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GUERRA, FRANQOIS-XAVIER

LA DESINTEGRACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA:


REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA

EN ANTONIO ANNINO, LUIS CASTRO LEIVA Y


FRANQOIS-XAVIER GUERRA, DE LOS IMPERIOS A LAS
NACIONES: IBEROAMÉRICA

ZARAGOZA, IBERCAJA

1994

CAPITULO 7
La desintegración de la Monarquía hispánica:
Revolución de Independencia
Franfois-Xavier Guerra
Universidad de París I

En 1808 se abre en el mundo hispánico un proceso revolucionario de una extraordi­


naria amplitud que va a modificar radicalmente tanto sus estructuras como sus referen­
cias políticas. En poco menos de tres lustros esa construcción política multisecular que
era la Monarquía hispánica se desintegra en múltiples estados independientes, uno de
los cuales es la España actual. Al mismo tiempo, tanto la España europea como la Amé­
rica hispánica adoptan —por lo menos en sus élites y en sus textos legales— ese conjun­
to de ideas, principios, imaginarios, valores y practicas que caracterizan la Moderni­
dad política.
Hablamos de proceso revolucionario en singular, en lugar de hablar más clásica­
mente de «revoluciones de independencia» de la América española, puesto que, aun­
que este término puede emplearse con propiedad para caracterizar sus especificidades
regionales —y sobre todo en la última fase de la desintegración de la Monarquía— es
obviamente inadecuado para designar algo que todas las fuentes indican: por un lado,
la imbricación constante y la mutua causalidad entre los acontecimientos españoles
y los americanos y, por otro, la concordancia de las coyunturas políticas en regiones
totalmente diferentes por su estructura económica y social. Todo remite de hecho a
una revolución única que comienza con la gran crisis de la Monarquía provocada por
las abdicaciones regias de 1808 y acaba con la consum ación de las independencias ame­
ricanas. Estamos ante una crisis global que, com o la crisis del imperio soviético a la
que acabamos de asistir, afecta primero al centro del imperio, replantea después su es­
tructura política global y acaba por provocar su desintegración.
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El proceso revolucionario que nos ocupa y que podemos designar como la «revolu­ pueblo y dotado un régimen representativo. La necesidad de legitimar este m odelo
ción hispánica» tiene, pues, como dos caras complementarias: la primera es la ruptura político hizo que estas interpretaciones se caracterizasen por dos rasgos complemen­
con el antiguo régimen, el tránsito a la Modernidad; la segunda, la desintegración de tarios que privilegiaban la evolución y no la ruptura. El primero consistía en presen­
ese vasto conjunto político que era la Monarquía hispánica, es decir, las revoluciones tar el proceso revolucionario com o la consecuencia casi natural de fenómenos
de independencia. D os caras, que corresponden en parte, pero sólo en parte, a dos fases de «larga duración»; el segundo, en considerar que la época y manera en que se
cronológicas. En la primera, que va de 1808 a 1810, predomina el gran debate, teórico produjeron no podían ser distintas de lo que fueron. Partiendo del hecho de que al
y práctico, sobre la Nación, la representación y la igualdad política entre España y Amé­ final del proceso aparecieron nuevos estados y que éstos fundaron su existencia legal
rica, debate que va a provocar la mutación política de las élites españolas y a darles sobre la soberanía de los pueblos o de la nación, se supuso que ese punto de llegada
su primera y fundamental victoria: la reunión de las Cortes en Cádiz y la proclamación era un punto de partida. Es decir, que la aspiración a la «emancipación nacional»2
de la soberanía nacional, que abre la vía a la destrucción subsecuente del antiguo régimen. y el rechazo del «despotism o español» fueron las causas principales de la indepen­
En la segunda, a partir de 1810, predomina cada vez más la fragmentación de la dencia.
Monarquía: las «revoluciones de independencia». El esquema, sin embargo, resulta De ahí surgen dos premisas omnipresentes en las historias patrias e incluso en las
simplista, puesto que las regiones y grupos que reconocen a las Cortes y al gobierno interpretaciones de historiadores profesionales actuales: por un lado, la existencia de
central siguen participando, hasta su independencia, a principios de los años 1820, en naciones a finales de la época colonial3 —lo que implica una precoz aspiración a la
los avatares del liberalismo peninsular. Inversamente, las regiones o grupos insurgentes independencia4— y, por otro, el contraste entre la modernidad política de América
en lucha contra las autoridades peninsulares y contra los americanos ««lealistas»» no y el arcaísmo político de la España peninsular... El confundir el p o sth o c con el propter
dejan por ello de participar indirectamente de las evoluciones, tanto teóricas como prác­ hoc, aunque fuese conceptualmente indefendible, tenía la ventaja de dar una explica­
ticas, del conjunto político del que se están separando; de ahí que muchas disposicio­ ción simple de un fenómeno muy complejo, pero también la de legitimar con referen­
nes de la Constitución de Cádiz y, entre ellas, sus prácticas electorales ejerzan una gran cias modernas incontestables el acceso de los nuevos países al concierto de las naciones.
influencia en las de los nuevos países. Los problemas que plantea esta visión teleológica del proceso revolucionario son
Es patente que en esta manera de abordar los problemas de la época revolucionaria, tan grandes que, de hecho, la hacen insostenible. Algunos, sobre los que no nos exten­
lo político ocupa un lugar central. N o se trata de la política en el sentido tradicional deremos, conciernen al siglo XIX: la fragmentación territorial (consecuencia de la in-
de la palabra, de una historia événementielle, de una narración de acontecimientos mil certidumbre que reina en cuanto a la determinación de las supuestas naciones); el con­
veces contados en los libros de «historia patria». Se trata, ante todo, de comprender traste muy frecuente entre la modernidad legal y el tradicionalismo de los imaginarios
la lógica profunda de un proceso complejo que pone en juego los elementos constituti­ y comportamientos de la mayor parte de la sociedad, e incluso de las élites; la dificul­
vos de lo político: ¿quién debe ejercer el poder? ¿dónde? ¿cómo? ¿en nombre de qué tad, en fin, de fundar, una vez desaparecida la legitimidad del rey, la obligación política
o de quién?... Las respuestas a estas cuestiones no pueden reducirse ni al simple análisis en ese ente abstracto que es la nación moderna...
de los actores que intervienen en esta pugna, ni a las estructuras sociales o económicas, Otros problemas atañen al mismo proceso revolucionario. El más importante es
ni tampoco a una historia de las ideas o de los imaginarios. Dado el espacio limitado el que elimina del campo de investigación todo lo que no es conforme con el modelo
del que disponemos,1vamos a centrarnos en el proceso global y en sus principales pro­ de interpretación, ya se trate de algún tipo de temas o, incluso, de períodos enteros.
blemas y coyunturas, sin entrar en el detalle de las particularidades locales que son, Desaparecen así del campo histórico, por una parte, todo lo que, en los movimientos
evidentemente, esenciales para entender en qué términos se planteará después la cons­ de independencia, remite a un tradicionalismo social — por ejemplo, los temas religiosos
trucción de cada «nación». y contra-revolucionarios con los que tantos insurgentes movilizaron a la población5—
y, por otra, toda la primera fase del proceso revolucionario (desde 1808 hasta, por lo
menos 1810). En efecto, toda esta fase cuadra muy mal con la teleología de esos esque­
Una revolución inesperada •'«. . mas explicativos, puesto que todas las fuentes muestran entonces la lealtad de la in­
mensa mayoría de los americanos hacia al rey y hacia la España resistente, el carácter
Una buena parte de las interpretaciones clásicas de las revoluciones de independen­
cia, en su doble vertiente de paso a la modernidad política y de separación de ese con­
1 Una variedad de esta interpretación es la que concibe como principal causa de la independencia, no exactamente la exis­
junto original que fue la Monarquía hispánica, fueron forjadas en pleno siglo XIX. tencia de la nación, sino la rivalidad entre criollos y peninsulares y la formación de fuertes identidades americanas.
Eran aquellos tiempos de liberalismo combatiente, en los que los nuevos países hispa­ 1 Las interpretaciones sobre el origen de esa nación pueden ser muy variadas. En el caso de México, la principal divergencia
opone la visión una nación mexicana que existe desde antes de la conquista a la de una nación que se ha conformado
noamericanos estaban-empeñados en una difícil construcción dé lo que aparecía en­ a lo largcvde la colonia.
tonces com o el modelo político ideal: un Estado-Nación fundado sobre la sobefanía del 4 De ahi nace la búsqueda obsesiva de los «precursores» y la asimilación de las revueltas y rebeliones del antiguo régimen,
como la-de -Tupac Amaru o la de los Comuneros de Socorro, a prolegómenos de la independencia.
i Estos-aspectos son bien conocidos para el caso de México, pero también han sido puesto de relieve para el reino de Quito,
1 Para más amplios desarrollos de estos temas, cfr. nuestra obra M odernidad e Independencias. Ensayos sobre las Revolu­ por Marie--Daiûelle Demelas et Yves Saint-Geours, Jérusalem et Babylone Politique et religion en Am érique du Sud.
ciones hispánicas, M adrid, Ed. M apire, 1992, 406 p. L'Equateur X V I I k - X lX e siècles, Paris, ERC, 1989.

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más tradicional de las referencias mentales de los americanos y el papel motor que juega «Sin cabeza los miembros desfallecen [...] Un vasallo os pone delante el conjunto de
entonces la España peninsular en la mutación ideológica, en la elaboración y en la difu­ horror, que causa la desunión y la falta de una cabeza superior: sin ella no hay, ni miem­
sión de esa versión particular de la modernidad que es el liberalismo hispánico.6 bros, ni cuerpos; si existen son yertos, y cual m uertos» .9
Ante estas dificultades invencibles, resulta necesario partir de lo que las fuentes
Es esta acefalía repentina la que, ante todo, explica el carácter cataclísmico de la
nos muestran: por un lado, que la crisis revolucionaria es no sólo totalmente inesperada
crisis de la Monarquía hispánica, que contrasta con que lo que sucede en el imperio
sino también inédita y, por otro, que es su propia dinámica la que provoca no sólo la
portugués. En éste, la instalación del rey y de la Corte en Río de Janeiro para escapar
mutación ideológica, sino también la desintegración de la Monarquía. Los actores mis­
mos de la revolución lo confiesan sin ambages antes de que triunfe la interpretación a la invasión militar francesa evita precisamente la acefalía política. Bien es verdad que
canónica de las historias patrias. Así Bolívar, en 1815, en cuanto a la independencia: esta decisión creará otros problemas —como el de la relación entre el nuevo centro del
imperio y Portugal— que acabarán llevando a la independencia del Brasil, pero, esa
«De cuanto he referido será fácil colegir que la América no estaba preparada para des­ presencia regia en América evita el vacío de legitimidad y la desintegración territorial
prenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió, por el efecto, de las ilegítimas que se dará en la Monarquía española. Es ciertamente peligroso intentar imaginar una
cesiones de Bayona [...]»’ historia diferente, cambiando algunas de las variables originales, pero hacerlo puede
ayudar a ponderar las causas que intervienen en un proceso histórico. ¿Qué hubiese
Y, en cuanto a la modernidad política:
pasado si el rey de España, ante la amenaza francesa, se hubiera trasladado, como el
«Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos, y lo que es más de Portugal, a América en la primavera de 1808? La hipótesis no es absurda, pues fue
sensible, sin la práctica de los negocios públicos, a representar en la escena del mundo precisamente para anular este plan de Godoy por lo que se produjo el motín de Aran-
las eminentes dignidades de legisladores, magistrados [etc...]». juez que provocó la caída del favorito y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernan­
do V II. ¿Qué hubiese pasado, más tarde incluso, si la Junta Central española, ante
Examinemos, pues, esas abdicaciones de Bayona que abrieron la gran crisis de la
las ofensivas francesas, se hubiese trasladado a Nueva España como lo pedía aún en
Monarquía y que fyieron el comienzo radical de todo el proceso revolucionario. La ab­
1809 el cabildo de México y lo aceptaba en su principio la Junta Central?10 Es im po­
dicación forzada no sólo del rey Fernando VII sino la de todos los miembros de la fami­
sible dar una respuesta pero, pero es muy probable que todo hubiese sido diferente puesto
lia real y la transferencia de la corona a Napoleón y luego a su hermano lo sé represen­
que la Monarquía no hubiera tenido que afrontar lo que fue su problema central duran­
tan un acontecimiento totalmente singular no sólo en la historia de España, sino en
te todo esta época: ¿cómo conservar un poder central legítimo reconocido por todos
la de las monarquías europeas.
los «pueblos»?
Lo que se produce entonces no es un cambio de dinastía provocado por la extinción
de una familia reinante, ni por la victoria de un pretendiente sobre otro en una guerra Las reacciones ante este acontecimiento inaudito que fueron las abdicaciottés re­
civil, ni por la rebelión del reino contra su rey, ni siquiera por la conquista por otro gias son sobradamente conocidas, pero, teniendo en cuenta que estamos aquí en el punto
monarca... Como lo señalarán todos patriotas españoles y americanos, se trata de un de partida de todo el proceso revolucionario, es necesario examinar cuáles fueron sus
acto de fuerza pura, ejercido no sobre un enemigo vencido, sino sobre un aliado, es principales actores y cuáles sus referencias mentales.
decir, de una traición, tanto más grave cuanto que afecta a un rey cuya acceso al trono En la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciudades. El fue,
unos meses antes había sido acogida en ambos continentes con la esperanza entusiasta dirigido ciertamente por una parte de las élites urbanas, quien impuso a las autoridades
de una regeneración de la Monarquía. establecidas — que tendían a aceptar le fait accom pli — el rechazo del nuevo monarca,
De ahí el rechazo casi unánime del usurpador en España y en América y su corola­ la proclamación de la fidelidad a Fernando V II «el Deseado» y la formación de juntas
rio, la acefalía del poder político. La Monarquía se ve súbitamente privada de lo que insurreccionales encargadas de gobernar en su nombre y de luchar contra el invasor.
era hasta entonces no sólo su autoridad suprema, sino el centro de todos los vínculos El clima de la insurrección es el de un patriotismo exaltado que, una vez pasada la sor­
políticos. Como lo expresan con metáforas orgánicas los escritos de la época, al ser presa de los primeros días, se expresa en una multitud de impresos: periódicos, procla­
el rey la cabeza del cuerpo político, su desaparición es el mal supremo, pues la acefalía mas, manifiestos, cartas, hojas volanderas..., escritos por toda clase individuos y cuer­
condena todo el cuerpo a la corrupción, es decir, a la disolución política, tanto territo­ pos de la sociedad del Antiguo Régimen.
rial, como social: Y lo mismo ocurrirá en América cuando —con los inevitables desfases temporales—
van llegando las noticias de la Península: rechazo del invasor, manifestaciones nunca
6 Son muy pocos los estudios clásicos (e! de Julio V. González, Filiación histórica del gobierno representativo argentino, vistas de fidelidad al rey, explosión de patriotismo español, solidaridad con los patrio­
Buenos Aires, 1937.21.. es una excepción que confirm a ia regía) que ponen de manifiesto esta continuidad entre et libera­ tas españoles...; temas todos que aparecen no sólo en los impresos más variopintos
lismo español y líTfñodernidad americana. El resto de los estudios que abordan el parentesco ideológico entre América
■y Esparta, lo hacen para poner de manifiesto el carácter tradicional de las independencias, identificando lo tradicional
con «lo español».
7 «C arla de Jamaica, Kignston, 6 de septiembre de IS15», en Simón Bolívar, Escritos políticos, pres. Graciela Soriano, 9 «A los muy ilustres y nobles caballeros de Ciudad Real», en Diario de México, n.° 1.141, 14.XI.1808, pp. 567-568.
M adrid, Alianza Editorial, 1975, p. 72. 10 Ofrecimiento del Cabildo de México del 26.V.IS09 y respuesta de la Junta Central el 1.° de enero de 1810, en Gazeta de
s Ibidem. México, 23.111.1810, pp. 246-247.

