Guia Narrativa Unidad Repaso Octavo
Guia Narrativa Unidad Repaso Octavo
Guia Narrativa Unidad Repaso Octavo
a. El cuento: Es una narración breve que consta de un solo tema central, en ella
intervienen pocos personajes.
b. La novela: Es una narración similar al cuento, pero de extensión mucho más larga,
donde hay muchos personajes y varios temas que se van entrecruzando.
Poseen un NARRADOR: En la narración existe una voz que nos cuenta un relato: El
narrador, éste es diferente al autor. Como tal el autor es alguien externo a la
construcción narrativa, eso sí, elige al narrador más apropiado para contar la historia.
Punto de vista o perspectiva: el punto de vista constituye el ángulo de visión
desde el que se sitúa el narrador para contar la historia. Esto tiene una influencia
decisiva en lo que se nos cuenta, ya que restringe o no la información que tenemos de
los hechos narrativos, nos distancia o aproxima de los personajes. Generalmente son dos
los puntos de vista que se utilizan.
“Por la misma vereda desierta por donde yo camino, un hombre viene hacia
mí, a unos cien metros de distancia, la vereda es ancha, de modo que hay
sitio demás para que pasemos sin tocarnos”
b). Testigo: Es un espectador del acontecer, lo que narra le ocurre a otros. El narrador
relata en primera persona hechos de los que ha sido testigo, está dentro de la narración,
pero no como protagonista, sino que como espectador.
“Cierta mañana, dos días después de Pascua, pase a ver a mi amigo
Sherlock Holmes, con el propósito de desearle felicidades. Lo hallé recostado
en el sofá, con una bata color púrpura…”
II. ESTILOS NARRATIVOS: Para explicarnos lo que opinan, dicen o sienten los demás
personajes de la historia, el narrador puede utilizar dos estilos: el estilo directo y el
estilo indirecto.
En estilo directo: El narrador deja que los personajes hablen por sí mismos. Esto es
lo que ocurre en el siguiente trozo:
“Un día, Viernes mostró a Robinson una moto blanca que palpitaba en la
hierba, y le dijo:
- Margarita
- Sí –contestó Robinson-. Es una margarita”
En cambio cuando es el narrador quien se encarga de contar lo que dicen los personajes,
estamos en presencia del estilo indirecto.
Así ocurre en este ejemplo: “El juez, que nos les había dado hasta el momento
oportunidad de justificarse, preguntó ahora cómo pudieron saber tanto acerca
del camello, no habiéndolo siquiera visto.”
Estilo Indirecto libre: es la combinación los dos estilos anteriores. Como
resultado, el narrador parece hablar desde el interior de sus personajes. El
narrador se sirve del estilo indirecto libre para hablar como si fuese el propio
personaje puesto que nos transmite lo que este piensa y siente. Observemos
los siguientes ejemplos: 1) “La niña quería ir al cine, le preguntó a mamá si si
es que podía ir” 2) “Fernanda tenía sueño, se había acostado muy tarde. Se
movió y...mamá...dormiría un poco más”
Estilo directo libre: El narrador cede su voz y su visión al personaje, pero sin
anunciarlo previamente y sin nexos introductorias, sin guiones. Toda la ciudad
estaba esos días pendiente de su decisión. ‘Está decidido, no voy a casarme’.
El escándalo fue mayúsculo.
Los textos narrativos, aparte de tener un narrador, también tienen PERSONAJES,
ACONTECIMIENTOS, ESPACIO (lugar físico), AMBIENTE Y TIEMPO.
a). Los Personajes: Los hay de 3 tipos según su jerarquía: principales, que son los
que realizan acciones más importantes en la historia, en torno a ellos gira ésta. Los
secundarios, que son los que realizan las acciones menos importantes y ayudan al
protagonista o le acarrean problemas y los incidentales: que son aquellos que no se
relacionan con los principales, pero son necesarios para que la historia transcurra.
