El Pensamiento de Unamuno
El Pensamiento de Unamuno
El Pensamiento de Unamuno
EL
PENSAMIENTO
DE
UNAMUNO
-*
Breviarios
BREVIARIOS
del
76
EL PENSAMIENTO DE UNAMUNO
Primera edición en español, 1953
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https://archive.org/details/elpensamientodeuOOserr
I
EL HOMBRE Y SU MUNDO
Años de infancia
Miguel de Unamuno nació en Bilbao, el 29 de sep-
tiembre de 1864, hijo de una familia burguesa y cató-
lica. Sus abuelos poseían un caserío rural, el de La-
rraza, pero sus progenitores fueron urbanos, bilbaínos
y de profesión liberal. Queda huérfano de padre a
los seis años y el recuerdo que de éste guarda es el de
una conversación en misteriosa lengua con otra per-
sona. Hablaban en francés: "¡Luego los hombres
pueden entenderse de otro modo que como nos enten-
demos nosotros!" Después sobrevienen las primeras es-
tampas escolares: el maestro, un viejecillo que olía a
incienso y alcanfor, cubierto por una gorra de borla,
vestido de levitón y repartiendo cañazos que era una
bendición sobre las manos infantiles. Con él aprendió
a leer y escribir, reglas de urbanidad y religión. Allí
se reveló su imaginación reuniendo alrededor suyo,
en las tardes lluviosas, a todos los compañeros para
contarles cuentos, porque era "el novelero" del cole-
gio. Los paseos escolares le pusieron en contacto di-
recto con la naturaleza, el campo "fresco y verde".
"¡Había que ver cómo nos desparramábamos a correr
entre los árboles y sobre la yerba, junto a la ría, por
la que de tiempo en tiempo pasaba uno de aquellos
viejos vapores de ruedas!" Y las lecturas de novelas
aventureras — Verne, Mayne Reid — con otros mundos:
los mundos hiperbóreos. Y las lecturas morales y edu-
cativas: El amigo de los niños, el Juanilo y un librillo
sinorular: El protestantismo comparado con el catoli-
cismo, donde se hablaba ya del "vicio nefando" y las
banderas de Luzbel, Lulero y Calvino.
Sobreviene después la primera experiencia de la
muerte: el camarada que todos hemos enterrado en
7
8 EL HOMBRE Y SU MUNDO
un extraño día infantil en que, de pronto, nos torna-
mos adolescentes: ataúd con sus cintas blancas;
el
el sagrado rito del acompañamiento; la apertura de la
caja, ya en el cementerio, que deja ver, por última
vez, al muerto pálido, rechupado, con los ojos cerra-
dos y las manos juntas. Después la entrada al miste-
rio del sexo; "las cochinadas"; el corazón tocando a
rebato ante una imagen excitante o ante una palabra
equívoca. La primera comunión, menos sugestionado-
ra sin embargo de lo que la familia espera. La pri-
mera función de teatro —
ésta sí repleta de tensión y
encantamiento —Los primeros contactos directos con
.
El ''sitio'' de Biihao
Autorretrato de juventud
Profesor en Salamanca
Secundo autorretrato
Por aquellos años, Unamuno se había llamado a sí
mismo "cartujo laico, ermitaño civil y agnóstico, aca-
so desesperado de esta vieja España",^ y convertido
en el buzo de sus profundidades vitales, sólo se inte-
resaba por descubrir esa extraña y problemática
entidad que es el hombre, a la vez que de salvarle
— salvándose a sí mismo —
de las fronteras de la tem-
poralidad. ¿Cómo había de interesarle la episódica es-
pañola, salvo que al hacer cuestión de esta episódica
no surgiese la posibilidad de trascenderla hacia su
gran lema? "Yo tengo mi lucha y cada uno de vos-
otros tiene la suya escribe ^ — —
Y mi lucha no puedo
.
la espada en mí mismo."
Episódica trascendida a problema universal huma-
no, y tal es en efecto la lección que se desprende de
los años de destierro. Una España como totalidad hu-
manizada; sentida a través de Miguel de Unamuno
("Permitidme que os hable de mí mismo; soy el hom-
bre que tengo más a mano"). Durante estos años,
tendido Unamuno sobre la parrilla de la desesperan-
za, inicia su conversión hacia el profetismo que poco
después veremos operar, con caracteres apocalípticos,
durante los años inmediatamente anteriores a la gue-
rra civil. Unamuno ha tenido, como pocos, el don de
la ubicuidad sin perder por ello intimidad y ensimis-
mamiento; así, pudo sentirse y sentir a España simul-
táneamente, en su pulso enfermo, sintiéndose enfermo
él; desgarrado por dudas, contradicciones, agonías y
aporías que eran, en definitiva, las españolas; porque
así como los hombres sólo son su propia medida cuan-
do son de carne y hueso, los pueblos son también
colectividades de carne y hueso sometidas al vaivén
racional-irracional. Esta comunidad individual y na-
cional cuya comprensión es la única vía para entrar
en la historia de un pueblo y no en su inauténtica
historiografía conceptual, se da plenamente en Una-
muno y sus sonetos insertos en De Fuerteventura a
París la parcelan e identifican. Así son, podríamos
decir, sonetos autobiográficos del Unamuno ínsito en
España y de la España ínsita en Unamuno. Valgan
como ejemplo los siguientes:
1
Voy ya, Señor, a los sesenta, h'storia
larga mi vida de tenaz empeño,
y siento el peso del eterno sueño
que llega con la carga de la gloria.
SEGUNDO AUTORRETRATO
para desarrugar, Señor, tu ceño,
voy regando de España la memoria.
2
Al frisar los sesentami otro sino,
el que dejé al dejar mi natal villa,
brota del fondo del ensueño y brilla
un nuevo porvenir en mi camino.
3
¡Miguel! ¡Miguel!
Aquí, Señor, desnudo
me montaña,
tienes a tu pie, santa
roca desnuda, corazón de España
y gracias, pues que no me sigues mudo.
HOMBRE Y CIRCUNSTANCIA 27
vendrá la noche. .
Hombre y circunstancia
'
La circunstancia generacional
Unamuno pertenece a la llamada "generación del 98".
No podemos detenernos, por el momento, a acotar la
grave significación que este término generación encie-
rra, como instrumento hacedor de historia y en cuyas
finas mallas se encuadran, en su acaecer diario y se-
cundario, todos los cambios históricos. En otra oca-
sión lo hemos definido como un cuerpo social íntegro,
compuesto por masas y minorías, constituido sobre
una identidad de tiempo cronológico, histórico y vital
con arreglo a unas constantes determinadas de proble-
mática (filosófica, sociológica, psicológica, lingüísti-
ca e histórica) cuyos integrantes poseen un caudal
'común de formas de ser, vivir y convivir que partien-
do de la personalísima experiencia se articulan, a la
vez, hacia dentro y hacia fuera. Tal articulación no es
tuna articulación pasiva, extática, sino el supuesto
para una toma de posición frente al mundo; suma
de voluntades operantes que buscan la justificación de
¡su existencia individual y colectiva tras un "pro-
yecto de vida" generacional.^^ Desde esta perspectiva
hablamos de generación del 98, y no desde el limitado
y convencional ángulo literario habitualmente en uso.
i
De aquí el hecho siguiente: Unamuno, aun resistién-
dose a admitir su forzosa inscripción en el equipo
generacional, es quien más limpiamente traza sus li-
neamientos históricos sin saberlo. Lástima que no po-
damos detenernos en demostración que serviría, a la
vez, para situar las constantes generacionales y los
hombres generados en ellas con una perspectiva algo
\
distinta del clisé habitual.