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producidos por toda clase de individuos y cuerpos, sino también en rogativas, proce­ ces. Las metáforas utilizadas son muy clásicas y remiten a la unidad de todos sus habi­
siones cívicas, ceremonias de jura, etc. A pesar de que no había allí ni tropas francesas, tantes, a pesar de la desigualdad de situaciones y de funciones. La nación se concibe,
ni autoridades que abiertamente pretendieran colaborar con el invasor, hubo incluso por ejemplo, com o una gran familia que tiene al rey como padre y múltiples hijos, dife­
tentativas de formación de juntas que, por razones que explicaremos luego, no llegaron rentes pero igualados en los mismos deberes de defenderlo y asistirlo. Otras veces se
a formalizarse. Aquí también, por contraposición a lo peninsular, los principales acto­ la compara a un cuerpo, con miembros diferentes, pero con una sola cabeza, el rey.
res fueron las élites y el pueblo de las ciudades capitales, pero, a diferencia de ella, los Es también una comunidad producto de la historia, con sus leyes, sus costumbres, su
patriciados urbanos desempeñaron el papél principal y dirigieron o controlaron siem­ religión y su rey, señor natural del reino; pero también un pueblo cristiano que, como
pre las manifestaciones del pueblo. un nuevo Israel, es objeto de una especial providencia divina.12
La semejanzas entreEspaña y América son, pues, considerables, tanto en lo que Pero, superpuestas a esta imágenes muy clásicas del universo mental del antiguo
atañe a los actores —las ciudades principales como cabeza.de su reino o de su provin­ régimen, aparecen otras representaciones que abren la vía a concepciones modernas
cia, con sus élites y su pueblo— como a la manera de pensar o de imaginar la Monar­ de la nación. Com o ya lo hemos esbozado, una de las características de la reacción
quía. Un análisis más detallado de este último aspecto muestra la semejanza de los patriótica fue no sólo su carácter espontáneo, sino también la manera dispersa en que
valores y de los imaginarios de los dos continentes, pero también algunas diferencias se produjo. Cada ciudad, cada pueblo, tuvo que reaccionar solo, en la mayoría de los
de gran significación para el porvenir. Entre las semejanzas más evidentes está el len­ casos, sin saber cóm o iban a reaccionar los demás. Cuando poco a poco se fueron reci­
guaje empleado y los valores que expresa. Todos —incluidas las repúblicas de indios, biendo emisarios, noticias e impresos venidos de otros lugares, todos constataron ad­
iguales en esto a los demás grupos.sociales— rechazan al invasor apelando a la fideli­ mirados lo que nosotros seguimos observando ahora a través de las fuentes, es decir,
dad al rey; a los vínculos recíprocos entre él y sus «pueblos»; a la defensa de la religión, la extraordinaria unidad de actitudes y valores. Diríase que los habitantes de la Monar­
de la patria y de sus «usos y costumbres»... quía se descubren «nación» por esta unidad de sentimientos y de voluntades. Cierta­
Particularmente significativa para comprender cómo se concibe el vínculo poh'tico mente estos sentimientos y estas voluntades se mueven aún en un registro muy tradicio­
es el uso universal de palabras com o «vasallo» o «vasallaje», «señor» o «señoriaje»; nal, pero son elementos que conducen ya a una concepción moderna de la nación
todas remiten a una relación personal y recíproca con el rey que bien podemos calificar contemplada com o asociación voluntaria de individuos iguales, es decir, la que había
de «pactista» o contractual. Esta relación tiene una doble dimensión, personal y cor­ hecho triunfar la Revolución francesa.13 No es ésta una pura posibilidad pues, de
porativa pues, aunque el juramento de fidelidad sobre el que se funda haya sido presta­ hecho, en España, ése será uno de los argumentos utilizados por los revolucionarios
do por cuerpos de todo tipo —territoriales, corporativos o estamentales— este jura­ tanto para instaurar la igualdad de los ciudadanos, como para remplazar las pertenen­
mento compromete personalmente a sus miembros. De esa «fe jurada» al rey como cias a los antiguos reinos por la única pertenencia a una unitaria nación española.14
a su señor surge la obligación para sus vasallos de asistirlo con su acción, sus bienes Es en este último campo, el de la estructura interna de la nación española —iden­
e incluso su vid a.11 tificada con el conjunto de la Monarquía— donde se perciben las mayores diferencias
La obligación política aparece, por lo tanto, fundada en un compromiso personal entre los dos continentes. La diferencia no concierne, por el momento, a la estructura
hacia una persona muy concreta, formalizado por el juramento. De ahí la importancia política de la Monarquía. La mayoría, a ambos lados del Atlántico, la ve aún formada
que tendrán durante la época revolucionaria los múltiples juramentos que se prestarán por una pirámide de comunidades superpuestas: pueblos, ciudades-provincias, reinos,
a las sucesivas autoridades que suplen la ausencia del rey; a la Junta Central, al Consejo Corona. Los mismos hechos acababan de mostrar que eran estos precisamente los ac­
de Regencia, a las Cortes, a la Constitución después...; y en las regiones insurgentes tores políticos del levantamiento. La diferencia viene de que los americanos añaden
de América a las nuevas autoridades. De ahí, también, la dificultad que experimenta­ a esta visión plural y pre-borbónica de la Monarquía una visión dual de la misma, pues­
rán los independentistas para prescindir de la llamada «máscara» de Fernando VII, to que agrupan los reinos de los dos continentes en dos unidades: los «dos mundos
ya que no se trata sólo de eliminar una figura simbólica, sino de mucho más: de romper de Fernando VII», los «dos pilares de la Monarquía» o, incluso, «los dos pueblos»,
un juramento que compromete a cada individuo. De ahí, en fin, la dificultad —que el europeo y el americano, que juntos forman la nación española. Este es el marco que
los americanos comparten con los überales españoles— de pasar de la fidelidad a una permite comprender la independencia de la que se habla en América, en M éxico15 o
persona singular a la lealtad hacia una entidad abstracta, ya sea ésta la Constitución
o la Nación. 12 Esta concepción providencialista se encuentra aplicada tanto, primero, al conjunto de la nación española, como después
a los diferentes pueblos americanos en vías de emancipación.
Semejante y diferente a la vez.es la manera queJos dos continentes tienen de conce­
13 La unión de voluntades es uno de los rasgos más característicos de la nación en Francia durante la revolución.
bir el conjunto político al-que„peítenecen, es decir, la Monarquía hispánica, o con tér­ 14 Cfr., por ejemplo, la narración-hecha por el Semanario patriótico (t. I, n° 5, 29.IX.1808), de la jura de M adrid a Fernan­
minos mas modernos, la «nación española», tal como se dice frecuentemente enton- do VH en agosto de 1808.
15 En México, Fray Melchor de jalaraantes en documentos destinados a los miembros del cabildo de la capital en los que
habla claramente de la independencia, considera p o r ejemplo que las Cortes que hay que reunir en Nueva Esparta llevaran
la representación del conjunto de la nación española y, por lo tanto, también d éla metrópoli. «Idea del congreso nacional
" Las citas que corroboran estas afirmaciones son innumerables, pues casi todos los documentos d eesta fpoca, españoles de Nueva España, individuos que deben componerlo y asunto de sus sesiones», sin fecha (julio de 1808), in Ernesto
y americanos,‘están llenos de-estas palabras, cfr. Guerra, op.'a't. , cap. V. de la Torre Villar.Xa Constitución deApatzingán y ¡es creadores del Estado mexicano, México, UNAM, 1964, pp. 121 y ss.

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en Buenos Aires, por ejemplo, antes de que lleguen las noticias de los levantamientos sitúan, además, en otra lógica: la lógica moderna del enfrentamiento de grupos con
peninsulares. No se trata en esta época de patriotismo hispánico exaltado de una precoz bases ideológicas.
tentativa de emancipación, sino de una manifestación de ese patriotismo: salvar el pilar La constitución de un «gobierno libre» —es decir, no absoluto— a la que aspiraron
americano de la Monarquía, puesto que se piensa que se ha perdido el europeo. —sin demasiadas esperanzas— a finales del siglo XVIII una parte de las élites, decep­
cionadas por el costo político del «despotismo ilustrado» —evidente en la época de
la privanza de Godoy— e influenciadas por el ejemplo inglés y por el más próximo
Soberanía y representación y radical de la Revolución francesa, se abría así de golpe. Desde este punto de vista,
los acontecimientos, a pesar de su enorme gravedad, eran «una divina sorpresa» para
La consecuencia de las abdicaciones reales más inmediata, pero, al mismo tiempo, los discretos partidarios de-una revolución hispánica. Sin embargo, este fundamental
la más importante a largo plazo fue el hundimiento del absolutismo, tanto en la practi­ paso traía consigo la aparición de múltiples problemas, en cuanto a la naturaleza de
ca como en la teoría. En la práctica, puesto que las juntas peninsulares se constituyeron la Monarquía, que habían estado hasta entonces como «congelados» por el absolutismo.
contra las autoridades del Estado absolutista que, en su mayoría, estaban aceptando El primero concernía a su estructura territorial: ¿la Monarquía hispánica era unita­
el nuevo orden, ya sea por realismo político —el poderío de Napoleón estaba entonces ria o plural? En la España peninsular, contrariamente a la manera de expresarse de
en su zenit— o por adhesión a la modernidad política que el nuevo régimen conllevaba los actores reales de la insurrección —y sin duda al imaginario popular— la inmensa
como heredero de la Revolución Francesa. Fueran cuales fueren los artilugios jurídicos mayoría de las élites gobernantes, fuesen cual fuesen sus concepciones políticas —pro
que los patriotas emplearon para fundar el rechazo de las autoridades constituidas, o antiabsolutistas—, la pensaban como unitaria. Es significativo, a este respecto, que
las juntas eran poderes de facto, sin ningún precedente legal y —desde este punto de en los debates de las Cortes de Cádiz y en la Constitución promulgada por ellas no
vista— poderes revolucionarios, fundados en la insurrección popular y en total ruptura se tuviera en cuenta en absoluto —salvo retóricamente— a los antiguos reinos. En este
con la práctica absolutista de un poder venido de arriba que se ejercía sobre una socie­ sentido, y análogamente ala observación que Tocqueville hizo para Francia, los revolu­
dad supuestamente pasiva. cionarios peninsulares acabaron el proceso de unificación política que los Borbones
Ahora bien, el hundimiento del absolutismo fue también teórico, ya que ninguna habían comenzado con los decretos de Nueva Planta que suprimieron después de la
de sus variantes ofrecía bases para rechazar la transferencia de la soberanía a otro mo­ guerra de Sucesión de España las instituciones políticas propias de los reinos de la Co­
narca y para fundar la legitimidad de las juntas insurreccionales. Sólo doctrinas o ima­ rona de Aragón.17
ginarios que concibiesen una relación bilateral entre el poder del rey y la sociedad po­ Muy otra era la concepción predominante en América. Allí, salvo para una ínfima
dían ofrecer esas bases, y a ellas recurrieron, bajo formas diversas, la resistencia española minoría constituida por una parte de los europeos residentes en América —funcionarios,
y la lealtad americana. N o es nuestro propósito tratar aquí de la naturaleza de esa rela­ alto clero y comerciantes ligados al comercio de Cádiz—, la Monarquía era claramente
ción y distinguir, según los casos, su carácter tradicional o moderno, sino poner de plural, en una doble dimensión: una tradicional —un conjunto de «pueblos», es decir,
manifiesto que, con terminologías diversas y muchas veces confusas, todos apelaron reinos y provincias— y otra más reciente y dualista, de la que ya hemos hablado, que
a una relación pactista o contractual entre el rey y la sociedad. Gracias a ella, se afirmó la veía como formada por un pilar europeo y otro americano. En este sentido América
en todo tipo de discursos —doctrinales, metafóricos o simbólicos— que sus vínculos era el último reducto de la antigua estructura plural de la Monarquía.
recíprocos no podían ser rotos unilateralmente y que, si el rey faltaba, la soberanía vol­ Sin embargo, detrás de las dos concepciones opuestas —unitaria o plural— comu­
vía a la nación, al reino, a los pueblos... nes a la España peninsular y a América se escondía otro problema, antiguo y reciente
Por las circunstancias mismas de la crisis y sin que nadie se lo propusiese, la sobera­ a la vez, privativo de América: el de su estatuto político, y su corolario: la igualdad
nía recae repentinamente en la sociedad. Lo que la Revolución francesa había obtenido política con la Península. Se trataba de un problema antiguo en la medida en que las
en un larga pugna contra el rey se obtiene en su nombre y sin combate en la Monarquía Indias habían sido definidas desde la época de la conquista como unos reinos más de
hispánica. Ciertamente, para la inmensa mayoría no se trata todavía más que de algo la Corona de Castilla.18 Ahora bien, los reinos de Indias no tenían en algunos cam­
provisional en espera del retorno del soberano y habrá que esperar la reunión de las pos, como el comercial o el de la representación, derechos equivalentes a los de sus
Cortes en 1810 para que sea proclamada solemnemente la soberanía la nación. Pero, homólogos castellanos. En efecto, aunque estuviera previsto en las leyes que podían
visto en la «larga duración», el absolutismo, com o algo comúnmente aceptado, deja reunirse en ellos Cortes y se previese incluso qué ciudades ocuparían en ellas el primer
definitivamente de existir en todo el mundo hispánico a partir de la primera época de
los levantamientos. Sus posteriores restauraciones serán episodios residuales16 que se 17 Con excepción de los estatutos particulares mantenidos en las provincias vascas y en Navarra.
11 Reinos y provincias ciertamente especiales por la presencia de una fuerte población indígena, dotada de un estatuto pro­
pio y gobernada teóricamente por sus propias autoridades; por la existencia de una legislación específica —dentro de
16 La de 1814, a la vuelta de Femando VII, se explica, adfcmás de por el contexto internacional, por el enorme prestigio la castellana— cada vez más importante; por la existencia de prácticas sociales y políticas extra-legales que representaban
popular de que gozaba aún la persona regia. La de 1823, que pone fin a la revolución liberal de 1820, por la intervención una forma bien establecida de dialogo oficioso entre la Corona y los diferentes cuerpos de las sociedades americanas.
francesa decidida por la Santa Alianza y por los enfrentamientos internos provocados por el radicalismo de la segunda De ahí. que aún siendo jurídicamente reinos de la Corona de Castilla, los americanos se concibiesen con una especificidad
revolución liberal. y singularidad tales que equivalía a atribuirse una autonomía semejante a la de los antiguos reinos de ia Corona de .Aragón.