Ahora bien, de acuerdo al desarrollo de la historia, existen personajes dinámicos y
estáticos. Los primeros corresponden a aquellos que presentan algún cambio
psicológico durante el desarrollo de la historia. Mientras que los segundos, permanecen
de manera igual durante todo el relato.
b). Los acontecimientos: Son los hechos o acciones que ocurren en la historia, hay
acontecimientos principales, que son los más importantes, ya que van generando la
historia; y los acontecimientos secundarios, que son solo detalles, si alguno de ellos se
sacara de la historia, no influiría en nada.
c). Espacio: Corresponde al lugar físico en donde ocurren los acontecimientos. El espacio
puede ser abierto (aire libre) o cerrado (espacios cerrados). Por otro lado, el espacio
puede interpretarse según las situaciones que se vivan en él. Llamaremos espacio
devorador a aquel ambiente físico que consume al personaje poco a poco y espacio
determinante, al que lo atrapa y le impide cambiar su destino
d). .
Ambiente: Es la atmósfera que rodea a los personajes, dándose los siguientes:
Psicológico: Este ambiente se refiere a los sentimientos y emociones que
proyectan los personajes en relación a las situaciones o conflictos que se le
presentan.
Social: Este ambiente depende de las características culturales, sociales y
económicas de los personajes.
e). El tiempo: Corresponde a la manera en que está organizada la historia, vale decir, si su
orden es lineal (o cronológico) o ha sufrido alteraciones (por ejemplo, que comience
desde el final). Cada vez que analicemos el tiempo, debemos señalar si es lineal (o sea,
la historia se inicia por el principio) o se encuentra alterado (comienza por el final o por
el medio).
TIEMPO EN LA NARRACIÓN: Corresponde a la manera en que está organizada la historia.
Tiempo del relato o discurso: Es la disposición estética del acontecer de la narración. El
narrador organiza el tiempo de la historia de tal modo de instaurar una temporalidad
artística. Para ello, utiliza la anacronía: provocar una ruptura temporal en la narración,
introduciendo un hecho con una cronología distinta a la de causa – efecto.
Racconto: Retroceso extenso en el tiempo y vuelta al presente.
Flach back: Retroceso temporal breve y retronó rápido al presente.
Prolepsis: El narrador mira hacia el futuro.
Tiempo referencial histórico: El tiempo de la realidad histórica (época, siglo, etc) al que se
remiten los hechos narrados. Puede también referirse al tiempo del escritor, que es el
contexto social y cultural en el que éste escribe.
f). Acción: Son los acontecimientos que se van presentando en la historia y que dan vida a la
narración. La acción se estructura en base a estos momentos:
Inicial: Es el momento en que conocemos a los personajes, quiénes son, el espacio
en que se desarrolla la historia y los planes que ellos tienen, qué metas pretenden
lograr.
-Tengo que ser breve, jefe, no sea que el pájaro eche a volar. Lo vigilo por el
espejito incrustado en la puerta de la cabina. Estoy en el bar del Nain Jaune, en
el Boulevard Rochechouart… Sí, me ha visto. No tiene la conciencia tranquila.
Al cruzar el Sena ha tirado algo al río. Además, ha intentado despistarme diez
veces. ¿Lo espero aquí?
Así empezó una cacería que iba a prolongarse durante cinco días y cinco
noches, por entre transeúntes apresurados, en un París indiferente, de bar en
bar, de taberna en taberna; por un lado un hombre solo, por otro Maigret y sus
inspectores, que se turnaban en la persecución y que, a fin de cuentas,
acabaron tan exhaustos como su perseguido.
Maigret bajó del taxi delante del Nain Jaune, a la hora del aperitivo, y encontró
a Janvier acodado en el mostrador. No se tomó la molestia de adoptar un aire
inocente. ¡Al contrario!
-¿Quién es?