Como en el caso
de la valoración de su circunstan-
cia, Unamuno tieneclara intuición de lo que signifi-
can históricamente las generaciones, pero su particular
tendencia a meditar "a lo que saliera" le lleva a des-
aprovechar, muchas veces, los más fértiles descubrí-
Y la corazón me oprime
congoja el
al ver cómo de mi tesoro
al baicl
lo envuelve la ralerna mientras cruza
de Dios el piélago.
El Madrid bijronLe
Car:a a Ángel Ganivet, 1898, pub. en la rev. ínsula, n' 35, nov., 1948,
Madrid.
38 EL HOMBRE Y SU MUNDO
justificación de sí mismo. Salamanca irradia enton-
ces íiierza creadora v se torna ins|)iración y poesía. Es
el instante en que Bilbao desaparece del primer plano
40 EL HOMBRE Y SU MUNDO
cha; la plaza municipal y provinciana llamada de la
Paja; el Palacio del Arzobispado; el paseo del Prado;
los trasfondos del Palacio Real, con su dio;no aire ve-
lazqueño. Una polifonía madrileña brota de la anciana
y enamorada pluma. "Soñando historia a orillas del
Manzanares se siente la Taneza de llanura alta, de me-
seta, del Madrid llanero, mánchelo, popular, y se
siente su alteza de altura serrana y la cortesía del pue-
blo bajo que aprende siempre, y la frescura y claridad
de sus praderías espirituales. ¡Y qué símbolo el del
madroño, sin oso, que hasta embriaga! ¡Llaneza, alte-
za, cortesía, frescura, c;aridad! ¡Y fuego! Y recuer-
dos de mocedad de aprendiz de hombre en Corte."
42 EL HOMBRE Y SU MUNDO
sultado de su connubio salamanquino en ausencia de
polemistas y contraagonistas. Más tarde el hábito ad-
quirido se integra en la raíz de la personalidad y
sucede eso que donosamente ha connotado Ortega:
que, apenas entre los otros, soltaba en medio de todos
su yo como un ornitorrinco y se apoderaba absoluta-
mente de la conversación.
Tendría un gran interés el tema salmantino en un
estudio del paisaje y paisanaje unamuniano. Baste de-
cir por ahora, tratando de fijar una diferenciación
entre la circunstancia salmantina y madrileña, que la
primera exprime para Unamuno su poesía, mientras
la segunda expresa una actitud racional, crítica. Casi
todos los poemas castellanos de Unamuno se tejen so-
bre vivencias poéticas, de dentro de la ciudad o de
sus campos; poesía cuya característica formal más
notoria es la regularidad métrica y el verso blanco;
sillares de piedra grave, inspirados en la gravedad de
los antiguos dorados muros. Se percibe en esta con-
tención y orden la sobriedad castellana trabajando
insensiblemente el espíritu del fogoso vasco. Sala-
manca es una constante lección de buen sentido, pre-
cisamente lo que Unamuno necesitaba para sistemati-
zar al mínimo su caos juvenil. La presencia de esta
lección académica, mesurada y provincial, queda ad-
mitida por Unamuno, ya al caer de su vida, en es-
tas breves cuartetas que aparecen en su Cancionero
inédito
Salamanca, Salamanca,
renaciente maravilla,
académica palanca
de mi visión de Castilla.
Hechizo salmantirense
de pedantesca dulzura;
gramática del Brócense,
florón de literatura.
LOS OTROS: "LA SANTA COMPANA 43
44 EL HOMBRE Y SU MUNDO
vinciano y mediocre, con cuya ayuda comienza a pu-
blicar en la prensa bilbaína. Y a través de la evoca-
ción de Trueba, admirador a ultranza de Menéndez
Pe^ayo, este gran polígrafo santanderino quien le
aprobó, junto con Valera, en sus oposiciones a la cá-
tedra de griego. Unamuno mantuvo constantemente
una actitud polémica frente a Menéndez Pelayo, a
"
quien denomina forjador de la leyenda b^arica '' espa-
ñola, acusándole de grandilocuente y sectario. Para
Unamuno, Menéndez Pelayo fué el gran gonfaloniero
de la España barroca y le reprocha no haber entrado
a fondo con su escalpelo crítico en la llamada "Edad
de oro" a fin de poner en evidencia lo que en ella
hay de anquilosamiento casticista castellano. "Por
miedo de mirar a la mirada de la esfinge dice él — —
se volvió a contarle las cerdas del rabo." No hubo po-
lémica directa con el maestro, quizá por un residuo
de respeto personal, pero sus ensayos En torno al cas-
ticismo están inspirados, indudablemente, en una ré-
plica a Menéndez Pelayo y los "pelayistas". Tampoco
su actitud frente al segundo miembro del tribunal es
de gran cordialidad. Reprocha a Valera su afán por
promover al culto de la poesía huera, quintanesca, re-
tórica. Aquellos años de estudios universitarios y opo-
siciones son también fructíferos en cuanto al trato con
el equipo de pensadores hispanos conocidos como
"krausislas". En Unamuno, el krausismo tiene una
influencia tangencial, más de actitud moral que de
doctrina. Ya en su vejez, a los sesenta y nueve años,
rememora esos tiempos de estudiante madrileño en que
vivió enfrascado "en libros de caballerías filosóficas,
de los caballeros andantes del krausismo y sus escude-
ros".^^ En efecto, por los años 80-84 el profesor Mo-
Unamuno y Ortega
Destaquemos ahora una figura también solitaria en el
mapa intelectual español, varias veces con
aludida
sesgo reticente al rozar con Unamuno. Me refiero a
José Ortega y Gasset.
La relación Unamuno-Ortega comienza con una
decidida admiración por parte de este último, princi-
piante en el campo de las letras, hacia el también jo-
ven maestro salmanquino. Textos demostrativos los
hallamos en el ensayo de Unamuno titulado Almas
de jóvenes (1904), donde se transcriben dos cartas de
Ortega. Se dialoga en torno al tema de la formación
y enriquecimiento intelectual de la juventud española.
De estas dos cartas y su comentario unamuniano se
desprende una línea de pensamiento y actitud mutua
que podríamos resumir del siguiente modo: estado de
confusión mental en Ortega, "tengo un verdadero lío
en la cabeza, la consabida sopa de letras hirviendo",
que le impide ver lo intuitivo y espontáneo de su
personalidaHTDe lo que se trata es de alzar una plata-
forma ideológica sobre la cual opere la nueva genera-
ción hispana. Mas en principio rechaza cualquier
método intuitivo para conseguirla. No cree, tampoco,
que Unamuno, pr ofundamente intuitivo po sea un mé-,
,
i
flecha. Algún día contaré la causa de esta aproxima-
ción que nos honra a ambos." Por supuesto, la causa
peimanece inédita. No así el emocionado panegírico
orteguiano a la muerte de Unamuno,-^ rúbrica que
•
suelda con su em.oción crepuscular los afanes de estos
dos pensadores por encontrar una vía libre para el
mal de España. En el diario argentino La Nación
Ortega arrió su bandera a media asta para escribir
esta necrología: "Ha muerto de mal de España. Ha
inscrito su muerte individual en la muerte innumera-
I
•
ble que es hoy la vida española. Se ha puesto al
. .
