Mantarraya - Primer Número - Octubre 2020

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ISSN 2744-8215

Revista de Lecturas Poéticas

Número 01 Septiembre de 2020


Mantarraya
Revista de Lecturas Poéticas
ISSN 2744-8215

Directora:
Mayra Alejandra Ovalle

Subdirectora:
Yeni Zulena Millán Velásquez
Contenido
Comité editorial:
Mayra Alejandra Ovalle Editorial
Yeni Zulena Millán Velásquez
Johan Sebastian Cardona Walteros
Envés
Giovanny Santos Castañeda
Antony García Bedoya Carmelina Soto,
el verbo inquebrantable
Ilustraciones: Yeni Zulena Millán
Alejandro Burgos P.
Alabanza al cerdo
Correo electrónico: Sebastian Cardona
[email protected] La voz poética de
Mantarraya Gustavo Rubio Guerrero
en Los muros y la rosa
Edición: Giovanny Santos Castañeda
Número 01
Poetas invitados
Septiembre de 2020
Armenia, Quindío. Giovanny Gómez
Lucía Estrada
Carlos Alberto Castrillón
Mantarraya

Editorial

Surge una nueva revista de poesía en medio de una cafetería gris de uni-
versidad. Las preguntas que afloran en mentes y labios suelen ser las mismas
desconfiadas, tercas, cortantes: ¿por qué y para qué una publicación de este
tipo en un lugar que no se distingue por su cultivo de las artes? Precisamente
por eso: necesitamos del arte en sus diversas formas y manifestaciones para
ampliar la vida, las descripciones que tenemos del mundo y de nosotros mis-
mos. Las conversaciones entre amigos y café terminaron en esto: en una re-
vista de lecturas poéticas, cuyo nombre Mantarraya significa “Manta: abrigo,
Raya: Línea o verso”. En otras palabras, revista abrigo del verso o abrigo de la
línea. También, debemos reconocer que nos referimos a la especie animal que
pareciera volar bajo el agua porque tal paradoja nos resulta seductoramente
poética.
¿Por qué una revista de poesía? Son varias las razones. Hay menos revistas
de poesía que de narrativa. A la escritura de buena parte de los integrantes del
comité editorial le resulta más natural la poesía: el poema. También porque
hay una intención de pensar la poesía con poesía. No menos importante: el
gusto por este género, por la levedad de su cuerpo (aunque no de su carácter),
su ligereza material y su reveladora profundidad “espiritual”. Además, porque
sin lo poético la vida es una pesadumbre estéril, tonta. La poesía, entonces,
es para nosotros la mirada curiosa y transparente que encuentra belleza en lo
cotidiano, en lo simple, para luego, luego, traducir ese fragmento de realidad
en símbolos que hacen de lo acontecido un viaje de vértigo y luz. Ahora, como
dijimos antes, nuestra Ítaca es acercarnos, leer el poema evitando formalismos
académicos carentes de alma. Para esto buscamos defender el ensayo en su
condición viva y su esencia artística (estética): construir diálogos con las lec-
turas que hacemos, padecemos y gozamos.
Bienvenidos a esta primera edición de Mantarraya, Revista de Lecturas
Poéticas. Los invitamos a infiltrarse en los textos siguientes para que tengan
el gozo o el dolor -¿somos algo más que eso?- de adentrarse en los vericuetos
del otro, ese que no existe pero que tiene un significado enorme en la vida del
lector.
Envés

Carmelina Soto, el verbo inquebrantable

Valorada insustancialmente por la crítica de su tiempo, Carmelina Soto


Valencia suscitó en cambio el aprecio y el reconocimiento de mujeres que
como ella también sintieron el llamado de la poesía en la misma época; Maruja
Vieira, Meira Delmar, Matilde Espinosa, Dora Castellanos e incluso Blanca
Isaza, cuya musa ostentaba tintes opuestos a los de Carmelina, le dedicaron
palabras que daban a entender que comprendían mucho mejor el valor
diferenciador que residía en la estética de la poeta quindiana, que quienes la
anunciaban como “Romántica formal” o “La alondra de América”.
Por azares del destino y las letras varias de las poetas mencionadas
alcanzaron una de las distinciones que le fue esquiva a Soto: la de ser admitida
como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. No pesa tanto este
olvido como el de haber dejado la responsabilidad de enmarcar su obra en la
posteridad únicamente en manos del esfuerzo provincial, que no ceja en su
intento, pero que a veces resulta escaso para hacer eco en un océano cultural
de faros centralistas.

No obstante, el propósito de esta reflexión no es ahondar en brechas que


la crítica contemporánea ha empezado a dejar expuestas con juicio atinado;
el interés central de esta disertación es realizar una revisión comparativa de
algunos de los temas tratados por Carmelina Soto en su labor poética, en
relación con el tratamiento que le dan las poetas ya señaladas (con excepción
de Blanca Isaza) a los mismos. Se trata pues de comprender un poco mejor
los puntos de coincidencia y divergencia entre obras surgidas en una misma
época, pero marcadas por nortes diversos.
Resulta necesario mencionar que la obra de Carmelina Soto se compone
de cuatro poemarios que distan entre sí varios años en lo que respecta a su
publicación: Campanas del alba (1941), Octubre (1953), Tiempo inmóvil
(1974), todos ellos publicados en vida de la poeta; La casa entre la niebla
(2007), publicado de manera póstuma; y Carmelina Soto Valencia: Poesía
reunida, volumen que recoge la obra de la quindiana en su totalidad y viene
acompañado por un estudio crítico. Además de su labor poética, escribió
columnas para diarios de la región y guiones para radio.

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Envés

Algunas de las particularidades presentes en la obra de la poeta quindiana


son también los puntos de partida que suscitan esta reflexión. Una de las
primeras anotaciones que se podrían considerar es que se trata de una poesía
de la acción, más que de la emoción. Todo en el poema ocurre; implica un
peso que obliga a mantenerse en el presente sin recurrir a la ensoñación, el
recuerdo o el porvenir. Los versos se sitúan como violentos interlocutores que
nos increpan, nos atan al momento; así ocurre en «Una hora perdida»:

Y por eso o yo no sé por qué...


tal vez por nada...
le dije muy despacio:
—También a ti las horas te arañaron el rostro.
—Cuántas señales tienes.
—¿Te es cómodo ignorar este tiempo sañudo?
—¡Muy cómodo!
—Como tú hay mucha gente que se nutre,
que compra y cambia y vende...
y que llegado el caso
responde solamente con los puños.
Como tú hay mucha gente.

Un segundo rasgo, en consonancia con el primero, es la preferencia de


metáforas directas en lugar de símiles; las rutas por las que circula su poesía
son tan tremendas y feroces que no requieren aditamentos. El efecto que
consigue es de intensidad y ruptura; afirma la desarmonía, constantemente
pone en el escenario la discordia:

Aire caliente y polvo en los caminos.


Asolados los llanos y los pinos
y yo en mitad de la llanura extensa,
mirando el cielo azul e indiferente
pienso: qué limpio pozo transparente
mientras fluye del labio mi sed densa.

Y sigue el tiempo sin afán ni ruido


como el tiempo que otrora me habitara.
Ah si de pronto el juego terminara
y empezara sin vueltas el olvido

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Envés

Una tercera característica se refiere a su visión del afecto como pasión, en


lugar del afecto-devoción convencional para la época; ese elemento encubierto
de cierta candidez para que responda a los ideales cristianos, en Carmelina
Soto está construido de instantes tórridos y volátiles, cuyo término no es la
sublimación en una eternidad perfecta, sino en la consumación, paso directo
al olvido:

Tu gesto era tu voz que transcurría


como un agua cantando hacia el olvido
(y yo adoré tu gesto distraído).
¡Y era la eternidad!
La del momento…
eterno en su ansiedad
y su osadía.
—¿Oyes el S. O. S. hambriento
que da mi soledad
en la iracunda noche
de tu noche y la mía?
(Alegría… ¡Alegría!
Ya todo lo perdimos.
Podemos ir sin miedo entre la tempestad).

Una última particularidad está relacionada con algunos de los símbolos más
significativos de su obra: la máscara, los espejos y la rosa. El autodescubrimiento
que la poeta refleja en los poemas cuyo tratamiento incluye estos elementos
es de una óptica recta, que se abstiene de narcicismos; la imagen que sustenta
de sí misma poco deja a las especulaciones, ninguna idoneidad emocionada
que motive la alabanza, únicamente lo auténtico. Así queda expuesto en «La
copa»donde se equipara con el efímero cristal:

Me dicen que al principio yo fui como estos vasos.


De sus carnes oscuras en mí ya nada queda.
En mi murano quiebran sus luces los ocasos
y yo tiemblo de frágil aún en manos de seda.
No sé en qué movimiento de las manos podría
resbalar en la muerte... sentir su calofrío...
y mi alma, de repente, flotar en el vacío
entre el grito asustado de mi cristalería.

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Envés

La obra de Carmelina Soto depone la postura contemplativa que se le


intentaba endilgar a la mujer en esas primeras décadas del siglo XX; si bien
algunas poetas como Laura Victoria y Blanca Isaza habían conseguido cierto
reconocimiento en su incursión en la actividad literaria del país, persistía la
sujeción a los valores cristianos tradicionales, lo que conllevaba a no pensar
desde la propia subjetividad elementos tan significantes como el amor y
el cuerpo, sino a continuar en su tratamiento como objetos de cambio que
necesitaban una especie de legitimación por parte del sujeto masculino; el
único sujeto realmente visible para entonces.
Desde esta perspectiva, la voz de la poeta quindiana, al igual que las de
aquellas poetas con las que nos permitimos compararle, llegan como una
bocanada de aire fresco para ventilar la tradición poética nacional. Tal vez
por la supremacía masculina que había hecho carrera durante tanto tiempo,
su recepción estuvo condicionada inicialmente cuando no bajo posturas
paternalistas, sí con cierto apego a los encasillamientos y clasificaciones que
permitieran una normalización de la palabra que se aventuraba a dejar los
límites, a pronunciarse sobre lo privado sin términos medios, a enunciar a
más alto volumen los cuestionamientos, arriesgándose más allá del facilismo
obligado de las conciliaciones.
Veamos entonces cómo se manifiestan y toman forma estas voces poéticas
alrededor de varios tópicos y símbolos. Para visibilizar mejor su desarrollo
y apreciar las particularidades que permitan determinar en qué medida
se presentan encuentros o divergencias, estos se han agrupado en cuatro
apartados, al término de los cuales se intentan algunas posibles conclusiones.