Con la barbilla, el inspector le indicó un hombre sentado en un rincón, delante
de un velador. El hombre los miraba con sus pupilas claras, de un azul
grisáceo, que daban a su fisonomía el aspecto de ser extranjero. ¿Nórdico?
¿Eslavo? Más bien eslavo. Llevaba un abrigo gris, un traje de buenas
hechuras, un sombrero flexible.
Debía de tener unos treinta y cinco años. Estaba pálido, recién afeitado.
-¿Qué quiere tomar, jefe? ¿Un Picon caliente?
-De acuerdo, un Picon caliente. ¿Qué bebe él?
-Aguardiente. Se ha tomado cinco esta mañana. Y no le extrañe si me trabuco
un poco al hablar: siguiéndolo he tenido que entrar en todas las tabernas. Tiene
mucho aguante, ¿sabe usted?… Además, fíjese, lleva toda la mañana así. Éste
no se da por vencido fácilmente.
Era verdad. Y parecía raro. Aquello no podía llamarse arrogancia ni desafío. El
hombre sencillamente los miraba. Si estaba inquieto, no dejaba que nada
trasluciese. Su rostro expresaba más bien tristeza, pero una tristeza tranquila,
meditabunda.
-En Bagatelle, cuando se dio cuenta de que usted no lo perdía de vista, se fue
en seguida, y yo tras él. Aún no había andado cien metros cuando ya había
girado la cabeza. Entonces, en vez de salir del Bois, como parecía su intención,
echó a andar a grandes zancadas por el primer sendero que encontró. Volvió la
cabeza otra vez. Me reconoció. Se sentó en un banco a pesar del frío, y yo me
paré a mi vez. Varias veces tuve la impresión de que quería dirigirme la
palabra, pero acabó por alejarse encogiéndose de hombros.
»En la Porte Dauphine estuve a punto de perderlo, porque tomó un taxi, pero
tuve la suerte de encontrar otro casi al momento. Bajó en la Place de l’Opéra, y
se metió precipitadamente en el metro. Yo iba siguiéndolo, cambiamos cinco
veces de línea, hasta que empezó a comprender que de esta manera no podría
despistarme.
»Volvimos a subir a la superficie. Estábamos en la Place Clichy. Desde
entonces no hemos dejado de ir de bar en bar. Yo esperaba que entrara en un
buen lugar, con una cabina telefónica desde donde pudiera vigilarlo. Cuando
me ha visto telefonear, ha hecho una mueca irónica y triste. Luego, yo hubiese
jurado que lo estaba esperando a usted.
-Telefonea a «casa». Que Lucas y Torrence se preparen para venir corriendo al
primer aviso. Y que venga también un fotógrafo de Identidad Judicial, con una
cámara muy pequeña.
-¡Camarero! -llamó el desconocido-. ¿Qué le debo?
-Tres cincuenta.
-Apostaría a que es polaco -murmuró Maigret a Janvier-. En marcha.
No fueron muy lejos. En la Place Blanche el hombre entró en un pequeño
restaurante; ellos lo siguieron y se sentaron a una mesa que estaba junto a la
suya. Era un restaurante italiano, y comieron pasta.
A las tres, Lucas fue a relevar a Janvier, cuando éste se hallaba con Maigret en
una cervecería frente a la Gare du Nord.
-¿Y el fotógrafo? -preguntó Maigret.
-Espera en la calle para sorprenderlo cuando salga.
Y, en efecto, cuando el polaco salió, después de haber leído los periódicos, un
inspector se acercó rápidamente a él. A menos de un metro le hizo una foto. El
hombre se llevó en seguida la mano a la cara, pero ya era demasiado tarde, y
entonces, demostrando que comprendía, dirigió a Maigret una mirada de
reproche.
-Amigo mío -monologaba el comisario-, tienes muy buenas razones para no
llevamos a tu domicilio. Pero si tú tienes paciencia, yo tengo tanta como tú…
Al oscurecer, había copos de nieve revoloteando por las calles, mientras el
desconocido andaba, con las manos en los bolsillos, esperando la hora de
acostarse.
