Besame Mucho-Cómo Criar A Tus Hijos Con Amor-Carlos González

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Bésame mucho
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Darthdahar

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T ít
ulo orig inal: Bésame mucho
Carlos G onz á lez , 2 0 0 3
R etoque de cubiert a: D art
hdahar

E dit
or dig it
al: D art
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ePub base r1 . 1

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A Joana, D aniel, Sara y M arina, que m e enseñaron a ser padre

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AGRADECIMIENTOS
E l aut or da las g racias a A licia Bair- F assardi, Joana G uerrero, R osa Jové , L ourdes
M art ínez , M aribel M at illa, Pilar Serrano, M ónica Tesone, E ulalia Torras, Pat ricia
Traut m ann V illalba y Silvia W aj nbuch por sus valiosos com ent arios al m anuscrit o.
L os t est im onios de m adres cit ados en est e libro provienen de cart as enviadas al
autor, la m ay oría a t ravé s de la revista Ser Padres, y de foros públicos en Int ernet . Se
han cam biado los nom bres para prot eg er la int
im idad de los prot ag onist as.

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PARTE I

El niño bueno y el niño malo

H em os t om ado prest ado est e t


ít ulo de un cuent o de M ark Tw ain no para hablar, com o
é l, de dos niños concret os, sino de t odos y cada uno de los niños, del N iño en g eneral.
¿ Son los niños buenos o m alos? Pues de t odo habrá , pensará el lect or. Cada niño es
dist into, y probablem ent e la m ay oría, lo m ism o que los adult os, será n norm ales
t irando a buenos.
Sin em barg o, y dej ando apart e los m é rit os propios de cada niño, m ucha g ent e
( padres, psicólog os, m aest ros, pediat ras y público en g eneral) t iene una opinión
predet erm inada y g eneral sobre la bondad o m aldad de los niños. Son « ang elit os» o
« pequeños t iranos»; lloran porque sufren o porque nos t om an el pelo; son criat uras
inocent es o « saben lat ín»; nos necesit an o nos m anipulan.
D e est a concepción previa depende que veam os a nuest ros propios hij os com o
am ig os o enem ig os. Para unos, el niño es t ierno, frá g il, desvalido, cariñoso, inocent e,
y necesit a nuest ra at ención y nuest ros cuidados para convert irse en un adult o
encant ador. Para ot ros, el niño es eg oíst a, m alvado, host il, cruel, calculador,
m anipulador, y sólo si dobleg am os desde el principio su volunt ad y le im ponem os
una ríg ida disciplina podrem os apart arlo del vicio y convert irlo en un hom bre de
provecho.
E st as dos visiones ant ag ónicas de la infancia im preg nan nuest ra cult ura desde
hace sig los. A parecen en los consej os de parient es y vecinos, y t am bié n en las obras
de pediat ras, educadores y filósofos. L os padres j óvenes e inex pert os, público
habit ual de los libros de puericult ura ( con el seg undo hij o sueles t ener m enos fe en
los ex pert os y m enos t iem po para leer) , pueden encont rar obras de las dos t endencias:
libros sobre cóm o t rat ar a los niños con cariño o sobre cóm o aplast arlos. L os últ im os,
por desg racia, son m ucho m á s abundant es, y por eso m e he decidido a escribir est e,
un libro en defensa de los niños.
L a orient ación de un libro, o de un profesional, raram ent e es ex plícit a. E n la
solapa del libro t endría que decir claram ent e: « E st e libro part e de la base de que los
niños necesit an nuest ra at ención», o bien: « E n est e libro asum im os que los niños nos
tom an el pelo a la m á s m ínim a oport unidad». L o m ism o deberían ex plicar los
pediat ras y psicólog os en la prim era visit a. A sí, la g ent e sería conscient e de las
dist intas orient aciones, y podría com parar y eleg ir el libro o el profesional que m ej or
se adapt a a sus propias creencias. Consult ar a un pediat ra sin saber si es part idario del
cariño o de la disciplina es t an absurdo com o consult ar a un sacerdot e sin saber si es
cat ólico o budist a, o leer un libro de econom ía sin saber si el aut or es capit alist a o

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com unist a.
Porque de creencias se t rat a, y no de ciencia. A unque a lo larg o de est e libro
int ent aré dar arg um ent os a favor de m is opiniones, hay que reconocer que, en últ im o
té rm ino, las ideas sobre el cuidado de los hij os, com o las ideas polít icas o relig iosas,
dependen de una convicción personal m á s que de un arg um ent o racional.
E n la prá ct ica, m uchos ex pert os, profesionales y padres ni siquiera son
conscient es de que ex ist en est as dos t endencias, y no se han parado a pensar cuá l es la
suy a. L os padres leen libros con orient aciones t otalm ent e diferent es, incluso
incom pat ibles, se los creen t odos e int ent an llevarlos a la prá ct ica sim ult á neam ent e.
M uchos aut ores les ahorran el t rabaj o, pues y a escriben direct am ent e híbridos cont ra
nat ura. Son los que t e dicen que t om ar al niño en braz os es buenísim o, pero que
nunca lo coj as cuando llora porque se acost um bra; que la leche m at erna es el m á s
m aravilloso alim ent o, pero que a part ir de los seis m eses y a no alim ent a; que los
m alos t rat os a los niños const it uy en un g ravísim o problem a y un at ent ado a los
derechos hum anos, pero que un cachet e a tiem po hace m aravillasŁ V am os, « libert ad
dent ro de un orden».
V eam os un ej em plo clá sico, en la obra del pedag og o Pedro de A lcá nt ara G arcía,
que escribía hace casi un sig lo, cit ando al filósofo K ant :

Tan perj udicial puede ser la represión const ante y ex ag erada, com o la com placencia
cont inua y ex t
rem osa. K ant nos ha dej ado dicho a est e respect o: « N o debe
quebrant arse la volunt ad de los niños, sino dirig irla de t al m odo que sepa ceder a los
obst á culos nat urales los padres se equivocan ordinariam ent e rehusando a sus hij os
todo lo que les piden. E s absurdo neg arles sin raz ón lo que esperan de la bondad de
sus padres . M as, de ot ra parte, se perj udica a los niños haciendo cuant o quieren; sin
duda que de est e m odo se im pide que m anifiest en su m al hum or, pero t am bié n se
hacen m á s ex ig ent es». L a volunt ad se educa, pues, ej ercit á ndola y rest ring ié ndola,
por el ej
ercicio y la represión, posit iva y neg at
ivam ent e.

E n conjunt o, estos pá rrafos parecen bast ant e raz onables, y bast ant e favorables al
niño ( aunque la palabra « represión» hoy en día chirría un poco, ¿ verdad? Seg uim os
reprim iendo a los niños, pero preferim os decir que los form am os, encauz am os o
educam os) . Todo depende de qué se considere una « com placencia ex t rem osa». N o
hay que neg arles cosas sin raz ón, pero si un niño se va a t irar por la vent ana, desde
lueg o que no se lo hem os de perm it ir. Todos de acuerdo.
Pero ¿ por qué precisam ent e al hablar de los niños hay que acordarse de esas
lim itaciones? Tam poco perm it iríam os que se t irase por la vent ana un adult o, y a sea
nuest ro padre o nuest ro herm ano, nuest ra esposa o nuest ro m arido, nuest ra j efa o
nuest ra em pleada. Pero eso es t an lóg ico que, al hablar de personas adult as, no
creem os necesario hacer la aclaración. Sust ituy a en los pá rrafos ant eriores al hij o por

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la esposa: « E n la vida cony ug al, t an perj udicial puede ser la represión const ante y
ex ag erada, com o la com placencia cont inua y ex t rem osa. Se perjudica a las m uj eres
haciendo cuant o quieren; sin duda que de est e m odo se im pide que m anifiest en su
m al hum or, pero t am bié n se hacen m á s ex ig ent es».
E n dos frases las ha llam ado ex ig ent es y m alhum oradas. ¿ A que da rabia?
D urant e sig los, la m uj er ha est ado « nat uralm ent e» som et ida al m arido, y se
escribían frases sim ilares sin que nadie se escandaliz ase. H oy nadie se at revería a
hablar así de las m uj eres, pero todavía nos parece norm al hacerlo de los niños.
Pensará alg ún lect or que est oy cog iendo las cosas m uy por los pelos, que t am poco
es para tant o, que estoy sacando de cont ex t o las frases de Pedro de A lcá ntara y que é l
en realidad era m uy respet uoso con los niños. Pero es que aquello no era m á s que el
principio. U nas pocas pá g inas m á s adelant e leem os:

Para cont ener estos im pulsos y evit ar la form ación de sem ej antes há bitos, precisa
oponer resist encia a los deseos de los niños, cont rariar sus caprichos, no dej arles
hacer t
odo lo que quieran ni est ar con ellos t an solícitos com o suelen est ar m uchos
padres a sus m enores indicaciones.

A quí y a no est am os hablando de im pedir que el niño j ueg ue con una pist ola,
peg ue a ot ro niño o rom pa un j arrón, est am os hablando de no dej arle hacer lo que
quiere « porque sí», por el puro placer de cont rariarle, cuando acaba de decir que « E s
absurdo neg arles sin raz ón lo que esperan». Parece que ni el aut or ni sus lect ores se
daban cuent a de que había una cont radicción.
M ucha g ent e se sient e atraída por est as posiciones indefinidas, por el « sí, peroŁ »
y por el « no, aunqueŁ », pues est á m uy ex t endida en nuest ra sociedad la idea de que
los ex t rem os son m alos y en el m edio est á la virtud. Pero no es así, al m enos no en
todos los casos. L a virt ud est á , m uchas veces, en un ex t rem o. U n par de ej em plos en
los que quiero creer que t odos m is lect ores coincidirá n: la policía j am á s debe t ort urar
a un det enido, el m arido j am á s debe g olpear a su esposa. ¿ L e parece que est os
«j am ases» result an dem asiado ex t rem ist as, tal vez faná t icos? ¿ D ebería adopt ar una
post ura int erm edia, m á s conciliadora y com prensiva, com o t ort urar poquit o y sólo a
asesinos y t errorist as, o peg ar a la esposa sólo cuando ha sido infiel? R ot undam ent e
no. Pues bien, del m ism o m odo, no est oy dispuest o a acept ar que « un cachet e a
tiem po» sea ot ra cosa que m alos t ratos, ni conoz co ning ún m ot ivo por el que hay a
que hacer caso a los niños de día pero no de noche.
E l libro que t iene ust ed en sus m anos no busca el « j ust o m edio», sino que t om a
claro part ido. E st e libro part e de la base de que los niños son esencialm ent e buenos,
de que sus necesidades afect ivas son im port ant es y de que los padres les debem os
cariño, respet o y at ención. Q uienes no est é n de acuerdo con est as prem isas, quienes
prefieran creer que su hij o es un « pequeño m onst ruo» y busquen t rucos para m et erlo

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en vereda, encont rará n ( por desg racia, pienso y o) ot ros m uchos libros m á s acordes
con sus creencias.
E st e libro est á a favor de los hij os, pero no debe pensarse por ello que est á en
cont ra de los padres, pues precisam ent e sólo en la t eoría del « niño m alo» ex ist e ese
enfrent am ient o.
Q uienes at acan al niño parecen creer que así defienden a los padres ( « un horario
ríg ido para que t ú t eng as libert ad, lím it es para que no t e tom e el pelo, disciplina para
que t e respet e, dej arlo solo para que puedas t ener t u propia int im idadŁ ») ; pero se
equivocan, porque en realidad padres e hij os est á n en el m ism o bando. A la larg a, los
que creen en la m aldad de los niños acaban at acando t am bié n a los padres: « N o t ené is
volunt ad, lo est á is m alcriando, no seg uís las norm as, sois dé bilesŁ ».
Pues la t endencia nat ural de los padres es la de creer que sus hij os son buenos, y
trat arlos con cariño. U na vez lleg ué dem asiado pront o a m i consult a y m e ent retuve
charlando con el recepcionist a. E n la sala sólo había una m adre, con un bebé de pocos
m eses en un cochecit o, esperando para ot ro coleg a. E l bebé se puso a llorar, y la
m adre int ent ó calm arlo m oviendo el cochecit o adelant e y atrá s. Cada vez los llant os
eran m á s desesperados, y los paseos de la m adre m á s frené t icos. Cuando un niño llora
con t odas sus fuerz as, los m inut os parecen horas. « ¿ Q ué hace? pensé . ¿ Por qué
no lo saca del coche y lo t om a en braz os?». E speré y esperé , pero la m adre no hacía
nada. F inalm ent e, aunque nunca he sido am ig o de dar consej os no solicit ados, m e
decidí a lanzar una indirect a lo m á s suave que pude:
¡Pero qué enfadado est á est e niño! Parece que quiere braz osŁ
Y ent onces, com o m ovida por un resort e, la m adre se abalanz ó a sacar del coche a
su hij o ( que se calm ó al inst ant e) y ex plicó:
E s que com o dicen los pediat ras que no es bueno cog erlosŁ
¡N o se at revía a t om ar a su hij o en braz os porque había un pediat ra delant e! A quel
día com prendí cuá nt o poder t enem os los m é dicos y cuá nt as presiones y t em ores
deben soport ar cada día las m adres.
E sa m ism a ex plicación, « le cog ería en braz os, pero com o dicen que se m al
acost um branŁ », la he oído docenas de veces en circunst ancias m enos dram á t icas.
Todas las m adres sient en el deseo de consolar a su hij o que llora, y sólo una fuert e
presión y un com plet o « lavado de cerebro» puede convencerlas de lo cont rario. E n
cam bio, nunca he vist o el caso opuest o: una m adre que espont á neam ent e prefiera
dej ar llorar a su hij o, pero lo t om e en braz os por oblig ación ( « le dej aría llorar, pero
com o dicen que eso les provoca un t raum aŁ ») .

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LA PUERICULTURA ELÁSTICA
Ot ro im port ant e problem a es que, a m enudo, las palabras de los libros y de los
ex pert os son t an im precisas que adm it en cualquier int erpret ación.
U na vez escuché durant e m á s de m edia hora a un psicólog o que hablaba sobre la
educación de los niños ant e un g rupo de m adres y padres. N o ent endí nada. E n
realidad, sospecho que no dij o nada. A l final, t odos le aplaudieron. Conscient e o
inconscient em ent e, alg unos ex pert os en educación parecen adopt ar el m é t
odo de los
redact ores de horóscopos: decir g eneralidades vacías de cont enido con las que
cualquiera puede ident ificarse. Si y o dig o, por ej em plo, « los g é m inis son cariñosos y
leales, aunque no les g ust a que les t om en el pelo», m uchos de m is lect ores g é m inis
pensará n que he descrit o a la perfección su personalidad. ¿ Y si hubiera dicho « los
sag it ario son cariñosos y lealesŁ »? O t ro com plet o aciert o. Claro, t odo el m undo es
( o cree ser) m á s o m enos así. N adie reconoce ser arisco o t raicionero, nadie quiere
que le t om en el pelo.
D el m ism o m odo, ¿ quié n no est aría de acuerdo en que « los padres deben
encauz ar las pot encialidades de sus hij os, pero sin lim it ar su creat ividad»? L os padres
de M art a y de E nrique, dos niños de seis años, est á n de acuerdo. M art a sale de casa a
las siet e de la m añana y vuelve a las seis o siet e de la noche t ras com er en el coleg io y
est udiar ing lé s, inform á t ica y danz a despué s de clase. L a recog e una cang uro que la
cuida hast a que vuelven sus padres. Por su part e, el padre de E nrique ha dej ado el
trabaj o para poder cuidar de su hij o. E nrique com e en casa, y dos días por sem ana
est udia g uit arra porque le g ust a, no porque sea necesario pasar de alg ún m odo las
horas hast a que vuelven sus padres.
L os dos padres est á n convencidos de que est á n haciendo ex act am ent e lo que
recom ienda el ex pert o: ellos hacen lo posible por encauz ar las pot encialidades de sus
hij os. Sólo les preocupa un poco lo de « lim it ar la creat ividad». ¿ N o la est ará n
lim it ando sin darse cuent a? E l papá de E nrique decide que a part ir de ahora no sólo
jug ará con su hij o al fút bol, sino t am bié n al baloncest o ( t al vez no sea bueno
cent rarse en un solo deport e) ; el de M art a decide apunt arla a piano dos días por
sem ana, de siet e a ocho de la t arde, para com plet ar su educación.
Y ust ed, ¿ cree que M art a y E nrique est á n recibiendo la m ism a educación?
M uchas veces, las frases son t an elá st icas que se les puede dar la vuelt a com o a
un calcet ín. Si le ha g ust ado « los padres deben encauz ar las pot encialidades de sus
hij os, pero sin lim it ar su creat ividad», ¿ qué m e dice de « los padres deben perm it ir
que las pot encialidades de sus hij os fluy an librem ent e, pero poniendo lím it es a su
desordenada creat ividad»? A l verlas j unt as, se da ust ed cuent a de que est as dos frases
son ex act am ent e opuest as; pero si hubiera leído una en un libro y m eses despué s la
otra en ot ro libro, probablem ent e no hubiera not ado la diferencia.

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¿ Y qué decir de una frase com o « el vínculo afect ivo ent re m adre e hij o debe ser lo
suficient em ent e sólido para dar seg uridad al niño, pero sin caer en la sobreprot ección,
para no ahog ar el desarrollo de su personalidad»? ¿ Q ué sig nifica est o? ¿ Cóm o es de
sólido un vínculo lo suficient em ent e sólido, dónde est á el « vinculóm et ro» para
m edirlo? ¿ E s posible ahog ar el desarrollo de una personalidad? ¿ Y cóm o? ¿ Cóm o se
dist ing ue, de m ay ores, a quienes t ienen la personalidad « ahog ada»? A l oír est a frase,
dos m adres, Isabel y Yolanda, se quedan un poco preocupadas. L a hij a de Isabel, de
diez m eses, va a la g uardería nueve horas al día, y al salir la recog e la abuela, que la
cuida de cinco a ocho. Isabel sospecha que su sueg ra est á m alcriando y consint iendo
a la niña, y se preg unt a si no sería m ej or cont ratar a una cang uro para esas horas,
ant es de que ahog uen por com plet o la personalidad de su t ierna hij a. Yolanda ha
pedido ex cedencia en el t rabaj o para cuidar a su hij o de diez m eses, que t om a pecho y
duerm e en la cam a de sus padres; pero el m art es pasado fue a la peluquería, había
m á s cola de la que esperaba, y al volver su m arido le dij o que el niño había llorado
m ucho. « ¿ Se habrá rot o nuest ro vínculo afect ivo?», se preg unt a Yolanda; « ¿ se
volverá m i hij o inseg uro por causa de est a separación? A l ver t anta cola, t enía que
haber vuelt o a casa en seg uida y dej ar el cort e de pelo para ot ro día». Por supuest o,
tant o Isabel com o Yolanda est á n totalm ent e de acuerdo con el ex pert o en cuest ión;
ning una de las dos duda de la im port ancia de un vínculo sólido, ni de los pelig ros de
la sobreprot ección.
Todo el m undo puede est ar de acuerdo con est e tipo de declaraciones g enerales,
porque cada cual las puede int erpret ar de acuerdo con sus propias ideas. U n ex pert o
canadiense, R obert L ang is, nos brinda ot ro ej em plo. E n su libro Cómo decir no a los
niños ( un t ítulo de por sí sig nificat ivo: el g ran problem a de los niños parece ser que
no les han dicho « no» suficient es veces) enum era « las t rece condiciones de la
esclavit ud de los padres de hoy en día». D ichas condiciones son ex t rem adam ent e
am plias, por ej em plo la prim era:

N o sabem os est
ablecer la diferencia ent
re las necesidades de nuest
ro hij
o
y sus caprichos.

E sto se puede int erpret ar de m il m aneras. Para alg unos padres, t odo lo que pida su
hijo, m enos la com ida, será un capricho. Y la com ida t iene que ser ex act am ent e la
que le han puest o en el plato y no ot ra, y se ha de com er a una hora fij a y sig uiendo
unas norm as de urbanidad inm ut ables.
Para ot ros, en cam bio, un niño t iene plena necesidad de est ar en braz os g ran part e
del día, de dorm ir con sus padres, de recibir caricias y consuelo cuando llora, de
com er lo que le g ust a y dej ar lo que le disg ust a, de t
ener j ug uet es variados y
ag radables y de rom per alg uno de ellos de vez en cuando.

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Pero est os padres seg uirá n est ando de acuerdo en dist ing uir entre necesidad y
capricho; por supuest o que no van a perm it
ir que su hij
o de dos años abra la llave del
g as.
H aciendo est e tipo de declaraciones g enerales, es m uy fá cil t
ener a todo el m undo
cont ento. E n est
e libro intentarem os concret ar un poco m á s, aun a costa de desag radar
a alg unos lect ores.

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EL ÚLTIMO TABÚ
N uest ra sociedad parece m uy t olerant e porque m uchas cosas que hace cien años
estaban prohibidas se consideran ahora com plet am ent e norm ales. Pero si nos fij am os
m ej or, tam bié n hay cosas que hace cien años eran norm ales y que ahora est án
prohibidas. Tan com plet am ent e prohibidas que hast a nos parece norm al que sea así,
tan norm al com o a nuest ros bisabuelos les debía parecer su sist em a de t abúes y
prohibiciones.
M uchos de los ant ig uos t abúes se referían al sex o; m uchos de los act uales se
refieren a la relación m adre- hij o, para desg racia de los niños y de sus m adres. Por
ejem plo, la palabra « vicio» se usa ahora en una form a t otalm ent e diferent e a com o la
usaban nuest ros abuelos. Casi t odo lo que ent onces era « vicio» ha dej ado ahora de
serlo. Beber, fum ar o j ug ar son ahora enferm edades ( alcoholism o, t abaquism o,
ludopat ía) , con lo que el pecador se ha convert ido en víct im a inocent e. L a
m ast urbación ( el « vicio solit ario» que t anto preocupaba a m é dicos y educadores) se
considera norm al. L a hom osex ualidad es sim plem ent e un est ilo de vida. H ablar de
vicio en cualquiera de esos casos se consideraría hoy un g rave insult o. H oy en día,
sólo se llam a vicio a alg unas inocent es actividades de los niños pequeños: « Tiene el
vicio de m orderse las uñas». « L lora de vicio». « Si lo cog es en braz os, se va a
enviciar». « L o que pasa es que est á enviciado con el pecho, y por eso no se com e la
papilla».
Si t odavía t iene dudas sobre cuá les son los verdaderos t abúes de nuest ra sociedad,
im ag ine que va a su m é dico de cabecera y le ex plica una de las sig uient es hist orias:

1 . « Teng o un niño de t res años y veng o a ver si m e hace la prueba del sida, porque
este verano he t
enido relaciones sex uales con varios desconocidos».
2 . « Teng o un niño de tres años y fum o un paquet e al día».
3 . « Teng o un niño de t
res años; le doy el pecho y duerm e en nuest
ra cam a».

¿ E n cuá l de los t res casos cree que su m é dico le echaría la bronca? E n el prim er
caso, le dirá « ah, bueno» y le pedirá la prueba del sida sin pest añear; t odo lo m á s le
recordará educadam ent e la conveniencia de usar el preservat ivo, lo m ism o que en el
seg undo caso le ex plicará que el t abaco no es bueno para la salud ( y si el m é dico
tam bié n fum a, no le dirá nada de nada) . N adie la increpará : « ¡Pero qué descaro, cóm o
se at reve, una m uj er casada, una m adre de fam ilia! ».
¿ Y en el t ercer caso? Conoz co una hist oria real. Cuando la psicólog a de la
g uardería se ent eró de que M aribel est aba dando el pecho a su hij o de diecisé is
m eses, la cit ó para ex plicarle que si no lo dest etaba inm ediat am ent e su hij o sería
hom osex ual ( uno no sabe si asom brarse m á s de los prej uicios cont ra la lactancia o de
los prej uicios cont ra la hom osex ualidad) .

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Com o M aribel persist ió en su « pelig rosa» actitud, la psicólog a llam ó a su casa
para hablar direct am ent e con su m arido y advert irle del daño que su esposa est aba
haciendo al hij o de am bos.
N uest ra sociedad, tan com prensiva en ot ros aspect os, lo es m uy poco con los
niños y con las m adres. E stos m odernos t abúes podrían clasificarse en t res g randes
g rupos:

R elacionados con el llant o: está prohibido hacer caso de los niños que lloran,
tom arlos en braz os, darles lo que piden.
R elacionados con el sueño: est á prohibido dorm ir a los niños en braz os o
dá ndoles pecho, cant arles o m ecerles para que duerm an, dorm ir con ellos.
R elacionados con la lact ancia m at erna: est
á prohibido dar el pecho en cualquier
m om ent o o en cualquier lug ar; o a un niño « dem asiado» g rande.

Casi t odos ellos t ienen una cosa en com ún: prohíben el cont act o físico entre
m adre e hij
o. Por el contrario, g oz an de g ran predicam ent o todas aquellas act ividades
que tiendan a dism inuir dicho cont acto físico y a aum ent
ar la dist
ancia ent re m adre e
hijo:

D ej arlo solo en su propia habit ación.


L levarlo en un cochecit o o en uno de esos incom odísim os capaz os de plá st ico.
L levarlo a la g uardería lo ant es posible, o dej arlo con la abuela o m ej or con la
cang uro ( ¡las abuelas los « m alcrían»! ) .
E nviarlo de colonias y cam pam ent os lo ant es posible durant e el m ay or tiem po
posible.
Tener « espacios de int im idad» para los padres, salir sin niños, hacer « vida de
pareja».

A unque alg unos int ent an j ustificar estas recom endaciones diciendo que es « para
que la m adre descanse», lo ciert o es que nunca t e prohíben nada cansado. N adie t e
dice: « N o frieg ues t ant o, que se m alacost um bra a t ener la casa lim pia», o « Irá a la
m ili y tendrá s que ir tú det rá s para lavarle la ropa». E n realidad, lo prohibido suele ser
la part e m á s ag radable de la m at ernidad: dorm irle en t us braz os, cantarle, disfrut ar
con é l.
Tal vez por eso, criar a los hij os se hace tan cuest a arriba para alg unas m adres.
H ay m enos t rabaj o que ant es ( ag ua corrient e, lavadora aut om á t
ica, pañales
desechablesŁ ) , pero t am bié n hay m enos com pensaciones. E n una sit uación norm al,
cuando la m adre disfrut a de la libert ad de cuidar a su hij o com o cree convenient e, el
bebé llora poco, y cuando lo hace su m adre sient e pena y com pasión ( « Pobrecit o, qué

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le pasará ») . Pero cuando t e han prohibido cog erlo en braz os, dorm ir con é l, darle el
pecho o consolarlo, el niño llora m á s, y la m adre vive ese llant o con im pot encia, y a
la larg a con rabia y host ilidad ( « ¡Y ahora qué t ripa se le ha rot
o! ») .
Todos est os tabúes y prej uicios hacen llorar a los niños, pero t am poco hacen
felices a los padres. ¿ A quié n sat isfacen, ent onces? ¿ Tal vez a alg unos pediat ras,
psicólog os, educadores y vecinos que los propug nan? E llos no t ienen derecho a darle
órdenes, a decirle cóm o ha de vivir su vida y t rat ar a su hijo.
D em asiadas fam ilias han sacrificado su propia felicidad y la de sus hij os en el
alt ar de unos prej uicios sin fundam ent o.
Con est e libro querem os desm ent ir m itos, rom per t abúes y dar a cada m adre la
libert ad de disfrut ar de su m at ernidad com o ella desee.

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HACIA UNA PUERICULTURA ÉTICA
U n viej o chist e que corre ent re los est udiant es de pediat ría dice: « ¿ E n qué se parecen
y en qué se diferencian un pediat ra y un vet erinario?». Tant o uno com o ot ro tienen
pacient es que no hablan y que no les consult an volunt ariam ent e, sino que son t raídos
por un adult o. E n am bos casos, el client e ( el que t om a la decisión de venir a la
consult a y pag a los g ast os) es dist int o del pacient e. Pero m ient ras el vet erinario
at iende a su pacient e teniendo siem pre com o principal obj etivo el sat isfacer al client e,
el pediat ra tiene que buscar lo m ej or para su pacient e, aunque no sea lo que el client e
( los padres) desea. A l m enos en t eoría.
N uest ra sociedad no t rat a a los niños con el m ism o respet o que a los adult os.
Cuando hablam os de un adult o, las consideraciones é t icas son siem pre prim ordiales y
tienen prioridad sobre la eficacia o la ut ilidad.
Com pare los sig uient es pá rrafos:
O PCIÓ N A : A l cast ig ar a una m uj er, ¿ cuá l es la diferencia ent re una fuerz a
« raz onable» o « no raz onable»? E st a espinosa preg unt a quedó sin respuest a en enero
cuando el Tribunal Suprem o de O nt ario respaldó un art ículo del Códig o Penal que
dat a de 1 8 9 2 y que perm it e a los m aridos y a los em presarios peg ar a las m uj eres con
propósit os disciplinarios. L os t res j ueces no quisieron declarar ileg al ning una m anera
part icular de g olpear. E n vez de ello, indicaron que los m aridos no deberían g olpear a
las ancianas ni a las m enores de veint e años, ni usar obj et os com o cint urones o reg las
al aplicar el cast ig o corporal, y que deberían evit ar g olpear o abofet ear a la m uj er en
la cabez a.
O PCIÓ N B: A l cast ig ar a un niño, ¿ cuá l es la diferencia ent re una fuerz a
« raz onable» o « no raz onable»? E st a espinosa preg unt a quedó sin respuest a en enero
cuando el Tribunal Suprem o de O nt ario respaldó un art ículo del Códig o Penal que
dat a de 1 8 9 2 y que perm it e a los padres y a los profesores peg ar a los niños con
propósit os disciplinarios. L os t res j ueces no quisieron declarar ileg al ning una m anera
part icular de g olpear. E n vez de ello, indicaron que los cuidadores no deberían
g olpear a los adolescent es ni a los m enores de dos años, ni usar obj et os com o
cint urones o reg las al aplicar el cast ig o corporal, y que deberían evit ar g olpear o
abofet ear al niño en la cabez a.
U no de los t ex t os anteriores es falso; el ot ro apareció publicado el año 2 0 0 2 en la
revist a de la A sociación M é dica de Canadá . ¿ A divina cuá l?
E n el m ism o art ículo se ex plican los arg um ent os de los que van en cont ra del
cast ig o físico:

Parece haber una asociación lineal ent re la frecuencia de los g olpes y bofet adas
recibidos durante la infancia y la prevalencia a lo larg o de t
oda la vida de ansiedad,

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abuso o dependencia del alcohol y ot
ros problem as.

Y una ex pert
a añade:

[Ł ] est am os buscando pruebas sólidas en las que basar cualquier opinión o


declaración. Pero no ex iste el t
ipo de pruebas que nos g ust
aría t
ener sobre est
e
asunt o, porque no se prest
a a hacer est udios aleat
orios.

U n est udio aleat orio es aquel en que se dist ribuy e a los suj et os al az ar en dos
g rupos, a los que se recom iendan dos t ratam ient os dist int os. E n cam bio, en un est udio
de observación, cada suj eto hace lo que quiere. Por ej em plo, quiere ust ed saber si
hacer g im nasia es bueno para el dolor de espalda.
Para hacer un est udio de observación, puede recorrer los g im nasios de su ciudad
para ent revist ar a cien personas que hag an m ucha g im nasia, y lueg o buscar por la
calle, o a la salida del cine, a ot ras cien personas que no hag an g im nasia casi nunca.
Supong am os que los deport istas tienen m enos dolor de espalda. ¿ Será porque la
g im nasia es buena para la espalda, o será porque la g ent e a la que le duele la espalda
se g uarda m uy m ucho de pisar un g im nasio? Para responder a est a preg unt a, necesit a
un est udio aleat orio. Cont acte con doscient os jóvenes de veint e años, convenz a a cien
de ellos de que hag an g im nasia cada día y a los ot ros cien de que no hag an nada ( est e
es el « g rupo cont rol») y espere cinco, diez o veint e años para ver a quié nes les duele
m á s la espalda. E s fá cil com prender que los est udios aleat orios result an m ucho m á s
fiables, pero t am bié n son caros y difíciles de hacer.
A sí pues, lo que dice la ex pert a canadiense es que sospecham os que es m alo
peg ar a los niños porque se vuelven alcohólicos y t ienen problem as m ent ales cuando
se les peg a m ucho; no est am os seg uros porque nadie ha dist ribuido al az ar a
doscient os niños en dos g rupos para peg arles reg ularm ent e a los de un g rupo y a los
ot ros no y ver qué les ocurre despué s. A falt a de est udios aleat orios, podría t rat arse de
una sim ple asociación no causal, o incluso podría haber una causalidad inversa ( es
decir, aquellos niños que de m ay ores van a ser alcohólicos y a t ener problem as
m ent ales y a se port an m al de pequeños, y por eso sus padres se ven « oblig ados» a
peg arles) . A sí que a lo m ej or, despué s de t odo, result a que peg ar a los niños no es t an
m alo, y de m om ent o no pensam os hacer una declaración oficial en cont ra del cast ig o
físico ( por ciert o, ¿ por qué será que peg ar a un adult o se llam a « violencia dom é st ica»
pero peg ar a un niño se llam a « cast ig o físico»?) .
Peg ar a los niños por lo vist o sólo es m alo si eso les produce alcoholism o y
problem as m ent ales; en cam bio, peg ar a un adult o es siem pre m alo, int rínsecam ent e
m alo. E s un crim en, un at ent ado cont ra los derechos hum anos, t ant o si produce
alcoholism o com o si no. Incluso si peg ar a los adult os prot eg iese cont ra el

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alcoholism o, seg uiría siendo m alo, ¿ verdad?
N o perm it iríam os a los em presarios peg ar a los obreros, aunque eso aum ent ase la
product ividad. N i acept aríam os la prá ct ica leg al de la t ort ura, aunque eso
dism inuy ese la delincuencia.
N i im plant aríam os en todos los rest aurant es el m enú único oblig at orio cont rolado
por nut ricionist as, aunque eso baj ase el colest erol. N i dejarían los bom beros de
at ender el t elé fono por la noche para que la g ent e deje de llam ar por t ont erías.
N o, no t odo vale en el t rat o con los adult os. H ay cosas que se hacen o se dej an de
hacer por principio, independient em ent e de que « funcionen» o « no funcionen».
E n est e libro defendem os que t am bié n en el t rat o con los niños ex ist en principios.
Q ue con ciert os m é t odos nuest ros hijos t al vez com erían « m ej or», o dorm irían m á s, o
nos obedecerían sin rechist ar, o se estarían m á s calladosŁ , pero no podem os usarlos.
Y no necesariam ent e porque t ales m é t odos sean inút iles o cont raproducent es, ni
porque produz can « t raum as psicológ icos». A lg unos m é t odos que crit icarem os en est e
libro son eficaces, y puede que alg unos incluso sean inocuos. Pero hay cosas que,
sencillam ent e, no se hacen.

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PARTE II

Por qué los niños son así

E s la g ent
e del m undo que m á s am a
a sus hij os y m ej
or t
rat
am ient o les hace.
A lvar N úñez Cabez a de V aca, Naufragios

Se lam ent an alg unos de que los niños veng an al m undo sin m anual de inst rucciones,
o de que no se pidan est udios y un t ítulo para ser padres. D et rá s de est as frases
pret endidam ent e g raciosas suby ace la pelig rosa creencia de que no se puede criar
adecuadam ent e a un niño sin seg uir los consej os del ex pert o de t urno. E n realidad, los
padres lo hacen en g eneral bast ant e bien, com o lo han hecho durant e m illones de
años. L a m ay oría de los errores que com et en no se les han ocurrido a ellos, sino que
provienen de ex pert os ant eriores. F ueron m é dicos los que recom endaron hace un
sig lo dar el pecho diez m inut os cada cuat ro horas, lo que llevó al fracaso casi t ot al de
la lact ancia. F ueron farm acé ut icos los que hace apenas sesent a años vendían « polvos
para la dent ición» a base de m ercurio, sum am ent e t
óx icos, que había que adm inist rar
a los bebé s para hacerles babear, pues la « baba ret enida» causaba g raves
enferm edades. F ueron m é dicos y educadores los que hace dos sig los advirt ieron que
la m ast urbación « secaba el cerebro», e idearon t erribles cast ig os y com plej os aparat os
para evit ar que los niños se t ocasen. F ueron ex pert os los que hace cinco sig los
recom endaban envolver a los niños com o m om ias para que no pudieran g at ear,
porque t enían que andar com o las personas y no arrast rarse por el suelo com o
anim ales. E s posible que t odos los errores que com et em os al educar a nuest ros hij os
sean el sedim ent o de sig los de consej os erróneos de psicólog os, m é dicos, sacerdot es
y hechiceros. ¡M enos m al que los niños no t raen inst rucciones, m enos m al que no nos
piden aún el t ít ulo de padre!
¿ Cóm o ha de criar la conej a a sus conej it os? H ay una m anera m uy fá cil de
averig uarlo: vam os al cam po y observam os a cualquier conej a. Todas lo hacen
perfect am ent e, en la m ej or form a que sus g enes y su ent orno perm it en hacerlo. N o
necesit an leer ning ún m anual de inst rucciones; nadie les ex plica lo que deben hacer.
U na conej a que viva en caut ividad t am bié n cuidará a sus crías perfect am ent e, lo
m ej or que le perm it a su precaria sit uación. Toda su conduct a m at ernal est á cont rolada
por los g enes. Pero con los g randes prim at es no es ex act am ent e así; las g orilas
nacidas y criadas en caut ividad, sin cont act o apenas con ot ros de su especie, son
incapaces de cuidar adecuadam ent e a sus hij os. M uest ran conduct as aberrant es que
pueden causar la m uert e de la cría. E n alg unos z oológ icos han recurrido a poner a las

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ulandia. com - Pá g ina 2 0
m onas j óvenes j unt o a ot ras con m á s ex periencia que est á n criando para que
observen; o a pasarles vídeos, o incluso a veces han buscado m adres hum anas que
dieran el pecho y cuidasen a sus hij os varias horas al día delant e de la j aula de una
g orila em baraz ada.
¿ Y las personas? ¿ Cuá l es la m anera norm al de criar a un niño hum ano? Sólo
tenem os que observar a unas cuant as m adres que vivan en libert ad. E st e es el
problem a, porque y a no quedan seres hum anos « en libert ad», es decir, g uiá ndose
únicam ent e por sus inst int os y sus im perat ivos biológ icos.
Todos vivim os « en caut ividad», es decir, en am bient es artificiales y en el seno de
g rupos hum anos con norm as cult urales.
Com o las m onas del z oo, m uchas m adres act uales parecen haber perdido la
capacidad de criar a sus hij os sig uiendo sus propios inst intos. D udan, t ienen m iedo,
consult an libros, preg unt an a ex pert osŁ Incluso se sient en culpables cuando, años
despué s, ot ro libro u ot ro ex pert o les dice t odo lo cont rario. E n E uropa, en los últ im os
doscient os años, la form a de cuidar a los niños ha sufrido cam bios radicales, a veces
oscilant es, que han afect ado a los aspect os m á s bá sicos: cuá nt o t iem po dar el pecho, a
qué edad dar ot ros alim ent os, dónde ha de dorm ir el niño, cóm o se le ha de poner a
dorm ir, quié n le ha de cuidar durant e las veint icuat ro horas del día, a qué edad puede
em pez ar a ir a una escuela o g uardería, cóm o vest irlo, dónde ha de j ug ar, qué norm as
se le han de inculcar y con qué m é t odosŁ Cada g eneración de padres ha respondido
a est as preg unt as de form a t otalm ent e dist int a, y m uchos y a no sabríam os qué
responder. ¿ E ra correct o lo que hacían nuest ros bisabuelos? ¿ E s correct o lo que
hacem os nosot ros? O t al vez t odo es correct o ( y ent onces, ¿ para qué preocuparse
tant o por hacerlo « bien»?) . O , peor incluso, a lo m ej or t ant o nuest ros bisabuelos
com o nosot ros nos hem os equivocado, hem os seg uido norm as arbit rarias de falsos
ex pert os en vez de hacer lo que sería norm al para nuest ra especie.
Sin duda las m adres de hace cien m il años no necesit aban libros y ex pert os para
tom ar en cada m om ent o la decisión m á s acert ada; lá st im a que no est uvié ram os allí
para verlo. ¿ L levaban a sus hij os en braz os o en un cochecit o? ¿ D orm ían los niños
con los padres o en ot ra habit ación? ¿ H ast a qué edad les daban el pecho? ¿ A qué edad
em pez aban a cam inar? ¿ Q ué hacían las m adres cuando los niños decían palabrot as o
se peleaban? ¿ Cóm o les inculcaban disciplina, cóm o les im ponían lím it es? Jam á s lo
sabrem os. Pero podem os hacer alg unas suposiciones lóg icas, puest o que no había ni
habit aciones ni cochecit os.
A nt e la falt a de dat os sobre nuest ros ant epasados, sent im os la t ent ación de
fijarnos en los pueblos a los que llam am os « prim it ivos». H ace m uchos, m uchos años,
cuando y o t enía nueve o diez , leí en un á lbum de crom os que los aboríg enes
aust ralianos j am á s peg aban a sus hij os. A quella frase se m arcó en m i cerebro y m arcó
m i vida. N o, m is padres no m e peg aban; pero y o no sabía por qué . Pensaba, com o

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m uchos niños que leían las avent uras de Zipi y Zape, o escuchaban por la radio las
historias de M at ilde, Perico y Periquín, que peg ar a los niños era lo norm al. E n cada
episodio, Zipi, Zape y Periquín acababan huy endo de sus padres, que les perseg uían
para peg arles. E l saber que era posible criar a los hij os de ot ra m anera, que t
oda una
civiliz ación había decidido no peg ar a los niños, no por casualidad o porque se
port aran bien, sino por principio, fue para m í t oda una revelación. H e dej ado un
m om ent o el ordenador para ir a buscar aquel á lbum que no abría desde hace m á s de
treinta años, pero que cam bió m i vida, la de m is hij os y tal vez t
am bié n, am ig a
lectora, cam bie la de los suy os.
A quí est á la cita ex acta:

L a vida de los niños aust ralianos es m uy ag radable, y a que por g randes que sean las
dificult ades que at raviesa el g rupo al que pert enece su fam ilia, ellos reciben la m ejor
part e de la com ida, son t
rat
ados siem pre con g ran cariño por sus padres, que les
reg añan si hacen t ravesuras, pero nunca les cast ig an.

¡M ej or todavía de lo que y o recordaba! N o sólo no les peg an, sino que ni siquiera les
cast ig an. N o soy ni m ucho m enos el prim ero que adm ira la m anera de criar a sus
hij os de ot ros pueblos. E n la cit a que encabez a est e capít ulo, cabez a de vaca, soldado
y ex plorador del sig lo X V I , no habla de los cult os az tecas ni de los poderosos incas,
sino de una t ribu de indios desharrapados, pobres, ham brient os y aflig idos por las
epidem ias, que sin em barg o acog ieron a docenas de españoles lleg ados en pat era a las
cost as de F lorida y , sin pedirles los papeles, com part ieron con aquellos em ig rant es
ileg ales europeos lo poco que t enían.
¿ Casualidad? Parece que las personas que fueron t rat adas con cariño en su
infancia se conviert en en adult os m á s pacíficos, m á s am ables, m á s com prensivos, y
tam bié n m á s sanos y m á s felices. E ncont rará am plia inform ación sobre est os efect os
a larg o plaz o del cariño en un libro ex celent e, Lazos vitales, de Shelley Tay lor. Pero,
por supuest o, no vam os a t ratar con cariño a nuest ros hij os « porque así será n m á sŁ ».
N o. L es t ratarem os con cariño porque les querem os. Si adem á s eso les hace a su vez
m á s cariñosos, pues m ej or t odavía. Pero les t rat aríam os con el m ism o cariño aunque
de m ay ores fueran a ser ant ipá ticos, porque son nuest ros hij os.
Sería un error creer que los « pueblos prim it ivos» t ienen la respuest a, porque no
ex ist en pueblos prim it ivos. Todos los pueblos que ex ist en en la act ualidad son, por
definición, act uales. Todos t ienen det rá s los m ism os m ilenios de hist oria que
nosot ros.
E x ist en cent enares de cult uras hum anas dist int as, y cada una t iene su propia
form a de criar a sus hij os. E n alg unos aspect os coinciden casi t odas: el niño t om a el
pecho, su principal cuidadora es su m adre, durant e los prim eros años est á en cont act o
físico con su m adre o con ot ra persona casi t odo el tiem po. E s probable que est os

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ulandia. com - Pá g ina 2 2
aspect os en que casi t odos coinciden represent en « lo norm al», la form a en que los
prim eros hum anos criaban a sus hij osŁ y , en t al caso, debería preocuparnos que
nuest ra cult ura sea, precisam ent e, casi la única ex cepción.
L os Human Relations Area Files ( A rchivos del Á rea de R elaciones H um anas) son
una org aniz ación int ernacional que ag rupa a universidades y cent ros de invest ig ación
en m á s de 3 0 países. Int ent a recopilar t odos los docum ent os de invest ig ación
ant ropológ ica que ex ist en, desde libros y revist as hast a not as y escrit os que j am á s
fueron publicados, y dispone de un m illón de pá g inas de inform ación sobre 4 0 0
cult uras pasadas y present es. L os docum ent os relat ivos a 6 0 de esas cult uras,
represent at ivas de los cinco cont inent es, han sido incluidos en una base de dat os
elect rónica que cont iene 2 0 0 0 0 0 pá g inas de inform ación.
U nos cient íficos analiz aron con det alle esa base de dat os elect rónica para
com parar la crianz a de los niños en 6 0 cult uras hum anas ( por desg racia, la
inform ación es incom plet a, y en m uchos casos no se dispone de los dat os necesarios) .
E n 2 5 de las 2 9 cult uras para las que se conocía est e dat o, los niños dorm ían con la
m adre o con am bos padres. E n 3 0 de 3 0 eran t ransport ados a espaldas de su m adre.
E n ning una, ent re las 2 7 en que const aba el dat o, dorm ía el bebé por la noche en una
habit ación separada, y sólo en una de 2 4 est aba en una habit ación separada durant e el
día. E n 2 8 de 2 9 cult uras, el lact ant e est aba const ant em ent e con ot ra persona o
vig ilado. E n 4 8 de 4 8 se am am ant aba a los niños siem pre a dem anda. E n 3 5 casos
había dat os sobre la edad habit ual del dest et e: ant es del año en dos cult uras; ent re un
año y dos en siet e, ent re dos y t res en cat orce, y m á s de t res años en doce.
Casi t odos coinciden en lo fundam ent al; pero en ot ras cost um bres, com o el
vest ido o la alim ent ación, cada cult ura es dist int a, y seg uro que m uchas han
encont rado soluciones ig ualm ent e correct as. L a conduct a de los chim pancé s es m á s
variada y adapt able que la de los conej os; seg uro que la conduct a hum ana es m á s
adapt able aún, seg uro que ex ist en m uchas m aneras dist int as de criar bien a un hij o.
Pero t am bié n hay cost um bres t radicionales de alg unas sociedades, com o ciert os
tatuaj es y m ut ilaciones, que son perj udiciales para el niño. Y seg uro que m uchas
cosas de nuest ra cult ura, com o llevar z apat os o aprender a escribir, son beneficiosas y
no t enem os por qué renunciar a ellas. N o, la respuest a no es int ent ar criar a nuest ros
hijos ig ual que los bosquim anos o los esquim ales.
A sí que no va a result ar fá cil decidir qué es lo m ej or para nuest ros hijos, cuá l es la
m anera norm al de criar a un ser hum ano. Tendrem os que observar lo que hacen ot ros
m am íferos, sobre t odo nuest ros parient es los prim at es. Tendrem os que com parar lo
que hacen diversas sociedades hum anas y eleg ir aquellas cosas que parez can
funcionar m ej or. Tendrem os que usar nuest ra raz ón para int ent ar adivinar cóm o
vivían nuest ros ant epasados y por qué los niños son com o son. Sobre t odo, tendrem os
que usar nuest ro coraz ón; m irar a nuest ros hij os y pensar en la m anera de hacerles

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felices.

