Desvelo
Desvelo
Instrucciones
Leila Guerriero
Desvelo
Yo siempre puedo dormir, pero hoy no puedo. Así que he salido
del cuarto y ahora escribo, en mi estudio, mientras la ciudad, al
otro lado, permanece galvanizada de indiferencia ante los que no
podemos dormir, los atiborrados de angustia, los suicidas, los
enfermos, los locos y los solos. Yo no estoy atiborrada de angustia,
ni pienso en suicidarme, ni estoy enferma, ni —creo— loca, y sobre
todo no estoy sola. Apenas me ha despertado un sueño maligno.
Hubo años en los que atesoraba mis pesadillas. Eran pequeños
cofres de horror que contemplaba cada tanto con regocijo. No las
llevaba, como ahora, al analista, como quien lleva un feto ya
descuartizado y por descuartizar. Son las cuatro de la madrugada,
hace un poco de frío, nada se mueve ahí afuera. Cuando era chica,
en noches quietas de invierno, me gustaba pensar en El
Eternauta, la historieta en la que Buenos Aires amanece sumida
bajo una nevada venenosa que mata a muchos y obliga a tantos
otros a quedarse en sus casas. Fantaseaba con quedar atrapada,
mi familia y yo, en nuestra casa cómoda y segura, nuestro nido de
luz. Ya no quedan nidos de luz. Ni quedan nidos. No estoy triste.
Es sólo que quisiera, a veces, acallar ese ruido continuo dentro de
mi cabeza de dragón. Ese murmullo que no cesa. Quizás les pasa:
un tironeo, una tensión que viene desde todas partes: el pasado,
el futuro. Las preguntas por lo que vendrá. Porque ¿qué vendrá?
¿Estará allí siempre todo lo que está allí ahora? ¿Qué, de todo
esto, será pantano, recuerdo, gajo desvaído de lo que alguna vez
fue? Todos los desvelos vienen de no saber y de querer saberlo
todo. Recuerdo ese poema de Louise Glück: “En una época, / sólo
la certeza me daba /alegría. Imagínense…/ la certeza, una cosa
muerta”. Esa cosa muerta, malditamente necesaria
visite http://palido.deluz.mx