-¿Lo relevo durante la noche, jefe? -propuso Lucas.
-No. Prefiero que te ocupes de la fotografía. En primer lugar, consulta el
fichero. Luego investiga en los ambientes extranjeros. Ese tipo conoce París.
Seguro que hace tiempo que vive aquí. Alguien ha de conocerlo.
-¿Y si publicásemos su foto en los periódicos?
Maigret miró a su subordinado con desdén. ¿O sea que Lucas, que trabajaba
con él desde hacía tantos años, aún no comprendía? ¿Acaso la policía tenía un
solo indicio? ¡Nada! ¡Ni un testimonio! Matan a un hombre de noche en el Bois
de Boulogne. No se encuentra el arma. Ni una huella. El doctor Borms vive
solo, y su único sirviente ignora adónde fue la víspera.
-¡Haz lo que te digo! Largo…
A las doce de la noche por fin el hombre se decidió a cruzar el umbral de un
hotel. Maigret le seguía los pasos. Era un hotel de segunda o incluso de tercera
categoría.
-Quisiera una habitación.
-¿Me rellena esta ficha, por favor?
La rellena entre titubeos, con los dedos entumecidos por el frío. Mira a Maigret
de arriba abajo, como diciéndole: «¡Si cree que me importa que me esté
mirando! Escribiré lo que me dé la gana».
Y, en efecto, escribe el primer nombre y apellido que le viene a la cabeza:
Nikolas Slaatkovich, domiciliado en Cracovia, que había llegado a París el día
anterior.
Todo falso, evidentemente. Maigret telefonea a la Policía Judicial. Se revisan
los expedientes de los pisos amueblados, los registros de extranjeros, llaman a
los puestos fronterizos. No existe ningún Nikolas Slaatkovich.
-¿Usted también desea una habitación? -pregunta el dueño con una mueca,
porque ya se huele que está ante un policía.
-No, gracias. Pasaré la noche en la escalera.
Es más seguro. Se sienta en un peldaño, delante de la puerta de la habitación
número 7. Por dos veces esta puerta se abre. El hombre escudriña la oscuridad
con la mirada, ve la silueta de Maigret, y termina por acostarse. Por la mañana,
la barba le ha crecido, tiene las mejillas rasposas. No ha podido cambiarse de
ropa. Ni siquiera tenía peine, y lleva el pelo alborotado.
Lucas acaba de llegar.
-¿Lo relevo, jefe?
Maigret no se resigna a dejar a su desconocido. Lo ha visto pagar la habitación.
Lo ha visto palidecer. Y adivina lo que pasa.
En efecto, poco después, en un bar en el que toman, por así decirlo, codo con
codo, un café con leche y unos croissants, el hombre, sin ocultarse lo más
mínimo, cuenta el dinero que le queda. Un billete de cien francos, dos monedas
de veinte, una de diez y menudo. Sus labios se estiran en una mueca de
contrariedad.
¡Bueno! Con eso no irá muy lejos. Cuando llegó al Bois de Boulogne, acababa
de salir de su casa, porque iba recién afeitado, sin una mota de polvo, sin una
arruga en el traje. ¿Tenía intención de volver al cabo de poco? Ni siquiera se
preocupó por el dinero que llevaba encima.
Maigret adivina lo que tiró al Sena: los documentos de identidad, tal vez
tarjetas de visita. Quiere evitar a toda costa que se descubra dónde vive.
Y el callejeo típico de los que no tienen techo vuelve a empezar, con paradas
delante de las tiendas, de los puestos de vendedores ambulantes, o en los
bares, en los que tiene que entrar de vez en cuando, aunque sólo sea para
sentarse, sobre todo porque en la calle hace frío, o para leer los periódicos.
