EFMR-5 Daniel 4 y 5

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EL MISTERIO DEL FUTURO REVELADO

Seminario Profético del Libro de Daniel


Pr. Maximiliano Bernis
(Apunte N° 5)

El precio del orgullo


(Daniel 4 y 5)

Introducción.
Al hablar de Daniel 4 y 5, lo estaremos haciendo acerca de dos reyes del imperio Neo-
babilónico. Uno de ellos, el más importante de este imperio, quien lo llevó a su apogeo:
Nabucodonosor; el otro, un rey insignificante y decadente, quien llevó a Babilonia a la ruina:
Belsasar. El primero de ellos, reconocido por la historia; el segundo, ignorado por muchos.
Nabucodonosor, un hombre con determinación y empuje; Belsasar, un rey sin carácter. Pero allí
no terminan los contrastes, porque su mayor diferencia se produce en el plano espiritual
teniendo como punto común de partida–vaya paradoja—el orgullo y la soberbia.
Pero no estaremos solamente hablando de ellos, sino que también estaremos hablando
del telón de fondo de Daniel: El Gran Conflicto, y al hacer esto, estaremos también hablando de
nosotros.
Cuanto más grandes son, más fuerte es su caída.
Otra vez un sueño.
Como ya dijimos, Nabucodonosor fue el más grande rey que tuvo el imperio Neo-
babilónico, fundado por su padre Nabopolasar. Ningún otro imperio llegó a tener siquiera una
similitud en esplendor con el alcanzado por Babilonia bajo este poderoso monarca. Sin
embargo, por muy poderoso que fuera, no estaba libre de peligros; y los mayores riesgos para él
los representaba él mismo.
Este capítulo es bastante atípico dentro del libro de Daniel, ya que no fue Daniel quien lo
redactó (sí quien por inspiración divina lo incluyó en el libro). Este capítulo es en realidad una
proclama real hecha por el mismísimo Nabucodonosor. Y esto de por sí ya es mucho. Porque
Daniel había sido llamado por Dios como profeta para dar testimonio y vindicar su nombre ante
un reino pagano, y ya esto solo le había costado años, oración y esfuerzo. Daniel no se hallaba
en una situación tal que pudiera alcanzar otros reinos con su mensaje en sus días. Ahora bien,
una cosa era (para los otros reyes) que viniera un esclavo hebreo diciendo que tenía un mensaje
de Dios, y otra muy distinta que el mensajero no fuera otro que “Nabucodonosor rey” hablando
a “todos los pueblos, naciones y lenguas”. Traigámoslo a nuestros días: Para el mundo, no es lo
mismo un mensaje de—digamos—el presidente de Trinidad y Tobago, que la palabra de Bill
Clinton. Uno representa una fuerza menor, mientras que al otro... ¡mejor escucharlo! Y lo que
Nabucodonosor cuenta tiene que ver, nuevamente, con un sueño que lo preocupó.