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SELECCIÓN NATURAL Y SELECCIÓN CULTURAL

L os hij os, a m enudo, se nos parecen


y así nos dan la prim era satisfacción.
Joan M anuel Serrat

L os hij os se nos parecen, y no es de ex t rañar, porque han heredado nuest ros g enes.
Pero de vez en cuando se produce un error en el com plicado proceso de copiar los
g enes para pasá rselos a nuest ros descendient es. E s lo que se llam a una m ut ación.
L as m ut aciones se producen al az ar. L a m ay oría de las veces son cam bios
quím icos sin im port ancia prá ct ica, y no nos ent eram os de su ex ist encia. Cuando la
m ut ación es lo bast ant e im port ant e para producir un efect o, la m ay or part e de las
veces result a perj udicial para la víct im a: un león con m ala vist a, una m osca que no
puede volarŁ E st os anim ales m ueren j óvenes, dej ando pocos o ning ún descendient e,
por lo que la selección nat ural t iende a elim inar las m ut aciones perj udiciales.
D e vez en cuando, la m ut ación no t iene ning ún efect o, ni posit ivo ni neg at ivo,
sobre la capacidad del anim al para reproducirse y sobrevivir. O j os az ules o pardos,
cabello liso o riz ado, se dist ribuy en al az ar por el planet a.
M uy de t arde en t arde, una m ut ación result a beneficiosa para un ser vivo. U na
flor de colores m á s at ract ivos para las abej as t iene m á s posibilidades de ser
poliniz ada y producir sem illas. U na g acela m á s veloz puede escapar de las leonas.
U na j irafa con el cuello m á s larg o puede seg uir com iendo hoj as de la part e superior
del á rbol cuando sus com pañeras no t ienen nada que com er en las ram as baj as. E stos
anim ales o plant as tienen m á s hij os y niet os que sus com pet idores, m á s « é x it o
reproduct ivo», y sus g enes se irá n ex t endiendo.
N o sólo la form a del cuerpo, sino t am bié n la conduct a, en la m edida en que sea
innat a ( es decir, se herede de los padres sin necesidad de aprendiz aj e) , est á som et ida a
la selección nat ural. L a t órtola que no em polla sus huevos o no prot eg e su nido, la
cierva que no lam e cont inuam ent e a su cría para m ant enerla lim pia de olores que
pudieran at raer a los lobos, t ienen m enos posibilidades de t ener hij os, o de que sus
hij os sobrevivan y les den niet os. A lo larg o de m illones de años, cada anim al ha
desarrollado la conduct a m á s adecuada para aum ent ar su é x it o reproduct ivo.
L a conduct a m á s adecuada, se ent iende, dent ro de unas condiciones det erm inadas.
Condiciones que dependen, en prim er lug ar, del az ar: los rat ones podrían escapar m á s
fá cilm ent e a los g at os si una m ut ación les hubiera dado alas, com o a los m urcié lag os.
Pero parece que t al m ut ación no se produj o. E n seg undo lug ar, de las caract eríst icas
propias del anim al. U na m ay or ag resividad puede ser út il para un t ig re, pero a un
conej o le conviene m á s esconderse y huir. U n conej o que plant ase cara a los lobos no

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ulandia. com - Pá g ina 2 5
dej aría m ucha descendencia. E n t ercer lug ar, de las circunst ancias am bient ales. Tener
una g ruesa capa de pelo result a m uy út il en clim a frío, pero no en clim a cá lido.
Todas est as condiciones const it uy en el am bient e evolut ivo de una especie. Y ese
am bient e puede cam biar. U na especie perfect am ent e adapt ada puede encont rarse de
pront o con que su cuerpo o su conduct a result an inút iles ant e un cam bio en el clim a o
en la veg et ación, o ant e la aparición de predadores con nuevas t é cnicas de caz a. Si el
cam bio es lent o y poco int enso, tal vez aparez can alg unas m ut aciones que perm it an a
la especie cam biar para dar orig en a una raz a o incluso a una especie nueva. E n
cualquier caso, la viej a especie, t al com o la conocíam os, se habrá ex t ing uido.
L a selección nat ural es lo que nos perm it e afirm ar que cada anim al cuida a sus
hij os de la m ej or m anera posible. A lo larg o de m illones de años, los que m ej or
criaban a sus hij os han t enido m á s hij os vivos, y sus g enes se han ex t endido.
E n el ser hum ano, y en m enor g rado en ot ros prim at es, la conduct a no depende
sólo de los g enes, sino t am bié n del aprendiz aj e. L as conduct as aprendidas se pueden
transm it ir no a t ravé s de los g enes, sino por el ej em plo y la educación; no sólo a los
descendient es, sino t am bié n a ot ros m iem bros de la especie. E st o nos ha perm it ido
adapt arnos a t odos los am bient es, desde las selvas hast a los desiert os, desde los
verdes prados hast a los hielos perpet uos. Y nos perm it e tam bié n adapt arnos con g ran
rapidez a t odos los cam bios, pues la solución que una persona encuent ra para un
problem a det erm inado no se t ransm it e a un puñado de descendient es a lo larg o de
m iles de años, sino que puede alcanz ar a m illones de personas en pocos años, incluso
en pocos días.
A l hablar de la selección nat ural ent re los anim ales, es cost um bre usar un
leng uaj e fig urado, at ribuy endo libert ad, volunt ad y finalidad a lo que no es sino un
proceso casual. A sí, suele decirse que « el m acho del pavo real ha desarrollado
g randes y vist osas plum as para at raer la at ención de las hem bras», com o si el pavo
hubiera diseñado y fabricado su plum aj e ( cuando en realidad se t rat ó de una m ut ación
al az ar) y com o si la hem bra fuera aj ena al proceso ( de nada sirve pavonearse si a la
pava no le g ust a. L as pavas m uest ran un int eré s inst int ivo por las plum as de su g alá n,
int eré s que t am bié n se t ransm it e por los g enes) .
Por supuest o, nadie cree que el pavo hay a diseñado conscient em ent e una plum a, y
todo el m undo ent iende que se t rat a sólo de una licencia poé t ica ( pues t am bié n los
cient íficos t ienen su coraz oncit o) . Pero al hablar de la conduct a hum ana, en que la
selección nat ural ha cedido el paso a la selección cult ural, est a form a de hablar se
prest a a m últ iples confusiones. A sí, cuando se com para la conduct a del varón j oven
con la del pavo: una m ot o o una caz adora de cuero sirven para « pavonearse», y la
evolución favorecería est a conduct a porque aum ent a el é x it o reproduct orŁ Pero la
sit uación es m uy dist int a. Prim ero, porque el ser hum ano sí que diseña o escog e su
ropa con un propósit o definido y no al az ar. Seg undo, porque ese propósit o puede ser

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ulandia. com - Pá g ina 2 6
m uy dist int o del é x it o reproduct or. E s incluso probable que ese j oven que se pavonea
no t eng a el m enor int eré s en reproducirse ( aunque sí en alg unos requisit os previos) .
Tercero, porque sea cual sea el obj et ivo, nadie nos g arant iz a que la conduct a en
cuest ión alcanzará, en efect o, ese obj et ivo. U no puede eleg ir con cuidado su ropa, su
peinado y su « pose», su form a de hablar y com port arse, con el obj etivo de result ar
irresist ible para el sex o opuest oŁ , y encont rarse con que le consideran un pij o, un
creído o un perfect o idiot a. Y, a pesar de ello, puede que ot ros le im it en y sig an su
m oda, al m enos durant e un t iem po.
Por culpa de la selección cult ural y a no podem os afirm ar que los seres hum anos
criam os a nuest ros hij os de la m ej or m anera posible. U na innovación y a no necesit a
cont ribuir a nuest ra supervivencia o a la de nuest ros hij os para ex t enderse. A larg o
plaz o, la verdad probablem ent e acaba por im ponerse; pero a m edio plaz o ( unos
cuant os sig los) , es posible que una sociedad ent era hag a con sus hij os cosas que les
perj udican sin darse cuent a de ello y convencidos de que est á n hacié ndolo t odo a la
perfección. L a recient e hist oria europea nos proporciona abundant es ej em plos de
errores am pliam ent e ex t endidos ent re m é dicos y educadores: hubo una é poca en que
se faj aba a los niños com o m om ias, con apret adas vendas de la cabez a a los pies, o en
que se cast ig aba a los que int ent aban escribir con la m ano iz quierda. ¿ Som os t an
arrog ant es com o para pensar que ahora, precisam ent e ahora, lo est am os haciendo
todo bien? ¿ N o est arem os crey endo alg o, haciendo alg o, dando im port ancia a alg o
que, dent ro de cien años, provoque el asom bro, el est upor o la risa de nuest ros
bisniet os?
E n los ot ros anim ales, casi cada conduct a t
iene un cará ct er adapt at ivo ( es decir,
út il para la supervivencia) . Cuando vem os a una m adre anim al hacer alg o con su hij o,
es raz onable pensar: « Para alg o debe servir, porque si no sirviera, no lo haría».
L a prim era g acela que se pasó el día lam iendo a su cría no lo hiz o por capricho,
porque se le ocurrió en aquel m om ent o y no tenía nada m ej or que hacer; ni t am poco
de form a deliberada, pensando: « A sí los leopardos no olerá n a m i cría». L o hiz o
porque una m ut ación cam bió su conduct a; no podía hacer ot ra cosa.
Y si las g acelas act uales lo sig uen haciendo es porque, en efect o, esa conduct a
result ó út il. E n cam bio, la prim era persona que peg ó una bofet ada a un niño, o que le
dej ó llorar sin t om arle en braz os, o que le dio el pecho sig uiendo un horario, o que le
puso un am ulet o, sí que lo hiz o porque se le ocurrió. Son conduct as volunt arias, que
no obedecen a los g enes. Puedes hacerlo o dej arlo de hacer. Puede que esa prim era
persona que peg ó a su hij o lo hiciera por casualidad, porque est aba enfadado y era
incapaz de cont rolar su ira, o puede que lo hiciera con un propósit o det erm inado. Y
ese propósit o pudo ser el bien del niño, o el bien de los padres, o la volunt ad de los
dioses, o cualquier ex t raña t eoría filosófica. M uchas veces, dist int as fam ilias hacen lo
m ism o pero por dist int o m ot ivo. U nos peg an a su hij o para cast ig arle por haberse

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peleado, crey endo que así le enseñan que los g olpes duelen y que hay que ser
pacífico; ot ros peg an a su hij o para curt irle, para que se conviert a en un g uerrero
ag resivo y no se dej e dom inar. U nos cuelg an de su cuello un am ulet o para prot eg erle
del m al de oj o, ot ros lo hacen para dem ost rar su pert enencia a un g rupo det erm inado;
ot ros, sim plem ent e, porque el am ulet o es decorat ivo. E st os dejan llorar al niño porque
creen que eso es bueno para los pulm ones; aquellos, para fort alecer su cará ct er; los de
m á s allá , para que no aprenda a salirse con la suy a ( es decir, para que no t eng a un
cará ct er tan fuert e) .
Y t odos est os invent os pueden ex t enderse, t ant o si funcionan com o si no. L o
im port ant e es la capacidad de sus invent ores para convencer a los dem á s padres.
A nt ig uam ent e, una cost um bre se ex t endía m á s rá pidam ent e si la respaldaban los
hechiceros o los m é dicos; hoy en día, puede ser m á s út il vender m uchos libros o salir
por la t ele. E s posible incluso que aparez can y t riunfen conduct as que dificult an
nuest ra supervivencia o dism inuy en nuest ro é x it o reproduct or. Si el consum o de
alcohol y ot ras drog as se t ransm it iera por un g en y no por im it ación, difícilm ent e se
hubiera ex t endido t ant o.
Incluso cuando result an beneficiosos, los cam bios cult urales pueden chocar con
caract eríst icas físicas o de conduct a que son frut o de la herencia g ené t ica, y que no se
pueden cam biar de la noche a la m añana. N uest ra alim ent ación nos perm it e vivir m á s
años que nuest ros ant epasados de las cavernas, pero con m á s caries. N uest ra
org aniz ación del t rabaj o nos g arant iz a bienest ar y prosperidad, pero los lunes por la
m añana preferiríam os quedarnos en la cam aŁ
Por t ant o, ant e conduct as que y a no dependen de los g enes, sino de la cult ura, y a
no es lícit o el raz onam ient o de que « si lo hace t odo el m undo, para alg o servirá ». N o
es lícit o para nuest ra cult ura ni para ning una ot ra. L as cosas no se pueden j ust ificar
« porque siem pre se ha hecho así», ni t am poco « porque los aboríg enes de N ueva
G uinea lo hacen así».

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CÓMO CRÍAN A SUS HIJOS LOS ANIMALES

Espabilados o desvalidos
L os insect os, peces, rept iles y anfibios t ienen en g eneral m uchos hij os y los dej an
solos. E nt re t ant os, alg uno sobrevivirá . L as aves y los m am íferos, en cam bio, t ienen
pocos hij os y los cuidan, prot eg en y alim ent an durant e su periodo de crecim ient o.
E l g rado de aut onom ía del recié n nacido varía enorm em ent e ent re los m am íferos.
M uchos carnívoros, com o los g at os o los lobos, t ienen crías desvalidas, que apenas
cam inan y a las que hay que m ant ener calient es y escondidas en un nido o
m adrig uera. L os pequeños herbívoros, com o el conej o, tam bié n m ant ienen a sus crías
en una m adrig uera, pues la m adre puede perm anecer unas sem anas en la m ism a z ona,
saliendo a com er y volviendo de vez en cuando para dar el pecho.
L os g randes herbívoros, sobre t odo si viven en m anadas, acaban rá pidam ent e con
la hierba del lug ar donde viven y t ienen que desplaz arse cada día en busca de nuevos
past os. L a cría debe acom pañarles en sus desplaz am ient os desde el prim er día. Por
ello, suelen t ener crías capaces de cam inar y correr a los pocos m inut os de nacer.
E n su ex celent e libro, del que he ex t raído la m ay or part e de la inform ación sobre
la crianza en los anim ales, Susan A llport afirm a que « los predadores, anim ales
capaces de prot eg erse a sí m ism os y a sus crías, pueden perm it irse t ener crías
desvalidas». Pero m e da la im presión de que un búfalo herbívoro puede defender a
sus crías bast ant e m ej or que un g at o carnívoro; y , en t odo caso, ¿ qué daño le haría a
un t ig re el que sus crías pudieran cam inar desde el nacim ient o? A unque « pudiera
perm it irse» tener crías desvalidas, ¿ no sería aún m ej or t ener crías m á s aut ónom as?
Supong o que la respuest a est á en el aprendiz aj e. E l ciervo no puede aprender a
huir de los lobos. Tiene que huir bien a la prim era o no t endrá m á s oport unidades
para huir. Por t ant o, nace con la capacidad de huir, que pondrá en prá ct ica, siem pre de
la m ism a m anera, ant e cualquier pelig ro. L os caz adores, en cam bio, persig uen a sus
presas cient os de veces a lo larg o de su vida, y eso les da la oport unidad de aprender
de sus errores, perfeccionar su t é cnica, idear nuevas est rat eg ias adapt adas a cada
terreno o a cada t ipo de presa. D urant e su infancia, el g at o persig ue m oscas, ovillos
de lana o su propia cola; m á s adelant e acom paña a su m adre para aprender de ella el
art e de la caz a; con frecuencia « j ueg a al g at o y al ratón» con sus presas, solt á ndolas y

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volvié ndolas a at rapar para pract icar. Posiblem ent e, el g at o no podría aprender si y a
« naciera enseñado»; la desvalidez de sus prim eras sem anas es el precio a pag ar por
una conduct a que no depende sólo de los g enes, sino t am bié n en part e del
aprendiz aj e, y por t ant o es m á s adapt able a los cam bios am bient ales.
L os prim at es t am bié n nacen desvalidos, probablem ent e com o consecuencia de su
adapt ación a la vida en los á rboles, Bam bi ( com o t odos los cervat illos en la vida real)
se cae de culo varías veces ant es de ponerse a cam inar; eso no t iene im port ancia
cuando y a est á s en el suelo, pero puede result ar fat al si caes de una ram a. L os
m onit os nacen desvalidos, y se desplaz an colg ados de su m adre durant e un tiem po.
Sólo se avent uran solos cuando son capaces de hacerlo a la perfección, sin caerse ni
una sola vez .
L os m onos recié n nacidos se ag arran por sí m ism os a su m adre, con una
ex cepción: los chim pancé s y g orilas. Se nos parecen t ant o que, durant e las prim eras
sem anas, es la m adre la que t iene que suj etar a su cría.
N os parecem os t ant o a nuest ros prim os, los g randes sim ios, que nos reconocem os
en su conduct a y ellos en la nuest ra. Pueden aprender de nosot ros y t
am bié n pueden
enseñarnos, com o nos ex plica E va, una m adre de Barcelona, que t uvo el privileg io de
vivir un m om ent o m á g ico y de saber reconocerlo com o t al:

E stá bam os en el z oológ ico y nos acercam os al recint o de los chim pancé s.
E stá bam os observá ndolos a t ravé s de una enorm e pared de vidrio cuando X avi,
nuest ro hij o pequeño, de t res m eses, se puso a llorar. U n par de chim pancé s se
acercaron al vidrio, direct o hacia é l, y peg aron sus m anos al crist al, int entando
tocarlo. U no de los chim pancé s era una hem bra viej ecita que, al ver que X avi
cont inuaba disg ust ado, levant ó el braz o y ofreció su pez ón a m i bebé . X avi paró de
prot est ar y la hem bra se despeg ó del crist al, aunque se quedó j unt o a é l, intentando
acariciarlo con los nudillos. Y cuando lo vio prot est
ar de nuevo, volvió a ofrecerle
teta.
A dem á s de sent ir que habíam os vivido alg o m uy especial, pensé en lo t rist
e que
result aba la ex periencia. H ace dos días, una viej a chim pancé oblig ada a vivir en un
parque z oológ ico no duda en ofrecer su pecho a una cría de ot ra especie que llora;
hace un m es y m edio, m i bebé prot est aba en una reunión y la m ay oría de los
present es insist ía en que no volviese a darle t eta, que lo m al acost um braba, y que lo
dej ase en el cochecit o ( hubo quien dij o que el niño est aba nervioso porque echaría de
m enos la cunaŁ Sin com ent arios) .

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ulandia. com - Pá g ina 3 0
Esconder, llevar, seguir
Ot ra diferencia fundam ent al se est ablece ent re los m am íferos que esconden a sus
crías en nidos y m adrig ueras, com o los conej os, y aquellos que llevan a sus crías a
todas part es, colg ados com o los prim at es o andando com o las ovej as.
L a m adre conej o pasa el m ay or t iem po posible a unos m et ros de dist ancia de su
m adrig uera para no at raer a los lobos con su olor ( el olor de las crías es m ucho m á s
dé bil que el de la m adre) . ¿ V e lo que le decía? Ya he vuelt o a usar ese leng uaj e
poé t ico, com o si la conej a hiciese las cosas a propósit o. E lla no sabe lo del olor, ni lo
de los lobos. E lla lo hace porque sus g enes la oblig an a hacerlo, y a lo larg o de
m illones de años, las conej as dot adas del g en « m ant enerse apart adas de la
m adrig uera» han t enido m á s hij os vivos que las que t enían el g en « quedarse dent ro de
la m adrig uera». E l t riunfo de ese g en es la prueba de que result aba út il en el am bient e
evolut ivo de la especie, es decir, cuando había lobos. A hora que en m uchos países no
quedan lobos ni apenas ot ros depredadores, esa conduct a de la conej a puede ser
inút il, pero la conej a no lo sabe y se sig ue com port ando ig ual.
L a m adre conej o dej a a sus crías escondidas en la m adrig uera y sólo les da el
pecho una o dos veces al día. Para pasar t ant as horas sin com er, los g az apos necesit an
una leche m uy concent rada: 1 3 por cient o de prot eínas y 9 por cient o de g rasas. L a
cría de la cabra va con su m adre a t odas part es y m am a de form a casi cont inua, por lo
que su leche sólo t iene un 2 , 9 por cient o de prot eínas y un 4 , 5 por cient o de g rasas ( la
leche m at erna, por ciert o, tiene un 0 , 9 por cient o de prot eínas y un 4 , 2 por cient o de
g rasas. ¿ Cuá nt o rat o piensa que puede ag uant ar un niño sin m am ar con eso?) . Com o
en una delicada coreog rafía, la conduct a de las crías ha ido evolucionando en
consonancia con la de sus m adres y con la com posición de la leche: los g az apos que
salían de la m adrig uera int ent ado seg uir a su m adre m urieron j óvenes, al ig ual que los
corderos que se sent aban a esperar a su m adre en vez de seg uirla. Cuando se quedan
solos en su m adrig uera, los conej itos est á n absolut am ent e quiet os y callados, pues si
llorasen llam ando a su m adre podrían at raer a los lobos. E n cam bio, las cabrit as que
pierden de vist a un m om ent o a su m adre en seg uida em piez an a llam arla con
desespero.
D e m odo que la conduct a de la m adre y de las crías es dist inta y caract eríst ica de
cada especie, y est á adapt ada a su form a de vida y a sus necesidades. Sería ridículo
int ent ar ex plicar a una conej a que t iene que ser « buena m adre» y pasar m á s t iem po
con sus hij os, del m ism o m odo que sería absurdo decirle a una cabra que no ande
siem pre con su cría « peg ada a las faldas», porque la cría necesit a « hacerse
independient e» y la m adre « t am bié n necesit a m om ent os de int im idad para vivir en
parej a».
L os prim at es en g eneral necesit an un cont act o cont inuo con la m adre. John

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Bow lby , un psiquiat ra infant il ing lé s, describe con det alle en El vínculo afectivo la
conduct a de apeg o en dist int os prim at es a part ir de las observaciones de num erosos
científicos. E x plica, por ej em plo, las peripecias de ot ro invest ig ador, Bolw ig , que
decidió criar en su casa una cría hué rfana de m ono pat as y hacerle de m adre sust it
uta
para est udiar sus reacciones. Curiosam ent e, recibía, lo m ism o que las m adres
norm ales, consej os de t odo el m undo sobre la m ej or m anera de criar a un m ono:

Bolw ig describe la int ensidad del apeg o m anifest ado por su m onit o pat as cada vez
que convencían a su cuidador ( a despecho de sus raz onam ient os) de la necesidad de
castig arlo, cerrá ndole las puert as de la casa, por ejem plo, o encerrá ndolo en una j aula.
« Cada vez que lo int
ent é Ł , se producía un ret ardo en el desarrollo del m ono.
A um ent aba su apeg o hacia m í y se volvía m á s t ravieso y m á s difícil de m anej ar. »

E l cast
ig o y la separación dan t
an m al result ado en el m ono com o en el niño. V ean lo
que ocurrió un día en que Bolw ig m etió a su m ono en una j
aula:

Se aferró a m í y no perm itió que m e alejara de su cam po visual durant e el rest


o del
día. Por la noche, m ient ras dorm ía, de t
anto en tant o se despert aba, em itiendo breves
chillidos y aferrá ndose a m í, y cuando trataba de solt arm e ex perim ent aba un profundo
terror ( Bolw ig , citado por Bow lby ) .

Si los cient íficos encont rasen un nuevo anim al, hast a ahora desconocido, y quisieran
averig uar rá pidam ent e ( sin necesidad de est ar observá ndolo durant e sem anas) cuá l es
su m anera norm al de cuidar a las crías, podrían hacer un ex perim ent o m uy sencillo:
llevarse a la m adre y dej ar a las crías solas. Si se quedan quiet as y calladas, es que lo
norm al en esa especie es que las crías se queden solas. Si se ponen a g rit ar com o si
las m at asen, es que lo norm al en esa especie es que las crías no se separen de la
m adre ni un m om ent o. Y su hij o, ¿ cóm o reacciona cuando ust ed se va? ¿ Q ué le
parece que es lo norm al en nuest ra especie?
Por la conduct a de nuest ros hij os, por la observación de nuest ros parient es
( anim ales) m á s cercanos y por la com posición de nuest ra leche, podem os deducir que
el ser hum ano pert enece de lleno al g rupo de los anim ales que m am an de form a
cont inua. L as m adres bosquim anas ( K ung ) llevan a sus hij os const ant em ent e encim a,
y los bebé s se sirven solos: m am an cuat ro veces por hora o m á s durant e varios años.
Blurt on Jones, un et ólog o ( especialist a en la conduct a de los anim ales) brit á nico que
est udió el com port am ient o de los niños, sug irió que los « cólicos del lact ant e» podrían
ser la respuest a de los bebé s cuando se les int enta alim ent ar a int ervalos en vez de
cont inuam ent e. D e hecho, se ha observado que los m acacos criados en caut ividad con
biberón, a los que dan de com er cada dos horas, sufren frecuent es vóm it os y eructos,
a diferencia de los que son am am ant ados cont inuam ent e por sus m adres.

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ulandia. com - Pá g ina 3 2
Susan A llport sug iere que el paso de am am ant ar cont inuam ente a hacerlo a
int
ervalos es m uy ant ig uo, t
al vez desde el com ienz o de la ag ricult
ura:

L as m ujeres deben haber dado salt os de aleg ría ante la posibilidad de dej
ar a sus hij os
en alg ún lug ar seg uro ( una casa, una cam a, el cuidado de un herm ano m ay or) e ir a
hacer sus cosas sin est orbo.

M e parece una int erpret ación dem asiado cent rada en la cult ura nort eam ericana del
sig lo X X . A unque la frecuencia de la lact ancia en las bosquim anas parece un ré cord
del m undo, lo ciert o es que en m uchas sociedades ag rícolas las m uj eres t rabaj aban
con su hij o a la espalda, y las t om as a int ervalos reg ulares son un invent o m uy
m oderno. L as abuelas ( o bisabuelas) de m uchas lect oras t odavía fueron con su hij o
encim a a t odas part es. L a idea de dar el pecho con un horario fij o, es recient e, y al
principio no eran cuat ro, ni m ucho m enos t res horas.
Todavía en 1 9 2 7 se recom endaba am am ant ar cada dos horas y m edia durant e el
prim er t rim est re. Se puede eng añar a part e de la g ent e durant e alg ún t iem po; pero la
m ay or part e de la hum anidad durant e la m ay or part e de la hist oria ha am am ant ado a
dem anda.
Por ot ra part e, no creo que la m ay oría de las m adres, desde hace m ilenios, hay a
considerado a sus hij os com o « est orbos» ni hay a « dado salt os de aleg ría» ant e la
posibilidad de separarse de ellos. Conoz co a m uchas m adres que consideran a sus
hij os com o su m ay or t esoro, y que se sient en t rist es ( m uchas usan la palabra
« culpables») cuando se ven oblig adas a dej arlos para irse a t rabaj ar.
H ace m illones de años, ant es de que com enz ase nuest ra evolución cult ural, las
m adres prehum anas cuidaban y a a sus hij os.
Tant o los hij os com o las m adres m ost raban una conduct a innat a, instint iva,
det erm inada por los g enes. A quella conduct a est aba plenam ent e adapt ada al am bient e
en que evolucionó nuest ra especie, probablem ent e en pequeñas bandas de
recolect ores y carroñeros, en una sabana poblada por pelig rosos predadores.
D esde ent onces, diversos g rupos hum anos han ideado y vuelt o a olvidar docenas
de m é t odos de crianz a.
E n las cult uras t radicionales, los padres aprendían por observación la form a
« norm al» de criar a sus hij os, y los cam bios eran lent os y escasos. E n nuest ra
sociedad de la inform ación y el desarraig o, la m adre puede rechaz ar com o inadecuada
o ant icuada la form a en que su propia m adre la crio, y sust ituirla por los consej os de
sus am ig as o por lo que ha leído en libros o vist o en películas.
D e est e m odo conviven m é t odos de crianz a m uy dist intos.
U nos padres duerm en con su hij o, ot ros lo inst alan en una habit ación separada.
U nos lo t om an en braz os casi t odo el rat o, ot ros lo dej an en una cuna, aunque llore.

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ulandia. com - Pá g ina 3 3
U nos t oleran pacient em ent e las rabiet as y ex ig encias de los niños pequeños, ot ros
intent an correg irlos con severos cast ig os. Cada uno de ellos, por supuest o, está
convencido de que hace lo m ej or para sus hij os, ¡si no, no lo haría! Pero, sea lo que
sea lo que hem os aprendido, leído, vist o, escuchado, creído o rechaz ado a lo larg o de
toda nuest ra vida, nuest ros hijos nacen ig uales. N acen sin haber vist o, oído, leído,
creído o rechaz ado nada.
E n el m om ent o de nacer, sus ex pect at ivas no vienen m arcadas por la evolución
cult ural, sino por la evolución nat ural, por la fuerz a de los g enes.
E n el m om ent o de nacer, nuest ros hij os son bá sicam ent e ig uales a los que
nacieron hace cien m il años.
L a form a en que los bebé s se com port an espont á neam ent e, la form a en que
esperan ser t rat ados, la form a en que reaccionan a los diferent es trat os que reciben, no
ha cam biado en decenas de m iles de años. Si querem os ent ender por qué los niños
son com o son, hem os de rem ont arnos m uchos m ilenios at rá s y observar cóm o nos
adapt am os a nuest ro am bient e evolut ivo.

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ulandia. com - Pá g ina 3 4
EN EL REGAZO DE LA HUMANIDAD

¡O h, Señor! ¡N aveg ar con est a t


ripulación de pag anos,
que han recibido t an pocas caricias de una m adre hum ana!
L os parió la m ar, plag ada de t
iburones.
H erm an M elville, Moby Dick

D eliberadam ent e he evit ado el t ítulo frecuent em ent e ut iliz ado, « la cuna de la
hum anidad», pues es bien sabido que, en el principio, no había cunas.
Se dice que nuest ros prim it ivos ant epasados prehum anos em pez aron a
evolucionar hacia lo que ahora som os cuando baj aron de los á rboles para vivir en la
sabana.
Teóricam ent e, la vida en t ierra firm e podría haber favorecido de nuevo a aquellas
crías m á s precoces y aut ónom as. Pero ant es de eso, nuest ros ant epasados sufrieron
una m ut ación m ucho m á s im port ante y t
ot alm ent e incom pat ible con la precocidad de
las crías: la int elig encia.
Por una part e, la int elig encia requiere aprendiz aj e ( es decir, una conduct a
sofist icada, adapt able a las circunst ancias variables, por oposición a la rig idez de las
conduct as innat as) ; y cuant a m ay or int elig encia, m ay or el t iem po de aprendiz aj e. Por
ot ra part e, la int elig encia ex ig e un cerebro g rande, pero para cam inar erg uidos hace
falt a una pelvis est recha ( si tuvié ram os la pelvis t an ancha com o la de un cuadrúpedo,
nos herniaríam os; las t ripas se nos saldrían por el ag uj ero, por efect o de la g ravedad) .
¿ Cóm o hacer pasar una cabez a cada vez m á s g rande por una pelvis cada vez m á s
pequeña? E l part o se hiz o difícil. L os ant ig uos hebreos parece que y a habían capt ado
la esencia del problem a: « parirá s a t us hij os con dolor» es la consecuencia de haber
probado la frut a del á rbol de la ciencia.
L a cabez a del recié n nacido y a no puede ser m á s g rande, así que la evolución
favoreció una m ut ación absolut am ent e orig inal y única ent re t odos los m am íferos.
N acem os con el cerebro a m edio const ruir; antes de que se acabe de form ar la vaina
de m ielina, una funda que rodea a las neuronas y les perm it e funcionar. Por eso la
cabez a es la part e del cuerpo que m á s crece despué s del part o, y por eso nuest ras crías
tardan m ucho m á s en aprender a andar que las de cualquier ot ro m am ífero.
N ing ún ot ro anim al necesit a que le alim ent en y prot ej an durant e t
ant os años. U n
chico de diecinueve años que viva solo, en su propia casa, de su propio t rabaj o, nos
parecerá un chico m uy espabilado. Pero un chico de cat orce años que viva solo nos
parecerá un niño abandonado, y despert ará nuest ra com pasión. ¿ A qué edad cree
ust ed que sus hij os podrá n valerse por sí m ism os?
E s difícil que una sola persona pueda hacerse carg o de cuidar, alim ent ar y
prot eg er a los niños durant e tant o t
iem po. L as m adres han necesit ado la ay uda de su

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fam ilia ( el padre, la abuela, los t íos y herm anos m ay ores) y de la sociedad en su
conj unt o, de t
oda la tribu. E n casi t odas las cult uras hum anas, el padre perm anece
junt o a la m adre durant e años y la ay uda a prot eg er y alim entar a sus hij os.
E st a cooperación en la crianz a de los hij os no siem pre ha consist ido en llevarlos
en braz os o cam biarles los pañales. E n m uchas cult uras y en m uchas é pocas, el
cuidado físico de los niños pequeños corresponde casi ex clusivam ent e a la m adre y a
otras m uj eres. Pero el padre ha seg uido cooperando, caz ando, prot eg iendo o
trabaj ando en la oficina. Incluso en las sociedades m á s m achist as, el hom bre que no
se ocupa de m ant ener a su fam ilia es obj eto del desprecio de sus com pañeros.

Por qué no quieren quedarse solos


¿ Q ué le ocurriría a un niño pequeño, solo y desnudo en la selva? E n apenas un par de
horas, el bebé podría quem arse al sol, o enfriarse a la som bra, o ser devorado por
hienas o por sim ples rat as. A quellas m adres que dej aban solos a sus hij os por m á s de
unos m inut os pront o se quedaban sin hij os. Sus g enes eran elim inados por la
selección nat ural. E n cam bio, el g en que im pulsaba a las m adres a est ar j unt o a sus
hij os se transm it ió a num erosos descendient es.
U st ed es uno de esos descendient es. L as m uj eres act uales t ienen una inclinación
g ené t ica, espont á nea, a perm anecer j unt o a sus hij os. L o observa m uy bien L ang is,
aunque en su ig norancia lo considera ent re « las trece condiciones de la esclavit ud de
los padres de hoy en día» ( com o si ant es de « hoy en día» hubiera sido de ot ro m odo,
o com o si hacer lo que deseas hacer fuera una esclavit ud) :
N o nos decidim os a dej ar al niño en m anos aj enasŁ
Por supuest o, esa inclinación puede ser fá cilm ent e cont rarrest ada por creencias,
opiniones o cost um bres m á s recient es, nacidas de la evolución cult ural. L as m adres
dej an a sus hij os para ir a t rabaj ar, o para ir a com prar, o para sent arse a ver la t ele.
L os dej an durant e m inut os o durant e horas. L os dej an con ot ros m iem bros de la
fam ilia, o con cang uros, o en g uarderíasŁ Pero el g en sig ue est ando ahí, y la m ay or
part e de las m adres not a su efect o.
L a ansiedad que sufre la m adre al separarse de su hij o ha sido ex plot ada hast a la
saciedad en las t elecom edias: la m adre que se despiert a en m edio de la noche y ent ra
en la habit ación del bebé para com probar si est e aún respira, o que va a salir con su

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m arido dej ando una larg a list a de inst rucciones y t elé fonos de urg encia a la cang uro y
lueg o llam a infinidad de veces desde el rest aurant e.
A cabo de ver una com edia nort eam ericana sobre una m adre solt era, ag obiada y
est resada por el t rabaj o. Su am ig a y psiquiat ra la convence de que le conviene dej ar a
su hij o, que no parece t ener ni un año, con la cang uro y pasar ella sola un fin de
sem ana de vacaciones. Todos se ríen de su ansiedad, de su t em or a dej ar al niño solo,
de cóm o vuelve ant es de t iem po porque el bebé ha t enido unas dé cim as de fiebre.
N adie en la película com prende que el t ener que separarse cada día de su hij o para
trabaj ar es precisam ent e uno de los fact ores que aum ent a su est ré s; nadie im ag ina
siquiera que una m adre pueda pasar unas relaj ant es vacaciones con su hij o. D e form a
insidiosa, pero im placable, se nos van ofreciendo m odelos cult urales, se nos va
ex plicando qué est á bien y qué est á m al. E n nuest ra sociedad, unas vacaciones sin
hij os son acept ables, m ient ras que unas vacaciones sin el m arido o sin la esposa son
casi im pensables.
M uchas m adres se sient en m al cuando dej an a su hij o en una g uardería, y los
prim eros días puede haber t ant os llant os fuera, com o dent ro. « Se m e part e el coraz ón
al dej arlo», ex plican. M uchas m adres se sient en m al cuando vuelven al t rabaj o.
N uest ra sociedad int erpret a ese m alest ar com o « sent irse culpable»; pero eso no est á
en los g enes, es sólo la int erpret ación cult ural de un fenóm eno suby acent e. A alg unos
les conviene est a culpa. U na m adre que int erpret ase est e m alest ar com o culpa, sino
com o rabia o indig nación ant e la inhum anidad de nuest ro sist em a laboral o la
insuficiencia de nuest ro perm iso de m at ernidad ( las suecas t ienen m á s de un año de
licencia por m at ernidad; las bielorrusas t ienen t res años) , result aría m olest am ent e
subversiva.

Por qué lloran en cuanto dejas la habitación

[Ł ] le causa un súbit
o t
error, com o el que uno im ag ina
que g olpea el coraz ón de un niño perdido.
Charles D ickens, Historia de dos ciudades

L a inm ediat
ez es una de las caract
eríst
icas del llant
o infant il que asom bra y m olest
a a
alg unas personas. « E s que es dej arlo en la cuna y se pone a llorar com o si le

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m at asen».
Para alg unos ex pert os en educación, est a es una desag radable facet a del cará ct er
infant il, y el obj etivo ha de ser vencer su « eg oísm o» y su « obst inación», enseñarles a
ret rasar la sat isfacción de sus deseos. ¿ Por qué no puede t ener un poco m á s de
paciencia, por qué no puede esperar un poco m á s? Podríam os com prender que, un
cuart o de hora despué s de irse su m adre, em pez asen a ponerse un poco int ranquilos;
que a la m edia hora lloriqueasen, que a las dos horas llorasen con t odas sus fuerz as.
E so parecería lóg ico y raz onable. E so es lo que hacem os los adult os, lo que hacen los
niños m ay ores cuando les hem os « enseñado» a ser pacient es, ¿ verdad? Pero, en vez
de eso, nuest ros hij os pequeños se ponen a llorar con t odas sus fuerz as en cuant o se
separan de su m adre; lloran aún m á s fuert e ( ¡lo que parecía im posible! ) a los cinco
m inut os, y sólo dej an de llorar por ag ot am ient o. ¡N o parece lóg ico!
Pero sí que lo es. Ponerse a llorar de m anera inm ediat a es la conduct a « lóg ica», la
conduct a adapt ativa, la conduct a que la selección nat ural ha favorecido durant e
m illones de años, porque facilit a la supervivencia del individuo. E n aquella t ribu de
hace 1 0 0 0 0 0 años, si un bebé separado de su m adre lloraba de form a inm ediat a y a
pleno pulm ón, su m adre probablem ent e volvía en seg uida a cog erlo. Porque esa
m adre no t enía cult ura, ni relig ión, ni conocía los concept os de « bien», « caridad»,
« deber» o « j ust icia»; no cuidaba a su hij o porque pensaba que esa era su oblig ación,
ni porque t em ía a la cá rcel o al infierno. Sim plem ent e, el llant o del niño
desencadenaba en ella un im pulso fuert e, irresist ible, de acudir y acallarlo. Pero si un
bebé se quedaba callado durant e quince m inut os y lueg o lloriqueaba dé bilm ent e, y
sólo g rit aba a pleno pulm ón al cabo de dos horas, para ent onces su m adre podía est ar
y a dem asiado lej os y no oírlo. E se g rit o t ardío y a no t enía ning una ut ilidad para su
supervivencia, sino que m á s bien cont ribuía a acelerar su fin. Porque ent onces com o
ahora, el g rit o de ang ust ia de una cría abandonada era m úsica para los oídos de las
hienas.
Y, si reflex ionam os un poco, verem os que esa conduct a que nos parece « lóg ica» y
« racional» ant e la separación de la persona am ada, esperar un t iem po y enfadarnos
« poco a poco», sólo la m ost ram os los adult os cuando esperam os confiadam ent e el
reg reso del ausent e. Im ag ine que su hij a de quince años est á en el inst itut o. D urant e el
horario escolar, ust ed no se preocupa lo m á s m ínim o por esa separación porque sabe
perfect am ent e dónde est á y cuá ndo volverá ( ¿ sabe su hij o de dos años dónde est á y
cuá ndo volverá ust ed? ¡A unque se lo ex pliquen, no puede com prenderlo! ) . Si pasan
t reint a m inut os de la hora en que suele volver a casa, le será fá cil descart ar sus
prim eros t em ores ( « se ret rasa el aut obúsŁ , est ará hablando con los am ig osŁ , habrá
ido a com prar un bolíg rafoŁ ») . Si t arda m á s de una hora, em piez a ust ed a enfadarse
( « estos chicos, parece m ent ira, son unos irresponsables, al m enos podría haber
llam ado, para eso le com pré el m óvil») . Si t arda dos o t res horas, em pez ará ust ed a

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llam ar a sus am ig as para ver si est á en casa de alg uien. Si a las cinco horas no hay
not icias, est ará ust ed llorando y llam ando a los hospit ales, por si la han at ropellado.
A nt es de doce horas llorará ust ed t odavía m á s y acudirá a la policía, donde le
ex plicará n que m uchos adolescent es escapan por cualquier t ont ería, pero que casi
t odos vuelven ant es de t res días. D urant e tres días se aferrará ust ed a esa esperanz a.
Pero cada vez llorará m á s, y al cabo de una sem ana será la viva im ag en de la
desesperación.
Pero im ag ine ahora que t iene una fuert e discusión con su hij a de quince años en la
que salen a relucir am arg os reproches y g raves insult os, y finalm ent e ella m et e unas
ropas en una m ochila y le g rit a: « Te odio, os odio, est oy hart a de est a fam ilia, m e voy
para siem pre, no quiero volvert e a ver en la vida», y se va dando un port az o.
¿ Cuá nt as horas esperará ust ed, aleg re y despreocupada, ant es de em pez ar a llorar?
¿ N o em pez ará a llorar ant es incluso de que ella salg a de casa, no la seg uirá por la
escalera, no correrá t ras ella por la calle, no int ent ará ag arrarla sin t em or a dar un
espect á culo delant e de t odos los vecinos, no se arrodillará ant e ella y le suplicará , no
se det endrá sólo cuando el ag ot am ient o le im pida seg uir corriendo? ¿ L e parece que
com port arse así sería « infant il» o « eg oíst a» por su part e? ¿ Cree que oiría a los
vecinos com ent ar: « F íjat e qué m adre m á s m al educada, no hace ni cinco m inut os que
se ha ido su hij a y y a est á llorando com o una hist é rica. Seg uro que lo hace para
llam ar la at ención. »?
Sí, es fá cil ser pacient e cuando est á convencido de que la persona am ada volverá .
Pero no se m ost rará tan pacient e cuando t eng a dudas al respect o. Y cuando t eng a la
absolut a cert ez a de que la persona am ada no piensa volver, desde lueg o no será nada
pacient e.
N o necesit a esperar quince años para vivir una escena así.
Su hij a y a se com port a así ahora, cada vez que ust ed se va. Porque t odavía es
dem asiado pequeña para saber si ust ed va a volver o no, o cuá ndo va a volver, o si va
a est ar cerca o lej os m ient ras t ant o. Y, por si acaso, su conduct a aut om á t ica,
inst int iva, la que ha heredado de sus ant epasados a lo larg o de m iles de años, será
ponerse siem pre en lo peor. Cada vez que se separe de ust ed, su hij a llorará com o si
se hubiera ido para siem pre ( ¿ y qué decir de las m adres que int ent an « tranquiliz ar» a
sus hij os con frases del t ipo « si eres m alo, m am á se va»; « si t e port as m al, no te
querré »?) .
D ent ro de t res, cuat ro, cinco años, a m edida que vay a com prendiendo que su
m adre volverá , su hij a podrá esperar cada vez m á s t ranquila y cada vez m á s t iem po.
Pero no será porque es « m enos eg oíst a» ni « m á s com prensiva», ni m ucho m enos
porque ust ed, sig uiendo los consej os de alg ún libro, la ha « enseñado a posponer la
sat isfacción de sus caprichos».
L os recié n nacidos necesit an cont acto físico; se ha com probado

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ex perim ent alm ent e que, durant e la prim era hora despué s del part o, los que est á n en
una cuna lloran diez veces m á s que los que est á n en braz os de su m adre.
A l cabo de unos m eses, es probable que se conform en con el cont act o visual. Su
hij o est ará cont ent o, al m enos durant e un rat o, si puede verla y si ust ed le sonríe y le
dice cosit as de vez en cuando. H ace 1 0 0 0 0 0 años, los niños de m eses probablem ent e
no se separaban nunca de su m adre, pues eso sig nificaba quedarse t irados en el suelo,
desnudos. A hora est á n bien abrig adit os en un lug ar blandit o, y aunque su inst int o les
sig ue diciendo que est arían m ej or en braz os, son t an com prensivos y t ienen t ant as
g anas de hacernos felices que la m ay oría se resig na a pasar un par de m inut os en una
sillit a. Pero, t an pront o com o ust ed desaparez ca de su cam po visual, su hij o se pondrá
a llorar « com o si le m at asen». ¡Cuá nt as veces he oído a una m adre est a frase! Porque,
efect ivam ent e, la m uert e fue, durant e m iles de años, el dest ino de los bebé s cuy o
llant o no obt enía respuest a.
Por supuest o, el am bient e en que se crían nuest ros hij os es m uy dist int o de aquel
en que evolucionó nuest ra especie. Cuando dej a ust ed a su hij o en su cuna, ust ed sabe
que no va a pasar frío ni calor, que el t echo le prot eg e de la lluvia y las paredes del
vient o, que no lo devorará n los lobos ni las rat as, ni le picará n las horm ig as; sabe que
ust ed est ará a sólo unos m et ros, en la habit ación cont ig ua, y que acudirá rá pidam ent e
al m enor problem a. Pero su hij o no lo sabe. N o puede saberlo. R eaccionará
ex act am ent e com o hubiera reaccionado en la m ism a sit uación un bebé del paleolít ico.
Su llant o no responde a un pelig ro real, sino a una sit uación, la separación, que
durant e m ilenios ha sig nificado invariablem ent e pelig ro.
A m edida que crez ca, su hij o irá aprendiendo a dist ing uir en qué casos la
separación conlleva un pelig ro real y en qué casos no t iene im port ancia. Podrá
quedarse t ranquilam ent e en casa m ient ras ust ed va a com prar, pero rom perá a llorar si
se encuent ra perdido en el superm ercado y cree que ust ed ha vuelt o a casa sin é lŁ
E l llant o de nada serviría si la m adre no est uviera t am bié n g ené t icam ent e
preparada para responder a é l. E l llant o de un niño es uno de los sonidos que
provocan una reacción m á s int ensa en un adult o hum ano. L a m adre, el padre e
incluso los ex t raños se sient en conm ovidos, preocupados, ang ust iados; sient en el
inm ediat o deseo de hacer alg o para que el llant o pare. D arle el pecho, pasearlo,
cam biarle el pañal, cog erlo en braz os, ponerle ropa, quit arle ropa; lo que sea, pero
que calle. Si el llant o es especialm ent e int enso y cont inuo, acudirá n a urg encias ( y
m uchas veces con buenos m ot ivos) .
Cuando nos es im posible acallar un llant o, nuest ra propia im pot encia puede
convert irse en irrit ación. E s lo que ocurre cuando se oy e un llant o en un piso vecino:
las convenciones sociales nos im piden int ervenir, y por eso nos result a
part icularm ent e m olest o ( « Pero ¿ en qué est á n pensando esos padres? ¿ E s que no van
a hacer nada?». « ¡E se niño es un m alcriado, los nuest ros nunca han llorado así! ») .