1. Habitación íntima: La ciudad, la casa, la infancia

Tomemos en primera instancia el tratamiento dado a los temas de la


ciudad, la casa y la infancia, hábitats del poeta que suponen grados distintos
de intimidad y de experiencias. Son bien conocidos los poemas «Diseño de
mi ciudad» y «Mi ciudad», esté último expuesto en una placa conmemorativa
en el Parque Sucre de Armenia; en ambos, Carmelina Soto expresa su afecto
y añoranza no por un orden urbano de simetrías que varían en el tiempo, que
“progresan” y a la par se vuelven ajenas, sino por un espacio acogedor, una
ciudad imaginada en la que reconoce sus raíces, en la que tiene momentos
de sosiego y alegría, un pedazo de tierra y cielo con el que halla cierta
correspondencia. Contrasta esta idea con la sugerida en «Optimismo»:

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Envés

Me pierdo en estas calles conocidas


y me pierdo en los rostros cotidianos.
Anónimas las frentes y las manos,
los árboles, las calles y las vidas.

La ciudad enunciada en el poema es otra. Permanecen los puntos cardinales


que permiten orientarse, pero la atmósfera se torna ajena, lo que causa la
pérdida, ¿Cuál podría ser el motivo? Quizá se trate de una urbe de paso, o tal
vez sea el tiempo quien haya convertido a la poeta en desarraigada transeúnte;
tal y como lo refiere Carlos A. Castrillón en «El testimonio poético de
Carmelina Soto»: “el ambiente ha cambiado: afuera calles y muros, adentro el
ser que de repente se revela en complejidad” (54). En «Busco la soledad»Dora
Castellanos emprende la huida de la ciudad como vía para encontrarse
pacíficamente con ella misma y sus sentimientos:

Salgo de la ciudad, atormentada


por las pequeñas cosas de la vida.
Busco la soledad y la escondida
ternura de la hierba sosegada.

Habitar la ciudad, habituarse a los azares que implica puede resultar


oprobioso, como parece ocurrir en el caso de Dora Castellanos. No obstante,
las calles nuevas son únicamente una cubierta frágil de historias antiguas
que atenazan el corazón, que obligan al regreso, situación más cercana a la
expuesta por la quindiana.
La casa es anunciada por Matilde Espinosa a manera de constructo diario;
cada persona es un molusco que carga a cuestas con situaciones, paisajes y
encuentros que no arraigan en sitio alguno, pero permiten guarecerse durante
la jornada de los días: “Anduvimos el mundo / caminó con nosotros / la casa
verdadera”.
Meira Delmar cifra en las paredes hogareñas recuerdos alegres, amores
ejemplares que van a alimentar la nostalgia por lo que no está al alcance en el
futuro, la describe casi como un santuario impenetrable:

Los anchos corredores retenían


las sombras que se amaron,
y en las estancias ruecas detenidas
hilaban sólo un nombre y otro nombre.

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Carmelina Soto
Envés

Todo ha podido suceder en torno


de esa huida sin rumbo de la casa.
Todo menos que mano alguna hiriera
su cuerpo que habitaba la alegría.

La casa entre la niebla (2007), el poemario póstumo de Carmelina


Soto, incluye dos poemas que develan su visión sobre el hogar: «La casa
entre la niebla» y «La casa iluminada». Se representa el mundo intacto y
perfecto antes de la pérdida de la inocencia; la idea de la unión familiar, del
espacio compartido en el que el descubrimiento de los densos secretos de la
adolescencia es opacado por la fascinación continua de la niñez. La casa es
suceso utópico, rincón feliz que sólo admite una visita breve, utopía poblada
de imágenes incólumes que servirán de bálsamo en el fatigoso porvenir:

Soñaba con esta casa bella.


Soñaba y no sabía que soñaba.

Los rostros solo vuelven del olvido


a las estancias que el recuerdo elige
y en esta casa iluminada viven
y mi niñez transita
llevando de la mano su fantasma infinito.

En el poema «A orillas de la infancia» Dora Castellanos se sitúa en el


instante del cambio, cuando la infancia empieza a desvanecerse y la certeza
propia de la inocencia es reemplazada por una dolorosa incertidumbre: “y
principié a soñar; bajo los árboles / comenzaron el miedo y la nostalgia”.
Maruja Vieira hace un reclamo al tiempo por haberla despojado de todo aquello
que le era más entrañable, y ubicarlo en su estancia que no conoce camino de
regreso; en «Todo lo que era mío»: “Simple, sencillo, tierno, / ¡Todo lo que era
mío se me quedó tan lejos!
Carmelina refiere la infancia, al igual que la casa, como crisálida agridulce;
también como Dora Castellanos habla sobre una incomprensible oscuridad que
irrumpe de repente, tras lo cual nada queda intacto. En el poema «Infancia»:
“Pero una tarde todas quedamos en silencio / y sin asombro por las estampas…
/ y nos callamos todas sobre un mismo secreto”; mientras que en «La laguna
sagrada», a modo de enigmática composición, sugiere ese cuerpo de infante
como un habitáculo ilimitado, pleno de libertad, cuya forzada explosión la
deja completamente consternada:

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Envés

¡De pronto, un cataclismo!


Hubo un crujir de huesos,
un trizar de cristales,
un desgarrón de fibras,
un relámpago…
una ola roja y fuerte que me lanzó hacia afuera
y escuché un grito solo, como ninguno, ¡solo!
Y desde entonces tengo el corazón
contando los instantes
y el agua salobre de la laguna sagrada
en mis ojos.

2. Tiempo inmóvil: la vida, la muerte, el tiempo

Giramos en las aspas del molino


y en las hélices raudas del avión.
Entre los brazos tengo el corazón
y el corazón la sangre en torbellino.
Amanece. Se inicia un nuevo día
que en el nardo se anuncia de sorpresa.
Tengo sobre los hombros... la cabeza.
Amanece... Yo vivo todavía.

Los anteriores versos de «El mismo amanecer» dejan en claro que la vida
es una baraja que sólo muestra una carta cada vez. Carmelina Soto consiente
la existencia igual que una rueda vertiginosa, movimiento constante que sólo
admite a aquellos lo suficientemente fuertes para sobrevivir a su ritmo: “Vivir
es un esfuerzo apasionado. / Arduo juego. Brutal ejercicio”. Dora Castellanos
por su parte, se debate entre el asombro y el temor ante el doble significado de
asistir a un día de vida, en «El mejor día»:

Un día el agua eterna y silenciosa


ha de surcar tu vacilante quilla […]
La vida es un anillo que se cierra,
la muerte un ojo insomne que vigila.

Matilde Espinosa muestra una postura similar; reconoce la maravilla de


ser sobre la tierra, a pesar de la inevitable sombra que nos acompaña desde el
inicio. En «Cancioncilla»:

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Envés

Todo tiene su tiempo y su hermosura,


su abrazar de candela o la frescura
de sabernos por dentro como el agua
que lenta baja a la montaña dura.

La diferencia que se percibe entre estas tres visiones del tema se desprende
de una postura activa o reaccionaria ante la oferta diaria de hechos y
sinsabores. Carmelina alude al combate, a la resistencia, la extensión de una
vida depende de la resolución con que se gana cada segundo de la misma; la
invitación de sus pares poetas sugiere un tránsito más pacífico, aprovechar
lo que provea el camino sin que supongan demasiado interés las pequeñas
victorias individuales.
El anverso viene a atenuar las divergencias. Dora Castellanos emite su
pávido juicio en «La vida transitoria»: “Qué pena de la vida ir abrazada /
a la dura certeza de una tumba, / al vacío, a las sombras, a la nada”, para
ella, la muerte está desnuda de belleza. Meira Delmar, como lo señalan María
Mercedes Jaramillo y Betty Osorio, la advierte como “el olvido o […] vivir
sin la presencia del otro”; la asume pues anudada al contacto imposible, al
silencio del ser que se ama:

La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros […]

En Carmelina la muerte es el regreso al todo; la cesación de las discordancias


individuales, de las búsquedas fallidas, para retornar a la armonía. Lo devela
con una bella imagen en «Júbilo de la muerte»:

Sabed que las raíces crecerán por mis dedos


y la miel de la selva será toda conmigo.
La potestad de Dios se quedará en mi sangre
como el sol en el vino.

Desvanecerse del mundo no es invocar al miedo, sino rebasarlo. Matilde


Espinosa devela el fino hilo entre la muerte y el tiempo en el poema «La
muerte del reloj»: “Tu silencio me espanta, / como si un corazón / se callara
de pronto”. Maruja Vieira revela un recelo mayor por la telaraña que el reloj
teje para circundarla en complicidad con la vida: “No es la muerte. / Son los
días, las horas, / la vida, lo que temo”.

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Envés

El tiempo es una presencia inquietante para la poeta quindiana; una


sustancia que nos penetra, nos signa, nos empuja o nos paraliza. También es el
centinela, el testigo de la historia que no ha sido fijada, de la sabiduría que ha
pasado inadvertida: “El tiempo coronado de auroras y de noches / y de astros
que se perdieron para siempre”, “Tiempo íntimo royendo las entrañas. / No
la hora oficial. No el reloj de bolsillo. / Sólo el corazón y las sienes con su
palpitar de alarma”. El tiempo es cada hombre y sus circunstancias.

