Guia Narrativa Unidad Repaso Octavo

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Fundación Educacional Amigoniana

COLEGIO PADRE LUIS AMIGÓ


Paicaví N° 3117, Concepción
GUÍA DE APRENDIZAJE
Profesor(a): Nayaret Arias Valderrama.

Objetivo clase: Reconocer y aplicar conceptos y características del género narrativo.

I. Género Narrativo: Los textos de carácter narrativo se caracterizan en general por la


presencia de un narrador(a) que tiene un objetivo (contar una historia, real o ficticia) en la
cual hay personajes que están ubicados en un tiempo y un espacio. Los textos narrativos
están escritos es prosa (se denomina prosa a todo aquello que está escrito en párrafos
separados por un punto aparte) siendo los más representativos los siguientes:

a. El cuento: Es una narración breve que consta de un solo tema central, en ella
intervienen pocos personajes.

b. La novela: Es una narración similar al cuento, pero de extensión mucho más larga,
donde hay muchos personajes y varios temas que se van entrecruzando.

c. La leyenda: Es una narración de hechos misteriosos y fantásticos que se transmiten


oralmente de una generación a otra durante largo tiempo. Las leyendas se refieren a
un personaje histórico, a la geografía de una zona o a un acontecimiento que, repetido
y exagerado, pasa a formar parte de la tradición de un pueblo.

d. El mito: Es un relato tradicional y oral que narra acontecimientos de carácter sagrado


que se abrían realizado durante el origen del mundo.

e. La fábula: Se caracteriza por ser una narración en la cual participa generalmente


animales, esta narración siempre deja una moraleja o enseñanza.

Poseen un NARRADOR: En la narración existe una voz que nos cuenta un relato: El
narrador, éste es diferente al autor. Como tal el autor es alguien externo a la
construcción narrativa, eso sí, elige al narrador más apropiado para contar la historia.
Punto de vista o perspectiva: el punto de vista constituye el ángulo de visión
desde el que se sitúa el narrador para contar la historia. Esto tiene una influencia
decisiva en lo que se nos cuenta, ya que restringe o no la información que tenemos de
los hechos narrativos, nos distancia o aproxima de los personajes. Generalmente son dos
los puntos de vista que se utilizan.

1). La historia la cuenta un narrador 2). La historia la cuenta un personaje,


externo a la acción, sin mezclarse en ella, involucrado en ella, denominado
denominado narrador narrador homodiegético, es decir un
heterodiegético, es decir un narrador narrador que está dentro de la historia,
que está fuera de la historia. que participa en ella.

1). Narrador Heterodiegético: Es el narrador que no forma parte de la historia y


que no se sitúa desde el punto de vista de los personajes. Esta modalidad da una
impresión de objetividad y distanciamiento a lo que se cuenta.
Generalmente este tipo de narrador utiliza la tercera persona (EL, ELLA, ELLOS,
ELLAS). En resumen, el narrador heterodiegético narra algo de lo que no forma parte,
es decir, relata lo que le sucede a otros.
Dentro de este tipo de narradores encontramos a:
a). Omnisciente: Consiste en que el narrador sabe todo lo que le pasa a los
personajes, tanto las acciones que realizan, como sus sentimientos y pensamientos.
Utilizan la tercera persona narrativa para contar la historia.

“Giró y comenzó a nadar hacia la playa, a chapotear más bien con


desesperación, y de pronto rogaba a Dios que lo salvara”
Dia Domingo, Mario Vargas Llosa.

b). Observador externo o de consciencia relativa: Es el caso del narrador que


no está involucrado en los hechos narrados, ni asume la perspectiva de los personajes,
sino que se limita a contar lo que ve o escucha de ellos, es decir, describe objetivamente
las acciones que realizan los personajes.

“El norteamericano y la muchacha que lo acompañaba ocupaban una mesa


en la sombra, hacía mucho calor y el expreso de Barcelona tardaría cuarenta
minutos en llegar. Se detenía dos minutos en el empalme, y seguía hacia
Madrid”.

2). Narrador Homodiegético: Es el narrador presente como personaje de la acción


del relato. La visión del narrador se hace desde el interior del personaje, da cuenta de la
historia relatada desde su propia experiencia como participantes. Generalmente utiliza la
primera persona narrativa para relatar la historia (YO, NOSOTROS, NOSOTRAS).
Dentro de este tipo de narrador encontramos a:
a). Protagonista: El narrador asume la tarea de contar su propia historia, tienen un
carácter marcadamente personalizado, de este modo la conciencia del narrador y el
protagonista del relato es un mismo personaje que participa en la historia.

“Por la misma vereda desierta por donde yo camino, un hombre viene hacia
mí, a unos cien metros de distancia, la vereda es ancha, de modo que hay
sitio demás para que pasemos sin tocarnos”

b). Testigo: Es un espectador del acontecer, lo que narra le ocurre a otros. El narrador
relata en primera persona hechos de los que ha sido testigo, está dentro de la narración,
pero no como protagonista, sino que como espectador.
“Cierta mañana, dos días después de Pascua, pase a ver a mi amigo
Sherlock Holmes, con el propósito de desearle felicidades. Lo hallé recostado
en el sofá, con una bata color púrpura…”