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Estas fueron las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama: Me parecía ver en
medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa
llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era
hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la
sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de
él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un
vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y
cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo
de él, y las aves de sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de
hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias
sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado
corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes, y
por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna
el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los
hombres. (Daniel 4:10-18).
Y entonces Nabucodonosor recurre una vez más a sus inútiles magos y adivinos de la
corte. Esos mismos magos y adivinos que habían sido más una molestia que una ayuda a la hora
de ayudarlo con aquel sueño de la estatua de metales. ¿Por qué lo hizo? No lo sabemos. Tal vez
fue por la fuerza de la costumbre, o por la tradición de los reyes, quizá fue la presión social, o
tal vez recordara que cuando había llamado a Daniel, éste le había mostrado que existía un Dios
superior a Marduk (o Bel), y que era quien dominaba el escenario de la historia, por lo cual
Babilonia no sería un reino que duraría para siempre. Esta última lección le había sido
dolorosamente recordada en la llanura de Dura, cuando había levantado la estatua de oro 1 y el
Dios del cielo lo había humillado. Recordemos aquí que Nabucodonosor era, a todas luces, un
hombre en el que predominaban dos características: un temperamento fuerte, y un orgullo que
nada tenía de pequeño. Por supuesto, es lógico entender que no quisiera otra lección más,
aunque ya estaba explícita (ver la parte subrayada del sueño).
Pero bueno, sus “sabios” nada pudieron hacer. Tal vez intuyeron que el sueño implicaba
malas noticias (algo más que evidente), pero no quisieron arriesgar el pellejo dándole malas
noticias al rey. Y éste tuvo que recurrir a Daniel.
Al principio, Daniel no quería hablar, hasta que el rey le dijo que nada temiera. Es que
Daniel entendió las malas noticias. Y ser portador de malas noticias ante un rey pagano no era
nada bueno si uno quería conservar la cabeza en su sitio. Pero si encima el rey era de las
características de Nabucodonosor... ¡bueno, bueno! Sin embargo, Daniel nunca había rehusado
dar el mensaje, y no lo haría ahora. Con valor le dijo lo que el sueño significaba. El árbol
grande y fuerte no era otro que Nabucodonosor, quien como rey había crecido, se había hecho
fuerte y había extendido sus dominios; pero sobre él pesaría una sentencia: sería arrojado de
entre los hombres y habitaría con las bestias del campo, y peor aun: se comportaría como una de
ellas. Este fenómeno es conocido como licantropía—(del gr. lykos, “lobo” y anthropos,
“hombre”), es decir un hombre que se cree lobo—o como boantropía –(del gr. bous, “buey” y
anthropos, “hombre”), o un hombre que se cree buey—enfermedades mentales más frecuentes
en la antigüedad que hoy en día. Ahora bien, así como del árbol se conservaría la cepa, el reino

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de Nabucodonosor sería preservado hasta que al cabo de los siete años—el tiempo que se le
señaló que duraría su castigo—levantara su mirada al cielo y reconociera la soberanía de Dios.

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Se cumple lo profetizado.
Pero pasó un año, y Nabucodonosor olvidó aquel sueño. Probablemente en un primer
momento decidió hacer caso a Daniel de redimir sus pecados con justicia. Pero al pasar el
tiempo y ver que nada ocurría, se le pasó el “reavivamiento”. Un reavivamiento basado en el
temor o en los sentimientos, jamás será verdadero. Para colmo, ese año había sido realmente
espectacular para él y su reinado. Veamos:
1. Por fin había conquistado Egipto y lo
había anexado a su reino. Antes lo había
vencido (Carquemis, 605 a.C.) pero
jamás lo había conquistado. Ahora sí
Babilonia era la capital de un imperio.
2. Había llevado a la ciudad a poseer una
superficie tres veces mayor a la que había
tenido bajo su padre, transformándola en
la ciudad más grande de entonces.
3. En vez de un palacio, como tenía su
padre, Nabucodonosor contaba con tres,
uno de los cuales ostentaba los famosos
jardines colgantes, una de las siete
maravillas del mundo antiguo.
4. Era un espectáculo a los ojos, con sus
muros de ladrillo, sus pórticos de
ladrillos vitrificados en azul y decorados
con bajorrelieves, sus palacios revestidos
de algo similar a azulejos de un color
rosado, y sus templos resplandecientes en
blanco.
5. Además era una ciudad segura. Contaba con muros dobles, y en ciertos lugares hasta
triples, para defenderse de enemigos. Sí, era aparentemente inexpugnable.
6. Pero como si esto fuera poco, era una ciudad extremadamente religiosa, 2 cosa que
quedaba en claro cuando se enumeraban sus 53 templos, 955 santuarios menores, y
384 altares callejeros. ¡Todo en una ciudad de no más de 16 kilómetros de extensión
(contando sus muros)! En la figura de arriba vemos –al fondo—el Etemenanki,
principal torre templo de Babilonia, dedicada a Marduk, que se alzaba hasta 100
metros de altura, coronado por la Esagila, el templete que se destaca en la parte
superior.
Sin lugar a dudas, si el rey quería jactarse, excusas no le faltarían. Más si se tiene en
cuenta que la mayor parte de esto era el fruto de su reinado. Y triste pero efectivamente,
Nabucodonosor se jactó con las siguientes palabras: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo
1
Al respecto, ver Apunte Nº 4.
2
Esto nos dará la clave para identificar la naturaleza de la Babilonia de Apocalipsis.

