndla con su navio? Si lo era, ¡esperemos que la HuEaDidad no dcic de
er irracioral !

La elección del Grande.


Max Weber tomaba gustosamerite como ei€mplo de l,a moral de l,a coo-
.icción al paciñsta o la ectitud del sitrdicalista revolucionario. Hoy dfa evo-
aría a los "usilateralistas", los partidarios del d€sarrie atómico unilat€ral
lstos riltimos rno par€cen rcpresenta¡, €n efecto, una versión actual del paci-
ismo incoDdicional
El caso de los uni¿t€ralistas ingleses y el de los unilateralistas americanos
oD diferantcs El primero se prcsta, e¡ efecto, como hemos visto r, a uaa

Vide, supr¿, capitulo XV.


718 Pr:xcologíe. t-:s ¿ntinomi¿s dc l¿ ¡cción diplomátice cstrarcgic:

interpretación que b resta todo mérito moral, pero que le hace meaos inacep
tabl€ en cuanto polític¿. Supotrgamos, realmente, quo Gratr Brelaña docidr
eliminar sus armamentos uucleares y abandoqar el Tratado del Atlántico Norta
Gran Bretaña no estarí¿ por ello abandoqada al capricho dc sus encmigos. Lo
ocutrales o los no-comprometidos han estado a menudo prot€gidos por lo
Grandes eo Gl transcu¡so de la Historia, sin haber contraldo una alianzz er
plícita cotr ellos. En tanto que haya dos Estados poseedores de armamento
termonucleares, ainguno de los dos podrá reinar y todos los miembros de
club tro-atómico pueden susteDtar la ilusión de que su seguridad ao exige e
recurso do la utilización, Di siquiera diplomática, de este arma borrible.
No es sorprendente que, una vez quo la disua§ón se ha convertido en bi
lat€ral, todos los aliados de los EE. UU. se pregunteo si el 'tompromiso aroc
ricano" no les hace correr un peligo mayor que la seguridad qu€ les aporta
O, para formular la misma cuestión de una ma¡era difereote, se plegr¡otan s
no podríao obter¡er la misma seguridad, o c¿si la misma, cootra la aSresió¡
conservando al mismo tiempo una mayor posibilidad de supervivencia en cas
do guerra. I-os europeos sori tanto más favorables a la garantía americaar
cuanto más convencidos estáo de que la disuasión evitará la guerra yI
agresióo. El día que esta convicción desaparezca come¡z¿rán a hacerse pre
guntas.
¿S€ría esta dipl'omacia de Deutralidad la meior para Gratr Bretaña o pa¡r
la Europa coritioeotal? No faltau argurneotos r en el sentido cootrario, qr¡
consisten en darle la vtelta a los argur¡ieDtos p¡ecedeDtes: la ruptura de l¡
alianza acrecienta los peligros de uoa explosión, sin auflreDtar sustaDcialfi¡€nü
ta probabilidad de ¡rrmaoccer fuera del conflicto, si €ste último degenera er
uoa gueEa rotal, Nadie puede medir exactan¡ente las probabilidades de esta
diversas eventualidades, puesto que esas probabilidades varían de asuerdo cor
los progresos dc la técnica militar y de la con¡rntura iEteroacional. En tant(
que Berlítr y Alemania s€ encueotren divididas y qu€ las divisiones americ¿
oas estén estacionadas en Eutopa, uoa se¡uración oñcial entre el Antiguo y e
Nuevo Mundo no modificarf¿ en nada la solidaridad histórica, que s€ mani
festaría en tiempo de guerra mediante la imposibilidad para uno dc ello
de manteners€ neutral, cu¿ndo el ot¡o haya comenz¿do a combatir.
Sea ello como fuere una vez más, es Ia lógica de estas elecciooes li
que nos interesa y no el -y, cout€nido de esas mismas elecciones-, una neutrali
dad de este tipo, iustificada por esas cl,ascs da razolGs, consütuirla una po
lítica dc respoosabilirl,ad, pcro no una polftica de convicción. Seríao moralis

' Aurque cl a¡gume¡to €tr favo¡ de Ia ncur¡alidad fuera en támiaoe de proba


bilidad, el máe convincente, muchos ingle3es ascogeríaa a pesar de todo el partidr
opuesto por divers¡s ¡azoues, ligadas a la misma ¡atu¡aleza de la actiüdad diplom,í
tico-cst¡atégica; dcbiütámieDto de la cepacided occidental dc Degoci.cióD heotc r
b Unión Soviétic¡, lctrrtnci¡ a u¡ papel ¡ctieo a¡ el e¡ccne¡io iEtcItra€ioD¿ c¡¡ícte
poco üon¡oso o, ¡l me¡oE poca glorirso de la decisió¡ de depcoder de otro pr¡
la propia delensa, etc-.,
XX. En busce de una monl (2) 719

tas dc la co¡üccióD aqr¡ellos que invitascn a los EE. UU, o a la Unión So-
viética a desarmar unilateralmcote, o aquellos que, en Grau Bretaña, invitaseo
a los británicos a preferir la ocupacióa a una guerra atómica o, puesto qr¡e
toda gu€rra eDtre ejércitos regulares en nuestfa época corr€ el riesgo de pro-
vocar el empleo de bombas atómicas, a preferir la ocupación ¿ toda guera.
Aún esta última elección la ocupación a la guerra- se presta
¿ una interp¡etación realista, -preferir
como la que ha dado, por eiemplo, el comaE-
d8Dto S. King Hall. Las sublevacio¡es cont¡a las autoridad€s ooloniales a
través del mutrdo, han demostrado hasta qué punto la desoHiencia civil, la
resisteocia no violenta, el terrorismo y las guerrillas son eñcaces y costosas
para la potencia imperial que, incapaz de restabl€cer el orden, se ve condenada
a gastar para esta obra, ouDca termioada, sumas superiores a las quo le sig-
oiñca la explotación del pueblo subyugado. Basta que un pueblo, aun sin ar-
descubra poco a poco la vanidad de sus conquistas'.
Esta teoría, pot cuanlo se considera realisra, * presta a obi€cion€s doci-
mas esté resuelto a hacerle l,a vida imposible a un conquistador, para que é,ste
sivas ya quc considera ciertos hechos y desprecia otros. En primer lúgar,
supone que la época de los exterminios o de las hecatombes en masa ha pa-
sado def¡itivameute, y que un pueblo que depone las armas Do scrá ni dc-
portado, oi reducido a la esclavitud ni pura y simplemente exterminado. Los
rusos habfan internado a diez mil oficiales polacos en campos: los asesinaron
aates do r€tirars€. Stalin había propuelo a Roosevelt y a Churchill fusilar a
alguoas d€cenas de miles do oñciales de la Wermacht. Los alemanes habfaq
cerrado todas las universidades polacas y prácticar¡eDte suprimido hasta la
e¡s€ñalza secundaria. Las clases cultiyadas de los imperios itrc¿ o azteca se
vbroo diezmadas por los invasores veaidos de España, y las masas indias,
privadas do su cultu¡a tradiciooal, vegetaron durante siglos sia razón de vivi¡,
tratadas como subhomb¡es ¡ror los vencedores, conyertidos en la clase privile-
giada de la sociedad colonial. No hay ninguna rcc€sidad dc recordar l.s
muerto industrial de seis millones de iudfos, para concluir qtl€ el cotto de la
esclavitud, para un pueblo y pora uru cukura, puede ser más elevúo que el
costo de la gueú¿r, qun de una guerra atómica-
En segundo lugar, la eñcacia de la resistencia pasiva, tal y como la ban
pracücado los indios bajo la dirección dcl mahatma Gandhi, cstrí subordioada
al respeto, por parte de l.os hombres de armas, de ciertas r€gla§. En el trans-
cu¡so de la guena, cuando los británicos tomaron la decisió! de emplear sin
reticencias sus rnedios de fi¡crza, movilizaron el pafs para la guerra, a ¡»sar
dcl partido del Coogreso y de ciertas veleidades de resistencia semiacüva. La
ejocución de los iefes nacionalistas en el momento oportuno hubiese no sólo
detenido, sino rcrasado sensiblemente 106 movimieDtos dc liberación nacional
a través del mundo.

G- F. IGñN^¡¡, c¡ sus Xc¡á l¿awcs, h¿ esboz,da une t.o¡ía dc este tipo-


750 Praxeologñ. L¿s ¿ntinomies de l¡ ¡cción diplomátice cstratégice

En el Africa del Norte francesa el moümiento se ha visto precipitado por-


que Ia l€y fraoc€sa era demasiado tiránica para lo que tenfa de überal y
demasiado lib€ral para lo qu€ tenía de üránica. No €ra posibl€ mantener uD
domioio extraDj€ro en oombre de la democracia y tole¡ando la agitación na-
cio¡alista. Una semirrepresióo Bo hacfa más que exasperar las pasione.s y fa-
ciütar uo motivo suplemeotario para la iusurrección. Pero, en Hungla,los bol-
cheyiques han denostrado que, a condicióo de poner precio a ello, es decir,
utüza¡do plenam€nt€ la fuerza de uo eiército, no es imposible, en el sigto :o<,
abatk uEa voluEtad popular quasi-uoánime de resistencia o de liberación. El
éxito de Gandhi o de las insurrecciooes atrtieuropeas, en ouesha época, tiene
otras causas qu€ no el costo del mantenimierto del orden €n cootra los guerri-
lle¡os,
Es sierto qu€ en Huogría los bolcheviques, después do haberse encargado
ellos mismos de la represión, no han elercido directamente cl poder, qrc ban
remitido a las slaoos del partido comunista húogaro. Efectivamente, § supo-
riemos que, maiaaa, Gran B¡etaña o Francia soo ocupadas por el ejército
llamado rojo €E recuerdo d€l pasado, l.os dirigeotes soüéticos crearlan un gG.
bierno designado como "obrero y campesino", en ¡ecue¡do de 1917, compucs-
to do comuüistas y de colaboradores, bombres de izquierda o realistas, quo
iuzgalan, justarnente, que su acciótr era indispensable para Ia supervivencia
física del puebto fraBcés o inglés. Esta eventualidad contra uD gobierno co-
muqista tracional, sin perspecüva de ayuda exterior, Ia resistencia armada ce-
saría rápidameote y el conquistador no tendría que realizar o¡reraciones cos-
tosas e iDterminables contra los guerrilleros.
Se podrfa obi€tar que Do se puede t€mer a la vez las hecmombes, la ser
vidumb¡e y lq conversiónr. Par¿ que los vencidos sea¡ conve idos no detrcr
sbr exageradamente esclavizados ai exreminados. A deci¡ verdad, en el pa-
sado los cooquistadores españoles Do desdeñaron la combioacióo de estas
tres práctic¿§: los pueblos dcsposefdos de su cultura erari al mismo tiempo
ovangelizados, En nuestra época, la combioación cs más difícil, puesto quc
la religión €§ s€cular, ya que promete la felicidad eD €ste muDdo y oo eD el
otro, y puesto quo proclama la igualdad de los itrdividuos y de los pueblos.
Es cierto, p¡es, que a coño plazo el riesgo es sobrs todo el & la conversión,
quo impüca la pérdida de la independencia nacioaal y de las libertades incom-
paübles con el bolchcvismo. AsesiDatos etr masa y csclavizamieDto al aotiSuo
cstilo dc los europeos eo América y en Africa selatr menos probables a cofo
plazo, sin qüe por eso puedan cxcluffsa para si€rnpfe.
S€rla más diffcil para un americano defender la causa del desarme uoila-
teral en términos realistas'. En primer lugar, la protecció¡ parcial que cl

' a ur régimen imittdo dcl del vcncedor.


Sumieión
' Se ¡oe podri¿ pregunts¡ por qüé phnteaúos este p¡oblerna para loe EE. UU.
, Do ps¡¿ la Unión Sovié¡ica. L¿ r¿zó¡ esti eu que la unanimidad ideotógio i!¡.
pudra por cl rÉgin€n soriérico h¡cc q¡c c¡te p¡obleme ¡¿¡, cu el Estc lolalncntc
XX. En buscz dc une moral (2) tst
dispositivo t¡¡monuclear de los EE. UUlonñere a todos los Estados, aliados
o Deutrales, d€saparecerfa, Siendo la rinica en pos€or un dispositivo termonu-
clcar, la Uoión Soüética estaría e¡ situación de ameoazar sin riesgo. Ningrín
Estado podría ya oponer a la fuerz¿ soviética una fuer¿a equ¡valente. I-a
Rusia soviética teDdrfa los medios físicos para dcstruir los Estados, los pue-
blos y las culturas, sin verse €xpuesta al peligro de las reprcsalias. Aquel quc
propooe cl desarme unilateral debe, si quiere ser moral, responder franca-
rnente por su cuenta a lo siguieote: ¿sería prcferible esta om[ipotcncia ci¿rro
de la Unión Soviética ¿l peligro fatmaaeDte que moüva el duopolio termo-
ouclcar?.
Ese duopolio no lleya ineyirablemente a lta guerra total, ni esta guerra
eventual traería collsigo latalmente el fin de_ uno de los beliBeraEtes, o de lo§
dos, o dc la Humanidad. Se trata de comparar los malqs ciertos del monopc.
lio tsrmonuclear con los posibles desastres dil duopolio. Una vez más, la com-
paración no facilita datos a la vez p¡ecisos y sustraídos a toda duda. Nadie
sabe cuál es la probabilidad de una guerra termonuclear en el curso de los
diez o veinte próximos años, ni la probabilidad de qu€, en ausencia de ua
desarmo unilateral, los Dos se pongan de acuerdo tanto respecto a un desarme
común como respecto a la kansferencia de las armas decisivas a una autoridad
internacional neutral. En ¡esumidas cuetrtas, la accptación del duopoüo ter-
moouclear uo es quizá defsitiva y puede lleBr a un mooopoüo meoos te-
mible que el de un Estado armado de .una religión secular.
Dejemos estas posibilidades leianas, ¿Hay que preferir la certidumbre in-
mcdiata de un monopolio termonuclcar concedido a la Unión Soviética, a
los riesgos permaoentes del duopolio termonuclear o a la carrera de arma-
meEtos? PersonalmeDte, yo no dudo en respondemo a uoa iDterrogaote se-
m€jante. La elección del d€sa¡me unilateral ha dejado de s€r uoa el€cción
rcspoosable en función de las novedades técoicas, y contioúa siendo uDa De-
gativa al orden político, üna docisión moral del iodividuo, que oo podrla ser
t¡ansformada en decisióo estatal.
La incertidumbre del futuro que se pretende eliminar mediaote la capitu-
lación ! subsistirfa baio otras formas. El pueblo de los Estados Unidos no es-
tarla ya expuesto a bombardeos termonucleares, porque la Unión Soviética
tendría otros medios de exterminar. esclavizar o convertir. Incapaces de de-
fende¡se, los EE. UU. no guardarían ni su nivel ni su modo de vida (o, al
menos, ya no estaúan s€guros de cooservarlos). El futuro no dejaría por ello
de se¡ inciefo, pero cl presente lo serla también. Si algliü l€ctor objetase que

teé co. Nadic puedc de[ende¡ ¡llí l¡ rcais del desa¡me üDilst€ral. Adenás h for-
mación ¡ccibida poi los ciudadanos soviéticos les hace inse¡sible a la propaganda
de l¡ no-violencia.
' El dess¡mc unilatcrel equivale a le capitulacióD.gral
Aquel quc ouponc que todo!
loo Estados ¡cguirí¡¡ el ejemplo dado po¡ el paime. Estrdo quc dcsarma.rc, es
un iluso y Do Ec¡ece que sa discut seriamentc con é1.
752 Prexcologá. [-es ¿¡tinomi¡s de l¡ acció¡ diplomátic¡ csrr¡tqic¿

106 demás Estados r€spetadan a aqt¡el que se hubiese entrega\do a su discre-


ción es él quien tieBe que demostrar que los Estados cambiarían do esplritu,
desde el dla €n qr¡e uno de ellos diese el eiemplo de una abdicación no des-
preciable, sino sublimé. No hay necesidad de prestar a los Estados una espe-
cial perv€rsida4 pero basta coo supooer quo oootitrúan siendo lo que han
sido siempre a través de la Historia. El pueblo de los EE. UUYsin armas, no
cstarfa seguro ni de la tieEa que cultiva, ni de las ciudades qu. ha coostruído,
ni de la riqrrcza de que disfruta. Aunque sea cierto que esta riquezá tro sig-
nifica nada sin los bombres qr¡e la han acumulado y que la maotienen, hace
falta uB extraño optimismo para imaginar quc los hombres de otras razas
y de otros continsntes no alimeotarlan la ilusión de uo eooüno borfu ofrecido
al conquistador,
Una vez más, la oposición €otre certidumbre y riesgo es falsa. I-a única
certidumbre qr¡e Úaería consigo €l desarme unilateral' serla la cr idumbre
do la impotcDcia. Ahora bien, Ia impotcncia, para una colecüvidad, sigDific¿
la incertidumb¡e exrema. El esclavo que dependo del capricho de su ducño
no tieno seguridad alguna. El Estrdo sin armas, a la merced de uo Estado
armado, no tiene seguridad.
La rlnica difercocia es que la Humanidad misma no estarfa ya, en teoría,
amenazad¿ por la extinción el dla en que el monopolio termonucl€ar se €s-
tableciese cd beneficio de uEo sólo. Aúo quedaría por demostrar qr.¡€ este
monopolio s€ría deñnitivo y que los sabios no crearfan otros medios dc des-
truacióD, hoy día desconocidos, y susceptibles dc recoostituir el peligro apar-
tado por la capitulación. Pero hasta admitamos qu€ este moflopolio s€a duta-
dero y hasta deñnitivo: el riesgo do una desaparicióo de la Humanidad es
por el momeoto l¡¡fimo y, si crece, crecerá al mismo tiempo el esfuerzo de
los prfncipes por evitar la gr¡erf¿ y elaborar otro tipo de relaciones iEterDa-
ciotrales. Aceptar qr¡e los hombres del K¡emlio acc€dan a la omnipoteDcia
f,oy, con ol fin de climinar inmediatamente la probabilidad infinitesimal de
uDa extincióD de la Humanidad en uo futuro todavía imprev¡sible, es haccrse
culpable dc lo que J. Beuda llamaba fioa1mente la peor traicióo de los inte-
l€ctuales: la estupidez.

Solamento la vla del desarmc ofrccc uDa posibilidad de salvación, si hc-


mos de creer a Sir Charles Snow. Antes la ocupación que la gue[a, afirma el
comandaDte King-Hall. Antes el triunfo de la Unión Soüética que el recurso
a las armas terrnoorcleanes, proclama Lord Bertrand Russell. NiDguno de e§tos
¡ No h¡y ni quc deci que aquí estsños considera¡do cl deea¡me unilsteral totsl.
Cie¡tas i¡ici¡tiv.§ unilaterales pueden se¡ útiles, en cua¡to al deea¡me, porquc pocdcn
p¡o"ocer, sin fi¡ma de acue¡do algu¡o, respucslas aaílogas dcl ot¡o gra¡de.
\

XX. Eo buse dc une moral (2) 75)

tres hombres iluskes aceptaría por ello el calificativo da ñorolisla de la con-


vicción, Dos de ellos sou sabios y pretendeo demost¡a¡ que la política que
re€omiendan es l¿ meior razonablemente, y hasta la única racio¡al. Ee in-
tentado, en cl curso de las páginas p¡ecedentes, saca¡ a la luz los sofirmas o el
retorcimietrto de datos, con a,'nda de los cuales preseDtan como evideote e
irresistible una argun€otación a la que es fácil opoaer obiriones d€ utr peso,
al meDos, igual. La rebeldía corl§a los horrores de Ia guerra posible inspira
su actitud: suponieodo que Do les haga escoger la peor solució!, les hace cie-
gos a las razones de aquellos que escogeo otra solución.
Esta es, a mi par€cer, la leccióo que se desprende de las coutroversias de
truesúa época. Las relaciones ettre la moral de la convicción y la moral de la
respoossbilidad sou diferentes, hoy día, de las que fueron a t¡avés dc los
siglos. El hombre de Estado que obedeciera a su corazóo sin preocuparse de
las cons€cuencias de sus actos, faltaría a los deber€s de su ca¡go y serfa, por
ello mismo, iDmoral. El no-viole¡to, que rechaza incondicionalrnente coger las
a¡mas, que se muestra indifcr€nte a las consecuencias de su negativa para él
mismo y para su país, caso de que su ejemplo sea seguido, tiene quiá la con-
ciencia aB paz, pero sale dol muodo politico y debe reconocer la legitimidad
do l¿s sanciones que le sotr impuestas. La moral del ciudadano o del conductor
do hombres no puede nur¡ca ser ot¡a cosa que una moral de la responsabilidad,
auaquo cooücciones trasc€ndentes al o¡den de lo útil aliente¡ esta búsqueda
de lo melor y fijen sus objetivos.
L que sf es original, eo esta nucstra e¡a de bombas nrrcleares, es la pro-
pensión de conceder una apariencia respousable a decisiones tomadas por
motivos do concieucia y sin calcular los riesgos y lon beneficios. Por lo demás,
¡cómo asombramor de ello ! Nunca ha sido más veroslmil que hoy dfa la
fórmula "oinguuo de los males que s€ pretenden evita¡ con la guerra es un
mal tan grande como la guerra misma", y, sio emba¡gio, no es cierta. Las ar-
rnas termonucl€ar€s dan la posibilidad de exúerminar a la población enemiga
durante las hostilidad€s- Pcro la exterminación después de la capitulación ha
sido siemprc utra de las posibles €xpresiooes de la victoria, La capitulación
dc uno d€ los duopolistas oo sig¡iEcaía nec¿sariamente el fiaal del peligro.
Corno quiera que esta capitulación €stá fuera de discusióo, es inútil t'rans-
formar uoa medida parcial, quizá oportuna, quizá más peligrosa que útil, y
pretetrder que ella sola abra uo camioo de salvación. La Humaoidad no ha
podido adquirir el dominio de la¡ fuer¿as cósmicas sin convertirse a la vez
e! dueña de su propia vida y muerte. La actividad diplomático-eshatégica,
como la actividad técnica, Do puede ser razonable sino a condición de ser
calculadora. Pero calcula ¡a reacción de otro ser ioteligeote y no la resistcncia
do lo3 metales. A falta de criterios rigufosos, oo puede definir cuál serfa la
reaccióu racioual del otro. Puede y dob€ eslEra¡ quc esa reacción sea razonablc.
Capítulo XXI
EN BUSCA DE UNA ESTRATEGIA

I. ¿ÁRMAR O DESARMAR?

I-¿ existeocia de armas termonucleares ¡o modiñca la Daturaleza de la


moral de la acción diplomático.estratégica : ésta es la coaclusión de los capf-
ttfos pr€cedentes,
Sio duda, haco irriso¡ia la retórica tradicional sobre l,a actividad regene-
fadora de la gucrra o sobre el valor de los pueblos. Hace aparecer, con evi-
dencia, Ia disociación etrtre las coodicioDes de la fuerza militar y las de Ia
vitalidad creado¡a o de la ciudad armoniosa. Un Estado que, gracias a la po-
sesión de armas termooucleares e ingenios balísticos, tiene los medios par¡
atcrrorizar y hasta extermioar a[ resto d€ la Humanidad, oo h¿ demostrado
por ello los méritos que le desigoarfan para el imperio universal. Era quiá
demasiado optimista, pero no absurdo, plantear ayer, a la manera de P. J.
Proudhon, que un pueblo oo tenfa der€cho a cotrstituirse en Estado iodepon-
diente si no €ra capaz de defend€rse. El mismo razonamiento sugerirla hoy
día que ¡inicameDte algunos Estados gigantes pueden preteoder legítimamentc
a la independencia.
Si las armas termoDucleares han cambiado quizá el rntido de la guerra,
de las virtudes marciales y de la indeperdeacia de los Estados, si los textos
qu€ tomamos de H. von Treischke perteoecen manifiestamente a otra edad y
oo al siglo de Hiroshima y Nagasaki, en cambio los problemas práctico-mo,
rales plaDteados a los hombres de Estado Do son eseocialmente distintos; cn
contra de las aparieocias, se han becho más complejos y no más simples. Todos
aqucllos que actúao, iodividuos y colectividades, hau tenido si€mpre teoden-
cia a considerar las cosas a corto plazo y no a largo plazo; a ver sus propios
interes€s y oo los de la colecrividad a la que ¡:erteoecíao, y a ver las ventajas
que les conc€dfa una cierta iniciativa y a ignorar l,as réplicas que provocarfa
in€ütableme¡te esta iniciativa. En la era te¡moouclear esta tetrtación de los
actores pod¡ía ser morlal. El estadista qr¡€ toma la decisión, e! Francia, do
fabricar bombas atómicas debe, si quiere ser autétrticaEeqte r€alista. interro-

754
XXI. Zn busca d€ un¡ cstrltcgia 755

Ea¡so sobro las consecueDcias de l¿ ampliación ulterior d€l club atómico y Do


solamente sobr€ eI beneficio qug obteDdrá Fraacia por convertirse eo su cuarto
miemb¡o. El hombre de Estado que en los EE- UU. hiciese aprobar por el
Congreso uo vasto programa de defensa pasiva tendrla que interrogarse sobre
Las contramedidas qr¡e la UDión Soüética Do dejaría de tomar. En 6n
esta es la idea a la vez más simple y más importante-,44 linalidd de coda -y
uno de los Grandes es la de vencer al otro, sin gueto, y no de vence¡ "so
oder so''.'¿
EI interés común de los dos Grandes, el iaterés comri! I de la Humanidad
do quo la guerra termonuclear !o teoga lugar pesa hoy tatrto
-y aú¡ hombre
pcsar ¡nás- como los obietivos limitados de cada coDflicto-J.¡ingrin
debela

de Estado puede deñuir el interés naciooal que tiene a su cargo sin incluir en
él el beueñcio de la aus€ncia dc guerra. DesgraciadameDte, aquel de los Dos
qr¡e estuviese consciente en cada rnsta¡íe de la desproporción entre el objeto
y el costo de uDa gr.¡e[a eveEtual, §e sotrdeEaría a sí mismo a batirse en re-
tüada cada vez que existi€ra o pareciese existir un riesgo de estallido, y, por
lo tanto, se condeuala a ¡rerder, uno tras otro, los objetos de todos los coo-
flictos pa¡ciales. Pe¡o si cada uDo do estos objetos es modesto, ¿lo son todo6
eo conjuoto?
La única manera de vencer esta aotinomia ---o bien aceptar riesgos des-
proporcionados al ob.ieto específico, o bien correr el riesgo de perder todos
Ios objetos de litigio particula¡es- es, para los Dos', la de crea¡ unas condi-
ciones tal€s qr¡e Eo tengaB que proferir la ame¡aza termoDuclear o, al me-
oos, qus cada uno de ellos no teDga que blaodirla más que en circuostancias
tan raras y por motivos taB coDsiderables, que el otIo rlo pueda cometer un
eror d€ iuicio oi experimeDte la tentación de seguir ad€lante. ¿Cómo crear
semeiaDtes condicioues? Yo apercibo dos caminos: el del desarme (enteDdido
en el sentido amplio que vamos a precisa¡) y el de una estrategia-diplomacia
que roduzca el papel de la disuasión y refuerce el de la defensa- Estos dos
caminos se eDtr€cruza[ y no es fácil §€gui¡ uDo u oho hasta el ñn.

l. ,/ La paz por el temor-


pucsta a punto dc armas de d€strucción masiva ha sugerido un cotrc€pto
-do laI-apaz posible, si tro etema, que ya hc indicado de pa§ada y coo el cual nu'
Ererosos auto¡es han jugado, en el transcurso de estos últimos años, con mayor
o meoor s€riedad: el de la paz por el tcmor, )
La idea no es nucva. Hace ya más de un siglo que la fórmula "la guorra
acabs¡á coo l,a guera" fue lanzada y que enconÚó, en distintos lugares, un

t No es tot¡lme¡tc er¿cto q¡¡c ee¡ el i¡tcrés de ,odr ¡a especic humam- Quiá lor
chi¡o¡ veí¡¡ co¡ g¡lclo uDa guerre ruso-aoericana.
t O ps¡¡ ¡qucl de los Dos dispuesto a ceder.
75$ Prexcología. L¿s ¡ntinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomitie cstraÉgice

ci€no crédito, a décir verdad, durante los perlodos de ¡raz relativa. Desmcn-
tida por una m¡€va puesta eo marcha del monstruo g¡¡err€ro, la esperanza so
vio reauimada coo la puesta a punto ds uD medio de matar más rápidamentc
y a uo mayor número de bombres: la bomba termoouclear, revolución cuali-
tativa por ser taD graDde el aumeEto cuarrtitativo d€ la fuerza explosiva, y quc
ba dado a €ste tema clásico uoa actualidad que no tuvo iamás anterior-
me¡te. F. Eogels sc equivocaba cuando crela que el progreso de la técoica
militar estaba ya casi consumado, y los autores del siglo pasado se equivo-
cabao cuaodo coDtaban coo la ametralladora y con el cañón par¿ imp€dú
las mataDzas, igualmeute que los tcóncos del perloalo entrc ias dos grErTas se
cquivocabao al aounciar, en caso de una segunda guera mundial, el ñnal dc la
civilizacióo: todos estos errores no pruebat todavla que estemos equivocados
cn apostar por que la disuasióo termonuclear evite utla tercera guerra mund¡al.
I-a tesis de la "paz por el temor" admiüe tres versiones diterentes, que no
están si€mpre clarameot€ diferenciadas, pero que so¡r lóg¡ca e históricamente
separables. [¿ tesis e¡tr€ma sela la de la generalización y duracián posibles
do la paz por el temor: la difusió¡ de las a¡mas atómicas o termonucleares
crearía progresivam€nte, eDtre todos los Estados, el mismo tipo de pz quc
reina hoy día eotre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Una segutrda
versióa serfa la de la paz entre los Estados poseedores de armas termoou-
cleares al oegarse éstos a batirs€ entre sf, ni siquiera exclusivamente coo ar-
mas clásicas, por el tcmor de llegar a límites extremos. Por último, una ter-
ccra versióD, la más modesta, se limitaría a plaotear el becho de que la guera
termoquclear no tendrá lugar, al negarse los beligeraotes, aunque dispusieran
de €s¿s armas y por temor a las r€pfesalias, a emplearlas,
De estas t¡es versiooes es la primera la más improbablc, y la úoica tam-
bién que se presenta como uoa doctrioa de paz. Iás otras dos equivalenGs a
hipótesis sobre el posible desarrollo de los acoDtecimieotG a partir de la cc
yuotura actual. I¡dican los objef.ivos de uDa €suategia coosebiblo al mismo
tiempo que formulan hipótesis sobrc €l futuro. ED todo caso, s€ sitúao
d€Dtro dcl marco de la diplomacia+strategia as usual.
La versióo extrema de la paz pü el temor casi no pucdc s€¡ co¡sidcrada
oo serio. Pero ejerce una especie de fascinación sobre utra cicrta catcgorfa
dc esiríritus y poscc r¡na vcrosimilitud falsamcnte lógica, prestáDdose a una
formulación supucstarn€Dto ¡¡cioDal- No es, por lo tanto, totalrD€nta im¡til in-
dicar por qué Do pucde s€r matrteaida.
, Si basta con que dos Estados tetrgao los medios de "atomizarsc" el uno
al otro para que no lrrchen ya, ¿por qué no facilitar tales m€dios a todos los
Estados? L¿ paz etcma qucdala establecida al mismo tiempo.)Los csaépticos
so ven scusados de u¡ sombrío des€o "de salvar la gucrra" humaniándola
(al desatomizarla). El crror del razooamicoto cs doblc: la paz cntre los po-
sccdorcs de aparatos termoDuclearcs ¡o esrá ga¡€;ntir,ada, Pero, au¡rooicodo
(XI. En busca de une estrat€ti¡ 757

lue sca al meoos probablg es imposible generalizarla favorecierdo la difusión


le los armamentos atómicos.
Comeocemos por la seguuda proposición. La p¡obabilidad de paz cntrc los
)oseedores dc armas termoo¡¡cleares, está basada en la hipótesis de que la
'ealidad se asemeia al modelo de "la igualdad del crimeq y del casügo" y
ro a ¡os otros dos modelos posibles (dos gaEssters, desproporcióa eotre el
:astigo y el crimeo). Ahora bien, etrlre dos pequeños Estados, al menos durante
a fase próxima, los armamentos atómicos crearían probablemesl,e más la¡
entaciones y las aogustias de los dos gaDgsters, y no Ia seguridad de la jus-
icia.,-Uo Estado cuyo territorio sea pequeño se verÍ¿ a¡rasado aotes dq eier-
:er uDa yenganza póstuma (a coodición aún dc que el itrstrum€oto de rcprc-
ialias no fuese destruido por el mismo ataque que hubiese atacado a los
rombres y a sus ciudades). .
I-a hipólesis de la paz por cl temor €trtre los Grandes se dcscompoue en
¡oa serie de proposiciones. Ninguno de los beneficios que traerla consigo la
yictoria es comparable al costo calculado de los encuentros tcrmonrrcl€ares.
Cada uno de los dos duopoüstas razona de esta maBera y sabe que e[ otro
oo razo¡ra de manera difer€ote. NioguDo de ellos vive en la obsesión dc quo
el otro va a atacar. Ninguoo tieDe el dedo sobre el gatillo. Ambos tietreo
co¡ñaoza a la vez e! su capacidad de represalias y eo lo que llama la racio-
nalid¿d del enemigo. Esta €specie dc seguridad tro ¡esistiría a la ampliacióu
indefinida del club atómico. El miembro de un bloque que poseyera uoa pe-
queña fuerza de ataque estarla eo posicióE, en ciertas circuDstancias y me-
diaote cicrtas iniciativas, do desencadeoar las hostilidades entre los Gmndes
contra la volutrtad de cstos últimos. Eo otras palabras, la estructu¡a iDter-
nacional del duopolio implica me¡os elementos desconocidos que utra es-
tructura con uo oúmero creciente de soberanías militares. Dos actores tienen
una mayor posibilidad de conducir un duelo segrln sus intetrciones, qup cuatro
o cinco actores en coriflicto con las distintas agrupacioues posibles.
Si la poliarquía hace mcnos improbable un acotrtecimiento no coDforr¡c
con el deseo de los GraDdes, hace más probable la llamada conducta irraciotral
o irrcspodsable dc un diplornático.€§tratega. No bemos conseguido dar co
nisguna parte de este lib¡o una defnición unívoca d¿ la coriducta raciooal, y
bemos mosrado, en alguoos sitios, ¡nr qué las deñaiciooes que se han ioten-
tado no consegufan su obi€tivo. Recog€remos más adelante I los ditiatos ar-
gumeotos que hemos cocontrado a lo largo de ouestro itine¡ario. Pero reouo-
ciaodo a uo pscudc.rigor y volüeodo al lcsguaie ordioario, diremos que cl
tcrDor a que los fu¡u¡os dcteBtadorcs de ¿rmas atómicas o tcrmonr¡cleares no
so cooduzcau de una manera "racional" está bien futrdado.
No es fácil saber si la utilizacióo diplomática dc la alianza termonuclea¡
cs eo algln caso "racional". Puede ser que fucra i¡racional poner eu ejecu-

/üc, i¡I¡¡, ¡ot¡ 6¡¡1.


758 Praxcología. L¿s ¿ntinomias dc l¡ ¡cción diplomátice csrratégica

ción csta amenaza eu el caso de quo el primer ataque r€alizado por el enemigr
hubiera destruido la mayor parte de truestro dispositivo termonuclear. Perc
al m€nos, supongamos que los responsables de los dos Estados prircipale
y dc los dos dispositivos termooucleares se muestrao tranquilot, reflexivos
no sc abandonan a impulsc, y hasta el último mornento calculan antes de da
las órdenes, cuya consecuencia podría ser la mu€rte de millones de persona§
Supongamos también que, ni de un lado ni de ot¡o, órdeoes s€meja¡t€s pueder
ser dadas a uu nivel inferior de ierarquía y que la cadena de mandos, al igua
que la red de comutricaciones, resistiría la prueba de una crisis internacional
Suposiciooes de este tipo tieoeE menos posibilidades de ser ciertas para cincc
Estados quo no para dos, pa¡a Estado6 menos rigurosameate organizados !
rDenos habituados al manejo de la t&nica moderna, quo no para los dor
duopolistas.
Las observaciooes precedeot€s tienen un sentido y un ob.¡etivo estricta.
mentc limitados. E[tre las dos tesis antinómicas, que tieueo uDa y otra par.
tidarios paz por la generalización de la disuasión termoouclear y los pe.
-lacrearla la ampliación del club atómico- yo no dudo: la primera
ligrA que
es ilu$ria, falsarDente seductora, puesto que tieoe la seducción caracterÍstica
de los soñsmaslE¡ rcs¡¿midas palabras, es la guerra lo que hay que salvar, o.
dicbo de otra manera, la posibilidad d9 un ericuentro de fuerzas armad¿s entre
los Estados, y no la paz eterna que hay que instaurar por l¿ afnenaza cons-
tante del holocausto termoDuclea¡, >
- Quizá convendrfa i¡ aún miís leios y plantear la cuesüóri do si e3 la paz
geoeralizada por el teror un modelo realmente posibl,e de paz eterna (o sim-
plem€Ete duradera).)Morton A. Kaplan, entre los cuatro modelos todavía no
realizados, pero concebibles, de sistemas intemacionales, ha hecho figurar
al que llama el unit veto system, el istema del liberum veto. Igualmeute qu€
uo solo voto contrario paralizaba la dieta polaca, cada actor
-y no sola-
mento cada actor fundamental- tendría no el derecho, sino la cápacidad de
paralizar a cualquier otro actor, amenazándole efectivameote coo la muerte.
Todo Estado tend¡ía la capacidad de disuadir a cualquier otro porque ten-
dría los medios, taoto para ejcrcer represalias mortales sobre el ag¡esor como
para llevar a la muerte a [a humanidad entera. La primera hipótesis exigiría
que los pequeños Estados estuviesen en situación de hac€r invulnerable su
dispositivo termoouclear, es decir, lo más a menudo, dispon€r de él fucra
de su territorio, esconderlo en la tierra o dispersarlo en la profundidad de
los ocános. I-a s€gunda hipótesis
Doomsddy mqchine- sobrepasará durante -la d€ uDa máquiDa apocalíptica, la
largo tiempo, si es que no siem-
pre, a los recursos de los Estados pequeños o medios. Aún los grande-s Es-
tados Eo se decidirán probablemetrte a construir una máquina peligrosa para
todos y qur, eo caso de "fallo técnico', sellarfa el destino d€ la humaoidad
al mismo tiempo el de aquel que la hubie¡a consruido.
El becbo de que los Pequeños hayan sido dejados atrás por lG Grandes no
XXI. E¡ busc: de un¿ €strategia 759

parcc& uD fenómcno de corta duración. No apercibimos todavía, en el hori-


zonte histórico, una inversión favorablo a los Pequeños. Sin dud¿, sc con-
cibe que éstos adquierao añnas que, aun como réplica a una agresión, acu-
saríatr daños serios a! Grande, P€ro continuaríaE expuestos a una maniobra
do intimidación; tao eDorme es la disparidad de peligros y hasta tal punto es
causa do inferioridad la estrechez del territorio. Es cierto qr¡e otras cieocias,
qufmica, bactereologÍa, pueden ser utilizables para el extermiaio en masa de
seres bumaoos. No está excluido que esas técdcas sean meDos costosas quc
las técnicas termonucleares y, §obre todo, que las técoicas de ingenios ba-
llsticos, por lo que, €n su consecuencia, ofrecen a los Pequeños la posibilid¿d
de poseer armas cualitativamente semejantes a las de los Grandes. Pero pa-
recg ser que ésta Do es u¡la perspectiva a corto plazo.
Añadamos qüe el sistema internacional del liberum vero, segr¡s toda pro-
babilidad, no serla duradero- I-os Grandes lo juzgarfan iustific¿dam€Bte insc
portable. Mr¡cho antes de que fi¡ese realizado, los Graudes ys se babrían
pr¡€sto de acubido para impedir a los Pequeños que pusieran en tela dc
iuicio su superioridad,-lNingt n sistema ¡Íternacional ha ido iamds igualito
rio, Di pu€de serlo. En ausencia de ¡rna autoridad, la reducción d€l n¡lmero
de actores principales es iDdispeDsable para un mlnimo de orden y de pre-
üsibilidad.)
Si la versió¡ doctrinal de la paz por el temor €s, si se medita sobre ello,
iodefendible, no ocurre lo mismo con dos versiones moderadas, aquella seglln
La cual los posecdores de armas termonucleares no se laoza¡án directamenta
el uoo contra el otfo, tri siquiera coo armas clfuicas, y aqnella otra de quc
lucharán a lo sumo con dichas armas. Se trata en este caso de hipótesis
fundadas eo una corta experiencia y también de los obietivos quc los duopo.
listas pu€deB proponerse. El meior mérodo para eslimar el grado de estabi-
üdad de la paz por el temor, es el de iDterrogars€ sobre las ci¡cunsta¡cias
en las que ambos duopoüstas, por la voluntad de uno o sin la intención d€
ninguoo de ellos, podúan emplear, uno coltra otro, las armas con las qr¡e
se ametrazan, pero que no desean utilizar.
l- Los autores americanos han establecido una lista de casos tlpicos en los
quo "la guerra inencotrtrabla" tetrdúa lugar a pesar del temor que itrspira,
Bajo una forma u otra, todos coinciden aproximadamente en la üsta si-
guiente :
l) I-a estabilidad de la paz ¡ror el tcmor su¡rooe la igualdad aproximada
eot¡c el crim€n y el castigo. Ahora bien, esta estabilidad oo se adquiere
deflitivafnente. Se ve comprometida constanterDente por la "carrera cualita-
tiva de armarDeoto§"-)Uuo de los Graodes puede adquirir una superioridad
tal que se juzgue en situación de eliminar a su rival a un co6to aceptable
para él o, do otro forma, que §e juzgue en situacióD de poder imponer su
yoluotad a su rival sin que éslc se atreva a fesisti¡, En el pri¡ncr caso, to-
marla la iniciativa; en el olro, es el duopolista en estado de infcrioridad cl
760 Praxcología. L¿s ¡¡tinomi¿s dc l¡ ¿cción diplomática cstraÉgica

quo replicarfa a una provocación extrema con una iniciativa de inspiración


defensiva, pcro fatal para ambos. Digamos quo la ruptura del equilibrio del
terror por una inveación técDica, por \n technical break-thrcugh, como diceD
los americanos, crea¡la un riesgo, difícil de evaluar pero rcal, de esa guera
quo se prepara pefo que no s€ quiero librar.
2) Aunquc uuo de los Gra¡des ao csté scguro de su superioridad clara
sobrc su rival, puede ocurrir que ambos se imagioeo llegados a la situación
do los dos gangtte¡s, y que cada uoo crca quc la ventaja del prirner golpe
es eDoÍIrc y marca la diferencia entre victoria (relativa) y derrota, entre
supervivencia y desaparición.')l-a amptitud de las represalias que se teÍlen
Es todavfa demasiado graDde para quc oioguoo de ellos, a sangrc fría, ponga
en marcha su dispositivo termouuclcar. Pcro cada uDo de €llos se vería ten-
tádo a actuar si sospecha que su rival €stá a puato de hacerlo. Basta, pues,
con u¡ mal €otendido sobre las iDteDciooes d€l otro, pan qm cualquiera do
los duopolistas teoga un supuesto motivo raciooal para hacer l,o que el temor
so supono que prohibe hacer.¿Estc seguodo caso, bautizado ordinarianrento
do guerra por un mal ent¿ndido, tiene como coodición uEa cicrta iDestabili-
dad del cquilibrio, y, por lo tanto, uaa prima a la iniciativa./
3) -En fu, aun en la hipótesis de que el cquilibrio por el terror subsista,
puedo producirrc uo "accideote" por causa de uDa i¡terpretación inexacta
de las indicaciones facilitadas por un instrumento, por la explosión de una
bomba q¡¡o hará cre€r cn ull ataqu€, por la ruptura del sistema de comu-
nicaciooes o de la irarqufa dc ñatrdos, por la que un o6cial de grado
inferior podría tener la posibilidad, gfacias a uoa orden dada baio su pro-
pia responsabilidad, do provocar la explosión, etc. En otras palabras, el "ac-
cideote" puede ser o técnico o social.
.- 4) Un cuarto caso es aqt¡el de uoa llegada a llmites extremos, partieEdo
dc un cooflicto armado-eu c[ cual uno do los Grandes, o los dos, se verfa
implicado. Esta ascensión (escalalion) es €videntcmetrte tanto o m& de te¡n€r
cuanto mayor fuese la veutaja del primer golpe y cuanto más temiera cada
uno de los duopolistas la iniciativa de su enemigo. La asceosión traerfa cou-
sigo, pues, un cierto elemento de mal cntendido o de luror- t
: t Uoa última ever¡tuaüdad es la de uB estallido que s€rfa provocado
por un tercer Estado,,tatrto porque pos€yera un armam€nto termoaucleaf,
como porque no lo tuviera. Si lo tiene, puede, voluntariament€ o tro, llcyar
a los dos Grandes a uaa gucrra despiadada, que éstos no desean, ¡rro quc
estala do acuerdo con cl interés del ,e ius gaudens. Si tro lo tieEe, uoo
de los duopolistas puede cmplear o btandü la ame¡aza do emplear contra
él su dispositivo termoDucl€ar y, con cllo, provocar la interveBcióD do su
rival
Nadio puede afirmar que esta €oumcración s€a exhausüva y los casol
anumerados, conceph¡almeEte distiDt$, pr¡€dcn €trtlemezcl¿rso más o menos
en la rcalidad. ¿CuáI cs la probabiüdad de cada una do estas eventuaüdades?
XXI. En buse dc una estratcgia 761

¿Cxál cs la probabilidad do todas estas eventual¡dades en coniunto? Yo no


estoy scguro de que ningrln observador, taolo si es matemático como politi-
cótrogo, esté en situación de dar una respuesta a la vez precisa y cierta. No
so trata, eo efeclo, oi do una probabilidad purar¡¡eote mat€mática (si aumen-
!a el nrlme¡o de bombas tcrmonucleares, un día u oÚo, una de ellas explo-
tará po¡ accidente), oi de una probabilidad puramente poütica (eo caso do
du€lo entro dos Estados armados de dispositivos ter¡TKlnucleares, es inevita-
ble que a Ia larga uuo u otro, o los dos, busquen soluciona¡ su disputa
por la guera). La probabilidad es, pues, de un carácter mixto y dependo
de factores técnicos (los resultados de la carre¡a de progreso t&nico) y do
factores psicopolíticos. Diñere por su naturaleza de todas las careras cono
cidas de armamentos
Planteemos p¡oüsioualmente la pregunta, aquí quizá vana: ¿Se conüer-
te el temor auténtico que iospira la guerra termonuclear, ea uo temor ilu-
sorio al asegurarse coot¡a ésta uoa Erot€€ción eñcaz? Limitémonos a reuni¡
las conclusioues do los dos a¡álisis, uno consagrado a la versiótr doctrinal
de la paz por el temor, otro a las dos versiooes pragmáticas. El primero nos
ha llevado a la proposición s¡guieEte: es imposible co¡cebir una paz geaeral
y duradera por la difusión eft todos los Estados de armas termonucleares,
ia segunda oos ha llevado a la proposición siguiente( aún €ntre dos Estados
poseedores exclusivos de dispositivos termo¡ucleares, el temor no garantiza
Ia paz\;Pcro tro hemos de ningún modo negado la proposicióo evidente d€
quo el temor a la guerra termoouclear incita a los diplomáticos a la mode-
ración. Añadiremos la proposicióo, complementaria de esta última: si s.
pudieran eliminar las armas atómicas o termonucleares, sieodo el sistema
intemacioual tal y como es, la guerra geoera[ serfa más probable y no
meoos. Existen todos los motivos para imaginar que la guerra general, hecha
con ingenios ballsticos y coo bombas termonucleares, serÍa más ho[iblo
que todas las del ¡»sado,lpero no hay nitrguna razón para ¡xosar quc el
sistema plaDetario seía más paclñco que los sistemas parciales de los mile-
qios transcurridos, si los Grandcs no dispusieran de armas ¿tómicas. --
Esta antinomia fundamental obliga a aquellos que, tal como el autor
do esto libro, derao reduci¡ €l papel de la fuerza en la política internacio-
nal, a iBterrogafse sobre la función del desarme en u¡a estrategia qu€ coo-
temple la paz o, si se pre6ere, que apunte a Ia disminución del volumen de
la violetrcia histórica.

Ll I¿ pz W¡ cl dcsannc
Hcmos examioado, y en to posible disipado, las ilusioues do la paz pot
el ,ernor. Qrjaúfzúos igualment€, ycndo al otro extremo, oxamioar y disi¡nr
las ilu§ones & la paz por el desarme.
762 Prrxcologír. l-:s ¡¡ti¡omi¿s dc l¡ ¡cción diplomátie cstr*cgice

- Clásicamente se han utilizado tres expresioDes: desa¡me, reducción o limi-


tación de armamenlos. ¿'La primera evoca la idea de un mundo cn que los
Esrados habrlan renu¡ciado a los medios de luchar entre sl,)es decir, eD
el quo habrían desguazado sus acorazados y sus porta-avioné$ en el quo
habrían hecho saltar sus cañones y sus fortiGcaciones, disuelto sus rcgimieD-
tos y crt el que Do hubiesen guardado más que las fuerzas de policía trec
sarias, como se suele decir, para el maritenimieoto del orden. Augusto
Comte, siempre extremista, no dudaba en prgver la transformación dc tros
cjércitos permaneDtes en una fuerza de ordeo-Esta sisión del futufo, p¡oba-
ble o posible, ha sido siempre utópica en el sentido ¡eyoralivo dc la pala-
bra, por cuaDto era una tepresentacióu de un mundo diferente del mutrdo
real, incompatible con la naturaleza del bombre y de las sociedades y etr el
que Di siquie¡a indicaban el camirio hacia un obletivo accesible. >
No hay casi necesidad dc probar más ampüamelte que los Estadc" tal
como los conocemos en 1960, divididos en cuanto al bien y al mal (o, si se
prefi€re, respecto a la Docióq dc sociedad iusta), oi son capaces ni desean
r€ounciar a los r¡€dios o, de otra manera, a su capacidad de defender sus
intereses y de imponer su voluutad por la ameaaza o por las arrnas, La
ierarqula de GraDdes y P€queños desaparecería eD este universo soñado;
de todas formas, la desigualdad de "fuerzas de poücla" uec€sarias para 'tl
manteBimiento del orden" podría restablecer uoa ferarquía y provocar dis-
gusioncs i¡terminables sobre el equilibrio dc "fuer¿as de policia" tolerado por
el actrcrdo geoeral y total do desarme.(JJn sistema sio tcrarqufa dc poder, sin
tribunal supremo, sin motropolio de la fuerza, es realmetrte inconc€bible.
Es un tipo ideal, si se quiere, pero un tipo ideal mal construido, ya que Do
puedc ser realizado. ,
Fundam€trtalmeotc, la teorla de la paz por el desarrne, en los milcnios
antcriores a la puesra a punto de las armas de destrucción masiva, era inapli-
c¿ble por las siguientes razones: loc hombrcs de Estado no cdnsidcraro¡
ounca que la paz ----o, si se prefiere, la oo utilización de la fuer¿a- fera
para ellos más importatrte qr¡e tales o cuales intereses (territorio, r€cursos,
botfn). Hubierau, po¡ lo ta¡to, suscrito la paz por el desarme sólo aqrrllos
quc hubieran por adelantado renunciado a maDteneGe o a triuofar ante el
tribuoal do la guerra. Suponiendo que los prlncipes hubiesen conseatido et
sorneter sr¡s disputas a uo juicio que no fuese el de las armas, ¿cuáJ hubiera
podido ser el tribunal de equidad que sustituyera al tribunal dc la Suerra?
Por ú¡timo, la distinción entre fuer¿a necesaria para sostener el trono y fuer-
za necesaria para la conquista de provincias, no era lo suficietrtemen¿g o€ta
para qu€ la idea misma de transformar todos estos ejércitos en poüclas tu-
viera un seotido.'l-a paciñcación de las relaciones eotre los Estados no pucde,
prs, venir aotes de la pacifcación de las relaciones eotre los ciudadanos
(o p¿lido§, o provincias), en et interior de los Estados. /En un grado u otro,
tod¿ polltica era violenta, y no sola[reDto l¡ polltica hternacional.
XXI. En buscr dc une estntcgie 763

La paciEcación iDtraestatal o intrabloque, ¿permite cüncebir, si qo reali-


z¿r, una paciñcación de las relaciones int€restatales o interbloqucs? A mi
parecer, hay que respondcr con lrsa¡, pero resueltamente, no a una pregunta
semejante. En el interior de las naciones más antiguameBte coostituidas -{omo
Ia nacióu f¡ancesa- ningrio grupo social, ningin partido político, ha renuo-
ciado deñnitivamente al empleo de la fuerza para defender sus rentas o sus
ideas, Las "fuer¿as de policía" necesarias para el "manteoimiento del orden
contra las subleyaciones campesinas o cootfa uDa revolución comunist¿ no
podrían ser irrisorias. Pero, sobre todo, uDa buena parta de la humanidad
oo ba accedido arin a la conciencia naciooal, ya s€a porque los individuos
contiolietr prisioneros de costumbres tribales anteriores al Estado y a La
nación, como ¡nrque las unidades políticas hoy dla constituidas no están
seguras ni de ellas mismas ni de su futuro (bien porque sean graDdes e inco-
he¡entes o bieo porqE sean pequeñas y débiles -Gabóo, Maurita-
Bia). En -India-
ambos casos es igualmente difícil imaginar €l mantenimiento inde-
ñnido del stqtu quo, taoto como la modificación de este último sin violencia.
¿Pueden las naciones coostituirs€ sin eDfrentarse, afirma¡ su se¡ sin crea¡se
un enemigo?"
Admitamos proüsiooalmente que uD tribunal de equidad pueda, eD teo-
ía, y en funcifn de los deseos de los hombres y de las circuostancias ecc
nómico-sociales, pronunciar veredictos que prevengao o detengan la efusión
de sangre y que permitan a las naciones constituirse y tomar conciencia de
si mismas sin tener qu€ luchar con enemigos en el interior y en el exterior.
Un t¡ibunal sem€iaote supondría un acue¡do etrtre las gandes potencias, al
mismo tiempo, fespecto al equiübrio de fuerzas y a la definicióo d€ lo iusto
y de lo iniusto. Si coosideramos como utr dato el conflicto entre los duo-
polistas, a un tiempo en el plano do la fuerza y en el de las ideas, el tercer
mundo estará condenado a seguir, él también, el csmino de la violeucia,
cou la ri¡ica eslrranz¿ de que los dos Grandes se esfuercen eE limirar las
hostilidades quc puedan estallar en cualquier lado, en interés de ambo§.
Al fi¡, al yerse obli8ados los Graudes a conservar una caotidad sustan-
cial de armas clásicas para maotene¡ su rango, el desarrne coo el que se
sut one que se alcanzarfa la paz, afectaría aDte todo y sobrc todo a las
bombas atómicas y termonrrcle¡res por un lado, y a los vehículos portadores
del otro. Ahora bien, en cste punto surge uaa conEadicción crcada por la
téc[ica, pero rcveladora dc una aporía fundamental de la polltica.
[¿ eliminación de las armas atómicas o termonuclcares cs taBto miis di-
ffcil cuanto más inciefo sea eI coDt¡ol de un eventual acuerdo y cuanto más
susceptible do sigoiñcar diüdendos más altos sea la violación d.l acuerdo.
Recordemos el Tratado do Washinglon sobre la limitación de los armamen-
tos Davales: uinguna medida habfa sido preüsta para as€gurar el resp€to
dcl compromiso adquirido. I.os cinco Estados UU., Japon, Gran Brc-
-EE. unos
taña, FraDcia e ltalia- no teDfaD taDta coD6aoza en otros como cn
7U Prrxcologíe. L¿s ¿¡tinomies dc l¡ ¿cción diplomáticr cstraÉgica

la difusióo de las noticias. Era considerado imposible coDstruk secretamento


uD acori¡zado. lás comisionés de control del desarme alemán oo fueron to-
talmente cficaccs. A pesar de todo, hasta el mometrto en qu€ €l rearme del
trI Reich fue abiertameoto comeDzado, Alemania ¡rrmaneció débil militar-
mente, y Fratrcia sola o con su red de aliados hubiese estado en situación
de imponerle su yoluntad si hubiese tenido la decisióD p¿ra €llo.
a Tdnto si se trorq de bombas arómicos como de vehículos portdore§, et
¡mposible tener üno gatantia razo¡table de que el ocuerdg, por el que dot
G¡andcs se comprometerlan q chminqlos, sqd respcrodo. Nadic sabc dóndo
están almaceoadas, ni eo la Uoión Soviética ni cn loi Estados Uoidos, las
bombas termonuclear€s. AuBque los funcionarios estuvies€n autorizados a
recorrer libremente el inmeDso territorio de los dos Graodes, no tendrían
oioguoa posibilidad de derub¡ir todos los lugares ocultos dc armas, si supo-
trernos qüe uno u otro tuvies€tr la fume resolución de conservar, üola¡do el
hatado, utr cierto sro¿t de bombas termoDucleares..los recu¡sos del camu-
flajc son, cn el estado actual de cosas, superiores a los recursos de la ins-
pección>
No es posible tampoco en mayor grado elimioar los vehículos portado-
res. I-as rampas subterráocas de lanzam¡ento §€ han hecho diIíciles dc de-
tectar. En caso de eliminación de ingeoios balfsticos, cualquier avióa civil
es capaz, con o sin modificaciones, de traosportar uoa bomba atómica o
termonuclear. Eo 6oilos preparativos de una guerra qulmica y bacterioló-
gica se camuflan todayla mrís fácilminte, Los pri¡cipa¡cs Estados poseen
rrocfs do bombas de gas, que actúao sobre los ¡erüos y provocan tanto la
muene casi iomediata como utra par:üsis más o menos temporal. E¡ ausen-
cia de medios atómicos, termotrucleares o radiológicos, las a¡mas químicas
de destrucción masiva seguirfao estando dispooibles.
Pero las venlaias del lraude no han aumentado menos de prisa que las
d.iiicultades de conttol. Supoogan¡os que uno de los dos Grandes, después de
haber firmado un tratado que prevea la d€struccióB de todas las bombas ató-
micas y termonucleares, haya podido disimular alguBos cietrtos de estas ar-
mas: serla el dueño del mundo. El rival, sin inst¡umeDto de represalias, se
vería forzado a capitular. El t¡atado de limitacióo de los armameEtos oavales
fuo ñrmado porque €¡ reslxto po. todos €st¿ba casi garaDtizado y porqug
las violaciooes marginales no.teníao más que cons€cuetrcias mediocres.'Un
tratado do desarmc atómi€o iBte8¡al no hubies€ ouDca sido fumado, porqu€
sr¡ cootrol €s imposible y porquo las eye¡tuales consecuencias del fraude se-
ríaD desm€suradas. Nadic se fía de la hoo¡adez de uu riva!, si la falta a la
palabra dada puedc verc recomtEnsada con el imperio del mundo.T
UD argumento do esle tipo ba aparecido hasta tal puDto coDviDceote a
casi todos los que han refleúooado sobre estos problemas, qu€ la tesis do
la paz por el desarme ya no tieD€ casi más partidarios que la tcsis de l¡
paz (general y duradera) por el temor. Es igualrnenle absurdo imagiuar quo
XXl. En busca de un: cstrregia 765

las socicdades industriales vivirátr en paz porque tienen todos los medios para
destruirse eD uDos instantes. El error intelertual, inverso en aparieocia, es
el mismo en el fondo en ambos casos. El doctrinario de la paz por el temor
imagioa ula igualdad entre los Estados gracias a la capacidad dcl más débil
d€ atacar mortakneote al más fuerte. El doctrinario de la paz por el desar-
mo imagina la igualdad gracias a la capacidad del más fuerte de coaccionar
al más débil Ni una ni otra igualdad son accesibles. Ni u¡a ni otra igual.
dad son ni serfao aceptables para los Graodes.
Esas dos doctrinas tienen aúD otro puuto en com¡rn: llevan a co¡cebir uu
sistema intemacional eu el que la paz estaría garantizada automáticameotc,
por decirlo asf, sin la intervencióq de los hombres ni de sus decisiones- Para
que el universo del liberum v¿ro termoEuclear ¡to parezca infer¡al, se ima-
gina ut homo diplomotictts racional, en un número cualquiera de ejempla-
res. Para que el universo de Estados sin armas parezca do seguridad, nos
imaginamos que ciudadanos y Estados están dispuestos a no recurrir ya más
a la fuerza, con el pretexto de que hubiesen ya desguaT¿do o huodido en
la profundidad de los océanos sus armas tradiciooales o moderms, Es il€-
gítimo y absurdo dejar a un lado a los hombres políticos, individuales o
colectivos, ciudadatros o diplomáticos.No exisle ua 't¡rrco" infalible
meoto o desarme- q¡Je garantice a una humanidad violcnta y diyidida una
-arma-
paz defiaitiva)
Si el desarmo general y total no constituye el s€creto do la paz eterna,
como tampoco lo es la generalización del equilibrio por el terror, la poUtica
do armamento§, al igual que el temor a l,a gr¡erra termoDuclear, no dejará
do tener una inffuencia sobre el riesgo de cooñictos y sobre el carácter que
revestirlan éstos. Igual que después de haber disipado la ilusión de la paz
por el temor, hemos mantenido la idea de que el temor a la guerra podría
constituir el comienzo de la seDsatez, igualmente, después de baber disipado
la ilusión do la paz por el desarme, no excluimos quo la política de arma-
B¡ento§ constituya uno de los factores de la paz y de la guerra.
Mieotras subsista uoa pluralidad de sob€ranfas miütares, es impo:iblo do-
cretar que, en sf, La reducción de armaÍreEtos sea favorabl€ o desfavorable
al maoteDimiento de la paz. La limitación do uo tipo de aunamentos (aco-
¡azados) desplaza la competeocia más que la suprime. Si una de las graodes
potencias (Estados Uoidos) reduce eo tiempo de paz su aÍnameDto a un oivel
sin proporción alguna coo su potencial, ell.o colabora a qu€ los Estados
riyahs desconozcao la fuerza que cs capaz de movilizar o la resolución dc
quo hará pn¡€ba en el curso de las hostilidades- Igualmcntel.Ji uno de los
campos oo rearma, o no rearma lo suficientemeute de prisa, mientras que
el bando euemigo se ha laDzado a un vasto progfama de armam€ntos, esta
aceptacióo de la inferioridad es a menudo de un carácter tal como para pre-
cipitar, no para prevenir, el estallido)En [,os sistemas interuacionales de los
que la historia nos ofrece ejemplo, el equilibrio de fuerzas no ba impedido
7& Pireologíe. L:¡ ¿ntinomies dc l¡ ¡cción diplomática estratégic:

trrxrca,a la larga, las gue¡Tas, pcro el consentimiento d€l desequübrio ha


prccipitado o proyocado a veces un conflicto particular, que no era incvita-
bte o que no lo era hasta el mom€nto en que tuvo lugar)
Históricamente, las políticas de armameoto que parecen haber sido más
favorables a Ia r€ducción de la violencia, son políticas de limitacióD, ¡o su¡-
gid¿s de una decisión uDil¿teral o de utra convencióu negociada, siuo obieto
dc un acuerdo impllcito entre los principales actores. El tratado nayal de
Washingtoo, o el que la Gratr Bretaña firmó coE Hitler en 1935, no tuvieron,
eg¡n la interpretación más itrdulgente, ningútr efecto, qi favorablc ¡i desfa-
vorable, sobre el desarrollo de los acontecimÉntos. Las dos guer¡as que se
esperaba evitar impidiendo uoa carrera de armamentos guerra entre los
-la
Estados Unidos y et Jap<ín, la guerra entre Gran Bretaña y el III Reich-
tuúerotr lugar, uoa y otra, sin que siquiera la fecha se viera probablemente
afoctada por esos tratados. Por el contrario, eD el transcurso del siglo )cx
los Estados europ€os, más o metros conscientemente, no moviliza¡on nunca,
[i eD ti€mpo de paz ni en tiempo de guerra, todos los recursos t€órica-
Írenb disponibles.
Que estos acuerdos, implfcitosy semiioconscieotes d€ limitación de ar-
mametrtos, haya! co[tribuido lo más eficazmente posible a lo que nosotros
llamaríamos "dismioucióB del volumen de la violeocia histórica", se expli-
ca casi por sí mismo. Cuando los Estados tro quieren o no pueden moú-
li?¡r mfu que u¡a fracción de sus recursos teóricameDto disponibles, es por-
q¡¡o los reglmeqes interiores freoan esta moviliza€ión o porque los gober-
nantea no creeo en un peligro próximo, o, en riltima iostaocia, porque no
&tribuyeo a los conflictos previsibles un alcance considerable. E¡ ambos c¿-
sos, las hostiüdades serán meoos frecr¡€otes y ¡Deoos costosar en vidas y eo
riquezas,
Por €l contrario, la disparidad de fuerzas origiuada por el desarme o por
un mlnimo rearme unilateral alieDta al Estado o al bando itrsatisfechos, que
hatr tomado la iniciativa del rearme. Eo cuaoto a los tratados de timitación
d€ ¿mrametrtos, coostituyen síotoma de los temores experime¡tados por los
goberoatrtcs o por los pueblos. I-as couferencias de desatme se multiplican
cuando los pucblos tienen t€mor a la g¡¡erra y cuando apercibeu vaga-
melte la gravedad de las oposiciones en el plaa internaciooal. Que astas
conferencias lleguen o no a algrln resultado, no por ello cu¡arán el mal, cs
decü, la hostiüdad, no afitrcial, sino efcctiva y justüicada, etrtrc los Es-
tados.
Una politica de armamentos, tanto si implica un auÍlento como rma
disminwión, Do debe ser juzgada eu abstracto, sino on funcióu de la coyun-
tura'- No puede ser considerada coüo buena o mala etr sl, sino solamente
¡ No hay ni que deci¡ que este ali¡mación 3upotre que juzguemos la plitica dc
anEamento cn Iunciór dc la probabilidad de guerra o de pe¿ y del volumm dc vio-
XXl. En busc. de un¿ cstrÍcgia 767

en relacióD a las circunstancias, al estatuto territorial existeDtc, a las smbi-


cioBes de alguoos y al equiübrio de fuer¿as entre los Estados reüsiooist¿s
y los Estados conseryadores. ¿Qué ocur¡e con este priDcipio en la era de las
bombas t€rmoDucl€ares y de los ingeEios ballsticos? En realidad, cotrtinú.
siendo válida, pero su aplicación se hace más compleia y trae coasigo ciertos
truevos aspectos.
I-a polftica tradicional de armamentos apuntaba a vec€s a prcv€nir la
guerra, pero contemplaba siempre la posibilidad de ganarla, si tenía lugar, a
pesar de todo. Por el momento, la polltica de armamentos adoptada por los
dos Grandes parece ignorar, o casi, la preocupación por Ia victoria y no
pareco teDer ouo obieto que la pe4rtuación de la no-guerra (o, al meoos,
de la no-guerra terrpnuclear). En la medida en que la disuasión sustituys
por completo a la defensa, todo ocurre como si los actores confundicsen la
paz cou la victoria y se desinteresasen del futuro en el caso de que la
disuasión fracas€. Pero no podríamos decir que esta estrategia sea razonable
ni quo la polftica do arn¿mentos deba tender a redrrcir el volumen de la
üolencia, aun, o sobre todo, si la gue[a cstalla.
Antaño hubiéramos dicho que la fórmula "reduci¡ el volumen de la üo-
le¡cia" sig¡iñcaba reducir la frecucncia y la intensidad de las guerras. Pero,
a través de la historia, la intensidad de las guenas ha sido tanto más grandc
cuaDto meror era su frecueocia. Antes de !914 las sociedades europeas ha-
bíaD vivido eu paz, al m€nos en el coDtinente, durante casi un medio siglo.
La seguridad de los iudividuos dentro de los Estados, estaba m€ior asegurada
que no lo habfa estado nu¡ca anteriorme[te. I-a competeocia ent¡e los par-
tidos se desarrollaba sin recurrir, o casi, a la fuerza física. Hasta las mis-
mas huelgas, medio iEstitl¡cional coo el cual un grupo social buscaba coac-
cionar ¿ otro, raram€nte daba lugar a dispulas callejeras, o, más rarameDto
arlo, a la muerte de hombres. Las condiciones de vida, la solidez de la
administración, que habían favorecido la pacificación de la existencia social,
favorecieron también, desde que so dio la palabra a los ejé¡citos, la movi-
lización de los recursos, humanos y materiale§. El poder político, que consi-
gr¡o los m€dios para impouer la paz a los ciudadanos, consigue al mismo
tiempo los necesarios para combatir cE el exterior.
La a¡tigua antinomia eotre la frecuencia y la itrteDsidad se ha visto t¡ans-
formada, desde abora, con la disponibilidad de armas termooucleares. La
estrategia d€ disuasión, tal y como la expola el üb¡o blanco britáDico de
1957, o tal corno la iustiEca de manera sistemática el general Gallois, supone
la posibilidad do que la guerra termonuclear oo teDga nutrca lugar y la
probabilidd de que esta guerra, si estalla, sea el equivalente a uq suicidio
comútr.

le¡cia. Económic¡ o oo¡el.mentq !¡ dftei¡¡¡cióú dc ¡r¡¡¡m¿¡tos puede decirrc qoc cr


bueua eu ¡í.
768 Praxeología. Las antinomias de la ección diplomática estratégica

Pero, excepción de unos pocos casos !, todos los observadores han


a
compreodido que la amenaza de una guerra que constituiría uD suicidio co-
mú¡ tro podía ser p¡oferida en toda ocasióE. Cuanto mayo¡ es el úemor a la
guerra termonuclear, menos es frosible ameoazar con recurri¡ a ella, y me-
flos improbablo es la eveDtualidad de conflictos a¡mados en los cuales armas
atómicas o te¡monucleares no sean empleadas.
Est€ es, en efecto, eq Buest¡a época, el primer dilema que se plantea a
los hombres de Estado: ¿Quiereo salvar la guerra o salyar a la humanidad
dc utra cierta guerra (la guerra termoouclear)? ¿Quieren bo[ar la distinción
entre armas cl¡ísicas y armas atómicas con la esp€ranza de que, al eot¡ar
e-stas últimas eo accióu en cualquier confl.icto, tradie recu¡ra a ningln arma?
O biea, convencidos de que los Estados no estáo aún maduros para regular
pacíñcamente sus disputas, ¿se reseivan la posibilidad d€ eorar en hostili-
dades en las que los beligerantes combatan coo armas clásicas por objeti-
vos también limitados? Hasta el momento, los occidentales hao admitido el
primer término de la alte¡natiya en Europa, y el segundo en el resto del
mundo. De una manera geDeral, es el segundo el que me pa¡ece r€presentar
la coDcelrción miís razoDable. El p¡imero sufre de una contradicción funda-
menal: ,1o se puede alirmar que el holocausto t*monucleor es demasiado
hotible para que nadíe se dtreya a desencadenarlo t, al mifiio ,iempo, se
cuenle con la elicacia de estq amenaza en loda circunstancia. Si la prirnera
afumacióu es cierta, siempre surgirá un homb¡e de Estado que no crea eD
una amenaza que, sin embargo, el otlo formula seriamente.
Volvamos a tomar las dos proposiciones que he interitado establec€r cn
esta s€ccióo: es imposible imaginar, siendo el sistema iotemacioaal el que
es, un desarme comprobado que desproveyera a los dos G¡andes de sus armas
do destrucción masiva;&s imposible imagioar la supresión deñnitiva de los
confictos armados, aun eDtre miembros del club atómico, mediante la estra-
tegia de disu¿sión, es decir, por la amenaza de utilizar las arm¿s termoou-
clea¡es- La traducción en actos d€l objetiyo tradiciotral, "reducir el volumen
de la violencia", supone una búsqu€da difícil de la conducta pol¡tico-milítar
gracias a la cual los dos se cotucederian el máximo de posibilidades de no
yetse att strados, ct su pesaL a uM gue¡¡a que no desean librar, sin que
por ello ninguno de los dos se vea Javorecido en lq continu@ión de la gue-
rra fria. Los autores aÍEricados hao foriado un conc€pto nuevo, el ¿rzJ
control, para designar el aspecto militar de esta conducta que respoaderla
al interés común de los enemigos, pressrvando a ambos de uoa guerra que
temen, sin condenar a uno u otro a la d€rota.
I-a expresióu f¡a¡cesa control de crm¿mmtos serla equívoca, pues pare-
cerla sugeri¡ el coDtrol de los acuerdos concluidos entre los Estados, mien-

' I¡ mís notable ercepción es la del general Gallois, quie¡ por otra partc, p¡e-
¡cndc impcdir todes k6 gue¡¡ag lacilitando ¡ todos los Estados armas ¡tómicr¡ o tc¡mo-
nuclea¡ee. Demuest¡a ests tesis cotr el rrgrmento de la disuasifu propotcional.
XX[. En buse dc una estrategia 769

Eas que los autores americauos quiereD designar por ello el conjunto de
m€didas, unilateral€s o coordetradas, y el coojuDto de acrrcrdos implícitos o
explícitos, a uavés de los cuales los Estados se esfuerzan en reducir el volu-
meD de la violeacia en la era termouuclear y, por lo taoto, fuodame[talmente
auEque no exclusivamente, en evihr la guerra termoDuclear. Pero preveoir
la gue[a termonuclear es disminuir al máximo los riesgos de uoa guerre
termoDucl€ar por anticipado, por mal etrteDdido, por accideote, técnico o hu-
maoo, por asceosióE a límites extremos o por la asnrcia diabólica de una
pequeña poteocia, Los riesgos estáD eD fuoción de la coyuntura global, de
la ¡elación de fuerzas y del sistema de armas disponibl€s por ambas parles.
No es ello todo: las medidas implicadas en el "cootrol de armameDtos" vaD
dirigidas también a reduci¡ el volumen dc la üolencia en el caso de guerra
ümitada, tanto si las armas atómicas tácticas son empleadas, como si uo. Y
apuDtan, eo fn, a limitar sl "volurneu de la üolencia" auu eD la hipótesis
de que iog€nios ballsticos provistos dc cabez¿s termoor¡cleares sean inter-
cambiados; es decir, esencialrneote, en mantenef las comunicaciooes eotfq
los eoemigos coq la i[tcnción d€ poner término a las hostiüdades, taato por
un ¿cuerdo entre ellos como por la capitulacióB de utro de los dos.
Concebido de esta manera, el cont¡ol de ¿rma¡neotos estaría rDe¡or ds-
sigDado coD el término "polftica de amam€otos", "dominio de los armamen-
tos" o "polltica de armameDtos y de desarme". I-a idea directriz es, en
efeclo, la de la solidaridad itrevitable eDtre lo que se hace ea tiempo de paz
y lo que ocuri¡ía en tiempo de gu€rra, entre los preparativoe militares y
la diplomacia, eotre lo que yo hago y lo que hará mi eoemigo, entre las
medidas de defensa nacional y la probabilidad de la guerra (o de una ci€ta
guerra). Esta idea directriz puede deducirse de los dos principios de Clau-
sewitz, que lrcmos recordado en el primer capítulo de esta obra, a saber, la
contiuuidad de las relaciones, pacíficas o bélicas, eDtre los Estados, y las
consectrcncias do la reciprocidad de la acció¡' y del peligro de llegar, de
réplica eu réplica, a lfmit€s extr€mos. Pcro estos dos principios adquieren
un seBtido trágico distinto eo nuestra época al que tenfan e! el pasado, por-
que el yator del tiempo y la capacidad destructora de las armas han sufrido
un cambio cualitativo.- Los Estados han becho siempre la guerra con las
arnas que babfaD acumulado e! tiempo de paz)tero de l9l4 a l9l8 tuvieron
tiempo gara contiouar su movilización después del comieazo de las bostil¡
dadcs, y la iDterveución de los trsutrales hizo inclinarse a La balaozai Mañana,
tanto § las armas son clásicas como si son atómicas, fa¡tará tiempo, Para
eyitar la ascensióD a llmites extremos hace falta que las hostilidades seao
b¡eves: el pefturbador debe crear ua hecho coqsumado, a ño de encoDtrarse
inn€diata¡ricote €n uDa actitud defensiva y de oblig¿r al partido cons€rv"¿-
dor a tomar la ofcosiva o a resignarsc a la pérdida del objetivo).poo los

O di¡léctic¡ del aatrgonisoo.


774 Praxcologír Lrs ¡nti¡omi¿s de l¡ ¡cción diplomátice csrrercgice

bombarderos €stratégicos hacían falta horas para ir de Moscri a Washing-


ton (o a la inversa). Con los iagenios balísticos la du¡ación del tray€cto se
cuenta por minutos (uaa treioteoa). En cuaoto a las destruccioDes que pue-
detr temerse, eran ya graDdes antes dc 1939, pero el progreso es de natura-
leza, no de grado, puesto que se ha pasado dc alguBas tooeladas a algunos
milloBۤ de tooeladas.
Él cont¡dle des armaments, suponiendo que el rrso retenga en fraocls
esta exprcsióE incorect¿mente tradu€ida del inglés, implica o pu€de implicar
medidas de reduccióo de armameotos, pero pt¡ede tambiéD igualmente, eD el
plano racional, implicar medidas de aumento de armametrtos: tr€rieotos
iogenios balísticos invulaerables por ambas partes conñeren más "estabili-
dad" al equiübrio ds terror que cieo. Es lo que los aroericanos llaman
qrms co¡r¡ol- Es, pues, la búsqueda de una defensa naciotral qu€ adoptcn
uno o varios Estados, amigos o rivales, con la iotención de asegurar a cada
uDo, y a todos en conjunto, el máimo do seguridad contra las diversas
amenazas de guerra, sin dismbuir por ello la seg.rridad de cada uno frenlo
a uoa agresión eventual. Eu resumidas palabras, se üata de uDa polftica
mixta de armamento y de dcsarme, cuyo obptivo serí¿ el domiDio por la
humanidad entera de los instrurtrcotos de mr¡€rte. Si no e¡.istiera oi una sola
soberanía miütar, la buma¡idad, al menos en teorfa, alcaDzarfa fácilrnentc
este dominio. ¿Es accesible a la humaoidad est€ dominio, considerá¡dola
Slobalri€Ete, mictrtras cada uno de los soberanos considere las rnedidas que
lo soo propuestas en relació¡ a sa propio interés d€ntro do la competencia,
más quo en relación al interés comúo del sistema, es decir, al interés por
cvitar el deseocadeaamieuto de la violencia termoouclear?