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lugar,19 estas Cortes no se habían reunido nunca ni tam poco América había enviado propias juntas y la igualdad de representación en los poderes centrales de la Monar­
nunca procuradores a las de Castilla. quía: en la Junta Central primero, en las Cones después.
Era también un problema reciente en la m edida en que desde mediados del siglo El primer problema —la formación en América de juntas semejantes a las de
XVIII las élites ilustradas peninsulares tendían a considerar a los reinos de Indias no España— se planteó desde el origen de la crisis, en cuanto se conocieron en América
com o reinos y provincias de ultramar, sino como colon ias,20 es decir, como territorios las abdicaciones. Como igual era el imaginario político a ambos lados del Atlántico,
que no existen más que para el beneficio económico de su metrópoli e —implícitamente— igual fue el reflejo de llenar el vacío dejado por el rey mediante la constitución de pode­
carentes de derechos políticos propios. Esta nueva visión implicaba igualmente que Amé­ res fundados en el pueblo. Sin embargo, ninguna de estas tentativas tuvo éxito —con
rica no dependía del rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la España penin­ las solas excepciones de M ontevideo21 y Nueva España—, pues no había en América
sular... Que este vocabulario no fuera empleado en los documentos oficiales, en los ni tropas extranjeras ni levantamiento popular ni guerra próxima. Tampoco había, a
que seguían utilizándose las viejas apelaciones de reinos y provincias no era óbice para pesar de las sospechas sobre la lealtad de algunos, autoridades colaboracionistas como
que el término «colonias» —u otros equivalentes, com o «establecimientos»— se utili­ las había en la Península. Por eso era difícil vencer de un solo golpe las resistencias
zase con frecuencia creciente, primeramente, en los documentos internos de la alta ad­ de las autoridades reales, que seguían fundándose en una tradición absolutista ya hun­
ministración de Madrid y en la correspondencia privada de los funcionarios reales, y, dida en España. También, en cuanto se supo que la metrópolis resistía al invasor, los
en los últimos lustros del del siglo XVIII, en la prensa y en los libros, lo que provocó americanos dieron prioridad a la ayuda que podían prestarle para la guerra. Esto expli­
un descontento difuso en América por lo qiie conllevaba de desigualdad política; des­ ca cómo en América del Sur, a pesar de sus dudas, los americanos acabaron recono­
contento tanto mayor cuanto que el peso humano y económ ico de ésta no hacía más ciendo a la Junta de Sevilla, que fingía ser el gobierno legítimo de toda la Monarquía,
que aumentar en el seno de la Monarquía. Pero, paradójicamente, la adopción de esta precisamente para evitar la formación de juntas en América. Este subterfugio dejó una
concepción, que es paralela a la aparición del lenguaje que Luis Castro llama «de la profunda traza de desconfianza con respecto a los peninsulares y propiciará en 1810
econom ía política», va a suministrar a la parte más avanzada de las élites americanas la formación de juntas en América. Sólo Nueva España, que supo de las abdicaciones
un agravio suplementario/hacia la Corona, el de oponerse a esa libertad de comercio antes que del levantamiento y de la formación de la juntas españolas, se lanzó a reunir
que aparece cada vez más como uno de los derechos naturales del hombre y de los pueblos. juntas preparatorias para la reunión de un Congreso o Junta general durante el verano
Cierto es que el tema de la igualdad entre las dos partes de la Monarquía estaba de 1808; sólo el golpe de estado de los peninsulares dirigidos por Yermo, que tuvo lugar
ya implícito en múltiples tensiones anteriores, com o en las rivalidades entre criollos en septiembre, puso fin a este proceso.
y peninsulares para el acceso a cargos administrativos, o en las quejas, frecuentes en Pero la situación no podía ser más que transitoria a medida que se iba conociendo
la época de las reformas borbónicas, de falta de diálogo entre el rey y el reino. Pero la rivalidad entre los poderes peninsulares y que avanzaba el debate político. Las tenta­
lo que hasta entonces eran tensiones diversas, sin unidad de espacio y de tiempo, puesto
tivas para formar estas juntas serán en adelante permanentes. Unas no pasan de conju­
que resultaban esencialmente de decisiones particulares, se transforma ahora en un tema raciones abortadas, como las de Caracas, Buenos Aires o Valladolid de Michoacán,
único —el de los derechos de América— por la aparición de una política fundada en
otras, después de un éxito inicial, como las del Alto Perú y Quito en 1809, son reprimi­
la representación.
das por las autoridades reales como si se tratara de vasallos rebelados contra el rey.
Todos esos problemas, latentes hasta entonces por la inercia de la antigua termino­ El impacto de estos acontecimientos no es sólo local, sino que se transmite rápidamen­
logía y por la común práctica absolutista a la que estaban por igual sometidos la Espa­ te a todas las regiones de América, que añaden a sus propios agravios los padecidos
ña peninsular y la americana, se convierten en un problema urgente, y provocan con­ por los otros americanos.22 En todas partes se fragua un rencor creciente ante esta ne­
flictos que no van a cesar de envenenarse hasta provocar la ruptura entre los dos gación práctica de la igualdad de derechos ¿En virtud de qué principio, cuando se afir­
continentes. En efecto, con el hundimiento del absolutismo y la reversión de la sobera­ ma solemnemente la igualdad de ambas partes de la monarquía, se impide que los ame­
nía a la nación, la igualdad política entre España y América deja de ser un problema ricanos cuenten con las mismas instituciones que España? ¿Qué legitimidad diferente
en gran parte teórico para encarnarse en cuestiones muy prácticas e inmediatas, conse­ de la de los «pueblos» pueden’invocar los gobiernos peninsulares para impedir que
cuencia de la instauración de una lógica representativa. los de América se apoyen también en ella para constituir sus propios gobiernos? ¿Por
El debate sobre la igualdad política entre los dos continentes va a concretarse en qué esa tolerancia hacia los europeos que, como Yermo en México, rompen el orden
dos problemas principales surgidos del renacer de la representación, que van a ser las legal en América? ¿Por qué ese tratamiento desigual para con hácia los partidarios
causas primordiales de la ruptura: el derecho para los americanos de constituir sus de las juntas americanas —prisión, exilio— cuando las juntas peninsulares pueden lu­
char entre ellas o incluso rehusar la obediencia a la Junta Central y-recobrar su soberanía?
19 M édco para Nueva Hspaíla y Cuzco para el Perú.
20 Aunque la palabra colonia con su sentido m oderno no aparece en.español más que en la segunda m itad del XVIII, por
influencia dél vocabulario francés e inglés, laconcepción que ella encierra-aparece ya antes en los escritos dç proyectistas 21 La junta de Montevideo, controlada por el español E!io, se formó sobre todo en un contexto de rivalidad con Buenos Aires.
como Ward y Campillo. Para esta cuestión, efr. Philippe Castejon, L e statut de / ' Am érique hispanique à ¡a fin du dix- a i El golpe de^stado'deiYermo en México en 1808, fue conocido en todas las otras regiones y representó para ellas el prototi­
huitième siècle: Les Indes occidentales sont-elles des colonies, Mémoire de M aîtrise de l’Université de Paris 1, 1993, 135 p. po de.la actitud .antiamericana Je los peninsulares.

204
Uno de los temas que será después integrado en las interpretaciones de la historia ción, tanto por el lenguaje empleado —colonias o factorías—, que mostraba cómo los
patria, el del permanente gobierno «despótico» al que han sido sometidos los america­ peninsulares veían a América, como por el escaso número de diputados que se atribuía
nos por los peninsulares, nace solamente entonces a partir de estos acontecimientos. a ésta —9 frente a 26 de la Península— cuando su población era mayor. Por eso provocó
Al argumento de los «trescientos años de despotismo» tan utilizado por los revolucio­ múltiples protestas28 y contribuyó a hacer de la igualdad de representación uno de los
narios españoles para caracterizar el período durante el cual desaparecieron las liberta­ campos en que van a expresarse en adelante los agravios americanos. Cuando un año
des castellanas23 se superpone este.otro, mucho más nuevo, el de las autoridades rea­ después se convoquen las elecciones a las Cortes extraordinarias, se manifestará una
les de América que no sólo no se fundan en la legitimidad «popular», sino que persiguen desigualdad aún mayor, puesto que se prevén 30 diputados para representar a América
a los americanos que quieren usar de sus derechos. En el vocabulario utilizado enton­ frente a alrededor de 250 para la España peninsular. Esta desigualdad flagrante será
ces por los americanos en algunas regiones24 la palabra «mandones» designa a esas una de las causas fundamentales del rechazo del recién formado Consejo de Regencia
autoridades que no han sido reconstruidas o, por lo menos, remozadas por una inmer­ y de la constitución de juntas autónomas en América...
sión en la fuente de la nueva legitimidad. Sin embargo, a pesar de los defectos ya citados la Real Orden era también un paso ■
Si este primer problema era esencial en el plano local, pues lo que estaba en juego decisivo para la construcción de un régimen representativo. Por primera vez tenía lugar
era el poder que los americanos querían ejercer en su patria, el segundo, la participa­ en el mundo hispánico un proceso electoral general que sería seguido pronto por muchos
ción en la representación y en los gobiernos centrales de la Monarquía, planteaba de otros. Las disposiciones electorales todavía remitían a una visión tradicional de la na­
una manera explícita y global el problema de la igualdad de representación y, a través ción y de la representación, ya que a cada reino o provincia correspondía un diputado
de él, la espinosa cuestión del estatuto político de América. elegido por los cabildos de las ciudades cabeza de distrito, a las que se consideraba
El problema de la representación estaba en la base misma del proceso revoluciona­ como representantes de todo su territorio con sus ciudades, villas y pueblos sujetos.
rio, puesto que, si la soberanía volvía a la comunidad política, la representación de La nación aparecía como una pirámide de comunidades políticas y no como una na­
ésta era una cuestión insoslayable. En España, en la primera época de los levantamien­ ción única formada por ciudadanos iguales y los diputados, como procuradores seme­
tos, se consideró qije las juntas eran una forma improvisada de representación popular. jantes a los de las antiguas Cortes, con sus poderes e instrucciones de tipo privado,
Pero esta solución era precaria, puesto que faltaba un gobierno central dotado de una que equivalían aún a un mandato imperativo.
legitimidad indiscutible. Por eso, pronto se empezó a debatir sobre la reunión de Cortes
Dolidos por la desigualdad de representación con la España peninsular, los ameri­
generales a las que por tradición correspondía la representación del «reino». Sin em­
canos no parecieron estarlo por la forma tradicional de la representación. Todos los
bargo, esta convocatoria planteaba tantos problemas teóricos y prácticos que la solu­
cabildos concernidos, de la lejana Sonora a Chile y al Río de la Plata, estuvieron ocu­
ción fue la formación de una Junta Central Gobernativa del Reyno, formada por dos
pados durante la mayor parte de 1809 y principios de 1810 en la elección de sus dipu­
delegados de cada una de las juntas de las ciudades capitales de reino o provincia. A m ­
tados a la Junta Central y en la redacción de sus instrucciones: ni los unos ni las otras
bigua institución ésta, que tomó el título de Majestad, pues gobernaba en lugar y en
muestran, en la mayoría de los casos, un modernismo excesivo. Las elecciones dieron
nombre del rey, pero que, por estar constituida por delegados de las juntas, ellas misma
lugar muchas veces a afrontamientos muy fuertes entre los clanes y facciones que tradi­
surgidas del «pueblo», fue también considerada como una «representación nacional»
que remitía por su composición —representantes de reinos y provincias— a una visión cionalmente se oponían en los cabildos. Fueron elegidos en primer grado, práctica­
plural de la Monarquía. mente, todas las notabilidades de la sociedad del antiguo Régimen, siguiendo práctica­
mente el orden de dignidad y de prelación. Y las instrucciones, además de múltiples
A esta forma embrionaria de representación nacional fueron invitados los america­
demandas concretas para cada región, fueron — salvo alguna que otra excepción— la
nos por la Real Orden del 22 de enero de 1809:
expresión del mismo imaginario tradicional que predominaba entonces en América:
«[...] la Junta Suprema central gubernativa del reyno, considerando que los vastos y pre­ defensa del rey, de la religión, de las leyes fundamentales del reino, pero también una
cisos dominios que E spaña posee en las Indias no son propiamente colonias o factorías afirmación ardiente de la indisoluble unión de la nación y de la igualdad política entre
como las de las otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía es­ los dos continentes...27
pañola [...] se ha servido S.M. declarar [...] que los reynos, provincias e islas que forman
los referidos dominios, deben tener representación inmediata a su real Persona por medio
de sus correspondientes diputados» .25
26 En la enumeración de agravios, tal como los expresa la literatura americana de entonces, este documento ocupa siempre
Este documento es un hito fundamental en las revoluciones hispánicas. Era una un lugar central. Cfr., por ejemplo, para Nueva Granada, Camilo Torres, Memorial de agravios. Representación del cabil­
declaración solemne de la igualdad política entre España y América y, a la vez su nega- do de Santa Fe a la Suprema Junta Central de España..., 1809, facsímil de la primera edición (1832), Bogotá, 1960; para
Chile, Catecismo político cristiano p o r Don José A m o r de la Patria, (1810), reed., Santiago de Chile, 1975; para México,
Fray Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución de Nueva España (1813), ed. critica, A. Saint Lu y M.-C. Benassy
(coord.), Paris, 1990; para el Rio de la Plata. Gregorio Funes, Ensayo de la Historia Civil del Paraguay. Buenos Aires
13 La fecha simbólica del principio de esta ¿poca se coloca, habitualmente, en la derrota de los Comuneros en Villalar.
y Tucumán, ed. de 1817, T. III.
:4 El empleo del término es muy corriente en Buenos Aires y en Nueva Granada.
zi Real Orden. Sevilla. 22.1.1309. AH N. Estado, 54, D, 71. 27 Para más detalles de un proceso complejo, cfr. Guerra, op. cit., cap. VI.