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edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30).
Y con las palabras aún resonando, vino sobre él la sentencia y se cumplió en esa misma hora la
profecía sobre él. Y Nabucodonosor pasó siete años viviendo y comportándose como un animal.
Muchos han cuestionado la historicidad de este hecho, afirmando que si Nabucodonosor
hubiera estado loco, habría evidencias mayores en la historia. ¿Qué evidencias tenemos de que
sí ocurrió lo que la Biblia dice? No mucho, pero sí suficiente:
1. En primer lugar, no debemos olvidar aquel viejo axioma que dice que “la historia es
escrita por los vencedores”. Babilonia no era una democracia, y la libertad de
expresión era algo muy relativo. Como ilustración de esto sirven las crónicas de los
reyes egipcios: ¡Todas son victorias y batallas ganadas, jamás una derrota!
Nabucodonosor puede no haber querido que esto se registrara más allá de la proclama
que él hace y, durante su locura, aquellos que preservaron su reino bien pudieron
haber evitado la “publicidad” del hecho. Pero esto es un argumento del silencio, es
argumentar sobre la ausencia de evidencia. Pero para no caer en la evidencia de
ausencia, veamos un par de registros antiguos.
2. Se ha conservado un edicto de Nabucodonosor, en tablillas de arcilla, que deja claro
que Nabucodonosor, además de constructor, era fanfarrón: “Yo edifiqué Babilonia, la
santa ciudad, la gloria de los grandes dioses, y la hice más excelsa que antes, promoví
su reconstrucción... Jamás rey alguno, entre todos los reyes, creó lo que yo he creado,
ni rey anterior construyó lo que yo con toda magnificencia he construido para
Marduk... Todas mis valiosas obras, el embellecimiento de los santuarios de los
grandes dioses, que he llevado a cabo en mayor medida que todos mis antepasados de
sangre real, lo he escrito en un documento y lo he guardado para las futuras
generaciones”. Note el parecido con las expresiones de Nabucodonosor en Daniel 4.
3. La tablilla 34.114 del Museo Británico sólo conserva algunos fragmentos que son, sin
embargo, muy significativos: “Nabucodonosor consideró... su vida parecía no tener
valor... no manifiesta amor ni a hijo ni a hija... no existen ni familia ni clan...”
Bastante evidente acerca de qué habla, ¿no?
Y pasaron los siete años, al cabo de los cuales Nabucodonosor levantó sus ojos al cielo y
fue restablecido ya aun elevado a una mejor posición que antes, porque finalmente buscó a
Dios. El Nabucodonosor que vemos al final del capítulo 4 no es aquel Nabucodonosor de los
capítulos 2 y 3 que alababa al Dios del cielo más porque se veía obligado a tener un gesto de
deferencia que por convicción. Es un Nabucodonosor que ha visto que Dios puede humillar a
los soberbios y que es quien está por encima de todo y de todos, y que a nadie tiene que dar
cuenta. Esto nos abre la posibilidad de pensar que Nabucodonosor finalmente puede ser salvo,
ya que lo último que se nos dice en las Escrituras de él es positivo.
Recordando lo principal.
El tema de la soberanía de Dios aparece varias veces en este capítulo:
1. “Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho
conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino,
reino sempiterno, y su señorío de generación en generación.” (Daniel 4:2,3).