3. Mujer nueva: la mujer, el amor, la maternidad

La tríada de temas compilada en este apartado es tal vez la que con


mayor claridad permite entrever las ópticas distintas de Carmelina Soto y sus
contemporáneas. De fondo hay experiencias, decisiones, afectos y rencores
que las definieron como mujeres, podría decirse, de orillas opuestas. Mientras
que la quindiana, lanza en ristre, avanza en contra de las valoraciones
convencionales sobre la mujer, su papel social y su obra, sus pares poetas
toman posturas litigantes desde tópicos distintos, como la inequidad social
o el conflicto armado, por lo que se muestran modestas ante la decisión de
asumirse mujeres que viven y son para sí mismas.
Matilde Espinosa brinda un retrato de la mujer vulnerable, cuya brújula
atiende irresistiblemente a las volubilidades del amor:

Todas tienen secretos


que entregan a la noche
entre el llanto y las manos.
¿Alguien ha descendido
hasta sus lechos,
anclas para el amor crucificado?

Acento cercano el de Meira Delmar en «Canto Desolado», en el que la vida


cifra su valía en la posibilidad del connubio amoroso:

Y querré verme y verte como ahora,


como en este momento enamorado
en que somos no ya un amor, amigo,
sino todo el amor en alta llama,
toda la soledad si no podemos
encontrarnos el rostro un solo día.

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Envés

Tal valoración del amor corresponde a lo que señalan Jaramillo y Osorio al


decir que la autora lo ve como “profesión de la fe”, como poder transformador.
Es drástico el contraste al revisar los versos de Carmelina en «Canción del
amor fugaz»:

Tu gesto era tu voz que transcurría


como un agua cantando hacia el olvido
(y yo adoré tu gesto distraído).
¡Y era la eternidad!
La del momento…
eterno en su ansiedad
y su osadía.

El de Carmelina, según lo señalo en «Carmelina Soto: aguda, irreductible y


vital», es “un amor en perspectiva”, un encuentro en el que media la distancia
para permitir una “verdadera comprensión de los otros”; un afecto que vive
en el movimiento, no en la inmanencia. En contraste, de acuerdo con Gabriela
Castellanos, en Maruja Vieira el amante posee una “omnipresencia que llega
a ser aplastante”; en los siguientes versos de «Agua y cielo» se compara su
llegada con el inicio genesiaco:

Estaba quieta el agua


y la cruzó tu nombre
como un vuelo […]
Cielo, tierra, caminos,
todo nuevo,
todo de ti, sin término.

Si se revisan los términos presentes en las contemporáneas de Carmelina


para referirse al amor, es perceptible la huella de los valores cristianos a
manera de marco de la unión amorosa; primero la cruz en Matilde Espinosa,
luego la alusión a la creación bíblica de Maruja Vieira, en ambos, la mujer es
sujeto pasivo, tímido, ante la embestida del sentimiento. Para inclinar algo
más la balanza poética, los versos finales de «Los amantes», tajante poema de
la quindiana:

Qué rencor por los ciegos


y por las tempestades.
Y por los que creen que el amor es la hartura.
Oídlo bien: El amor es el hambre.

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Envés

La adopción de la maternidad como condición intrínseca a la de reconocerse


como mujer es otra de las posturas de las que se aleja Carmelina de manera
reiterada; ella es la “rosa nueva de botón agudo / donde la curva maternal
ha muerto”, la ocasión de abrirse, de eclosionar, metáfora imbricada con el
alumbramiento, queda por completo descartada ante el “Duro botón como el
diamante yerto / y como el yelo nocturnal, desnudo”.
El extremo contrario muestra una cierta devoción por la figura de la
madre, pero además contribuye a resaltar el papel de la mujer como sujeto
dependiente, en función de alguien más, del hijo en este caso; así, el fruto de
un amor condicionado por las sujeciones, viene a ser un nuevo eslabón que
refuerza el lazo. Si se quieren entender las implicaciones de esta visión, es
idóneo el poema «Anunciación», de Dora Castellanos:

Nada te importe, madre,


entre tus venas
la sangre tórnase de miel.
Tu hijo se está nutriendo
de toda tu dulzura,
de toda tu amargura,
de todo tu dolor.

Como lo señalara Amalia Pulgarín, en Dora Castellanos se advierte una


búsqueda de expresión e identidad al poetizar sobre su cuerpo y su sexualidad;
no obstante, al recurrir a símbolos masculinos, “queda atrapada en la lógica
especular machista”.
Podrá entenderse entonces porque la mujer de la que habla Carmelina Soto
es prácticamente la profeta de un mundo que le dará cabida a su molde en años
posteriores: “Cuántos años estuvo el mundo nuevo / aguardando el milagro de
tu forma”.

4. Espejos memoriosos: los espejos, la rosa, la poesía

Espejos, rosa y poesía: tres símbolos que llevan al terreno de las


coincidencias entre la poeta y su obra, al hablar de Carmelina Soto. El tema
del espejo alude a la identidad múltiple, al reconocimiento de lo nuestro en lo
otro y en los otros; es espacio para explorar la oportunidad del encuentro, pero
también para señalar la sensible profundidad de las diferencias.
Este elemento se ve replicado en dos formas adicionales: el rostro y la
máscara. Sin importar cuál sea el elegido para desplegarse en el poema, se

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Envés

encuentra el rastro de la fragmentación y la búsqueda del yo genuino; rasgo


de categórica importancia en el devenir poético, más aún, cuando se trata de
esbozar al difuso sujeto femenino.
Dora Castellanos advierte sus ojos a modo de periscopio para entender
la angustia interior que le suscita el mundo, en “Mis hondos espejos”: “Y
en las profundidades de mis hondos espejos / tan solo veo el rostro marchito
y desolado / de esta melancolía que me viene de lejos” (EH 22). Matilde
Espinosa encuentra el camino de la confraternidad y la sucesión entre rostros
para burlar a la muerte que acecha:

Todos los rostros se protegen


de las sombras que engendra la muerte
y amparan el olvido
de algún hermoso sueño.

Maruja Vieira en su «Tienda de máscaras» expresa su condición compartida


de vivir a ciegas por mutuo acuerdo, amparados en un gesto impostado:

Compra tu gesto
en la tienda de máscaras […]
Lo escogiste.
Es el tuyo. Es tu máscara.
Eres tú para siempre.

Carmelina Soto inscribe un rastro de profunda extrañeza ante la imagen


encontrada al fondo del cristal; en «Espejos memoriosos»: “Propias imágenes
desconocidas / en las secretas lunas reveladas” (Soto, 336). La idea toma tintes
atribulados en «Libertad», en el que el espejo casi que obliga a asistir al rito
de la extinción propia:

Aún no sé quién soy. Me estoy viviendo


ante el espejo que la muerte data.
El espejo en su luna me retrata
y casi sin notarlo voy muriendo.

La rosa vuelve a marcar las bifurcaciones entre poetas. Mientras que en


varios poemas Carmelina esboza su capullo intacto e impenetrable, Dora
Castellanos ofrece una flor en plena apertura en «Rosa inefable»:

Mi corazón es una rosa abierta


a todas las dulzuras terrenales.

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Envés

Rosa de amor en la ciudad desierta,


rosa de luz clavada de puñales.

Matilde Espinosa la muestra indefensa, a la intemperie ante el viento de las


pasiones; en «La rosa»:

En el aire que es vuelo


y es aroma
crece la rosa.
Deshecha la pasión
agoniza la rosa a media tarde.

Para Meira Delmar supone una presencia fantasmagórica; el dolor último


que queda después de cumplirse la cita final de los encuentros:

Nada queda en el sitio


de su perfume […]

Sólo yo sé que si la mano


deslizo por el aire, todavía
me hieren sus espinas.

Tal vez por esa intención persistente de entretejer la rosa con las angustias
románticas, la poeta quindiana resuelve darle un revestimiento imprevisto:
se encuentra en ella, y lo que ve, es una especie de fuego impenetrable; una
flor que tras conocer los matices más crueles que pueden esconder los afectos
humanos emerge al nuevo mundo pregonado por ella misma, blindada contra
todo y contra todos, segura de poder encontrar el sol sin mediaciones; como
ya se mencionaba en un trabajo anterior, en Carmelina Soto “la rosa no es un
instrumento, sino una presencia”. Para la muestra, los versos finales de «Rosa
perenne»:

Rosa perenne de botón dorado.


Permanencia y vigencia de un pasado
irreductible, isócrono, infinito.

Domadora del tiempo alucinante.


Del sueño me despierta a cada instante
su aroma desgarrado como un grito.

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Envés

Para cerrar este acercamiento entre universos estéticos, un breve repaso


por la relación poesía-poeta. Dora Castellanos se rodea de las palabras para
sobrellevar sus tempestades: “Del abismo que engulle mis horas angustiosas
/ subo con mis palabras al horror de la vida”. Matilde Espinosa nombra el
poema como la promesa siempre cumplida a medias, en «Desde el fondo»:

Mirar desde el fondo


de una gran distancia
cuanto pudo ser el poema:
tal vez feliz, tal vez fresco,
rosa en el mes cerrado
del invierno.

Maruja Vieira la ve como esa «Amiga inoportuna», que hace trizas el


cristal de la cotidianidad seria, en la que el poeta debe atender a las minucias
de la agenda:

Quédate afuera, poesía.


No importunes ahora mi trabajo
con tu voz de cristal.
Déjame así, de espaldas a la luz.

Carmelina Soto la sobrepone a la palabra misma; la poesía es la armonía


esencial del lenguaje, su música impoluta:

Lo demás son palabras.


Palabras que encadenan, que uncen, que violentan,
que hostigan, que enfurecen, que matan.
Que cada ser escuche su palabra indecible
que todo lo llene la música insaciable.

Ars longa, vita brevis

¿Qué resta por decir cuándo la palabra es testigo y testimonio? Podría


recordarse el hecho de que las obras poéticas aquí analizadas aún suponen un
espacio vacío en los anaqueles del esfuerzo poético nacional; más aún cuando
se habla del sitio concedido hasta ahora a Carmelina Soto.
No obstante, resulta promisorio descubrir que en la actualidad estudios
críticos completos y juiciosos, encaminen sus inquietudes por poetas y obras
que pudieron haber sido encasilladas por valoraciones salidas al paso.