206
Para que la modernidad triunfase hacía falta una profunda mutación ideológica Aunque la «república de las letras» sea relativamente amplia a finales del siglo XVIII
de las ¿lites intelectuales. y haya dispuesto en la década de 1780 de publicaciones bastante numerosas, las medi­
das tomadas por el Estado contra la influencia de la Revolución francesa la han limita­
do al ámbito de sus lugares privados de sociabilidad y a una red de relaciones y de co­
La mutación ideológica rrespondencias privadas sin expresión pública. Los acontecimientos de 1808 han sido
para este medio una inesperada ocasión de salir a plena luz:
Si el debate sobre la igualdad de España y América dentro de la Monarquía prepara
la ruptura, el paso a la modernidad política se efectúa a través de otro debate, paralelo, «Si alguno hubiera dicho a principios de Octubre pasado, que antes de cumplirse un
año tendríamos la libertad de escribir sobre reformas de gobierno, planes de constitu­
sobre la naturaleza intima de la nación: ¿está formada ésta por las antiguas comunida­ ción, examen y reducción del poder, y que apenas no se publicaría escrito alguno en
des políticas, con sus estamentos y cuerpos privilegiados o está compuesta por indivi­ España que no se dirigiese a estos objetos importantes; hubiera sido tenido por un hom ­
duos iguales?, ¿es producto de la historia o resultado de una asociación voluntaria?, bre falto de seso» .j0
¿está ya constituida o aún por constituir?, ¿reside la soberanía en la nación?, ¿de qué
tipo es esta soberanía? Según la respuesta que se dé a estas preguntas las futuras Cortes La «divina sorpresa» del hundimiento súbito del absolutismo va a permitir a la «re­
serán una restauración de las antiguas instituciones, con representación de los tres esta­ pública de las letras» constituir un «espacio público político» mediante dos vías dife­
mentos, o una asamblea única de representantes dé la nación. El debate francés de la rentes, pero paralelas. Por un lado, está la multiplicación de las formas de sociabilidad
convocatoria de los Estados Generales y de sus primeras reuniones hasta la proclama­ modernas, con una libertad de palabra muchísimo mayor que la que acostumbraba
ción de la Asamblea Nacional se repite en el mundo hispánico desde 1808 a 1810. hasta entonces. Por otro, la proliferación de impresos y periódicos con fines patrióti­
cos, causada por la desaparición, de hecho, de la censura.
En esos dos años la mutación de las ideas y de Ios -imaginarios de las élites:hispáni-
cas fue considerable. El tradicionalismo del universo mental de la inmensa mayoría La nueva prensa y los abundantísimos impresos de todo tipo que aparecen entonces
de los habitantes de la M ^ arq u ía en los meses siguientes a la insurrección era, como han dado, en efecto, a muchos de sus miembros la oportunidad de exponer pública­
dijimos, evidente. Sin embargo, dos años después, cuando se reúnen en Cádiz las Cor­ mente sus ideas, aunque con gran prudencia al principio para no herir la sensibilidad
tes Generales y Extraordinarias, se impone el grupo revolucionario que va a desempe­ de unos lectores que siguen refiriéndose a imaginarios y valores tradicionales. Pero esta
ñar el papel motor en las Cortes y que será llamado poco después «liberal»; sus referen­ influencia difusa en una prensa que terna esencialmente como fin el movilizar a la po­
cias mentales son ya totalmente modernas. La victoria puede explicarse, en parte, por blación en lucha contra el invasor no era suficiente. Los grupos modernos, obsesiona­
el carácter particular de la ciudad de Cádiz, que sirve de refugio entonces a lo más gra­ dos tanto por la urgencia y por la inmensidad de la obra de regeneración que había
nado de las élites intelectuales españolas y americanas, pero es, también, la consecuen­ que llevar a cabo como por el estado real de los espíritus, muy alejados aún de sus prin­
cia de una evolución más global de los espíritus durante los dos años pasados. cipios, sedotaron pronto de órganos de expresión para exponer sus ideas. Ciertamente,
para encontrar una opinión pública moderna ya constituida, con una pluralidad de
En esta mutación extremadamente rápida desempeñan un papel esencial dos fenó­
periódicos de tendencias diversas, hay que esperar en España, como mínimo, hasta
menos concomitantes: la proliferación de los impresos —y, sobre todo, de la prensa—
el verano de 1810 y, sobre todo, hasta después de la reunión de las Cortes en Cádiz,
y la expansión de las nuevas formas de sociabilidad. Con ellos nace verdaderamente
en el otoño del mismo año. En América, por su parte, a épocas más tardías —en Méxi­
la «opinión pública» moderna y lo que se puede designar, con Habermas, como «el
co, por ejemplo, a la proclamación de la libertad de prensa en 1812— y en las regiones
espacio público político». Es verdad que ya existía antes lo que éste llama un «espacio
independentistas, a fechas variadas, pero en general no anteriores a finales de 1810.31
público literario», o Cochin «la república de las letras», es decir, un medio social, una
Sin embargo, antes ya de esta época de madurez, tres periódicos peninsulares han
red de hombres agrupados en sociedades y tertulias —literarias, económicas, científi­
desempeñado —por su precocidad, por la calidad de sus redactores y por su difusión—
cas— en las que la libre discusión sobre toda clase de temas, entre ellos los políticos,
un gran papel en la evolución de los espíritus: el Semanario Patriótico, 32 El Especta­
empieza a erigirse en una instancia moral, independiente del Estado, que juzga en nombre
dor Sevillano35 y El voto de la Nación española. Fueron éstos los que en época de la
de la «Razón» la validez no sólo de las medidas del gobierno, sino también de Ios-prin­
Junta Central —período clave de la revolución hispánica— desempeñaron el papel de
cipios generales que deben regir la sociedad.29

w «Reflexione! acerca de la Carta sobre el modo de establecer un Consejo de Regencia con arreglo a nuestra constitución»,
2S Cfr. M. D. Demelas y F. X. Guerra, «Un processus févolutionhaire méconnu: P adoption des formes représentatives mo­ Semanario Patriótico, n.® IV, Madrid, 22.IX.1808, p. 62.

I dernes enÇspagne et en Amérique ’(1808*1810)», Caravelle. Cahiers du m onde hispanique et luso*brésilien, n.° 60, Toulou­
se, 1993, pp. 5-57.
29 Cfr., por ejemplo, Augustin Cochin, «Les philosôphes» (1912), en Cochin, L’esprit du jacobinisme, Paris. PUF, 1979,
11 Las Gazetas publicadas en ellas en los primeros tiempos siguen teniendo el carácter de voceros de las autoridades: ahora
de las juntas.
13 Se trata de un semanario que consta de dos series: una en M adrid, cuyo principal redactor fue el mismo Q uintana y
cap. I, y Jürgen Hhbcrmas, L’espace public. Archéologie delà publicité comm e dimension conftitutivc de la société bou- otra en Sevilla en 1809, cuyos principales redactores fueron José María Blanco White, para la parte política y Isidoro
geoïfe, trad. fr., Paris^Payot, 19.78;; su esquema explipatiyy çs^aù^ çonyijicçntç en su ^arteculUiraU perq.muçho .menos Antiüón para la parte militar.
en sus presupuestos económicos y íicólógicos. ComÓ'on otros'librós sobre los mismos temas, la üuséncía dé toda referen­ 11 El E sp m a d o r Sevillano fue un diario que se publicó del 2 de octubre de 1S09 al 23 de enero de 1S10, en que cesa su
cia al m undo hispánico es una muestra más del olvido eh que han caído las revoluciones hispánicas. publicación ante el-avance de las tropas francesas sobre Sevilla. Su principal redactor fue Alberto Lista.

209
motor en la mutación ideológica de las élites de los dos continentes. En ellos se encuen­ posible que esa constitución sea una restauración de las antiguas «leyes fundamenta­
tra no sólo un testimonio sobre la cronología de esta mutación, sino también la estrate­ les» a las que apelan los moderados como Jovellanos. Se imponía una construcción
gia empleada para fomentarla y una exposición muy acabada y completa del proyecto ex novo:
de la revolución hispánica.
La existencia de estos periódicos y la explosión de una literatura patriótico-política «[...] una sociedad nueva, cuyo edificio empiece por los sólidos cimientos del derecho
contribuyen a explicar dos fenómenos todavía en parte inexplicados. El primero, la natural, y concluya con la más perfecta arm onía del derecho civil, arruinando al mismo
tiempo el gótico alcázar construido a expensas del sufrimiento y de la ignorancia de
extraordinaria rapidez y coherencia con que las Cortes de Cádiz llevaron a cabo su em­ nuestros antepasados» .lS
presa de destrucción del Antiguo Régimen, puesto que, en gran medida, las líneas rec­
toras de la Constitución y de las reformas habían sido ya formuladas públicamente Se trata aparentemente de hacer, como en la Revolución francesa, tabula rasa del
con anterioridad. El segundo, la mutación, durante este mismo período, de unas élites pasado y de construir de un solo golpe una sociedad y un gobierno ideales. Sin embar­
americanas que en 1808 aparecen como más tradicionales aún que las peninsulares y, go, el radicalismo del lenguaje y del imaginario van parejos con un ideal político mode­
en 1810, casi tan modernas com o ellas, hasta el punto de manejar con facilidad las mis­ rado. Los hombres que están inventado el liberalismo hispánico pertenecen a una gene­
mas referencias. La explicación de este fenómeno reside en la difusión de los periódicos ración que conoce muy bien las desviaciones de la revolución en Francia. Por eso temen
e impresos peninsulares en América y las reimpresiones que de ellos se hicieron allí.34 que la aplicación de sus principios les lleven también al Terror o a un nuevo despotismo.
Las reimpresiones de estos impresos peninsulares de tema patriótico o político repre­ De ahí lo complejo de su proyecto, pues deben realizar al mismo tiempo dos tareas
senta en América casi la mitad del total de lo publicado sobre estos temas en la época: diferentes: por una parte, hacer la revolución contra el Antiguo Régimen y por otra,
por ejemplo, el 34% en México en 1808, y el 48% en 1809; el 50% en 1808 y 1809 en evitar que ésta siga los pasos de Francia. Podríamos decir que se encuentran, por un
Buenos Aires. Este interés por lo publicado en la Península proviene ciertamente de lado, en una situación análoga a la de los revolucionarios franceses de 1788-89, luchan­
su situación como sede del poder central de la Monarquía, pero también de la libertad do por imponer —en las ideas y en los hechos— la soberanía de la nación, y, por otro,
de palabra y de prensa que existía en ella desde el principio de la crisis, infinitamente en la de la generación de la República termidoriana, reflexionando, como Benjamín
mayor que en América, donde todavía seguían aplicándose las prácticas absolutistas Constant, sobre la manera de construir un régimen fundado sobre los principios de
de censura de la imprenta. Por eso, la Península fue entonces el motor y el principal la revolución, pero estable y respetuoso de la ley y de la libertad.
centro de difusión de las mutaciones políticas. De este doble objetivo nacen muchas de las ambigüedades del grupo revolucionario
En dos años, decíamos, a través de este combate de la opinión pública naciente, y, como las de Jano, sus dos caras. Por el radicalismo de sus principios sus miembros
triunfaron en ella las referencias de los más radicales, de los que poco después serán son revolucionarios —«jacobinos», les llaman sus adversarios—, pero, por su preocu­
llamados liberales. En efecto, el análisis de los periódicos muestra claramente que para pación constante de construir un régimen representativo son ciertamente moderados
finales de 1809 estaba ya construido el corpus doctrinal del liberalismo que triunfará y de hecho los primeros constitucionalistas modernos que plasmarán en una constitu­
en las Cortes de Cádiz. Esta construcción intelectual es a la vez muy parecida a la efec­ ción, y, por un tiempo, en la realidad, sus objetivos. De ahí su importancia europea
tuada por la Revolución francesa y, al mismo tiempo, muy original. La semejanza, por y su influencia durable en Portugal, en Italia, en la lejana Rusia,36 e incluso en la
no decir la identidad, de los principios y del imaginario que éstos conllevan es conside­ misma Francia.37 De ahí también las contradicciones entre sus intenciones modera­
rable, aunque a veces se formulen con la prudencia que exige el estado de la opinión. das y su radicalismo ante las resistencias que la sociedad opondrá a su empresa.
La nación es concebida como una asociación voluntaria de individuos iguales, sin El régimen que van a intentar construir es fundamentalmente un un régimen repre­
ninguna distinción de pertenencias a pueblos, estamentos y cuerpos de la antigua so­ sentativo, basado en la soberanía del pueblo ejercida por sus representantes y en.el reino
ciedad. De ahí que, en adelante, éstos pierdan para siempre el derecho a su representa­ de la opinión. Que este régimen deba ser una monarquía constitucional nadie lo pone
ción y que la base de la representación sea el individuo. Se exaltan la libertad indivi­ en duda entonces, tanto por el prestigio de que goza el monarca cautivo, como por
dual, los derechos del hombre y del ciudadano, la igualdad de todos ante la ley y se la vigencia de la idea comúnmente aceptada de la imposibilidad de construir una repú­
concibe ésta como la expresión de la voluntad general. La nación es soberana y por blica — identificada con la democracia— en un vasto país. Con el lenguaje que Cons­
ello debe elaborar una constitución que será como el pacto fundador de una nueva tant empleara poco después, podríamos decir que hay en ellos el deseo de construir
sociedad. La crítica de lo que pronto se llamará el Antiguo Régimen es cada vez más la «libertad de los modernos», pero, al mismo tiempo, por la exaltación de las virtudes
radical; el despotismo tiene raíces tan profundas en la Monarquía que es de hecho im- de las repúblicas de la Antigüedad clásica, una exaltación de «la libertad de los anti­

M e i Espectador Sevillano se reimprimió en México en Casa de Arizpe, el año 1810. Esta publicación recoge solamente
*' los discursos y artículos políticos del de Sevilla, numerados (de I a IV), con una numeración continua de 1 a 144 páginas. ,J Catecismo de Doctrina civil por Don Andrés de Moya Luzuriaga, Cádiz, Imprenta de la Junta Superior de Gobierno,
Termina con un optim ista «se continuará», al acabar la publicación de las tres primeras «Qiiestiones sobre las Cortes». 1810, in Catecismos políticos españoles arreglados a las Constituciones del Siglo X I X , M adrid, 1989, pp. 51-52.
El Diario de México, del 7 de septiembre de 1810, explica que «La reimpresión del Espectador Sevillano en las Qüestiones 56 Cfr. sobre la influencia de la Constitución de Cádiz en Europa, La Constitución de 1812, Revista de Estudios Políticos,
sobre Cortes, que con tanto aprecio ha recibido el publico, se ha suspendido por falta del de 24 de diciembre de 1809». n.° 126, número conmemorativo. M adrid, nov.-dic.1962.
Una semana después estallaba el levantamiento de Hidalgo. 37 En Francia, el texto de la constitución de Cádiz tuvo varias traducciones durante la Restauración.