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2. “La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución,
para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y
que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres.”
(Daniel 4:17).
3. “Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y
con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás
bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene
dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere.” (Daniel 4:25).
4. “... y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu
habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti,
hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y
lo da a quien él quiere.” (Daniel 4:32).
5. “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue
devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo
dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la
tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del
cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga:
¿Qué haces?” (Daniel 4:34,35).
Algunas reflexiones.
Del capítulo 4 se desprenden, entre otras, las siguientes conclusiones:
1. Dios utilizará a quienes menos sospechamos para dar su mensaje al mundo. Él tiene
instrumentos que nosotros ni siquiera imaginamos. Si nosotros callamos, las piedras
hablarán.
2. Todo cuanto somos y logramos, proviene de Dios el Padre, por cuanto no debemos
jactarnos sino estar agradecidos y depender. Debemos recordar que “toda buena
dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no
hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg 1:17).
3. No importa qué tan hondo hayamos caído, si levantamos los ojos al cielo y buscamos
a Dios, el podrá sacarnos del pozo y llenar nuestra boca de alabanza a su nombre.
4. Dios puede elevarnos y bendecirnos aunque nos creamos animales, pero jamás si nos
creemos semidioses o autosuficientes. De todas las caídas espirituales, la soberbia es
la peor mientras permanezcamos en ella.
No hay peor sordo, que aquel que no quiere oír.
Una fiesta, muchos pecados.
Nos encontramos ahora en el 538 a.C. Si nos manejáramos por nuestro calendario, es un
12 de octubre. El rey ya no es Nabucodonosor, sino un descendiente suyo: Belsasar. Él no lo

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sabe, pero será su último día como rey, y el último día de Babilonia como imperio. La cabeza
de oro está a punto de dejarle paso al pecho y los brazos de plata. Y en efecto, ya el reino no
posee el esplendor de la época de Nabucodonosor, ya el oro no es tan oro.
¿Quién era Belsasar? A la muerte de Nabucodonosor (562 a.C.), le siguió una etapa de
luchas intestinas por el poder. Así subió al trono Amel-Marduk, quien duraría apenas dos años y
moriría asesinado, siendo reemplazado por su cuñado—y uno de sus generales—Neriglissar
quien, debido a su edad, reinaría cuatro años hasta su muerte. A éste le siguió el hijo de
Nabucodonosor, Labashi-Marduk, quien sería asesinado en el mismo año de su ascensión al
trono (556 a.C.). Finalmente, hubo un rey que logró establecerse en el trono y durar un poco
más: Nabonido. Y con este rey aparece uno de los argumentos que los críticos esgrimían en
contra de la autenticidad del libro de Daniel, ya que Nabonido fue el último rey de Babilonia
que la historia registra. ¿Dónde entra Belsasar? Los críticos aseveraban que jamás había existido
hasta que en el año 1924 se produjo el hallazgo del Relato en verso de Nabonido, donde se
registra claramente que Belsasar, el hijo mayor de Nabonido 3, había sido puesto como
comandante en jefe del ejército de Babilonia y co-regente con su padre. Nabonido partió hacia
Tema, en Arabia, lugar donde establecería por muchos años su residencia; y Belsasar quedó
reinando en la ciudad de Babilonia, con lo que el relato bíblico quedó confirmado. “El hecho de
que la identidad y el cargo de Belsasar hayan sido ahora completamente establecidos mediante
documentos de la época, que confirman así el relato del cap. 5, es uno de los grandes triunfos de
la arqueología bíblica del siglo pasado.”4
Y allí encontramos a Belsasar, en medio de una fiesta, totalmente ajeno a lo que ocurría
fuera de la ciudad. Una fiesta en la que podríamos enumerar toda una lista de pecados
cometidos por el decadente rey y sus invitados. Pero basten los siguientes:
1. Lujuria. Había allí mujeres, y las había de todas las clases.5
2. Idolatría. El versículo 4 dice que “alabaron a los dioses”.
3. Sacrilegio. Éste sería el desencadenante del castigo divino, al tomar los vasos de oro
y plata destinados a un uso sagrado, y utilizarlos para ese banquete pagano.
4. Y el peor de todos: la soberbia. Veamos por qué:
¿Qué hacía Belsasar en Babilonia en un tiempo en el que estaban en guerra con Ciro, rey
de Persia? No mucho antes, había tenido un enfrentamiento con Ciro en Opis. Belsasar se había
asentado allí para evitar que los Medo-persas cruzaran el río Tigris, pero había sufrido una
aplastante derrota. El día anterior a esta fiesta, Ciro había tomado pacíficamente la ciudad de
Sippar, a escasos 56 kilómetros de Babilonia. Al ocurrir esto, Nabonido huyó hacia el sur hasta
que vio su ruta de escape cortada y terminó entregándose. Belsasar, en cambio, se refugió en la
3
?
Al ser Belsasar hijo de Nabonido, y no de Nabucodonosor, es claro que cuando en el capítulo 5 se habla
de éste último como su “padre”, debería entenderse en los términos de “abuelo” o “antepasado”.
4