II. ESTILOS NARRATIVOS: Para explicarnos lo que opinan, dicen o sienten los demás
personajes de la historia, el narrador puede utilizar dos estilos: el estilo directo y el
estilo indirecto.
En estilo directo: El narrador deja que los personajes hablen por sí mismos. Esto es
lo que ocurre en el siguiente trozo:
“Un día, Viernes mostró a Robinson una moto blanca que palpitaba en la
hierba, y le dijo:
- Margarita
- Sí –contestó Robinson-. Es una margarita”
En cambio cuando es el narrador quien se encarga de contar lo que dicen los personajes,
estamos en presencia del estilo indirecto.
Así ocurre en este ejemplo: “El juez, que nos les había dado hasta el momento
oportunidad de justificarse, preguntó ahora cómo pudieron saber tanto acerca
del camello, no habiéndolo siquiera visto.”
Estilo Indirecto libre: es la combinación los dos estilos anteriores. Como
resultado, el narrador parece hablar desde el interior de sus personajes. El
narrador se sirve del estilo indirecto libre para hablar como si fuese el propio
personaje puesto que nos transmite lo que este piensa y siente. Observemos
los siguientes ejemplos: 1) “La niña quería ir al cine, le preguntó a mamá si si
es que podía ir” 2) “Fernanda tenía sueño, se había acostado muy tarde. Se
movió y...mamá...dormiría un poco más”
Estilo directo libre: El narrador cede su voz y su visión al personaje, pero sin
anunciarlo previamente y sin nexos introductorias, sin guiones. Toda la ciudad
estaba esos días pendiente de su decisión. ‘Está decidido, no voy a casarme’.
El escándalo fue mayúsculo.
Los textos narrativos, aparte de tener un narrador, también tienen PERSONAJES,
ACONTECIMIENTOS, ESPACIO (lugar físico), AMBIENTE Y TIEMPO.

a). Los Personajes: Los hay de 3 tipos según su jerarquía: principales, que son los
que realizan acciones más importantes en la historia, en torno a ellos gira ésta. Los
secundarios, que son los que realizan las acciones menos importantes y ayudan al
protagonista o le acarrean problemas y los incidentales: que son aquellos que no se
relacionan con los principales, pero son necesarios para que la historia transcurra.
Ahora bien, de acuerdo al desarrollo de la historia, existen personajes dinámicos y
estáticos. Los primeros corresponden a aquellos que presentan algún cambio
psicológico durante el desarrollo de la historia. Mientras que los segundos, permanecen
de manera igual durante todo el relato.

b). Los acontecimientos: Son los hechos o acciones que ocurren en la historia, hay
acontecimientos principales, que son los más importantes, ya que van generando la
historia; y los acontecimientos secundarios, que son solo detalles, si alguno de ellos se
sacara de la historia, no influiría en nada.
c). Espacio: Corresponde al lugar físico en donde ocurren los acontecimientos. El espacio
puede ser abierto (aire libre) o cerrado (espacios cerrados). Por otro lado, el espacio
puede interpretarse según las situaciones que se vivan en él. Llamaremos espacio
devorador a aquel ambiente físico que consume al personaje poco a poco y espacio
determinante, al que lo atrapa y le impide cambiar su destino
d). .
Ambiente: Es la atmósfera que rodea a los personajes, dándose los siguientes:
 Psicológico: Este ambiente se refiere a los sentimientos y emociones que
proyectan los personajes en relación a las situaciones o conflictos que se le
presentan.
 Social: Este ambiente depende de las características culturales, sociales y
económicas de los personajes.
e). El tiempo: Corresponde a la manera en que está organizada la historia, vale decir, si su
orden es lineal (o cronológico) o ha sufrido alteraciones (por ejemplo, que comience
desde el final). Cada vez que analicemos el tiempo, debemos señalar si es lineal (o sea,
la historia se inicia por el principio) o se encuentra alterado (comienza por el final o por
el medio).
TIEMPO EN LA NARRACIÓN: Corresponde a la manera en que está organizada la historia.
Tiempo del relato o discurso: Es la disposición estética del acontecer de la narración. El
narrador organiza el tiempo de la historia de tal modo de instaurar una temporalidad
artística. Para ello, utiliza la anacronía: provocar una ruptura temporal en la narración,
introduciendo un hecho con una cronología distinta a la de causa – efecto.
 Racconto: Retroceso extenso en el tiempo y vuelta al presente.
 Flach back: Retroceso temporal breve y retronó rápido al presente.
 Prolepsis: El narrador mira hacia el futuro.
Tiempo referencial histórico: El tiempo de la realidad histórica (época, siglo, etc) al que se
remiten los hechos narrados. Puede también referirse al tiempo del escritor, que es el
contexto social y cultural en el que éste escribe.

f). Acción: Son los acontecimientos que se van presentando en la historia y que dan vida a la
narración. La acción se estructura en base a estos momentos:
 Inicial: Es el momento en que conocemos a los personajes, quiénes son, el espacio
en que se desarrolla la historia y los planes que ellos tienen, qué metas pretenden
lograr.

 Nudo: Es el suceso u hecho que ocurre y que cambia el desarrollo de la historia.

 Desarrollo: Es el momento en que los personajes principales, ayudados por los


secundarios y con la participación de los incidentales, luchan por continuar con su
propósito. En este instante se da el momento de máxima tensión en la obra, llamado
clímax.