El problema de expresión
I
hay ideas, sino mi idea , la que es verdadera o falsa
conforme mi vida en ese momento se sienta viviendo
I
auténtica o inauténticamente. "Todo lo que eleva e
intensifica la vida refléjase en ideas verdaderas y en
ideas falsas todo lo que la deprima y amengüe. la . .
Oviparismo y viviparismo \
En monólogo permanente
El viviparism o ngonojoga nte. Queremos decir con
e"lo que, cualesquiera que sean sus apariencias forma-
les o estilísticas, la criatura gestada se alimenta de
sangre paternal y expresa su genética. Sucede enton-
ces que la propia criatura arrastra siempre una extra-
ña compañía que es, y no es, ella misma; especie de
ventriloquia mental o entre las cuatro paredes del
creador que es, también a su vez, protagonista, deute-
ragonista y sobre todo un agonista, es decir, comba-
tiente sin tregua consigo mismo. En el epílogo a su
novela Don Sandalijo, jugador de ajedrez, revisando
esta imaginada historia años después de haberla es-
crilo, deja constancia Unamuno de lo siguiente: "Sa-
bido es, por lo demás, que toda biografía, histórica o
nove'esca —
que para el caso es igual es siempre — ,
"San Manuel Bueno mártir y tres historias más, p. 99; Espasa Calpe
Arg., C.A., Buenos Aires, 1942.
"Cuando
yo pongo ante mis ojos un papel impreso, no voy a buscar en
él la confirmación de mis ideas, ni que el autor me convenza de las que
expone, ni, en rigor, voy buscando ideas, sino emociones y sugestiones. Me
importa poco que concuerde o no con mis ideas, con lo que llamo, si bien
mal llamado, mis ideas. Para pensar como yo pienso me basto y aun me
sobro." "Ramplonería, Ensayos, I. p. 677; Aguiiar, Madrid. 1945.
^ La agonía del cristianismo, pp. 8-9; Edit. Losada, Buenos Aires, 1938.
EL MONÓLOGO PERMANENTE 59
^
veces más sabrosas que no el reposo de la bestia."
Un pensamiento comprometido
Resumiendo todo lo anterior podríamos decir que el
pensamiento de Unamuno es un pensamiento compro-
metido, situado en un mundo personal y existencial
que se dirige hacia los demás tratando de hacerles
compromisionarios. Tal compromiso opera por vías
propias de conocimiento y de traslado y estas vías
existenciales son diferentes a las utilizadas por el co-
nocimiento lójiico.
Al tomar como punto de partida lo personal y a la
vez lo individual (ya veremos la distinción que Una-
muno establece entre ambos vocablos) da la espalda
al mundo objetivo, e intemporal de las ideas y se sitúa
sobre su idea, vivida como verdad y propiedad, con
derecho a la contradicción y a la paradoja como mé-
todos de conocimiento. Esta idea-hombre o idea-exis-
tencia es limitada en su problemática pero fértil en
ardides expresivos y expositivos. Utiliza todos los
procedimientos válidos para trascenderse y a la vez
se recrea constantemente por medio de un crecimiento
vivíparo interior o entrañado. No se desprende nunca
de su placenta original y cuando es aceptada por los
otros lo es en su identidad idea-hombre; es decir,
llevando a Unamuno consigo, quien se adentra en el
interesado y hermanado para cruzar con él monólogos
y autodiálogos que forman, en sustancia, la trama de
la comunicación. Tal es, a nuestro juicio, la úni^a for-
ma de entenderse con Miguel de Unamuno v dotar al
estudio de su obra del orden real, no aparencial, en
' yida de Don Quijote y Sancho, p. 145; Espasa Calpe Arg,, C.A., Bue-
nos Aires, 5* edic, 1943.
POESÍA Y FILOSOFIA 61
Poesía y jilosojía
62 FORMAS DE EXPRESIÓN
poético antiguo: de los presocráticos: entrada en
el
el conocimiento del mundo por medio de la poesía.
Y a su vez, poesía propietaria de un sentido poé-
tico diferente al sentido lógico, por el hecho de que
la palabra deja de ser signo para convertirse, a la
vez, en signo y objeto, organizándose como cuerpo
vivo, independiente, creativo y trascendente. Sentido
poético que supone un conocimiento poético que no es
creativo: que ópera paradójicamente "sintiendo el
pensamiento y pensando el sentimiento" y que no ne-
cesita expresarse —
aunque no desdeñe esta forma de
expresión —
por medio de los recursos estilísticos co-
nocidos como "verso" (acento, metro, rima, ritmo,
etc.). Poesía infoimal, en cuanto a su aparencialidad,
sustancial en cuanto de su contenido.
"Los más grandes poetas han meditado mucho, de
un modo o de otro, en el misterio de la vida y de la
existencia, del principio o del fin de las cosas, o lo
han sentido.'' ^ Por tal razón "la filosofía se acuesta
más a la poesía que no a la ciencia".^ "Pero es que,
acaso, la filosofía puede ser y es algo distinto de un
enlazar dialécticamente pensamientos que expliquen
todo lo existente; acaso la filosofía es algo que está
más cerca de la poética que de la lógica del Univer-
so." He aquí el esquem.a de pensamiento que el
propio Unamuno ofrece con respecto a su vocación
poética. Hay una tendencia errónea y superficial a
referirse a la poesía de Unamuno como una poesía
"de ideas"; es decir, a una poesía que se distrae ex-
presando en formas rimadas lo que pudo haberse di-
^ La cita continúa del siguiente modo: "Cada día siento más desvío
hacia esa poesía de pura sensación — —
olores, colores, son'dos, ráfagas, etc.-
que no llega al alma de las cosas. Reconozco el valor de la poesía pictóri-
ca, literaria, musical, escultórica, oratoria, etc.; pero prefiero la poesía
poética, la revelación del alma de las cosas. Para mí, la poesía es una
traducción de la Naturaleza en espíritu. Claro está que no pretendo erigir
en principio objetivo esta mi concepción de la poesía; pero, por mi pane,
subordino a ella mi producción." Epistolario seleccionado por B. G. de
Candamo, p. 34; Ensayos, II; Aguilar, Madrid, 1945.
^ Del sentimiento trágico de la vida, cap. i, p. 10; Espasa Calpe Arg.,
.cuando libres
. .
al mundo
tu pensamiento,
cuida que sea, ante todo,
denso, denso.
^ Tres novelas ejemplares, pp. 12 ss; Espasa Calpe Arg., C.A., Buenos
Aires 1945.