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M uchos vecinos crit ican a sus espaldas, o incluso increpan direct am ent e, a las m adres
cuy os hij os lloran « dem asiado», y alg unos lleg an a llam ar a la puert a para prot est ar.
M á s de una vez m e ha dicho alg una m adre: « M e dij o el doct or que le dej ase llorar
porque m e est á tom ando el pelo; pero no puedo dej arle llorar porque los vecinos se
quej an». A ig ual int ensidad sonora, un niño que llora en el edificio nos result a m á s
m olest o que un obrero dando m art illaz os o un adolescent e escuchando rock duro.
Cuando las absurdas norm as de alg unos ex pert os im piden a los padres responder
al llant o en la form a m á s eficaz ( t
om ando al bebé en braz os, m ecié ndolo, cant á ndole,
dá ndole el pechoŁ , ) , ¿ qué salida queda? Puedes dej arle llorar e int ent ar ver la t ele,
hacer la com ida, leer un libro o conversar con t u parej a, m ient ras oy es el llant o
ag udo, cont inuo, desg arrador, de t u propio hij o, un llant o que t raspasa los t abiques
« de papel» de las casas m odernas y que puede prolong arse durant e cinco, diez ,
t reint a, novent a m inutos. ¿ Y cuando em piez a a hacer ruidos ang ust iosos, com o si
est uviera vom it ando o ahog á ndose? ¿ Y cuando dej a de llorar t an súbit am ent e que,
lej os de ser un alivio, t e lo im ag inas sin respirar, ponié ndose blanco y lueg o az ul?
¿ E st á n los padres aut oriz ados a correr ent onces a su lado, o eso sería « recom pensarle
por su berrinche» y t am bié n se lo han prohibido?
L a ot ra opción es int ent ar calm arlo, pero sin cog erlo, cant arle, m ecerlo o darle el
pecho. ¿ Por qué no t am bié n con una m ano at ada a la espalda, para hacerlo m á s
difícil? ¿ O poner la radio, rez ar, ofrecerle dinero? U n ex pert o, el D r. E st ivill, propone
decirle ( desde una dist ancia superior a un m et ro, para que no pueda t ocart e) lo
sig uient e:

« A m or m ío, m am á y papá t e quieren m ucho y t e est á n enseñando a dorm ir. T ú


duerm es aquí con Pepit o, el póst er, los chupet esŁ A sí que hast a m añana. »
Palabras de consuelo y am or verdadero que sin duda infundirá n calm a y sosieg o
en el alm a de cualquier niño, sea cual sea la causa de su llant o, ¡a partir de los seis
m eses! ( Pepit o, por supuest o, es un m uñeco; no piensen ni por un m om ent o que un
ser hum ano le hace com pañía) . A unque t al vez ni el m ism o aut or confíe m ucho en la
eficacia calm ant e de esas palabras, pues adviert e a los padres que, una vez
pronunciadas, se vuelvan a m archar, aunque el niño sig a llorando o g rit ando ( ¡el m uy
desag radecido! ) .
E n nuest ro país, com o en m uchos ot ros, los m alos t ratos son un problem a cada
vez m ay or. D ecenas de niños m ueren cada año a m anos de sus propios padres, y
m uchos m á s sufren hem at om as, fract uras, quem adurasŁ L a pobrez a, el alcohol y
ot ras drog as, el paro y la m arg inación se cuent an sin duda ent re las causas profundas
de los m alos t rat os. Pero t am bié n hace falt a un desencadenant e. ¿ Por qué a est e niño
le han peg ado hoy y no le peg aron ay er? E l llant o es un desencadenant e frecuent e.
« L loraba y lloraba, hast a que no lo pude soport ar m á s». ¿ Q ué pueden hacer los
padres cuando t odo lo que sirve para calm ar el llant o del niño ( pecho, braz os,

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canciones, m im os) est
á prohibido?

La respuesta a la separación
E n 1 9 5 0 , las N aciones U nidas encarg aron a John Bow lby un inform e sobre las
necesidades de los niños hué rfanos.
R esult ado de su t rabaj o es un libro que analiz a el efect o de la separación en los
niños, sobre t odo a part ir de la observación de niños ing resados en los hospit ales, y de
los niños de L ondres que durant e la g uerra fueron separados de sus padres y
evacuados al cam po para huir de los bom bardeos.
E nt re los efect os a cort o plaz o de la separación, era frecuent e que el niño
m ost rase alg una de las sig uient es reacciones:
Cuando vuelve la m adre, el niño se enfada con ella, o le nieg a el saludo y hace
com o si no la viera.
E l niño se m uest ra m uy ex ig ent e con su m adre o con las personas que le
cuidan; pide at ención t odo el rat o, quiere que t odo se hag a a su m anera, t iene at aques
de celos y t rem endas rabiet as.
Se relaciona con cualquier adult o que teng a a m ano, de una form a superficial
pero aparent em ent e aleg re.
A pat ía, pé rdida de int eré s por las cosas, m ovim ient os rít m icos ( com o si se
m eciera é l solo) , a veces dá ndose g olpes con la cabez a.
E n alg unos casos, esos m ovim ient os rítm icos y g olpes en la cabez a pueden ser
norm ales. A sí lo ex plica el D r. F erber ( un g ran part idario de enseñar a dorm ir a los
niños dej á ndoles llorar un m inut o, lueg o t res, lueg o cincoŁ E n el rest o del m undo
suelen llam ar « m é t odo F erber» a lo que en E spaña ha sido adapt ado com o « m é t odo
E stivill») :
M uchos niños se dedican a alg ún t ipo de conduct a rítm ica y repet it
iva a la hora de
acost arse, al despert arse a m edianoche o por la m añana. Se m ecen a cuat ro pat as,
g iran la cabez a a un lado y a ot ro, se g olpean la cabez a cont ra la cabecera de sus
cam as o la dej an caer repet idam ent e sobre la alm ohada o el colchón. Por la noche,
est o puede cont inuar hast a que caen dorm idos, y por la m añana puede persist ir hast a
que est á n plenam ent e despiert os. [Ł ]
Cuando las conduct as rít m icas com ienz an ant es de los dieciocho m eses y

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desaparecen en su m ay or part e ant es de los t res o cuat ro años, no suelen ser sínt om a
de problem as em ocionales. E n la m ay or part e de los casos, los niños con t ales há bit os
est á n m uy felices y sanos, y en sus fam ilias no se adviert e ning ún problem a ni
tensión.
L lam a la at ención la doble vara de m edir a la hora de decidir qué es o no una
conduct a norm al: « M i hij a se despiert a a m edianocheŁ ». « Claro, llora y llam a a sus
padres. L o que t iene su hij a es insom nio infant il por m alos há bit os aprendidos; es una
alt eración del sueño que, si no se cura a t iem po, puede provocar g raves secuelas
psicológ icas». « N o, no m e ha ent endido ust ed bien, doct or. M i hij a se despiert a, pero
no llora ni llam a a nadie; sólo se da g olpes con la cabez a en la pared». « ¡A h, bueno!
H aber em pez ado por ahí. Si sólo se da g olpes en la cabez a, es t ot alm ent e norm al, y
no hay por qué preocuparse».
Volviendo a Bow lby , nos recuerda que alg unas de las m á s g raves alt eraciones
observadas en los niños separados de sus m adres, en orfanat os y hospit ales, dan una
falsa sensación de que t odo va bien:
H ay que hacer una advert encia especial sobre los niños que responden con apat ía
o con una conduct a aleg re e indiscrim inadam ent e am ist osa, puest o que las personas
ig norant es de los principios de la salud m ent al suelen llevarse a eng año. E st os niños
suelen ser t ranquilos, obedient es, fá ciles de m anej ar, bien educados y ordenados, y
est á n físicam ent e sanos; m uchos de ellos incluso parecen felices. M ient ras
perm anez can en la inst itución, no hay m ot ivo aparent e de preocupación; pero cuando
la dej an se hacen pedaz os, y es evident e que su adapt ación era superficial y no est aba
basada en un verdadero crecim ient o de la personalidad.
Pocos niños, por suert e, perm anecen en una inst itución ( hospit al u orfanat o) . Pero
m uchos se ven separados de sus m adres repet idam ent e unas horas cada día. E l efect o
no es t an t errible, desde lueg o, pero ex ist en sim ilit udes. H ay niños que parecen
«t ranquilos, obedient esŁ , incluso felices» en la g uardería, pero rom pen a llorar
desesperados en cuant o salen. O que parecen adapt arse m uy bien a dorm ir solos cada
noche, pero « se hacen pedaz os» en cuant o se abre una brecha en su aislam ient o:

Bast ará con que una sola vez hag á is lo que el niño os pida ag ua, una
canción, darle la m ano « un m om ent o», braz osŁ para que perdá is la
part
ida: todo lo que hay á is log rado [« enseñando» al niño a dorm ir solo] se
habrá esfum ado.

L as consecuencias m á s g raves se producen t ras separaciones larg as, de varios


días. Pero t am bié n las separaciones breves t ienen un efecto; de hecho, el m é t
odo
usado por los psicólog os para com probar si la relación m adre- hij o es norm al es el
«test de la sit
uación ex t raña», en que se observa cóm o reacciona un niño de un año

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cuando su m adre se ausent a de la habit
ación y vuelve a los t
res m inut
os.
L os efect os de la separación son cada vez m enos g raves a m edida que la edad del
niño aum ent a, com o nos recuerda Bow lby :

M ient ras que hay raz ones para creer que t odos los niños m enores de t res
años, y m uchos de los que t ienen ent re t
res y cinco, sufren con la deprivación,
en el caso de aquellos ent re cinco y ocho es probablem ent e sólo una m inoría,
y surg e la preg unt a: ¿ por qué unos y no otros?

Pues bien, ese fact or que hace que unos niños soport en la separación m ej or que
ot ros es, seg ún Bow lby , la relación previa con su m adre. U na relación que t iene
efect os aparent em ent e cont rarios seg ún la edad.
E n los m enores de t res años, cuant o m ej or era la relación con la m adre, m á s se
alt era la conduct a del niño t ras la separación. L os niños que y a eran m alt ratados o
ig norados en su casa, apenas lloran cuando los llevan a un orfanat o o a un hospit al.
Pero eso no sig nifica que t oleren m ej or la pé rdida, sino que y a no tenían casi nada
que perder. N o m uest ran la respuest a norm al de un niño sano de su edad.
E n cam bio, ent re los niños de cinco a ocho años, aquellos que han t enido una m á s
sólida relación con la m adre, los que recibían m á s m im os y pasaban m á s t iem po en
braz os, son los que m ej or soport an la separación. E l est recho cont acto de los prim eros
años les ha dado la fuerz a necesaria para soport ar las adversidades, lo que hoy
conocen los psicólog os com o resiliencia. Charles D ickens lo ex plicó y a m uy bien
hace sig lo y m edio:

V io a los que habían sido cuidados con delicadez a y criados con t ernura
m antenerse aleg res ant e las privaciones y superar sufrim ient os que hubieran
aplast ado a m uchos de una m adera m á s bast a, porque llevaban en su seno los
fundam ent os de la felicidad, la sat
isfacción y la paz .
Papeles póst um os del club Pickw ick

A firm a Bow lby que la relación, el vínculo afect ivo que se est ablece ent re m adre e
hijo, es el m odelo para t odas las relaciones afect ivas que el individuo est ablecerá
durant e el rest o de su vida. L a relación con la m adre se ex t iende lueg o al padre, los
herm anos y ot ros fam iliares; a los am ig os, com pañeros y profesores; a la propia
parej a y a los hij os. L leg ó a est a conclusión part iendo, no com o ot ros m uchos
psiquiat ras del est udio del adult o y sus borrosos recuerdos de la infancia, sino de la
observación de los niños y de las crías de ot ras especies.
A lo larg o de est e libro vam os a aprovechar est e paralelism o ent re la relación
m adre- hij o y otros vínculos afect ivos para ex plicar por analog ía alg unos aspect os del

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ulandia. com - Pá g ina 4 4
com port am ient o infant il, recorriendo en sent ido cont rario el cam ino que recorrió
Bow lby . M uchas conduct as que en los niños se at ribuy en aleg rem ent e a « capricho»,
«teat ro» o « m alcriam ient o» se acept an com o leg ít im as cuando las realiz a un adult o.
D ebem os dej ar claro, sin em barg o, que est as analog ías son puram ent e didá ct icas: lo
que sabem os sobre la conduct a de los niños no se ha averig uado observando a los
adult os y haciendo deducciones, sino observando a los niños direct am ent e.
Im ag ine que un dom ing o su m arido y ust ed est á n en casa. Trajinando cada uno en
sus cosas, se cruz an una docena de veces por el pasillo. ¿ Se paran uno frent e a ot ro,
se saludan, se abraz an? Claro que no. L a m ay or part e de las veces se cruz an sin
m irarse, sin decirse una palabra.
A hora su m arido sale a com prar el post re. ¿ N o dice « adiós cuando se va» y « ¡y a
est oy aquí! » cuando viene? Com o apenas ha est ado quince m inut os fuera, es posible
que ust ed ni siquiera se dirij a a la puert a para recibirle, sino que sig a haciendo sus
cosas y le g rit
e un « hola» desde lej os.
A l día sig uient e, su m arido vuelve del t rabaj o. H a estado nueve horas fuera de
casa. ¿ N o int ent a ust ed ir a la puert a a saludarle? ¿ N o le ofrece un beso ( y espera
correspondencia) ? ¿ N o es un poco m á s elaborado el rit ual de salut ación? A lg o así
com o:

H ola, cariño.
H ola.
¿ Cóm o t e ha ido?
Bien.

E n est e m om ent o, el m arido m edio escapa y se dirig e a la t


elevisión. D urant
e los
prim eros m eses de casados, ust ed esperaba una ex plicación un poco m á s larg a. Pero a
estas alturas ha com prendido que los hom bres son así y hay que acept arlos.
Im ag ine ahora que su m arido se va una sem ana a N ueva York en viaj e de
neg ocios. A la vuelt
a, se desarrolla una escena habit ual:

H ola, cariño.
H ola.
¿ Cóm o t e ha ido?
Bien.

Y se va a ver la t
eleŁ ¿ Cóm o se queda ust
ed? ¿ Se lo va a perm it
ir?

¿ Cóm o que bien? ¡Pero cué nt am e alg o! ¿ Q ué has hecho? ¿ Q ué has vist
o? ¿ Q ué
os daban de com er? ¿ Subist
e al E m pire St
at e? ¿ Q ué m e has com prado? ¡Será posible,

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ulandia. com - Pá g ina 4 5
pasar una sem ana en N ueva York y no cont
ar nada! ¡D am e un besoŁ ! ¿ E s que y a no
m e quieres?

L a separación de dos personas unidas por un vínculo afect ivo produce


int ranquilidad en am bas. Para volver a t ranquiliz arse necesit an un cont act o físico y
verbal especial ( y a veces ot ras m uest ras de cariño y at ención, com o un reg alo) ,
cont act o que será m á s larg o y com plej o cuant o m á s larg a hay a sido la separación. Si
una de las personas nieg a ese cont act o tranquiliz ador, la ot ra suele responder con m á s
int ranquilidad, y a veces con host ilidad. A l final, hará n falt a m á s palabras y m á s
cont act o para tranquiliz arla ( es decir, habrá que disculparse) .
E l prim er ej em plo, encont rarse por el pasillo cuando los dos est á n en casa, no
requiere un cont acto especial, porque ni siquiera ha habido una separación. L os dos
est aban en casa y , por t ant o, estaban « j unt os».
Sin em barg o, ent re un bebé y sus padres, la cosa cam bia. Irse a ot ra habit ación es
para el niño una separación, porque no sabe a dónde se ha ido su m adre. Tardará
varios años en com prender que m am á est á en la habit ación de al lado y que por t ant o
« no se ha ido». Y la escala es diferent e: unos m inut os son para su hij o com o varias
horas, unas horas le parecen com o días o m eses, y unos m et ros le parecen kilóm et ros.
¿ Com prende ahora por qué su hij o se pone a llorar en cuant o ust ed sale de la
habit ación, por qué cuando ust ed va a t rabaj ar o cuando é l ha est ado en el hospit al
pide m á s braz os y m á s at ención, por qué al salir de la g uardería insist e en cont arle
con leng ua de t rapo lo que ha hecho, y le pide que le com pre chuches?
A veces, el niño pide un caram elo, un helado o un j ug uet e porque lo desea. N o
decim os, por supuest o, que le t eng a que com prar t odo lo que pide; eso dependerá de
su econom ía, de su diet a ( es decir, de cuá nt os helados y caram elos pida su hij o cada
sem ana) , de la cant idad de j ug uet es que t eng a en casa y del caso que les hag aŁ L o
que decim os en est e libro es que si decide no darle lo que pide, sea por un m ot ivo
racional ( porque y a t iene m uchos j ug uet es, porque es m uy caro, porque los caram elos
son m alos para los dient esŁ ) , pero no sim plem ent e para « educarlo», para que
« aprenda a no salirse con la suy a», no le dig a « no» a su hij o sólo para fast idiar.
Ot ras veces, en cam bio, los niños piden g olosinas o j ug uet es sim plem ent e para
« llam ar la at ención». Si a la salida del coleg io sus padres no m uest ran suficient e
int eré s por sus ex plicaciones, se im pacient an ant e su leng ua de t rapo, le corrig en
cont inuam ent e en vez de escucharle con paciencia, le dan pocos besos y abraz os, se
nieg an a llevarle en braz os, o incluso le saludan con host ilidad ( « ¡Q ué m anos llevas!
¿ E s que no t e lavas las m anos ant es de salir? ¡Pero m ira cóm o t e has puest o los
pant alones nuevos! ¡Y los bot ones de la bat a! ¿ E s que t e crees que est oy y o aquí para
coser bot ones t odo el sant o día?») , el niño probablem ent e pedirá t odo lo que hay a en
el prim er escaparat e. E st á pidiendo una prueba de am or. U na prueba de am or

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equivocada, pues el verdadero am or se dem uest ra con respet o, cont act o y
com prensión, no con reg alos y g olosinas.
Para los padres, est e falso cariño consist ent e en la acum ulación de bienes
m at eriales puede result ar m uy at ract ivo. E l t
iem po es oro, pero sólo hay veint icuat ro
horas en un día. Si t ienes suficient e oro del ot ro, puede result art e m á s « barat o»
com prarle a t u hij a una m uñeca que habla y cam ina que j ug ar con ella una hora al día
con una m uñeca norm al. Y así, poco a poco, vam os « m alcriando» al niño; es decir,
enseñá ndole a dar m á s im port ancia a las cosas m at eriales que a los seres hum anos.
N o es la sim ple acum ulación de riquez as lo que produce el m alcriam ient o; los niños
ricos t ienen siem pre m á s cosas que los pobres, y sin em barg o hay pobres m alcriados
y ricos que no lo est á n. « M alcriar» sig nifica « criar m al»; es decir, con poco cariño,
pocos braz os, poco respet o, pocos m im os. E s im posible m alcriar a un niño por
hacerle m ucho caso, cog erlo m ucho en braz os, consolarle m ucho cuando llora o j ug ar
m ucho con é l.
D ecíam os que el dom ing o, al cruz arse por el pasillo, no hace falt a saludarse
porque no ha habido separación. Pero si un m at rim onio pasa un dom ing o ent ero sin
cruz arse una palabra o una m irada, sin darse un beso o un abraz o, ¿ no pensará ust ed
que est á n al borde del divorcio? Incluso en com pañía const ant e, dos personas unidas
por un vínculo afect ivo necesit an hacer alg o j unt os de vez en cuando. Si ust ed lo
olvida, su hij o se lo recordará .

No quiere ir a la guardería
E n m uchas separaciones cot idianas se observan efect os sim ilares a los descrit
os por
Bow lby , y t
ant
o m adres com o profesionales cont inúan int erpretando m al los hechos.
Susana nos escribe cóm o reacciona su hijo ante la separación:

R am ón em pez ó la sem ana pasada la g uardería. Tiene casi dos años y nunca había
ido; bueno, dos m eses el año pasado, nada m á sŁ
E l t
em a es que desde que ha em pez ado a ir, concret am ent e desde el seg undo día,
m e est á som etiendo a un chant aje em ocional descarado. Y eso m e est á dej ando
« ag ot ada». Se despiert a aleg re, com o siem pre, desay una, ve los dibuj os de por la
m añana y ent oncesŁ , halaŁ , a decir sin parar: « m am i, colé no; m am i, colé noŁ »;

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así puede est ar hast a m edia hora. Y con cara de pena, claro. D e cam ino a la g uarde,
bien, hast a que la ve. A hí sí em piez a la función t eat ral: « m am i, un paseso ( paseo) ;
m am i g uapa; m am i, colé no; m am i, besos; m am i, m im os; m am i, vam os a casa a
dorm irŁ », acom pañado, eso sí, de lá g rim as de cocodrilo y cara de penaŁ A l cog erle
su « seño» es com o si le est uvieran m at ando; pobrecillo, cóm o lloraŁ , y y o, pues, con
las lá g rim as a punt o de asom ar. M e voy a casa hecha un « asquit o». M e sient o m al,
m e replant eo la sit uación, pienso si hice bien, pienso que sí, que necesit o tiem po para
buscar t rabaj o, que le vendrá bienŁ ( eso t odos los días desde el lunes pasado) .
Bueno, a la una m enos cuart o est oy allí y a, pobre, para que no llore m á sŁ , y , ¿ qué
veo? E st á j ug ando, t an aleg re, con los niños. Y sin oj eras, o sea, que no ha llorado
apenas. PeroŁ , cuando m e veŁ , halaŁ , « m am i, aupa; m am i, a casa; m am i colé
noŁ ». O t ra vez lo m ism o, y a sin lá g rim as. E nt onces la direct ora m e cuent a, m uerta
de risa, que no ha llorado en t oda la m añana, que seg ún m e fui se le pasó, que com o
m ucho preg unt a: « ¿ dónde est á m am i?».
E s lo m ism o cada día. Por las t ardes en casa es horrible. Sólo quiere est ar
conm ig o, no puedo ir ni al baño sin oírle llam arm e y lloriquear. Por la noche, si se
despiert a y va su padre, dice que m am i. Si voy a com prar t iene que ser con é lŁ

R am ón m uest ra varias reacciones t ípicas ant e la separación: peg arse com o una lapa a
su m adre y ex ig ir at ención cont inua, m ost rarse aparent em ent e t ranquilo y colaborador
cuando est á en la g uardería, desm oronarse en cuant o sale de ellaŁ Parece que es
precisam ent e el hecho de que no llore en la g uardería lo que convence a la m adre de
que t odo es « cuent o». ¿ Q ué necesit aría esta m adre para com prender que su hij o sufre
de verdad? ¿ Q ue llore sin parar t odas las horas que est á en la g uardería? N adie llora
tant o. A nt e las m ay ores desg racias y calam idades, el ser hum ano llora un rat o y lueg o
sig ue adelant e. L a g ent e no llora t odo el rat o ni en los funerales, ni en los hospit ales,
ni en la cá rcel, ni en el cam po de concent ración. E l que dej en de llorar, incluso el que
« saquen pecho» e int ent en soport ar con ent erez a su sit uación, no sig nifica que hay an
dej ado de sufrir.
V im os m á s at rá s cóm o, ent re los m enores de t res años, son precisam ent e los que
m ej or relación t ienen con su m adre los que m uest ran m á s sufrim ient o al separarse. L a
espect acular reacción de R am ón nos dem uest ra, precisam ent e, que quiere m ucho a su
m adre y que ella le había t rat ado siem pre m uy bien. ¡L á st im a que Susana no lo sepa!
L o t rá g ico del caso es que est a incom prensión puede aum ent ar el sufrim ient o. L o
ideal, no nos eng añem os, sería que R am ón no fuera a la g uardería hast a dent ro de
unos m eses. Pero eso no siem pre es posible; Susana necesit a buscar t rabaj o, y no
puede dej ar de llevar a su hij o a la g uardería. N o, no es el fin del m undo. E s una
separación relat ivam ent e cort a que se puede com pensar. R am ón le est á ex plicando a
su m adre cóm o com pensar la separación, cóm o sanar la herida: le pide que pase con

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é l toda la t arde, que acuda por la noche cuando é l la llam a ( sospecham os que
preferiría direct am ent e dorm ir con ella) , que le lleve cuando vay a a com prar, que le
dé m uchos braz os y m uchos m im os. Susana podría darle t odo est o y sent irse m ej or al
hacerlo, y sanar t am bié n la herida que ella m ism a sufre con la separación. Pero la
m aest ra ( t
eóricam ent e una ex pert a en educación infant il) tam poco sabe reconocer los
efect os de la separación en un niño de est a edad, y se ha reído del sufrim ient o del
niño. Susana ha t om ado, trá g icam ent e, el cam ino opuest o: en vez de adm it ir que su
hij o sufre de verdad, en vez de apret arlo cont ra su coraz ón y sent ir rabia cont ra el
sist em a económ ico que la oblig a a buscar t rabaj o con un niño t an pequeño, est á
int ent ando convencerse a sí m ism a de que el sufrim ient o de su hij o es t eat ro y sus
lá g rim as son de cocodrilo. Susana sient e ahora rabia cont ra su propio hij o, le acusa de
pract icar el chant aje em ocional. ¿ Cóm o podrá n ahora recuperar o com pensar lo
perdido?

Por qué siempre quieren brazos

M uchas m uj eres daban el pecho


a una criat ura que sostenían con un braz o,
y con la m ano libre revolvían los fog ones.
F ranz K afka, El proceso

H ace 1 0 0 0 0 0 años, en alg ún lug ar de Á frica. U n g rupo de seres hum anos se desplaz a
lent am ent e por la pradera. Tal vez adopt an una form ación casi m ilit ar, com o hacen
los babuinos: las m uj eres y los niños van en el cent ro; los varones las rodean, alg unos
arm ados con palos. A lg unas de las m uj eres est á n em baraz adas, ot ras llevan en braz os
a sus bebé s; la t ribu ent era reduce su m archa para adapt arla a la de sus m iem bros m á s
lent os. Se det ienen aquí y allá para alcanz ar unas frut as, escarbar unas raíces o
deg ust ar unas nut rit
ivas horm ig as. Con suert e, su int elig encia, su coordinación y su
habilidad para lanz ar piedras les perm it irá n caz ar alg ún pequeño anim al o disput ar la
carroña a las hienas.
¿ D ónde est á n los bebé s? ¿ L os dej aron en su casa, en una cuna, al cuidado de una
cang uro, m ient ras iban a t rabaj ar? Seg uro que no. N o había casas, no había cunas, la
tribu se desplaz aba unida.

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L os m onit os recié n nacidos se ag arran al pelo de su m adre con pies y m anos, y al
pez ón con la boca, y así viaj an de á rbol en á rbol, seg uros con sus sólidos cinco
punt os de anclaj e. L os chim pancé s y los g orilas se nos parecen t ant o que el recié n
nacido no es capaz de ag arrarse a la m adre; ella t iene que suj etarle con un braz o para
que no se caig a. Pero sólo durant e las prim eras dos o t res sem anas; despué s, es la cría
la que se ag arra sola. ¿ A qué edad se at revería ust ed a llevar a su hij o colg ado, sin
pañolet as ni m ochilas, sin suj et arlo con una m ano, y salt ando de á rbol en á rbol? N o
hay ning ún ot ro anim al sobre la faz de la t ierra que necesit e m á s de un año
sim plem ent e para ag arrarse a su m adre.
Cuando no ex ist ían t elas ni cuerdas, ni m ucho m enos cochecit os, las m adres
llevaban a sus hij os en braz os t odo el día, la m ay oría de las veces suj et á ndolos con el
iz quierdo m ient ras el derecho quedaba libre para com er ( o al revé s, si la m adre era
z urda) . Probablem ent e m am aban en chupadas cort as y m uy frecuent es, com o los
bosquim anos act uales, varias veces por hora ( la succión t an int ensa inhibe la
ovulación, y la m ay oría de las m adres sólo t enía un hij o cada t res o cuat ro añosŁ , a
m enos que el bebé m uriera ant es) . E n los m om ent os de descanso, la m adre se sent aba
con el bebé en su reg az o, o se echaba en el suelo con el bebé encim a. A m edida que
iba creciendo, la cría necesit aba m enos a su m adre y t am bié n pesaba m á s;
probablem ent e la abuela, el padre o los herm anos m ay ores ay udaban a la m adre en el
transport e. E s casi seg uro que los bebé s est aban cada m inut o de las 2 4 horas del día
en cont act o físico con ot ra persona, casi siem pre con su m adre, hast a que em pez aban
a g atear. Y hast a varios años despué s est aban en cont act o físico, si no las 2 4 horas, sí
al m enos una buena part e del t iem po. Incluso niños de t res o cuat ro años, que pueden
andar durant e un buen rat o, t
endrían que ir en braz os si la t ribu se desplaz aba varios
kilóm et ros.
A sí pues, durant e m illones de años la evolución nat ural ha favorecido a aquellos
niños que disfrut an y endo en braz os, pero se enfadan si se les dej a solos. E ra una
cuest ión de supervivencia.

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POR QUÉ NO QUIEREN DORMIR SOLOS

[Ł ] esa especie de t
error que atenaz a a los niños
cuando se despiert an en la noche o en la soledad.
A lex andre D um as, Veinte años después

¿ D ónde dorm ían los bebé s hace 1 0 0 0 0 0 años? N o había casas, no había cunas, no
había ropa. Sin duda dorm ían j unt o a su m adre o sobre ella, en un im provisado lecho
de hoj arasca. E l padre no debía dorm ir m uy lej os, y la tribu ent era est aba apenas a
unos m et ros de dist ancia. Sólo así podían sobrevivir durant e el sueño, el m om ent o
m á s vulnerable de su j ornada. R ecuerdo de aquellos t iem pos es la cost um bre de que
los esposos duerm an j unt os, y la desaz ón ( a veces franco insom nio) que los adult os
solem os sent ir cuando un viaj e nos oblig a a dorm ir separados de nuest ra parej a
habit ual. M uchas m adres, si su m arido duerm e fuera, « dej an» venir a sus hij os a su
cam a, y no siem pre es fá cil decir cuá l de los dos halla m á s consuelo en la com pañía.
1 ) ¿ Se im ag ina a un bebé solo, desnudo, durm iendo en el suelo y al aire libre a
cinco o diez m et ros de su m adre durant e seis u ocho horas seg uidas? N o hubiera
sobrevivido. Tenía que ex ist ir un m ecanism o para que t am bié n de noche el bebé
est uviera en cont acto cont inuo con su m adre, y de nuevo el m ecanism o es doble: la
m adre desea est ar con su hij o ( sí, a pesar de t odos los t abúes en cont ra, t
odavía
m uchas m adres lo desean) , y el niño se resist e violent am ent e a dorm ir solo.
2 ) ¡D orm ir solo! E l g ran obj et ivo de la puericult ura del sig lo X X . Com o hem os
com ent ado, un niño al que su m adre pudiera dej ar solo, despiert o, en el suelo, y no
prot est ase de form a inm ediat a, sino que ¡se durm iese! , difícilm ent e hubiera
sobrevivido m á s que unas horas. Si alg una vez hubo niños así, se ex t ing uieron hace
m iles de años ( bueno, no t odos. Se habla de niños que duerm en t oda la noche,
espont á nea y volunt ariam ent e. Si el suy o es uno de esos raros niños, no se asust e;
seg uro que t am bié n es norm al) . N uest ros hij os está n g ené t icam ent e preparados para
dorm ir en com pañía.
3 ) Para un anim al, el sueño es un m om ent o de pelig ro. N uest ros g enes nos
im pulsan a m ant enernos despiert os cuando nos sent im os am enaz ados, y a dej arnos
llevar por el sueño sólo cuando nos sent im os seg uros. N os sent im os am enaz ados en
un lug ar desconocido, y a m ucha g ent e le cuest a dorm irse en los hot eles porque
« ex t raña la cam a». N os cuest a dorm irnos en ausencia de nuest ra parej a o en presencia
de desconocidos.
4 ) Tenía ust ed que hacer un cam bio de t renes en una ciudad dist ant e y ha perdido
la últ im a conex ión. Son las dos de la m adrug ada, t odo est á cerrado y t iene que
esperar en la est ación al t ren de las seis. Im ag ine ahora varias posibles sit uaciones: a)
ust ed est á absolut am ent e sola en la sala de espera; b) ust ed viaj a sola, pero en la sala

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hay una docena de personas, dos fam ilias com plet as, alg unas señoras m ay ores, un
g rupito de boy - scout s; c) en la sala sólo est
á n ust
ed y cinco cabez as rapadas m edio
borrachos; d) viaja ust ed en com pañía de su m arido y ot ros dos m atrim onios am ig os.
¿ Cree que se quedaría dorm ida con la m ism a facilidad en t odas las circunstancias?

Extraños en la noche

A llí donde ella est


uvo, est
uvo el paraíso.
M ark Tw ain, Diario de Eva

Javier, de dieciocho m eses, « es de m al dorm ir». U na y ot ra vez llam a a su m adre,


M aría: que si un cuent o, que si ag ua, que si pupaŁ Cada noche se conviert e en una
tortura para t oda la fam ilia. « Te t om a el pelo», dicen t odos, « t endrías que dej arle
llorar, no le pasa nada». H oy , M aría y Javier han ido a visit ar a los abuelos en su
pueblecit o perdido. Papá t rabaj a y no puede venir. Tienen que cam biar de aut obús en
una pequeña ciudad, m á s bien un pueblo g rande. Pero el aut obús que viene de la g ran
capital se ha ret rasado varias horas, y M aría y su hij o son los únicos pasaj eros que
descienden en la solit aria est ación de aut obuses a la una y m edia de la m adrug ada. E l
coche de línea que lleva a la aldea de los abuelos no sale hast a m añana a las siet e y
m edia. M adre e hij o se encuent ran solos en la sala de espera m al ilum inada. L a
estación de aut obuses est á en las afueras del pueblo, separada de las prim eras calles
habit adas por alg unos huert os y por una z ona de fá bricas y alm acenes. M aría no se
atreve a lleg ar al pueblo andando. Junt o a la estación hay una g asolinera, pedirá al
encarg ado que le llam e a un t ax i, debe haber alg ún hot el en est e puebloŁ ¿ L leva
dinero suficicient e? D escubre con horror que apenas t iene suficient e para el aut obús y
que ha olvidado cog er la t arjet a de cré dit o. Bueno, tot al sólo son cinco horas, será
m ejor esperar aquí. L a luz encendida en la g asolinera le da una ciert a confianz a. Casi
preferiría esperar en la g asolinera, pero hace frío fuera.
D e t arde en t arde pasa un coche veloz , o desde las fabricas lleg a el ladrido de un
perro. H acia las t res han aparecido cinco m ot orist as con chaquet as de cuero, han
parado ent re la est ación de aut obuses y la g asolinera, y se han puest o a beber
cervez as, g rit ando y peleá ndose. D e vez en cuando, uno de ellos se acerca
ostensiblem ent e hacia la est ación de aut obuses y se pone a orinar en un á rbol,

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m ient ras los ot ros ríen y jalean ( « Será s brut o, Paco, ¿ no ves que hay una señora?».
« ¡N o m ire, señora, que no vale la pena! ¡Si la t iene m uy pequeña! ») . E sto ha durado
m á s de hora y m edia.
M aría, por supuest o, ha pasado las lent as horas en vela, en el asient o m á s cercano
a la puert a, aferrada a su hij o y al bolso, Javier, en cam bio, ha dorm ido en sus braz os
de un t irón. ¿ Q uié n t
iene ahora « m al dorm ir»? E n braz os de su m adre, en un pueblo
rem ot o, rodeado de desconocidos host iles, Javier se ha sent ido m á s seg uro que en su
propia casa, en su propia habit ación, en su propia cuna. Para un niño de est a edad,
M am á es Superm am , la Prot ect ora Invencible. E se reg az o es su hog ar, su pat ria, su
paraíso. ¿ N o es m aravilloso, M am á , sent irse así?

En la noche de los tiempos


E n aquella t ribu, hace 1 0 0 0 0 0 años, dos m adres se fueron a dorm ir con sus hij os. N o
sabem os ex act am ent e cóm o lo hacían, pero sabem os lo que hacen act ualm ent e los
chim pancé s: al caer la noche, cada adult o prepara un lecho blandit o con hoj as y
ram as y se echa a dorm ir. L os chim pancé s no t ienen cam as de m at rim onio, el m acho
y la hem bra duerm en separados ( aunque no m uy lej os, por supuest o; toda la tribu
duerm e cerca unos de ot ros) . Sí que duerm en j unt os la m adre y su hij o, hasta que est e
tiene unos cinco años,
A m edia noche, aquellas dos prim it ivas m uj eres se despert aron; y , por m ot ivos
que desconocem os, em pez aron a cam inar, dej ando a sus hij os en el suelo. U no de los
niños era de los que se despert aban cada hora y m edia; el ot ro era de los que dorm ían
toda la noche de un t irón. ¿ Cuá l de ellos cree que no se despert ó nunca m á s? O bien
los dos se despert aron al m ism o t iem po, pero uno se puso a llorar inm ediat am ent e,
m ient ras que el ot ro no em pez ó a llorar hast a al cabo de unas t res horas, cuando sint ió
ham bre. ¿ Cuá l se m urió de ham bre?
U no se puso a llorar inm ediat am ent e y ot ro estuvo callado hast a que la aparición
de una hiena le asust ó. ¿ A cuá l se lo com ió la hiena? U no, cuando em pez aba a llorar,
no paraba hast a que volvía su m adre y le t ranquiliz aba: podía llorar m edia hora, una
hora, t odo el tiem po necesario, hast a el ag ot am ient o. E l ot
ro, en cam bio, lloraba un
par de m inut os, y si no venía nadie, en vist a del é x ito, se volvía a dorm ir. ¿ Cuá l de los
dos se durm ió para no despert ar nunca m á s?

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L o ha adivinado: nuest ros hij os est á n g ené t icam ent e prog ram ados para
despert arse periódicam ent e. N uest ros hij os han heredado los g enes de los
supervivient es, de los vencedores en la dura lucha por la vida.
N o duerm en de un t irón, sino que t ienen, lo m ism o que los adult os, varios ciclos
de sueño a lo larg o de la noche. L a long it ud de cada ciclo es variable, ent re apenas
veint e m inut os, a alg o m á s de dos horas; la duración m edia viene a ser de hora y
m edia en el adult o, pero de apenas una hora en el bebé . E nt re ciclo y ciclo pasam os
por una fase de « despert ar parcial», que fá cilm ent e se conviert e en un despert ar
com plet o.
Incluso los ex pert os en « enseñar a dorm ir a los niños» reconocen est e hecho; el
obj et ivo de sus m é t odos no es conseg uir que el niño no se despiert e, eso es im posible.
L o que quieren es que, cuando se despiert e, en vez de llam ar a sus padres se quede
callado hast a volverse a dorm ir.
L os niños « est á n de g uardia» para aseg urarse de que su m adre no se ha ido. Si el
bebé puede oler a su m adre, t ocarla, oír su respiración, t al vez m am ar, vuelve a
dorm irse enseg uida. E n m uchas de las t om as, ni la m adre ni el niño se despiert an del
todo. Pero si la m adre no est á , el niño se despiert a por com plet o y se pone a llorar.
Cuant o m á s tiem po hay a llorado ant es de que su m adre acuda, m á s nervioso est ará , y
m á s difícil será de consolar.

Un planeta, dos mundos

Pero ex plot a indig nado , ¿ es que aquí en M ilá n


est os niños t an pequeños no duerm en con sus padres?
¿ Q uié n les cuida, entonces?
José L uis Sam pedro, La sonrisa etrusca

E n ot ras culturas, la prá ctica del colecho es prá ct icam ent e universal ( y los problem as
de sueño en la infancia, en consecuencia, prá ct icam ent e desconocidos) . M orelli y
cols. est udiaron en det alle la conduct a y las opiniones de un g rupo de 1 4 m adres
g uat em alt ecas de et nia m ay a y las com pararon con las de 1 8 m adres nort eam ericanas
blancas de clase m edia. Todos los niños m ay as ( ent re dos y veintidós m eses) dorm ían
en la cam a con su m adre, y ocho t am bié n con su padre. O t ros tres padres dorm ían en

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la m ism a habit ación en ot ra cam a ( dos de ellos con ot ro hij o m ay or) , y en t res casos
el padre est aba ausent e. E n diez casos había ot ro herm ano durm iendo en la m ism a
habit ación, cuat ro de ellos en la m ism a cam a; los ot ros cuat ro niños no dorm ían con
m á s herm anos porque eran hij os únicos.
L os niños m ay as perm anecían con la m adre y m am aban a dem anda hast a los dos
o tres años, poco ant es del nacim ient o de un herm anit o. L as m adres norm alm ent e no
se ent eraban de si el niño m am aba por la noche porque no se despert aban, y les
parecía que el t em a no t enía im port ancia ( en cam bio, 1 7 de las 1 8 m adres
nort eam ericanas t uvieron que despert arse para alim ent ar a su hij o, la m ay oría durant e
unos seis m eses, y las 1 7 dij eron que las t om as noct urnas eran una m olest ia) .
E nt re los m ay as no ex ist ía una rut ina para hacer dorm ir a L os niños. Siet e se
dorm ían al m ism o t iem po que sus padres, y el rest o se quedaban dorm idos en braz os
de alg uien. L os diez que aún t om aban el pecho se dorm ían con el pecho. N o se
cont aban cuent os para dorm ir, ni se les bañaba ant es de acost arse. Sólo uno de los
niños t enía una m uñeca con la que se quedaba dorm ido; era el único que no había
dorm ido con su m adre desde el nacim ient o, sino que había pasado unos m eses
durm iendo en una cuna en la m ism a habit ación para volver lueg o a la cam a m at erna.
L as m adres m ay as no concebían que los niños pudieran dorm ir de ot ra m anera.
Cuando se les ex plicaba que los niños nort eam ericanos duerm en en una habit ación
separada, m ost raron asom bro, desaprobación y com pasión. U na ex clam o: « Pero se
queda alg uien con ellos, ¿ verdad?». E l colecho no es una consecuencia de la pobrez a
o la falt a de habit aciones, sino que se considera fundam ent al para la correct a
educación del niño. L as m adres ex plicaban, por ej em plo, que para decirle a un niño
de 1 3 m eses que no había que t ocar ciert as cosas, bast aba con decirle: « N o lo t oques,
no es bueno, puede hacert e pupa», y el niño obedecía. A l ex plicarles que los niños
nort eam ericanos de esa edad no ent ienden las prohibiciones o incluso hacen t odo lo
cont rario, una m adre m ay a sug irió que esa conduct a era la consecuencia de t enerlos
separados de sus padres por la noche.
E s apasionant e com parar cóm o se cría a los niños en dist int as cult uras. U na
ant ropólog a am ericana, M eredit h Sm all, ha escrit o un libro im prescindible sobre est e
tem a.

