Kernberg, O. - Una Teoría Psicoanalítica de Los Trastornos de Personalidad
Kernberg, O. - Una Teoría Psicoanalítica de Los Trastornos de Personalidad
Kernberg, O. - Una Teoría Psicoanalítica de Los Trastornos de Personalidad
Capítulo 11
U NA TEORÍA PSICOANALÍTICA
DE LOS TRASTORNOS DE PERSONALIDAD *
Otto Kernberg
¿Por qué es importante intentar formular una visión psicoanalítica de los trastornos de
personalidad, su etiología, su estructura y sus interrelaciones? Primero, es necesario
hacerlo, porque han habido avances en la comprensión psicoanalítica de los distintos
tipos de trastornos de personalidad, en la comprensión de su diagnóstico, tratamiento y
pronóstico, y de su alta prevalencia. Segundo, es necesario, porque todavía existen im-
portantes controversias en el campo de la investigación psicológica y psiquiátrica refe-
rente a los trastornos de personalidad, que una exploración psicoanalítica podría ayudar
a resolver. Me refiero a controversias tales como si debieran usarse criterios dimensionales
o categoriales para clasificar estos trastornos, la influencia relativa de factores genéticos
y constitucionales, psicodinámicos, y psicosociales en la determinación de estos trastor-
nos, y, la más importante la relación entre lo descriptivo o la conducta superficial y las
estructuras biológicas o psicológicas subyacentes.
Los investigadores que utilizan el modelo dimensional habitualmente, llevan a cabo com-
plejos análisis factoriales de un gran número de rasgos conductuales, logrando factores
específicos o algunas características conductuales sobresalientes, que en diferentes com-
binaciones, pueden caracterizar los trastornos de personalidad particulares descritos en el
nivel clínico (Benjamin,1992,1993; Costa & Widiger,1994; Widiger & Frances,1994;
Widiger,Trull,Clarkin,Sanderson & Costa,1994). Esta aproximación, enlaza conductas par-
ticulares y establece una teoría general que integra las dimensiones más importantes obte-
nidas de los análisis estadísticos. Las dimensiones, sin embargo, tienden a relacionarse en
forma más bien general con cualquier trastorno de la personalidad y, hasta ahora, parecen
haber prestado poca utilidad clínica. Ha probado ser una notable excepción a esto el
“análisis estructural de la conducta social (SASB)” de Benjamín (1992, 1993), que es un
modelo muy influenciado por el pensamiento psicoanalítico contemporáneo.
Uno de los modelos dimensionales de más uso, el de los cinco factores, ha sintetizado
numerosos análisis factoriales en la proposición de que neuroticismo, extroversión, aper-
tura, agradabilidad y escrupulosidad, constituyen factores básicos que pueden describir
todos los trastornos de personalidad oficialmente aceptados por el DSM IV (APA,1994;
Costa & Widiger,1994; Widiger y cols.,1994). El problema, en mi opinión, es si estos
factores son verdaderamente aspectos determinantes en la organización de la persona-
lidad normal o de los trastornos de la personalidad. Una igualación de estos rasgos
caractereológicos parece extraña cuando es aplicada a las características clínicas de las
constelaciones específicas de personalidad. Realizar perfiles factoriales basados en esos
cinco factores para cada trastorno de personalidad, posee una cualidad de irrealidad
para el clínico experimentado.
Uno de los principales problemas de los sistemas clasificatorios, tanto categoriales como
dimensionales, ha sido, desde mi punto de vista, la tendencia a situar la investigación
empírica demasiado cerca de la conducta observada en la superficie, que puede cumplir
funciones diferentes dentro de distintas estructuras de personalidad subyacentes. Así, por
ejemplo, lo que aparece en la superficie como timidez social, fobia social, o inhibición, y
que pudiese contribuir o al diagnóstico de una personalidad esquizoide o una personali-
dad evitativa, de hecho puede reflejar la cautela superficial de un individuo profundamen-
te paranoico, o el miedo a la exposición de un individuo narcisísticamente grandioso, o
una formación reactiva contra las tendencias exhibicionistas de una personalidad histérica.