LA NOVELA Y EL CONOCIMIENTO 69
La catarsis dramática
CARACTERES E INFLUENCIA DE SU
PENSAMIENTO FILOSÓFICO
74 SU PENSAMIENTO FILOSÓFICO
Pero si nos situamos fuera del punto de vista
estrictamente técnico y valoramos el pensamiento de
Unamuno por su contenido problematizante, revela-
dor, descubridor, entonces entra de lleno en territorio
filosófico con pleno derecho a permanecer allí. Y po-
demos decir que Unamuno, "sobre todo en sus dos
obras: Fl sentimiento trágico de la vida y La agonía
del cristianismo, nos pone eficiente y eficazmente ante
una realidad nueva y nuestra; nos revela con toda
fuerza primigenia un componente de la realidad que
hasta ahora no había sido valorado filosóficamente.
Y aun hace que cada uno de nosotros pueda creer en
sí y ponerse en el original estado de conciencia que
Unamuno proclama como fuente y justificación del
filosofar mismo".^
Un filósofo tane indiscutible como Ceorgeagudo
Simmel reforzaría segunda perspectiva con el si-
esta
guiente subravado: "La filosofía determina su proble-
ma con sus medios propios. el derecho y el deber de . .
Füosojía de la vida
FILOSOnA DE LA \TDA 81
El hermano Pascal
El hermano Kierkegaard
88 SU PENSAMIENTO FILOSÓFICO
la inteligencia, después de demo'er este irrazonable
anhelo justificativo, nada apoita a su sustitución, por-
que la inteligencia no puede aprehender la problemá-
tica de la vida con arreglo a conceptos lógicos, ya que
"la existencia no puede pensarse sin movimiento y el
movimiento no se puede pensar sub specie celerni\
Unamuno repetirá, asimismo: "es una cosa terrible la
inteligencia; tiende a la muerte como a la estabilidad
la memoria. Lo vivo, lo que es absolutamente inesta-
ble, lo absolutamente individual es, en rigor, ininteli-
gible. La lógica tira a reducido todo a identidades y
géneros, a que no tenga cada rc|)resentación más que
un solo y mismo contenido en cualquier lugar, tiempo
o relación en que se nos ocurra. Y no hay nada que
sea lo mismo en dos momentos sucesivos de su ser".
En tales condiciones, preso Kierkegaard en el tra-
gicismo de la aporía razón-fe, encuentra una solución
también trágica, cristianamente desesperada. Desde la
profundidad de mi vida, piensa, debo extraer para mí
mismo una regla de conducta gracias a la espontanei-
dad de un corazón connaturalizado con lo verdadero y
lo bondadoso. Sólo así alcanzaré la verdad, mi ver-
dad, puesto que no hay otra verdad para el individuo
que la conseguida por él mismo obrando. Esto signi-
fica un compromiso y un riesgo. La vida queda arries-
gada y rehusar este riesgo significa^ rehusar la verdad
así, no es la razón pura, sino la total existencia, como
existente, la que se compromete, cree y asume su ver-
dad. Lo propio de la _e.xi,stenGÍa- es^ por tantOjCsco-
S££i Existir es escoger, optar. Todo lo que nos es oa^o
no pasa de ser una simple posibilidad mientras no
esco^mos. Cada uno es, en cierto sentido, el artesano
de su propia esencia y existe en la medida en que cum-
ple erta esencia. Se puede así decir que la existencia
~" '
P ££?^?—^J^ esencia.
^
LA FILOSOFÍA DE LA EXISTENCIA
La conciencia de existencia
Este hombre
existente que impregna toda la obra de
Unamuno de angustiosa dramaticidad, le preocupa ya,
desde sus primeras meditaciones, y es el punto de
partida de toda su problemática. Quizá convenga re-
petir, a título de digresión, que el pensamiento de
Unamuno, por carecer de metodología, debe ser per-
seguido a través de la corriente de agua subterránea
que atraviesa los diversos estratos geológico-literarios
de su obra: poesía, ensayo, novela y drama. Ya él lo
manifestó en más de una oportunidad. No creyente en
los sistemas filosóficos, ¿había de levantar uno, aun-
que fuese provisional, para servicio de futuros esco-
liastas? Tampoco la filosofía como sistema es única,
y filósofos asistemáticos, desde San Agustín hasta
nuestro tiempo, llenan los tratados de historia del pen-
samiento. "Estoy lejos de la filosofía técnica nos —
declara en cierta ocasión ^ —
Cada vez la entiendo
.
'
'iodistica niencionuda, añade Unamuno, perfilando aún más sus puntos de
• "Es prejuicio llamar filosofía solamente a la filosofía sistemática. E«
;i
:
isü decirlo: los alemanes no son más que grandes constructores de eiste*
'
leyenda."
2 Quisiéramos, en forma marginal, ampliar algo más la comprensión de
esta actitud de Unamuno con referencias. Recordar, por ejemplo, que la
avenrura del conocimiento varía con frecuencia sus instrumentos formales de
expresión. Platón utilizó el diálogo exposirivo para filosofar. Séneca utilizó
las epístolas, San Agustín, la autobiografía o Confesión. El filosofar me-
dieval se revistió frecuentemente de formas alegóricas. Es a partir de Des-
cartes cuando los filósofos, en su mayoría, prefirieron el tratado, perfeccio-
nando un vocabulario cada vez más rígido y profesional. Los siglos xvin
y XIX se caracterizan en filosofía por su formalismo ex cateara, con excep-
ciones, no obstante, de subido valor: Nietzsche, por ejemplo. Por el contra-
rio, nuestra época mantiene en equilibrio una dúplice forma de filosofar que
es, a la vez, un intento de acercamiento gozoso por parte de los filósofos al
instrumental literario. Simone de Beauvoir, en una conferencia pronunciada
al respecto sobre el tema Román et Metaphysique (dic. 11, 1945), expuso
con claridad las relaciones entre la novela y la filosofía a través de lo que
se ba dado en denominar novela metafísica. Su punto de vista, sintetizado,
fué el siguiente: la metafísica que la novela desarrolla y encarna no es la
escolástica o la contenida en manuales para uso de estudiantes. Se trata,
simplemente, de la explicación de la postura que el novelista adopta cuando
se contempla como totalidad en sus relaciones con la totalidad del mundo.
No es una metafísica estática tampoco, porque marca el momento en que,
como seres singulares, analizamos nuestras implicaciones con el Universo
sobre un plan nue es, a la vez, el de la realidad y el de la generalidad. Y
justamente porque tal toma de contacto físico es consecuencia de un aconte-
cimiento empírico y vivió en el tiempo, alcanza su expresión más sugestiva y
concluyeme en esta trasposición figurada que permite la novela. A su vez,
excluyendo los modos de afirmación categórica, puede justamente restituir a
la experiencia filosófica la ambigüedad de la vida y envuelve una problema-
tica a la cual en particular el existencialismo se acomoda. Ciertas novelas
como las de Melville, Dostoyevsky, V'rsinia Woolf, Malraux, Snrtre y Kafka
poseen un contenido directamente traducible en metafísica. Pero aun los
demás novelistas a través de realidades de orden psicológico o social, se
apoyan siempre sobre bases metafísicas en la medida en que cada novelista
ha debido reflexionar, '•or su cuenta, acerca de su condición de hombre.
