Hasta Que Punto Somos Libres
Hasta Que Punto Somos Libres
Hasta Que Punto Somos Libres
La literatura védica atribuye una habilidad similar a Dios, pero va más allá al permitir
que los seres humanos puedan compartir esta habilidad. Un método consiste en
practicar el yoga apropiado y adquirir el siddhi (perfección mística) denominado tri-
kala-jña, literalmente «conocedor de los tres tiempos» (es decir, pasado, presente y
futuro). Es interesante notar que esta habilidad es considerada una de las menos
importantes y la más fácil de obtener de los varios poderes místicos védicos.
Sam Surya va un día al orfanato de su ciudad y hace una gran donación. En otro lugar
de la ciudad, Andy Andhakara roba un banco. ¿Qué llevó a estos dos a tomar
decisiones tan drásticamente diferentes? ¿Fue su propia voluntad o la fuerza de algún
otro factor? En otras palabras, ¿estaban predeterminadas sus acciones o tenían Sam y
Andy libre albedrío?
Determinismo estricto
Una perspectiva de este debate consiste en afirmar que Sam Surya estaba destinado a
donar y Andy Andhakara a robar, y que ninguno de los dos tuvo nunca voz ni voto en el
asunto. Esta es la teoría conocida como determinismo estricto. Sostiene que todas las
acciones humanas son el resultado directo de una secuencia de causas y efectos tales
que están predeterminadas y pueden desarrollarse de una sola y única manera. Por lo
tanto, no somos nosotros quienes determinamos nuestras acciones. Por el contrario,
son causadas por algo que está más allá de nosotros. En general, los filósofos
occidentales se han resistido a adoptar este punto de vista, y con razón: el
determinismo estricto es contrario tanto a la experiencia común como a las normas de
la civilización. (La doctrina de la predestinación de las almas, propugnada por San
Agustín en el siglo V y defendida por los líderes de la Reforma protestante en el siglo
XVI, es una importante excepción). Lejos de sentirnos forzados a cada acción que
emprendemos, instintivamente sentimos que podemos tomar decisiones en nuestras
vidas. Por tanto, la idea de que no tenemos ningún control sobre lo que hacemos nos
repugna. Y las leyes que rigen la sociedad solo tienen sentido si los ciudadanos pueden
decidir seguirlas o no. Por ejemplo, tal vez apoyaríamos castigar a Andy Andhakara
para enviar a la comunidad el mensaje de que robar es malo y nadie debe seguir su
ejemplo. Pero si los ciudadanos no tienen poder para decidir robar o no, ¿de qué sirve
enviar ese mensaje? Por lo tanto, el determinismo estricto puede rechazarse por ser
contraintuitivo y muy poco práctico.
Una vez rechazado este extremo, probemos el otro. Mientras que el determinismo
estricto nos dice que Sam y Andy tenían que actuar cada uno de una manera
determinada, la perspectiva opuesta nos dice que podrían haber actuado
absolutamente de cualquier manera. Esta es la teoría conocida como libre albedrío
categórico. Sostiene que las acciones humanas son, en teoría, completamente
ilimitadas y pueden desarrollarse de infinitas maneras. Nuestro comportamiento no es
el producto preestablecido de ningún gran esquema universal, sino que es fluido y
flexible. Esencialmente no tiene causa, ya que eso limitaría su curso.
A diferencia de la teoría del determinismo estricto, que ha tenido pocos adeptos entre
los filósofos occidentales, la teoría del libre albedrío categórico ha sido adoptada por
muchos, entre ellos el filósofo francés René Descartes a principios del siglo XVII y el
filósofo alemán Immanuel Kant a finales del siglo XVIII. De hecho, es un alivio
bienvenido frente a la rigidez asfixiante del determinismo, y resuena con las nociones
occidentales de libertad e independencia. Pero, como han señalado otros filósofos
(entre ellos los citados en el siguiente apartado), va demasiado lejos. Sostienen que un
fenómeno o tiene una causa (o causas) o es completamente aleatorio; no hay una
tercera opción. Por tanto, decir que las acciones humanas no tienen causa es decir que
son aleatorias. Pero la observación del mundo que nos rodea demuestra que
claramente no es así. No vemos a las madres abrazando su ropa sucia y arrojando a sus
bebés a la lavadora. Más bien, en lugar de ese caos inexplicable (la consecuencia lógica
de esta teoría) observamos orden y sentido en el comportamiento humano. Por lo
tanto, el libre albedrío categórico también debe rechazarse por ilógico e irreal.