¡Ciento cincuenta francos! Al mediodía, nada de restaurantes. El hombre se
conforma con huevos duros, que come de pie ante un mostrador, y una
cerveza, mientras Maigret engulle unos bocadillos.
El otro duda mucho antes de entrar en un cine. Dentro del bolsillo su mano
juega con las monedas. Hay que resistir todo el tiempo posible. El hombre
anda y anda…
¡Por cierto! Hay un detalle que llama la atención de Maigret. En su agotadora
caminata, el hombre recorre siempre determinados barrios: de la Trinité a la
Place Clichy; de la Place Clichy a Barbès, pasando por la Rue Caulaincourt; de
Barbès a la Gare du Nord y a la Rue La Fayette…
¿Tiene también miedo de que lo reconozcan? Seguramente elige los barrios
más alejados de su casa o de su hotel, los que suele frecuentar.
¿Vive en Montparnasse, como tantos extranjeros? ¿En los alrededores del Panteón?
La ropa que usa indica una posición media. Son prendas cómodas, sobrias, de
buena hechura. Sin duda, una profesión liberal. ¡Lleva alianza! O sea que ¡está
casado!
Maigret ha tenido que resignarse a ceder su lugar a Torrence. Pasa
rápidamente por su casa. Madame Maigret está contrariada: su hermana ha
venido de
Era una tontería, pero, por encima de todo, lo conmovía un detalle ridículo: el
hombre tenía un grano en la frente, un grano que, fijándose bien, seguramente
era un forúnculo, de un color que iba pasando de rojo a morado.
Con tal de que Lucas…
A las doce, el hombre, que decididamente conocía muy bien París, se dirigió
hacia donde repartían la sopa popular, al final del Boulevard Saint-Germain Y
se puso en la fila de andrajosos. Un viejo le dirigió la palabra, pero él fingió no
entenderlo. Entonces otro, con la cara picada de viruela, le habló en ruso.
Maigret cruzó a la acera de enfrente, vaciló, se vio obligado a comer unos
bocadillos en una taberna, y volvió la espalda a medias para que el otro, a
través de los cristales, no lo viera comer.
Aquellos pobres diablos avanzaban lentamente, entraban en grupos de cuatro
o de seis en la sala donde les servían escudillas de sopa caliente. La cola se
alargaba. De vez en cuando, los de atrás empujaban, y algunos dejaban oír
protestas.
La una. Un chiquillo apareció en el extremo de la calle. Corría, adelantando el cuerpo.
–L ‘Intran… L ‘Intran…
Tampoco él quería perder tiempo. Sabía desde lejos qué transeúntes
comprarían el periódico. No hizo el menor caso de la hilera de mendigos.
–L ‘Intran…
Humildemente, el hombre alzó la mano y dijo:
-¡Eh, eh!
Los demás lo miraron. ¿O sea que aún tenía algunos céntimos para comprarse un
periódico?
Maigret también llamó a al vendedor, desplegó la hoja y, aliviado, encontró en
la primera página lo que buscaba, la fotografía de una mujer joven, bella,
sonriente.
«INQUIETANTE DESAPARICIÓN
»Se nos comunica que desde hace cuatro días ha desaparecido una joven
polaca, Madame Dora Strevzki, que no ha vuelto a su domicilio en Passy, Rue
de la Pompe, número 17.
»A ello se añade el significativo hecho de que el marido de la desaparecida,
Monsieur Stephan Strevzki, también desapareció de su domicilio la víspera, es
decir, el lunes, y la portera, que ha avisado a la policía, declara…»
Al hombre sólo le faltaban por recorrer cinco o seis metros, en la fila que lo
arrastraba, para tener derecho a su escudilla de sopa humeante. En ese
momento salió de la cola, cruzó la calzada, donde estuvo a punto de que lo
atropellara un autobús, y llegó a la otra acera, para encontrarse justo ante
Maigret.