Así, de lo que el filósofo debe estar descontento o celoso es sólo de la cer-
tidumbre con que la novela como obra de arte (por su forma y finalidades
propias) acierte a responder a los problemas que se proponga.
.
.mazorca
. .
La "meditatio moríis^*
'
en 1904, donde encontramos el esbozo de toda la pro-
blemática unamuniana, aparece la primera contradic-
ción ante la muerte: "¿Cómo un hombre que crea de
¡
veras en su propia existencia va a creer en su pro-
pia muerte, en su muerte existencia^'' Deliberada-
mente subrayo el vocablo existencial porque vemos
aquí, de pronto, un tema jasperiano anticipado; la
diferencia entre la muerte propia de la existencia
empírica y la muerte propia de la existencia tras-
cendente. Para la primera, creer en la muerte signi-
fica considerar al muerto; es decir, al cuerpo silente,
opaco y ajeno que sirvió a la muerte de depósito para
sus mágicas trasmutaciones. Para la segunda, creer en
la muerte significa dejar de ser, y la conciencia no
puede dejar de ser, o por lo menos no puede efectuar
esa operación que consiste en "dejar de ser" sin per-
derse a sí misma como conciencia. Puedo probar a
suicidar mi cuerpo, a suspender la vida física, quizá,
por unos instantes; a someterle al dolor y a compro-
bar su presencia por medio del dolor; pero no es fácil
que esto pueda llevarlo a cabo con mi conciencia. La
conciencia no puede suicidarse; tal es el pensamiento
inicial unamuniano en su meditación sobre el senti-
miento trágico de la vida. Sólo las existencias no
•'EjMstoIario", Ensayos, II; Agiiilar. Madrid. 194.S.
114 LA FILOSOFIA DE LA EXISTENCIA
problematizadas creen que es posible alejar la imagen
de la muerte por medio de la simple operación de no
pensar en ella, mas de hecho la muerte sigue ahí,
no imaginada pero sí vivida aún en cada acto tri-
vial, en lo que éste tiene de esfuerzo no sabido por la
pervivencia y la no m.ortalidad sustancial. Opongamos
•
— dice Unamuno — al agorero estribillo bíblico: Vani-
tas vanitatum et omnia vanitas esta otra sentencia:
Plenitiido plenitudinis et omnia plenitudo, con lo cual
queremos decir que luchamos por salvarnos de la
muerte. Porque, en efecto, aquel que alcance la in-
tuición de su propia sustancialidad habrá alcanzado
el anhelo de pervivir, de persistirse, de no creerse
sueño de un día, de lograr, por uno u otro procedi-
miento, la extensión intemporal e interespacial; en
suma, el anhelo de no dejar de ser, que denominamos
hambre de inmortalidad.
Al hablar de intuición de la sustancialidad, Una-
muno sitúa el problem.a fuera del conocimiento racio-
nal, lógico. Precisamente es en este ensayo — y ya
hicimos referencia en su momento a ello — donde más
carga la mano contra la filosofía a beneficio de la
poesía, aseverando que el poeta es un vidente que
personaliza el mundo y el verbo, mientras que el filó-
sofo no es más que un filólogo, sólo justificado por el
poeta que lleva dentro, cuando le lleva. En coheren-
cia con este pensamiento, habremos de buscar sus in-
tuiciones y hallazgos más felices en la relación con ia
muerte, en su poesía. Y el laboratorio anexo, donde
estas intuiciones se corporeízan a través de hombres
de carne y hueso, son sus novelas. Sabemos que para
Unamuno los personajes de ficción son vidas en se-
gundo grado y, por tanto, poseen aptitudes para pro-
blematizarse y responder a su problemática. Nos
sentiríamos tentados a decir que_tpda la novelística
unamuniana es un solo tema con variaciones: el tema
de la muerte y su soledad personalísima, lo que obliga
a cada uno a hacerse con una religión individual para
la hora de morir. En ''La agonía del cristianismo"
EXPERIENCIA POÉTICA DE LA MUERTE 115
Al sueño
... ¿Y
si de este mi sueño
no despertara. ? . .
Duerme y no te acongojes
que hay un mañana;
I
duerme
¡ duerme
Ya se durmió en la cuna
de la esperanza. .
se me durmió la triste. .
¿habrá un mañana?
¿Duerme?
noche serena. .
vendrá la noche. .
de la vida" (1906). En
primero, al vanitas vanita-
el
tum del Eclesiaslés opone una nueva divisa optimista:
Plenitudo plenitudinis. ''Hay gentes dice faltas de — —
tacto espiritual, que no sienten la propia sustancia
de la conciencia, que se creen sueño de un día, que no
comprenden que el más vigoroso tacto espiritual es la
necesidad de persistencia, en una forma o en otra,
el anhelo de extenderse en el tiempo o en el espacio. . .
El punto de partida
La solución católica
« Ibid., p. 49.
7 Ibid., cap. IT, p. 46.
132 LA MEDITATIO MORTIS
rrientes fué Pablo de Tarso, para quien la doctrina
evangélica fué un anuncio de la nueva de la resurrec-
ción entre los muertos; es decir, de la victoria sobre
la muerte teniendo como garantía práctica la resurrec-
ción de Cristo. En torno al dogma paulino de la
resurrección e inmortalidad de Cristo, como garantía
de la resurrección e inmortalidad del creyente, se for-
ma toda la cristología. El Dios-hombre lo fué sobre
la tierra a fin de que el hombre, a su modo, se sintiese
inmortal, y la redención debe ser entendida, no como
una salvación del pecado, sino de la muerte. Tal es el
doble sentido de la "apocatástasis" y la "anacefaleo-
sis" paulinas. Apocatástasis en el sentido de ingreso
de todas las conciencias inmortales en el seno de la
Conciencia Suma y anacefaleosis como resurrección
final de todos los muertos en torno a Cristo, cabeza
de la humanidad. La doctrina de Pablo de Tarso se
mantiene aún en el Concilio de Nicea y ella informa
el misterio de la Eucaristía, que no es otra cosa que rl
afán del hombre por alimentarse de Dios como testi-
monio de este ingreso en la Conciencia Suprema y ga-
rantía de la llamada resurreccional. Pero ya la esco-
lástica católica, afanada por convertir esta creencia de
los "idiotas" (en una recta etimología, los ingenuos;
que triunfaron en Nicea, en creencia racional, destru-
ye la fe a fuerza de querer someterla a un sistema
lógico, basado en la filosofía aristotélico-neoplatóni-
ca, tratando de mostrar que los dogmas, si bien sobre-
rracionales, no eran antirracionales. Tal es el signifi-
cado del tomismo. Ya no basta creer en la existencia
?^ de Dios por fe; es necesario demostrar la existencia de
Dios por razones. A partir de este momento el catoli-
cismo oscila entre la mística, aue es experiencia ínti-
ma de Dios-Cristo y, por ende, intransmisible, y el
racionalismo. Teme a los excesos de la fantasía y, sin
embargo, no quiere abandonarse totalmente a la ra-
zón, estableciendo la llamada creencia sobrerracional,
basada en autoridades y textos. El resultado es que, si
bien la solución católica al problema de la inmortali-
LA SOLUCIÓN RACIONALISTA 133
La solución racionalista
Introducción a la angustia
^
presente ahí."
