Cuento La Señora Iguana
Cuento La Señora Iguana
Cuento La Señora Iguana
Todos los días después de regar los árboles la señora Josefa tejía
sus chinchorros multicolores. La señora Iguana le comentó al conejo
gris:
—Tus manos son muy cortas y no podrás trenzar los hilos —dijo el
conejo.
—Te puede ayudar el pájaro gonzalico que teje sus nidos como una
gran mochila —informó el conejo.
Otra arremetida del viento del sur hizo que la señora Iguana cayera
al suelo haciendo un ruido al golpear su cuerpo con la tierra. Su piel
verde contrastaba con la arena amarilla. La señora Josefa la vio y
lanzó un grito.
Se formó tal alboroto que los niños corrían despavoridos. Los más
grandes empezaron a lanzarle peñascos. Temblando de miedo la
señora Iguana subió al techo y se escondió en una gárgola. Como
los estudiantes no pudieron trepar a la azotea volvieron a su salón.
Señora Josefa:
Por favor no me mate. Yo amo la vida. Me maravilla
cuando los árboles de cañaguate se visten de flores amarillas que
se divisan en la distancia.
Como me dijeron que usted es muy buena voy a su jardín
y tomo unas hojitas, pocas porque mi estómago es pequeño,
incluso son más las que caen a tierra y usted debe barrerlas y
apilarlas y he visto a su hija Rebeca quemarlas.
Un día estaba observándola tejer sus chinchorros
multicolores con deseo de ayudarla, cuando un viento del sur
me tiró al suelo. Usted me vio y dijo a sus nietos «mátenla» y
ellos me acosaron con piedras. Si hubiese sentido cómo latía
mi corazón seguramente hubiese detenido a esos muchachos.
Gracias a Dios no me alcanzaron.
Quiero tener hijos para asolearlos y pasearlos por las
lagunas aspirando el aroma de las cerezas después de las lluvias
mientras escuchamos la música de los pájaros. Por favor no me
mate.
Atentamente,
la señora Iguana.
—La señora Josefa te pide perdón por causarte tanto dolor y te invita
para que vivas en su patio.
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