 Desenlace: Corresponde a la resolución del conflicto, a la vuelta del equilibrio en


la narración. En otras palabras, al desenlace. Esta resolución o desenlace puede ser
positivo o negativo para los personajes principales.
ACTIVIDADES:

1. A continuación, lee el siguiente texto narrativo y realiza las actividades


correspondientes.
El hombre en la
calle Georges
Simenon
Los cuatro hombres iban apretujados dentro del taxi. En París helaba. A las
siete y media de la mañana la ciudad estaba lívida, el viento hacía correr a ras
de suelo un polvillo de hielo.
El más delgado de los cuatro, en un asiento abatible, tenía un cigarrillo pegado
al labio inferior e iba esposado. El más importante, de mandíbula fuerte,
envuelto en un recio abrigo y con un sombrero hongo en la cabeza, fumaba en
pipa viendo desfilar ante sus ojos la verja del Bois de Boulogne.
-¿Le hago el número de la pataleta? -propuso amablemente P’tit Louis, el
hombre de las esposas-. ¿Con contorsiones, espumarajos, insultos y todo eso?
Maigret gruñó, quitándole el cigarrillo de los labios y abriendo la portezuela,
porque ya habían llegado a la Porte de Bagatelle:
-No quieras pasarte de listo.
Los caminos del Bois estaban desiertos, blancos y duros como el mármol.
Unas diez personas pateaban la nieve para combatir el frío al lado de un
sendero para jinetes, y un fotógrafo quiso retratar al grupo que se acercaba.
Pero P’tit Louis, tal como le habían recomendado, levantó los brazos para
taparse la cara.
Maigret, con aire malhumorado, giraba la cabeza como un oso, observándolo
todo: los edificios nuevos del Boulevard Richard-Wallace, todavía con los
postigos cerrados, unos obreros en bicicleta que venían de Puteaux, un
tranvía iluminado, dos porteras que caminaban con las manos violáceas de frío.
-¿Todo a punto? -preguntó.
La víspera, había permitido a los periódicos que publicaran la información siguiente:
«EL CRIMEN DE BAGATELLE
»En esta ocasión la policía no ha tardado mucho en aclarar un asunto que
parecía ofrecer dificultades insuperables. Como es sabido, el lunes por la
mañana un guarda del Bois de Boulogne descubrió en uno de los senderos, a
unos cien metros de la Porte de Bagatelle, el cadáver de un hombre que pudo
ser identificado inmediatamente.
»Se trata de Ernest Borms, médico vienés muy conocido que vivía en Neuilly
desde hacía varios años. Borms vestía esmoquin. Alguien debió de atacarle en
la noche del domingo al lunes cuando volvía a su piso, en el Boulevard
Richard-Wallace.
»Una bala disparada a quemarropa con un revólver de pequeño calibre lo alcanzó en
el corazón.
»Borms, que aún era joven, de buena apariencia, muy elegante, llevaba una intensa
vida social.
»Apenas cuarenta y ocho horas después de este crimen, la Policía Judicial
acaba de proceder a una detención. Mañana por la mañana, entre las siete y
las ocho, se procederá a la reconstrucción del crimen en el lugar de los
hechos».
Posteriormente, en el Quai des Orfèvres se habló de este asunto, y se
comentaba que en él Maigret había utilizado tal vez el más característico de
sus procedimientos; pero cuando lo mencionaban en su presencia,
reaccionaba de un modo extraño, volviendo la cabeza y emitiendo un gruñido.
¡Vamos allá! Todo el mundo estaba en su sitio. Muy pocos mirones, tal como
había previsto. Por algo había elegido aquella hora matinal. Y además, entre
las diez o quince personas que daban patadas en el suelo podía reconocerse a
varios inspectores que adoptaban un aire lo más inocente posible, y uno de
ellos, Torrence, a quien le encantaba disfrazarse, se había vestido de repartidor
de leche, lo cual hizo que su jefe se encogiera de hombros.
¡Con tal de que P’tit Louis no exagerara! Era un «cliente» suyo, un delincuente
muy conocido, a quien habían detenido el día anterior mientras practicaba su
oficio de carterista en el metro.
«Mañana por la mañana nos echarás una mano, y ya procuraremos que esta
vez no salgas muy mal librado…»
Lo habían sacado de la prisión.
-¡Adelante! -gruñó Maigret-. Cuando oíste pasos estabas escondido en este rincón,
¿verdad?
-Fue exactamente así, señor comisario. Yo tenía hambre, ¿me comprende? Y
no me quedaba ni un céntimo. Entonces me dije que un tipo que volvía a su
casa de esmoquin, seguro que llevaba la cartera repleta… «¡La bolsa o la
vida!», le dije acercándome a él. Y le juro que no fue culpa mía si se me
disparó. Supongo que fue el frío lo que hizo que el dedo apretara el gatillo…
Las once de la mañana. Maigret recorría su despacho del Quai des Orfèvres a
grandes zancadas, fumaba una pipa tras otra, no cesaba de atender al
teléfono.
-¡Oiga! ¿Es usted, jefe? Soy Lucas. He seguido al viejo que parecía interesarse
por la reconstrucción. Una pista falsa: es un maniático que todas las mañanas da un
paseíto por el Bois.
-De acuerdo, puedes
volver. Once y cuarto.
-Oiga, ¿es el jefe? Soy Torrence. He seguido al joven que usted me indicó
mirándome de reojo. Participa en todos los concursos de detectives. Trabaja de
dependiente en una tienda de los Campos Elíseos. ¿Puedo regresar?
Hasta las doce menos cinco no recibió una llamada de Janvier.