Para los existencialistas cristianos, la angustia no
es sólo "nadidad", entrada en la nada. Es, por el
contrario, entrada en el trance de opción y de libertad.
Es la "entrada en el Arca" a que se refirió Kierke-
gaard en su lecho de muerte dialogando con su amigo
Boersen: "Sólo fui un juguete de la Providencia lan-
zado a este mundo y utilizado por ella. Muchos años
de mi vida me llevó Dios entre tumbos y tumbos. Has-
ta que un día, cuando le plugo, me tomó de la mano y
La angustia unamuniana
Para Unamuno, la angustia es también un estado afec-
tivo que se acercai más al "riesgo" que al "desliza-
miento" hacia la nada, aunque en ocasiones parezca
contaminado de síntomas heideggerianos. Como en
Kierkegaard, este ritsgo sobreviene cuando el hom-
bre, juguete de la Providencia,toma <^or^oíei-,cia de "su
estar en pecado". En un poema de 1907, "La nox^
Dios", se formula así
^ Ibid.. p. 113.
" Ibid.
EL AMOR, PUERTA DE SALIDA 143
Ibid., p. 127.
VI
El Dios creado
El Dios dudado
Ibid., p. 152.
« lbid.,'p. 155.
EL DIOS DUDADO 149
La religión crecida
^ Ibid., p. 194.
" Ibid., p. 195.
154 EL TEMA DE DIOS
ciencia personal queda también suprimida. Y de nue-
vo ansia de inmortalidad de cada uno vuelve por
el
sus fueros, insatisfecha con la solución.
Tampoco le complace una solución panteísta en
virtud de la cual Dios se torna Materia Suma y las
conciencias pasan a formar parte de esta Materia y a
vivir eternamente en ella. Ni la solución aristotélico-
tomista en virtud de la cual la vida será una vida
contemplativa, de contemplación beatífica de Dios. Ni
la solución nietzscheana de la vuelta eterna. Ni la
solución cientifista que incorpora el espíritu a la ma-
teria y le convierte en eterno en virtud de las per-
manentes variaciones de la materia sometidas a su
quehacer de mundos.
Todo el capítulo X de Del sentimiento trágico de
la vida está destinado a plantear soluciones y a recha-
zarlas, con un ritmo cada vez más dramático que se
corresponde con su dialéctica de la contradicción. Y
al final del mismo, revisadas soluciones de tipo his-
tórico correspondientes a diversas formas de pensa-
miento religioso y otra de tipo personal —
mitologías,
como él las denomina —
llega a preguntarse lo si-
guiente: "¿No será la absoluta y perfecta felicidad
eterna una eterna esperanza que de realizarse mori-
ría? ¿No será, digo, que todas las almas crezcan sin
cesar, unas en mayor proporción que otras pero ha-
biendo todas de pasar por un mismo grado de creci-
miento y sin llegar nunca al infinito, a Dios, a quien
de continuo se acercan?" En esta resistencia a lle-
gar al fin de la cuestión propuesta; en este hurtar el
cuerpo a las conclusiones pretendidas encontramos
la raíz contradictoria de todo el pensamiento unamu-
niano: afán por llegar a conclusiones filosóficas uni-
versales desde su personal, acotada y subjetiva exis-
tencia. "¿Cómo resignarme a hacer el sacrificio de
este pobre yo, por el cual y sólo por el cual conozco
de finalidad y de conciencia universal?" Y más ade-
lante: "Mi alma al menos, anhela otra cosa, no absor-
" Ibid., p. 205.
LA AGONÍA DEL CRISTIANO 155
El Cristo de Cabrera
El Cristo de la Colegiata
El Cristo de Velázquez
,
Los temas de la soledad y del otro; de las relaciones
I
interhumanas; de lo característico en el hombre no
como naturaleza sino como condición, son también
I preocupaciones del filosofar exisíencial y uno de sus
logros más originales. Hasta hoy, en que aparecen en
primer plano, la filosofía les tuvo relegados al olvido.
Heidegger, Jaspers, Marcel y Sartre les han dado ca-
; rácter ontológico y ya no es posible filosofar sin te-
ner en cuenta estos importantes existenciales que con-
dicionan buena parte de la metafísica.
Precursores en el tratamiento de tales temas, cuan-
do sólo eran objeto de preocupación para psicólogos y
sociólogos, fueron Kierkegaard. Nietzsche y Lnamu-
no. No hay. por tanto, en ellos, más que aciertos intui-
tivos, problematización. pero no sistematización de
pensamiento. Desde el dob^e campo de la psicología
y la sociología se habían conseguido establecer las in-
[
terrelaciones sociales y los tipos de comunicación ob-
!
jetiva entre los hombres, pero quedaba en el misterio
i este orden singular de relación ontológica que consiste
i
en la comunicación interpersonal subjetiva, en el con-
I tacto directo del yo al tú y en la extraña operación
I
de enajenamiento y a la vez de ensimismamiento que
I tal contacto produce. La crítica existencial parte, por
I
supuesto, de los logros sociológicos y psicológicos
\
para situar el problema dentro de territorio filosófi-
I
00. pero lo hace destacando el peligro de falsificación
I
radical de la vida que trae consigo el considerar a toda
relación interhumana como relación colectiva, imper-
I
sona! o de organización. La experiencia demuestra,
por el contrario, la presencia de una honda tonalidad
169
no EL TEMA DEL OTRO
afectiva en nuestro contacto con el otro. "Toda comu-
nidad vuelve común", decía Nielzsche, y recomendaba
reservarse, preservarse, aislarse como regla de vida.
Lo que Nietzsche no era repugnancia por la
sentía
cercanía del otro, sino más bien repugnancia por
la decepción que provocaba en él la ausencia total
del otro, la imposibilidad de legítima comunicación a
pesar de todos los esfuerzos. También en Kierkegaard
encontramos reglas para preservar lo que denomina la
"separación" y el "secreto" cuando la comunicación
directa fracasa por ser una comunicación no de expe-
riencias vivas, sino de contenidos ya petrificados. De
hecho, las convenciones sociales son formas de comuni-
cación desprovistas de interioridad; meras fórmulas.
Para Kierkegaard, de existente a existente no hay otra
comunicación que la indirecta, por signos y ejemplos
que arrastran. Los existencialistas cristianos aceptan
la lección de Kierkegaard; hay en efecto entre los exis-
tentes abismos de incomunicación, pero la vida en
soledad del cristiano legítimo se compensa por el he-
cho de que tras ella se halla un horizonte eterno de
comprensión en Dios y de reconciliación de soledades
en la comunidad final. En cambio, los pensadores
existencialistas más representativos rechazan la posi-
bilidad de una comunicación cordial y absoluta con
los "otros"; sitúan al hombre en irrenunciable soledad
I
uno de nosotros un secreto. Dios planta un secreto en
el alma de cada uno de los hombres, y tanto más
La condición humana
Todas las novelas de Unamuno son novelas de la
condición humana y es sobre esta óntica existencial
que se levantan sus especulaciones metafísicas. Vol-
vemos de nuevo a referirnos al apartado "La novela
como método de -conocimiento" (cap. lil), donde, al
hablar de este método de conocimiento y expresión,
dije lo siguiente: '"Se trata de un instrumento de ex-
ploración previo a cualquier actitud metafísica; un
formulador de problemática. . En todas las novelas
.
villanias. las bajezas tie los homlire*? /..Nos dice: *F,s repugnante'? Dice: "Es
humano*, comr. si hubiese en el hombre una corrupción esencial, irremedia-
ble, que le sirviese de disculpa."