3. Estabilizo¡ la dísuasión reciproco

Plauteado así el problems políüca de armarnentoc fscilita el má-


-¿qué
ximo de probabilidades dc'librar una guerra frfa', sio que ésta dcgenero
en guera termonuclear?-, los autores a[lericanos han sugcrido, casi por
unaoimidad, dos respuestas principales: limitar el club atómico y asegurar
a ambas partes la invulne¡abilidad del dispositivo de represalias, quitándolo
a cada uno de los dos toda ilusión por lo qu rcspecta a esta inwlnerabilidad,
El acuerdo sob¡e el ccse de las experieacias nucleares, que ha sido ob-
ieto de varios añqs de Dcgociaciooes, oo ba sido fitralÍr€nte firmado. Pero
uDa moratoria siu inspeacióu y sin garantía ha estado eo ügo¡ duraoúe toda
la duraciór de las negociaciotres. Es uo ejemplo de moderación, de absten-
cióa, que los dos Gratrdes se han impuesto a sl mismos, sin la certeza de scr
correspoodidos, IEro con la espera¡rza de que este mismo priocipio de reci-

O, si ¡¿ p¡e6cre, de prolougar la fase de eriatencia prcí6ca.


XXL En busce dc une cstretcgia 771

procidad, que puede asceBder a límites extremos, pueda también, en otras


condicioDes, llevar hacia abaio, es decir, hacia la moderación.
No volve¡emos ya sobre las razones por las que el presid€nte Kennedy
y sus cons€ieros desean la tirma del acuerdo con la Unión Soviética sobre
el cese de las experiencias nucleares (ptevenir o frenar !a ampliación del club
atómico, puesla a punto de un primer sistema de inspeccióo, así como ctea-
cióo de un clima favorablo a acuerdos más amplios). Hemos indicado tam-
bién por qué los gobernantes franc€ses, aunque recoDocen sus obligaciones
respecto a la comunidad humana, pueden, con toda buena fe, iuzgar que el
interés de su Estado debe satir triuofante por encima de los inconvenieotes
que caus€ a todo el sistema, considerado dg una manera global. ¿Por qué
cerrar la puerta del club atómico, después de la entrada del tercer miembto
y no después de la entrada del cuarto?
Yo quisiera, aquí y de una manera general, afumar que un cierre del
club atómico, a pesar de su aparente racionalidad, es es€ncialmente irfea-
lista. Eo todo caso, esta teoría exigiría qu€ los Estados €§tuvie§en coDven-
cidos, por las evidencias de la era termonuclear, de Ia conveniencia de ado¡>
tar una conducta diferente por naturalezo de la que ha sido la suya propia
en el transcurso de los milenios pasados. ¡'.Qué Estados, entre aquellos qu€
tienen capacidad, se rqsistirían a la tentación de fabricar armas atómísas?
Aquellos que por razones diversas no desean fabricarlas ellos mismos, insis-
ten en recibirlas de sus aliados,
El Maratón diplomático de Ginebra era una tentativa semihipócrita de
detener el programa atómico de los no-miembros. sin dar la apariencia de
ello, explotando la indignación popular contra las ex¡rriencias atómicas, res-
ponsables de la polución de la atmósfera de acuerdo e¡rtre
-tentativa
enemigos con sus aliados respectivos. decíamos anteriormente. Tentativa ló-
gica, puesto que los enemigos tenfan efectivamente ulr intetés común en ce-
¡rar las pue¡tas del club atómico, pero no podían ni confesar su iotención
ni obligar a tos demás Estados a doblegarse aote una acción implícitamentc
común.
E[ fracaso de la tentativa ¡o es por ello menos lógico. Segú[ los espe-
cialistas, los representantes de Ia Unión Soviética parecíao tener un interés
auténtico en las negociaciones de 195G60. La administración Eisenhower se
eDcontraba dividida, ya que ciertos expertos (físicos o diplomáticos) juzgaban
que el fraude eventual del rival, trala para los Estados Unidos más peligros
quo ventajas el eventual respeto del acuerdo. Ot¡os expertos, por el contra-
rio, estaban co¡vencidos de que las ventajas que daría a la Unión Soviética
un fraude eventual, no tendríao un carácter suñciente como para comprome-
ter el equiübrio de fuerzas. La administración Kennedy, por su parte, estaba
resuelta a hacer todo lo posible para llegar a un acuerdo, ya qr¡e los con-
sejeros del presidentc procedentes de Harvard, pertenecieotes todos a la es-
cuela do 'tontrol de armarD€ntos" y cotrvencidos todos de las sutiles teorfa§
772 Prexcología. L¿s ¿ntinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomátie cstratégica

do la cooperación cntrc enemigos, del juego en que la suma no es igual a


cero 0a ganancia do uoo no es necesariamente una pérdida para €l otro), y
del acuerdo, implicito o expllcito, sobre las modalidades de la compcteocia.
Nadic conoco con c€rleza las razooes por las cuales el interés, apareutc-
mentc puesto d€ maniñesto en 1959-60, ha desaparecido eE 196l- Pero las
distintas razones quc haa sido iovocadx para explicar la cooducta soviética
son todali ilteresatrtes, ya qne constituyeD, por dectlo así, la dcmostrac¡óo
de la teorfa que tetrdrfa por dhrlo: de la cosi irnpoibilida¿ de un acue¡do
explícito d.e li¡nitoción d¿ amamentos entre enernigos mortales. O, & oÍa
forma, de cómo por camiqos tortuosos el acontecimieoto históri€o y el razo-
namiento se identi6can coo las itrtuicion€s del sentido comúu.
El acuerdo sobre el ceso de las experiencias termooucleafes no hub¡era
podido rr aplicado si! el coEsentimiento de Chi¡a. PuGde ser que cn 1959
el Sr. Krustchev crcyera que obteDdría sin diñcultad la adhesión de Mao
Tse-tusg. Dcsde el extcrior, yo siempre me he preguntado ¿por qué la nueva
diaastfa del Er¡evo Imperio Medio o, si se iuzga esta refererrcia al pasado
oomo poco reverentc, por qué uD partido comuoista que ha obteBido gr¿cias
a sus esfuerzos la victoria en la grerra civil, habrfa de ac€ptar el ¡enuncia¡
definitivanrcote al arma hoy dfa decisiva, a aquella que, se quiera o no, de-
termioa la ierarqula de los actor€s en el escenario interDacional? Moscú,
desde 1951, teDla interés en garantizar a China cotrtra el riesgo de una
agresión americaaa, mediaute un tratado de asisteocia mutua. No tcnla into-
és cn facilitarle los medios para uoa estrategia ofensiva en el cstrecho de
Formosa, estrategia que por motivoc de litigio ctrictamente chino§, hubicse
podido cxpoaer a la Uoión Soviética a un conf,icto con los Estados Unidos.
§obrc es¡e puoto, la cor¡ducta d€ los hombre3 del Kremlin ha estado de acuer-
do con lo que la experiencia y el razoBamiento parccfan sugerir.
En cuanto a la República popular de China, ésta no podfa sino tolerar
provisionalmente el verse privada de a¡mameotos atómicos. Con toda pro-
babilidad, Pekfn no ha pcdido oficialÍ¡ente a Moscri más de lo quc Parfs
ha pedido a WashiDgtoo. Y la negativa implícita o explícita del Hermano
Mayor iovocaba, de un lado y de otro, las coosccuencias de uoa accptacióo
en la conducta del Hermaoo Mayor enemigo... ¿Cómo podfa oegarsc la
Unión Soviética, a China, si yo os transñrie¡a armas y vehículos portadorps
cn propiedad total? ¿Cómo podrfaa negarse los Estados Unidqs a los rqva¡-
cbistas de Bo¡n si...? El primcr argumetrto era popular en Washingtotr y el
seguodo podla serlo €o Mosctl. Pero ¿por qué, co PekIn, no habrlan de dc-
drrcirc las mismas coDclusiones qr¡¿ eD Parfs? Yo oo b€ podido croer nu¡ca
qtrc un Estado tao poderoso y una uación t¡n orgullosa como China r rcsig-
oasc dcfi¡itivamente a uaa iuferioridad tao gravc.
Una scgunda razón, qt¡c ha sido Dumeros¿s ¡,ec€s aputrtada, es cl posibtro
dcsoo dc la Uuióu Soüética dc proceder a ex¡rricncias, que ha hecho ncce-
XXI. En busce dc una cstntcgia 773

sarias el progreso cventual de la investigación (pucsta a punto & un ingc-


nio coDt¡aingenio, de una bomba de neutrones, de una bomba de cien mega-
tooes). La serie de cxperictrcias soüéticas de l9ól prueba! qu€ los t&nicos
querían mejorar sus armas y quc tetrfaD Decesidad de proceder a explosiones
cn la atmósfera imposibles de disimular. En los Estados UDidos oo faltaD
sabios, generales, miembros del Congfeso que reclamen la reoovacióo de las
experiencias nucleares indispensables, tanto para la meiorfa de las armas
e¡istentes como para hacer innovaciones radicales. ¿Por qué habría de ocu-
Irir diferentemente en el otro bando? I-as discusiones Do soo púbücas, pero
debe¡ teoer lugar igualmeote. La única diferencia etrtre las dos discusiones
es que los americanos se encueo&an en presencia de una incógoita suplc-
mentaria. El servicio americano de información y de espionafe Bo permite
saber, ni siquiera al presidente d€ los Estados Uoidos, si son o no orgaDi-
zadas experiencias clandestinas, indetectables, en cavidades uaturalcs o arti-
ficiales. Los dirigentes soviéticos saben, y no dudan de ello, si los ame¡ica-
nos proceden o Do a esas experiencias.
Si dejamos a un lado cl c-ootraste eDtre esta inc€rtidumbre y esta c€r-
teza, el problema cs fuDdari€ntalm€nt€ el mismo para ambas partes. El cesg
de las experiencias (dc todas las ex¡xrieocias o de las experieocias en l,a at-
mósfera), ¿es de un carácter tal como para hacer más leülo y hasta paralizar
la carre¡a del progreso t&nico, o dicho de otra manera, la versión cualila-
tiva y moderna de la carrera de armamentos? ¿Tendría e[ c€se de la carrera
como efecto la coosolidació¡ dc un equilibio estable de terror? Si la ca-
rrera cotrtitrrla, ¿cuál de los Dos saldrá triunfante? Si cada uno de los Dos
se imagina salir triunfante, cl acuerdo cs improbable, pu€sto qu€ n¡nguno
s€ mostrará muy deseoso de llegar a é1, y, por consiguiente, no estará dis-
puesto a bac4r importantcs concesiooes, ni la Unióo Soviética eo cuanto a
inspección, ni los Estados Uriidos en cuanto a riesgos de fraude. Si uno de
los Dos se imagina salir triuofa¡te, en rigor ol otro estará dispucsto ¡ hacer
con@siones y la posibilidad de llegar a un acuerdo será mayor.
De todas formas, cs Dec€sario que las dos partes se poogan do acucrdo
sobro un sistema dc iospección. Ahora bien, la oposición enüe los obj€tivos
y los itrtereses dc los Estados Unidos, por un lado, y de la Unióo Soviética,
por otro, €s bien cooocida, Segrln un dicho ya consagrado, los americaoos
prefiereo la inspccción al dcsarme y los rusos reclamao el desarmc gcneral,
pero se oicgao a accptar más modalidades eñcac¿s dc inspeccióq- Oposición
compretrsible cn función dc la lógica de los intereses, Los bolchcviqucs temen
la iaspección, porquc obticnen un be¡e6cio del sccreto coo que sc rodean.
Los arncricanos, cuya socicdad es abicrta, poco capac-es de disimular sus
emp¡esas, no toman co considc¡ación rm desanne quo no sca a l¡ vcz un.
mcdio para for¿a¡ cl muro del sccreto soviético.
Pcro €n estc pulto dcl análisis, los dato6 técnicos ücncn ¿ complbar d
774 Prexcologíe. Lrs ¡ntinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomática estnÉgica

diálogo político. El sistema de inspección previsto I por uo acuerdo limitado


que afectase tan sólo al cese de las experiencias nucleares, exigirfa dos o tres
años para ser pr¡esto en march& y erigiría tambiétr el reclutamiento da uD
personal altamente caliñcado de yarios centenares de pe¡sooas, así como
gastos anuales que se elevaían a varios cieotos de millones de dólares
(probablemeote alrededor de mü millones de dólares). ¿Qué ocurriría si se
tratasc de garaEtizar el respeto a un acu€rdo genefall y unitersal' de desar-
fDe? Un desarme cootrolado, ha esc¡ito un autor americano, Oscar Morg:u-
§tern, no costaría necesariamente menos dinero que la carrera de armamen-
tos. La reacción del que no es sabio a¡te semejantes ao¡maciones es la de
que, eo ese caso, no habrá desafme. Reacción que, ante el aaálisis, se revela
como irrazonable. ¿Por qué Do habrían de gastar los Estados tanto dinero
en armarse contra la guerra como en armaf§4 para la guerra?
Esta reacción no dera de tener uo cierto sentido político. La opinión pú-
blica no distiogue entre dcsa¡me y reducción de los presupuestos militares.
Se sentiría profundamente decepcionada por el alto costo del desarme y co
rrería el riesgo, por eso, de interes¿rse en ello aún menos. Pero, lo que es
aúri más grave, desgraciad¿mente no puede excluirr que los hombres de
Estado reaccionen como la opioión pública y vean uria €specie de contradic-
ción etrt¡e un tratado firmado por los Estados y los mil€s de millooes oece-
sarios para of¡ecer una garantía razonable de que este acuerdo será res-
petado por todos los signatarios. La repugnancia soviética a aprobar un
sistema de puestos permanentes y de "inspecciones sob¡e el terreno" para de-
termioar la Daturaleza de las explosiones sospechosas, quiá no tenga por
única causa Ia obsesión del secreto, el temor al espionaje, ui el deseo de
cooservar los medios de fraude; puede que tenga también por origen el
seotimiento de esa especie de contradicción entre el obieto y el instrumento,
entre un hatado sfmbolo de compromiso y un tratado de inspección, símbolo
de etremistad y de sospecha.
I-a hostilidad rusa a un sistema de inspección razón numerosas
-tercera
veces invocada por los come¡rtadores, deseosos de explicar la negativa a hacer
las concesiones necesarias para la firma del tratado- nos lleva, a mi pareaer,
a la cuestión fundarnental: ¿Atacan los rusos y americanos las co¡ve¡sacio-
nes con el mismo espíritu, segrln la misma ñtosoffa y partiendo dc los mismos

' En l!52 se abre otra prrspectiee. La detectación de las erplosiones en la atñó§-


fera o en el agua ha hecho tales progreÉos que un acuerdo limitado a es¡¡s explosiones
ficiles de derect¡r no erigiría uD s¡stema comple.io dc verficaciones; en cspecial no
eigfuía la presencia en el suelo soviético de ve¡iGc¡dores e¡trÁnjeros. Pero, por el
momento, los bolcheviques no par€cen deseosos de fi¡mar un acue¡do que no ptohiba
lodas lae explosiones, incluidas las subterúneaq y, por su psrte, Ios americanos pa-
r.cer erigir qüe el sistema de veriñcacién preB€ntc un mínimo dc caricre¡ trrri¡i-
cional medi¡nte l¡ participación de ¡abios ¡eutrale*
' Relerente a tod¡s las armas-
' Que englobae a todos los Estados.
XXI. En buse dc una estretcgia 775

principios? Los expertos, y aún más los dirigentes de la Unión Soviética,


¿están dispuestos a seguir a los expertos y a los hombres políticos v€nidos
dc más allá del Atlántico, cuaodo éstos les demuestreo que el desarm€ coo-
trolado costará también miles de millones de dólares y que no será m€oos
complejo y técnico que la actual rivalidad? Los bolcheviques negocia-
dores ¡aún más, aquellos que les dan las inslrucciooes- ¿no -losse s€rltirán
tentados, eri el fondo de ellos mismos, a ¡rasar "que eso no vale la pena"?
En €l caso do un tr¿tado sobre el cese de las exigencias oucleares, uB es-
cepticismo semejante es tanto más int€ligibte cuanto que los dos Grandes
conse¡varían su stock de bombas y de vehículos portadores --stock más que
suficiente para d€st¡uir todas las ciudades del planeta. Pero el interés d€ este
tratado reside en demostar con actos ta sotidaridad de los enemigos eo cuao-
to a armamentos, en estabilizar el equilibrio por el terror, en freua¡ la ca-
r¡era cualitativa de armamentos y en crear un clima propicio para acuerdos
más ambiciosos, No puedo inipedirme plaltear la cuestióo sigui€ote: ¿Ss
adhieren los hombres del Kremlin a la doctriaa sutil del "dominio de los ar-
mamentos gracias a la cooperación eotre enemigos"?
Quo actúen a veces en función de €sa doctrina, casi no lo ponemos en
duda: la negativa de dar armas termonucleares a la Chioa popular €s una
aplicación de ella. Pero se trata de una aplicación elemental que basta para
iustificar los razonamientos tradicionales de los estrategas. ¿Han penetrado
en los a¡canos de l¿ teoría, hasta el punto de cootemplar una negociacióD seria
sobre el Dúmero de ingenios balísticos que cada uno de los Grandes conser-
varla, y hasta el punto de aceplar oficiqlmen ¿ que uo mundo desarmado
seía más peligroso qtle un mundo dominado por el equilibrio entre unos
cuaotos cientos de ingelios balísticos, r€partidos en ¡úmero igual efltre
ambas partes, e invulne¡ables a un ataque por sorpresa? He añadido el tér-
r1nrr,o oficialmenre, para recordar que el probl€ma es doble: ¿están dispues-
tos los dirigeoles soviéticos a pensar que una capacidad recfproca de disua-
sión, recfprocameote conocida, facilitaría g¿¡ar¡tías d€ paz superiores a uo
desarme total de armas atómicas. por cuaoto este último deslrrtarfa un temor
excesivo de fraude y dejaría desvanecerse el temof milenario a los conflictos
armados? Suponiendo que compretrdan y que ac€pten estos razonamietrtos,
¿consenlirían en entrar en negociaciones sérias y renu¡ciarían a las declama-
ciones y a los prcyectos gfandiosos de desafme general? Rechazar la ins-
pección de acu€rdo sob¡€ el ce§€ de experiencias nucleares y reclamar uD
desarmo general que, a su vez, estaría taD 'tontrolado" como se quisiera, es
convetrcer a los amerÉanos de que el señor Krutscbev encr¡€Etra un beneficio
en hablar de desarme, porque esta palabra despierta emociones favorables en
los pueblos y, sobre todo, en los pueblos de los Estados no-compromeüdos,
lxro que no sieote Dingritr des€o y no alimenta linguoa esperanza de adelan-
tar pof esfe camino.
¿Es así en realidad? ¿Concibe el señor Krutschev el desa¡nre como uo
776 Prexeologíe. Lrs rntinomi¿s dc l¡ ¡c¡ión diplomátice cstrategic:

i¡stfumcoto de la guerra psicológica o como un m€dio de estabilizar la paz


por cl ieror y hasta la paz desa¡mada? Yo no intento conocer la respuesta,
poro iamás he compartido la confianza de los intelectuales que se han con-
yertido hoy día en los conseieros de J. F. Kennedy. Admitimos, en principio,
que los rusos y político§ hayan reflexionado suf¡cie¡tementc
-sabiosy que
§obre estos problemas
-no
teDgaD uaa te¡dencia a desconocer la coopera-
cióD eotre €nemigos y los riesgos de 1¡ c¿r¡era de armame¡tos. La última
palabra, sin embargo, no ha sido arl¡ dicha: dada Ia mane¡a de pensar dc
los hombres del Kremlin, ¿eyah¡ao éstos los riesgos de la misma manera qr¡e
los dirigentes de Washitrgtotr? ¿ED qué mcdida están impaci€Dt€s por poDer
fiq a la carrera de armameEtos? ¿Etr que medida tieoen ellos interés en dar
garanüas a Occidente, si ellos mismos Do exlxrimentan una inquietud rea.l?
El puoto d€ partida de la tesis americana, §omo bemos visto, es que la
g¡¡€rra, qr¡e uadie qüere bacer, Do es por ello rnenos susc€ptible d€ estallar;
por uB accidente tecnico (si uoa bomba estalla); por un accidente burocrátioo
(ruptura do las comunicaciones o de la Jerarquía de maDdo); como también
por uo accidente polltico oos Do6 se encuentrao comprometidos y niDgutro
puede dar marcha atrás sio caer eq el ridículo, por lo que ninguno la da), o
por ua accidente psicológico (un malenteodido, por utra parte, respecto a las
intenciones d€l oto), la guerra que los Dos preparan y coo la que se arnena-
zan r€cfprocamente, sitr tetrer intencióu de ej€cutar su am€naza, puede teDer
lugar. Pero, ¿pueden admitir los marxistas-leoinistas un "accideoúe" d€ una
aoplitud s€meiante? Ellos puedeu tem€r que los occidentales, es decir, que
los capitalista§, de¡encadenen la guera; pero si la guerra inencootrabl€ tieEo
lugar, bace falta, para que la hi«oria tenga la lógica que ellos le prestaD,
q\e va. des¿ada por un capitalismo acor¡alado'.
Si !o temen, o sóto débilmeote, la grrcrra por accidente, tro teÍ¡erán taE-
poco, o lo s€Drir¡ín también débilmente, la carre¡a cualitativa de armameE-
tos. Después de todo, ellos haD conseguido dos victorias al tomar dqs de-
cisio[es técriicas oportunas: han apuntado bacia los ingedos balísticos más
y aotes que los americauos; y han bus€ado motores poderosos, iodispen-
sables para la exploración del espacio, y ritiles para los hgeaios balísticos,
porque se preocupa¡oD meoos de "miuiaturizar" los ioslrumentos ci€ntíficos
colocados etr los satélites o las cabezas termoDucleares. Quizá preferiríaD re-
ducir el porcent¿je de recursos nacionales consagrados a la defensa, pero
no tietren motivos para experimeotar comp§o alguno de inferioridad ui para
salir ya perdedor en la carrera.
Ea fin, en cootrapanida a los gastos mi.litares, cuya excesiva amplitud
actual deplo¡an eyentualrDente, los hombres del K¡emlin pueden felicitarse
por el temor qu€ hay a uoa gr¡erTa termonuclear, que ellos tro sieDteD pro-
r l¡a mar¡islas-leni¡istas tieu la mism¡ difcult¡d ---o debe¡ te¡e¡l¡- cn rc.
coDoccr ula posible hosti[dad enue dos países iocülists!-- ¡ror ejemplo, la Uaióu
Soüétice y la CLiaa popular,
XXI. En busca de uoe cstratcgir /77

bablemento (o quo sólo sieEten débilm€ote), pero quc manipulan etr su be-
ne6cio- Cuaodo el Sr. Krutschev s€ obliga ¿ disuadi¡ I la agresióo americana
cootra Cuba m€diant€ la amenaz¿ de utilizar iogeaios balísticos, iuega con
el temor a la gucrra termoouclear. Puesto que, en razóD a la distancia, Do
podrfa llegar en socorro de Cuba, y tendrla que recurrir o bien a represalias
ümitadas (sobre los Estados Unidos o sobre algutro de sus aliados), como a
represalias masivas. Con toda probabilidad no lo hará. Pero si el equilibrio
por el terror estuviese totalmeot€ estabilizado por uo acuerdo bilateral, ex-
plícito y erpllcitameDte afirmado, este géoero de chantaie o de baladronada
estaría fuera de lugar. ¿Desea el Sr. Krutscbev que cada uno de los Grandes
uo pueda ya ar¡reoazat con bacer lo que, en realidad, cs ya incapaz ds
hacer o lo qr¡e ya oo está resuelto a llevar a cabo? Por el momento, es Moscr¡
el que oo desdeña recoger, en uDa u otra ocasión, la doctrina caída ya ea
desuso eD Occidente de las represalias masivas.
I-as obscrvaciotres pfecdentes oo intcotan sugerir que ua acue¡do ruso-
a¡¡ericano sobre la estabilización del te[or o sobre el cese de la carrera
cualitatiya de armamento§ *a impoible. Yo no pienso que sea adecuado
mostrars€ dogmáüco en estas materias. Mi intencióo, más modesta, es la do
demostrar hasra qué puoto la tesis, cierta en sf misma, de la "solida¡idad
de los enemigos contra la guerra termonuclcar" simplifica los datos del
problema, y hasta qué putrto constituye un frágil fundamento para la 'too-
peración eutrc rivales", Ya que éstos Do tieoeo la misma filosofía de la his-
toria, ni prestau la misma ateociótr a las evcntualidades ea sf improbables, y
aomo tampoco oto¡gar¡ la misma importancia a riesgos quiá iriexistetrtes,
pero etr todo caso débi¡es, no tienen ol mismo iDterés en la t nsión ni en l¡
desaparición de ésta, Quiá uDo desee que las muchedumbres se sietrtan
aEgustiadas y el otro que teogao un s€ntimieEto de seguridad. Puede ser que
uao dcsec que el otro sieuta temor y éstc r.lltimo, por el contrario, conffe ea
que ambos no tetrgan temor, por estar ambo§ seguros de las inteociones dcl
ot¡o.
I-as dificultades, técoicas y psicológicas, impedirán, cotr toda p¡obabilidad,
un tratado eB toda la regla r€ferente a la estabitizacióR de la capacidad re-
cíproca do represalias. El equilibrio existirá probablemente, pero la asimetrla
sreada por el secreto en la Unión Soviética y la ausencia de secreto en los
Estados Uaidos, incitará a estos r.lltimos a buscar sustitutivos para el secreto
(au¡nento del nrimero, dispersiótr, moyilidad y protección de los instrumen-
tos de represalias). ED teoría, el equitibrio dcl terror, puede ser estable como
cotrsecuencia de la política de armamentos adoptada uriilateralmeote por cada
u¡o de los §ampos, sis oiogfn acuerdo bilateral. Pero, e¡ ause¡cia de uu
acr¡€rdo, los €D€migos €stán meoos seguros de que este equilibrio sea estable
y, etr todo caso, se sieoteD obligados a no descuidar Dingrlo esfuerzo de
t A s¡lvo dc prrciur csta plomc6¡ o ¡r¡te¡ar¡ dc in!€ryeúción, s contiBuaci6n,
Laciendo crpücar po¡ uD porieroz o6ciel que ec trehbe de un compromiso sim-bólico.
.n8 Praxcología. L¡s ¿¡tinomies de l¡ acciór diploñáúc¡ altr¡ragic¡

inv€stigación, menos para romper esto equilibrio a su favor, que por te[xx
a que en caso de descuido o de disminución del esfuerzo, no sea roto a favor
del cont¡ario.
Probablemente, es la car€ra cualitativa de armamentos la que iospira
más inquietud a los expertos americanos. Pero quizá éstos no hayan €sta-
blccido suficiente distiDción entre las distintas especies de inquietud que
iustifica esta carrera. Dejemos a un ¡ado, desde un principio, los argumento§
obtenidos de los ejemplos pasados: no hay una sola prueba, a pesar d€ ¡os
traba.los de Richardson ¡, de que la carrera d€ arm¿lnentos haya coostituido,
de una maoera directa, la causa de una gran guetra. En 1914, los Estados
europeos no estaban obligados a la guerra Di por el costo ni por la influencia
sobre la economía de los p¡esupuestos de defensa. El aumelto de los gastor
fue provocado en gran parte por uo seotimiento difuso de que los conflictos
entre las coaliciones estabao llegaDdo a un punto de exasperación y de quo
serfan solucionados un dla u otro por las armas. Todo lo más, la rivalidad
naval entre Alemania y G¡an Bretaña pudo ser una dc las causas del acer-
cam¡ento entre €sta última y los franco-rusos, y causa, por lo tanto, d€l
eodurec¡miento de los frentes, eadurecimiento al que puede ser at¡ibuida
una pañe de la responsabitidad del estallido de 1914. En fin, la carrera cua-
l¡tativa de hoy día difiere por su naturaleza de todas las carreras cuaotitativas
de ayer.
Siendo el caso actual único, ¿cuáles son los temores fundamentales qr¡e
suscita? U¡os temen que después de h¡ber gastado milcs de milloDes de dó-
lares suplementarios, Ios dos protagooistas se encuentren finalmente en el
mismo punto, siendo cada uno capaz de iofligir al otro golpes terribl€s, pe¡o
oo de escapar a las represalias de su enemigo, aunque haya sido puesto
medio fuefa de combate. OÍos temen que la carrefa alimetrte y agfave el
clima int€rnacional de sospecha y de inquietud, y que este clima, a su vez,
iocite a uno u otro de los Grandes a actos i¡reflexivos: besser ein End mit
Schrecken als ein Schrecke¡ ohne End (antes un ñnal terrible que un t€rror
sin fin). Otros', por último, temen iSualmente que uno de los participantes
en la carrera consiga, en un momento dado, una ventala de la que intentará
sacar beneficio, como que el progreso técnico lleve a los Grandes a fabricar
armas cada día más terribles hasta llega¡ a la famosa "máquina del juicio
final", o permita a cualquier Estado o a u¡ mismo particular adquirir armas
atómicas. En resumidas palabras, los peligros de la carrera cualitativa de ar-
mamentos son, alternativa o simultáneame.te, económicos, político-psicoló-
gicos y técnico-poliricos.
DeFmos a un lado las posibles consecu€Dcias de orden económico, d€ l,a
carlera de a¡mamenlos. No es que est€mos ciegos atrte el absudo, desde el
I l/ide, ¡¡tpta, capítulo XI, secció¡ 4.
, N¡tu¡almente, €6tas inquiet¡¡des trc se ctcluyeD mutu¡Dente y elguaoc crperi
me¡]a¡ v¡¡ias ¿e catls iDquie¡¡dcs ¡ ¡m ticmpo.
XXI. En busca de una estraregia 779

puoto de vista de Sirius, de los miles de millones de dólares para la produc-


ción de armas que oo sirven y que están destioadas a ser chatara uno§ cuan-
tos años más tarde. No.es que no deploremos las obras humanas y los monu-
meotos que estos miles de millo¡es hubiesen permitido edificar. Pero los pre-
supuestos actuales de armamentos no comprometen. a[ m€nos en los pafses
desarrollados de los dos bloques, el crecimiento de la economfa. La carrera
de arnamentos en la India y en el Pakistán es más futresta para el desarrollo
de estos dos países, que la que atrae todas las miradas: la de los dos Grandes.
Estos últimos están lejos todavía del momento en que el peso ecosómico do
la preparación militar les parezca insoportable.
Mucho mayores son las consecuescais económicas y técnicas. Los dos
Grandes se niegan a cousiderar iDdifererite uaa inferioridad cualquiera,
tanto si concierne a la capacidad de atacar el prirnero, de infligir represalias,
de rechazar, como, por último, de enca.iar golpes. Si uDo tieoe refugios ¡nra
la población de los cam¡ros, el otlo también tendrá que tererlos. Si uno prc-
¡rara la evacuación de las ciudades, el otro deberá también prepararla. Es eo
tiempo de paz cuando se desarrolla, por una especie de fatalid¿d, la asceusión
a límites extremos.
Aqu€[os que eran, ayer, partidarios del desarme son hoy partidarios de
una disuasión €stable y des€aD que la estrategia de la disuasión mlnima sea
adoptada por ambos bandos. Si cada uoo de los Graodes limitara su am-
bición a la posesión de un pequeño número de ingenios balísticos invuloe-
rables, la posibilidad de utra eshategia atrtifuer¿a desalnrecerÍa taDto para
uno como para otro. Estaría admitido, por adelantado, que estos proyecliles
no s€ríaD utilizados sino a título de represalia y coqt¡a las ciudades adve$as.
Nioguno de los dos tomaria la iniciativa de hacer entrar en acción su fueaza
de disuasión, segulo como estaría de qu€ sus propias ciudades pagarlan por
las de su rival. En uo cierto modo, esta concepción ma¡ca una vuelta a la
fó¡mula de las represalias masivas, pe¡o siendo ahora la amenaza bilate¡al,
no uoilateral. Esta concepción presenta en principio los mismos puntos d€
que sea todo o nada, apocalipsis o pasividad. Aplicada conscieotemente, ofi-
cialrneDte, por ambos bandos, obligaría a Occidente a hacer un esfuer¿o
masivo de armamentos conveDcionales, puesto que, por definición, ampl.aría
el margen de cooflictos limitados- Si nos plant€amos ea teo¡ía uoa disuasióo
cstabilizada gracias a Ia vulne¡abilidad total de las poblaciones urbanas y a
la invulnerabilidad total de los dispositivos, no tenemos d€recho a co¡neter
de ouevo, agravado, el error que vieoe implicado eo la doctrina de las re-
presalias masivas. Dicho de otia manera, no s€ tiene der€cho a imagiDa¡
que cualquier agresión pr¡€de ser €vitada con la amenaz¿ de represalias ter-
monucleares. La adopción simultáDea, por ambos G¡atrdes, de la estrategia
de la disuasión mínima irían inevitablemente acompañada de una tentativa
occidental de aproximarse a la igualdad etr cuaDto a armas convencio¡ales
(con o sin armas atómicas üícticas).
780 Praxeologír. L¡s antinomias dc l¡ ¿cción diplomática estretegica

I: renuncia a una estrategia anti-dispositiro, es cierto, tenderla a rcducir


el Dúmero de armas producidas por ambas partes. Si en 1962 los soviéticos
no disponen más que de uo Búmero relativamente bajo de armas intercon-
titrenla¡es (m€nos de una ccnteoa, dicen los expertos americaos), la razón
es quiá que ellos se aferrao a la estrategia de la disuasión mfnima, con-
vencidos, por uDa parte, que los Estados Unidos no tomarán la i[iciatiya
de recurrir a las armas fnonstruosas, y' por otra, qu€ la "amenaza do las af-
mas" bastaría para impedir a su elemigo el empleo de ejércitos regulares ¡.
Los EstaCos Unidos, en cambio, tienen un programa considerable & minut¿
man y olt^s armas de carburante sólido (de 2 a 3 mil) porque so co¡teataB
con cab€zas de proyectiles de una potencia r€lativament€ débil (de I a 5
m€gatones) y sobre todo porque conseryan la esperanza de destruir o al meoos
de debilitar coBsiderablemeote el dispositiyo adverso (incluso si éste atacas€
el primero). De todas formas, los dtigeotes americaBos juzgan indispensabl,o
cooservar ----salvo que medie un acuerdo explícito de 'tontrol de armamen-
tos"- una superioridad oumérica sobre los soviéticos, ya qr¡c no daD por
€xcluida utra iniciativa soviética, y tieoen quc practicar una disuasióD activa
(es decir, disuadir de una agresión Bo sólo coora su propio t€rritorio, sino
también contra e¡ territorio de sus aliados).
La asimetría de las situaciones am€ricana y soviética (al menos tal y como
cada uno d€ ellos interpreta la suya propia) hace improbable un acue¡do
cxplícito dc €stabilizacióD sobre la base de una est¡ategia de disuasión mfnima
ac€ptada por ambas partes. Luego, ri siqui€ra este acuerdo detcndrfa la
carrera cualitativa de armamcntos. Los arnericanos tetrdrlan un programa
cuantitativameote menor de itrgenios balísticos si ¡enunciaran a la estrategi8
anti{ispositivo, pero no s€ d€sinteresarlan de ninguno de los progresos t&-
Eicos susceptibles de comprometer la estabilidad del equilibrio. Como de hecho
Bo existe ua acuerdo sobre la estabilidad de la disuasióo, nioguno dc los
Dos acepta, en niugrin terr€no, una inferioridad que corrcrfa el riesgo dc
debilitarles, o con relación al otro Grand€ o a los rivales poteociales, si no
reales. Los Estados Unidos oo renuocian a ninguoa de las i¡oovaciones.
Los Estados Unidos tro reouociaD a oinguna de estas innovacioocs, ac-
tualmente llevadas a cabo o simplemente previst¿s: ni al despegue vertical
de aviones, oi al carburaDte sólido para ingenios barsticos, ui a la búsqueda
de uo ingenio contra-ingenio, ni a los satélites de observación o de comuni-
cación, oi a la mejora de la precisión ds los proyectilcs, ni al acrecc¡tamiento
de la fuerza explosiva para un volumen o un peso de bomba dados, ni a l¿
bomba de neutrooes (que exterminaría a los hombres siu dest¡ui¡ las casas).
Perfecciona las armas con cl fin de que sean más o rnenos horribles- Trabalan

' §e d¡¡ ad¿m.ís ot¡a! dos razoaes sobre .l ¡ct¡aso dc los soyiéticos (1962) c!
cuerto a iugenios balístico3: el costc excBivo de l,os eno¡mes idgenios quc emple¡D
ta¡to pr!¡ la e¡plo¡¡ción espacial corno para el tranaporte eyentual dc c¡bez¡¿ ¡u-
clearee, y el deeeo de llegar lo antes posible a una nuev¡ geueración dc ingenios.
XXl. En busa dc une csütcgia 781

l,ara hac€r que las armas atómicas y lcrmonucleares seaa meao§ costosas
(aunque dcseen que lo seao cada vcz más). Desde el puDto de vista dc la
te¡ría, algunos do estos progresos cotrlribuyen a Ia estabilidad de la disuasión
recíproca (carburantes sólidos, despegue vefiical), al mr¡lliplicar los instru-
mentos de represalias, cada vez nr€Eos wlnerables. Otros cootribuyen a la
inestabilidad de la disuasión al aumenlar el inceotivo a la iniciativa. Porquo
la distinción no es siempre fácil, en realidad, Gntre los progresos que consoli-
dao y aquéllos que compror¡cten la estabilidad de Ia disuasióu, los taborato-
rios toman por caminos que se abreo aote cllos o, al menos, oo rechazan ni¡r-
guna de las vfas que descubrea.
La única moderación que se imponeo ambos protagonistas, como para
demostrar la sinrazón de la técBica desencadenada y pretendidam€nte raciooal,
concieme a la defensa pasiva. Se gastan milles de millones para reducir el
porc€Eta¡9 de avio¡es qrrc fraoquearían la red de aviones de caza o de ioge-
nios tierra-aire, pero oi siquiera se gastao cientos de millones para preparar
a la población contra la eventualidad que se proclama estar consideraodo,
ni para reducir las pérdidas ¡ror la catástrofe s¡, a ¡,esar de todo, ésta üene
lugar.
Confieso que a p€sar de las llamadas explicaciones racionales que ban sido
propuestas a ello, esta moderacióq me parece irrazo¡¿ble. Es cierto quo de-
iando a la poblacióo de l¿s ciudades y aúo a Ia de los campos sin ninguna
prot€ccióE, los enemigos intercambian por decirlo así, reheses, y ponen do
maoifiesto uno hacia el otro su voluatad de paz, Es tambiéo cierto quc, al
jugar Ia lcy de la reciprocidad, cada uno se pr€cipitaría a imitar a su rival
e inteEtaría €stablecer la igualdad a uo nivel superior. Pero ¿por qué este
útimo argumento serfa establecida a un niyel sup€rior- con-
-la igualdad
vence precisamente efr el puDto e¡ que es menos cierto? Ya qus los Estados
Uaidos, si no el Occidente entero, s€ríao mucho más capaces que la Unión
Soviética de coosagrar a refugios subte¡ráneos y a almacenamiento de ali-
meDtos y de máquinas, miles de millones o dec€nas de miles de millones. Sc
obiet¿ q¡¡c es imposibte proteger a las poblaciones civiles cootra los efcctos
de las explosiooes termonuclea¡es. No es imposible asegurar una cierta pro.
teccióu coDt¡a las lluvias radiactivas eo los campos, y hast¿ en las ciudades,
nr es imposible acreceotar las posibilidades de supewiveocia. L¿ reducción
del porcentaie dc pérdidas, lógicamcnte, importa tanto o más que la reduccióo
del porceota.ie de aviones o de ingenios que atraviesen la red ds defensa
activa. Se gasta sin cuento para reducir este último porcentare, pcro no pata
¡educir el prim€ro. Dudo que a la larga esta paradoia pueda ser defeodida
coo el exclusivo recu¡so al argumeDto de los rehencs-
Si este análisis cs exacto, la carrera de armamentos debería, acelerarso
cn el transcurso de los próximos años y adquirir uaa dimeosión cuantitativa
al mismo aiempo qu€ cualitativa. En efecto, todo esfi¡erzo do defensa pasiva
782 Prrxeologíe. Las ¿¡tinomias d¿ l¿ ¡cción diplomáticz estretigica

exigiría utr aumento sustaocial del presupuesto militar'. Un argumento


senrcjante podría teDer por otra parte una sons€cuencia favorable: devolver
a los hombr€s del K¡emlin el int€rés, que parecen haber perdido, por los
acr¡erdos de limitación de armameotos.
Los negociadores amedcaoos no han captado qu€ la duIaciófl misma de
las cooversaciones hace cada vez más improbable la fi¡ma del 6atado.
La moratoria de hecho, sin tratado ni inspeccióo, constituía, desde el punto
de vista del Sr. Krutschev, la solución ideal. Nada Ie impedía proceder a
experiencias indetectables, si lo juzgaba necesario. Sabía que los ame¡icanos
estabao paralizados por la palabra dada y por la ausencia de secreto. Obte-
nia, pues, duratrte años, [o que babía sido iovitado a pagar por la fi¡ma de
un tratado quo organizase, sobre el t€rritorio soviético, puestos internacionales
do obse¡vación. Sólo la prueba evideote de la voluntad americana de reem-
prender las ex¡reriencias hubiese podido decidir al Sr. Krutschev a firmar el
tratado que hubiese considerado esta renovacióri de las ex¡rerieo-
-siempre
cias como contrafia a su itrterés.
Igualmeote, gara decidir al Sr. Krutscbev a 6¡mar un tratado que eíabü-
zase la disuasión recíproca y detuüese la carrera cualitativa de armamentos,
el rnejor medio hubiera sido el de facilitarle una razón casi coaccionantc
para hacer§ es decir, aurneotar el costo y los riesgos de la co]¡u¡tura p¡eseote.
I-a acfual carrera de innovaciooes no tiene un ritmo tal como para que sea
intolerablemente pesada o temible. Si ese ritmo se convirtiera eo lo uno o en
lo otro, los incoDve¡ientes en un mundo en que los afmamentos estarÍaD
limitados por uD acuerdo explícito, le ¡nreceríau quizá inferiores a los de
un mundo real en qu€ el presupuesto militar de los Estados Unidos alcanzase
ocbenta mil millones de dólares.
Quiá antes de detenerse, la car¡era de armamcotos se acelerará.

4. It improbabilidad del acuerdo entre enemigos.

Dos escuelas se enfrentan eD los Estados Unidos, uDa favorable al desarmo


general y, sobre todo, nuclear, y otra favorable al "control de armameotos",
en el sentido que hemos dado a esta expresión; control que no implica
el desarrne total o general y que, a los ojos de los defensores d€ la otra es-
cuela, se asemeja a veces al manteDimiento de los armamentos más que a
su supresióo o reducción.
fas seccioaes precedetrt€s se inspirau. con un creciente pesimismo, ca
ideas de la segunda escuela. Ya que, al meBos que se apruebe un desarme
unilateral a cualquier precio o que se imagiae un sistema internaciooal radi-

' El Presideate Kcnnedy acaba de Lacer aprobar en el ve¡¡¡o de 1961, log


primeroc gas!6 import¡nte de defe¡s¿ pasiva. No se t¡¡t¿ todavía sino de ¡¡o¡
cieDtos de millones dc dól¡rcs.
XXI. En busca de una cstrategia 783

calmente difererite del que conocemos, en el que los Estados viviran con
seguridad, sin armas y sin coDflictos, estas ideas soo coovinceotes y, yo dirfa,
casi evidentes. En efecto, se resumeD en las proposiciones sigui€ntes. El
dcsarme o la reducción de armamentos no es eo sí un fin, sioo un medio
con vistas a reducir el riesgo de guerra, sin ac¡ec€ntar por ello el
-medio
peligro de la derrota si la guerra tiene lugar a pesar de todo. Como esta
fórmula es ciefa para los dos campos o para los dos Grandes, uu acuerdo
de limitación de armamentos no tiene posibilidad de ser firmado, sino a con-
dicióD de que no se modifique et equilibrio de fuerzas, y de qu€ no signifique
para uno u otro ventajas especiales. Más aún, como es inconcebible, al menos
en un futuro próximo, que la paz surja de la desapariciós de las armas y dc
la imposibilidad cons€cutiva de combatir, los acuerdos de reducción o de limi-
tación de armamentos, no debetr atenua¡ el temor a Ia guerra termor¡uclear,
que co¡tribuye, provisionalmente, al estado de nqguerra. Finalmetrte, estos
acue¡dos eventuales no difieren por su naturaleza de las decisiones que
toman unilateralmcnte los Estados, co¡ la idea de atenuar el peligro de una
guerra por accidente o por mal entendido, sin privarse de la posibilidad
de emplear la fuerza o la amenaza para cambiar sus obi€livos propios o
para disuadir al enemigo de los suyos.
El argumerito de la escuela del "control de armamento§' -los acu€rdos
de reducción, limitación o inspección no son más que un aspecto de la
política de armamentos y deben ser considerados d€ntro de la coyuEtura
global para poder ser obr€tivamente apreciados- €s, a mis ojos, irefutable,
en función de las exigencias de la política de la responsabilidad. Pero -esta
concesión debe ser h€cha a la otra escuela- no ha conducido hasta el rr¡o-
mento a ninguoa medida de des¿rme y nada anuncia, en 1961, que deba con-
duci¡ a ello.
Como consecuencia de las circunstancias, la ncgociación sobre el cese
de las exp.¡iencias nucleares había adquirido el valor de un sfmbolo- El
míoimo de inspección que exigen los Estados Uaidos sobrepasa el máximo
que la Unión Soviética está dispuesta a consentir. Esta ríltima no quiere ir
más allá de las tres inspecciones por año, sobre el ter¡eno y destiDadas a
establecer la naturaleza de los "fenórienos sospechosos" registrados por los
iostrum€[tos. Los Estados Unidos reclamaron en un principio veint€ y do
que¡fao transigir a nenos de una deoena. El secretariado encargado de la or-
ganización del sistema de inspeccióo deberfa tener, por comúo arnt¡miento,
én 1960, un iefe [eul¡al. En 1961, después del asunto del Congo, los diplo
máticos soviéticos dieron marcha atrás respecto al acuerdo ya iniciado y
propusieron coo obstiDación un s€cretariado de tres persotras (un soviético, un
occidental, un trÉomprometido), lo que equiyaüa, a los ojos de los ame¡i-
canos a iotroducir uo derecho de veto en el sistema de inspección. Cua[-
quiera que sea la interpretación que deba darse a la actitud soüética desdc
1959 a 1961, el hecho escucto lxrmaoece: en última instancia, los hombres
784 Praxeología. La,s a¡tinomi¡s de l¿ acción diplomátice estrategica

del K¡emlin no han estimado que los beneficios de uo "acuerdo eDtre eoe-
migc" sobre ¡a ümitación de La carre¡a de amameotos fuera¡ superiores i
los inconveoientes, desde el purito de yista de su propio i¡terés y a corto
plazo (ioconvenientes de un sist€ma d€ cootrol establecido sobre territorio
ruso o d€ teosióq con su aliado chino), Por su parte, los americanos hao
coosiderado qr¡e un acr¡erdo que no ofreciese uDa garaotía suficiente de ser
respetado, es decir, un acuerdo fundado sob¡e la coofianz¿ en el cotrúario y
oo sobre el rigor de la inspección, sería más peligroso que útil. A no ser
que luego tenga lugar un acoDtec¡miento que modifique la psicología, ya de
los hombres del Kremlin, ya de los di¡igeDt€s americanos, no se ve que
oego€ia€ión, r€fefente a una limitación de armamentos de alcalce restrio-
gido, uo chocaría cootra el mismo géoero de obstáculos. Tampoco se ima-
gina siquiera qué negociación podría ser iniciada, en el momeoto actual, coo
rcsultados betreñciosos,
Consideramos, por eiemplo, el problema de la disuación recíproca. El
obietivo es el de garantü¿r a cada uao de los Grandes respecto a la intcn-
ci& del otro, sitr dar a ninguno de ellos una veotaja en relación a la s¡tua-
cióo actual. Iá hipótcsis, con frecuencia tro formulada, es la de que los dos
campos estáo igualmentc iDteresados en disipar la inquietud y que ambog
han tomado lo sufici€DterDente en serio el riesgo de una guerra por acciden-
te, anticipacióu o maleqt€ndido, como l/¿ra renunciar a las ventaias eveotuales
qür uno y otro podrfaq obteoer eD cielos casos del temor a llcgar a límites
extremos, Esta hipótesis parece todo meoos demostrada. En general, es la
Uoióo Soviética la quc perderla más coo el "final del temor". Hasta los mis-
mos Estados Unidos d€plora¡ía8 a yeces y¿ no estar eE situación dc disuadir al
adversario coo rma Yaga a¡nc[aza.
Adm¡tamos, sin embargo, que los Dos estén de acuerdo en preferir una
disuacióD establo a una disuación inestable. Cada uno sabe que el otro po-
sce un dispositivo termooucl€ar iovulnerable, y ambos sahn tambié! que
este dispositivo adverso está aputrtaDdo a las ciudades y no ld fuerz¿ de ata-
que, y que, por lo tanto, §u rival Do tieo€ ya una mayor iBteocióD agre.
siva que él mismo, Quiá est¿ situacióo existe en uoa cieÍta medid¿, pero
par¿ estar scgruo de quc esta situación cxisüc y de que Bo será modificada,
había que poner a punto uo sistema de iospección tan complejo, tao sutil,
qr¡o un nucvo ma¡atón diplomático comparable al de Gircbra sobre el cesc
do las experieacias nucleares, llevaría probablemeote a[ mismo fracaso.
I-a deteoción de la carrer¿ cualitativa de armameotos es diflcil de con-
c€bir, de negociar y de garantizar, pero de uoa man€ra distitrta como lo cs
cl cese de las experiencias nucleares, La exploración del espacio abre, sio
duda, posibilidades ioédit¿s de orden militar. Es ya corocido que el trabajo
dc los U2
-o aparatos de obs€rvacióD que vuelan a una eoorme altura-
ha sido tomado de auevo ¡ror los satélites bautizados Midas. S€ imaginaráa
o cstán imagiDáod6c otras utilizaciooes de loe satélites. Para consolidar l¿
XXI. En busca dc um cstratcgir 785

disuasión recíproca bair 1a forma técnica que reviste hoy dla, un acuerdo
sobre cooperación en materia espacial, o sobre la prohibición de la utili-
z¿ción militar de los espacios iDtersiderales serfa indispensable. Hoy dfa,
ali¡ no se ha tratado de ello. Y cuando s€ trate será demasiado tarde.
Supongamos que se quiere estabilizar la disuasióo limitando el Búm€ro
de ingenios balísticos por utro y oÚo lado. Yo admiro a los expertos ame-
ricanos que so preguntan seriamente si la cifra meior s€ría de trerientos, de
quinientos o de mil. Estas controversias teóricas tietreo un solo interés:
obligao a los defe¡sores del desarme a recoDocer que el máximo de seguridad
tro coi[cide necesariamente coo el míoimo de armas. Pero como fi¡era de
esta virtud educativa, estas controversias no soo más que juegos iDtelectuales,
sin relación concebible con cualquiera negociación, cualquiera que sea. Es
cierto quo el Estado agresivo, que se propusieÁe destrui los medios de repre-
salias del otro, debería asegurarse una superioridad uumérisa considerablc
(al mcnos de 3 a l, y probableme[te a¡Ír más). Si.el trúm€ro de iDgenios
balísticos a que cada uno ds los Dos teodría derecho fuera demasiado débil,
un fraude limitado bastaría para comprometer el equilibrio. Por el cootrario,
si cada uno de los Grandes tuviera derecho, por tratado, a quiDieotos inge-
nios, solamente un fraude masivo, quc estribase eu unos mil ingeoios por Io
meoos, daría una posibilidad de debilitar de una manera decisiva el disposi-
tivo termoouclear do represalias advcrso. Pero aquél que se imagitra que los
delegados americauos y soviéticos discutiendo gravem€nte si cada Grande
oo pos€erá más que doicientos, trcscietrtós o quir¡ieotos proyectihs, y si cada
uno de ellos habrá de comprometers€ a no construir refugios subterráneos
para su población, a no colocar bombas termonucleares en los satélites,
lermioa, a fuerza de sutilidad por parec€r tan ingenuo como los partidarios
del desarmo a todo precio y a cualquien condición. Este tipo de negociaciones
chocarfa coo obstáculos todavfa mayores que la conferencia sobre e[ ces€ de
experiencias nucleares. Y es, en sl, incom¡atible coE la naturaleza tradicional
del hombre diplomático-
¿QuiéD sabrá. de aquf a varios años, cuántos ingenios balfsticos poseerÁo
Estados UDidos y la Uaióo Soviética? ¿Dónde cstarán establ€cidas las ram-
pas de laozamiento? Si la inspección tuviese por objeto garaotizar el desarme,
todavfa podría acepta¡se, ¡ero si el obietivo es simplemente el de mantener
cl statu quo que a los ojos de los cstadistas tiene grandes probabilidades de
existir desde abora, estos esfuerzos parecerán desmesu¡ados y ridfculos. Exis-
ten más dificultades (probablemeate no invencibles) ea combioar el conoci-
micnto r.cfproco del iostrumeoto de disuasión con el sec¡eto, que al meDos
para uDo d€ los dos, es uu factor de i¡vulnerabilidad.
En resumidas palabras, tras el fracaso de la confercncia sobre el c€se dc
las expericncias tucleares, yo no veo que ninguno de los elemeDtos qu€ af€c-
tan al equiübrio de la disuasión rccíproca, prom€ta coúvertirs€ eD obieto d€
uo acu€rdo D€gociado, garantizado por un sistcma de insp€cción: la inspcc-
7 Pr¿r.ología. L¡¡ ¿r¡tinoñia, d. l¡.cción diplomáia cstnÉgice

cióD dc los laboratorios para impedir la nrjora de las armas existentcs


(fuerza explosiva mayor grra uo peso dado, fabricación meoos costosa) o la
pu€sta a putrto de armas nuevas (bombas de oeut¡ooes, armas qufmicas o
bacterk ógicas), la inspección de trritorios pafa loca¡izar las rampas de
lanzamiento de los ingenios balísticos, no so8 quizá físic¡ o t&n¡cameate
imposibles, ¡rro son ioaceptables para la Unión Soviética y, por otro lado,
coDtrarias al principios de l,a iguatdad de Las veotajas o de los inconvenientes.
l-a pérdida dol secreto costarí¿ cara a la Unión Soviética y casi nada a los Es-
tados Unidos-
Si Ia tentativi dc negociar un acuerdo parcial h¿ fracasado y parece quc
tenía qr¡o fracasar, ¿tendremos una mayor posibilidad de cooseguir llegar a
él esforándotros en poner a pu[to un plan geoeral que englobe todas las
armas y quo prevea todas las etapas sucesivas hasta el llamado estadio final
(míEimo d€ armanrentos compatibles con la seguridad interna de los Estados)?
En teoía, el método global preseotaría ur¡a ver¡taja en relación a[ método
analftico; el objetivo los hombres de Estado desean realmente el des-
arrne- Eo scría indigno -si de los esfuer¿os desplegados ni de los sac¡ificios
conseoüdos.
No parece, sio embargo, que hasta el momeoto las negociaciones r€lativas
al desarme general hayan sido nunca tomadas e¡ serio ¡ror uoo u otro de los
Grandes, ni que hayan representado algo más qrie un aspecto, por otra parte
secundario, de la guerra de propaganda, de la rivalidad ¡ror convencer a las
opioiones públicas de que era el or¡o el responsable de las carreras de arma-
meDtos. Pero este esc€pticismo podría tener causas circunstanciales y no
permaneDtes, como por eemplo, la disparidad de fuerzas eB uno u otro le-
f¡eno.
En el momeoto actual, hay razones para pensar que los Estados Utrid6
y la Unión Soviética están o se creen en una situación de aproximada igual-
dad eo cuaoto a capacidad esratégica d€ ataqr¡e y represalias (no sin algrin
temor, por parte americana, sob¡e las ventajas de la iniciativa), y en cuanto
a arma¡ atómicas táctisas '. Por el contrario, la Unión Soyiética y sus aliados
üeuen una superioridad sustancial en Europa y enorme en Asia, en cuar¡to
a armas clásicas (superioridad cuantitativa, no cualitativa). Esta última sup€-
¡ioridad no es ni irresútibl€ ni inevitable, al menos en el Vie¡o Continente-
ta Unión Soyiética ba reducido sus objetivos y no puede estar segura de Ia
¡ealtad de los ejércitos polaco y h¡lngaro, ni siquiera del eiército de la Ale-
mania del Este. Los países europeos no son en ningún modo capaces de poner

' Esta proposición ya no es cierta en 1962. Los dirigentes americanos, y M. Mac


Namara sobre todo, afirman la superioridad americana respecto a los ingenios lralisticos
ya que se declaran capaces, incluso si la Unión Soviétice a¡sc¡ la primera, de llevar
¡ cabo u¡a estraregia antidispositiva que implic¿ que después de haber conside-
-lo l-lnidc conserv¡¡ían la sr¡Gciente
rado el dispositivo enemigo los Estados maquinaria
o bomb¡¡de¡os para replicar sob¡e las ciudades en caso qüe el enemigo ataces¿ a las
ciudadee an¡ericanas
XXI. En busca dc uaa estntegia 787

G! pie de gu€rra a treinta o cuareot¿ divisiones, que cquilibrarían a las diü-


siones quo la UDióo Soviética estaría en situació¡ de hace! entrar erl batalla
iDmediatameote, a cientos de kilómelros de sus bases. Pero los Estados de la
Europa Occideotal no maoifiestari el menor deseos de realizar ese esfuezo
de armameEto clásico, cuya capacidad física poseen.
Supongamos esta dificultad resuelta y que la Unión Soviética acepto
reducir sus propios eiércitos a un nivel tal que el equiltbrio entre los dos
campos sc vea restablecido. EI dla en que el obietivo fuese grandioso
plan total de desa¡me po¡ etapas- ¿desapareceríao como por milagro -un
los
obstáculos quo se levantaban en el car¡ino de los acue¡dos parciales? Estc
es el sentido de las declaraciones, multiplicadas por el Sr. Krutschev, segrin
las cuales el día en que los occideotates hayao aceptado el desarme total, él
aceptaría cualquier inspección que ésta, en un mundo armado, no cs
-ya
sino espionaie. ¿Qué es lo que impide a los occidentales responder de la misma
manera y declararse, también ellos, partidarios del desarme total?
La rzzón es, en prirner lugar, que el estilo de la propagaada occidcntal
difiero del estilo soviético. A los estadistas occidentales les repugnan las 'tnor-
mes" meotiras o las afirmaciooes manifiestamente inaplicables. Hao puesto
de relieve, en numerosas ocasiones, la misma mala fe que los soviéticos y han
introducido eo sus planes ciertas cláusulas inaceptables para el otro bloque.
Pero oo s€ decidi¡án a suscribir el principio del desarme total, cuya realización
la consideran fuera de lugar. En la iosisteocia del Sr. Krutschev para obtener
ta adhesión dc Occideate a esie priDcipio, creen descubrir u¡a indife¡encia
hacia un posible acuerdo y la exclusiva preocupación de la propagatrda.
Eo otras palabras, lo que se ha revelado hasta el momento como imposible
eo detalle, no me parece probable eo coniunto. A propósito de cada frase,
habría quo determirar qué tipo de inspección necesita la reducción o la li-
mitación do armameDtosr asl como habúa que as€gurarse que el equilbrio de
fuerzas globales fuese mantenido y cl equilibrio de la disuasión salvaguardado.
El sistema previsto para la inspeccióo del cese de experiencias nucleares da
idea do un sistema que combinaría la observació¡ aérea (para determioar
el emplazamiento de las rampas de lanzamiento) y la inspeccióo terrestre dc
fábricas, laboratorios, guamiciones, sin contar con la insfEccióri de las flotas
d€ submariDos. Con toda honradez, debo confesar que el moDuriental tra-
bajo realizado por los autores sobrc el lema del "control, reduccióo o limi-
tación dc armamentos", m€ ha co¡vencido dc [a improbabilidad extrema dc
oingúo tratado cn rigor, la del tratado relativo al cese de experien-
-salvo,
cias oucleares qr¡€. como sab€mos, no será firmado pof el momento. A esta
cooclusión, que será considcrada como pesimista, yo querría añadir, sin
cmba¡go, trcs rcservas.
Pu€dcn tomarse por decisión uoilateral medidas dc ¡edr¡cción dc armarnen-
to. Es concebiblc, por eiemplo, que uno u otro dc los Dos, el día quc tomaso
la d€cisión dc disminuir el .stock de armam€nto o de armas termoDuclearcs
788 Prexcología. l¡s ¿ntinomi¡s d¿ l¡ ¡crión diplomátice cstntcgic:

acumuladas, otrezca tratrsfcrir uDa ciefa proporcióD, cada mes o cada aío
a uaa iustaocia intemacional, a coudición de que su rival haga lo mismo. I-a
desigualdad de stocks desde el putrto de pañida oo irnpedirfa el desarme por
una "dialéctic¿ dc decisio¡cs unilaterales". Cada u¡o guardarla no disi-
mularía al hacerlo- un stock suficiente para poseer todavla utra -ycapacidad
sEtancial dc represaüas y, por lo tanto, para no encont¡:rrse a merced de su
rival.
Yo ¡o creo que esta dial&tica del d€sarme com¡rarable a la car¡cra do
arnam€ntos y su itrversa, esté a punto de comenzar mañana y de llevar a la
Humanidad a un mundo sin armas. Pero esta es la seguoda reserya quo
qucríamos hacer- la coyuntura presente-y implica uBa combinación de dos
rcciprocidad€s, reciprocidad de armamentos y reciprocidad de desarmo. I-a
prirnera iuega pleoamente en los l,aboratorios; la segunda en la negativa do
coostruir refugios, y ambas determiDaqdo los presupuestos militares de los
dos Grandes.
Si se acrrrda relacionar coo Gl domitrio de los armam€trtos todas las me-
didas tomadas por una y otra pa¡te ¡rara evilar la guerra termoouclear y
que url cooflicto local llegue a llmites extremos, cDtooc€s todos los Estados
practicao el'tontrol de armame¡to§', auoqu€ sea sin saberlo, igual que el
s€ñor JourdaiD bacfa prosa '. Y ello porque la esÚategiadiplomacia de Occi-
dente, igual que la de la Unión Soviética, tiene por objetivo oo bacer una
gu€rra "caliente", no perder [a guerra frfa y no ampliar los conflictos locales-
Sieodo estos los obictivos de la estrategiadiplomacia, la politica de arma-
mentos está det€rmiEada no sólo por la voluDtad de evitar I¿ guerra o &
gatarla si ocurre, pero por la decisióo, más compleia, de reducir cl volumen
de la violencia y, por Io tanto, segl¡D los casos, de impedir lodo recurso a la
fuerza amenaza¡do coo represrlias termofiucleares, así como de cvitar la
extensión de uha guerra gracias a[ equilibrio de la disuasión,
Numerosas consideraciones referentes al control de armamentos son insq.
parables de las cootroversias entre los occidentales sobre la nrei:r polftica de
armamentos. Por ejemplo, uno de los obi€tivos del coutrol d€ armam€Dtos,
uoa de las aplicaciones de la idea de la reducción de la violeocia" .s la
localizació¡ y la limitacióo de los eveon¡ales coDfli€tos armados. Pero esta
limitacióo, en la medida ea que la voluntad de hacerlo se maoifieste por ade-
lantado, acr€cieota el riesgo de conflictos y, por otra parte, el dcsco de
limitación no queda demostrado, dqsde el punto de vista de¡ enemigo, s¡oo
con la adquisición de armas clásicas eo cantidades suficient€s. E! otras pala-
bras, es mediante a la d¡shibución de los galos cotrc las armas clásicas y
armas Grmonrrcleares --decisióa qlrc f¡¡e y debc ser decidida unilatcralmen-
te- como cada campo influyc sobre la probabilidad ya de cooflictos localcs,
ya dc la limitacióo de csos mismos conflictos.
Sin dud¿, todos los obictivos del domiaio dc los armarDeDtos no puedcD
I ll- dcl T.: ¡rereonaje del "Bourgcois gcntilhoruoc", de Molié¡c.
XXl. En buscr dc una estratcgia 789

ser alcanzados co¡¡ una cxclusiya decisión uoilateral, cD auseocia de un acuer-


de negociado, Pero, en la riedida etr que se quieren €limiDar, tanto como sea
posible, los riesgos de guera por accidente técnico o por accidcnte humaDo,
o por anticipación y male8tendido, Ias medidas unilaterales, combinadas
con la lógica de la acción recfproca, abren persp€ctivas más ampüas que cual-
quier negociación. Corresponde a los exp€fos escoger sistemas de armamen-
toa que reduzcao al mfoimo el que una bomba estaUe sin que el mecanisnto
hay sido puesto eu accióu por uua voluotad humana, o de que las institucioncs
dadas por los iostrumentos se presten a una falsa ioterpretacióD- Correspon-
derá a los hombres de Estado reflexiooar por adelaotado sobre los medios
qug garaoticeB rocíprocamente de sus iotenciones, que manteogan las comu-
nicaciones en período de crisis y que hasta reserven una posibüdad de tcr-
mina¡, aDtes de haber agotado los stocks dispoBibles, una glrcna en la quo las
bombas t€rmonucleates hubieran sido empleadas. No es irrazoaable, como
nos repiten los autores americaDos, peDsar hasta etr circunstancias eD las qug
Ia capitulació¡ sé impoodría para salvar a una parte de [a poblaciótr- Pero,
aún €n este caso, el exceso de sutilidad racional se distingue mal de uoa
especio de ingenuidad. La limitación de los conflictos exige un temor a la
ampliacióo: es imposible para rm campo argurar al otro de sus intencioncs
sin crear uu luevo peligro. Serla útil, pero quizá no sea posible, saber por
adelantado cómo los hombres de Estado, res¡ronsables en Moscri y en Was-
hington, cooseguiían resistirse a la locufa homicida y llegarfan a limitar el
cmpleo de armas, cada u¡a de las cuales encierra una fuerza desmesurada.
Por último la tercera reserva- la probabilidad de que el dominio
-y es
de los armari€ntos implique pocos o nio$¡n acuerdo negociado sobre la dis-
minución de arnameotos, Eo es preseDtada como defioitiva. I-as dificultad€s
téc.nicas de iEspección son eoormes, pero tro son definitivamente insolublcs en
§f. I-a inspección no proporciooará truoca una seguridad absoluta cootra el
fraudo y la guerra, Irro el armamento tampoco. ED este caso, como siempre,
la decisiód equivale a uoa comparacióo de riesgos. Por el mor¡ento, los iefes
do los Dos Gratrdcs t€ñr€D más los riesgos del desarme y de la iospeccióo,
que los de la actual paz por el equilibrio del temor. Los motivos de esta
evaluación de los riesgos son mrltiples, pero se reducen, a mi ¡rarecer, a unas
cuatrtas afirmaciooes simples: los soviéticos tieoeo horror a la inspeccióu-
espionaie; los ame¡icanos manifiesta¡ una suspicacia extremada respecto a
[,os bolcheüques y a sus intcnciooes. Ni unos oi otros temeo demasiado, a
pesar de l,as advel€ocias ¡rodigadas por los expertos, a la guerra termoÍu-
clear. En todo caso, cstc temor es rrago y a largo plazo. Es más fuele c!
temo¡ próximo a la inspección o al fraude.
Quiá una crisis grave iaüfiera en cl espíritu d¿ los dirigentes do Was-
hingtou y de Mosc¡i, csta icrarqula de peligros y esta clección de ri€sgos.
7 Pr*eología. La¡ antinomi¡s dc l¡ ¡oción diplomátio cstntcgica

¿Coostituye la carrera de armameutos Ia causa del coollicto t olftico, o cs


el colflicto político la causa de la ca[era de armamento§? Esta clásica pre-
gunta no admite, como hemos dicho, una fespuesta categó¡ica. I-a carrera
de armamentos es el resultado de la búsqueda de la seguridad por la fuerza,
simboliza la dialécrica de la hostfidad etr tiempo de paz, y constituy€ la
fórmula no bélica de la ascensión a límites extremos. Es, pues, susceptible,
eo determinadas circu¡stanc¡as, de inteosificar la hostilidad de que es resul-
tado, y de agravar la inseguridad que experi¡neota cada uno de los rivales-
Cada uno de ellos se arma porqr¡e el otro lo hace también, y oi uoo ni
otro pued€n poner un punto fiDal a esta progresióo. Esta situación apafeote-
mente absurda para aquél que se niega a entrar en la línea lógica de los
actores, puede efectivamente estar originada menos por las sospechas que
cada uno alimeota respecto al otro, que por las armas que éste adquiere;
meoos por las intetrciones que cada uno de ellos adjudica a su fival, que
por los medios de destruccióD que le cotroc€. Esta es quiá Ia coyuntura
actual.
Los defe¡sores del "desarme" o "coot¡ol de armarrentos" no apruebaD
o€cesariameote la tesis, s€gún la cual e[ peligro teod¡ía por ¡¡oico origen, o
principal, a las armas termonucleares. En realidad, unos se limitan a afi¡mar
qu6 estas armas uo eliminan el peligro d! guerra y darían a esa misma gue-
rra el caráct€r de una catástrof€ sitr pr€cedentes. Otros afi¡man que la hosti-
tidad posiciooal, de poder o de ideología entre [os dos Crandes no justificarla
una guerra "caliente" y que los Estados Unidos y la UDión Soviética s€ odiao.
sobr€ todo, al pensar en el mal que podrían hacers€. Otros, eu fin, no inclu-
yeo co la cuenta de armas ni la violeocia del conflicto ni las pasiones enemi-
gas, Ircro comprueban que el perfeccio¡amiento de las armas constituyc uoa
causa suplemenlaria y autóooma de una guerra que, como consecuencia do
este mismo perfecciotramiento, sobrepasala en horror a todos los males quc
los hombres se hao iDlligido mutuamente a lo largo de los siglos.
Los tres argumentos tienen, todos ellos, al rnenos una parte dc verdad-
Suponicndo que las armas de destruccióD masiva no au¡neDtcn los ricsgos
de gucrra, si auñentan evideDtemente el costo de una guera eventual, daD
una dimensióD más al coollicto, una recrudccida espe¡anz¿ a las pasiones y,
quiá, hasta suscitetr riesgos auténticos de cstallido GnaleDtetrdido, accidcDtc,
Gtcétcra). La ircertidumbre se ¡efiere a la cantidad.i ¿com¡rnsa el temor
que la guerra inspira, el peligro creado por las armas y por las ionovaciones,
o lo supera arln? Personalmeotc, ante csta cuestióo, me sietrto incapaz dc
da¡ una respuesta categófica, pero me siento también impresionado por €1
hecho de qu€ la mayorfa de los sabios ¿mericaoos se inclinan al pcsimismo.
Au¡quo la gl¡erra termonuclear sea improbable, para cada iDstant€ y cD Gada
crisis, ¿ao se convertirá co probablc a la larga, si los Estados coDtin¡lan
multiplicaodo las innovaciooes y lugaado a la \tz con esta arrreaaza?
Cualquiera que sea [a mcdida del peligro, yo no yeo cómo podrfa escapar
XXl. En busca dc un: estrategia 791

I él la Humanidad por el mom€nto. E[ sistema de inspección que exigía el


¡cuerdo sobre el clse de las experieocias nuclea¡es, pcrmite imagioar el sis-
tema que sería exigido por un acuerdo sob¡e el desarme Slobal y €xplic¿r
por qué un acuerdo scm€janto oo será firmado cn el transcurso de los pró-
ximos años, NinguDo de los GraDdes podrá prometer que deiará de tomar
la iuiciativa de recurrir a las armas atómicas o termonucleares: uDa promes¡!
semeiante exigiría por parte de los occideBtales uo esfuerzo de rearme clásico,
al que se niegan eqüivocadamente.
No es que los-probablemente
Dos actúe¡ como si el peligro no existieso. Por el contra-
rio, achian eo parte como si bubiesen escucbado a los partidarios del "control
de los armamentos" y se esfuerzaD er¡ defeodef sus inte¡eses reduciendo el
volumen de la violencia, previniendo la extensión de los cotrflictos, no em-
pleando más que las armas clásicas cuando sc hace inevitable el recurso a
la fuerza y asequrándose reclprocamente cn período de crisis de sus itrtencio-
aes pacfficas, Pero estos acuerdos, si es que los hay, sotr implícitos, y las
medidas adoptadas soo unilaterales, por lo que no ponen fin a lo que la
mayoría de los expertos consideran como el aspesto más grave de l¿ actual
rivalidad plaoetaria: la ca¡re¡a cualitativa de armamentos.
Yo no descooozco la gfavedad, a la vez trágica y absurda de esta carrera.
Pero me pregunto: ¿por qué milagro podrfan sustracrse los espacios ioter-
siderales a la utilización militar, a no ser que tenga lugar una revolución
en el co¡azón de los hombrd y en la naturaleza de los Estados? ¿Cómo acep
tarían los Estados Unidos y la Uoióo Soviética a renuociar, cada uno de
ellos, a su programa y a no tencr ya satélites más que en común? ¿Por qué
habrían de renunciar los G¡andes a pasar de bombas de alguaos megatotres
a bombas de algunas deceoas de megatones? r. ¿Por qué no habdao de pouer
a puDto las bombas dc fusión, cuyo detonador no estarfa coostituido por
una bomba do fusión y que exterminarla a los hombr* sin destruir ¡os cdi-
ficios?
Iodudablemeote, los dos Grandes experimeutarfao un sentimieDto de se-
guridad si el equilibrio de la disuasión recfproca fucse estabilizado con un
trúm€ro corocido de iogenios. El equilibrio de Ia disuasión no merecerfa ya
el ¡ombre de equilibrio del tcrror. ¿Por qué asomb¡arse de que este equi-
librio no haya constituido el obieto dc un acuerdo etr toda la regla, cuando
los Estados Utridos ni siquiera han podido convencer a sus aliados de quo
renuncien a esas armas?
En el transcurso de los próximos años, el progreso técoico quiá cstabilice,
de hecho, esta disuasión recfproca. No hay que contar con los diplomáticos
para realizar esfa estabilizacióu.

' mc¡o! q¡c loa crpa¡tor ¡o dcclrrc¡ quc l¡¡ boobú dc lm Ecgatorcs aon
'i¡útilcs-.
^
Capítulo XXII
EN BUSCA DE UNA ESTRATEGIA (2)

II. SOBREVIVIR ES VENCER

lel ob¡ti"o do Occideote no es sólo el de evitar ,a gr¡crra termonuclear,


siDo también el de vencer o el de no ser veocido. Si el rlnico ob¡etivo fuese
el eütar la guerra t€rmonr¡clea¡, la decisión racional, la quc teEdrfa mayor
posibilidad do alcaozar ese obitivo, s€rfa la capitulacióo- Puesto que Occi-
dctrte oo capitula, a pesar de las bombas termonucleares y de los ingenios
ballsticos con los que amenaza el Sr, Krutschev, es porque cl objetivo de la
lucha ¡nerece correr el riesgo de la resistencia.
Esta tilüma afirmacióo, aplicada a un caso particular, quiá parecerá ¡n-
radóiica y hasta absurda. ¿Merece Ia libertad de dos millones de berlincses
correr el riesgo de un guerra termonucl€ar? NingrÍn objeto de litigio particu-
lar, en efecto, guardará pro¡nrcióo con La "apuesta ¡xrdida" o la "bal,a-
dronada respondida". Pero, ¿ partir del momelto en que consiotamos eE
c€der anúo todo, cada objeto de litigio particular es algo más que él mismo,
puesto que poae eE pelig¡o el deslioo de la totalidad. No solamcnte cs l¡
suerte de dos millones de berlineses la que está etr juego, sioo virtualm€ote
Ia elección de los aleman€s del Oeste (€ntre la unidad baro la p¡ot€caión
soviética y Ia libertad para las dos terceras partes favore.idas) y, por lo
tanto, el destino de Europa Occidental eotera y, en última isstancia, de Occi-
d€ote mismo y de lo que éste represente.
, P€ro. obietará el escéptico o el cínico, ¿vale "la salvación de Occidetrte",
en cualquier casot como para garaotizada al precio de millooes, dc deceoa!
de millones de üctimas? Esta objeció[ cs falsameDte racional. Occideote, es
cierto, no se salvará si la guerra termonuclear tiene lugar. Eo la era de la
estrategia de defensa, se salvaba eyeotualmente con la guerra a una oación
o a u¡a civilización. En la era de la estrategia de disuasión, oo se salvarla
ya ni a uoa nación ni a una civilización con la guerra, pero tompoco se las
salva a con una capirul@ión. Se trata, pues, de cooveocemos y de cooycncer

792
¡(XII. En busc¡ de una estretcgia (2) 793

, los demás dc que ¡os valores que pereceríaB cotr el régimen y la ciYiliza-
:ión de Occidctrt€, justifican el peligro que crear¡os par¿ decenas dc millooe.r
fe hombres y que la c¡pitu¡aciótr disiparia provisionolrncnte.