18
Envés

A pesar de las vicisitudes del oficio poético, de que varias de estas mujeres
de palabra inquieta y atinada se hayan ido cuando buena parte de su poesía
aún permanencia en silencio, confiaron en la longevidad de su arte y en la
cronología insipiente de la indiferencia. Entre ellas, voces memorables,
Carmelina se sitúa como un verbo inquebrantable.

Yeni Zulena Millán*

*
Profesora de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la
Universidad del Quindío. Poeta y ensayista. Directora del grupo de estudio y
lectura poética Orfeo.

19
Envés

Lejanía
Soy distante de todo. Tan distante
que si estuviera muerta, más lejana
no sería de las cosas, ni cercana
de esta muda distancia sollozante.

Y no es la lejanía vacilante
de una voz o de un doble de campana.
Ni es el tiempo de hoy a la mañana
de la niñez inútil y anhelante.

No es esa del camino largo y fuerte


ni esa otra dura y firme de la muerte,
que esa no ha sido ni podrá ser mía.

Hablo de una distancia dolorosa


que hay de mi corazón a toda cosa,
a todo ser, a toda lejanía.

Carmelina Soto

21
Envés

Libertad
Marcho de prisa por la misma acera
bajo iguales avisos luminosos.
No sé por qué, con pasos presurosos,
si nadie me ha esperado ni me espera.

Puedo volver el rostro a cualquier lado


sin peligro de verme sorprendida.
Quien puede ver, tan sólo ve su vida
y si acaso alguien mira, ya he pasado.

Me recojo en mi ser atrabiliario


de amargos limos donde nada espero.
Mar hechizado. El corazón entero
es bajel sin retorno en el himnario.

Me doy la gloria por mi propia mano


y el pan consigo con mi propio esfuerzo.
Con los recuerdos edifico el verso
para que se me olvide más temprano.

El día pasa igual, pero tan breve,


que no entiendo su cósmica alegría.
Un mar lejano. La ciudad. El día.
El día siempre igual y me conmueve.

Se repite en mi ser la luz temprana


que en las manos del lirio se inaugura
y cada noche, con su lumbre oscura,
me quita de vivir toda la gana.

Aún no sé quién soy. Me voy viviendo


ante el espejo que la muerte data.
El espejo en su luna me retrata
y casi sin notarlo voy muriendo.

Carmelina Soto

22
Envés

Rosa iluminada
Lámpara. Estrella incandescente. Herida.
Rosa ultra-fuego. Chispa temblorosa.
¿Quién la dejó en el aire, intacta, unciosa,
entre amor y recuerdo detenida?

¿Qué dios amante la olvidó encendida,


después de la batalla fragorosa?
¿Quién soportó su brasa dolorosa
íntimamente en el recuerdo ardida?

Gota de sangre. Lámpara votiva.


Ni al fruto da su cálido alimento,
ni el nido en su ramaje se solaza.

Aún bajo el rescoldo sigue viva.


¡No tocarla! que quema con su aliento.
¡Está viva! viviendo de su brasa.

Carmelina Soto

23
Envés

Alabanza del cerdo

Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,


No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.

Entre las cosas bonitas al levantarte, apreciado lector, dime si no está el


verme venir a trotecitos desde el corral, estoico y sucio, cubierto por una man-
ta roja-rosácea que recuerda el más bello arrebol, con mis pelitos rubios y
delicados, con mi naricita redonda y mis ojos profundos como un pozo y, sin
embargo, transparentes y puros. Dime, apreciado lector, si yo no hago parte de
los pasillos de tu memoria, si yo no soy el ángel redentor que mantiene vivos
tus placeres, dime si yo no soy la sangre que en tu sangre purifica tu alma.
Dicen que soy cortical, que soy cordial, nada de eso, y aunque es verdad que
soy útil al hombre, que soy para ellos una especie de salvador divino, no co-
nocen mis pensamientos, ni mi dolor ni mi angustia. La literatura, leí de uno
de ustedes, es el museo de las puertas ilusorias; también leí que multiplican
los mundos porque el mundo propio no les basta. El caso es que se han servido
de ella para toda clase de estratagemas (y no sólo ustedes). Pretendo hacer lo
mismo, abrir una puerta en el muro ciego de la realidad y elevar mi cuerpo
martirizado (por uno de ustedes) más allá de los límites del poema, del pensa-
miento y de la literatura.
Es lamentable mirarme en el poema de Nelson y reconocerme. Físicamente
ahí estoy, con mi cuerpo, la más preciosa joya del martirio, recorriendo las
cocheras circulares, así es como las recuerdo, negras y rugosas, rodeado de
aguamasa, olfateando la existencia, mi existencia atada a otra existencia que
está atada a otra existencia no menos perdida en su cochera circular. Pero
metafísicamente no estoy ahí, y eso es otra historia. Los hombres, la gran ma-
yoría, no comprenden que el mundo circundante de cada ser vivo es único: en
tiempo, espacio y percepción. Si no, ¿por qué creen que el sabor de mi carne

25
Nelson Romero Guzmán
Envés

es tan preciado al paladar? En cuerpo estoy en el mundo de los terrores huma-


nos, cubierto de mierda y hecho un espantajo, pero en alma (de eso saben un
poco más, me imagino) estoy en otro mundo, en otro lugar, que si tuviera que
describir diría similar a El jardín de las delicias.
Me pierdo en un mundo celeste, de hocicos con formas extrañas, con el
agudo sentido de todos los sentidos, difícil de precisar con palabras, algo así
como un Homúnculo con el poder de ver, de escuchar, de palpar, de soñar, de
alucinar, de imaginar, de perturbar, de moldear, todo en un nivel supremo, una
masa de hocicos fantasmagóricos, tangibles y tiernos. Ustedes, temerosos de
lo desconocido sólo conocen el mundo construido en sus mentes, en parte,
gracias a los órganos de los sentidos, pero sus sentidos son ínfimos si se com-
paran con mis sentidos o con los sentidos de cualquier otro animal. Yo tengo
el poder de ver el mundo en diversos planos a una escala infinitesimal, todo a
través de mi hocico-corola.
La naturaleza me dotó con la capacidad de descifrar los subterráneos de
la mente; existo, real y cognoscente, en un plano metafísico; habito en un
plano temporal vertical y no horizontal como sí lo hace usted, espero estar
equivocado, estimado lector. Mis sentidos son esféricos, mis glomérulos son
esféricos, mis receptores sensoriales son esféricos, la percepción, la sinestesia,
el cinismo, el sarcasmo, el vértigo, todas formas circulares de la elevación que
van a reposar sobre mi carne, sobre mi sangre, sobre mi corazón, mis tripas y
mi lengua. La esfera se materializa en mi composición biológica, el paraíso
más allá de lo terrenal, la alucinación venida de otro de mundo, mi mundo
hiperesférico, abstracto, anormal, desconocido, exquisitamente bello.
El delicioso sabor se debe a la purificación del alma, elevada, a través del
hocico, que bien lo precisó Nelson, es nuestro órgano de conocimiento, tanto
de las porquerías terrenales como de la lógica trascendental de las criaturas
celestes: eso que ustedes tratan de alcanzar, ciegos, tercos, arrogantes. Y cuan-
do llega la hora de morir, también es cierto, no ruego a nadie por mi salvación.
Yo no muestro la llaga. Se entiende entonces el porqué de mi sabor celestial.
Qué acertado Nelson cuando dijo: Todos sus órganos se vuelven funcionales
a la hora de ser comidos, / Tan sabrosas sus glándulas que se diría que alber-
gan / la dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados. Ellos tocan
el cielo con mi carne porque cada fragmento de mí es un pedazo de cielo.
Me comen, todos los días me comen, me consumen, y puesto que soy un
ser metafísico, es decir, poético, estoy en otra escala del pensamiento diferen-
te a la del hombre, algo así como en otra dimensión, soy un ser sagrado, una
especie de numen de los sentidos. Mi pensamiento, por ejemplo, no está hecho

27
Envés

de recuerdos, de ilusiones o de esperanzas, no está hecho de afirmaciones, ni


de vagas imágenes; mi pensamiento está hecho de larvas, todas ellas azules,
que roen mi dolor, mi angustia, mi soledad, mi nostalgia, mi desdicha, y se
hacen gordas, muy gordas, con toda esa materia oscura, como una gran fruta
viscosa, luego de lo cual mis obesas larvas se suicidan ahogándose en mi
torrente sanguíneo. Es un acto trascendental, porque de esta forma mantengo
mi cuerpo alejado del dolor, de la angustia, de la soledad, de la nostalgia, de
la desdicha. Por eso siempre estoy pensando larvas, y porque es lo único que
puedo pensar en esta caverna de lodo.
Mi chillido ante el cuchillo no es de miedo sino de emoción, de gozo, por-
que después de muerto, después de comido, yo soy él, yo soy usted, yo soy
su existencia, cada vez más ruin, cada vez más perdida. Y he ahí el milagro,
el reverso y el anverso, la carne y el espíritu, la sagrada contradicción. En el
corazón del hombre entierro mis pensamientos, glorifico mi antigua existencia
y hago silencio. Oh, qué misericordioso soy al hombre, mantenerme intacto,
puro y delicioso como una manzana para ofrecerle un instante de eternidad,
de plenitud, de vida. No soy Dios personificado, no soy un iluminado, sin em-
bargo, poseo el don exquisito de la elevación.
Pero mi elevación no es una elevación producto del apetito, del dolor o del
chillido agudo. Mi elevación no está condicionada por los preceptos humanos,
por el pensamiento o la literatura con sus puertas ilusorias. Puede la literatu-
ra abrir las puertas del humano, pero no las mías. ¿Cómo puede un hombre
saber qué pienso, qué pienso sobre lo que pienso, cómo siento, qué sueño? Es
imposible como es imposible saber para mí qué sueñan las larvas cuando están
en su crisálida, o saber qué sienten las mariposas cuando vuelan por primera
vez. Mi elevación está dada por el Vacío, la amabilidad de lo no-vivo y de lo
vivo. En el Vacío me elevo, así como también probablemente se elevan la cu-
caracha, el murciélago y la mariposa. En el Vacío no hay ninguna delimitación
rígida de ninguna clase, y la libertad existe, y me nacen glándulas que proveen
mi cuerpo de alas, o de sentidos nuevos, o de sueños, y puedo elevarme más
allá de mi cuerpo. Es una muerte que no se marchita, como las flores cuando
las cortas, y su belleza se prolonga, sin paralizar el tiempo, sin perturbarlo, sin
aspirar a la eternidad. Es la vivificación de la vida, de la belleza de existir sin
apetito.
Yo no soy un animal expiatorio o simbólico, el papel que he desempeñado
tan importante no ha sido más que el de engordar el vientre grasoso de la hu-
manidad, aderezar sus vidas, sus antojos, y si soy símbolo de algo para ellos,
probablemente seré el símbolo del miedo, porque por eso me engordan, por
miedo al abismo del hambre. A mí me da igual, pero no deja ser paradójico que