182 EL TEMA DEL OTRO
odio a Helena y sobre todo a Abel; porque era odio,
odio frío cuyas raíces me llenaban el ánimo, se me
había empedernido. No era una mala planta; era un
témpano que se me había clavado en el alma; era mi
alma toda congelada en aquel odio. Y un hielo tan
cristalino que lo veía todo a su través con una claridad
perfecta.. Y entonces pensé si al morir me moriría
.
Eros y Psique
^ Carta a Angel Ganivet, con fecha H rlc orUiljre «le 1890, publicado
en ínsula, n'> 35; Madrid, nov., 1948.
192 EL TEMA DEL OTRO
la vez, una curiosa mezcla de repelencia y deslumbra-
mienlo en la que las Epístolas de San Pablo y el Za-
ralusira nielzsclieano, con todo lo que esto tiene de
exliaña mixtura, oj)eran. En el trasfoiulo unaniunia-
no, más cargado de dogmática católica de lo (]ue apa-
renta, el vaso del pecado femenino que tanto preocupa
a laprimitiva escatología cristiana, mantiene íntegro
todo su filtro turbador. Para comprender esta singu-
lar actitud habría quizá necesidad de ahondar en sus
experiencias de adolescente, cuando era congregante
de la asociación de jóvenes luises y efectuaba ejerci-
cios espirituales en la Basílica de Santiago, de Bil-
bao, a la vez que en sus años juveniles, cuando se
produjo su primera crisis religiosa. No es fácil la
averiguación, por supuesto, a pesar de que en sus
Recuerdos de niñez y mocedad y en diversas zonas de
su extenso epistolario aparecen de cuando en vez posi-
bles pistas. Estas vivencias decisivas, adquiridas en
los años que cuentan para la formación de la perso-
nalidad, se sumen en la general característica de su
generación y dan el precipitado inmediatamente pos-
terior, en virtud del cual Unamuno perfila frente a la
mujer, tal como antes dije, una actitud a la vez
paulina y nietzscheana la de compañera del guerrero
:
le quita al hombre
pruritos de desasosiego dejándole
tiempo y energía para más altas empresas." Practican-
do esta abstinencia de la carne, resulta recomendable
llegar hasta el "ideal ascético", con el que se hacen
"hombres fuertes, nobles, de santa y cristiana indepen-
dencia". Este Unamuno de voz áspera y predicante en
Cuaresma, dispara sus diatribas contra las jóvenes
excesivamente vivaces en sus andares que excitan al
varón con "provocativos meneos" y cultivan "la ca-
chondez" (vocablo expresivo y clásico que Unamuno
exhuma, desposeyéndolo de su actual sentido peyora-
tivo). Y es el mismo casto moralista quien utilizando
no con mucha ventura su estro poético se refiere a las
demi-mondaines parisinas con gestos de provinciano
asustado y reservón, caído sin saber cómo en la Babilo-
nia metropolitana.
Historia e intrahistona
La patria: España
Sólo desde esta anterior perspectiva de patria-tierra-
paisaje, que desarrolla su existir metabiológico al
compás de los seres y enseres que la ocupan, podemos
entender la España de Unamuno y ese lema existen-
cial que caracteriza su vivencia de la Patria: "Me
duele España." Esta España de sus fatigas y ocupa-
• "País, paisaje y paisanaje",, artículo recogido en La ciudad de Enoc,
pp. 152 i.; Ed. Séneca, México. 1941,
^ "Más sobre la crisis del patriotismo", Ensayos, Aguilar,
I, p. 801;
Madrid. 1945.
212 HISTORIA E INTRAHISTORIA
ciones no es un "estar-ahí" mostrenco, de pétrea fi-
sonomía, sobre el cual discurren animales bípedos,
cuadrúpedos, y descansan objetos, cosas varias de
carácter natura! o artificial (piedras, arquitectura,
ingeniería). No es tampoco una suma de disponibi-
lidades económicas o alimenticias; un conglomerado
forestal, fluvial o paniego o un simple concepto jurí-
dico que cataloga al individuo con arreglo a su coi*.-
dición nativa, a sus tributaciones o sus deberes mili-
tares. Es algo más: es una presencia viva dentro de
la cual acaece el vivir del individuo, que presen-
cia que se hace a sí misma existiendo. Es, además,
un sentimiento y una intimidad que se objetivan en un
horizonte histórico proyectándose en dos direcciones:
hacia detrás como pasado común a un conjunto do
individuos y hacia adelante como prospectiva de un
futuro por hacer y vivir dinámicamente.
Numerosos textos de Unamuno y a la vez su —
constante actitud vital —
revelan este acercamiento a
España como existir y no como concepto histórico.
"¡Y lo que es recorrerla! —
dice en una ocasión, ya
en su vejez repensadora y decantadora Cada \e¿ — .
'^^
"País, paisaje y paisanaje", artículo recogido en Paisajes del almo,
p. 202: Espasa Calpe. Madrid, 1945.
: ,
" Romancero del Destierro (a. 1927), "Logre morir con los ojos abier-
tos", 330; "Antología Poética de Miguel de Unamuno" (Ediciones
Escorial. Madrid, 1952).
214 HISTORIA E INTRAHISTORIA
como también se expresa, por medio de esta fusión de
lenguaje y paisaje:
El hombre hispánico
* Vida de Don Quijote y Sancho, cap. vii, p. 50: Espasa Calpe Argenti-
a, C.A., Bueoos Airea. 1943.
222 HISTORIA E INTRAHISTORIA
sino que ésta lo traza viviendo. No te empeñes en
regular tu acción por tu pensamiento; deja más bien
que aquélla te forme, informe, deforme y transforme
éste. Vas saliendo de ti mismo, revelándote a ti pro-
pio; tu acabada personalidad está al f'n y no al prin-
cipio de tu vida; sólo con la muerte se te completa y
corona. El hombre de hoy no es el de ayer ni el de
mañana, y así como cambias, deja que cambie el ideal
que de ti propio te forjes. Tu vida es ante tu propia
conciencia la revelación continua, en el tiempo, de tu
eternidad, el desarrollo de tu símbolo; vas descubrién-
dote conforme obras." b) Solitarismo: "Aíslate por
primera providencia y en la soledad conversa con el
universo si quieres, habla a la congregación de las
cosas todas." c) Aceptación del individualismo sin
dogmatismo: "Frente al dogmatismo exclusivista, acép-
talo todo aunque te digan que es una manera de todo
negarlo. Déjales con lo que llaman sus ideas cuando
en realidad son ellos de las ideas que llaman suyas.
Tú mismo eres idea viva, no te sacrifiques a las muer-
tas, y muertas son todas las enterradas en el sarcófago
de las fórmulas. ." pero "no te creas más, ni menos ni
.