?
El documento en cuestión dice textualmente que Nabonido “confió el reinado” a su hijo mayor. Francis
Nichol, editor, “Nota Adicional del Capítulo 5”, Comentario Bíblico Adventista (CBA) 4: 832.
5
Ver David P. Gullón, Daniel, Apuntes de clase [material no editado] (Universidad Adventista del Plata,
1994), 23.

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capital. Allí dentro, demostró un temerario sentimiento de seguridad. A todas luces, confiaba en
la inexpugnabilidad de su ciudad; en la imposibilidad de que un ejército atravesara su triple
sistema de muros de defensa y que el Río Éufrates sería una barrera natural. Así que, mientras el
día anterior Ciro había llegado a menos de 60 kilómetros de él, Belsasar estaba de fiesta en su
palacio, y es que además confiaba en el significado de su nombre: “Bel, ¡protege al rey!”; por
ello en esa noche alabaron a sus dioses. Bel los libraría.
Nuevamente, Dios interviene.
Así transcurría la fiesta hasta que Dios decidió jugar el papel del aguafiestas. En el
preciso momento, “en aquella misma hora” (Dn 5:5) en que trajeron los utensilios de la casa de
Jehová
para su fiesta y para rendir honores a un dios falso, el Dios de los
cielos intervino. Nos dice el registro que “en aquella misma hora
aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía
delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio
real, y el rey veía la mano que escribía.” (Dn 5:5). El susto de
Belsasar debe haber sido mayúsculo, no solamente por lo que
estaba viendo, sino especialmente por los presentimientos que
esto le traía. Recuerde:
Ciro estaba muy cerca, Belsasar no tenía la conciencia limpia, y ahora encima aparecía esta
mano.
Abreviando la historia, Belsasar, preocupado, mandó llamar a los sabios con la promesa
de que aquel que le diera la lectura y su interpretación sería vestido de púrpura, se le pondría un
collar de oro y sería el tercero en el reino (Belsasar no podía ofrecer el segundo lugar, porque el
segundo era él mismo). Entonces, la reina madre tomó la iniciativa de sugerir al rey que llamase
a Daniel, a quien evidentemente se había desplazado en forma deliberada del servicio público,
ya que había servido bajo Nabucodonosor y volvería a hacerlo bajo Darío y Ciro. Que Belsasar
conocía a Daniel y, aun más importante, al verdadero Dios se deja ver en las palabras del
profeta: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré
la interpretación. El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza,
la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas
temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba vida;
engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba. Mas cuando su corazón se ensoberbeció,
y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su
gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las
bestias... hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres,
y que pone sobre él al que le place. Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón,
sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer
delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebisteis
vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de
madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos
son todos tus caminos, nunca honraste.” (Dn 5:17-23).
Y entonces sí, habiendo sentado las bases, le da la lectura y su significado: Mene (del
verbo “contar”), Mene, Tekel (del verbo “pesar”), Uparsin (del verbo “dividir”). En resumen:
“contado, pesado, dividido”, lo que significaba “Contó Dios tu reino y le ha puesto fin... pesado