28
Envés

yo, animal, cerdo, siga ejerciendo un poder mágico sobre la mente humana.
Ellos necesitan de mí, no pueden vivir sus vidas tristes y alegres sin mí. Tanto
así, que a uno de ellos se le ocurrió creer que Dios tomó barro de mi pocilga
para hacer al hombre. Sería demasiado bueno. No Nelson, déjeme decirle que
no, falló. Mi mundo no es el mundo de la creación del hombre; mi mundo, el
que ustedes se inventaron, mugroso y mundano, es un mundo de decadencia,
espejo acaso de sus vidas. Pero mi verdadero mundo es una puerta que ustedes
nunca abrirán, porque para abrirla, tienen que clausurar sus realidades pobres
e ilusorias.

Sebastian Cardona*

*
Estudiante de noveno semestre de la Licenciatura en Literatura y Lengua
Castellana de la Universidad del Quindío. Integrante del grupo de estudio y lectura
poética Orfeo.

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Envés

Animal de oscuros apetitos


Un animal se come mis escritos. Ha engordado, pero
no lo he podido matar. Escribo para darle muerte y
mientras tanto no dejaré de escribir. Enveneno las
hojas, pero siempre aparta el veneno. Se niega a
cambiar de apetitos. Come con hambre todo lo que
escribo; cuando termina de hacerlo me respira en la
nuca. Nunca he podido verlo porque nuestras cabezas
hacen giros contrarios. En las noches duerme a mi
lado para comerse la carne de mis sueños; también
se zambulle en las aguas profundas de mis pesadillas
donde pasa madrugadas copulando con las serpien-
tes ciegas. Si no escribo se pone furioso y deposita
sus excrementos en mi puerta; ese olor a infierno me
hace escribir. Sí, ese animal caga la tinta con la que
a diario escribo. Escribo para un animal que sé que
no me lee, pero si no lo hago, puede acabar devo-
rándome. Algunas veces convierte mi cuerpo en su
jaula porque al caminar derramo barrotes de som-
bra. Cuando no escribo, la puerta de la jaula no abre,
entonces el mundo se queda afuera, a merced de la
furia de sus garras cuando rompe los barrotes. Toda
mi vida he vivido con una fiera adentro. La escritura
se me transforma según la voracidad de sus apetitos,
convirtiéndome en el dictado de sus deseos. Un día
de estos le construiré una trampa mortal: el poema
con dos ruedas dentadas girando sobre un molino de
piedra, tan enorme que lo aplaste en mi cuarto sin
ninguna misericordia. Una vez se apruebe su muerte
en los periódicos, por fin me habré vengado de todos
los libros que escribí como trincheras para salvarme
de sus nocturnas cacerías.

Nelson Romero Guzmán

31
Envés

Alabanza del cerdo


El cerdo es cortical, y a su vez cordial.
Todo él, del pozo del corazón a las orejas,
Nos heredó la capa grasosa del cielo.
Siempre, al filo de lo terrenal, Se entrega sin remilgos a los cuchillos del carnicero.
El hocico es su órgano de conocimiento
Y sabe, mejor que los tratados, de las porquerías terrenales.
Para que los hombres lo comamos gustoso,
Todos los días purifica su carne en la charca con esta oración:
Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,
No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.
Su cuerpo es la más preciosa joya del martirio,
Es un San Sebastián provisto de rabo corto y de agudos
colmillos,
Pero a la hora de morir no ruega a nadie por su salvación,
No posa nada pornográfico como el santo desnudo
Frente a las flechas que lo atravesarán.
Las orejas del cerdo tampoco guardan ninguna lógica
Con las mórbidas colgaduras de los ángeles,
Pero podría coincidir con las criaturas celestes
En el venturoso sabor de la carne y en el martirio filial de
los olores.
Todos sus órganos se vuelven funcionales a la hora de ser
comidos,
Tan sabrosas sus glándulas que se diría que albergan
La dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados.
Hermano cerdo,
Gracias por volverme célebre
Frente a un plato repleto con tus costillas.

32
Envés

Entre las cosas hermosas al levantarme


Está el verte venir a trotecitos del corral, estoico y sucio,
Atravesando la niebla de los terrores humanos,
Pisando inocente el orégano que aderezará tus carnes.
Soy de los pocos que creen
Que Dios tomó barro de tu pocilga para hacer al hombre.
Gracias por haber alcanzado en las pinturas de El Bosco
Las más bellas imágenes de la Lujuria,
Sobre todo cuando abandonas de El Jardín de las Delicias
Untado de lodo y cielo.
Así ocupas no sólo el más alto lugar
En la escala de los apetitos, sino el más elevado pensamiento
poético
Superior al que nos legó Octavio Paz en sus ensayos.
Lástima que termines vilmente en las recetas de cocina
Hecho bistec o solomillo.
Día tras día me crece la sospecha
De que eres Dios personificado
Haciéndose pasar por los inmaculados cuchillos.
Quizá nosotros, por la desgracia de querer saberlo todo,
Ignoremos ver en tu hocico el instrumento de la divinidad
Hozando para encontrar el corazón del hombre.
Gracias hermano, Gracias,
Por darnos el placer terrenal de glorificarte en el trincho,
Porque igual de inmenso eres
Con un poco de sal o con arándanos.
Tú mereces estas Gracias, cerdo,
Te doy mis cerdas Gracias.

Nelson Romero Guzmán

33
Envés

Carta
Sólo como pan y cerveza.
El hambre es de pinceles, de telas...
Miro los soles concluir en estas tardes verdes
que me aguardan una esperanza, y algo
se crispa en el espíritu insaciable.
El alba me acoge con brazos blancos
y creo comer de las patatas que pinto.
El hambre es de colores.
Envíame un poco de dinero para ganar los días que vienen,
voy a terminar los bordes de un cielo por el que quiero escapar.

Nelson Romero Guzmán

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Envés

La voz poética de Gustavo Rubio Guerrero


en Los muros y la rosa

Tuya la mía lector la ciudad es el poema


Gustavo Rubio Guerrero

Nació en Armenia, un recodo de la carrera 24, en una casa desvencijada del


barrio Corbones. Él viaja por las calles de una ciudad: contempla sus paredes
de rostros. Sus días son mantos del suspiro en declive, sus noches son noches
de veinticuatro horas. Las ventanas y puertas son espejos: en ellos se refleja el
misterio del cemento y el temblor de la voz. El poeta ya no viaja por las calles
de una ciudad, viaja por las calles de su ciudad. Poeta, cuerpo y ciudad: tota-
lidad indivisible. Los andenes son ríos de naufragios, ecos de palabras ahoga-
das, burbujas en la superficie. Esto hace parte de Gustavo Rubio Guerrero y su
poesía: una poética de búsqueda y consciencia de sí misma; la labor del poeta
como habitante de un mundo-realidad.
La voz de Rubio Guerrero se posiciona en el panorama oculto de la poesía
con fuerza y resonancia: tiempo por fuera del tiempo que la hace vigente y
merecedora de reconocimiento. Para lo anterior, emerge Los muros y la rosa:
tanto su primera edición de 1997 como la segunda de 2010 publicada por la
Biblioteca de Autores Quindianos: elogio a la vida como experiencia y recla-
mo frente a sus condicionantes. En esta obra la voz del poeta se hace visible
como una nota en la partitura de lo escéptico, del reclamo, de la crítica con su
más lúcida consciencia sobre el lenguaje. Misma armonía en la que afinan sus
instrumentos Octavio Paz y Guillermo Sucre. La voz de Rubio Guerrero es la
del desafío ante una ciudad desafiante: la intención por hacerla inteligible y,
a su vez, necesariamente distante. Esta voz es consecuencia de un habitar sin
reservas la ciudad que lo contiene. Precisamente esta configuración de su voz
trataré de caracterizar en las siguientes páginas: habitar poético que se mate-
rializa en el ritmo intenso, juego estructural en sus poemas y una poética de
las ideas y del lenguaje.