-¡Estoy a su disposición! -se limitó a decir el hombre-. Lo acompaño adonde
usted quiera. Contestaré todas sus preguntas…
Estaban todos en el pasillo de la Policía Judicial: Lucas, Janvier, Torrence,
además de otros que no habían intervenido en el caso pero que estaban al
corriente. Al pasar, Lucas le hizo una señal a Maigret que quería decir:
«¡Asunto resuelto!»
Una puerta que se abre y que vuelve a cerrarse. Cerveza y bocadillos encima de la
mesa.
-Antes que nada, coma un poco.
Se siente incómodo. No consigue tragar. Por fin el hombre habla.
-Ya que ella se ha ido y está a salvo…
Maigret pareció sentir la necesidad de atizar la estufa.
-Cuando leí en los periódicos lo del crimen, ya hacía tiempo que sospechaba
que Dora me engañaba con aquel hombre. También sabía que no era su única
amante. Yo conocía bien a Dora, su carácter impetuoso, ¿me comprenden?
Sin duda él intentó librarse de ella, y yo sabía que Dora era capaz de… Ella
siempre llevaba en el bolso un revólver con adornos de nácar. Cuando los
periódicos anunciaron la detención del asesino y la reconstrucción del crimen,
quise ver…
Maigret hubiera querido poder decir, como los policías ingleses: «Le advierto
que todo lo que declare podrá utilizarse en su contra».
No se había quitado el abrigo. Seguía llevando el sombrero puesto.
-Ahora que ella ya está en lugar seguro… Porque Supongo… -Miró a su
alrededor con angustia. Una sospecha cruzó por su mente-. Debió de
comprender lo que pasaba al ver que yo no volvía. Yo sabía que eso acabaría
así, que Borms no era un hombre para ella, que Dora nunca iba a aceptar
servirle de pasatiempo, y que entonces volvería a mí. El domingo por la tarde
salió sola, como solía hacer en estos últimos tiempos. Seguramente lo mató
cuando…
Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol
puntiagudo de invierno que acompaña a los grandes fríos, entraba por la
ventana. El grano, el forúnculo, brillaba en la frente de aquel a quien no podía
llamar más que «el hombre»
-Su esposa lo mató, sí, cuando comprendió que se había burlado de ella. Y
usted comprendió que ella lo había matado. Y entonces quiso… -Se acercó
bruscamente al polaco-. Le pido perdón, amigo -masculló como si hablase con
un antiguo compañero-. Me habían encargado que descubriese la verdad,
¿no? Mi deber era…
-Abrió la puerta-. Que entre Madame Dora Strevzki. Lucas, sigue tú, yo…
Y en la Policía Judicial nadie volvió a verlo durante dos días. El jefe lo telefoneó a su
casa.
-Bueno, Maigret. Ya debe de saber que ella lo ha confesado todo y que… A
propósito, ¿cómo va su resfriado? Me han dicho…
-No es nada, estoy muy bien. Dentro de veinticuatro horas… ¿Y él?
-¿Cómo dice? ¿Quién?
-¡Él!
-¡Ah, ya comprendo! Ha contratado al mejor abogado de París. Confía en
que… Ya sabe, los crímenes pasionales…
Maigret volvió a acostarse y quedó atontado a fuerza de ponches y de aspirinas.
Posteriormente, cuando alguien quería hablarle de aquella investigación,
Maigret gruñía: «¿Qué investigación?», para desanimar a los preguntones.
Y el hombre iba a verlo una o dos veces por semana, y lo tenía al corriente de las
esperanzas del abogado.
No fue una absolución completa: un año de
libertad vigilada. Y fue ese hombre quien enseñó a
Maigret a jugar al ajedrez.
Fin
2. ACTIVIDADES
Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol
puntiagudo de invierno que acompaña a los grandes fríos, entraba por la
ventana. El grano, el forúnculo, brillaba en la frente de aquel a quien no
podía llamar más que «el hombre»