Lección 1. Evolución Histórica y Sistemas Penitenciarios
Lección 1. Evolución Histórica y Sistemas Penitenciarios
Lección 1. Evolución Histórica y Sistemas Penitenciarios
Si pena, con carácter general, puede definirse como una institución de derecho
público que limita un derecho a una persona física, e imputable como consecuencia de
una infracción criminal impuesta en una sentencia firme por un órgano judicial; pena
privativa de libertad ha de ser aquella impuesta por el Estado, a través de sus Tribunales
de justicia, que restringe la capacidad ambulatoria del condenado, obligándole a
permanecer en un lugar destinado al efecto, quedando sometido a un régimen de vida
que implica que otros derechos y libertades queden igualmente limitados. No obstante,
en este último caso, se trata de un concepto relativamente moderno, por cuanto surge
con la Edad moderna.
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(deportación, destierro) integraron el compendio principal aplicable a los que
quebrantaron el orden penal establecido. No obstante, desde tiempos remotos, todos los
pueblos han conocido la necesidad social del internamiento. La reclusión de custodia,
llevada a cabo en la cárcel como institución cautelar, es lo usual. Y es que, como ha
afirmado García Valdés, “lugares donde retener a la persona acusada o culpable de
haber cometido un delito han existido siempre. Lo que ha variado, en mutación
progresiva, ha sido su concepción”. Así el derecho bíblico, oriental, eslavo, griego,
romano, germánico, de la recepción y precolombino la contemplaron en sus prácticas y
normativas. En este sentido, fueron aquellos locales donde retener y custodiar a los
acusados de los delitos más graves -pues los leves permitían el pago de una fianza que
evitaba la reclusión-, a la espera de juicio y, en su caso, de posterior y rápida ejecución
de la condena, antiguos depósitos de aguas, las torres de las ciudades, los calabozos,
mazmorras y torreones de los castillos, las cámaras bajas de los tribunales de justicia o
los sótanos de las casas consistoriales. Lugares, en muchos casos, donde la crueldad y la
incomodidad iban de la mano. Únicamente suavizadas por el pago por parte de los
recluidos de estipendios para mejora de sus condiciones a los alcaides: “derechos” y
“carcelajes” de diversa índole. Y, sin embargo, la idea predominante, reiterada en las
legislaciones, es y fue preservar, en lo posible, la vida del reo, al menos hasta su puesta
a disposición de la justicia (ya para el juicio, ya para la ejecución de la pena).
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Tal regla general citada del encarcelamiento como modo de custodia del reo,
hasta el momento del juicio o la ejecución, no solamente se aprecia en la vieja Europa,
sino también en la América precolombina. Entre las manifestaciones prehispánicas, las
culturas Azteca y Maya junto a la compositio (reparación de la ofensa entre particulares)
mantuvieron la pena de muerte para la mayor parte de los delitos junto al exilio y la
esclavitud del reo. La cárcel carecía de entidad, materializada únicamente en jaulas de
madera (cuauhcalli, petlacalli y el teilpiloyan) para contener a prisioneros de guerra en
espera de su sacrificio a los dioses, a criminales en espera de su ejecución, o a los
deudores. En cambio, el Incario y la cultura Aymara, además de la composición, las
penas de esclavitud (sobre los yanaconas) a trabajos forzados, y la pena de muerte para
multitud de delitos, contemplaban en sus normas modos de privación de libertad
preventiva o detentiva en Pinas y punitiva de larga duración o perpetua (Sancay). Con
la etapa colonial se constituyen cárceles especiales, comunes, eclesiásticas y de
inquisición. La especial de Nobles se destinaba a la custodia de nobles y caballeros,
reflejada en la Ley 15 del Tomo II, título 6º de la Recopilación de las Leyes de Indias
(firmada por Carlos I en 1531); la cárcel Común, u ordinaria, se confirmaba por Felipe
II en 1578 en la Ley 1ª, Tomo II, Libro 7º, Título 6º de la Novísima Recopilación de las
Leyes de Indias, mandando que “en todas las ciudades y villas y lugares de las Indias se
hagan cárceles para custodia y guarda de los delincuentes y otros que deben estar
presos”; la cárcel Eclesiástica o de corona, destinada a los religiosos díscolos, pero
también en algunos casos utilizadas indebidamente por el clero; y, la cárcel de
Inquisición, operada por los representantes del Tribunal del Santo Oficio en América
desde 1570 en Lima, 1571 en México y 1610 en Cartagena de indias.