36
Gustavo Rubio Guerrero
Envés

Para hablar sobre el ritmo empezaré diciendo que concibo forma y conteni-
do como uno solo: poesía hilando el poema, poema expresando poesía. Ésta se
lanza sobre el poema para expresar con él la voz del encuentro con el mundo
y su realidad; “poema es un organismo verbal que contiene, suscita o emite
poesía. Forma y sustancia son lo mismo”, afirma Octavio Paz. De esto nace
la imagen que es visión de mundo. Podemos vivir en y con el mundo de dos
maneras: pasiva o activamente. Sobre la primera, nada que pueda decir. Sobre
la segunda, en cambio, se puede decir que adopta distintos matices: contem-
plación detenida y reflexiva, lento mirar, tranquilo caminar y casi agresivo e
intranquilo habitar, observar y contestar. Si se me permite la analogía, sería
como el tempo en la música. Los muros y la rosa es vivencia y expresión de
este ritmo, de la poesía de Gustavo Rubio Guerrero.
Ahora, cómo se manifiesta en esta obra lo dicho más arriba sobre la re-
lación forma contenido. Evidente pero complejo y desafiante para el lector:
la intencional y nada gratuita (signo a mi juicio de la buena poesía) ausencia
de signos de puntuación o señales de tránsito textuales, del primero al último
poema de esta obra, es la marca que evidencia el ritmo intenso y punzante de
la poética de Rubio Guerrero. Sin señales que estén regulando el flujo de los
sentimientos, las emociones y las ideas, éstas van al encuentro de lo concreto
a gran velocidad, con una sensación de apremio que armoniza con la exigente
y lúcida aprehensión del mundo-ciudad circundante, sugerente en este poeta.
En Los muros y la rosa esta poética se constituye por la aparente paradoja
velocidad-lucidez visible en su deseo de aprehensión; imagen esta que se es-
clarece si asumimos al poeta como César Fernández Moreno lo hace: “una
sensibilidad superior, que aprehende más y con mayor calidad”.
Para lo anterior, leamos un fragmento de «Al velorio de tu amor»:

[…] con un beso asisto


A tu velorio Armenia
Los cirios prendidos son puñales de miedo
Mañana he de enterrar contigo el fracaso
La distante inocencia de tus muslos
La estupidez de tus iglesias
[…]

Este fragmento deja comprender la exigencia a la cual se ve enfrentado el


lector. Es también ejemplo de lo que más arriba se entendía como la aprehen-
sión y sensación, al unísono, del mundo circundante: la nostalgia del tiempo
que se lleva la ciudad siempre habitada y vivida, la inevitable pulsación hostil

38
Envés

del corazón que sentado en el banquillo de acusados es condenado por la sen-


tencia de Heráclito. Pero Rubio Guerrero parece ser consciente de su condena,
lúcido en la comprensión de lo inevitable y sabedor de que nada escapa a la
sucesión del tiempo: de ello se goza como se sufre y en su caso, “Mañana he
de enterrar contigo el fracaso y la estupidez de tus iglesias”. En otras palabras:
he aquí la dignidad poética que permite la convivencia de los contrarios, las
corrientes superpuestas; en estos versos respiran la actitud del tiempo como
sucesión y deterioro, que se lleva sin discriminación todo lo que cae en su
condición de mar-río. No está de más señalar lo siguiente: el ritmo es una
lectura, el poeta hace una lectura, desplaza su cuerpo como una sintaxis sobre
la ciudad; lectura y poesía dialogan, canto a una sola voz. Hablar del poeta y
de la lectura como sinónimo de ritmo es comprender a Rubio Guerrero como
un lector de ciudad, un imán de signos urbanos: ausencias, recuerdos, anhelos.
Esta figura del lector poeta es imagen de lo tratado por Ricardo Piglia en su
libro El último lector: “se trata de hacer entrar la vida, la sintaxis desordenada
de la vida […] lectura y vida se cruzan, se mezclan, se quiebra el sistema de
causalidad definido por la lectura tradicional, ordenada y lineal. Este modo de
leer está definido por una técnica que lejos de ordenar, tiende a reproducir el
caos y a producir otra causalidad, una corriente de experiencias no diferen-
ciadas”.

Acorde con todo lo dicho hasta aquí, estaría mal limitar la comprensión
del no uso de signos de puntuación a un significado estructural. Sin duda se
relacionan y complementan: es, además, una función simbólica no limitada. Y
de acuerdo con Octavio Paz, que concibe el ritmo como una proyección vital
de un hombre concreto del tiempo concreto, diré que éste en Rubio Guerrero
es un reflejo, una proyección de su actitud inconforme y rebelde frente a los
condicionantes actuales de la vida: todas aquellas formas institucionalizadas.
Esto es: no hay señales que orienten o direccionen el camino y la forma de
caminar, no hay nada que condicione la existencia y moldee el espíritu: “hice
estudios hasta bachillerato, y luego me entró la sospecha infame de que ir a
la universidad era sinónimo de perder el tiempo”. Rubio y Paz se estrechan la
mano y concuerdan en que “el poema no es una forma literaria sino el lugar
de encuentro entre la poesía y el hombre”. Es decir, poesía habitando poema:
conocimiento, revolución, sensibilidad, experiencia, pensamiento no dirigi-
do; poema expresando poesía: corriente poética liberada, congregada, rebelde
ante cualquier señalamiento. Poesía y poema, ritmo y consciencia lúcida sobre
el lenguaje. Para cerrar esta primera parte, quiero traer «Poeta en la ciudad»:

39
Envés

Quien pisa soledad y toca silencio


Observa dijo la vieja amodorrada
Al fantasma juguetón de su anhelo
Un poeta aseguró el mito
La vieja mira la pantalla
Página del escribiente habrá
Que enseñarle gramática puntuación
Quitarle la hediondez ponerle corbata
Requiere concepción del mundo el modernismo
Los poemas de Silva y Carranza
Que entienda metro y mesura que las palabras
Propiedad son del estado
Dile al poeta que no pise mi soledad
Que asista a la universidad yo pagaré el costo
Por qué horada el desierto y palpa los muros
Un vano rumor crece en la ausencia

Quiero tocar ahora el matiz que llamaré crítico de Los muros y la rosa.
Vale aclarar que éste se relaciona, indiscutiblemente, con el ritmo poético más
arriba mencionado –rasgo estético de toda esta obra– y con el habitar poética-
mente concebido por Heidegger. ¿Por qué crítico? Porque en los poemas que
constituyen esta obra de Rubio Guerrero, hay una exposición de ideas, existe
la expresión de una forma de pensamiento. También, porque el vehículo en el
cual viajan estas ideas y pensamientos es el de la crítica (distante del dogma).
Crítica que es contundente porque es poética: se ancla y parte del lenguaje,
como lo asume Sucre. Menciona y pone en cuestión los fundamentos de los
dogmas, sus maneras de proceder: las lógicas modernas sociales, las utopías
del progreso con su matriz ideológica y el dogma religioso conservador-inhi-
bidor y falsamente naturalizado y medicamente autoridad que patologiza. Es
inquieto y libre, carga con el peso de la responsabilidad que conlleva “existir
con consciencia”, como asume Camus. Todo esto se podría, si se quiere, con-
figurar en la imagen de un inconforme; y el inconforme es inquieto, punzan-
te. Armonizan aquí forma y contenido; ritmo seduciendo lenguaje, contenido
significando forma, poema con poesía. El poema es en sí mismo crítica que
asume las ideas de la poesía, pensamiento sin límites ni sujeciones ni frenos.
Quiero enmarcar todo lo dicho en este punto con un par de poemas.
El primer poema que quiero resaltar es «Los ciegos»:

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Envés

Los ciegos grupo de personas


Dedicadas a creer en la bondad del santo
Los ciegos simpáticos cristianos
Teólogos de oscuro vuelo neoliberales
Comunistas decepcionados los ciegos
Usan del agua en la mañana de Nadie
Gafas ojalá negras para ocultar los favores
Los ciegos son minoría absoluta
En un mundo donde leer el libro
Significa algo así como leer la Biblia
Nos abruman las horas con sus congresos
De UNICEF o la OEA los ciegos miran la
Televisión los viajes a la luna pletoran
De imágenes los versos de Rimbaud las palabras
De Julia con un grupo de personas divertidas
Razonables y decentes que musitan
El sermón del padre Astete los ciegos
Voluptuosos exterminadores de la risa

En este poema los ciegos grafican al hombre de visión nublada por los
dogmas: por la función paradisiaca de las ideologías que cierran las posibi-
lidades de perspectiva y absolutizan el camino. Los ciegos de Los muros y
la rosa son “personas dedicadas a creer en la bondad del santo”. Y el santo
es la encarnación terrenal de la omnipotencia suprema, el mesías, la verdad
hecha palabra: el mundo suprasensible de Platón. El santo de la ciudad de
Rubio Guerrero hizo clan de “Teólogos de oscuro vuelo neoliberales comu-
nistas”, es decir, mismo proceder diferentes beneficiados. Los ciegos también
son hombres y mujeres de memoria líquida, lamento de Bauman: enfermos
del mirar que usan “gafas ojalá negras para ocultar los favores”. “Los ciegos
son minoría absoluta” donde el modelo de lectura se hace cárcel, donde el
capataz es lector de biblia, donde la biblia es hipotexto soberano: amo y señor
de la interpretación, amo y señor del hábito. Y qué más son los ciegos sino
rabiosos, rencorosos y temerosos “exterminadores de la risa”: custodios de los
mandamientos divinos.
Siguiendo con la línea del anterior poema está «Vuelta a Salento»:

En la plaza de Salento me orino tolerante


El turismo un negocio de duendes

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Envés

Un tinto una mujer un sueño


El polvo alucinante viene de Armenia
Cubre la pobre lógica de plátano
Voy al amparo del paisaje
Veo los trabajos y los días de Nadie
Escribo domingo dieciocho/99
Anglosajones franceses alemanes japoneses
Alquilan nuestro chalet fornican el aire
Ocho de la noche no he tomado tinto
Urdo argumento de Lutero anciano
No confío en Calvino cicatero no pregunto
Por Jesús el Cristo acudo a Buda el perfecto
Y una mujer traviesa asume mis gastos
Voy feliz tolerante de duele bajo el ombligo
Su amor blanco su pubis como sermón de Benares
Un día volveré a Salento