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has sido en balanza y hallado falto... tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas.”
(Dn 5:26-28). Y en esa misma noche cayó Babilonia, Belsasar fue muerto, y Darío de Media
tomó el reino de Babilonia bajo Ciro de Persia.
La tipología de Daniel 5.
Daniel 5 tiene algo más que una dimensión histórica, tiene además una dimensión
tipológica. Recordamos un tipo es un símbolo que prefigura una realidad de orden superior. Es
una figura y sombra, y es prefigurativo. El más claro ejemplo que podemos mencionar es el del
cordero en un altar, el cual era un tipo de Cristo en la cruz. Ahora bien, Daniel 5 es el tipo.
¿Cuál es su antitipo? El Armagedón de Apocalipsis 16. No pretendemos aquí realizar un estudio
exhaustivo de todo lo que implica el Armagedón, ni de sus detalles, pero sí enumerar aquellos
elementos que resultan claramente tipológicos entre uno y otro evento.
“El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río
Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese
preparado el camino a los reyes del oriente. Y vi salir de
la boca del dragón, y de la boca de la
bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son
espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para
reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. He aquí, yo vengo como ladrón.
Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza.
Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.” (Ap 16:12-16).
1. Se menciona al Éufrates, que es el río de Babilonia. Ahora bien, hay una clara
relación entre la Babilonia literal –con sus características de unión iglesia-estado,
soberbia, exaltación humana por sobre la soberanía divina, y persecución al pueblo
de Dios—y la Babilonia del Apocalipsis, que comparte estas características, y que
pondrá al pueblo de Dios delante de un último conflicto de alcances globales y que
tendrá un carácter religioso (ver Apunte 4, acerca de la tipología de Daniel 3).
2. En la caída de la Babilonia literal, los ejércitos Medo-persas lograron entrar en la
ciudad al secarse el Río Éufrates, siendo desviado, lo que abrió la única vía de
entrada a la poderosa ciudad. De la misma manera se nos habla de un secamiento del
Éufrates simbólico, que estaría representando el quite del apoyo de las gentes a la
Babilonia espiritual del fin.
3. Entre tanto, Belsasar se sentía inalcanzable dentro de sus muros. De la misma
manera, hablando de la segunda venida de Cristo, se nos recuerda “que cuando
digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los
dolores a la mujer encinta, y no escaparán.” (1 Te 5:3).
4. Y es que la segunda venida tiene mucho que ver en esto, ya que se nos dice que se
les abriría el paso a los reyes del oriente. Quien era el regente del imperio Medo-
persa al momento de la caída de Babilonia era Ciro de Persia (bajo quien reinó Darío
de Media), quien se hallaba al oriente de Babilonia. Ahora bien, Ciro se transforma
en un tipo del Mesías, cuando el profeta Isaías registra lo que sigue: “Así dice Jehová
a su ungido [tanto la palabra Mesías como Cristo significan eso: ungido], a Ciro, al
cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar
lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: Yo iré

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delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y
cerrojos de hierro haré pedazos... Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi
escogido, te llamé por tu nombre...” (Is 45:1-4). Al enviar a Ciro, Dios estaba
liberando a su pueblo del cautiverio bajo Babilonia, y al venir nuestro Señor, nos
estará librando a nosotros del yugo de la Babilonia espiritual.
El Armagedón será entonces el último conflicto que se librará sobre esta tierra, entre los
poderes que se oponen a Dios y pretenden destruir a su pueblo. Girará sobre la adoración, tal
como hubo una profanación de lo sagrado en la fiesta de Belsasar. Y finalmente, Cristo
destruirá a Babilonia, y liberará a su pueblo de la esclavitud para siempre jamás.
¿Es el Armagedón algo terrible? ¡Sí que lo es para Babilonia! ¡Pero para los hijos de
Dios...es lo más maravilloso!
Bibliografía
Goldstein, Clifford. 1844 Hecho Simple. Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1991.
Gullón, David Pío. Daniel. Apuntes de clase (material no editado). Universidad Adventista del Plata, 1994.
Maxwell, Mervyn. El Misterio del Futuro Revelado Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana,
1991.
Nichol, Francis, editor. Comentario Bíblico Adventista. 1ª edición argentina. Trad. V.E. Ampuero Matta.
Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995. 7 vols.
White, Elena G. de. El Conflicto de los Siglos. Mountain View: Asociación Publicadora Interamericana, 1955.

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