-Tengo que ser breve, jefe, no sea que el pájaro eche a volar. Lo vigilo por el
espejito incrustado en la puerta de la cabina. Estoy en el bar del Nain Jaune, en
el Boulevard Rochechouart… Sí, me ha visto. No tiene la conciencia tranquila.
Al cruzar el Sena ha tirado algo al río. Además, ha intentado despistarme diez
veces. ¿Lo espero aquí?
Así empezó una cacería que iba a prolongarse durante cinco días y cinco
noches, por entre transeúntes apresurados, en un París indiferente, de bar en
bar, de taberna en taberna; por un lado un hombre solo, por otro Maigret y sus
inspectores, que se turnaban en la persecución y que, a fin de cuentas,
acabaron tan exhaustos como su perseguido.
Maigret bajó del taxi delante del Nain Jaune, a la hora del aperitivo, y encontró
a Janvier acodado en el mostrador. No se tomó la molestia de adoptar un aire
inocente. ¡Al contrario!
-¿Quién es?
Con la barbilla, el inspector le indicó un hombre sentado en un rincón, delante
de un velador. El hombre los miraba con sus pupilas claras, de un azul
grisáceo, que daban a su fisonomía el aspecto de ser extranjero. ¿Nórdico?
¿Eslavo? Más bien eslavo. Llevaba un abrigo gris, un traje de buenas
hechuras, un sombrero flexible.
Debía de tener unos treinta y cinco años. Estaba pálido, recién afeitado.
-¿Qué quiere tomar, jefe? ¿Un Picon caliente?
-De acuerdo, un Picon caliente. ¿Qué bebe él?
-Aguardiente. Se ha tomado cinco esta mañana. Y no le extrañe si me trabuco
un poco al hablar: siguiéndolo he tenido que entrar en todas las tabernas. Tiene
mucho aguante, ¿sabe usted?… Además, fíjese, lleva toda la mañana así. Éste
no se da por vencido fácilmente.
Era verdad. Y parecía raro. Aquello no podía llamarse arrogancia ni desafío. El
hombre sencillamente los miraba. Si estaba inquieto, no dejaba que nada
trasluciese. Su rostro expresaba más bien tristeza, pero una tristeza tranquila,
meditabunda.
-En Bagatelle, cuando se dio cuenta de que usted no lo perdía de vista, se fue
en seguida, y yo tras él. Aún no había andado cien metros cuando ya había
girado la cabeza. Entonces, en vez de salir del Bois, como parecía su intención,
echó a andar a grandes zancadas por el primer sendero que encontró. Volvió la
cabeza otra vez. Me reconoció. Se sentó en un banco a pesar del frío, y yo me
paré a mi vez. Varias veces tuve la impresión de que quería dirigirme la
palabra, pero acabó por alejarse encogiéndose de hombros.
»En la Porte Dauphine estuve a punto de perderlo, porque tomó un taxi, pero
tuve la suerte de encontrar otro casi al momento. Bajó en la Place de l’Opéra, y
se metió precipitadamente en el metro. Yo iba siguiéndolo, cambiamos cinco
veces de línea, hasta que empezó a comprender que de esta manera no podría
despistarme.
»Volvimos a subir a la superficie. Estábamos en la Place Clichy. Desde
entonces no hemos dejado de ir de bar en bar. Yo esperaba que entrara en un
buen lugar, con una cabina telefónica desde donde pudiera vigilarlo. Cuando
me ha visto telefonear, ha hecho una mueca irónica y triste. Luego, yo hubiese
jurado que lo estaba esperando a usted.
-Telefonea a «casa». Que Lucas y Torrence se preparen para venir corriendo al
primer aviso. Y que venga también un fotógrafo de Identidad Judicial, con una
cámara muy pequeña.
-¡Camarero! -llamó el desconocido-. ¿Qué le debo?
-Tres cincuenta.
-Apostaría a que es polaco -murmuró Maigret a Janvier-. En marcha.
No fueron muy lejos. En la Place Blanche el hombre entró en un pequeño
restaurante; ellos lo siguieron y se sentaron a una mesa que estaba junto a la
suya. Era un restaurante italiano, y comieron pasta.
A las tres, Lucas fue a relevar a Janvier, cuando éste se hallaba con Maigret en
una cervecería frente a la Gare du Nord.
-¿Y el fotógrafo? -preguntó Maigret.
-Espera en la calle para sorprenderlo cuando salga.
Y, en efecto, cuando el polaco salió, después de haber leído los periódicos, un
inspector se acercó rápidamente a él. A menos de un metro le hizo una foto. El
hombre se llevó en seguida la mano a la cara, pero ya era demasiado tarde, y
entonces, demostrando que comprendía, dirigió a Maigret una mirada de
reproche.
-Amigo mío -monologaba el comisario-, tienes muy buenas razones para no
llevamos a tu domicilio. Pero si tú tienes paciencia, yo tengo tanta como tú…
Al oscurecer, había copos de nieve revoloteando por las calles, mientras el
desconocido andaba, con las manos en los bolsillos, esperando la hora de
acostarse.
-¿Lo relevo durante la noche, jefe? -propuso Lucas.
-No. Prefiero que te ocupes de la fotografía. En primer lugar, consulta el
fichero. Luego investiga en los ambientes extranjeros. Ese tipo conoce París.
Seguro que hace tiempo que vive aquí. Alguien ha de conocerlo.
-¿Y si publicásemos su foto en los periódicos?
Maigret miró a su subordinado con desdén. ¿O sea que Lucas, que trabajaba
con él desde hacía tantos años, aún no comprendía? ¿Acaso la policía tenía un
solo indicio? ¡Nada! ¡Ni un testimonio! Matan a un hombre de noche en el Bois
de Boulogne. No se encuentra el arma. Ni una huella. El doctor Borms vive
solo, y su único sirviente ignora adónde fue la víspera.
-¡Haz lo que te digo! Largo…
A las doce de la noche por fin el hombre se decidió a cruzar el umbral de un
hotel. Maigret le seguía los pasos. Era un hotel de segunda o incluso de tercera
categoría.
-Quisiera una habitación.
-¿Me rellena esta ficha, por favor?
La rellena entre titubeos, con los dedos entumecidos por el frío. Mira a Maigret
de arriba abajo, como diciéndole: «¡Si cree que me importa que me esté
mirando! Escribiré lo que me dé la gana».
Y, en efecto, escribe el primer nombre y apellido que le viene a la cabeza:
Nikolas Slaatkovich, domiciliado en Cracovia, que había llegado a París el día
anterior.
Todo falso, evidentemente. Maigret telefonea a la Policía Judicial. Se revisan
los expedientes de los pisos amueblados, los registros de extranjeros, llaman a
los puestos fronterizos. No existe ningún Nikolas Slaatkovich.
-¿Usted también desea una habitación? -pregunta el dueño con una mueca,
porque ya se huele que está ante un policía.
-No, gracias. Pasaré la noche en la escalera.
Es más seguro. Se sienta en un peldaño, delante de la puerta de la habitación
número 7. Por dos veces esta puerta se abre. El hombre escudriña la oscuridad
con la mirada, ve la silueta de Maigret, y termina por acostarse. Por la mañana,
la barba le ha crecido, tiene las mejillas rasposas. No ha podido cambiarse de
ropa. Ni siquiera tenía peine, y lleva el pelo alborotado.
Lucas acaba de llegar.
-¿Lo relevo, jefe?
Maigret no se resigna a dejar a su desconocido. Lo ha visto pagar la habitación.
Lo ha visto palidecer. Y adivina lo que pasa.
En efecto, poco después, en un bar en el que toman, por así decirlo, codo con
codo, un café con leche y unos croissants, el hombre, sin ocultarse lo más
mínimo, cuenta el dinero que le queda. Un billete de cien francos, dos monedas
de veinte, una de diez y menudo. Sus labios se estiran en una mueca de
contrariedad.
¡Bueno! Con eso no irá muy lejos. Cuando llegó al Bois de Boulogne, acababa
de salir de su casa, porque iba recién afeitado, sin una mota de polvo, sin una
arruga en el traje. ¿Tenía intención de volver al cabo de poco? Ni siquiera se
preocupó por el dinero que llevaba encima.
Maigret adivina lo que tiró al Sena: los documentos de identidad, tal vez
tarjetas de visita. Quiere evitar a toda costa que se descubra dónde vive.
Y el callejeo típico de los que no tienen techo vuelve a empezar, con paradas
delante de las tiendas, de los puestos de vendedores ambulantes, o en los
bares, en los que tiene que entrar de vez en cuando, aunque sólo sea para
sentarse, sobre todo porque en la calle hace frío, o para leer los periódicos.
¡Ciento cincuenta francos! Al mediodía, nada de restaurantes. El hombre se
conforma con huevos duros, que come de pie ante un mostrador, y una
cerveza, mientras Maigret engulle unos bocadillos.
El otro duda mucho antes de entrar en un cine. Dentro del bolsillo su mano
juega con las monedas. Hay que resistir todo el tiempo posible. El hombre
anda y anda…
¡Por cierto! Hay un detalle que llama la atención de Maigret. En su agotadora
caminata, el hombre recorre siempre determinados barrios: de la Trinité a la
Place Clichy; de la Place Clichy a Barbès, pasando por la Rue Caulaincourt; de
Barbès a la Gare du Nord y a la Rue La Fayette…
¿Tiene también miedo de que lo reconozcan? Seguramente elige los barrios
más alejados de su casa o de su hotel, los que suele frecuentar.
¿Vive en Montparnasse, como tantos extranjeros? ¿En los alrededores del Panteón?
La ropa que usa indica una posición media. Son prendas cómodas, sobrias, de
buena hechura. Sin duda, una profesión liberal. ¡Lleva alianza! O sea que ¡está
casado!
Maigret ha tenido que resignarse a ceder su lugar a Torrence. Pasa
rápidamente por su casa. Madame Maigret está contrariada: su hermana ha
venido de