IX
La casta histórica
224
CASTILLA Y LA GENERACIÓN DEL 98 225
• ibid.
LA CASTA HISTÓRICA CASTILLA 231
ra ibid.
2*
"Sobre la lectura e interpretación del Quijote", Ensayo, I, pp. 645'
» ibid.
^ ibid.
" ibid.
246 CASTILLA: LA CASTA CASTELLANA
más: "Cervantes hizo en el Quijote la obra más im-
personal que pudo hacerse."
Esta tremenda diatriba, que ha erizado y seguirá
erizando el cabello a todos los cervantistas, es el re-
sultado inevitable de la "metanoía" quijotesca: un
ente heroico e individual convertido en utopía colec-
tiva hispánica. "'Cada generación que se ha sucedido
ha ¡do añadiendo algo a este Don Quijote, y ha ido él
transformándose y agrandándose." Para Unamuno,
entre los españoles se da la intuición de este volumi-
noso fenómeno, pero no la voluntad activa de operar
a compás de él. Aun fuera de España, por un error
de perspectiva se confunde a Don Quijote con el topos
hispánico. Esto no es cierto todavía, pero revela una
presencia de verdad.
No es el español Don Quijote, pero puede y debe
serlo alguna vez. "Aún no ha empezado el reinado de
Don Quijote." Hay que rescataile de la prisión en que
se encuentra, adquirir conciencia de sus posibilida-
des, alzar su pavés y salir al rescate de su sepulcro.
Tal es, precisamente, el significativo título de la in-
troducción a la Vida de Don Quijote y Sancho
unamuniana, "El sepulcro de Don Quijote". Cuando
los españoles adquieran conciencia de esta misión,
entrarán en el secreto de su eterna tradición, fructifi-
carán sobre su intrahistoria el acaecer temporal de su
historia, salvarán la aporía y reducirán los contrarios
a unidad. Las palabras con que Unamuno excita a la
cruzada del sepulcro tienen el tono profético y caris-
mático de las alocuciones con que Bernardo de Clara-
val reclamaba la movilización para el rescate del se-
j
pulcro jerosimilitano: "Creo que se puede intentar la
santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Qui-
jote del poder de los bachilleres, curas, barberos, du-
ques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que
se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el
sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los
« ibid.
» Ibid.
DON QUIJOTE O LA UTOPÍA 247
*
hidal^g^os (^e. la Razón
Defenderán, es natural, su
. . .
En marcha, pues. Y
no se te metan en el
ten cuenta
sagrado escuadrón de los cruzados bachilleres, barbe-
ros, curas, canónigos o duques disfrazados de San-
chos. No importa que te pidan ínsulas; lo que debes
hacer es expulsarlos en cuanto te p idan e jJjjnec.ario \
de la marcha, en cuanto te hablen del programa, en '
5 Vida de Don Quijote y Sancho, 5=^ ed,, p. 111; Eepasa Calpe Argentina.
C.A., Buenos Aires, 1943,
EL QUIJOTISMO: FILOSOFÍA VITAL 257
« Ibid., p. 217.
' Ibíd., p. 255.
258 EL QUIJOTISMO: FILOSOFÍA VITAL
previos a cualquier actitud utilitaria y personal. Tam-
poco es racionalista, porque su orden no es el resul-
tado inmutable de leyes naturales. Es una moral ecléc-
tica, contentiva de ingredientes típicos en las tres
anteriores. Cristiana en cuanto se sitúa sobre el a
priori de una inmortalidad de la conciencia, una ten-
dencia irrefrenable en el individuo a comunicarse con
Dios y una aceptación de Cristo como hijo de Dios y
superhombre, venido a la tierra especialmente a con-
vocar al individuo al espectáculo de su agonía, en lo
que ésta tiene de dialéctica contradictoria y estimulan-
te para unir la intuición fideísta y el pensamiento ra-
cional. Pragmatista en cuanto descansa en el yo, como
voluntad de ser y hacer, frente al mundo y acepta la
verdad como un resultado posterior de mi verdad. Ra-
cionalista en cuanto acepta al hombre como centro de
la concepción de la vida y del Universo. Sólo de pa-
sada podremos reconocer algunos aspectos de este doc-
trinario que, en síntesis, se acerca más de lo que pa-
rece a la moral nietzscheana del "superhombre". El
caballero quijotesco como el "superhombre" se en-
cuentran, frecuentemente, más allá del bien y del mal.
El carácter de tal moral quijotesca puede ser defi-
nido como una carencia de presupuestos racionales,
imperativos y~fue7a de 7a"TT54tHrtad-y señnrmeTTti^
hombre. Nace de la fuente vital de cada individuo y
se nutre del sentimiento heroico frente a la vida. Este
sentimiento heroico descansa en los siguientes presu-
puestos: afán por inmortalizarse en las obras, crítica
de estas obras a través de la voz de la conciencia que
dictamina sobre su bondad o maldad, conciencia ins-
pirada en el ejemplo de Cristo como salvador de
la mortalidad. De forma que tendría como conse-
cuencia el siguiente principio normativo: "Obra con
arreglo a tu conciencia, sometida a la lección de Cris-
to, en beneficio siempre de tu inmortalidad." Es, evi-
dentemente, una moral pragmática, pero de un prag-
matismo teñido en última instancia por una normativa
cristiana. Toma el punto de partida para tu obrar en
EL QUIJOTISMO: FILOSOFÍA VITAL 259
ÍNDICE
I. El hombre y su mundo
263
—
264 ÍNDICE
de salida, 142.
ARTE
6. A. Salazar, La Danza y el Ballet
9. Juan de la Encina, La Pintura Italiana del Renaci-
miento
26. A. Salazar, La Músico como Proceso Histórico de su
17. H. Velarde, Historia de la Arquitectura
Invención
29. G. Sadoul, El Cine: Su Historia y su Técnica
31. J. X. Forkel, Juan Sebastián Bach
37. A. H. Brodrich, La Pintura Prehistórica
45. G. Baty y R. Chayance, El Arte Teatral
48. Juan de la Encina, La Pintura Esfañola
54. W. H. Hadow, Ricardo Wagner
59. E. Mále, El Arte Religi^Dso
65. J. Romero-Brest, La Pintura Euro fea Contemforánea
goo-i g^o )
( I
HISTORIA
2. A. S. Tuberyille, La Inquisición Esfañola
CIENCIAS SOCIALES
3. E. Nicolson, La Diplomacia
13. C. Kluckhohn, Antropología
15. B. Russell, Autoridad e hidividuo
18. E. Weilenmann, El Mundo de los dueños
"
21. H. Nohl, Antropología Pedagógica
27. V. E. Frankl, Psicoanálisis y Existencialismo
32. M. Halbwachs, Las Clases Sociales
36. G. Soule, Introducción a la Economía Contempo-
ránea
40. E. Cassirer, Las Ciencias de la Cultura
47. C. Thompson, El Psicoanálisis
52. H. J. Laski, Los Sindicatos en la Nueva Sociedad
57. P. Vinogradoff, Introducción al Derecho
62. W. A. Lewis, La Planeación Económica
74. E. Fromm, Ética y Psicoanálisis
CIENCIA Y TÉCNICA
RELIGIÓN Y FILOSOFÍA