Un problema relacionado es la necesaria dependencia; en los trabajos de investigación a
gran escala, de encuestas o cuestionarios estandarizados que tienden a ser respondidos,
en parte, de acuerdo al valor social de los rasgos particulares: por ejemplo ser escrupuloso
tiene un valor más deseable que ser irresponsable, ser generoso tiene más alto valor que
ser envidioso, etc. Nuestros instrumentos diagnósticos requieren de mayor elaboración y
pueden haber contribuido a varios de los problemas que tenemos.
La observación de las interacciones entre los niños y sus cuidadores, desde una perspectiva
psicoanalítica, el estudio de los efectos de traumas tempranos en el desarrollo del funcio-
namiento psicológico desde tal perspectiva, y de los esfuerzos para ligar estas observacio-
nes con el estudio del desarrollo temprano desde las perspectivas conducual y biológica,
deberían mutuamente enriquecer estos campos. Quizás aún más importante, la aproxi-
mación psicoanalítica al trastorno de personalidad permite, en mi opinión, desarrollar téc-
nicas particulares para trabajar con las transferencias específicas de estos trastornos y ob-
tener un cambio caracteriológico significativo como consecuencia de cambios en patrones
208 Trastornos de Personalidad: Hacia una mirada integral
de transferencia; aunque esta es una observación clínica que aun requiere de mayor sopor-
te empírico. En esta línea, algunos de los aspectos sutiles del diagnóstico diferencial de los
trastornos de personalidad, facilitados por un abordaje psicoanalítico, permiten establecer
indicadores fundamentales de pronóstico, por ejemplo la diferenciación entre trastorno de
personalidad narcisista, síndrome de narcisismo maligno, y personalidad antisocial propia-
mente tal (Bursten,1989; Hare,1986; Kernberg,1989; Stone,1990).
Presentaré ahora el modelo psicoanalítico que propongo para la clasificación de los trastor-
nos de personalidad, incorporaré contribuciones significativas de otros investigadores y teó-
ricos psicoanalíticos tales como Salman Akhtar (1989, 1992), Rainer Krause (1988; Krause &
Lutolf, 1988), Michael Stone (1980, 1990, 1993a), and Vamik Volkan (1976, 1987). La per-
sonalidad normal se caracteriza, primero que nada, por un concepto integrado de sí mismo,
y un concepto integrado de los otros significativos. Estas características estructurales, llama-
das en su conjunto, identidad del Yo (Erikson, 1956; Jacobson, 1964), se reflejan en una
sensación interna y un apariencia externa de coherencia del sí mismo, y son una condición
previa fundamental para una autoestima normal, capacidad de sentir placer y gusto por la
vida. Una visión integrada del sí mismo asegura la posibilidad de llevar a cabo los propios
deseos, desarrollar capacidades, y realizar compromisos a largo plazo. Una visión integrada
de los otros significativos garantiza una evaluación apropiada de los otros, empatía, y una
investidura emocional en los otros que implica tanto una capacidad madura de dependencia
como el poder mantener al mismo tiempo un sentido consistente de autonomía.
En una segunda etapa del desarrollo del Yo, nuevamente mediante estados afectivos de
máxima intensidad, se lleva a cabo una diferenciación gradual entre las representaciones
del sí mismo y los objetos, bajo condiciones de interacciones totalmente buenas o total-
mente malas, las que conducen a unidades internas constituidas por representaciones
Sección II • Algunos modelos conceptuales y teorías que explican los trastornos de la personalidad 211
del sí mismo, del objeto y el afecto dominante. En mi opinión, estas unidades confor-
man las estructuras básicas de la matriz Yo-Ello original que caracteriza la etapa de
separación-individuación descrita por Mahler.
