Bianchi Revolucionesliberales125 133
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“El Romanticismo, tantas veces mal defin ido, no es, después de todo, otra cosa que el libera
lismo en literatura... La libertad en el arte, la libertad en la sociedad, he ahí el doble fin al cual
deben tender, con un mismo paso, todos los espíritus consecuentes y lógicos; he ahí la doble
enseña que reúne, salvo muy pocas inteligencias, a toda esa juventud, tan fuerte y paciente, de
hoy; y junto a la juventud, y a su cabeza, lo mejor de la generación que nos ha precedido...”
Uno de los centros del nacionalismo europeo fue París, en donde se encon
traba exiliado José Mazzini, quien había constituido el grupo revolucionario
la Joven Italia, destinado a luchar por la unificación de los distintos estados
de la península y por su organización en un régimen republicano y democráti
co. Pero fue, sobre todo, en las Universidades alemanas donde se dieron las
formulaciones teóricas más completas que permitieron generar en el ánimo
de sus compatriotas la idea de una “patria” unitaria. Dicho de otro modo, el
nacionalismo –como el liberalismo y el romanticismo– fue un movimiento que
se identificó con las clases letradas.
Esto no significa que no hubiese vagos sentimientos nacionales entre los
sectores populares urbanos y entre los campesinos. Sin embargo, para estas
clases, sobre todo para las masas campesinas, la prueba de la identificación
no la constituía la nacionalidad sino la religión. Los italianos y españoles eran
“católicos”, los alemanes “protestantes” o los rusos “ortodoxos”. En Italia, el
sentimiento nacional parecía ser ajeno al localismo de la gran masa popular
que ni siquiera hablaba un idioma común. Además, el hecho de que el nacio
nalismo estuviese encarnado en las burguesías acomodadas y cultas era sufi
ciente para hacerlo sospechoso ante los más pobres. Cuando los revolucio
narios polacos, como los carbonarios italianos trataron insistentemente de
atraer a sus filas a los campesinos, con la promesa de una reforma agraria,
su fracaso fue casi total. Y este es un dato de las dificultades que implicará
la “construcción de las naciones” en el marco de las revoluciones burguesas.
LECTURA OBLIGATORIA
Tras la abdicación del rey, ante el temor de que la participación popular desem
bocara en el retorno de la república jacobina, los liberales más moderados se
apresuraron a otorgar al duque Luis Felipe de Orleans –notoriamente liberal–
la corona de Francia.
Luis Felipe, el “rey burgués” –tanto por sus ideas como por su estilo de Explorar en el MDM. Ver mapa
vida– juró la Constitución (9 de agosto de 1830). El nuevo monarca recibía 3.10. Las revoluciones de 1830.
su titularidad no por un designio divino ni en una herencia histórica deposi
tada en su familia, sino de la voluntad de los representantes del pueblo en
ejercicio pleno de la soberanía nacional. De este modo, según los principios
del liberalismo, se volvía a instalar una monarquía limitada sobre la base del
sufragio restringido. Pero esto también significaba la derrota definitiva de las
aristocracias absolutistas.
La agitación revolucionaria de 1830 no se limitó a Francia, sino que fue el
estímulo para desencadenar otros movimientos que se extendieron por gran
parte de Europa, incluso a Inglaterra, donde se intensificó la agitación por la
reforma electoral que –como vimos– culminó en 1832. Pero los movimientos
fueron particularmente intensos en otros países, donde los principios del libe
ralismo coincidían con las aspiraciones nacionalistas.
La remodelación del mapa de Europa que había hecho el Congreso de Viena
había unificado a Bélgica y Holanda. Pero todo separaba a los dos países, la
lengua, la religión e incluso, la economía. En efecto, la burguesía belga había
comenzado su industrialización y reclamaba políticas proteccionistas, mientras
que los holandeses, con hábitos seculares de comerciantes, se inclinaban por
el librecambismo. Estas cuestiones, combinadas con el incipiente nacionalis
mo, fueron las que impulsaron la revolución en Bélgica. La libertad de prensa
y de enseñanza que reclamaban los católicos –para impedir que el gobierno
holandés propagara el protestantismo por medio de los programas escola
res– fueron las banderas de lucha. De este modo, los belgas proclamaron su
independencia y un Congreso constituyente convocado en Bruselas eligió a
Leopoldo de Sajonia-Coburgo su primer monarca. Era la segunda vez que, en
la oleada revolucionaria de 1830, un rey recibía sus poderes de un parlamen
to que representaba a la nación.
También en septiembre de 1830 estallaron motines en las ciudades del
centro de Alemania; en noviembre la ola revolucionaria alcanzó a Polonia, y
a comienzos de 1831 se extendió a los estados italianos. Pero estos movi
mientos fueron sofocados. Los príncipes alemanes reprimieron a los liberales
y controlaron fácilmente los focos de insurrección. Los revolucionarios pola
cos e italianos fueron impotentes frente a los estados absolutistas –Rusia y
Austria, respectivamente– a los que estaban sometidos. Las diferencias den
tro de las fuerzas movilizadas, entre la burguesía y las masas populares por
un lado, entre quienes aspiraban a reformas más radicales y entre los libera
les que anhelaban únicamente modernizar el sistema político, por otro, fue
ron factores que debilitaron a los revolucionarios. Sin embargo, quedaba el
impulso para un nuevo asalto.
LECTURA OBLIGATORIA
Piamonte-Cerdeña, bajo el reinado de Víctor Manuel III, contaba con una Cons
titución liberal. De allí saldrán las bases para la posterior unificación (1870).
La agitación revolucionaria también se propagó a Austria y a los estados
alemanes. Mientras el pueblo de Viena se levantaba en armas y obligaba a
huir al canciller Metternich, en otras regiones del Imperio –Bohemia, Hungría
y los estados italianos del norte– estallaban las insurrecciones. En Prusia, la
sublevación de Berlín exigió al rey una constitución, mientras los demás esta
dos alemanes se movilizaban y los partidarios del régimen constitucional reu
nían en Frankfurt un congreso con el objetivo de unificar Alemania. Pero los
soberanos absolutistas se apoyaron mutuamente para frustrar a los revolu
cionarios, de este modo, los levantamientos fueron sofocados por las fuerzas
de las armas.
Las revoluciones del 48 rompieron como grandes olas, y dejaron tras de sí
poco más que el mito y la promesa. Si había anunciado la “primavera de los
pueblos”, fueron –en efecto– tan breves como una primavera. Sin embargo,
de allí se recogieron enseñanzas. Los trabajadores aprendieron que no obten
drían ventajas de una revolución protagonizada por la burguesía y que debían
imponerse con su fuerza propia. Los sectores más conservadores de la bur
guesía aprendieron que no podían más confiar en la fuerza de las barricadas.
En lo sucesivo, las fuerzas del conservadurismo deberían defenderse de otra
manera y tuvieron que aprender las consignas de la “política del pueblo”. La
elección de Luis Napoleón –el primer jefe de Estado moderno que gobernó por
medio de la demagogia– enseñó que la democracia del sufragio universal era
compatible con el orden social. Pero las revoluciones del 48 significaron fun
damentalmente –al menos en Europa occidental– el fin de la política tradicio
nal y demostraron que el liberalismo, la democracia política, el nacionalismo,
las clases medias e incluso las clases trabajadoras iban a ser protagonistas
permanentes del panorama político.