Por qué se despierta más que antes

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Siem pre hay alg ún alm a cá ndida que ex plica a los nuevos padres: « N o t e preocupes,
est o sólo es al principio; a m edida que crez ca dorm irá cada vez m á s».
¿ Cóm o va a dorm ir cada vez m á s? L os recié n nacidos duerm en m á s de diecisé is
horas al día; si lleg an a dorm ir m á s, caen en com a. L os adult os dorm im os unas ocho
horas al día o m enos, así que en alg ún m om ent o de nuest ro crecim ient o tenem os que
ir dej ando de dorm ir.
« Claro dicen alg unos , duerm en m enos horas en t otal, pero por la noche
duerm en m á s horas seg uidas».
Tal vez ocurra así en alg unos casos; pero en ot ros ocurre j usto lo cont rario.
V eam os cóm o lo ex plica Sam ant a:
Teng o una niña de casi seis m eses, a la que doy el pecho ( a dem anda) . H ast a
ahora t odo ha ido bien, durant e la noche se despert aba varias veces, t om aba y volvía a
dorm ir ( cada t res o cuat ro horas) . Pero últ im am ent e lo hace cada hora, hora y m edia;
llora sin lleg ar a despert arse, t eng o que t om arla, le ofrez co el pecho y cont inúa otra
vez durm iendo, y así hast a la sig uient e hora. Si no lo hag o, se despiert a del todo y
ent onces le cuest a m ucho cog er el sueño.
L a m am á de L aura ( seis m eses, t am bié n lact ancia m at erna) ex plica alg o m uy
sim ilar:
A nt es, de m á s pequeña, dorm ía de cuat ro a cinco horas seg uidas de noche; claro
que de día apenas dorm ía debido a los g ases, que lo pasó m uy m al los t res m eses
prim eros. A hora duerm e m á s de día, m á x im o dos horas seg uidas, y de noche cada dos
horas se despiert a.
Y lo m ism o R osa, que da sólo pecho a su hij a:
Todo ha ido bast ant e bien, la niña ha ido g anando peso y se cría herm osa y sana.
Pero desde que cum plió los cuat ro m eses hem os ido observando que por las noches
ag uant a m uy pocas horas. Con t res m eses y a podía pasarse hast a siete horas, desde
las nueve de la noche hast a aprox im adam ent e las cuat ro de la m adrug ada. A hora
apenas ag uant a t
res o cuat ro, com o m á x im o.
E st as niñas se despiert an m á s veces cada noche que cuando eran pequeñas. Todas
tienen seis m eses y t odas t om an el pecho, ¿ es casualidad o t ienen alg o que ver la edad
y el t ipo de lact ancia?
E s probable que sí. U nos invest ig adores nort eam ericanos est udiaron los pat rones
de sueño en un g rupo de niños, pasando periódicam ent e a sus m adres unos
cuest ionarios. Todos los niños en su est udio habían t om ado el pecho al m enos cuat ro
m eses, pero a los dos años sólo seg uían m am ando la m it ad.
O bservaron que el despert arse o no durant e la noche dependía de que el niño
sig uiera m am ando o hubiera sido com plet am ent e dest et ado. L os niños dest etados sí
que dorm ían cada vez m á s: nueve horas seg uidas a los siet e m eses, y lueg o ent re
nueve y m edia y diez horas seg uidas hast a los veint icuat ro m eses. L os niños que

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tom aban el pecho parecía que iban a seg uir por el m ism o cam ino; a los dos m eses y a
dorm ían seis horas seg uidas y a los cuat ro m eses siet e horas, pero despué s de los
cuat ro m eses espabilaban, y ent re los siet e y los diecisé is m eses sólo dorm ían cuat ro
horas seg uidas. A los veint e m eses dorm ían siet e horas ( ¡parece que por fin em piez a a
dorm ir! ) ; pero era una falsa alarm a, y a los veint icuat ro m eses sólo dorm ían cinco
horas seg uidas.
Tam bié n era dist int o el t iem po t otal de sueño; los niños dest et ados dorm ían a lo
larg o del día una o dos horas m á s que los que seg uían m am ando.
M uchos de los niños am am ant ados dorm ían con la m adre, pero pasaban a dorm ir
solos poco despué s del dest et e. E st os niños que dorm ían con la m adre se despert aban
aún m á s veces cada noche: a los veint icuat ro m eses, los niños que m am aban y
dorm ían con la m adre dorm ían casi cinco horas seg uidas; los que m am aban pero
dorm ían solos, casi siet e horas; los que no m am aban y dorm ían solos, nueve horas y
m edia. E s difícil saber si se despiert an ant es porque est á n con la m adre, o si les dej an
dorm ir con la m adre precisam ent e porque se despiert an ant es, o si se despiert an ig ual
pero, cuando est á n en ot ra habit ación, la m adre no se ent era. Probablem ent e, un poco
de todo.
L a duración norm al de la lact ancia en el ser hum ano, seg ún diversos dat os
ant ropológ icos y de biolog ía com parada, parece est ar ent re los dos años y m edio y los
siet e. E n una m uest ra de m adres nort eam ericanas que asist ían a g rupos de apoy o a la
lact ancia y habían dado el pecho m á s de seis m eses, la edad m edia del dest et e est aba
ent re los dos años y m edio y los t res, y alg unos niños habían m am ado siet e años.
A quellos niños, por t ant o, dest et ados a los cuat ro o a los siet e m eses y que em piez an
a dorm ir m á s horas seg uidas, han m am ado m enos de lo norm al y est á n durm iendo
m á s de lo norm al. L o norm al es lo que hacen los niños de pecho: despert arse m á s a
m enudo despué s de los cuat ro m eses. E so ay udó a la supervivencia de nuest ros
ant epasados, al perm it ir que los niños m ant uvieran el cont act o cont inuo con su
m adre. N o sabem os por qué los niños que t om an lact ancia art ificial m uest ran un
pat rón anóm alo de sueño. L os fabricant es de leche art ificial sig uen int ent ando que su
product o sea « el m á s parecido a la leche m at erna»; puede que alg ún día solucionen
tam bié n est e pequeño problem a del ex ceso de sueño en los niños.
A lg unos de nuest ros lect ores est ará n pensando: « ¡Cinco horas! ¡O j alá nuest ro hijo
durm iera al m enos cinco horas! ». Bueno, t eng a en cuent a que eso no es m á s que la
m edia. U nos dorm ían m á s y ot ros m enos ( por alg una ex t raña ley de la nat uralez a,
siem pre es el hij o de la vecina el que duerm e m á s) , A dem á s, aquellos invest ig adores
no observaban a los niños durant e el sueño, sino que preg unt aban a la m adre. L a
m adre no siem pre se ent era de que su hij o se ha despert ado. U n am ig o, el D r. Jairo
O sorno, com probó, m ediant e elect roencefalog ram a cont inuo y film ación con ray os
infrarroj os, que cuando un niño duerm e con su m adre puede m am ar varias veces cada

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noche sin que ni el niño ni la m adre est é n despiert os. N orm alm ent e, la m adre no
recuerda por la m añana cuá nt as veces m am ó su hij o.
A m edida que los niños van creciendo, se van haciendo m á s independient es, m á s
responsables de su propio dest ino. A l principio son t an desvalidos que es la m adre la
que se t iene que ocupar de m ant ener el cont act o cont inuo, sin el cual los niños de la
prehist oria, durm iendo desnudos baj o las est rellas, hubieran m uert o en pocas horas.
¿ Q uié n no ha ido alg una vez « a ver si el niño respira»? Claro que est á respirando, y
ust ed lo sabe, y t al vez su m arido se ha reído ( « dé j ala en paz , ahora que duerm e») ;
pero de t odos m odos, ust ed ha sent ido la necesidad de ir a ver a su hij a porque un
fuert e inst int o le im pedía pasar t ant as horas seg uidas separada de su recié n nacida.
¿ Por qué « si respira»? ¿ E st á n las m adres preocupadas por la m uert e súbit a? N o;
sólo en los últ im os años han hablado del t em a los m edios de com unicación. M ucho
ant es de eso, m uchísim as m adres que no habían oído hablar de la m uert e súbit a del
lact ant e ent raban sig ilosas en la habit ación del bebé , se acercaban a la cuna, m iraban
a su hij o durant e un rat o, sonreían. N o lo hacían por un m ot ivo racional, su acción no
era el result ado de una reflex ión. L ueg o, cuando al salir alg uien les preg unt aba:
« ¿ Q ué pasa, por qué has ent rado?», buscaban una respuest a cult uralm ent e acept able:
« N ada, m iraba a ver si respira». Porque las verdaderas respuest as ( « N o sé »,
« N ecesit aba ent rar», « L e echaba de m enos») parece que suenen un poco t ont as.
Seg uro que ot ras m adres, en ot ras é pocas, en ot ros lug ares han dado ot ras
ex plicaciones: « E nt ré a ver que no le est uviera ahog ando una culebra», « A brí un
poco la puert a para que se renueve el aire» o « Tenía m iedo de que alg uien le hiciera
m al de oj o». M uchas m á s m adres, en m uchos m á s lug ares y en m uchas m á s é pocas,
no han t enido que invent ar tan ing enuas ex plicaciones, porque su cult ura no les pedía
que se separasen de sus hij os en ning ún m om ent o. Pasados unos m eses, la m adre y a
no sient e aquel deseo im perioso de ir a ver a su bebé cada dos horas. E s el bebé el
que m ont a g uardia día y noche. Su hij o se est á haciendo independient e. E s capaz de
vig ilar, de t om ar iniciat ivas, de asum ir responsabilidades. A hora puede ust ed irse a
dorm ir t ranquila, con la confianz a de que su hij o la avisará cuando la necesit e.

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EL COLECHO EN LA PRÁCTICA
Se han escrit o ex celent es libros sobre el colecho. Por desg racia, ning uno ha sido
t raducido al español. Perm ít am e que a cam bio le recom iende una novela y un cuent o.
A lg unas fam ilias opt an por poner al bebé , desde el principio, en la cam a de los
padres. Por supuest o, result a m á s cóm odo con una cam a m á s g rande; pero se puede
hacer con una sim ple cam a de 1 , 3 5 m et ros.
Ot ras prefieren at ar una cuna con la barandilla baj ada a la cam a de m at rim onio.
Sólo se puede hacer si la alt ura de los colchones coincide ex act am ent e, y si no queda
ning ún hueco ent re ellos ( el bebé podría quedar at rapado y asfix iarse) .
U na solución es poner al bebé en su cunit a y pasarlo a la cam a g rande para darle
el pecho cuando se despiert e. Si el bebé se duerm e prim ero, la m adre puede volver a
dej arlo en su cunit a. Si se duerm e prim ero la m adre, el bebé se queda. N orm alm ent e,
la m adre se duerm e prim ero, a no ser que est é haciendo esfuerz os deliberados para
m ant enerse despiert a. E n ese caso se desvela, y , paradój icam ent e, aquellas m adres
que deciden devolver al niño a la cuna para dorm ir m ej or pueden ser precisam ent e las
que peor duerm en.
H ay que t om ar unas ciert as m edidas de seg uridad. Si la cabecera de la cam a t iene
barrot es en los que pueda quedar at rapada la cabecit a del bebé , puede forrarla
t em poralm ent e con t ela. U n bebé no debe dorm ir j unt o a un adult o que est á bajo los
efect os del alcohol o que ha t om ado som níferos, ni t am poco con un adult o
ex trem adam ent e obeso ( fuera de est os casos, no ex ist e el m enor pelig ro de
aplast am ient o) . N o hay que usar colchones de ag ua, ni pieles con pelo ( nat urales ni
sint éticas) . Tam poco m ant as y edredones pesados, al m enos durant e los prim eros seis
m eses ( en invierno, m ej or poner la calefacción y una colcha lig era) . Y no fum e: el
t abaco aum ent a m ucho el riesg o de m uert e súbit a del lactant e.
N unca hay que dorm ir con un bebé en un sofá . H ay dem asiados rincones donde el
bebé puede quedar at rapado. U na solución radical para los problem as de espacio es
dorm ir a la j aponesa: colchones o colchonet as direct am ent e en el suelo.
Cuando el bebé duerm e con la m adre, a veces se despiert a y se vuelve a dorm ir
sin decir ni pío, t ranquiliz ado al not ar su presencia, y ot ras veces m am a. L a m adre no
suele lleg ar a despert arse del t odo y no lo recuerda al día sig uient e.
Pero alg unas fam ilias est á n desesperadas porque su hij o no sólo se despiert a y
m am a, sino que llora y g rit a, y ex ig e que sus padres le saquen de la cam a, le paseen o
le cant en cinco o diez veces cada noche. E st o es norm al unos días si el bebé est á
enferm o, si le duele alg o o t iene la nariz t apada, pero no parece lóg ico que lo hag a
cada noche un niño sano. E n aquella t ribu de la prehist oria, los niños debían est ar
bast ant e callados la m ay or part e de la noche, no llorando para at raer a los leones.
¿ Por qué alg unos niños se com port an así?

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A veces se trat a de niños a los que se ha int ent ado hacer dorm ir solos durant e una
tem porada. Si ust ed ha dej ado llorar a su hij o por la noche y ahora, ley endo est e libro,
cam bia de idea y lo t rae a la cam a g rande, no espere que t odo vay a com o una seda
desde el prim er día. L a respuest a norm al a la separación, com o vim os m á s at rá s, es
que su hij o se m uest re desconfiado, ex ig ent e y lloroso durant e unos días, incluso
sem anas. H ay que t ener paciencia y darle m uchos m im os hast a que recupere la
confianz a.
Pero tam bié n he oído de alg ún niño que, incluso durm iendo con sus padres desde
que nació, se pasa las noches llorando y en danz a. L a m ay oría de los padres preferiría
no t ener que salir de la cam a en t oda la noche, así que ant es de hacerlo conviene
preg unt arse si de verdad el niño lo ha pedido. A veces, los niños hacen ruidit os m edio
dorm idos, y lo m ej or es no hacer nada para que no se despiert en del todo. O t ras
veces, inician t ím idas prot est as, y bast a con t ocarles y decir « eoeoeo» para que se
vuelvan a calm ar. Cuando el niño no duerm e, pero t am poco llora, no es necesario
hacer nada para dorm irlo. D ué rm ase ust ed, y é l hará lo que le parez ca. N o encienda la
luz , no hable, no salg a de la cam a a m enos que hallan fallado ot ros m edios m á s
suaves.
Cuando un niño ha t om ado la cost um bre de llorar hast a que le llevan a dar una
vuelt a por el pasillo, puede ser út il que m am á se quede en la cam a y le pasee papá . L a
m ay oría de los niños prefiere a m am á en la cam a que a papá paseando ( est o es duro
para nuest ro eg o m asculino, pero la vida es así) .

¿A qué edad dormirá solo?


E sta es una preg unt a difícil. L a act it
ud de nuest ra sociedad ant e el colecho es t an
neg at iva que no hay est udios serios sobre su duración norm al.
Si no se hiciera el m á s m ínim o esfuerz o por sacar a los niños de la cam a de sus
padres, ellos m ism os se irían t arde o tem prano. N o sé a qué edad, porque no conoz co
a nadie que hay a hecho la prueba; sin duda la edad será dist int a en cada fam ilia, y
dependerá del t em peram ent o y de los deseos del niño y de sus padres. Pero est oy
raz onablem ent e seg uro de que ning uno de m is lect ores sient e, en estos m om ent os, el
m enor deseo de volver a dorm ir cada noche ent re su padre y su m adre. L os j aponeses
suelen dorm ir con sus padres hast a los cinco años. L os chim pancé s t am bié n hasta los

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cinco, pero t ienen la pubert ad a los siet e, por lo que sus cinco años vienen a ser com o
diez de los nuest ros.
Cuando no ex ist ían casas ni ropa, se hace difícil im ag inar a un niño de m enos de
diez años durm iendo solo. Pero ahora dorm ir solo y a no es t an pelig roso, y m uchas
m adres y padres preferirían que los niños se fueran de su cam a ant es de los diez años.
A ot ros padres, el colecho les es indiferent e o les parece m uy ag radable. Puest o que
no perj udican a nadie, est á n en su perfect o derecho a seg uir durm iendo j unt os todo el
t iem po que quieran.
Cuando los niños com prenden racionalm ent e que no hay pelig ro, que sus padres
est á n en la habit ación de al lado y que si los necesit a vendrá n, son capaces de dorm ir
solos sin llorar, y de no llam arlos si no surg e ning ún problem a. Pero el inst into les
sig ue diciendo ot ra cosa.
Im ag ine que le dice a su m arido: « Cariño, com o y a no vam os a t ener m á s niños,
lo m ej or será que no t eng am os relaciones sex uales nunca m á s». R acionalm ent e,
seg uro que puede ent enderlo; pero ¿ podrá llevarlo a cabo?
Por m i ex periencia y la de ot ras fam ilias que pract ican el colecho, diría que hacia
los t res o cuat ro años, si se les vende la idea con habilidad ( « com o eres un niño
m ay or, vas a t ener t u propia cam it a, y un arm ario para g uardar t us j ug uet esŁ ») , los
niños suelen acept ar dorm ir solos. Pero piden que les cuent en cuent os y les hag an
com pañía hast a que se duerm en, y lo sig uen pidiendo cada noche hast a los siet e u
ocho años. Y no que les hag a com pañía cualquiera, sino habit ualm ent e su m adre. E s
t ípico que papá cuent e un cuent o, y ot ro, y ot ro m á s, y cuando por fin dig a: « Bueno,
y a est á bien de cuent os, ahora a dorm ir», el niño cont est e: « Pues que veng a m am á ».
¿ Y qué m adre no ha oído alg una vez una vocecit a: « V en, m am á , que papá y a se ha
dorm ido. »?
E l cam bio a su propia habit ación es m á s fá cil si ex ist e un herm ano m ay or con el
que com part irla. A unque a part ir de ciert a edad, es posible que el herm ano m ay or
tam bié n prefiera est ar solo.
D urant e los años de conflict o, ent re los t res y los diez , cuando la raz ón ( y sus
padres) les dice que pueden dorm ir solos, pero su inst int o les llam a j unt o a su m adre,
los niños pueden hacer cosas curiosas. Pueden llam ar a su m adre, y ag radecerá n
enorm em ent e que ella vay a, pero t am bié n se conform ará n sin llorar con un sim ple
« veng a, dué rm et e, que es t arde».
Pilar, de diez años, pasó una t em porada levant á ndose a los cinco m inut os de
m et erse en la cam a y y endo a la habit ación de sus padres:
N o puedo dorm iiir.
¿ H as probado a est art e quiet a y callada?
N o.
Pues prueba.

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ulandia. com - Pá g ina 6 1
Y se iba. A l cabo de unos días, y a se sabía el t ruco:
N o puedo dorm iiir.
¿ H as probado a est art e quieta y callada?
Sí.
¿ M ucho rat o?
N o, poco.
Pues prueba m á s rat o.
U nos días m á s t arde, no hacía falt a dar con detalles:
N o puedo dorm iiir.
¿ Sabes qué t
e voy a decir?
Y se iba a dorm ir. A lg unas noches, si no est aba m uy cansada, m am á iba a hacerle
com pañía unos m inut os. U nas sem anas m á s t arde, Pilar se iba a dorm ir sin decir ni
pío; y su m adre, por supuest o, echaba de m enos aquellos m om ent os.

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POR QUÉ LLAMAN NUESTRA ATENCIÓN
H ay quien va a los parques para observar a los pá j aros o a las ardillas. Sin em barg o,
suele result ar m ucho m á s int eresant e observar a los niños. Ir a ver niños a un parque
debería ser un ej ercicio oblig at orio para las parej as de em baraz ados. Si ust edes y a son
padres, t odavía est á n a t
iem po de observar a sus propios hij os y a los aj enos.
O bservem os las com plej as int eracciones de los niños pequeños. U na m adre pasea
a su hij o en el cochecit o y se encuent ra con alg una conocida. A cé rquese
discret am ent e y no pierda det alle. L a conocida ( los varones suelen m ost rarse m á s
tím idos con los bebé s) em pez ará a hablar con el niño casi ant es de saludar a la m adre.
Prim ero se ag acha hast a ponerse a su alt ura, le m ira a los oj os a un palm o de
dist ancia, inclina si es preciso la cara para alinearla con la del bebé , sonríe
abiert am ent e y pronuncia con una cant inela caract eríst ica y en t ono ag udo alg una
frase apropiada ( « de dónde ha salido est a cosit a tan linda» y « cóm o est á el rey ecit o
de la casa» est ar ent re las m á s usadas; pero las palabras son lo de m enos, y el clá sico
« ¡cuuuuchi, cuchi, cuchi, cuchi, cuchi, cu! » aún t iene alg unos part idarios) .
A hora el niño cont esta ( si es que est á de hum or) . A bre los oj os, m ira a la int rusa,
hace una m ueca m á s o m enos parecida a una sonrisa, m ueve la cabez a y pronuncia
« aj o» o alg una palabra adecuada. A part ir de ese m om ent o, probablem ent e será el
niño el que lleve el peso de la conversación, y la am able desconocida se lim it ará a
im it ar la sonrisa, el « aj o» o la sacudida de la cabez a del bebé , el cual, a su vez ,
im it ará la im it ación en una especie de ping-pong.
At ención a lo que viene ahora. L a am able señora se cansa del j ueg uecit o, se
enderez a y se pone a hablar con la m adre, se m iran una a ot ra, se hablan una a ot ra y
ning una de las dos se ocupa del bebé . Pero ust ed, observadora discret a y casual, no le
quit e al niño el oj o de encim a. Podrá ver un episodio frecuent e pero poco conocido de
la vida privada de los bebé s, alg o que ni la m adre ni su am ig a pueden ver en ese
m om ent o, porque no est á n m irando. V erá cóm o el niño int ent a, una, dos veces, repet ir
la sacudida de la cabez a, el « aj o», la sonrisa. V erá cóm o la sonrisa se va convirt iendo
en una ex presión bien dist int a, prim ero de ex t rañez a, lueg o de preocupación, pront o
de profunda ansiedad. Si su edad y habilidad se lo perm it en, es posible que el niño
int ent e repet ir su « aj o» en un t ono m á s fuert e, g irar la cabez a y t odo el cuerpo en
busca de la persona que acaba de desaparecer de su cam po de visión, m over el
cochecit o o t irar alg ún j ug uet e int ent ando at raer su at ención. Si la m adre o su am ig a
vuelven a dirig irle alg una palabra am able, se calm ará al inst ant e ( durant e unos
seg undos) ; si le ig noran, puede que em piece a solloz ar y en seg uida a g rit ar o a llorar
a m oco t endido.
¿ Por qué hace eso? L a m ay oría de las int erpret aciones habit uales, t ant o en los
libros com o en la « sabiduría popular», son bast ant e neg at ivas hacia el niño. Se le

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acusa de est ar m alcriado ( pero si es ust ed un observador perseverant e verá que t odos
los niños lo hacen, independient em ent e de cóm o les hayan criado) . Se afirm a que
t iene celos, lo que es una form a de int erpret arlo, aunque quiz á s no la m á s adecuada.
¿ Tiene celos de que la ot ra señora hable con su m adre, o de que su m adre hable con la
ot ra señora? Im ag ine que est á usted con su m arido sent ada en un café y que se acerca
una persona desconocida, la saluda a ust ed y le dice cuat ro t ont erías sobre el t iem po,
y a cont inuación se sient a a la m esa y se pone a hablar con su m arido. D urant e dos
horas, esa persona y su m arido se m iran a los oj os y hablan de sus cosas, sin dedicarle
a ust ed ni una palabra, ni una m irada. ¿ Cóm o se sent iría ust ed? Si la persona en
cuest ión es una rubia despam panant e y m uy escot ada, tal vez piense ust ed que se
sient e « celosa». Pero aunque se t rat e de un anciano de barba blanca, t am poco se iba
ust ed a sent ir m ucho m ej or. Sería m á s correct o decir que ust ed se sient e « ex cluida» o
« ig norada» y eso duele a cualquier edad. ( « Pero en ese ej em plo m i m arido no m e ha
hecho caso en dos horas, m ient ras que el bebé em piez a a prot est ar en pocos
seg undos». E s ciert o, pero el t iem po es relat ivo. U nos seg undos es m ucho t iem po
para un bebé .
Y reconoz ca que ust ed em pez aría a « m osquearse» bast ant e ant es de las dos horas.
E n alg unos casos, bast an cinco o diez m inut os de olím pico desprecio para sacar a un
adult o de sus casillas.
Tam bié n se dice de los sufridos bebé s que quieren « ser siem pre el cent ro de todas
las m iradas», lo que es una enorm e ex ag eración. A l bebé le cuest a int eraccionar con
m á s de una persona a la vez ; m ient ras uno le hag a caso, los dem á s pueden hacer lo
que les dé la g ana. Se conform a con ser el cent ro de una m irada.
O se les califica de « eg oíst as». E s eg oíst a el que quiere un bien para sí y se lo
nieg a a los dem á s. Pero el bebé no nieg a nada; est á dispuest o a devolver sonrisa por
sonrisa, y « aj o» por « aj o». Incluso pierde en el int ercam bio, pues al m enor descuido
nos llena de babas, y es m uy difícil que un adult o babee sobre un niño en j usta
correspondencia. L a int ención del bebé , lej os de ser eg oíst a, es pura y desint eresada;
una relación hum ana en que am bas part es salen g anando.
Se dice que « hacen com edia sólo para llam ar la at ención», que son « lá g rim as de
cocodrilo», com o si el niño no sint iera el dolor que m anifiest a y fing iese llorar sólo
para « m anipularnos». Tal vez es com prensible que lo crean así la m adre y su am ig a,
que ven al niño sonriendo y diciendo « aj o», apart an la vist a un m inut o y lo sig uient e
que ven es un bebé llorando que part e el alm a. Parece un cam bio dem asiado brusco, y
es fá cil sospechar que sea un cam bio « art ificial». Pero ust ed, observadora de niños,
ha vist o reflej ada en el rost ro de la criat ura una ang ust ia profunda y g enuina; una
ex presión de ang ust ia que no ha sido « t eat ro» porque el bebé la ha m ost rado
precisam ent e en esos seg undos en que no t enía público. H ace un t iem po t uve ocasión
de ver esa ex presión en una pe1 ícu1 a cient ífica rodada por unos psicólog os. Se le

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dieron inst rucciones a la m adre para colocarse frent e a su hij o, y sonreírle y hablarle
en la form a habit ual durant e un par de m inut os. D e pront o, la m adre se quedaba
quiet a com o una est at ua, delant e de su hij o pero sin sonreírle ni hablarle ni hacer el
m enor g est o durant e ot ros dos m inut os. U na cámara enfocaba a la m adre y ot ra al
hij o, y en la película habían m ont ado las dos im á g enes una j unt o a ot ra. L a ang ust ia
del bebé ant e la falta de respuest a era palpable, y t am bié n era evident e que ning una
m adre hubiera sido capaz de soport ar el ex perim ent o m á s de unos m inut os. ( A lg unas
m adres que sufren una depresión profunda sí que perm anecen im pasibles ant e sus
recié n nacidos. E st os niños pueden present ar problem as psicológ icos) .
¿ Por qué , pues, se com port a el bebé de est a m anera, si no es por celos, por
eg oísm o, por llam ar la at ención o por pura m aldad? E l hom bre es un anim al social.
V ive en g rupos. Para el bebé , la relación con su propia m adre es fundam ent al; pero la
relación con cualquier ot ro ser hum ano t am bié n es im port ant e. V iene al m undo
preparado para « caer sim pá t ico» a los dem á s m iem bros de la t ribu y así evit ar
ag resiones. V iene al m undo preparado para « llam ar la at ención» de los dem á s
m iem bros de la t ribu y así conseg uir su prot ección en caso de pelig ro. Por eso, m ucho
ant es de saber cam inar o hablar, es capaz de « conversar» am ablem ent e con ot ras
personas. Por eso, el que ot ras personas le ig noren y « pasen de é l» le parece pelig roso
y preocupant e.
¿ Q uiere eso decir que nos hem os de pasar el día diciendo « cuchi, cuchi» a
nuest ros hij os y a los de los vecinos? Por supuest o que no. E n prim er lug ar es
im posible: t enem os ot ros hij os, ot ras oblig aciones, ot ras necesidades, y j am á s
podrem os prest ar a un solo niño una at ención com plet a y const ant e. E n seg undo
lug ar, el bebé no va a quedar « t raum at iz ado para t oda la vida» porque de vez en
cuando dej em os de hacerle caso y se enfade ( aunque probablem ent e sí que habrá
consecuencias a larg o plaz o si no le hacen caso nunca o casi nunca) . L o que pret endo
decir es que:

D ebem os hacer a nuest ros hijos todo el caso que nos sea posible. N unca será
dem asiado. N o se puede provocar ning ún « t raum a psicológ ico» por sonreírle
dem asiado a un niño, o por decirle dem asiado « cuchi, cuchi»,
Cuando nuest ro hij o llora o « se port a m al» reclam ando nuest ra at ención, no
debem os pensar que lo hace por m aldad o capricho, sino por necesidad y por
am or.
U na sonrisa de vez en cuando, una caricia ocasional, una palabra aunque sea
desde lej os, pueden ay udarle a t ranquiliz arse en los m om ent os en que no
podem os prest arle nuest ra plena at ención. Siem pre será m ej or que seg uir el t
an
m anoseado consej o de « no perm it as que te t
om e el pelo; dé j alo que llore hast a
que se canse».
A m edida que el niño va creciendo, le es cada vez m á s fá cil t
olerar la separación

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ulandia. com - Pá g ina 6 5
de la m adre o la indiferencia de los adult os. Tiene t
am bié n recursos m á s eficaces
para obt ener la at ención. Cuando una desconocida se para a hablar con su m adre,
una niña de dos, cinco o siete años tiene m uchas opciones:

1 . Tirar de la ropa de su m adre o de la am ig a.


2 . E nseñarle a cualquiera de las dos alg ún t esoro recié n encont rado, com o una
colilla chupada o un caracol.
3 . Int ervenir en la conversación con alg ún com ent ario que veng a m á s o m enos al
caso.
4 . Preg unt ar el porqué de alg o.
5 . Tocar lom brices, pat ear piedras, levant ar polvo, salpicar charcos o hacer
cualquier ot ra cosa que suela provocar una respuest a inm ediata de su m adre.

¿ Q ué t ienen en com ún t odas est as acciones? ¡L o ha descubiert o! Todas est án


prohibidas. Todas se consideran de m ala educación. Todas corren el riesg o de
provocar, en vez de at ención, enfado e irrit ación en la m adre. Y eso hará que el niño
se pong a t odavía « m á s pesado». E n est e sent ido, parecen respuest as inadapt adas.
Pero sólo porque la sit uación am bient al ha cam biado. Sólo en é pocas recient es
( recient es en t é rm inos evolut ivos; dig am os desde hace alg unos sig los) han surg ido
ex pect ativas sociales sobre la « buena educación». Probablem ent e, hace diez m il años
nadie decía « no hay que int errum pir las conversaciones de los adult os» o « a un niño
bueno se le ve, pero no se le oy e». H ace diez m il años apenas había conversaciones
que int errum pir, y a nadie le im port aba si unas m anit as sucias est iraban o ensuciaban
la ropa. Tam poco había j arrones ni crist ales para rom per, ni deberes para no hacer, ni
m esas para no recog er, ni lavabos en donde no lavarse las m anos, ni era posible
m olest ar a papá m ient ras veía el part ido. Cuando un niño cog ía del suelo un caracol o
una cucaracha, probablem ent e no le reñían por t ocar porquerías, sino que le
felicit aban por haber encont rado com ida. L a m ay oría de las causas por las que
solem os g rit ar a nuest ros hijos no ex ist ían t odavía. L o m ism o que ocurre hoy con
ot ros prim at es, probablem ent e nuest ros ant epasados g rit aban a sus hij os
principalm ent e cuando había un pelig ro, com o un lobo en las prox im idades. Cuando
su padre o su m adre le g rit aban, la cría tenía que correr hacia ellos y subirse encim a;
apart arse de la m adre « enfadada» era la peor opción, porque llevaba hacia el pelig ro.
N uest ros hij os han heredado esa conduct a y se ven at rapados con frecuencia en un
círculo vicioso. Si les reñim os porque piden braz os, piden m á s braz os; si nos
enfadam os porque int errum pen, int errum pen m á s. N o lo hacen para desafiarnos o
provocarnos, sino sencillam ent e porque no pueden evit arlo. R ealm ent e, los pobres
niños lo t ienen m uy crudo.
E l que los niños int ent en « llam ar la at ención» de los adult os es alg o universal;
pero las int erpret aciones que se hacen de los hechos son m uy variadas. L ang is cit a

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una ané cdot a de un ex pert o, direct
or del Centro de la E ducación y la F am ilia. E n un
curso, presum iblem ent e de educación para fam ilias, en que varios adult os est aban
sent ados en el suelo, « una chiquilla de unos dos años de edad se divert ía levant á ndose
cada dos por t res y paseá ndose ent re nosot ros». L a niña m ost
raba una conduct a m uy
poco respet uosa:

[Ł ] a alg unos les echaba las m anos a la cara y a ot ros se les subía lit eralm ent e
encim a de los hom bros. L os allí present es, en su m ay oría buenos padres, la dej aban
hacer, [Ł ] hast a que, al pasar junt o a un m iem bro del g rupo, est e la cog ió
suavem ent e por el braz o, la m iró fijam ent e a los oj os y le dijo con voz serena:
« Puedes m overt e cuant o quieras, puedes paseart e ent re nosot ros si te apet ece, pero
procura no pisarm e y t en m á s cuidado cuando pases j unt o a m í [Ł ] ». M edia hora
m á s t arde, adivinen ust edes en las rodillas de quié n había ido a sent arse
tranquilam ent e la pequeña: en las de aquel señor. E l único que t uvo derecho a ese
privileg io durant e t
odo el rest o del día.

Para L ang is, est a hist oria dem uest ra que el adult o se g anó el respet o de la niña al
decirle « no». A los niños les encant a que les dig an « no», lo necesit an, y los padres
deben com prarse el libro del señor L ang is para aprender a decirlo correct am ent e.
M i int erpret ación es m uy dist int a ( se dirá que y o no vi la escena y no puedo
int erpret arla; pero he vist o m uchos niños en escenas sim ilares, y el lect or decidirá
quié n se acerca m á s a la realidad) . Creo que los adult os en est a hist oria no est aban
« perm it iendo» que la niña « se port ase m al», es decir, no est aban siendo
« perm isivos». M á s bien parece que « pasaban» de ella, sin m irarla ni hablarle; que
j ug aban al « dé j ala, que y a se cansará » pese a los cont inuos esfuerz os de la niña por
obt ener una respuest a. Creo que la niña no se « divert ía» levant á ndose cada dos por
t res, sino que lo hacía precisam ent e porque est aba soberanam ent e aburrida. Por fin,
uno de los adult os toca a la niña, la m ira a los oj os y le habla am ablem ent e. E n ese
m om ent o queda est ablecida la relación y queda ot org ado el privileg io de t ener a la
niña en las rodillas. E s el cont act
o am ist oso, la m irada respet uosa y la voz am able, el
hacerle caso, lo que ha obrado el m ilag ro. L as palabras poco im port an; si en vez de
decirle « Procura no pisarm e y t en m á s cuidadoŁ », aquel señor le hubiera dicho a la
niña « ¿ Cóm o t e llam as? ¿ Sabes dibuj ar? V en, haz m e un dibuj o en este papelŁ », ¿ no
cree que t am bié n se hubiera g anado su afect o? D ickens, un g ran observador de niños
( y de seres hum anos en g eneral) pone en boca de una de sus prot ag onist as una
hist oria m uy sim ilar:

D e vuelt a a casa, m e g ané de tal m odo el afecto de Peepy , com prá ndole un
m olino de vient o y dos saquit os de harina, que no perm it ió que nadie m á s le
quitase el som brero y los g uant es, y no quiso sentarse a cenar m á s que a m i

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ulandia. com - Pá g ina 6 7
lado.

Bleak H ouse Peepy es un niño pequeño al que sus padres no hacen ning ún caso.
L a prot ag onist a de la novela, una m uj er bondadosa y m uy m odest a, atribuy e su é x it
o
al jug uete; pero el lect or sabe que en realidad se ha g anado su afect o con la at
ención
que le ha prest ado, ahora y en capítulos ant eriores.

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¿Y AHORA POR QUÉ NO CAMINA?
Pero sig am os observando niños en el parque. E st a vez , nuest ro suj eto es una niña de
unos dos años. Su m adre est á sent ada en un banco, y ella j ueg a en la arena. L a niña se
sient a, se levant a, recog e alg o del suelo, va hacia los colum pios, vuelve, va hacia las
flores, vuelveŁ
H ay alg o com ún en t odos esos desplaz am ient os: la m adre siem pre es el orig en y
el final. L a niña se alej a lent am ent e, por et apas, det enié ndose aquí y allá para
invest ig ar alg o int eresant e. L leg ada a ciert a dist ancia, decide em prender el cam ino de
vuelt a, que suele ser m á s rá pido. E st a dist ancia de seg uridad, en la cual el niño se
det iene y da m edia vuelt a, aum ent a con la edad y varía con dist int os fact ores ( si est á
en un lug ar conocido o desconocido, si hay en las cercanías ot ras personas o
anim ales, si el t erreno es despej ado o hay obst á culos que ocult an a su m adre) .
D epende t am bié n, por supuest o, del cará ct er m á s o m enos at revido del niño. Cuando
est á cerca de su m adre, al principio las et apas suelen ser m á s larg as y las pausas
cort as, pero a m edida que se alej a suele hacer et apas m á s cort as y pausas m á s
frecuent es y prolong adas. Cuando decide volver, por el cont rario, suele em pez ar a
buen rit m o, y sólo cuando y a est á cerca de su m adre com ienz a a rem olonear. L a
ex cursión t erm ina a veces en braz os de la m adre o t ocá ndola, a veces a ciert a
dist ancia. A l cabo de un rat o, la niña em prende una nueva ex ploración. Seg ún
Bow lby , la m adre es la « base seg ura» para la conduct a de ex ploración del niño, que
com para con el avance de una pat rulla de reconocim ient o en t errit orio enem ig o.
M ient ras se m ant eng an en cont act o con su base y crean posible ret irarse en caso de
pelig ro, podrá n avanz ar con seg uridad. Pero si el cont act o se pierde, la base es
dest ruida o la ret irada est á bloqueada, la pat rulla se desm oraliz a, y dej an de ser
valient es ex ploradores para convert irse en t em erosos ex t raviados.
E x ist e un doble sist em a de seg uridad; t ant o la m adre com o la niña se encarg an de
m ant ener el cont act o, m irá ndose con frecuencia y a veces diciendo alg o. E s un
espect á culo fascinant e preciso com o una sinfonía aunque no est é ensay ado. L a niña
puede int ent ar at raer la at ención de la m adre con diversos m é t odos, « m ira qué hag o»,
« m ira qué he encont rado»; se volverá m á s insist ent e si la m adre no la m ira o est á
ocupada en ot ra cosa. D el m ism o m odo, si la niña parece especialm ent e « despist ada»,
la m adre int ent ará at raer su at ención, a ser posible sin asust arla ( « adiós, Sonia,
adiós», « m ira, un g uau g uau»Ł ) . Cuando la niña lleg a a una ciert a dist ancia,
espont á neam ent e em prende el reg reso. Si a la m adre le parece que se alej a
dem asiado, t al vez le dig a que vuelva ( lo que no suele hacer m ucho efect o) , o, m á s
ast ut am ent e, int ent ará atraer de nuevo su at ención ( « ven a ver qué m ariposa t an
bonit a») . E n ot ros m om ent os, o si falla lo ant erior, la m adre se levant ará para
acercarse a su hij a. Si no ex ist e un pelig ro real, probablem ent e no lleg ará hast a ella,

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sino que se lim it ará a m ant enerse a una dist ancia « de seg uridad». E st o, naturalm ent e,
perm it e a la niña alej arse un poco m á s, puest o que est á m á s cerca de su base. E n
alg unos casos, cuando el m arg en de seg uridad del niño es m ay or que el de la m adre
( por ej em plo, si el niño se sient e confiado hast a los t reint a m et ros, pero la m adre se
em piez a a ang ust iar a los veint e m et ros) , puede producirse una persecución un poco
cóm ica. A lg unas m adres píensan: « E s t rem endo, se va por ahí sin m irar at rá s; si no
lleg o a ir det rá s se habría perdido»; pero, en la m ay oría de las ocasiones, el niño no se
hubiera alej ado t ant o si la m adre no hubiera ido det rá s. Por supuest o, no hay en est a
ex t raña persecución ning una m ala volunt ad por part e del niño. Cuando se alej a m á s
porque nos hem os acercado, no nos est á « t om ando el pelo», sino dem ost rá ndonos su
confianz a.
E l reg reso de la niña se act iva aut om á t icam ent e a ciert a dist ancia o pasado ciert o
tiem po; pero t am bié n hay fact ores que lo desencadenan. U no es una am enaz a
pot encial, com o la aparición de un perro o de un desconocido. O t ro es la sensación de
que la m adre y a no la vig ila; la lleg ada de una am ig a que se pone a hablar con la
m adre suele hacer que la niña vuelva y reclam e at ención. U na vez m á s, no sería
correct o hablar de « celos»; sim plem ent e, la prudencia m á s elem ent al recom ienda no
alej arse m ient ras m am á est á dist raída hablando.
Tarde o t em prano lleg a la hora de volver a casa. M am á llam a a su hij a, que
habit ualm ent e no viene. M am á se pone en pie y la vuelve a llam ar; es probable que
ent onces la niña sí que acuda al ver que su m adre est á por irse. A hora m am á espera
que su hij a la sig a, poco a poco, cam inando. Pero no es así. Tal vez la niña se sient e
en el suelo y se pong a a llorar. Tal vez corra hast a colocarse delant e de su m adre,
alz ando los braz os ent re solloz os. E s incluso probable que int ent e abraz arse a sus
rodillas para inm oviliz arla.
Com ienz a una escena que t odos hem os vist o o vivido docenas de veces. L a m adre
que suplica, g rit a, ordena, am enaz a, arrast ra. « ¡Q ue cam ines, t e he dicho! ». « Tienes
dos pat it as m uy herm osas para cam inar». « N o, señora, en braz os no, que y a eres m uy
g rande». « Parece m ent ira, una nena t an g rande». « D e verdad que m e t ienes hart aŁ ».
Cuando son dos los adult os que breg an con la criat ura, es fá cil que se inicie una
tím ida discusión: « Pobrecit a, es pequeña, debe est ar cansadaŁ ». « ¡Q ué cansada ni
qué niño m uert o! Si ha est ado t odo el rat o corriendo y salt ando t an t ranquila. L o que
pasa es que nos t om a el pelo, t e lo dig o y o».
E n alg unos casos, el niño int ent a seg uir a la m adre, pero se det iene una y ot ra vez ,
se queda rez ag ado o se desvía; y la m adre, cada vez m á s enfadada, t iene que volver
at rá s a recog erlo.
A l final, alg unas m adres cog en en braz os a su hij o y se lo llevan ( alg unas lo hacen
pront o y con calm a, ot ras t ras una larg a pelea, m uy enfadadas y est ruj ando m uy
fuert e a la criat ura) ; ot ras cog en al niño por una m ano y se lo llevan lit eralm ent e a

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rast ras. D e las prim eras se dice que est á n m alcriando a su hij o, consint iendo sus
caprichos, dej á ndose m anipular; de las seg undas, que est á n educando a su hij o, que
han « aprendido a decir no» o a « est ablecer lím it es», que « le est á n dem ost rando quié n
m anda aquí».
L os niños del prim er g rupo se callan al inst ant e o, tras unos breves solloz os, ant es
de un m inut o los verá felices en braz os, com o si nada hubiera pasado; los ot ros son
arrast rados en m edio de g rit os y prot est as, y puede que su m adre les acuse a g rit os de
« dar ot ra vez el espect á culo en m edio de la calle» ( com o si el espect á culo lo diera
sólo el niño) .
Si nos fuera posible volver a ver a unos y ot ros niños ( los que fueron
« m alcriados» y los que fueron « enseñados») a los cinco o seis años de edad,
observaríam os que t odos ellos cam inan sin rechist ar det rá s o al lado de su m adre, y
ning uno pide ir en braz os. Si el niño fue arrast rado a la fuerz a en repet idas ocasiones,
se concluirá que el m é t odo fue eficaz para « enseñarle a cam inar solit o», y se alabará
el esfuerz o y la det erm inación de los padres que, sin dej arse m anipular por su hij o,
han sabido vencer aquellas prim eras m uest ras de rebeldía. Si los padres le llevaron en
braz os una y ot ra vez , ¿ les pedirá alg uien disculpas? ( « Tenías raz ón, no se m alcrió
por llevarlo en braz os, sino que cam ina la m ar de bien») . ¡Claro que no! L os que
am enaz aban con que « irá a la m ili y t odavía le t endrá s que llevar en braz os» no sólo
no han cam biado de opinión, sino que seg uirá n ofreciendo sus sabios consej os a ot ros
padres m á s novat os. Jam á s reconocerá n su error, sino que m ant endrá n com o m ucho
un dig no silencio, o incluso puede que se descuelg uen con un sorprendent e: « M enos
m al que al final ha espabilado ella solit a, que si fuera por t i t
odavía iría en braz os».
Para m ucha g ent e, todas las pruebas son acusat orias: la int ensidad del llant o, lo
bien que cam inaba el niño un m inut o ant es, lo rá pido que se le pasa t odo al cog erlo
en braz osŁ , no cabe duda de que era « puro t eat ro». L os ex pert os, sin em barg o, lo
int erpret an de form a m uy dist int a. Bow lby pasa revist a a los est udios de A nderson en
Ing laterra, y de R heing old y K eene en E st ados U nidos. E l prim ero m ost ró que la
conduct a ant es descrit a era prá ct icam ent e universal en un g rupo de niños de ent re
quince m eses y dos años y m edio. Sus observaciones le convencieron de que los
niños de est a edad son, sim plem ent e, incapaces de seg uir a su m adre. Bow lby
fundam ent a su defensa precisam ent e en las m ism as pruebas de la acusación:

[Ł ] hast a esa edad [tres años] es preferible que sean transport ados por la m adre. Sus
sospechas [las de A nderson] se confirm an por la aleg ría con que los niños de esa edad
acept an la propuest a de ser t
ransport ados, el m odo sat
isfecho y eficaz con que se
ponen en posición adecuada para ello, y la m anera decidida y con frecuencia abrupt a
con que suelen ex ig irlo.

A l relat
ar cóm o un niño se colocaba delant
e de su m adre t
an bruscam ent
e que est
a

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casi lo t
ira al suelo, com ent
a:

E l hecho de que el pequeño no se sient a desalent


ado por est a consecuencia im pensada
sug iere que su m aniobra es instint iva e im pulsada por el hecho de ver a la m adre en
m ovim ient o.

E n cuant o a R heing old y K eene, observaron sist em á ticam ent e a m á s de quinient os


niños en calles y parques, y descubrieron que, de aquellos niños que iban en braz os o
en cochecit o, el 8 9 por cient o t
enía m enos de t res años ( repart idos por part es ig uales
ent re m enores de un año, de un año a dos y de dos años a t res) . Sin em barg o, sólo el 8
por cient o de los niños que no cam inaban t enía de t res a cuat ro años, y sólo el 2 por
cient o tenía ent re cuat ro y cinco. A l contrario, la m ay oría de los niños de t res a cinco
años iba de la m ano o ag arrado a la ropa de sus padres o a un cochecit o, y sólo los
m ay ores de siet e años solían cam inar suelt os. L a conclusión: se t rata de un proceso de
m aduración lig ado a la edad. L os niños m enores de t res años no pueden cam inar con
la m adre, ni siquiera de la m ano, a no ser durant e breves periodos y m uy despacio.
L os m ay ores de t res años, en cam bio, sí que pueden.
A unque est as invest ig aciones que cit a Bow lby t ienen m á s de t reint a años de
ant ig üedad, parece que m uchos ex pert os no se han ent erado o no han com prendido
sus im plicaciones. E l « neg arse a cam inar» se sig ue cit ando com o una de las m á s
g randes m uest ras de indisciplina y neg at ivism o. L ang is lo m enciona com o prim er
ej em plo de la prim era de las « t rece condiciones para la esclavit ud de los padres de
hoy en día»:

E l niño llora siem pre para que lo llevem os en braz os, aunque es perfect am ent
e capaz
de andar é l solo sin cansarse durant e un buen rat
o. Se t
rat
a de un capricho.