Desde la Edad Media, la privación de libertad se usó, sin embargo, con algunos
cometidos punitivos, sirviendo como excepción a la regla general custodial-preventiva.
Así, son coetáneas de la cárcel de custodia la prisión por deudas o la ejecución de la
pena de muerte en calabozos. De modo similar, en algunos ordenamientos se
prescribieron penas de reclusión por cortos espacios de tiempo para delitos menores, si
bien integran, junto a las citadas, una minoría de supuestos en el ámbito comparado. Se
impone así, de manera casi excepcional, la pena de reclusión en casos concretos como
los del Edicto de Luitprando, rey de los Longobardos (712-744), que disponía que cada
juez tuviera en su ciudad una cárcel para encerrar a los ladrones por uno o dos años; o la
capitular de Carlomagno del año 813, que permitía que las gentes “Boni generi”, que
hubiesen delinquido, fueran ingresadas en prisión hasta que se corrigieran; o se aplicó
para supuestos de leve infracción (v.gr. un año de prisión para los cazadores que usaren
trampas para venados según el Ordenamiento de Alcalá de 1348).
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prisión eclesiástica, -no la inquisitorial, que es principalmente de custodia-, se muestra
igualmente como pena sustantiva y responde al sentido de penitencia y meditación
propia de la sanción cristiana. Se aplicó, en su origen, sobre religiosos díscolos o
condenados por la comisión de un delito, extendiéndose más tarde a los seglares
acusados de herejía. El aislamiento solitario (detrusio in monasterium) será el modo de
cumplimiento, sin otras crueldades añadidas, siguiendo la máxima agustiniana:
“Ecclesia non sitit sanguinem sed contrictio cordis: poenitentia”. Se trató de purgar el
pecado mediante la lectura de los textos sagrados con un estricto régimen alimenticio y
penitenciario, así como mediante el trabajo manual, empleando la reclusión en celda,
que con el tiempo vendrá a denominarse celular (en contraposición a los modos de
aglomeración propios de la reclusión secular). Los locales para ello vinieron a ser los
monasterios, en algún ala particular o conformando un edificio adjunto o carcer o
ergastulum, y los conventos y abadías. El aislamiento celular característico de este tipo
de castigo y la finalidad redentora de la misma vendrán a influir de modo determinante,
con el paso de los siglos, en la configuración de los sistemas penitenciarios.
A partir del s. XVI vino, en todo caso, a cambiar la tendencia aludida del
encarcelamiento preventivo o custodial, aportando los elementos que configurarán la
privación de libertad futura, como pena sustantiva y autónoma, en sus diversas
manifestaciones prácticas. Desde una necesaria perspectiva pluricausalista, confluyen
varios factores para descifrar el origen de esta penalidad emergente en el s. XVI. Un
primer elemento se halla en la realidad social resultado del humanismo postrenacentista
que concibe al ser humano como titular de derechos y libertades que podrán ser privadas
o restringidas mediante compulsión penal. Y en este marco tendrán su incidencia otros
factores fundamentales. El primero es de carácter político-criminal, basado en el
crecimiento de la delincuencia a finales del s. XV y durante el s. XVI, producto del
detrimento de la economía agrícola y la crisis del modo de vida feudal junto a la
expansión de los núcleos urbanos. Las penas de muerte y corporales previstas en las
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normativas penales se muestran poco disuasorias, excesivas e inútiles, para contrarrestar
aquella pequeña delincuencia. A ello se añade, como factor de máxima trascendencia, la
influencia del humanismo cristiano y específicamente del pensamiento calvinista, que
introduce el trabajo como elemento redentor del recluso, surgiendo además como
reacción frente a la desproporcionada penalidad –muerte y corporales principalmente-
implantada en las provincias del norte de Europa por la justicia imperial española. La
aparición de las casas de corrección será consecuencia directa de esta tendencia
alternativa a tan excesiva penalidad. En efecto, una inequívoca idea religiosa
impregnará los centros de trabajo y reclusión de Ámsterdam (1596), el establecimiento
de menores de San Felipe Neri en Florencia (1667), el de San Michele en Roma, creado
por iniciativa del Papa Clemente IX y por obra del arquitecto Fontana (1704), o, en
España, el Padre de Huérfanos de Valencia (1337), el Padre general de menores (1636),
el Padre de huérfanos de Zaragoza (1669) y los Toribios de Sevilla (1724). En tercer
término, se ha argumentado un factor socioeconómico, fundamentado en los fines de
explotación y en la utilización del trabajo de los reclusos, pero que pierde prevalencia
pues aporta únicamente una visión reducida y significación parcial del fenómeno en
aquel momento de eclosión, más adecuado en todo caso para la exégesis del s. XIX.