210 211
guos» que hacia posible el paso a un régimen republicano. Esto es lo que harán poco que quede «acéfalo el cuerpo p olítico».40 Los principios invocados para justificar su
después ios americanos, ayudados en esta empresa por el marco político predominante formación tienen las mismas bases pactistas o contractuales que los que habían sido
en muchas regiones de América, el de la ciudad-provincia, que tenderá a convertirse empleados dos años antes por las juntas peninsulares. La Junta de Caracas lo explica
en ciudad-Estado. claramente en su primera proclama:

«La Junta Central Gubernativa del Reyno que reunía el voto de la Nación baxo su auto­
ridad suprema, ha sido disuelta y dispersa en aquella turbulencia y precipitación, y se
Dinámicas de la desintegración ha destruido finalmente aquella Soberanía constituida legalmente para la conservación
del Estado [...]. En este conflicto los habitantes de Cádiz han organizado un nuevo siste­
Todo lo que había ido gestándose en estos dos primeros años cruciales estalla brus­ ma de Gobierno con el título de Regencia [...] [que no] reúne en sí el voto general de
camente en 1810. Com o en 1808, sus causas inmediatas son también de orden externo: la Nación, ni menos aún el de estos habitantes, que tienen el derecho legítimo de velar
la invasión de Andalucía en diciembre de 1809 por ejércitos franceses. A finales de 1809 por su conservación y seguridad, como partes integrantes que son de la Monarquía es­
la situación es critica en España. La ofensiva francesa provoca acusaciones de traición pañola [...]».41
contra los miembros de la Junta Central, la formación de una junta independiente en
El razonamiento es perfectamente coherente y comprensible en el marco de referen­
Sevilla y la huida a Cádiz de uña parte de los miembros de la Junta Central. El 27 de
cias de una monarquía plural formada por múltiples «pueblos» y regida por principios
enero de 1810 los miembros del Consulado de Cádiz toman el poder en la ciudad a
pactistas. El poder provisional de la Junta Central española había sido legitimo, puesto
través de una nueva junta y ponen bajo su tutela los restos de la Junta Central. Hará
que, por un lado, había sido formado por los representantes de las juntas insurreciona-
falta la presión inglesa para que se forme a partir de ellos, el 29 del mismo, un Consejo
les peninsulares que llevaban entonces la representación supletoria de los «pueblos»
de Regencia que proclame asumir la autoridad soberana, mientras que las tropas fran­
de España, y, por otro, porque había sido reconocida luego por todos los reinos y pro­
cesas marchan hacia Cádiz.
vincias americanas. Estos la habían jurado como gobierno legítimo, estableciendo así
El mismo día de su au$odisolución la Junta Central fija las modalidades de la con­
un nuevo vínculo mutuo —y voluntario— con aquella autoridad que sustituía provi­
vocatoria de la Cortes y redacta un manifiesto a los americanos para pedir el recono­
sionalmente al rey. Desaparecida, con ella desaparecía este vínculo, y la soberanía vuel­
cimiento del nuevo poder. Pero el reconocimiento que América había otorgado, por ve a su fuente, a los «pueblos»:
patriotismo y por sorpresa, a las poderes provisionales peninsulares en 1808 les será
ahora negado por casi toda América del Sur. Para la mayoría de los americanos, que «El Pueblo de Caracas [...] deliberó constituir una Soberanía provisional en esta Capi­
siguen muy de cerca la situación militar, la Península estaba irremediablemente perdi­ tal, para ella y los demás Pueblos de esta Provincia, que se le unan con su acostumbrada
da y el Consejo de Regencia no era más que un espectro destinado a durar muy poco fidelidad al Señor Don Fernando VII» .42
o a gobernar bajo la tutela de la Junta de Cádiz, del Consulado y de sus corresponsales
de América. Más aún: fuese cual fuese su suerte, carecía de la más elemental represen- Por el momento, la nación española sigue siendo única, pero cada «pueblo» —el
tatividad y del consentimiento de los pueblos de los dos continentes. de Caracas ahora, los otros después—, cada ciudad principal, con su territorio y sus
Frente a este poder precario, dotado de una muy incierta legitimidad, Caracas pri­ ciudades dependientes, constituye una soberanía provisional a la espera de la reconsti­
mero, Buenos Aires y la mayoría de las capitales de América del Sur después,38 se lan­ tución de una soberanía única e incontestable.
zan a constituir juntas que no reconocen el nuevo gobierno provisional peninsular. Cons­ ¿Puede considerarse que la formación de estas juntas sea ya, como lo conmemora­
cientemente, los americanos se refieren al precedente peninsular de 1808: rá después la mitología patria, el principio de la independencia? Todo depende del sen­
tido que se dé a esta palabra. Si por independencia se entiende «un gobierno supremo
«Dos años hacía que arrebatado del trono nuestro cautivo m onarca por un pérfido ene­ independiente de los demás», el hecho es evidente, pero no suficiente, pues también
migo, habían recobrado las provincias de España sus derechos primitivos. C ada una
las juntas españolas de 1808 habían constituido el mismo tipo de gobierno. Ciertamen­
de ellas erigió entonces un gobierno supremo independiente de las demás. Este sagrado
derecho que ninguno podrá disputar a unos pueblos libres [...] se revocó no obstante
te, la unidad de gobierno de la Monarquía se ha roto, pero todo depende de que esa
a duda p ara con los pueblos de América» .39 -ruptura se conciba como provisional o definitiva, es decir, en último término, de la
manera de concebir el conjunto de la Monarquía o de la nación. Aunque existan ya
Estos gobiernos «supremos e independientes» .que los Americanos no pudieron o entonces entre Ios-principales actores americanos muchos partidarios de la ruptura de­
quisieron formar entonces se constituyen ahora por las mismas razones: para evitar finitiva, esa aspiración permanece aún en círculos privados, sin que pueda ser aún

-* Las únicas excepciones en el subcontinente son el Bajo Perú y alguna que otra ciudad en las demás regiones. Por el mo­ “ «La Jum a Provisional jubernativa déla capital de Buenos Ayres. Circulara, 27.V.18IO, en La Revolución de Mayo a través
mento ni M éuco, ni Am érica central participan en- el movimiento. de los impresos de la época, Primera Serie. IS09-I8IS, T. I, IS09-18II, Buenos Aires. 1965, p. 364.
39 Convocatoria a las provincias de la Ju n ta de Santa Fe, 29.VU. 1810, en J. L. y L. A. Romero (ed.), Pensamiento político 41 Proclama de la Junta de Caracai, 20.IV. 810, G azna de Caracas. Tomo II, n." 95, 27 de abril de IS10.
de ¡a emancipación (1790-1325), Caracas, Ayacucho, 1977, p. 149. 42 Ibidem.