Determinismo blando
Así, mientras que el determinismo estricto nos deja sin espacio para respirar, resulta
que el libre albedrío categórico abre excesivamente la puerta. Ninguna de las dos
teorías nos permite influir conscientemente en nuestros actos. ¿Qué hay del término
medio, algo entre estos dos extremos? Tal perspectiva permitiría a Sam y Andy llevar a
cabo sus acciones de alguna manera que reconciliara determinismo y libre albedrío. El
comportamiento humano podría entenderse entonces como algo no caprichoso ni
automáticamente promulgado con independencia de los deseos individuales.
Innumerables personas han apoyado algún compromiso de este tipo —incluidos los
filósofos ingleses Thomas Hobbes, John Locke y John Stuart Mill—, y representa más o
menos el consenso de la filosofía occidental contemporánea. Entre ellos, el filósofo
escocés de mediados del siglo XVIII David Hume hizo la que posiblemente sea la
principal presentación. Su teoría se ha denominado determinismo blando porque toma
el determinismo estricto y lo altera de forma que permite la libertad personal y la
responsabilidad moral. Parte de la idea de que toda acción humana tiene una causa
que determina su desarrollo. Si esta causa es algo externo al individuo, se refiere a la
acción resultante como involuntaria. Si la causa es un deseo interno del individuo, la
acción resultante es voluntaria. Mientras que en el determinismo estricto todas las
acciones están causadas por fuerzas externas y son, por tanto, lo que Hume llamaría
involuntarias, su determinismo suave permite tanto causas externas como internas. De
hecho, hace hincapié en estas últimas al explicar que los seres humanos siempre
actuarán de acuerdo con su deseo interno más poderoso, a menos que se vean
forzados por algún factor externo.
Hume concluye considerando que tal acción voluntaria es «libre» y, por tanto,
susceptible de escrutinio moral. Así, según la teoría de Hume, se considera que la
donación de Sam está determinada causalmente por su deseo de donar y, sin
embargo, también se considera libre porque se hace voluntariamente. El acto de robo
de Andy está causado por su deseo de adquirir dinero, pero sigue siendo moralmente
culpable porque no se vio obligado a actuar en contra de sus deseos.
Aunque con el determinismo blando de Hume tenemos por fin una teoría que conecta
a los individuos con su comportamiento, es cuestionable que lo haga de un modo que
les otorgue libertad real. Si bien evita el impersonalismo opresivo del determinismo
estricto y el caos del libre albedrío categórico, ¿otorga realmente a los seres humanos
el poder de elegir conscientemente? Los críticos han dicho que no. Han señalado que,
aunque según la teoría de Hume los individuos actúan voluntariamente, no lo hacen
libremente. Esto se debe a que los deseos internos que causan sus acciones no están
bajo su control consciente. Por ejemplo, Sam actúa voluntariamente de acuerdo con su
deseo de hacer caridad (y por eso siente que actúa libremente), pero ¿de dónde viene
ese deseo? ¿Eligió tener el tipo de personalidad que se inclina a dar?
Por ejemplo, la literatura védica contiene una plétora de reglas, regulaciones y rituales.
Muchos prominentes filósofos vaiṣṇavas han usado la misma lógica que citamos antes
para derrotar el determinismo estricto para afirmar que tales prescripciones
escriturales (y sus recompensas y castigos asociados) pueden tener significado solo si
la entidad viviente tiene algún grado de independencia factual. De hecho, «La Suprema
Personalidad de Dios ha formulado y aplicado con tanta destreza las leyes de la
naturaleza material que rigen el castigo y la recompensa por el comportamiento
humano que la entidad viviente es desalentada del pecado y alentada hacia la bondad
sin sufrir ninguna interferencia significativa con su libre albedrío como alma eterna».
(Śrīmad-Bhāgavatam 10.24.14, significado de los discípulos de Prabhupāda).