El objeto del litisio

No es fácil, en el siglo en que vivimos, fuudameuta¡ razoDablcmente lo


lue eB otros tiempos hubier parecido eyideote. La dificultad no proc€de so-
ameote de la enormidad de las pérdidas que traería consigo una guerra tcr-
nonuclear y que ha provocado, por parte de la mayofa de los dignatarios
le la Iglesia Católica, declaraciones, s€$ln las cuales los concrptos tradiciona-
es, tales como los de ¡a guerra iusta, serían ya inaplicables, "Atomiz¿r" a un¿
roblación compuesta de "inocer¡tes" muieres y niños- porque
rquéllos que la gobiernao se han hecho -hombres,
culpables de agresióo, coostiluirfa
ma siniestra burla. La justicia (poUtica) de ta causa tro autoriza el empleo
le medios tan tcriblcs. Una vez más, la ¡lnica respuesta a una obj€ción de
:ste tipo coDsiste, para Occidente, en no colocarse en una situación en la quc
cuga que tomar la iniciativa de recurri¡ a esas armas. El problema que plan-
eamos nosotros es ot¡o: ¿Tetremos algo que salyar que justifique sacrificioG
/ peligros?
Algunos replicaráD iDmediatamcote que el becho de plastear una cuestión
;emejante constituye ya una afi¡macióq. Si u¡ "cruzado de la guera frla",
il también, llega a expresa¡ sus dudas y a interrogarr públicamente, ¿no es
:llo ua iodicio más entre otros in8umerables de que uoa civilizació[ está eo
l€cadencia y no creo ya e! ella misma? El hecho de qu€ plaoteemos esta
:uestióa significa, desde mi punto de üsta, todo lo contrario. Solamente el
fanático y el bárbaro pueden deiar de interroga¡se sobre la justificación de
ia gr¡era en este siglo eD que ulra bomba termoouclear puede exterminar más
hombres que f¡a¡ceses murie¡on, en unos cuantos años, por los obuses, las
bombas y las balas de los alemaaes. Quienquiera que, frcnte a los p€ligros
le la guerra termoouclear, no se baya preguntado un día cualquiera si existe
una sola causa que guarde proporción con €l peligro, es indigno det califi-
:a tiYo de hombr€,
Qug nosotros los iDt€rrogucmos abiertametrte, y que, del otro lado, no se
t€nga derecho a pr€guotarse, este cotrtraste es la meior inhoducción a la
"defens¿ e ilustracióo de Occident!". n¡¡estro propósito actual. He aDalizado,
:n el capítulo XVIII, a lor Her¡nanos enemigos, llevando tan lejos como
posible el esftrcr¿o dc neutalidad. Yo oo escribía como un occidental com-
prometido; ca más, no adoptaba ninguDa actitud, Di la del europeo, crítico
rle los Estados Unidos, con los que se sietrte, sio embargo, solidario, oi la
del indio qu€ p¡efiere Occidente al universo soviético, pero que temc a éste
más quc a 8qué1, ui niDguna de esas actitude!, múltiples y matizadas, do lss
794 Praxeología. L:s :¡rinomi¡¡ de l¡ acrión diplomática estratégic:

distintas clases de nocomprometidos. En realidad, con uDa pretensión taot,


mayor por cuanto estaba mejor disimulada, yo me situaba en "puro espec
tador" que comp¡ende y qu€ juzga el coBjunto constituido por todas las posi
ciones adoptadas. Pero yo no soy autétrticameDte ese "espectador puro" '
este último deja a fin de cuentas escapar parte de lo esencial, es decir, e
seotido que los hombres de los Estados confiereo a su existencia-
Mieotras comparamos la estructura y la funcióD del régimeo político '
del régimen €conómico, a uno y otro lado del telóD de acero, Dada es má
fácil, ni en cierta manera, más Becesario que subrayar las veotajas y 10
incoDveoieDtes tanto de la plaoificación autoritaria como del mercado fec
tificado por las intervenciories del Estado; del partido moDopolístico e ideo
lógico como de la dualidad de partidos en competencia, de acuerdo con unr
ley constitucional. Pefsonalmente, yo considero que, aun en el plaoo socioló
gico y eu relación con los valores que ambos cam¡ros diceo buscar, el régimer
occidental es preferible, considerado globalrnente, al régimen de tipo soviético
ya que las veotaias de este último son ootables, sobre todo resp€cto a Ii
poteDcia (capacidad de mantener un tipo elevado de itrversiones, de concen
trar la inversiones sobre ciertos valores vitales, etc.). Pero yo estoy dispuesti
también a reconocer que este juicio sobre lo preferible puede estar influid{
por mis prejuicios o mis pasiooes. Admito, en fin, que el régimea preferibi
en general, o efi abshacto, no €s siempre posible r¡rc e! n¿zc. No puede ex
cluirse que lo preferible, dentro de una coyuotura dada, sea distinto de I
quo sería preferible como ¡esultado de una comparación ent¡€ los dos tipo
de ideales. Cuando faltao los empresarios, los mecanismos de crédito, cuandr
§olo el Estado y su burocracia son capaces de promover la iodustrializacióD
el régimea del partido mo¡ropolístico e ide¿crático es eveDtualrnente el medir
menos deplorable para realizar una labor históricameote trecesaria.
Pero este modo de consideración, aún aplicado a regímenes económicos
suscita alguoa ioquietud (d€spués de todo, es también la vida de los hombres
al mismo tiempo que la de los suietos económicos, la que está determinadi
por un régimen) y olüda Ia dimensión esencial del fenómeBo cuaodo e
aplicado a los regímenes pollticos. El régimen del pa¡tido único y el régime¡
de partidos múltiples pueden, sin duda, ser an¿lizados y comprendidos com(
las dos soluciones típicas para un mismo problema, como las dos ve¡siones ló
gicamente aceptables de la legitimidad democrática, como dos métodos pari
realizar las mismas funciones. Puesto que la autoridad se deriva del pueblo
o éste escoge a aqueuos que maodarán de eDtre los candidatos, siendo l¡
pluralidad de elecciones posibles la prueba de la libertad o bien ratifca¡i
medianto votacioDcs-aclamaciones, el poder de ufi partido que conoce, ioter
preta y realiza la voluntad auténtica de las masas (o de la clase cuya volun
tad es históricameDte decisiva). Eo ambos casos ideales el diálogo se man
üeoe etrtre goberoantesy gobernado§; €n los dos casos, los gobernados pueder
tener l¿ se¡sación de ob€decer a sus propios representantes y los goberDantes
XXII. En bu¡c¿ dc una cstratcgia (2) 795

coDciencia dc la legitimidad de sus tftulos; en ambos casos el o los partidos


garaotizao el reclutamiento de la clase política.
Vayamos más lei:s. Ninguoo de los dos regímenes, en abstracto, garan-
tiz¿ el diiálogo entre go&rnant€s y gobernados, y ninguoo impide radical-
m€nte la ruptura de comuo¡caciones, cl despotismo de las mioorías, la omoi'
poteocia dc un j€fe carismático, la recíproca alienación entre el pueblo y el
poder. Por debalo de un cierto límite de participación popular, las eleccior':es,
auD las auténticamente libres, consolidan la oligarquía. Más allá de un cierto
límite de hostitlidad entre el pueblo y el partido monopolfstico no queda oada
de la ficción democrática.
Esta manera de llevar a un mismo planc, en nombre de la impa¡cialidad,
a las dos modalidades actuales de la electividail democrática, no significa que
se descoDozcan por ello las razones por las cuales nosotros nos compromc-
temos a favor o en contra de ciertas iustituciores polJticas. Más aún, que las
institucio¡res económicas, aquéllas no son más que un aspecto o un sector de
la existeocia misma. Abora bien, en tanto que existencias individuales o co-
lectivas, cstas dos clases de regírnenes so¡ radicalmeDtg heterogéneas. No
pueden distribuirse en una erala que vaya del más al menos, sino que se
oponen como lo oegativo y lo positivo.
Ia legitimida.l de,nocr¿tica que ambo6 bloques proclamau, no puede y no
debe realiza¡se en todas las colectividades mediante las mismas institucionei,
que no puedeo proclámarse hoEradamante como perteoecienles a esta lcgiti-
midad sino a condición de cstar caracterizadas por una cualquiera de las
ideas de constit¡tcionalidad, representación o libe dd personal. El que la elec-
ción de los gobernantes o el ejercicio de la auto¡idad se rcaliccn d€ acuerdo
con algunas reglas --cualquiera Do puede apoderarse del poder, ni aquel que
lo detenta puede hacer lo que mejor le parezca-, el que las masas se sieatan
representadas por sus gober[antes y que éstos se consider€n representant€s de
aquéllas, y, en fin, que cada ciudadano, dentro de los límites trazados por las
leyes, esté autorizado a actuar y a pensar de acuerdo con su fantasla, estas
son, a m¡ parecer, las tres ideas complementarias dentro d€ u¡a democ¡acia
ideal, pero distioguibles en cualquier democracia real, quc constituyen la legi-
timidad democrática. Si ningura de las tres es realizada ni siquiera de uaa
manera aproximada, un régimetr que se declare democrático miente. Que
mieDta sin saberlo, o sabiéndolo, importa poco, puesto que la mixtincación
subsiste.
El régirnen de partido rloico de tipo soviético cotrtioúa sietrdo, en su pa-
tria de origen, i¡coostituciooal. No exile un mecaoismo que funcione para
la transmisión do los poderes €n caso de muerte del número l. No exist€ uDa
¡elacióu visible entrc lo que ocurre y lo que prevé la Coofitución, que, pro-
mulgada en la época de la gran furia, garantizaba el respeto de todas las li-
bertad€s intelectualcs y personales. Todavía hoy día los miembros del Pre-
sidium apenas son los represeDtantes del Comité Central, y éste no repres€nta
796 Praxeología. Las ¿ntinomi¡s de l¡ acción diplomática estraÉgica

a los miembros del partido más que en un sentido muy vago. No quiero decir
con eilo que los miembros del partido seau hostiles al Comité Central d qu€
no s€ sietrtao en diáogo con ellos: yo quiero solarn€ntc decir, por el mo
mento, que los dirigeotos del parüdo escogen a aquellos que después se supon€
que representan a millóoes do hombres, en lugar de que estos rlltimos erojaE
a sus repres€ntantes. En 6n, los bolcbeviques se veo privados de nun¡erosa¡
cxterior, la de escuchar cualquier radio
-la noyelas oalpintar
libertades concretas do viajar
extraDie¡a, l¿ de escribir cuadros en uD estilo espontáBeo-,
tibertades de que gozaban antaño trume¡osos súbditos de déspotas más o
me!¡os i.lt¡strados y que hoy son negadas a los proletarios "liberados" por la
üctoria del socialismo.
Llama¡ democráticos a los llamados reglmenes de democracia popular e!
abusar del sentido de las palabras o, digamos provisionalmente con mayor
prudeocia, es admiti¡ que las mismas palabras ao tienen igual sentido en Oc-
cideDúe que en Orietrte, Pero, ¿es así realmente? Húngaros y polacos han de.
most¡ado con estrépito, en 1956, que continuaban dando "su sentido puro a
las pa.labras de la tribu". En realidad, los bolcheviques, ni erl público ni er
privado, tli oficialmente ni clandestinam€¡te, llegan a considerar como libert"ad
lo que Dosotros tenemos por nclibertad.
Los regímeDes de tipo soviétitco se iustiñcan, en ptimer lugat, por la fór-
mula "pa¡a el pueblo" si no "por el pueblo". El poder absoluto del partido o,
§i se prefiere, el papel dirigente que juega la vaoguardia del proletariado uo es
pres€ntado como la expresión de l¿ ortodoxia democrática, pero sí como una
necesidad histórica. Entre la sociedad heterogétrea r de clases y la sociedad
homogénea del futuro, la dictadura es ejercida por el partido en nombre del
proletariado. Igualmetrte, la oo-constituciooalidad de las sucesiones o de la:
d€cisioDes, la no+lección de los represeotantes oo son exaltadas de niDguna
tnanera como símbolos de una legalidad o de una volutrtad superiores. La
mejor prueba de elto reside eo el tributo readido ¡»r el vicio a la yirtud.
eu la forma de la consütución stalinista de 1936 y de las elecciones-aclamacio-
nes o de los congresos del partido. ¿Puede decirse que estas son concesioses
hechas a la propaganda o a la ideología burguesa? De todis formas, estas
concesiones, si ésta fueaa la finaüdad de las cotrstituciones o de las elecciooes,
p¡obarían, una vez más, que los dirigeDtes soviéticos no dudao del s€trtido
que su pueblo, como los otros pueblos, atribuye a la legitimidad democrá.
tica. Los rusos, menos que los americanos, oo planteatr una equivalencia entr€
la omDipotencia del partitdo y ta libertad: el terror policíaco era terror y nc
realización del humanismo. El realismo socialista, tal y como 1o imponía Jda-
nov, era tiránico y no libertador.
La teo a en la que creen, a mi ¡rarecer, militantes y di¡igeBtes, Ia ver-

' Eapleamos las palabras homogéleo y hete¡ogéneo, ea €s¡e c56o, e¡ el seutido


vulga¡ que s¿ les da eÁ el idioma cor¡iente no e¡ el s€trüdo p¡eciso de si¡tema Lo
mogéaeo o hetcrogéneo.
XXIL En burc¡ de un¡ astretcgi: (2) 797

dadera teorla de este sistema de meDtiras, es la teorfa histórica. Si Ia pturaü-


dad de partidos y la libertad do eleccio¡res son atribuidas a la burguesía y
denuociadas, no €s porque el partido único y las elecciones fabricadas por el
poder scan cousideradas como una forma superior de la democracia. Pero
la pluralidad de partidos en Occideutg do acue¡do con la visión histórica del
marxismo-leninismo, disimula el despotismo del capitalismo mo¡opolítico, y
solameote el partido comunisa es capaz de romper este despotismo y de
abrir cl camitro a una sociedad sin clases.
Ahora bi€ , la filosofía de la historia, que sirve de base a estas condenas
categóricas y a estas iustificacioles forzadas, es falsa. Porqrrc su 6losofía no
está de acuerdo con los hechos, los bolcheviques han llegado, progrcsiva-
mente, a edificar un extraordinario sistema de meDtiras y a obligar a los
pueblos son¡€tidos o convefidos a vivir eD una metrtira permaDeote. El paso
necesario de uB capitalismo definido por la propiedad privada de los medios
de producción, a un socialismo, deñnido por la planiñcación y por el pod€r
del partido coofundido cotr el proletariado, la desaparición de todas las ena-
ienaciones coo la desaparición de la propiedad privada de los instrumentos
de producción y del capitalismo, sociedad sio clases y sin Estado, el día en
que el socialismo haya sido ediñcado, eslas son las añrmaciories fundamerital€s
que constituyeo la estructura de su cotrstrucción ideológica. Ahora bieo, estas
afumaciones soo casi absurdas. El partidci no es el proletariado, siao una
mitologla; la supresión de la propiedad privada no üae cotrsigo la supresión
do las desigualdades económicas y sociales. Por eficaz qüe sea la organización
de la economía, ao brrará el orden politico, la neccsidad de uE Estado. Pof-
que hayan hecho uoa cosa distiota de la que cr€ían hacer, porque apu¡tan a
objetivos ioacc€sibles, coDtrarios a la naturaleza de los hombres y de las
sosiedades, los comunistas mienten como quiá oi¡gún otro movimiento his-
tórico antes de ellos- La aegativa al comunismo es, para mí, ante tdo la De-
gativa a la meDtira impuesta.
Me imagino la sonrisa del escéptico, el despreaio del "iot€lectual de iz-
qu¡erdas", convencido de qr¡€ el baDdo soviético, porque se bautiza a sí mismo
socialista, Ucva consigo las esperanzas de la Humanidad. Para agravar mi
caso i¡é hasta el lfmite de mi pensamieuto: los iDtelectuales que se conside-
ran "humanitarios", que s9 considerao panfcipes de la t¡adición de las Luces
y que res€rvao sus simpatías para el campo soüético y se niegao a hacer dis-
tinciones entre los Dos gigaDtes (o bárbaros), me pare@n alcanzados ¡ror una
perversióq d€l sentido moral. Entre una sociedad de esencia totalilaria y una
sociedad de erncia libe¡al, aquel que, siD haberse adherido a la uueva fe,
escoge la primera o oo apercibe entre las dos más que matices, ese hombre
está ciego ante los valores fuodamentales.
Que se me comprenda bie¡. Las sociedades occidentales son imperfectae
y, eD uno u otro puEto, quiá más imperfectas que las sociedades soviéticas.
En particular, si comparamos a los Estados Unidos y a la Unión Soviética,
798 Praxeología. L¡s ¡ntinomies dc l¡ acción diplomátice csretcgice

quiá aquéllos tetrgatr mayores diñcultades en pooer €n aplicación el prioci-


pio de Ia igualdad de razas que no ésta. Nada impide a un obseryador de-
testar m¡¡s la radio y la televisión publicitarias del ot¡o lado del AtláBtico
que la radio y la televisión "politizada§'de más aUá del telón de acero. P€ro
la crítica de la ciyilización americaDa constituye una parte integraDie de esa
misma civilización, lo que oo es el caso de la civilización soviética, y sobre
todo cl negativo del régimeo no es traosformado eo su positivo mediante utra
charlatanería dialéctica. S€ discute sobre la parte de poder que poseen lc
monopolios (o las grandes sociedades). Pero a ningún teórico americano se
le ocurriría la idea de preteoder que cuanto mayor poder detenten los mono-
polios fDejor se realizafá la democracia. Por otta pa e, una inve¡§ón seme-
jante de valores const¡tule la base del régimen, puesto quc el partido cs asin!-
lodo a la clase y el reíio del partido a la consccución de la l¡bcrtad. Partiendo
de €ste punto, la consagración del parüdo (o de los pocos que lo coostituyeD
o del hombre úBico que representa su encarnacióo) respond€ a utra o€cesidad
a la vez poicológica y lógica. Hay que transfigurar el partido para que, al
obedecerle, €l ¡ndividuo teoga el s€ntimi€nto de obedece¡ a la más alta razón.
¿Por qué la dictadura del pa ido habrfa de ser indispensable para la liberación
del proletariado, si la H¡sto¡ia no hubiese transferido ¿l partido la misión
qr¡€ Marx y los primeros marxistas hablan ¿tribuido a la clas€? Pero, §onver-
tido ea algo sagrado, el partido está autorizado a extetrder su legislación sin
lfmites. El hombre social es el hombre total y el partido es dueño y poseedor
del homb¡e social. Un régimen que pretende modelar la totalidad del hombre
cs "totalitario', y es tiránico por Daturaleza y oo accidenlakneote, po¡que
¡e basa ea una fiIosofía falsa.
Me parece escuchar todavía ¿l le€tor €scéptico oponerflre los precade¡tes
hisróricG, La Revolucióo Francesa fue también, etr determinados mom€ntos o
por det€rminados de sus representaDt€s, "totalitaria". Ella también combaüó
a Ia Iglesia, po¡que era de inspiración retigiosa (en el sentido vago del tér-
mino "religión"). Ella también fue denuuciada por la Iglesia Católic¿ como
iDcompatiblo con las enseñanzas tradicioDales. También ella se gastó como
todos los ñovimientos históricos. Las institucio¡es con las que ella coDt¡ibuyó
ñná¡me¡to de derechos, lib€rtades individuales, ciudadada univer-
-igualdad
sal, gobiemo rcpresentativo-, le.ios de contradecir los dogmas del catolicismo,
so han revelado como conforñres con la religióa cristiana (al menos con cier-
t¡s tendeocias do esta inspiración). ¿Por qué Do habría de ocurrir igual esta
véz coa la revolución soviética? Esta aportará, ñnalnrnte, alguaas institucio-
ncs dc la ecosomfa, iodustrializaciótr aceleráda, derechos so-
-planificación
ciales de los iodividuos- da ¡as que todos los reglmcoes de or¡cstro tiempo ban
tomado alguoa cosa. Eo cuanto a la ideologla maüista-leninista caerá poco
a poco en desuso. Los soviéticos saludará¡ la estatua de Karl Marx con tanta
i¡difereucia como el cristiaDo quc ha pcrdido su fc sigre haciendo cl signo
de la cruz al cnt¡ar en una iglesia.
XXII. En busc¡ dc un¡ cst¡.tcgil(2) 799

Esta manera de pensar ---cn el futuro anterior- se ha coovertido eo la


regla, o casi, de la in elligenlsia de Occidente. Co¡siste en colgcarse, desde
ahofa, en €l lugar de aquellos que habrátr de iozgar los acontecimientos que
nosotros vivimos como pasados. Añade a ello uDa especie de marxismo vul-
garizaCo al desvalorizar la intención profunda de un movimiento hislórico y
al coosidcrar como exclusivame[te reales aqu€llas iEstituciooes que surgen
do é1. Etr otras palabras, sc ¡os iuvita a no lomarDos a lo trágico et totalita-
rismo soviético, porquc no es más que "el punto de honor ideológico" de la
planificación económica y porqr¡€ habrá desaparecido en los días de Duestro3
futuros desc€ndientes.
Que la fo o la voluntad totalitaria termiDará por agotarse, difícilmeote po-
dríamos negarlo, sobre todo si juzgamos al totalitarismo cotrtrario a kx im-
pulsos constantes de la naturaleza humana. Pe¡o no poCríamos deducir de ello
que el dogmatismo de Ia inmanencia, la pretensión de crear un hombre lotal
y un hombre nuevo sea¡¡ sólo superestructuras o mitos. La sociedad soviética
es, indisolublemente, uo coojunto de i¡stituciones y la intención metafísisa
de aquellos que la hao edificado. El hecho de que ciertas de esas instituc¡oncs
pu€detr vivir vacías de la ioteoción que las aoima y que las pervierte, cs au-
ténticam€nte posible- Pero no puede plaotearse hoy día esta disociación como
ya realizada. El deber es el de combatir a aquello que s€ condena y no el de
oto¡garso por adela¡tado los privilegios de un espectador puro, como si
ouestro futuro próximo constituyese ya un pasado lejano. Soy yo quien de-
übera y no mis futuros descetrdientes. Si ellos no se toman a lo trágico la
amenaza totalitaria, quizá yo haya coojurado la anrcDaza. Pero iovocar un
desapego futuro es, co vcrdad, buscar una excus¿r para la cobardla o para la
abstención.

2. El objerivo.
Pcro, dirá aúa mi coatradictor, es decir, yo mismo, ¿pueden despreciarsc
las lecciones de la experieocia? ¿Cuántos histor,adores llegan hoy día a com-
partir los furores fratricidas de los espartatros y de ¡os atcnienses, o, aúE más
c€rca do oosotros ya, los de nuestros padres que combatieron a los alemanes
do l9l4 a I9l8? ¿Cuántos historiadores ca¡tao las ürtudes del Imperio Ro-
maoo, ¿ Irsar dc los frrocedimieotos que emplearoD los conquistadores? ¿No
se hablan conciliado los mismos pucblos coDquistados, al cabo de alguoas
generacioncs de paz, con cse su destino, hasta el puoto de guardar a lo largo
de los siglos de barbarie la nostalgia del imperio desvanecido? Guerras a
mucrto cntre uaidad€s cmparentadas d€ntro de uua misma zona de civiliza-
ción o gucrras de conquista: no hay casi ejemplo alguno de qrre los iuicios
de los cspcctadores, miraudo bacia atrás, bayan coirrcidido con las pasioncs
do los actores, ¿Por qué habría de ocurri¡ de uDa manera distiota coE Ducs-
tro combatc y por qué no bab¡lamos losoÚos de teDerlo cn cuenla?
800 Praxeología. Las anüomie¡ de l¿ ección diplomátice cstrategica

En efecto, tenemos que tenerlo en cuenta y teDer coDciencia exacla de


conttq oquello que combatimos y de por qué lo haccmos. Nosotros hemos
destacado a mcnudo, al a[aliza¡ la coyuDtura preseote, sr¡s rasgos de asi[rc-
tría. Occiden¡e ao sih¡a fue¡a de la ley aquellos que abiertamente toman par-
tido por el campo eDemigo. Occidetrt€, a excepcióu de alguoos casos, no se
ha deiado llevar por la lógica de la rivalidad a la imitacióo de su eoemigo,
oi ha impuesto a la lib€rtad de sus ciudadanos las mismas restri€ciones que
los regímenes soviéticos consideran como normales e indispensables. Occidcnte
babla con diversas voces; la Uoión Soviética con una sola. Cada país de
Occidente, frente a una c¡isis interqacional, muestra sus incertidumbres y sus
dudas; la Unión Soviética emplea en numerosas ocasioBes distitrtos idiomas,
y mezcla amenazas y promesas: todos los medios €stán coordinados por u[a
voluntad única-
Esta asimetría s€ nos aparece al nivel más elevado, el de los objetivos
de la guerra y de la estrat€gia. Los jefes del bloquo soviético, oo tenemos nin-
guEa ¡azón para dudar de ello, continúan pensaado de acuerdo cotr las ca-
tegorías del pensamisoto marxista, tal y como &te había sido revisado por
IJDin y por Mao Tse-Tung. El conflicto eotre los dos bloques no es para
ellos más que un aspecto y un mornento de la revolucióo mundial, del paso
inevitable d€l capitalismo al socialismo. Los Estados UDidos coostituyen la
úoica potencia capaz de equiübrar la fu€r¿a de la Uuión Soviéüca, pero soo
tambiéD la expresióo suprema del capitalismo y soo a la vez el enemigo
nacional de Rusia y el euemigo ideológico del mundo socialista.
La rivalidad €ntre los Dos Grandes no es, pues, de acuerdo con la 610-
sofía marxista{eninista, asimilable a las grandes rivalidades entre los candi-
datos al trono o al imperio; por el coatrario, se ioserta en un proc$o de
úansformació¡ revolucionario, del cual constituye, eE un subperfodo, tra
expresión diplomática. No s€ trata de poner término a €sta rivalidad me-
diante un acuerdo duradero, fundado sobre la repanición de las zonas de
influe¡cia o sobre €l priDcipio de "vivir y deiar vivir". La coexistencia pac{fica
oo es ni puede ser más que uoa modalidad particular que reviste tra$ito,
riamente u¡ 'tonñicto prolougado" Qtrotracted conflicr'). Los occidentales sc
inclioan a rcco¡ocer, autrque s€a itrcoascienteme[te, la primacla de la paz.
También, frente a un coDfli€to, br¡scan la solución o el acuerdo pacíñco. Los
marxistas-lenioistas, por el contrario, hasta la difusióo deñnitiva y total del
socialismo, rccoaoceo la fatal¡dad (bieohechora) del conflicto. Los priurcros
están dispucstos a satisfaccrse con rma paz sin üctoria: quc loe soviéticos re-
ou¡cian a destrui¡ a Occidente, y éste los derará coo gusto que vivan a su
maDera y les abaudonará. sin tener un¿ exoesivameote mala coDciencia, los
pueblos que el eiército rojo ha "überado" o 'tonquistado". Por su parte, troa
bolchcüques no conciben d siquiera qué es lo que podrla ser una paz sin vic-
toria. En tanto qu€ subsista un btoquc capitaüsta, b p8z no cstará garaDtizada
(porque el capitalismo cs impcrialista por cseocia), y Ia lucba tcndrls qr¡c
XXII. En busc¿ de un¡ estrátegá (2) 801

continuar, no porque los hombres la deseen, sino porque las leyes de la


Histo¡ia lo deciden así. Si ésta es la asimetría de los obFtivos, ¿no ha
perdido Occidente por adelantado?
Esta es la coBvicción de una escuela americaoa, uno de cuyos últimos
libros, el de Rob€rt Strausz-Hupé, William R. Kitrtner y Stefan T. Possony,
se titula I loru,,ard strategy lor Arnerica'. Algunas citas sugieren el objetivo
estratégico que Occidente, se8ún estos autores, deb€ría ñjarrc. "El obieto prio-
ritario de toda "gran estrategia" americana €s, con mucho, la preservación
y la consolidación de ¡uestro sistema político, antes que el mantenimiento
de la paz. La realización de este obietiyo puede o no exigir el estableci
mieDto de sistemas compatibles coo el nuestro, a t¡avés del mundo entero, pero
ciertameDto sf exige el maotedmiento o el establecimiento de sistemas libres
compatibles coE el au€stlo en cieüas partes 'tlaves del muodo"'.
La superviveucia del régimen político de los Estados Unidos, al ser el
obietivo prioritario, haco que una estrategia de repliegue sobr€ la fortalez¿
América sea i¡concebible, porque los Estados Uoidos, en un mundo total-
m€nte convertido al régimeo soviético o a un régimen totalitario, de uao u
otro orden, no podríatr pres€rvar sus instituciones libe¡ales,
Pero, ¿deben contentarse, los Estados Unidos, con esta yictoria relatiya:
garantizar la supervivetrcia de su ciudad?
"La decisión fuodamental que se nos plantea es la siguieote: ¿tenemos
que ac€ptar el concepto comuuista de coexistencia baio una forma u otra,
o teoemos que provocar la derrota 6nal del comunismo? Si escogemos la se-
gunda línea de coEducta, tenemos qu€ decidir si debemos apuntar a la de-
rrota del comunismo gracias a circuostaocias fofuitas, como la erosión interoa
o la revolución, o si teoemos que multiplicar los esfue¡zos para alcanzar este
objetivo. Teuemos que decidir si una eshategia pasiva y de espera lro corre
éh realidad e1 riesgo do retrasar la caída del comunismo, al mismo tiempo
que precipitar la nuestra. Y, eD fin, teodríamos que decidir por qué qu€remos
realmento vence¡ al comunismo. ¿Es porque queremos reemplazar su "orden
ecotrómico" por otro? ¿O intentamos derrocar un cierto sistema político,
arrasar el campo de €oncentración intelectual del comuoismo y ayudar a los
pueblos del bloquo comunista a obtener el derecho de gobernarse ellos mis-
mos? ¿O es que futrdamos nuestra poütica en la c¡eencia de que el comu-
nismo, a pesar de su hostilidad actual, podría convertirse en un adversario
menos intratable que el sistema que podrla quizá sucederle, supooiendo que
viviésemos lo suficiedte como para ver a su sucesor? Una vez que todas estas
resonancias ideológicas hao sido eliminadas, nuestra polftica debe basarse
sobre la premisa siguiente: Nosotros no podemos tolerar la superviveocia
de un sistema ¡rolltico, que tiene a la vez la ca¡racidad creciente y la voluntad

' Nueve Yo¡k, Harpe¡, 1961-


' A lorw¡d tarateg! Íor ,lnérica, p. ñ),
802 Praxcologíe, [¿s ¡ntinomi¿¡ dc l¡ eccién diptomáúca cstntégic.l

ioexorable de destrui¡Dos. Nosotros no tenemos otra elcccióo que la de adop


tar uoa estrategia al estilo de Catós" '.
Y, por otro lado, con una formulación igualmente clara:
"Nosotros coDsideramos que la coexistetrcia lFrmaneote de sistemas tan
fuodameotalmentc opuestos, como sociedades cerradas y sociedades abiert¿s,
es imposible y que el muodo estechamente encogido de mañana Bo podrá
soportar el verse indeñnidamente encerrado entÍe telones ds acero y de bam-
bú, ao eo mayor grado que la uBión americaDa de los tiempos de Lincol¡
pudo cotrtiouar vivieodo mitad esclava, mitad libre" '.
En estas dos citas, todos los problemas qu€ plantea la búsqueda de una
estrategia para OccideDte están al menos i¡dicados. Es fácil, y es iusto, plan-
tcars€ la superyivencia de los Estados Unidos del régimen
-superviveocia
al mismo tiempo qu€ del cuerpo de la nacióo- como objetivo prioritario.
¿En qué condiciones pu€de ser alcanzado este obietiyo? Los autores que
oosotfos citamos, repres€ntaDtes de la escuela ofeBsiva, añadeB iomediata-
rlrentc que la coexisteucia indefinida de las sociedades cerradas y las socie-
dades abiertas oo es posible. Desgraciadameote (o felizmeDte), el adjetivo
deñoida o permanente- le quita todo alcance a seme¡ante afumaciótr. Pro-
-in-
bablemente la Fede¡ación Americana no hubicta podido, a 14 ldtgq, maiteuer
la coexisteri€ia eBtre Estados esclavistas y Estados siD esclavitud: la guerra
de Secesióo oo era incvitable en la fecha en que tuvo lugar; si hubiese sido
retrasada quiá la esclavitud hubie¡a sido puesta fuera de la ley sin guerra,
y los esclavos se hubiesen couvertido poco a poco ea hombres übres. Pero,
sobre todo, la referencia a Ia situación de la Unión en tE6l no oos enseña
nada sobre el futuro de utr conflicto etrtre los dos bloques. Los confederados
y los yaaquis perteoecíau ambos a la Confederación, cuyo maotedmiento o
d§olución constituía el objeto del litigio. Los dos bloqucs perteDecen al mismo
sistema int€rnaciooal y oo a la misma uDidad polÍtica. Aho¡a bieD, en caso
de coollicto ideológico, los portayoc€s de cada régimen tienen teodencia ¡
considcrar como esclavos a los ciudadanos del Estado de régimeD opuesto-
Rectificando [a fórmula, un sistema ioterDaciooal no puede permaoecer mitad
csclavo, mitad libre; esto serfa equivalente a Ia añrmación de que todo sis-
lema bipolar y heterogéoeo d€semboca inevitablemcnte en uoa gucrra inex-
piable, que elimina a u¡o de los candidatos al imperio. Nosotros sab€mos y¿
que ha ocurrido asf numerosas veces eo el pas¿do, pero sabemos tambiéo quo
la earñanza que extraemos de la Historia depende de la elección dc los prece-
dentes. Si ev@amos a los imperios, la coexistencia duradera ha constituido la
regla general (partos y romanos, musulmanes y cristianos). Si evocamos, por
el contrario, las zonas de civili?acióD, fioalmeate uniffurdas, siemprc se ha
cDcont¡ado corrieutementc u! Catón que rcpilz: delenda eE Ca ago, y btes

' Ibídem, p. 4ú406


' lbidcm, pp.35-ú.
XXII. En busc¿ de un¡ estretegia (2) 801

de guerra que sigan estos preceptos. Pero, ¿cuál de los dos preced€ntes está
más cerca de la coyuntura actual? Manifiestamente, Dinguna de las dos com-
paraciones nos eDseña tanto corDo el análisis del pres€Dte.
El bloque 5viéüco y el bloquc occidental difiereu dssdc mucho6 puntos
de vista de los imperios, cuya coexistencia ha sido duradera. Los pu€blos d€
la Europa OrieDtal están provisionalm€nte resignados a las iostituciooes eo
las que vivea, pero oo se sieDten atados a euas. La pres€rvacióD oficial de las
soberanfas estatales, la superviveocia de los se[timientos DacioEales y aun na-
cionalistas, impide a tos bombres del Kremlio poler en sus conquistas el
sello de la legitimidad y de la duración. El imperio soviético contin¡ia siendo
precario, está destrozado por contradicciones y maDtenido por la fuerza, que
ni el consentimiento ni la ley hao consolidado o reemplazado. El imperio
amer¡cano Do está tampoco más al abrigo de crisis eventuales. ¿Cuánto tiempo
preferirán los alemanes del O€ste su libertad y su prosperidad a una teutativa
do reunificación? Después de la calda de Berlín Oeste y de la aceptación
oficial del r€parto de Alemani¿ y de Europa, ¿se maEteod¡ían fieles a la co
munidad europea y adántica los ciudadanos de la Repúbüca Federal? ¿Ter-
minarán por ponerse de acuerdo fra¡c¿ses e ingleses tespecto al estatuto po-
lítico y a Ia orgaoización militar que estabücen cl imperio arne¡ic¿no,
Eostálgicos ambos de la grandeza de su poder ya desvanecida?
Pero lo precario de los Dos imperios no constituye más que una de las
causas de la inestabilidad de su coexisteicia. Los dos imperios no perteneceD
a la misma unidad polftica, como era el caso coo sudistas y no¡distas, pero
tampoco so encueEtraa tao alejados uBo del otro como musulmanes y cris-
tiaEos, Cada una de las dos ideologlas es directamente agresiva coo respecto
a la otra. Los hombres sometidos a uno de esos reglm€nes pueden imagioarse
lo que serfa su existcncia si perteneciesen al otro. Eu ña, y sob¡e todo, Ia téc-
nica agrava la dial&tica d€[ temor f€€íproco, porque suprime, por decirlo
asf, espacioy tiempo. ED 1914, como en 1939, los hombres de Estado había¡
dispuesto de varios dlas para tomar las d€cisioDes quc dat€rminarían la paz o
la guerra. Los prcparativos mütares (imposibilidad de movilización parcial
en Rusia) han limitado en los instaotes cruciales la libertad d. elección. Pero
ya oo hace falta más que una media hora para que un ingenio balístico fran-
qucc los miles de kilómetros que se¡»ran Moscú de Washington. Es ea uuos
cuantos minutos quc un hombre ----€l PresidcDte de los Estados Unido§- tcn-
drfa que tomar, en dct€rmiDadas circuostancias, u¡ra decisión que en cualquier
caso resultarfa moDstruosam€nte i¡humana.
Si so funda la imposibilidad de la coexistencia du¡adua co la dialéctica
dcl tcrior, deb€rfamos concluir dc ello lógicamentc, coo BertraBd Russell,
quo cl monopoüo dc las a¡mas estratégicas ofrec¿ la rl¡ica salid¿ a la crisis
p[es€n¡e, El hecho que uoo de los dos G¡andes teDga uaa sociedad abierta y
cl otro uoa sociedad cerrada no constituye más quc una circunstaqcia agra-
vaat!. El dato fundamcotal es que los ingeoios balístico6 y las bombss ter-
80,+ Prrxeología. Lrs anrinomi¿s de l¿ ¿cción diplomática estratégica

Donucl€ar€s dan a cualquier Estado que los lro9a en cantiüds sufi¿lcntcs,


los medios para destruir a cualqui€r oho en algunos mioutos o en algunas
horas, y que uo peligro serneiante resultafá a la larga intolerablc para los dos
Estados que suspenden esta ameoaza u¡o sobr: el otro. Este argumeDto está
singularmeot€ lejos del argu¡r¡eDto de Liocolo, ) es d€sesperaqte, puesto qr¡e
impoodrfa la elección defioitiva eotre l,a capinrlación de Occidente y la guerra
terfloouclear.
En eslas condicioDes, el argumento más sólido a favor de la tesis do que
la coaxisteocia de los dos bloques es imposible, se limita, firalnrcnúe, a la
ca¡Tera cualitat¡va de armamentos y a la capacidad que pos€e cada uuo de
los duopoüstas para ilfligir s¡¡bitameEte destruccion€s itrtolerables al otro.
Ahora bien, esto argumento no es compatibl€ con uBa 'tstratcgia a lo Catón".
La destr¡¡cción prevista de la Unión Soviética o la dcl imperio soviético-
puede ser concebida como -laflsica o política. Concebida como flsica, implicaría
cl empleo de armas de destrucciótr masiva: una semeiantc estratrgia a lo
Catón, corre demasiado €l riesgo de Uevar a un suicidio comúo ¡rara que pueda
scr adoptada a sangre frfa por hombres de bueoa voluotad. Si la destrucción
es solametrto polftica, eotonces equivatre po;o más o rnenos al objeüvo que
hcmos atribuido a la est¡ategia arneícana: la supervivencia de las institu-
ciooes arrrricanas, no se verán garantizadas más que el dla que el K.remlin
oo intcnto ya destruirlas. Cada uno coatempla con rencor aqaello por lo qu"
el o¡o se conviertc necesoriamenle en su enemigo.
Aún en cste caso, la simetría es más apareote quo real, o, al menos, la
simetría parcial es el resultado de la dialéctica de la lrrcha. La nació¡ rusa
oo üe¡e razón alguna para coosiderar a Ia nación americana como enemigo.
c inversamcut€, la nacióu americana tampoco tiene razón alguoa para coo-
siderar a la nación rusa como un enemigo dcl hocho de que ambas
-frrra
constituyetr los dos Grandes del sistema iDternacioBal-. Dada la compe-
tencia, cada ulo do los Dos s€ imagitra, coo mayor o menor razón, quc so
encontrarfa scguro o dueño del mundo si el otro Do €xistiese. Es este, como
bemos demostrado, en su origeu, u¡ caso de hostiüdod sin enemistqd, o úejo\
dc eoemistad resultante de uoa hostilidad.
Pero la ausancia de en€mistad entre los pueblos Do sigDifica aus€ncia dc
cnemistad entrc las mino¡las gobernantes. R€gimenes c idcas soo opuestos,
y por ello aquellos q¡¡o los eucaraan por uD lado se sieDtcn amcoaz¿dos, y lo
cstán, cfectivameote, por aquellos que loe encamao €n el otro. l,a gucrra
frfa es, en una gra¡r parte, una empresa do subvcrsióo rcalizada por las Ua-
madas democracias populares couha las llamadas dcmocfacias burgucsas, y
por estas ¡¡ltimas cootra aquéllas. Es este también uo caso eD el que no
cxisto simctfa, pero, cn esta ocasión, es más bicn la apadencia dc asimekla
la quc cs cagañosa. Auuqr¡c las llamadas democracias burgr¡esas tcug¿n !45
aparicocias do scr pasivas y dc soportar la gucrra frfa llcvada a cabo por los
marxistas y lcniDistas sin paga¡les coD la misma moooda, cn reaüdad, por su
XXII. En busca de una estrategia (2) 805

propia existencia, por el nivel de vida y por las libertades que deran gara lc
individuos, son agresivas.
¿Eige esta guerra de regímenes una estrategia a lo Catón? La ¡e§puest¿
debo ser Eegativa de una manera categórica. La lórmula de la estraregia de
Cqtón no tiene sentido en la medida en que Occidente intenta desbui no a la
unión Soviética o al imperio sovi¿tico, sino soLamenle a su régimm y hasta
al régimen exclusivamenle, en la medida en que esle último se veo llevado, por
la lógica ideológica, a combatir d todos los regírtenes rebeldes al evangelio
maúista-leqinista. Al evocar un¿ estrategia a lo Catón se sugiere qr¡e para
ganar la batalla política o ideológica contra la UnióD Soviética o el imperio
soviético, Occidento se verá foruado a deskuir radicalmente a este último y
quizá a aquéfla. En realidad, OccideDto tiene por obietivo, en el plano polÍ-
tico, una eliminación no ya de las instituciones soviéticas, sino solameote de
las ideas y de las prácticas que invitan a los hombres del K¡emlin a hacer la
guerra al mundo de los berejes y a cre€rse comprometidos en uua empresa
cuyo ñnal no puede ser otro que la difusión universal de lo que ellos llaman
socialismo. Que los bolcheüques Íenuncien al mono¡rolio de la esperanza,
que dejen de metrtir a los demás y de mentirse a ellos mismos, qr¡e re€oDozcan
a su Estado por lo que es modalidad entre otr¿s de la ciudad mo-
-una
derna- y veremos como Ia competencia pacíñca sustituirá efeclivamente a la
gaerra ffia,la coot¡oversia a la subversióq y el diálogo de argumentos a la
dialéctica de las ideologlas.
Pero, me obietará el defensor de una estrategia a lo Catón, es imposible
la disociación enho la rivalidad de poder y la rivalidad propiamente po1ítica,
puesto que cada una de las dos soo alternativamente medio y fin en relacióu
a la otra. Derrocar por la subversión un régimen favorable a Occidente es
debilitar a uno de los campos y consolidar al otro: en este s€nüdo, la lucha
ideológico-política está al servicio de la rivalidad de poder. Pero el poder ad-
quirido por el bloque soviético aumenta la propagación de sus ideas y la auto.
ridad de su ejemplo. Ciertos países se convertirán al evangelio maxistaJeni
Eista porque Moscú es la capital del Estado militarmente más fue¡te- Todos
los medios son coordeoados por los estrategas soüéticos econó-
micos, diplomáticos, ideológicos- con vistas a un ñn que -Filitares,
es, inseparable-
meqte, el triunfo de un régimea y el del Estado que ha sido su creador. Si este
es el obietivo, si esos son los medios de uoo do los bloques, ¿cómo podría el
otro cons€Dtir en aceptar distinciones sutiles, combatir la preteDsión uoiversa-
lista de la ideología soviética, sin ten€r la decisión, la volutrtad de abatir al
Estado soüético como tal (auEqr¡e, como hombres, deseemos que las libertades
fundamentales seao rqstituidas e todos aquellos, eu cualquier puoto del
mundo, que so hayan visto privados de ellas)? Yo cre{ que estas distinc¡ooes,
contrarias a las pasiones de la lrrcha, no soo por ello menos reresarias, pr¡e,sto
que ellas solas ofrecen a la larga una posibilidad de pacificación, sid gnerra
total, sin el knock out de uno de los pretendiestes.
80ó Prexeologia. L¡s antinomi¡s de I¡ ¡cción diplomátie cstrategic:

IDdudabbmente, Occidcote tiene por €nemigo político-ideológico al régi-


men soviético, que ha d€cretado que los regímetres constitucionales-pluralistas
estátr coudenados a muerle por la ley de la histor¡¿, y que se las ba ingeniado
para ¡rrecipitar Ia erecucióo del veredicto. Pero dejaúo .le considerar al ú-
girr..n soviético con o enernigo, desde el día en que este último deiase d¿ ne-
güle el dcrccho a la exittencia. I-os ideólogos marxistas-leni[istas, podrla ob-
ietarse, tro estarfan etr stuacióD de acordar ese derecho a la existeocia si¡ re-
negar a los mismos priocipios de su fe. Sin duda, eo esto seDtido, Occidente
desea la desapariciói de la ideologia soviética de la misma maoera que ésta
desea la muerte de Occidente. Pe¡o la ideologia soyiética, en nuestra opinión,
estarfa muerta desde el día mismo en que hubieso reconocido su propia li-
mitacióo. Que esle recoDocimiento sea probable o improbable, próximo o
lejano, €s esa una inlerrogaDte de hecho que dejamos provisionalmente abierta.
l-o que aquí nos importa es la determi¡acióo del objetivo quc debe esta-
blecer la estrategia dc Occidsote. Este obi€tivo vieDe desiSBado por dos pa-
labras: la su¡rervivencia y la paz. Superviveocia física por ausencia de guerra
termonr¡clear; supervivencia moral ¡»r la salvaguardia de la civilizacióo ü-
beral. Paz gracias a la aceptacióq recíproca por ambos bloques de su exis-
t€ncia y de su derecho a la existencia. I-a supervivencia en la paz significaría
simultáneamente la victoria de Occidente, po¡que ést€ habrÍa conveocido a su
eoemigo a que renunciase a destrui¡le, renuocia que, a su vez, no cs posible
siDo medianle una conve¡sión de los marxistasJ€niEistas a uoa ioterpretación
más cierta y más modesta de ellos mismos- El dí¿ eo que esta conversióu se
haya realizado, uosotros habremos triuufado sin que nuestros enemigos hayan
sido por ello derrotados. Victoria, de todas la más fecunda, si fuese obtenida
sio vcrier sang¡e y porque prcpararí¿ la rcconciüacióo.

3. Entidad de los peligros

Usted vive eo un mundo de ilusiones, me responderá el def€nsor de Ia


cstrat gia a lo Catóo. ¿No ve Vd, qu€ la UnióE Soviética progresa y que
Occideote retroclde? Si el moyimiento continúa, es Occidentc el que corre
p€ligro de ser ve¡cido sio guerra, de ser absorbido ¡nr la Unióo Soviética, a
medida que vaya disminuyendo el espacio de que dispone y a medida quc
pi€rda sus fr¡cntes de abasteaimi€uto y sus mercados.
Es difícil para uo contemporáneo establece¡ uD diagEóst¡co €xacto sobrc
utra situacióa histórica por eseocia movediza. El resultado de una crisis, la
dc Be¡lín, por ejemplo, puede modificar el cüma europeo y, consecueltemeDE,
el equilibrio dc fuerzas eotre los dos bloques, quizá para un largo pcrlodo dc
üempo. La misma naturalcza del combatc co que cstamos cmpeñados tro
tietre pr€ccdeot€, dc tal manera q¡¡e Drunerosos iuicioo de caráctcr tradiciooal
cstán ya desp¡ovistos de todo signiñcado.
XXII. En busc¿ de una estretegie (2) 807

El sistema iDternacional, a la mitad del siglo >o<, es plaoetario y bipolar.


No hay región del mundo que oo se vea afectada por las relaciones eDtre los
dos Grandes, ni Estado quc Do esté o pueda estar repres€ntado. en las Na-
cior€s Uoidas. Al mismo tiempo, como este sistema es bipolar, porquo los
Dos pose€n y sotr los rlnicos en poseer, ¿z l96t aún más que en l945,las
armas físicamente decisivas. Uno y otro poseeD los medios para arrasar el
planeta, para asolar las ciudades, para exterminar la población. Pero si el he'
misferio Norte se eocuent¡a cubierto en su mayor parte por ambos bloque!,
el hemisferio Sur permanece exte¡ior al enffentamiento entre los bloques. Es
lícito pretender que constituye el obj€tivo de este eufre¡tamiento, pero no está
dcmGt¡ado que, aun en el caso de que uno de los Dos saliese lriunfantc en
el hemisferio Norte, el resto de la Humanidad hab¡ía de caer por sf solo baio
su dominación. La superioridad militar de los dos G¡andes e5, en ef€cto, de
un carácter único, puesto que está basada en la técnica, en las bombas tet-
monucleares, en los bombardeos, en los ingenios balfsticos. Ahora bien, esto§
medios do destrucciótr no son, hasta el momento, sino en débil grado, medios
do poder, ya que ninguno dc los Grandes ha utilizado su dispositivo termo-
nucl€a¡ para ate[orizar a un aüado o a url satélite o a un Do-comprofnetido.
Los dispositivos termonucleares, a diferencia de la flota inglesa en el siglo
pasado, no actúan contra aquellos que no los poseen, y no parec€o tener
por el momento otra ñEalidad que la de neutralizarse uno a otro.
El conflicto etrtre los Estados Unidos y Ia UDión Soviética, en el b€mis-
fcrio Norte, oo está determinado por ninguna de las causas clásicas: espacio,
núm€ro, recufsos. Cada uno de los Grandes dispone de un espacio inmenso,
conrrva un margen de crecimiento en extensión, produrb sus al¡meBtos en
su propio suelo y encuentra cn su subsuelo la mayoría de las materias primas
de quo tietro neccsidad su industria. Los viejos países do Europa Occidental,
Alemania del Oeste, Gran Bretaña, Italia, no tieDen el mismo potencial do cre-
cimiento que los Estados UDidos. Tienen una agricultura intensiva y deben to-
davla importar utra fracción de sus alimentos. Pero, para un futuro próximo
de unas deccnas de años, la agiicultura coEtineotal (Alemania, Francia, Ita-
lia) cotrtinuará experimentando los beueñcios y las dincultades de la revo-
lución cientíñca. I-a supcrproduccióa será más temible que la periuria. Los
pafscs importadores --4fan Bretaña, Alemania- preferirán comprar al meior
precio en el mercado mundial, y los pafses e¡c€dentarios, como Francia, se in-
dignarán de no eDcontrar salidas para sus exc€deotes. Este tipo de crisis oo
exigo una saüda en o por la güerra. Los conflictos, cuyos determioaotes u
objetivos están coostituidos por el espacio o los recuEos, sou hoy día margi-
nales: en el Cercano Orieote (Palestina) o en Africa del Norte (Sahara). No
quiero esto decir que la guerra a mu€rte, si estallas€, sería por ello irrazo-
nable. Cada uno de los Gratrdes puede creer, en efecto, coo razón o sin ella,
que se eocoltrarfa sio duda seguro, y quiá dueño del mundo, si su rival
no existiese. El sentido de la guerra frfa no es el mismo, segin que la inter-
808 Prexeologí:. L¡s a¡rinomi¡s dc l¡ ¡cción diplomátice csu:régice

pr€tación sea de Washington o de Moscú, pero el s€ntido de la guerra a


m¡J€rte, a pesar de los vocabularios diferentes, es en eseDcia el mismo para
los Dos. Si la Uoióa Soviética no eístiese, se puede ¡rensar en WashiugtoB,
¡cuán fácil s€rfa orientar hacia regíureues coastitucionales [a legftima rcvolu-
cióB de las masas frente al colonialismo, e[ feudalismo y la explotación ! Si
no existiesea los Estados Unidos, ¡qué fácil sería orieutar la revolución de
los pueblos hacia su resultado racional: el socialismo ! Si Ia UnióE Soviética
Do existiese, el aparato te¡monuclear americano ¡!o se eDconúaría en todo
mor¡¡eoto €o estado de alerta, y Do s€rviría más que para impedt a los de-
más, a los niños, a los que todayía no soo s€osatos, un empleo excesivo de Ia
fr¡er¿¿. Si los Estados Unidos Do existiesen, el dispositivo termoDuclea¡ so-
viético Do teodrfa ya niDguna fuociétr, puesto que la Humanidad no ta¡daría
cn coovertirse al socialismo y porque eútre Estados hetmaDos ¡a paz €staría
garatrtizada.
El precio de la victoria, €o est€ duelo d€ úeaotes, s€rla, por lo tanto, dfgasc
lo quo se quiera, inmenso, desmesurado y casi justifrcaría todos los sacrifi-
cios, puesto que vendría a confuodirse apareotemeote coo el fiual del temor,
con el fhal de la situación hobbesiana eotre los Estados. Eliminemos radical-
m€nte a uDo de los Dos y la ambición de todos los Césa¡es sc verá satisfecha,
y el sueño taoto de locos como de los sensatos s€ verá realizado: lz pzz et
la lierra para los hombres, aun para aquéllos de mala voluntad- I-os lfmites
dcl imperio coincidi¡ían esta vez cotr las froot€ras de la Humanidad. L¿ so-
beranía de la fircrza adquirida por b üctoria se maulendrfa, oo por una ad-
ministracióD rápidamente odiada por los pueblos, sino por el control, discreto
y despiadado, de las fábricas y de los laboratorios.
Si ninguno de los Dos parece contemplar esta lucha suprema como incvi-
table ni aun como probable, oo es porque el objeto eo litigio sea insufciente,
sino ¡rorque los riesgos son demasiado grandes. Los riesgos de la lucha final,
en cualquier sistema iaternacional, hao sido siempre grandes. Los tiempos en
quo los combatieotes no se mataban más que eo el cuerpo a cuerpo, Ia lucba
a muer&e podía ya siguiñcar el suicidio comútr. Las guerras hechas por las
sociedades iodust¡iales, en el transcurso de la primera mitad del siglo, no hao
teDido este carácter, han debilitado a los p¡otagonistas origioarios y favorecido
la asc€osión de los Estados periféricos; no hao deiado con vida más que a
dos o tres graDdes y haD abierto la e¡a de la Historia Unive¡sal. Nadie sabe si
la Historia Universal termiDa¡á en un Est¿do universal, ni cuando.
lá natu¡al€za de las armas retierc todaúa a los caodidatos al imperio,
aoles de llegar a la confroutación supr€ma, y ticDde también a suprimir y, eo
todo caso, atentat la repercusión de las peripecias de la guerra lría sobre el
equilibrio d.e fuerzt, en la eventuolidad de utu guerrct a ,nuerte. Si los Estado§
Unidos y la Uaióo Soviética comienza¡ a atacarse coo bombas termoou-
clea¡es, ¿qué imponancia tiene cl t¡azado do la frontera eotre los dos imperios
y las zooas de iafucocia, y qué importa qu€ l,as numerosas repúblicas afri-
XXII. En busca de un¿ estrltcgi¿ (2) 809

caoas s€ declarctr democracias populares? Supoogamos al coniunto del Asia


del Sudeste, Lam, Cambodge, Viet-Bam del Sur, TailaDdia, Malasia, coqve¡-
tidos al comunismo o conquistados por él: la "pérdida" de estos países, pa¡a
empl€ar la expresión que circularía en los Estados Unidos, constituiría uDa
derrota para Occidente, veqdría a aumentar el prestigio del campo soviético,
se coov€rtirfa en la famosa bola de nieve, hinchaodo la masa de seguidores
por opofuoismo de la nueva fe. Nolhing succeeds like s¡cc¿ss. Cuando todo
haya sido dicho, seguiría siendo cierto que los países del Asia del Sudeste,
al pasarse de uo campo a otro, no modificarían sustaocialmente la relación
eDtro los recursos disponiblcs de uno y otro lado, o al meoos eotre los uti-
lizables para la guerra t€rmonuclear.
La idea que queremos sugerir podía formulars€ de una manera abstracta
en los siguieqtes términos: ¡o existe uúa relación directa y unlvoca entre la
cantidad de recursos, ,naleriales y humanos, y la luerza militar, representda
por los aporotos termonucleares- Si el equilibrio entrc las capacidades termo-
oucleares se rompiera, uno y otro intentarÍan vanamente restablecerlo en el
estado actual del mundq reclutaDdo nuevos aliados o atmyéndolos a los aliados
del oúo campo. El equilibrio de fuerz¿s termonuclea¡es está en fuDcióo, eD
cada morDento, de la capacidad de ataque y de reptesaüas de la defensa ac-
tiva o ¡nsiva dc los Dos. Capacidad y defeusa depeoden a su vez de las
armas y de la o¡gaoizacióo, es deci¡, de los laboratorios al mismo tiempo qr¡o
de los gastos realiz¿dos. Quiá los americanos s¡eas€n diñcultades a los so-
viéticoc si aumcotasen a ocbenta mil miüorcs de dóla¡es su presupuestd de
defensa nacioqal. Por el momento, los botrcheviques y los americanos han
consagrado a los armamcotos, a lias inyestigaciones y al almace¡amieoto de
rcservas, uEa masa de recursos poco más o menos igual, Cualqui€ra que sca
el desarroüo respectivo del producto nacional bruto de los Estados Unidos y
do la Unión Soviética, en el t¡aoru¡so de los dos o tres p¡óximos decenios,
oi uno Bi otro de los G¡andes se verá dejado arás por falta de medios 1na-
teriales o dc ditrero.
¿Quiero esto dccir que ¡o haya niuguna proporcióo ent¡e ayances y retro
cesos do los dos bloques, por un lado, y relación de fuerzas enfreotadas, por
otro? Ciertamente, no, Pero cooviene, para precisar estas relaciooes, proc€der
a un a¡álisis absracto. Disti-ogamos tres cotrceptos: equilibrio de la disua-
sión, equilibrio de fuerzas termooucleares y equilib¡io de fuer¿as globales
en la era termonuclear, El equilibrio de la disuasión se establece cuando cada
uno de los poseedores' ti€ne igual capacidad qu€ su rival para disuadir la
agresión directa o Ia provocacióo extrema. Eo realidad, esta capacidad no de-
¡rnde exclusivarnentc dg los iustrumentos que posée cada uoo de los juga-

' No ¡o¡ rcferimos a la hiEótcsis rimple de dos detcn!¡do¡rs (dc di¡poritivoa).


Si hubie¡e ndor porcedorcs dc dbpositivos termonocleeres reíu poribles divcrrae
m¡nlin¡cio¡cs, Delaoos para ot¡& ocrsiótr d ¡¡rilisi6 del jucgo tctooouclear cou
rarios jugadores"
810 Prareología. Las ¡nrinomi¡s de Ia ¿cción diplomática estratcgica

dores, silo también de la resisteocia nerviosa, del coos€otimi€Eto a corer


riesgos, del arte do hac€r tomar en serio una an€Daza improbable. Como
quiera quo la disuasión es una relación entre dos voluntades, el equilibrio por
la disuasión es un equilibrio psico-técnico. El espectador comprueba sin
difcultad- la igualdad o desigualdad de los instrumentos de disuasión, -nopero
oo puedo saber por adelantado lo quo ocurrirá en el momeoto de la con-
ftotrtaciótr.
El equil.ibrio de fuer¿as termoou€leares es utr resultado de la confron-
tacióu €Dtre los aparatos termoDucleares y las eyeotuales coos€cuencias pafa
uno y otro del empleo de dicbos dispositivos- Aquel que gracias a los pre-
parativos de defensa pasiva, tuviera las mayores probabilidades de supervi-
vencia sería el más fuerte. Este equilibrio de fuerzas termonucl€ar€s, es to-
davía m¡is difícil de evaluar quo la relación de fuerzas militares de aotaño.
Afortunadamente oos falta la experiencia, y además, pued€ ser que Ia des-
proporcióo eotre el castigo y el crimen sea tal, que €l más fuerte scrá automáti-
carDente aquel qr¡€ ataque el primero.
Ni el equilibrio do la disuasión ni el equilibrio de fuerz¿s termonuclear€s
sg verá afectado, en general, por terc€ros país€s, aliados o Do{omprometido§,
cuando cambien de estatuto, cuando de.,en una alianza para convertirse en
neutrales o se adhieran a uno de los campos d€spués de haber sido neurales.
Do todas formas hay que subrayar la resena hecha, ¿¿ general, y precisarla
con el comentario siguiente: a condición de que los palses considerados sean
radicalrDento extemos a los sistemas termonucleares de los dos Grandes. En
efecto, la red de bases militares al¡ededor del te¡ritorio de la Unión Soviética
está leix de scr inútil para la fuer¿a militar de los Estados Unidos, aúu en la
eventualidad de una guerra hecha con a¡mas nucleares oas bases facfitar¡
la dispersión de los instrumeDtos y son puntos de partida o de relevo para
l,oe bombarderos, ofreciendo posibilidades de observación o de vigilancia de
las fronteras soviéticas, etc.). El aparato termonuclear, replegado y coocan-
trado en la fortaleza América, como Io desean los soviéticos y alguoos
americanos cansados de sus obligaciones mundiales, se verfa iucomparable-
mcnúo debütado en sf y en taoto que iDstrumento de disuasión.
Pero contitrúa sieodo cierto q\e rccuft¡t a los aliqdos para rcstablecer un
cquilibio comüometido pe enece ya al pasado. L¿ toma de posicióu do
CoriDto y do Corci¡a exigía el equiübrio de fueEas ¡avales e¡ los comien-
zos de l,as guerras del Pelo¡roneso; el cambio de campo d€ la flota fratrcesa,
ca t941, hubiera bastado ¡ara haber comprometido el frágil dominio de la
flota briánica. Si u¡o de los dos Graudes dispoDo antes que el otro de iro-
genios-contra ingedos, o do uoa defensa civil de gran envergadura, el re-
clutamiento de u! aliado o el abandono de un satélitc adversario oo compen-
§arfa el retraso adquirido en la carreta del progreso. En un cierto sentido, los
do6 Gr¿ndcs sG eru¡entran solos, cara a cara, en este duelo; cuyo resultado
XXII. En busca de una estrategie (2) 811

lógico debería ser el empate y cuyo posible resultado sea tal vez la muerte
de uno o de los dos.
¿Está desprovisto, por cllo, de sigaiñcado el coocepto de equilibrio global
entre las fuerzas militares o de equilibrio global de fuerzas? Yo no lo c¡eo.
So puede uno hacer una idea aproximada de los medios miütares de que dis-
pone cada bloque para librar un conflicto local o un coonicto getreral, tanto
con armas clásicas como con todas las armas disponibles, Pero esta valoración
de las fuerzas globales de un campo o de otro es todavía más aleatoria que
en el pasado, porque la hipótesis de una guerra comparable a las del pasado,
en la que los beligerantes movilDaríaa todas sus fuerzas y empeñarían poco
a poco todas sus armas, parece improbable (es difícil imagirat uan b¡oken-back
vrar, o *a, la guerra que contiuuarían hacieodo los paÍses asolados por las
bombas termonucleares).
Si este análisis es exacto, nos estáq prohibidas dos clases de previsiooes:
aquéllas que teDdríatr como fundamento la comparación de recursos dispo-
nibles para ambos campos, y aquéllas que invocarían la superioridad de un
tipo de armas o de elementos. I-a proporcionalidad (muy aproximada) etrtre
el número de homb¡es y máquinas, por una parte, y la fuetza militar, del
otro, caracterizaba la primera mitad del siglo )o(. Con el reinado de la in-
dustria nuclear y electróBica esta proporcionalidad deja de parecemos cierta,
ai siquiera de una mane¡a superficial. La movilización tras el comienzo de
Ias hostilidades se haca imposible. Los laboratorios relevao a las fábricas, y
l¿ calidad tril¡nfa sobre 1a cantidad. IJn volumen superior de producto na-
cioual americano habría de ¡r€sar grandemente en La balanza, si los dos
Graudes ¡euuncias€tr a su mutuo pacto de suicidio y empleasen todos sus
medios para preparar su supervivencia en caso do guerra termonuclear.
Las proposiciones generales sobre las ventajas respectivas de la tierra y
del mar, haa perdido su vaüdez a[ mismo tiempo que la ley del primero --de
hombres y de máquinas- ha dejado de aplicarse a los combates de un futuro
preüsible. I-os escritores milita¡es hau especulado gt¡stosamente sob¡e la no-
ciót de armas deci§va.r. ¿Curíl de ellas, infantería, caballería, aitilleía o, luego,
aviación, ejercía en el campo de batalla la inflr¡encia primordiat y cuál deri-
día la üctoria o la derrota? Estas especulaciones no me han conyencido nunca
por completo, porque el arma con la que rmo de los beligera8tes se h¿bía
asegurado una aplastaoúe superioridad, técDica o táctica, parecfa decisiva hasta
el momeoto en que, al ser restablecida la igualdad, el cosjuBto de las armas
volvía a ser decisivo o hasta que otra arma se beoeficiaba de otra innovacióD.
En el pasado, cuando las armas mismas no se transformabatr sioo lenta-
meute, un iostrumento de combate tal como la legión romana o la caballerfa
pesada, reinaba durante siglos en el campo de batalla, En nuestra época lo§
reinados no duran. I-a combinación de carros de asalto y de bombarde¡os
de picado coustitula el arma decisiva en l94O: dos años más tarde la tésDica
812 Pr:xeología. L¡s ¡ntinomias dc i¡ ¡cción diplomátice cstretcgica

defeosiva había r€cuperado su retraso y el e¡ército blindado ya Do par€cfa


el único soberano.
Igualn¡€nte, los l.ibros de Mackinder han deEostrado que el resultado de
la lucha entre el oso y la balletr¿ sería distioto scglin l,as épocas, y quo
depeoderfa a lz vez & la eficacia respectiva del arma naval o terrestre y del
equilibrio entre las fuerz¿s disponibles etr m¿lf o eo tierra. El pod€r nava¡ ha
ejercido, efectivament€, uoa i¡Ilueocia consid€rable etr el traoscurso de la his-
toria modertra; pero las circunstancias eran excepci,onales: los palses de Europa
eran do dimensiones medias y las coaliciooes que formabao cotr sus alianzas
provisionables s€ equilibraban de una maDera aproximada, por lo que los
recuños de otros cootioentes q¡¡e utilizaba el Estado cuyas flotas reinaban en
los océanos eran euormes; fuera del Viejo Cotrtitr€Dte Bo existía r¡na potencia
militar de primer ordco. El perfeccionamiento de la movilidad teEestre, l,a
§ooce¡tración i¡dusuial, la coNtitución det imperio alemáo y, luego, ruso
pusi€ron fin a los siglos de h€gsmonfa inglesa. En el morDento actual la escala
do utridades políticas ctrfretrtadas tro tiene prec€dente. Son los Estados Unidos
los que constituyen una isla en relacién L la tie¡to
-Estadqcontftretrtc-
ceúral. Es el imperio soyiético, extendido hasta la milad de A¡emaD.ia, cl
que representa el papel de pote¡rcia terr€stre.
Los dos imperios disponen ambos tanto de armas terrestres como de ar-
mas marítimas, y eD vano iEteotarlamos auuBciar la victoria de los océanoo
o la de la masa teffestfe, como si los pr€ced€ntes consagras€n la supremacfa
dc uoo u otro el€mento. En realidad, el arma decisiva, si hay alguna, es la
combinación del aire o de los es¡racios intersiderales (como medio do tra¡s-
misión) y et fircgo nuclear. El oso ya uo está encerrado eD su pr¡ión terrcsh€,
falto de un¿ salid¿ a los mares libres; ni la balleqa se eocuetrtra ya al abrigo
do la distancia do los océanos. Ni murallas ni seguridad, ni para uno ni para
otro. Cada uno pu€de extermioar al reslo de la Humaoidad. Cada uno corre
el riesgo de perecer si toma la idciativa de atacar.
Si es esta la coyuntura, si es esta la Daturaleza dc la competencia, ¿cstá
Occidente en ¡rligro, como consecr¡€trciia de los progresos realizados por la
Unión Soviética e! el l¡aDscurso de los dicz ¡Ítimos años?
Desde el putrto de vista territorial, ha sido en el traoscurso do los alos
1945-1950 cuando tuvieroa lugar lesas modificacioues d€sastrosas desdc ol
putrto de üsta dc Occidente: la sovietizacióD de la Europa Oriental, la vic-
toria del partido comunista en China, Estos dos acotrtecimientos habfau do
transforma¡ a Ia larga la relacióu de fuerza etrhe los dos b¡oquel Reducida ¡
la frania ext€rior dc la masa eurasiática, Europa Occidcntal ca¡ecía de la
profutrdidad espacial oeccsaria para uoa defeusa e6caz. En Asia, el estable-
cimicDto eo Pelln de un nuevo régimcn, de un Estado efrcaz, reducla a Ias
islas y a las cabezas dc pu€ute la prcsencia am€ricaqa y suspendfa sobro rI
Asia dcl Sudeste t¡oa aflrcnaj¿a de dominio si oo de conquista, Si comparamos
la situació! e¡ EuroIE y en Asia, cn Ia fccha de 1950 y cn la de 1960, oon
XXII. En busca de una estratcgia (2) 813

dicz años de i¡tcrvalo, lo que nos sorprcnde más es que no haya cmpeorado
aún más. La r€cuperación ecoDómica de la Euroga Occidental ha sobrepa-
sado las esperanzas de los optimistas. I-os Estados iosulares Fü-
-Japón,
piEas, Formosa- son ya más prósperos y más sólidos hoy dla qr¡o hacc
diez años. Aún los Estados sucesores d€ Indochina, Viet-nam del Sur, Cam-
bodge, I:os, cuya supewiveocia parecfa al menos dudosa al dIa siguietrte dc
la Conferencia de Gioebra de 1954, no sc han visto todavía cubiertos por la
oleada comunista (a pesar de que l-aos esté dominado, €o 1961, etr sus tres
cuartas partes por las fuerzas comunistas o casi comunistas del Patb€t Lao y
del comandante Khoug I-ee, que obdece las órdeDes del príncipe neutralista
Souvaona Phouma).
¿Cu¡íles son los hechos quc han teDido lugar eo cl traDscurso del decenio
precedente, que inspiran taBto pesimismo r tantos observadores? Yo percibo
cuatro: /¿r realizaciones ,éc¡icds de la Udán Soviélics y la iguolrción de lqs
capacidades de disuasión: el linal de los cotos cerrados y lo tendencia de
nurrzrosos Estados poco ha ligados a Occid,cnte a proclamot su neur¡alismo;
ta ldsa de crecimien o de b Anión Sov¡élics teófica o efectivdmenle ,nás ele-
vada que en los Estados Unüo4 y de China mayor también que en la India;
y, e¡ lin, el senlimiento, que parece extenderce a tavés del mundo, de que el
viento de la Historia sopla hacio el Este, de que el fututo perretece a lot lla-
mados re§menes de democ¡acio populor. Ea resumidas ¡nlabras, et campo
soviético parece hab€r progrcszdo militarmenle, políticomente, económ¡comenle,
motulrnente-
En el plano militár, la modificación del equiübrio de fucrzas globales
es iadudable.Eo 1950 la superioridad soviética de fuer¿as clásicas c¡a grao-
de, pero la superioridad americana, cuantitativa y cualitativa, en cuaEto a
armas atómicas y a vehículos poladores (bombarderos), así como de bases,
era evidente, En 1960, los Estados Unidos poseea probablemeDte uo §rocf más
importatrte y más variado de armas atómicas y t€rmoor¡cle¿res, disponen dc
bombarderos más Dumcrosos y de bases tambiétr más nurneros¡s y más dis-
pcrs¿s. ¿Tietre la Utrión Soviética, eo cotrtrapartida, uoa ventaja respecto a 106
ingenios balísticos? Hoy dla, en 1962, los cxpertos americanos lo niegan, con
la misma energfa con que alguoos d€ ellos lo ¡rfirmabao ayer. Hay más, afü-
mao quo la superioridad uumérica está del lado americano y que la localiza-
ción de las Íampas de lanzamieoto soviéticas, les permitiría, cu cáso de nc-
cesidad, una esúategia aotidispositivo. Segr¡o otros expertos, los soüéticos
poseerán bombas más ¡roderosas (de alguoas decenas de megatoncs) y motores
de cohetes cuya potencia es suficieot€ para llcvar bombes moostruosas a millG.
Ees de kilór¡€t¡os. FioalmeDte, los Estados Unidos, a causa de su régin¡en, sou
metros capaces de tomar 14 ioiciativa. Para conservar la igualdad en la ca¡nci-
dad de disuasióo, les hace falta s€r capaces dc infigir un castigo igual al cri-
men, es decir, pose€r un aparato termoúuclear que después del ataqu€ oa-
sivo, conserve medios iguales a aqu€llos del aparato adv€rso intacto.
814 Praxeología. Las antinomies dc l¿ ¡ccióo diplomática estretcgice

Por un lado, esta deterioracióu de la relación de fuerzas nuclear€s cra


i¡evitable. La Unión Soviéüca está en situación de consagrar a los obietivos
que coosidera como prioritarios sus mejores sabios y todos los recursos, ma-
teriales y monetarios, que éstos reclaman. El paso de Ia disuasióo unilat€ral
at equilibrio de la disuasión era, pues, en uno u otro momento, ineütable.
¿Ha cedido su lugar, la aotigua desigualdad, a una desigualdad de sentido
cottrario? ¿Están equivocados los Estados Unidos en suscribir un pasto de
suicidio mutuo? ¿Pueden recuperar su ventaja gracias a una estrategia que
apunte al dispositivo termonuclear adverso (counleforce srrareg,)? Es res-
pecto a estas ioterrogantes, más técnicas que políticas, que los técDicos no se
pooen de acuerdo. Digamos que, probableftiente, a no ser quc tenga lugar
una acele¡acióq vertigiEosa en la carrera de armamentos, la igualdad en la
capacidad recíproca de disuasióo, qu€ tenfa que tener lugar un día u otro,
se verá probableme¡te maEteDida ¡.
Ea el plano polftico, la eliminación de los cotos cerrados y difusióo de
la guerra frla en el C.e¡cano Orieote, en Africa, en América Latitra, son el
resultado de dos movimieotos históricos: la desintegracióD de los Imperios
coloniales y la acción ya mundial de la Uoión Soviética. Como los países
autaño sometidos a la soberanía de un país europeo, o iotegrados en uoa
zona do influeocia, hao adquirido, como consecuencia del cooflicto entre los
dos bloques una cierta libelad de maniobra, como estos países alimentan
todos ellos resetrtimieDtos cootra su antiguo du€io y protcctor y como loc
expresan o les dao mayor amplitud do palabra, es fácil confundir esta am-
pliación de las zooas de la guerra tría coo una derota de Occidente: de [a
soberanÍa a la asociación, de la zona dc inftuencia a l¿ competencia enúe
los bloques, do la asociación al no-compromiso, de la neutralidad al neut¡a-
üsmo actiyo y de éste a la adhesión a[ bloque soviético, €ste es e[ camino
qua todos los pr¡eblos, si creemos a los bolcheviques, estáu coodenados a se-
guir hasta el 6nal, y ésta es la pesadilla de los derrotistas que se encuentran
ent¡e los occidentales.
Pero eslos derrotistas ni siquieran se dan cuenta de que adoptao, con
iuicios do valor invertidos, la ñlosofía de la historia do su enemigo. Son los
marxistas-l€ni¡istas quieoes confunden imperio colonial con imperialismo,
surgido del capitalismo, y ellos los que imagioaa co¡denado al capitalismo,
€n cnaoto se vea privado de sus col.onias. Sbn ellos también los que pretendea
que todos los caminos llevatr a Mo6cú y ellos los que creen etr un deter-
minismo inexo¡able, dcl qw las revolucioaes nacionales o burguesas coostitu-
ycn uoo de l,os momeotos y cuyo resultado es el triuofo del partido comunis-

¡ No no¡ c4¡iyoqüemG. No quercmos deci. que esla igualded sca automítics,


oi que see obrenida si¡ dilicult¡d, ¡i qne
sce incoacebible l¡ situ¡ción de los do
Sa.ngste¡q ni t¡mgrco qüe ninguno de los Doc no pueda coaseguir una renlaje
cualguiera. Quiero decir que Occidente no pueda ya conts¡ con una supcrioridad
du¡adera e¡ cste tipo da competencia.
XXII. En busca de un¿ cstretcgi¿ (2) 815

ta. No tenemos oinguna diñcultad, deEtfo del marco de nuestra propia


filosofla, cn explicar por qué los Duevos Estados y los pueblos cuyas @ono-
mías está¡ insufisieotementc desa¡rolladas tier¡en dificultades eE adoptar ins-
titucioaes pollticas próximas a las de los Estados Unidos y Gran B¡etaña.
Pero una vez más es el dogmatismo marxista-lenioista el que plaDtea el
dilema absu¡do: o el podcr del partido Uamado partido obrero-camlresiDo
o e[ poder de la clase burguesa. Es también él quien designa por un solo y
mismo conc€pto a todos los regímenes que no son del tipo soviético y él
quiea uo ve otra solución a todas las crisis, cualesquiera que sean, que uo
régimen de este tipo. Ninguno de los países árabes, a pesar de su hostilidad
a Occidente y a Israel, se ha adherido al bloque soüético Di se ha Úaosfor-
mado en democracia popu.lar. En Africa, hasta Guinea y Ghaoa continúan
maniob¡aodo entrc los dos bloques. En América Latina, Cuba es el ú¡ico
país, hasta el momento, que haya r€aliz¿do espontáneamente utra revolu-
óión, cuyos jefes, por pasióa aotiamericana, por Decesidad o por preferencia
idcotógica, han proclamado otcialmente su adh€sióD al socialismo y at campo
chino-ruso.
Es posible si se quicre- que otros país€s, eo el transcurso
-probable
del próximo deceoio, pasén al neutralismo activo y hasta a la democracia
popular. Represeata¡án un número igual de derotas para Occidente, sin
duda, puesto que coolen€r al Imperio soyiético es el frq de la estrategia occi.
d€otal. Pero si los Estados y los pueblos soo considerados como ¡rones sobre
el tablero, como instrumeatos utilizablcs en la rivalidad de ¡»der, si el reclu-
tamiento dc aliados o dc satélites es, para cada campo, un medio de refor-
zarsey de debilitar a su rival, e¡ton€es mrrchas de estas derrotas no tie¡en
consecuencias serias. Ni I¿os ni Gui¡ea consolidau el poteDcial, oconómico
o militar, d€ uno u otro de los bloques. Para Occidente, un cambio de ñde-
lidad tieno un signiñcado militar, bicu en el marco de la guerra frfa cuatrdo
so convierte eD la clásica bola de nievc, o cuando pone en peligro la capa-
cidad regional de resisteDc¡a, o bieD en relaciótr a la sventualidad de una
guerra total, cuaudo signifca la d€st osesión de bases o de faciüdades para el
dispositivo termoDuslear anrericano, o cua¡rdo las facilita al dispositivo ad-
v€fso.
Podrá objetane qua cuanto más se ertiende el territorio de1 bloque, más
aumentau los rccursos de éste. Pcro ello constituye uua apariencia €ngañosa,
Desdo ci€rtos pu[tos de üsta, l.os Estados aüados o satélites coostituy€tr ya
má una carga quc utra ayuda: recibetr del hermano mayor más de lo que
le dan. En la medida cn que se encuant¡an en camino del dcsaro o, no tie-
ocD más qr¡e un débil porcentaje del producto nacional disponible para la
utiliz¿ción diplomático-€stratégica. Es cierto que, económicamelie, la expan-
sión dcl rt€rc¿do mundiat socialista y la disminución del mercado mundial
capitalista, implican para aquél ciertas veDtajas y para ésüe ciertos inconvc-
nientes. Si sul)onemos que el mundo cntero, salvo los Estados Uoidos, s.
8!6 Prexeología. L¿s entinomi¿s dc l¿ acción diplomátice estretegica

adh.icre al campo soviético, evident€mentc los Estados Unidos se ycrían ven-


cidos po¡ltica y miütarmeúie, asf como económicamente, pero estamos lejos
ds una situación semeiaote. El bloque soviético ha realizado progfesos y
contiDuará haciéodolos, taDto por lo que respecta al volumen de la pro-
ducción, como en cuanto a todo aquello que se refiere a los int€rcambios
con el tercer muodo. Sin embafgo, éste continúa realizando co¡ Occidente
cl s€ctor, con mucho, más important€ de su co¡ncrcio. En el ratrscurso de un
futuro prevísibl,e, es decir, eo los próximos decenios, a menos que no se vea
trastomado cl eslatuto úe¡ritorial del planeta, Occidente no carecerá ni de
proveedores de materias primas Ei de compradores de sus productos manu-
facturados.
Queda arlo e¡ argumento de la disparidad entre las tasas de crecimiento.
UDa comparacióo cientíñca do las tasas de crecimieDto exige más p¡ecau-
ciones de las qr¡g toma en sus discursos €l señor Krutscbev, or auü €n sl§
artículos, la mayorla de los econonristas occidetrtales. EIl general, es cierto
quo la tasa de cr€cimiento soviética ha sido, en el transcurso do los añoe
1950 a 1960, sensiblemente más elevada que la de los Estados Unidos, tanto
si sc ve desde el punto de vista del prodrcto nacional bruto como del pro-
ducto pü capita. Pot diversas razones, la tasa de crecimi€oto americano ha
sido relativamente débil en el trauscurso de este perfodo, aun en compara-
cióa cou Ia de las ecoqomías del contioeate europeo. Las polémicas sobre
la tasa de crecimiento (¿la de la Unión Soüética es del 8 ó del 6 por 100?),
así como sobre la rclación actual entre los productos nacionales (¿es el pro-
ducto ruso igual a la terc€ra pafe o a Ia mitad, aproximadameEta, del pro-
ducto am€ricaDo?), pucden difícilmente [egar a un resultado i[dubitado, tao
mal conocidos son algünos de los datos reales, ya que estas medid¿s exigen
coovenciones (relativas a los precios), ninguaa de las cuales se impone de
una maDera iEdudable de por sí. Vale más, por lo tanto, a menos quc entre-
mos en uoa discusión téc¡ica" limitarnos a los hcchos conocidos, iodiscuti-
bles, que bastan para duestro propósito-
Cualquiera quo haya sido, desde bacc diez años, los progrcsos del con-
sumo soüético, del nivel de üda, y aúD más, del conlo¡t y la comodidad
de Ia eisteocia, coatinúa siendo, para la masa de la población, incompar¿-
blemeote infcriores a los de Occideqte. L¿s co¡diciones dc aloiami€¡to, la
r¡ediocridad de abastccimieotos, la orgauizacióu del comcrcio, tal como
pueda observarlo cualquicr visitaotc de la Unión Soviética, bastaE para coo-
firmar la afirmacióD preced€nte. Más del ,10 por 100 do la mano de obra
coDtin¡1¿ €mpleada ca la agricultura, con el ñn de alimeotar, de una mancra
medk¡cre, a uDos doscieqtos dicz millo¡es de personas. Meoos del l0 por
100, en los Estados Unidos, prodncen excedent6 que influyen sobre el pre-
supuesto y que so! distribuidos a través del mundo. Mieotras subsista uDa
scparación scmeiantc entra las productiúdadcs agrlcolas, no sólo dc la Unión
Soviética y dc los Est¿dos Unidos, sino a ambos lados del telón do acero.
XXtl. En busc¡ de una estretcgia (2) 817

Occidente no ti€¡e nada que tem€r de la p¡eteDdida amenaz! do la prospe-


ridad socialista. Aquellos que so imaginaban, hace ya algunos años, que
Francia y Eu¡opa bajarían a su vez uD telóo de acero para impedir la com-
pa¡ación entre la "explotación capitalista" y "la liberación socialista" no
labían lo que decfan, o eran estadfsticos o ideólogos ofuscados por las cifras
o por las pasiones.
Por e[ cortrario, la disminución de la distancia relativa entre la prodlrc-
cióo industrial de la Unión Soviética y la de los Estados Unidos, y entre
la del bloquo soviético y la del bloque adáotico, sí es, efectivame¡te, muy
probable. I-os periódicos soviéticos proclaman que la paficipación del blo-
que soviético (incluida Chiaa) ea la producción industrial de la bumanidad
era, en 19«), del 37 por 100, y qus de eotonces a cinco años pasará de la
mitad. El aumento de este porcentaje es el resultado, Spneralmeote, de la
más elevada tasa de crecinJeato de la producción indusrial soviética. El
h€cho de que eo ciertos sectores el bloque soviético produzca, en 1970, tatrto
o arl¡ más que el bloque occid€ntal (Estados Uoidos y Europa occidental)
cs un hecho posible. Pero que produzca, en 1970, tanto como el bloque
occidental, respecto a Ia iDdustria en su coojunto o W copita, eso hay que
darlo por excluido. Sin embargo, a condicióo de que la Unión Soviética re-
cupere su retraso en cuanto a p¡oductividad agrfcola, nada puedo impedir,
en el papel, que alcance algxln dfa (más veroslmilmcnte en el sigl.o próximo
qr¡e €n éste) a los Estados Unidos '.
Si nos limitamos a considerar los dos o tres p¡óximos decenios, ¿estamos
obligados a decir que el avance soviético "am€naza" a los Estados Uoidos
o a Europa occid€ntal? I¿ fórmula puede ser tomada en dos sentidos: o
bien la U¡ión Soüética, gracias a su ctecimiento, poseerá los medios para
poder consagrar mayor Dúm€ro de recursos a la política exterior (armas y
ayudas), o bieo coDstituirá por su riqueza, por su prosperidad, un modelo
irresistible para los occidentales y para los no-comprometidos. C¿da uno de
estos "peligros" €s ¡e¡I, pero ninguno es tan grave como el señof Krutschev
quiero hacer cre€r. El dfa que los Estados Unidos reconozcao la oecesidad
de gastar sesenta mil millones de dólares para su defeDsa y no cuareota y
cinco mil, provocarán, con rUo mismo, un crecimiento más rápido del pro-
ducto nacioDal y de la producción ir¡dustrial. Esta aumenta m€oos de prisa
quo en la Uuiótr Soüética, a causa, eo pane, do la distribución de la de-

' El 9 de julio dc 1961, .¡ leñor Krut6chev no¡ d¡b¡ l¡¡ siguicntcs cifras: la
producción indusrrial de la IJRSS cs i¿s¡l al 60 po¡ 100 ric la dc los USA en 1960.
En 1966, produciri un l0ó por 1(x), y cfl l9?0 un 15ó por 100 dc le acmel pmduc-
cirír ¡merican¡. Al conceder una tasa de crccirniento del 2 por 100 a los Est¿dos
U¡idos, cl s€ior Krutschev corcluye que la URSS .obrepasa¡á ¿ los Estados Unido¡
cn 196i1, I con uDa tlsa del 3 por 100. cn 1968, Añ¡dc qoe, 'aprorimedamente lar
misñas cctadístic¡s Fdría¡ i¡dicarse para el dcsortollo dc la agricultura en ambor
paft€s1 Esta últio¡ f¡a¡c dc¡Ducstr. quc sc t¡¡te dc ejarcicioa dc A¡oD¡g¡¡d¡, y ¡o
dc c.álculo¡ de estadístic¡.
818 Prueología. L¿s ¿¡tinomi¿s dc l¡ ar¡ión diplomáticz cstratégica

manda. Si €l público ro quicre ya comprar más productos industrialcs, si


utiliz¡ sus iDgresos suplemetrtarios cn aloiarso meior o etr distraerse, o en via-
iar, la p¡odr¡cción industrial progresará ¡Dcoos de prisa y el t¡no se verá
determinado sobre todo por los dos otros progresos: el de la productiüdad
y el de la población r. Pero la capacidad de producción para el caso de uoa
ca¡rera de armameEtos cootiDúa iotacta en los Estados Unidos. Estos no co-
rren el riesgo de verse dejados atrás militarm€nte. En cuaDto al arma eco-
nómica, la Unión Soviética y sus aliados la utili?ár¡itr mañana co¡ mayor
generosidad que hoy día, ¡rro la eficacia psicopottica no depende sólo de
las cifras de dólares o de rublos dados o prestados.
Si existe ur peligro, es por el momeoto, y lo será arin duraotc algunos
años, más moral que material, más polltico que militar. EI c¡ccimiento de
la economfa soüética es rrtr argumeoto más en e[ gfatr debate, en que cada
bloqrE i¡teota persuadir al otro de su superioridad y, cotrs€cueaictrr€Dte, de
la legitimidad de sus instituciones. Occidene no tiene gran cosa que tem€r do
una comparación entre ambas realidadcs: enviemos los no-comprometidos a
BerlIn, y que comparen la suerte de los hombres y la cualidad de la existencia
y de la cultura a uno y otro lado. Eo verdad, Oc¡idente Do tieue nada que
temer, ni siqui€ra de los progresos qr¡c la Unión Soviética pucda realizar
etr el transcurso de los diez próximos años. Si aumenta el uivel de vida y
si la moootoofa dc la vida soviética llega a adquirü, en alguna forma, uaa
cierta vivacidad, quiá los hombres del Kremlin s€á.q eotoEces más sioceros
en su voluotad de coexistencia pacífica. Queda, en ñn, Ia riltima "amenaza"
creada por cl sentimiento vago, pero profundo, en Occidento y cn todo cl
terc€r muodo, de que el futuro pertenece a Rusia y a los reg:fmetres de tipo
soviético. Quc este sentimiento se haya exteodido ya ea algunas partes, yo
no lo pongo en duda. Pero eu Francia af€cta más biea a ci€rtos mcdios
intelcctuales y bu¡gues€s que a las masas. Está lejos de ser universal y está
fabricádo para la propagauda y. aún más, por los propagandistas. No sur-
ge, €spootán€am€ute e¡ el espíritu de los hombres, €D el espectáculo del
muDdo. D€spués de todo, hac€ utra yeintcn¿ de años fue otro totalitarismo cl
quo agrupaba a los opo¡tunistas. Por deftrición, estas adhesione Do soD nutr-
ca definitivas, Es mejor combatülas qr¡c calcular su !¡imero.