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tratamiento de los pequeños delincuentes, junto a la aplicación de la sentencia
indeterminada, la correctiva y decisiva influencia del trabajo prisional y la rehabilitación
industrial del internado, al admitir entre sus reclusos especialmente a pequeños
infractores contra la propiedad.
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El ejemplo de Ámsterdam se extendería en las décadas siguientes a otras
ciudades de la Liga Hanseática (Bremen 1609, Lübeck 1613, Osnabrück 1621,
Hamburgo 1622 y Danzig 1629); y, posteriormente, a otros países europeos tomando la
forma de Zuchthaüsern (hospicios correccionales), como los hubo en Basilea (1667),
Breslau (1668), Viena (1670), Fráncfort (1684), Spandau (1684), Königsberg (1691),
Leipzig (1701), Halle (1717), Cassel (1720), Brieg (1756) y Torgau (1771); y de
Schellenwerke o Casas de trabajo (Suiza). En España, a partir de 1608, la reclusión de
mujeres tuvo similar carácter correccional, realzando el control moral hacia la mujer y
su honestidad en las llamadas Casas Galeras, asimilando delito y pecado, para aquellas
delincuentes que merecían pena superior a azotes y vergüenza (delincuentes, prostitutas,
vagabundas, etc.). Se trataba de una medida paralela y similar en su estricto régimen al
duro modo de vida de los penados galeotes que remaban en las galeras del rey, y a
semejanza de la conmutación que a ellos se realizaba de las penas corporales, en el
ánimo de igualar su trato y rigor penal. Con este motivo, se abrieron en Madrid,
Valladolid, Granada, o más tarde en Burgos, Casas-Galera. La indeterminación del
periodo de encierro, al igual que la pena naval para hombres en sus inicios, será la nota
característica. El principal ejemplo hispano de Casa de corrección será el de San
Fernando del Jarama, fundada en 1766, en virtud de sus principios inspiradores y el
régimen instaurado en la misma, conformando el antecedente directo de la pena de
prisión correccional en España.
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integrando en su seno aquélla. El último tercio del siglo XVIII será, como se ha
señalado el punto de inflexión. Los primeros sistemas penitenciarios norteamericanos
son el resultado de la asimilación de la idea europea de la reclusión, con carácter
punitivo y con sus elementos característicos, y de su integración en una estructura
arquitectónica específica: la penitenciaría.
El trabajo forzado vino a contemplarse en aquella etapa más como una sanción
efectiva y humana que como una penalidad física o corporal, porque se asumía su valor
rehabilitador en la persona. Los reformadores cuáqueros de Pennsylvania sostuvieron
esta perspectiva y ayudaron a eliminar la desigualdad práctica entre los más o menos
adinerados convictos, que hasta entonces habían percibido un diferenciado trato
carcelario, resolviendo la obligación de trabajar para todos los internos. El trabajo
redimiría e igualaría a los penados. Es bajo esa concepción penal cuando nacen los
nuevos establecimientos penitenciarios. La primera penitenciaría americana lo sería la
cárcel de la calle Walnut (Walnut Street Jail), ubicada en la emergente ciudad de
Filadelfia y establecida por el Act of Assembly de 5 de abril de 1790. De pequeña
estructura, había sido originalmente concebida y construida para servir como lugar de
detención del condado en la principal población de Pennsylvania. Sin embargo, a raíz
del citado Act se modificaba su interior y se convertía en Casa-penitenciaría para todos
los delincuentes penados del Estado, aparte de aquellos sentenciados a muerte. Esta
normativa y el régimen que prescribía, iban a ser reproducidos sustancialmente en
Virginia, Kentucky y Maryland.