Es importante notar aquí, sin embargo, que como la mente es considerada material en
el entendimiento védico, está sujeta al mismo control rígido que fue atribuido al
cuerpo anteriormente. Así como el libre albedrío del ser viviente no puede extenderse
a las acciones del cuerpo físico y los sentidos, tampoco puede extenderse a las
acciones de la mente o la inteligencia. Consecuentemente, el libre albedrío del que
habla Prabhupāda debe restringirse al dominio del alma espiritual propiamente dicha,
y deben ser las acciones de esta alma las que merezcan los diversos castigos y
recompensas de los que habla. Pero, ¿cómo actúa el alma? Prabhupāda explica que es
a través del deseo. No solo eso, va un paso más allá para revelar que el deseo de
«entregarse a Dios o no hacerlo, es la expresión esencial de nuestro libre albedrío».
Y ahí, por fin, esta nuestra respuesta y la resolución védica del problema del
determinismo frente al libre albedrío. Como seres humanos, nuestra libertad se limita
a desear acercarnos a Dios o alejarnos de Él. La naturaleza material, bajo la supervisión
de Dios, se encarga del resto. Según nuestros deseos pasados, se nos proporciona al
nacer un cuerpo adecuado a través del cual los modos de la naturaleza material nos
ayudan a realizar acciones adecuadas a esos deseos. Dentro de las limitaciones de este
cuerpo, que van desde nuestra disposición mental hasta los resultados kármicos que
se nos deben mientras estamos en él, tenemos la oportunidad de formar nuevos
deseos. Estos deseos pueden tomar muchas formas, pero siempre serán reducibles a
una de dos grandes categorías: deseos de estar más cerca de Dios, o deseos de estar
más lejos de Él. Nuestros nuevos deseos crean entonces reacciones kármicas que, a su
vez, determinan nuestro próximo cuerpo.
Esta comprensión védica del libre albedrío nos salva del callejón sin salida al que nos
condujo el determinismo blando. Podemos rastrear los múltiples deseos que causan
que una persona actúe desde la crianza de su vida presente hasta su naturaleza al
nacer, a los deseos de sus vidas anteriores, y, subyacente a todo, a su deseo progresivo
de rendirse o rebelarse contra Dios. La libertad reina en este nivel final y primario,
mientras que el determinismo domina todos los eslabones posteriores de la cadena.
Podríamos llamar al modelo védico una especie de libre albedrío binario.
Por ejemplo, Sam Surya, en su nacimiento anterior, debe haber tenido deseos
piadosos (por ejemplo, deseos desinteresados de renunciar a los placeres por un
propósito más elevado). Como resultado, probablemente nació con una generosidad
innata y recibió una buena formación de sus padres y primeros maestros, lo que le
permitió progresar hacia Dios. Andy Andhakara, por otro lado, debió de tener deseos
impíos (por ejemplo, deseos egoístas que se centraban en su propio bienestar a costa
de los demás), lo que le llevó a nacer en una situación degradada favorable para
expresar y actuar según tales deseos. La clave para entender cómo funciona esto está
en darse cuenta de que el karma se aplica a un nivel sutil, además de burdo. Las
buenas acciones no solo crean buenas circunstancias; también crean el deseo de
realizar más acciones buenas. Y viceversa.
A diferencia de la pizarra en blanco del libre albedrío o la pista fija del determinismo,
esta mezcla de ambos podría compararse a una película interactiva que nos permite
elegir en momentos clave y luego se desarrolla automáticamente hasta la siguiente
decisión. Si hacemos elecciones favorables al restablecimiento de nuestra relación con
Dios, como Sam Surya, tendremos más y mejores opciones de este tipo la próxima vez.
Si tomamos decisiones que dificultan nuestra conexión con Dios, como Andy
Andhakara, las opciones piadosas disminuirán en alcance y cantidad. En cualquier caso,
lo que ocurre entre los puntos de decisión es el producto preestablecido de
innumerables elecciones pasadas.
Cuando finalmente evolucionamos hasta el punto en que deseamos sin reservas y sin
interrupción solo estar más cerca de Dios, entonces rompemos la cadena de cuerpos
físicos sucesivos y podemos regresar a la morada divina. Allí, habiendo revivido
nuestros cuerpos espirituales originales, seremos completamente independientes de
las leyes de la naturaleza que tan rígidamente nos controlan en este mundo. Así
llegamos a la última paradoja del libre albedrío. Cuando estamos en cada momento
ofreciendo amorosamente nuestro libre albedrío a los pies de Dios para Su placer en
lugar del nuestro, entonces y solo entonces somos los más libres.