213
«Toca a las ilustres provincias el modo con que deben elegir sus diputados [...] que no
expuesta públicamente. En efecto, el análisis de los documentos públicos muestra que,
deben pasar del número de uno por cada provincia (...) Por ahora su gobierno será tam ­
por lo menos durante un año, les juntas «independientes» no cesan de presentarse como
bién ¡nterimario, mientras que este mismo cuerpo de representantes convoca una asam ­
«conservadoras de los derechos de Fernando VII», visto como su legítimo soberano blea general de todos los cabildos, o las cortes de todo el reino [...]».
y, también, que la palabra nación sigue designando al conjunto de la Monarquía, y
no a los territorios que ellas gobiernan.4’ Como en la Península, también la naturaleza y los poderes de esta Junta y la manera
Ahora bien, a pesar de estas observaciones destinadas a evitar anacronismos teleo- de reunir la asamblea general o Cortes del reino fueron aquí motivo de disputas y de
lógicos, es obvio que la nueva situación originaba problemas de tan difícil solución diferencias suplementarias.4S Pero como no había aquí un enemigo extranjero que obli­
que puede ser considerada como un jalón esencial en el proceso de desintegración de gara a una rápida unión, estaba abierta la vía para un conflicto entre ciudades que lle­
la Monarquía. varía pronto a una guerra interna.
El primero y fundamental problema surgía de la diversidad de posiciones adopta­ La estructura política tan particular de la sociedad americana, surge aquí a plena
das por las diferentes regiones de América. En efecto, aunque la decisión tomada por luz, es decir, su organización territorial jerarquizada, centrada en las ciudades princi­
los partidarios de gobiernos independientes pudiera justificarse plenamente, también pales, capitales o cabeceras de toda una región, que ejercen su jurisdicción sobre un
podía justificarse la posición contraria: reconocer de nuevo, como un mal menor, a
conjunto de villas y pueblos «vasallos». Estamos aquí ante la transposición americana
la recién formada Regencia y esperar que la España peninsular no sucumbiese entera­
de uno de los aspectos más originales de la estructura política y territorial de Castilla:
mente ante las ofensivas francesas. Las autoridades regias de regiones tan importantes
la de los grandes municipios, verdaderos señoríos colectivos, que dominan un conjun­
como la Nueva España, América central o el Perú propiamente dicho escogieron, por
to muy vasto de villas, pueblos y lugares dependientes. Aunque las reformas borbóni­
razones diferentes, esta última solución. Pero, incluso en regiones mayoritariamente
cas y más particularmente la institución de los intendentes46 hubiesen intentado dis­
partidarias de la primera solución (Venezuela, Nueva Granada, Río de la Plata), la de­
cisión no fue en absoluto unánime. Los principios utilizados para justificarla —la re­ minuir los poderes de estas ciudades principales, la inercia de la antigua estructura es
versión de la soberanía a los «pueblos»— llevaban consigo la desaparición de las auto­ tal que reaparece con toda su fuerza en nuestra época. Como lo dice poco después con
ridades reales que aseguraban la unidad política de las diferentes circunscripciones toda claridad para Venezuela Pablo Morillo:
administrativas. Cada «pueblo», cada ciudad principal quedó de hecho libre de definir
«Es preciso Excmo Señor que se tenga presente de que los Cabildos de las capitales de
su propia actitud: reconocer o no a la Regencia, pero también reconocer o no la prima­ provincias mandan a los demás pueblos de ella, com o podría hacerlo un Capitán Gene­
cía que querían ejercer sobre ellas las ciudades capitales. Se vuelve así a plantear en ral en su distrito, a pesar de que haya pueblos de mayor centro que el de la residencia
América el mismo problema que oponía hasta entonces los «pueblos» americanos a del Cabildo, de modo que no es un Cuerpo de Ayuntamiento para una población, sino
los españoles: ¿cuáles eran los «pueblos» que teman tenían derecho a constituir sus un gobierno para todo un término o Provincia» .47
propias juntas? o, dicho de otra manera, se suscitaba el problema de la igualdad de
los «pueblos» americanos entre sí. Los cabildos de estas ciudades principales son, pues, cuerpos poderosos y privilegia­
Por eso de inmediato las ciudades capitales tuvieron que enfrentarse con otras ciu­ dos, actores centrales de toda la vida política y social de su región, pero por privilegia­
dades importantes que no aceptaban su pretensión de preeminencia. Caracas tuvo que dos, envidiados y controvertidos. Por ello en nuestra época su resurgir en la nueva esce­
enfrentarse con Coro y Maracaibo; Buenos Aires, no sólo como antes, con Montevi­ na política hace estallar, no sólo en el campo de la rivalidad ya citada entre las capitales
deo, sino también con las ciudades del interior; Nueva Granada, se fragmentó en múlti­ de provincias y la capital del reino, sino también en otros no menos importantes, ten­
ples juntas rivales. Como en España en 1808, se planteaba la necesidad urgente de cons­ siones hasta entonces contenidas. En unos casos se trata de la modificación de la es­
tituir gobiernos de orden superior al de las ciudades para impedir la aparición de múltiples tructura territorial misma; algunas ciudades principales anexan pueblos de otra pro­
gobiernos independientes en cada «pueblo» (en el Rio de la Plata o Venezuela), o para vincia, 48 ya sea por la fuerza o a la demanda de unos pueblos dependientes que piensan
reunir mediante un nuevo pacto las diferentes juntas ya formadas (en Nueva Granada). así liberarse de la tutela de sus capitales, lo que representa para estas últimas un atenta­
La vía utilizada dos años antes en la Península fue utilizada por todos: reunión de una
Junta general, formada por diputados de los «pueblos», destinada a construir un go­
bierno provisional; un gobierno que impidiera la disolución territorial, definiera una u Convocatoria a las provincias de la Junta de Santa Fe, 29.VH.1810, en Romero, op. cit., p. 152.
posición común en cuanto al reconocimiento del Consejo de Regencia, asegurara la 45 Cfr., como ejemplo de los términos en que se plantea esta polémica en Nueva Granada, el escrito de Antonio Nariño,
defensa común, fijara las reglas para la elección de un congreso realmente representati­ Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la invocación hecha por la ciudad de Santa Fé, 19.IX.1810, en Rome­
ro, op. cit., pp. 154 ss.
vo y, eventualmente, elaborase una constitución para reconstruir el cuerpo político del 46 Es significativo que el virreinato en donde no se implantaron los intendentes, Nueva G ranada, fuese precisamente aquel
reino. Como lo dice clara y prudentemente la Junta de Santa Fe: en donde la autonom ía de los pueblos fue en nuestra época la más grande, hasta el punto que muchos de ellos publicaron
muy tem pranamente sus propias constituciones.
47 De Pablo Morillo al Ministro de la Guerra, 1816, en Laureano Vallenilla Lanz, Obras completas, t. II, Caracas, 1984, p. 171.
43 El Estado de Cundinamarca practicó ampliamente ¡o que se llamó púdicamente «las agregaciones», no sólo de pueblos
Jí La cronología de la desaparición de este sentido global de la nación es variable según las regiones y representa un jalón sino incluso de provincias.
fundamental en el proceso de ruptura.
215
do intolerable a sus prerrogativas y un verdadero casus belli.49 En otros, se atenta a juntas fueron considerados como mera retórica destinada a cubrir propósitos indepen-"
la jerarquía de dignidad y jurisdicción de las localidades: pueblos dependientes piden dentistas. Se trataba, pues, de un movimiento separatista que había que reprimir por
convertirse en ciudades capitales y otros reclaman la igualdad de derechos con ellas... la fuerza: el miedo a la Independencia contribuyó a precipitarla.
En casi todos, en fin, los pueblos secundarios piden una participación en los procesos
representativos que se están entonces poniendo en marcha, rechazando así la represen­
tación implícita que pretenden sus cabeceras. La guerra y las transformaciones de la identidad
A estos conflictos internos vino muy pronto a añadirse la guerra que va enfrentar
La guerra, por tanto, sigue muy de cerca la fundación de las juntas en Sudamérica
cada vez más a los dos continentes, España y América, y dentro de ésta, a los peninsula­
y en México, poco después, el levantamiento de Hidalgo con la gran explosión social
res a los criollos. La gran ruptura se produce en este campo, en fechas variables según
que lo acom paña.” Guerra que es doblemente una guerra civil: por un lado, entre las
las regiones, en el año que sigue a la constitución de las juntas en la primavera-verano
regiones y ciudades que aceptan el nuevo gobierno provisional español y las que lo re­
de 1810. La formación de éstas estaba fundada en gran parte, además de en su derecho
chazan; y por otro, guerra exterior contra el gobierno central déla Monarquía. A partir
al autogobierno, en dos hipótesis: la inexistencia de un verdadero gobierno central en
de ahora, la guerra —y una guerra tanto más cruel puesto que civil— va a ser la causa
la metrópoli y la probable derrota total de la España peninsular. Pero, pocos meses
principal de la evolución de América. La oposición amigo-enemigo tiene su propia ló­
bastaron para mostrar la fragilidad de las dos. N o sólo el Consejo de Regencia existía
gica y va a provocar progresivamente una inversión en la identidad americana.
realmente y había sido reconocido por las juntas españolas supervivientes y por una
Hasta entonces, en efecto, como la querella esencial entre americanos y europeos
buena parte de América, sino que la España peninsular seguía resistiendo con la ayi'ds
estaba centraba en la igualdad política entre los dos continentes, los americanos reivin­
inglesa; más aún, en septiembre de 1810 se reunían en Cádiz las Coi ¿es generales y ex­
dicaban, colectivamente, su estatuto de reinos y provincias e, individualmente, su con­
traordinarias de la Monarquía, alas que poco a poco iban llegando los diputados ame-
dición de españoles, iguales a los peninsulares. La guerra que les declara el gobierno
-frs*nrtc las regiones que habían reconocido al Consejo de Regencia...
central va a cambiar profundamente las cosas y les obligará a reformular el estatuto
Esta situación, en gran parte inesperada, complicaba aún más la situación al obligar
de América y su propia identidad.
a las juntas americanas a repensar su actitud hacia ella y, eventualmente, a contemplar
Ante la desigualdad política patente con que se les trata van ahora a aceptar progre­
la posibilidad de una negociación.
sivamente la apelación de colonias,54 que habían rechazado hasta entonces con indig­
Está, como bien si. ao tuvo nunca realmente lugar, pues el Consejo de Regen­
nación, para fundar en ella su derecho a la independencia55:
cia reaccionó violentamente ante las noticias de América, sin intentar lo que tantas
veces había hecho antes la Junta Central, o ella misma en la España peninsular: nego- «¡Carísimos hermanos! [...] : vosotros habéis sido colonos y vuestras provincias han
-1„_ :: * la* j p r o v i n c i a l e s . En julio de 1811 esta vía se cerró deni4*iV!,mente, con sido colonias y factorías miserables, se ha dicho que no, pero esta infame cualidad no
el rechazo por las Cortes de la mediación inglesa, que había intentado evitar una guerra se borra con bellas palabras [...]».
que no podía menos que debilitar el combate común contra N apoleón.51 Si muchas
veces se ha puesto de relieve la importancia del no reconocimiento del Consejo de Re­ Pero el cambio de imaginario va más lejos y modifica la identidad misma de los
gencia por las juntas americanas, se hace menos hincapié en el fenómeno inverso: el americanos. Hasta 1810 las élites criollas en su combate por la igualdad política se pre­
rechazo por él de la legitimidad de las juntas americanas. Desde el principio la Regen­ sentaban, ante todo, como españoles iguales a los peninsulares, que gozaban, además,
cia, las consideró como provincias desleales, rebeladas contra su soberano. de los privilegios y fueros que les daba su condición de descendientes de los conquista­
dores y pobladores de América:
Las razones de esta actitud intransigente hay que buscarlas sin duda en la influencia
que el comercio de Cádiz ejercía sobre ella, en el hecho también de que la Regencia «Somos hijos, somos descendientes de los que han derram ado su sangre por adquirir
se mostraba tanto más celosa de su autoridad cuanto más precaria era su legitimidad.’ estos nuevos dominios a la corona de España [...] Tan españoles somos como los descen­
Pero, sobre todo, porque desde la independencia de las colonias inglesas de América
del Norte las élites gobernantes españolas considerabaninevitable una futura indepen­
!) La singularidad mexicana reside en el carácter social y rural del movimiento que se explica por especificas causas sociales.
dencia de la América española. Los agravios americanos y las justificaciones de las Pero también se explica, por el fracaso de las muy precoces tentativas de la élites para form ar en 1808 una Junta de la
Nueva España.
54 En el sentido de territorios dependientes de una metrópoli y carentes de derechos políticos o, por los menos, con derechos
49 Véase por ejemplo, los múltiples casos de este tipo en los que deber! arbitrar él Congreso,.en Acta dtr Federación de políticos inferiores.
la Provincias Unidas de Nueva.Granada, 27.XI.18ll en.Diego Uribe Vargas, Los constituciones de Colombia, M adrid, 55 La obra del Abbé de Pradt, Les trois ages des colonies ou de leur ¿tat passé, présentetá venir, París. Giguet et Cié, 1808-1802,
Ed¿ Cultura Hispánica 1977, T.I, pp. 365 y ss., art,s. 44, 45,.46, 47. 285 y 5 3 6 p., empieza a ser entonces muy conocida en América y a ejercer una enorme influencia al anunciar que el
10 A partir de enero de 1811. destino de las colonias era el ser independientes de las metrópolis. La influencia de de Pradt alcanzará un punto álgido,
51 Para esta mediación, cfr. Brian R. {damnet, La politica española en una épòca rcwludonaria, 1790-1820, México, FCE, con su nueva obra, publicada inmediatamente en español. De las colonias, y de la Revolución actual de la América, Bur­
1985, p. 126, deos, Juan Pinard, impresor, 18Í7.
52 Esta razón vale todavía más para las Cortes que, desde su reunión a finales de septiembre de 1810, son el verdadero gobier­ 56 Catecismo político cristiano por Don José .\m o r de la Patria (1810), Santiago de Chile, Ed. del Pacífico, Instituto de
no de la M onarquía. Estudios Políticos, 1975, p. 43.

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dientes de Don Pelayo i tan acreedores, por esta razón, a las distinciones, privilegios ya a América llorando la desdicha de sus hijos.62 A este martirologio, manifestación
i prerrogativas del resto de la nación[...] con esta diferencia, si hai alguna, que nuestros de un destino y de una identidad compartidos, se incorporarán después México, Vene­
padres, como se ha dicho, por medio de indecibles trabajos i fatigas descubrieron, con­ zuela y otras ciudades víctimas de la rigurosa represión ««lealista»». Poco a poco la
quistaron i poblaron para España este Nuevo Mundo». palabra español pasa a designar la tiranía, la crueldad, la irreligión incluso...65
A esta solidaridad, fundada en una lucha contra el mismo enemigo, viene a añadir­
Españoles, pues, pero ciertamente españoles diferentes de los peninsulares, dota­ se una común reacción ante el lenguaje injurioso de sus adversarios. En la «guerra ver­
dos de una cada vez más acusada identidad, que puede calificarse de americanidad.58 bal» que acompaña todo conflicto y todavía más a las guerras civiles —puesto que
Esta identidad común a toda la América española, que se había ido forjando a lo largo el discurso legitima el propio combate y desacredita el de los adversarios— los «balis­
de la época colonial, paralelamente a la construcción de identidades regionales o loca­ tas» van a utilizar un lenguaje que no puede menos que ahondar la separación entre
les, se había reforzado en el último tercio del siglo XVIII, como consecuencia de las las dos partes de la Monarquía. En efecto, las autoridades «lealistas» no se limitan
polémicas europeas alrededor de la naturaleza y del hombre americanos’5 y de la nueva a presentar su acción como una lucha contra vasallos desleales, sino que a menudo
visión de las Indias como colonias. la asimilan a una nueva conquista de América por los españoles, lo que implícitamente
La singularidad americana tenía ante todo un fundamento geográfico, la distinción equivalía a identificar a los criollos con los pueblos conquistados.
del continente americano frente a Europa, y compartía bastantes de sus argumentos En un registro complementario, los tópicos de la Europa de las Luces sobre la infe­
con la que un poco antes edificaban las colonias británicas de Norteamérica.60 Este rioridad del nuevo continente y de sus habitantes son empleados brutalmente no sólo
imaginario de la «americanidad», en que se percibe una fuerte influencia de Thomas en la Península, sino incluso en América, por poderosos cuerpos peninsulares. El Con­
Paine, buscaba sus elementos constitutivos en múltiples campos: en la geografía —la sulado de México, en un informe a las Cortes del 27 de mayo de 1811, los recoge y los
distancia entre los dos hemisferios—, en la naturaleza —animada o inanimada—, en extrema, acompañándolos de una crítica general llena de desprecio sobre la incapaci­
los mitos —el del Nuevo M undo considerado como un Mundo Nuevo—, en la religión, dad y los vicios de todos los habitantes de A m érica: indios, mestizos y castas, criollos.
incluso, después de la Revolución francesa, al oponer la piadosa América a la impiedad El informe fue leído en la Cortes, a pesar de la oposición de los diputados americanos,
europea.61 Sin embargo, más aún que estos elementos, que pertenecen a la cultura de durante el debate sobre la igualdad de representación,64 y provocó una herida profun­
las élites, era importante el sentimiento vivido y vital del lugar del nacimiento. Era esta da no sólo en ellos, sino en todas las regiones de América, insurgentes o «lealistas».65
diferencia —y a veces la competencia— con los peninsulares lo que definía lo america­ Para contrarrestar estos ataques los insurgentes llevan la polémica al mismo terre­
no; es decir, algo que era como un informal estatuto personal dentro de ese conjunto no, pero con una valoración inversa. Ellos también van a asimilar la represión «lealis­
de una extraordinariahomogeneidad humana y cultural que era laMonarquía hispánica. ta» a la conquista, pero vista no como una hazaña gloriosa, sino como una empresa
A partir de 1810 los términos «españoles americanos» y «españoles europeos», que injusta y sanguinaria. Poco a poco se van incorporando a su discurso los visiones nega­
indicaban una distinción dentro de ese conjunto van siendo sustituidos por otros, más tivas de la conquista, ya procedan de la misma España, como la de Las Casas, o del
simples y conflictivos, «españoles» y «americanos», que remiten a una oposición cada acerbo de la llamada «leyenda negra» europea. Corolario paradójico, pero en el fondo
vez más irreductible, hasta el punto que los independentistas se fundarán en ella al pre­ lógico, es la reaparición del debate del siglo XVI sobre «los justos títulos» de la Con­
sentar su empresa como el enfrentamiento de dos «naciones» diferentes y rivales: la quista de América; debate que recoge tanto antiguos argumentos de orden teológico
española y la americana. o canónico, como otros nuevos fundados en los derechos de los pueblos.
La razones de esta mutación son múltiples, pero la más importante es ciertamente Una vez aceptada esta asimilación, el siguiente paso era reivindicar su identifica­
la necesidad de distinguirse del adversario en la guerra civil. Sometidos a una misma ción con los vencidos, con los indios, antiguos poseedores del territorio, y presentar
represión, los diferentes «pueblos» americanos refuerzan cada uno sus propios agra­ la lucha por la independencia como una revancha de la conquista. En Chile, por ejem­
vios con las injurias que los otros han sufrido. La prensa insurgente de las diferentes plo, donde la identidad criolla estaba en gran parte fundada en su carácter de frontera
regiones abunda en noticias de los excesos de la represión «lealista» en otros lugares; de guerra contra los indios hostiles, en 1812 se pasa progresivamente de un elogio de
se va así formando un «martirologio» americano en el ocupan al principio un lugar las antiguas virtudes de los araucanos, a un llamamiento a la lucha común contra la
muy particular los «mártires de Quito» del 2 de agosto de 1810. Por ellos se celebran
ceremonias fúnebres en varias ciudades de Nueva Granada y a ellos se erige entonces
62 Cfr. para el detalle de esta evolución en Nueva Granada, Lydia Alvarez, Santafé de Bogotá. ¡810-1811: les mutations de
un monumento fúnebre en Caracas con figuras alegóricas, una de cuales representa ¡’imaginaire politique vues à travers la presse. Mémoire de Maîtrise de l'Université de Paris I, 1992. p. 66 y ss.
61 Antoine Vannière, La “Gazeta de Buenos-Ayres” et l ’imaginaire politique de ¡’indépendance argentine en 1810-1811.
Mémoire de Maîtrise de l’Université de Paris 1 ,1987, anexo 1, analiza como va evolucionando la designación de los enemi­
gos de la revolución en Buenos Aires. Los españoles europeos ocupan el primer lugar entre ellos solamente a partir de
}7 Camilo Torrcs, op. cit., p. 9.
abril de 1811.
51 Cfr. para este tema, Geneviève Verdo, L'américanité: un p ô l e structurant d e ¡’indépendance hispano-américaine (1808-1830).
64 Cfr, sobre este debate, Marie Laure Rieu-Millan, Los diputados americanos en Jas Cortes de Cádiz, Madrid, 1990,
‘ •Mémoire de DEA, Université de Paris I. 1991.
pp. 101 y ss.
59 Cfr. sobre esta cuestiones, Antonello Gerbi, La disputa deJ Nuevo M undo. Mexico. FCE, 1960, por ejemplo, pp. 164 ss.
u Cfr. por ejemplo la reacción del José B arquijano y Carrillo, conde de Vistaflorida, criollo peruano lealista. en su dicta­
60 Cfr. para Estados Unidos, Elise Marienstrass. Les mythes fondateurs de la nation américaine, Paris, Maspero, 1976 y
men al rey del 31.V. 1814, en Ernesto de la Tone Villar, La Constitución deApatzingan y los creadores del Estado mexicano,
S o u s le peuple. Les origines du nationalisme américain. Paris, 1988. México. UNAM, 1964, p. 178.
41 Cfr. para esie tema. Demelas et Saint-Geours. op. cit.