M á s adelant e, el m ism o aut


or lo considera un ej
em plo t
ípico de una curiosa act
ividad
ex clusiva de la infancia, « probar los lím it es» y at
acar por cualquier resquicio que
ofrez ca la debilidad de los padres:

U na pequeña se cuelg a de las faldas de su m adre y le pide una y ot ra vez que la coja
en braz os. Su m adre, hart
a de su insist encia, le g rit
a que cam ine a su lado. L a niña
sig ue colg ada de sus faldas, y su m adre vuelve a repet irle lo m ism o. L ueg o, de
repent e, decide cog erla en braz os. A la chiquilla le han bast ado apenas quince
seg undos para salirse con la suy a.

Para F errerós, se t
rat
a de uno de los casos en que no hay que cog er j
am á s en braz os a
un niño m enor de dos años:

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Si no quiere andar y nos encont ram os ant e la t
ípica patalet
a. [Ł ] A la larg a, funciona
m ej or m ost rarnos indiferent es ant e su m al com port am iento y , sin hacer com ent arios,
cog erlo con fuerz a de la m ano e inst arle a andar, aunque se resist a
m om ent á neam ent e.

Claro, y a lo ent iendo, ¿ cóm o vam os a ser t an t ont os de t om ar en braz os a un niño que
no quiere andar? E s m á s lóg ico hacer andar al que quiere braz os y llevar en braz os al
que sí quiere andar; así fast idiarem os t ant o a uno com o a ot ro, y darem os ex celent es
espect á culos en la vía pública. ¿ Por qué no va a esperar a su hij o adolescent e a la
salida del inst itut o y le cog e en braz os delant e de sus am ig os? V erá qué cont ent o se
pone. ( Se recom ienda ir prim ero al g im nasio durant e una t em porada, si no quiere oír
un ¡crac! en la espalda) .
E l error de est os aut ores ( y de m uchos m é dicos, psicólog os y padres) proviene de
creer que « cam inar» es una única act ividad: el niño « y a sabe cam inar», y por t ant o
puede y t iene que cam inar en cualquier circunst ancia.
Pero no es así. Cam inar es una am plia g am a de act ividades; y del m ism o m odo
que es m uy dist int o correr los cien m et ros o el m arat ón, y no hay ning ún at leta que se
at reva a part icipar en las dos pruebas, t am poco t iene nada que ver cam inar alrededor
de m am á , que est á quiet a en un sit io, con acom pañar a m am á m ient ras ella se
desplaz a. Para est o últ im o no bast a con saber m over las piernas alt ernat ivam ent e sin
perder el equilibrio, sino que adem á s hay que decidir dónde est oy y o y dónde est á
m am á , y cuá l es el m ej or cam ino para ir de un punt o a ot ro, ¡m ient ras los dos punt os
se m ueven sin parar!
H ubo un t iem po en que se creía que había que enseñar a cam inar a los niños; y
que, si no les enseñam os, no andará n nunca. E l D r. St irnim ann ex plicaba a las m adres
cóm o y a qué edad se deben em pez ar las clases, y describe m asaj es y ej ercicios
g im ná st icos especiales. ¿ E nt iende ahora, am able lect ora, por qué alg unas abuelas se
horroriz an al ver que « no enseñam os al niño a andar»? E n su é poca, se consideraba
im prescindible; pero hoy en día casi t odas las m adres y casi t odos los pediat ras saben
que el cam inar no es un aprendiz aj e, sino un proceso de m aduración: si recibe cariño
y atención, y no se le im pide cam inar con at aduras y vendaj es, el niño em pez ará a
andar cuando le lleg ue la edad adecuada, poco despué s del año ( a veces un poco
ant es) . N o hace falt a enseñarle. Pues bien, el ir de la m anit a sin llorar, o el cam inar
solo, t am bié n dependen de la m adurez . Su hij o lo hará cuando est é listo, hacia los t res
años de la m anit a, hacia los siet e años solo. Pret ender que un niño cam ine por la calle
porque se le ha vist o cam inar un rat o en el parque es com o dej arle conducir por la
aut opist a porque lo hace m uy bien en los aut os de choque.
Por supuest o, no es un cam bio brusco. H ay una larg a t em porada en que el niño es
capaz de cam inar, pero sólo un ciert o t iem po, o cuando le hace una especial ilusión, o
cuando est á de buen hum orŁ E l ot ro día vi pasar por delant e de m i casa a una m adre

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con su hij o de unos dos años. Por la hora, debía venir de recog erlo en la g uardería. L e
iba anim ando a cam inar con g ran ent usiasm o: « ¡M ira, ahora vam os a dar un paso de
g at it o, así, m uuuuy bien! » ( y daba un paso pequeño) . « A hora un paso de elefant e»
( paso ex t ralarg o) . « A hora un paso de cang uro» ( salt it
o) . E l niño le seg uía el j ueg o,
divert ido, pero no pude dej ar de pensar: « ¡Com o vivan a cuat ro calles, se les va a
hacer de noche por el cam ino! ».
E s not able que m uchos niños m uest ren en est a é poca una especial delicadez a de
sent im ient os: el m ism o niño que ex ig e con llant os desesperados que sus padres le
lleven en braz os, será capaz de cam inar j unt o a sus abuelos, porque percibe que est os
no t ienen y a la fuerz a y la ag ilidad para llevarlos. A lg unos t am bié n saben
conform arse cuando ven que sus padres van carg ados con paquet es. Con no poca
frecuencia, la abuela adviert e ent onces a la m adre: « ¿ V es? A t i te tom a el pelo, pero
y o le he enseñado a andar». Se at ribuy e así un m é rit o que sólo corresponde al niño: es
é l quien ha hecho un g ran esfuerz o para cam inar cuando t odavía le es m uy difícil. Y
no lo ha hecho para obt ener vent ajas y alabanz as, pues lo que obt iene son m á s bien
crít icas y sarcasm os ( « A hora sí que cam inas, ¿ verdad?, y a m am á le m ont as un
espect á culoŁ ») , sino por pura bondad, porque t iene una conciencia m oral y desea
hacer el bien siem pre que le es posible.

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POR QUÉ TIENEN CELOS
L os adult os sient en celos de sus rivales sex uales, y los niños sient en celos de sus
herm anos. ¿ Q ué t ienen en com ún est as dos sit uaciones para que g eneren reacciones
tan sim ilares que les dam os el m ism o nom bre?
L os celos no son ex clusivos del ser hum ano. E n aquellas especies, com o el león,
en que el m acho perm anece j unt o a la hem bra y prot eg e a las crías, suele t am bié n
ahuy ent ar a los posibles rivales. E l m acho que cuida a sus hij os t ransm it e m á s
fá cilm ent e sus g enes, siem pre y cuando sus hij os sean realm ent e suy os y t eng an sus
m ism os g enes. Cuidar a los hij os de ot ro no sale m uy a cuent a desde el punt o de vist a
evolut ivo. E l g en de cuidar a los hij os se t ransm it e m ej or si va acom pañado del g en
de los celos.
L a hem bra no suele t ener est os problem as. Sus crías son suy as, de eso no hay
dudas, y lo que hag a el m acho en sus rat os libres le t rae sin cuidado. Pero en el ser
hum ano, la larg uísim a infancia de nuest ros hij os hace recom endable cont ar con la
com pañía del padre. Si t u hom bre em piez a a t ont ear con ot ras, un día de est os puedes
encont rart e sola y sin ay uda para cuidar a t us hijos. E n nuest ra especie, t ant o el varón
com o la m uj er son celosos, y no les g ust a que la persona a la que am an se fij e en
ot ros.
¿ Y por qué los novios t ienen celos, cuando aún no t ienen hij os? N o es un
raz onam ient o conscient e. N o t ienes celos porque piensas « si m i m arido se m archa,
tendré dificult ades para lleg ar a fin de m es», lo m ism o que no t ienes ham bre porque
piensas « necesit o m il ochocient as calorías para m ant ener en m archa m i
m et abolism o». Son sensaciones que surg en espont á neam ent e de nuest ro int erior y
que nos oblig an a hacer cosas.
L os celos ent re herm anos obedecen a m ot ivos sim ilares: los niños necesit an la
atención y los cuidados de sus padres para sobrevivir. Si los padres sólo at ienden a
uno y olvidan al ot ro, est e últim o lo va a pasar m uy m al. Por t ant o, cuando nace un
herm anit o, la reacción lóg ica y norm al es hacer lo necesario para recordar a los
padres: « ¡E h, que est oy aquí! ». E s decir, llam ar la at ención. L a m ot ivación no es
conscient e; el niño de t res años no piensa: « Teng o que volver a hacerm e pipí encim a,
tener rabiet as y t
art am udear, para que así m is padres m e hag an m á s caso». N o, lo que
ocurre es que, a lo larg o de m iles de años, los niños que hacían esas cosas u ot ras
parecidas han t enido m á s posibilidades de sobrevivir, y sus g enes se han ex t endido
por el planet a.
L os niños con celos m uest ran una curiosa m ez cla de conduct as. Se com port an
com o un bebé m á s pequeño para inspirar com pasión, pero t am bié n les g ust a
com port arse com o un niño m á s g rande para dem ost rar que son m ej ores que el
pequeño. Trat an a sus padres con una m ez cla de cariño casi « peg aj oso» y host ilidad.

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M uest ran hacia el herm anit o un cariño ex ag erado que bordea la ag resión, com o
cuando le abraz an t an fuert e que casi le ahog an. Int ent an a veces g olpearle, o con m á s
frecuencia ridiculiz arle ( « no sabe hablar, se hace caca encim a») , t am bié n pueden
tener rabiet as y accesos de ira, insult ando y g olpeando a los m ism os padres cuy o
afect o intent aban conseg uir. Pueden parecernos conduct as m uy ex t rañas, pero en el
fondo es lo m ism o que hace un hom bre cuando sospecha que su esposa se est á
int eresando por ot ro: a rat os llorar y suplicar, a ratos int ent ar ser un esposo m odelo,
lavar los plat os y colm arla de reg alos; a rat os m ost rarse at ent o y cariñoso, a rat os
hacer reproches y m ont ar escenas; int entar dejar en ridículo al rival, a veces ag redir al
rival e incluso a su esposaŁ
¿ Por qué nos sorprende en los niños la m ism a conduct a que veríam os com o
norm al en un adult o?
Se com para a veces al herm ano m ay or con un « príncipe dest ronado», suponiendo
que la causa de los celos es la pé rdida de los privileg ios del hij o único. L levada a sus
últ im as consecuencias, est a m anera de pensar podría conducir a no hacer m ucho caso
a los niños, para que así no not en la diferencia cuando naz ca el herm anit o. Parece una
barbaridad, pero Skinner propone alg o parecido en Walden Dos: los padres no han de
ofrecer a su propio hij o m á s cariño que a cualquier ot ro niño:

N uestra m eta es que cada m iem bro adult o de W alden D os m ire a t


odos nuest
ros niños
com o suy os, y que cada niño m ire a t
odos los adult
os com o sus padres.

L a g ran vent aj a de t
ener t an poco t rato con los padres es que, si est os m ueren, el
hué rfano no los echa de m enos
¡Piense en lo que est o sig nifica para el niño que no tiene padre ni m adre! N o t iene
ocasión de envidiar a sus com pañeros que si t ienen, porque, prá ct icam ent e, no ex ist
e
diferencia ent re ellos.
Pero la causa de los celos no es el recuerdo de los privileg ios perdidos. L os
herm anos pequeños, que j am á s han sido hij os únicos y que no han podido por t anto
acost um brarse a ser « los rey es de la casa», t am bié n tienen celos de sus herm anos
m ay ores. E l haber sido cubiert o de m im os en los prim eros años probablem ent e no
aum ent a los celos, sino que los dism inuy e, o m á s bien da al m ay or la confianz a
suficient e para soport arlos.
L os celos suelen ser m ay ores cuant o m enor es la diferencia de edad, porque el
m ay or t odavía necesit a lo m ism o ( braz os, m im os, com pañía const ant e) que el
pequeño, y por t anto la com pet encia es m ay or. L os celos ent re herm anos son
tot alm ent e norm ales, y es absurdo ( y m uchas veces cont raproducent e) pret ender
neg arlos, reprim irlos o erradicarlos.
Podem os ay udar al niño celoso dem ost rá ndole nuest ro cariño incondicional. D ebe

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saber que no necesit a m ost rarse celoso para obt ener nuest ra atención, pero t am bié n
debe saber que le seg uim os queriendo aunque se m uest re celoso. Podem os int ent ar
encauz ar sus celos hacia m anifest aciones m á s posit ivas, ay udarle a dem ost rar lo
g rande y list o que es ( « Cué nt ale a m am á cóm o m e ay udast e a bañar a Pilar. ¡Q ué
suert e t
ener a Juanit o en casa; m e ay uda m uchísim o! ») . Pero no podem os pret ender o
esperar que un niño no t eng a celos. E so sería ant inatural.
Im ag ine que su m arido se present a en casa una tarde con una m uj er m á s joven:
« Q uerida, te present o a L aura, m i seg unda esposa. E spero que seá is am ig as. Com o es
nueva y se sient e ex t raña, le t endré que dedicar m ucho t iem po, espero que t ú, que
eres m ay or, sabrá s port art e bien y ay udar m á s en casa. E lla dorm irá en m i habit ación,
para que m e sea m á s fá cil cuidarla, y t ú t
endrá s una habit ación para t i sólita, porque
y a eres g rande. ¿ A que est á s cont ent a de t ener t u propia habit ación? A h, y
com part irá s con ella tus j oy as, claro». ¿ N o estaría usted un poquit o celosa?

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EL COMPLEJO DEL PADRE DE EDIPO
U n orá culo anunció a L ay o, rey de Tebas, que los dioses le cast ig arían por sus
pecados. Si alg ún día t enía un hij o, est e m at aría a su padre y se casaría con su m adre.
L ay o int ent ó durant e un t iem po no t ener hij os, pero el único m é t odo ant iconcept ivo
disponible en aquella é poca ex ig ía una fé rrea disciplinaŁ , y no se pudo ag uant ar. E n
una borrachera, dej ó em baraz ada a su esposa Yocast a. N i cort o ni perez oso, ent reg ó a
su pequeño E dipo a un past or para que lo abandonara en el bosque. E l past or se
apiadó, lo ent reg ó a unos padres adopt ivos y E dipo se hiz o hom bre. Ig norant e de su
orig en, m at ó a su padre en una pelea ( em pez ó el padre, que era m uy m ala persona;
recuerde que de ent rada los dioses querían cast ig arle) y se casó con su m adre.
E st a hist oria sirvió a F reud para dar nom bre a su t eoría: el com plej o de E dipo es
el deseo que supuest am ent e tienen t odos los niños pequeños de m at ar a su padre y de
casarse con su m adre.
Pero no es eso lo que nos dice la viej a t rag edia g rieg a. E dipo no t uvo ning ún
deseo de m at ar a su padre ni de casarse con su m adre. L o hiz o por error, porque no
sabía que eran sus padres. Cuando finalm ent e se ent eró de la t errible verdad, quedó
tan horroriz ado que se arrancó los oj os, m ient ras su m adre y esposa se suicidaba.
E l m ito de E dipo nos habla m á s bien de t odo lo cont rario: del t em or irracional que
tienen alg unos padres a verse suplant ados por su hij o en el am or de la m adre. Tem or
que llevó a L ay o a despreciar y abandonar a su propio hij o. Sem bró desprecio y
recog ió odio, cuando podría haber sem brado afect o y haber recog ido respet o. Para los
ant ig uos g rieg os, probablem ent e la m oralej a de la hist oria era alg o así com o « no
puedes escapar al cast ig o de los dioses, hag as lo que hag as t e encont rará s con t u
dest ino». Para el lect or m oderno, que no cree en aquellos dioses, la m oralej a de la
hist oria no es « abandona a t u hijo ant es de que t e m at e», sino t odo lo cont rario, « no
seas t an est úpido de abandonar a t u hij o, o convert irá s en enem ig o al que podría
haber sido t u am ig o si lo hubieras t rat ado con cariño».
¿ Tenem os t odos los padres est e « com plej o de L ay o»? N o sé si los celos pat ernos
son frecuent es; pero haberlos, hay los. E l padre puede sent irse ex cluido de una
relación t an est recha ( « un m arido», he oído de varias m uj eres, « lo encuent ras en la
calle; pero a un hij o lo has llevado dent ro») .
L os celos del padre pueden dirig irse en los dos sent idos: le g ust aría ser la m adre
del niño, y le g ust aría ser el bebé de la m adre. Com o si int ent ase abrirse paso a
codaz os ent re m adre e hij o.
A lg unos sug ieren que la m adre que da de m am ar dej e que su m arido le dé al niño
un biberón de vez en cuando, para que é l t am bié n se sient a im port ant e. Bonit a
m anera de fast idiar al niño y de poner en pelig ro la lact ancia. Para los padres que
quieren im plicarse en el cuidado de sus hij os, oport unidades no falt an: hay que bañar,

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vest ir, cam biar y pasear al bebé ; hay que com prar, cocinar, freg ar, lavar y planchar.
D e vez en cuando, una m adre ag ot ada m e ex plica que apenas puede dorm ir, porque
su hij o la reclam a varias veces cada noche:
A veces lo m et o en la cam a con nosot ros y que m am e cuando quiera; es la
única m anera en que puedo dorm ir. Pero, claro, su padre dice que no puede ser, que al
final se va a t ener que ir é l de la cam a.
¿ Y qué edad t iene su m arido?
Treint a y dos, ¿ por qué ?
Porque y a es lo bast ant e m ay orcit o para dorm ir solo. Si con t reint a años
necesit a dorm ir acom pañado, ¿ qué espera que hag a un niño de t res años?
N at uralm ent e, cuando dig o est as cosas est oy brom eando. N o hace falt a que el
padre se vay a, se pueden quedar los t res j unt os. Sólo pret endo que la g ent e se dé
cuent a de que las necesidades afect ivas de un niño son, com o m ínim o, t an
im port ant es com o las de un adult o. L os niños son g enerosos y com prensivos: si
pueden dorm ir con m am á , no suelen oponerse a que papá t am bié n se quede. Por eso
m e sorprendió ent erarm e de que Skinner ha propuest o seriam ent e que el padre se
vay a a ot ra habit ación. Y no precisam ent e para dej ar sit
io al hij o. N o, se t
ienen que ir
los dos:
Bueno, por ej em plo, la conveniencia de cuart os separados para m arido y m uj er.
N o es oblig at orio, pero cuando se pract ica, a la larg a se conservan relaciones
cony ug ales m á s sat isfact orias que si se utiliz a una sola habit ación com ún.
A sí es com o est á n las cosas. Se em piez a sacando al niño de la habit ación y se
acaba sacando t am bié n al padre. R ecapacit e, am ig o lect or, y decida en qué bando le
conviene m á s est ar. Cuando le propong an poner al niño a dorm ir solo, preg únt ese
quié n será el sig uient e.
H ablando del bueno de E dipo, varias veces he oído sost ener una t eoría todavía
m á s curiosa: alg unos m é dicos, e incluso alg unos psicólog os, dicen a las m adres que si
duerm en con su hij o « le provocará n un com plej o de E dipo». E st o y a es una perla de
la psicolog ía- ficción. Para aquellas escuelas psicológ icas que creen en la ex ist encia
del com plej o de E dipo ( y no t odas creen, ni m ucho m enos) , dicho com plej o es una
fase norm al del desarrollo. N i lo provoca la m adre con sus acciones, pues aparece
espont á neam ent e, ni es m alo que aparez ca, porque es norm al.

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¿CUÁNDO SE HARÁ INDEPENDIENTE?
L a independencia es uno de los g randes t em as de la puericult ura m oderna. ¡Todos
querem os hij os independient es! Q ue se levant en y se acuest en cuando les dé la g ana,
que sólo hag an los deberes si les apet ece, que decidan por sí m ism os si quieren ir a la
escuela, que se pong an la ropa que m á s les g ust e y que com an lo que quieranŁ
¡A h, no! N o ese t ipo de independencia. Q uerem os que nuest ros hij os sean
independient es, pero que hag an ex act am ent e lo que les dig am os. O m ej or, que
adivinen nuest ros pensam ient os y hag an lo que queram os sin necesidad de decirles
nada; así t odos verá n que som os m uy buenos padres y les dam os m ucha libert ad, que
ni siquiera les dam os órdenes. M uchos padres se rebelaron en su día ( o se quedaron
con las g anas) cont ra la educación dem asiado ríg ida que recibieron. Se prom et ieron
que darían m á s libert ad a sus hij os. Y ahora se encuent ran con la g ran sorpresa de que
sus hij os, al t ener libert ad, ¡hacen lo que quieren! Pues claro, ¿ qué pensaban que
harían?
E n realidad, lo que m ucha g ent e piensa cuando dice « quiero que m i hij o sea
independient e» es « quiero que duerm a solo y sin llam arm e, que com a solo y m ucho,
que j ueg ue solo y sin hacer ruido, que no m e m olest e, que cuando m e voy y lo dej o
con ot ra persona se quede ig ual de cont ent o».
Pero ese no es un obj et ivo raz onable, ni para un niño ni para un adult o. E l ser
hum ano es un anim al social, y por t ant o nuest ra independencia no consist e en vivir
solos en una isla desiert a, sino en vivir en un g rupo hum ano. N ecesit am os a los
dem á s, y los dem á s nos necesit an. U n ser hum ano adult o debe ser capaz de pedir y
obt ener la ay uda de los dem á s para alcanz ar sus fines, y de prest ar ay uda a los dem á s
cuando se la pidan. M á s que independient es, som os int erdependient es.
U n m endig o que pide lim osna es dependient e, depende de la buena volunt ad de
los que pasen. U n em pleado que cobra a fin de m es podríam os decir que es
dependient e, porque no podría t rabaj ar sin una em presa, sin unos com pañeros, sin
unos j efes o sin unos subordinados; pero lo consideram os independient e porque t iene
un cont rat o y un salario. Cuando va a cobrar, sabe cuá nt o le dará n, y tiene derecho a
ex ig irlo.
Si un niño g rit a ¡papá ! , y papá viene, es independient e. Si papá no viene porque
no le da la g ana, el niño depende de que le dé la g ana o no. Cuando ust ed hace caso a
su hij o, le est á enseñando a ser independient e. Tras una separación ( una enferm edad,
el trabaj o de la m adre, el com ienz o de la g uardería) , el niño se hace m á s dependient e,
necesit a m á s m im os, m á s cont act o, no quiere separarse ni un m om ent o. Si le da ese
cont act o que necesit a, acabará superando su inseg uridad; si se lo nieg a, cada vez el
problem a será m ay or. N o es lo m ism o un niño que dej a de llam ar a su m adre porque
y a no la necesit a, que ot ro que dej a de llam arla porque sabe que, por m ucho que la

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llam e, nunca le hará caso.

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SU HIJO ES BUENA PERSONA

[Ł ] de hecho, no sé para qué iba a servir t


ener hij
os,
si la g ent e no pudiera confiar en ellos.
Charles D ickens, Nicholas Nickleby

M uchos ex pert os, probablem ent e bienint encionados, nos hablan de los problem as de
conduct a de los niños. H ay problem as de alim ent ación, problem as de sueño, celos,
violencia, eg oísm oŁ Todo el m undo nos habla de los problem as de nuest ros hij os, de
cóm o det ect arlos, cóm o prevenirlos o cóm o solucionarlos, de cóm o nos « m anipulan»
o de por qué hay que ponerles lím it es. N adie nos recuerda que nuest ros hij os son
buenas personas.
Y lo son. Tienen, forz osam ent e, que serlo. N ing una especie anim al podría
sobrevivir si sus individuos no nacieran con la capacidad de adquirir el
com port am ient o norm al de los adult os y la t
endencia a hacerlo. N o hace falt a m ucho
esfuerz o para enseñar a un león a com er carne o a una g olondrina a volar hast a
Á frica. L o difícil, lo que requeriría unos m é t odos educat ivos absolut am ent e
aberrant es, sería conseg uir un león veg et ariano o una g olondrina que no em ig rase. L a
inm ensa m ay oría de los recié n nacidos, si se les cría adecuadam ent e ( es decir, con
cariño, respet o y contact o físico) , será n niños norm ales y m á s t arde adult os norm ales.
E l ser hum ano es un anim al social, y por t anto la capacidad para am ar y ser am ados,
respet ar y ser respet ados, ay udar a los dem á s y obt ener ay uda de ot ros m iem bros del
g rupo, com prender y respet ar norm as sociales ( en definit iva, ser una buena persona) ,
son aspect os norm ales de nuest ra personalidad. L a educación esm erada, la relig ión o
la ley nos pueden dar ot ras cosas; pero no son im prescindibles para lleg ar a ser buena
persona. N uest ros ant epasados, sin duda, y a eran buenas personas cuando vivían en
cuevas, del m ism o m odo que las g allinas son « buenas g allinas» sin necesidad de
escuelas o policía.
V am os, pues, a pasar revist a a alg unas de las buenas cualidades de nuest ros hijos.

Su hijo es desinteresado

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L aura, de t res m eses, llora desconsolada. H a m am ado, t iene el pañal lim pio, no t iene
frío, no t iene calor, no se ha clavado ning ún im perdible. Su m am á la t om a en braz os,
le cant urrea unas palabras cariñosas y al m om ent o L aura est á calm ada. L a vuelve a
dej ar en la cuna y al instant e rom pe a llorar.
N o t iene ham bre, no t iene sed, no le pasa nada dicen las m alas leng uas .
¿ Q ué diablos querrá ahora?
Q uiere a su m adre. L a quiere a ust ed. N o la quiere por la com ida, ni por la ropa,
ni por el calor, ni por los j ug uet es que le com prará m á s adelant e, ni por el coleg io de
pag o al que la llevará , ni por el dinero que le dej ará en herencia. E l am or de un niño
es puro, absolut o, desint eresado.
F reud creía que los niños quieren a su m adre porque de ella obt ienen el alim ent o.
E s la llam ada t eoría del im pulso secundario ( la m adre es secundaria, lo prim ario es la
leche) . Bow lby , con su t eoría del apeg o, m ant iene todo lo cont rario: que la necesidad
de m adre es independient e de la necesidad de alim ent o, y probablem ent e m ay or.
¿ Por qué no disfrut a ust ed, com o m adre, de est a m aravillosa sensación de recibir
un am or absolut o? ¿ Se sent iría ust ed m ej or si su hij a sólo la llam ase cuando t uviera
ham bre, sed o frío, y pasase olím picam ent e de ust ed cuando est uviera sat isfecha?
N adie neg aría la com ida a un niño que llora de ham bre; nadie dej aría de abrig ar a un
niño que llora de frío. ¿ D ej ará ust ed de t om ar en braz os a un niño que llora porque
necesit a cariño?

Su hijo es generoso
N o hace m ucho una m adre, preocupada, m e preg unt aba cuá ndo dej aría su hij a de año
y m edio de ser t an eg oíst a; cuá ndo aprendería a com part ir.
¿ Por qué el aprender a com part ir obsesiona t anto a alg unos padres y educadores?
¿ D e qué les va a servir a los niños aprender una cosa así? L os adult os no
com part im os casi nada.
U n ej em plo. Isabel, no lleg a a dos añit os, j
ueg a en el parque con su cubo, su
palit a y su pelot a, bajo la at ent a y cariñosa m irada de m am á . Claro, com o le falt an
m anos, en ese m om ent o sólo la pala est á baj o su posesión direct a, y el cubo y la
pelot a y acen a ciert a dist ancia. Se acerca un niño desconocido, m á s o m enos del
m ism o t am año, se sient a al lado de Isabel y sin m ediar palabra ag arra la pelot a. Isabel

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llevaba diez m inut os sin hacer ning ún caso de la pelot a, y en un principio sig ue t an
tranquila dando g olpes en el suelo con su pala. ¿ Tan t ranquila? U n observador at ent o
habrá not ado que los g olpes son un poco m á s fuert es, y que Isabel vig ila la pelot a por
el rabillo del oj o. E l recié n lleg ado, por su part e, parece plenam ent e conscient e de que
pisa t erreno resbaladiz o; apart a la pelot a, observa el efect o, la vuelve a acercarŁ Para
que no hay a lug ar a m alent endidos, Isabel adviert e: « ¡É m ía! »; y al poco se cree
oblig ada a especificar: « ¡Pelot a é m ía! ». E l int ruso, que aparent em ent e t odavía no
dom ina las frases de t res palabras ( o t al vez , sim plem ent e, prefiere no
com prom et erse) , se lim it a a repet ir: « ¡Pelot a, peloooot a, pot a! ». Tem erosa sin duda
de que est as palabras equivalg an a una reclam ación de propiedad, Isabel decide
recuperar la plena posesión de su pelot it
a verde. E l int ruso no ofrece dem asiada
resist encia, pero en un descuido log ra hacerse con el cubo. Isabel j ueg a unos m inut os,
sat isfecha con la pelot a recié n recuperada, pero de pront o parece inquiet a. ¿ Y el
cubo? ¡Pero a dónde vam os a lleg ar!
Y así podem os pasar m edia t arde. U nas veces, Isabel cederá de buen g rado,
durant e unos m inut os, el disfrut e de alg una de sus posesiones. O t ras veces lo t olerará
de m al g rado. O t ras no lo t olerará en absolut o. E n ocasiones, ella m ism a ofrecerá al
ot ro niño su propia pala a cam bio de su propio cubo. Puede haber alg unos llant os y
g ritos por am bas part es; pero, en t odo caso, es probable que su nuevo « am ig o»
consig a bast ant es m inut os de j ueg o relat ivam ent e pacífico.
E s m uy posible t am bié n que am bas m adres int erveng an. Y aquí se produce un
hecho que nunca dej a de sorprenderm e: en vez de defender com o una leona a su cría,
cada m adre se pone de part e del ot ro niño. « V eng a, Isabel, dé j ale la pala a est e niño».
« V am os, Pedrit o, devué lvele a est a niña su pala». E n el m ej or de los casos, la cosa
quedará en suaves ex hort aciones; pero no pocas veces las m adres com pit en en una
loca carrera de g enerosidad ( ¡qué fá cil es ser g eneroso con la pala de ot ro! ) : « ¡Ya est á
bien, Isabel, si t e vas a port ar así, m am á se enfada! », « ¡Pedrit o, pide perdón ahora
m ism o, o nos vam os! », « ¡D é j elo, señora, que j ueg ue, que j ueg ue con la pala! E s que
est a niña es una eg oíst aŁ », « ¡U y , pues el m ío es t rem endo! Teng o que est ar t odo el
día det rá s, porque siem pre est á chinchando a ot ros niños y quit á ndoles las cosasŁ ».
Y así acaban los dos cast ig ados, com o pequeños países en conflict o que podrían
haber lleg ado fá cilm ent e a un acuerdo am ist oso si no hubieran int ervenido las dos
superpot encias.
E scenas com o est a, m il veces repet idas, hacen que a veces considerem os eg oíst as
a nuest ros hij os. N osot ros com part iríam os sin dudarlo una pala de plá st ico y una
pelot a de g om a. Pero ¿ realm ent e som os m á s g enerosos que ellos, o es que los
jug uet es nos t raen sin cuidado?
E s preciso poner las cosas en perspect iva. Im ag ine que es ust ed la que est á
sent ada en un banco del parque escuchando m úsica. A su lado, sobre el banco, su

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ulandia. com - Pá g ina 8 4
bolso sobre un periódico doblado. E n est o se acerca un desconocido, se sient a a su
lado y sin m ediar palabra se pone a leer su periódico. Poco despué s dej a el periódico
( ¡abiert o y t
irado por el suelo! ) , cog e su bolso, lo abre, ex am ina su int eriorŁ ¿ Sabría
ust ed com part ir? ¿ Cuá nt o tardaría en decirle cuat ro frescas al desconocido, o en
ag arrar el bolso y salir corriendo? Si ve pasar a lo lej os a un policía, ¿ no le llam aría?
Im ag ine ahora que el policía se acerca y le dice:
Ya est á bien, dé j ale el bolso a est e señor, o m e enfado. U st ed perdone,
caballero, es que est a m uj er todavía no sabe com part irŁ ¿ L e g ust a el t elé fono m óvil?
L lam e, llam e a donde quieraŁ ¡T ú calla, m uj er, com o sig as prot est ando t e vas a
ent erar!
N uest ra disposición a com part ir depende de t res fact ores: qué prest am os, a quié n
y durant e cuá nt o t iem po. A un com pañero de t rabaj o le podem os prest ar un libro
durant e sem anas, pero nos m olest a que un desconocido nos t oque el periódico sin
pedir perm iso. Sólo a un am ig o del alm a o a un parient e le prest aríam os nuest ro
coche para ir a dar una vuelt a. U n niño pequeño t iene pocas posesiones, y un cubo,
una pala o una pelot a son t an im port ant es para é l com o para nosot ros un bolso, un
ordenador o una m ot o. E l tiem po se le hace larg o, y prest ar un j ug uet e durant e unos
m inut os le result a tan difícil com o a su padre prest ar el coche durant e unos días. Y
tam bié n dist ing ue ent re am ig os y desconocidos, aunque no nos dem os cuent a. Por
ej em plo, ¿ cuá l de est as dos frases usaría la m am á de Isabel para resum ir las hist orias
arriba ex plicadas?:
A ) M ient ras Isabel est aba j ug ando en la arena con un am ig uit o, un desconocido
m e cog ió el periódico y casi m e quit a el bolso, ¡qué sust o!
B) M ient ras y o j ug aba con un am ig o a pasarnos el bolso, un desconocido int ent ó
quit arle la pelot a a Isabel, ¡qué sust o!
Claro, desde el punt o de vist a de un adult o, cualquier niño de dos años, indefenso
y desvalido, es un « am ig uit o». Pero cuando m ides m enos de un m et ro, un niño de dos
años es un desconocido, y puede que incluso un « individuo con sospechosas
int enciones».
U n ej em plo final: E nrique, de veint icinco años, no sabiendo cóm o calm ar el
llant o de su hij o Q uique, de ocho m eses, usa las llaves del coche com o sonaj ero.
Q uique ag arra las llaves, las m enea, las m ira, las vuelve a m enear. U na niña de unos
seis años se acerca y le hace m onerías: « U y , qué g uapo ¿ Cóm o se llam a? ¿ Cuá nt os
m eses t iene? ( es una de esas niñas precoces) . M i prim o A nt onio t am bié n t iene ocho
m eses, hoy no ha venido porque est á con ot it is». « H ooola, Q uiiique ¡Q ué llaves m á s
chulas! ¿ M e las das? Tom a, t e las cam bio por la pelot a». E nrique padre est á
encant ado con la nueva am ig uit a de su hij o, hast a que la niña sale corriendo con las
llaves, dej ando la pelot a com o j ust o pag o. ¿ Cuá nt as dé cim as de seg undo cree que
tardará E nrique en salir det rá s para recuperar las llaves? Q uique ha com part ido, pero

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ulandia. com - Pá g ina 8 5
su padre no est
á dispuesto a hacerlo.
E n com paración, nuest ros hij
os son m ucho m á s g enerosos que nosot
ros.

Su hijo es ecuánime
E s decir, t iende a m ant ener un est ado de á nim o est able. E n palabras m á s sencillas, su
hij o no es nada llorón.
¿ Cóm o que no, si se pasa el día llorando? L os niños pequeños, es ciert o, lloran
m á s a m enudo que los adult os y por eso solem os decir que los niños son llorones.
¿ Y si result a que, sim plem ent e, t
ienen m á s m ot ivos para llorar?
« E s que lloran sin m ot ivo», m e dirá ust ed. « L loran por cualquier t ont ería».
L loran, seg ún la edad, porque se les cae una t orre de piez as de const rucción, porque
no les com pram os un helado, porque les llevam os al m é dico, porque no vam os cinco
m inut os, porque no encuent ran la t eta a la prim era, porque les cam biam os el pañal,
porque les secam os el peloŁ N ing ún adult o lloraría por esas cosas, desde lueg o.
¿ Y por qué lloraría ust ed? H ag a un ex perim ent o: sient e en su reg az o a su hij o de
uno o dos años y díg ale las cosas m á s t rist es que se le ocurran: « Te van a hacer una
inspección de hacienda». « Te han despedido del t rabaj o». « Te est á n saliendo unas
pat as de g allo espant osas». « Tu equipo de fút bol baj a a seg undaŁ ». N o llorará . L as
cosas que nos hacen llorar a los niños y a los adult os son t ot alm ent e dist intas.
E nt re las cosas que con m á s frecuencia hacen llorar a un niño pequeño est á n:

1 . Separarse dos m inut os de su m adre.


2 . Intent ar hacer alg o que no le sale.
3 . N otar alg o raro y no saber qué es.
4 . N ecesit ar alg o y no saber cóm o conseg urlo.

Todas ellas son cosas, para su desg racia, que pueden ocurrir ( y ocurren) varias
veces al día. E n cam bio, las cosas que nos hacen llorar a los m ay ores ocurren sólo de
tarde en tarde. Por eso parece que som os m enos llorones, pero no es ciert o. Si nuestro
equipo baj ase a seg unda varias veces al día, si nos despidiesen del t rabaj o cada
m añana, si se m uriesen cada día varios de nuest ros m ej ores am ig os, nos pasaríam os
tam bié n el día llorando.

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ulandia. com - Pá g ina 8 6
Su hijo sabe perdonar
E m ilia y su hij o Ó scar, de seis años, han t enido una fuert e diferencia de opiniones.
Para no perdernos con los det alles, dig am os t an sólo que E m ilia era part idaria de que
Ó scar se duchase, m ient ras que est e últ im o se sent ía m uy lim pio. H a habido g rit os,
llant os, insult os y am enaz as. U n t est ig o im parcial reconocería que la m ay or part e de
los llant os ha venido de una de las part es en conflict o, y la m ay or part e de los insult os
y de las am enaz as de la ot ra.
D e eso hace una hora. ¿ Cuá l de est as personas cree ust ed que est á ahora cont ent a
y feliz , y cont inúa con sus ocupaciones com o si nada hubiera ocurrido, m ost rá ndose
incluso inusualm ent e aleg re y z alam era; y cuá l, por el cont rario, es m á s probable que
est é todavía enfadada, haciendo reproches, rez ong ando? « M ira, m am á , m ira qué
hag o». « N o, m am á no ríe». « ¿ Irem os al z oo el dom ing o?». « A ver, ¿ t ú crees que t e lo
m ereces? ¿ Te parece que t e has port ado bien?».
A rt uro, el padre, vuelve ahora del t rabaj o. ¿ Cuá l de las sig uient es frases le parece
que oirá ?:
A ) « M am á se ha puest o t rem enda est a t arde, no sabes la escenit a que m e ha
hecho. Tienes que decirle alg o».
B) « E st e niño ha est ado t oda la t arde m uy im pert inent e, no m e hace ni caso.
Tienes que decirle alg o».
N uest ros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces. Perdonan sin doblez , sin
reservas, sin reproches, hast a olvidar com plet am ent e el ag ravio. Se les pasa el enfado
m ucho ant es que a nosot ros.

Su hijo es valiente
Im ag ine que est á usted haciendo cola en su banco cuando ent ran unos individuos
arm ados con la cara t apada. Si le dicen que se tire al suelo, ¿ no se t
ira? Si le dicen
que se calle, ¿ no se calla? Si le dicen que se est é quieta, ¿ no se queda de piedra?
¿ Cree que un niño de dos años hubiera obedecido? Im posible. N ing una fuerz a,
ning una am enaz a, ni siquiera una pist ola apunt á ndole puede hacer que un niño de dos
años se est é quiet o m edia hora, dej e de pedir pipí o dej e de llorar en plena rabiet a.
A dm ire su valor, en vez de quejarse de su « obstinación».

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ulandia. com - Pá g ina 8 7
Su hijo es diplomático
Pedro y A nt onio, dos am ig os de cinco años, j ueg an en el parque m ient ras sus padres
charlan en un banco. E n est o lleg a L uis, ot ro niño de la clase, con su m am á . ¡N o est á
poco cont ent o L uis con el t riciclo que le acaban de com prar para su cum pleaños!
Tres niños, un solo t riciclo. ¿ A quié n puede ex t rañarle que surj a un conflict o,
cuando hem os vist o m orir a m iles de personas por cosas m ucho m á s feas, com o un
poz o de pet róleo o una m ina de diam ant es?
Pedro y A nt onio, com o t odos los desposeídos, son de iz quierdas y consideran que
la riquez a debe repart irse ent re los cam aradas. L uis, com o t odos los nuevos ricos, se
ha hecho de derechas y opina que lo que es de cada uno es de cada uno. H ay un
m alent endido, un forcej eo. Pedro ( que es un poco m ay or) ag arra con violencia el
triciclo, y L uis cae de culo al suelo llorando desconsolado.
¡Ya est á arm ada! L a m adre de L uis le reprocha que no prest e sus j ug uet es y que
lloriquee t ant o. Se lo reprocha, hay que decirlo, un poco por « el qué dirá n», pues en
el fondo piensa que ha em pez ado el ot ro y que vay a am ig os m á s g am berros que t iene
su hij o. E l padre de Pedro est á m uy enfadado; es conscient e de que su hij o ha iniciado
la « ag resión» y probablem ent e se ve oblig ado por el m ism o « qué dirá n» a ex ag erar la
not a. Increpa a su hij o, le g rit a, le atosig a con preg unt as ret óricas, « ¡pero que t e has
creído! », de esas que dej an al niño t ot alm ent e inerm e ( pues sabe que si no dice nada,
se lo volverá n a preg unt ar: « V eng a, dim e, ¿ t e parece a t i bonit o em puj ar a la g ent e?»;
pero si dice alg o será peor: « ¡A m í no m e repliques! ») . L a filípica adquiere t ales
proporciones que y a L uis ha dej ado de llorar y observa, m á s asust ado que sat isfecho,
m ient ras Pedro em piez a a llorar por su part e y A nt onio cont em pla la escena
est upefact o.
Por fin A nt onio parece t ener una idea. L lam a la at ención de L uis y le hace reír
con su m ej or im it ación de ciert o personaj e de la t ele. U na vez rot o el hielo, le
propone echar una carrera. « H ast a la fuent e», acept a L uis. « ¡V am os, Pedro, t ont o el
últ im o! ». Y salen los t res de est am pida.
¡Q ué fina m aniobra! A nt onio ha ideado una elaborada est rat eg ia para desat ascar
la sit uación, y L uis, pese a ser la part e ofendida, lo ha ent endido en seg uida y le ha
secundado para librar a su am ig o del furor pat erno. Ya los t res jueg an en perfect a
arm onía, olvidado el incident e y abandonado el t riciclo, j unt o a los padres t odavía
enfadados. H ast a es posible que la m adre de L uis ex clam e: « ¿ Y para est o m e hace
baj ar a la calle con el t riciclo? ¡Ya ves, ahora a j ug ar a ot ra cosa y el t riciclo aquí
m uert o de risa! ». E l padre de A nt onio calla, pero est á m uy org ulloso de su hij o.

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ulandia. com - Pá g ina 8 8
Su hijo es sincero
¡Y cóm o nos m olest a su sinceridad! H em os invent ado palabras ofensivas y
denig rant es para calificarle cada vez que dice lo que piensa: « ¿ Por qué ese señor es
neg ro?» ( ¡N o seas im pert inent e! ) . « ¡Q uiero chocolat e! » ( ¡N o seas pesado! ) . « ¡M ira
qué m uj er m á s g orda! » ( ¡N o seas g rosero! ) . « ¡N o m e g ust an los g uisant es! » ( ¡N o seas
caprichoso! ) . « ¿ Para qué t eng o que lavarm e? N o est oy sucio» ( ¡N o seas cont est ón! ) .
¿ Cuá ndo aprenderá n esas út iles virt udes del adult o: el disim ulo, la ast ucia, el
eng añoŁ ? L as aprenderá n cuando se den cuent a de que se ahorran m uchas reg añinas
si dicen m ent iras o si callan verdades.
E l m aest ro tiene que ausent arse un m om ent o y ordena a Carlos, de siet e años, que
en su calidad de prim ero de la clase se quede vig ilando. L a noble t area del vig ilant e
consist e en pasear ent re los pupit res con los braz os cruz ados, riñendo a los niños que
hablan. U no de los niños se levant a sin m ot ivo, Carlos, en ej ercicio de sus funciones,
le dice que se sient e; el otro no quiere. Carlos avanz a con los braz os cruz ados hacia el
infract or, con una vag a idea de devolverlo a su pupit re por la fuerz a. Se em puj an
m ut uam ent e con los braz os cruz ados, se les escapa la risa, t oda la clase ríe.
E n lo m ej or de la diversión reg resa el m aest ro, m uy enfadado. Carlos int ent a
just ificarse, pero el m aest ro no quiere ex plicaciones. Sólo hace una preg unt a en t ono
conm inat orio:
¿ T ú crees que se puede reír m ient ras se vig ila?
Sí responde Carlos, y recibe una sonora bofet ada.
E l m aest ro vuelve a preg unt ar g rit ando:
¿ T ú crees que se puede reír m ient ras se vig ila?
E st a vez Carlos se t om a unos inst ant es para cont est ar. E st á asust ado, paraliz ado
por el t error. Int ent a com prender el m ot ivo, qué ha hecho m al para m erecer est e t rat o.
Porque no le han peg ado por j ug ar en clase, sino por responder a una preg unt a. Y é l
ha respondido correct am ent e: ha dicho la verdad. E vident em ent e, el m aest ro quiere
que cont est e « no». ¿ Puede cont est ar « no» y salvarse? Carlos int ent a just ificarse a sí
m ism o ese « no», busca desesperadam ent e un m ot ivo para cam biar su respuest a. N o
lo encuent ra. Si la preg unt a hubiera sido « ¿ est á perm it ido reír m ient ras se vig ila?»,
podría cont est ar « no» de inm ediat o ( é l no sabía que no est aba perm it ido, pero ahora
lo sabe: el enfado del m aest ro m uest ra bien a las claras que no est á perm it ido) . Pero
la preg unt a ha sido: « ¿ T ú crees que se puedeŁ ?». « Sí, piensa Carlos, y o creo que sí
que se puede. E so es lo que y o creo, esa es la verdad, no puedo cont est ar ot ra cosa».
N o quiere ser un hé roe, no quiere desafiar al m aest ro, sólo quiere decir la verdad y ,
ent re solloz os e hipidos, vuelve a decir: « ¡Sí! ».
E l m aest ro le propina una bofet ada t odavía m á s fuert e y , con los oj os fulg urant es,
el rost ro cong est ionado y un t ono t erriblem ent e am enaz ador, repit e la fat ídica

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ulandia. com - Pá g ina 8 9
preg unt a:
¿ T ú crees que se puede reír m ient ras se vig ila?
¿ Cuá nt as bofet adas puede soport ar un niño de siete años? Carlos vacila, piensa en
decir que sí, t iene m iedo. H aciendo un esfuerz o inspira profundam ent e, cont
iene sus
solloz os, pronuncia un « no» last im ero y rom pe a llorar am arg am ent e.
E st a escena tuvo lug ar hace t reint a y cinco años; y Carlos, lo habrá n adivinado,
era y o. N o recuerdo el dolor de los g olpes, no recuerdo la hum illación. R ecuerdo sólo
el asom bro, el est upor, el desconciert o y Ł , sobre todo, la rabia y la im pot encia, el
haber sido oblig ado a decir una m ent ira.