4. Esrrdegia de paz
Co¡sideremos sisrultáEearD€Dte los objetivos de la €strategia occide¡tal,
tal y como los be esbozado en la s€guEda socción y los datos rcales de la
situación, tal y como acabo dc recordarlos en la tercera. ¿Cuáles deberfau
ser los priocipios de la €strategia occidental, eo fusción de estos dos análisis?

' h población dc los E¡t¡doo U¡ido¡ ¡umcnt¡ trn de pi:a cono l¿ dc l¡


Unió¡ Soviétic¡.
XXII. En busc¿ dc una csrntcgi¡ (2) 819

Occidente no se etrcontrará verdaderameote s€guro hasta el día en qug


el bloque soviético d€j€ de tene¡ como ñaalidad la destrucción de hecho de
los por él llamados regímercs sapitalistas, es deci¡, la destrucción de Occi-
dente. Europa occidental no se ericootrarii r€almeDte segura hasta el día en
que e[ reparto de Alemania y del Vie.,o Cootirienle eo su totalidad baya sido
vencido, En ta[to que los ejércitos rusos estén estacionados a doscieDtos
kilómetros del Rin, las puertas d€l templo de Jano permanecerán cerradas.
Pero esas dos afumaciones deben se¡ completadas con otras dos, puesto qüe
los Estados Unidos no hau querido correr ese mismo riesgo pa¡a librar a los
pueblos de la Europ¿ oriental e¡ la hora en que eran militarm€ote los mfu
fuertes, no dcberlan lógicament€ d€ducir de ello que desde etrtotrc€s hayan
cons€guido, ni con mucho, mantener el equilibrio. En general, Occidente, a
menos que esté dispuesto a hacer una guefra termonuclear, no tietre ning¡in
medio de "d€s&uir'' oi el régim€n ni el Imperio soviélicos; y oi siquiera
lo tiene para iofluir sobre la revolución interior de este Imperio, ni sobre
las relaciones .c¡tre la Unión Soviética y la China popular.
Estas cuatro afumaciones iuntas pa¡e€erán implicar una cootradicción
fuodamental, a los o¡x de aquellos que int€rpretan de una man€ra burda
la dialéctica del aDtagonismo y que desean que devolyamos con creces a
nuesúos enemigos la hostilidad de que oos hacen obieto. La cotrtraCiccí6n
desapa¡ecería desde el momeDto Gn que Bos conside¡emos victoriosos el día
que los bolcbeviques hayan renunciado definitivarDente a su empresa. Pero
como esta tratrsformación, suponiendo que tenga lugar algin dÍa, está 3úo
lcjana, tenemos que convencemos de que el conaicto será proiongado y, al
ri¡€nos que teoga lugar un acridcnte feliz (la disasociación del bloque sovié-
tico) o info¡tunaco (la disasociación del bloque atláritico o la guerra), lo
meior que podemos esp€rar es una mayor leotitud en el avance sov¡éfico
e:u ol tercer mundo y una progresiva estabilización del equilibrio de fue¡zas
y no solameate miütares- eD¿¡e los dos bloques. Quiérase o no,
-polfticas
viviremos bajo la ameDaza mililar en taEto que oo haya uo acuerJo sobre
el control de los armamentos, y baio la ametraza política en tanto que los
marxistas-leninistas permaEezcan fieles a su fe.
No sirve para trada evocar la estrategia del rechace, como lo hacía James
Burnham eo víspera de la vuelta al poder de los republicaoos, ni 12, lonvard
sttategt-, como lo hacen los res autotes que henro§ citado más arriba, Occi
deqte, d¿da su oatu¡aleza, no ha conseguido ,iamás la capacidad política para
uoa estrategia ofensiva y no tiene hoy día m᧠que la capacid¡d material.
No bay que excluir, por ello, que un Occidetrte debilitado sea más agres¡vo
o más intransigente & lo que lo fu€ron los Estados Unidos al día siguieote
de la guer¡a, cuando eran los únicos iotactos, los omnipotentes. Sabemos que
las democracias üeneo una tendencia a hacer la guerra cuando s€ encuen-
tran cxasperadas, no cuando la coyutrtura les cs favorable.
Admitiendo que no tenemos ningrin rncdio de "forzar" a las sociedades
820 Praxcologíe. Les enti¡omies dc l¡ ¡cción diplomáúce estntcgica

soviétisas a abrirseo a "liberar" a los paírs de la Europa ori€ntal, teoemos


que preparartros a yivir en un muodo "mitad libfe, mitad esclavo" por un
largo perfodo de tiempo, sio excluir la pos¡bilidad de que la mitad esclava
del muodo se transforme por sí misma, No se trata de surribir la tcoría
simple dc algunos marxistas o pseudomarxistas, segrin la cual el régimen
soviéüco se hari necésarioment¿ democrático a medida que se elcve ol nivel
de vida. Pero no se trata tampoco d€ aceptar corno uo dogma que et régi-
m€n soviético tro pueda cambiar y que la diplomacia€strategia de Moscú
esté, de uoa yez para siempre, determioada por la intención de Lenin o de
StaliD. Dentro del marco de una ñlosofía, por el rnomento invulnerable a la
€xperi€ncia, los hombres del K¡emlin actúan en función de las circunstan-
cias. Occidente puede inffuir sobre las circutrstancias, a las que Moscú con-
sidere razooable adaptarse.
Esta estrategia podrá ser bautizada de estrategia defensiva o de estratc-
gia de coexistencia. Yo no niego que, en comparación a la estrategia que
apuntaría a la destrucción de la Unióu Soviética, o del lmperio Soviético.
y que quisiera eliminar, de utra vez pa¡a siempre la amenaza soviética, esta
esrategia merec€ s€r llamada dcfensiva. pucsto que toma, por decirlo así, del
enemigo, el slogan de la coexistenc¡a: coo la diferencia de que lo interprela
de una manera dist¡nta. Pero la elección de una estrategia debe también estar
determinada por el auálisis del equilibrio de fuerzas y, sietrdo su obretivo
evitar la guerra termonucl€ar al mismo tiempo que salva¡ a la civilización
liberal. me parece preferible Do opooer a la voluntad unive¡salista de los so-
viéticos una voluntad igualmeote universalisla. Es reivindicaodo los de¡cchos
<lel pluralismo institrciorial contra el molismo del marxismo.lenioismo, como
Occidente defini¡á exactamente su misión en conÍa del totalitarismo. y no
alzando un motrismo aoálogo, ¡»ro coouario al que combatimos.
La coexistencia entre los dos bloques, al ser aceptada como uri h€cho.
hace que la exigencia primera sea la del mantenimiento del equilib¡io eotre
las fuerzas militares globales. O, ¡rara expresarme con una mayor precisión,
ct peligro fundamental primordial diría yo- es aún. para el actual
-pe¡igro
período, el peligro militar y no, como todos lo repiten, el p¿ligro de subver.
sión o de ioñltración. El becho de que la mayoría de los comcntaristas op¡-
nen de una manera diferente, surge de la coofusión eltre la urgencia y la
importancia de las crisis visibles, y de la competencia, Ixrmaneote y pro-
funda, Es muy cierto que Ias bombas termonuclearqs y los ing€nios baiís-
ticos no sirven para det€ner la expansión soviética eo Asia del Sudesr€ y
en el Ce¡cano Oriente. Es tambiéD muy cierto que aquéllos, si existen, que
han contado con la estrategia atómica par¿ coDteDer a la Unión Soviética en
todas las partes del muodo, se han equiv¡xado en el setrtido en el que es
posible referirse al fracaso de la estrategia alómica. Pero, por deñnición.
u¡a estrategia de disuasión defensiva - no tiene otro éxito
-polficamente
XXII. En busc¡ dc un¡ cstr.tcgi¿ (2) Ul
quc no sea negativo. Como quiera que no contempla más que el §totu q¡kr,
parece estéril desde el momeDlo en que se conñrma, d€ una mari€fa retfo§-
frectiva. qr¡e en todo caso el stat quo habría sido garantizado.
La prioridad que yo conc€do a las consideraciones militares tien€ el si-
guiente sig¡ificado: si €l bloque soviético s€ convence de qu€ po6ce una
superioridad indiscutible. tanto por lo que rqspecta a los iostrumeotos paí-
vos o activos de disuasión, como en cuanto acepte el coniunto de medios
militar€s, el peligro podrfa ser mortal. Los hombres d€l Kremlin creerfatr
llegado €l momento de la lucha ñnal o, lo que es más probable, llevarlan
su ventaia hasta el puoto & forz2j t Occideote a la alternativa eotr€ cap¡-
tulación y guerra. La batalla entre los dos bloques no se libra, Ia ma¡,or
parte dcl tiempo, en el terreno militar, prccis¿mente porqu€ el equilibrio de
fue¡zas se mantiene. En cuanto éste se vea comprom€tido, todo lo demás
lo csará al mismo tiempo.
Ahora bien. ante ta probable auscncia de uo acuerdo sobre e[ control de
armamentos, el equilibrio militar supone un esfuerzo constaote y masivo de
investigaciones y de producción, y está lejos de haber sido conseguido de una
vez para siempre gracias a una capacidad mínima de represalias. Este equi-
lib¡io, en el transcurso del período qr¡e se abre! tolerará cada vez con mayor
diñcultad una inferio¡idad radical en un orden determinado de rnedios:
por eFmplo, en cuanto a armas clásicas. La probable evolución. de aquí a
una docena dc años, a favor dc dispositivos termooucl€ares cada vez más
terribles y cada vez más invulnerables, traerá consigo la probabilidad, a pesar
dc las negativas soviéticas, de qrE las armas clásicas puedan ser empleadas,
hasta, recíprocamente. por los dos Grandes. sin llegar a límites exr€mos.
[,a primacía de las consideracioncs militares no depende solanente de la
inmensidad de riesgos que implicaría una negligencia cualquiera. Va unida
también a otra primacía, igualrneote cootraria a la opinión hoy día eo boga,
la de Europa o Ia del teatro de ope¡aciones en que se encuentran enfren-
tados los dos btoque§, por encima del tercer mundo. También aquí la opo-
sicióD cs entre impotancia y wgencio. En el transcurso de los años que pre-
cedicron a la oueva puesta en marcha. por el señor Kru¿scb€v, de la c¡isis
de Berlín, no ocurrió uada en apariencia en Europa. Cada uno de los dos
bloques se había organizado: el estatuto territorial par€cfa itrsatisfactorio
para ambos, pero prefcrible al costo de una guerta que parecía el único
medio de modiñcarlo. Al mismo tiempo, la gu€[a de Iodochina, o la nacio-
nalización del ca¡al de Suez, o Ia guerra de Arg€lia, o la desiotogración
del Congo Belga, o la reb€lión de Angota, reteolan la atención de los düi-
gentes de los Estados Uoidos y d€ la mayorla de los gobiernos europeos.
Pero ocurre coD el 'tombatc nulo" en Europa como con el "equilibrio
de la disuasión" en el plano pla¡etario: ni u¡¡o ni otro son resultados obte-
nidos automáticameote o con @íez.. Exitos o reveses sólo pueden ser de-
822 Praxeología. L¿s ¡¡tinomi¡¡ dc l¡ ¡cción diploaática cstretégic.r

cisivos en materia dc drmartenlos o cn cl Viejo Contincnte. S¡ la R€pública


Federal alemana, en la esperanza de encontar de nuevo su unidad, s€
orientaso hacia Moscrl, Europa occid€Etal estaría perdida, y la alianza atlán-
tica al mismo tiempo. En tanto que el conjunto atlántico se sosteDga, todo
podrá todavia salva¡se; si la unidad atlántica se viese debilitada, lodas las
otras posiciorcs de Occ¡dente se verían en peligro.
Veo oEa razón aún para disminuir la importancia que los estrategas ocsi-
d€ntalcs colcederi ordinariameute a las tomas de posición, ve¡bales o efec-
tiyas, d€ 106 Iraíses afroasiáticos. En el i¡rnediato. la mayor parte de estos
países, tomados uoo por uoo, no modifica¡á¡, §ino débilm€nte, al cembiar
de adhesión, el equilibrio de recu¡sos o de fuerzas etrtre los dos bloques. A
la larga. si Ia mayoria de estos países se adhirieran en su totalidad a un
campo o a otro, resultaria de ello un dcsequilibrio a escala universal, pero
las adhesiones de estos países a uno u otro bloque son circunstanciales. revo-
cables, y no tieoeD ningúo carácter deñnitivo, tan evidef¡te es que una re-
pública africana o latinoamericana no querrá verse sometida al poder arbi
trario d€ MosGú, desde que ya no t€ma al "colonialismo" europeo o al "im-
perialismo" yanqui. Si los dos centros de fuerzas en el hemisferio Norte
sobreyiven, ninguno de ellos ejercerá una dominación duradera sobre el he-
misferio Sur, porque aquellos que, vistos desde Moscú o desde Washington.
coústituyen simples obietos de lit¡gio, tienen aflte todo el deseo de no con-
vertirse en obietos, y expresan hoy día es€ des€o nredia¡te las diversas mo-
dalidades de nocompromiso o de neut¡alidad.
Si admitimos esta ierarquía de prioridad€s, ,len qué sentido puede Occi-
deote mejorar su diplomacia-estrategia? Personalmente, creo que la respues-
ta decisiva, pero también la más difícil, seía la del estreshamiento de los
lazos etrtre los países occidentales y el andar una etapa suplementaria eE el
camino hacia uoa auténtica comunidad atlántica- Eo el curso de la fase de
Ia postguerra, e[ conjunto atlá¡tico, considerado como una zoua de civili-
zac¡óo, tuvo que realizar tres labores: la reconst¡ucción de las regiooes
devastadas (Europa occidental), la renuncia a los imperios coloniales y la
organización de la comunidad que erigía [a presencia, ya indispensable, de
los Estados Unidos en Europa. I-a primcra labor ha sido realiz¿da miís de
prisa y nre.jor de lo que nadie podla esperar. La segutrda lo ha sido también,
pero sio una cooperación real eritre los Estados Unidoe y los Estados colo-
nizadores de Europa, ya qu€ aquéllos se las han iogeDiado para tro hac€rse
enemigos ni eDtr€ $§ aliados del Vieio Continente ni ent¡e los tracionalistas
rebelados contra la potencia colooial. Retrospectivameote, es posible decir
que r¡D poco más de clarivideocia, en un caso, de decisión etr otro, el pro€eso
de descolooización hubiera podido ser menos costoso, y dejado menos reseo-
timientos en el corazón de los coloniz¿dos y menos amargur¿ entre los pue-
blos ex imp€riales. P€ro los hombres sobre todo los hombrcs políücos,
-y
XXII. En busc¡ dc un¿ cstr¿tegi¿ (2) 823

gobernaotes y ciudadanos- no ac€pl¿n siempre los acootecimieotoa quc


prevén. I-os minislros franceses prevefau en su mayorfa la descolonización,
pero no por ello tomaron la iniciativa ni, eu fuoción de sus iustas pr€visio-
nes, pusierotr a punto de acuerdo con Washington, un p¡ograma distribuido
cntre digz o quince años, de accesió¡ a la indepeDdeocia de las colonias o de
los protectorados de Af¡ica del Nortc. Quizá la violeocia de los colonizados
era indispensable, para obligar a los coloBizadores a tomarse en serio las
ideas con las que estos rft¡mos guslan de jugar, sin poner de acuerdo con
cllas su conducta.
Dicho todo esto, queda el hecho de que la descolooizacióo ha sido
acaso terminada sin rom¡rer ni la alia¡za entre las potencias coloniales y
los Estados Unidos, anticolonialistas, Ei la uuidad ioterior de aquellas poten-
cias europeas I que se han visto forzadas a aceptar una distinta concieocia
do sí mismas y de su misión'. Uoa v6z termiDado el prQceso de descoloni-
zación, Occidente conocerá otras hostilidades y otros problemas casi de
sentido inverso, en el plano moral, en la. rivalidad eotre propag¿ndas, y
podrá tomar la ofensiva y denunciar al colonialismo soviético. Pero eD nia-
gttn caso podrá ya estar en situaciótr de ej€rcer una influencia exclusiva en
ninguna parte. I-as ideas, los ageotes y la acción subyersiva del bloque sovié-
tico €starán ya nunca ausentes en ninguna parte. Tendrá que tener eo cueDta
a los uuevos Estados con sus pasiones y con su ioiusticia, a¡ mismo tiempo
que a su eDemigo marxista-leninista. Las acusaciones iEtercambiadas eotre
las opiniones públicas fraDcesa y americana respecto al colonialismo y al aati-
colonialismo (¿Qué hau b€cho usted€s con sus argelinos? ¿Y ustedes con
sus indios?) peÍen€ceo ya al pasado (quiá los papeles se hayan invertido
en América Latioa). Pero, en contrapartida, todas las bases exteriores a lo§
países de la alianza son manteoidas ya sólo a tftulo precario.
Estos incooveDieates estaría! más que compeasados si, librados do la
hipoteca colonial de la aliaoza atlántica, co[siguen llevar uBa acción diplo-
máticorstratégica unÚ sola, o al menos uDa coordiaada. Luego, el debiüta-
miento relativo de los Estados Unidos con relación a su enemigo y a sus
aliados, corre el riesgo de ejercer una accióo en sentido coatrario. En lo
sucesivo, las economías del Mercado Común Do dependen más de la eco-
nomía americana que de lo que ésta depende de aquélla. Miütarmetrte, Fran-
cia se esfuerza, después de G¡an Bretaña, dc darse uoa fi¡€r¿¿ de ataque
nacional. La Replblica Federal s€ deia coovenc€r más que nunca por la
doctrina do Mac Namara- Allí do¡rde éste ve una estrategia ligera, sus in-
terlocutores de Boon veo las primicias del decaimi€Elo.

¡ Desgraciadamcate, Fra¡cia no Le sobrepasado todevia le prucbe de l¡ dcrcob,


¡iz¡ció¡; sigue expuesta at peügo dc la guerra civil €nlt€ ul¡ras y liberales.
' Portugal, ai el eeño¡ Salaza¡ contiaú¡ en el pode¡, gc ye¡á se¡i¡mc¡le ame-
n¡zado de Doder conseguir eu propie ruiue si combtte h¿st¿ cl 6n¡1, por salveguerdar
l¡ Iicción de la coou¡id¡d lu¡ita¡¡.
A24 Praxeologír. L¿s ¡ntinomi¡s dc l¡ ¡cción diplomáticr estrztégica

Lrprimera cotrdicióD llara que la aliaoz¿ atláutica dur€ y se desarollo


e¡ uDa comunidad atlántica, €s que los dirigentes dc Washingtori tomcu
coociencia que €1 tieDpo del directorio americano (o aoglo-americano) ha
termiqado (oo habieado siq emba¡go llegado el ticmpo dcl dircctorio de t¡es).
En teoría, quiá hubiera sido preferible reserva¡les sólo a los Estados Uni-
dos la posesiór y la disposició¡ dc armas Eucleares en el inte¡ior de 1¡
alia¡za. Pcro esto iba eo cont¡a a la uatufaleza de los Estados y de sus as-
piraciooes Eeculares, el renuociar d€finitivamcBte a las armas decisivas. Ac-
tualrr¡€ote, s€ trata meoos de preguntar qué fólmula sería eD sf misma l,¡
mejor, qu€ el evitar cien¿s coDsecuencias nefastas, de la multiplicación dc
fuer¿as nacio¡ales costosas, poco eficaces y rápidamente dejadas a un lado
por los progresos técnicos-
Sobre el plano económico, el Presidentc Kennedy ha lauzado el sauto y
§cña sobrc el partne$hip. Es todayía demasiado proqto para saber cómo
ec orgaoizarán en realidad las ¡elaciones €otre e[ Mercado Común, Gras
Bretaña, Commonwealths y los Estados Unidos, pero está claro que cl
espectacular leyantamieoto de Europa, lejos de romper la solida¡idad ent¡e
la ünea occidental del Viejo Continente y el Nu€yo Mutrdo, está eD cami-
Do de liquidar las úItimas tfazas de aislaciooismo. Los Seis del Mercado
Comrin, quc soo eri coojunto el primer cxportador e importador mundial,
constituyen una gran poteacia económica, compañera indispeBsablc tanto
¡rara la prosperidad como para la diplomacia de los Estados Uuidos.
Sobre cl plaao militar, el fin sería e[ garantizar la ¡rrmanencia y la
§olemnidad dcl compromiso america¡o dando siempre a los euro¡xos una
panicipación efectiv¿ en la estrategia de disuasión. La úoica salida, a panir
del momeDto en que Gran Bretaña y Fraocra haE pucsto cn marcha prc
gramas nacionalcs, me par€c€ que es la constitución de una fuerza europea,
qu€, sin depender iDstihrciotralmente del aparato amcricano, Do obrarla mas
quo en coordinación con é1. De este modo, Europa tomaría de nuevo coo-
cieocia de sus respoasabilidades sin que sio embargo se debilitase la ga-
raotía americarla. El estr€chamiento de lazos cotre er¡ropeos, atcouaría la
desigualdad eDtre a¿ GraBde y lo, Pequeños. La aliaoza deiaría de scr uoa
modalidad de protectorado arne¡icano ¡rara convertirse e¡r uDa €mpresü
comútr.
En lo que rcspecta a las zonas cxteriores al conJroutamietrto dirccto eütre
los bloques, los anál¡sis de la parte precedente nos enseñaD que no había ni
una receta infalible ni una prioridad uoiversalmente válida (de ayuda econ&
mica o de ayuda militar), ni régirnen por esencia adaptado a las exigencias
conjuntas del desarrollo económico y del interés occidental. La mayor parte
de lo que se considera como tercer mutrdo Africa, América l-atioa-
-Asia,
pas¿ por una fas€ de ransformación revolucionaria, cuyas caus¿rs son, eo
proporcion€s variablcs, políticas, económicas, demográñcas y morales.
Dcsdo uo punto de vista político, los poderes t¡adicionales estáo sasi to-
XXII. En busca de unr estrategia (2) 3rt

dos cllos alterados, I-a tradición y el pasado no coDstituyen ya tftulos váIi-


dos para el ejercicio de Ia autoridad. La legitimidad se ha conyertido eu
derDocrática, p€ro la puesta €n práctica de esta fórmula de legitimidad
mediante la elección choca cada vez más a menudo coD obstácüos invenci-
bles. Los elegidos Do respetaB las decisiones de los electores; estas decisio-
Des soE manipuladas o fabricadas. Eotre las dos fórmulas conformes con
cla id€a, et régimen coastitucioDal de parridos mfltiples y el del partido
ideológico y mooopolístico, se multipücan las experiencias itrtermedias, como
la oügarqufa co¡servadofa que mantieno o no uoa fachada electoral, como
los déspotas con o sitr partido, moderoistas o reaccionarios, jefes militares o
,untas de oñciales, qu€ susütuyen a un Parlamctrto desacreditado o impo-
teoúe.
Desde un punto de vista ecouómico, los pueblos, y aún más las minorfa3
gobernantes, tienen casi todos el deseo de no quedarse al margen del des-
arrollo, es decir, d,e la i¡dustrializacióo ; pero no depende de la diplomacia
americana el que las condiciones necesa¡ias para el d€sarrollo estéE o oo
esté! dadas en utr determinado pafs de Asia, de Af¡ica o de América Latira-
En rigor, el dador pr¡ede sí€mpre coostruir algunas fábricas; pcro estas
cotrstrucciotres no resuelvcn ninguoo de los problemas del subdesarrollo, ni
la impaciencia de l^s élires y de las masas, oi el desfaso €ntre cl nr¡mero
de hombres y el volumcD de los recursos.
Los palses que inteotaE hoy dfa recuperar su retraso y rcalizan la misma
rcvolución con la que el tercio favorecido de la bumanidad pasó del estadio
agrícola al cstadio itrdustrial, disfrutan, en relación a sus mayorcs, de una
rrentaia: la técoica que hay que traosferir no es la de hace cieoto cin-
cuenta años, sino la de hoy dia. La ciencia disponible oo es sólo la de la
oaturaleza, sino tambiéD la do las sociedades, Nosot¡os conocemos hoy me-
oos imperfectameote que ayer, las regularidades sociales, las consecuencias
probables de las medidas ñscales, las exigencias de u¡ programa de inversión,
etcétera. Los pafses eo vfa de des¿rrollo no ava8zao por un camiDo des-
conocido.
I-a ventaia dc llegat despttés de los occidentales se paga muy ca¡a, I-a
población, eo cieños casos, se ha triplicado o cuadruplicado (Iodia) aotes
de que se pouga en marcha el proceso do industrialización. I-a eficacia do
las inv€rsiooes eo higiene y en medicina es tal, que la tasa de mortalidad
puedo ser reducida, sin que el progreso económico aumente proporcional-
mcnte Ios recursos. Este es el caso de los principales pafses de Asia (Chiaa,
Iadia), del Ccrcano Oriente (Egrpto) y de la América Latina'. Es necesario
quo el progreso económico supere al crecimiento demog¡áfico p¡¡¡a que de
csa ma¡lera mejo¡c la condición do los hombres; hace falt¿ que el porcen-

' Supc¡ior ¿ l¡ pobl¡ci6a dc los Est¡do¡ Uoidos desde hoy oiuno (elrcdedor
dc los do6cientos oillonee),la ¡nblación de l¡ Ané¡ic¡ L¡ti¡a se tliplicaró de squl
¡ fi¡alca de ¡ulq ¡l ritoo ¡c¡ua!
§6 Prexmlogía. L¡s ¿¡tinomi¿s de l¡ ¡cción diplomáúce estretcgica

taio de iaversiones eD relacióD a [a renta nacional alcanc¿ de uq 10 a u!


15 por 100, para que asf el progreso sea cumulativo y para que cada vez
Eea me[os dificil coqsagrar al consumo o¡dinario una fraccióa crecienle de
un producto tracional cad¿ Yez mayor.
_

Hay que añadir a esta diferencia fundamental ent¡e la situación de los


europeos en los siglos xvrr y ro< y la situacióu de chinos, iodios, laüooame.
ricanos, hoy día, ot¡as diferencias cuyas consecuencias no son tan fácilmenie
perc€ptible§, I-as iustituciooes tradicioaales del orden poUtico y social se
encotrtrabatr meoos debilitadas eo Europa de lo que lo estáu en los países
del tercer mundo que se eDcuentraD ea una fase comparable de desar¡ollo.
[,as masas cran más pasivas, no tenían una concieocia clara de otras posi-
biüdades, y sus reivindicaciones no €staban justificadas por el ejemplo de los
países ayanzados. I-a competencia entre los dos Grandes, y ent¡e las dos
ideologías, en tanto que el partido comunista no se apodere del Estado, ali-
menta la i[certidumbre, explota las pasiones y desvía hacia las luchas civiles
lia energía de las élites- No son sólo las circunstancias inevitables (la pre-
§ió! de la población, la resistencia do los antiguos privilegiados, las reivio-
dicaciones de las masas) las que favorecen la ado¡rción del modelo soviético
de desarrollo. Es el partido comunista mismo, alll donde, pol su posición,
frena el desarrollo d€l que no obtendría beueficio alguno para sus propias
ambiciones.
La mitad o las dos terceras partes de la humanidad ss encotrtrarían en
plcoa revolucióo aunque Moscú y €l marxismo-leoinismo no €xistieran
volución que no puede dejar de acompañar al esfuerzo de tos pueblos -re- atra-
sados por acceder a uo üpo iudustrial de sociedad de la qrc los occideatales
y los soviéticos les pr€seDtau dos versiones, enemigas, pero en cierto aspecto
semeiantes. Los Estados Utridos no hao tenido nuoca el poder de controlar
o caoalizar de uoa maqera sobetaÍa esta revolución, cualquiera que sea el
nombre que se la dé: revolució¡ de las rirag expectations (revolución de
la cs¡rranza, podríamos decir) o revolución de masas; se tr¿ta de uE fenó-
meoo mundial, cuyas causas residen en un desequilibrio biológico<conómico,
y en una transformación radical social, y que se contiouará dur¿Dte dece-
nios, si no siglos. Reconocer los hechos eyidentes e insttifar eo los est¡ategas
l^ modesria necesaria en el plauteami€nto de sus objeüvos, coosütuye el pri-
mer paso que [eva a una política razonable.
Estrí ya admitido, hasta en los Estados Unidos, quo Las iEstitucionqs
polfticas (pluralismo de partidos y gobiemo representativo) y ecouómicas (Eer-
cado, lib€rtad do empresarios y de consumidores) s€ adaptan ea rara ocasión
a las eigencias de las fases iniciales del desarollo. Occidente no debe,
pues, prelerir los regímenes mós próximos al suyo, sino aquellos que tieaen
la mzyo¡ posibilidad de promover el desanollo. De todas forma§, dcbemo!
guardanos de la ilusión de que el éxito del desarrotlo gardn izará una aeti-
tud favorable a OccideDte o, al menos, neutral. Hasta existen circuostao-
XXII. En busc¡ de una.strategi¿ (2) E27

cias etr las que el progreso económico tenderá a consolidar aquellos grupos
que se iuclinan hacia el bloque soviético y, consecuentemeDt€, a ejercer una
acciótr contraria a nuestros objetivos. Puede que ocurra así cada vez que
Occidente se deie coafundir coo las clases conservadoras o reaccionarias,
abandoEando a los comunistas o a los semicomunistas e[ casi total monopo.
lio de los santos y seños "progresiyos".
Como las cosas ha¡ llegado a este pu¡to, se¡ía inútil es¡rrar que el
gobieroo americano prefiriese un régimen antioccideotal, porque acele¡e ol
desarrollo, a un régim€o p¡o-occideotal, que lo paralice. Pero no es impo-
siblc convencer a los estrategas americaoos, en primer lugar y por encima
de todo, de que ningrin régimen ----cualesquiera que sean srls inst¡tuciooes-
debe ser considerado comunista en tanto que el partido depeDdiente ds Mos-
cr1 no s€a dueño del poder. Hay que convenc€rles, después de que hasta un
régimen en e[ que el partido comuoista se encuentre eo el poder, en Africa
o en América Latioa, Do coostituye el equivalente al régimeu impuesto a
un país de la Europa oriental por el eiército rojo. Ea Asia, eo Africa, en
América LatiDa los regímeoes revolucionarios, aunque se consideren ser-
üdores de Moscú, tendrá siempre interés en no romper con Occidente, aun-
que no fuese más que por recibir ayrda de ambos lados. E¡ otros térmi-
nos, en lugar de actuar y, sobre todo, hablar como si nuestra seguridad
estuvieso comprometida cada vez que la "Ruritania" se declara ñel a Mos-
clr, más valdría siguiñcar nuestro ale.iamiento y casi iEdiferencia, y denun-
ciar por adelantado el cha¡taje al comunismo, al que se etrcueotrau gusto-
samento inclioados los gobemantes inc¿paces, €quivocadam€nte conveucidos
de que los americanos se verlan más afectados que ellos mismos ¡ror una
victoria do Moscú. Por el cootrario, deberíamos recordar, cn cada ocasión,
que el equilibrio de no se ve seriamenie afectado en
fuerzas militares
Duest¡a época por las yicisiludes de la guerra fría.
Estos preceptos, aislar al enemigo, Bo reconociendo como tal sino al
partido comuDista, y aceptar cualquier partido o régimen sociaüsta, pre-
ñriendo gobema[tes eficaccs en el interior a aquellos que prodigan las de-
claraciones de ñdelidad; ayudar al desarrollo porque éste es el deber hu-
maDo y, a la larga, el interés político, pero Eo s€otirso decepcionado ni
sorpreodido si la India o el Brasil se hac€n más nacioaalistas y más Deutra-
listas a medida que adquieren utra industria- parecerán a alguoos impreg-
nados de 'tspfritu muuiqués". Sin embargo, ésta sefía utra interpretacióD
radicakD€nte errón€a. Puesto que, aun ciento cincueota kilómet¡os de las
costas de Florida, los Estados Uoidos se niegan a enviar a sus rnan'zes (fusi-
le¡os de mariua) pa¡a derrocar a un régimen que lcs es hostil, más vale
cxtraer las cotrsccuetrcias lógicas dc este negativa a recurrir a la fuerza arma-
da, al mismo ticmpo que de la disociación entre las peripecias de la gucrra
hla y el equiübrio de la disuación.
Estos pr€c€ptos no impideE de oinguna maner¿ hacer a fondo la guerra
828 Praxeologíe. L¡s ¡ntinomi¿s dc l¡ acción diplomátice estratégica

fría en loa tres terrenos de la economfa, de la subversión y de la discusión.


En el primer campo son de des€ar dos modiicaciones: uoa ya en vla de
aplicación, otra todavfa escav¡mente reconocida. Puesto que la ayuda es esté
ril, si el poder es débil y si se mantieoo la estructura a¡acrónica de la pro
piedad, más vale coqc€ntrar recursos, que siempre serán limitados, allí dotrd€
las condicioDes indispensables para el rendimiento de la ayuda sean autéB-
ticas o pueda! rr realizadas gtacias a uoa pfesiótr €xterior, Donacioocs o
préstamos a largo plazo soo y deben ser uD elemeoto en una política de
conjuoto, mediante la cual los occidentales cootribuyan, en la medida ümitada
de sus m€dios, a la industrialización del hemisferio Sur. Pero desde ahora,
y cada vez más en el traoscurso de los próximos años, es la totaüdad de la
polÍtica comercial de Occidente la que ba de signiñcar una adición o una sus-
tracción a los recu¡sos disponibles del tercer muado. Nada ha podido ser
bocho etr lo que respecta a la estabilizacióo de las cotizaciones dc las mate.
rias primas. Se oos plantea ol¡o problema, y s€ plaoteará también mañana
con uEa extrema agudeza: el de la enüada en los países desarrollados de lo¡
productos manufach¡rados simples (texti¡es), con los que cuentan los pafses
en vía de desarrollo para adquirir divisas extraoieras. En el mom€nto actual,
el comercio üeude a hacerse cada vez más libre eutre los países occidenta-
les, ya que el Mercado Común ha preslado r¡n impulso suplem€ntario a u!
movimiento y¡ en marcha. Pero como los Estados Unidos tieaen uoa crecie¡rt€
dificultad en garantizarse las divisas extraoieras necesarias para ñnanciar las
donaciones o los préstamos, es probable que la ayuda adquiera, cada vez
cotr mayor frecuelcia, la fórmula de préstamos a Iaigo plazo, coo obligación
de compra en el país acreedor. Po¡ otro lado, para que el ¡ibre cambio ioter-
er¡ropeo o iDteratliíDtico Do tenga coosecuencias desfavo¡ables para el tercer
mundo, serán probablemetrte ioevitables una serie de r¡¡edidas de inspiracióo
düigista dc préstamos para las compras de materias primas, aper-
tura de -ga¡antlas
los ¡nercados atlánticos a las mercancías de los países de bajos sa-
la¡ios, €mpréstitos unidos a compras en u! mercado determimdo,
La ayuda ecorómica tietre n€cesidad de tiempo para actuar. Alll dondc
la subversión está a punto de salir triuDfaDte, sólo la cootrasubversióD (o
la coDtraguerrilla) coostituye uo contragolpe. Eo este puoto, no deja de ser
útil recordar alguoos hechos baoales, demasiado a menudo olyidados. La sub-
versiótr ha triuDfado eo los territorios coloniales porque las réplicas téclicas
y tiícticas chocaban contra lm hecho decisiyo: los revoluciona¡ios hablaban
el mismo idioma y pertenecían a la misma raza que las poblasiones qu€
coDstituíaa el obieto del combate eDtre subversió¡ y represión. Hasta eD Ar-
gelia, donde la población musulmana no se ha mostrado ¡unca utráoimemetrte
adicta al F. L. N., la preseocia de una minoría ewopea, instalada por dere
cho de cooquista y maBiñestametrte privilegiada, paralizaba los esfuerzoq
morales y políticos, del ejército fraacés para oponer slogan z slogan, la libe-
racióu de las ¡rrsonas a la liberación de A4elia, y la Argelia lib¡e en aso
XXII. En busca de una esúatetia (2) 829

ciación coo Francia a la Argelia independiente. Allí donde la§ circuns[aocia§


no ga¡antizan a la subversión una ventaja semeiaDte sobre la represión, ¿por
qué tetrdrfa que ga¡ar, la primera, por adelaotado?
Es cierto que basta coo una débil minorfa pa¡a multiplicar los atentado§
y ma¡rt€ner un cüma do ias€guridad. Es cierto que los comandos del Viet-
min, proccdeotes del Norte, peuetran duraote la troch€ eo los pueblos, ate'
rrorizan a los cam¡rsinos y terminan por ganarse eo apariencia a las pobla-
ciotres, cuaDdo en realidad éstas, si no cstuvierau someüdas a las violeDcias
y a las ameaazas, sa incliEaríao del oro lado. ED resumidas palabras, las
técnicas de la guerra subversiva no se limitan a hacer apareccr uoa Yoluotad
popular preexistente, sitro que soo suscedibles, eo nunEros¿rs ci¡cuostancias,
do crea¡la, Pero precisameate cuando esta voluntad no existe, la réplica a la
subversión o cootfagr¡errilla-, sicmpre q,ae recuta a los medio,
-represión
apropiados, no ti€ne, 4 priori, Íteoos posibilidades que la agresión a la quo
se opoDc- ¿Implicaa estos ,ned¡'oJ qproPiqdos, y basta qué Putrto lo hacen, 1¡
adopción de los procedimientos enemigos de encuadramiento, de organiza-
ción paralela, de disciplioa inlexible del núcleo iasurreccional, de terror res-
pecto a las muchedumbrcs dubitativas? Sería hipócrita negar que, casi no-
cesariamente, los adversarios se yen a[astrados por su dial&tica a imita¡se
al combatir. Y el campo soviético tiene una doble yentaia: la orgaoización
espontánea del partido comunista so adapta inmediatamente a las necesida-
des de la lucha clandestiaa Qos principios de organización de l-eain respon-
díao a estas Decesidades); uoa vez eo el poder, los comunis¡as niegan a sus
eoemigos las libertades de que a menudo se han beoeficiado.
La repr€sióo es siempre necesa¡ia cuando la subversión ha llegado a !a
fase de 1as gucrrillas. Pero es r¿ra vez eftcaz contra la propagaoda, la in6l-
tración, las tentativas por seducir a los intelectuales, explotar el descoDtento
popular y coov€ncer a los que dudan de la superioridad moral o histórica
del bloque soviético. El priucipio fundamental, simple como todos los pritr-
cipios est¡atégicos, aunque sea de ta¡ diffcil aplicación, es el de que toda
arma tiene uoa respuesta, la de que eD todos los terrcnos la defensiva debe
levantar un obstáculo al ataque y Ia de que Do se debería desdeñar Ímpu-
oemente nioguno de los teatros de operación. Comeozamos ya a comprender
que Do s€ puede proteger mediante la amenaza termoouclear a los territorios
expuestos a la conquista por subversión. Pero oo hemos comprendido toda-
vía que una inferioridad demasiado marcada ea un tipo de armas es peligrosa
y que oo se combate a las gtrerrillas mediaote la a¡rrda económica; uo en
mayor grado, al merios, que puede combatirse la propaganda con la policía.
Siu duda, existeD casos en los que es necesario emplear tanbiétr l,a poti-
cla cootra los propagandistas del enemigo: después de todo, los marxistas-
¡eDinistas Bo se privaD de hacerlo. Pero la policía, eu los regímenes totali-
tarios, se gocuentra al servicio de una actividad de endoct¡ioaEie¡to. L¡
810 Praxeología. t-¿s ¿nti¡omi¿s de l¡ ¡cción diplomática cstratégica

policla sol¡, sin el complemeDto de una organizációtr y d€ la persuasión, so


muestra a la larga ineficaz,
Afirmar que debemos seguir al enemigo en todos los terretros tro sigtri-
Aca que teogamos qug tomarle como modelo. Por el contrario, tanto si so
trata do estrategia como de táctica, de p€rsuasión como de subversión, la
as¡n¡eÚía €s fatal. Nosotros no queremos destruir a aqu€l que quiere des-
tru¡mos, sino convertirle a la toleratrcia y a la paz- No quer€mos persuadir
a los hombres de que sólo Duestras instituciones ofrecen uoa esperanza, siqo,
por el contfario, queremos persuadir a nuestros e!€m¡gos, como a los ter-
ceros, que la Humanidad, dejando apartc el respeto a ciertos p¡iDcipios, üeno
uoa vocación a la diversidad. Los países de regímeoes democráticos no pue-
den emplear la misma táctica que los países de régim$ totalita¡io y al rene-
gar de sus priacipioe pagan ca¡o a la larga uD beneficio temporal. Ni pueden
oi quieren sembrar revolucioses, ni pueden ni quieren imp€dir a los pueblos
quo busquen su salvación de acuerdo, c¿da uno .de ellos, con su propio
genio. Pero €D tatrto que los dos mutrdos continúen lo que son, la l¡bertad
do que disfrutan los occidentales tend¡á un signiñcado subve¡sivo al otro lado
del telón de acrro revoluciona¡io al que los estrategas occideo-
tal€s no teou¡ciaráD -significado
uuoca, pefo cuya desaparición progresiva deseau eüos
mismos. El día en que los hombres soviéticos tenga! los mismos derechos a
leer, a escribir, a criticar y a üajar, que los hombres de Occidente, la com-
p€tencia se habrá auténticamente convertido en pacífica.

Esto €squema de estrategia parecefá decepciotraDte para todos, para los


miembros de la escuela de estrategia ofeosiva como para los de la escuela de
la paz. Yo no desconozco los argumentos de u¡a y otra qscuela. La verda-
dera cuestión es la de saber hasta qué punto el coasejero del príncipe üenc
derecbo a concebir el muodo de manera distiDta a como es.
Personalmeute, pienso que hubiera sido posible, duratrte varios años des-
pués de 1945, baber libe¡ado a la Europa o¡ieDtal sin un riesgo se:io de
guerra. Aún €¡r 1956, con motivo de las iDsuEec.iooes polaca y h'lngara,
los occidentales tuvieron uDa oportuDidad que no supieron aprovechar. Pero
ta posibilidad que añrmamos sin prueba era completamente material, y supo-
of¿ a los Estados Unidos, a Europa Occide¡tal, muy distintos de lo quc
son ahora, con olras institucioDes, otros jefes, y un diferente estado de áni-
mo. AhoIa bien, lo que era materialmente posible ayer, aunque no lo fuera
políticamente, ha de.jado de s€rlo hoy, por el momeDto. Dado el equÍlibrio
de fuerzas, los homb¡es del Kremlin preferirían probablemente la guerra a
la pérdida de uEa parte importa[te de s) impeium. Territorialm€lte, Occi-
dcnte no tiene los medios para aspirar a nada más altá de la corscrvación.
Si Occidente se co¡teota, bajo la protección de un equilibrio aproximado
de capacidades de disuasión y de fuerzas militares globales, con hacer frente
XXII. En busc¡ de u¡¿ esmtcgir (2) 831

a todos los teatros de opefaciones, puedc confiar €n no sufrit una gran


derrota, pero no pr¡ede esperar una victoria espectacular, aparte de aquellas
que le si$tificaían la conversión de los bolcheviques o la ruptura entre rusos
y chinos ----€ventualidades quc sería tan absu¡do contar con ellas en un fu-
turo próximo, como exclu¡rlas pafa siempre.
En la escuela de la paz, esta estrategia, qu€ supooc uoa cafreta cualitativa
de armamcntos, uda proloDgación de Ia grrcrra frfa con contra-subvcrsión y
contra-p¡opagatrda, parccerá b€licista y cargada de peügros desÍrcsursdos.
¿Cuáoto tiempo podnín combatirse así los dos bloques, en todos los continco-
tes y con todos los m€dios, amenazándose con los peores castigos y, sin
embargo, sin oi€cutar sus amenazas?
l-a primera escuela reprocha a esta estrategia el riesgo de derrota progre-
siva que implica. I-a segunda, el riesgo de guerra lermonrrclear que mantiene.
Estos dos reproches están ambos fundamentados. Occidente corrc el riesgo
de verse pocg..a poco asñxiado por el avance de los regímenes tota¡itarios;
rccubicrto por la oleada d€ subversión. Puede tambiéo verse devastado por
las armas monstruosas qu€ su enemigo posee, al igual qtE á mismo. Pero
el riesgo de asfixia no podfa ser descafado, o ateouado, sino aumcntando el
riesgo de una catástrofe termonuclear. Y el peligro de la catástrofe guere-
ra no podrfa tampoco ser descartado o atenuado, si¡o acsptaodo un riesgo
mayor de v€rs€ fonado a Ia capitulacióD. Por ello, la estrategia modcrada
me parece of¡ecer la meFr posibilidad de coojurar al mismo tiempo los dos
tipos de pcligro: peligro de asfixia, peligro de mucrte violenta. Si se coo-
ju¡an esto6 dos peügrc, ta supervivencia de OccidcDte se veía garantizada;
supcrvivencia que, en nuestra época, constituye la expresión rnclor, si no la
única- de la victoria r.
I El lcctor se seútirá quiás incli¡ado a hacer una objecién con¡ra los análisis
de los dos capítulos precedentes, como igualmenle contre equéllos de la parte pre-
ced€nte del libro: ¿Es convenie¡te todavía situar en e[ c€ntro del escenario mundi¡l
al diilogo e¡tre los Dos? ¿Es todaüa bipolar el sistema in¡emacional? Supoaiendo
quc lo sea todavia hoy día, ¿lo será aún. de aquí ¡ unos cuaDtoe año§?
I.-En Occidente los Estados Unidos continúan siendo la potencia dominante, por-
qoe sólo ellos pos€en un dispositivo termonucl€ar. Han perdido pa e de su ven-
taja económica, que les aseguraba una supremacía indiscutible en el interio¡ del
mundo occidenl¡I. El dóla¡ es¡á amenazado en razón de un dé6cir pe.sistenté dc l¡
bala¡ze de pagos. Provkionalmenle, €n 196Z en el plano monetario, lm Est¡dos Uni
dos dependeo de la buena voluntad de sus aliados eurcpeoq tento aún mis que éstos
últimos dependen de su protector americano. Además, los países del continente eu-
ropco hsD mantenido un¡ t¡s¡ de crecimt€nto mis elevada, de 1950 a l!XO, que el
Reiro U¡ido y los Estadoe Unidos. Sin duda, el producto nacio¡al de los Seis, sigu¡
sienrlo, en l96L muy inlerior ¿l de los EE. UU. para una pnblación casi igual (36
por 100, adoptando los tipos d¿ cambio ofciales, -v problbl€EeDte la mitad, de ¡cuerdo
c¡n un m<¡do de cálculo que tcng¡ €n cuenta los sistcma3 de precios). A pesat de
todo, la separación desde l9(5, v sobre todo, dede 1950, se ha hecho mi¡ ¡educida.
Suponiendo que el crcimiento co¡tinuo sea mós rápido en este lado del Atláuticq
v que el Mercado Común incorpore a los ot¡os paíseq de Europa, de aquí a unos
cuantos años. la comunidad atlántica estará compueste de dos Grandes que, eunque
812 Praxeologia. L¿s ¡ntinomi¡s dc [¡ ¡cción diplomátie estratcgica

no de focr¿¡" igrralcs no ttcrtcn¿ccrán t« t los turt$orías u,alihti¡amcnlc ¿ístinln:.


Del l¡do sovié¡ico, el hecho fundaorertal. desde l9{i. no cs cconónrico, sino ¡tlí-
rico. I¡ eronomír de le China ¡xrpular sc cn.ucnlra en una lasc comparable a l:r
rle los planes quinquenales rusos de la anlegucrr¡. con una circr¡n¡tancia elravantc:
en el punto de pattida. la relación enlre espacio ¡- hombles. los rccursos ag¡icola. r
el nún¡ero de bocas qte alimentrr era tal. g¡¡e la Ctina popular e¡taba condenad¡
rn caso de lracasos semcjantcs a los ,1,.. la Unión Soviética en el curso de la co-
lectivizeción. a uná escassz general de al¡mentos. ED 1961, las compras exteriores
dc productos alimer¡ticios hechas por la China ¡opular reD¡esentaron un 6.5 millones
rle tonelada€. cnn un v¡lor de 360 nillones rlr dólares. [,a srrb.alirnentación parete
sc!, m u¡a gr¡n parte. rcflonssble de la mayor leÍtilud rlel crecimienro indusr¡i¡I.
r aun quizá de rrna disn¡inución rle la producción industrial. t¡ China de 1961, con
rrna prorlncción de acero que parrtc ser rlel orde¡ de los 1.5 ó 20 millones rle r¡r
nelada¡. no sG encu€ntra aún al nivel d¡ los Crandes, de la llnirín Sotiética o de la
Comunidad de los Seis.
No ocurre lo nismo c¡¡ el plano ¡ulítico. t.¿ llnnir¡ Soviéti, u n,r pucrlc lnr¡r[.ar
mcdios de fuerz-¡r ¡rara coaccionar al gobierno de Pelin. tlste es frx'rtr. no srílo tmr
su ¡roblacirfu, de unoa 7ü) millones de h¡bitant¿s sino tanrbién por cl tlin¡misn¡¡ rr
volucionario que manlienc y po. la o¡torloria ideológica que nrclende encamar. L:r
rllpturs o6cial de la amisled drino-soviéti¡:¡ con§lituiría. tanlo para el señor Krulscher
como p¡ta el seño¡ Mao Tse-Tu¡g, una derro¡¡. L¿ doctrina no admite conflictos in,
te¡6t¡¡.les eDlre Daisc! de régimen socielista. Cada un¿ de los pmtatonistas rlel
dram¿ s€ veía obligado a t!a!¿r a 6lr Ádversario conro cismático o herético. En r¡¡
rrniverso ideológico. un desácuerdo entre jefes ¡le Est¿do. ar¡n basado en divergencias
de iutc¡cses ¡¡rcionales debe s¿r tra¡sform¡rlo cn disputa teológic¡.
ZQué efectoe tendrí. ¡especto a las rel¡ciones €ntre los dos hloqrrer. la rivalidarl
cnt¡e P€kín y Moecú? Es dilícil preverlo en detelle. Puede ocu¡¡ir que cn ciertr)s
c¡sos lrs relecioncs se hágan mís difíciles ¿l incitar. ¡or l,.mrr a verse acus!¡do
rle ¡evisionismo, e ca¡la uno rle los rlos Crandes del Conrunismo ¡ un¡ rivalidad rle
agresividad conrra el imp€rialisnto. Si no ocurre así. ¡r si Moscír se muestra nrás
conciliador en ún deterñinado lugar del planeta par. evitrr una erp¿nsión cIina.
Pekín se verá cventuslmcnte en situación de inrpedir un rruer¡lo entre Moecri r
Washington- no .esp€lando las promesas hechas por 'la negociadores sovióricos (no
se excluye por €icmplo. qne cl Viet-nam del Norte sabotee. a instigación rle Pekín.
las tsntrliva-s ruso-anlcricanas dc paz en l,aos).
No hal_ ni que de.ir r¡ue un efeclo conlrario- es d¡cir. r¡ rcercami€nto entrc
Vashinglon v Moscú. como coñs€cuencia de Ia tensión ent¡e Moscri y Pekín, es tarn-
[¡iá concebible. Esta r¿ría. a l¡rgo plezo, la ¡onsecr¡encia lógica de un mnflicto
,bierto cntre los dos rtrl co»runisrno. Pero. a corto frlazo. .n Ianlo que el r&imen
de la llnián §xiética qrriera continuár s¡enrto nrarxista-leninista r. como consecucnc¡¡.
no pueda reconocer públicamertc la ¡osibilidad de r¡na hostilidad nacionsl ent¡€ dos
Estados socialistas. la poliarqüía cn el interior del unive¡so sovi¿tico implicará rñ
númem igual de pcligros que d. v.nt¡ias ¡á¡¡ O..identc r para la paz I-a Unirir
Soviética continria defendiendo a la China popolar en co¡tra de los Est¡dos Unidos
v debe impedir ün hundimiento rlel régimen chino o una dimci¡ción ofici¡l de la
alia¡z¿. Por otra parte. Chin¿. si bien no ¡ecibe ya cesi a-yuda €co¡órnica ¡1. la
IJnión Soviética. no esti ta obligada a lratár con miramientos al llerme¡o Mr\or.
)a que ete no puede amcnazarle más qre con una sanción -ls ruptura abierta -.
qüe el seíio¡ Krutscrhev no teme me¡os que Mao Tse-Tunp.
Sería pcnao. ¡ara el país, el partido r los homhres qrre lueron lo* iniciadores
de la Revolució¡r de nnestro t¡empo, abandonsr a otros cl prFstigio de la pur¿¡
doctrin¡l. El señor Kruts¡hev (lch. temp.. en el caq en que l¡c dos capitrles ¡e
viÉeD pn eompetencia por el título de metrópoli de l¡ nueva fe. qflé Pekín lriu¡f.
sob¡e Moscú ante los oior de lo" milit:ntes de Asia. Africa o América Tatina.
XXII. En busc¿ de un¡ estr¡tegi. (2) 8.1.1

II.-Los Btados Unidos y Ia Unión §oviética no han hecho narla por [avotecer
la adquisición por sus respectiyos eliados de un dbpositivo termonuclc¡¿ La tcsi§
coñ¡in ¡ tod6 los autores americanoq o e c¡si todo6, es le dc que r¡n¡ cet¡atcgia
dc dieu¡sión, p¡¿cticed¡ por cuatro o cinco Estados, implicaría más ri6go que la
eslrategia actual con dos aclor€s.
En las páginas que hemos mrrsrgrado ¡l análisis teóric¡ y prictico de la esha-
regia de disuasión, hemos empleado volunta¡iemenre modeloe simplficados. Hemos
conside¡ado ¡ dos F^t¡doe a.mados de dispositivos termonucleere§ (porque efectiva-
metrte egt€ es el c¡so) y heDo6 s¡¡puBto, a menudo, una si¡uación de simetía: por
cjemplo, consüenndo la ventaja de atacar el primero, por hi¡ítesia igual para crda
uno de [os Dos- No hemos intentado compiicar los rnodelos ni contempla¡ divers¿s
§itúrciones de asimet¡ía, c.oncebibles ent¡e la Unión Soviética y los EE. UU., con el
fin de no s¡li¡nos del ma¡co de esti obr¿. Igualmmte, unr rtz coimp¡cndido cl modo
de razonamieolo, no es imposible an¡liza¡ l¡s coÍsecu€ncias dc eas situ¡cion* de
¡simer¡ia. l,o que si c6 dificil, e3 determiDár po¡ adel¡nlado las situacioncs que
surgirín de l¡ carrera cuelitativa de armamentos 1 de las reacciones de los gobicrnos
ant€ este situsciones.
Por ejemplo, ¡¡n¡ cuestión de importancia decisiva, a mi parecer, e6 h siguicnte:
de aqui a algunos eños, ¿serúo invülnersbles los ilos dispositivos lcrmo¡ucleercq
hasla el punto de que la disuasióo dc una provocacién €xt¡erne (eg decir, de un
:taque didgido cx¡nt¡a el territorio de un Eetado no poseedor de dfupositiros tc¡mo-
nucleare§) deje de ser plausible? ¿Resultarí de ello una €rt€nsiótr de las hostüd¡des
posiblc sin recurrir a las ar¡nss te¡motruclea¡es? ¿O ta mleurnidad de los compro-
mirs y la enlidad del riesgo improbable, combinada con un prcgr¡me de dcfcma
p¡¡iv¡, da¡ín á un Gr¡[de la posüilidad de Irrantizar ¡ sus sliados cortr¡ una
agresión y de convencer ¿[ eoemigo de que eo ciertos casos toma¡ía la iniciativa
,le ¡ecu¡rir a l¿s arr¡us Ermonucle¿res?
No s€ ¡¡ata, pües, €n est¡ nota, de examinar con detslle lo que sería c[ mundo
con N poteÍci¿6 temrotrucleares. Iimitémoenos a recordar, en p¡imer l grr, l¡s ¡azones,
indicadas en la discusir6o de la teoría de la paz por el teoor, por las que Ia am-
pliación del clul¡ ¡tómico traería consigo, a mis oios como a los de l¡ innrens¿
rnayoría de los autores añe¡iernos o ingleseq peligros mayores.
l) Cu¡ndo más boinbss atómicas haya y máe Estados sean ¡roseedoree dc bombaq
m¡yor será la probabilidad tatrto de e¡plosi6n accidental como de u¡a conduct¡
itreflexiva y ¡pasioDad¡ de un jefc de Est¡do.
2) La§ sitüacionca entre Estados de scgundo orden, poscedores de ¡¡mas rt,órnicss,
está¡án, al mehos dura¡l¡e ufl la¡go período, má ce¡canss del ¡nodelo de loe dos
gangsters, que del de la igualdad ehLre el crimer y el casligo. I¿s disput¡s loc¡les
teDdún tendencia a ser más violentas; elgunos Estad6 inrentárán obtener l¡ ca'
pitulacitón de un vecino desa¡mado, o meDos armado, o atácarle por a¡¡ticipaciótr.
3) El problema de la limitación controlada de armamentos se hará má! cofn-
plejo arin de lo que es hoy en dia.
4) [¡s agentes provocadores se encont¡srán en condiciones favorables para ltacer
correr Ia inguietud y para provoca¡ evenlualmente agresiones al propsgar el temor
de que el otro ¡on¡e la inicistiva-
5) Los Pequeños rolve¡án a encontrar la capacidad, que poseíaD en la era pre-
atór¡¡ica y que han perdido hoy día, de poder llevar a l¡ guerra ¡ loe G¡¿Dd6 recsl-
cikant6. Se¡ía difícil dete¡mina¡ en utros cu&ntos minutos cuil sed¡ €l origen real
de la bomba qu€ podríe absti¡se sob¡e el terilorio de u¡ G¡a¡de.
Por otro lado, los sutores ¿merica¡os aliÍrcDtal ciertes ilusiones sobre Ia pro-
babüd¿d dc que Chi¡¡ y Europs Occiden¡al, y otros Est¡dos después, rcnuncien
de6nitiv¡mmte a los a¡mamentos ¡tóInico3. [¡s Esr¡dos t¡l , como son ¡o están
dispuestos a deja¡les a los dos Cr¿¡des el monopolio de las armas consideradas hoy
814 Prexeologñ. L¿s ¿ntinomias dc l¡ ¿cción diplomitie estratégica

dí¡ como decisivaq ni a ver cn cllos los apoderados de l¡ Humanid¿d, que tuvic¡¡n
crlrÍo misión ejercer una tutela sob¡e estos insl¡ur»cntos ¡Donatruosoa.
Ea un modclo abÉtracto, un n¡undo en el que cuslro o cinco Estados dispusieren
¡le uo dispositivo te¡¡¡oDuclear, no s€ría n€cesariamcnte más inestsblc que un m¡¡¡do
en el qrre uo exisren nris que dos dispositivos. Son posibles diversas combinaciones,
según guc esos cinco Estados sean lodos ellos indep€ndientes, u¡ros ¡especto ¡ otro§
o quc se dividan €n dos o lrc6 gru¡»s, Pero de to(las n¡ane¡¡s, le presencia de un
Esrado (o bloque, o coalición, er¡e¡ior a los Dos, que posea también él una capacidad
sustancia¡ de ¡epresalias tcrnonucleares, reduciria la libe¡t¿d de acción de los Gra¡des
¿cluales. [á €lin¡inacióo del ot¡o rm da¡ía a un Grande, ni siquieta sobre el papel,
el dominio del unive¡eo. No debe¡ía enrplear coDtra su rival mis que una pa¡te
d¿, su dispositivo; porque, en caso contt¡rio, ari¡ después de un triuolo eveutuel
§e encon¡rafi¡ ¡ le me¡c€d de un te¡ce¡o conve¡lido en el tertiu gaudets. Ptede
arSum€ntar§( que, desde ahora, la presencia del terce¡o o el Asir ente¡¡-,
¡unque no oea poseedor de arn¡as alómicss, conr¡ibute-China indirectaEente ¡ evitar €l
e¡tallido de une Bue¡¡a total entre los l)os,
IIl. La perspectiva cercrna no es la quc rugiere un ¡uodelo abstracto de cuet¡o
o cinco dispositivos le¡monuclea¡es. De aquí a algunos años, China poseerá proba-
blemente algunas bombas atómicas y aviones capaces de t¡a¡Eport¡rlas. Cran Br€tsñ¡
posee desd€ ahora bombas te¡monucleares y aviones de bombardeo capaces de lrans-
po.larlas (pe¡o'quiá no capaces de franquear la defens¿ soviética ni de ¡ob¡erivir
a ün a!aque), F¡¡nci¡ te¡dri bombas atómicas y Mtages IV hacia l!)65 ¡ quizá,
hacia 1970, bomb¡s termonuclea¡es e ingerios balí¡ticos de alca¡c¿ inte¡medio. [¿
siruacióo previsible de aqui a l9ó5 o a 1970 no se asemei¿rí ¡ un úodelo puro
tle citrco autores dotados de cap¡cidadcs ñás o rnenos €quiyalentes. [¡s Dos c¡Dti-
nusrán siendo los dueños del juego, ¡ G¡an Brelaña, China ¡ I'rancia, ¡rcseerán
fuerzas de ataqúe, en rigo¡, fue¡zas de disuasión recíproca, pero serán inca¡nces de
hacer lrente a uno de 106 Grandes, )a po¡que su disposi¡ivo no pueda sobrcvirir a
rn p¡imer atsquc. ¡a porque la des¡roporcitin sea aernasiado grande eotre las pérdi-
rlas que sufrirán (desrrucción cá¡i total para los dos paises ruropeos), 1 las reprc-
que estaria en situaciórr dc lleva¡ a ca]¡o.
'alias
Yayamos aún rnás lejos. Ni siquiera en el cam de que los paises del Viejo Con-
rinente iun¡asen sus rccllrsr» pa¡¡ producir en conjunto un¡ ft¡crz¡ de dl".r¡asión.
dejarían de €nconlrurse en un estado de i¡rferioridad con relación e los dos Gr¡odes-
a cause de la Btrechez del espacio €uropeo en comparación al esprcio ruso y al
espaci'o ameticano. Une dc las paradojas de huestro tie¡¡po es que Ia proiperidad
no e¡isle ya en una ¡mplia superficie de tie¡ra, sino que es la fucr¿s milir¿¡ la que
conli¡úa exigi&dola, ]a qüe h extengión de territorio es una de l¡s condiciotres de
la capaciCad de poder encajar ataques. Una fuer¿a de disuasión, p¡oducid¡ en común
por loe Seis o. aún m€ior, los Sek y la Cran Bretaña, no sería por ello incñcaz. Mu,y
al cont¡a¡io, haria de Europa un acto¡ principáI. Indirectamente, Europa coltinuaría
este¡do protcgtda por ls fuer¿a áñericana. ¿unque las divisiones ame¡ic¡nrs rm se
cnconl¡as€n ya €lscio¡adas en Al€mañia. I¡ Unión Soriétic¡ no podría comet.r
una agrcsión ñi siq[ier¡ ma¡or, respecto a los Esrsdos U¡idos o ¡ Europa. sin terner
Ia ¡e¿cción del ot¡o Gr¡nde occidental.
En €l inmedi¡to, es p¡obablemente la adquieición por China de un¡ cic¡lr ctpr-
cirlad atómic¡, lo que modificería mis la coyuntu¡e actual. China popular erttaería
de ello, sin dud¡, sob¡e todo cr u¡ inc¡emento de pretigio- (Y, ader¡is l¡
^si¡,chino).,{denác el gobiemo dc Pel¡ín ¡lime¡ta
India no tard¿ría cn s€gur¡ cl ejcmplo
una se¡ie dc agravios p¡ecks: la pre*ncia e elguDos tilómet¡os dc su! colt¡s, cn
Qucmoy y Metsu, de fuer¿¡e ho¡tilee mand¡d¡s por loe :uperviúcotee del regimcn
precedertc, y abrstecideg po¡ uDs potetrcir e¡tr¡Djcr& pr€scncir quc scríe consid€-
rsdr corDo intoler¡ble do¡ c¡alquier Sobi.mo dc un gran Est¡do. El díe en quc
posca algtna capacidad atómica ¿se rcaignari Chi¡a ¡ mantene¡te cn Ia pasividad?
Capítulo XXIII
MAS ALLA DE LA POLTflCA DEL PODER

I, LA PAZ POR LA LEY

La polltica ioterDacio¡al ha sido reconocida, siempre y por todos, como


lo que es: poulica de poder; salvo. etr nuestra época, por algunos juristas
ebrios de conceptos, o por algunos idealistas que confundían sus sueños con
la realidad. Pero nunca ba sido fraricameEte aceptada como tal. Los iuristas
'deploraban el tener quo iguorar o legalizar la guerra y los moralistas sc
dedicaban a considerarla esencia de la conducta diplomático-estratégica, el
hecbo de que esta cotrducta, auD €D tiempo de paz, baga referencia a la even-
rualidad de la guerra, es decir, d€ la coacción y de la violencia.
r os erro¡es de las guerras del siglo >oq la ame¡aza te¡moouclear, hau
dado a la oegativa de la política del poder no solamente actualidad y urgeo-
cia, sino también una especie de evidencia. La bistoria no debe J¿¡ y4 una
sucesión de conftictos sangdentos, si la Humanidad quiere seguir su ayentura.
Nunca oos ha aparecido lan clara, tan t¡ágica ta despfoporción eaÍe la posiblc
catástrofo y los objetos de las rivalidades itrterestatales. Toda estrategia clá-
sica --comprendiendo la que ¿caba de ser esbozada eo las págioas precedeo-
tcs- pareca lamentablemeote inadecuada, desproporciooada para las exi-
gencias de la paz y para los peligros de la guerra. Lleva a una coostatacióo
d€ impotencia, a una especie de resignación ante el absurdo.
Yo no protesto coDtra estos seotimientos: los comparto. Los hombrcs
aspiran a u¡a conversió¡ histórica de los Estadoc y de sus relaciooes. Esta
aspiración oo deia de tener precedentes y no es universal. No faltan los
fanáticos que pone'r por e[cima de todo la üctoria de su ideología. No
obstante, esta aspiracióo pertenece a la sociedad trarisnacioDal, reúne a mi-
llo¡es de individuos eD tasto que hombres y uo eo tatrto qu€ ciudadarios
de un Estado democrático o militantes de un partido revoluciotrario. Quiá
con[ibuya a abrir el camino del futuro, como lo han hecho, cn el pasado,
ot¡as protestas cootra lo que era considerado como el o¡deo inmemorial de
Ias co¡ectividades.

815
N36 Praxeología. Las ¡ntinomi¡s dc la ¡cción diplomática cstretégic:

Al menos, debemos preguntarnos, al final de esta la¡8a iavesügación, cn


qué coDdicio¡es dejaría de s€r política do poder, la política eDtre los Estados,
es dect, en qué cotrdicio¡es deiarfa de deseavolverse a la sombra de la guerra
y cuál es la probabilidad de que estas coudicio¡es se reaücen hoy día, o
mañana.

l. Los pacifísrnos.

Max Scbeler, en uo ensayo, que reproduce una conferencia pronunciada


etr enero de 1927 eD el Mioisterio de la Guerra
', ha distinguido ocbo tipos de
pacifismo, cuya eoumeración nos servüá como tipo de partida:

l) El pacilismo heroico e individuol de la no-resistencia ¡ror principio


a la violencia.
2) El pacüi'mo cristitno, el semi-pacifismo do los católicos, etr parte
inspirado en el dogma y en parte en el derecho natural y la ética, que quenfa
h¿cer en úLltima instancia, del Papa, el Juez Supremo. I-as Iglesias prot€statrtcs,
qr¡c iDtentatr usifse cotr la intención de maniobrar ¿ favor de la pzz €tcrna,
proclamao ese mismo pacifismo.

3) El pacifismo económico, el del libre-cambio, cuyo más graode teórico


ha sido el filósofo i¡glés Hcrbert Speacer y cu¡,as tesis se inspiran eo el ¡rn-
samieDto positivista y en el sistema de valores utilitafios.

4) El Wilisnto juridico o el pcilismo de derecho, cuyo origco es la


mod€rDa doctrina det d€recho oatural y Ia apticación de éste al Det%ho dc
Gcn¡¿s (Grocio, Puffeodorf) y que r€aparece balo divenas formas con el
Abbés de SaiEt-Picrre, cotr Kant (paz perpetua), con el socialismo utópico.
Ticne co¡no útrico objetivo el desamc general y sistemático eD mar y tio-
rra y la sustitución de l^ ú ima ratio & los Estados por un Tribuoal Su-
prcmo que dé la solución a todos los conflictos mediant€ una decisión iurf-
dica conforme con un sisteEa riguroso del orden.
5) El semipacifismo del comunisnto y del socialismo ñqtxista, qw
quiere ¡ealizar por la coacción la paz pcrpetua, gracias a la supresión del
Estado de clases, y más allá dc una dicüdura tempora¡ dcl proletariado.
Bajo su formulación rusa, el semi-pacifismo no es inmediatamente pacífico:
sprueba todas aquellas gucrras que conducen al fin que anuncia y cxalt&
6) Et pacifismo impeiqli§ro del imperio r,.,lrrersat (¡racilicación rom¡na
dcl imperio universal, paz romana, tcot¡tiya & Nspolcón, uoa cicrta forma
ttc pacifismo imperial arero-saióD).