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tiranía española y, al fin, a una identificación retórica con los araucanos. “ En Méxi­ co, peninsular y americano, reunido en la ciudad, sino también la continuidad de sus
co, el acta de independencia de 1821 apela a la nación que recupera sus derechos perdi­ trabajos durante casi cuatro años y la lógica moderna que los preside.
dos en la época de la conquista.67 El primer paso fundamental de las Cortes fue, com o en la Francia de 1789, la pro­
Fenómenos análogos se dan en otras regiones, en aquellas, incluso, en las que la clamación de la soberanía nacional el mismo día de su reunión. A partir de ahí todo
población indígena había tenido mucha menos importancia. Aunque este tipo de dis­ se encadena: un mes después es proclamada la libertad de prensa, en diciembre comien­
curso tuviera mucho de retórico,68 su significación era clara: la ruptura moral entre za la preparación de una constitución, en 1811, los debates públicos sobre ella y el 19
las dos partes de la Monarquía. Estaba abierta la vía para la proclamación de la inde­ de marzo de 1812 es públicamente promulgada la Constitución de la Monarquía espa­
pendencia pues, fueren cuales fueren los argumentos utilizados, al negar la justicia de ñola que va a ser aplicada en España y en la América «lealista». Vienen después toda
los títulos de conquista, los americanos resolvían un difícil problema: no ya el de la una serie de reformas que derriban, piedra tras piedra, el edificio social y económico
ruptura con el gobierno provisional de la Monarquía, sino también con el mismo rey del Antiguo Régimen. En un breve lapso de tiempo las Cortes adoptaron el imaginario
de una modernidad de tipo francés, es decir, de una modernidad de ruptura que intenta
al que poco antes habían prestado juramento.69
hacer tabula rasa del pasado. La nación es soberana y la constitución que ella se da
Ahora bien, si en tiempos de guerra la americanidad bastaba para caracterizar la
es el pacto fundador de una nueva sociedad fundada sobre el individuo. La constitu­
lucha como el enfrentamiento de dos naciones o dos pueblos, el americano y el espa­
ción instaura un régimen representativo, la separación de poderes, las libertades indivi­
ñol, esta identidad resultaba a todas luces insuficiente para fundar la existencia política
duales, la abolición de los cuerpos y estatutos privilegiados (entre ellos el de los indios),
de una «nación americana». la igualdad jurídica de las localidades (erigidas en municipios y gobernadas por ayun­
tamientos), el carácter electivo de la mayor parte de los cargos públicos a todos los
niveles—municipal, provincial y nacional...—.
La revolución política y el problema de la nación
La América insurgente evoluciona de modo paralelo. La promulgación de constitu­
ciones empieza muy precozmente, incluso antes de la declaración de la independencia
La solución —o la no solución— del problema de la nación estaba también ligada
(en Nueva Granada, por ejemplo, las constituciones de varias provincias son promul­
a otro aspecto que hemos dejado hasta ahora de lado: el tránsito a la Modernidad polí­ gadas en 1810-1811)70 y se continúa después. N o es el caso de analizarlas aquí con de­
tica. En este campo también 1810 abre una nueva época, tanto eaEspaña como en Amé­ talle, pues esencialmente aparecen en ellas todos los elementos modernos que ya hemos
rica: la de la ruptura legal con el Antiguo Régimen. Los principios, el imaginario y puesto de relieve en la Constitución de Cádiz. Vale la pena, sin embargo, examinar com­
el lenguaje de la modernidad, objeto hasta entonces de un debate de opinión, se plas­ parativamente aquellos elementos que conciernen de m odo más directo al tema de la
man ahora en diversos textos oficiales y sobre todo en las constituciones. nación y, por lo tanto, al fundamento de los nuevos estados.
Comienza la gran época del constitucionalismo y del liberalismo hispánicos, cuyo Una de las diferencias más profundas entre la Constitución de Cádiz y los primeros
centro se encuentra durante varios años en Cádiz. Las Cortes generales y extraordina­ textos constitucionales americanos atañe a la identidad del cuerpo constituyente y a
rias que se reúnen allí el 24 de septiembre de 1810 van a ser durante casi cuatro años la diversa concepción de la nación que éste implica. En la primera, el cuerpo constitu­
el principal foro de las nuevas ideas y el foco de donde irradian las reformas que van yente y la nación aparecen como realidades incontestables que no necesitan justifica­
a transformar profundamente la Monarquía, no sólo en la Península, sino también ciones previas:
en las regiones «lealistas» de América. Incluso los insurgentes que polemizan con ellas
reprochándoles, con toda razón, su muy débil representatividad, siguen muy de cerca «Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española [...] decretan la siguiente
Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado» .71
sus trabaj os y se inspiran para muchos de sus textos y reformas de lo realizado en Cádiz.
La razón esencial de esta influencia es no sólo la densidad del medio intelectual y poli ti­ Las Cortes son, en el imaginario común del mundo hispánico, la representación
legítima y tradicional del Reino. En cuanto a la nación, cuando inmediatamente des­
pués, en su artículo 1.°, se la define como «la reunión de todos los españoles de ambos
66 Para las etapas de esta evolución, cfr. Michèle Daubard, L ’im aginairepolitique de l'indépendance chiüenne: une étude
sur “l'Aurora de Chile” (1812-1813), M éraoire de M aitrise de l’Université de Paris I, 1988, pp. 63 y ss. hemisferios», no es más que una manera de identificar la nación al conjunto de la Mo­
67 Esta-versión rupturista que borra,los tres siglos de la Colonia, muy presente en los .escritos-'de Bustamante desde los narquía. Los constituyentes de Cádiz se apoyan para legitimar sü obra en realidades
años 1812-1813, compite con otra Versión gradualista, inspirada de de Pradt, que presenta la independencia como la eman­
dotadas de una legitimidad histórica, que les dispensa, por el momento, de toda otra
cipación del hijo llegado a la mayoría de'edad.
61 À pesar de este esfuerzo para dar alaam étícan id ad una base, que podríam os llam ar «indigenistá», fundada en la fusión definición. Cierto es que las Cortes reunidas en Cádiz no son, ni por su composición,72
retórica de todos los habiaiw acido en el mismo suelo, era evidente que su principal fundamento no era étnico sino geográ­
fico pues ioscriollos quela reivindicaban fundaban su identidad precisamente sobre su diferencia con los indios y las castas.
69 Otra.versión de la justificación tie la ruptura, es de Indole ideológica y pertenece al imaginario común de los liberales 70 Porcjemplo, Socorro, en agosto de 1810, Cundinamarca en marzo de 1811... Cfr. para estos textos Uribe Vargas, op. cit.
de-ambos, lados del Atlántico, en su lucha contra al absolutismo. La perdida de las libertades castellanas fijadas a la 71 Constitución política de la Monarquía española, 19.111.1812, preámbulo.
derrota de los Comuneros en Villalar, hacían del periodo que corría desde entonces, <<tres siglos de opresión y de tiranía», Aunque Jas ahtiguas ciudades con voto en Cortes envían <üputados,. la mayoría de éstos representan ya a la nación y
lo que equivalía a la ruptura del pacto entre el rey el reino. son degi,dos en número proporcional a la población de fas provincias.

220 221
ni por su modo de elección73 ni por sus poderes, una restauración de las Cortes tradi­ La asociación entre las provincias es la de verdaderos estados soberanos, el resulta­
cionales; tampoco la nación que ellas contemplan es la nación tradicional, un ente his­ do de «pactos y negociaciones [entre] los Estados o cuerpos políticos».76 El federalis­
tórico formado de estamentos y de cuerpos diversos, sino la nación originada por una mo que frecuentemente se atribuye a la moda, a la imitación de la constitución nortea­
asociación voluntaria de individuos. Pero es indudable que, a pesar de todo lo que estas mericana, no hace más que expresar con ese lenguaje una necesidad ineluctable:' la
novedades significaban como ruptura, la obra de Cádiz podía reivindicar su continui­ reconstrucción del cuerpo político, puesto que se ha producido
dad con el pasado, tanto más cuanto que se seguía reconociendo a Fernando VII como
soberano. «la disolución y aniquilación de los pactos sociales con que la América del Sur se halla­
La situación era totalmente distinta en la América insurgente y la solución de conti­ ba ligada con aquella parte de la nación, ya por la cautividad del rey, ya por los demás
funestos acontecimientos en toda la península [...]».
nuidad, evidente. En primer lugar, porque la negación del vinculo con el gobierno cen­
tral de la Monarquía —con el Consejo de Regencia y las Cortes primero, con el rey
A través de todos estos problemas se percibe claramente hasta qué punto la ausen­
después de 1814— equivalía también a la disolución de los vínculos de los pueblos ame­
cia en América de instituciones representativas del reino o de la provincia —que la Co­
ricanos entre sí, pues hasta entonces su unidad resultaba no de vínculos horizontales
rona evitó desde el siglo XV I— hizo difícil y conflictiva la definición y la constitución
sino verticales. En segundo lugar, porque no existían en América instituciones repre­
de estados independientes en la mayor parte de la América española, en contraste con
sentativas del reino o de la provincia que hubiesen podido sustituir inmediatamente al rey.
lo que sucedió en las trece colonias británicas. En estas la existencia secular de institu­
De ahí que, aunque el reflejo de convocar primero una Junta y luego las Cortes
ciones y de prácticas representativas, tanto a nivel local como provincial, hizo no sólo
o un Congreso general del reino fuese coherente con el imaginario político tradicional
relativamente fácil la sustitución del soberano, sino también la conclusión de un pacto
de los americanos e incluso con lo previsto en las leyes de Indias, faltaran precedentes
entre ellas para fundar la nueva nación. Al contrario, en aquélla, a pesar de la necesi­
para esta reunión y reinase una gran incertidumbre sobre los «pueblos» que debía par­
dad de la unión de las provincias, su realización fue no sólo difícil sino explosiva. La
ticipar en ellas.
falta de esos precedentes representativos añadía a los problemas de la ruptura con el
La única realdad política cierta en América eran los «pueblos», las ciudades-
gobierno central de la Monarquía los que resultaban de la definición de los nuevos suje­
provincias y sólo de su acuerdo podía surgir una unidad política de orden superior.
tos de la soberanía y de la necesidad de inventar sistemas para representar no sólo a
En América, elaborar una constitución no podía presentarse como el hecho de dar una
los pueblos, sino también a ese nuevo actor que la Modernidad en progreso suponía
forma nueva a una «nación» o un conjunto político preexistente, puesto que hasta en­
en la base de la nueva legitimidad, el ciudadano.
tonces los americanos se habían considerado como formando parte de la nación espa­
ñola. La constitución equivalía, estricta y no sólo retóricamente, a fundar una nueva La «nación» en América no es, pues, una entidad preexistente que ahora se recons­
nación a partir de los pueblos que habían reasumido su soberanía; sólo su acuerdo podía truya, como en Cádiz, de una manera nueva, pues el antiguo pacto social concernía
edificar «un solo cuerpo de nación». Por eso, a pesar de que de manera muy moderna a una única nación española, a la que ahora se rehúsa pertenecer. La nación será el
se hable del pueblo de tal o tal región, enseguida se explícita que los sujetos que inter­ resultado inédito e incierto de la conclusión del pacto entre los pueblos. Resultado in­
vienen para formar ese «cuerpo de nación» no son los individuos, sino las provincias, cierto, en la medida en que no podía basarse en aquellos elementos culturales que en
estados o pueblos y no «el pueblo»; éste sólo aparece, como el pueblo urbano, que Europa definirán después la «nacionalidad»: la lengua, la cultura, la religión, un ori­
ha manifestado su voluntad en la formación de las juntas, o, en un sentido muy gene­ gen común — real o supuesto—. Todos estos elementos eran comunes a élites criollas,
ral, como el origen primero de la legitimidad de las autoridades de las provincias. Así, que eran los principales actores de la independencia. Más aún, los americanos compar­
la primera constitución venezolana de 1811 declara en su preámbulo: tían todos estos elementos con los reinos peninsulares de la Corona de Castilla, hasta
el punto de que la diferencia cultural que separaba estos reinos castellanos de Cataluña,
«Constitución federal para los estados de Venezuela, hecha por los representantes de Valencia o de las provincias vascas era incomparablemente mayor que su diferencia
M argarita, de Mérida, de Cumana, de Barinas, de Barcelona, de Trujillo y de Caracas,
con los reinos americanos.
reunidos en Congreso general. En nombre de Dios Todopoderoso, Nos, el pueblo de
los estados de Venezuela [...]».74 Lo único que les pertenecía en propiedad era esa «americanidad» de la que ya hemos
hablado, pero ésta, aunque fuese un arma muy eficaz en la lucha contra los peninsula­
O en Nueva Granada, también en 1810: res, tenía una consistencia demasiado tenue para fundar una única «nación»
americana78 que fuera capaz de vencer la inmensidad del espacio. La existencia, a me­
«Nos los representantes de las provincias de la Nueva Granada [...] siguiendo el espíritu,
las instrucciones y la expresa y terminante voluntad de todas nuestras dichas provincias,
nudo multisecular, de espacios administrativos y económicos bien establecidos y de
que [...] han proclam ado sus deseos de unirse en una asociación federativa [...]».