Es la rabia y la impotencia con que se contempla la entrega y la sumi-


sión, el yo objeto que se vende al mejor postor, a la oferta más voluptuosa,
a la simple apariencia. «Vuelta a Salento» ilustra la ‘lógica de mercado’ más
humillante y deshumanizante: es el alquiler del hombre y todo lo suyo no de-
sarrollado a “Anglosajones franceses alemanes japonés que alquilan nuestro
chalet fornican el aire”. Es la imagen consecuencia del capitalismo neoliberal:
hambre voraz del hombre desarrollado que va por el mundo vendiendo su fal-
sa salvación, lamentando y reprimiendo su equívoco proceder, vengándose en
cuerpo ajeno, en tierra ajena. Y vuelve la rabia del poeta que va por el “amparo
del paisaje y ve los trabajos y los días de nadie”, cierra los parpados, aprieta el
lápiz y contempla “el turismo un negocio de duendes”. Se ha hecho del pueblo
de todos, de nadie, una vitrina del negocio todo a mil. Es la cultura en su más
humillante posibilidad: su mercantilización, su banalización. Y es de nuevo
el poeta que mira al cielo en medio de risas quejosas y lastimeras y cae en la
cuenta de que “ocho de la noche y no he tomado tinto”. Es el poeta, terco, que
pregunta a lo inefable de la palabra.
Ahora, y no menos coherente, «Alguien franquea los muros»:

Avanza el desierto supera los muros


Desde el alto edificio veo su paso
En pocos años habrá consumido lo interno
Los guaduales y avenidas de pino

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Envés

Los cerros en declive mientras


Nos alimentamos de sectas y tahúres
Y la pobre gente bebe desolación
A la hora de partir el pan y el caldo
Desde aquí puedo ver la huida del verde
Alguien franquea los muros borra
Los días de otros días y noches
El desierto traga ciudad y deseo
Come libros y memorias de viejos
La iglesia inicia apocalipsis y proverbios
Los esotéricos partes sus uñas
Quien franquea los muros sale
Se pierde en la triste tarde de domingo
Estoy solo en esta altura trato de firmar
El decreto del chamán que conjure
La furia del mudo habitante
Su corte austera de soledades
Sus días de muerte a través del miedo

Qué franquea los muros: el desierto. En este poema se entretejen con ma-
gistral arte poético dos imágenes en apariencia opuestas: contundente y lúcida
paradoja. Es reconocer la convivencia de diferentes en la poesía, la apuesta
por el amague a lo indecible. «Alguien franquea los muros» es la amenaza vis-
ta por aquel que “desde el alto edificio” grita “veo su paso avanza el desierto
supera los muros”. La paradoja, anteriormente resaltada, es aquí proporciona-
da por la imagen de lo que contiene los muros -y lo que desborda- el desierto
en avanzada. Pero qué es la ciudad para este poeta sino aquella que levanta
muros para el retoño del desierto, hombres y mujeres su fertilizante favorito.
Pero dentro de todo esto una rosa que se mantiene rebelde en su vivo color, el
alto edificio de las palabras: torre poesía. Desde ahí el poeta divisa el acecho
del desierto que “en pocos años habrá consumido lo interno los guaduales y
avenidas de pino los cerros en declive mientras nos alimentamos con sectas y
tahúres”. En esta imagen se materializa el sentir hostil de la más alta proclama
del capitalismo neoliberal: ‘el desarrollo’. Y qué nos trae el desarrollo, se pre-
gunta el poeta; y le contesta la poesía “desierto traga ciudad y deseo”. Y más
impotencia aún: ni tahúres, ni sectas, la engañosa esperanza solidificando el
estado, la lógica de las cosas, la disposición de la realidad que nos contiene.
Y nuevamente “se puebla de arena el desierto”, llega «Elecciones»:

43
Envés

Llegan en un momento los vientos


Se puebla de arena el desierto
Camino con la vieja o me arrastra
Habla la maldita no dice cosa cierta
Enseña que su libro embruja atardeceres
Permite el progreso de la ruina
Habla del germinar de sexos y de flores
Sumo el número de desdichas de viviendas pobres
Los gemidos de quien sueña
La vieja ordena la venda sobre mis hombros
No confía en los poetas
Sus esbirros arman la fiesta
Cantan soy colombiano y sus canciones de ramera
Quiero irme la abstracta vieja se niega
Envía una bella que arrulla mis penas
Me quita la venda quiere un poema
De aquellos que escribo cuando callo
Le escribo cuatro pendejadas más una rosa
Está extasiada escucho
Que la maldita ha ganado las elecciones

La tormenta alborotando, dejando ciegos a hombres y mujeres de la ciudad


desierto: hace de su arena puñales en viento ciego. Éste es el sentir que se con-
figura en este poema. La ideología es la tormenta que levanta arena, apunta a
los ojos, crea ciegos y proxenetas de sí mismos. Es la ideología y su mentira,
la democracia: su puta favorita. Es ella su juego de elecciones, su aspiración
burocrática al juzgado de lo público, al juicio del hombre. Las elecciones son
una fiesta con entrada libre y la primera botella va por cuenta de la casa. La
vieja, la ideología, toma al poeta, lo abraza por la cintura, le habla al oído, le
manosea la cara: le ofrece un puesto de ejecutivo y muchos contratos. El poeta
con la rabia en las manos le responde: “Habla la maldita no dice cosa cierta/
enseña que su libro embruja atardeceres/ permite el progreso de la ruina/ ha-
bla del germinar de sexos y de flores”. Es la vieja desenmascara: madrastra e
hijo desobediente. Pasan las horas: “la maldita ha ganado las elecciones”. La
rabia de nuevo, el desamor, la borrachera; y otra vez ella coqueta, restregando
en la cara su nueva victoria. El poeta quiere irse “la abstracta vieja se niega/
envía una bella que arrulla mis penas/ me quita la venda quiere un poema/
de aquellos que escribo cuando callo”. Y qué es ‘una bella y la petición del
poema’ sino la muerte común, la trampa de todos los días y la hipocresía de la
sociedad frente al poeta.

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Envés

Para sumar a la propuesta de lectura hecha a los anteriores poemas, a la luz


de las ideas más arriba mencionadas, quiero detenerme en el aspecto crítico
del lenguaje que asume la poesía. La crítica al lenguaje es inmediatamente una
posición que se asume frente a la realidad. Como lo manifestara Pessoa en el
inicio de sus diarios, sólo alcanzamos a rasguñar sobre el muro de la realidad,
nunca logramos romperlo. Podría decir que es un proceso contrario. Ante tal
imposibilidad de aprehensión no queda más que inventar la realidad. Esta re-
lación entre lenguaje y realidad que aquí sugiero, puede entenderse con lo
propuesto por Guillermo Sucre en sus dos ensayos «Dentro del cristal» y «Las
palabras (y la palabra)» donde manifiesta que “la realidad en que participamos
reside en la mirada, en el lenguaje. El verdadero realismo, o quizá el único
posible, es el de la imaginación. Y el primer poder de ésta en la literatura es,
sabemos, verbal”. Esto nos dice, sin rodeos, que nuestra realidad es lingüís-
tica: está hecha de palabras, es una arbitrariedad de signos que expresan una
experiencia con el mundo y su realidad, no el mundo en sí mismo; diría, tam-
bién, que nuestros ojos ven con las palabras de las que hemos hecho puentes
entre el ser humano y lo que está ahí afuera, en nuestra consciencia*. Sucre
afina su mirada para decirnos que la verdadera realidad con que se enfrenta el
escritor, es la realidad del lenguaje.
Y es este puente el que Gustavo Rubio Guerrero, con Los muros y la rosa,
tiende entre su ser poético (habitar poéticamente) y su ciudad Armenia: la
dibuja con palabras, la pinta con símbolos, sus trazos son rectas de versos en
los que se viaja con gran intensidad porque se vive con gran intensidad. Pre-
cisaré más: se vive entre la velocidad de una ciudad que se inicia, seducida,
en la lógica del progreso. La experiencia de Los muros y la rosa es la paradoja
velocidad aprehensión que convive en una sensibilidad lúcida. Es la contem-
plación: un ritmo por fuera del ritmo, se está en él pero no se hace parte de él.

Cierro recordando lo siguiente. Primero: la concepción de Susan Sontag


que me permite dar una nueva luz sobre la poética de Rubio Guerrero expre-
sada en Los muros y la rosa. Me permite consolidar, a partir de su idea sobre
el estilo, mi postura frente al poema como un todo: forma y contenido un solo
tejido; es decir, ‘ritmo’. El estilo es el ritmo y éste a su vez es la posibilidad
de “una experiencia de las cualidades o las formas de la conciencia humana.
Decir esto es decir que el conocimiento que adquirimos a través del arte es
experiencia de la forma o estilo de conocer algo, mejor que conocimiento

*
La realidad reside en el lenguaje y éste es la Palabra con la que nombramos
la experiencia del y con el mundo.

45
Envés

de algo (como un hecho o un juicio moral) en sí mismo”, dice Sontag. En


otras palabras, sería una propuesta frente a cómo aprehende el ser humano la
realidad que habita: cómo la siente, cómo la piensa. El estilo, como lo asume
Sontag, me permite pensar en el ritmo como el complejo forma contenido:
formas de sensibilidad y conocimiento. Y Segundo: El ritmo y la crítica son
una característica estética expresada en todos los poemas de Los muros y la
rosa. Quiero decir: no es un rasgo contemplado en un grupo de poemas, sino
un elemento propio de la poética de Gustavo Rubio Guerrero. Él, su obra y su
poética, elevan un trinomio de potente y seductora poesía; el arte en su condi-
ción más esencial. Para Heidegger, lo esencial de la esencia poética; es decir,
el lenguaje en su condición creadora y rizomática.

Giovanny Santos Castañeda**

**
Estudiante de décimo semestre de la Licenciatura en Literatura y Lengua
Castellana de la Universidad del Quindío. Integrante del grupo de estudio y lectura
poética Orfeo.