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of the Miseries of Public Prisons, fundada en 1787. Imbuidos de las ideas de Howard,
como grupo de notable influencia, persuadieron a la Legislatura, para crear la primera
penitenciaría en la citada prisión de la Calle Walnut. Para la promulgación de este Act
los legisladores tomaban, así, conciencia de las sugerencias de tales grupos de reforma
y, por primera vez, en América del Norte, los principios de confinamiento solitario,
sugeridos por John Howard y trasladados a la Penitentiary Act de 1779 inglesa, que
prescribía un sistema de trabajo en común diurno y aislamiento nocturno, se llevaban a
efecto. El Act de 1790 recogía incipientes criterios de clasificación: la definitiva
separación de determinados internos como los deudores de los demás delincuentes
convictos, o la de ambos sexos. Asimismo, se ordenaba la construcción de un bloque de
celdas en el patio de la prisión para la completa segregación celular de los más
peligrosos delincuentes. La primera penitenciaría se hacía realidad en esta sección, en la
idea de corregir a los penados por medio de su aislamiento. Más tarde, algún trabajo,
mayoritariamente textil, sería introducido en aquél ala de la prisión para mantener la
salud física y mental de los internos. Este diseño organizativo de la reclusión con
carácter punitivo, que integra un régimen de vida específico y lo pone en relación con
una idea arquitectónica ad hoc, vendrá a configurar los denominados sistemas
penitenciarios.
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Prisiones y sistemas
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Plano de la prisión de Gante (1773)
La prisión panóptica
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Plano y fotografía de una prisión según el diseño Panóptico
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Estilo radial o de estrella: Planos de la prisión de Filadelfia (1829)
Sistema de Auburn
Sistema progresivo
La simiente progresiva iba a dar más frutos, gracias a la difusión de las primeras
experiencias y, en algún supuesto, a la comunicación entre los directores de aquellos
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establecimientos. Así, además de las positivas prácticas de Montesinos en Valencia
cabría hacer mención de las de Maconochie en Norfolk, Fry en Newgate, Von
Obermaier en Munich, Crofton en Irlanda o Sollohub en Moscú como otras localizadas
experiencias, contemporáneas entre sí, y en los casos más evolucionados de
Maconochie o Montesinos, con similar apoyo, limitado, por parte de sus gobiernos.
Hasta 1837, dos años después de hacerse cargo Montesinos del presidio valenciano y de
implantar su sistema, no pone Maconochie su atención principal en la situación de los
convictos. El contexto reformador en el que desarrollaba su pensamiento se advierte en
los esfuerzos complementarios de otros británicos de mitad del s. XIX por la mejora de
las condiciones y tratamiento de los delincuentes. Iban a surtir su efecto las iniciativas
de Romilly, Buxton, Fry, Lushington, Brougham, Russell, Jebb, Clay, Crofton,
Mayhew, Organ, Carpenter, los hermanos Hill (Frederick y Matthew Davenport),
Shaftesbury, Derby, Kelly, Bright, Bowring, Adderley, Teignmouth, Lichfield, Aspland,
Hastings, Hanbury, Perry, Turner, Baker, Sturge, Hibbard, Ewart, Gilpin, Fowler,
Pearson, etc...
Son los años del resplandor y del ardor celular, del auge del aislamiento y de los
sistemas pensilvánico y auburniano, con sus etapas de encierro que asombran a Europa
y que a algunos experimentados penitenciarios como Montesinos o Maconochie no
terminan de convencer. Se señala la influencia del viaje en 1831 de los franceses
Beaumont y Toqueville; del británico William Crawford en 1832, representando a la
London Society for the Improvement of Prison Discipline; o de Julius, en
representación de Prusia en 1834. La primacía la conseguiría, como se ha dicho, el
modelo de Filadelfia. No obstante, el apoyo científico comparado a tal régimen celular
llegaría, como se señaló, en los primeros congresos penitenciarios de Frankfurt y
Bruselas, de 1846 y 1847. Son también los años del surgimiento de otras vertientes u
orientaciones trascendentes. La visión que aportara e impulsaba, entre otros, Charles
Lucas, remarcando los principios educadores como fundamento esencial de la actividad
penitenciaria, en contraste con los modelos filadélfico o auburniano. Y por fin, la
simiente del sistema individualizador basado en la sentencia indeterminada, que
promoviera desde su modelo Maconochie y se vislumbra, reforzada, tiempo después. La
pena indeterminada había tenido su defensa en las personas de Maconochie, Crofton,
Von Holtzendorff, Frederick Hill, Brockway, Bonneville de Marsangy y algunos
penólogos prácticos de otros países, y llegará tal planteamiento a ser propuesto como el
más beneficioso sistema entre las conclusiones del Congreso penitenciario de Cincinnati
(Ohio) de 1870, o incluso en el de Estocolmo de 1878.