Orléans, ha preparado una cena muy especial, y su marido, después de


haberse afeitado y cambiado de ropa, vuelve a irse anunciando que no sabe
cuándo regresará.
El comisario se precipita hacia el Quai des Orfèvres.

-¿No hay nada de Lucas para mí?


¡Sí! Hay una nota del brigada. Éste ha ensenado la fotografía en numerosos
círculos polacos y rusos. Nadie lo conoce. Tampoco nada en los grupos
políticos. En último extremo, ha sacado numerosas copias de la famosa
fotografía. En todos los barrios de París hay agentes que van de puerta en
puerta, de portería en portería, mostrando la foto a los dueños de los bares y a
los camareros.
-¡Oiga! ¿El comisario Maigret? Soy una acomodadora del Ciné-Actualités, en el
Boulevard de Strasbourg… Hay aquí un señor, Monsieur Torrence, que me ha
dicho que lo telefonee a usted para decirle que está aquí, pero que no se
atreve a salir de la sala.
¡No es tonto el hombre! Ha escogido el mejor lugar para pasar algunas horas:
con calefacción y por poco precio, sólo dos francos de entrada… ¡y con
derecho a varias sesiones!
Se ha establecido una curiosa intimidad entre perseguidor y perseguido, entre
el hombre cuya barba crece, cuyas ropas se arrugan, y Maigret, que no lo
pierde de vista ni un instante. Incluso hay un detalle divertido. Los dos se han
resfriado. Tienen la nariz enrojecida. Casi al mismo tiempo sacan el pañuelo
del bolsillo, y en una ocasión el hombre no ha podido evitar una vaga sonrisa al
ver cómo Maigret suelta una serie de estornudos.
Un hotel sucio, en el Boulevard de la Chapelle, después de cinco sesiones
continuas de documentales. En el registro, el mismo nombre. Y de nuevo
Maigret se instala en un peldaño de la escalera. Pero como es una casa de
citas, cada diez minutos tiene que apartarse para dejar pasar a parejas que lo
miran con extrañeza, y las mujeres se quedan intranquilas.
Cuando se le acaben los recursos, cuando los nervios ya no resistan más, ¿se
decidirá a volver a su casa? En una cervecería en la que el otro se queda
bastante rato y se quita el abrigo gris, Maigret no vacila en tomar la prenda y
mirar el interior del cuello. El abrigo se compró en Old England, en el Boulevard
des Italiens. Es de confección, y la casa debió de vender docenas de abrigos
parecidos. Sin embargo, hay un indicio. Es del invierno anterior. Así pues, el
desconocido lleva en París por lo menos un año. Y en el curso de un año
seguro que ha tenido que recalar en algún lugar.
Maigret se dedica a tomar ponches para matar el resfriado. El otro va soltando
el dinero con cuentagotas. Toma cafés, pero sin añadirles licor. Se alimenta de
croissants y de huevos duros.
Las noticias de «casa» son siempre las mismas: ¡nada nuevo! Nadie reconoce
la fotografía del polaco. No se ha denunciado ninguna desaparición.
Por lo que respecta al muerto, tampoco nada. Tenía un consultorio importante.
Se ganaba muy bien la vida, no se metía en política, salía mucho y, como se
ocupaba sobre todo de enfermedades nerviosas, entre sus pacientes
abundaban
las mujeres.
Era una experiencia que Maigret aún no había tenido ocasión de llevar hasta el
final: ¿en cuánto tiempo un hombre bien educado, aseado, bien vestido, pierde
su barniz exterior cuando tiene que vagabundear por la calle?
¡Cuatro días! Ahora lo sabía. Primero la barba. La primera mañana, el hombre
parecía un abogado o un médico, un arquitecto, un industrial; uno se lo
imaginaba saliendo de un confortable piso. Una barba de cuatro días lo ha
transformado hasta el punto de que, si hubiesen publicado su retrato en los
periódicos evocando el caso del Bois de Boulogne, la gente hubiera dicho: «¡Se
ve a la legua que tiene cara de asesino!»
Por el frío y el dormir mal, se le había enrojecido el borde de los párpados, y el
resfriado le ponía un toque de fiebre en los pómulos. Los zapatos, que habían
dejado de estar lustrosos, comenzaban a deformarse. El abrigo empezaba a
ajarse y sus pantalones tenían rodilleras.
Incluso se le notaba en la manera de andar. Ya no andaba de la misma forma:
iba pegado a las paredes, bajaba la vista cuando los transeúntes lo miraban…
Un detalle más: volvía la cabeza al pasar ante un restaurante donde había
clientes instalados a las mesas ante copiosos platos.
«¡Tus últimos veinte francos, amigo mío!», calculaba Maigret. «¿Y después?»
Lucas, Torrence y Janvier lo relevaban de vez en cuando, pero él les cedía su
lugar con la menor frecuencia posible. Entraba en el Quai des Orfèvres como
un huracán, veía al jefe.
-Sería mejor que descansara, Maigret.
Un Maigret huraño, susceptible, como si estuviera dominado por sentimientos
contradictorios, contestaba:
-Mi deber es descubrir al asesino, ¿no?
-Evidentemente…
-¡Pues en marcha! -suspiraba con una especie de rencor en la voz-. Me