Su hijo es sociable
O bserve con qué facilidad se pone su hij o a j ug ar con cualquier ot ro niño. N o le
im port a la clase social, la raz a ni la form a de vest ir. N unca oirá a su hijo pequeño
hacer m anifest aciones racist as ( « estoy harto de est os m oros, vienen en pat eras y nos
quit an el tobog á n») .
A unque los padres se nieg uen el saludo por viej as rencillas, los niños se hablan
sin prej uicios. N o hace m ucho era cost um bre int ent ar lim it ar est a sociabilidad de los
niños ( « no m e g ust a que jueg ues con F ulanit o, es m alo / no es com o nosot ros / no t
e
conviene / es una m ala com pañía») .

Su hijo es comprensivo
A cabo de hacer un pequeño ex perim ent o. H e buscado en Int ernet la frase « los niños
son crueles» y he encontrado 4 0 pá g inas que la cont ienen. L a frase « los niños son
cariñosos» sólo aparece en una de los m illones de pá g inas de Int ernet . « L os niños son
com prensivos», en ning una.

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ulandia. com - Pá g ina 9 0
Se acusa a los niños de abusar de los m á s dé biles, poner m ot es y burlarse de los
que t ienen alg ún defect o. Pero esas conduct as const it uy en la ex cepción y no la reg la.
E s ciert o que, por su falt a de ex periencia social, los niños pueden hacer preg unt as
em baraz osas o m irar insist ent em ent e a una persona con alg ún defect o físico. Pero
tam bié n son capaces de t rat ar con la m ay or nat uralidad a cualquier com pañero y
acept arlo tal com o es, sin preocuparse por su aspect o.
Conoz co una fam ilia con varios hij os, el m ay or de los cuales sufre un ret raso
m ent al profundo. N o cam ina ni habla. D urant e un t iem po, cog ió la m ala cost um bre
de t irar con fuerz a del pelo a t odo aquel, niño o adult o, que se le pusiese a m ano. Sus
herm anos pequeños com prendían perfect am ent e que no era responsable de sus act os
y m ost raban una ex quisit a tolerancia. Si en sus correrías pasaban dem asiado cerca del
herm ano y quedaban at rapados, se lim it aban a quedarse m uy quiet os, con una
evident e ex presión de dolor, y a llam ar suavem ent e a alg ún adult o para que viniera a
liberarlos. Por supuest o, si les est iraba del pelo cualquier ot ro, respondían con la
adecuada cont undencia.
N um erosos invest ig adores han com probado que los niños m enores de t res años
suelen m ost rar em pat ía, es decir, preocupación por el sufrim ient o aj eno. Cuando un
com pañero llora, es frecuent e que int ent en consolarle.
Bow lby cit a un est udio en el que se observó cuidadosam ent e el com port am ient o
de veint e niños de uno a t res años en una g uardería. D iez de ellos habían sufrido
abusos, los ot ros diez provenían de fam ilias con problem as, pero no habían sufrido
abusos. L os niños que habían sido m alt rat ados se peleaban el doble que los ot ros y
m ost raban adem á s t res conduct as que no se observaron en ning uno de los niños no
m alt rat ados: ag redir a un adult o, ag redir a ot ro niño sin ning ún m ot ivo ni
provocación, aparent em ent e sólo para m olest ar, g rit ar o peg ar a ot ros niños que
lloraban, en vez de int ent ar consolarlos.
L os niños criados con cariño y respet o son cariñosos y respet uosos. N o t odo el
rat o, por supuest o, pero sí la m ay or part e del t iem po. E sa es su t endencia nat ural,
pues en el ser hum ano la cooperación con ot ros m iem bros del g rupo es t an nat ural
com o el andar o el hablar. Para conseg uir que los niños se vuelvan ag resivos, t enem os
que em puj arles de alg una m anera, apart arles del cam ino norm al. L os niños
« educados» a g rit os g rit an. L os niños « educados» a g olpes peg an.

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ulandia. com - Pá g ina 9 1
PARTE II

Teorías que no comparto

E n la prim era part e de est e libro he intentado ex plicar las necesidades de los niños
pequeños y los m ot ivos de su com port am ient o. Pero tem o aún que, com o ex plicaba al
com ienz o, alg unos padres lean m i libro, lean lueg o ot ros que dicen todo lo cont rario e
intent en aplicar una m ez cla de t
odo, pensando que en el fondo decim os lo m ism o.
D e m odo que, a cont inuación, pasaré revist a a unas cuant as t
eorías con las que no
est oy de acuerdo.

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ulandia. com - Pá g ina 9 2
LA PUERICULTURA FASCISTA
A lice M iller revisa en Tu propio bien las recom endaciones de los pedag og os
alem anes de los sig los X III y X IX , una corrient e que se ha dado en llam ar « pedag og ía
neg ra». M iller señala que el obj et ivo final, no declarado, de t ales m é t odos era form ar
súbdit os obedient es y que aquel sist em a de « educación» perm it e ex plicar el é x it
o del
naz ism o en A lem ania ent re una ciudadanía dispuest a a obedecer cieg am ent e a
cualquier fig ura de aut oridad, aunque sus órdenes fueran crueles, absurdas o
inm orales. E l libro de M iller ( com o t odos los de su aut ora) const ituy e una lect ura
m uy recom endable. Cit arem os a cont inuación alg unos pasaj es de aquellos ex pert os
del pasado, y el lect or podrá com pararlos con los act uales y ver cuá nt o hem os
avanz ado.

N o se puede t rat
ar de raz onar con niños pequeños; de aquí que la t estarudez deba ser
elim inada de m anera m ecá nica [Ł ] . Pero si los padres t ienen la suerte de neutraliz ar
la t
est arudez desde el prim er m om ent o m ediant e serias reprim endas y repart iendo
g olpes con la vara, obtendrá n niños obedient es, dóciles y buenos a los que lueg o
podrá n ofrecer una buena educación. ( J. Sulz er, 1 7 4 8 , citado por M iller) .

E s perfect am ent e natural que el alm a infant il quiera salirse con la suy a y , si las cosas
no se han hecho debidam ent e en los dos prim eros años, m á s tarde será difícil
conseg uir el obj et ivo. E st os dos prim eros años present an, entre otras, la vent aja de
que podem os em plear la violencia y la coacción. Con el t iem po, los niños olvidan
todo cuant o les ocurrió en la prim era infancia. Si en aquella et apa podem os
despoj arlos de su volunt ad, nunca m á s volverá n a recordar que t uvieron una y ,
precisam ent e por eso, la severidad que sea necesario aplicar no t endrá ning una
consecuencia g rave. ( J. Sulz er, 1 7 4 8 , cit
ado por M iller. )

Ot ra norm a m uy im port ant e por sus consecuencias es la de que incluso los deseos
perm isibles del niño sólo deberá n ser sat isfechos si é l m ism o se encuent ra en un
est ado aním ico de am able inocuidad o, al m enos, t ranquilo, pero nunca si chilla o se
m uest ra indócil e int rat able. [Ł ] al niño no debe dá rsele la m á s lig era sospecha de
que puede conseg uir alg o de su ent orno chillando y port á ndose incorrect am ent e. [Ł ]
E l aprendiz aj e arriba descrit o dará al niño una not able vent aja en el art
e de esperar y
lo preparará para ot ro, m á s im port ant e aún, en el fut uro: el arte de renunciar.
( D . G . M . Schreber, 1 8 5 8 , citado por M iller) .

E nt re los eng endros propios de una filant ropía m al ent endida est
á t am bié n la idea de
que, para obedecer con g ust o, se han de com prender a fondo los m ot ivos de la orden
y de que toda obediencia cieg a at enta cont ra la dig nidad hum ana. ( L . K ellner, 1 8 5 2 ,
cit ado por M iller) .

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ulandia. com - Pá g ina 9 3
U na pedag og ía realm ent e cristiana, que acept e a la persona no com o debiera ser, sino
com o es, no podrá , en principio, renunciar a ning ún t ipo de cast ig o corporal, y a que
este es precisam ent e el cast ig o m á s apropiado para ciert os delit
os: hum illa y
trast orna, da fe de la necesidad de dobleg arse ant e un orden superior y revela a la vez
toda la energ ía del am or pat ernal ( K . A . Schm id, 1 8 8 7 , cit
ado por M iller) .

N acidas baj o reg ím enes polít icos absolut ist


as y despót icos, estas t
eorías t rasladan al
interior de la fam ilia el m odelo represor del est ado, y conviert en al padre en policía,
juez y verdug o ( y a la m adre en un sim ple suboficial) . Cuando la t eoría es adm it ida
com o « verdad cient ífica», se revist e de una falsa respet abilidad. L a ciencia, se
supone, no t iene ideolog ía, es neut ral y objetiva. Personas que j am á s acept arían un
estado represor acept an ahora una pedag og ía represora. E n 1 9 4 5 , los doct ores K oller,
direct or del H ospit al de M uj eres de Basilea, y W illi, jefe del A silo de Infancia de
Zurich, se ex presaban en t é rm inos m uy parecidos. Su libro alcanz ó seis ediciones en
Suiz a en 1 9 4 5 :

L a psique del niño pequeño es t an sencilla, t an inocent e, t


an fá cil de dirig ir que
apenas se t ropiez a con dificult ades. Com o un reloj , reacciona a las t etadas prescrit as,
se anuncia punt ualm ent e, se dem uest ra cont ent o con la cant idad de alim ent os, est á
tranquilo ent re las tet adas y duerm e durant e t oda la noche. L a m adre se sient e
org ullosa y feliz de su hij o tan j uicioso. [Ł ] A lg unos lact ant es no se conform an con
las horas de las t et
adas, o quieren m am ar m á s de lo prescrit o, o t
ort uran a la m adre
cada noche con g rit os durant e horas ent eras [Ł ] Si est a [la m adre] , y a durant e las
prim eras sem anas corresponde a cualquier m anifest ación de m alest ar o de m al hum or,
pront o se hará esclava del niño y sufrirá m ucho. A t iem po t enem os que quit arle sus
falt as, m á s t
arde result an m ucho m á s difícil.
Sig nifica un error sacar al lact ant e de la cam a porque llora durant e la noche o
ent re las tet adas; es ig ualm ent e equivocado t ornarlo en braz os o darle m á s alim ent o.
Si todo est á norm al [t ras visit ar al m é dico] , se dej a g rit ar al lact ant e; a veces, se
conform a y a despué s de pocos días con el orden prescrit o, pero t am bié n pueden pasar
sem anas. Sin preocupación, se le coloca solo en una habit ación donde se oig an los
g rit os lo m enos posible.
L os lact ant es m ay ores a m enudo t rat an de caut ivar a la m adre con el llant o. G rit an
furiosam ent e cuando sale de la habit ación o se nieg an a g rit os a recibir el alim ent o de
ot ra persona que no sea de ella. Ya desde el principio t enem os que g uardarnos de
tom ar en serio est os g rit
os.

Curiosam ent e, es un aut or español el que de form a m á s ex plícit a propug na la


puericultura com o m é t odo de adoct rinam iento político. Se trat
a de R afael R am os,
catedrá t
ico de pediat ría en Barcelona despué s de la G uerra Civil y del t riunfo
franquista. E n su obra de 1 9 4 1 , no esconde sus sim patías políticas:

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ulandia. com - Pá g ina 9 4
Y el E st
ado verdadero es el que busca la felicidad de sus súbdit os, aunque para ello
t
eng a a veces que im ponerse por la fuerz a, ser duro, rig uroso.

Claro que es m ejor que el súbdit


o se críe obedient
e desde el principio y así el E st
ado
no t
endrá que usar la fuerz a:

E l niño en t odo m om ent o, y desde el prim er día de su vida, debe saber que hay
alg uien superior a é l que va a cuidarle, no solam ent e prodig á ndole alim ent os, calor,
et c. , sino que va a frenar sus inst intos: la m adre [Ł ] .
A ) D esde que el niño nace, debe colocá rsele en su cuna y solam ent e ir a la cam a
de la m adre cuando va a t om ar el pecho. Si llora, no le cog erá n en braz os ni le
m ecerá n, sino que le lim piará n caso de est ar sucio, le pondrá n al pecho si ha lleg ado
su hora, si t iene frío le dará n calor [Ł ] o si llora porque t iene necesidad de llorar
sim plem ent e, pero sin que precise ning ún rem edio, se le dej ará con t oda t ranquilidad
que sig a llorando [Ł ] . L a ex periencia, recog ida de t ant as m adres, aseg ura, si la raz ón
cient ífica no fuera suficient e, que un niño recié n nacido llora durant e diez , doce,
quince días, pero que si con é l se observó est a rig urosa act it
ud de no cog erle, ni
acallarlo, ni ponerle chupet e, pasado est e int ervalo, convencido de la ineficacia de sus
prot est as, el niño va dism inuy endo la int ensidad de est as [Ł ] .
B) N o le pondrá al pecho cada vez que llore, sino cuando le corresponda y de una
m anera sist em á t ica [Ł ] . Tam bié n suele la m adre quej arse de la punt ualidad que ex ig e
la alim ent ación de su hij o, m as ¡qué insig nificant e result a est o si se tiene en cuent a el
tiem po y la esclavit ud prolong ada que habría de cost arle si por desidia suy a
cont raj era el pequeño cualquier t rastorno o enferm edad!
C) Sin acceder a sus caprichos, cuando el niño em piez a a com prender que,
aunque no lo m anifiest e, es m á s pront o de lo que suele creerse , deberá hacé rsele
saber que est a severa act itud es por su bien.
Y así, poco a poco, se deposit a en la conciencia del niño un g erm en de valor
incalculable que la m adre va haciendo crecer. E l hij o sabe que hay alg uien a quien
est á supedit ado, que le cuida, le dirig e y de quien recibe los cast ig os, si bien no
persig ue ot ro fin que su felicidad. A est e niño, m á s t arde hom bre, ¡qué fá cil le
result aría la obediencia a cualquier ot ra aut oridad- superioridad! Pero si a ese hom bre
no le educaron así desde su cuna, se rebelará a la m enor cont rariedad, enfrent á ndose
con su m aest ro, con su j efe, con el g uardia de la circulación, con el E st ado que le
g obierna.

O bservam os aquí los principales fundam ent


os filosóficos que se oponen a las
conduct as de afect
o ent
re m adre e hij
o:

L a m aldad int
rínseca del recié n nacido: un ser caprichoso que abusa de quienes

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ulandia. com - Pá g ina 9 5
le cuidan y ex ig e cosas que no necesit a sólo por fast idiar. Sólo a t
ravé s de una
educación fuert em ent e represiva lleg ará a adquirir los valores m orales de un
adult o. E sto choca front alm ent e con la ant ig ua idea crist iana del niño inocent e,
sin uso de raz ón, que no necesit a confesarse ant es de los siete años porque es
incapaz de pecar.
E l niño que « necesit a llorar». E l llant o no es reconocido com o sínt om a de
sufrim ient o, sino que se considera una act ividad norm al e inocua, cuando no
decididam ent e m alé vola del niño.
L a ex ig encia de abneg ación m at erna. A unque a veces ha invocado el derecho de
la m adre a descansar para j ust
ificar est as ríg idas norm as de crianz a, aquí se da
una versión opuest a y m á s acorde con la realidad: la m adre t iene una tendencia a
cog er a su hij o y responder a sus llant os, por lo que fá cilm ent e lo m alcría por
sim ple « desidia». Seg uir las norm as y horarios en cam bio, es difícil y la m adre
se quej a de ello, pero debe sacrificarse para no acarrear enferm edades a su hij o.

E s por su bien. E l t
rato m á s ríg ido se j
ustifica no por el bienest
ar de la m adre, sino
por el del propio hij o.
A l m ism o t iem po, se m uest ran alg unos de los m é t odos tradicionalm ent e
em pleados para im poner est as teorías ent re las m adres:

L a aut oridad cient ífica ( cuando, en realidad, no ex ist e base científica de ning ún
tipo y se t
rat
a de opiniones personales) .
L a am enaz a y la culpa: el niño enferm ará si no se sig uen las norm as.

E st
e escrit o m uest ra t am bié n claram ent e las im plicaciones polít icas de la
puericult ura: la sum isión absolut a del niño es sólo una preparación para la sum isión
del adulto.
L am entablem ent e, estas teorías pedag óg icas no han desaparecido con la dict adura
que las j
ustificaba. A ut ores que sin duda y a no com part en las ideas polít
icas del D r.
R am os sig uen com part iendo sus ideas pedag óg icas. Cincuent a años despué s,
volvem os a encont rar el m ito del niño m anipulador y ast uto:

Si correg ida est a [la causa] sig ue llorando, arm arse de paciencia y dej arle llorar.
Cuando el niño se convenz a de que nadie le prest a at
ención, se callará . D e no hacerlo
así, hast
a el m á s pequeñit o pront o se dará cuenta de su poder y repet
irá la escena
teniendo lug ar fat alm ente el com ienz o de una m ala educación. El niño de pecho es
más listo de lo que cree la gente ( R am os, 1 9 4 1 ) .

[Ł ] Juanit o es un ser intelig ent


e, m uy intelig ent e, y no va a dobleg arse a nuest ra
volunt ad a la prim era de cam bio. A part e de pedir ag ua, decir pupaŁ , t rucos de los
que y a os hem os hablado, puede que vom it e. N o os asust é is, no le pasa nada: los

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ulandia. com - Pá g ina 9 6
niños saben provocarse el vóm it
o con sum a facilidad ( E st
ivill, 1 9 9 5 ) .

Y el m it
o de la m adre abneg ada y la im posición de las norm as a los padres m ediant
e
am enaz as y culpa:

Claro es que criar y educar bien a un niño supone sacrificio, roba m uchas horas a su
m adre, pero la salud y aleg ría del m ism o bien pront
o la recom pensa sobradam ent e.
N o hacerlo, dej á ndose ablandar por el dichoso llant o, es querer m uy m al al pequeño y
hacerle un desg raciado ( R am os, 1 9 4 1 . )

M i hij o se va a dorm ir pasadas las once de la noche, porque m i m arido suele lleg ar a
esa hora y quiere ver al pequeño. ¿ H acem os m al? [Respuesta] D isfrut ar del niño sin
t ener en cuent a sus necesidades biológ icas es una act itud alg o eg oíst a [Ł ] . Pensar
( sic) que, sobre t odo ent re los cinco y los siet e m eses, está is ay udando a vuest ro hij
o
a adquirir unos há bit os correct os de sueño y que, de no ser así, repercut irá en su salud
física y m ent al. ( E st
ivill, 1 9 9 5 . )

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ulandia. com - Pá g ina 9 7
EL ORDEN
L a idea de que los niños necesit
an una vida ordenada, unas rut
inas fij
as, es y a
ant ig ua:

L a com ida y la bebida, la vest im ent a, el dorm ir y , en g eneral, el pequeño m undo


fam iliar de los niños deberá n reg irse por un orden y no ser nunca alt erados en función
de la test arudez o las ex travag ancias infant iles, a fin de que ellos m ism os aprendan a
som et erse a las norm as del orden y a en su prim era infancia. |Ł | si los niños se
acost um bran desde m uy t em prano a un orden det erm inado, m á s t arde supondrá n que
est e es alg o perfect am ent e nat ural, pues no se dará n cuent a de que les ha sido
im puest o de form a art ificial. ( Sulz er, 1 7 4 8 , cit
ado por M iller) .

D os sig los m á s t
arde, otros ex pert
os sig uen defendiendo las m ism as ideas, aunque
con dist intos arg um ent os:

L a educación del lact ant


e em piez a y a desde el prim er día; tenem os que acost um brarle
inm ediat am ent e a la idea de que ex iste alg uien que le dirig e. H ay que observar un
orden rig uroso en las horas de sueño y de com ida y a desde el principio, y no debem os
tolerar que se nos im pong a con sus lloros. Si cedem os aunque sólo sea una vez , ello
se g rabará en la m em oria del lact ant e, el cual en seg uida t
rat ará de im ponernos su
volunt ad. ( St
irnim ann, 1 9 4 7 ) .

D urant e el prim er año de vida, el niño evoluciona de m anera considerable; para


ay udarle en su andadura, los padres y educadores han de dirig ir sus esfuerz os hacia el
obj etivo de inst aurar unos buenos há bit os. [Ł ]
E n su prim er periodo evolut ivo, el
niño necesit a org aniz ar su ex ist encia en t
orno a unos indicadores ex t ernos que le
m arquen el rit m o y el orden, de acuerdo con los rit m os biológ icos. ( F errerós, 1 9 9 9 . )

E n doscient os cincuent a años sólo ha cam biado la form a de vender el product o. A ntes
se ex plicaban los verdaderos m ot ivos: el orden es alg o artificial que los padres
im ponen por su propia conveniencia, eng añando a sus hij os y dobleg ando su
volunt ad. E l objet
ivo principal es conseg uir que el niño se acost um bre a la obediencia
y lleg ue a creer que las órdenes recibidas son en realidad sus propias necesidades.
D oscient os años despué s, St irnim ann sig ue ex presá ndose en los m ism os t é rm inos.
A hora som os polít icam ent e correct os ( que es la m anera polít icam ent e correct a de
decir que som os hipócrit as) , y el m ism o orden se pret ende hacer pasar com o una
necesidad del niño, alg o que surg e de sus rit m os biológ icos. E l objetivo principal
sería ay udar al niño.
¿ N o es m aravilloso que los educadores de la ant ig üedad sin el m enor respet o

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ulandia. com - Pá g ina 9 8
hacia el niño, decidieran « im poner de form a art ificial» un orden que, casualm ent e,
result ó ser j ust o lo que los niños « necesit aban»? Y si los rit m os son biológ icos ( es
decir, son int ernos y surg en del m ism o niño) , ¿ por qué hay que « m arcarlos con
indicadores ex t ernos»?
Sin duda, invest ig adores y est udios serios han cont ribuido a dar im port ancia a las
rut inas. Por ej em plo, Bow lby cit a el est udio de Peck y H avig hurst en una pequeña
ciudad nort eam ericana en los años cuarent a y cincuent a. O bservaron cuidadosam ent e
a un g rupo de niños durant e años para valorar cóm o se desarrollaba su cará ct er y
cóm o influía en ello su fam ilia. A quellos niños m ej or valorados por los
invest ig adores y t am bié n por sus propios com pañeros de coleg io, « bien int eg rados,
em ocionalm ent e m aduros, en posesión de principios m orales firm es e
int ernaliz ados», t enían padres que aprobaban decididam ent e a sus hij os, confiaban en
ellos y com part ían sus act ividades. E ran m á s indulg ent es que severos. L as relaciones
ent re los padres eran buenas. Y, aquí viene nuest ro tem a « el hog ar se rig e por paut as
y horarios reg ulares, aunque no dem asiado ríg idos».
Pero, oj o, en aquel est udio sólo cuat ro niños habían sido clasificados com o
m aduros y bien int eg rados, y uno de ellos t enía una fam ilia dist int a: un « hog ar de
clase baj a m uy descuidado en el cual el ent revist ador advirt ió pocas paut as de
reg ularidad o coherencia». ¿ Q ué ocurre aquí? N o era la reg ularidad lo que producía
adolescent es t an sim pá t icos y equilibrados. E ra lo dem á s: el cariño, la confianz a, el
cont act o. L a reg ularidad aparecía en t res de las cuat ro fam ilias por casualidad, porque
era una cualidad apreciada por las fam ilias de clase m edia de aquella é poca. Tam bié n
podrían haber dicho: « L os padres de los niños bien int eg rados llevan corbat a».
Pero una fam ilia de clase baj a, viviendo en el desorden, t am bié n puede t ener un
hij o plenam ent e m aduro y equilibrado si le ofrece cariño y respet o.
D ent ro de la vida ordenada, m erece una especial at ención el m it o de las rut inas
noct urnas. U na m adre nos ex plicaba así su desconciert o:
E l pediat ra nos dij o que hay que em pez ar a g enerarle una rut ina, pero no lo
t enem os que dorm ir en braz os, lo que es m uy difícil.
E l niño prefiere los braz os a la rut ina y para sus padres es t am bié n m á s fá cil. ¿ Por
qué com plicar las cosas? Seg ún el m it o, hay que poner al niño a dorm ir siem pre de la
m ism a form a, porque si no, « nunca aprenderá ». Pero la vida no es siem pre ig ual.
¿ Cóm o em piez a su hij o a tom ar una alim ent ación variada? U nas veces com e un puré
con cuchara ( que le dan los padres o que int ent a ag arrar é l solo) . O t ras veces la
com ida est á en t rocit os, que cog e con los dedos ( y al cabo de unos m eses con un
tenedor) . Puede que ust ed suj et
e un plá t ano o un g aj o de m andarina m ient ras é l lo
chupa, y ot ras veces será é l el que suj et ará la com ida. U nos días com erá sent ado en su
trona, ot ros en el reg az o de papá , alg una vez m ast icará una g allet a o un t roz o de pan
m ient ras pasea por la calle en su cochecit o.

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ulandia. com - Pá g ina 9 9
Suele com er en casa, pero alg unos días lo hace en casa de unos abuelos o de los
ot ros abuelos, y en cada casa será dist inta la t
rona o no habrá t rona, y será dist into el
plat o, y la com ida est ará cocinada de ot ro m odo, y le pondrá n ot ro babero o ning ún
babero, y una abuela int ent ará « dist raerle para que com a», m ient ras que ot ra le dej ará
a su aire. H ast a es posible que com a alg unos días en la g uardería. Pese a est a absolut a
falta de rut inas predecibles, t odos los niños acaban com iendo.
N o hace falt a com er ig ual cada día y t am poco hace falt a una rut ina para irse a
dorm ir. Pero, si hiciera falt a, ¿ por qué no eleg ir la rut
ina con que su hij o y ust ed sean
m á s felices? D orm irse en braz os, con el pecho, con una canción de cuna o en la cam a
de sus padres t am bié n pueden ser rut inas; sólo tendría que hacerlo cada día ig ual.

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ulandia. com - Pá g ina 1 0 0
LA EDUCACIÓN CONDUCTISTA
E l conduct ism o es una de las num erosas t eorías psicológ icas del sig lo pasado. Com o
teoría t iene, sin duda, sus punt os fuert es y sus aplicaciones, y result a útil para t ratar a
alg unos pacient es. N o es el conduct ism o ent ero lo que quiero ahora crit icar, sino sólo
una ciert a form a de aplicar la t eoría a la crianz a y educación de los niños.
U no de los padres del conduct ism o fue Skinner, un psicólog o nort eam ericano que
m et ía rat as de laborat orio en unas j aulas especiales ( « j aulas de Skinner», por
supuest o) . L a jaula t enía una palanca y un ag uj erit o, cada vez que la rat a apret aba la
palanca salía com ida por el ag uj erit o. L as rat as pront o aprendían a apret ar la palanca
para obt ener com ida y la apret aban cada vez m á s. L a com ida es un « refuerz o» y el
mét odo de aprendiz aj e se llam a « condicionam ient o operant e». Si desconect as la
palanca y dej a de salir com ida cada vez que apriet a, la rat a prim ero apriet a la palanca
frené t icam ent e, pero se cansa y con los días dej a de apret arla por com plet o. E sto se
llam a « ex t inción» de una conduct a por falt a de refuerz o. Si quieres que la conduct a
desaparez ca m á s rá pidam ent e, puedes usar un refuerz o neg at ivo: cada vez que apriet a
la palanca, descarg a elé ct rica.
Con su j aula, su rat a y m ucha paciencia, Skinner lleg ó a saber m uchísim o sobre el
com port am ient o de las rat as enj auladas. Jam á s est udió a las rat as en libert ad. Pero, de
todos m odos, con el dest ello del g enio, lleg ó a la conclusión de que sus
descubrim ient os podían aplicarse al ser hum ano y de que cualquier conduct a podía
ser « m odelada» con los refuerz os adecuados. E n 1 9 4 8 escribió una novela de ciencia-
ficción, Walden Dos. E st e es el nom bre de una especie de com una ut ópica, cuy os
habit ant es se han aislado volunt ariam ent e del m undo para vivir de acuerdo con las
enseñanz as del conduct ism o y en que las t é cnicas de refuerz o y aprendiz aj e
const ituy en la base de la sociedad. L a novela est á escrit a en un t ono didá ct ico y en
ella Cast le, un cat edrá t ico de filosofía un poco t ont o, hace cont inuas preg unt as para
que F raz ier, el fundador de la com unidad, pueda lucirse con las respuest as.
E n Walden Dos, los niños se crían sin apenas cont act o hum ano durant e el prim er
año, en pequeñas cabinas individuales con un vent anal de crist al, colocadas t odas
ellas en un cuart o en el que ni siquiera hay un cuidador ( al m enos en el m om ent o en
que los prot ag onist as del libro lo visit an) :
A travé s del crist al pudim os ver a niños de diversas edades. N ing uno t enía puest o
m á s que un pañal, y no t enían ropa de cam a. E n una de las cabinas, un pequeño
recié n nacido de buenos colores dorm ía boca abaj o. O t ros bebé s de m á s edad est aban
despiert os y j ug ando con j ug uet es. Cerca de la puert a, un niño a g at as apret aba la
nariz cont ra el crist al m ient ras nos sonreía.
E n la novela, la cuidadora de est os bebé s ent ra en el cuart o, al que m edio en
brom a llam an « acuario», sólo para enseñá rselo a los visit ant es. D esde lueg o, los

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niños no t om an el pecho, pues la m adre es una fuent e de infección:
¿ Y los padres? dij o Castle inm ediat am ent e . ¿ N o pueden ver a sus hij os?
¡O h, sí! , siem pre y cuando g ocen de buena salud. A lg unos padres t rabaj
an en la
g uardería. O t ros pasan por aquí t odos los días, m á s o m enos, aunque sólo sea durant e
unos m inut os. Sacan al niño al sol o jueg an con é l en un salón de j ueg o.
E st os bebé s que duerm en, j ueg an, sonríen y que ven a sus padres unos m inut os,
casi t
odos los días, no lloran nunca porque no t ienen de qué quej arse: la hum edad y la
tem perat ura de sus cabinas est á n perfect am ent e cont roladas, lo que les perm it e ir
desnudos y evit ar la incom odidad de la ropa. F raz ier no duda en afirm ar:

Cuando un bebé sale de nuest ra Prim era G uardería, desconoce t otalm ent e la
frust
ración, la ansiedad y el t
em or. N unca llora, ex cept
o cuando est
á enferm o.

Cualquiera con dos dedos de frent e se indig naría ant e esta frase. D ecir que unos niños
que han pasado casi t oda su vida solos en un cubículo de crist al no han conocido la
frust ración ni la ansiedad parece una brom a de m al g ust o. L o m á s parecido que ex ist e
en la vida real al acuario de Skinner es la sala de prem at uros de un hospit al, con sus
hileras de incubadoras. Y allí los niños sí que lloran. U no de los g randes avances en
el cuidado de los prem at uros es el m é t odo cang uro: sacarlos el m ay or t iem po posible
de la incubadora y ponerlos en braz os de sus m adres; se ha vist o que así los bebé s
eng ordan m á s, enferm an m enos y su rit m o cardiaco y respirat orio se m ant iene m á s
est able ( lo que indica que sufren m enos) .
Pero en la novela, el t ont orrón de Cast le acept a, cóm o no, que est os pobres niños
abandonados son absolut am ent e felices e incluso se quej a de que se les m im a
dem asiado:
¿ Pero les preparan para la vida? dij o Cast le . Ciert am ent e no se puede
seg uir así, evit á ndoles t oda frust ración o las sit uaciones de t em or.
Por supuest o que no. Pero puede prepará rseles para ellas. Se puede crear una
tolerancia a la frust ración int roduciendo obst á culos g radualm ent e conform e el niño
crece y se hace lo suficient em ent e fuert e para resist irla.
U nas pá g inas m á s adelant e, F raz ier nos ex plica cuá les son esos m é t odos
educat ivos con los que enseñan a los niños de uno a seis años a t olerar la frust ración:
¿ Cóm o se puede producir la t olerancia ant e una sit uación m olest a? dij e.
Bueno, por ej em plo, haciendo que los niños aprendan a « ag uant ar» calam bres
cada vez m á s dolorososŁ
E st a sorprendent e declaración, adm it iendo que se ha som et ido a los niños a
tort uras sist em á t icas, no provoca en la novela el m enor com ent ario del rest o de los
personaj es, ni siquiera de los que se supone que no creen en las t eorías de F raz ier.
M á s adelant e ex plica ot ra té cnica « educat iva» un poco m enos ex t rem a:

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Tom em os un ej em plo: unos chiquillos lleg an a casa despué s de un larg o paseo,
cansados y ham brient os. E speran que se les dé la cena. Pero, en vez de ella, se
encuent ran con que es la hora de la lección de aut ocont rol. Tienen que quedarse de
pie, durante cinco m inut os, ant
e la taz a de sopa calient e.

N unca he oído a ning ún educador, m é dico o psicólog o recom endar lo de las


corrient es elé ct ricas. Pero sí que he oído docenas de sug erencias sim ilares a la
seg unda: hacer esperar deliberadam ent e al bebé que llora o al niño que pide cualquier
cosa; enseñarle a « ret rasar la sat isfacción de sus deseos», a « t olerar la frust ración», a
« ir alarg ando las t om as». Q uiz á s alg unos m e consideren ex t rem ist a cuando afirm o
que est as m aniobras m e parecen crueles e indig nas. « Q ué ex ag erado», pensará n, « no
es lo m ism o t ort urar a un niño con corrient es elé ctricas que hacerle esperar cinco
m inut os para cenar». Pues bien, para Skinner sí que es lo m ism o, son dos ej em plos
perfect am ent e int ercam biables de un m ism o m é t odo.
Claro que a un niño no le hace ning ún daño esperar cinco m inut os para cenar. L e
pasará docenas, cient os de veces a lo larg o de su infancia, de m anera nat ural. Pedirá
la cena y la cena no est ará list
a. O se sent ará a la m esa y le hará n levant arse para
lavarse las m anos. Q uerrá ver un prog ram a por la t ele y se t
endrá que esperar a que
com ience. Tendrá que esperar al día de R ey es para recibir sus reg alos, aunque los
paquet es y a est é n escondidos en el arm ario de sus padres. E l bebé despert ará llorando
desesperado, y su m adre t ardará cinco m inut os en venir porque est á dorm ida, en la
ducha o friendo croquet as con el aceit e a punt o de quem arse. N ada de eso hace
ning ún daño a un niño. Com o t am poco le hace ning ún daño recibir por accident e una
leve descarg a elé ct rica, caerse j ug ando y hacerse un m oret ón o despellej arse una
rodilla.
L o verdaderam ent e dañino en t odas est as té cnicas « educat ivas» no es el hecho en
sí, sino su m ot ivación. N o es lo m ism o t ocar accident alm ent e un cable elé ct rico que
pasarle corrient es elé ct ricas a propósit o a un niño para que aprenda a t olerar la
frust ración. Cualquier niño prefiere g olpearse j ug ando a que su propio padre le peg ue
una bofet ada, aunque a veces se hace m á s daño j ug ando. N o es lo m ism o pensar
«t eng o que esperar porque la cena no est á preparada» o « no podem os cenar hast a que
veng a t ía Isabel», que pensar « podríam os cenar y a, pero m is padres no m e dej an por
el sim ple placer de hacerm e esperar». N o quisiera que m is hij os g uardasen de m í ese
recuerdo.
Si el niño t iene edad suficient e para com prender lo que le est á n haciendo, sin
duda sent irá la m ism a rabia y la m ism a hum illación que sent iríam os cualquiera de
nosot ros en sem ej ant es circunst ancias. O t al vez teng a raz ón Skinner y , si se le ha
som et ido a t ales abusos desde la m á s t ierna infancia, acabe por som et erse, por acept ar
que no t iene ning ún derecho y que est á a m erced de la volunt ad y del capricho de
ot ros.

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U n bebé , en cam bio, no puede conocer el m ot ivo del ret raso; nunca sabrá si su
m adre t ardó cinco m inut os porque est aba m uy ocupada o porque le dio la g ana. Para
el bebé no ex ist e, es ciert o, ning una diferencia. Pero para la m adre sí. N o se puede
j ust ificar una ag resión porque la víct im a no se da cuent a. E s el acto en sí de provocar
una frust ración deliberada a un ser hum ano lo que es inm oral. Si est a tarde se cort a la
luz en su barrio durant e diez m inut os, ust ed nunca sabrá si de verdad hubo una avería
o si la com pañía elé ct rica ha decidido pract icar cort es de diez m inut os, al az ar, para
que los ciudadanos aprendan a t olerar la frust ración y a arreg lá rselas sin elect ricidad.
U st ed no puede saberlo, pero da por sent ado que la seg unda opción es im posible.
¿ Cóm o iba nadie a hacerle una cosa así a un adult o, fast idiarle a propósít o para
« educarle»? N o, eso sólo se le puede hacer a los niños.
W alden D os es sólo una novela, pero pret ende ser alg o m á s. L a solapa del
ej em plar que t eng o en m is m anos afirm a:
W alden D os no es una dig resión, no es un divert im ent o del aut or, Skinner cree en
su ficción; W alden D os es aconsej ado, com o lect ura com plem ent aria, a los
est udiant es de Ciencias Sociales de m uchas universidades nort eam ericanas.
¡Cree en su ficción! É l m ism o lo reafirm a en el prólog o que añadió en 1 9 7 6 ,
donde propug na con ent usiasm o que su idea se lleve a la realidad. Skinner j am á s
int ent ó criar a ning ún niño con su m é t odo ( se dij o que lo había aplicado con su hij a
pequeña, pero su hij a m ay or desm ient e con energ ía est e m it o en la pá g ina w eb de la
F undación Skinner) . L o m á s cercano que ha ex ist ido a la aplicación prá ct ica de sus
mét odos son los kibbut z de Israel, en los que los bebé s y niños dorm ían t odos j unt os
y separados de sus padres. E l ex perim ent o fracasó, result aba ig ualm ent e m olest o para
los padres y para los hij os, y hoy en día los niños duerm en con sus padres hast a la
adolescencia en t odos los kibbut z.
Si Skinner hubiera publicado un falso art ículo cient ífico, invent ando un falso
ex perim ent o sobre unos suj et os inex ist ent es, t arde o t em prano se hubiera descubiert o
el fraude. Su prest ig io se habría esfum ado, le habrían echado de su universidad y sus
libros habrían caído en el olvido. E n vez de ello, invent ó un falso ex perim ent o sobre
suj et os inex ist ent es, pero en vez de hacerlo pasar por real, lo publicó com o novela de
ciencia ficción. Paradój icam ent e, m ucha g ent e lo acept ó ent onces com o si fuese real
o al m enos com o si se basase en dat os cient íficos, y m uchos m iles de psicólog os y
educadores han leído la obra y han dej ado que esas fant asías im preg nen sus creencias
y orient en su vida.
E l concept o de neg ar sist em á t icam ent e at ención y cuidados a los niños para así
aum ent ar su tolerancia a la frust ración est á ahora m uy ex t endido, al ig ual que ot ras
ing eniosas aplicaciones de las t eorías conduct istas. Pero, en realidad, y a eran ideas
viej as cuando Skinner int ent ó darles un nuevo prest ig io cient ífico:

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V eam os ahora cóm o pueden cont ribuir los ej ercicios a la represión t otal de los
sent im ient os. [Ł ] U na de estas [pruebas] consist e en abst enerse de ciert as cosas que
a uno le g ustan. [Ł ] D adles buena frut a y , cuando quieran lanz arse sobre ella,
ponedles a prueba. ¿ Podrías cont rolart e y g uardar est a frut a hast
a m añana? ¿ Serías
capaz de reg alarla? ( Schreber, 1 8 5 8 , citado por M iller. )

A diferencia de Skinner, Schreber sí que educó a su hij o sig uiendo sus norm as. Su
hij o, D aniel Paul Schreber, es considerado « el pacient e m á s fam oso de la psicolog ía y
el psicoaná lisis», y los ex pert os aún discut en si el t
ratam ient o recibido en su infancia
influy ó en su post erior enferm edad m ent al.
E n su herm oso libro ¿ Por qué lloras?, Cubells y R icart nos ofrecen una t eoría
com plet am ente dist inta sobre la t olerancia a la frust ración:
E s una equivocación frecuent e el pensar que la m ej or m anera de aprender a
tolerar y superar la frust ración es hacer que el niño se enfrent e a ella cuant o ant es
m ej or.
Para ellos, no son los niños, sino los padres quienes t ienen que aprender a t olerar
la frust ración. E s decir, t enem os que com prender que ciert as cosas provocan
frust ración en nuest ros hij
os, y que esa frust ración se m anifest ará con llantos, g rit
os,
rabiet as e incluso g olpes e insult os. H em os de ser capaces de t olerar est as
m anifest aciones de ira, que son respuest as norm ales a la frust ración, sin neg arles
nuest ro cariño, sin reñirles ni cast ig arles, sin caer en absurdas veng anz as.

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ALGUNOS MITOS EN TORNO AL SUEÑO

A lg unas de las cost um bres de nuest ro t


iem po
parecerá n sin duda bá rbaras a las g eneraciones venideras;
tal vez la insist
encia en que los niños pequeños
e incluso los bebé s duerm an solos en vez de con sus padres.
Carl Sag an, The Demon-Haunted World

L a caída de la noche siem pre ha sido un m om ent o propicio para cont ar historias,
cuent os para dorm ir y cuent os para no dorm ir. Tam bié n se cuentan m uchas hist orias
sobre el sueño en sí, y por desg racia alg unas de ellas se pret enden hacer pasar com o
ciert as.

Dormir de un tirón
E n la versión clá sica del m it
o, los niños duerm en ocho o diez horas seg uidas;
m odernam ent e se han publicado versiones aún m á s desaforadas:

Cum plido el prim ero m edio año de vida, a lo sum o siete m eses, un pequeño ha de ser
capaz de dorm irse solo, en su propio cuart
o y a oscuras, y hacerlo de un t
irón ( unas
once o doce horas seg uidas) .

Con un m é t odo sim ilar, ot ras aut oras aseg uran que cualquier niño puede y debe
dorm ir doce horas seg uidas a part ir de los t
res m eses.
N o nos dicen est os ex pert os de dónde han sacado su inform ación. Q uerem os creer
que no se lo habrá n invent ado, que de alg ún sit io habrá n sacado la idea de que los
niños norm ales duerm en once o doce horas ( y no ocho ni t rece) y que lo hacen a
part ir de los seis m eses o de los t
res m eses ( y no de los dos m eses o de los diez ) .
Buscando, buscando, hem os encont rado un est udio cient ífico que a lo m ej or dio
pie a est a creencia. E s un t rabaj o serio, bien hecho, publicado en una prest ig iosa
revist a m é dica hace m á s de veint e años. A nders film ó durant e t
oda la noche a dos
g rupos de niños, de dos y de nueve m eses de edad, y observó que el 4 4 por cient o
dorm ían t oda la noche a los dos m eses, y el 7 8 por cient o lo hacían a los nueve

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m eses. N o nos dice si t om aban el pecho, pero por la é poca es probable que casi t odos
los de dos m eses y t odos los de nueve m eses t om asen el biberón. Todos los niños
dorm ían solos en su cunit a.
E s fá cil im ag inar que alg uien que ley ó hace t iem po est e est udio y no lo ha vuelt o
a repasar, o que sólo lo ha oído de seg unda o t ercera m ano, pueda acabar afirm ando
que t odos los niños duerm en de un t irón a los seis m eses. Tot al, seis m eses es « casi»
lo m ism o que nueve ( ig ual lo ley eron al revé s) , y 7 8 por cient o es « casi» lo m ism o
que 1 0 0 por cienŁ
Pues no, señor, no es lo m ism o. Sig ue habiendo un 2 2 por ciert o de niños
norm ales de nueve m eses que no duerm en t oda la noche, y eso con lact ancia art ificial
y durm iendo solos.
Pero leam os el est udio con m á s det alle: result a que el D r. A nders usa una
definición de « dorm ir t oda la noche» que es habit ual en la lit erat ura en leng ua
ing lesa: « E l niño perm anece en la cuna ent re las doce de la noche y las cinco de la
m adrug ada». E l barco hace ag uas por dos sit ios:
Si el niño se despiert a pero no llora, e incluso si llora pero no sale de la cuna
( es decir, si sus padres no lo sacan, porque é l solo no puede salir) , se considera que
« durm ió t oda la noche». E n realidad, seg ún at est ig uan las film aciones, sólo el 1 5 por
cient o de los niños de dos m eses y el 3 3 por cient o de los de nueve m eses durm ieron
de form a cont inua, sin despert arse, desde las doce hast a las cinco de la m adrug ada.
Si se despiert a a las doce m enos cuart o o a las cinco y cuart o, t am bié n ha
« dorm ido t oda la noche», aunque sus padres lo saquen y lo t eng an que pasear de
cinco y cuart o a seis y m edia. Personalm ent e, si t
eng o que levant arm e a las siet e para
ir a t rabaj ar y m i hij o se ha de despert ar una vez cada noche, no veo m ucha diferencia
ent re que se despiert e a las cuat ro o a las seis. Y ust ed, ¿ ve la diferencia? L o que de
verdad m e g ust aría ( sé que no es frecuent e y que no t eng o derecho a ex ig irlo ni
esperarlo, pero sería bonit o) es que no m e despiert en en t oda la noche.
¿ Cuá nt os niños dorm ían de verdad, desde que los acost aban por la noche hast a
que los sacaban de la cuna por la m añana, las fam osas once o doce horas del D r.
E st ivill? Pues no lo sabem os, porque los padres del est udio no dej aban t ant o t
iem po a
sus hij os en la cuna, sino una hora m enos: la m edia era de diez horas y t reint a
m inut os. Sólo el 6 por cient o de los bebé s de dos m eses y el 1 6 por cient o de los de
nueve m eses dorm ían esas diez a once horas seg uidas. E l 8 4 por cient o de est os
niños, que duerm en solos en su propia habit ación y no t om an el pecho, no duerm e lo
que el D r. E st ivill considera « norm al». Com o vim os en capít ulos ant eriores, es
probable que, con lact ancia m at erna y durm iendo con su m adre, el porcent aj e de
niños con « sueño anorm al» fuese t odavía m ay or.
¿ Q uié n define qué es lo norm al? Prim ero se est ablece una definición de « sueño
norm al» que es arbit raria, absurda, cont raria a los conocim ient os cient íficos y t an

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est ricta que sólo la cum ple el 1 5 por cient o de los niños norm ales. L ueg o se afirm a
que t odos los niños que no cum plen con esa definición t ienen un « problem a de
sueño», y que si no se pone rem edio, habrá « consecuencias m uy neg at ivas»:
E n lact ant es y niños pequeños, llant o fá cil, irritabilidad, m al hum or, falt a de
atención, dependencia de quien lo cuida, posibles problem as de crecim ient o. E n niños
de edad escolar, fracaso escolar, inseg uridad, t im idez , m al cará ct er.
N o se nos dice t am poco qué est udios cient íficos sust ent an esas am enaz as. Pero las
am enaz as son part e fundam ent al del m é todo, porque si le dij é ram os a los padres la
pura verdad, por ej em plo: « Si su hijo se despiert a por la noche varias veces, es
norm al y a é l no le perjudica para nada. Pero a ust ed le fastidia, ¿ verdad? A sí que
vam os a ex plicarle un m é t odo sencillo para que su hij o no dé la lata»; si dij é ram os
eso a los padres, m uy pocos est arían dispuest os a aplicar el « t rat am ient o». N o, hay
que convencerles de que es necesario para el bien de su hij o.
Por últ im o, se convence a ese 8 5 por cient o de los padres de que su hij o
« anorm al» no se « curará » a m enos que lean el libro:

[Ł ]
ceñíos a lo que hay á is leído, no hag á is nada que no se os hay a ex plicado.