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aquel modo de libertad condicional que se obtenía al cumplir el penado la mitad o la
tercera parte de la condena.
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El sistema paralelo, también conocido como “de poste telefónico”, va a ser el
característico en la arquitectura penitenciaria del siglo XX y comienzos del XXI, a
ambos lados del Atlántico. Las posibles modificaciones a éste en la actualidad
mantienen su idea originaria y se manifiestan en diseños de centros penitenciarios
modulares (conformados por módulos idénticos destinados a diferentes tipologías de
internos en virtud de un criterio de clasificación penitenciaria), u otras variedades como
el estilo de pueblo o el estilo libre o de rascacielos.
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legislador su extensión temporal, entre un mínimo y un máximo. La individualización
judicial es la elección de la pena concreta a imponer al reo que realiza el juez, exigiendo
muchos autores una conveniente formación criminológica en el mismo. La penitenciaria
o administrativa es la realizada por los funcionarios especializados de la Administración
penitenciaria, mediante el completo estudio de la personalidad del condenado. El
inconveniente planteado por algún tratadista, acerca de la posible arbitrariedad
administrativa, se vino a subsanar con la introducción de la figura del Juez de vigilancia
o de ejecución de penas, que ya aparece en muchos Derechos modernos (Italia, Francia,
España, Brasil, Portugal, etc…).
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occidental. Este fin otorgado a la pena privativa de libertad se mantuvo como un
importante factor de la penología norteamericana y de otros países hasta la década de
los años setenta. Hasta entonces, desde que viniera a sustituir a las penas corporales y en
muchas ocasiones a la pena capital, la pena privativa de libertad se había convertido en
prácticamente el único resorte punitivo del Estado, con escasa utilización de otras
alternativas. Desde ese momento, por un lado, se vino a constatar un creciente
desencanto, escepticismo y críticas a las ideas reeducadoras y dirigidas a la
resocialización y, de otra parte, tras ponerse de manifiesto los aspectos negativos de esta
pena, comenzaba a plantearse seriamente la necesidad de buscar alternativas y
sustitutivos penales a la privación de libertad. Esto no era solamente el resultado de un
creciente convencimiento en el fracaso de los esfuerzos rehabilitadores tanto para
reducir la criminalidad cuanto para influir en la conducta de los penados, sino que
también surge como la resultante de un creciente número de críticas desde la
Criminología y las ciencias sociales, que llegaban a concluir en la necesidad de
desarrollar nuevas estrategias penológicas a la luz del incremento de los índices de
criminalidad y el cambiante clima sociopolítico. El declive del ideal rehabilitador ha
servido, por otra parte, para justificar la retirada en las prisiones de las actividades
recreativas, educativas y de formación profesional, o para verlas minimizadas.
Algunas de tales críticas del último tercio del siglo XX crecerían hasta el
extremo de entender que, no solamente no había funcionado el sistema rehabilitador o
resocializador, sino que tal idea y fundamento no había de formar parte del propósito
principal de la pena. No obstante, aunque los ideales de reeducación y reinserción social
no hayan desaparecido por completo, y sigan siendo reivindicados formalmente a
ambos lados del Atlántico, con los necesarios apoyos económico-presupuestarios
adecuados por un sector de los especialistas en penología, como así lo demuestran los
preceptos iniciales de las Reglas de Naciones Unidas de 2015, tales fundamentos han
sido, especialmente en el contexto norteamericano, reemplazados por un mayor énfasis
en la protección de la sociedad. Los principios rectores fruto de esta transformación
habrían llegado a ser la denominada incapacitación selectiva y los criterios de
retribución y prevención general más pura y sublime. El áspero sentido de encerrar a los
delincuentes por un determinado periodo de tiempo, segregación durante la cual no
pudieran dañar a la sociedad. En síntesis, la denominada “human containment”. El
origen de una nueva política criminal sustentada por otras circunstancias de índole
sociopolítica. Así, el citado cambio de política penal se emparejaba con demandas
públicas exigiendo los criterios de “Ley y orden”, respaldados por una continuada
declaración político-populista de guerra contra el crimen. En esta dirección, durante
años, los políticos favorables a la “mano dura contra el crimen” han respondido a ese
sentimiento público incrementando legislativamente el número de delitos y conductas
tipificadas como tales, así como alargando las sentencias de internamiento. La
población penitenciaria se disparaba y medidas legales como el “truth-in-sentencing”, o
la más reciente “three-strikes and out” prometían agravar el problema de espacio en los
Establecimientos penitenciarios.