46
Envés

El poeta dice
Dice hubo fuego en el bosque
Sobrevivieron palabras ausentes
Días que no sumaron horas ni instantes
Un cosmos arrugado de papel ilusión o espanto
El demiurgo abrazado a su nada infame
El poeta dice haber prefigurado la imagen
Donde la prudente Mónica
Jugase a hurgar los caminos de su piel
El jardín soñado de Wells la paciencia del poema
El poeta dice el silencio es la fiesta
Juego ritual sin rito fiesta en que suenan
Voces vueltas del espejo
Harapos de la foto hallada en un cuaderno
El poeta dice la ilusión es nuestro pan asesinado
La verdad el negocio de Dios o la iglesia
Ilusión mentira deslumbrante
No habita estos muros
El poeta dice hubo fuego en el bosque
Palabras de cenizas inflando un mundo de fábula
Dioses muertos de hambre
La nada es tu mejor imagen lector
Punto fugaz de la letra

Gustavo Rubio Guerrero

48
Envés

Los ciegos
Los ciegos grupo de personas
Dedicadas a creer en la bondad del santo
Los ciegos simpáticos cristianos
Teólogos de oscuro vuelo neoliberales
Comunistas decepcionados los ciegos
Usan del agua en la mañana de Nadie
Gafas ojalá negras para ocultar los favores
Los ciegos son minoría absoluta
En un mundo donde leer el libro
Significa algo así como leer la Biblia
Nos abruman las horas con sus congresos
De UNICEF o la OEA los ciegos miran la
Televisión los viajes a la luna pletoran
De imágenes los versos de Rimbaud las palabras
De Julia son un grupo de personas divertidas
Razonables y decentes que musitan
El sermón del padre Astete los ciegos
Voluptuosos exterminadores de la risa

Gustavo Rubio Guerrero

49
Envés

La muerte no sabe
La lenta muerte no sabe
Llega a mi puerta y pide no escriba versos
Dice ser la verdad no le hago caso
Admite que el poeta algo sabe
Le respondo que nada conozco igual a ella
Levanta su boca inmunda sonríe engalanada
Husmea mis libros los lee despacio
Pregunta cosas si he aprendido
Guardo silencio que ella asume como respuesta
No conozco días como cuchillos
Nada tengo en las manos
He olvidado la marca del jean el sabor del pescado
Le muestro una foto del cacique Ancízar
Robando el futuro de las generaciones
Que no escriba amenaza el viento
Trashuma la cocina que no escriba
Dice la muerte romántica la sonetista calva
La muerte no sabe no vive con la gente
En mi país la muerte camina sola
Come sola duerme sola mata sola
No lee libros ni hace el amor
La muerte se aleja de mi puerta

Gustavo Rubio Guerrero

50
Envés

Desnudos
Desnudos los amigos en aquel salón
Ella muestra las tetas evoca la leve vaca
Del libro el sueño de esquina a esquina
La noche calla corredor del tiempo al Retrato
Él juega a transgredir el símbolo visual
Enseña a conocer los dones del desierto
Vuelan blasfeman contra el mundo
Erotizan la mentira la condena
La verdad la amarran de sus genitales
En la taberna de un Joyce vuelto a la escena
Ruedan como ángeles demiurgos
Prisioneros durante un tiempo
Esta noche es su noche beben el agua de Heráclito
Desnudos pájaros de ancho vuelo
Mudan de plumas y cagan con sus cantos los muros
Desnudos franquean las señales
De la ciudad en sombras esa Armenia
Tantos días de oprobio y gente recatada
Desnudos como la amistad en el hueco profundo

Gustavo Rubio Guerrero

51
Poetas invitados

GIOVANNY GÓMEZ (Bogotá, 1979)


Poeta. Director de la Revista de Poesía Luna de Locos, el Festival de Poesía
de Pereira y la Feria del Libro del Eje Cafetero. Su primer libro Casa de Humo
recibió el Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza en el 2006. Sus
poemas tienen versiones al inglés, francés, italiano, ruso, griego y portugués.

Los siguientes poemas pertenecen al poemario Lo invisible (2014), segunda edición.

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Poetas invitados

Dedos
Cada día
cuento los dedos que me faltan
una peste hace sudar las manos hasta arrancármelos
Los años pasan
cabellos escapan por el grifo
pero sólo la noche toca las cicatrices en mi cara

una pregunta
más palabras lejos de mí

Como un pájaro
Cuando despierto
un cuerpo moviéndose sobre la cama
pregunta por el mío
pero mi boca
reza una sed que no moja la lluvia
y la niebla son dos ojos que abandonas
Si no estoy en casa
si nadie sabe a dónde llegué
recuérdame

56
Poetas invitados

Los sueños
Los sueños vienen a decir que estamos lejos
Lejos es la ciudad de dónde partimos
Lejos es el lugar al que venimos
Lejos llega cada uno de nosotros
Quién nos recoge en sus brazos
respira la distancia
la ausencia de sombra entre los pasos
Los sueños vienen a decir que somos lejos

Orilla
El silencio tiene sombra bajo el sol
en su abrazo una silueta de caballos muertos
aprieta la boca
nos mira
no reprocha
el umbral
la primavera

57
Poetas invitados

LUCÍA ESTRADA (Medellín, 1980)


Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Maiastra, Las Hijas del
Espino, El Ojo de Circe (Antología), La Noche en el Espejo, Cuaderno del
Ángel, Continuidad del jardín (Selección personal) y Katábasis. Con su libro
Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005),
y la Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en
2008 con Cuaderno del ángel. En 2009 y 2017 obtuvo el Premio Nacional de
Poesía Ciudad de Bogotá con sus libros La noche en el espejo (2010) y Ka-
tábasis (2018) respectivamente. Ha sido traducida al inglés, francés, alemán,
portugués, japonés, griego, sueco e italiano. Próximamente la editorial Eulalia
Books de Estados Unidos, publicará una edición bilingüe de Katábasis en
traducción de Olivia Lott.

58
Fotografía de Catherine Panesso
Poetas invitados

Crescence Eugénie Murat


Nada se revela más oculto
que lo cercano,
aquello que miras sin mirar,
las palabras dichas
desde siempre,
los trazos de una caligrafía
abierta,
el corazón que hiende la espada
y que se ofrece
a quien no pronunció su nombre
desde antiguo.

Si descubriera una sola


de mis manos
¿descifrarías las líneas
del misterio?
¿sabrías que toda búsqueda
tiene su lámpara,
todo camino su límite,
toda sabiduría
su árbol de inocencia?

Tomado de Las hijas del espino (2006)

60
Poetas invitados

Sylvia Plath
Todo lo ha devorado el invierno
y el jardín de rojos tulipanes en el que ocupé mis manos
ha iniciado su descenso definitivo.

La casa es un viejo sarcófago de vigilias


y pergaminos desechos.
En ella duermen las ruinas de mi corazón.

A través de la bruma
sólo puedo distinguir el rencoroso brillo
de las abejas.

No hay perfección.

Mi cuerpo es un camino cerrado, reflejo de una luz marchita.


Nunca se bastó a sí mismo. Nunca.

Detrás de los muros, por entre las grietas,


vuelve a mí el eco de la fiebre
palabras que revientan bajo la escarcha
como pequeños ríos de mercurio.

El invierno ha perdido mis pasos en la nieve.


Sangra en el aire
su condena.

Tomado de Las hijas del espino (2006)

61
Poetas invitados

Carlos Alberto Castrillón (La Tebaida, 1962)

Narrador, poeta, ensayista y docente. Profesor de la Licenciatura en Lite-


ratura y Lengua Castellana de la Universidad del Quindío y de la Maestría en
Literatura de la UTP. Ha publicado los siguientes libros de poesía: El rostro de
los objetos (1990), Diccionario de humana anatomía (en coautoría con Juan
Aurelio García, 1998), Compendio de virtudes y alabanza (2003), Libro de las
abluciones (2010) y Noticias de Gaza (2017).

62
Fotografía de Leidy Julieth Montoya
Poetas invitados

Santôka
Cómo se llenan de oscuridad los sitios
poco visitados de la casa,
cómo recogen humedad de no ser vistos
por alguna sombra solidaria.

De todo lo que hay,


umbral y piedra,
gota de agua detenida
en el golpe de luz.

El ojo arquea y aísla el momento,


la maquinaria del mundo silencia el engranaje:
La figura de un hombre clavado en la nieve.

Ahora sale y es hermosa


en la plena mansedumbre de una sombra húmeda.

64
Poetas invitados

Poética
Da pena reconocer que uno no tiene ni idea.
Busco una palabra que conjure la pregunta.
La encuentro escrita en el poso del café.

Es algo así:

Ser poeta debe ser una estratagema para sortear


sin remordimientos
ciertos obstáculos de la vida y del lenguaje.

Remolinos ausentes para el cálido abrazo.


Palabras convocadas a la cena más pobre,
grafías inconclusas de un horizonte doble.

Lúcidamente ingenuos,
cómodamente tontos.

65
Poetas invitados

Señales de humo
De ventana a ventana
hay cinco metros de aire.

Su boca toma ritmo en la espesura;


su boca cierra el gesto inapelable.

Palabras en cuarentena
para resistir el instante.

Su boca entra y sale de la madriguera;


su boca promete diente y quemadura.

Dos líneas perfectas


son espirales acosadas por la luz.
Caminos grises, cuerdas al sol de la tarde.

Su boca es arena movediza;


su boca es una gruta alcalina.

Ella le lanza un círculo de humo;


él le devuelve una larga bocanada.

66
Poetas invitados

Tiro libre
Me paraba junto a la pelota como si fuese a acariciarla…
Rivelino

Hay en el aire una geometría que escapa a la mirada.


El espacio se acomoda para la esfera
que contiene todo lo que en ella no cabe.

Allí donde el grajo hizo su nido para que nadie lo perturbara;


en la geometría una mirada de aire,
veloz y certera.

En la mirada un aire de geometría palidece.


El párpado se mantiene en la luz del vacío
y una línea de fuego crece desde la humedad.

Es la voz de todos:
pie, brazo, cráneo en alto y alta envergadura.
La orfandad de un zarpazo distorsiona la imagen.

67
Revista de Lecturas Poéticas

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