Eventualmente, bajo condiciones normales, en una tercera etapa del desarrollo, las re-
presentaciones totalmente buenas y totalmente malas del sí mismo se unen en un con-
cepto integrado del sí mismo que tolera una visión realista del sí mismo como potencial-
mente imbuido tanto de impulsos de amor como de odio. Una integración paralela
ocurre con las representaciones de los otros significativos, en una combinación de repre-
sentaciones totalmente buenas/totalmente malas de cada una de las personas impor-
tantes en la vida del niño, primordialmente los padres, pero también los hermanos. Estos
desarrollos determinarán la capacidad de experimentar relaciones integradas y
ambivalentes hacia los otros, en contraste con la escisión en relaciones objetales ideali-
zadas y persecutorias. Esto marca la etapa de la constancia objetal o de relaciones objetales
internalizadas totales, en contraste con la anterior etapa de la separación-individualción
en la que las relaciones objetales parciales, mutuamente escindidas dominaban la expe-
riencia psíquica. Una normal identidad del Yo, así definida, constituye el núcleo del Yo
integrado, ahora diferenciado del Ello y el Superyó, mediante barreras represivas.
Este modelo psicoanalítico incluye una serie evolutiva de estructuras psíquicas constitu-
tivas. Comienza con el desarrollo paralelo de relaciones objetales realistas en condicio-
nes de activación afectiva baja y de relaciones objetales simbióticas en condiciones de
activación afectiva alta. A esto le sigue la fase de separación-individuación que se carac-
teriza por un aumento continuo de relaciones realistas en condiciones de afectividad
baja, pero con uso significativo de la escisión y sus mecanismos de defensa relacionados
bajo la activación de estados afectivos intensos. Esto finalmente lleva a la fase de cons-
tancia objetal, en la que se desarrolla un concepto más realista e integrado del sí mismo
y los otros significativos en el contexto de la identidad del Yo y, al mismo tiempo, la
represión elimina de la conciencia las manifestaciones más extremas de los impulsos
agresivos y sexuales que ya no pueden ser tolerados bajo el efecto de la integración
normal del Superyó.
Este modelo, estructural y evolutivo, también concibe al Superyó como constituido por
capas sucesivas de representaciones internalizadas del sí mismo y de los objetos (Jacobson,
1964; Kernberg,1984). Una primera capa de relaciones objetales internalizadas totalmen-
te malas o “persecutorias” que refleja una moralidad primitiva, prohibitiva y demandante,
tal como el niño experimenta las demandas y prohibiciones ambientales que chocan en
contra de la expresión de sus impulsos agresivos, dependientes y sexuales. Una segunda
capa de precursores superyoicos está constituido por las representaciones ideales de sí
mismo y los otros reflejando los ideales de la temprana infancia que prometen la reafirmación
del amor y la dependencia si el niño cumple con ellos. La disminución mutua del tono del
nivel persecutorio más temprano y del nivel idealizante posterior de las funciones superyoicas,
junto con la correspondiente disminución de la tendencia a reproyectar estos precursores
superyoicos, produce luego la capacidad de internalizar demandas y prohibiciones de las
figuras parentales, más realistas y de menor tono, lo que lleva a la tercera capa del Superyó
que correspondería a la etapa de constancia objetal del Yo. El proceso integrador del Yo,
212 Trastornos de Personalidad: Hacia una mirada integral
facilita de hecho este desarrollo paralelo del Superyó que, integrado, fortalece a su vez la
capacidad para relacionarse con objetos junto con la autonomía: un sistema de valores
internalizado hace al individuo menos dependiente de la confirmación o el control externo
de su conducta, facilitando a su vez el compromiso más profundo en las relaciones con
otros. En suma, autonomía e independencia, por un lado, y una capacidad para la depen-
dencia madura, por otro, van de la mano.
Habiendo resumido así mi modelo del desarrollo del aparato psíquico que hace derivar
las estructuras del Yo, Ello y Superyó a partir de niveles sucesivos de internalización,
diferenciación e integración de relaciones objetales, me dedicaré ahora a los aspectos
dinámicos de este desarrollo, los factores motivacionales subyacentes a la estructuración,
en otras palabras, a establecer una teoría de las pulsiones desde la psicología del Yo y la
teoría de las relaciones objetales.