A partir de los años ochenta del siglo XX, el modelo más cercano al retributivo,
la segregación, custodia y la disuasión preventivo-general obedecen, de ese modo, a una
desconfianza tanto en la labor de las ciencias de la conducta aplicables a los penados,
cuanto en la mejora institucionalmente inducida de la persona, resultando, en todo caso,
en un abusivo incremento en el uso del internamiento. Las manifestaciones prácticas
incluirían una acentuada utilización de la prisión preventiva, más penas cortas de
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obligado cumplimiento reclusivo, así como medidas de encierro de un número
importante de delincuentes habituales junto a las consecuencias propias de la abolición
de la libertad condicional o Parole en algunas jurisdicciones. La paradoja que se
constata, es que cuando más se ha pretendido argumentar el fracaso de todos los fines a
que se destina la prisión (desde el retributivo al reinsertador), se produce no obstante
una expansión del uso de la pena privativa de libertad. Se ha llegado a una época
caracterizada por el populismo punitivo, cuya principal consecuencia es el uso del
Derecho penal por gobernantes que creen que mayores penas pueden reducir el delito, y
que estas penas pueden ayudar a reforzar el consenso moral existente en la sociedad, así
como que existen ganancias procedentes de este uso del Ius puniendi. En este clima
punitivista actual, tomaba protagonismo el denominado derecho penal (y penitenciario)
del enemigo, que nos devolvía al derecho punitivo falto de garantías propio de siglos
pasados, con un nuevo impulso del adelantamiento de la punibilidad (con punto de
referencia en la posibilidad futura de comisión de un hecho delictivo y no un hecho ya
cometido), así como predicando penas desproporcionadamente altas (reivindicándose
desde tales posturas punitivistas el cumplimiento íntegro y la cadena perpetua) para
aquellos delincuentes que los Códigos penales, influenciados por medidas populistas
consideran hoy especialmente dañinos y enemigos del Estado. De igual modo, se han
favorecido desde tales presupuestos de política criminal retributiva medidas de
restricción de beneficios penitenciarios e incluso la aplicación retroactiva de las normas
penales desfavorables al reo. Consecuencia de utilizar este Derecho penal de
emergencia, es que, en muchos ordenamientos, al final del siglo XX, se ha impuesto la
severidad como modo de disuasión (a modo de prevención general negativa) y una
mayor incapacitación en el uso de la prisión como un fin en sí mismo. Y, consecuencia
añadida ha sido, en muchos sistemas, el hacinamiento y la superpoblación penitenciaria,
con la consecuente urgente necesidad de nuevos establecimientos ante la
indisponibilidad de espacio para absorber la creciente demanda punitiva, para lo cual en
algunos entornos la mirada administrativa y política, después estatal, también se llevó,
desde mediados de los años ochenta del siglo XX, hacia las posibilidades que ofrecía el
sector privado, dispuesto, oportuno e interesado, para el propósito de dar solución con
intereses lucrativos a la situación surgida o creada, que se ofrecía determinante ante tal
carencia de plazas de reclusión. Las prisiones privatizadas se presentaron en ese
momento como una novedad, reeditando el viejo modelo panóptico del jurisconsulto
Jeremy Bentham. Constituyen hoy una realidad autónoma, localizada en algunos,
escasos, ordenamientos, y significan, a la postre, una solución insatisfactoria, dirigidas
al mantenimiento de un modelo punitivo sin resultados constatables, y con otras
consecuencias reprobables que serán objeto de la última de las lecciones del curso (la
octava), mientras en la siguiente –lección 2- abordaremos estas últimas cuestiones,
relativas al fundamento de la pena y a sus teorías, con mayor profundidad.
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