Public¡ció¡ ¡6etomq Be¡lín, 1931- Di¿ ldc¿ ¿cs F¡id.ctts ¡tal dc¡ P¿¡ilisttts¡.
XXIll. M& allá dc le goütic¡ del poder 837

7) El psciiismo iirenac¡ondl de clase de lo gran burguesla capitoli*


,¿; en algunas grandes potencias de Europa y de América, que temetr ser üc-
timas de una nr¡eva guera y que quicre jugársela a la idea soviétic¿ de una
guerra conduc€Dte a la reYolución mundial.
8)
El pqcilismo culrural del cosmopolitismo, qua se remonta al estoicismo
y al reunir a las élites iotelectuales do todos los pafses, quiere realizar
que,
la paz perpetua mediaotc un trabajo de información, de reforma intelectual
y moral, do educación,
Esas eran las ocbo fórmulas de pacifismo que distinguía, eBt¡e amba§
gucrras, el filósofo alemán que en el mismo ensayo escribfa: "I-a idca dc
una cooperación polltica y ecooómica (relativa) de los pr¡€blos de Europa,
oo desaparecerá ya. Pero, si desapareciese, ¡Ay de toda la cultu¡a eu¡opea!" r.
Max Scheler quería, a mi parecer, separar las diversas inspiraciones de los
movimientos pollticos y espiritual€s hacia la paz. Esas inspiraciones no soa
casi diferentes hoy día: el pacifismo sigue inspirándose tanto en la negativa
a la üolencia, como eo la fe tradiciooal de las religiones trascend€Etes, coEo
eo el utilitarismo económico; o en la voluntad de un orden jurídico, ctr la
nueva fe del marxismo-leaioismo, o eo el deseo s€cfeto de alguoos dc su-
primir por la fue¡za la plu¡alidad de Estados o de soberanía mütares (vo-
luotad a la que respoode el consentim¡ento de muchas cosas); o etr €l tcmor
a la guerra qu€ experimenta e[ gran capital y el deseo de éste de opotr€r
una internacional a la del mar¡ismo: como, eD fio. en la c¡ftica del na-
cionalismo y la adhesión ¿ la idea cosmopolita. Dicen ¿o a la gucrra, ct
doctriDario de la no-violencia, el cristiano, el teórico del libre<ambio, eI
defensor de la paz por el derecho, & la paz por el socialismo, de la paz por
el imperio universal, do la paz por la organiz¿ción itrteroacioual d€l capita-
lismo, de la paz por la acció¡ de los prudetrtes y la educación de las masag-
Si sc compara la inspiración d€ estos distintos pacifismos, cn la primera for-
ma, la que Dos dice Scheler, es exclusiva y completaÍrente €spiritual, 9n la
medida en que cl no-yioletrto ac€pte sufrir la violencia aotes de cometerla-
Los otros pacifismos so! 'ideologías de interers" y tienen por obietivo la
paz no en tanto que un valor eo sf mismo, sino en tanto que sea favorabb
a los intcresss de u¡a clase o de la Humanidad cotera (cl comercio es más
útil que la guer¡a). La distiocióo entre l,a cualidad de estos distirños paci-
fismos no me par€ce tan scocilla. Es ciefo $.¡e sóto aquél qu€ €stá dis-
puesto a sacrificar su vida por no externinar la de sus s€msiante§, es c¡
quo da la prueba de rechazar cl h€rofsr¡o de los combates porque lo dcia
ahás. Pero aquél que aspira a la paz por el derecho, a la victoria del
prolctariado, a la cultura, €stá también animado por un ideal, aunque f6-
ponda a intereses de uno o de todos. En fio, la cualidad dc la inspiración no
sc vo compromcüda por el cálculo de las causas y de los efeclos.
I Ib lca p. 8.
838 Prrxeologír- Las ¡¡tinomi¡s de l¿ accióo diplomática estratégice

La verdadera distinción entre estas distintas formas de pacifismo me


parecc muy otra. Estos pacifismos se distribuyen, a mi parecer etr dos es-
pccies: uEos so rebelan cotrt¡a la guer¡ar condiciorial o incondicionalmentg
sio teoer una tcoría sobre las ca¡¡§cs de la gue:ra ni una doctrina sobre
los medios de la paz; los otros fundan sobre una teoría de las guerras una
acción pacífica o Hlica con vista a la paz perÉtua. A Ia primera esp€cie
perteEcccn los pacifismos de la no-violencia, de la religión y de la cultura-
Los no-violeritos, que llegan hasta negarse a hacer servicio mililar, creen en
el siguificado del martirio y de la eficacia, a largo plazo, de la protesta
indiüdual (y ticnen razón)- No se hacen la ilusión de impedir la g¡¡erra,
oi siquiera uua gr¡erra particular. Cuando los no-violeotos se organizan,
cuando empr€Dden manifestaciones espectaculares contra la utilización even-
tual de las armas atómicas, ya no soü moraüstas de La convicción, sino mo-
ralistas de la responsabilidad ; deten ser juzgados como tales, según Ias
probables consecuencias d€ sus actos y no según sus intencioses, La oega-
tiva exclusiva a las armas atómic¿s surge de un juicio más poülico que
ético. Debo ser aprobado, si es de un carácter tal como para conseguir
reducir el volume[ de la violencia histórica, sin poner en peligro los va-
lores que hay que salvaguardar. Que tenga otras consecueocias, ello es posi-
blc; pero de ninguna manera indiscutible. Igualmeote, el filósofo o el edu-
cador que lucha contra los fa[atismos uacioaales, y se esfuer¿a en difuadir
Ia conciencia de la dignidad humana, realiza una obra buena eo sÍ. Se ima-
gina que una reforma de la educación o quo l,os millones do dóla¡es de la
UNESCO garantizarán la paz, qs demasi¿do ingenuo para ser tomado en
¡erio,
Por el contrario, el libre-cambita, el jurista, el marxista, el imperialist&
y cl capitalista ti€nen (o, al menos, pu€den teDer) una tcorl& de la guerra
y uoa doctriDa de la paz. Si cooocen las causas de las guerras, deben pro-
ponerso elimiuarlas y, a un tiempo, garaltizar la paz perpetua. Peto estos
citrco teóricos, a su vez, se divideo en dos grupos : los d€fensores de lo paz
por el derecho y Ios de la paz por el impeio, qus quieren modificar la
cscncia de la política iDternacional, tal como ha sido en el traoscurso de los
milenios de historia. Los defenso¡es de la paz por et lib¡e-cambio, por cl
triunfo a través del plaDeta de las sociedades sin clas€s, ea fio, por la or-
gaoización inter o supra-nacional de la producción y de los intercambios,
ticneB la posibilidad de triuofar en la medida exacta en que su sociologfa
do las guerras sea cierta.
Esas dos escuelas de pacifistas rcsponden, a mi ¡rarecer, a dos posiblcs
tipos de explicación de la guerra- O bien el estado de naturaleza entre los
Sstados implica, en ese¡cia la frecuencia más o menos grande dc la $¡erra,
de tal forma qrrc la paz no puede sino rcsultar de la sustituciód por el reino
de la ley, del reino de la fuerza, o dc la sustitución por un Elado universal
do la pluralidad de sobe¡anías. Los Estados lucban o bien por alguru cosa
XXIII. Mís allá de la polític¡ del poder 839

(tierras, hombres, botfn, ctc.), o biea q causa de alguna coso o de algulol


(presión, de ta población, brlsqueda de mercados, régimen despótico capita'
lista o comuoista, ambicióo de los ricos, de los generales o de los fabricau-
tes dc cañoEes). Eslos dos tipos de explicaciones no son ni cootradictorios
ni incompatibles, pero llevan consigo una diferencia fuuda¡nental .L¿s ¿¡-
plicaciones del primer tipo no erclulen la ve¡dad parcial de los explicaciones
del segundo. Ias erplicaciones del segundo son talsas si se consideran com'
?letas. Ea otras palabras, es ci€rlo que la pturatidad de las sober¿nfas mi-
litares implica la posibilitlod de conflictos armados y, por lo tauto, de la
politica de ¡roder y de la guerra. Desde este momento, toda la doctrina que
cu€nte coo la desaparicióo de ciertos obrctivos y con la elimioación dc
ciertas carsas pa.ra garantizar la paz perpetua es, en sí, equivocada.
Las teorlas y doctrinas de moda, én nlEstro siglo, son económicas, I-a9
razones do esta "moda", son mfltiples; unas durad€ras, otras circuDstanciales..
El trabajo y la guerra son dos actividad€s'a la vez contrastadas y comple-
m€ntarias. El hombre fuiteDta cooseguir el dominio sobre la naturaleza y
sobre sus semejatrtes. Quiá desee tanto menos dominar a su semejaEte cuanto
meior manipule las fuer¿as aalurales. Basta con añadir a estas ideas cor¡ie¡-
les el hecho de que las sociedades t¡efien y no pueden teBer más que uu
solo obieto para alcanzar la visión coDcreta de la evolucióo de la Humanidad,
habiendo sucedido la era positiva o industrial a la era teológica y milirar.
Como efectivameDle las sociedades modernas valoran más la producción que
las sociedades del pasado, la interpretación de las guerras por la avaricia de
los truts, de los capitalistas, de los comerciantes de cañoD€s, se nos ocufr€
como, eo otros tiempos, la iDterpret¿ción por el deseo de gloria de loe reyes
o por los capricbos de sus favoritas. La búsqueda de mercados, de materias
primas o de beneficios, reemplaza a la brlsqueda monárquica de proviocia$
de súbditos o de plazas fuertes. Los lib€ra¡es €stimaD que los objetos de loc
conflictos se ve¡ían desvalorizados en una República dc intercambios y que,
ea su consecueocia, los Estados no teDdrfaB ya motiyos pa¡a luchar entle sf,
Los cap:talistas €speran el mismo resultado de una organización iDter o supra-
oacional, y los marxistas del triunfo final, a través de todo el plarcta, deI
proletariado y de los reglmenes socialistas,
Entre las doctrinas de la paz mediantc la supresión de los motivG eco-
nómicos que implicao los conflictos armados, el marxismo-leoi¡ismo es la
más completa. En el mundo capiralista, los monopolios estáo, cseocialmeDte,
áyidos de beneficio, eD el ioterior y en el exterior, y los monopolistas deáer
obedecer a la coacción despiadada dc la progresión y d¡ betreficio. Los
obietivos cotrtemplados por los monopolios y por los Estadls sotr iDcompati-
bles. En u¡ régimco en el que el beocficio ha deiado dc c{nstituir el motor,
cl desarrollo material y moral de los pueblos coostituirá g obietivo qüe s€
fijarán los gobemastcs. Ya oo existirán ea cl interior clasr$ autagonistas, ni
causa ya para la "huida hacia adelante" del imperiaüsmo{ ni, por lo tanto,
1
,
8,lO Praxcologíe. L¡s ¡ntinomi¡s dc l¡ ¡cción diplomátio estratégicr

úás causas de guerra. En otros términos, el mañismo-lenidsmo explica Ia§


guerras modemas mediaote 106 aclotes y ñediaate los ob¡eros de litigio, así
cotno por las cotrtradicciooes del régimen capitalista y las ambiciones de los
monopolios, por utra parte, y por la i[compatibilidad de objetivos que se ven
forzados a fi¡ars€ los Esrados domi[ados por los mooopolios de otro§. I-a ll¡-
madá revolución proleraria modificarla la naturalez¿ de los actores I y haría
d€saparecer los obietos de los coollictos.
Esta doctrina d€ paz, aunque no susc¡ibamos los análisis en los cuales se
fuuda, oo sería tampoco demostratiya, a meoos que supusiéfamos utra tlatrs-
fo¡'mación sio pr€ced€ntes del üplomático eterno- Supongamos, en efecto,
q¡re todos los Estados estéo organizados de acuerdo con los cotrceptos mar-
rist¿eleninistas, coD una €coDomla planificada, y con un partido supuesta-
mcBto prol€tario eE el poder: ¿reousciarfan los Estados a mantener ejércitos?
¿Etarían todos conyeacidos de encoDtrarse seguros? ¿Nitrguno se seuti¡Ia
ya t€ntado de defeader sus interescs, de impoaer sus ideas, coo la fi¡crza
o con la a¡¡rcnaza do la fuerza? Para respooder positiyameutc a cstas inte
rrogantG, bace falta planteartros dos hipótesis: ninguno de los objetos tra-
dicionales -{a tierra, la riqueza, los hombres- han conservado zu signi6-
cado; nioguno de los Estados ticne la ambicióo de domiaar ni el temo¡ de
verso esclaviz¿do.
I-a primera hiprítesis implica uua parta dc verdad, en nuestr¿ época, cual-
quÉra que sea et réginr€E ecooómico-social. Hemos visto, eo efecto, q¡¡e eu
taBto q¡¡o el c¡ecimiento €n intensidad siSue s¡codo posible, y quc la üb€rtad
do los intercambios internacionales permite el abastecimiento de hombres y
dc fábricas, la influencia sobre los palses subdesarrollados es, a menudo,
oostoGa para los palscs desa¡rollados'. Pero aúo dejando de lado los casos
margiaales de tier¡as cuyo subsuelo es rico y que están poco habitadas, e
ignorando las disputas sobre la ¡clación real de i¡tercambio (terms ol trade),
ésta casi desaparición de los obFto6 de ütigio €conómicos no ha sido conse-
guid¿ definitivameote. Si la población china sigue crecieado al rit¡no actual,
y sobrepasa los mil millones de aqul a fioal de siglo, la penuria del espacio
será probable[reDto sentida por los pueblos y por los gobernaot€s. Suponi€ndo
que, en términos económicos, sigao sieodo preferibles otras soluciones a tra
conquista, ésla de todas maneras coffe el riesgo de hacer su aparición como
la rneior solución. SubsisteD, eD Siberia y eq el Sudest€ asiáüco, t€rritorios
débilrnente poblados.
Para que los Estados cuyo territorio es escaso con relacióu al trúm€ro de
bocas que hay que ali¡Deatar, tro se vean tentados por l,a conquista, y para
t La explicaciór Eediüte los scto¡c! perlc¡ecc ¡iauhí¡eamc¡tc a dos ti¡ros ¡ro
cibles: cxplicacióa por las iateaciolea dc loa actores, , érplic¡ción por las fuerzet
qoc arrast¡i¡¡ a los actores, 6i¡ quc é3tos ec deo cuent¡ de ello y sin quc Ducd¡¡
domi¡¡¡!¡s.
' Hcmoc dcmct¡edo uí¡ ¡¡rib¡ ea ¡É rcatido t coo qué rÉrvr! €! cieru
u¡¡ rfirD¡ción dc cste tiDo.
hXIII. Más rllá de la ¡rolític¡ del podcr f 8r¡
':
quo I,06 Estadod vecioos rio se sientao aÍ¡eoazados, tro basta coí que unos
y oEos tcngan el mismo régimen y se declaren hermanos. Ni siquiera Ia
fraternidad que crea la comlin hostüdad hacia e[ mundo capitalista, ha
impedido la disideacia yugoeslava y l¿ teosióo entre Moscú y PeHo. A for-
,io¡i, si nos plaDteamos con la imaginación un uoiverso en el que Ios Estados
socialistas no teDgan ya eoemigos, oos preguntamos si está prohibido excluir
los coDflictos d€ intereses cuyo motivo será la distribución del espacio,
pasado mañana, como ayer. Estos conllictos no motivarán n€cesariame¡te
la guerra, pcro para que no se vean zaujados por las anni§, hay que imaginar
que ua tribunal dicte el derecho o que ua a¡bitraje s€a solicitado ¡rcr las par-
úes o, cn fitr, que una voluntad su¡rrior imponga una solució¡, I-as dos pri.
rDeras hipótesis nos llevatr a la paz por el derecbo y al consentimieoto de los
Estados a no hacerse y¿ ir.§ticia por sl mismos ; la rlltima, al Imperio uni-
versal.
Habiendo partido de las explicaciones sociológicas de la guerra por las
car¡sas o los objetos eB ütigio, heBos aqul llegados a una doctrina de l,a
paz por Ia sumisión de las soberanías estatales a la ley o a la fuerza. Iti-
nerario que no deberla sorprendemos: si los Estadoc conservaran el de-
¡echo a hacerse justicia a sf mismos, no podrían vivir eu una paz defini-
tiva, a nrenos que no se t¡aqsformaseD eD otros distintos a los que han sido,
a no ser que el mismo mundo sc modilique esenciol¡¡unte- I-a qatufaleza
de la sociedad indusrial aletrúa d€finitiyamente las causas ecooómicas de
las grerras, y si todo6 los Estados turierau €l mismo régirmn, probablementc,
etr el momento actual, Do habría ya a¡¡reoaz¿ de una graB gu€rra entre los
priocipales actores del sistema iDternacioaal. Pero €sta pacificación, gracias
a las posibilidades del crecimieoto iotensivo, uo ponen a Ia Humanidad dc-
finitivamente al abrigo de los cooflictos por la tierra y por las riqu€zas. En
¡ltima i¡staocia, todo depende del nrimero, o con aún mayor precisión, del
ritmo a que aumente dicho ¡rimero.
Si hubiésemos palido de la paz por la ley o por la fuerza, o por la
autoridad iodiscutible de un tribunal o por la voluBtad irresistible de uo
Estado úoico, ¿habríamos redescubierto el peligro que crean l¿s causas
económico socia¡es d€ los co¡!flictos, ¡ror uu camino de se[tido cootrario?
Eu un cicrto modo, sf: las disparidades de desarrollo provocan tensiones
detrho de los Estados que, a yeces, estallan en uoa revolucióB. ¿Po¡ qué
babla de ocurrir de una manera distinta en el inte¡io¡ de un Estado uoi-
versal o de una Federación mu¡dial? Pe¡o el andisis abstracto no per-
mito precisar qué carácter adquirirían las violencias interiore¡ en un Es-
tado universal. Todo depende, en efecto, del grado d€ autouqrrf¡ y de las
aflDas que bubies€tr conservado regioues y pueblos. l,
Por lo taoto, la diferencia etrt¡e las dos demostraciones {lsobre todo,
coDceptual, Si Dos planteamos uoa paz lrrpetua sio que Eü¡ desay¿re-
cido la situación hobbesiana, suponemos una transformación ae bs
$4ical
E.
?
iEr
842 Praxcologia. L¡s ¿ntinomi¿s dc l¿ ¡cción diplomitica cstrarcgica

Estados yala desaparición de los posibles objetos de disputa. Si coocibiéramos,


teóricarneÁte, la paz perpetua por el reino de la ley o por el imperio universal,
sin ninguáa otra hipótesis, los riesgos serán aquéllos qu€ cooocetr hoy dla
los órdenes interiores de los Estados, ampliados por la beterogeoeidad de las
poblaciooes sometidas a la l€y, por la previsible capacidad de resistencia a
las órd€nes procedentes de arriba, tribunal o imperio, de los grupos super-
vivientes de las nacionalidades o de las civilizaciooes.
Estas conclusiodes indican el camino a seguir. Uoa doctrioa de paz no
debo preocuparse primordialment€ de los objetos de los litigios ni de los
actores, sioo del fundamento de la situación hobbesiana: la reivindicación
por los Estados del derecho a hacerse iusticia a sf mismos y, por lo taoto,
el rese¡var§e la últiña ratio del recurso a las atmas. Nuestro objeto es la
paz: ¿pucile establecers€ el ¡eino de la ley €ntre las naciones?

2. Del Pqcto de la Sociedad de Nocione¡ a la carta de lqs Naciones Unidos.

Hemos considerado ya el Derecho Interoacional gentiurn- taüto


al nivel abstracto dc -ius
la teorfa t, como en el plano de la Historia y de Ia
práctica', al analizar el papel actual de las Naciones Unidas.
La idea directriz de uuestro análisis teórico coincide cou un principio que
era comúnmetrte admitaido por los iuristas arites de 1914, a saber, que cl
Derecho loteraaciotral no prohibe a los Estado¡ recurrir a la fuerza y, aún,
qug esto recurso constituyo un aspecto de su soberaoía. Yo be constatado
después lo que he coosiderado corno €l fracaso de la Sociedad de Naciones,
por cr¡aDto ésta teDfa por funcióo, y debía t€¡er como efecto, garantizar la
paz. El fracaso tieDe utr carácter a la vez llamativo y simbólico: la Sociedad
de Nacio!€s; creada por los vencedores, re¡lamaba, dcsde el mismo pro-
ámbulo, la "aceptación de ciertas obligaciones de no recurri¡ a la guerra"
y el establelimiento "a plena luz de las relaciooes intemacionales, basadas
en la justicia y en cl honor", así como "la observacióo rigurosa de lag
obligaciooes do los tratados", La tendeDcia conscrvadora de todo Derecho
IntemácioBal rcsultante de la voluatad do Estados rivales. So veía aceo-
tuada por €sta confusión int€Bcional entre €l resp€to debida a la ley itrt€roa-
ciooal y el respeto debido al estatuto territorial establecido por las potenci8s
aliadas y asociadas. Los vencedores esperabaa quc los tr¿tados extraerlaD
de ello un hcremeDto de autoridad, y los vercidos repl,cabao que la autoridad
de la Sociedad de Naciooes se vería debilitad¿ por la garautia iurídico
moral que daba al Diktat de los aliados, es decir, a la fuerza. Ni unog
ni otros han podido pr€cisar qué estatuto s€rfa julo en sl, siu refe

' Capítulo IV, scccio¡é 3, 4, 5.


' Capítulo XYIII, sección 3.
XXIII. Más dlá de l¡ polític¡ dcl poder 8.rl

reocia al derccho histórico de la fuer¿a. Las tentativas imperiales del Japóo,


d,e Italia y del T€rc€r Reich se desarrollaron segln el rito inmemorial do la
política.
Desde 1945, un silema i¡teroacional bipolar y heterogéneo, ha ido
poco a poco coostituyéodose. Está determinado, en §us ¡asgos esenciales, ¡ror
datos políticos y t&oicos (armas de destruc.ióo masiva, ¡ivalidad entre los
Grandes, formación do bloques, accióo iucesante de persuasióo y da sub-
yersió¡, etc.). ¿Se¡ía el sistema iotemacional el que es, si las Nacioucs
Uoidas no existierao? Yo lo igooro; me he limitado a la afirmación, a mis
oios eüder¡te r de que las Naciones Unidas Do habían ejercido una inlluen-
cia fundarDeotal sob¡e el desarrollo de las relacioues ioteroacionales ".
Que este doble fracaso haya sido debido a los hechos y no a los tcxtos,
cs algo que no se presta casi a discüsióo. Pero no Gs inútil buscar, si, y eo
qué medida, Ios textos habíao efectivameDte modificado el derecbo inter-
naciooal coosuetudinario, prohibido el recurso a las armas y, eo fin, intro-
ducido uoa organizacióo efectiva de seguridad colectiva.
Que el espíritu del Pacto de la Sociedad de Naciones y, aútr más, el
pacto Briaod-Kellog r€pres€trtaseo una innovación coo ¡elación a este dc-
recho coasuetudioario y úadicional, nada es más iEdis€utibte. Los reyes
nunca hubierao proclamado solemnemente, en el siglo xul o en el xvIII, "en
nombre de sus pueblos fespectivos, qu€ condenabaD el ¡ecurso a la guerra
como solución de las diferencias iDteroacionales y que renuociaban a ella
cn tanto quo instrumentos de la política naciooal, en sus relaciones unos
coo otros"'. Nunca se hubiesen comprometido a tro resolver sus conllic-
tos, cualquiera que fuesen, po¡ otos nedios que oo fuesen los pacíficos '.
Queda por sabe¡ si estos textos coustituyen un homenaje reodido por el
vicio a la virtud, o significa un testimonio de un auténtico progreso de la
coociencia, individual y colectiva.
Recordemos, en primer lugar, que ni siquiera el pacto Briand-Kellog
hacía ilegales a todas las guerras. I-a guerra continuaba sieodo legal si
era hecba coDtra un Estado no signatario del Pacto, o contra un Estado
signatorio que lo hubiera violado, uo por su conformidad con las obliga-
ciones del Pacto de la Sociedad de Naciones. (Ahora bien, cada Estado coo-
servaba de derecho y de hc€ho una gran elasticidad en la interpretación dc
l,as obligaciooes del Pacto). Pero, por eucima de todo, los signatarios sc
habían reservado dos yías de evasióo, por l,as que se introducíao las prác-
ticas aatiguas: el derecho a la leltima defensa (sell delenseJ y la posibiü-

t Pero aquélloe qoc * contid,crat ide.¡listas tietrcD ulr crpecided cts¡ ilini-
uüt dc ¿o rr¡ l¡ ¡eüd¡d.
No ¡o¡ i¡tc¡esa mcdir con eractitud las ycntaia6 y loa inconyc¡tienle+ Drra
¡¡o3 y ot¡lq dcl p¿pel cfectiro pcro limitado rcprcle¡tado po¡ l¡¡ N¡cio¡¿¡ U¡id¡¡
' l. dcl P¡cto.
t Artículo
^rticulo 2.
844 Prexeologia. L¡s antinomies de l¡ ¿cción diplomáticr cstratégice

dad de emplear Ia fuerza sin declarar la guerra. El derecbo a la legftima


defensa será expllcitamente reconocido eD el pacto Briaod-Kellog y ést€ no
preveía tritrgrn órgano que determioase ni limitase las consecuencias y las
irnplicaciones de este derecbo. Cada Estado estaba, pues, casi siempr€ eD
situación de argumeDtar, con mayor o rDenor verosimilitud, que se li-
mitaba a eiercer este d€recho- Así hizo el Japón a propósito de Madchuria
o Italia, a propósito de Etiopla. Era cómodo de tomar simultáneameotc la
otra vfa de evasió[, es decir, la de no decla¡a¡ la guerra y negarse a calificar
como guerra los "incidentes" de China. Por lo demás, las llamadas poten-
cias pacíficas, los EE. UU., por eiemplo, innovaron también €tr materia
de situaciooes "equfvocas": antes de diciembre do 1941, sio declarar la guerra
a Alemania, toma¡on medidas favo¡ables a uno de los campos y hostiles
al otro, que no eran compatibles con el concepto aco6tumbrado de la neu-
tralidad. I-a no-beügerancia era uD modo de participación, igual que el in-
cidente de China era uoa especie de guerra.
Las lagunas del Pacto €ran más evident€s todavfa. E[ artlculo que se
suponfa había iDtroducido una especie de seguridad colectiva, el artlculo 16,
párrafo l.', estaba asl redactado: "Si un miemb¡o de la sociedad recurre a
Ia gr¡€Ea en conúa do los compromisos adquiridos de acuerdo coo los
afículos 12, 13 y 15 del Pacto, s€ considerará, ipso lacto, que ha cometido
un acto de gr¡erra cootra los otros miembros de la Sociedad..," Pero, ¿en qué
caso coBstitufa Ia guerra utra violacióu del l,¿cto? Stgrln el ardculo 12, ¡os
Eiembros de la sociedad se comprometían a oo recurrir a la guerra hasta
pasados los tres meses siguieotes a la decisióu arbitral o iudicial. Eo el artfcu-
lo 13, se comprometlan a no entrar en guera coE un Estado parte eB una
disputa, que hubicso ac€ptado el iuicio de un árbitro o el veredicto de uo
tribunal. ED ñn, en el artfculo 151, se comprometían a no entrar en guera
con ua Estado que hubiese ac€ptado las recomendaciones de un informe
votado por uoadimidad (exclufdos los Estados parte en el conflicto) por el
Conseio de la Sociedad dc Naciones.
Sin duda, los Estados se compromelan también a someter sus disputas
al arbitraie, a la decisióo de un tribunal o, a falfa de ello, a[ Consejo dc la
Sociedad. Pero los Estados continuaban indiüdualmente übres de docidir si
un cotrflicto depeadía o no dc uDa decisión arbitral o iudicial. Si Ia querella
era polftica, y si el Consejo se ocupaba de ella" las recomendaciones de dicho
Cooseio Do tenían autoridad, sitro a condición de ser tomadas por unanimidad.
Si el Conseir Do estaba en situación de llegar a una recomendación unánimc,

' Pe¡o recono¿ca¡¡os ffua eslartros hallanrlo del comeDtá¡i,o como ioterpretacióo.
El único come¡t¡rio, r úu6tro juicio, que satisface plenaee¡¡e y ula crpcriencia cu!.
rural que ercede e la crudición.
El comcDta¡io propiaoente crudito, cl que se ümita a lrs loornot'cs es ¡¡¡ modo dc
glosar, sin gloge¡. No hey duda de que para este comeuta¡io eoD menclter mlÁ limits.
cioucs y máe sabercs que los ssberes y limitaciotres d¿ que Dost¡os disponcmos.
XXIII. Mís allá de la política del poder 845

'los miembros de la Sociedad se reservabau el derecho a actuar como cte-


i¡eran necesario para el maotenimieDto del derecho y de la justicia" (Ar-
.ícuto 15 (7).
En otras palabras, etr el caso do conflictos sometidos a un árbiho o a utr
ribunal, las güerras ilegal€s serfan las que hubiesen sido ya desencadenadas
,n es da lL expiracióu del plazo de lres nreses, co¡¡r|d el Estado qu€ se hubie-
ie sometido a las decisiones del áfbitro o del tribunal. Pe¡o como los miem-
:ros de la Sociedad oo hablan aceptado la obligoción de soÍt€tEr sus difcren-
:ias a un árbiko o a un tribuoal, la probabilidad era de que los cooflictos
Jraves, susceptibles de provocar la guerra, fuesen suscitados por el Consejo
r por la Asamblea de la Sociedad de Naciones. Ahora biea, en este caso, la
luerñr no podía ser ilegal más que siendo iniciadz antes d€ toda tentativa
lo resolverla pacíficamente o contra \na recomendación unánime del Conse.
o. El prircipio de seguridad colectiva guerra deseocadenada por un
-una
lstado en violacióo del Pacto debe ser cotrsiderada gor todos los Estado6
:omo uoa guerra deseocadenada contra cada uno de ellos- no podía apli.
:arse, pr¡es, más que en caso de unanimidad. Cada miembro de la Sociedad
:onservaba el derecho a decidir sobe¡anamente si una determitrada guerra
dolaba, efectivamente, el Pacto-
Si esta unanimidad era conseguida, el artículo 16 (l) hacía (o parecía ha-
'ar) obligatorias las sanciones económicas por todos los miembrG de la
iociedad, pero uo autorizaba al Cons€io sitro a formular recomendacioues,
:obro la participación de cada Estado eo las saociones militares.
Teóricamente, se podfal "llenar las laguDas del Pacto" de tres maDeras.
-a primera hubiera consistido eo hacer obligatoria par¿ todas las part€s la
Iecis¡ón arbitral, iudicial, o polftica (Cotrsejo o Asamblea de la Sociedad)-
-a segunda hubiera coosistido en suprimir la regla de la uuanimidad, con el
'in de que el Consejo o la Asamblea estuviesen siempre en situación de solu-
:ionar los coDflictos. La tercera hubiera consistido en privar a los Estados
lel derecho a dcterminar cada uno lib¡emente si habla o no violación del
,acto y qué participación tendrlan en las sanciones. Estas tres r€fofmas se
iuponfan unas a otras. Para elimioar el 7 del ¿rtfculo 15, €l derecho reser-
,ado de poder tomar las medidas necesarias para el maDtedmiento de la paz
r do la justicia, habrfa habido que reconocer a la Sociedad de Naciones la
ruto¡idad para resolver los cooflictos de londo. Pero como, eo numerosos
:asos, la unanimidad de los miembros era inconcebible, el Consejo hubiera
lebido estar h¿bilitado para soluciooar las disputas por mayorfa. En fiD,
,ara que uE juicio por mayoía fuese políticameate eficaz, habría habido que
.eforzrr y precisar los términos del artfculo 16 (l y 2) y los deb€¡es de los
lstados eo caso do violacióo del Pacto, y en materia de sanciones.
E[ artículo 16, como sabemos, fue invocado cootra ltalia, con ocasión
lel co[flicto de Etiopfa. El método seguido fue el siguiente: en primer lugar,
,l conflicto fue examinado por el Co¡rseio, el cual, por unanimidad, pre-
846 Prrxeología. [¡s antinomi¿s de l¿ ¿cción diplomática asrraÉgic:

s€ntó un iDforme, Este voto del CoDs€jo no fue coDsiderado como obligato.
rio para todos los miembros de Ia Sociedad, ni siquiera como uoa decisió¡
colectiva. El p¡esideote de la Asambtea decidió que Diogún órgano de la So
ciedad tenfa derecho a tomar uua decisión tal que todos los miembros s{
vies€o obligados a reconocer que uno de ellos había violado el Pacto. Cad€
mierñbro de la Asamblea tuvo libertad para maDifestar su oposicióo a la opi
niéo expresada unáuimem€Ete por los miembros del Consejo. Austri¿, Hun.
gría y Albania, bicieron uso de este derecho. Los otros miembros, coo sr:
sileociq se unieron a los miembros del Conseio. La misma libetad de d€.
cisióa i¡dividual fue acordada a los miembros de [a Sociedad por lo qu(
respecla a las saqcioues, a pesar del artículo 16 (1).
El f¡acaso de la tentativa de obliga¡ a Italia a reuuncia¡ a la cooquist¿
de Etiopía, es fácil d€ s€r constatado €on el retroceso, aunque oo fuese impu.
table a las "lagunas" del Pacto, siro a la repugoancia que manifestaban lar
potencias di¡igentes (Francia y Gran Bretaña, eo aquella época) de recurrir
a medios extremos. Esos medios extremos hubieseo implicado un riesgc
(débil) de guerra. Pero hubiera ocur¡ido de otra matrera si el Pacto Do hubie.
se teDido esa serie de lagunas. Como quiera que la Sociedad de Nacione!
estaba compuesta de Estados que no hablan euajenado su soberanfa militar,
no era posible deteDer a uno de ellos, si estaba resuelto a emplear la fuerza
a ¡neoos que se empleara también la fuer¿a. Los equívocos y las lagunas de)
Pacto, del artículo ll al artículo 16, ¡o pa¡alizaron eu aada la acción de la
Sociedad de NacioB€s frente a la agresión italiaDa en 1935, o la alemana
de 1938 (Austria y Checoslovaquia), o la soviética de 19,() (Finlandia). Alema.
nia no penenecía ya a la Sociedad de Naciofles eo 1938, y la Uniótr Sovié-
tica fue expulsada eu 1940, Um reafi¡mación de las obligaciones del Pacto
¡o hubiera hecho la mcno¡ impresión ni sob¡e Hitler tri sobre Stal.in.
Si los Estados miembros hubi€seo teoido el sinccro deseo de respelar el
Pacto, la prohibicióu de la guerra taDto aotes de la expiración del plazo de
tres meses, como coatra un Estado que acepte la s€ltencia de uo áfbitro, la
decisión de utr tribunal o el informe unánime del Conseir, hubiera sido
suficientc- Pe¡o oi el JapóD tenla la intención de reslrtar la integridad terri
torial de China, ni Italia la independencia de Etiopla, d Alemaoia la de
Austria o la de Checoslovaquia. Ninguno de estos t¡es Estados hubiera coo.
seoüdo someter sus reiviodicacioaes a ua "tributral de equidad". Ninguno
se consideraba obligado por las ¡ecomcudaciones de la Sociedad de Nacio
nes. Ninguno consideraba como definitivo el estatuto territorial existente, )
niogutro le prcstaba uaa dignidad mayor que la de los estatutos d€l pasado
o !a de los estatutos del futuro. Si el párrafo 7 del artículo 15 hubiese sido
modificado, si las recomendaciooes, aún las no-unánimes, del Cons€io hu-
bieseo tenido fuerza de ley, los Estados revisionistas Alemania, Japón-
oo lo hubiesen ac€ptado y hubicseD teoido qu€ ser -Italia,
rcducidos por Ia fuerza,
Ahora bico, los Estados cotrservadores no disponlar dc esta fuerza y ellos
XXIII. Más allá de la poÍtic¡ del poder 817

mismos Eo hubiesen consentido en ratificar un reinado do la ley quc les


hubiera privado de su libre arbitrio, tanto por [o que se refiere a distinguir
eotre lo que depende dc la legislación ioterior y lo que depeude del derecho
intcrnacional, como si se tratase de uE conflicto propiamente polltico con
otro Estado.
La Carta de las Naciones U¡idas se inspira, en ud sentido profundo, en
la misma filosofía que cl Pacto de la Sociedad dc Naciooes, es decir, en
uoa filosofía legalista y pacifista. De acue¡do con el preámbulo, la finalidad
de la uueva institución es la de preservar a las generaciones futuras del azote
de la guerra, y la de garaotizar que la fuerza armada no será ya empleada
siDo eo inlerés de todos. Sio embargo, instruidos por la experiencia, los re-
dacto¡es iosistie¡oD me¡los eE el resp€to escrupuloso de los Tratados, es dccif,
et eL stqtu qro, que sobre las condiciones, a falta d€ las cuales las obliga-
ciones del Derecho lBtcrnacional no podfau ser respctadas. Respcto a log
derechos del hombre y promoción ecosómica y social de los prrcblos, éstos
son obietivos de las Naciones Uoidas, con igual motivo que la paz.
Por lo que respecta al problema central de este o¡den pacífico, la Carta
cootieDe fórmulas vagas, en el capltulo I, que expresan la manera en que
los Estados deberlan conducirse y los priocipios según los cuales deberíaa
ser resueltos los couflictos. Eu el pá¡¡afo 4 del artlculo 2, se dice: "Los
miembros de la organización se abstien€o, e¡ sus ¡elaciones internacionales,
de recur¡ir a la amenaza del cmpleo de la fuerza, tanto contra la integridad
territorial de la independencia política de todo Estado, como en toda otra
manera iDcompatiblc con las finalidades de las Naciones Unidas". Igual-
mente, segrin e[ párrafo 3 del mismo artículo 2, todos los miembros "resuel-
ven sus difere¡cias internacionales por medios pacíficos, de manera que la
paz iDtemacional y la seguridad internacional, así como la iusticia, oo seao
puestas en peligro". Pero, en realidad, todos los Estados han utilizado eo uno
u otro momento la amenaz¿ dc la fuerza. Por otra parlc, si el recurso exclu-
sivo a los medios pacíficos es favo¡able a la paz, no es necesa¡iamente fa-
vorable a la justicia. En fin, si la integridad territorial de todos los Estados
tuviera que ser respetada, uingún Estado podrla se¡ amputado o absorbido
por otro, coo amenazas o con coacción. Pero, ¿cuándo se ha dejado un Es.
tado mutilar o destruir, a no ser bajo una amenaza o utra coacción? Estas
fórmulas del capítulo I, como las del Pacto de la Sociedad de Nacion€s, soo
inevitablemeote retorcidas e ignoradas por los Estados. Puede decirse que er-
presan uD ideal más que obligaciones precisas, o que oo imponen obligacioneg
Iegales a los Estados más que en la medida en que vietreD precisadas en los
capítulos y¡ y yll, es deci¡, los capítulos relativos a la solución paclfica
do los coDflictos y, por otra parte, a las acciones en relacióa con las amena-
za3 d la paz, a las rupturas de la paz y a los actos de agresión.
Los capftulos VI y VU de la c¿rta tiende¡ a un resultado anrílogo al
de los artículos X a XVI del Pacto. Son, a la vez, más precisos, más claros,
848 Praxeología. L¿s ¿ntinomi¿s de l¡ ección diplomátie cstnÉgica

más detallados, y, en ciertos aspectos, más ambiciosos; y en oüos, en cam-


bio, rnenos. Más ambiciosos en cuanto dan al Consejo de Seguridad la au-
toridad paIa tomar decisiones col€ctivas y hasta para impooer su respeto a las
partes por todos los medios, pacíficos o no. Se prevé, en efecto, en el capf-
lulo VII, que el Consejo de Seguridad disponga de fu€rz¿s armadas, pu€stas a
su disposición por los Estados mi€mbros- Pero la Carta es menos ambiciosa
tambiéo, puesto que las medidas no puedea ser tomad¿s por el Coosejo do
Seguridad, refiriéodoso al capítulo VIl, sino a co¡dicióD de que los cinco
miembros lxrmaneDtes estén de acuerdo. Eo otras palabras, los cioco miem-
bros pe¡manentes dispooen de un derecho de veto fespecto a las decisiones
del Corisejo y, lo que es más, respecto a las medidas que éste podría tomar
para hac€rlas más efectivas. Eo cuatrto a la Asamblea, ésta pr¡ed€ por una
mayoría de dos tercios votar r€comendaciooes sobre cualquier tema, pero no
actuar para imponer el respeto a esas recomendaciooes. L que el Pacto de
la Sociedad de Nacio¡€s llama sanciones, es {o que la Carta l¡ama "saociotrcs
relativas a las a¡r¡enazas a l,a paz, ruptura de la paz y actos de agresión", y
lo que los juristas anglosaiones llaman "measu¡¿s oi enÍorcement" dependeo
del Consejo d€ Seguridad y Do de la Asamblea.
t¿ Carta Do deja tampoco de iricluir, también ella, uoa'tláusula de
cvasión". Recoge, en el párrafo 7 del artículo 2, la rerrva que figuraba eo
el párrafo 8 del artículo 15 del Pacto: las Naciones Unidas no están auto
riz¿das a interv€nir en Ísuntos que depeudeu e-seDcialmeote de la compet€o-
cia nacional de un Estádo (which ore e'sentially within rhe domesric ju¡isdic-
,ior). l-as potencias colooial€s, Holanda, Francia, iuteniarán utiliza¡ €sta
cláusula para impedir al Consejo de Seguridad o a la Asamblea iotervenir eo
I,os Conflictos de Indonesia o d€ Argelia. En realidad, la carta da¡á al Coo-
seio derecho a intervenir (por referencia al capítulo XIf) eo la medida e¡
que existiera utra amen¿rza a la paz ioteroacio¡al Y la Asamblea ba ioscrito
cada año Ia cuestión de Argelia en su c¿,rnet del día, a pcsar d€ la tentativa
vana, becha por la d€legacióo franctsa, do impedir su inscripción o su dis-
cusión mediante uua retirada espectacular.
El artlculo 107 da, por asl decirlo, c¡rta blanca reslEcto a los Estados
eoemigos. El texto del artícule es tan yago que deja una extrema übertad'.
ProbablemeDte, Ios redactores de la C¡rta tro yeían más eo él quc una pre-
cacucióo con vistas al peíodo aaositorio. Pero el artículo ha tomado un
sigtrificado fundaÍ¡eDtal, desde que la coalición de los vencedores se ha dis-
gregado y desdc que los tratados de asistencia fi¡mados por los Estados d€¡
bloque soviético, están expllcitam€nte dirigidos contra la eveotualidad de una

' 'Ning¡¡¡¡ dispo6iciór dc la preseltc Csrt¡ olccta o prohibe, frcEte ¡ u¡ E¡t¡do


que, en el t¡anscu¡ro dc la
Segunda guerra mundial, haya sido enemigo de uno
cualquiera de Ios srgnatarios de la presente car!¡, una accióü emp¡endid¡ o tuto-
¡izada como coasccuencia de esr guerrq por los gobicrtos q¡c tic¡€n la rc:ponee-
bilid¡d dc ¡q rm;á¡ "
XXIII. Más dlá de le política del poder 8.19

agresióD alemaDa o dc una agresión cometida por Estados aliados a Alemania.


Las f¡edidas autorizadas coqtla el Estado exsemigo, s€ convi€rt€n fácil-
mente en medidas cotrtra el ex-aliado que, después de la ruptura de la coali-
ción, ha int€Dtado consoüdarse uniéndose al enemigo.
L¿s dos cláusulas de evasióo más importantes son los artlculos 52 y 53,
relativos a las organizaciones regionales, y el artículo 51. que recoge la ex-
presión de legítima defeosa, ya empleada por el Pacto Briaod-Kellog. Pero,
si tros atenemos a la letIa de los textos, las dos ciáusulas no limitan seriameu-
te los derechos del Conseio de Seguridad. Entre las organizaciones regionales
en las que peosaban los redactores de la Carta, figuraba la Organización de
los Estados America¡os. Que esta orgaDizacióu pueda actuar de una matrera
autóooma para maEtener la paz o que el Consejo de S€guridad astúe por su
iutermedio, ninguna do estas dos eventualidades impücaba "violencia legal
alguna" sin la autorizacióD del Consejo de Seguridad (a excepción de las
medidas cont¡a ür Estado ex-ctremigo). Lo que, en seotido cootrario, daba
un ciefo margen de maoiobra a la política iDtemacional, era el artí€ulo 51,
quo las alianzas del bloque atlfutico hatr invocado, de la misma manera que
las aliaozas del bloque soviético han inyocado el artlculo 107. Basta con
añadir quo la "legftima defeBsa colectiya" exige uoa preparación y quc Do
puede ser eficaz si se improvisa en el mismo mom€oto en que se produce un
ataque armado.
Los juristas han discutido la legalidad se$ln la Carta, de la alia¡za atlán-
tica, ¿está co$tituida eo función del artícrfo 51, o de los artículos 52 ó 53
(organizaciones regionales)? La expresión "derecbo natural de legítima de-
feasa individual o colectiva" es lo suficieDtemente yaga como para prestarse
a co[troversias siu fin. Pero, cualquiera que sea la ingeaiosidad de la exégesis,
y auDque los iuristas demuestr€D que nadie ha violado €xplícita o abierta-
metrto la Carta, sigue siendo uo hecbo que e[ mundo intemacional de hoy
dfa, difiere eseociallIleote de aquél que concibieron e imaginaron los creado-
res americaoos de la Cárta. Estos se mostlaban hostiles a las zonas de i¡-
fluencias, al equilibrio de las coaliciones, a la política de poder, al empleo
de la fr¡erza por un Estado o grupos de Estados en su propio inter&. Con-
taban coo las Naciooes Unidas y, en particular, cou el Consejo de Seguridad
para maBteDer la paz. Nadie piensa que ocu¡ra así hoy dfa. Si la polftica do
los bloques constituyo el desarrollo lógico o la expresión de la Carta, no hace
falta quo ésla haya estado redactada en térmitros tales que haya permitido lo
cont¡ario de aquello co que habfan puesto su mira los redactores.
Sio eatrar en las disputas de los juristas o eo la legalidad de la accióo
realiz¿da en Crrea (en ausencia y sin el conrntimiento d€ utro de los miem-
bros del Conseio de Seguridad), ni sobre cl artículo de la Carta que iustificó
la aüanza adántica, ni, a¡lo m€nos, sobre la famosa resolución de unirse
pa¡a la paz, mc parec€ evidente, en el plano histórico, que la Carta daba al
Conscio de Segr¡ridad la labor de garaotizar la scguridad colectiva y la paz.
850 Praxeologia. Las anti¡omias dc la ¿cción diplomática cstrrtégica

Y que, ¡»r consiguieotc, contaban coo el acucrdo de los miembros perma.


ocntes del Conseio. Crmo quie¡a que esto acuerdo resultó imposible, éste
oo tiene nuaca, bajo sus órdeoes, las fucrzas militarcs que preveían los
artículos 45 y siguietrtes y los Estados hao tomado nota de que el veto de
los miembros Ixrmanentes impedfa al Consejo decidirc y actuar, por lo que
han llegado a la conclusión dc que teulatr que prepar¡rr su "legítima defeffa
col€ctiva". Es posibte qu€ el texto del anículo 51, interpretado ampliameDto
haya puesto de acuerdo, finalmentg al sistema de bloques cotr una Carta
quo intcntaba excluirlos. Pero mc parece difícil qo darle la razóo a Julius
Stone' cuando lic;a a la cooclusión "que la legítima defensa colectiva haco
su a¡»rición Do para completar a la Carta, sino, por desgracia, porque la
Carta uo ha sido cumplida", La defensa colectiva, es un substitutivo, no una
cousccrrncia, de la seguridad col€ctiva. La moción votada ea 1950, un,r'.s¿
para la paz, coo el fio de legalizar la acción colertiva, se basa, también ella,
más eu el dcrecho consuetudinario a la defeosa, que la Carta ha deiado
subsistir, quo no eu el principio de la fuerza p¡rcsta al servicio de la Socb-
dad de Estado§.
Como afüma el mismo jurista que acabamos de citar, la Carta preseDtaba
dos fac€tas. Derecho do veto, legítima defeusa, acción contra los ex+nemigos,
todo ello constitufa la ca¡a tradicional y bacía posible el jueglo clásico de la
polltica de poder. I-a autoridad del Consejo de Seguridad, a[ imponer la paz,
represeotaba la otm cara y habría creado un orden muodial. El conflicto
entro los dos Grandes ha paralizado al Conseio de Seguridad y hoy día la
cara radicional se nos aparec€ sola, baio una cruda luz.
Sería pueril acusa¡ a la Carta y soñar co¡ una reforma que restaurarfa
las esperanzas dc 1945. Lo mismo que las lagunas del Pacto tro llevao coosigo
la rcsponsabiLidad de las ambiciones hitleristas, el derecho de veto Do es
t¿mpoco la causa de la rivalidad eatre los dos Grandes.
Eo resumen, iamás la idea de la seguridad colectiva se ha visto traducida
en obligaciooes de ca¡ácter legal. O bien cada Estado cooservaba el derecho
a decidir si debeía recurri¡ a la guerra en üolacióE del Pacto eo este
caso, la seguridad se verfa pueta en p€ligro, puesto que se basaba -y, co una
pluralidad de decisioDes individuales- o bien, el Coasejo de Segu¡idad teoía
derecho a tomar uoa decisión colectiva, y a impoaerla, aunque fuese por las
a¡mas, pero la dccisión exigfa el acuerdo de todo6 los miembros permamentes,
es decir, eo teorfa, de todas las grandes poteocias del sistema. Ahora bieo,
cuando las grandes potencias €stáD de acuerdo, con o sin seguridad colecüva,
oo tieno lugar una gran guera.

Juliw SroñE Letil conarol ol inlernatiowl corficrl, tao&e., 1954 p. 265.


XXIII. Mis rllí de la política del poder 85r

t. Ia impciección eselciol del Derccho lnternacional

¿A qué se debe la impotencia del De¡echo Inte¡nacional para excluir cl


:mpleo de la fuerza fue¡a de las circunstancias previstas por la misma?
lsta es la cucstión central que predomina en Las controversias sobre la natu-
'aleza del jas gentium. Es dificil, en efecto, concebir un ordetr iurídico, coo-
lorme con su esencia, que no impida a los su.ietos hacers€ justicia elloe mis-
nos, ni recurrir a Ia violencia por una decisión propia, con idea de su ilterés
,goísta. PersonalmeDte, yo eocuefitro coDvincente, al uivel de los coocepto6,
a asimilacióB eBtre orden lurídico y orden pacffico con la que H. Lauter-
,acht tcrmina su libro ?rre Function ol t-tw ¡a the lnternat¡onal Community t.
"Es posible que a¡ tratar de cuestiones relativas al lugar del derccho y de
.os tribunales dentro de la sociedad iotemacional, los iuristas interoacionales
bayan concedido una cierta importancia a evitar en la exposición jurídica
:oda te¡dencia pacifista. Pero si el pacifismo se identifica coD la iDsistencia
:n el reinado de la ley eo las relacio¡es iuteroacionales, entoocrs §€ puede
uno preguntar si un iurista consciente de la verdadera naturaleza de su labor
puedo esperar realizar una distiocióo de esta naturaleza, puesto que Ia paz
oo es solamente una idea morat. En un cierto seutido (aunque solo uu seo-
tido) la idea de paz es moralnetrte indiferente, en la medida eo que puede
impticar el sacrificio de la ,usticia en el altar de la amabilidarl y de la s€guri-
dad. La paz es, ante todo, uo postulado legal. Jurfdicameote es uDa metáfora
para el postulado de la unidad dcl sistema legal. La lógica lleya itrevitable-
mcnto a la condena, por la ley, dc la anarquía y de la fuerza privada."
En efecto, pi€r¡so que, en un scntido, la paz constituyc un postulado leBal,
cl principio dc la unidad del sistema legal. No es que las relaciones humaoas
sometidas a la ley, no impliqrcn un grado de violencia, Irro traetr consigo
más que une üoleocia al servicio de la ley, empleada coDtra el yiolador dc
l,as probibiciones o ante una decisión de la autoridad legal.
Los iuristas modernos, qus se irispirao tanto eo las ideas positivistas como
el neo-kantismo, y eo la distinción entre el hecho y la norma, tienen a¡¡¡
mayor dificultad e¡ recoqocer como pleDamerte jurídico el ordeD legal €n-
tI€ los Estados. En efecto, a medida que la ley es considerada como uo man-
dato del Estado, la ausencia de un Estado superior a los sujetos del derecho
internacional, tiende a borra¡ el carácter autétrticamente iurídico de las rela-
ciones a que los Estados se hubieran sometido. En cuatrto a la teo¡fa pura
del Derecbo, que define e[ orden iurldico mediante la reglameotación de la
violencia, no confi¡ma la realidad de una "comuriidad jurídica" const¡uida
por el Derecho Ioternacional, sino interpretando las guerras y las represalias

O¡ford, 1933, p, ,138.


E52 Prrxeología. L¡s antinomi¿s de la acción diplomática estratégic:

como actos de coacción, preüstos por las reglas de Derecho Inte¡oacional ,

A partir del morne¡to que las guerras y las represalias soo ioterpretada
como satrciones, motiyadas por actos iücitos, el teórico del derecho puro man
tieno la ilusióD de desarrollar, sin estrellarse contra obstáculos iovencidos, u¡
sistema d9 normas comparables a los sistemas tracionales. Pero esta es, a m
par€cer, uoa ilusióo o, al rnenos, el edificio de normas así coostruido, aunqu.
fuese lógicamente satisfactorio, estaría demasiado alcjado del mundo rea
para qr¡e conserva§e un significado.
En primer lugar, la int€rpretació¡ de las guerras y de las represalias comr
saDciones a actos ilícitos, uo es más qr¡e uoa ficcióE iurldica, quo no es&
conform€ con eL sentido que los hombrqs históricos, goberoantes o soldado§
han atribuido al emple¿ de la fuerza- Los diplomáticos o los guerreros jamá
han pensado en ellos mismos como oficiales de justicia, encargados de l:
ejecución dc las senteDcias proDunciadas por los tribunales. Sin duda, dad¡
la definicióa qr¡e Kelseo da del De¡e¡ho, ao había uo Derccho Intemaciooa
si no existiese una reglameotación de la üoleEcia y una saocióD legal en e
caso do que ciertos hecho§ ---condiciones- se produj€ran. Pero la hipótesi
segi¡ la cual la üolencia eatre los Estados es tarto utr delito como uDa sau
ción, oi es evid€Dte Di está demosúada, y el mismo Kelseu sugiere, a veces
quo prefiere €sta hipótesis a la hipótesis de la legalidad dc cualquier guerrr
por motivos pollücos o científico§,
No es eüo todo. En una teoría pura, hace falta remontarse a una norIlv
fuudamental, que oo se¿ en sí misma uaa regla de der€cho, siEo un postulad(
que ¡iia el coniunto del sistema. Ahora bie!, en materia de D€recho Itrtema
ciooal, Binguna de las normas fundamentales (Grundno¡m) a que podcmor
bacer referencia, es satisfactotia. I-a fórmula pacto sun servondo, es paíicv
lar, lustific"a el r€speto d€ los tratados y de los acuerdoq y es indispemabk
para el orden interoaciooal; pero difícilmente puede co¡siderarse como sr
origeE lógico. Si en lugar de proclamar que los compromisos adoptados deber
§er respetados, se proclama como oorma fundamental que los Estados d€bar
couducirs€ como se ban cooducido hasta ahora, de acuerdo con la costumbre
so sustituye el respeto a los tratados por €l rsspeto a la costumbrc. Pcro si ei
r€speto a los tratados tiene un s€otido demasiado lim¡tado, el rcspeto a l¿
costumbre tieDe un sentido demasiado vago. ¿Qué costumbre deben respe.
tar los Estados? El recurso a la fuer¿a forma parte de la coodr¡cta secular
t "Hay que reconoce¡ que el orden juridico in¡e¡¡¡cio¡al o la comuaidad co¡¡
tituida por é1, no es un Est¡do a eausa de la de.gcentraliz¡ciór avenzada, y cn L
medida ea que la palabra E¡tado no debe ser aplicada sino a órdeaes o e colÉcti.
vidades ju¡ídicr ¡elátie¡mente centrelizádas. Pe¡o su c¿ráctcr de de¡ccho o de co
lcctividad jurídica €s ci€rto etr t¡nto que l¡ grerra y las represalias puedan scr ia
te¡prehdas como actos dc m¡cción prelvfutos po¡ las reglas de D. In¡emacio¡¡I, c¡
decit en aquellos casos en que constitule la sanción de .ctos ilícitos y no pucdcr
§€r rná6 qüe ello". (Hans K¡¿s¡¡: Ieo¡í¿ Ben¿¡a¿ ¿cl Derecho l¡¡er¡acianal. CoTcccií¡
de los Cu¡sos de la Academia de De¡echo Intcmacional. T. )Otr, f93N p. 134.
XXIII. Más zllá de la política del poder 85.1

de los Estados. ¿Cómo coodeDarlo, deDtro de un sistema iurldico que sc cao-


sidera surgido de Ia costumbre?
para la calificación de los hechos y para la interpretacióD de las normar
Además, el Der€cho Itrtemaciooal no admite ninguoa i.ostancia suprem¡
Como esc¡ibe un discípulo herético de Kelsen', "rgrin el coocepto tradicio-
oal
-y seg¡in el de Kelsen- cada Estado coostituye la instancia competente
en cada caso particular, sin que exista ninguna posibilidad jurídi€a de cotrtrol-
Hq!, pues, un gran número de instanc¡as paralelas, inslancics que tie¡en la
capocído¿ de dictar no¡mas y que están forTodas, cada vez que tiene lügar
un conflicto a establecer nor,nas contradictotios entre sí- Segin el Derecho
Internacional gcneral, el Estado es el único competeote para poder decidir
si una norma concreta es jurídicamente válida, si uo t¡echo es existente o
ifiexistente, si deb€ ser calificado como guerra, como itrtervención, como iová-
lido... Si el Estado A toma uoa decisión sualquiera de éstas si co¡firma uaa
Dorma, si califica un hecbo, etc., establece una regla iurfdica, uoa norma
perten€ciente al Derecho Internacional. Pero el Estado B es igüalmente com-
petente para resolvef estas mismas cuestiones, y su decisión, igüalrneute, es-
tablece una norma. Tdas las veces qtre exista un conflicto interuaciooal,
la norma establecida por el Elado A estaría en contradicción cotr la esta-
blecida por el Estado B, pues si no Do habrla conflicto... El furcionamiento
de un derecho internacional supe¡estatal es imposible, y está €xcluido lógica-
mentg. En este sentido, un derecho iuternacioual superestatal es inexist€ote".
O, do ot¡a forma, "el Derecho laternacional, lal como lo concibe la leoría
tradicional ----como un orde! super€statal que une soberanamente a los Esta-
dos, es no sólo ineficaz, sino además lógicam€nte imposible, ya que sus nor-
mas no constituyeri uE sistema cob€rerite".
Si fracasa Ia teoría pura del d€recbo, por iocapacidad de crear una nor-
ma originaria y d€ garaBtizar la no-contradicción del sistema mediante un8
instaocia suprema de itrterpretación, las otras filosoffas del derecho no
salcn mejor paradas, en cuanto intentatr fundamentar la fuerza obligatoria
del Der€cho Internacional que se impondría a los Estados. Admitamos coD
el Sr. Gurvitcb, la existencia de hechos que son en sf mismos normatiyos, y
eslablezcamos quo existe un derecho social normal puro, expresión de comu-
nidades oo-estatales. Admitamos, además, que el Derecho Interoacional sea
un derccbo de iqtegracióo y !o de subordioación. Lo eseocial, sin embargo,
queda por haccr: ¿a quién obliga el derecho puro, espontáoeo de Ia comu-
nidad ürtemacional? ¿Dóode encontrarla el jurista la prueba de que esc
"de¡echo social" impide o autoriz¿ cl ¡ecurso a la fuerza? Cuaodo cl jurista
afirma que hay que obedecer a la volu¡tad de la comunidad inlemacional,
cs dcmasiado fácil responder qr¡e la voluntad común dc los Estados sobcranos
tro exist€ siEo eo la imaginacióu del t€órico.

Panayis A. Papal[ouraq ob¡a citedq D. 174.


8l Prexeología. L¡s antinomias de l¡ ¡cción diplomática cstretégica

Por úItimo, si el teórico toma como punto de trartida los Estados y la


plu¡alidad do "voluBtades soberaoa§', se verá r€ducido a invocar el coosen-
timionto dc los sujetos de de¡echo, bajo una forma más o menos sutil, como
l¿ autolimitacióo o el consentimiento implícito. A teorfas de este tipo es
fácil oporier que no van m¡ís allá de la soberanfa de los Estados, considerada
como punto dc partida. La obligación que resulta exclusivamente det con-
s€ntimiento oo cs imperativa. ¿Y sobre qué se basa el principio de quo las
reglas debaD su validez cxclusivameote al cofisetrtimieDto?
Concluyamos: niDguDa teorÍa del Derecho Inúe¡nacioaal ha sido nunca
satisfactoria, ni en sí misma ni eri relacióo a la realidad. Lógicamente, una
teoría que establecfa el absolutismo de la soberanía no iustificaba el carácte¡
obligatorio del Derecho latemacional. Politicamentc, una teoría semejaolo
restrilgÍa la autoridad de la ley y alentaba la anarquía itteroacional. Una
leorfa que establecía [a autoridad de un der€cho superestatal era incapaz de
cncontrar ui khos "normativos" ni una no¡ma originaria que fuesetr com-
parables a csos n smos hechos y esa misma norma en el caso del derecho
iuterno, Además, la ar¡sencia de uo¿ instancia suprema de inlerpretación y
do u¡a fuer¿a irresistible de sancióD, ponía eD peligro et ¡¡gor lógico de la
leoría del d€recho supcrestatal y la hacía extraña a la ¡ealidad.
La ¡rrmaneacia de Las cootroversias, las obieciones válidas conra cual-
quier teoría, c¡nsiderada en sí misma o eo su alcá¡ce político, se explica"
a mi parecer, por cl carácter ambiguo y eo ciert¿ manera coutradictorio d€l
derecho interoacional y do la "sociedad ioternacional", de que es expresióo-
El derccbo ioternaciooal, tal y como existe hoy día, se deriva del jus gentium,
tal y como fue elabo¡ado eo Europa, sobrc todo a partir del siglo xvr. EI
jus gentium, originariamente, presentaba dos significados: designaba los
cl€mentos comunes a todas las l€gislaciones nacionales, por una parte, y a
las reglas que se impooían o había que imponer a los soberatros en su co-
fDercio mutuo, por otra. Irs elementos comuDes a todas las legislaciones era!
coDsiderados como naturales, es decir, conformes coq la ¡aturaleza del bom-
bre, coo los mandamieDtos de Dios, o coo las luces de la Razón. Ahora bie!,
eo la rn€dida eo que era qatural, en este sentido, e[ derecho de geotes se
apücaba al come¡cio de los soberanos, puesto que este ultimo tro podía yerso
sometido a uBa legislación pa¡ticular. De ahí el uso analógico del derccho
i.oGrno y hasta del de¡echo civil, para probl€mas plaoteados por las relacio-
Des entre so&raoos, cada uno de ellos coqsiderado como una voluotad su-
prema o i¡dependientc.
Pero si cstas relaciooes dep€ndlao de un derecho natu¡a!" coqcebido filos&,
ficamente como superior al derecho de uD Estado particular (superior a lo
quc llamamos derecbo positivo), surgíatr tambiéo en el análisis, como Batu-
rales, pero eo oEo setrtido: constituían el "estado de natu¡alez¿", alterior
XXIII. Mis dli de la polític¿ del podcr 855

estado civil, quc a su v€z era crcado por la sumisión de las r¡oluntadcs
iDdividuales a leyes procedentes de uoa voluntad superior. I-as teorías del
ius gen ium, de los siglos xvl al xvn¡, sc han visto iDfluidas simultáneamente
por el coocepto de u¡ derecho natu¡al (universal, divino o racional) y dc uo
estado de naturaleza. En el punto d€cisivo de la legalidad de la guerra para
¡mbas partes, las coosecuencias del estado de Baturaleza han salido triuo.
faotes clarametrt€ por eocima de las exigencias del derecho natura!. La guerra
es justa si const¡tuye la sancióD de uo acto iücito, si aspira a obterier una
satisfacción o una reparacióo, si constituye una defensa co[t¡a una agresión;
pero, justa o nq es legal para todos los beligeraDtes, porque tro exist€ para tros
soberanos, ni tribuoal que diga el derecho ¡¡i fuerza irresistible para impo-
ncrlo.
Sin duda, los filósofos de los siglos xvn.y xuII, Bo cotrcebfao todos dc
igual forma el estado de naturaleza. Si los hombres soo pacíficos, si aspiran
a l¿ sociedad, el derecho válido para el Estado precivil (es decir, para las
relaciones entre sob€raoos) no diferirá fundamentalmente del de¡echo natu¡al
de la tradic¡ón. Pe¡o la ausencia de un estado civil, de t¡ibunales y de policía,
no deja por ello de implicar que los soberanos conseryen, en grari pa¡te, en
su comercio, el derecho de hacerse iusticia. Record€mos la descripción céle-
bre del estado de naturaleza, en el capftulo XIII del üb¡o del I-eviatán:
"Aunquo ni siquiera haya existido nunca tiempo alguno eo que los indi-
viduos particulares se. hayan encont¡ad.o eo una situación de guerra uoorl
contra otros, queda el hecho de que, en todos los tiempos, los reyes y las
personas dotadas de una autoridad soberana s€ han encontrado animados a
causa de su independeocia, por una emulación continua y se ban encootrado
también en el estado y en la situación de los gladiadores: sus arnas estáD
apuntando y sus ojos fijos, unos sobre otros; yo quiero hablar de sus fuertes,
de sus guaroiciones y de sus cañones apostados en las fronteras de sus reinos,
y de sus espías vigilando co¡stantemente a sus vecinos; lo qr¡e es utra actitud
bélica."
Hobbes coDtempo¡iza coD esto cstado de traturaleza entfe los Estados y
concluye su descripción con esta ob6ervación: "Pero, porque gracias a ello
salvaguardarán la industria de sus srlbditos, ¡o resulta¡á de este estado la
miseria que suelo acompañar a la libertad de los itrdividuos partic¡¡lares."
IgualmeDte, Spinoza eo el capítulo III de su Trarado político recoge la
ide¿ de que las ciudad€s I i[depetrdieotcs so! naturalmentc enemigas, igual
que los hombres en estado de oatur¿leza y de que el derecbo de guerra
pertenece a cada ciudad. No censura ni la astucia ni la mala fe ' e¡ las rela-
cioEes entre las ciudades- Ahora bien, no ve ninguna cont¡adicaión entre un

' C¿u¿a¿. e¡ el se¡tido ¡¡fu ge¡e¡al de "agrupacióa tuo¡¡Á políticane¡ta ú.


ganizada".
' Cad¿ uo¡ de l¡s ci¡d¡des unidas por u¡ t¡¡t¡do co¡gcrr¡ d rlc¡tcho dc p¡orcct
856 Prexeología. L¿s antinomi¿s dc l¿ ¡cción diplomáticr estreégic:

cstado dc nah¡ra¡cza coDcebido así y €l "apetito oatural que los hombra{


sbrtcn del estado civif'; de lo que resulta que nusca pueda ocurrir quc ci
Estado ciyil €sté completam€nte disuelto (C¿p. VI, párrf. I).
Pero auo aqwllos filósofos que conc€blan el estado d€ naturaleza de ma-
nera distiEta a como lo bacía Hobbes, reconocían la diferencia essncial e!t¡(
el ordeD iDterior de las ciudades y el orden interestatal En el scguodo lrc
tado sobre el Gobie¡no crv¡, r, Locke escribía:
"Los hombres, viüendo ju¡tos de acue¡do con Ia razón, sh nil8xiLn su.
perior comúq sobre la tie[a que t€oga autoridad para sepa¡arlos, be ahr
auténücameDte el estado de Daturaleza. Pero la fuerza, o la intcnción deü.
berada de €mplea¡l,a coutra la persona del prójimo, allí donde no existe u¡
superior comúE sobre la tierra al que pueda recurrirs. para pedirle socorro
ese es el estado de guera; y, aun cont¡a uB ag¡esor, es la auseDcia de s€¡ne.
ianto recurso la que le da al homb¡e el derecho de gu€ra, y cllo aunque sc
cDcl¡Gntre en §*bdad y se trate de uD conciudadaDo."
Por eüo, separa Lockc, conceptualmente, el poder eiecutivo y el podcl
federativo ', El primero tiene por fü¡cióB asegurar la einrción dc las "leyer
muaicipales & la sociedad en el ioierior por todos aquéllo6 que formaD par&
de ella"; el segundo, la de "garanti?¿r la segu¡idad y el iDterés público eu c
cxterior, e¡ sus relaciones con todos aquéuos que pueden bacc¡le bicn o mal"
En realidad, añado Ircke, estos poderes s€ etn¡entran coofurdidos y nc
pueden dciar de estarlo, pero en sr¡ auseDcia son distitrtos. Ya quc el ¡ndcr
ds la gz y de Ia guerra, de las ligas y alianzas "y el conc€mieotc a toda!
las ¡elaciones cou lErsonas y comuoidades exteriores a la ciudad, es much(
¡trenos capa,z de ser dirigido baMndose en leyes positivas, atrteriorment€ cs.
tablccidas y siempre en vigor, y debe, pues, n€cesariamentc ser confiado a l¡
prudcncia y a la sabiduría de aquellos eque cuyas mauos se eocucDt¡a par¿
scr administrado con vistas al bi€n público". Prudencia y sabidu¡ía, y uc
lega¡ismo, deben s€r las cualidades dcl poder federativo.
¿Es Locke, en este punto, tributario de Hobbes? ¿Está más inlluido pot
cste rlltimo de lo qrrc quiere confesar? '.
Es posible, IEro Do scgu¡o. Ya qtrc las consecr¡eucias del €stado de na.
e sü§ inte¡eses y cada uoa, eü 3¡¡ con§ecuenci¿. se esfoerz¡ tanto como pucde por
libera¡se del temor y ¡ecupcrar eu independe¡cia, aí como también por impedir gut
el otm uo ¡esulte más pode¡oso. Si, pueg una ciudad de habe¡ sido engañada, nt
ec l.o ley de l¡ ciud¡d confcder¡da, aino rlís bien su propia estupidc¿ la quc p¡cdr
condenar, ya que üa eui¡egado su salv¿ción r otr¡ cfud¡d indepeadie¡te, pá¡a qui¿r
l¡ s¿lvación del Est¿do e9 la ley süp¡ema" (párrafo l4). Y, aú¡ con mayor crudcza
'¡i u¡ sobe¡ano ha prometido hecer por otro cualquier cosa y quq loego, Ias ct
cEn6taDci¡! o la ¡azír palecc¡ mostrú q¡re esto €s perjudicial para I* sakaciór
común de sus súbditos, está obligado a romper el comprcmiso que ha aceptado" (pí
¡¡¡fo l7).
' Capírulo III, párrafo 19.
' Capítulo XII, pírrafo 147.
XXlll. Más ¡llá dc l¿ política del podcr 857

turaleza ----o, si se prefiere, de la ausencia de uD estado civil- se imponeo


aún a aquél que niegue la hostilidad natural enÚe las ¡rrsonas iudividuales
o col€€tivas. En efecto, a falta de un iuez y a faha de policia, cada uno debc
errcontrarse diespuesto a defendcrse a sí mismo conlfa el olro, desprovisto de
razón y de escnlpulos. El orden ioterestatal, sin una iostancia suprema de
derecho o de becbo, deia a los responsables de cada Commonwealth d€ de-
terminar libremeote las medidas necesarias para [a legítima defeosa.
La tcndencia moderna a negar el derecho natu¡al o, a[ m€nos, a negar su
carácter propiamente jurfdico, hubiera debido incitar, a mi parece¡, a los iu-
ristas, a imitacióa de los filósofos del siglo xvtr, a hacer hincapié en el estado
do naturaleza (ausencia de tribuDal y de poücla) en el que viven los Estados,
y, pueq a subrayar la diferencia entre el derecho ioterno y el derecbo iDter-
nacional, y hasta a o€gar el carácter jurídico lricro J¿r¡r¡¡ de lo que llamamos
derecho iDtcmacional. En realidad. al menos hasta uoa fecba recientc, la
mayoría do los especialistas de derecho iotemacional rzzonaron de uua ma-
Dcra muy diferenta y se las ingeniaroo ¡rara demostrar que el derecho inter-
nacional era un dcrecho auténtico, paliendo de premisas que, en aparieocia,
sugcrfan la cooclusión opuesta. Toda teorfa que toma por punto de partida
a Ia soberanía dc los Estados, y que, de una u otra manera, ¡elaciona el
d€recho coE esta sob€ranía, despoja al derecho internacional de ciertos ca-
racteres coostitutivos de todo defecho.
Si los especialistas del derecho interoacional han dudado frecuentcmento
eE extraer de sus principios uoa cotrsecueocia semejante y en reducir (o le-
vanta¡) el derecho intertracional al nivel de u¡a moral positiva, reconocida
por las "sociedades civilizadas", ¡lero privada de una formulación rigurosa, de
la sistematizaciótr y del carácter estrictameote obligatorio del derecho propia-
rDente dicho, yo veo f,ara ello, al menos, tres motiyos principales.
Etr un primer lugar, el derecho interDacional, tanto eB la tcoía como cD
la práctica, era tratado por juristas formados en las disciplinas del dereho
interno. InevitablerDente, adquiría cada vez una forma más jurídica. Como
los Estados eurolros impo¡ían, hasta 1914, sr¡s conc€ptos propios del De-
recho y como reservabal la lib€rtad de decidir qué colecüvidades buma-
n¿s mcrecfan scr co[siderad¿s como Estados y, por coBsiguieEie, estar pro-
tegidas por el ius gentiurn y, en fin, como el libe¡alismo ecooórEico limitaba
la csfera de interveocióq qstatal y saotificaba la propiedad privada, hubiera
sido paradójico negar el caráctcr legal del derecho internacimal, cuando pre
ci$meote éste útimo no se había parecido nunca tanto al derecho htemo.
¿Cómo remitir a la moral positiva textos y comentarios ta¡ visiblemrnta
inspirados cn cl esp'Íritu jurldico?
Por lo demás, un¿ buena partg del derecho i¡te¡oacioual, cualquiera quo
fueso la t€orla general del derecho interDacioqal, merecía sef coosiderada como

Vide Richard Cor, Locka o¡ va¡ ctd pecce, Orford, 196O.


858 Praxcologíe. L¿s ¡ntinomi¡s dc l¡ ¡ccióa diplomática cstratégica

derecho srriclo sentu:. lt utilización eo común del bien de todos o de nadi(


(el mar), las relaciones entre los Estados, que se hablan hecho necesarias por
la sociedad traosnaciooal (que eu la época del capitalismo parecía extraña a
los Estados), los privilegios y las obligaciones de los ciudadaBos de un Estado
establecidos en otro, todos esos problemas tracidos de la coeisteDcia en el
mismo plaueta de colectividades tcrritoriahi€nte orgBoizada¡, estabaD som€tidos
a una ¡egla[EDtación coastaDtemeute labor¿da y geoeralmente respetada. Los
juristas discuüaa sob¡e [¿ cuestión de saber si e[ de¡echo tracional era su-
perior al derecho itrternacional o, i¡versamente, éste superior a aquéI, En reali
dad, los tribunales mantenían casi siempre la supremacía del derecho naciooal,
pero, en tanto que las distiotas legislaciones pertetreciesen al mismo gétrero
y que la mayoría do las normas de derecho i¡temacional pudies€n s€r consi
d€radas po¡ los jueces como iotegradas eo el der€cbo ioterno, la disputa preo-
cupaba merios a la opinióu que a los especialistas r.
Ea 6o, la teoría del derecho superestatal y, después de 1918, la Sociedad
do Naciones, parecían abrir el camino por e[ que la imperfeccióo recooocida
del derecho internacional seda ñaalmente veocida- Se decía que e[ derecho
internacioDal se encootraba en el estadio de las llamadas sociedades primiü.
vas, sin tlna instancia suprema que dijera el derecho y sin mooopolio do la
coacción ircondicioriada, El mismo progreso qu€ ha becho surgir en los Es-
tados un sistema de jurisdicción y una organización de policia cootribuirá poco
a poco al florecimiento legal del orden iDt€restatal.
Nada justiñcaba uo optimismo serneiante, ni en el plaao de los hechos ¡i
en el plano de la teoría. En el plaDo de los hechos, es evideote que el empleo
de Ia fuerza cont¡a un Estado no sc asemejarÍa al empleo do la fu€rza deDtro
do los Estados, sino el día en que ningúo Estado tuviera los medios materiales
para opo[erse a la "policía interDaciooal". A falta de e[[o, la accióo de po-
licía, como fue en el caso de Corea, no se difereocia de la guerra y corre el
riesgo de terminar, no coD el castigo del culpable, sino en un compromiso pru-
dente, pero poco confo¡me coa el espíritu de una sa¡ción.
En el plano de la teoría, el llamado ca¡ácter primitivo del derecho ioter-
oaciotral era tanto más ¡evelador cuanto que se ttataba de los llamados Estados
civilizados. Ahora bien, estos úlütmo§, a pesar de sus proclamaciones de la
sobcrada do Ia ley, pronunciadas de labios pa¡a fuera por uDos u otros mi.
oistros, no han dejado de actuar como si se tregas€o a recooocer ya por ade-
latrtado Ia autoridad de los tribunales. ¿Firman los Estados un tratado de ar-
bitfaje obtigatorio? Cuando lo haceo se precipitan a añadir que el arbitrare
oo se aplica¡á a las materias de de¡echo interDo, y que la delimitación de estas
materias les pertetre4etr (lo que viene a afumar que se reservaD la eleccióa dc
las circunstancias en las que iuega la obligación). No han hecho más quc re-

' Yide, P. E. CoRBErr, I-au ord socicty h th¿ ¡elatiotts o/ Sra¿s, N¡rev Yorl,
Hercourt y Brace, 1951, p.43.
XXItl. Más rllá de la poftica del poder 859

nuDciar a esta primera ¡eserva, que ya están haciendo surgir uoa nueva me-
diatrte la distitEciótr etrtre las diferencias que traen consigo uoa regulacióo
jurídica por utr tribuDal o por un á¡bitro, y aquéllas que no la traen. Esa dis-
tinción se ha most¡ado a m€oudo I equívcca. Perc tiene al meoos dos signiñ-
cados políticamente claros. Los Estados no hao coorntido nunca, ni consien-
teD, eo compromete¡s€ iEcondicionalmente a someter a un árbitro o a uD
tribunal cuestiooes que consideran de interés vital. Las disputas que son sr¡s-
ceptibles de provocar la guerra son consideradas como políticas y, por ello,
como tro sujetas a los procedimietrtos legales. T¿mpoco afecta a los Estados ver-
se iocondiciof,almente ligados por el der€cho existente, puesto que en ciertas
circunstancias los tratados y los acuerdos puedetr ser o parec€r iniustos, y
porquo dudao en confiar a .iueces, que, por otro lado, dudan también en asu-
mirla, la carga del iuzgar de acuerdo col ta equidad. Esta cláusula negativa
constituy€ la expresión de uBa voluolad de autonomía; implica un elemcnto
de anarqufa internacional. Que sa le censu¡o o no, de tod¿s formas ha sido y
cs utr elemento coostitutivo de la origiaalidad de las relaciones entre los Es-
tados. Y lleva lógicam€nte a [o que ancandaliza a los espíritus goemétricos: el
cstatuto de la guerra eo deresho intemacional
La guerra no es ilegal a la manera de una revolucióo. Se puede d€ci¡ quo
'el recurso a la guerra no era ni legal ni ilegal; el de¡echo intemacional sufrla
en cierto modo una es¡recie de eclipse desde el momento que se hacfa la elec-
ción etrtre la paz y la guerra" '. O, de otra forma también': "lo que en el
orleo iotemo constituye uua "revolución legal", fuociona eo el derecho inter-
nacional como una es¡recio de pseudoransacción legal que tieqc por efecto,
gracias al principio de la eficacia, cl transmitir la capacidad reprcsentativa ia-
teroacional. El sistema legal iotemo s€ encuentra quebrantado, pero oo el
sistema legal internacional: no hace sino funciooar",
En tanto que la guerra sea l€gal o tolerada, seguirá sieEdo cicrto que "el
derecho internacional consuetudinario diñere del derecho intemo al menos
en esto: prevé su destrucción por la simple fuerza de sus propios sujetos
Gracias al recurso de la tolerancia de la guerra, del lugar deiado a las sotu-
ciooes b,élicas, del tltulo ahibuido a la cotrquista y de la vaüdez de los Eatados
impuestos a los vencidos, puede concebirse un solo Estado que imponga su
¡utoridad legal a todos los demás" '.