pregunto dónde dormirá esta noche.
¡Los últimos veinte francos! ¡Menos aún! Cuando se reunió con Torrence, éste
le dijo que el hombre había comido tres huevos duros y tomado dos cafés con
licor en un bar de la esquina de la Rue Montmartre.
-Ocho francos con cincuenta… Le quedan once francos con cincuenta.
Lo admiraba. El otro no sólo no se escondía, sino que andaba a su misma
altura, a veces a su lado, y tenía que contenerse para no dirigirle la palabra.
«¡Vamos a ver, hombre! ¿No crees que ya sería hora de que empezases a
cantar? En algún lugar te espera una casa con calefacción, una cama, unas
zapatillas, una navaja de afeitar, ¿verdad? Y una buena cena…»
¡Pero no! El hombre vagó bajo las luces eléctricas de Les Halles, como los que
ya no saben adónde ir, entre los montones de coles y de zanahorias,
apartándose al oír el silbato del tren, al paso de los camiones de los hortelanos.
«¡Ya no puedes pagarte una habitación!»
Aquella noche el Servicio Meteorológico registró ocho grados bajo cero. El
hombre se compró unas salchichas calientes que una vendedora preparaba al
aire libre. ¡Apestaría a ajo y a grasa toda la noche!
En cierto momento intentó introducirse en un pabellón y echarse en un
rinconcito. Un agente, al que Maigret no tuvo tiempo de dar instrucciones, lo
echó de allí. Ahora cojeaba. Los muelles. El Pont des Arts. ¡Con tal de que no
se le ocurriera tirarse al Sena! Maigret no se sentía con ánimos para saltar tras
él al agua negra, que empezaba a arrastrar pedazos de hielo.
Iba por el muelle de la sirga. Unos vagabundos refunfuñaban. Bajo los puentes,
los buenos lugares ya estaban ocupados.
En uña calleja, cerca de la Place Maubert, a través de los cristales de una
extraña taberna se veían a unos viejos que dormían con la cabeza apoyada
sobre la mesa. ¡Por veinte céntimos, incluyendo un vaso de vino tinto! El
hombre miró a Maigret por entre la oscuridad. Esbozó un ademán fatalista y
empujó la puerta. En el tiempo en que ésta se abrió y volvió a cerrarse, Maigret
recibió una repugnante tufarada en el rostro. Prefirió quedarse en la calle.
Llamó a un agente, lo dejó vigilando en la acera y fue a telefonear a Lucas, que
esa noche estaba de guardia.
-Hace una hora que estamos buscándolo, jefe. ¡Lo hemos identificado! Ha sido
gracias a una portera. El tipo se llama Stephan Strevzki, arquitecto, treinta y
cuatro años, nacido en Varsovia, instalado en Francia desde hace tres años.
Trabaja con un decorador del Faubourg Saint-Honoré. Está casado con una
húngara, una mujer guapísima que se llama Dora. Vive en Passy, Rue de la
Pompe, en un piso por el que paga doce mil francos de alquiler. Nada de
política… La portera nunca vio a la víctima. Stephan salió de su casa el lunes
por la mañana más temprano de lo que solía. Ella se sorprendió al ver que no
regresabas pero dejó de preocuparse al ver que…
-¿Qué hora es?
-Las tres y media. Aquí estoy solo. Me he hecho subir cerveza pero está muy fría…
-Óyeme bien, Lucas. Irás… ¡Sí! ¡Ya lo sé! Es demasiado tarde para los de la
mañana, pero en los de la tarde… ¿Lo has entendido?
Aquella mañana el hombre llevaba pegado a su ropa un sordo olor a miseria.
Los ojos más hundidos. La mirada que dirigió a Maigret, en la pálida mañana,
contenía el más patético de los reproches.
¿No lo habían conducido, poco a poco, pero a una velocidad que no dejaba de
ser vertiginosa, hasta lo más bajo del escalafón? Se levantó el cuello del
abrigo. No salió del barrio. Con mal sabor de boca, se metió en una taberna
que acababa de abrir y se bebió, una tras otra, cuatro copas, como para
arrancarse el espantoso regusto que aquella noche le había dejado en la
garganta y en el pecho.
¡Qué más daba! ¡Ahora ya no le quedaba nada! Sólo podía echar a andar
recorriendo calles que el hielo había vuelto resbaladizas. Debía de tener
agujetas. Cojeaba de la pierna izquierda. De vez en cuando se detenía y
miraba a su alrededor con desesperación.
Como ya no entraba en ningún café donde hubiera teléfono, a Maigret le era
imposible hacer que lo relevaran. ¡Otra vez los muelles! ¡Y ese gesto maquinal
del hombre que revuelve entre los libros de lance, pasando las páginas, a
veces asegurándose de la autenticidad de un grabado o de una estampa! Un
viento helado barría el Sena. El agua tintineaba en la proa de las chalanas en
movimiento, porque los pedacitos de hielo entrechocaban como si fueran
lentejuelas.
Desde lejos, Maigret vio el edificio de la Policía Judicial, la ventana de su
despacho. Su cuñada ya había regresado a Orléans. Con tal de que Lucas…
No sabía aún que aquella atroz investigación se convertiría en clásica, y que
generaciones de inspectores repetirían sus detalles a los novatos.