16 Ibidem, p. 366.
73 La mayoría de los diputados peninsulares son elegidos mediante un sufragio quasi-universal a varios grados. 77 Constitución de la república de Timja, 9.X II,1811, en Ibidem, p. 392.
74 En Luis M ar i ñas Otero, Las constituciones de Venezuela, Madrid, 1965, p. 126. 7* En México, en donde el empleo de la «nación americana» es frecuente, el contexto muestra de que se trata de hecho
7Í Acta de Federación de la Provincias Unidas de la Nueva Granada, 27.XI.1811, en Uribe Vargas, op. cit., p. 365. de otra manera de hablar de la Nueva España.

222
identidades locales y regionales —algunas con considerable consistencia— eran obs­ ¿Significa esto que la monarquía constitucional de la Constitución de Cádiz fuera
táculos prácticamente insuperables para esta construcción. una panacea para evitar la descomposición de la Monarquía? Ciertamente no, pero
es indudable que durante bastantes años la existencia del régimen monárquico retrasó
El fundamento de la nación noserá, pues, cultural sino esencialmente político, es
al menos la disolución territorial en la América «lealista». Para que hubiera podido
decir se fundará, como en la Francia revolucionaria, en una unión de voluntades.
ser una solución más duradera, hacía falta que hubiera resuelto de manera satisfactoria
Pero, a diferencia de Francia, no se trata aquí de voluntades individuales, sino de vo­
los problemas que habían provocado precisamente la insurgencia. En primer lugar, es­
luntades de los «pueblos» y, otra diferencia significativa, mientras que en Francia lo
tablecer una verdadera igualdad política entre las dos partes de la Monarquía, sobre
político recubría de hecho una muy vieja nación80 en América, la identidad política
todo en el campo de la representación, lo que fue casi realizado por las Cortes, con
era mucho más restringida que laidentidad cultural. El fundamento político era aquí
excepción de la representación de las castas. Luego, en relación con un problema muy
frágil y aleatorio: consecuencia, en una-primera fase, de pactos entre los «pueblos», emparentado con éste, hubiera sido preciso transformar el imaginario de las élites pe­
y en una segunda, de la unidad impuesta a los «pueblos» por las armas de los libertado­ ninsulares poniendo fin a la «tentación colonial» y al lenguaje de desprecio hacia los
res. De todas maneras, era lógico que, en ambos casos, esa construcción se apoyase americanos, lo que distó mucho de alcanzarse, como lo muestra la ya citada representa­
en los espacios administrativos o económicos existentes y, en otros lugares (como en ción del Consulado de México a las Cortes y el tono agresivamente antiamericano de
México, Chile, Quito y en parte en el Perú propiamente dicho) en las identidades cultu­ muchos periódicos de Cádiz. La solución al tercer problema, sin duda el más impor­
rales que se habían ido edificando durante la época colonial. tante, hubiera sido dar una expresión institucional a la estructura plural de la Monar­
Es aquí donde cobra toda su importancia la forma del régimen político: monárqui­ quía, tal como la concebía el imaginario americano y, por último, abrir también cauce
co en la Constitución de Cádiz, republicano en la América insurgente después de las a la aspiración a una amplia representación de los «pueblos», irreversible ya en todo
declaraciones de independencia.81 A la adopción de este régimen contribuía, como ya en el mundo hispánico.
dijimos anteriormente, la apología que el preliberalismo hispánico hizo del régimen En este último campo el fracaso fue total, pues las Cortes fueron incapaces de con­
representativo exaltado^con las virtudes y los ejemplos de las repúblicas antiguas. Tam­ cebir una Nación española —la Monarquía— que no fuese un Estado unitario. Esta
bién contribuía el hecho de que, al ser la ciudad en América el espacio político por incapacidad iba a cerrar definitivamente la posibilidad de mantener a los Reinos de
excelencia, era fácil asimilarla a las ciudades Estado de la Antigüedad y adoptar sus Indias en el seno de la Monarquía. En efecto, en el debate peninsular sobre la represen­
formas republicanas. En fin, y sobre todo, porque una vez que se rechazaba la sobera­ tación, el tema de la representación de los reinos y provincias no ocupó un lugar cen­
nía del rey, no quedaba otra solución que el régimen republicano. Incluso, si se prefería tral, puesto que la mayoría de los diputados de todas las tendencias compartían una
un régimen monárquico —y este sentimiento fue creciendo con el tiempo a medida concepción unitaria del Estado y de la Nación. Nadie defendió una representación de
que se ponían de manifiesto la desintegración territorial y la inestabilidad política de los reinos y provincias y este problema no provocó grandes divergencias entre los dipu­
los nuevos estados— esta solución era prácticamente imposible. Como la legitimidad tados, aunque bien podía haberlo hecho, si se tiene en cuenta el gran arraigo de los
del rey era ante todo histórica, al romperse los vínculos con él, ¿cómo imaginar otro reflejos comunitarios, tal como se había manifestado todavía en 1808 en la Península
rey que no fuese el «señor natural» del reino?82 con la formación de las juntas insurreccionales y la estructura misma de la Junta Cen­
Sin embargo, aunque la adopción del régimen republicano en América fuese no tral formada por diputados de las juntas superiores que correspondían de hecho a los
Sif.'v vA ii& auk ¿Lio inevitable, la modernidad m ism a de este régimen era un factor su­ antiguos reinos y provincias.
plementario de fragilidad política por lo que implicaba de soberanía absoluta del pue­ El postulado de la unicidad de la Nación ha triunfado ya radicalmente entre les
blo. N o sólo el individuo-ciudadano moderno era una excepción en una sociedad que élites, no sólo por la practica absolutista, sino también por la adopción del imaginario
seguía siendo masivamente aún una sociedad del Antiguo Régimen formada por cuer­ de la nación que se había impuesto con la Revolución francesa. La Comisión de Consti­
pos de todo tipo, sino que el pueblo remitía en América primariamente no a los ciuda­ tución de las Cortes, a pesar de sus alabanzas a las instituciones de los antiguos reinos,
danos, sino a los «pueblos». Aunque también la Constitución de Cádiz proclamaía se lamentó poco después de no haber podido proceder a una división totalmente nueva
la soberanía de la nación, esta legitimidad moderna coexistía de hecho con la legitimi­ del territorio, que, evidentemente, com o en la revolucionaria división de Francia en
dad histórica del rey, que seguía gozando de una extraordinaria fuerza.83 departamentos, hubiese borrado totalmente los antiguos reinos y provincias:

«Como otro de los fines de la Constitución1es conservar la integridad del territorio de


79 Ahí se encuentra una de las razones que facilitarán el hacer de las nuevas naciones las «hijas» de la Revolución francesa. España, se han especificado los reinos y provincias que com ponen su imperio en ambos
*° En el sentido cultural de lá palabra. * 1 hemisferios, conservando p o r ahora [el subrayado es nuestro] la misma nom enclatura
Sl Antes de esa fecha, algunas constituciones como la de Cundinamarca de I8 ll prevén una monarquía constitucional con, y división que ha existido hasta aquí. La Comisión bien hubiera deseado hacer más cómodo
como soberano. Fem ando VII.
*2 De ahí, el carácter utópico de los proyectos en Sudamérica de una m onarquía con un'rey descendiente de los Incas y,
y proporcionado repartimiento de todo el territorio español en ambos mundos [...]».84
en Méxicó, el fracaso -rápido del imperio-de-Iturbide.
45 La vuelta al trono de Fernando VII ¿n 1814 y.su m uy fácil restauración del absolulfcmo m uestra la gran fuerza de esta
legitimidad- real. 44 Discurso preliminar a la constitución de 1812..., pp. 79-80.

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La reducción absolutista de los diferentes reinos peninsulares a una única unidad
Habrá que esperar hasta la segunda revolución liberal española y los progresos de
política homogénea, tal como se había plasmado en las Cortes del siglo XVIII, había
los movimientos independentistas para que en 1821 los diputados americanos en las
sido ya profundamente asimilada por todas las élites ilustradas de la Península.
Cortes de Madrid propongan el plan de una monarquía plural, con tres reinos america­
Lo que era por entonces admisible en la Península lo era mucho menos en América, nos dotados de instituciones representativas propias y un poder ejecutivo que podía
en la cual la concepción plural de la Monarquía, considerada como un conjunto de ser confiado a tres infantes: una que comprendería México y Guatemala, otra, Nueva
«pueblos»-comunidades, seguía estando muy viva.85 Era ésta la concepción que había Granada y Tierra Firme y la tercera, Perú, Buenos Aires y Chile. Como lo explicaba
llevado a la constitución de las juntas autónomas americanas, y, ante su rechazo por uno de sus promotores, el mexicano Lucas Alamán, se trataba de instaurar el viejo plan
el Consejo de Regencia, a la guerra. Pero incluso los americanos que obedecían al Con­ del conde de Aranda y de restaurar la antigua estructura de la monarquía en América:
sejo de Regencia, no plantearon entonces de una manera tajante este problema funda­
mental. Unos estaban físicamente lejos del debate y ocupados sobre todo entonces por «este sistema tenía grande analogía con el que había regido en América antes de la cons­
la guerra contra los insurgentes. Otros, los que formaban parte de las Cortes, se encon­ titución, [...] cada una de las grandes secciones de aquel continente venía a ser como
traban en una situación bastante particular que explica su compleja actitud. una m onarquía separada, con todos los elementos necesarios para su régimen interior,
a semejanza de los establecidos en España para la m onarquía toda y ahora lo que se
La parte más activa de los diputados americanos, los suplentes elegidos en Cádiz proponía era solo reducir estos elementos al orden representativo [...]» .87
en septiembre de 1810, eran tan modernos y radicales como los revolucionarios penin­
sulares. Como para éstos, el primer objetivo que alcanzar era la afirmación contra el Lo que en 1810 ó 1811 hubiera podido dar un cauce a las aspiraciones americanas
rey de la soberanía de la Nación, el establecimiento de la libertad de prensa, la elabora­ de igualdad y de especificidad, venía ya demasiado tarde y seguía chocando con la con­
ción de una constitución nueva, la destrucción del Antiguo Régimen, etc. En todos cepción unitaria de los peninsulares. Las Cortes rechazaron incluso la lectura de la pro­
estos campos su alianza con los liberales peninsulares fue permanente y fundamental puesta...
para la victoria de éstos. Gracias a sus votos se adoptó la libertad de prensa en octubre La contradicción entre una nación moderna inexistente aún, a la que se apelaba,
de 1810 y lo mismo ocurrió después con todos los textos en que se plasmó la moderni­ sin embargo, como sujeto de la soberanía, y la realidad de comunidades diversas de
dad ideológica de las Cortes. tipo antiguo con sus imaginarios de tipo pactista explican una buena parte de los pro­
Quizás fue precisamente su modernidad ideológica, que les hacía también conside­ blemas políticos posteriores a la Independencia. La existencia de un conjunto de comu­
rar a la nación como compuesta por individuos, la que explica la actitud que tomaron nidades políticas de tipo antiguo era fácil de administrar en una monarquía plural y
al discutir de los problemas americanos. Su objetivo fundamental fue en este caso el pactista. Mucho menos con una monarquía absoluta, y sólo se lograba por todo lo
batallar por la igualdad de representación entre España y América. Era éste su objetivo que este régimen, ya moderno, tenía aun de tradicional; y era aún más difícil en una
prioritario, lo que en parte explica que, a pesar de su concepción plural de la Monar­ república basada en la soberanía única del «pueblo», en la medida en que este pueblo
quía, aceptasen los planteamientos de los liberales peninsulares. La petición de igual­ remitía de hecho a los «pueblos».
dad con la Península y la obtención del elevado número de diputados que esto llevaba De ahí, también, la persistencia durante buena parte del siglo XIX de problemas
consigo les hacía aceptar entonces una concepción unitaria de la Monarquía que cua­ cruciales de los nuevos, países independientes: por un lado, la necesidad de poner fin
draba mal con su muy enraizada visión de ésta como un conjunto de comunidades polí­ al proceso de desintegración territorial —o de rehacer una nueva unidad— y, por otro,
ticas diferentes. el de reducir los múltiples cuerpos de la sociedad del antiguo régimen a la homogenei­
Sin embargo su conciencia de las particularidades americanas seguía siendo muy dad de la nación moderna
fuerte; así se ve de los diputados elegidos en América actúan en la práctica como los La Monarquía hispánica era el primero de los estados multicomunitarios que se
antiguos procuradores en Cortes defendiendo los cuadernos de instrucciones recibidos desintegraba por la introducción de la revolucionaria soberanía de la «nación», fenó­
de sus comitentes. Esta misma visión explica que la proposición de constitución de dipu­ meno del que Europa ofrecerá tantos otros ejemplos hasta nuestros días...
taciones provinciales procediese precisamente del mexicano Ramos Arizpe, para quien
éstas debían constituir un verdadero gobierno representativo provincial. Su proposi­
ción fue adoptada, pero transformada para hacer de ellas un simple organismo consul­
tivo destinado a asesorar al jefe político.86 La nueva constitución de la Monarquía era
profundamente unitaria.

,*5 Cfr. sobreestá visión común a la mayoría de los diputados americanos en las Cortes, cfr. Joaquín Várela Suanzes-Carpcgna,
La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (Las Cortes de Cádiz). M adrid. 1983.
86 Cfr. sobre estas diputaciones, Nettie Lee Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano. México, 1955,
y Hamnet, op. cit., pp. 134-136. A pesar de lodo, las reglas y la práctica electoral instituidas para la elección de las dipu­
87 Lucas ALAM AN, Historia de México. (1849-52 6.J id .. México, Jus. 1972. t. V. pp. 127ss. y p. 351. La proposición fue
taciones provinciales contribuyó en México a la pacifica transición del Imperio de Iturbide a una República federal.
presentada a las Cones. el 25-VMS21; el texto de la proposición en Ibidem.. Apendices, documento n." I?.

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