' H. LA[ITE¡p¡CE1, Thc tuaccioa of laú iL ,he ir.te.tscioial commu¡ity, Otfo¡d,


1953.
' Juliü! SroñE la$ol co¡ttol ol irumacional co¡llícts, l-or.d¡es. 1954, p- 291-
' Juli¡! Srolt, Probhms ofltoatt4 tocinloti/rl ca4uirbs anccmi4 írtrlc.
tiotul lao. LcalcsiÁ de de¡etño intem.ci@¡I, Meoori¡ de los cu¡sos, 195ó, r. IJOO(DC
Lcy d,e, 1957, p. l33 (73).
. Ibklcn" p. 19 Í2\.
860 Praxeologia. L¿s anti¡omi¡s dc la ¡ccióo diplomática cstraregica

4. Guerro interestatol y guena inlrdestqtal.

Las relaciones interestatales están constituidas por conductas sociales. Di-


plomáticos o güererosr salvo en los casos extremos en los que la humauidad
d€l "salvaie" oo es reconocida, no tratao a sus e¡emigos como a un objeto qtte
se utiliza a volutrtad o como un animal al que ss mata tambiéo por capricho ;
la condrcta diplomático.estratégica es social en utr doble sentido: cueDta coD
L¡ reaccióa de aquél coo resp€cto al cual s€ orienta precisarn€ntg y se e9
fuerza siempre en justificarr, admitieodo por ello mismo la autoridad de ¡os
valores o do las reglas. Ahora bien, como hemos visto, el derecho intemaciooal,
auo el d€ las ciüüzaciones superior€s, continúa caracterizado por una impcr-
f€ccióD esencial: a falta d€ una iustaDcia habilitada para iote¡pretarlo, corfe
el ri€sgo de descomponerse eD taatos sistemas como Eslados que lo itrtef-
preten. A falta de una fuerza irresistible al servicio de la ley, cada suieto s€
r€serva eE realidad el de¡echo a bacerse iusticia a sí mismo. ¿Cuál es el por
qué de esta imperfeccióu esencial?
Para intentar rcspond€r, vamos a distinguir las disüDtas catcgorías a las
que per¡eoecen, en el fondo, las disputas eDtre los Estados- Dejemos a uo lado,
p¡ovisioaalmcDle, los conceptos dc resonancias físicas, tal y como el concel,to
de soberanía. Limitémonos a plaat€arnos, en el puDto de partida, el hecho
indiscutible de que los bombres no estáo sornetidos a las mismas l€yes de un
extremo a otro del planeta. Existotr distintos sislemas legales, cada uBo de
clloc v¡üdo para ut lragmento del espacio o para una población dadq- ULr
primera €ategoría de disputas surge do la posible coDtradiccióD erre lz ,eni-
toñalidad y la tacionalidd dcl derecbo. ¿A qué obligacione,s se encr¡€ntra
autorizdo un Estado a someter a los ciudadaDos de otlo Estado que habit€D
eo su t€rritorio? ¿En qué medida puede un Estado privar a los naciotrales de
otro Estado de sus üb€rtades, aplic¿Bdo su propia legisLacióo y aunque ésta
yiolo la costumbre admitida somo civilizada?
Los Estados Do s€ encue¡t¡a! solariente eu relacioocs por intermedio dc
aquéllos de sus DacioDales, que visitan los demás países, sino que t¿mbiéD lo
e,stán por el iritermedio del dominio ptlblico internacional, el mar, y qui"á
mañana por el aire, más allá de un límite atin no fijado de soberanía. Cie as
vías fluviales, aunque situadas eu el territorio de ur¡ Estado, soa hasta tal punto
indispeosables para otros, que su utilización está garantizada para todos, o
para algunos, mediaDte convenciones intemaciooales, y para que oo pueden sur-
gir conflictos, o b¡en como consÉcueoc¡a de interpretaciooes contradictorias
de estos acue¡dos, o como consÉcu€ocia de su Yiolacióo pura y simpLe por el
Estado que tiene físicamento el medio de bacerlo. Por eiemplo, el gobierno
egipcio causa un grave prejuicio a Israel al prohibir a los barcos quo lleyaD
ol pabellótr de este últitmo que tomeD el caual de Su€z. ¿Se trata de uD coo-
XXIII. Más allá dc la polítice del podcr 861

f,icto de hterpretación (el estado do guerra subsistc eolre Egipto o Israel) o


uoa vi,olaciótr del estatuto? Los iuristas lo discuten, auDque, a nrenudo, se que-
dan con el segundo término de la altemativa.
En tercer lugar, los Estados se encuentran en relaciones porquc la vía
cconómica es cada vez más transnacioaal. Por el intermedio de adminishacio-
oes estatales o de €xportadores e importadores privados, las mercaoclas son iD-
tercambiadas a través de las fronteras. Ahora bieo, a pesar dc que cada Estado
teuga derecho a limitar sus intercambios con el mundo exterior en general, o
coo otros Estados eo palicular, y auoqr¡€ pueda legalrnente impedir la com-
pra o veot¿ de un bien determitrado, la negativa súbita y coordinada de va¡ios
Estados a negociar con otro equivatre a una es¡»cie de agresióD, El bloqueo de
Yugoeslavia por los Estados del bloque soviético ofrecfa un ejemplo de dife-
rencias de esta terc€ra categoría'.
En cuarto lugar, los Estados puedeu tomaf m€didas o tolerar actividadrs
etr el ioterior de su territorio, que tiendan al derrocamiento tanto del régin¡eB
como del gobierno establecido en un E§ado vecino. El asesiDato de Sarai€yo
coostituyó el origen de la primera Guerra Mundial: había sido preparado en
Servia y el gobierno servio sc vio acusado dc haber, si no orgaoizado, al nrnos
conocido los preparativos. El reclutamiento o el estaciooamiento de bandas a¡-
mada§, destinadas a ll€var a cabo una lucha de guerrillas en el territo¡io de uq
Estado y€.itro, figuraba eD el perfodo entre las dos gueffas, dentro de la defi-
nición 'trumerativa" de los casos de agresión.
Por liltimo, los Estados se encuentran en relaciones y, ev€ntualmente, eD
conflicto con motivo del obj€to primordial del derecho interoaciorial: la distri-
brrción del espacio. Pueden porerse de acucrdo sobre cuál saa el poseedo¡ de
un espacio, o cuyos ocupaDtcs no sean reconocidos como "sujetos de derecho"
por los miembros do la comunidad iurídica de Estados civilizados. Aúo m¡ís,
puedeD disputar sobre el t¡azado de las fiooteras, iovocando argumentos alte¡-
nativametrt€ est¡atégicos (fronteras natu¡ales) o morales (derecho de los pue-
blos a disponer de sí mismos). Una clasificación semeiante cubre, de mao€ra
ma¡ifiesta, Ia mayoía, si no Ia totalidad, de las d¡putas interaacio¡ales. Eo
u[ orden inv€¡so a la enurpración precedeqte, las diferencias r reñereo, en
primer lugar, a la distribEión espacial, es decir, al contenido mismo de cual-
quier orden estatal; luego sotr resultado de la hostilidad política o ecoDómica,
que un Estado puede manifestar sobrg su propio territorio, respecto a sus ve-
cinos, bien organizando la subversión en aquel país o bien interrumpiendo el
com€rcio normal, o, igualneote, no prestaEdo atención a los legítimos iotereses
do los demás en el uso que hace de lo que se supone qr¡e pertenece a todos los
Estados. En ñn, son provocadas ¡ror La manera €n que un Estado trata a lo§
bienes y a los aacioaales de otro.
I-as difcrencias qr¡o afeclatr a los bieoes y a las personas se ¡esuelven a

El bloqueo eve¡tual de Cuba co¡stituyc otro ejemplo.


862 Praxcologñ. t-:s ¡ntinomi¡,s de l¡ ¡cción diplomitica cstratcgice

menudo amistosametrto o por proc€dimientos jurfdicos, cuando los Estados


suscribeD los mismos principios. Cuando esta comunid¿d jurídica Do existe,
pero cuaodo un Estado (o uD grupo de Estados) es el más fuerte, éste o éstos
impotretr cyentualmente cl reslEto a sus priocipios. Así hicieroo los Estados
europeos al ñnal del siglo pasado y a pri¡cipios de éste, cuatrdo enviaban ca-
ñoneros ¡rara obligar a los Estados deudores a pagar stls deudas, o cuaodo sc
reservaban para sí misrnos, cB el territorio de uu Estado europeo, Ia adminis-
t¡ación dc las aduanas o do la justicia. CuaDdo las legislaciotres de los E5tados
en conflicto se inspiran en ideales incompatibles, cuando nioguDo tieoe ni la
fuerza ni la voluntad para coacciotrar al otro, ya no queda más recurso que
coocluir uu compromiso diplomático o dejar a cada Estado que actúe a su
gusto sobrc su te[itorio. Los Estados Unidos uo pueden hacer nada por los
periodistas americanos condenados en Cbecoslovaquia o en la Unión Soviética,
en razón de actos calificados alll de espionaje, y que seríao, a ests lado del
tclótr de acero, legales- Fidel Castro tro tiene la intetrcióo de iqdemtizar "de
una manera cquitativa" a las sociedades ame¡icanas. No m¡is, eo todo caso,
qu€ la Unión Soviética a los tenedores de títulos rusoi Una solución legal de
disputas de este üpo, tiene como condición esencial más el acercamietoo eotre
las legislaciones que e1 progreso del der€cho ioternaciooal- Exige la homo-
gcneidad jurídico-moral del sistema internaciooal. Ahora bien, como sabemos,
este, al exteEderse a la Humanidad eBtera, so ba hecho más heterogéneo dc lo
quo era eo el marco del Viejo Coutinetrto.
Las diferencias de la segunda categoría pueden ser sometida§, a menudo, a
un árbiúo o a uo tribunal. Rara vez afectaa a los i¡rtereses primordiales de ¡os
Estados. S€ haceo muy graves cuando manifesta¡ uoa bostüdad lateBtc o
cua¡tdo la conducla de un Estado, coDsiderada como ilegal por otro, ignoraba
el derecho porquo respondía a una necesidad (o prudooeccsidad) militar. Este
es el caso, por eiemplo, de ta violación del espacio aéreo de la Uoión So-
üética por los U2. Sio duda, las susceptibüdades nacionales hao traBsfo¡mado
a veces los iucident€s marítimos, provocados por una iEterpretación arbitraria
dcl derecho de visita, o de la ampütud de las aguas territoriales, eD crish in-
temacionales. Los Estados son ya meoos susceptibles porque el recurso a las
armas es peligroso. Si los cspacios sid€rales ofrecen mañatra pretexto para
g¡aves disputas, la razón no será la de que los Estados estéD celosos dc s¡
hotror, si¡o la de que quiereu utilizar militarm€nte los satélites,
Las prácticas de la ho*ilidad económica acgativa sin iustifcación a
vender o a comprar- están eo realidad a los -la confictos políticos y coEstituy€D
más su expresióD que su causa. Eutre las dos Guerras se habfa exteudido e¡
tcmor vago a qu€ el "acceso a las materias primas" fuese Degado a cicrtos
Estados. Sb evocaban coofusameute dos hiñtesis, totalmcoúc opuestas: quo un
Estado no tuüera las divisas necesa¡ias para compra¡ l¿s materias primas o
quo los veodedores do éstas €stuvierao en situación de impedir su adquisición
a ciertos pals€s. Volvemos a encoDÚa¡ el eco de €stos temores eo la Carta del
XXtll. Más Jlá de la política dcl pode¡ 861

AtláDtico. Quiá el dla cn que l¡¡s reservas do matcrias primas comicncen 8


agotarse, los poseedorcs dc los ütimos yacimientos, o de los yacimientos ricos,
6€ eDcontra¡áo en situación de poder eje¡cer uu chaDtaje. Por el momeoto, s€ co-
oooen c¡¡sos do carteles i¡temaciooales qu€ han "explotado" a los cotrsumi-
dore§. Estas prácticas detestables, que han sido observadas numerosas veces
c¡ el interio¡ de los Estado6, no se encuentraE eo el origen de los cooflictos
rcsueltos por las armas.
Llegamos así a las rivalidades fundamentales, cuyo obieto y causa están
constituidos por la delimitacióD y cl régimen de las unidades potfticas. Estos
conflictos soD aquéllos que Proudbon renunciaba a someter a otro derecho ¡
que no fu€ra el de la fucrza. SerDeiaotes, eo ciertos a§pectos, a los que des-
g¡¡rau a las uDldad€s pollticas, adoptaa €n el plano interestatal utr significado
disti¡to.
' I-a comparación entro propiedad y soberaDía es intrasceqdeate. Se ba dicho
que uoa colectividad pos€e el suelo d€ la misma manera que ua campesino
su campo. Se coocibe que en los comieozos de los tiempos históricos una
tribu, al feseryarse uD terreno de pasto o de cultivo, haya creado a la vez
ta propiedad y la teritorialidad. Pero una vez quc las colectividades humanas
se bao co¡yertido a la vida sedentaria y que la mayor parte del plaueta
ha sido poblado, las disputas rara vez afecta¡ a te¡ritodos n¡,llirrs. Tienen por
ob.ieto la afectacióo de una población a un Estado etr lugar de a otro, o el
derecho de una población a constituirse cn Estado iadepeadiente. Por defi-
nicióo, este tipo de conflictos que af€ctan a la misma existencia de la "unidad
poutica" diñereu esencialmente de los conflictos entre partidos, clas€s o gru-
pos, que oo hacen problemática la u¡iclad a la que perteneceo-
Iadudabler¡eote los Estados preteDden no acluar sin una iustiñcación e
iovocan ideas históricas, comparables a los conceptos morales que animao a los
¡eformadores de las leyes, asf como el "derelho de los pueblos a disponer de
sl mismos". Pero cste ejemplo pone de ¡elieve la dife¡e¡cia profunda que
hay eútre los cooceptos éticos, que coDtribuyen al progreso de la legistacióu
iDteroa, y las ideas históricas, a las que los moralistas querrían someter la
cooducta de los Estados. E[ que cada uoo pueda escoger su oaciotralidad
parece, a prirnera vista, un derecho indiscutible. ¿Pero quiéD escoge? ¿Y qué
es lo que es escoge? ¿Es la poblaciór de ula provincia o la que habla ufta
cierta lengua la que babrá de ser co¡side¡ada como suj€to de la elección? ¿En
qué mome¡to so detendrá la descomposicióo de las graudes colecüvidades a
que podrla conducir la aplicacióo sitr reseryas del de¡echo de autodetermina-
cióa? ¿Qué ocurrirá cou las mitrorlas que, dentro de una "unidad de elección",
so hubiesen manifestado €n contra de la mayorÍa? Esta idea no es por ello
ioútil. No permile solucionar todas las disputas, pero autoriza a condenar
la violencia impuesta a cie¡tas poblaciones. No es t¡aducible en normas pre-

Derecho eubjetivo y no sistema de normas


tA Praxmlogíe- L¡s ¿ntinomi¡s dc la ¿cción diplomática cstretégice

§isas, dc la misma maDera en que la Eg¿tiva a ta esclavitud o la supresióD


de los Estados (del Antiguo Régimen) han sido formulados iurídicamente.
La historia ofreco e;emplos, aunque poco oumerosos, de desintegración
pacífica de uq Estado naciooal o imperial. Suecia y Noruega se s€pafaroo sitr
que la primera opusiera ninguna resistercia a la volutrtad de independencia
de la segunda. Al dla siguiente de la Segunda Guerra Muadial, Gran Bretaña
acordó la indepeod€ocia de la India, Bi¡mania y Ceilá!. I-os ejemplos contra-
riqs tro soo por ello menos frecuentes, aún eo una época como la ouestra eo
Ia que la derotooización responde al interés bien eotendido de las metró,
polis. Holanda no s€ resignó a la independencia de Indo¡resia sino baio la
coacción de l¿ reb€lión y de las Naciones Unidas (o de los Estados Unidos).
I-a guerra de Indochi¡a duró ocho años. [,a rebelión argelina comeozó en
otoño de 1954. Ea 196l todavía no había triutrfado. Es combatiendo como
los nacionalistas han realizado más a menudo la prueba de su capacidad para
coastituirso eD nación. Si la desintegación imperial es e rar¿s ocasioDes pa-
cífica, probabbáinto la iotegracióD Daciotral, taoto si se trata de GraD B¡c-
taña, Alemania o FraBcia, tro lo ha sido ounca. Y el paso de un régftneo
¿ otro la revolucióo- es siempr€ üoleuto, cualquiera que s€a la sangre
verfida-
Los paciñstas aspirao a una victoria desprovista de üol€ncia, IEro Do re-
flexioaan sobre las reLaciones entre la revolución y la guerra e¡ un mundo
en el que la interdependencia de los pueblos gana importancia progr?siva-
mente. Los musulnatres de Argelia se rebelan conha la sob€ranfa francesa;
los húngaros se rehlan contra el régirr¡en comunist¿ tal y como lo practica-
ban Rakosi y su equipo. Ari¡ en teoría, ¿cuál podrla ser la "regulación jurf-
dica" de las rebeliones que afectan al interés de otros Estados, puesto q¡¡€ el
éxito d€ los rebcldes tend¡í¿ repercusiooes sobre la relación mundial de fuerzas
o do ideologías? Históricamente, conflictos semejantes no han sido nunca
sometidos a un tribunal, ni puedeo serlo, qr¡e prooufrcie una se¡tencia dcspués
de un procedimiento y de acuerdo con criterios comparables a los procgso§
civiles y criminales. Teóricament€, soo conc4bibles dos métodos para rcducir
el volumen de Ia violencia: o bieD aislar el teatro de la rebclión o bien im-
poncr a ambos campos la decisión de un poder exterio¡, por Io tanto, s¡¡Ira-
nacional.
El derecho internacional del sistcma europeo o homogéneo, cD cl siglo
pasado, rccomendaba implfcitameDte el método del aislamiento, que las ro-
glas coosuetudinarias de la nG,ioterv€nción hacfan más o meno,§ obliSatorio
cE inlerés de la socicdad iot€r€statal. I-a páctica americana del nc.r€cooo-
cimiento de los gobiemos llegados al podcr gracias a golpes de Estado, era
sriticada etr oombre de la teorla de la no-intervención. I-os gobiernoc quc
ejercen efectivamente el poder en uE teñitorio de soberaola, dcbcn scr reco-
nocidos cualquiera que sca su origon- Si comeuzamos a interrogarnos sobrc
la legitimidad de su advenimi¡to, ¿dónde se deteo&á la fuoesta coúusiótr
XXIII. Más dlá de h políúca del poder 8ó5

enttc el r€cc{ocimiento, acto estrictaÍ¡eote iurídico, que debería ser pura-


mento declarativo (y oo constitutivo) y la aprobaciótr ideológica y moral?
P€ro s¡bemos tambiéE quo esta doctrina del aislamieoto Bo es ni apli-
cable ni aplicada cuatrdo los soboraaos ---reyes o partidos @mutristas- se
uDe¡ cootra los revoh¡ciooarios o ¡os cootra-revolucionarios, ni cua¡do cada
uBo de los bloques en los que se divide el sistema internaciolal se ve obli-
gado a intervetri¡, de una manera o de otra, por temo¡ al pa¡tido adicto dg
su eDemigo, eD todas las guerras civiles. En el siglo pasado el aislamieBto es-
taba, en ciertas circunstaocias, corregido por Ia interveoción del concierto de
las graDdes poteEcias: la sociedad iotemacional dictaba ura solt¡ción que
tro era siempre equitativa, pero que restabl€€fa la paz. En nuestro sistema bo-
terogéneo los Estados rara vez s€ ¡ronen de acuerdo taoto para absteBersg
cor¡o para im¡roner una solucióo, elaborada eo comritr y acrptable para tod6.
A pesar de tas dificultades que crea la beterogeneidad del sistema y las
ideologlas traosoaciooales, los Estados no cesÍtn en cada ocasió¡ de recu¡rir
al método del ¡'aislamiento" o al do la "solución comúo"- En 1936, ni la
Itaüa fascista ui el III Reich, ni siquiera las democracias, respetaroo los acue¡-
dos do no-intervención relativos a la guerra civil española (las democracias
los violaron eo menos ocasiones). Pcro, para evit¿r la internaciotralización
del coo.flicto, crearon al me¡os una fachada do no-intervención. A1 calificar
do "voluntarias" a las divisiones del eiército regul,ar que eoviaron a combatir
en Corea, los gobemaote,s de la China popular expresaban cl,aram€nte su
oeg¿tiva a una d€claración do guerra, qu€ hubiese podido arrastrar a los be-
ügerantes hacia posiciones extremas. L¡s "voluqtarios" represeutaa utra fór-
mula iDtermedia eEtrc cl acuerdo de no,htervenciótr (violado por eI envío
claodcstino d€ material y de bombres) y la iaternacionalización oñcial de uo
conlicto i¡terior quo obligaría a los Grandes a la beügerancia en su caüdad
de protectores de los rebeld€s o del poder legal. Todas las guerras civiles de
hoy día impücatr,.eo un grado variable, "aislamieoto" e "interoacionalüación",
I-a conclusióo, evidentg a mis ojrx, pero tantas veces descoBocida, es quc
oo so conc€biffa uaa diplomacia no violeDta en tanto que no sea eliminada
la violencia de la política itrterestatal Lo que ocune eE el interio¡ de uoo
de los miembros de ta sociedad internacional, tro puede s€r indifereote para 106
otros miembros de 6sta misma sociedad. Estos ¡tltimos s€ d€clara¡átr i¡dif€-
rentes cuando los cambios de régimeu y d¿ gobierno no modifican sustaDcial-
mente al actor iqtemacional !i a las rcglas d,el juego y, por lo tanto, cuando
el sistema cotrtin¡ia siendo homogéoeo. No puedeo afectar iodifereocia cuaodo
la substitucióo do ua régimeo por ot¡o t¡ao consigo una modiñcación dc
campo. El día en quc la mitad do los Estados no tengan ni régimen legftimo
(es decir, admitido como tal por la mayorfa de las poblaciones), ni régimen
estable, es d€cir, garaBtiz¿do por u! míoimo de conünuidad y d€ fuerzas, la
ir,estabi¡idad ioterDa y lo pr€cario del equiübrio se multiplican entre sí y la
paz se cotrvierte co gr¡erra fla.
866 Praxcologír L:s ¡¡tinomi¡s dc la ¿cción diplomáúce cstretÉgice

I-a paz entre los Estados, etr uD sistema be¡erogéneo, excluye el acucrdo
impllcito do los sobcranos contra los rebeldes y los heréticos, puesto qur los
beréticos de uo bloque soo precisamente los ortodoxos del otro.. Esto exigiría,
puo§, por lo menos u¡a abstención recíproca, pero ésta, a su vez, €stá im-
pcdida por la unificación técnica del muDdo y por la vocacióa unii?rsal do
las idcologfas de tru€stro siglo. I-a coexistencia pacíñc¡ depende de la hi-
pocrela diplomática. La guerra fría traza. la evolucióa real de las rela-
cioEcs iuteroaciooales. ¿Cómo podría s€r de otra,maoera, puesto que el de
rccho iDteroacional, reglarneotación de un tipo dc relacioues socialcs, no
basta para crear el orden cuando la sociedad misma es aoárquica?

5- Progeso o declite del derccho internacional

¿Hay que concluir por ello que el derecbo inte¡oacional está progresatrdo
o que se encueolra en decadencia? I-as dos tesis han sido dcfendidas por
determiuados autores. Persooalmente, coofieso no percibir progreso alguno,
tatrto si se trata de Ia sociedad transnacio[al, del sistema inlernacional, como
de la conciencia de comunidad humana.
Los medios de transportc y de comunicación soo inñnitamente superiores
a los que batr sido en ningúD momento del pasado. El número do ¡rersonas
quo viajan al exÚaniero es, en Occideqte, considerable. Nunca tantos hom-
bres han visitado tantos pafses extraojeros. Nuoca tantos hombres, sin aban-
donar su patria, han sido capaces de ver, en uoa pequeña o gran pantalla,
las imágenes de tantos palses a los que nuncá i¡án. Pero sería singularmeoto
ilusorio considerar el po¡ceritaie de persooas que han salido de su patria, o
el n¡imero do kilómetros recorridos como media por uDa mercaucla antes
de ser consumida, o las estadísticas de las toneladas-kilómetros del cornercio
mundial, como un criterio váliCo de la sociedad interoacional.
En primer lugar, aun reteniendo elos sigr¡os cxteriores y casi matcriales,
no faltan fenómenos cont¡adictorios oi líneas divcrg€ntes de evolución. La
sociedad transnacional es planetaria como nunca lo ha sido. Pero, por estc
mismo hecho, la ifllensidad del comercio, de las personas y de las mercao-
cías, grande cn el marco de la pequeña Europa, es débil cotre Extremo Orienta
y Europa, por ejemplo. Los intercambios a tr¡vés de las froote¡as, están sr§-
traídos en el universo soüético, d€ la esfera de las personas privadas y sc
ban convertido ea ioternacio¡ales y tro eo transnacionales. Por ello, son
mcnos lib¡es y cstán más subordinadas a los intcreses do los Estados que en
el sigto del liberalismo. Los llamados regímenes de democracia popular
consideran, como acorCe coo sus priocipios, el restringir el derecbo de sus ciu-
dadanos para viajar al extraniero. Las fronteras de los Estados que se con-
sideran proletarios cstán rodeadas de alambres e iluminadas durante la no-
che por proyectores igual que los campos de concetrtracióD-. Hac€ falta
-al
X) II. Más dlá de le políticr del podcr 867

una deoeDa de horas en avión a reaccióq, piua volar de Moscú a Washitrgton.


Pero, ¿cuál es el porcantaie de ciudadaoos soviétitcos que ticoen una posibi-
lidad de obterer la autorización para el viaie?
La hetercgeneidad del sisterna restringe la expa¡sión de la sociedad trans-
oaciooal que los medios materiales baríao posible. Rom¡r la unidad moral d€l
coojunto humano- Impide a los individuos tomar cotrciencia de ello. La fo¡ma
iDferior de solidaridad es la interacción: lo que ocurre en ul punto del sis-
tema fepercute en todos los otros puEtos. En este seotido todas las uoidades
políticas, o casi todas, son sol¡darias. U¡a forma superior de la solidaridad
por encima de la simple interacción s€ría la autorregulación o la calificación
uniforme, por todos los miemb¡os del sistema, de un acontccimiento dado.
Ningutra de estas dos variedades se pr€seota¡r eB el sistema actual.
Un sistema pluripolar homogéleo pos€e uoa cierta capacidad de autorre-
gulacióo. Los principales actores, por temor a la mooarquía universal, tieoen
teDdeDcia a limitar sus ambiciones, a respetarse uno a otro el día del ajuste
de cueDtas y a reemplazar u¡ actor d€sfallecietrte por otro. Pero precisa-
oretrte esta ¡iltima fórmula ma¡ca los llmites estrechos de la autorregulacióo :
oiogún actor puede a largo plazo contar con ella para el manteDimieoto de su
existencia. Polonia fue bor¡ada del mapa de Europa sin que el sistema euro-
peo fuese destruido, Pero aun esta autorregulación destructiva está a me¡ced
de una gran guerra o de una rápida progresióa de los recursos de u¡o de los
protagoDistas-
Uu sistcma bipolar bcterogéneo en el que 6guren nurnerosos Estados ines-
tabl€s, no tiene tringuna capacidad de auto[egulación. Cada actor principal,
es decir, cada bloque, sabe que Bo se vería respetado por su rival si Do tu-
vieso ya los medios para defenderse. Las poteDcias no tienen un interés
común en mantener un equilibrio aproximado que se ha elablecido entrg
ellas y sc esfuerzan, cada una por su propia cuenta, en impedir a todo pre-
cio que su enemigo adquiera una superioridad de fuerzas.
Es hoy arlD meoos cierto qr¡e ayer, que uo acontecimiento reciba de uBa
a otra esquina del plaDet¿ cl mismo calificativo de justo o de injusto, favo-
rable o conüario a la libertad. I-os bombres reaccionan ante uBa cátástrofe
iarutal al igual que aDtc uoa desgracia que afecta a la Huma¡idad ente¡a y a la
humanidad de cada hombre. IouodacioDes o hambrc en China, no despiertaD,
a mi parccer, un sentimieoto de satisfacció1, ni siquiera en el co¡azóu del
anticomunista más apasionado. Igualmente yo no pienso que el comuoista
más faDático se alegre de la ruptura de uDa presa construida por un capi-
talista. ¡Pero qué raras son €stas emociones compartidas y qué débiles com-
paradas con las emocio¡es, ¡acionales e ideológicas, que uoetr a los pueblos
o a los bloques y dividen a la Humanidad !
Estoy de acuerdo también eo que estas emociones son en muchas ocasiooes
contradictorias. El ciudadaDo, o el hombre do Estado, se alegra a veces del
éxito cous€guido por un pals del otro bloque, a pesar del oportunismo diplo-
8ó8 Praxeologia. L¿s ¡¡tinomi¡s dc l¡ ¡cción drplomátic¿ €str¿tétic¿

mático- El primer cosmonauta soviético fue saludado como uD testigo dc


Europa por un jefe de Estado, que etr otras circu[staocias babfa maDifestado
coo estrépito su ortodoxia atlántica. I-as aclamacioDes del pueblo britáDico
al mismo hé¡oe soviético, no dejaban sia duda de tetrer relación con el re-
setrtimicnto manifestado respocto al otÍo pueblo de habla inglesa. Pcro el
hecho de que estas emociones popula¡es Do estén todas de acuerdo con el
juego diplomático, no las hace por ella humanas. puram€ote humanas. Basta
con asislir a uo eocueot¡o eEt¡e equipos nacionales para sa&r que la identi-
ficación do los indiüduos coo el grupo es poderosa y la adbesión a la es-
peci€ o a las reglas débil.
Iamás en Eiogrio sistema limit¿do, ni el do las ciudad$ griegas Di el dcl
concierto eu¡opeo, ba¡ regido los valorcs o los iDtereses comuneq la cotrdr¡cta
dc los actores en las grandes ci¡cuns:ancias. En tiempo de paz, para regular
los problemas secutrdarios, la rmiconriencia de la civilizacióo comúD no de-
iaba de tencr influencia. Pero e¡a rechazada de golp€ por ¡,as pasiones cn
cuanto sonaba la llamada a las armas.
Ea el sistema plan€tario de hoy dfa, la sociedad tien€ más motivos para
§cnti¡so desgarrada y menos razorics para actuar como u¡a uaidad. C¿da
uuo dc los Gra¡des se esfu€rza en coqve¡c€r a sus nacionalcs y a los Eo-
comprometidos de que el régirnen del otlo es dcspreciable. El mismo hecbo
os execrablc segr¡a uua ideologla y admi¡able, dc acuerdo con la otra. L¿s
elecciones libres, con partidos múltiples, !o son más que un camuflaie de Ia
tiranía ds los monopolistas, scgrin la p¡opaganda de Moscú- L¿s dictaduras
del proletariado y las eleccioncs cotr un 99 por 100 dc votos favo¡ables no
soo más que la cobertura del despotismo del partido único, segin la propa-
ganda de Washingtoo. La. comunicación eutre los pueblos se ve bloqEada
por las interEctaciones contr¿dictorias, iutegfadas en los mismos mensaF&
i pesar d€ que lc medios ¡,ara úansmiti¡ €stos rnensajes, por su Dúmcro y por
su rapidez, están fi¡€ra dc toda proporción con los del pasado. En alguna
EEnera Do cs cierto afirmar quc los miembros de la sociedad transDacional
o interoacioaal iengsn el deseo de quo la Humanidad st un4 a la manera
do las comuoidades Bacionales. Hombrcs y Estados tier¡eo quiá temor do
quo la Humanidad deje d€ existir, es decir, quo desaparczca cD una catás-
trofe ap@aliptica. No piensaa cn la unidad humada corno en uoa reaüd¿d
o como en u¡ ide¿1, de la misma ma¡er¡ con que aspüao a Ia procperidad, a
la expansión, a la gloria de uD pueblo, do un bloque, dc uDa ideologla- E¡
teE¡or a la grcrra inspin a los combatientrs la modcración; ¡rro no ba§a
para concüarlos.
Si estas son las relacioncs sociales a las que se apüca el derecho inter-
nacioBal, ¿mediaute qué milagro podla creerse qu€ cste último progresc?
Eq rigor, admito quc las convenciooes internacional€s son cada vez más
numcros&s, que cl campo de l,as rclaciooes iDtercstatales legalizad¡s cs cada
vcz más y¿sto, que ol respcto de Gstas leyes haya sido cooseguido para uo
XXIII. Mis ellá dc la polític¡ dcl podcr 869

n¡ime¡o cada vcz mayor do circunst¿ncias, pof partr de u¡ núme¡o cada r¡cz
mryor do Estados. No cstoy scguro que nioguna de estas afi¡maciones sca
cierta, pero, aun suponiendo quc lo fuesen todas, lo €sencial no se vería por
ello modificado. No se iuzga a¡ Derecho Internacional por sus períodos do
eucalma y por los problemas s€cundarios. Por lo quc rcslrcta a las crisis, es
decir, a los cooflictos inlemacionales, buscaríamos eu vaoo un sfDtoma de pro-
grcso. Si el obi€tiyo es la paz por la ley, continuamos igual.mente leios de éL
Si el objetivo es rlnicamente cl evitar la guerra, legal para los dos beligc-
rantes, estámos arin más leios de cse obietivo que eu cualquier oÚo monr€nto
desde el ñ¡al dc las Guerras de Religión.
El Derecho loteroacional que se ha colvertido en el sistema plan€tario, 6
esencialrnente el jrs europaeum. Su aplicación estaba limitada, cn principio,
a las nacionos cristiatras y, luego, a las eu¡op€as. A continuación fue cx-
tendida a las llamadas naciones civitizadas y,'luego, a las pacíñcas. Desde cso
rnomento la "soberana igualdad", res€rvada atrtaño a los privilegiados, es decir,
a tos Grandes dc la sociedad intemacional, ¿uyo centro cra Europa, está ox-
pllcitamento acordada a todos los Estados, pequeños y grandes, surgidos de
Ia descomposicióD do los imperios coloaiales. Sle ba constituido cn un deber
para los Estados qr¡o asumen la rcsponsabilidad de "las poblacioocs Do autó-
¡or¡as, el actua¡ coD vistas al bieoestar y al desarrollo de estas últimas". Ya
ha pasado el tiempo en que utr diputado a la Cámara de los C,omunes, podla
declarar, sin vergüeoza y sin moderación, quo Inglaterra Do buscaba otra oosa
que su b€neficio coo el gobicroo de ta.IDdia. I-a ideología del deb€¡ de los
pueblos ricos y civilizados resp€cto a loc pueblos que no ban acccdido a la
civilización moderna, es más que un homeoaie rendido por el ücio a la
virtud. Es la tom¿ dc concicncia dc un becho histórico: l¿ €xte¡sióD planeta-
ria del sistema interestatal.
Pero más allá de €stos hecbos, nada aouncia un prog¡eso en loc bechos
esenciales. Para que se instaure el reinado de la lcy. hac€ falta que los Es-
tados renuocien a hacerse iusticia ellos mismos, que los ciudadanos y loo
SpbcrnaDtes crcan moralrnentc laudable la sumisión de los Estados a uo juez
imparcial. Ahora bien, cl scñor Krutschev ha decla¡ado quo Do dudaría en
opotrerse a uoa decisión tomada por una¡imidad por las Nacioocs Unidag si
ésta fueso cootraria al iDterés de la UnióD Soviética. I-os Est¿dos Unidos, a
pcsar dc su adhcsión a h ideologfa & la pz por cl dcrccho, dudan en dciar
a otros quc Do sean ellos mismos, la discriminación eDtre aquello qu€ d€peod,e
dcl dcrecho iDtcmo y squello otro quc no lo hace asL
Existen m€nc Estados capaccs dc resolver sus disputas por la espada, pero
la mayor parte de aquéllos qüe ya no son capaoes, echan de mcnos la po-
tcncia desaparccida. Casi no cxistió una indignación moral eu Fraocia coDtta
cl bomba¡deo de Port-Said, o contra las operaciones en las proximidades do
Bir:erta (julio de 196l). I-a op¡nión plblica co Gran Brctaña, fue meDos hostil
a Sir AnthoDy Eden y a la cxpcdicióu de Su€z, de lo quo lo fue el "partido
870 Praxeologíe, L¡s ¡ntinomi¿s de la ¡cción diplomática estratégica

intel€ctual'. Si el derecho uo puede y ro debe jamás preceder a demasiada


distancia a los valores efectiyameuto s€ntidos por la conciencia común, en-
tonc€s no ha llegado aúD el momeDto do prohibir legalmeate a los Estados
que se bagan justicia a sí mismos.
No podríamos decir que los Estados violan más a menudo hoy que ayer
el código de la bueBa cooducta ioternacronal, p€ro est€ código existe menos
quo ounca. Los Estados se declaran con meDor frecue¡cia la guera, pefo
muchas de las prácticas que hubiesen implicado uoa decla¡ación de guerra
eo toCa la regla, no ¡rarecen ya iocompatibles con el maqtenimie¡to de las re-
laciones diplomáticas.
[.a conclusión que no hay que cxtraef d€ estas obs€rvaciones, es que la
paz, en ouestr¿ época, depende del progreso del derecho internacional, tri tam-
poco qu€ este progreso podría aportaÍ uoa coot¡ibución süstancial a la causa
de b paz. No €s imposible imaginar una constitución, a imitació¡ de las
constiluciones nacionales, con un poder e¡sutivo (€l Cons€jo de Seguridad
reformado), uD poder legislativo (Asamblea de las Naciones Unidas), un tri-
bunal (el Tribuoal Inte¡oacional de Jusricia) y una policía (fuerzas armadas
obedientes al ejecutiyo). Ha sido ya elaborado por juristas americanos ua
plan detallado de una coostitución de este carácter ¡. A título de experieocia
mental, no deia de t€ner interés, pero cometeríamos un gran error si con-
cadiéramos demasiada imponancia a estas diversiooes estudiosas. Las rivaü-
dades de poder, las cootradicciones de intereses, la-s iocompatibilidades ideolG
gicas son hechos, Y, en taato que subsisthn, el Consejo de Seguridad uo Gndrá
a su disposición fuerzas armadas capaces de romper toda resistencia: los
grandes Estados no se comprometerán a obedecer a la mayoría de una Asam-
blea (cualquiera que sea el m(rdo de represeDtacióq adoptado). El veto cs uD
sÍmbolo de uDa causa. Un Grrnde no acepta orden alguna ni se deja coac-
cio¡ar.
¿Hay que deducir de cllo que la paz por el derecho es una idea falsa,
contradictor¡a con la naturaleza de los hombres y de las sociedades? ¿O que
representa t¡a idea de ¡azón, en el senlido kaDtiaDo de esta expresión, es decir,
que no podrfa ser nuDca realizada totalmente, pero que iDspira a la acción
o indica el objetivo?
El derecho es uoa reglamentación de la vida social, surgida de La cos-
tumb¡e, que justifica o inspira un concepto de lo justo y de lo iajusto, y qu€
coosolida la formulacióo sistemática y el sistema iurisdicciooal, cuyoe medios
do coacción ¡»rmitea normalmeote garantizar su respeto. Esta reglamenta-
ción se deriva, en parte, de la fuerza que ha creado el Estado o el régimen,
o la Constitucióo. Pero, en el i¡terior de las colectividades, el papel origiDario
de las fuerzas está a meoudo desvaído, u olvidado o camulado; Ias moda-

' G¡ecnville Clark y Luis B. Sohn, C¡mb¡idge, H¡rva¡d U, P., 1958. El libro apa.
¡cció en las Presses Unirc¡sitairee dc F¡ance e¡ l lt l,o Paiz p¡ l¿ loi munlialc.
XXIII. Más allá dc le polítice del podcr 871

lidades extremas do la desigualdad haE desaparecido o se han atenuado pro-


gresivameDte. Los valores comuDes uneo a aquéllos que fuoron, en un prio-
cipio, vencedores y veocidos.
Entre los distiotos tipos de derecho iEteroo, es el derecho constih¡ciooal
el que sigue estaodo más próximo a sus orígenes violentos. Es por ello que
es el más difícil de s€r revisado pacfñcamente, y aquél que se ve más a me-
Dudo interrumpido por el recurso a las armas, por uno u otro partido. E¡
derecho que teudría que establec€r la paz entre las naciooes, se asemelarfa
al derecho cotrslitucional más que a ningfo otro, tendfa que distribuir cl
poder, siDo las riquezas, entre las distintas instancias de la organización inter-
nacional.
¿Cudes son las condiciones en las quo serla posible el funcionamiento
de una Cousütución, d€ una Sociedad internacional, al menos €n teoría? Mo
pa¡ece que son tfes. Para que los Estados acepteD someter su conducta cx-
terior al ¡einado de la ley, hace falta que los gobemaotes se plieguen ellos
mismos a una disciplina s€meiante en ¡elación a los pueblos. Es auténtica-
mente absu¡do imaginar que los dirigentes comunistas, que desprecian el prin-
cipio mayo¡itario y que manipulan cualquier elección, respetarían espofrtánea-
mente o por costumbre, las decisiooes lomadas por mayoría de votaol€s eo
un Pa¡lamento intertacional. Digamos, recogiendo los términos kaDtianos,
que las coDstituciones, al menos las de los principales Estados, deberian scr
republ¡canas, y deberfan estar basadas sobre el consentimieDto de los ciuda-
danos y el ejercicio del poder según reglas estrictas y procedimientos legales.
Si esta primera condición fuese satisfecha, al mismo tiempo una segunda ten-
dría todas las posibilidades de serlo. Los Estados teodríao conciencia de su
pa¡eDtesco, el sistema sería homogéBeo y comeozaría a existir, primero, una
comunidad internacional y, luego, una supra[a.ioual, y esta comuoidad es-
cogerfa juiciosamente, en caso do crisis local, eltre €l "aislamieato" y la
"solución impuesta".
Sin embargo, si esta "comunidad ioternacional" no es cooc€bible si! uoa
bomogeneidad d€ Estados, sia el paretrtesco critrc ideales, sin una sernejaoza
de prácticas consütuciooales, esta condición necesa¡ia no es suficiente. Hacc
falta además que los Estados coosieotan eD deci¡ el "adiós a las armas" y que
acepteo sin inquietud someter a uo tribuqal sus diferencias, aua aquéllas quo
tienetr por objeto el reparto de tierras y de riquezas- ¿Es posible una so-
ciedad iot€maciooal homogénea, sin carre¡a de armameDtos, siD conflictos
territoriales e ideológicos? sí, una vez más en abstncto, pero bajo distintas
cosdiciooes. El ñ¡ de la carre¡a de armamentos Do exige únicameEte qug
los Eslados no so coosideren reclprocaÍieDte sospechosos de negros dc-
sigoios; exige también que los Elados no deseen ya la fuerza para imponct
su voluntad a los otros. I-as volutrtades de poder colectivas deben desapa-
recar o, más bicn, ser transf€ridas a otro plaoo. EB cuaoto a los coúictos
de orden cconómico no fueron la causa directa o predourioaote de las
-qr¡e
872 Prexeologíe. l-:s ¡nrinomi¡s dc l¡ ¡c¡ióo diplomática e*ratcgica

gurrras Gn cl pasado, pero qr¡o hicieroo inteligibles, para n¡J€st¡os espftitus


uülitarios, las grcrras de las civilizacioues tradiciooales- éstos se ban ato-
ouado ¡rof sf mismos €a D¡¡estra época: a todas las sociedadcs moderoas lcs
tr¿o más q¡€trta cf€cer eo iDteDsidad qr¡e Do en €xteDsió! ¡rcdiaDte la con-
quhta
R€rmamos, co cl pensamiento, los resultados dc estos aoálisis: sistrma ho-
mogéDoo, Estados que oo sospecban unos de otros, resFto a los mismot
id€ales iurídicos y moral€s, atenuación de los coofictos ecoDómico-demográ-
ficos, ¿quién no ye que la Humanidad pacificada por la ley, se asemejarla !
aquellas c¡muoidades naciooales cD las que la competencia entre loe indivi-
duos y los itrtcreses no rcvistetr ya un caráctor dc violencia, salvo eD rafaS
ocasionqs? Pero este mundo en el que, de acuerdo con la idea de la razón,
Gl rcirado dc la § aseguraría lz paz, ¿,s verfa arln diüdido eu Estados o
rcunila a la Humanidad en una federación plaDetaria, sino en un imperio
univcrsal?
¿Dcbemos dese¿r uDa fcderación semeia¡to o ua im¡rrio dc cse car&tcr
por amor a la paz o por tcEor a ¡8 gl¡€ra?
Capítulo XXIV
MAS ALLA DE LA POLITICA DEL PODER (2)

fI. LA PAZ POR EL IMPERIO

De acuerdo con los precedeotes históricos, el resultado de la c¡isis actu¿l


debería ser cl impcrio u¡iversal. Cad¿ uno de los imperios que se han con-
siderado como universales uniñcó uoa zona de civiüzación y puso ñn a los
confictos entrc soberaoías rivales, El razonamietrto por analogfa parecc su-
gert que cl imperio universal, en la seguoda mit¿d dcl siglo st, deberla en-
globa¡ a la Humaoidsd cntera.
Este razoDamicEto quc bcmos eDcontrado al seguir las vastas porsp.ctivas
abiertas por Toynbce, ni lo hemos admitido oi lo hemos rechazado. Ya quo
[a situ¿ción implica diferencias tau llamativas como prcden scrlo las scmc-
jaozas.
Eo p¡im€r lugar, es más bieu el Hemisferi,o Norte que no la Humanidad
cDtera el que se verfa destinado a la unidad imperial por las guerras dol
siglo. El sentimiento DacioDal es tan fuerte qr¡e ni¡gúo impe¡ium * cot-
ñesa como tal. En cuanto los eiércitos rusos y americanos sc retiren, uDo
tras las fronteras dc la Unióo, el otro más allá de los océanos, cada ulo do
los Estadc de Europa tratará de reculrrar su autooomla. Lo que cs cieno
para Eu¡opa ca más cierto aún fuera de Europa- Los Estados que acabau
de uac¿¡ o de r€¿nconEar la inde¡xndencia, preservan celosametrte esc bien
prccioso. Ese cooficto ideológico restinge las cornu¡icacioncs cnt¡a los pue-
blos a ambos lados del t€lóu de aoero, rechaza la concieocia da un ioterés
comrín para cl conjunto d¿ la sociedad itnernaciooal Si Moscú cxpcrirneDta
l.¿ taota diñcultad €tr maltcoer la coherencia de su bloque en Europa, ¿qué
no sería si este bloquc so extendiese al conju¡to del Hemisfcrio Nortc, o a
ambos hemisferios?
Nu€stra iDtcDción no cs la de eslrecular sobre las posibüdadcs dc uuiñ-
cacióu imperial, sioo la de analizar las exigencias de la par por cl impcrio,
do la misma rnaucra quc h€mos analizado, €n el capítulo prcccdentc, la d€ la
paz por el derecho. Iá dife¡encia entre ambos puotos dc partitla cs la i-

873
874 Praxeologú. L¿s ¿nti¡omies de l¿ acción diplomátic¿ cstr¡rcdca

guiente: los teóricos de la paz por el dorecho cousideran una pluralidad dc


Estados y se preguntaD cómo sorDeter a estos ¡fltimos al reioado de la ley.
Los teóricos dc la paz por el imperio comprueban que ls plur¿lidad de Es.
tados implic¿ un riesgo de guerra y se preguntan cómo veaccr cl obstáculo
de la soberarla.

1. Los equívocos de la mbe¡aníq.

Hemos empleado hasta abora, en distintos lugares, el térmioo de sobe-


ranía sin defini¡lo rigurosamente, porquo nos servía para designar el hecho
origioario del sistema ioternacional. Ahora bien, este hecbo
-las unidades
políticas, ea ¡elaciones de competició,l, se consideran jueces en última instaDcia
do su interés y de sus actos- es hislóricamente indiscutible. Pero tantas teorfas
iurídicas, ñlosóñcas han sido elaboradas ahededor del concepto de sobe-
ranía, y el ideal de estas t¡ansferencias se ha extetrdido hasta tal pu¡tq quo
es imposible no recordar las disputas de escuelas.
L,a sobera¡fa puede ser cousiderada, a la vez, como cl funda¡r¡enro dol
ordeB itrtraestatal y del ordeu interestatal. Un Estado es sohrano e¡ el sen-
tido de que cB su t€rritorio, dejando a un lado las regl2-s de las costumbres,
obligatorias para todos los "Estados civilizados" y lo; compromisos adqui-
ridos por acuerdo o tratado, e[ sistema legal que promulga o con el que se
confunde, es la ¡lltima insranci¿. Ahora bien, este sistema uo está €n vigor mas
qr¡€ dentro de un espacio limitado y no se aplica sino a los hombres de una
cierta nacionalidad. Si la sobe¡aoía es absoluta, cl ordcn intra-e-interestatal
serán eseocialmeoto distintos, puelos que el primero implica la sumisién a
una autoridad úuica y el segundo la excluye.
,urista$ 6lósofos, teóricos de las relaciones internacionales, haccn hincapié
hoy dfa sobre el carácter histó¡ico de Ia doctrioa de la soberanfa. Del siglo xvr
al xv¡¡I los pcnsadores han estado ¿ la búsqu€da de una autoridad incondi-
cional, aquélla que no se encontraría subordinada a ninguna potencia terrestrc,
a ninguoa ley humana, y s€ haD preguotado alguua vez dótrde ¡esiden, cómo
se justiñcan. El univc¡so do la cristiandad está a punto de disolverse. Los
doctrinarios elaboran la ideologñ del movimieqto histórico, cuyo resultado
ha estado coostituido ¡ror las monarquías absolutas y los Estados nacionales.
La soberanla absoluta respoodía a la ambición de los reyes, deseosos dc Ii-
berarse do las restriccio¡es que les imponía¡ la Iglesia y el Imperio, super-
viveDcias medievalcs. Al mismo tiempo permitía condeoar los privilegios de
los cu€rpos iDtermediarios, s€ñores feudales, regioues, ciudades, corporacioncs
que ya Do tenlatr fundamento, si la voluntad del soberaDo cons-
-privilegios
tihla la rinica fucote dc derechos y de deberes.
Los juristas mod€roos, al elaborar teorías "impllcitamcDte normativ¿s",
sg enfrentan gustosameute coo el coucepto de sob€ranfa, ya porquo, a la
XXIV. Más ellá de la polítie del poder (2) 875

manera do Kelsen y de sus discÍpulos, no establezcan diferencia alguna eotrc


cl orden jurfdico y el orden estatal, como porque, por el contrario, reduzcao
el ordeD estatal a uo s€ctor de u¡ ordeo jurídico más amplio. En el primer
c¿so el cooccpto d€ soberanla es inútil, puesto que eD pura teoría uo tiene
otro seotido que el d€ la validez dentro de un espacio dado y de uo deter-
minado sistema de normas. En el segundo es nocivo, puesto que sugiere que
los im¡rrativos jurídicos extraeo su fuer¿a obligatoria de la voluntad de los
poderes estatales y que todo orden legal es un ordcn imperativo. Por el con-
trario, los t€óricos rcalistas de la poftica extcrior, se sienten inclinados a mau-
teoer el concepto d€ sob€ranía coÁ el fin de reco¡dar que cada unidad poll-
tica legisla para ella misma y Do se ioclioa atrte ulla autoridad exterior.
De esta forrna HeDry J. Morgetrtbau caliñca a la autoridad soberana como
the highest low-giving and enlorcing authority y considera esta rltma como
indivisible en esencia, ya que una autoridad soberaoa compartida es, por de-
cirlo así, una contradicción ín ad¡ecto, como uo cfuculo cuadrado. No pued€
haber dos soberanos dentro de uoa colectividad políticamente organizada,
como no puede tampoco haber dos generales en jefe a[ frente de un eiército.
Aun dentro de los regímeaes democráticos existe, a pesar de las apariencias,
un poder sobe¡ano. "Como quiera que esta responsabiüdad, dentro de una
democracia, so eacuentra adormecida en los tiempos normales y es alrenas
visible a través de la trama de los acuerdos constitucionales y de las regu-
laciones legales, se cree muy a menudo que no existe y que la autoridad su-
prema, la que promulga la ley y la que la impone, aotaño correspondiente
por derecho a un hombre, el mooarca, es ahora distribuida eotre las distintas
i¡staocias coo¡deaadas del gobierno, de mane¡a que ninguna de ellas ra
suprema'. Pe¡o esto no es más que una ilusión. En su vano esfuerzo de
hacer de la democracia uD gobierno por leyes y Do l,or hombres, los refor-
madores han olvidado que en todo Estado "debe habe¡ uo hombre, o un
grupo de hombres que asuman la respoosabilidad última por el ejercicio dc
la autoridad política".
La soberaní¿ pertenecc s la autoridad legítima y suptema a un mismo
tiempo. Por ello, la búsqueda de la sobe¡anla es, al mismo tiempo, o alter-
Dativameot€, la búsqueda dc aquellos cond¡ciones en las que una autoridd
es legítirna, y <lel lugor de los hombres o de las institucioaes en los que rcsida-
La primera cuestióB, al más alto nivel, es auténticamenúe f¡losófica. Es un
b€cho que a través ds la bistoria el fundaEeato y la extensión del derecho dG
maodo o del deber de obedecer se han transformado, ED nuestra época, eo
todas las sociedades moderDas, los gob€rnatrtcs proclamaa la idea democ¡ática,
y Do pretenden ai "poseer" los territorios o los pueblos a la manera de los
tDoEa¡cas dc ayer, ni tener por el oacimieoto o por la fuerza la autoridad para
dar órdcoes. Pero las dos interpretacioDes de Ia idea democrática
-partidos
' H.J. I{o¡c¡r¡Elu:. Polüict unoag rations, p. l.
876 Praxeologia. L¿s antinomirs de l¡ ¡cción diplomática estretegic:

múltiples, €l€cciotrcs disputadas, reglas constitucioDales, por una partc, partido


tfnico, vanguardia dcl proletariado, por otra- reconstituycn um dualidad
d€ b€cho y "de fórmulas"', I-os elegidc, vcncedorcs proüsiouales etr Ia com-
peteucia lcgal eotro los partidos, o los miembros del Presidium, venccdo¡Gs
también ellos proüsiorales en la lucha eDtro ¡as faccioncs y las personas, or-
de¡an, unos y otros, legítinammte si lN legitimidad cs relacionada coo la
fórmula propia dc cada régimen. Ni la fórmula democrática o soviética, ni
siquiera la misma idea dcmocrática constituyen una última respuesta a la
cuestióD de la autoridad legltima fla idea democrática, a su vcz, cxigc una
filosoffa eE qué basarla). P€ro oosotros podemos ir más allá de cstas fór-
mulas contradictorias y do la idea com¡in.
Dejemos a un lado este primer aspecto do la inyestigación sobre la so-
beranía, dejando bien claro, que toda filosofla de la lcgitimidad lustifica cl
establ€cimieuto de uo régirEn dado o el reinado d€ ci€rto6 hombres. Dcdiqué-
mooos a la iovcstigación, dentro de las colcctividadeg dc la insta¡cia cn l¡
quc rcsido el llamado poder soberano- Ar¡E cn este caso la investigación no
nos lleva a resultados inequlvocos, puesto que se refiere altentativamente a la
autorida¿ de derecho y ol pder de hecho.
En la expresión sobe¡anía del pueblo, el coDc€pto no es aplicado al dc-
tcotador efectivo de l,a autoridad, siBo al cooiunto humano, del que, do
acucrdo con la lógica do la Cotrstitución, so deriva la autorid¿d de ¡as lcyes
o do los goberoantes. En un plano más ce¡cano a la realidad, ss evoca l¡
soberanía del Tribunal Suprcmo en los Est¿dos Unidos, porque en caso dc
conlicto etrtre un ciudadatro y los tribuEalcs, eDhe el gobierBo f€deral y uno
dc los cincuenta cstados unidos la última palabra perteDec€ do al Presidctrtr,
a los ministros o a los elegidos, sino a los jnece.s. I-a soberaola dc éstos cstá
unida a la primacfa de la CoDstitución, establecida a su vez por la voluntad
original de los Estados que s€ federaron. Pe¡o el Tribunal Supremo, cn los
Estados Unidos, no pr¡€de sor considerado como sobranía en el setrtido en
que lo erao los reyes deotro de los regímcnes absolutistas. Ni eirce el podcr
ehutivo Ei el pod€r fed€.aütvo, recogieudo de la terminologla de I-ako.
Por Gllo Ec parccc i¡coDveDicntc emplea¡ el coEccl,to dc soÜeranfa para d+'
siSnar el ceatro o cl foco del poder efectivo, pucsto quc éste está, en rc¡¡i-
da4 dividido.
El hecho de quo cxista! cn todos los Elados, como oscribe H. J. Mot-
gcothar¡ 'un hombre o ua grupo dc hombres que asumen la respoosabilidad
rfltima por el cjercicio del poder" es una afirmacióu quc trae €onsigo una
parto de verdad, al igual qlE la t€oí8 sociológica de la oligarqufa: etr rlltima
instancia, las dccisiones que afcctan al coniunto de una colcctividad soD to-
msdas por uoo o por varios hombrcs- Pero si, cn coDtra del uso, se atribuyc

r Dbtinguinos aqlui la, ídea d¿mocnútia, eD 6u ¡ivél Ioí! abltr¿cto, de la lbmt&


¡á¡ ccrca¡e ¡ l¡ ¡e¡lidad qoe jurti6cr pluralidad dc pr¡tide o p¡nido único.
XXIV. Más allá de la políticr dcl poder (2) 877

a cst¿ 'élito dc poder" la soberanfa, ésta do Irodrla considcrarsc Di como ab.


soluta ni como iodivisiblc.
I-a diüsión del poder de hccbo, en cualquier régimen constitucional-plura-
lila, resu¡ta a la vez de los tcxtos, de las costumbrcs y de los hombres. Por
cjemplo, en los Estados Unidos, cuaDdo sc trata de la paz o dc la gu€rra, Ia
iniciativa perteDecc al Prcsidcnte. Y el cons€ntim¡ento o la negatiy¿ (esta r¡l-
tima a menudo imposible si las hostilidades hao empezado ya) perúeueccn ¿l
ConSreso, sin qüe la CoDstitució! o práctica- permita prevcr qué
infuencia ej€rc€rán sobre la manera -textual
de dirigir la política exterior cn un
pcríodo dctermiuado, la personalidad del Presidente, la inñueocia de sus con-
sojeros o la acción dc los dive¡sos grupos de presión.
Igualmente, en Gran Bretaña el poder pertenece más al Gabinete quc r
los dipulados, en tanlo quc el primer mioistro dist ooga de una mayorla co
hereoto y disciplinada en Ia Cámara de los Comunes. La costumbre y ls
práctica han becho i¡clinarse Ia balanza del lado del Gabinctc, sin que ésio
8c¡ por ello n€cesariamctrte, cn caso dc crisis, la última autoridad. En iunio
de 19,10 el partido Conrrvador, a pesar dc su mayorfa, no poCfa Di qr¡erl¡
gobernar sin la colaboración dcl partido laborista. ¿Fue en €st c¡so la ifi-
tan€ia suprema la Cámara dc los Comunes, la Corona, la opinión pública,
o la clasc poütica? Ed Gran Bretaña, al igual quc €n los Estados Unido!,
uno o utros cuantos hombres dccideu o achlan en perfodo de pcligro na-
cional, el Presid€nte al otro lado del Atlántico, el Gabinctc al oro lado dc
Marcha; €l primero elegido por un procedimiento constitucional y el sc-
SuDdo formalmeDte por la Corona, pcro, cfectivamente, por el partido ma-
yoritario eE pcríodo de tranquilidad, y por el conjunto dc Ia clasc polftic!
o de Ia nación a Ia hora del peligro. Los "uoo o un(x cuantos hombrcs"
rcn aquellos que eierc€n lo quc l-ocke Uamaba el poder fcderativo, cs dccir,
son los que dirigen las relacioucs de la colectividad con las otras colcctiüd¿-
dcs y por lo quo uo se coufunde¡ necesariamente coo aquellos quc detcot¿n
sobre el papel "rr¡e Juprene law-Eiyin or law enÍorcing duthoriry".
La fórmula dc Ia soberaufa absoluta e indivisiblc, falsa en relacióu al
poder efactiyo drotro de las unidados polfticas, ¿es cicrta si sc aplica a los
actorcs cn el escena¡io internacioDal? De hecho es iudiscutible que cn un
cspacio dado, es no¡malmente válido un sistema de trormas y sólo uoo, quo
ücne por origen uua instaocia legisladora, y sólo una, y que es aplicado ex-
clusivamcote por uua organizacióu iurisdiccio¡al De de¡echo, la soberaqfe
exlema sigtrifica lo mismo qr¡c la indep€ndeocia, pero la iosistcocia sobre ol
cotrccpto de soberanla $gicfe u¡a ñlosoffa hostil a la primacfa del derecho
intemacional y confo¡me con l¿ p¡&tica da los Eslados, pucsto que éstos so
roscrvaB le übcrtad do itrtcrprctar sus obügacioncs y do garaDtiz¿r su propis
dcfensa-
Iás situacioncs iutcrmedias eotre independencia y la total desapa¡ición
dc la sobcranfa, hao cxislido Burn€rocas vcces cn el tra¡scurso dc l¡ hfutorir
878 Praxeología- L¿s ¿ntinomies dc la acción diplomátice estretégica

y cn particular en el siglo pasado. Los Estados europeos no "recotroclan"


a las colectividades humanas de otros coDtineotes, de la misma forma en que
so recotroclatr uoos a otros. El principio de "sobe¡anía y de sob€ratra igual-
dad", inscrito eo la Carta de las Naciones Unidas, era aplicado exclusiva-
mente a las naciooes de Europa, y aún exclusivamente a las graodes traciotres
europeas. Hemos asistido a la exteDsión a todos los Estados (autr a las co-
lectividades quo apenas merecen este nombrQ del principio constitutivo del
ius gentiurn europaeum.
En el siglo pasado, los Estados eurolros han sustraído eD numerosas oca-
siooes a sus oacionales a los tribuoales locales y eocargado a sus propios
funcionarios de administrar las ñnanzas o las aduanas de un Estado que no
pagaba sus deudas, o auo de tomar sobre sí las ¡espoosabilidades do un Es-
tado que se había dejado imponer un tratado de protectorado. Eo todas cs-
tas ci¡cuostaocias, el Esrado €uropeo dejabÍ de s€r, eq su tcrritorio, ,r¡e sr¡-
preme law-giving and law enlorcing authotity, ¿A partir de qué momeoto
había perdido este Estado su soberanía? Nadie podrá sostener que Túoez
o Marruecos, en 1953, eran Estados soberaoos, pefo de todas formas efa¡
Estados sujetos de Derecho internacional. ¿Era Cuba soberana miefltras la
enmienda Platt iDs€rt¿ en el Tratado de La Habana de 1901, aco¡daba a los
Estados Unidos "the right to iatcrvene for the preservation of Cuban iude-
pendence, the mainteDa¡ca of a governmeut adequate for tbe pfotecüoD of
life, property ar¡d individual liberty".
La respuesta d€pende, efectivameote, del criterio que se soste¡ga sobrc
la soberaoía. A pesar de las "concesiones" y de la administración de las
aduaoas por funcionarios extranjeros, Chioa, en el siglo pasado, babfa con-
servado la mayor parte de su "poder federativo' y contiouaba dirigiendo
rnedi¿nte sus propios nacionales sus relaciones exteriores. Por el contrario,
en el caso de una aplicacióo estricta de los tratados de protectorado, Túoez
y Marruecos, al mismo tiempo que se comunicaban con los demás Estados
exclusivamente mediante el residetrte francés, habríaa guardado en su mayor
parte Ia autooomía interna; la autoridad eocargada de legislar y de hacer
respetar las leyes habría sido esencialmeote tunecina y marroquí, Do fraoc€sa.
Es indiscutible que las colectividades territorialm€oto org¿oizadas hao
perdido duraDte un tiempo, más o meoos largo, algunos de los atributos dc
Ia sob€ranla, para volverlos a encontrar posterio[neDte o, al contrario, para
¡rrderlos definitivmcnte al integrarse deEtro de uoa colectividad más vasta.
Túnez y Marruecos haE reencontrado los atributos t¡ansitoriamerite perdidos;
los catrtoDes suizos y los Estados americaBos haD renunciado ya a la sobe-
ranía. Los Estados o semi-Estados no er¡ropeos han obteoido la aprobacióD
do aqucllos tratados llamados como desiguales y son libres ya d€ detcrmitrar
su coostitución, su legislación, su I,olftica cxterior, la composicióD de sur

H. J. Mo¡csñrBru, obru citaü, D. l.


)O(IV. Más dlá dc la política dd podcr (2) 879

fucrzas armadas, la admioistracióq de sus fioanzas Qo que no excluye quo


cstéD sometidos, como todos los demás Estados, a las obligaciones del Dere-
cho internacional, de los úatados, acuerdos y costumbres),
Todo parece ocurri¡ como si, por uo lado, la sobe¡aoía, aún extema,
fucra divisible eo realidad, pcro como si el reparto, al menos en Euestra
época, tuviese u[ carácter precario y casi coutadictorio, de tal maDera que,
a la larga, la soberanfa exteroa sc perfecciooa o desaparece. Los hombres
que pretenden rep¡esentar a uoa comunidad polJtica, es decir, a un gtupo
humauo, consciente do su origina.lidad y de su particularismo y resuelto a
obtener de los demás el recooocimiento de su iden¡idad, te¡drátr, rormal y
lógicamente, una t€ndencia a reclamar la igualdad de derechos, es decir, el
mismo derecho que los demás Estados a solventar "soberanameflte" los lla-
mados asuotos internos.
Resumamos los resultados de estos auálisis. El concepto dg soberanía,
deiando a un lado su sentido estrictameDte jurídico (a validez d€ un sistema
dc normas dentro de un cspacio dado), sirv€ para iustiñcar eo el interior
utra idea (o una fó¡mula) de gobier¡o, el poder de ciertas instancias (sobe-
ranía del Tribunal Supremo en los Estados Unidoe) como de ciertos hom-
bres (§ob€raoía del Gabin€te o de ¡a Asamblea) ', o, por el cootrario, para
disimular el poder de los hombres al hacer hincapié en la autoridad de utr
soberatro colectivo (el pueblo) o impersonal (las leyes). En su aspecto exterEo,
lls sobera¡ías so confunden coo la no-depeodeocia, pero el scntido de esta
oodepcndencia se presta a su vez a ioterpretaciooes contradictorias : ¿Hay
que decir, si los Estados soa soberaoos, que oo están sometidos a las obligacio-
nes del Derecho i¡teriacional? Si lo cstáD, ¿puede añrmarr todavla que sol
soberanos en el seotido que la soberaafa implica una autoridad suprema?
Ha sido para €ütar las dificultades formales qu€ surgen de la cootradic-
ción entre la tcoría de la soberanía (absoluta) y la teorfa del Derecho iat€r-
dacional (supraestatal), por lo que una escuela de juristas ha deseado elimi-
nar por completo el co¡c€pto de soberanfa. Personalmente, yo abandonafla
güstosamente este concepto, eo razón de los equívocos qu€ suscita. Pero los
juristas imaginan fácilmente haber suprimido los hechos que encubre el con-
cepto desde el momeoto qr¡e hao elimiqado el nombre. No basta con haber
construido uDa teoría do Derecho internacio¡al super€statal para que los Es-
tados reoutrciea a los "derechos subietivos" quc se hari reservado Eadicio-
ualmeDte. No basta coo evocar las traDsfereocias de soberanfa para que los
llamados organismos supraoaciotrales reemplacen a las reüdades y a tas au-
toridades naciooales.

' C¡¡ndo los jurist¡c hüleb¡n, bejo la IV Rcpúblic¡, de la sobcrauía parlamcn'


taria, la condcnaban, pero uo la justiÁcaban.
880 Prexcologír. L¿s ¡otinomirs dc l¡ ¡cción diplomática estrrtégica

2. Soberanld y tansle¡enciot de soberania

¿Cxál cs cl sigliEcado eB el momento actual, iu¡ldico o "ideológico", de


la expresión, emplcada por ¡a Ca¡ta, do "igualdad soberaoa" eútre los Es-
tados? Como quicra quc estos últimos habían sido asimilados, tradicional-
n¡€otc a personalr y de acuerdo con la 6losofía del derecho natufal, pasabaD
por scr "igualcs" siguiendo €l ejemplo do los suitos indiúduales del derecbo
intcrno r.
Traosferido al orden interqacional, este concepto inspiró el paciñsmo dc
Wilsou y de la Sociedad de Naciones: que las "pcrsonas colectiyas", Ias
naciones, seao libres e iguales como los ciudada¡os dlnt¡o de los Estads
democráticos, que so sometatr de la misma manera que estos rlltimos al roi-
nado de la ley, y lz paz se basará €n la justicia. Esta t¡aúposición era ilu-
soria, pu€sto qr¡e Do existía nitr8una i¡staDcia suprema qu€ cali6ca- a los
hechos o que iEterpretase la ley, ni fuerza irrcsistible para imponerla, ni
poder legislativo para revisar €sa misma ley, ni tribunal que ,uzgase s€gr¡n
l¿ equidad. Si el paciñsmo qu€ se deducfa de la flosofía de las nacioncs,
"libres e iguales en derecho", ha sido trágicamentc refutado, la ideologla
do la "igualdad soberana" no ha cumplido eo meoor gr¿do uoa función his-
tórica desde la Segunda guerra mundial; ha justificado el recooocimiento de la
igualdad formal de todos Ios pueblos, la abrogación de los tratados desigua-
Ics, de los mandatos o de los protectorados; en resumidas palabrag la des-
coloniztción- El Derecbo intemaciona¡, que plaotea la igualdad sobcrana
do los Eslados, ha influido eD el tratrscurso de los acontecimi€ntos de I¡
misma manera que uoa moral, afectada por la conciencia común, suprirm
poco a poco los bechos que se encuentran en cootradiccióu con ella misma-
Uoa vez constituidos los Estados mi€mbros de Ias Naciones Uoidas, la
ideologfa de ta "igualdad soberaBa" ha sido invocada por los gobieroos
para recbazar las htervencioBcs, taDto de otros Estados como de la misma
organización internacional. Todo lo que t¡adiciooatneot€ depeode d€l dcro-
cho intemo, no conciemc a esta tlltima. I-as mcdidas adoptadas por un Es-
tado etr su territorio, respecto a los bieaes y a Las personas, tanto si sotr o
oo cootrarios a las costumbres dG los Estados civilizados, pert nec.n a la
competencia exclusiva ds los "Estados soberanos".
Por e[ cotrtrario, esta misma ideologfa ha dejado i[t¿cta l¿ distinción

' La igüaldad de los hombres ¡nte le ley ¡o La e:cluido nuaca las dcsigualdedcr
de hecho, ni siquie¡a las desigualdades de "de¡echo subjctivo" que ¡esulta¡ de l¡ dis
tribució¡ de lar riquezas sobre el pode¡- El tracimiento ao impide a Dadie el ejc¡cer
Ios de¡echos (Fre surgetr de b propiedad de las fib¡ic¡s Groén, pcro aquel que pccc
cat. p¡opicdad por hcrencia o po¡ adguisició¡ legal tic¡¡c, en realidad, 'dc¡ccho¡ ¡uL
jctiros" muy distiltos a los del asal¡¡iado quc bsrre el auelo de las Iactotí¡.s.
XXIV. Más allá de le política dcl podet (2) 881

entro pcqucñas y grandes F)tencias, o entre poteBcias con uo interés limitado


y poteocias con int€reses mundiales, disti¡ción de la quo sigue siendo símbo-
lo cl derecho de veto concedido a los cioco miembro6 permaoetrtes del Con-
seio d€ Segu¡idad- I-a ideología de la "igualdad soberana" es invocada por los
pequeños Estados para ampliar la esfera do su competeEcia intema, pefo no
pone en peligro la posicióo privilegiada que las grandes potencias ha¡ prc,
tendido siempre ocupar.
Podrá objetarse qu€, e¡ cl tra¡rscurso de los diez próximos años, ha toni-
do lugar uDa evolución distinta, de sentido opuesto; los Estados europeos
han conseotido, por t¡atado, a transfcrencias de soberanfa que abren u.oa
perspectiva de "uaificación general", sin rccurso a l,a violencia. ¿Cuál es el
estatuto jufdico del Mercado Común? Ile aqü uDa respuesla de iuristas
qr¡e podemos toma¡ como punto de partida del análisis:
'¿Es el M€rcado Común u¡a eutid¿d soberana? En el sentido en que
cjerco uoa autoridad exclusiva y última en lo que r€specta a ciertas fu¡cio-
aes gubernamentales impo¡Iantes, detrtro del territorio cotrsiderado por el
Tratado, en cuanto entra en relaciones, que llevatr a compromisos coa Es-
tados y otras entidades supraDacionales, cxteriores al Mercado Común, y cn
cuatrto que pos€e ciertos dercchos e inmunidades normal¡rente consid€radag
como atributos de la soberania, en €ste s€nüdo, pues, Eo hay duda quo
constituyo una entidad sob€rana. Si, por otro lado, consideramos que l,a
sob€rada impüca uua amplia jurisdicción teritorial, cl Mercado Común no
serfa sobe¡aoo. A pesar de que los soctores en los que e.ierce la autoridad
rllüma sean do Ia mayor importaucia, continúa siendo, por encima de todo,
una autoridad funcio[al más q¡E teritorial"',
I: "supranacionalidad", para recoger el concepto ordiuariameEte €mpl€a-
dti cn las discusiones actuales, está caracterizada, en las organizaciones eu-
ropeas, por tres critc¡ios: la ¡enuncia al principio de la unanimidad; la rela-
ción directa entre el poder legislativo o reglamentario del Mercado Com¡1n
y los ciudadanos o emptesas d€ los distiotos palses miembros; por último,
los acuerdos co¡cluidos por la Comisión o por la Alta Autoridad coD los
Estados cxtranjeros,
La renuncia al derccho de v€to, cs decir, a la accptación de la rcgla
mayoritaria simplo o calificada, en ciertas condicioDcs y balo ciertas rerr-
vas, Do marc& una ruptttra con los textos o cotr las prácticas interestatal€s.
Ea our¡rerosas organizaciones internacioDales, la UDióo Postal Intemacional,
l,a Organizacióu do la Aviación Civil, el Fondo Monetario Internacional,
cÉrtas dccisiones son tomadas por mayorla por una Asamblea compr¡osta
por los rcprcsentantcs dc los Estados, c.o la que ninguno de éstos disponc
del dcrccbo d. yeto y cn 1a que el voto do cada uno cs valorado de acuerdo
con criterios más o menos rigurosos. El campo de aplicación del voto ma-

Mo¡to¡, A. Kerun y Nicf,ol,ís de B. K¡rzsNr¡cE, ob¡a cit¿da, p- 139.