Era una tontería, pero, por encima de todo, lo conmovía un detalle ridículo: el
hombre tenía un grano en la frente, un grano que, fijándose bien, seguramente
era un forúnculo, de un color que iba pasando de rojo a morado.
Con tal de que Lucas…

A las doce, el hombre, que decididamente conocía muy bien París, se dirigió
hacia donde repartían la sopa popular, al final del Boulevard Saint-Germain Y
se puso en la fila de andrajosos. Un viejo le dirigió la palabra, pero él fingió no
entenderlo. Entonces otro, con la cara picada de viruela, le habló en ruso.
Maigret cruzó a la acera de enfrente, vaciló, se vio obligado a comer unos
bocadillos en una taberna, y volvió la espalda a medias para que el otro, a
través de los cristales, no lo viera comer.
Aquellos pobres diablos avanzaban lentamente, entraban en grupos de cuatro
o de seis en la sala donde les servían escudillas de sopa caliente. La cola se
alargaba. De vez en cuando, los de atrás empujaban, y algunos dejaban oír
protestas.
La una. Un chiquillo apareció en el extremo de la calle. Corría, adelantando el cuerpo.
–L ‘Intran… L ‘Intran…
Tampoco él quería perder tiempo. Sabía desde lejos qué transeúntes
comprarían el periódico. No hizo el menor caso de la hilera de mendigos.
–L ‘Intran…
Humildemente, el hombre alzó la mano y dijo:
-¡Eh, eh!
Los demás lo miraron. ¿O sea que aún tenía algunos céntimos para comprarse un
periódico?
Maigret también llamó a al vendedor, desplegó la hoja y, aliviado, encontró en
la primera página lo que buscaba, la fotografía de una mujer joven, bella,
sonriente.