Con est
as prem isas, el é x it
o edit
orial est
á aseg urado.

Los peligros del colecho

Y ahora le aconsej o que vay a a su habit


ación,
se com port e con t
ranquilidad y espere.
F ranz K afka, El proceso

M uchas fam ilias opt an por m et er al niño en la cam a g rande. U nas, porque es lo m á s
ag radable y otras, porque es lo m á s prá ct ico. Pero la presión es m uy g rande, y
consig uen hacer que se sient an culpables, com o ex plica R osa:
Teng o un bebé de un año, y desde hace un m es a est a parte es im posible hacerle
dorm ir en su cam a t oda la noche; se despiert a a m edianoche llorando y la única
m anera de calm arla es pasá ndola a nuest ra cam a. Com o t rabaj am os los dos, lleg a un
m om ent o en el que preferim os dej arla con nosot ros y así poder descansar, aunque

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sabem os que est á m al.
Pues no, no est á n haciendo nada m al. E st á n haciendo lo m ej or para su hija ( lo
único que la calm a) y t am bié n lo m ej or para ellos ( lo único que les perm it e
descansar) . ¿ A quié n m olest a, ent
onces, que hay an t om ado librem ent e esta decisión?
Se hace creer a los padres que dorm ir con su hij o ( el colecho) es m alo para el
niño. L o aplast ará n, le causará n insom nio para t oda la vida o le producirá n alg ún
g rave y m ist erioso t raum a psicológ ico. ¿ Q ué hay de ciert o en t
odo ello?
N o ex ist e ning ún est udio aleat orio y cont rolado ( es decir, en que se hay a
recom endado el colecho a un g rupo de em baraz adas y el dorm ir separados a ot ro
g rupo, y se hay an est udiado los efectos a larg o plaz o) . Todos los dat os provienen, por
tanto, de est udios de m enor calidad.

El colecho no produce insomnio


E nt re los est udios de observación, m uchos encuent ran una asociación ent re dorm ir
con los padres y diversos problem as de sueño. Por ej em plo, Curell y colaboradores
observan que en el g rupo que pract ica el colecho hay m á s padres ( 1 7 por cient o frent e
a 5 por cient o) y m á s niños ( 4 4 por cient o frent e a 1 7 por cient o) que perciben el
m om ent o de ir a dorm ir com o desag radable; los niños duerm en m enos ( 1 0 , 4 frent e a
1 0 , 8 horas) , se despiert an en m ay or proporción ( 8 9 por cient o frent e a 5 1 por cient o) ,
t ardan m á s en dorm irse ( veint icinco frent e a diecisiet e m inut os) , son m á s viej os
( veint e frent e a diecisé is m eses) y t ienen m á s probabilidades de pert enecer a un nivel
socioeconóm ico baj o ( 5 1 por cient o frent e a 2 9 por cient o) . L os aut ores concluy en
que « el colecho produce un efect o neg at ivo sobre el sueño de los niños», pero olvidan
com ent ar que el colecho produce vej ez en los niños y pobrez a en sus fam iliasŁ N o,
claro, es brom a; el colecho no es la causa de la pobrez a, se t rat a sólo de una
asociación est adíst ica; incluso podría haber una causalidad inversa, t al vez
det erm inados g rupos sociales pract ican el colecho por t radiciónŁ Pues bien, del
m ism o m odo, la ex plicación m á s raz onable de la asociación ent re problem as del
sueño y el colecho no es que el colecho produce problem as de sueño, sino la
cont raria: en una sociedad en que el colecho est á g eneralm ent e m al vist o, los padres
recurren a é l sólo cuando han fallado ot ros m é t odos para hacer dorm ir al niño, es
decir, cuando el niño es propenso a llorar o a despert arse, o t
arda m ucho en dorm ir.

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Cóm o ex plicar, por ej em plo, que el 4 4 por cient o de los niños que duerm en con
los padres encuent ren desag radable el m om ent o de irse a dorm ir, frent e a sólo el 1 7
por cient o de los que duerm en solos. ¿ D ebem os creer que los niños prefieren dorm ir
solos a dorm ir con los padres? ¿ E st os niños querían dorm ir solos en su habit ación,
pero les oblig aron a dorm ir en la cam a de sus padres? ¿ N o será m á s bien que los
padres int ent an prim ero que el niño se duerm a solo, est e llora y se resist e, y al final le
dej an m et erse con ellos en la cam a, pero a reg añadient es y con m al hum or? ( « M ira
que eres pesada, m e vas a m at ar a disg ust os. ¡V eng a, vent e a la cam a si es eso lo que
quieres! ») . A lg o así debe pasar para que un niño lleg ue a encont rar desag radable el
irse a la cam a con sus padres.
L os est udios t ranscult urales arroj an luz sobre est e punt o. E n E st ados U nidos, el
colecho suele est ar m al considerado ent re los blancos, pero es habit ual y se considera
acept able ent re los neg ros. L a doct ora L oz off y sus colaboradores est udiaron a cuat ro
g rupos de niños nort eam ericanos de seis a cuarent a y ocho m eses de edad: blancos de
clase social baj a, blancos de clase alt a, neg ros de clase baj a y neg ros de clase alt a.
E nt re los blancos, dorm ían m á s con los padres los niños pobres ( 2 3 por cient o) que
los ricos ( 1 3 por cient o) , pero ent re los neg ros no había diferencias ( dorm ían con sus
padres el 5 6 por cient o de los pobres y el 5 7 por cient o de los ricos) . E l colecho se
asociaba con problem as leves de sueño ent re los blancos pobres y ent re los neg ros
ricos, pero no en los ot ros g rupos. Sólo ent re los blancos pobres se asociaba
est adíst icam ent e el colecho con la percepción por part e de los padres de que su hij o
tuviera un problem a im port ant e de sueño; en los ot ros g rupos la diferencia no era
sig nificat iva, y ent re los neg ros pobres t al diferencia era, de hecho, favorable al
colecho ( t enían m á s problem as los niños que dorm ían solos) .
¿ Cóm o ex plicar t odas est as diferencias? Tal vez los blancos pobres duerm en con
el niño a reg añadient es porque ex ist e un problem a previo de sueño o porque no t ienen
suficient es habit aciones en la casa, m ient ras que los poquísim os blancos ricos que
duerm en con el niño lo hacen convencidos de que es lo m ej or porque han leído libros
y se han inform ado. Tal vez los neg ros pobres duerm en con sus hij os por t radición,
porque consideran que eso es lo norm al y por t ant o ni causan ni encuent ran un
problem a; m ient ras que los neg ros ricos, aunque sig uen m ant eniendo la cost um bre,
han leído libros o han oído a pediat ras que crit ican el colecho, em piez an a sent irse
culpables de lo que hacen y acaban t eniendo problem as con el sueño.
A ún m á s espect acular result a com parar E st ados U nidos con Japón. E st a últ im a es
una sociedad alt am ent e indust rializ ada en que el colecho se considera norm al y
deseable. Tradicionalm ent e, los niños duerm en con sus padres hast a los cinco años y
lueg o suelen pasar a dorm ir con alg ún abuelo ( si vive en casa) hast a la adolescencia.
E s una m uest ra de respet o hacia los abuelos: sería de m ala educación dej arlos solos.
E n una m uest ra de fam ilias j aponesas de clase m edia, L at z , W olf y L oz off

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encont raron que el 5 9 por cient o de los niños de seis a cuarent a y ocho m eses dorm ía
con la m adre o con am bos padres, y lo hacía desde el nacim ient o, cada noche y
durant e t
oda la noche; m ient ras que solam ent e dorm ía con sus padres el 1 5 por cient o
de los nort eam ericanos blancos y casi t odos de form a parcial ( es decir sólo alg unas
noches o part e de la noche) .
Preg unt aban a los padres de am bos países si sus hij os prot est aban porque no
quería irse a dorm ir, si se despert aban con frecuencia ( t res o m á s veces por sem ana) y
si creían que su hij o t enía problem as con el sueño. ( Se t rata, pues, de problem as
percibidos. E so depende no sólo de lo que hag an los niños, sino de lo que esperen sus
padres. A nt e dos niños que duerm en ex act am ent e ig ual, unos padres pueden pensar
que ex ist e un problem a y ot ros, que t odo es norm al) . E l dorm ir con los padres se
asociaba con prot est as para ir a dorm ir, despert ares frecuent es y con problem as del
sueño ent re los nort eam ericanos. E n cam bio, los niños j aponeses que dorm ían con sus
padres no t enían m á s « problem as» ni prot est aban a la hora de dorm ir, pero sí que se
despert aban m á s ( puest o que eran los padres los que facilit aban est e dat o, est a
asociación podría indicar, sim plem ent e, que los padres que duerm en separados de sus
hij os no siem pre se ent eran cuando el niño se despiert a) .
Parecería que no hay m ucha diferencia, que t ant o en un país com o en el ot ro los
niños que duerm en solos duerm en « m ej or» que los que duerm en con sus padres. Pero
ahora viene lo realm ent e apasionant e. L os niños j aponeses que dorm ían con sus
padres se despert aban a m edia noche casi t an poco ( 3 0 por cient o) com o los
am ericanos que dorm ían solos. L os am ericanos que dorm ían acom pañados se
despert aban m uchísim o m á s ( 6 7 por cient o) , m ient ras que los j aponeses que dorm ían
solos se despert aban poquísim o ( 4 por cient o) . D uerm an donde duerm an, los niños
japoneses t ienen m uchos m enos problem as, prot est an m enos y se despiert an m enos
que los am ericanos. L os aut ores del est udio concluy en que:
R esist irse al int enso deseo de los niños pequeños de est ar m uy cerca de sus
cuidadores durant e la noche puede sent ar las bases de las prot est as a la hora de
dorm ir y del despert ar noct urno persist ent e en E st ados U nidos. O t ros fact ores que
pueden aum ent ar las prot estas a la hora de dorm ir y el despert ar noct urno ent re los
niños nort eam ericanos que duerm en con sus padres incluy en el colecho int erm it
ent e o
parcial, el que los padres recurran al colecho com o reacción a alt eraciones del sueño,
las recom endaciones de los profesionales en cont ra de est a prá ct ica y la am bivalencia
de los padres respect o al colecho.
A sí que las g raves am enaz as son t ot alm ent e falsas: no sólo el colecho no produce
insom nio, sino que es el int ent ar que los niños duerm an solos lo que aparent em ent e
causa problem as de sueño en O ccident e. Tal vez nuest ros ex pert os del sueño se
dedican a int ent ar solucionar los problem as que ellos m ism os han creado.
¿ Y por qué , de t odas m aneras, los niños que duerm en solos duerm en m á s en

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am bos países? Probablem ent e ha ocurrido una selección espont á nea, aunque en
dist into sent ido. E n E st ados U nidos, donde el colecho est á m al vist o, sólo dej an ir a la
cam a de los padres a los niños que no duerm en de ning una ot ra m anera; es un g rupo
seleccionado de niños que duerm en poco. A l revé s, en Japón, donde el colecho es
tot alm ent e norm al, sólo aquellos padres cuy os hij os duerm en com o t roncos se at reven
a im itar lo que ven en las películas y poner al niño en ot ra habit ación; es un g rupo
seleccionado de niños m uy dorm ilones.
N uest ra cult ura parece que no es t an obsesiva con los « problem as de sueño»
com o la nort eam ericana, aunque la presión ha aum ent ado en los últ im os años. A sí,
G arcía y colaboradores, en una z ona rural de Cat aluña, encont raron que la m it ad de
los niños de uno a t res años se despert aban por las noches, la m ay oría m á s de dos
veces por noche. M uchos pedían com pañía, ag ua o com ida; la m ay or part e de los
padres sat isfacía est as dem andas. Pero sólo la m it ad de las fam ilias cuy os hij os se
despert aban por la noche consideraban que el niño « dorm ía m al», y sólo una de cada
cinco había consult ado al m é dico por t al m ot ivo. Cont rast a est a tolerancia y
despreocupación de la m ay oría de los padres con el alarm ism o de alg unos ex pert os:
E stivill afirm a, refirié ndose al « insom nio infant il por há bit os incorrect os», que:
N o hay m ay or desest abiliz ador de la arm onía cony ug alŁ , la sensación de
frust ración se increm ent aŁ , las reacciones de aut oculpa son frecuent esŁ

El colecho no causa problemas psicológicos


¿ E n qué se basan quienes afirm an que el niño que duerm e con los padres va a acabar
en el m anicom io? Com o ex plicam os ant eriorm ent e, el est
udio cient ífico definit ivo
consist iría en decirle a cien em baraz adas que duerm an con sus hij os y a ot
ras cien que
no, y esperar veint e años para ver cuá les tienen m á s problem as psicológ icos. N adie
ha hecho un est udio así.
L os est udios de cohort e son m enos fiables. H abría que buscar niños que duerm en
con sus padres y niños que duerm en solos, y ver qué pasa dent ro de unos años. Com o
son los padres los que han decidido si duerm en con el niño o no, puede producirse un
sesg o de selección. Por ej em plo, hem os vist o que en E st ados U nidos los neg ros
pobres duerm en m á s con sus hij os que los blancos ricos; t am bié n los padres con
m enos est udios y los que t
ienen problem as económ icos o t ensiones cony ug ales. Y los

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niños enferm os o que han sufrido un accident e tienen m á s posibilidades de ser
adm it idos en la cam a de sus padres. Si, m á s adelant e, estos niños se com port an de
form a diferent e, ¿ será debido al colecho o a las desig ualdades sociales, a la pobrez a y
a la enferm edad? A dem á s, en una sociedad en la que el colecho est á m al vist o, puede
ser que quienes lo pract iquen se sient an culpables por ello y t rat en a sus hij os con
am bivalencia y host ilidad. Por t odo ello, no nos habría de sorprender que alg ún
est udio de cohort e encont rase problem as psicológ icos en niños que han dorm ido con
sus padres.
Y, sin em barg o, el único est udio de cohort e realiz ado sobre el t em a encont ró que,
a los dieciocho años, los que habían dorm ido con sus padres no m ost raban ning ún
efect o pernicioso: no t enían peores relaciones con sus padres ni con ot ras personas,
no consum ían m á s t abaco, alcohol ni ot ras drog as, no eran m á s act ivos sex ualm ent e.
Por últ im o, ex ist e tam bié n un est udio de casos y cont roles; es decir, que com para
niños con problem as psicológ icos con niños sin problem as, para ver cuá les duerm en
m á s con los padres. L o em prendieron, nada m enos, los psiquiat ras infant iles del
hospit al de la M arina de E st ados U nidos en H onolulú.
Prim era sorpresa, result a que el 3 0 por cient o de los hij os de M ilit ares ( ent re dos
y t rece años de edad, m edia cinco años) dorm ía con sus padres. Y la cifra aum ent aba
al 5 0 por cient o cuando el padre est aba em barcado. L os niños m enores de ocho años,
cuando su padre no est aba, dorm ían con la m adre dos o m á s noches por sem ana de
m edia; despué s de los ocho años, la m edia baj aba a 0 , 6 noches por sem ana. N o había
relación ent re la frecuencia del colecho y la g raduación m ilit ar del padre.
Seg unda sorpresa, los cuarent a y siet e niños que acudían al psiquiat ra por
dist int os problem as psicológ icos dorm ían m enos con sus padres que los t reint a y seis
niños sanos que servían de cont rol. L a diferencia era especialm ent e not able ent re los
varones de m á s de t res años de edad: cinco de los seis niños sanos dorm ían con su
m adre en ausencia del padre, frent e a sólo ocho de los veint idós niños con problem as
psicológ icos.

El colecho no causa la muerte súbita


H ace dos sig los, cuando todos los niños dorm ían con sus padres, alg unos am anecían
m uert os. Se decía que sus m adres les habían aplast
ado sin querer; se sospechaba que

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alg unos eran niños no deseados deliberadam ent e asesinados. Para evit ar los supuest os
accident es o para evit ar que los infant icidas pudieran recurrir a t an fá cil j ust ificación,
los m é dicos y a veces las ley es prohibieron que los niños durm ieran en la cam a de sus
padres.
Para sorpresa g eneral, alg unos niños seg uían m uriendo durant e el sueño, aunque
durm iesen en su cuna y nadie les pudiera asfix iar. H oy llam am os a est e problem a
« síndrom e de la m uert e súbit a del lact ant e»; pero hace apenas unas dé cadas, el
té rm ino habit ualm ent e usado t ant o por los padres com o por los m é dicos era « m uert e
en la cuna». E l 9 0 por cient o de est as m uert es ocurre durant e los prim eros seis m eses;
el rest o, ent re los seis m eses y el año.
N o se sabe cuá l es la causa ex act a de la m uert e súbit a, pero sí se conocen varios
fact ores que pueden aum ent ar o dism inuir el riesg o. Por desg racia, el riesg o no se
puede reducir a cero, y alg unos niños m orirá n hag an lo que hag an sus padres. Pero
podem os evit ar m uchas m uert es si tom am os varias precauciones sencillas. L as m á s
im port ant es: poner siem pre a los bebé s a dorm ir boca arriba ( boca abaj o es lo peor,
pero de lado t am bié n hay un ciert o riesg o) , no fum ar durant e el em baraz o ni en los
prim eros m eses ( y a puest os, sería buena idea dej ar de fum ar para siem pre; eso
beneficia t ant o al niño com o a los padres) , y no dej ar al niño durm iendo solo en su
habit ación ( es m ej or que la cuna est é en la habit ación de los padres, al m enos los
prim eros seis m eses) . Tam bié n es im port ant e que el colchón sea duro y evit ar en la
cam a o en la cuna los obj et os blandos que pueden asfix iar al bebé , com o edredones
pesados, alm ohadas, pieles m ullidas ( nat urales o sint ét icas) o peluches. N o se ha de
m ant ener al bebé dem asiado abrig ado ( el bebé suele necesit ar un poco m á s de ropa
que sus padres, pero no puede ponerle la cam iset a té rm ica, dos j ersey s, un pij am a de
franela y encim a t aparlo con m ant a y colcha en una habit ación en que hay
calefacción) . Parece que la lact ancia m at erna t am bié n dism inuy e un poco el riesg o de
m uert e súbit a.
¿ Y dorm ir en la cam a de los padres? ¿ A um ent a el riesg o, lo dism inuy e o no t iene
nada que ver?
A lg unos dat os parecen indicar que, al m enos en ciert as circunst ancias, el colecho
puede dism inuir el riesg o. L a m uert e súbit a es m uy rara en Japón, donde dorm ir con
los padres es lo m á s com ún, y t am bié n es m á s rara ent re los em ig rant es asiá t icos en
Ing lat erra ( que suelen pract icar el colecho) que ent re los ing leses nat ivos. A dem á s, en
los est udios de laborat orio, los bebé s que duerm en con su m adre t ienen un sueño
m enos profundo, lo que se piensa que podría ser beneficioso.
D iversos est udios de casos y cont roles en N ueva Zelanda y en Ing lat erra
encont raron que cuando la m adre no fum a, el riesg o de m uert e súbit a es ex act am ent e
el m ism o si el niño duerm e en la cam a de los padres o en su cunit a al lado. Si el bebé
duerm e solo en ot ra habit ación, el riesg o se m ult iplica por cinco o por diez .

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E l tabaco aum ent a m ucho el riesg o de m uert e súbit a del lact ant e. F um ar durant e
el em baraz o y a aum ent a el riesg o, aunque lueg o se dej e de fum ar ( pero si se sig ue
fum ando, es t odavía peor) . E n casa de un bebé no deberían fum ar t am poco ot ras
personas.
Por m ot ivos t odavía no bien conocidos, el riesg o del t abaco se pot encia con el
colecho. E n el est udio brit á nico, probablem ent e el m ej or diseñado para analiz ar est e
problem a, fum ar y dorm ir separados m ult iplica el riesg o por cinco, pero fum ar y
dorm ir j unt os m ult iplica el riesg o por doce.
Por t ant o, la m ejor solución es no fum ar. L a m adre que no fum a ni ha fum ado
durant e el em baraz o puede dorm ir con su hij o t odo lo que quiera, sin ning ún pelig ro.
A dem á s de prevenir la m uert e súbit a del lact ant e, no fum ar t iene m uchas ot ras
vent aj as para la salud de la m adre y de su hij o. Si la m adre fum a o ha fum ado durant e
el em baraz o, sería prudent e no dorm ir con el bebé durant e las prim eras cat orce
sem anas ( despué s de est a edad, el colecho y a no aum ent a el riesg o, ni siquiera
fum ando) . Puede dar el pecho en la cam a y ponerlo en su propia cunit a, j
unt
o a la
cam a de los padres, cuando se duerm a.
E l hallaz g o de que el colecho se asocia con la m uert e súbit a cuando la m adre
fum a fue recibido con g ran aleg ría por t odos aquellos que t enían prej uicios cont ra el
colecho. E n vez de decir que el colecho es « m alo» o « inm oral», ahora podían usar un
arg um ent o m é dico, que parece m ucho m á s serio. Pero a m uchos se les ve el plum ero.
A lg unos prohíben el colecho en cualquier ocasión, olvidá ndose de inform ar a las
m adres de que si no fum an ni han fum ado durant e el em baraz o, no hay ning ún
pelig ro. O t ros adm it en el colecho, pero sólo durant e las prim eras sem anas
( precisam ent e cuando hay pelig ro) . Casi t odos se olvidan de advert ir que durant e los
prim eros m eses, t anto si la m adre fum a com o si no, dej ar al niño solo en ot ra
habit ación es pelig roso.

Mamar por la noche

N o nos dejarem os influir por los g ritos del lactante para darle
el pecho antes de la hora adecuada.
Si em pez am os a alim ent ar al niño durant e la noche, est
e se
acost um bra y acaba por ex ig irlo.

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D r. F rit
z St
irnim ann, 1 9 4 7

Solem os oír que « a part ir de los seis m eses no necesit an m am ar por la noche». E st a
frase est á tan vacía de cont enido que result a difícil de rebat ir por su m ism a vacuidad.
¿ Q ué sig nifica « no necesit an»? ¿ Q ue no se m orirá n de ham bre si no m am an por la
noche? ¿ Q ue ex ist en niños que no han m am ado por la noche? ¿ Q ue es posible
im pedir que un niño det erm inado m am e por la noche? Pues del m ism o m odo
podríam os afirm ar que los niños « no necesit an ir a la escuela», « no necesit an
m anz anas», « no necesit an j ug uet es» o « no necesit an calcet ines». N ing ún niño ha
m uert o ( ni siquiera ha enferm ado g ravem ent e) por no ir a la escuela, por no com er
m anz anas, por no t ener j ug uet es o por no usar calcet ines. E x ist en m illones de niños
que j am á s han t enido t ales cosas. Cualquier padre puede privar a su hij o de escuela,
m anz anas, j ug uet es y calcet ines si se lo propone. Pero ¿ quié n ha dicho que lo
innecesario est é prohibido? A nt ig uam ent e, los presos en las m az m orras est aban a pan
y ag ua, pero al m enos nadie cont rolaba si se com ían su pan y se bebían su ag ua
durant e el día o durant e la noche.
Tam poco hay una diferencia sust ancial ent re las frases « los niños no necesit an
com er de noche» y « los niños no necesit an com er de día». O t ro ex pert o podría
escribir ot ro libro ex plicando a los at ribulados padres que los niños que com en de día
lo hacen por « m alos há bit os aprendidos» ( claro, han aprendido a asociar la luz solar
con el alim ent o) , y proponer un ré g im en de cuat ro com idas g enerosas por la noche,
con once horas de ay uno durant e el día. ¿ Pelig roso? N o m á s de día que de noche. E so
sí, si unos padres ley eran am bos libros e int ent aran aplicarlos a la vez , su hij o iba a
pasar m ucha, pero que m ucha ham bre.
D ej em os de lado, por banal, el asunt o de si los niños necesit an m am ar por la
noche o no, y cent ré m onos en lo realm ent e im port ant e: ¿ es perj udicial para el niño y
la m adre, o por el cont rario es beneficioso y hay que recom endarlo, o t al vez no es ni
bueno ni m alo y lo m á s prudent e es callarse y que cada cual hag a lo que quiera?
N adie, que sepam os, ni siquiera los m á s fervient es part idarios de que los niños
ay unen t oda la noche, ha pret endido seriam ent e que el com er de noche sea perj udicial
para el niño: no produce cá ncer, ni calvicie, ni alm orranas, ni m ucho m enos
« em pacho» o « m ala dig est ión». D e hecho, se suele adm it ir que durant e los prim eros
m eses sí que pueden com er de noche. Si com er de noche fuera pelig roso para un niño
de diez m eses, ¿ no lo sería m ucho m á s para uno de sólo dos m eses? E l t errible
pelig ro de m am ar de noche parece ser de t ipo psíquico: el niño que ha probado la
leche noct urna, com o el t ig re que ha probado la sang re hum ana, se convert irá en un
devorador de m adres.
N o conocem os ning una prueba de sem ej ant e teoría. Probablem ent e quienes la
defienden vieron hace años la película Gremlins, aquellas sim pá t icas y adorables

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criat uras que se convert ían en m onst ruos asesinos si se les daba de com er despué s de
las doce de la noche.
M cK enna, un ant ropólog o nort eam ericano, ha est udiado la int errelación ent re
dorm ir con la m adre ( colecho) y la frecuencia de las t om as noct urnas en un g rupo de
3 5 niños y sus m adres, nort eam ericanos de orig en hispano ( g rupo é t nico que
considera el colecho com o alg o posit ivo) . V eint e de los niños solían dorm ir con su
m adre cada día, m ient ras que 1 5 solían dorm ir separados; t odos recibían lact ancia
m at erna ex clusiva. Cuando los niños t enían t res o cuat ro m eses de edad, cada m adre
pasó dos noches con su hij o en un laborat orio. Se les film aba con una cá m ara de
infrarroj os, m ient ras se reg ist raban sus const ant es vit ales para dist ing uir las dist int as
fases del sueño. Independient em ent e de cuá l fuera su cost um bre en casa, cada niño
durm ió una noche j unt o a su m adre y ot ra separado.
Se observó que los niños m am aban m á s veces y durant e m á s t iem po cuando
dorm ían con su m adre que cuando dorm ían separados. E s decir, que el dorm ir
separados parece dism inuir el núm ero de t om as y por t ant o dificult a la lact ancia
m at erna. A dem á s, los bebé s que solían dorm ir solos en su casa m am aban siem pre
m enos ( de m edia, 3 , 8 t om as la noche que durm ieron j unt os y 2 , 3 cuando durm ieron
separados) que aquellos que solían dorm ir con su m adre ant es del ex perim ent o ( 4 , 7 y
3 ,3 t om as, respect ivam ent e) . E s decir, el dorm ir separados parecía afect ar de form a
persist ent e al com port am ient o de los niños, de m anera que ni siquiera cuando se les
daba la oport unidad de dorm ir con la m adre log raban recuperarse por com plet o.
D urant e las dos sem anas previas al est udio, las m adres habían anot ado en casa el
núm ero de t om as noct urnas. Curiosam ent e, m am aban m enos que en el laborat orio:
2 ,4 tom as por noche los que dorm ían j unt os ( 4 , 7 en el laborat orio) , y 1 , 6 t
om as los
que dorm ían separados ( 2 , 3 en el laborat orio) . L a diferencia podría at ribuirse a que
los niños est aban m á s nerviosos en un am bient e ex traño, pero obsé rvese que el
aum ent o es m ucho m ay or ent re los que duerm en acom pañados ( que, en t eoría,
est arían m enos nerviosos) . Tal vez lo que ocurría es que, en casa, la m adre no se
ent eraba de t odas las t om as porque a veces est aba dorm ida; m ient ras que en el
laborat orio, la im placable cá m ara reg ist raba cada m am ada sin error.

¿Qué es el insomnio infantil?

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Cuá ndo un niño pequeño t arda en dorm irse o se despiert a varias veces por la noche y
llam a a su m adre, se nos dice que t iene « insom nio infant il por há bit os incorrect os».
E n el M anual D iag nóst ico y E stadíst ico de los Trast ornos M ent ales ( D SM - IV ) , una
clasificación int ernacional g eneralm ent e acept ada, no aparece ning una enferm edad
con ese nom bre. Sí que aparece el « insom nio prim ario», cuy os crit erios diag nóst icos
principales son la « dificult ad para iniciar o m ant ener el sueño» y el provocar
« m alest ar clínicam ent e sig nificat ivo o det erioro social, laboral o de ot ras á reas
im port ant es de la actividad del individuo».
Si a m i vecino le g ust a irse a la cam a a las diez , pero y o prefiero quedarm e
ley endo hast a las doce, ¿ t
eng o insom nio? Claro que no; t endría insom nio si m e fuese
a dorm ir a las diez , pero no consig uiera dorm ir hast a las doce. E n cam bio, si un niño
no quiere dorm ir, sino j ug ar, dicen que tiene insom nio.
Si m e quit an el colchón y m e oblig an a dorm ir en el suelo m e cost ará m ucho
dorm irm e. ¿ Sig nifica eso que t eng o insom nio? Claro que no; devué lvam e el colchón
y verá qué bien duerm o. Si a un niño lo separan de su m adre y le cuest a dorm ir,
¿ t iene insom nio? ¡V erá qué bien duerm e si le devuelven a su m adre!
E l verdadero insom nio, el que sufren alg unos adult os, es a1 g o totalm ent e dist into
de ese « insom nio infant il» que se han sacado de la m ang a. A lg ún niño habrá ,
supong o, que de verdad t eng a insom nio, pero en g eneral est am os hablando de niños
que o bien no quieren dorm ir o bien quieren dorm ir pero no les dej an porque les
privan del cont acto hum ano que necesit an para dorm ir bien. E l « m alest ar
clínicam ent e sig nificat ivo» no se lo produce la falt a de sueño, sino la falt a de
cont act o hum ano. E l único m alest ar se lo producim os nosot ros, cuando, eng añados
por ciert as t eorías, neg am os a nuest ros hij os la sat isfacción de sus m á s bá sicas
necesidades.

Enseñar a los niños a dormir


H ay adult
os que no saben leer o que no saben g eog rafía porque nadie les enseñó.
Pero no hay nadie que no sepa dorm ir. D orm ir, com o com er, respirar o cam inar, no es
una conduct a aprendida. Todos nacem os sabiendo dorm ir, com er y respirar,
com enz am os a cam inar cuando nos lleg a la edad adecuada, sin que nadie nos enseñe.
Sí que podem os aprender a m odificar de una form a específica est as conduct as

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innat as. Todos saben com er, pero para com er con palillos chinos o con t enedor y
cuchara hay que aprender. Todos saben cam inar, pero para bailar hay que aprender.
Todos saben respirar, pero para t ocar la flaut a hay que aprender. Todos saben dorm ir,
pero para hacerlo de una det erm inada form a cult uralm ent e acept ada ( ponerse el
pij am a, m et erse en la cam aŁ ) hay que aprender. E s seg uro que nuest ros ant epasados
prehum anos y a dorm ían y no necesit aban aprender nada.
Cuant o m á s se separe la form a en que querem os que duerm an nuest ros hij os de la
form a en que es nat ural para ellos dorm ir, m á s t endrem os que enseñarles. E s m ucho
m á s fá cil enseñarles a dorm ir con pij am a o en una cam a que enseñarles a dorm ir sin
su m adre. Si est á n con su m adre, se dej an poner pañal, pij am a y lo que hag a falt a. N o
hay niños que arm en una escandalera para arrancarse el pij am a o que ex ij an dorm ir
en el cam po, sobre un lecho de ram as y hoj as, com o sin duda dorm ían nuest ros
ant epasados. N adie ha t enido que escribir un libro con un m é t odo para poner el
pij am a a los niños que no se dej an. N o, los niños no son caprichosos; en aquellas
cosas que no les parecen im port ant es est á n siem pre dispuest os a llevarnos la corrient e
y a hacer lo que les pidam os. Pero al pret ender que duerm an solos, est am os
ex ig ié ndoles alg o t ot alm ent e cont rario a sus m á s profundos inst intos, y la lucha es
tenaz .
U na persona que no es capaz de cam inar o de respirar est á enferm a. Pero una
persona que no ha aprendido a bailar o a t ocar la flaut a no tiene ning una enferm edad
ni va a enferm ar por no haber aprendido t ales cosas. D el m ism o m odo, si de verdad
un niño no pudiera dorm ir, est aría enferm o ( y m uy g ravem ent e, por ciert o; la
privación absolut a de sueño produce la m uert e en pocos días) . Pero un niño que no ha
aprendido a dorm ir solo, a dorm ir con su m uñequit o, a dorm ir en su cunit a o a dorm ir
en el m om ent o en que a nosot ros nos conviene, no t iene ning una enferm edad, ni va a
enferm ar por ese m ot ivo.
D ecirle a una m adre que si su hij o no duerm e solo y de un t irón, va a t ener de
m ay or problem as de sueño es t an cruel, t an absurdo y t an falso com o decirle que si su
hij o no aprende a t ocar la flaut a, va a t ener insuficiencia respirat oria cuando sea
m ay or.
Claro que los part idarios de que los niños duerm an solos m ant ienen, en est e
asunt o del aprendiz aj e, doctrinas cont radict orias. Por un lado parece que hay a que
enseñar a los niños a dorm ir, cosa que y a hem os refut ado. E n ot ros casos, se adm it e
que el niño y a sabe dorm ir, pero hay que enseñarle a dorm ir de form a adecuada, es
decir, com o quieran sus padres ( siem pre y cuando sus padres quieran « solo, en su
habit ación, de un t irón»; si los padres quieren ot ra cosa, ent onces y a no t ienen
derecho a eleg ir) .
Por últ im o, a veces se ex plica la hist oria al revé s: lo norm al, aquello para lo que
todos los niños vienen preparados al m undo, es dorm irse solos, dorm ir t oda la noche

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de un t irón y no com er por la noche. Si lleg an a ex ig ir la presencia de sus padres para
dorm irse, a llam arlos a m edianoche o a pedir alim ent o, es porque han aprendido un
m al há bit o. D icho aprendiz aj e se produciría por condicionam ient o operat ivo: la
presencia de los padres o el alim ent o actuarían com o refuerz os posit ivos, aum ent ando
la frecuencia de la conduct a reforz ada ( despert arse, llorar) . L o que hay que hacer es
« reeducar» a los niños, que olviden lo m al aprendido y vuelvan a lo « norm al».
Pero est a t
eoría present a varios punt os dé biles:
A ) ¿ Por qué hay t an pocos niños que hag an « lo norm al» y t ant os que « aprenden»
a hacer alg o anóm alo? E n m uchas sociedades hum anas, dorm ir con los padres o
m am ar por la noche se consideran norm ales y son universales. Pero incluso en
nuest ra sociedad, en que t ales hechos se consideran anorm ales y son fuert em ent e
crit icados, la m ay oría de los padres « enseñan» ¡involunt ariam ent e! , m alos há bit os a
sus hij os. E n el est udio m encionado de Curell, el 6 por cient o de los niños dorm ía con
los padres; pero, de los que dorm ían solos, el 2 1 por cient o se quedaba dorm ido en un
sit io « no recom endable»; el 1 1 por cient o pasaba la noche en un lug ar « no
recom endable»; el 6 4 por cient o de los niños y el 7 3 por cient o de los padres seg uían
rit uales de conciliación del sueño « no recom endables»; el 1 3 por cient o t om aba
bebidas « no norm ales» por la noche; el 4 6 por cient o present a un com port am ient o
« alt erado»; y el 5 1 por cient o se despert aba por la noche. Sum á ndolo t odo, el 2 7 9 por
cient o hacía alg o m al. E s decir, t ocaba a casi t res cosas m al por niño, y cabe
preg unt arse si había un solo niño que lo hiciera t odo bien. Si de verdad eso del
insom nio infant il es una enferm edad, es la m á s t errible plag a de la hist oria, ¡no hay
nadie sano! Por supuest o, ent re los que dorm ían con sus padres el porcent aj e de
pecadores era aún m ay or para t odos los m andam ient os.
B) ¿ Por qué lo « norm al» ( dorm ir solo) result a tan fá cil de olvidar y lo « anorm al»
( llam ar a la m adre) t an fá cil de aprender? E nseñar a los niños « m alos há bit os» sería,
seg ún est a t eoría, alg o que la m ay or part e de los padres consig ue en poco t iem po, sin
conocim ient os de pedag og ía y sin ni siquiera proponé rselo; enseñarles un sueño
« norm al», en cam bio, requiere seg uir al pie de la let ra ( « no hag á is nada que no se os
hay a ex plicado») unas recom endaciones m uy det alladas con obj et ivos y m é t odos
claram ent e especificados y com plej as t
ablas de días y m inut os de espera.
A sí pues, los padres norm ales deben ser ex celent es pedag og os, que en dos días y
com o quien no quiere la cosa enseñan a sus hij os una form a m uy rara y difícil de
dorm ir. ¿ Por qué no sig ue usando los m ism os m é t odos para enseñar a su hij o danz a
clá sica, física at óm ica o filolog ía eslava? ¡Tendrá ust ed un g enio!
¿ N o sería m á s lóg ico que ocurriera j ust o lo cont rario? ¿ N o debería hacer falt a un
g ran esfuerz o para desviar a un niño de su com port am ient o inst intivo y no volvería a
é l a la m á s m ínim a oport unidad? E x act am ent e, eso es lo que ocurre. H ace falt a
esfuerz o, m é t odo y consist encia para que un niño duerm a solo, porque eso va cont ra

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su tendencia innat a. Pero vuelve a llam ar a sus padres a la m á s m ínim a porque eso es
lo norm al.
C) E l ej em plo clá sico del condicionam ient o operat ivo es la rat a que recibe
alim ent o ( refuerz o posit ivo) cada vez que apriet a una palanca. Seg ún los que creen en
los « há bit os incorrect os aprendidos», despert arse y llam ar a los padres es com o
apret ar la palanca, y la consig uient e aparición de los padres es el refuerz o. Pero la
prim era vez que la rat a apriet a la palanca lo hace por casualidad, pues no sabe para
qué sirve. ¿ L e parece a ust ed que el niño se despiert a y llora por casualidad, lo m ism o
que la rat a, dando vuelt as por la j aula, pisa sin querer una palanca? ¿ O m á s bien
m uest ran los niños desde su nacim ient o una fuert e t endencia a llam ar a su m adre?
N o, llam ar a la m adre no es una conduct a aprendida, sino innat a.
Por ot ra part e, la rat a sólo apriet a la palanca si se le ofrece com ida y si t iene
ham bre. Si al apret ar la palanca, en vez de com ida, salen pepit as de oro, la rata no se
tom a la m olest ía. Sólo sirve com o refuerz o aquello que sat isface una necesidad de la
rat a. L as personas t rabaj am os por dinero porque sabem os que con el dinero se
com pra com ida; la rat a no ent iende alg o t an difícil y sólo t rabaj a por com ida.
Im plícit am ent e, los que creen que la presencia de la m adre act úa com o refuerz o
posit ivo est á n adm it iendo que esa presencia es t an necesaria para el niño com o el
alim ent o para la rat a.
A sí que la brillant e idea « no acuda cuando el niño llora y así dej ará de llorar» es
equivalent e a « no le dé com ida a la rat a cuando apriet e la palanca y así la dej ará de
apret ar». E l problem a es que la rat a, si no le dan com ida, se m uere de ham bre. Y a los
niños, ¿ qué les pasa si no les hacen caso?
A lg unos padres no quieren dej ar llorar a su hij o, pero t am poco quieren dorm ir
todos j unt os, o les g ust aría sacarlo y a de su cam a. Si est e es su caso, le int eresará
saber que se han propuest o m é t odos para « enseñar a dorm ir» a los niños sin dej arlos
llorar. Por supuest o, no son m é t odos m á g icos, sino que requieren t iem po y paciencia.
Pero recuerde que no le est á enseñando a su hij o alg o que é l necesit a saber, sino alg o
que a ust ed le conviene que sepa. N o le est á haciendo un favor, sino que se lo est á
pidiendo. Si su hij o le concede ese favor, debe est arle ag radecido. Y, si no, pues se
ag uant a; el niño no t iene ning una oblig ación.

Un hábito muy difícil de romper

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E n un est udio; el colecho parece aum ent ar con la edad: el 3 por ciento de los niños de
m enos de quince m eses duerm e con sus padres, frent e al 9 por cient o de los de quince
a t
reint a y seis m eses. L os aut
ores concluy en:

[Ł ] que el dorm ir con los padres es un há bit


o y que la m odificación o el abandono de
un há bito es difícil a larg o plaz o.

A sí debería ser, en efect o, si se tratase de un há bit o o de un aprendiz aj e: cuant as m á s


veces se ha reforz ado la conduct a, m á s frecuent e se vuelve y m á s difícil es que
desaparez ca. E so es lo que ocurre con ot ros há bit os y ot ros aprendiz aj es. E s m á s fá cil
que se olvide de lavarse los dient es una niña de cuat ro años que una señora de
cuarent a. E s m á s fá cil dej ar de fum ar o de beber cuando sólo se ha probado unos
m eses, que cuando se llevan años. L os ancianos suelen ser especialm ent e puntillosos
con sus cost um bres y cualquier cam bio les m olest a o les desorient a. D e la escuela
recordam os perfect am ent e las sum as y m ult iplicaciones, porque las hem os t enido que
pract icar con frecuencia; pero m uchos adult os tendrían serias dificult ades para sacar
una raíz cuadrada, porque es alg o que no hem os vuelt o a hacer desde los quince años.
Si durm iendo una sola vez en la cam a de sus padres, el bebé y a adquiere esa
perniciosa cost um bre, cuando lleve t res m eses en la cam a de sus padres será un
crim inal recalcit rant e, y cuando lleve t res años, un pecador irredim ible.
Pero en m edicina no se dem uest ran las cosas con raz onam ient os, sino con
est udios. Para afirm ar que « el abandono de un há bit o es difícil a larg o plaz o»
tenem os que ver a esos niños a larg o plaz o y com probar si han abandonado el há bit o
o no. E l est udio de Curell y colaboradores sólo lleg a hast a los tres años, no sabe lo
que pasa despué s. O t ros invest ig adores, que t am poco dudan en calificar el colecho
com o un « m al há bit o», han encont rado result ados bien diferent es en una z ona rural
de Cat aluña: dorm ía con sus padres el 5 1 por cient o de los niños de cinco a doce
m eses; el 2 8 por cient o de los de t rece m eses a t res años, y al parecer el cero por
cient o ( al m enos, no lo m encionan) de los de t res a siet e años. E n N ort eam é rica,
R osenfeld y colaboradores t am bié n encont raron que la frecuencia de colecho
dism inuía hast a los diez años.
E s decir, el « há bit o» no sólo no es difícil de rom per, sino que se rom pe é l sólit o.
A pesar de que los padres sig uen reforz ando su conduct a ( es decir, dej á ndole dorm ir
en su cam a o acudiendo cuando llora) , el « aprendiz aj e», lej os de reforz arse, se
debilit a hast a olvidarse y los niños cada vez lloran m enos por la noche y est á n m á s
dispuest os a dorm ir solos. L leg ará una edad en que su hij o no querrá dorm ir con
ust ed por nada del m undo. L leg ará una edad en que ni siquiera querrá com part ir la
habit ación con sus herm anos ( y cuando no hay m á s habit aciones, el conflict o est á
servido) . E st os hechos son incom pat ibles con la teoría del aprendiz aj e y dem uest ran

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que el despert arse por la noche llorando y el buscar la com pañía de los padres no son
conduct as aprendidas por refuerz o, sino conduct as innat as propias de una
det erm inada edad, que desaparecen por sí m ism as en el m om ent o adecuado.
Por ciert o, si de verdad los há bit os fueran t an « difíciles de rom per», ¿ por qué los
m ism os que quieren im pedir el há bit o de dorm ir con la m adre no dudan en
recom endar ot ros há bit os alternat ivos? Por ej em plo:
U no de los dos [padres] escog e un m uñeco de los que y a t iene vuest ro hij o y le
pone un nom bre, dig am os Pepit o. Se lo present a al crío y le com unica que « a part ir
de hoy , t u am ig o Pepit o siem pre dorm irá cont ig o».
¿ L e parece norm al que el am ig o de un niño no sea un ser hum ano, sino un
m uñeco? Pues no sólo ha de ser su am ig o, sino su m ej or am ig o, pues los ot ros am ig os
( sus padres) le abandonan y Pepit o no. Pero a lo que íbam os: ¿ no le preocupa a nadie
que el pobre niño se acost um bre a dorm ir con Pepit o? L o dice bien claro: « Siem pre
dorm irá cont ig o». ¿ N o em pez ará n a crit icar los parient es y vecinos? « Irá a la m ili y
tendrá que llevarse el m uñeco». « Se casará y , en la noche de bodas, t endrá que poner
al m uñeco en m edio de la cam a». N o, por supuest o, nadie dice esas t ont erías. Todos
est am os de acuerdo en que el niño dorm irá con su m uñeco durant e un t iem po,
m ient ras lo necesit e, y que lueg o lo dej ará . M á s o m enos el m ism o t iem po que
necesit a dorm ir con la m adre, de la que el m uñeco no es m á s que un t rist e y frío
sust ituto. Y sin em barg o, si ha t enido ust ed el valor de desafiar los prej uicios sociales
y adm it ir a su hij o en la cam a g rande, seg uro que sí que habrá oído docenas de
com ent arios est úpidos.