\:] Praxcología. Las ¡ntinomi¡s dc l¿ acción diplomátice estrategica

yoritario, el cootraste eEtre l¿ iDstalcia supraDacioEal y el Conseio de Mi


oistros tienen, por lo tatrto, mucho [¡eBos alcarce de lo que parecen sugerir
l¿s pasiones favo¡ables u bostiles a la "ioteg¡ación", es decir, a Ia alta auto
ridad o a la Comisióu, qus se suponen que actúaq como entidades supcrio
rcs y unidas, y no como expresióq de soberanías múltiples o iDtactas.
Es cierto que las instancias supranacionales tienen prerrogativas quo lot
Estados tro abandonaban tradicionalmente a otros órganos ni siquiera creador
por ellos. En cuanto al carbón y al accro, el derecho supremo de lcgislar
Irrtetrece a la Alta Autoridad (detrho de los límites trazados por el Tratado
y esta legislacióD y las medidas reglamentarias que resultao de eüa se apli
can directam€nto a los individuos y empr€sas de las seis naciones. Además
las negociaciones comerciales eotr€ los Seis serán realizadas, uDa vez qu(
csté establecida la tarifa coml¡a exteroa, por la misma comunidad. Ahor¿
bien, la poütica comercial y aduaaera coDstituye tradicionalmeote uDa part(
do la "sobe¡anía estatal". Es€apa, o escapará mañana, a cada uno de ¡or
S€is considerados individuaktreute.
¿Es posible bacer eotrar a las comunidades eu¡opcas en las antiguas cate
gorlas del d€recbo interno, hoy internacional? Siu duda; la ingeniosidad dr
los juristas conseguirá realiz¿rlo. Según l,as doctriDas o las preferencias, b
origioalidad de estas iostituciooes "supraoacionales" se verá reducida o am.
plificada, I-a soberaDía de los Estados micmbros parecerá preservada si s(
añrma que los Estados han delegado simplemetrte ciertas funciotres, admioie
trativas o técnicas, a organismos cuya autoridad se basa en uo tratado r¡t
tarietut, qr]ó a su vez procede de La voluotad de los Estados que lo har
ñrmado. La sobcrania de los Estados parecerá, cn cambio, amputada si se
insiste sobre el papel que jucga, o puede jugar, la Alta Autoridad o la Comi.
sión, tatrto para estableccr reglas comparablcs a las leyes, como para tom¡u
dfa a día, medidas de admiuistracióD comparables coa las que adoptan lor
mi¡istros nacioaales.
Detmos a u¡ lado las cont¡oversias sobre la conc€ptualización iurldica
y pfeguntémooos en qué medida existe y en qué rnedida oo existe "trans.
ferencia de sobe¡anía". Recojamos la distincióD entre los dos asp€ctos del
poder ejecutivo, distinguidos por Locke, la ejecución de las leyes intenias j
las relaciones con las otras colecüvidades, Lo quE la comunidad admioistra
ya, tanto por decisiooes tomadas por unanimidad como por decisioaes toma-
das por mayorÍa, es La eiecucióD de leyes relativas a determiDados obietos y,
cn el futuro, a las relacio¡es comerciales coa los no-miembros. Esta traog
fercocia es la exp¡e§óD do uDa voluntad común de los Estados miembroq
dg crear entre ellos una sociedad ransnacional, y en ciertos aspectos supra-
naciona! sin quo la esencia de las soberanfas regionales se ve¿ seriamente
afectada.
Llamemos soberanía a la autoridad suprema que lcgisla: ninguna de las
asambleas preyistas por los tr€s tratado§ (Carbón-Acero, Euratom, Mercado
)O(V- Más dli de la polítie dcl podcr (2) 88.1

Común) poseen un poder legislativo. Ninguoo de los ejecutivos tiene derecho


a elaborar leyes, salvo para interpretar las reglas establecidas en el tratado y
pa¡a alcaoz¿r los obictivos ñlados por éste. Er¡ cuanto a la función de los
ejecuüvos, van más all¿ de las delegaciones acordadas gpneralnente a las
iostancias admidstrativás de las orgaaiz-acion€s iotemacionales, pero no afec-
tan al poder federaüvo salvo en el caso de nesociacioDes comerciales cotr los
Estados extranjeros.
Llamemos soberano al homb¡e o a los ¡rocos hombres que dete[tau ¿fec-
tiyamenle el poder supreE¡o, y a aquellos qu€, seg¡n la práctica ordioaria o
:xcopcional, adoptatr las decisiones que comprometeo el destino de la colecti-
vidad (fabricación de la bomba atómica, recoDocimieDto de la independencia
argeilna). Aquí también la soberanla de cada uno de los Seis permanec€
intacta.
Por ütimo, consideremos como soberana aquella instancia que posee la
W enlorcing corycit!, es decir, la c¿pacidad do impoD€r el respeto a las
teyes y de sanciooar su üolació¡: ni los ejecutivos euro¡reos ni el Tribuual
le Justicia tienen medios de fuerza a su disposición. De ello oo se deduco
quo las decisiooes de las altas autoridades, o las setrtencias del Tribunal de
Iusticia, no sean eiecutadas, E! num€rosas circunstancias, indiüduos o gru-
pos obedecen a las leyes, porque convencidos de su ioterés comúE en l,egis-
[ar, han adquüdo la costumbre de obedecerlas sin que la ar¡enaza d€ san-
triótr sea seotida y sin que se¿ oecesaria.
No nos hteresa llevar más allá el anáüsis de las relaciones previstas por
los tratados o coof¡madas ¡ror la experiencia, etrtre 1a Alta Autoridad o Co
tnisióo y el Consejo de Ministros, sob¡e cl Dúmero y la imponancia de las
rlecision€s tomadas por mayoía y sobre la parte respectiva de los compro-
misos €ntre Estados y de la deferencia aDte el interés comunitario. Nos im-
portarfa solamente recordar que las transferencias, suponiendo que pueda
:mplearso €sta expr€sión, quedan reducidas a poca cosa (ciertas futrciooes
ejecutivas y fed€rativas de Daturalcza, sobre todo t&Dica y económica) y
qrc, si la soberanfa está deñnida como un ¡roder supremo de decidi¡ en caso
Cc crisis, ésta subsile eutera en los Estados oacionales.
Este andisis nos sirve pa¡a resolver un problema distioto, el de la i¡fuen-
:ia que eiercerá a la larga el Me¡cado Com¡fn sobre las ¡elacione,s entre los
Seis. Al ser progresivamente desmanteladas las soberanlas dc los Estados miem-
bros mediante las "transferencias", ¿qu€darla reconstituida simultáneamente
una soberanla su¡xrior, en aquella iostaucia €n donde han sido resogidos los
.Jemeutos de los poderes estatales transferidos? ¿Nacerá un Estado euro¡reo
a medida que vayan desapareciendo los Estados nacionales? ¿Recogerá uaa
oación cu¡opea la herencia d€ las naciones fraucesa, italiana, alemaoa? ¿Sur-
girá un Miniserio de Asuntos Exteriores europeo, en un nivel ar1tr no de-
termitrado, del proceso por e1 que se constituye el Mercado Comúo?
Yo no pieuso que sea posible dar una respuesta categórica sólo esto
-y
88{ Praxmlogíe. L¿s ¿ntinomi¿s dc l¡ ección diplomátice cstratégic:

Iros interesa-. I-a formación de un Mercado Común no desemboca ni po


n€cesidad jurldica ni por D€cesidad histórica, €u uaa auténtica fedcració¡
Irs juristas que desean separar el Derecho del Estado y qu¿ están coove¡
cidos de que el derecho puede ser a la yez positiyo y efectivo, sin proaede
por ello de un mandato del poder detentador de los medios d€ s¿nción, §r
inclioan a insistir en la origiualidad de las iostituciooes eu¡opcas. Por e
contrario, Ios iuristas para los que la soberanía es mo¡olítica o que, eo últi
ma instancia, oo es otra cosa sino un¿ voluntad, muestraD el e4uívoco de li
supraoacionalidad, que queda redrcida a uoa delegación de autoridad admi
Dist¡ativa si no conduce a una verdadera federación.
Yo ao opto por tringuna de estas teorlas implícitametrte uormatjyas, Fri
sosteogo que la seguoda está por el momeDto más próxima a la reaüdad qu
la primera. I-a Alta Autoridad de la Comunidad del Carbón y del Ac€ro
ha utilizado casi los llamados poderes supranacionales que ¡rosefa en e
pape[ oi ha adoptado decisiooes mayofitarias, no unánimes e imperativa
para los gobieroos u¿cionales. I-a Comisión de Bruselas posee, en el papel
u¡ núme¡o menor de estos llamados poderes supranacionales. Pe¡o oo resi
de eo ello el putrto esencial: supo{rgamos que el Mercado Comúo es ¡levad(
a cabo d€ acuerdo coD las modalidades p¡evistas por el Tratado dc Roma;
Alemania, Fraocia, Italia contiuuarían teoieDdo, cada una de ellas, una polí
tica extedor, un¿ historia poutica individual, una policía y uD eiército dife
¡entes. Afirmar que el Mercado Comúo lleva Decesafiarnente a u¡a federació¡
europea (o a uo Estado federal europeo) €s suponer taDto q¡¡e la cconoml¿
rigc en nuestra época y, por decirlo al, eogloba a la política, como que ü
caída de las barreras aduaneras hará cae¡ también por sí mismss 8 las ba.
rreras pollticas y militares. Estas dos suposiciones son falsas.
El Me¡cado Comrin, perfeccionado, !o impediría que Francia o Alcma
nia, llevaran a cabo actividades divergeotes y hasta opu€stas, en los palser
árabes o en Extremo Oriente. No pondrfao ni ejérciros ni policfa a las ór.
deues de los mismos hombres, Dejaríao a constituciooes do €stas distintar
Daciones cxpuestas a peligros que serfan, para cada una de cllas, distintos
Una victoria electoral del partido comunista en Italia comprometerla 8l régi.
men de este país, y no al de Francia o de Alemania, a meoos quc la Asam.
blea no se hubiera cotrvertido para lc S€is eo el eqüvalente al Coogreso ¡nra
los 50 Estados americaDos o, dicho d€ otra manera, salvo quo una fcdcració!
hubiese nacido.
Si noe imagioamos que los Seis están pofticamente unidos &sdc cl mo
ÍEtrto en que lo están €conómicamnte, e3 porque se habrá elimio¿do, por
decirlo ast al orden político, con la hipótesis implÍcitam€nte admitada" d(
la Atianza Aüántica y de la rivalidad crtre los dos bloques- Deutro dcl bloqur
adántico, Alemania, Francia, Italia se supone que achiau €n común, baio la
direccióu de los Estados Unidos, frente z la amenazz soviéüca. Se sihla
dcntro de cste marco, uazado por €l bloque, la integracióo ecooómica" roa.
\XIV. Más :llá de le política dcl podcr (2) 885

Iizada por el Mercado ComriD, y se hac€ surgir de ella, por un golpe de


varita mágica, a una Europa unida a la Federacióo europea. ED realidad, $
ha pasado por alto lo €seo€ial: el poder comuoitario, animado por uaa vo-
luntad también comutritaria, el Estado y la nación, l¡ colectividad humana"
coDsciente de su origioalidad y resucha a añrmarla frente a ot(as colactivi-
dades.
Yo no digo que la uoiñcacióo ecouómica, como la que el Mercado Comú¡
re¡liza, Do cootribuya a cr€ar tanto la "Dación europea" como el "Estado
euro¡reo". Esta unificacióE consoüda sin duda a la sociedad tranmacional
y crea embriones de "admidstracióD federal", asl como habit¡ia a los Esta-
dos a deiar que ciertas decisioues que afectan a sr¡s i¡tereses s€an adoptadas
a un nivel "de euro¡xo". Algunas de las prerrogativas clásicas de la sobera-
Día pueden escapar a los Estados nacionalcs, sin que siquiera éstos se deo
cr¡enta. Pero l¿ tesis, quo yo llamarla del "federalismo claodestino" o del
"federaüsmo sin dolor", Do par€ce ilusoria. El sistema de obligaciones que
ejercen las iostitucioDes €urolrrr, Do podrá absorber subrepticiameote ni la
autoridad do torDar aquellas decisiones por las que uoa colectividad humana
ss afirma ea la oposición, ni del poder de recurrir evcotualmente a lz últiña
.otio, rli lzmpoEo creará la voluntad común eotre franccses, alemaaes e ita-
üauos de ser aulóDomos en taoto que europeos y no ya en tanto que miem-
bros do naciones históricas. Autoridad legítima, poder de hecho, coocieocia
ds una nacionalidad sup€rior, todo ello puede surgir progresivameate de la
comunidad económica, pero a coodición de que los pueblos los quicran y
que los gobemantes actúctr en fuoción de esta voluntad o, de otra forma,
a condición de que los gobiemos ach¡en con vistas a la Federación y que
los pueblos coqsieotan en ello.
La esperaoza de que Ia F€deracióu europea suria inscrrsiblcrnente e irre-
sistiblemente del Me¡cado Común, se basa en la grau ilusión de nuestro
timpo: la ilusióo de que la inte¡dcpeodencia económica y téc[ica entre los
distioots secto¡es de la humanidad, ha desvalorizado definitivameBle el hecho
de las "soberanfas pollticas", la existcEcia de Estados distintos que qu¡ereD
ser autónomos. Sin duda, desde muchos puntos d€ üsta s€ría deseable que
la especie huma¡a hubiess tomado conciencia de su unidad, y de que abor-
dase ciertos problemas (cxplotac¡ón y conservación de los recursos Datura-
les, explosión demográfica) como si hubiesen sido plaoteados a una rl¡ica
colectividad. Pero siguo sie¡do falso (desgfaciadameotc, si se quicre) que
la prosperidad y la paz seaa indiüsibles (a pesar de qne lo coDtrario sea
airmado cada dfa por graudes y pequۖos personaies). I-a miseria dc las
masas iqdias no compromcte en uada el bieEstar dc Europa, dcl eurof,eo
o dcl amcricaDo ¡r¡edio. El bien$tar dc uoo no es la causa de la miseria
del otro. ProüsioDalmeDte, duranto alguuos dec.cnios, el plancta ofrece un
número suficiente de recursos para que todos los hombres, a coDdición de que
estén i$truidos y sean cap¿c€s dc orgaBizrf la producción, puedan a.lcanzar
886 Praxeologíe. L¡s ¡nrinomia¡ dc l¡ ¡cción diplomática estratégica

un nivel de vida honorable. Pero el contraste entre €l hambre de la mit¿d


de la humanidad y los excedentes agícolas del muDdo occidental bastaría
pa¡a probar, por si hubiera necesidad de ello, que a escala plaoetaria Eo
oxhte un equivalente de las comur¡idades nacionales-
Puede ser que a la larga las disparidades de riqueza seao peligrosas para
los Bismos privilegiados, mediaute la difusión del comunismo o aun por loe
r€§eDtiDientos qr¡e despiene, eBtre los desher€dados de la fortuna, la inevi-
tabl,e comparacióD entre el nivel de vida de los occidentales y de los demris.
Es bueoa cosa que este argufr¡€oto sea utilizado con el fin de que el egoísmo
ilust¡ado venga co ayuda de la pura generosidad. Pero, a corto plazo, Oc.i
detrtc está más ameoazado ¡ror las armas del bloque soviético (que penenece
también él a la mi¡oría rica) que por l,a amargu¡a de las muchedumbres ham-
brientas.
En fi¡, hace falta uoa extraña c€guera pa¡a pret€nder qu€ "soberalía"
o "iadependcncia" tro sigDitcan ya nada. AUD eD el iqterior del bloque so-
üético, la persisteDcia de un Estado polaco signiñca musho, eo ideas y en
hechos, en lo iDrtr€diato y, a la¡ga, para el pueblo polaco. Entre la situaciótr
de los e¡ Estados bálticos y la de los Estados satéütes, Polonia, Rumaqia,
Checodovaquia, Ia düereucia es por [o nr€nos sustaocial: la "rusificación"
(por el sislema d€ educación o por 106 movimieDtos de la población) es po-
siblo en un caso y no en eI otro; las distancias, en relación al modelo orto-
doxo, que permiúp la "soberanía" polaca, no guardao proporciótr alguna co
las quo subsisteo con las distintas repúblicas socialistas de la Unión Sovié-
tica- En octubre de 1956, Polonia ha demost¡ado quo te¡ía todavía, a l,a
sombra d€l gigante, uEa historia política propia, mientras que ni Ucrania
ni la Rusia bla¡ca ni los Estados bálticos tien€n ya oinguoa.
La ampliacióo de las funciones d€l Estado, la regla de Derecho intema-
cioaal que probibe la interfersncia directa en los asuntos intemos d€ los Es-
tados iqdepeodieot€s, la nacionalización de la cultura, estos tres hechos ca-
racterísticos d€ nuestro siglo, conservan la independencia naciooal, y, a ¡resar
do Ia interdependencia técDico-económica, y, a pesar también de los bloques
supranacioaales y de las id€ologías tra¡stracionales, un signi-frcado que se puede
deplorar pero no descoaoce¡. ¿Es lecesario deplorarlo?

3- N@iones y lederrción

Hemoe omitido basta el momento urto de los sigoiEcados de la ideologia


dg la soberanía: los Estados s.rían comparables a personas. Ahora bieo, esta
¡xrsoniñcación det Estado, aDimado do uoa voluotad propia, ditinta de la
de los i¡dividuos, sería falsa y responsable a la vez de las coDtradicciones teó-
ricas y de las desgracias históricas.
"I: verdad es que los Estados no son DersgBa§, por muy cómodo que
XXIV. Más allá de la política del poder (2) 887

ses a yeces per§onificarlos. No soo más quo institucione§, es decir, orgaEiza-


cioDes que los hombres establec€n entre ellos para alcanzu determinados
obietivos, do los cuales ol fundameotal es el de un sistema de orden, deotro
del cual puedeo deseovolverse las actividades de la vida común. No tieDen
voluotad, a no ser la de los individuos humanos que dirigen sus as¡¡ntos, y
oo existen en un vacío político, sioo en medio de relacioDes políticas conti-
nuas y recíprocasr". Este nominalismo radical, también él implícitamente
uormativo, me pare.e ñIosóficamelte poco satisfactorio. Pero, aunque fuera
admitido, no por ello modificaría [a "modificación esencial" del Derecho ioter-
oacional. En lenguale corriente diríamos que los Estados no hau requnciado
ni a interpretar librem€ote sus obligaciones ni a hacerse justicia a sí mis-
mos. Utilizando un leuguaje nominalista de instituciones, diríamos que aque-
llos hombres que pretenden hablar en Bombre de una institucióD, ordi¡aria-
mente llamada Estado, invocan el "hooor naciooal" o el "interes vital" para
tro sonEterse a la autoridad de otros hombres, que, a su yez, pretenden ha-
blar €n nombro de uoa organización intemacional. Ahora bien, los primeros
rlete¡minan la cooducta de otros hombres, normalmente vestidos do unifprme
y capaces de manelar armas. Por ello en caso de couflicto eBtre dos grupos
de hombres, uno y otro invocaDdo uo Estado persouificado erróneamento, no
hay solución jurídica- Los doct¡inarios del Derecho natural, que han iDtro-
ducido la uoción del Estado-persona, estaban próximos a la realidad histó-
¡ica de una maoera diferente de la que lo estaban los doctrina¡ios positivistas,
que han de6-oido la esencia del De¡echo mediaote la legalidad de la sanción
y afirmado, sin embargo, que existía el De¡echo interqaciooal sticto sensu.
Pero arin hay más. No me parece de aing¡iq modo il€gítimo definir a las
naciones como "persooalidades colectivag'. En cada hombre, la personalidad
es la síntesis de un dato biotógico y do una voluntad consciento; es creada
por la duración, por esa futura unidad que la herencia ha uansmitido y la
reflexión creado. Participa a la vez de la netural€za ' y de la razóo. Por
analogía se puede hablar de "¡rersouas colectivas": las naciones.
"La naciéa ---+sc¡ibe el reyerendo padre Fessard "- es.el pueblo que,
consciente de una ciert¿ comunidad do origen, de cultura, y sobre todo de
interés, tiende a objetiüzar su unidad, la de uoa indMdualidad personal a
los ojos de sus miembros, a represeotarla ante sí y atrte los otros, con el fin
de poder orienta¡se en total independencia, hacia su destitro." Esta defini-
ción no se apüca a todas las "uuidades políticas" entre las cuales la huma-
aidad se ha eocotrtrado dividida, a lo largo de los siglos. Pero la nación
modema, en Europa, esüí hecha precisamente de la coincidencia de una co-
muoidad de cultura ' y de una voluotad de autooomía. Las distiDtas uDidades

'2 J. L B¡r¡n¿r: fhe hw ol tatiotLr, S.L ed" Oxford, 1955, pp. 55-56.
Natüraleza, esta ve¿ €n el sentido na!ü¡alista, biológico del término.
3 Pa-Nostra, Etamcn de coaciencílt inte¡¡acion!1l- Parí+ 1936, p. 422.
¡ EsIa "comunidad de cultura" no es nutrca completamente una y homogÉnea. In-
888 Praxeologñ. L¿s e¡ti¡omi¿s dc l¡ ¿cción diplomáticr cstretégica

polftftrs de loc tiempos actual€s cstabatr muy leios de ¡ealizar todas cllas
osta uoión, y desde ahora se bace ya visibb un tipo difereole, cooforrne con
las ideas del sigto: cl Estado federal eo el que las comunidades de cultu¡a
son múltiples y respetadi¡r3, Irero qt¡€ cons€rvan utra voluntad de autonomía
frenie a otr¿s uoidades pouticas.
La personalidad colectiva d€ uoa nacióE, al igual que la personalidad
iudividual, nace y mlrcre con el tiempo, está sometida a mrilüplee circuns-
tancias de ord€u material, físico o biológico, pero solo se añrma mediante
la conciencia, capaz de peosamieoto y elección. Como quiera que participan
a la vez de la Daturaleza y de la razón, estas p€rsoDalidades ¡acionales ex-
prcsau la riqucza de las virtualidad€s hum¡nas, I-a diversidad do culturas no
cs una maldición que baya que exorciza¿ siuo una berencia qr¡€ hay q¡¡c
salvar.
I-a iodividualidad naciotral no es yisible como lo soo los individuos hu-
manos, pero no por ello deia de ser coguorible mcdia¡te la observacióo y
cI análisis. No achia sino por el iot€rmedio dc persottas, pero estas riltimas,
taoto por €llas mismas como por los donrás, actúau cn taDto que int¿r-
prpt€s o gufas de la colectiüdad. Es uoa fórmula aceptable la de que el
Estado sea una institucióo, establecida por los bombres, en la medida co que
cl coDc€pto d! institución cootiEúa sicDdo €qufvoco. Lo quc no es cierto cs
quc el objeto d€ esa iDstinrció! sea exclusivamente el asegurar el ejercicio
regular y traoquilo de las actividadcs.de todos y de cada uno. Ni es cierto
ni deseable que los seres colectivos no tengan uoa ñnalidad propia.
Sin duda, en ¡iltima instancia es !a üda de las personas la que consti-
tuyo la ñnalidad de las ciudades. Pero esta yida no €s solitaria, no se realiza
fuera de las "comunidades oacionales", cada una de las cuales tiende a pro-
mover los valores singulares. Borrar las distinciones entre estas comunidades
scrfa empobrecer a la humaoidad, suponiendo que dicbo obietivo fuese acce-
sible- El icleal dc una humanidad consciente de su solidaridad, uo está c¡ coa-
tradiccióD cou la realidad de una humaoidad dividida en oacioncs, conscientc
de sus particularidades y del valor de éstas.
Es más, este hócho coDstituye tambiéo un ideal. Para todo hombra, con-
tribuir a La realización de los "valores nacionales" es un deber y no utra
scrvidumbrc. Este deber no suprime los debercs respecto a la humanidad
ent€ra. Cada nación da un cootenido propio al ideal, p€ro tro niega (o no
debería negar) las normas, unive¡sales y formales, que son impuestas a cada
bombre e¡ cuatrto tal. Pero ¿cómo podría estar obligado eI individuo res-
pecto a la humanidad entera, sin esta¡lo respecto a la nación que le hae
ser lo que es?
Podrá obietarse que, ¿por qué Ia Dación y no cualquier otro grupo? La

clu:o c¡ F¡¡¡cia, bre¡o¡e$ slsacia¡oq v¡¡cog p¡ovc¡z¡les, hablo e mcrüo u primcr


idü¡ro¡ di¡¡i¡to ¡ l¡ le¡gua fraacea.
XXIV. Mis dlá de le polítio dcl podct (2) 889

respucsla mc parec€ surgi¡ del análisis de los grupos a los quc perteucce,
por necasidad, cada uno de nosotros. La raíz de la familia es biológica,
pero la unidad de la famitia que se reúne para constituir uu pueblo rro e9
oi estrictarD€EtE racial ni estrict¿rr¡ente territorial; es la unidad de una cul-
tura, de uu conjulto singular de creencias y de conductas. Con el paso de las
sociedades arcaicas a las sociedades históricas sé ha de.sar¡ollado la dialéc-
tica de las comunidades de cultura y de las sociedades políticas, dialéctica
que cootinúa en nuegra época. La violencia ha becho sufgir y caer imperios.
Grupos a¡mados se han apoderado del poder y han mantenido en se¡vidum-
bre a poblaciotres o a clases. Pero, formadas a lo largo de los siglos por l,¡
fuerza y por la saogre vertida, ciertas naciones modernas han vuelto a en-
coDt¡ar el secreto do la unión (nunca pe¡fecu) eatr. la cultura y la política,
e¡tre la historia y la razón. La nació¡ tiene su idioma y su derecho, qtn
ha ¡ecibido a t¡avés de los siglos transcurridos y que expresa en uDa voca-
ción singular, Los ciudadanos quieren vivir juntos, darse a sí mismos sus
propias leyes, pa¡a aportar a la obra huma¡a una coDtribución, que sin ellos
no t€ndría existeDcia. En este seaüdo, la oación, como escribe el r€veroDdo
padre Fessard, tiene una voc¿cióD, mientras que Ia clase no l¿ tiene.
Cualquiera que s€a la deñ¡ición precisa que demos de la clase, los obre-
ros asalariados que trabajan coD sus manos, estáa caracterizados ¡ror encima
de todo, poI una situacióa sem€iaote en cuaoto a empleo y remuneración.
So encuentran en contacto co8 la mater¡a, no ganan su vida dentro oi gfa-
cias a las relaciones humanas, y tienen. ingresos que, dentro de uua misma
nacióo, no son demasiado diferentes, asf como manifestan una cierta se¡ns.
ianza de opiniones o de actitudes (o las distiDtas actitudes se repart€n sc8¡l¡
porc€ntajes determinados), a veces, tienen coociencia de su condición simila¡
y, partieado de esta forma de conciencia, se organizan (o muchos de el¡os
lo hacen) con vistas a def€nder lo que consideran su interés común. Si cste
itrtcrés común es de ordeo ecoaómico, si su organización es sindical o si,
polltica, accpta la unidad nacional, la clase se subo¡dioa por sí misma a la
oación y uo s€ atribuye una vocación si¡o co el scntido eo quc esta última
tenga uDa r. Po{ el coDtrario, la i<ieologla que uiega la razón para afirmar
la clase, se pierde en contradicciones inextricables. ¿Desaparece la nación
o la clase, cuando ésta o el partido que pcrtenece a ella se apodera del poder?
Si desapar€c& la clase, es que no tenla uoa yoc¿ción permancnte más allá
de la modifcación del régimen oconómico. Si es la nación la que d€sapa-
rece, ¿qué ocur¡e coo la comunidad de cultura y de dótrde se deriva la auto-
ridad legítima?
En realidad, e! aquella parte del mutrdo en que la doctrina que proclama
la primacla d€ la claso sob¡o la uación ha salido triuofante, en teorla, sub-

' Cfr. G. Frss¡¡¡: Sob¡c la acrruli¿a¿ hkaí¡ia. Pa¡ís, 196O. Yé¿se po¡ ejc¡¡plo,
cl u IL p. 228.
890 Praxeología. Lrs ¿ntinomi¡s dc l¡ :cción diplomática estretégica

sisten las naciotres cqr su p¡opia vocación de cultura, a pesar de quc estér
privadas de una parte de su autoEomla por la supremacla del pafido bol
cheviquo ruso y del Estado que ha edificado. Las clases, caractcrizadas por
las ssmeiatrz¿s de sus circuostancias, subsisten, a pesar de que estén ya
coosideradas corio no a¡rtagooistas y de que Do tengan el derecho a organi-
zarso eo gupos de presión. En otras palabras, el privilegio po1ítico atribuido
a Las clascs cuyo origEn ¡€side eD el trabaio, por Io tanto en felación a Ia
materia, desaparece con la revoluciór son vistas a la cual so consiguió la
doctrina. Es uria noción auténticamente ideológica eD €l seotido cn que pre-
scnta como verdad eterna una inve¡sión de la ierarqufa de valores, una in-
verción do l,as ¡elaciones eseDciales que no se expücan sino mediante y para
una acción histó¡ica.
Si la ¡ación €s ideal aI mismo tiempo que realidad, si utra bumanidad
privada de las hetereogeoeidades nacionales estala cmpobrccida, los nacio-
nalismos de poder y orgullo de naciones, uegativa a sor¡¡eterse a
una ley o-voluntad
a un tribuoal- uo están por ello justiñcados. En efecto, ahf se
eocueDtra la r¡ltima aDtinomia del destino poütico del hombre. No es más
satisfactorio para la conciencia negar que santificar a las naciones, negarles
el derecho a determiuar por sf mismas su destino, que acordarles el derecho a
hac€¡se iusticia a sí mismas. I-a atrtinomia Eo ha sido resuelta por los juristas
que razonan como si el Eslado no fi¡ese más que utra institución eohe otras,
como si la sociedad humana tuviera la misma sohcrencia que las sociedad€s
nacionales, como si el sistema de normas del d€rocho de gent€s tuvi€ra el
mismo carácter que los sistemas de de¡ccho iotemo, como si la prohibición
do recurrir a la guerra o a la amenaza tuüe¡a, para los Estados, Ia misma
posiüvidad y la misma eficacia que la interdicción de mata¡ o de robar para
üos i¡diüduos. Esta antinomia es real, y ha existido, bajo una u otra forma,
desde la aurora de los tiempos históricos. No es necesaria¡oente etema, pero
todavla no ha sido resuelta, suponiendo que pueda serlo.
[á solución teórica es la de la federacióa, versión civilizada o volun-
taria del imperio. La comunidad de cr¡ltura es prescrvada y sólo renuncia a
aquelloc poderes de los que la unidad superior tiene necesidad para asegurar
la defcnsa y el bieDestar de todos. El ejemplo clásico es el de Suiza- Es la
Confedcración Helvética la quo es "soberana", la que tietre una voluntad de
independencia, la qu€ pose€ un eiército y la que constituya el equivaleDtc a
uDa persona dentro del escenario itrt€rnacional: la übertad iuterior para los
indiüduos y para los grupos dc poder vivir segtt.o su ideal y de adorar sus
dioses, tro está por ello rnenos rigurosamente garantizada. ¿Por qué no po-
drla c¡ear la humanidad enlrra una Confederacióo planetaria a imagen de
la C-oafederación Helyética, e¡cargada de la misión dc resolver los proble-
rnas quc no podrían scrlo sino a un nivel hferior ----conservación de recur-
sos naturales, condiciones de los intercambios, disminución o limitación de
la violeocia o¡Sanizada?
XXIV. Más allá de la políticr dcl poder (2) 891

Dos üpos de cuestiones so plantean a proÉsito de la utopía de la C-on-


federación o Fede¡aciótr planetaria. UDos son de carácter histórico'socio¡ó-
gico: ¿cuáles soa, en ablracto, las condicioqes? /lParec€n éstas probables
o improbables a mitad del siglo :o<? Las otras son auténticame[tc filosófi-
cas: ¿es la utopla contraria o no a la naturaleza de los bombres? ¿A l¿
aaturaleza de las sociedades humanas? ¿A la esencia de la polltica? ¿Puede
coucebirse uoa sociedad humana sin enemigos?
Para las interrogantes d€l primer tipo, la re'spuesta es la que 5e despren'
de de los a¡fisis dd capftulo precedente. El camino de la Federacióa plane-
taria es el mismo del de lz paz por el derecho. El paso decisivo €§taría cons-
tituido por el abandono del derecho al hacerse iusticia a sl mismo, es decir,
de lo que ha sido y de lo que todavla es la esencia de la "soberaEfa externa".
Pero, a su vez, este abandoao, que no.ha §do impuesto ni realizado por ol
Pacto d€ la Sociedad de Naciones, ni por la Carta de las Naciones Unidas,
será en vano reclamado pol los hombres d€ bueDa voluntad en taoto que
oo se desa¡rolleo, entro los miembros de la sociedad planetaria, relaciooes
comparables a las quo uDeD enlre ellos a los mi€mbros o gru-
po§- de cada sociedad oacional: conciencia de comunidad, -individuos
cooseoümiento
r üt régimen jurldico y político, rnonopolio de la fuerza armada, Repitá-
moslo uoa vez más: ninguna de estas tres coadicioaes ha sido realizada cn
el momento actual y uiogutra prom€te serlo en uD futuro próximo.
Sio duda, el ñlósofo quc qui€re bacerse Ia ilusión de la existencia de utra
histo{ia raciooal, puede invcar algutros hechos. Tras los delirios &l racis-
mo hiderista, ¡a moda intel€ctual se ha pasado al otro extremo y ahora r
trata de ver quién proclama coD mayor estruendo la igualdad de los indiyi-
duos, de las ¡azas, de las naciones y de los Estados el punto de
oÑidar a veccs que la desigualdad de dones individuales-hasta constituyE el h€cho
nrcnos discutible. En las Naciones Unida§, Ios repres€ntaotes de los Esta-
dos, una centena, invocan ea toda ocasión los deber€s que la Carta imltoDe
a los gobisrnos y a veces a la autoridad de la organizacióD iDterDacional en
tanto qr¡e tal. Por ¡iltimo, la obligacióo de la asistencia a los pueblos llamados
pr¡eblos suMesarrollados, el recoDocimiento de que pertenece al iute¡és co-
mútr de la humauidad reducir las diferencias del desaivel etrtre las colectivi-
dades ricas y las col€ctividades pobres, puedeo ser interpretadas, por aque-
llos quo buscan motivos de optimismo, como los primeros gérmencs de uDa
"concieocia humaDa", dc u¡a toma de concieucia por los seres humanos
como unidad.
DesgEciadamoDt€, estos argumentos son débiles en comparación coo los
argümeotos do sentido contrario; los indicios de uBa coocieDcia humana son
casi invisibles al lado de las pn¡€bas, r€novadas cada día, de coociescia tri-
y¿l o de fanatismo ideológico. La desvalorización de las u¡idades naciona-
les en las qrc algunos observadores hacen hincapié, no significa un debiü-
tamieoto de la coocieocia t¡ival en be¡eficio de la conciencia humana, sino
892 Prrxeología. L¿s ¡ntinomi¡s de l¿ ¿cción diplomática cstrarégica

el debilitamiento de una especie de conciencia trival en beoeñcio de otla d€


otro tipo. La "nación", en la Unión Soviética o eri los Estados Unidosr, cs
más heterogénea que en los viejos pafses de Europa. Las nacioaes europeas
oo tieneo l¡a los recursos nec€sarios para repres€Btar el prirner papel. Dividi-
das entre las zonas imperiales rusa y americana, sc eru¡cntran moralmento
debilitadas y los ciudadanos oscilan entrc el "patriotismo de bloque" y el
"IEtriotismo tradicional", incapaces de apoyar por entero a uno u otro. El
"nacioaalismo" ftatrcés se eocuetrha más desgarrado que debiütado, por el
hecho de que ciertos franc€ses desee¡ la victoria del bloque soviético y de
que aquellos cuya adhesión cstá con el bloquo atlántico, guarden la nostal-
gia de la indepeodencia de Francia. E[ númcro de fra¡ceses que aspirao apa-
sionadarDente a una socicdad interDaciooal, eo la que las disputas de Sr¡ez
y de Bizerta se vierao sometidas a ¡¡n tribunal, es irrisorio.
Es cierto que ni utro oi otro dc los G¡aades confiesa, a la manera del
III Reich, La ambición d€ conquistar ticrras o de subyugar hombres: nosotros
sabemos porque: ¿concibo la Uniótr Soviérica a la Humanidad coDvertida
al co¡nuoismo como uoificada baio uo Estado único? '. Puede que sí, auDque
este obietivo lejalo o, más bÉn, esta visión, tierie una escasa influencia sobre
la coDd¡rcta actual. El obietivo de la Unión Soviética es c[ de eliminar al
eDsmigo, es decir, a los Estados Unidos. Esto6 §on el símbolo a los ojos d€
los hombres del K¡emli¡, del uniwrso capitalista, que represcnta el mal y
que debe d€saparecer de acuerdo co¡ el termioismo de la historia y paIa el
bien de la Humanidad, pero son tambiér¡ o[ úlico centro de fuerza capaz de
opouerso a la fuerza soviética. La ¡ivatidad enlre los dos Grandes, hecha de
enemistad ideológica, al mismo tiempo quc do una hosrilidad estatat, ni
prepara ui anuncia una r€conciliación humana. Los progresos de la organi-
zacién racional, en e[ trabalo y en la administración, no han conseguido quc
los individuos y ¡as col€ctividades sean razonables,
Más de una vez, los intele.tuales de inspiración humanitaria, y hasta pa-
clñca, expresan una especic dc odio hacia aquellos que no compaten sus
pasiones. Decrctan que el c¿pitalismo es malo en sí, y el socialismo bueno;
predicau la lrrcba dc clases, y oo se daD cueqta que en truestra época, cuaudo
cada ideología está incrementada cB u! bloqug, contribuyen a la guerra.
¿No haco usted lo mismo al denunciar al botchevismo? Por uoa parte, es
cierto: todos participamos en la guerra frfa, no podemos sustraemos a ella
sino retrunciando nosolfos mismos a trueslros valo¡es. Pero subsiste uoa asi-
metrla futrdamental. Satemos que todos los regíme¡¡es son imperfectos y,
aunque coosideremos al régimen soviético más imperfecto quc el nr¡€sho,
oo uos bemos jurado su muerte ni b cxigimos que reauncie a la mentira

' Po¡ cl co¡t¡a¡io, l¡ co¡cicnci¡ ¡ecio¡¡l e¡ los Est¡do¡ U¡idoq y quiú cl !a Unióa
Soriétic¡, cs iueeprrable dcl regimm político, EiGDt ¡s quc ningúo Iraacá desce quc
F¡a¡ci¡ sea imcp!¡¡blc dc ningría régimcn políüco.
t E. R. Gooour¡: lh¿ Swict ¿cis¡ lo¡ a yo¡U StaE- New Yo¡lq 1Sl.
XXIV. Más dlá de la política del podcr (2) 891

y que se coDficso ser uDo más entre otros. Qu€ los soviéticos se acepten como
lo que son, y quiá pr¡€da establccerse una competencia auténticarDento pacÍ-
fica. Por el cootrario, la doctrina marxistaleninista, tal y como es €nseñada
c! la Unión Soviética y predicada a trayés del muudo, es esencialmeote
béüca y excluye el cons€Dtimiento de una ley comrin, principio de toda orga-
oización muodial
Si hoy día es imposible uDa orgaDización mundia! ¿es imposible eu sf.
porquo es cootradictoria coo la Daturaleza del bombre, o del hombre social?
Bergsoo lo ha su8erido y Karl Schmitt ba querido d€mostrarlo al establ€r.r
la alteruativa ent¡e amigo y eoemigo como constitutiva de la política. Uno
y otro tienen razóo, a mi parecer, al subrayar la difercncia €seocial eotre l,a
arnpliación de las unidades políticas y la unilicación de la Humanidad. El
a¡gumento banal ----cl d€ la cxtrapolación- equivale a desconocer esa dife-
reDcia. La Federación de la Europa Occidental, d€s€able o no, contribuirá
a, l^ paz o a l¿ tensión ioternacional, pero, d€ todas formas, no modifica
por ello el orden itrtertracional. Por el coutrario, me pare.e imposib¡e deducir
el carácter contradictorio, y, cons€clEntcmcute, la imposibilidad de una or-
ganización mundial, a partir de la alteroativa amigo-enemigo, pl¿nteada
como constitutiva de la poütica.
O bicn, en cfecto, establec€mos eo ls imaginació[ una plur&lidad dc "uDi-
dades soberanas", eo cuyo caso la altemativa amigo-enemlgo, no es más
quo una expresióo de la rivalidad de poder, de las sospechas rccíprocas y de
las voluDtades de autooomla. Cada uno, temeroso de todos los demás, se
sieDte ametrazado por r¡no o pof otro, I-a cotrstitución de ffentcs comunes
u opuestos es €l resultado de ello. Pero, en esta hipótesis, la alternaüya
amigo-enemigo, es utr resultado del "estado de naturaleza" entre las unida-
des, y demuestra por eüo su ¡»rmanencia ineyitable.
O bi€n nos situamos con el pensamieDto denuo de una colectividad cuyos
miembros han ac€ptado, eu principio, someterse a leyes, En esta hipótesis,
subsisten rivalidades eut¡e i¡dividuos o grupos. P€ro estas rivalidades que,
s€gún la norma del régimen ac€ptado, no se resuelveo por la fuerza, oo crean
hostilidades a ultrauza. O, eD todo caso, estas hostilidades !o hac€o im-
posiblo una orgaoizacióo mundial, puesto que no han sido incompatibles con
las organizaciones uacionales.
Queda uEa ¡iltima ilterpráacióo, la menos frágil; la hostilidad sería
n¡tu¡al eDtre los hombr€s y no se doblegarfa a uDa r€g¡am€ltación sino en
e¡ interior de una unidad polltica que se coqstituirla al oponerse y que esta-
ría definida, a su vez, por hostiüdades. Dicho de otra manera, !a dialéctica
histórica no suprimiría nunca el recu¡so a la fuerza, p€ro lo transferiría a
un nivel superior. Si supooemos uoa organización muodial que, por definición,
no t€odrla ya enemigo exterior, ésta so disgregarla de nuevo por el juego dc
cooflictos intemos.
Esta dial&t'ca es la qu€, hemos obs€rvado a través de los libros do
a94 Praxeología. L¡s antinomias de la ¡cción diplomática esrratégica

historia. Los ¡roderes nuevos no han coDseguido vencer las rivalidades entrs
los antiguos poderes sino al corstituirse, o al descubrirse, como enemigos.
Ha sido contra la amenaza de la Unión Soviética que el bloqu€ adántico ha
concebido una voluntad comútr. Ha sido para encubri¡ una parcial indepen-
dencia en relaciótr a los Grandes por lo quo los Estados europeos itrtentan
unirse, Si el coDflicto entre los gigantes desapareciese por un golpe de va-
rita mágica, ¿qué quedaría de Ia "integración europ€a" o del "bloque atlán-
tico"?
Estos mismos ejemplos afirman y niegan a la vez la objeción. Algunos
poderes, es cierto, no existen sino por y para una cierta hostilidad. Las
"¡rrsooas ¡rolítica§', Ias Daciones organizadas en Estados, tienen a vece§
trecesidad do un poder federativo (en el sentido que Locke daba a este último
término) para perseverar en su ser. La autonomía de estas Irrsonas no está
definida sino por la resistencia a las fuerz¿s exteroas. En una humanidad, ea
hipótesis planificada, quizá numerosas unidades políticas tuvi€sen tendencia
a disolverse. Las comunidades de cultura más cerca de los individuos recu-
perarfan su antonomla y las funciones necesarias para la rguridad y para
el bienestar seríau eiercidas a un nivel su¡»rior al del Estado nacional.
Todo el problema es el do saber si esta disasociacióu de las unidades
político-culturales en beneficio de comuridades de cultura meno6 amplias
y do una organización económica-militar universal, significaría la reincor-
poración de la dialectica de las hostilidades y do las alianzas. En teoría, eu
tanto que los gfupos humanos tengan lenguas y cre€ncias difereotes, tendrán
innume¡ables ocasioDes para criticarse y, para desconocerse recíprocamente.
¿Es convelriente designar como hostilidades a estas incomprension€s mutuas?
¿Estarían lo8 grupos humanos más dispuestos a tolerarse mutuamente desdo
el moÍi€nto en que, ni el bienestar ni la seguridad se encontrasen ya en peli-
gro? Si suponemos un monopolio, aceptado por todos, de la fuerza decisiva,
si suponemos las condicioues de explotación de los recursos planetarios fiia-
das do comrln acuerdo ¡ror la comunidad ente¡a, ¿coexistiríari pacíficamente
las dististas culturas?
Me temo que la cuestióD parecerá ociosa, hasta tal punto están aleiadas
las hiñtesis del mundo real en que üvimos. I-as acepto gustosamente. Estas
hilútésis serán caüficadas por unos como absurdas y pof otros como utó-
picas. Pero esto qscepticismo no está por euo enterametrte justificado. La
historia en Ia que Dosotros entramos y que durará en tanto que una catás-
lrofe natural o militar no haya suprimido las adquisiciones de Ia ciencia
y de la técnica y llevado a la Humanidad al estado agrícola y artesanal,
*rá uníversal. No estará disasociad¿ en "historias de ciülizacione§', para
recoger el concepto de Spengler y de Toynbee. Eucubrini al con¡unto do
la especio humana.
Para quo esta historia sea menos violeDta quo la do las nacione,s y Ia de
los im¡rrios, deberán realiza¡r tres condiciones: que las annas termonuclea-
XXIV. Más allá de h política del poder (2) 895

res (o armqs eqhivalentes) no sean empleadLs i que la rcpdrt¡ción. equitúivo


¡ie los recu¡sos sea garantizada, que ldt ¡a«tt, los pueblos, las naciones, los
creencict§ se aceplen y se rcspeten- Como quiera que ninguna de estas tre§
condiciones ha sido Dunca realizada, flo €s equivocado decir que el orden
politico es iuseparable de las hostilidades. Si eliminamos cotr el peosamieDto
las dos primeras, ¿subsistiráu las amistades y las enemistades como expte-
siótr de la agresividad que mauifiesta cualquier indiyiduo humano resp€cto
a ofro que el otro me impide disfruta¡ en paz de la certidumbre de
e¡carnar -puesto
la verdad absoluta o los valore§ §upremos?
Esta no es una simple cuestión retódca, pero no exige una r€spuesta ca-
t€górica. Uaa respuesta positiya constituiría un¿ apuesta sobre la conyersión
do la especie humana. Una respuesta negativa no d€jaría otra esperanza de
paz que el triuDlo de r¡na raza, de un pueblo, do una iglesia, que nos forzaría
a sac ficar tanto la paz como la dqueza do la dive¡sidad. Hace falta que
la cuestión siga siendo planteada, para que los hombres de buena yoluntad
oo se imaginen que basta coú po[er las a¡mas termooucleares a disposición
de algún comité de la O.N.U o con confiar a una comisión de expertos la
labor de una planificación planetaria para que desaparezcan a uDa vez las
sociedades poüticas y las eoemistades ideológicas. Por debajo de un Estado
planetario, los grupos no vivirían en paz si, como las conciencias seBin Hegel,
cada uno quiere la mr¡erte del otro.
Yo había terminado hace unos años uo libro coo una flamada al escel>
ticismo, que los críticos han coneot¿do más q¡Je leído. El fanatismo cont¡a
el que me manifiestaba es el de los ideólogos en posesión de una receta
infatiblo para la prosperidad y la iusticia y que estén dispuestos a cualquier
violencia con tal de alcaozar ese objetivo ¡adiantc. El dudar de estos mode-
los abstractos no tieue Dada que ver cou el escepticismo vulgar. Es, por e.l
contrario, confiar en la razón que confirma la imperfección de todos los
órdenes sociales y que confiesa la imposibilidad de coaocer el futuro, con-
deoando la vaEa pretensiótr de trazar el esquema de una soci€dad ideal. Es
ouestro propio saber el que nos revela los límites de nuestro poder y nos
¡ecomienda meiorar ¡roco a poco 10 que realmente es, en lugar de volver a
partir & cero después de haber tirado por tierra la obra de siglos.
Esto e,scepticismo ideológico difiere, desde muchos puDtos de vista, de
la toleraDcia que se estableció poco a poco tras las orgfas de yioleDcia que
desencadeDaron las Guerras de Religión. Católicos y Protestatrtes no dejao
do creer, cada uoo de ellos, eD la yerdad de su interpretación del mensaje
cristiano ni en la autoridad de su lglesia, pero ha¡ renunciado a las cru-
zadas y a las conversiones por Ia fuerza. Han admitido fioalmeate, que
únicamento son me¡itorias y auténticas las conversiooes voluntarias. Ideal-
mente, esta renuncia a la violencia es testimo[io no de utra fe agotada, sino
de una fe depurada. En realidad, los hombres, tal y como son, tole¡an la fe
de los demás más a meoudo por iDdiferencia que ¡ror r€sp€to a ta libertad.
8% Praxeología. L¿s ¡ntinomi¿s dc l¡ ¡cción diplomática cstnrcgice

El crcpticismo ideológico es en parto s€mejante a[ erepticismo religioso:


la salvación temporal d€pende menos de la Iglesia liberal o dirigeísta que
dc los elementos comu[es a todos los dogmas y a todas las prácticas Pero
cl esc€pticismo idcológico llega hasta la duda sobre la posibilidad misma dc
un ordeq ejemplar, mientras que los v€rdaderos cristiatros no han dudado ni
de la revelacióD, ni de la eocarnación, ni de los sacnrn€otos. No hab¡á c¡u-
zl,da, allí donde la fc es y no puede ser sino incosdiciooal; no habrá fe
incondicional alll do¡de lo preferible no puede ser cierto y doDde el objetivo
Eo puede ser perfecto: estas s€rlan las raíces morales do la institución pa-
clfica.

4. Federoción e lmperio.

Volvamos a tierra. Ninguna de las condiciooes necesa¡ias para la efi-


cacia de una organizacióu mundial, decfamos, está actualmetrte realizlda.
Si c€sámos de soña¡ con uD futuro lejano, la paz a plazo medio, aquella por
la que los se¡es vivos puedeD hacer una cosll, no estará garanüzada por la re-
attncia voluntdriat de los Estados o a la rivalidad del poder y al empleo
de la fuerza; €D lugar de preguDtarse si la paz es compatible coo la nah¡raleza
humana, más vale iDterrogaroos sobre los medios de arrast¡ar a los Estados
a co¡ducirse de una ma¡e¡a razonable, es decir, a no jugar ya más con
armas monstruosas. El ¡esultado de la crisis actual es, en teoría, o bien uoa
Federación muodial, progresivameDte coostituida por un acuerdo eDtre los
Estados, o bien un Imperio muudial, impu€sto por la üctoria de uno do los
candidatos ¿l poder supremo.
¿En qué diferirfan, si englobasen a la Humanidad eotera, una fed€raciótr
y un imperio? Según los conceptos, una confederación (Staaten BunO y wa
federación (Bunles Staot) difieren de una manera esencial. La primera deja
subsistir la soberaDfa polftica de los Estados miemb¡os y, por lo tanto, la
pluralidad de las fuerzas armadas; la seguuda bona la soberanía extema de
los Estados miembros y, conro consactrcncia, crea un único acto¡ eo el esce-
na¡ío inier¡acional quo recoge el lugar de los actores corive idos en miem-
bros del Eíado fcdcral (Imperio alemán o Estados Unidos). Como siempro,
una scrie de casos iotermedios haccn meoos Deta la distiBción rcal quc la
disti¡ción cooc€ptual.
A u¡ uivel planctario la organizacióo no reproducirfa exac{ameDte ni la
federación ni las confe&¡acioocs. Cualquiera qr¡e seao los derecbos qur s
reservan los ciDcucnta Estados y cualquiera que sea la eficacia, en los Estados
UDidos, dcl recurso al Tribunal Supremo, el Estado federal amplía poco a
pco s.ts atribuciou€s y 106 poderes de los Estados federados se degradan
A mmos qr¡e ocurr¡ u¡ üecho cat¡strófico, ¡o ercluido, eunguc tampoco prcviriblc.
XXIV. Más dlá dc la polítice del poder (2) 897

poco a poco er¡ fuociones administrativas. Es difícil, sino imposible, conce-


bi¡ en un futuro próximo o previsiblc utr gobierDo mundial, que sea com¡rara-
blo al gobierno de la Unióu Soviética o do los Estados Unidos. No podría
ni debería ocupars€ de taDtos problemas ni siquiera de imponer tantas reglas
comunes a todos los hombres. No por ello no sería confederal, 9u la medida
en que la coufederación deja a los Estados miembros sus fuerzas armadas
y, cotr algunas reservas, la posibilidad de dispo¡er de éstas.
Una "organizacióu mundial" debería desproveer a los Estados de la ma-
yor parte de su soberaoía mütar, sitr por ello privarles, ni siquiera inten-
tar hacerlo, de la administración de la existencia nacional. Ahí resid€ la
dificulta4 sino la contradicción, provisiooalrnente invencible. Los modelos
de "const¡tucióo mundial" han sido todos tomados de los regÍmenes occiden-
tales, coosütucimales-pluralistas ¡. SupotreD taoto un Estado de üpo arncri-
cano, creado por emigrautes que habíar traído consigo la her€Dcia de una
historia yiolent¿, pero que s€ habían liberado al partir desde cero en uDa
tierra de colonización, como la letrta aceptación de una disciplina legal por
individuos y grupos coascieotes de su comunidad. Como las ci¡cunstancias
en las que estas coDstitucioues funcioo¡n en el iDterior de los Estados, oo
pueden ser encontradas al nivel de la especio humana, pareccn concebibles
dos hipótesis: o bien un acuerdo explícito de los Grandes para trar¡sferir
a una autoridad neutral las armas decisivas, acuerdo que sustituya al actual,
implfcito y parcial, o bien el desarme do todos los Estados o bloqucs ric-
diaote la Yictoria de uno de ellos.
El acuerdo expucito cou üstas a la traosfereocia a uDa supuesta autoridad
oo<omprornetida (o compuesfas de represeotaDtes de todos los bloqucs y
Estados) d€ las a¡mas decisivas, Do es radicalmerite incoucebiblc. Represen-
taría la forma extrema de lo que s€ inteDta obtener hoy por divefsos mé-
todos de limitacióB d€ armameDtos. P€fo, a menos que una desgracia comrfur
no sea maestra de prudencia, es muy improbable que a corto plazo lleguen
los Grandes "a neutralizar", las armas que, al mismo tiempo, aseguran su supe-
rioridad y ma¡ücaea su angustia.
¿Hay, pues, quc desear el imperio universal, es decir, hoy dla la victoria
ds la Unión Soviética? Antes de resporder por segunda v€z a una interro-
gaotg como csla que, aunq¡¡9 sea sorprendente, Eo es cierta (puede plaotear-
se un dfa), prcguutémonos si y en qué uD imperio uoiversal diferirla de uua
federación mundial. I
Una primera difcrencia nos salta a los ojos: cuando hablamos de una
"organización mundial" o de una "paz por el de¡ocho" o aú¡ de una "fede-
ración mundial", imagioamos el paso de la pluraüdad a la unidad, de la pz
por el equiübrio (o por el terror) a la paz por €l derccho o por la satisfaccióo,

En cl ca¡o del modelo constitucionrl erpuegto por Greenville Clarl y t,¡tis B.


Süon, en el libro que hemoa cit¡do más a*ib* Yo¡d pcace thtough Vo¡ld lds.
898 Praxcologie. L¿s ¡¡tinomi¡s dc l¿ ¿cción diplomátice astratcgica

sin la intervención de uua lucha a muerte o de un vencedor. La fed€ración


exiSp uDa transformación dc las voluutades de poder, transformación simul-
tátrea y voluntaria. Y, como no s€ coocibe en un futr¡ro previsibl,e que los
rusos o los chiuos ac€pten utr gobierno que no sea ni comunista ni nacio-
nal, y, corno por otro lado, salvo eD caso de de[ota, tampoco se coocibo
que los americanos o lc euro¡reos acepteB uo gobi€rDo que estuviera some-
tido a los hombres d€l K¡emlin o en el que éstos participaran, el orgaoismo
mu¡dial "neutral" (y probablem€Dte la neutralidad uo estaría garantizada
en opinión de los bolcheviques siBo por una representación equitativa do
los bloques) debería deteEtar uDa autoridad absoluta en ciertas materias, pero
e.strictameDte limitada en su campo de aplicación. Teodrfa ese¡cialmente por
función menos el garantizar el desarme (u¡ control eficaz del desarme exi-
girfa uaa inmensa, costosa y invasora administra€ión) qu€ mantener la in-
discutible superioridad militar del poder mu¡dial sob¡e cualquier Estado o
bloque. Una fórmula de este carácier se ocuparía me¡os de impedfu las hosti-
lidades que de evitar su extens¡ón. Formalizaría, consagraría el régimen que
los optimistas atribuyen desde hoy al sist€ma internacional: el acuerdo dc
los dos GraDdes para no combatirse y para impedir a sus aliados, satélit€s,
o los no-comprometidos el arrastrarles a uDa guerra a mu€rte que no quie-
ren librar.
La idea del imperio universal es muy distiota. Supone que un Estado o
un bloque ha eüminado a sus rivales y ha estabilizado su victoria al integ¡af
a los ve¡cidos deutro de uE orden garaDtizado por el moaopolio de la üolen-
cia. Etr nuestra época, esta hipótesis equival€ a la de la derrota o a la de la
capitulación do los occidedta¡es. Pero, ¿cuál serfa el ordeE imperial planeta-
rio? Admitamos que sean instaurados eu todos los países regímenes que
proclamen [a misma ideologla, Las experieocias de Yugoslavia y China
baslan para rccordarnos, si hubiera necesidad de ello, que el mundo marxista-
leniDista, no estaría necesariamente más utrido que la cristiandad. l-z paz
imperial, propagada de punta a punta del planeta, es decir, englobando a
pueblos do lenguas, de culturas, de condiciones de vida diferentes, debefa,
¡rara ser duradera, pertenecer al tipo romatro o al tipo federal, o si !o toDar
es¡os [asgos de uno y otro. Las comuoidades de cultura, quiá más reducidas
quo las actuales n¿ciones, teudrfao que guardar toda la autoDomfa compati-
ble con la seguridad y e[ bieocstar de la especie humana y, al mismo ti€mpo,
la étte gobernaote del imf,erio teodría que ser reclutada poco a poco en to-
das las naciones o ex-naciones. Un imperio que se quiere edificar para sig¡os
o müenios se asemejaría a una f€deración en dos puntos esenciales: las cc
lectividades inferiores guardarían las lib€rtad€s compatibles con Ia pacifica-
cióD, y La carrera de hooores, arln politicos, oo €staría cerrada ¿ nadie.
Pero, ¿podría surgir un impedo s€meiaBte de la victoria militar de la
Unión Soviética y do la capitulación de Occidente? A largo pl^zo, quizá.
A corto, haco falta una firme confianza en la traturaleza do los hombres
XXIV. Mi dlá de la política dcl poder (2) 899

para imaginar a los vencedores "superando su victoria", y sacfificando c¡


orgullo del triunfo a Ia rccoociliació! de todos. Pero aunque los yenc€dores
pusierao do manifiesto esta imprevista prudetrcia, no podrían eliminar lo
qr¡€ a sus ojos, son prejücios capitalistas o supervivencias burguesas y, a loc
nuestros, €l seDtido mismo de la existencia humaoa. Aún hay más, en taoto
que el nivel de vida de los occidentales y europeos del Oeste-
-americanos
sea, por térmiDo medio, más elevado que el de los pafses soviéticos o el del
tercer mundo, la pérdida de la autonomÍa po[tica traería consigo un empo
brecimieoto, cuya sola medida es iocierta.
No es ello todo. Hemos examinado €l imperio universal, hasta el mo-
mento, admitiendo implícitamente las características técnico-económicas del
periodo excepcional €D que vivimos, la abuodancia de materias primas y de
la energfa disponibles para cualquier pu€blo que posea el saber necesario,
la importancia de las inversiooes para poDer en marcha la industrialización
eB el tercer mundo, la alta tasa de cre€imiento del producto nacional en
todos los pafses ya iDdustrializados, la débil rentabilidad del tabajo scrvil,
el costo de la colonización desde el momento en que ya no ll€va hasta el
fin ta explotación y la iahumaoidad, reservaudo los empleos superiores para
los colonizadores. En este período sitr precedente en la bistoria humana,
los objeüvos económicos del conflicto son meoores qu€ en ningún momento
del pasado. Y los Occideutales pueden abandonarse a la itusión que en el
peor de los casos, despojados de su poder, simplerl€nte teodríaa que incre-
m€ntar su contribución al desarrollo del tcrcer mundo.
Puede que fuera asf en el caso en que los dominadores actuasen de acuerdo
.-- l: racionalidad económica. El nivel do vida al que aspiran todos los
pueblos no puede ser transferido de la misma matrera eo que podrían serlo
el oro o los diamantes. Niogln bodu, ningún triunfo, asegura a uaa colec-
tividad numerosa lo que ya llamamos riqueza, es decir, un alto nivel do
vida. Pero no es irnposible traDsferir los productos del trabajo eficaz (el
régime¡ soviético facilita el pago de las reparaciones) y asegurar su disfrutc
no ya a los ociosos, sino a los incapaces.
Eo fin, sobre todo, el período actual --durante el cual la lrdida de uaa
colonia puedo ser asimilada, sin parado.ia alguna, a un éxito económico- no
es definitivo. La extrapolación, aún con vencimieDto dentfo de alguuos
siglos, es radicalmeote imposible. CoDsideremos €xclusivamente el futuro pró-
rimo. I-a población del globo cue[ta con uoos úes mil millotr€s d€ seres
humanos, eu 1960. Segú previsiones moderadas se duplicará de aqul a
finales del siglo >oo, llegamos, prolongando las curvas, a cifras que quiá
no sobrepasetr los recursos de ali¡nentos y de mat€das primas, que la Huma-
nidad podrá procruanie utilizando los coaocimientos ya adquiridos, y a lor-
tiari coE los conocimientos que se adquiirán de aquf a fines del siglo pró-
ximo, pero, si¡ duda, vr¡elven a ¡fantear la cuestióB del equilibrio en el
iDterior de la nacional al igual que la del e4uilibrio entre las naciones. Nadie
900 Prexeología. Lrs ¿ntinomi¡s dc l¡ acción diplomátice cstntégica

pueds prcver con certidumbre el régimen económico o políüco de unos Es-


tados Unidos poblados €oE 5ü) millones de almas ----cifra muy inferior a la
que resultafa de aqul a dos siglos, si s€ maotuviera el tipo actual de fecun-
didad, y mucho m€Dos ari.n el régimen económico-polltico, de una Chioa
poblada con t¡Gs veces mil millones de seres humatros.
Dejemos a uE lado estas iDcertidumbres y limitémoDos a las cifras menos
al€atorias, relativas a un futuro próximo. Segrin utra estimación moderada.
de aqul a 19E0, la población de la América latina habrá pasado dc 190 a 3¡l{)
millones; la del Cercaoo Orieote de 50 a 85, la de Af¡ica de 230 a 335, !¡
do los palses asiáticos (excluidos et Japóo y los países comuoistas) d€ 730 a
ll70; la del coo.iuDto de estas cuatro regiones de 1200 a l9lq cs decir, una
p¡ogresióD dc aproximadameote u! 60 por 100 en veiote años.
I-a progesióo demográIica es ya relativameotc iudependieute del progreso
ccooómico. Es automática, inevitable, desde el momeoto eu que la tasa de
oatalidad, que permite la naturaleza, no será reducida por la acción volutrta-
ria y previsora de los individuos La difusióa de los cooocimientos médicos,
do las técDicas de higiene basta reduci¡ ¡a mortalid¿d en proporciones des-
c¡Eocidas ea el traDscurso de los siglos pasados. Hacia 1730, eo Europa oc-
cidental, la espcra[¿a media de vid¿ al nacimiento era de veioticiDco años;
hoy dla cs de seteDta y dos años para los hombres y de s€teDta y cu¿tro I¡s
Euieres r.
Simultáneam€nte ciertos hechos, por ejemplo, la elevación de la tasa de
oatalidad en los Estados Uoidos (la tasa do progresióE ha sobrepasado en
este pafs el 1,5 por l0O auual), haa becho replaotear las ideas comúnmetrte
aceptadas sobrc la dimeasión deseable de las familias para la mayorla dc
Ias poblaciones prósperas y oburguesadas. No se excluye quc, a partir dc
un cierto nivel de vida, cuando la educación de todos los chicos esté garaa-
tizada, lo3 padres prefieren a r¡reoudo cuatro o cioco niños en lugar de dos
O tres
De aqul al año 2000, a pesar de l¿s extremas desigualdades de dcnsidad,
l¡ Humanidad se planteará el problema del qúmero en funcióo al problema
del dcsarollo. I-a distribuciótr actual d€ los pueblos a t¡avés del espacio
----elimioando la eveotualidad de una guerra a muerte- será coosiderada
como uo becho a paftir del cual hab¡á quc calcular las tasas dc crecimieBto
ccooómico y cl volumen de los itrtcrcambios necesarios para quo las pobla-
ciones, las más desfavorecidas, consigan al r¡renos un in8reso pcr cápita su-
perior cada año. Este resultado será probablemente obtenido para una parto
dcl muodo, pe¡o lro para todo éste, Si se admite que el mutrdo soviético y el
mundo occidcotal. manteodrátr hasta frnes del siglo uoa tasa del cr€cimiento
dcl prodrcto nacional bruto, de la misma cntidad que lo quc hasta ahora han

J. Forr¡¡sr¡: La Cran Mctowrlosís dd si¿,lo XX. P¡¡í¡, 1961, p, ll


)O(IV. Más dlá de la política dcl poder (2) 901

maEtenido entre 1950 y 1960', la separ¡ción entre los ingresos per cápita y,
aú¡ más, dc los niveles de vida entre la minoría privilegiada y la masa d€ la
Eumanidad, teEderá más bien a ampliarse aúo § ulo u otIo s€ctor de cs¿
mi§a coDsigue unine al grupo de cabeza.
Esta fas€ es la que cstamos viyiendo actuakDente y cuyas caracterlsücar
hao rcconocido poco a poco los especialistas eB el traoscurso de los últimos
treinta años, y Ia que la opinión pública comieDza alrenas a comprender y
cuya duración verosfmil suelen er¡óneaflretrte sobrestimar t¿oto los espa-
cialistas como la opinión. Esta fase es la de la edificación de uoa sociedad'
industrial que iovierte la relación inmemorial eolte e[ oúmero de trabaj4dore§.
empleados eo producir el alimento y enüe los trabaiadores que pueden coo-
¡agrarso ¿ actividades secuodarias o terciarias. Antaño los agricultores repre-
seutabao las tres cuartas pafes o auq las cu¿tro quitrtas partes de La mano
de obra. Hoy ya Bo repres€ntan más de un 5 a un l0 por 100 eo las socieda-
des más avaozadas. Aún las sociedades europeas que, a falta dc espacio,
practicao una agricultura iDtensiva, consiguen o cooseguirátr alimentos si.B
maotenef más que uo l0 por l0O, aprorimadam€nte, de su mano de ob¡a ec
el campo.
l-os problemas ideológico-poliücos quo apasioDatr a la Humanidad y qu€
los sabios itrtenlaq tratar objetivamente, tieneo uo doble origen: son p,osibles
distiotos métodos para pasar de la sociedad agrícola a la sociedad industrial,
igual que son posibles diversos métodos para admioistrar esta misma sociedad
(es decir, para tomar las decisiooes que exigeo la distribución de recursos y
do iogresos). Por ora partc, todas las colcctividades (al menos por cl inter-
medio dc sus gobernaotes) quieren realiza¡ esta mutacióo y se encuentrao
desigualmente adelaotadas co este camino, pero también desigualúeoto dota-
das para esta labor. Rcducido a térmioos económico-ideológicos, el conflicto
eotre los bloques es el dc los dos métodos. En cuaoto a la tensiótr eotre
Occidento y e[ tercer mundo, como quiera que el colooialismo esté ¿ puflto
de ser liquidado, dependc del retraso del terc€r musdo y dc las dudas d?
este rlltimo sobre la ele4ción del método.
Históricamente, los dos métodos Do mer€cen ser cotrsiderados etr un pic
do igualdad- Uno ha servido para la creación, y el otro oo ha servido más quo
para la imitaciótr. Una economía planificada con detalle poi una administra-
cióu autorita¡ia, uo hubies€ nunca roto con las tradicioo€s y oo se hubicsc
platrúeado como objetiyo ionovar, ¡rro uoa v€z que los cooocimieotos cicB-

¡ De 1952 a l9ó0, lae t¡sss dc c¡eciiriento dcl producto rscionll h.D eido dc &7
¿¡ cl J¡pón, de &3 en Alem¡nia fede¡al, dc 5,7 cn U. R. S- S. y en los paíscs del Ertc.
de 4,1 en Fr¿ncia, de 3ó e¡ los Esrados Unidos. Estas tasas son resültado a la vez dcl
incr€mento de la mano de obta y del aumento del valor producido por csda tr¡b.-
jador. En Fra¡cia" cn dondc el volumen de l¡ mano de ob¡¡ no hs eumetrtado ca!i, I¡
tasa de c¡acimiento d.l p.oducto ¡¡cio¡al cs supe¡ior eü poco s la tñ¡ dc cÉeiúianto
de tos ing¡esog p¿¡ cripik.
902 Pr:xeologíe. L¡s antinomie¡ de l¡ acción diplomátice esraÉgica

tíficos csüiD ya adqui¡idos, y una vez que las técDicas soo ya aplicadas por
ciertos países, no es de niogrin modo imposible que la imitación planificada y
sistemática, vaya más de prisa que el préstamc co¡6ado a la iniciativa de los
individuos. Eu la hora actual, las sociedades soviéticas tienen el e.jemplo
de las sociedades iodustriales más avaozadas y la iavestigación cieotífica
puedo ser organizada en ciertos sectores, y los descubrimieotos dependen en
parte también dc los r¡¡edios empleados: nada impide los éxitos espectacula-
r€s de los reglmenes de planificación en aquellos sertores en que se han
concentrado sus recursos, en particular eI recursc más raro, los mejores ce-
rebfos.
Seglln la propaganda soviética, Occidente teme el éxito del socialismo y
lo hace con razón, puesto que este éxito l.aerá coosigo su ruina. Esta pro.
paganda no es más qüe una verdad a mcdias. Occidente teme ciertos éxitos
pero tambiér ciertos fracasos de los llamados países socialistas. Los países
que pasan gracias a la imitación plaaificada a la sociedad industrial, triutrfan
Ille¡or ef! cuaoto al s€ctor i¡dustrial que eD el agfcola. Adquieren los métodos
de poder antes d€ poder conseguir pro¡ragar un confort ni siquiera mediocre.
Eo el mismo discurso en el que celebraba el triunfo del segundo cosmonauta
soüéticq el Sr. Xrutschev, admitía las diñcultades de abastecimiento eD las
ciud¿des. Los cosmooautas llegaráo a la luoa antes que los miembtos de
los "koljos€s" se hayao recoriciüado con la propiedad colcctiva. Ahora bien,
igual que la rata o el boxeador disfruta cada vez más con la lucha si venco
en cada combate, igualrnente un régimen se siente teotado de baccr de la
neccsidad ünud y a declarar su indiferencia a las actividades en las que se
muestra mediocr€, exaltando eB cambio aquéllas en las que pone de relieve
su excelencia. ¡Qué impor¿a el nivel do vida puesto que la bandera con l¡ hoz
y el martillo ha sido la primera en ser plantada eo la luna !
Diga lo que diga el Sr. Krutsch€v, no hay ninguna posibilidad, a menos
qu€ tenga lugar un cambio radical e imprevisible eE cualquier parte, que el
oivel de vida del ciudadano soviético medio (el confort de la vivienda, la
calidad de la alimentación, los medios de traDsporte, las facilidades colectivas)
alcance, de aqul a finales de s;glo, al de su eqüvalente americano. Me refiero
¿l del americano medio de hoy día, por lo qtJe d lottiori, no alcanzará el
oivel más elevado del año 2.000. No se excluye, autrquc no sca probable, que
la producción industrial de la Uoióo Soviétic¿ sobrepas€, de aquf a fin do
siglo, la de los Estados Uoidos, tanto globalmeDt€, como por cabeza dc
población. Pero, también es perfectameate posible que en cuanto a industria
pesada, la Unión Soviética, sea do aqú a 1975 o 1980, superior a los Estados
Unidos. E: evideotc que un régimen absolutista ticne una mayor lib€rtad
en el cmpleo de sus recurso6: puede movilizar, con vistas a la rivalidad de
poder, a más hombres y a más maquiDaria.
Si la imitación planificada do la sociedad iodustrial combinada coo la
negativa de las idcas libcrales y humaaitarias de Oc€idente, pucde llcvar a la
XXIV. Mis allá de la política dcl podcr (2) 901

primacla del podcr respecto al bienestar', el fracaso radical de la imitsción.


planificada o !o, uo tipo de crecimionto demogfáfico, multiplicarla en Africa"
Asia y América Latina los reglmenes despóticos, que se mostrarían sobrc
todo hostiles a Occidente (y quiá, después, al bloque soviético). Provisiooal-
metrte, la tasa do progresión demográfica del tercer rnundo es, ésta también,
aceptada como uD he€ho, y los pueblos privilegiados intentan actuar sobre
la tasa de crecimi€nto económico. Ciertos países que han sufrido uaa baia
exc¿siva de la natalidad y ciertas escuelas que temen que una baia de pro-
gresión demográfica provoque una baja más que proporcional de la tasa de
crecimiento económico, asl como ci€rtas Iglesias, niegan que el problema
del número se plantee de una manera global: existen ¡nos problemas dc
población, dicea, problemas nacionales ---€n uo caso de superpoblación, en
otro do despoblación relatva, pero no hay un problema de población pla-
netar¡a. En Eioguua parre, o en casi niuguna, el aumcnto del !úriero dc
bocas a alimentar trae consigo neccsoriamente una disminución de la reEta
individual, y ni siquiera una leotitud mayor de esle mismo ingreso indiyidual.
Es €D esto marco en dood€ so desarrolla el "pacifismo racionalizado" de
mitad del siglo r<: la dominación no seía rentable y la guerra termonuclcar
lo sería aún menos Este pacifismo no excluye el riesgo de guera porquo los
Grandes tieuen Ecrcsidad, a la vez, uno cotrtra otro, y etr relación al reslo
do la Humauidad, oo de utilizar sino de guardar eB reserva las armas mons-
truosas. No excluye tampoco las guerras coloniales porqr¡e el balance nega¡ivo
para !a nación, co¡siderado como utra unidad, no es incompatible con el
balancc positivo para las minorfas establecidas en la colonia o etr el interior
de la metrópoli. Es el deseo de reinar sobre los vencidos o d€ convertirlos a
la civilización o a la ideología de los vencedores, lo que sobreüve por encima
do los be¡eficios Gconómicos de la exploracióo coloDial.
Pero, el "pacifismo racionalizado" contemporáneo de la toma de concicn-
cia de l¿ sociedad itrdustrial, cn la época co q¡¡c ésta está en camino de
expansionarse, pero no §q ha desarrollado aún siuo para una minoría de la
especio humana, no es definitivo. Ya quo de aquf a utr medio siglo, a lo más,
s*á imposible admiti¡ q la vez que cl rewño de la tie a e rc los pueblos
s¿a un hecho cowumqdo y que la taso de progresión demogrólica sea un
problema de cada nación con§de¡ada individualme¡te, pero no de la Hu-
mqnidd considerada en su con¡unto. Desde ahora, la ayuda no debcrfa
ser acordada sino a ciertos Estados y a condicióq d€ qr¡e éstos adoptcD
medidas para reducir la fecundidad de su población. Pero, ¿qué quiere decir
defurla en este caso? Al escribi¡ esta palabra, yo no pienso de U.ta manera
razonqbl¿: dada una tasa iomediatamente accesible de aur¡€nto de recursos,
el dcscenso de la fecundidad facilitarla la t¡ansicióo a la fase de crecimien-
to cumulativo, deseado por todos los países dcl tercer muDdo.
' Ni que dccir ticnc que eetc iielgo ca incompcr¡bleme¡rtc ñsyor c¡ ol c¡¡o de
China que en el de la U¡ión Soviética.
904 Prexcología. L¿s a¡tinomi¿s dc l¿ ¡cción diplomática estntegice

P¡ovisioualmcnte, la aplicación de €st¿ polftica "razouable" es difícil por


mrrltipl€s r^zooes: las Iglesias se obstinan €n oponerse a ella, cotrfundiendo
los imperativos bistóricarD€nte justificados cotr la voluntad del Señor. I-os
procedimietrtos biológicos para reducir la oatalidad son costosos e imperfec-
tos; la accióE 'maltbusiana" es más Dec€saria alll donde es más difícil, €s
decir, en las poblaciooes pobrcs, fieles a la hadicióD, que uo conocen otrc
goces que los de la fsmilia y que los acogen como ur! signo del favor diüno.
Pcro los marxistas-lcnioistas recbazao también cl admitir la evidencia, sab€r
quc habrá uu llmite al uúmero de bombres, aúD cn la era en que 1a ciencia
oultipliquo los recursos sio q¡¡o so pueda decir si cstán ciegos anto esta
evideocia o si se uicgan cotrrientemeote a rcconocerla.
Pero si hoy dfa, las pasiones, las ideologlas, las hostilidades impiden con-
templar de uoa maoera r.zonablc el problema mundial del Dúmero, ¿qué
será mañatra y qué será con un imperio u¡iversal? Serla razorable, si los
pucblos deben contiDuar ocupaDdo el espacio que cs el suyo hoy día, alentar
fa Datalidad €D Fratrcia y desaleotarla ctr Argelia: al€Dtarla ed Argeotitra y
drsalentarla cn la India o en ChiDa; deiar Ia que es en la Unión Soviética
o cn los Estados Uuidos, pucsto que ¡os dos Grandes tienen una reserva de
espacio y una tasa do crerimiento ecooómico su¡rerior a la de la progresión
demográfca. Pero, a final de siglo, cuaEdo existan sqis mil millones do
scrcs huma¡os, y a finales del siglo siguirnte quo habrá tres o cuatro veces
m§ el problema del número se planteará, se quicra o no, de una manera
absoluta.
Recojamos las cifras, seocillas y sorprendenles, que cita M. Fourastié I
cn su rrltimo libro. SupooSamos que el hombre no modifica eu nada ni la
gcografla ffsica de la tierra !i los climas: en csta hipótesis, la tiefia no
ticne casi siete mil millones do hectá¡eas quo el hombre pueda habitar "sio
seqtirse on utra s¡tuaciótr de deportado folftico o d€ experim€Dto científico"-
Esa superficie podrfa elevarse ¿ quiuce mil millones si s€ supusiera utra parte
de los mares cubiertos por un desc€nso dc las montañas. Los siete mil mi[[o-
oes do hectáreas tendrán, €n el año 2000, una densidad de población su¡rerior
a la de Francia actualmente (0,9 por hectárea contra 0,8). Si se supone la
d€nsidad de población de la ciudad de Nueva York en unos siete mil millo-
oes do hectáreas, la tierra podrla maft€ner a 100 mil millones de seres hu-
manos, y sobre 15 mil millones de hectáreas, a un billón quiDi€ntos mil mi-
lloues ds seres. Pero con la duplicación cn 40 años, la primera cif¡a serfa
alcanzada en el año 2270 y la rgunda cn el 2310. Sela igualmcnte fácil
dcmostrar que la tasa do la que progresa actualmentc la población iudustrial,
desde 1950, no puede maoúeu€¡lie du¡ant€ siglos sin que los resultados sean
ffsicaÍrc¡te impocibles. "Si la producción iDdustrial franc€sa contiouase du-
raute l4O años su p¡ogresión iudustrial dcl 7 por 100 aoual, producirfamor

PosR^srrl, op. ar,., p. 16.