«INQUIETANTE DESAPARICIÓN
»Se nos comunica que desde hace cuatro días ha desaparecido una joven
polaca, Madame Dora Strevzki, que no ha vuelto a su domicilio en Passy, Rue
de la Pompe, número 17.
»A ello se añade el significativo hecho de que el marido de la desaparecida,
Monsieur Stephan Strevzki, también desapareció de su domicilio la víspera, es
decir, el lunes, y la portera, que ha avisado a la policía, declara…»
Al hombre sólo le faltaban por recorrer cinco o seis metros, en la fila que lo
arrastraba, para tener derecho a su escudilla de sopa humeante. En ese
momento salió de la cola, cruzó la calzada, donde estuvo a punto de que lo
atropellara un autobús, y llegó a la otra acera, para encontrarse justo ante
Maigret.
-¡Estoy a su disposición! -se limitó a decir el hombre-. Lo acompaño adonde
usted quiera. Contestaré todas sus preguntas…
Estaban todos en el pasillo de la Policía Judicial: Lucas, Janvier, Torrence,
además de otros que no habían intervenido en el caso pero que estaban al
corriente. Al pasar, Lucas le hizo una señal a Maigret que quería decir:
«¡Asunto resuelto!»
Una puerta que se abre y que vuelve a cerrarse. Cerveza y bocadillos encima de la
mesa.
-Antes que nada, coma un poco.
Se siente incómodo. No consigue tragar. Por fin el hombre habla.
-Ya que ella se ha ido y está a salvo…
Maigret pareció sentir la necesidad de atizar la estufa.
-Cuando leí en los periódicos lo del crimen, ya hacía tiempo que sospechaba
que Dora me engañaba con aquel hombre. También sabía que no era su única
amante. Yo conocía bien a Dora, su carácter impetuoso, ¿me comprenden?
Sin duda él intentó librarse de ella, y yo sabía que Dora era capaz de… Ella
siempre llevaba en el bolso un revólver con adornos de nácar. Cuando los
periódicos anunciaron la detención del asesino y la reconstrucción del crimen,
quise ver…
Maigret hubiera querido poder decir, como los policías ingleses: «Le advierto
que todo lo que declare podrá utilizarse en su contra».
No se había quitado el abrigo. Seguía llevando el sombrero puesto.
-Ahora que ella ya está en lugar seguro… Porque Supongo… -Miró a su
alrededor con angustia. Una sospecha cruzó por su mente-. Debió de
comprender lo que pasaba al ver que yo no volvía. Yo sabía que eso acabaría
así, que Borms no era un hombre para ella, que Dora nunca iba a aceptar
servirle de pasatiempo, y que entonces volvería a mí. El domingo por la tarde
salió sola, como solía hacer en estos últimos tiempos. Seguramente lo mató
cuando…
Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol
puntiagudo de invierno que acompaña a los grandes fríos, entraba por la
ventana. El grano, el forúnculo, brillaba en la frente de aquel a quien no podía
llamar más que «el hombre»
-Su esposa lo mató, sí, cuando comprendió que se había burlado de ella. Y
usted comprendió que ella lo había matado. Y entonces quiso… -Se acercó
bruscamente al polaco-. Le pido perdón, amigo -masculló como si hablase con
un antiguo compañero-. Me habían encargado que descubriese la verdad,
¿no? Mi deber era…
-Abrió la puerta-. Que entre Madame Dora Strevzki. Lucas, sigue tú, yo…
Y en la Policía Judicial nadie volvió a verlo durante dos días. El jefe lo telefoneó a su
casa.
-Bueno, Maigret. Ya debe de saber que ella lo ha confesado todo y que… A
propósito, ¿cómo va su resfriado? Me han dicho…
-No es nada, estoy muy bien. Dentro de veinticuatro horas… ¿Y él?
-¿Cómo dice? ¿Quién?
-¡Él!
-¡Ah, ya comprendo! Ha contratado al mejor abogado de París. Confía en
que… Ya sabe, los crímenes pasionales…
Maigret volvió a acostarse y quedó atontado a fuerza de ponches y de aspirinas.
Posteriormente, cuando alguien quería hablarle de aquella investigación,
Maigret gruñía: «¿Qué investigación?», para desanimar a los preguntones.
Y el hombre iba a verlo una o dos veces por semana, y lo tenía al corriente de las
esperanzas del abogado.
No fue una absolución completa: un año de
libertad vigilada. Y fue ese hombre quien enseñó a
Maigret a jugar al ajedrez.
Fin
2. ACTIVIDADES

 COMPRENSIÓN LECTORA APLICACIÓN DE CONTENIDO. Contesta


en tu cuaderno las siguientes preguntas, de acuerdo a la lectura
anteriormente realizada. No olvidar que tu respuesta debe estar
desarrollada lo más completa posible.

A) ¿Cuál es la motivación del hombre para soportar los cinco días de


persecución que sufre?
B) Describe los métodos que emplea Maigret para resolver el caso. Luego
responde:
¿cuánto hay en ellos de intuición y cuánto de razonamiento?
C) ¿Cómo te imaginas la personalidad de Maigret? Señala dos rasgos de
ella y fundamenta a partir del relato.
D) ¿Qué imagen de la ciudad entrega el cuento?, ¿mediante qué aspectos es
representada?
E) ¿Qué importancia tiene para el sentido de la historia el cambio de
apariencia que tiene el sospechoso a lo largo del relato?
F) ¿Te parece que el relato transmite algún sentido sobre la sociedad o el
comportamiento humano, más allá de la anécdota y la intriga?
Fundamenta.
G) Busca en el cuento las palabras que aparecen en negrita,
posteriormente apoyado/a de un diccionario establece el significado de
cada una de ellas.
H) Realiza un esquema completo de la lectura donde se puedan identificar
los siguientes elementos del género narrativo: Narrador, tipos de
personajes según jerarquía y desarrollo, espacio físico, ambiente
psicológico y social.
I) Identifica los tipos de anacronías presentes en el relato, justifica tu
respuesta a través de las características de cada una de ella.
Ejemplifica, además, con fragmentos del texto.
J) Reconoce el estilo narrativo presente en los siguientes fragmentos.
Justifica tu respuesta.

 Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol
puntiagudo de invierno que acompaña a los grandes fríos, entraba por la
ventana. El grano, el forúnculo, brillaba en la frente de aquel a quien no
podía llamar más que «el hombre»

 Y, en efecto, cuando el polaco salió, después de haber leído los


periódicos, un inspector se acercó rápidamente a él. A menos de un
metro le hizo una foto. El hombre se llevó en seguida la mano a la cara,
pero ya era demasiado tarde, y entonces, demostrando que comprendía,
dirigió a Maigret una mirada de reproche.

 La portera nunca vio a la víctima. Stephan salió de su casa el lunes por


la mañana más temprano de lo que solía. Ella se sorprendió al ver que
no regresabas pero dejó de preocuparse al ver que…
-¿Qué hora es?
-Las tres y media. Aquí estoy solo. Me he hecho subir cerveza pero está muy
fría…

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