Como lo mencioné antes, considero las pulsiones de líbido y agresión como una integra-
ción jerárquicamente superior correspondientemente de estados afectivos placenteros y
gratificantes, y de estados afectivos dolorosos y aversivos (Kernberg,1992,1994). Los
afectos son componentes instintivos de la conducta humana, es decir disposiciones in-
natas comunes a todos los individuos de la especie. Emergen en el curso de fases tem-
pranas del desarrollo, y gradualmente se organizan en pulsiones mientras se activan
como parte de relaciones objetales tempranas. Afectos gratificantes y placenteros se
integran en la libido como pulsión superior, afectos dolorosos y negativos se integran en
la agresión como pulsión superior. Los afectos como modos de reacción innatos, consti-
tucionales y genéticamente determinados, son desencadenados en un principio por di-
versas experiencias fisiológicas y corporales y luego, gradualmente, en el contexto del
desarrollo de las relaciones objetales.
La rabia representa el afecto nuclear de la agresión como una pulsión, las vicisitudes de
la rabia explican, desde mi punto de vista, los orígenes del odio y la envidia los –afectos
dominantes de los trastornos severos de personalidad– como también de la rabia y la
irritabilidad normal. En forma similar, la excitación sexual constituye el afecto nuclear de
la libido. La excitación sexual, lenta y gradualmente, se cristaliza en el afecto primitivo de
elación. Las respuestas sensuales tempranas al contacto corporal íntimo dominan el
desarrollo de la libido paralelamente al de la agresión.
El desarrollo de las relaciones objetales está impulsado por los afectos, es decir,
interacciones reales y fantaseadas son internalizadas como un complejo mundo de re-
presentaciones del sí mismo y los objetos en el contexto de interacciones afectivas; cons-
tituyen, según propongo, los determinantes de la vida mental inconsciente y de la es-
tructura del aparato psíquico. Los afectos, entonces, son tanto los cimientos de las
pulsiones como las señales de activación de las pulsiones en el contexto de la activación
de una relación objetal internalizada particular, como típicamente se expresan en los
desarrollos de la transferencia durante el psicoanálisis y la terapia psicoanalítica.
Creo que esta teoría de la motivación nos permite dar cuenta de un concepto de dispo-
siciones innatas a la activación de afectos en forma excesiva o inadecuada, haciendo así
justicia a las variaciones genéticas y constitucionales en la intensidad de los impulsos,
reflejadas, por ejemplo, en la intensidad, ritmo y umbrales de activación afectiva común-
mente designados como temperamento. Esta teoría nos permite, igualmente, incorpo-
rar los efectos del dolor físico, del trauma psíquico y de severas alteraciones en las rela-
ciones objetales tempranas, como factores que contribuyen a intensificar la agresividad
como impulso mediante el desencadenamiento de afectos negativos intensos. En suma,
esta teoría hace justicia, según creo, a la afirmación de Freud (1915) que las pulsiones
ocupan un dominio intermedio entre lo físico y lo psíquico.
Estoy dándole énfasis a este modelo para nuestra comprensión de la patología de la agre-
sión, porque la exploración de los trastornos severos de la personalidad revela
consistentemente una predominancia patológica de la agresión como un aspecto relevan-
te de su psicopatología. Un aspecto clave de la personalidad normal es la dominancia de
los impulsos libidinales sobre los agresivos. La neutralización de las pulsiones, en mi formu-
lación, implica la integración de relaciones objetales internalizadas investidas libidinal y
agresivamente, originalmente escindidas en relaciones objetales idealizadas y persecutorias;
es un proceso que lleva desde la separación-individuación a la constancia objetal, culmina
en un concepto integrado de sí mismo y de los otros significativos y la integración de los
estados derivados de las series agresiva y libidinal en una disposición afectiva de tono bajo,
discreta, elaborada y compleja, propia de la fase de constancia objetal.
Organización Nivel
Obsesivo - Compulsivo Depresivo - Masoquista Histérico
neurótica de moderado
personalidad de severidad
Organización Dependiente
limítrofe de
personalidad
“Alta” Sado - Masoquista Ciclotímico Histriónico
Esquizotípico Antisocial
Organización Nivel
Psicosis
psicótica de grave de
personalidad severidad
Introversión Extroversión