XX[V. Más eltá de la políticr del poder (2) 9o5

eo €l año 2lOOt l2x2l4 millones dc ton€ladas de ac€ro, cifra cercaDa a los


eien mil milloncs de ton€lad¿s y l¡ prodl¡c€ióo mundial de ac€ro sería d.l
orden de l0 ó 15 billones de toneladas"'-
El pcrfodo €o que viümos es por lo tanto exc€pciotral, tanto en lo que
reslEta al crecimieDto demográfico como al crecimieoto económico. Do
aquí a alguDos decenios, de aquf a utro o dos siglos, como muy tarde, hace
falta que los m€caDismos oaturales que hacían más letrtos la poblaciótr do
la especio humaoa, seao sustituidos por una regulación voluntaria. Al mismo
tiempo, el establ€cimiento de un estado económicametrte estacioDario so
baría posible: la disÚibución de la mano de obra entre los distintos empleos
no cambiarfa ya casi; el esfuerzo se vería realizado sobre la calidad de la
exist€trcia más que sobre la caatidad de los bienes; las necesidades funda-
mentales (vivienda, vestidq t¡ansporte, comunicación) se¡lan consideradas
como satufadas,
Si la regulación, consciente y volustaria del oúmero, no tie[o lugar, o si
los pueblos son iDcapaces de ponerse de acuerdo sobre una regulacióu co-
múo, la lrcha por el espacio adquüirá uoa viole[cia como .iamás ha reyestido
en el pasado. Sin duda, cl imperio universal sería, eo este caso, la solucióo
"r¿ciooal". Pero para que el l¡nico pueblo dueáo estuviese en libertad do
distribuir a su voluDtad cl espacio y los recursos, el más precioso de estos
¡Íltimos sería ya el espacio.
¿Cons€guriá, ñnalmeDte, el hombre histórico acceder al razonamicnto t
a la equidad? ED este caso las naciones organizarán su co€xistetrcia eu el
plaoeta y encootraráo otros t€rrenos de rivalidad. ¿Se parecc, al menos, el
hombre histórico al lobo que perdoaa a su semeiante cuando éste le ofreco
la garganta etr señal de capitulación? El mismo imperio universal sería an
su recurso supremo aceptable, puesto que, a la larga, los dueños tienen qug
terminar por concedcr la igualdad a los esclavos. Pero el homb¡e no obedeco
§iemp¡e como el lobo a la inhibición motivada por la piedad: sc conduce a
veces como palomas despiadadas con los vencidos, "¿Llega!á el dfa en que
dos facciooes en guerra teodrán la posibilidad de extermitrarse completametrte?
Puede llegar tambiéo el día en que la Humanidad entera so encueatre asf
dividida eo dos campos opuestos, ¿Nos conduci¡emos entonces como las
palomas o como los lobos? I-a lespuesta a esta cuestión determinará el de}
tino de la Humanidad" '.

l&l- p. 54.
Ko¡r¿d. Z l¡.¡¿x1 op. cit.
ESTRATEGIA RACIONAL Y
POLITICA RAZONABLE

ESTRATEGIA RACIONAL Y POLITICA RAZONABLE

Un céleb¡e ecoflomista, Oskar Morgensterrr, al fioal de un libro titulado El


problema de la delensa nacional. jvz{.a. despiadadamento el estado actual do
la ciencia política.
"Los "politicólogos" hao gastado mucho tiempo y esfuerzos en producir
uo coojunto de conocimietrtos, que es eslxcial'meote poco adecuado para guiar-
oos antg el dilema que suscita actualn¡ente truest¡a vida, un conjunto de cG
oocimientos quo representa uria curiosa mezcla de derecho constitucional, de
historia y de descripción do iDstituciooes políticas de todas clases y la totali-
dad geoe¡osamente salpicada de opiniones categóricas y do juicios de valor.
Ocas¡onalnreDte aparecen ciertas máximas de acción, por eiemplo, las que ba
formulado Maquiavelo. Puede¡ s€r o no "bueDas" y "respetables". Pe¡o, por
lo menos, constitufan uoa tentativa para formulat reglas, mediatrtg las cuales
los hombr€s pudi€s€n intentar alcanzar srs objetiyos dentro de situacioues
pollticas. En las ciencias socia¡es, la economfa es la única, hasta ahora, en
haber alcanzado un mínimo de valor operacioaal. Sabemos, por €iemplo, cómo
provocar o detener las inllacioaes; cómo impoaer sin destruir la fueDte del
ingreso gravado, y muchas otras cosir,s. No sabemos toüvfa cómo estabiliza¡
el empleo, cómo comparar las cargas fiscales impuestas a persoDas difereBte§
ni cómo llevar a la práctica otras labores importantes. La ciencia polftica
puede ayudamos a crear una constitucióu capaz de funciouar, Ixro no a saber
si será aplicable en uo país dado. En todo caso, coEt¡ibuye escasameBte, sioo
do ninguna forma, a resolver los problemas coD los qu¿ se eüfretrta actual-
menta la Huma[idad y de los cuales el más importante es el de saber cómo
vivir a la sombra del equilibrio y de cómo obte¡er la cstabiüdad y la sc-
guridad de todos los participantes co la más t€rrorlfica lrcha €B l,a que jamás
§e haya visto implicada la Humanidad. Y no nos dice nada sobre los medio
para remediar el cr€cieute dcsequilibrio provocado en el muDdo por e¡ au-
mento de la población y por el del foso quo crecc eEtre los pafs€s pobrcs y
los palses ricos.
"Cualesquiera que sean las negociaciones posibles con el bloque comu-
oista, todas ellas impücan uo regateo (ba¡gaining\ de la clase más difícil y
delicada. Al igual quo para Ia sección militar del cuad¡o, aquf nos encon-

907
908 Estrategia raciond y políticl r¡zon¿ble

tramos tambiéo cnfretrtados con el problema de qué decisiones deben scr to-
madas eo la inc€rüdumbre, inc€rtidumbre que no p€rteDece a la espocie, siD
ley bieo cooocida, qu€ puede ser resuelta mediaot€ la teoría de las probabiü-
dades, siDo a la cspecie extremadamente compleja que resulta de las manio-
bras est¡atégicas del enemigo, eDfrentado a su vez coo la misma diñcultad.
Es ahí precisame¡te donde la ci€ocia polÍtica d€berla aportar sus cootribu-
ciooes más importantes. Nada se aos ofrece sitro las técnicas matemáticas aso-
ciadas a la tcorfa de los juegos de estrategia, pero los "po[¡ticólo8os", salvo
cxcepciotres, oo han acordado práclicamento niuguna atención a esta teorfa.
Hasta el presente, la ciencia politica d siquiera ha formalizado los consejos
dados por Maquiavelo, con vistas a descubrir si un sistema cohefeote de re-
glas de comportamieoto puede s€r coostruido sobre esta base" r.
Esle texto que bemos citado tan ampliamelte pooe dc reli€vc la mczcla
do rigor y do confusión, de profundidad y de ingenuidad, caractelstica do
ciertos espkitus cientfficos cuaEdo se enfreEtan con problemas cxterDos a su
disciplina, sobr¡ todo cuaado ss eqfreutan con los problemas polfticos. El
hecbo de que la ciencia politica no §f,,a. ope¡ocional, en el scotido en que la
flsica lo cs, o a¡ln en el sentitdo de quo ciertas partes de la ecooomla lo soo,
es indiscutibls. Queda por saber si la falta es la dc la i¡suñcicncia de saber y
de los mismoo sabios o de la estructura misma del objeto y de la actividad.
Tomemos el ejcmplo de !a CoEsritucióE- La diñcultad Constitución
coovieoc a un pncblo dado?- es cooocida por los pensadores -¿qué desdo hacc
miles de años. No ba sido nunca completameDte vencida por los filósofos o
por los politicólogos, pero cuando los matemáticos o los ffsicos han iDtcDtado
hacerlo no lo han hecbo meior. En abstracto, se det€rmioa si u¡a constitución
es "workablc" (susceptiblc d€ funcioDar) de dos maoeras: o mediantc un
aoálisis formal, abstracto, comparable al análisis de un m€rcado libre o do
una "plauificacióu cou mcrcado libre do bienes do consumo", o bietr por vía
ex¡rrimental. ¿Qué constitucioues han funcionado eo rcalidad? La mayorla
do las veces ambos métodos son empleadoo cotrcurreritemeote. Pcro ni uno
oi otro han dado rcsultados certe¡os. I-a enumeración de las variables dc quc
depende cl funciooamiento do utra constitución Do es ounca cxhau3tiva. I-a3
cxperiencias sotr poco Dumcros:rs, la iEterpretacióo es diflcil, y cada caso
pr€setrta singularidades quo replaDtcan lz validcz de las "lcccioncs de histc
ria" o dc las "etrscñanzas de la cicncia". Aun cuando esta ens€ñaoza fueso
probable (digamos, los pctigros del escrutinio proporcional), siemprc encootra-
remos constifl¡yetrtes quo citeo excepciones a la rcgla con el ñn dc justiñcar
su prcfcrencia, y cuyo origcn es estrictafDente egolsta (un modo dr cscrutiDio
puedc estar dc acuerdo coo cl intcrés de u[ palido y scr contrario al dcl r&
gimen). I-a conducta dc los hombres quo aplicarán la ley coostituciooal no cs
preüsiblc, rtcbido a la inft¡cncia desmcsurada quo uno o unos cuaDtos hom-

O. Morc¡rsrtrr, ob. ci - w. 3f§..

890
Estrategia racionJ y politica rezoneblc 909

bres pueden eiercer: ss puede prever la frecuencia de crfmenes o de suicidios,


pero no la sensatez de uDa Irersoria escogida por uD colegio electoral, y aún
fnenos las circuostaocias cn que esta seosatez teDdrá que eiercitarse. Los dos
primeros Presideotes d€ la República coDtribuirán ampliamente al érito o al
fracaso de la Constitucióo fraocesa elaborada er¡ 1958.
¿Sería posible sor¡leter a un análisis c¡er¡fíl¡co las máximas de Maquiaveto?
Por ejemplo, ¿es colveniente para el príncipe e[ ser temido más que amado?
No hay siquiera necesidad de leer a Proust ni al marqués de Custine para
sab€r quo los sentimientos de los pueblos hacia los tiranos son, en muchas
ocasiones, ambivalentes. Pero dejemos a un lado este equívoco: ¿qué es
meior para uo Estado, teo€r la reputación de despreciar el derecho interna-
cioBal o la de respetarlo? De una página a otra, dos autores que intentan
respoDder a la preguuta dan la impresión de cootradecirse al indicar alterna-
tivameote las vetrtajas que garantizan uoa y olra práctica r. A falta de una
posibilidad de cuautiñcación, dudo quo la ciencia pueda medir rigurosamente
estas ve¡rtajas. Eo cuanto al conseio dado a uo usurpador de elimiDar a todos
los miembros de la familia reiBante, éste ha sido seguido, hasta haco pocos
afios, en un pafs del Cercano Oriente, y Do sin resultados favorables: el nr¡evo
prlncipe se eocuentra todaüa en el poder. Pero, sin necesidad de recordar que
"oadio podrla co¡siderarse felíz antes de su tlltimo día" y que las consecuen-
cias a largo plazo de eslos asesioatos tro soo tdavía visibles, estos tipos de
máximas dependen también del moralista.
En cuanto a la itrdife¡encia que los politicólogos pa¡ecen habe¡ manifes-
tado ¡especto a la teorfa de los iuegos, estií leios de ser tan grande como pa-
rece sugerirlo el co¿utor del famoso libro Theory ol garnes and economic
6er¡av¡or., puesto que recientem€ote otro sabio, éste físico, P. M. S. Blackett ',
reprochaba por el contrafio a los especialistas americanos de haccr un uso
excesivo de la teorla de los juegos, quc, a6rmaba, no tenla casi ninguna uti-
lidad en cuaoto a estrat gia, pu.sto que ésta contiDuaba depeodicodo do la

' 'Chu¡chill urderstood b.tter üen most... thc impo¡latrcc oI the rcputation ol
vttuous bü¡vio¡... A ¡€put¿tio¡ for principled bchavior is highly advantrgeous for e
DatioD. Its ág¡e€EmB arc respected a¡d is olfe¡s more acceptable becausc they can bc
count€d on." lThe political lo¡t¡datio s ol internatíotul J¿¡o, por Morton A. K^plrx y
Nicholás de B- KÁrzEr,¡B^cr, p. 3,I4). Y un poco más adel¿nte, p. 3,I8,'Since the Sovict
Union is both more revolutionary than the Udted States and mo¡e able, politically, to
ta¡.e lhe Beasu¡es necf,ssa¡y !o erploit ¡he cotrsequcDces oI technologicel develoDmen!
ciüer in terms oI hard political bargaining or the *aging of va¡, its atti¡ude towa¡d
the no¡matiye rules is naturally more inst¡umental than that of the Uniled Slates. This
placcs a harsh burden upou lhe U¡ited Stales, fo¡ it must noir bca¡ úost ol lhe costs
a¡d auch ol the bu¡de¡ of meinteini»g desirable normative ¡ules of iDtcmation¡l
law... Thus üc Soviet U¡io¡ mates ever increasiog demands thst üc wcalern publica
rcgatd es jostiñcd becausc one caa¡ot crpcct üc Soviet U¡io¡ to sc¿€pt ¡¡y othcr
position."
' 'Encounter", ¡b¡il 1961, critiquc ol so re cott.rnfm¡or7 dclclsc tlrjikiag.
910 Estreregia racional y politic¡ r¡zon¿ble

exclusiva técnica de los militares. Personalmeate, yo tampoco suscribiría la


opinióu ni de uno ni de otro.
La aproximación entre el juego y la guerra no data de la teoría matemática
do los juegos de estrategia, Huizinga, ED su famoso libto Homo Ludens ', hz
multiplicado las referencias a auto¡es que, al estudiar distintas civilizaciones,
habían sacado a la luz el elemetto lúdico de la guerra. Según Huizinga, la
gurra "puede ser considerada como uoa funcióo de cultura, en tatrto que s€a
librada dentro de un círculo cuyoo miembtos se ¡econozcan mutuamente como
iguales, o al rnenos como miemb¡os del de¡echo" ' Cuando existe este ¡eco-
BocimieDto e[tre los combati€otes la guera se hace esencialmente agonal,
coostituye una prueba en la que cada uno se esfuer¿a en salir triunfante
sobro el otro, más por la gloria de veocer que por los beneficios de la vic-
toria. Y el historiador no duda en escribi¡: "Aúo en las relaciones culturales
ya modiñcadas, y aúo si los hombres de Estado que preparan el conflicto
haceu de él uoa cuestión de poder la aspiración a uoa potencia material
coEtiDúa estaDdo subordinada, a me¡udo, a motivos de honor, de gloria, de
prestigio y de apariencia de su¡uioridad o de supremacía. E[ término general
de gloria facilita una explicaóión mucho más realista de todas las guerras de
conquista de Ia Antigiiedad a nu€st¡os dfas, que cualquier iogeniosa teoría
sobre las fuerzas económicas y los cálculos polfticos" '. Las guerras de ca-
ballería o las gu€rras de "punta etr blanco" marcaq la culmioacióo de l¿ ín-
tención a la vez lúdica y agonal. El lugar y el mom€nto de combate pueden
ser ñiados por común acuerdo. Las dos partes se sienten obligadas en su
hooor a no violar las reglas porque la victoria no tendría ya valor si fueso
conseguida por medios ilegales. Esta pnrcba de fuerza no es menos seria, ni
menos expuesta por ello y, aunque la muerte del enemigo no sea necesaria
para ta gloria del veacedor, puede seguirse de la misma lucha.
Bergsotr consid€raba, equivocadametrte, en mi opinión, que las güerras
caballerescas no erao ve¡daderas gueras, no ¡epres€ntaban para la especie
humana más que erisayos y, por decirlo asf, entrenamientos con vista a una
grrrra coaforme coo su es€Ecia, de la que el pillaje y la matanza son el re-
sultado y Ia consag¡ación. Personalmente, yo preñe¡o decir con Huizinga
quo la compctcncia, la rivalidad de prestigio, constituyen uno de los ele-
mentc humaoos de la institución bélica, pero que ést3 implica t¿mbién un
elemeoto do brut¡üdad pura y simpla En los iuegos, el depofe, la caballe-
rfa, es el primer elemeoto el que domina y la moderación de la üolencia so
impone a cada uno por el respeto a reglas y a su propio sentido del honor.
Pcro, en todos los niveles de civilización, la brutalidad puede saltarse las

r- Homo Lud¿*, c¡soto sobr¿ la luncün social del jutgo. París, Gallimard, l95I
(le prirncra edición hol¡ndega es dcl ¡io 1938).
IbiI- p. l5l.
s' lbíd- p. lS2.
Estrrtegir rrional y politic¡ r¡zon¿blc 911

barreras l€vatrtadas por la cultura, y el fu¡or aoimal puede abogar cl soo-


timiento de comuddad humaoa en el alma de los combatientes.
Huizitrga sugiere quo la guerra tietrde a alei¿rse del juego, formal y ü-
mitado, a m€dida qL!€ los iDdiüduos o los grupos enfrentados picrden con-
ciercia de su parentesco. "Si §g trata de un combate coritra grupos quo no se
recooocen eo el fondo, como hombtes o, a[ menos, como s€rcs ProYi§to§ de
defechos humaoos los que se les d€nomina "bárba¡of', "diablos", "pa-
-a Bo
gaoos"-, este combate permaneccrá ya en los "ümites" de l,a cultura, sino
en tanto que un gupo ponga él mismo ümitaciones para la satisfacción do
su propio s€otido del honor" r- La realidad parece más compleja. La pasión
do matrifestarse como supcrior, que eslá en la ¡aíz & la competencia, puede,
en det€rmioadas circunstancias, proyocar el llegar a lfmites extremos, aun
cuando los combatientes, como eo las ciudades griegas, cotrtinúeD obedeciendo
¡ las costumb¡es y a las prohibiciones. El espÍritu de compeleocia es de por sf
extraño a[ apetito de botín y a[ furor homicida, Irro a veces sus€ita este
riltimo a[ igual que aqué1, porque s€ niega a aceptar la mediocricidad de los
compromisos o do las negociaciones. Además, por muy próximos que parez-
can para los observadores los grupos sociales eofreltados, uno se coovi€rte
fácil¡nente eu "bárbaro" a los oios del otro y cada uno está prooto a busca¡
a €xpeosas del ot¡o una satisfaccióo, por decirlo asf, sagrada, la prueba de
que la fortuna le es favo¡able: la guerra es un iuego de azar al mismo tiempo
que uoa competición,
Las sociedades a¡caicas ban corcido, al igual que las sociedades histó-
ricas, la oscilación eDtre la brutalidad y la lucha formalizada, entr€ el reslrto
de las reglas y la voluntad exclusiva de éxito a cualquier precio, entrc la
emulación y la avaricia del poder y de riquezas. La racionalizacióri instru-
rnental de la guerra, cuyo resultado observamos hoy día, no ha creado 9l
peligro de la crueldad y de la deshumanüación (quizá como afirma Huizinga,
las tendencias moder¡as a exaltar la guerra -recoian en realid¿d el concepto
asirio-babilónico), pero lo bay mucho más grave qu€ nunca. Las mismas ar-
mas, y no la negativa al recoDocimieoto del enemigo, corren el riesgo do
borrar todas las su¡rervivencias lúdicas de la institución bélica.
El día en que los intercambios termotrucleares comiencen, toda traza do
juego babrá, efectivam€ote, desaparecido. Pero la rivalidad diplomático-estra-
tégica, en tanlo que se dernvuelva a la sombra del apocolipris, es, ¡ror el
coDtrario, más comp§a de lo que lo haya sido nuoca, puesto que implica
do uria manera aclual o virtual ,odor los elernentos geueralmeote separados.
Recientemente, un autor e ha distinguido entre combate (figltt), juego y
debate. Et un combate los adversario¡ inteotao hacerse daño (the object il any
is to harm fhe opponent), mientras quc en un iuego buscao salir triunfant€s
I lbrl- p- 151.
' Pigttts, g,,mas
U¡ire¡gid¡d
aül ¿ebo,ea, po¡
Michige+ 196O,
Rr¡oposT, A¡ú Arbor, Imprenta de la
de ^¡atol
912 Estrategia recional y política razonable

mediaote la iBteügeocia (outwit)- Pot último, en un d€bate intentan persua-


dirse el uoo al oEo, o persuadir a tercetos to comprometidos o ueutrales dc
una especie u otra. La distinción es s€ducto¡a eo el nivel de los cooceptos,
pero visiblemente qo existe casi Ia posibüdad de uoa lucha sin utr el€mento
de ioteligencia, y a la vez la mayor partc de los iuegos tienetr uo componeste
de fuerza. Eo el juego de aieCrez, la rivalidad de la ioteligencia se nos aparec€
eo estado puro. Por el co¡trario, aún en la lucha libre o en el levaotamicnto
de pesos exige uD componente de inteligencia (o de técnica). I-a competeq-
cia diplomático-€stratégica qs por dcñnición un:¡ mezcla de lucha y de juego,
pu€sto que pone ea competencia a yoluntades que buraa recíprocame¡te
ganarse la ,¡urno por ostucia (de la misma nunera que I dic€ a¿elanrüse
por rapidez\, pefo que se ¡ese¡van el recu¡so a la úlrima ralio. Está claro, al
s¡isrno tiempo, que el debate nunca cs puro, do solamente por causa de la os-
cilación del esfuerzo de persuasión, de los proccdimientos para la violación
d€ las coocieocias, sino porque, cn caso d¿ Do convencer, los dueños de¡
debate no renunciao a la coaccióD. (Los hombres del Kremlio hubiesen prc-
ferido quo los hrfrigaros estuvi€sen convencidos de las bueohechanzas del "so-
cialismo".) La gran ilusión entre los dirig€ntes y aun etrtre los profesores
americanos es la de imaginar la competencia ruso-americana para conseguir
la adhesión del tercef mundo, como comparable a un torneo de generosidad
o a uo coloquio entrc economistas, en el que coostituiría el elemeoto decisivo
a favor de uno u otro campo, la amplüud de las donaciooes o las tasas de
c¡ecim¡ento. Solameole es cierto que, scgrin los siglos y las circunstaacias, el
combate, la intel¡g€ncia estratégica o el debate predominan en las ¡elaciooes
i¡ternacionales. Entre los españoles de Cortés y los aztecas no había debate
posible. Contra las divisioaes soviéticas ninguna inteligeocia hab¡ía salvado
a los húngaros. El'día en que las bombas atómicas se abatieroD sobre Hi-
roshima y Nagasaki los japoners oo podían hacsr otra cosa que sufrir,
La inteligencia estratégica y el esfuerzo de persuasión no s€ ven redu-
cidos a la impotencia sioo en los momenlos extremos del combate, cuando
los músculos de los guerreros estáo teodidos, cuando las espadas se estrellan
contra los escudos o cuando las bombas o los obuses se abateD sobre los
soldados y contra las ciudades. Gene¡almente, se esté el p z o en guerra,
se practique la estrategia 0a dirección de las operaciones) o la diplomacia
(los medios no üoleDtos) o ambas a la vez, la inteligencia intervieDe eD cual-
quier caso: cada estratega que adopta una decisión espera uria réplica del
adversario, y la espera de esta réplica determina esta decisión. El problema
está en saber eo qué sentido la teorfa matemática de los juegos dc estrategia
permite poner en claro las decisiones que los estadistas y los jefes de guerra
han adoptado tradicionalment€ por intuicióo, m€dia¡te uoa grosera valora-
ción de las probabilidades y dc los riesgos.
I-as matrices de la teorfa de los iuegos ¡inden al menos tres serücios
a los poliúcólogos. Irs obligaD a uua cs¡rccio dc discipüna mental, al ¡trá-
Estretegia racional y política razoneble 913

lisis y a l¿ eDumeración dc todas las eventualidades posibles eo uoa situa-


cióo dada. I-es ayudan a coostruk tipos ideales de co!¡utrturas de cotrflicto
Cuegos de dos iugadorcs, de N jugadores, de sun;a nula o no nula), Permitc
formular abslractamette lz dialéctica del antagonismo: las decisiones no
soq adoptadas oi freote a uu futuro del que no sabemos oada, ni frente a
uo futufo del que cada asontecimieoto nos es descooocido, pero en el que
la f¡ecuencia aproximada de las disti[t¿s clases de acontecimieDtos sí Eos
es coDocida. I-as decisioocs estratégicas coostituyen una cadeoa, pueslo que
cada una provoca Ia siguietrte y ésta tiende a cootrarestar la plecedente.
El lugador de ajedrez mueve uo p€ón como respuesta al movimiento de uo
peón adverso; igualmente el estraúega le come piezas al enemigo.
Pero, una vez aclarada la conducta del diplomáticc€stratégico, los po-
liticótogos han realizado una labor necesaria, al deduci¡ las dife¡encias eatre
los modelos simpliñcados que s€ prestabaE al Úatamiento matemático y las
situaciones concretas. Estas diferencias, a mi parecer, sotr uoas de grado,
otras de naturaleza. De una manera general, los juegos diplomático-€stra-
tégico, en el mundo histórico, sou de N iugadores, y no de dos. No soD
juegos en los que la suma s€a oula (o lo que eD ot¡as palabras, lo que
se gaoa no cs siemprc igual a lo que se pierde: existe uoa partc de coope-
racióo etrtre los enemigos y un elemeoto de com¡retencia ent¡e los aliados), y
es rara vez posible enumerar todas las posibilidades abiertas a la elcccióa
de cada actor- Pero por graves que s.an, estas dificultades clásicas no tienen
el mismo carácter radical que la indeterminación de los cnvites y límites
del iuego. Para que €xista uo iuego eo el sentido riguroso del térmioo, para
quo ra posible uoa solucióa matemática que de6oa la conducta ¡acional.
cs necesario quc exista uo comieDzo y utr fin, uD oúmero finito de pasos
para cada uno dc los jugadores y un resultado susceptible dc una valora-
ción ca¡dinal u ordinal para cada uao de los iugadores. Ninguna do estas
condicioDes se cumple, hablando coa propiedad, en cl cam¡ro de las rela-
ciones i¡ternacionales.
¿Puede dars€ al objcto dc uua rivalidad estratégico-diplomática una va-
loraciótr cardioal u ordinal? Es con la esperaDza de cuantiñcar estc valor
por lo qu€ los teóricos hatr asimilado a vec€s el poder a la utilidad, sie¡do
aquel, ¡»r decirlo asf, el n¡edio universal para alcarzar los fines diplomá-
ticos, al igual quc la moneda cs el medio universal para los fincs ecooómicos.
Pero, como hemos visto, esta asimilación se presta a múltiples obj€ciones-
El medio, hablaodo con propicdad, no está deñoido (recursos, fucrzas, po-
der), no es Ecuh¡1, Di scparable de las finalidades vcrdaderas de accióD,
mieotras qu€ la mooeda sl es distitrguible do las preferencias concretas de
cada uno; por último, coostituye siempre uoa relación, puesto quc dcpende
do las tomas de porsióu dc todas las uoidades, dc manera qr¡o uo aü¡rcDto
absoluto t uedo ü?ducirsc, cn rcalidad, por una disrninución relativa.
914 Estrategie r:cion:l y politice r¿zonable

No por cllo deja de scr conc€bible cl pod€r de dar un valor aproximado


a un obje.to diplomáticosshatégico. Por ei€mplo: ¿no cs evident€ qr¡e I-aos,
taoto para l,a Unión Soviética c¡rmo para los Estados Unidos, vale rnenos
quo Berlín? No estamos en dcsacuerdo con €llo. Pcro la noción del más
y del menos Do basta cxclusivamente para €ncontrar una solución matemá.
ticameote válida y, por lo tanto, uBa prescripción racional, Ensayemos aún
de comparar los distiEtos resultados siguieotes de la crisis laosiana: l) Laos
es comunizado por completo sin la itrtervelción dc los EstaCos Unidos; 2)
Laos es comuoizado por completo tras una interveución militar de los Ee
tados Unidos; 3) Laos €s dividido cotr€ utra parte comutrista y una parte
oo comunista; 4) Laos es gob€rnado por uD llamado gobierno Deutal en
eI que predomitra la inllueucia comunista. ¿P¡efiere cl gobierno americano
el 3 al 4, o el 4 al 3? Prefiere probablernente el I al 2, pcro, ¿puede fiiars€
l,a relación ent¡e las diferencias del I al 2, por uE lado, y del 3 al 4, por
otro? Por su parte, ¿preñere el gobierno Fviético el I al 2 o el 2 al 3?
O, dicho de otra matrera, ¿preñere quc los Estados Unidos revele¡ su io-
capacidad para proteger a l-aos mediantc una iotervención tímida, o rne-
diaato la Do-intervención? ¿Preñere cl reparto a una rmi-neutralidad? Cada
uno de los jugadores en esta crisis relativam€nte simple y aislabte, se en-
coDEa¡ía ea dificulrad para establec€r su propia ierarqula de preferencia,
y mucho más la de su adversario. En cuanto a la determinación de los
valores cardinales o del valor de las diferencias, !o vería en ello Eás que
uo ejercicio iotelectual,
Pero aún hay más: objetaría que el valor del objeto eE litigio o el va-
lor rolativo de los distitrtos resultados se traDsforme etr el tra!§curso do
la crisis. I-a sovietización de Laos, si dos batallones de ,rúrines h¿n tomado
parte en l,a victoria, represeota uoa ¡rérdida mucho más considerable quo
esta misma sovietizacióo, sin que los soldados americanos hayan eotrado
oñcialmeote eo combate. Al avanzar el peóo "fusileros de marina", el juego
y los distintos resultados cambian pues, automáticamentc. Volyiendo ¿ u¡a
estructura de un juego de estrateg.ia, habrla que eliminar los movimientos
d€ los p€oo€s que modifiquen el valor de los resultados (los pay-olf) y
razonar sobre dos juegos diferentes, cada uno de ellos deñsido por los va-
lores ea fuoción de los únicos movimie[tos autorizados (oo interveDcién
do los fusil€ros de marina eo un caso, intervención de los fusile¡os de ma-
rina eq otro). Pe¡o cada uoo de estos dos juegos diferiría fundameota¡metrtc
del juego estratégico{iplomático rea¡, puesto que éste riltimo tietre como
caracterísüca esencial el:.ecurso eventual a las armas, y porque este recurso,
en la mayoría de los casos, trae consigo a la vez los clemetrtos aleatorios
incalculables del desar¡ollo de las operaciones y la transformación eventual
de las utilidades y ario de las jerarquías de preferencias, como cotrsecueo-
cia del carácter militar revestido por cl aotago¡ismo, Si se pierde uoa pro-
Estrategia raciond y polírica r¿zon¡ble 9t 5

{incia como cfrsecueDcia de una batalla, se pierde la batalla y la provinc¡a.


A v€ces so habrfa ac€ptado perder la provincia, pero no so ¡esigtra uoo a
lerder la batalla. No nos precipitemos en quejamos de "irracionalidad".
La preocupación por el amor propio es&í intríosecarieBte unida a la compe-
:eDcia. TaDto si practicamos la diplomacia, como el a.¡edrez o el football
¡mericano, el no tencr que doblegamos ante la volutrtad del otro, coos.
tituye uno de los objetivos que contempla legítimameDte cada jugador.
Además, e[ valor del envite diplomárico se hace distitrto como conse-
cuencia del desafrollo de la crisis, sin siquiera ¡efe¡i¡nos al amor propio.
Para los Estados, el juego no termina nunca, puesto que el ob.ieto frnal,
por decirlo ast es el de que no s€ le excluya nunca. Todo aislamiento do
una conc€Etración diplomática o de un objeto de ütigio es artifrcial; el
resultado do u¡a coqfrontación modiñca los té¡minos de la siguient€ y el
prestigio del Graode se ve debilitado o coasagrado se$lD la actitud adop-
tada. No fuc ta¡to pof salva¡ a Corea del Sur como ¡ror salvar su honor,
su reputación do ñdelidad a los compromisos, que los Estados Unidos s€
batieron duralte tres años en Corea. El valor dc utr eovite oo es, pues,
separablo del cootexto Elobal, de ¡as consecueDcias previsibles y no previsi-
bles, oi de la manera en que la oonfroDtación se desaÍollará y s€rá [evada
a cabo. Un jugador no puede valofar la pérdida o la ganancia de su ad-
versario exclusivamente eo fuocióo de los caÍacteres físicos del obieto en
titigio y está obligado no a suscribir eo su totalidad la evaluación que su
adversario iuteuta sug€rirle, sino simplemente a temrla cu ct¡€nta. Aun
para la calificación de los resultados (pay-off) lz psicologfa de los jugado-
res uo puede ser separada de l¿ matemática de la decisión.
Sin duda, existea ciertas decisiones estrutégicas (uo diplomáticccatra-
tégicas) que ofrecen el equiyalente de un juego cotr solución matemática.
merte rigurosa. En una conferencia pronuuciada eo la Sorbona, en el se-
guDdo ttimestre de l96G6l, M. Worms presentó el eiemplo siguiente: uD
coovoy japonés tenfa qr¡e pasar por Rabul (Nueva Bretala) a Lae (Nueva
Guin€a); oran posibles dos rutas diferentes, la del Norte, en la que la vi-
sibüdad e¡a relativamentc mala, y la del Sur, en la que ésta era mejor. El
tr¡imero de escuadrillas disponibles obligaba al mando americano a cooc€n-
trar sus avioaes de feco¡ocimietrto sobre una de estas rutas Cada uno ds
los adve¡sarios t€trfa, pues, la elec¡ión e.ntre dos €strategias, es decir, entre
dos rutas; los americanos para coDc€ntrar sus escuadrillas, los japoneses
para hacer pasar su cotrvoy. Si los americaoos concentraban sus €scuadrillas
en la ruta del Sur (eo la que la visibilidad era buena) y los japonescs es-
cogíaE esta ruta, el coDvoy sería rápidamente localizado, y el bombard€o
du¡aía du¡antc la casi totalidad del t¡ayecto, es deci¡, tres días. Pero si los
ialroEescs escoglan la ruta del norte, la localización se vería rctrasada y cl
bombardeo no du¡arfa más que un día. Por el conrario, si los am€ricanos
9t6 Estretcgie reciond y poüúc¡ r¡zon¡ble

concentraban sus escuadrillas en el Norte, en cualquiera do los casos te¡-


drfan dos dfas de bombardeo, ya porque el coDvoy, al pasar por el Norte,
fues€ rápidam€ote localizado, como porque, pasaDdo por el Sur, donde la
visibilidad era bueua, unos pocos aviooes americanos cooseguirfan una lo-
caliz¿ción bastaote rápida a pesar de su pequeño D¡¡mero.
A representa la cstrategia americana y ¡a I la estratcgia japoo€§¿. I-¡
matriz se prcseDt¿ ad.

r
Ruta Norte Ruta Su¡
b, b¡

Concentración Sur (a,) I 3


A
Concentracióo Norte (a') 2 2

ks americaDos conceDlraroD su aviación en e[ Norte, y alll crcontra-


ron al co¡voy japonés. Los americanos s€ habían asegurado dos dfas do
bombardeo y los japoneses había¡ limitado a dos el núrnero do dlas de
posible bombardeo. I-os dos jugadores habían adoptado Ia 'estrategia dc
prudeocia".
Este ejemplo de pura cstrategia y Do de estrategia-diplomática, supono
la equivalencia eoÚe el númcro dc dlas do bombardeo y el resultado dcl
lucgo (o que climina el clemeoto aleatorio del desa[ollo de las operaciorcs
militares). Por otro lado, habla en este caso uu "puoto a caballo" (saddle
point): la prudcncia de uno sc eacontraba coo la prudcncia del otro. Pero
es fácil tomar de nwvo la matriz y modificar la cifra :

B
br b,

Or 0 2
A
üt 3 I

Tcnieqdo la posibilidad de gauar 3, A sc sieDte tcntado de escogrr a,,


pe¡o corre cl riesgo de perder l. Si aplica la estrategia dc prudencia, cs
cogcrá a, que ¡c asegurará, al meuos, uo combate nulo. B, por su lado, se
vcrá teDtado a escoger b, que lc permitirfa ganar 1 si A ha jugado a., Pero
tcmieodo pcrder 2, si A ha iugado a,, iugará con prudcucia al escoger br.
Esrr:tegie racional y polític¡ razonable 917

Sin embargo, jugará b, si sosp€cha que A ha jugado a, coü Ia c.sFralz¿


dc quo é1, juegue b,. Suponiendo que A hay¿
al ¡rever una jugada a.,
hecho €ste cálculo, puedo cont¡arrestarlo jugando b". Pefo A, ¡ su vez,
podrá prever este cálculo y conlra[estarlo, y a§f ildefi¡idament€. En ot¡as
palabras, eD auseocia de uu "punto a caballo" y si se trata de un ataque
rinico, el iuego no tíeDe una solu€ión "tacionat', y la intuición psicológica,
eI gusto por el riesgo o por la seguridad, determinarán la política razonable.
La teorfa de los iuegos, como se sabe, ha vencido el obsüiculo dc la au-
lcDcia d€l sad¿le point Eedia¡te la llamsd¡ estrategia-mixta '. Puede scr
quo la idea ds la estrategia óptima, traiga coDsigo unas lecciones analógicas
cn materia de diptomacia. Cuando el adversario €sté cn situación de ga-
rantizarse una vcqtaja si conocc por ad€lantado nuestr¿ d€cisiótr en una cro-
¡rotura dada, la mejor mancra de impedir esta preYisión es la dc eroger
irregularm€oto una u otra de las decisiones posibles. El ataque del "lado
cerrado" en rugby o el coDtrapié eo t€Dis s€ i¡spira en cste precepto (oo
responder sicmpre d€ la misma matrcra a uDa coyutrtura deñnida). Pero la
est¡ategia óptirdá en tanto que solución racio¡al, supore una valoración ri-
gurosa de los resultados que daría, para cada uno de los jugadores, cada
una de las decisiones, al misno ticmpo que la de la delimitación de la con-
frootaciót. I-a mayor parte d€ las veces eI recurso a las armas (que co[s-
tituye uoa do las €stategias posibles) iotroduc€ un coefici€ntc de inccrtidum-
bre que hace más pfofuDda la scparacióo entr€ el modelo y la realidad.
Las coyunturas d¡plomáticas del duopolio termoouclear, de 1a gucrra frla,
de la elección €ntre armas clásicas y armas atómicas, han sugerido a los
autores arn€ricaoos numerosos aoálisis de situaciooes tfpicas. Método éstc
indiruüble, mienüas no sc olvide la solución dc cootitruidad eotrc el e3-

¡ I¡s mateD!áticos demuest¡lr¡ gue la mejor estrategia €n el juego p¡€c¿derte esli


d.tcrr¡inada de la m¡¡cr¡ siguicnte: la difercncia en¡¡e las c¡sillas dc h primera
ünca es 2 y cn¡¡e lae c¡¡ill¡s de la scgooda linea es 4. En ¡elación €trt¡c cstrs dos di'
lncñciaa 4/2 ó 2/I dctcrmiDeri l¡ f¡ecuc¡ci¡ cou quc A deberi escogcr ar o a,, at
dJci¡, u¡ 66 2/3 y w 33 l/2 del ticmpo (A cscoge cada rez al ¡ze¡ a. ó ¡'). I¡ est¡¡-
tcgir de B estí dete¡min¡de igualmeute por la relación e¡t¡e las difcrerci¡! c¡&e lae
.-¡cillú de la¡ colum¡¡g: clEo est¡s dilerc¡ci¡s mn hs mi6meÁ, B dcberi iuSa¡ coD
i¿ mümá l¡ecucncia b. y b,. L¡s dos esnatcgias mi¡tar son las mejores. Cada vez quc
B cscoja b,, A garará O dog vcccs de cad¡ 3, y 3 una vez de cada tres. Ganará, pocs,
I como nr€dia. Cada vez que B juegue b', A ganará dos veces de cada ttcs y perderí
1 vez de cad¡ t¡es, a lo que le da un (2 x 2/3-l x 1/$ : l, que es el r¡lor
del jucgo. B no pucdc mejorar ls sim¡ción eino apalindose dc ls cstrs¡cgi¡ óptim.,
quc le llevaría ¡l*círculo psicológic!" del quc hemos parrido.
Egte modclo ha traído consigo diversas eplicaciones e¡ mate¡i¡ de t¿cnic! militrr,
t podría h¡str rcr aplicado ¡ pñblemác estrstégicos simples. Basta.ría con ¡aodiGc¡¡ cl
problcma dc l¡¡ dos ¡ut¡e y dc los dos convoya suprimiendo cl 'punto a crbdlo-,
p¡¡¡ que solaúatrt€ l¡ "cst¡¡tegi¡ mi¡ta" of¡ezca una solucióu --{uc crig. cridcntcmcrtc
qoc haya una rcpeticióa, pera que cada jugador pueda ecogcr al ear rl,t y otrt dc
l¡¡ dccisio¡e quc le son olrecidas, co¡r uu¡ f¡ccucncia que detendle la rel¡ción dc l¡*
dilc¡enci¡¡ dc lo¡ valo¡c¡ c¡ ¡mb¡s lí¡e¡s o c¡ amba¡ colu¡¡na*
Estretcgie recional y políric¿ r¡zon¿ble

quema y el mundo histórico. A vecrs, los cálculos son cálculos dc probabi-


lidad obieliva basados en los resultados de las armas (dada una precisión
admiüda de los ingenios balfsticos, y la resistencia a la presión de las bases,
¿cuántos iogeDios balísticos hacen falta para llegar a uoa probabilidad del
90 ó 95 por 100 d€ destru¡r las 50 bases americanas de bombardeos ioter-
conthentales o las l0 rampas de la¡zamiento de ingenios?). Otras veces, loc
cálculos cotrtemplao la probabilidad de una reaccióu diploEátiso-militar de
uE est¡at€ga, dada la importaocia del eoyite (Berlín) y del coste verosímil
del empleo ya de armas clásicas, atómicas o termonuclear€s.
Los cálculos del primer tipo, en sí plenam€ote legÍtimos, debeu ser co-
rrcgidos por un coeficiente de inc€rtidumbre, que es imposible de estimar
ni siquiera aproximadamente (hasta qué putrto el couocimiento y el empla-
zamietrto de las bases €s perfecto? ¿Hasta qué putrto el tiro real tendria
luSa¡ al igual que en los eiercicios?, etc.).
[,os cálculos del seguDdo tipo me parec€a más p€ligosos que útiles. Dan
una aparieocia de rigor a las decisio¡es a lo sumo refleias y sob¡e todo fal-
sean la Datu¡aleza y el desarrollo de la reflexión. En primer lugar, el objeto
§n litigio ao está siempre decidido porque no es separabl¡e del conÍIicto glo-
bal y porquo el mismo objeto de este cotrflicto global, no es ni puede ser
conocido pü los estrategas. ¿Qué arriesgan los Estados Uaidos? ¿Se con-
vertirfaD los americanos en escliavos de los rusos? ¿Veodrían a vivir mi-
l¡on€s de chitros a Nueva York o a Chicago, como ha imaginado Mor-
I
Seastem ?
No dudo que algunos de los miembros de la "sociedad pafa usa poll-
tica atómica razoEablc" respooderáE que el famoso eaolomista €s vfctima
de su propia imaginación y que jamán hao pensado los rusos ni los chi¡os

' O. MorctrsuR]r, obra cilada, p. 9.


'Nadic puede saber con ce¡tez¿ lo que el e¡cmigo infligiría a nucstro país si éstc
.a li¡die¡a si¡ combati¡. Pero se pueden esbozar algunos ¡asgos de este cu¡dro si.
Dicauo; ¡y ¡o cabe dud¡ que Io oerÍa ! Seguiría inmediatame¡te la dest¡uccióo de todo
vestigio de poteacia militar. Nada sería m^ís fáeil de realiza¡ e¡ esta época cn quc I*
¡¡mas 3on cada vez mis pequeñas y más pole¡te§¡ pero que sitr embargo esláa coaccu-
trad.s enlre las manos de las mino¡ías düigentes. El gobierno volvería a las m¡¡os dc
apode¡ados comuntr¡aq el suballerno adiesuado y obedicnte se instala¡ía e¡ ¿l pode¡.
Los habitantes de nuestros tugr¡¡ios ocuparian los palacios y los qu¿ viven en éstos se
enconltaríaD en los campos de r¡sbaio de Alaska y en el No¡te del C¡n¡dá. Se p¡o-
ducirísn automóviles, no para los Estados Unidos sino para Asia. Ciea millones dc
chinos' o quiá doscientos millones, se traslada¡ian a nuestro pais y toñ¡rian posclióD
de las ces¡g e¡ las qoe vivirnos aclualmente. Según au crierio, auuque estuvieran eruon-
tonados al eslar con nosolros, su situación sería meior que la que ticn€n ¡hor¡-
Nuestr¡s fíbricas pmducfuían "reparaciones" para cl reslo del muado, en lrn¡o q¡e ¡
ao3otros nos pondrían un régim€tr €st¡ictarneüte pare poder r¡bsisri¡, con lo juBto ¡r.
ccsario p¡ra asegurar la pcrmanencia de log senicios de lo¡ nuevos y dócilee esclavoc
(docilidad que estaiíe Iácilme¡te gsraütizada por la edmiaistración de doeio dc c¡I-
¡nan!e9)".
!

I:strategia raciond y política r¿zon¡ble 9D

er¡ utra semcjalte lransf€ren€ia de población. Probablemente no lo han ima.


ginado, pero nada prueba que no lo pensasen el dfa eo que después de una
gucna termonuclear, los Estados Unidos hubierau capitulado. En té¡minos
abstrqcros diremos que el objcto en lit¡gio entre los duopolistas depende del
desaüollo del conllicto mkmo y que ni uno ni otro diplomático estrdtega pue-
de calcular lo que corre el riesgo de perder, puesto que ninguno puede saber
cómo se¡á ttorado por su vencedo¡ eventuol. Si, además, este veoc€dor ha per-
dido en el combate la mitad de sus ciudades, el riesgo es aún mayor que
en la hipótesis de una capitulacióu sio combate. Luego, en el momeDto
actual, todos los objetos de Ia confrontaciones aisladas soo mayor€s o me-
nores se$in las re¡xrcusiones que les sean atribuidas respecto a la confron-
tación global.
La imposibüdad de dar un valor al obreto eu litigio como cotrsecueD-
cia de quc la co¡frontación aislada Bo es la misma segrln las estrategias
adoptadas, se combina con el hecho de que ni cada confrontación ai§lada
oi la coDfrontación global ticDeo una suma nula. Si¡ duda, los dirigeltes
de los Estados Unidos tienen tcndcDcia a creer que todo sería más fácil
si la Utrióo Soviética no existiese y ésta, a su vez, no ye más que uu úoico
obstáculo en e[ camino de la difusión universal dcl "socialismo". Pero, en
tanto quo los Dos cxistan, cada uao mantietre una serie de iotereses co-
muoes con el otro. Yo no sé si la r¡€gativa americana a abrir a la China po-
pular el acceso a las Nacioncs Unidas es, como lo sugiere un autor, v(>
¡ustaria o inconscie¡tem€trte, una oootribución al mantenimieoto de la au-
to¡idad del K¡emli¡ sobre e[ coojurto del universo socialista. Pero los Dos
actrlaD como si deseasetr el cierre del club atómico, como si cada uno do
ellos tuvi€se por obieto el prcservar; €o tanto que sea posible, el duopolio.
Quiá, a largo plazo, hasla puede que los Estados Unidos preEeran quo
existaD dos Grandes socialistas en lugar de uBo, y quizá vean eo uDo un
factor de equübrio coBtra el otro, o, al menos. un posible mode¡ador dc
las ambiciooes extrcmas del otro.
Desdo cl momento en que el antagoDismo absoluto juegos cuya
sr¡ma es nula- c€dan el sitio a una Erezcla de hostilidad -los
y de competencia,
las paradoias de lor matemáticos ticnden poco a poco a converger con las
iutuiciones de los psicólogos. Uo problema clásico enEe los teóricos de los
iuegos, el qtto se denomina como la "paradoja de los prisioneros", nos ser-
virá de ejempto', Dos sospechosos son interrogados por separado por cl
jucz de instrucción. SoD conyíctos de u¡ delito dc menor cuantla y están
acusados de u¡ crimen grave. Si se callau los dos (arbr), es decir, si r
niegao a confesar el criÍ!€!, rocibirán la p€na poco severa que sanciooará
el delito meDor (-r. Considercmos lo qr¡€ ocurre si uDo y otro, o los dos
co!fiesan. Si A confiesa (a,) y B no lo hacc (b,), A escapará al castigo (+ l0)

¡ Tomo l¡ fó¡aul¡ dcl lib¡o yr citado dc -4. Rapopon.


920 Earrcgia raciond y polític¡ nzo¡able

y B recibirá lapena más seve¡a (-10). Si coafiesan los dos, ser:ín casti-
gados también los dos, pero un poco mcDos severameDtc (-5) que aqucl
qr¡a m bubiera confesado (-10). El cuadro ¡ es, pues. cl siguieutc:

h@) h

-5-5 + l0-10
A
a2
-r0+ l0 +5+5

¿Cuíl ee la mejor solució!? Está claro, me parece, q¡¡e Do existe uD¡


soluciótr "racional". Si A o B confiesan persuadidos de que cl otro, ha-
cie¡do bonor a su ¡nlabra Do coofesará, la solución maximiza su veotaja al
mismo üempo que la considera la más culpable en relación a la "moral
del medio ambientc", Pero si por minimizar el riesgo, uno y otro confiesao,
la solucióo para Ia comunidad es de (-10) inferior a aquetla (+10) qu€ re-
sultaría del silencio de ambos. En este caso, bastaría cotr ¡rrmitir la comu-
nicación entre los iugadores para que los dos sos¡rechosos tuviesetr interés
eo cscoger iuntos la solucióo del silencio, la rnejor para la comunidad. Pero
esta solución tro sería por ello equivalente a uo im¡rrativo ¡acional. Puesto
quo cada uno, a pesar del acuerdo concluido, podrfa sospechar de que el
otro lo cDg¡ñase. Fi¡ralmente, todo dependcrá de la idea que A tenga de la
conducta de B, y B de la cotrducta de A. I-a solucióo "más moral" (en la
moral del medio) y la mejor para ¡a comuuidad G,ero oo la meior para
cada uao de ellos) cs la del silencio oomún. Si, en lugar de dos iugadores,
imagilamos el caso dc tres y buscamos una distribución racional de los
objetos en Litigio, no podríamos llegar ni a ¿¿¿ solución d siquiera a un
tipo ¡lnico dc soluciones. ¿Qué parte recibi¡á cada jugador de una cierta
§uma a distribuir, siendo cada uno de ellos libre para aliarr con cual-
quiera do los otros dos? Todo depeode de las ¡elaciones psicológicas quc
se establezcatr entre los jugadores, de los acuerdos impllcitos cntre dos do
ellos, d. las promesas hcchas a cada uno po¡ uoo u otro de los adve¡sarios
aliados, de las amenazas que cada uno ha experimentado por parte dc loa
otros do§, Estas nocioues auténticamente psicológicas, hlervienetr necesaria-
metrte co utr iuego €n el ql.}e la soluciótr mejor para la comutridad tro coin-
cide con la meior solución para cada uoo de los jugadores y que un acuerdo
expllcito entre los riltimos es imposible.
Aio¡a bien, estas nocion€s son las que los teóricos do la estrategia tcr-
¡ Ia primcra ci6a cs l¡ dcl ¡crult¡do (Wt olll pt¡¿ rL h rcgunde l¡ &l rt¡¡!.
rado p¡¡¡ B.
Estr:tegie racionel y polítiq r¡zon¡ble 971

mouuckár han utilizado cspootáEeatrrente o a panir de modelos simplcs


do l,¡ teorla de los luegos. Como quiera que todo empleo de las arma!
termonuclearcs es improbable en razón de los riesgos de represalias, cl
estratega no puede conferirles una cierta plausibilidad sino manifestando do
todas maneras el valor extrcmo que concede al obieto en disputa (BerllD).
La est¡ategia te¡moDuclear oo consiste en calcular las decisiooes quc hay
quo tomar, dado el resultado que se desprendería del no empleo de estas
armas (la pérdida de uoa y otra posicióu) como si este resultado tuviese uD
valor conocido por adelautado, Esa estrategia consisto en mover los ¡ro-
oes con el firi de incrementar el valor de lo que ostá eo juego, al esta¡ cn
peligro cl prestigio del estratega si acepta perder aquello a lo quc coocedo
u.na importancia extlemada. Se puede decir, si se quiere, que ha dado a lo
que está en juego en la cooflagración aislada, un valo¡ conmensurable con
e[ costo de uoa guerra termonuclear, al conseguir que la pé¡dida de este
confl.icto panicular tenga uoa iaflue¡cia seria sobre el resultado del con-
flicto global, es decir, sobre un obieto de litigio que estuviera a la escala
do la guerra t€rmoouclear 0a capitulación, l¿ derrota global, no s€ría pre-
feriblo al iEt€rcambio de ataques termotrucleares). Más vale, por lo taoto,
tro llevar demasiado lejos esta formulación cuantitativa. Por ello, los ma-
temáticos no permiteo calcular la decisióo racio¡al cuaodo la pérdida corro
el riesgo dc ser "iD6trita". Para los jugadores de la grao partida estratégico-
diplomática, la guerra terrnonuclear es equivalente a una pérdida infioita.
Lu€go los jugadores oo podrían abandonar estc juego sino a través de uoa
capitulacióo, que !o traería consigo un meDor número de riesgos. En este
iuego etr el que los ¡ugadores estáD coastreñidos a aceptar riesgos casi io-
finitos, no existe una eslrategia razotral; hay estrategias que nos pa¡eceD
razonablcs y cuyas reglas implfcitas invitamos al adversario a resp€iar,
En la era termoDuclear, cl objetivo para cada uno de los iugadores ca
el de evitar el llegar a límites exúemos, sin perder por ello oinguna de las
partidas más o menos aisladas. Para evitar las fÉrdidas sin expooerse a
limites extremos, cada uno s€ comprometc a defender objetivos vitales y
se csfuerza etr convencer al otro que este compromiso es irrevocable; pero
se ingeaia para actuar de manera que este compromiso no sea inaceptablc
para el adversario y qu€ oo traiga, para este último, una pérdida de posi-
ción importa¡te ni una marcba atrás. Utr conflicto s€¡nejante es esencial-
meDúo histó¡ic.o y psicológico, puesto que cada accióB modifica los dato§
del iuego ioicial, ya que la utilidad del objeto en litigio oo es siempre la
misma para los adversarios y, puesto que una transfere¡cia de utiüdad t¡eno
u! signi6cado coocreto. No excluyo uua coEducta razouable como taripoco
¡o bacc coD una diplomacia tradicional. No se presta más en ou€sÍa época
que en cl transcurso dc los siglos pasados a uoa formulacióE racioual (es
decir, que sc impondría al actor como l¿ verdad d€ un teorema s€ impooo
a aquol que comprende la demostración). Por €l cootrario, me pa¡ec€ quo
)22 Estratcgia recional y polític¡ r¿zon¡ble

la eshat€8ia de [a er¿ termonucleat está más aleiada del modelo de la cs-


trategia racioDal que la de los mil€nios de armam€oto3 preoucleares, Antes
dc 1955, es deci¡, antes del establecimiento del duopolio terrioouclear, €l
luego mismo no pa¡ecía irracionable, mientras que hoy dla, los jugadores
preferirían probablemente abaodonarlo o ponerle 6¡ de una manera u otra.
La estrategia del compromiso, el de las ameoazas, el de [a baladronada,
csLí [gado a la "personalidad" del jugador mrís que cualquiera otra estra-
t€gia'. Ahora bieo, los jugadores del campo democrático, con una prensa
libre y u¡ personal político a menudo iuconscieote de la ¡atu¡aleza del
conflicto, no se han asemejado Duoca menos L una EetwÍra. Las decisioaes
adoptadas corren el riesgo de reflejar preferencias uo transitivas, por el
mismo hecho de que expresan un compromiso en el interior de los Estados
cntre individuos o cuerpos cotrstituidos.

Razonable y no racioDal, una diplomacia-estrategia, es la era termoou-


cl€ar y en la era de las ideologías, coloca a los gobernantes y a los simples
ciudadanos atrte antitromias mo¡ales más patétisas aún que las del pasado.
¿Qué Presidcote de los Estados Unidos daría la orde¡ de atacar Struregic
Air Command, sabietrdo €l costo de una guerra lermoEuclear para^lel mismo
pueblo americano? ¿Serían igual€s la aceptacióo del riesgo, la negativa al
apaciguamieoto que eran consideradas como virtudes freqte a Hitl€r, freote
a un ouevo Hitler? ¿SoD aquéllas vi¡tudes frente al hombre que amenaza
co! una bomba de cien megatones?
I-a contradicción entre moral y política, nos dicc el filósofo quo coo-
sidera a la historia transcurida con el distanciamiento del sabio, no €s tal
como la describe el analizador de la razón de Estad.o Friedrich Mei¡ecke.
L¿ moral ha nacido también eE la historia y se ba desarrollado a través
del tiempo. Es el progreso mismo de Buesuos conceptos morales el que nos
üeva a juzgar severarnente las prácticas de los Estados y a transfo¡marlos
progresivar¡ente. Es detrlro de la moral concreta dc las colectividades dondc
so rcaliza la moral universal- Es deltro y por la pof-
-imperfectarDehte-
tica qr¡e se realiz¿o las morales concretas'.

' La suprcaión del ¡iesgo in6¡ito, detenie¡do el juego o por el aonopolio de l¡s
rnoas Oo quc cs otra lorm¿ de pa¡¡r cl juego).
' Eric Veil, a pro¡isito del libro de M¡¡¡¡cxB I/c¿ tlct St¿o,r¡]oso¡, "Critique-,
julio de 1961, pp. 6ó4ó65... 'La viol¿¡cia pula ¿o ?s ya posíbh f, !i sc eosur!.
cooo tal, ü¡ce cD cotrt¡e de ella ls unióa, y ¡yuda asi a le toma de concienci¿ hiltó¡ica
y a su p¡og¡cao mo¡al No se¡ia paradójico, si¡o c¡ apare¡ci¡, ¡6¡mrr quc cl problear
dc la viote¡ci¡ c¡ le historia Do esllría pl¡Dt.¡do si no hu¡iese sido ya sob¡epu¡do
por el pcnseoicnto que lr pl¡ntea y faltase a esta conciencia elgo nis que el rdor
do coup¡tadc¡t¿ a ¡í ni¡o+ de ¡dmiti¡¡e a ¡í mismr"
Estr¡tcde r¿cionel y polític¡ r¿zo¡¡blc 921

Es ci€rto que la antinomia absoluta eotre la moralidad y la acción diplo-


mático-estratégica, es creada, eD determinada doctrina ¡[ediante la defio!
:ióo parcial que se da de uoa y otra. Si Do existe ot¡a moralidad que la
lel cristia¡o que se sacrifica sin consideración ulterior alguna, eYidestemen-
to un jefe de Estado, aún cristiano, no actuará como tal, ñto ta iefe de
.mprcsa tampoco. El individuo responsable de una colectividad privada o
pública, iusto a los ojos de los demás, debe reclamar lo que le es debido
porque ello no es un bien suyo propio, sino el de las personas cuyo mando
ha tomado y cuya carga ha asumido. NiDgrin príncipe tiene derecho de
hace¡ de su nación el Cristo de las naciones. Una nación que tier¡e la vo-
luntad de viür, que afirma, pues, una voluntad de poder entre las demás,
no es por ello inmoral. El pesimismo de los r€alistas americanos tieoe a
metrudo por origen una falsa o excesiva ider de lo que exige la mo¡alidad.
No deja por ello d€ ser cierto quc la coacción es hoy día inseparable
de toda política, ni que se €xpre3 entre los Estados, Íredi^nle la omenaza
o la útilización de la lterza atmada, ni que el individuo se supooga obli-
gado por la ley i semi a su país, o quo apruebe o no la cousq por la que
esle úhimo combole.
Sin duda, la coacción no es ilegftima en sí. Todas las naciones o casi
todas, deben su existencia a la coacción, y aún la misma nación ar¡€ricaDa,
creada por iodividuos civilizados en una tierra casi vacía, tiene que olüdar
la guerra de Secesión para creer en su ideología preferible, la de una opo-
sición radical, eotre consentimicnto y dominación, entre la diplomacia idea-
tista y la política de poder. Tampoco' eD mayor grado, la polftica en el
interior de las naciones ha llegado e eüminar radic¿lmente la com¡ronente
de conflicto y violencia. Aun cuando el orden constitucional no sea üolado
por golpes de Estado o por revolucioues, qu& marcan la vuelta a uDa es-
pecio de estado de naturaleza, el futrcionamienlo regular de los regímenes
democráticos no excluye que uaa fracción cualquiera de sus gobemados s€
sieDta a y€ces, y a justo título, oprimida y sufra efectivameote una coacción
y Do vea otra esperaoza que la de sust¡aerse a ella por la rebeüón, es decir,
por la viol€ncia. Al menos es posible dar uD cierto sentido al futuro poli
tico en el interior de los Estados: basar el poder en el conscntimiento, ase-
gurar la protección de las libertades individuales por leyes, crear condicio-
nes tales, que todos los miembros de la coloctividad participen z \a vez de
los bienes de la culrura y de la vida Folíticá. A lo largo de los siglos, el
hombre ha alcanzado la Humaoidad: la digoidad de cada uno es recono-
cida por todo6, el impcrio de la ley Frmite a todos üvir de acuerdo con
la r^26n.
¿Apercibimos la menor señal entre las naciones de qu€ el futuro t¿ngB
un setrtido? ¿Parecen estar dispuestos los Estados a reDuncia¡ al derecho
de hacerse justicia? ¿Se si€nten más inclinados los Graudes, en el siglo :o«
después de Jesucristo, que ea el siglo )o( aDtas de J€sucristo, a ¡espetar a
924 Estrategia raciond y politic¡ razomble

los Pequcños y a no abusar d€ su fuerza? Lo quc es más gfayc, es quó


la concicncia común nrc pa¡ecc aútr hoy día estar más dispuesta a suscribi¡
la fórmuta (se pued€ iuzgar sublirne o innoble) right or wtong my country,
co lugar de bacerlo a los imperativos a falta de los cuales la paz, mediant€
la ley o la federacióo muodial, oo es más qr¡e uoa peligrosa utopla.
Por otra parte, ¿cómo pod¡ía condenar el moralista al ciudadano quo
30 comprofnete a obedecer las ó¡denes de su Estado, cualesquiera que sean
csas ó¡dcnes? Si el historiador tieDe tauta diñcultad, aun cou la visión quo
da el transcurso dcl tiempo, en distibuir equitativameote las responsabü-
dades en los conflictos humanos que oponen a las colectividades humanas,
¿cómo podría un individuo hacerlo, agobiado por las propagandas contra-
dictorias y d€sprovisto de uoa parte de las informaciones? ¿No sería lo
mejor para é1, dc una vez para todas, mautener el iuramento de ñdelidad
que ha becho impllcitameDte desde el día en que ha comenzado a disfrutar
los privilegios y la herencia que le aseguraba uDa colectividad histórica.
Algúo dla sabrlmos a qué puede obligaroos un iuramento de €ste caráctcr.
Sabremos tambiéo que €xislen circunstancias e¡ las que €l moralista, al
igual que el historiador, comprueba la antinomia, las elecciooes contradic-
torias dc unos y okos y se oiega a juzgar. El alcmán que detestaba a Hitler,
pero que ha cumplido coD su deber de soldado ell el e.iército, y el alemán
que detestaba a Hider y que ha trabajado para la dcrrota del III Reich, se
€ncontraban en campos opuestos, a pesar de que en el foudo dc su corazó¡
pronunciaseu las mismas negativas y tuyies€n las mismas esperanzas. No
existe uoa regla geoeral que permita determioar coD c€rtidumbrc dóode c+
mieoza y dónde tcrmi¡a el dcrecho de rebelióa i¡dividual cantra uo Estado
caído e[tre las malos de uD usurpador, conEa un régirDen que traiciona los
valores consütutivos dc la colectividad.
Anúes de llegar a esos casos extremos, ¿debc combatir con los naciona-
listas argelioos el ciudadano que estime que la guerra de Argelia cs már
injusta que iusta? ¿Dcbe rechazar el u¡iforme si es llamado a las armas?
¿O deb€ obedec.r a la üa de su corazóo? ¿Qué actitud debe adoptar aque¡
que se opone para poder servir a sus ide¿s si¡ abandooar a su patria?
Podrá objetarso qu€ casos semerantes de concie¡cia surgen también en
el interior de los Estados: si el príacipe es tiránico, cl régimen despótico,
si los gober[autcs abusao de una autoridad legal, el iodividuo se eDfreota
coo la altcrnatiya de la sumisión o de la rebelióD. Sio duda, est¿ altcrtra-
üva cs iorparablc dc la existercia poütica, puesto que todas Las morales
coEcretas ordenan sometcrse a las leyes y a determinados prfncipes. Por ello
no deja de tencr esta alteroativa un alcance fluy distinto cua¡do sc coa-
sidera la rivaüdad cntrc DacioD€s.
El Estado exige dcl ciudadano que ésta ariesgüc su vida por é1. Cuando
la causa d€l Estado sc coufuodc, a los ojos de los ciudadaoos, con la dc
ta nacióa, la accptación dcl sacrificio sc oos aparec. como utra parte hlr.
Estrategia racional y política razonrble 925

gr¿nt€ dc los debe¡es qr¡c impüca para cada uDo la úd8 en socicdad. Pcro
el dfa eD que Hitler pide a un alemán de conüccióo libcral que corra el
riesgo supremo, la cortradicción e§, es seutido üteral, trágica; hay qr¡o trai-
cioBar a sus ideas o a su patria, contribui¡ a la victoria de un régimco que
detesta o a la humillación de una col€ctividad a la que se siente adicto coo
toda su alma. Pero aún hay más. Si quiere ser lúcido, üeae quc confesaÍse
a sí mismo que alg¡¡nos rasgos del régimen que le son odiosos, no son nc-
cesariameote contrarios a la fortuua temporal de los Estados. A vecrs es
clerto qu€ eJr¿ mundo p€rteoece a los üoletrtos.
DeteDgámonos un instanta sobre este aspecto de la disputa dcl maquia-
veüsmo o de la ¡azón de Estado. Las naciones quo triunfan cn la compc-
tencia iDtemacional, ¿soo las me¡los iustas, las más brutales y hasta las más
primitivas en el ioterior y en el exterior? Es difícil, y serla falso, creo, ree
ponder con uD sí o coo un zo categóricos. La tesis de la contradicción coDs-
taote etrtre lo que es favorable para ta colecüvidad y lo que cstá confo¡r¡p
con la moralidad, es i¡defendible, aun si se deñne equivocadamente lo lril
exclusivamente, baciendo refe¡encia al poder de la colcctividad. Cuando lo§
caodidatos al ejercicio del poder o los detentadores de éste actúan en contra
de las reglas que los súbditos o ciudadaaos consideratr espontáncamcnte
como válidas, debilitan el respcto a la ley o a la moralidad, que es un¿
fuente dc fuerza para Ia colectividad, al mismo tiempo qu¿ aruinatr su
propio crédito. Un pueblo que llega hasta el desprecio de sus leyes y de
sus dueños no es indudablemente uD pueblo fuerte. Pero cuando uD ord€n
se ha hundido y cuaodo bay que levantar uno nuevo, como sobrc una tabla
rasa, aquellos quc pos€en las vinudes menos cristianas tienen la mejor po-
sibitidad d salir triunfaotes r; la capacidad de masdo, la apt¡tud a Ia bru-
talidad y pa¡a la astucia, la confiaoza fanática eo ellos mismos y en su
causa. Los vencedores crecn en el gobiemo por los hombres, no €n el go-
biemo por la ley.
En el exterio¡ no es cierto tampoco que úDicametrte los maquiavélicos,
en el senlido vulgar, estén destioados al éxito, A condición de dar ¿ la
fue¡za un seDtido vago y amplio, P. ,. Proudbon oo estaba totalmente equi-
vocado al sugerir que por térmioo medio los derechos de la fuerza tiendeo
a coincidir con la iusticia o, dc otra forma, que l¿ fuerza no da a cada
¡ación más que aquello a que tietre derecho. La fuerza armada de Francia
permitirá la conquista de Argelia pero no la asimilación de los argelinos;
como quiera que esta asimilación sobrepasaría las fugrzas de Francia, la
' M. B¡uce lackard, rcpresentante b¡itánico .n Rusia tras la c¡ída dc los z¡¡es,
cuent¿ que aposló sobre el éxito de los bolcheviques t¡as habe¡ asistido a ulra cscen¡
:di6cante: Tmtsl.y, gracias a la lue¡za de su palabra y de su personalidad, llevó dc
ouevo a la obedienci¿ ¿ un¡ band¡ de soldados mitad borrachos, Los otmq los menchc.
riques, los socialislas revolucionarios, tenían a s¡r fsvo¡ la mayoría del pueblo ruso.
Pensaban en leyes' en libe¡tadeq en anarquias. Los bolcheviquee rcstablecie¡on le dir-
:iplina en el ejército -v la pena de muerte.
926 Estraregie raciond y polític¿ r¿zonablr

conquista scría tatr vatra como injusta. Pero, contar con la recoociliaciór
final (¿cuándo llega el fin), €s creer en los cuentos de Navidad. La fuert¿
armada ha p€rmitido a través de la historia, hacer o manteoer conquista
que la fi¡erza (socia.l, moral, espiritual) no ju ¡iñcaba. Puede que llegue ur
día etr que la Unión Soviética pague la injusticia que ha cometido ded(
19.15 respe€to a los europeos del Este, de la misma manera que Francir
paga, desde 1954, la injusticia cometid¡ desde hace un siglo con respect(
a los argelinos. No sabemos oad¿ de ello y no tenemos nitrguoa garatrtí¿
de que ra asf.
Uo régimen que reduzca las libefades concretas de los ciudadanos, qur
consagro uo¿ fracción importante de sus recursos nacionales a la polític¿
exte¡ior, posee ventajas evidentes sobre un régimen que deja a los individuor
ta prerrogatividad de determinar el coeficieDte de movilización o de inve¡
sióD. Sin duda, si los que disfrutan de esta prerrogativa fuesen virtuosos
saldrían triunfantes sobre uo régimeri despótico. Lo que éste obtenga por
la coacción, los ciudadanos vi¡tuosos lo cooseguirán por espíritu cívico. Er
el muodo real, la movilizacióo yoluntaria coDtinuará muy a menudo sieod(
iqferior a la qrovilización forzada. El hecho de que los pueblos pierdaa st
imperio cuatrdo pierden la voluntad de reinar, es uoa fórmula tomada de ur
diplomático británico, que oo expresa siuo una parte de verdad: los pueblo!
pierden a menudo la voiuntad de rei¡a¡ cuando descubren la imposibilidac
de guardar su imperio. Pero sigue siendo cierto que, hoy como ayer, la
yoluntad de reioar es iodispensable pará la graodeza temporal y los diri.
gentes de la Unión Soviérica nos dan tra prueba de que existen posibilidader
de trausaccióo con los principios.
Dg esta forma, la esencia de las relaciones ioternacionales sigue siendc
apa¡entemeDte constaote a través de los siglos, y los carcteres concretos d{
la guerra y de la paz están determioados por [as armas disponibles, por
el ca¡ácter do los regímenes enfrentados, por los objetos de los conflictos
Iá paz es menos pacíñca hoy día que hace un siglo, porque la rivalidad
entre los Estados y la competencia de las ideologfas se multiplican eritrc
sí. La grao guerra sería mucho más temible que toda otra en cualquier
época, rlo porque los hombres seau ¡reores, sino porque son más sabios.
¿No existe uinguoa señal de un progreso en el orden e[tre los Estado§,
comparable al que es lícito apercibir en el orden interior de los Estados?'
¿No nos permite el resultado actual de la historia de las guerras dennir dc
una vez cl ordetr int€roaciotral que responderÍa a la vocación de la Huma.
oidad y pr€cisar eo qué condiciones podrían ser realizadas?
Est€ optimismo no deja de ten€r un fundameoto. Entr€ aquellos qu. lo
t No sc trats ni de un progreso regular ni de una seguridad psra el fulu¡o. Erieten
¡ct¡oce¡or. Quie¡o decü gue el Elósofo puede dete¡mina¡ en qué consistiria el orden
¡ocial desc¡do pot la concie¡cia aoral de hoy en dia y que, con rel¡ció¡ a estc idcd
la historia polÍtica adquie¡e un sentido.
!l

Estrrtegia racional y polítice razonable 927

apruebao, unos hasrtr hincapié en la toma de coociencia de una mioorfa dc


ta Huma¡idad eot€ra como de una uaidad, superior en digDidad a todas las
col€ctividades pafticulares. Si creyés€mos a otros, es la solidaridad econó-
mica ent¡e todas las colectividades la que constituye el hecho de mayor im-
portaocia y la que obligará a las naciones a veocer los nacionalismos y a
poner a puBto una organización razonable de su coexistencia. Si hiciéramos
caso de otfos, es el absurdo evidente de una guerra librada con los medios
modernos de destrucción, 1o que hace anacrónico el recurso a las armas
por las Graodcs pote[cias. En cuanlo a las guerras de liberación, pertene-
ceu a épocas que los pueblos de Europa tienen arln tras de ellos.
Ninguno de estos argunrentos de.ia de tefier su peso. Pero ninguno es
coDviBcente. La concieocia tribal es, en su coniunto, incomparablemente más
fueñe que la concieocia humaoa. La complejidad creciente de las relacio,
Bes entre las uoidades polÍticas, al hecho de que eo el siglo )o( la historia
sea por primera vez universal, no impidc Ia ruptura de las comunicaciones
cuando un régirnen totalitario decide que así sea. En un sentido, de utr
universo ideológico a otro, hay mayores comunicacioDes, pero se comprende¡
meDos y quieren comprenderse menos todavfa. Las dos te¡ceras partes de
la Humanidad no sos contemporáneas de la minoría privilegiada, pero, ¿lo
serán mañana? ¿Cómo lo s€ráD? ¿Aceptarán no dejar de serlo? Las vo-
luntades colectivas d€ poder y gloria están abf, iotactas, con bombas termo-
nucleares a su servicio. El derecho a la vida de las comu¡idades de cultu¡a
es quizá menos descotrocido por los conquistadores de hoy (Hitler exce¡>
tuado) qu€ por los bfubaros. ¿Bastaría para preservar la existeocia de aque-
[!as comunidades que, como Cartago. resislieran al veoecdor hasta eI ñnal, si
un Estado totalitario saliera triunfante?
Yo ¡to me atrevo a afirmar que §€ pueda descubrir uoa eñcacia actual,
la Wirklichkeit, de la idea que daría un cierto s€ntido a la sucesión monó-
totra de las victorias y de las derrotas, de las ciudades y de las entidades po-
líticas y de los imperios, No estoy seguro de que los hombres hicieran la
paz en esta tierra. Lo que no cabe duda es que que¡rían escapar a los ho
rro¡es de la guerra; ¿pero querrían renunciar a los goces del otgullo co-
lectivo, a los t¡iunfos de aquellos que hablan en su nombre? ¿PueCen cotr-
fiar uaos etr ohos, de una colectividad a otra, hasta el punto de privarse
d€ los medios de fuerza y de confiar a un Úibunal de entidad, la labor de
¡esolver sus conflictos? De aquí a un siglo, ¿habráo decidido en común cl
ümite razonable de poblacióo, a falta del cual se vería¡ enfrentados coo
la amenaza de uoa superpoblación casi absoluta, al menos, de una super-
población que reanimaría una lucha por los recursos, por las materias primas,
por el espacio mismo, lucha al lado de la cual las guerras del pasalo pare-
ctrlau i¡riso¡ias? En fin, por encima de todo, ¿s€ sentirán los hombres lo
suficieotemente cerca uoos de otros en sus sistemas de creencias y de valores
928 Estrategia racional v polític¡ r¡zon¡ble

para tolerar las düerencias de cultura, igual qr¡e los miembros dc una misma
unidad política tolerau las dife¡eocias eotre las proyi¡cias.
Me cuesta trabajo respooder afirmativametrte a todas estas ioterrogantc§.
Yo no niego dos novedades: la capacidad de mauipulación de las fuer¿as
naturales mediante la producción y mediaDte la destrucción, y el germen de
utra conciencia humaDa a la vez moral (todos los hombr€s son hombres) y
pragmática (está de acuerdo coD el interés de todos los hombres de limiter
los cooflictos entre las fracciones de la Humanidad). ¿Coostituyen estos dos
hechos ouevos la prueba de u¡a uueva fase de la aventu¡a humaoa? No
podemos saberlo, pero d€bemos quererlo y teEemos derecho a espe¡a¡lo.
Pero sabemos tambiéo, recogieodo las previsiones de Bert¡aBd Russel,
que la guerra y la paz €ntre las naciones sotr susceptibles de llevar dis-
tintos resultados. O la Humanidad olvida lo que ha apretrdido y volverá a
la era preindustrial, o sald¡á del perÍodo bélico como coosecuencia de Iá
catástrofe y todos los pueblos no soba€vivirían para conocer las bendiciones
de la fase postbélica. O bien, la HumaBidad contiouará aúfl duraote siglos el
juego trágico a la somb¡a del apocatipsis, siendo la bigiene incapaz de llenar
en alguoos decenios los vacíos abie¡tos en algunos minutos de intercambios
termonucleares. O bien, en ñn, hipótesis prefe¡ible pe¡o no la más posible,
las naciones vencerán poco a poco sus preiuicios y sus egoísmos, los fa!á-
ticos dejarán de eDcarnar en ideologías políticas los sueños de absoluto, y
la ciencia dará a la Humaoidad, consciente ya de sí misma, la posibilidad do
administrar razonablemente los ¡ecursos disponibles en función del nrlmero
de vivos. L¿ organización será universal, las comuuidades de cultu¡a será¡
numerosas y pequeñas. Los Estados de poder, habieado realizado su misión,
decaerán en una Humanidad pacificada.
No sooría él lector demasiado de prisa. I-a Humanidad se eocuentra aún
c¡ su infancia si nos referimos al tiempo que le queda por vivir. "Debc
pensarse hoy dfa, sin hablar de razas extinguidas, que el homo sap¡¿rrs exislo
en [a tierra desde hace sesenta o cien mil años. El estado actual del cosmos
le permite una posteridad de va¡ios milloDes de años. Al limitar a r¡n mi.
llóu do años el lÍmite cuaútitativo de la duración del lenómeno humoto,
puede aprcciarse que hemos vivido uDa décima parte y que .os queda aún
por vivir las otras nueve décimas. De esta forma, la duracióa de la Huma-
nidad cstaría, respecto al individuo, en una relación de 10.000 a l. La Hu-
maqidad de boy día rría, respecto a la Humanidad ya perfeccionada, como
un niño dc l0 años ante el anciano. Mil años dc Humaüidad corres¡ronden
I uo mcs do vida individual. Nosotror, como Humanidad, teoemos diez
años. Dufante nuestros cioco o seis primer$ años, sio padres oi maestro,
hcmos apcnas podido distinguirnos de otros mamíferos; ¡uego bcmos cn-
conhado el arte, la moral, la religióo, el derecho. Sabemos lee¡ y escribir
desde hac¿ menos de un año. Hcmos coostruido el Partenón hace apcoas
tres mescs; hace dos meses ha Dacido Cristo; y hacr menos de quincc
Estr:tcgia raciond y polític¿ r¿zon¿blc 929

días que hemos empezado a identifica¡ cl.aramente el método ci€otffico cr-


perimental qüe Dos permite conocer algunas realidades del universo: hac3
dos días que sabemos utilizar la electricidad y construir aviones... Somos
un niño pequeño de l0 años, valiente, fuerte, y lleno de promesas; sabremos
desde el año próximo hacer muchos dictados sin faltas y calcular correcta-
menle la regla de tres. Dentro de dos años, estaremos en la clase de pti-
m€ro de bachillerato y baremos nuestra primera comunión de una manera
solemae. Dentro de cien mil años, llegaremos a nuestra mayoría de edad'.
Sería indigno dejarse hundir ¡nr las desgracias de nuestra geueración y
por los peligros d€l futuro próximo hasta el punto do cerrarse a la cspe-
ranza, pero no sería menos abandooarnos a Ia utopfa y desconocer los tras-
tornos de ouestra circunstancia.
Nada puede impedir que t€ngamos dos deberes, que no siempre son
compatibles, uno hacia nuestro pueblo y otro hacia todos los pueblos. Uno
de participar eo los conf'lictos que constituyen Ia trama de la Historia, y
otro de trabaiar para la paz. La Humaoidad polría ser pacificada y ning¡tr
homb¡e hablaría ya francés. Otras colectividad€s de vocación nacional han
desaparecido sin dejar traza. Dentro de unos cuantos años, o decenios, la
cspecie humana tendrá la posibilidad de destruirse a sf misma; a un pueblo
tambiétr le será posible exterminar a lodos los dcmás y ocupar el planeta
cntelo.
¿Habrá que escoger cntre la welta a la €ra preindust¡ial y el adveni-
miento de la era post-guerrera? ¿Etr esta era, la Humanidad será desco-
oocida, homogénea o heterogénea? ¿Serán libres las sociedades €ompara-
bles a una termitera o a una ciudad libre? ¿S€ terminará la era de las.,
gu€rras por una orgía de violencia o por un apaciguamieoto progresivo?
Sabemos que no sab€mos la r€spuesta a estas iflterrogantes, pero tani-
biéa sabemos qüe el hombre no sobrepasará las antinomias de la acción sino
cl dfa cn que haya terminado con la üolencia o con la esperanza.
Deiemos a ot.os, más dotados para la ilusión, cl privilegio de plantears€
con la imagi[ación un punto ñnal de esia aventura o itrtetrtemos ¡o faltar a
oinguua dc las obligacioncs impuestas a cada ur¡o dc los hombres, no eva.
dirnos dc una historia bélica y no tr¿iciona¡ al ideal. Pensar y actuar cou
cl firm€ propósito que la ausencia de la gucrra se prolongue hasta el dfa
cn quc la paz se baga posiblc --suponiendo quc lo sea alguoa vez.

l. Footrstti obrd citada, pp. 26061.

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