Dejarlo solo cuando aún está despierto


A l parecer, est á prohibido dorm ir al niño en braz os, m ecié ndolo en la cuna,
cant á ndole una canción de cuna, o hacié ndole com pañía hast a que se duerm e. L os
faná t icos de est e m ito lleg an a ex ig ir que, si alg ún día por casualidad el niño se
duerm e fuera de la cuna ( ¿ a quié n no se le ha dorm ido un niño en el coche, volviendo
de una ex cursión?) , hay que despert arlo para ponerlo en la cuna despiert o.
E ste m ito se justifica en la creencia de que, en el m om ent o de dorm irse, el niño
ex perim ent a una especie de m ilag rosa fij ación con t odo lo que le rodea. Si, al
despert arse por la noche, no ve ex act am ent e lo m ism o que vio en el m om ent o de

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dorm irse, le ent
rará el pá nico y se pondrá a llorar:

E l niño ha de asociar el sueño con una serie de elem ent


os ex t
ernos que perm anez can
a su lado durant e t
oda la noche: cuna, osit
o, et
c

E s decir, se considera que el llam ar a la m adre por la noche es alg o aprendido de


form a puram ent e m ecá nica y que el niño la llam a t an sólo porque la vio en el
m om ent o de dorm ir. U n osit o t iene ex act am ent e el m ism o efect o, con la vent aj a de
que el osit o puede est ar present e toda la noche para t ranquiliz ar al niño y la m adre no.
( ¿ Por qué no? Porque a la m adre le m olest a tener que ag uant ar al niño t oda la noche,
m ient ras que al osit o le es indiferent e. ¿ Y si a una m adre no le m olest a, sino que le
g ust a est ar con su hij o? E s ig ual, que obedez ca al ex pert o y punt o) .
Curiosam ent e, ent re esos « elem ent os ex t ernos» se m encionan a m enudo un m óvil
colg ado del t echo y un póst er en la pared. E l pequeño det alle de que, cuando el niño
se despiert a a m edia noche en la m á s com plet a oscuridad no puede ver t ales obj et os
( y por t ant o, seg ún la t eoría, tendría que ponerse a llorar hast a que alg uien enciende la
luz ) no parece dism inuir en lo m á s m ínim o la fe de los crey ent es. ¿ Q ué decir del bebé
que se va a dorm ir, una t arde de verano, cuando aún hay luz y despiert a en m edio de
la noche? ¿ O del que se va a dorm ir arrullado por el ruido de conversaciones y
televisiones, en su casa o en la de los vecinos, y despiert a en com plet o silencio? ¿ Por
qué hay elem ent os ex t ernos cuy a desaparición no parece im port unar al niño lo m á s
m ínim o? ¿ N o será que hay cat eg orías, que unos elem ent os le im port an m á s que
ot ros?
H ag am os un ex perim ent o. E st a noche, querida m am á , m é t ase en la cam a con su
hij o de un año y con un m uñeco. D ej e inst rucciones a su m arido para que, a la una de
la m adrug ada, ent re con g ran precaución, se lleve el m uñeco y se vay a a dorm ir a ot ra
cam a. M añana por la noche, lo hacen al revé s: a la una, su m arido la despiert a y se
van los dos de la habit ación, dej ando a su hij o con el m uñeco. ¿ Cree que el niño
reaccionará ig ual en las dos ocasiones? Claro que no. Cuando se lleven el m uñeco, el
niño ni se inm ut ará . ( A m enos que ese m uñeco sea precisam ent e « el m uñeco», ese
que alg unos niños arrast ran todo el día a t odas part es, lo que los psicólog os llam an un
obj et o transicional. E so no es m á s que un sust it ut o de la m adre; los niños que van en
braz os y duerm en con la m adre no t ienen ni necesit an para nada un obj et o
transicional) .
L o que el niño reclam a por la noche no es « lo últ im o que vio» porque no es un
« lo», sino una persona. Y no cualquier persona. Si su hij o se queda dorm ido en
braz os de un desconocido, cuando se despiert e a m edianoche, ¿ a quié n llam ará , al
desconocido o a su m adre?
¿ E x ist e alg una prueba de que los niños se despert ará n m á s frecuent em ent e si sus

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padres est aban present es en el m om ent o en que se durm ieron? L os únicos est udios
cient íficos realiz ados para com probar la veracidad de est a afirm ación son los de
A dair y colaboradores, en N ort eam é rica. E n el prim er est udio observaron que uno de
cada t res niños de nueve m eses solía quedarse dorm ido en presencia de uno de sus
padres.
D urant e la sem ana previa a la encuest a, los que caían dorm idos solos se habían
despert ado t res veces, y los que necesit aban com pañía para dorm irse se habían
despert ado seis veces. L os aut ores sug ieren una relación causal ( fue el caer dorm idos
en com pañía lo que les hiz o despert ar) , pero es fá cil im ag inar ot ras ex plicaciones. Por
ej em plo, puest o que pediat ras y libros para padres llevan m uchos años recom endando
que se dej e al niño despiert o en la cuna, sobre t odo en los países ang losaj ones, los
padres que no sig uen t al consej o podrían t am bié n est ar criando a sus hij os de dist int
a
form a en ot ros aspect os. O tal vez los padres se ven oblig ados a hacerles com pañía
precisam ent e porque esos niños duerm en poco. O t al vez se t rat a de padres que
responden m á s a las necesidades de sus hij os y por t ant o tam bié n se levant an m á s
frecuent em ent e cuando les oy en llorar. ( E n est e est udio « despert ar noct urno»
sig nificaba que los padres t uvieron que levant arse para ir a calm ar al bebé . N o se
cont aron las veces que el niño se despert ó pero nadie le hiz o caso) .
E n un seg undo est udio, los m ism os aut ores dieron a varios padres de niños de
cuat ro m eses una hoj a de inst rucciones en que se indicaba que hay que dej ar siem pre
al niño despiert o en la cuna, hast a el punt o de despert arlo si se ha dorm ido
accident alm ent e. A los nueve m eses se les volvía a pasar el m ism o cuest ionario del
est udio ant erior. L os niños del prim er est udio servían com o g rupo cont rol. E l
porcent aje de padres que est aban present es m ient ras se dorm ía el niño había
dism inuido del 3 3 al 2 1 por cient o. L a m edia de despert ares noct urnos por sem ana
baj ó de 3 , 9 a 2 , 5 , y el porcent aje de niños que despert aban siet e o m á s veces por
sem ana baj ó de 2 7 a 1 4 por cient o. D ent ro del g rupo ex perim ent al, los niños que se
dorm ían solos despert aban 1 , 6 veces por sem ana, frent e a seis veces los que se
dorm ían acom pañados. L os aut ores concluy en que su m é t odo es alt am ent e eficaz ,
pero no ex plican cóm o una int ervención que sólo m odificó la conduct a de un 1 2 por
cient o de los padres pudo ser « t an» eficaz com o para hacer dorm ir a un 1 3 por cient o
m á s de niños ( es com o decir, « est e ant ibiót ico es t an bueno que se lo t om aron 1 2 y se
curaron 1 3 ») .
Tam bié n sorprende que los niños que se quedan dorm idos solos en el prim er
g rupo se despiert an t res veces, y en el seg undo g rupo 1 , 6 veces, casi la m it ad. ¿ Por
qué est e cam bio t an g rande si se supone que est á n haciendo lo m ism o? O bien el
núm ero de veces que se despiert a un niño es t an variable que la diferencia es casual y
no tiene im port ancia ( y en t al caso, ¿ qué valor t iene el rest o del estudio?) o bien esos
padres est á n haciendo alg o que no hacían ant es. Curioso, escribí a los aut ores y les

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pedí la hoj a de inst rucciones que se ent reg ó a los padres en el g rupo ex perim ent al.
R esult a que, adem á s de recom endar que se pusiera al niño en la cuna despiert o,
indicaba que, si despert aba por la noche, los padres habían de « esperar unos m inut os»
antes de acudir, por si se volvía a dorm ir solo ( R obin H . A dair, com unicación
personal, 1 9 9 2 ) . E s de suponer que unos padres sig uieron los dos consej os a la vez y
otros no sig uieron ning uno de los dos. L os padres que hacen com pañía al bebé
cuando se duerm e, acuden en seg uida cuando se despiert a. L os padres que dej an al
bebé dorm irse solo, se hacen los rem olones y no acuden cuando llora. Puest o que
sólo se cont abiliz an com o despert ares aquellos episodios en que los padres acuden,
este consej o falsea los result ados, creando una falsa asociación ent re el dej ar al niño
despiert o en la cuna y el no hacerle caso.

Los niños, la cama y el sexo


D icen que un bebé en la habit ación int erfiere con la vida sex ual de la parej a. Pero no
es así. L os bebé s, cuando duerm en, lo hacen profundam ent e; e incluso cuando el bebé
duerm e en la cam a de los padres es posible, una vez dorm ido, sacarlo y dej arlo un
rat o en su cunit a. Ciert o que se puede despert ar de pront o, pero eso t am bié n puede
ocurrir si duerm e en ot ra habit ación y , si no va alg uien corriendo, en dos m inut os
puede est ar llorando a g rit o pelado. A dem á s, el día t
iene m uchas horas y la casa t iene
m uchas habit aciones. Si no encuent ra ust ed la m anera de m ant ener relaciones
sex uales, no le eche la culpa al niño.
U na versión ex t rem a de est e m ito pret ende que la m adre m et e al bebé en la cam a
com o barrera cont ra su m arido:

Si ex isten tensiones entre los padres, m et er al niño en la cam a puede servirles para
evit ar la confrontación y la int
im idad sex ual [Ł ] en lug ar de ay udar a su hij
o, lo est
á
utiliz ando para no t
ener que afront ar y solvent ar sus propios problem as.

E st
e t
ipo de com ent ario m e parece insult ant e. Por supuest o que habrá m at rim onios
con problem as, pero ¿ por qué es lo prim ero que se les ocurre a alg unos m alpensados
cuando ven a un niño en la cam a de sus padres? ¿ Por qué nadie hace el com ent ario
opuest o? ( « Si ex ist
en t
ensiones ent re m adre e hij o, m et
er al m arido en la cam a puede

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servirle para evit ar la confront ación y el est recho cont acto de la lact ancia [Ł ] , en
lug ar de ay udar a su m arido, lo est á ut iliz ando para no t ener que afront ar y solvent ar
sus propios problem as») .
E s un com ent ario insultant e para la m adre ( se le acusa de no querer a su m arido
sólo porque sí que quiere a su hij o) y para el padre. Para « evitar la intim idad sex ual»,
si su m arido es norm al, basta con el t ípico « m e duele la cabez a». Si un m arido es t an
brut o com o para no respet ar esa neg at iva, ¿ se detendría acaso por la presencia de un
sim ple bebé ? Y si la presencia del bebé es lo único que im pide que una esposa sea
violada por su propio m arido, ¿ qué derecho t enem os a privarla de esa últ im a y
desesperada defensa?

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EL LLANTO TERAPÉUTICO

M iró a su dig na consort e con ex presión de g ran sat isfacción y le pidió, z alam ero,
que llorase lo m á s posible, pues los m é dicos lo consideran un ej ercicio m uy
saludable.
« L lorar abre los pulm ones, lava el rost ro, ejercit a los oj
os y ablanda el cará ct er»,
dijo M r. Bum ble. « A sí que llora».
Charles D ickens, Oliver Twist

G rit
ar es un ej
ercicio m uy saludable que provoca una ex celent
e vent
ilación de los
pulm ones.
St irnim ann

¡Y los neum ólog os t odavía no se han ent erado! ¡Si va a result ar que el llant o es el
m ej or t ratam ient o de la bronquit is crónica y del asm a!
Pero no quería hablar ahora del llant o y los pulm ones, un t em a t an g astado que y a
D ickens se burlaba del asunt o cien años ant es de que St irnim ann lo volviera a decir
en serio; sino de una nueva t eoría m á s insidiosa.
L a doct ora A let ha Solt er recom ienda t rat ar a los niños con cariño y respet o,
cog erlos m ucho en braz os, dorm ir con ellos, darles el pecho. M uchas m adres que
est á n en esta línea disfrut an con sus libros. Pero al lleg ar al asunt o del llanto hace
alg unas afirm aciones m á s que discut ibles. Prim ero, at ribuy e a las lá g rim as una
curiosa función ex cret ora, com o si com plem ent asen a los ríñones:

L as investig aciones han dem ost rado que g ent es de t


odas las edades se benefician de
un « buen llanto» y que las lá g rim as ay udan a restaurar el equilibrio quím ico del
cuerpo afect ado por el estré s.

Y, claro, si el llant
o es bueno, hay que dej
ar llorar al niño:

Pero si el bebé sig ue estando m olest


o o « quisquilloso» despué s de que hay am os
sat isfecho sus necesidades prim arias, deberíam os sost enerle en braz os cariñosam ent
e
y perm itir que cont inúe llorando.

Podría est ar de acuerdo con est a frase si de verdad se hubieran sat isfecho las
necesidades del niño ( y no sólo las prim arias) . E s ciert
o que a veces no sabem os qué
le pasa a un niño, que lo hem os probado t odo y no conseg uim os consolarle y que en
tales casos lo m ej or que nos queda es sostenerle en braz os y darle nuest ro cariño y
nuest ra com pañía. E l problem a es que Solt er parece est ar en contra de consolar a los

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niños que lloran:
E s m uy probable que nuest ros padres hay an int ent ado const ant em ent e parar
nuest ro llant o cuando é ram os bebé s. Q uiz á nos daban el chupet e o dulces, o nos
m eneaban cada vez que llorá bam os, pensando que eso era lo que necesit á bam os.
Considera que m ecer a los niños, arrullarles, darles el pecho a dem anda,
dist raerles o hacerles cosquillas son m aniobras represivas que les im piden llorar y por
lo tant o les hacen daño. A lg unas m adres, seducidas por est a t eoría, dej an de int entar
consolar a su hij o. Y cuando est e, lóg icam ent e, llora m á s que nunca, Solt er pret ende
hacerle creer que eso es buena señal: est á por fin llorando el llant o reprim ido, el que
no le había dej ado ex presar por su ex ceso de m im os.
N o, no creo en est a t
eoría. N o es m á s que el m ism o perro, pero con dist into collar.
E s dej ar llorar al niño, pero con ot ra base t eórica t an absurda com o la de la ex pansión
de los pulm ones. Solt er nieg a al niño cualquier capacidad de decisión: si la m adre
cree que el niño t iene ham bre, le da el pecho porque lo necesit a. Pero si cree que no
tiene ham bre, ent onces ella decide que lo que el bebé necesit a es llorar. ¿ Y quié n es
ella para decidir si el niño t iene ham bre o no, si necesit a pecho o necesit a llorar?
Previendo que la m adre no va a t ener ning ún m ot ivo obj etivo para decidirlo, Solt er
propone recuperar los horarios ríg idos: si el niño llora fuera de hora, evident em ent e
« no puede» ser ham bre. ¡E l reloj conoce las necesidades del bebé m ej or que el propio
int eresado! L o que nos propone es decirle a nuest ros hijos: « Sé que si t e acuno, te
acaricio, t e doy el pecho o el chupet e, dej ará s de llorar, pero no pienso hacerlo porque
quiero que llores. Siem pre t e ofreceré est ar quiet o en braz os, aunque m e est és
pidiendo ot ra cosa dist int a». M e parece absurdam ent e cruel.
Creo que los niños, com o los adult os, lloran para com unicarse, para pedir aux ilio.
N orm alm ent e, cuando est am os solos, lloram os en silencio o sonreím os en silencio.
L loram os a g rit os o reím os a carcaj adas cuando est am os acom pañados, cuando
alg uien nos puede oír. L os niños lloran para que hag am os alg o, no para que los
m irem os im pasibles. Y si nos sent im os m ej or despué s de llorar no es porque hay am os
elim inado sust ancias t óx icas, sino porque el llant o ha provocado una reacción en los
dem á s, porque nos han consolado y cuidado.

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ulandia. com - Pá g ina 1 2 9
FAMILIA, SOCIEDAD LIMITADA
Poner lím it es a los niños es otra de las m odas en puericult ura. Se escriben libros
enteros dedicados a est a nueva ciencia. D esde lueg o, los lím it
es se im ponen por el
bien del niño:

L os lím it
es son m edios de ay uda, pilares im portant es para lim itar el t
erreno de j
ueg o,
para que el niño pueda m overse en é l de una form a seg ura y prot
eg ida.

Claro, es im port ant e poner lím it es a los niños porque si no, no t endrían lím it es. ¿ Se
im ag ina qué terrible sit uación?
U n niño sin lím ites les sacaría los oj os a t
odos sus am ig os, se com ería 2 0 0 caram elos
en cinco m inut os, se t iraría por el balcón. U n niño sin lím it es sería una cosa t an
terrible, escalofriant e, repug nant e, queŁ , queŁ ¿ Cóm o es que nunca hem os vist o a
uno? ¿ Cóm o sería un niño sin lím it es?

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ulandia. com - Pá g ina 1 3 0
UNA NIÑA SIN LÍMITES
M art a est á m uy a g ust o en la cam a, pero m am á la ha llam ado y hay que levant arse.
¿ Por qué no podría quedarse m edia hora m á s? ¿ O m ej or, no ir al cole? Tendría que
ser siem pre vacaciones, ir t odos los días a la play a o en biciclet a. O m ej or m ont ar a
caballo. Si t uviera un caballo, le daría az úcar y z anahorias y cabalg aría ella sola y
descubría nuevos países. Bueno, sola no, iría con Isabel, que es g uay Ł
U n g rit o de su m adre la saca de su ensoñam ient o. Sí, y a m e levant oŁ Q ué lat a,
t ener que lavarse, con lo fría que est á el ag ua. Y est e j abón huele fat al. E n casa de
Isabel t ienen un j abón que huele m uy bien. E st e vest ido no m e g ust a nada. Y las
bam bas Cosm e® , qué verg üenz a, t odas las niñas de la clase llevan bam bas A cm e® ,
pero papá se em peña en que no m e com pra ot ras bam bas hast a que se rom pan est asŁ
H ace t iem po que M art a ha renunciado a pedir m á s cacao en la leche, no hay
m anera de hacer ent ender a m am á que t iene que quedar t odo neg ro. ¡G allet as
redondas! L as buenas son las cuadradas. ¿ L avarse los dient es despué s de desay unar?
Pero, m am á , m is am ig as sólo se lavan los dient es ant es de acost arse. Bueno, y a vaŁ
L a past a de dient es pica, ¿ es que no hay nunca past a de fresa?
H ay que llevar la m ochila con los libros. H ay que cam inar hast a el cole. M am á no
quiere ir en coche porque dice que para doscient os m et ros no saca el coche. M art a se
para a ver el escaparat e de la j
ug uet ería, pide el t ren elé ct rico, « pues se lo pides a los
R ey es» t irón del braz o. Se para a hacer equilibrios en el bordillo de la acera; t irón del
braz o. L e peg a una pat ada a una piedra; t irón del braz o. Se para a ver a un perro que
m ea en la pared; t irón del braz o. M et e el pie en un charco; t irón y g rit os.
E l cole es un rollo. N o puedes levant art e cuando quieres, no puedes sent art e al
lado de Isabel, no puedes hablar, no puedes reírt e, tienes que m irar a la profesora,
t ienes que escuchar a la profesora. E nt reg a los deberes, abre el libro, saca un papel,
dict ado, no t e sient es con la espalda t orcida, ¿ no ves que t ienes que afilar el lá piz ?,
haced los ej ercicios de la pá g ina 3 0 , dibuj ad una vaca, para m añana las rest as de la
pá g ina 4 2 . A ver, M art a, dim e la t
abla del 3 Ł ¿ desde cuá ndo 3 por 6 son 1 9 ? A ver,
¿ alg uien puede decirle a M art a cuá nt os son 3 por 6 ? D ice Isabel que y a no es am ig a
tuy a porque t e ha vist o j ug ando con Sonia. Pues dile a Isabel que es t ont a, que y o
jueg o con quien quiero. A ver est as niñas, ¿ qué t ienen que decir t an im port ant e que
no puede esperar al final de la clase? ¿ Por qué no lo dicen en alt o para que nos
ent erem os t odos?
¡O t ra vez g uisant es para com er! Y la t ont a de Isabel que no se quiere sent ar
conm ig o. M ira cóm o habla con A na, sólo para hacerm e rabiar. ¡Puag , pescado!
L a vuelt a a casa no puede ser m á s anim ada. H ay t irones de braz o frent e a la
panadería ( ¡no hay cruasá n de chocolat e! ) , frent e a la j ug uet ería ( ¡no hay t ren
elé ctrico! ) , frent e a la tienda de ordenadores ( ¡no hay j ueg o nuevo! ) , frent e al quiosco

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de la prensa ( ¡no hay chicle! ) . ¡M art a, y a est á bien, de verdad que hoy m e pones de
los nervios! ( sí, hoy y ay er y cada día) .
H ay que cam biarse de z apat os ant es de j ug ar. H ay que hacer los deberes ant es de
ver la t ele. H ay que dej ar la t ele ahora m ism o, con lo int eresant e que est á , para ir a
cenar. H ay que ay udar a poner la m esa ant es de cenar. H ay que lavarse las m anos
ant es de poner la m esa. Te he dicho veint e veces que t e laves las m anos. ¡M ira qué
m anos llevas! ¡O h, no! ¡G uisant es ot ra vez ! N i que se pusieran de acuerdo. M am á ,
¿ hay huevo frit o? ¿ Q ué ee? ¿ M erluz a?
¿ H ay nat illas de chocolat e? Prim ero t ienes que com ert e la frut a. N o quiero frut a.
L a frut a es m uy sana. N o quiero. Tienes que com ert e una pera. N o, pera no, ¿ no hay
plá t ano? N o, o pera o m anz ana. N o quiero, quiero nat illas. N iña, no le respondas a t u
m adre. ¡Buaaaah!
¡E st á bien, t óm at e la nat illa y calla!
Paren la im ag en. A visen a la policía. ¿ V en lo que acaba de pasar? M art a se ha
salido con la suy a. L e ha bast ado con lloriquear un poco para hacer pasar a su m adre
por el aro. E s la t ípica niña que siem pre se sale con la suy a. Tot alm ent e m alcriada. Y
todo porque sus padres no han sabido ponerle lím it es. ¡L e dan TO D O lo que pide!
E st a niña t endrá g raves problem as de conduct a:
L os niños que ven sat isfechos t odos sus deseos suelen sent irse profundam ent e
trist es, y a que al final nunca t ienen suficient e. L os padres que m im an sin lím it e a sus
hij os hacen que cada vez sus ex ig encias se m ant eng an m á s alt as.
N o, no se espant e. A M art a no le pasará nada m alo por « haberse salido con la
suy a». A l cont rario, probablem ent e el salirse con la suy a de vez en cuando, ver que
en alg unas ocasiones no son un m ero j ug uet e del dest ino, sino que pueden hacer alg o,
desear alg o, conseg uir alg o, influir en los dem á s, es una ex periencia necesaria para el
desarrollo de la personalidad. Porque M art a, com o t odos los niños, est á cediendo y
obedeciendo docenas, cent enares de veces al día.
A l ex ig ir su nat illa, M art a est á aprendiendo a ex poner con claridad su punt o de
vist a y a ex ig ir respet o; dent ro de unos años lo sabrá hacer sin llorar ni g rit ar, y
cuando sea adult a verem os que est as cualidades son posit ivas. Su m am á le est á
dem ost rando que la quiere de verdad, es decir, que la valora com o ser hum ano y que
tiene en cuent a sus opiniones y sus palabras. Con su ej em plo, m am á est á enseñando a
M art a a ceder. Para acabarlo de hacer bien, podría haberle enseñado a ceder con
eleg ancia, y en vez de g rit ar « ¡E st á bien, t óm at e las nat illas y calla! », podría haber
dicho, sin levant ar la voz , « Bueno, si prefieres nat illas, pues nat illas».
¿ D ebem os ent onces dar a nuest ros hij os t odo lo que pidan? Por supuest o que no.
Pero no porque eso les m alcriaría, sino sim plem ent e porque es im posible.
N o ex ist en los niños sin lím it es. F act ores físicos que ni el niño ni sus padres
pueden m odificar y a im ponen unos lím it es considerables. Su hij o no puede volar, ni

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g ana siem pre cuando j ueg a con sus am ig os, ni puede evit ar que la lluvia les est ropee
un día de play a.
Ot ras veces, ust ed le oblig a a hacer unas cosas o le prohíbe hacer ot ras por
m ot ivos m á s que j ust ificados ( o al m enos que a ust ed le parecen j ust ificados, aunque
en ot ras fam ilias pueden ser de diferent e opinión) . H ay que ir al coleg io, hay que
hacer los deberes, hay que venir a cenar, hay que lavarse las m anos. N o se pueden
com er t ant os caram elos, y a est á bien de helados, no t enem os dinero para ir a París de
vacaciones, la videoconsola es m uy cara, no m e g ust a que est é s tant as horas viendo la
tele, no se puede ir por la ciudad en biciclet a porque hay m uchos coches, g uarda el
m ecano que vam os a ver a los abuelos, t ienes que duchart e, recog e la ropa sucia, no
toques la llave del g as, no podem os t ener un perro en un pisoŁ
Si de verdad los lím it es fueran necesarios para la felicidad de los niños y para la
form ación de su personalidad y su cará ct er, no cabe duda de que t odos los niños,
ricos y pobres, educados ríg idam ent e y « m im ados», t ienen cada día cient os de
oport unidades para disfrut ar de t ales lím it es.
A propósit o, ¿ por qué suponem os que precisam ent e los niños necesit an lím it es
para ser felices, disfrut an con ellos, y son desg raciados si no los t ienen? ¿ Tan
diferent es son nuest ros hij os, t an m arcianos, que sufren o disfrut an j ust o con lo
opuest o que nosot ros? A los adult os nos suele ocurrir lo cont rario: los lím it es nos
hacen desg raciados ( el am or no correspondido, las vacaciones que no nos podem os
tom ar, el coche que no podem os pag ar, la diet a sin colest erol, la casa dem asiado
pequeña, el part ido que pierde nuest ro equipoŁ ) , m ient ras que las cosas que
conseg uim os y los obj etivos que alcanz am os cont ribuy en a nuest ra felicidad.
¿ Q ué puede haber de ciert o en la idea de que la falt a de lím it es hace a los niños
infelices?
Im ag inem os que un j ueves L uisit o recort a con m á s o m enos art e las fot os de una
revist a viej a. Papá le dice que lo est á haciendo m uy bien, y cuando lleg a m am á del
trabaj o, papá le ex plica con org ullo delant e del niño: « M ira qué bien recort ado, cóm o
resig ue los cont ornos. Parece m ent ira, con sólo dos años, lo list o que es est e niño».
E nvalent onado, el sá bado int ent a L uisit o repet ir su haz aña; m as ¡oh sorpresa! , m am á
le g rit a: « ¡Pero qué haces, desg raciado, est ropeando las revist as! ¡E st e niño es que m e
tiene hart a! », y papá se une a la reg añina: « H as sido un niño m alo, est a tarde
cast ig ado sin t ele».
Supong o que es a est o a lo que se refieren quienes afirm an que los niños no son
felices si no t ienen lím it es claros y consist ent es, si no viven en un ent orno predecible.
Si lo que ay er producía elog ios ( o indiferencia) desencadena hoy g rit os y cast ig os, el
niño no puede ser m uy feliz , desde lueg o.
Pero ¿ es la inconsist encia o son los g rit os lo que hace infeliz al niño? Porque
est os padres podrían ser m á s consist ent es de dos m aneras bien dist int as:

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1 . A part ir de ahora, alabarle cada vez que recort e revist as.
2 . A part ir de ahora, g rit arle y cast ig arle cada vez que recort e revist as.
E n am bos casos, la norm a es clara y los result ados son predecibles. Seg ún ciert os
teóricos, L uisit o habría de ser ig ual de feliz con am bas post uras. Pero sospecham os
que no, que L uisit o preferiría m il veces la prim era opción.
Si, en cam bio, elim inam os los g rit os y los cast ig os, las inconsist encias no parecen
tan t erribles. A veces, L uisit o recort a y a sus padres se les cae la baba. O t ras veces,
L uisit o recort a y sus padres no dicen ni pío. D e t arde en t arde, L uisit o recort a y sus
padres le dicen, am ablem ent e y sin g rit ar: « V am os, dej a de recort ar, que y a est á
bien», « N o coj as las t ij
eras, que t e vas a hacer daño» o « D ej a la revist a, no la
est ropees». A quí la reacción de los padres es im predecible, variando desde la m uy
posit iva hast a la m oderadam ent e neg at iva. ¿ Cree ust ed que L uisit o va a ser
desg raciado por ello? M e parece a m í que no, que ni son t an frá g iles nuest ros hij os ni
som os t an consist ent es sus padres. L a m ay oría de nosot ros respondem os de dist int a
m anera en diferent es ocasiones, seg ún nuest ro hum or previo, nuest ras preocupaciones
del m om ent o o sim plem ent e al az ar; y no sólo som os inconsist ent es en el t rat o de
nuest ros hij os, sino en m uchos ot ros aspect os de nuest ra vida. L a capacidad para
adapt ar los lím it es a las sit uaciones se llam a flex ibilidad y es una virt ud que t am bié n
conviene enseñar ( con el ej em plo) a nuest ros hij os. L a incapacidad para m ant ener
fij os los lím it es que nosot ros m ism os est ablecim os ay er se llam a debilidad hum ana, y
el com prenderla es una virt ud que nuest ros hij os t am bié n aprenderá n.
Por ot ra part e, aunque los lím it es sean fij os, inm ut ables, claros, consist ent es y
predecibles, es posible que nuest ro hij o no se dé cuent a. E s posible que su edad o su
ig norancia le im pidan apreciar t odos los m at ices de la sit uación, y que nuest ras
respuest as lóg icas, raz onadas y racionales le parez can caót icas y absurdas. Si est aba
ust ed pensando que los padres de L uisit o est á n un poco chiflados para cam biar t ant o
de opinión de un día para ot ro, sepa que no, que son unos padres m uy norm ales. Pero
unas veces L uisit o recort a una revist a que era para t irar y ot ras, unos fascículos que
su m adre colecciona. U nas veces usa unas t ijerit as infant iles sin punt a ni filo y ot ras
ag arra en un descuido las afiladas t ijeras de coser que podrían ser el arm a del crim en
en cualquier película. U nas veces recort a revist as a la hora de j ug ar y ot ras se em peña
en hacerlo a la hora de bañarse o de cenar. U nas veces lo hace en el pasillo y ot ras en
el salón, llená ndolo t odo de t rocit os de confet i y peg á ndole de paso un par de
tijeret az os a la alfom bra persa. ¿ A que t enían raz ón los padres en responder de
dist int a form a? ¿ Q ué diferencia hay para el niño ent re unos lím it es consist ent es y
ot ros m udables a capricho si no es capaz de com prenderlos?
N o, no est oy defendiendo que no pong am os lím it es a nuest ros hij os, por la
sencilla raz ón de que eso es im posible. L o que pido es que no les pong am os lím it es
art ificiales y art ificiosos. Si nuest ro hij o nos pide alg o que no perj udica su salud, que

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no dest ruy e el m edio am bient e, que sí que le podem os pag ar, que sí que t enem os
t iem po para darleŁ , no se lo prohibam os solam ent e « para m arcarle lím it es» o « para
que se acost um bre a obedecer».
Si le hem os neg ado alg o y vem os que su reacción es « desproporcionada», ¿ no
será que habíam os valorado m al las circunst ancias, que lo que le acabam os de neg ar
es m ucho m á s im port ant e para é l de lo que pensá bam os? R eevaluem os nuest ra
decisión a la luz de est e nuevo conocim ient o: ¿ de verdad va a cog er la lepra si se
baña m añana y no hoy ?, ¿ se hunde el m undo si en vez de salir a pasear ahora
esperam os a que acaben sus dibuj os favorit os?, ¿ m orirá de frío si no se pone el
abrig o?
Si, por últ im o, a pesar de t odo decidim os no ceder; si hay que ir al cole, hay que
acabar los deberes, hay que apag ar la t ele ahora m ism o, ¿ serem os capaces de usar
nuest ra aut oridad sin prepot encia, de no añadir g rit os y afrent as a nuest ras órdenes, de
t olerar la frust ración de nuest ro hij o y acept ar que obedez ca refunfuñando y no con
una sonrisa en los labios com o los niños buenos de las películas? E s fam a que los
g ranaderos de N apoleón « refunfuñaban y le seg uían siem pre»; ni siquiera é l
consig uió que le obedecieran sin rechist ar.
L ig ado al t em a de los lím it es est á la ex tendida creencia de que los niños pequeños
se dedican a una curiosa y ex clusiva act ividad conocida com o « probar los lím it es».
E x clusiva porque ning ún adult o la pract ica, que se sepa.
Por ej em plo, im ag ine que una am ig a suy a viene una t arde a casa de visit a. « ¡O h,
qué j arrón t an precioso! ». L o cog e, lo adm ira, se le escurreŁ , y y a est á el j arrón
( porcelana china ant ig ua, recuerdo de su abuela) hecho añicos. ¿ Por qué lo ha hecho
su am ig a? E st á probando los lím it es. Si ust ed no la cast ig a ahora m ism o, a part ir de
ahora se dedicará a rom per t odos los j arrones que vea y probablem ent e t am bié n a
pint ar en las paredes y a abrir la llave del g as porque le habrá perdido el respet o.
¡Q ué t ont ería! L o ha rot o sin querer, est á m uy apesadum brada, pedirá m il
disculpas aunque ust ed le aseg ure que no pasa nada y no se at reverá a acercarse a
ning ún ot ro j arrón en varios años.
¿ Y si el j arrón lo rom pe su hij a? ¿ Q ué le hace pensar que sus m ot ivos son
dist int os?
L o que es dist into, en todo caso, es el conocim ient o y la ex periencia. U na niña de
dos años no sabe t odavía que la porcelana se rom pe y el plá st ico no, y adem á s es
físicam ent e incapaz de est arse quiet a y es m á s t orpe con las m anos. Por supuest o,
ust ed le t iene que ir enseñando con paciencia qué cosas son para j ug ar y cuá les no y
cóm o t rat ar con cuidado los obj et os frá g iles. Pero su hij a no ha pensado en ning ún
m om ent o: « A ver hast a dónde puedo lleg ar. Voy a rom per un j arrón, y si cuela,
cuela». E s ust ed la que ha com et ido una im prudencia al dej ar al alcance de una niña
de dos años un j arrón de g ran valor. Cuando se t ienen niños, t odos los obj et os

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valiosos se g uardan en alt o o baj o llave y no se vuelven a sacar hast a que el m á s
pequeño est á civiliz ado. Buena ocasión para dej ar a m ano t odos los horribles reg alos
que le han ido haciendo y de los que no sabe cóm o deshacerse.
¿ Q ué puede hacer si su hij a acaba de rom per un j arrón de g ran valor? E lij a una de
las sig uient es opciones:
A ) U n g olpe en la m anit a.
B) ¡Pero m ira lo que has hecho! ¡Te he dicho veint e veces que t eng as cuidado!
¡M e t ienes hart a!
C) Cast ig ada sin ir al parque.
D ) M e g ust aba m ucho est e j arrón, valía m ucho dinero y era el único recuerdo que
tenía de m i abuela. A hora voy a sufrir m ucho por t u culpa, espero que est é s cont ent a.
E ) Tendrá s que pag ar al m enos una part e del jarrón, así que recibirá s sólo m edia
pag a de aquí a N avidad.
F ) ¡O h, que pena, se ha rot o el jarrón! H ay que t ener m ucho cuidado, los j arrones
no son para j ug ar. V en, ahora t enem os que recog er los t roz os con la escoba.
G ) N o im port a; t
ot al, sólo era un j arrón viej o.
O bsé rvese que si el j arrón lo ha rot o su am ig a, su vecina o su cuñada, no cabe ni
la m á s m ínim a duda: ust ed eleg iría siem pre la opción g . Insist iría en ella, la repet iría
una y ot ra vez , m ient ras la ot ra persona se deshacía en ex cusas. Pues bien, creo que
tam bié n es la opción m á s adecuada para su hij a de ocho años. E lla y a sabe
perfect am ent e que el j arrón sí que es im port ant e, que hay que t ener cuidado, que
ust ed est á apenada y que est á disim ulando por educación. E lla est á t riste,
averg onz ada y daría cualquier cosa por no haber rot o el j
arrón. N o necesit a reproches
ni discursos.
L a opción e est á m uy ex t endida para niños m ay ores, pero m e parece un poco
m ez quina. U st ed nunca le pediría dinero a su am ig a, ni lo acept aría si se lo ofrece,
aunque ella t eng a un buen sueldo. ¿ Cóm o va a pedirle dinero a su hij a que es m enor
de edad y no g ana ni para helados?
Si es su hij a de dos años la que rom pe el j arrón, la opción g puede ser inadecuada.
Podría creé rsela, pensar que de verdad no hay diferencia ent re rom per un j arrón chino
y revent ar un g lobit o. A est a edad, una respuest a parecida a la f result a respet uosa,
com prensible e inform at iva. Y g uarde los dem á s adornos en lug ar seg uro, porque un
niño t an pequeño no siem pre ent iende las cosas a la prim era.

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LA PERMISIVIDAD: MIEDO A LA LIBERTAD

N o m e considero perm isivo.


D r. Spock

Benj am in Spock es el aut or de Baby and Child Care, t raducido al español com o Tu
hijo, el libro sobre puericult ura m á s vendido ( decenas de m illones de ej em plares) e
influy ent e desde su prim era edición, en 1 9 4 5 . E l D r. Spock fue t
am bié n una persona
com prom et ida polít icam ent e, que se m anifest ó cont ra la int
ervención nort eam ericana
en V iet nam y a favor del desarm e nuclear. A m enudo se le ha acusado de ser
perm isivo; t ant o que, en el prólog o a la edición de 1 9 8 5 , se vio oblig ado a
defenderse:

L a acusación surg ió por prim era vez en 1 9 6 8 Ł , veint idós años despué s de la
aparición del libro, y provenía de varias personas dest acadas, que obj etaban con
energ ía m i oposición a la g uerra en V iet nam . D ijeron que m is consej os a los padres,
de ofrecer « una g rat ificación inm ediat a» a sus bebé s e hij
os, era lo que hacía que
tant os jóvenes que se oponían a la g uerra fueran « irresponsables, indisciplinados y
ant ipat riót
icos». E n est e libro no se habla de g ratificación inm ediat a.

Ciert
am ent
e, no habla de t
al cosa. A nt
es bien, veam os alg unas de sus advert
encias:

A part
ir de los t res m eses de edad [Ł ] el niño debe acost um brarse a dorm ir solo
en su cuna, sin necesidad de com pañía. Si el niño duerm e con sus padres, es
aconsej able separarle cuando t eng a seis m eses.
A dem á s, si el niño está enferm o o tan ansioso que desea pasar t oda la noche en la
cam a de los padres, apart e de consult ar al m é dico ( sem ej ante deseo debe de ser
pat ológ ico, claro) , se recom ienda a los padres acudir a la habit ación del niño a
tranquiliz arlo: « Perm anez ca sent ada con é l hast a que se duerm a».

Tam bié n se perm it e a los padres acept ar a los niños en la cam a de m atrim onio por la
m añana, para ser m im ados, « siem pre que est o no hag a que cualquiera de los dos
padres se sient a inquiet o, porque esto le ag ita sensaciones sex uales». Sensaciones que
dos líneas despué s se at ribuy en a « avances sex uales» del niño. ¿ N o les parece
increíblem ent e ret orcido? L o prim ero que se le viene a la m ent e, cuando un niño
pequeño ent ra en la cam a de sus padres para besarles o salt ar en el colchón, es que
pueda haber una inquiet ante sensación sex ual iniciada adem á s por el niño. Sin
em barg o, en m uchas ot ras sit uaciones de la vida cot idiana, obj et ivam ent e bast ant e
m á s com prom et idas, nadie adviert e cosas sim ilares. E n ning ún libro encont rará

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advertencias com o « puede ir a la play a, siem pre que la observación de los cuerpos
sem idesnudos no le ag it e sensaciones sex uales» o « desde lueg o ir en m et ro es m á s
ecológ ico que usar su propio coche, pero preg únt ese ant es de subir al m et ro o al
autobús si no est
ará en realidad buscando un roce concupiscent e».
Tam poco es m uy part idario el D r. Spock de cog er a los niños en braz os o de
hacerles m ucho caso:

N o es necesario que coj a al niño en braz os t


an pront
o com o se despierte.
Se m im a a un niño de pocos m eses de edad ocupá ndose de é l en ex ceso.

Todo est o no es m uy dist


into de lo que han dicho ot ros m uchos ex pert os antig uos y
m odernos. Si dedico al D r. Spock un apart ado en est a sección de « t eorías que no
com part o» no es porque sea peor que ot ros autores, que no lo es, sino por esa falsa
fam a de perm isivo que le rodea. A lg unos padres pueden creerlo. Y si hacer dorm ir
solo al niño y cog erlo poco en braz os es ser perm isivo, ent onces, ¿ qué habrá que
hacer para ser « firm e»?

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PROTEGELLA Y NO ENMENDALLA

Procure siem pre acert alla


el honrado y principal;
pero, si la acierta m al,
prot eg ella y no enm endalla.
G uillen de Cast ro, Las mocedades del Cid

Suelen recibir los padres el consej o de no echarse nunca at rá s, una vez t


om ada una
decisión. Si cedes una vez , t endrá s que ceder siem pre. Te perderá el respet o. Baj o
ning ún concept o debes escuchar sus prot estas o rebaj arte a discut ir con el niño t u
aut oridad.
U n padre que cede ant e la rabiet a de un niño sería, seg ún los part idarios de est e
m it o, un m al padre, un ser dé bil y pat ético que se hace daño a sí m ism o pero le hace
m á s daño aún a su hij o, al que enseña a salirse con la suy a a base de g rit os y
prot est as. U n padre que cede ant e una rabiet a esŁ , ¿ cóm o lo ex plicaría?, com o un
em presario que cede ant e una huelg a o un g obierno que neg ocia con los
m anifest ant es.
A h, no, claro que no. L os em presarios t ienen que at ender las j ustas
reivindicaciones de los obreros, los g obiernos t ienen que escuchar la volunt ad
popular, ex presada en el sag rado derecho de m anifest ación. U n g obierno que t uviera
com o norm a no ceder j am á s, no echarse nunca at rá s en sus decisiones, o neg ociar,
ig norar a los m anifest ant es, sería un g obierno dict at orial, ant idem ocrá t ico, ineficaz .
E n t odo el planet a, son aquellos g obiernos que m á s neg ocian, que m á s escuchan y
que m á s ceden los que cuent an con el m á s decidido am or y respet o de sus
ciudadanos; m ient ras que los ot ros, los inflex ibles, los que parecen t ener la sart é n por
el m ang o, est á n siem pre ex puest os a caer en una revolución.
¿ Por qué habría de ser dist int o con los niños? ¿ Por qué en los padres se considera
virt ud lo que en cualquier ot ra fig ura con aut oridad se consideraría t iranía y
prepot encia?
N icolay ex plica con plum a á g il los pelig ros de ceder ant e un hij o:
M am á , dam e un albaricoque.
¡Q ué dices, chiquilla! ¡E st á s loca! A cabas de est ar enferm a; el m é dico t e ha
prohibido en absolut o las frut as: ¡que se t e quite esa idea de la cabez a!
L a niña refunfuña.
¡N o, es inút ilŁ ! Te he dicho que no y no. ¿ L o has oído?
A um ent an los g rit os y la not a cam bia; es decir, la m am á com ienz a a ablandarse.
Pero, hij a m ía, ¿ quieres est ar enferm a? ¡Te aseg uro que no hay nada t an dañino
com o la frut a en verano!

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L a escena prosig ue con chant aj es afect ivos, g rit os por am bas part es, la m adre que
ofrece m edio albaricoque, la hij a que insist e, la m adre que concede el albaricoque
ent ero:
¡Tom a! , aquí t ienes el m aldit o albaricoque; ¡t om a! , ¿ quieres dos, t resŁ ?
¡Cóm et elos! , ¡si revient as, m ej or! ¡Te est ará bien em pleadoŁ ! ¡M e aleg raré !
¿ N ot a el lect or m oderno alg o curioso? A m í m e llam an la at ención varios punt os:
¿ qué enferm edad será esa en la que est á n prohibidos los albaricoques? ¿ Q ué t iene de
m alo la frut a en verano? ¿ Se pasaban t odo el verano sin com er frut a?
N icolay pret endía m ost rar los « t erribles» efect os de la falt a de disciplina: la
m adre incapaz de im poner su crit erio, la niña que se « sale con la suy a». H oy en día,
m uchos est arían de acuerdo con la idea de fondo, pero probablem ent e el ej em plo iría
al revé s: « V am os, cóm et e la frut a, y a sabes que el doct or ha dicho que es m uy sana y
lleva m uchas vit am inas». « ¡N o quiero! ». « ¡Bueno, est á bien, no com as frut a si no te
da la g ana! ¡Si se t e caen los dient es y te quedas cieg a, t e est ará bien em pleado! ».
Puest o que se cont radicen t ot alm ent e, al m enos una de las dos m adres debe de
est ar equivocada. Incluso es probable que se equivoquen los dos. ¿ E n nom bre de qué
principio m oral o pedag óg ico debe im ponerse el crit erio de los padres, aunque est én
equivocados, y debe som et erse el niño, aunque t eng a raz ón? Puede que la obediencia
cieg a a la aut oridad pareciera lóg ica a los súbdit os del sig lo X IX , pero los ciudadanos
del X X I deberían aspirar a alg o m á s.
Sí que com et e alg unos errores la m adre de la hist oria, pero su error no es ceder. E l
prim er error ( que no es suy o, por ciert o, sino del m é dico que la aconsej ó) es el creer
que un niño puede enferm ar por com er frut a. ( L a m adre m oderna suele sufrir el error
cont rario, ig ualm ent e difundido por alg unos m é dicos: que un niño puede enferm ar
por no com er frut a) . E l seg undo error es no haber cedido ant es. O braba, se dirá , baj o
la fuert e presión de su m é dico, que la había advert ido de los g raves pelig ros del
albaricoque. Pero, en t al caso, no debía haber cedido j am á s. Si est á ust ed plenam ent e
seg uro de que alg o es g ravem ent e perj udicial para su hij o, no puede ceder ant e una
rabiet a ni ant e m il. ¿ O acaso va a dej ar que su hij o beba lej ía o se t ire por el balcón
para que no llore? Si est a m adre cedió no es « para que su hij a revient e», com o dij o en
su enfado, sino precisam ent e porque sabía que no iba a revent ar. E n el fondo de su
coraz ón, esa m adre sabía que lo que afirm aba su m é dico sobre los g raves pelig ros de
la frut a en verano es una ex ag eración y que el pelig ro ( si lo hay ) es bast ant e leve.
Pues bien, si no era una cuest ión de vida o m uert e, si en el fondo sabía que no t enía
im port ancia, ¿ para qué t ant o escá ndalo? Si piensa que puede ceder, ceda pront o y
evit ará discusiones.
E l t ercer error es no haber sabido ceder con eleg ancia. E n vez de salvaj es
im precaciones com o « ¡O j alá revient es! », o en vez de m anipulaciones m á s sut iles y
acaso m á s dañinas com o: « t om a, aquí t ienes el albaricoque. Pero y a sabes que m am á

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est á m uy enfadada y sobre t odo m uy decepcionada. Te has port ado m uy m al», ¿ qué
cost aría m ost rarse un poco am ables, y salir del paso salvando la cara y la dig nidad?:
« Bueno, t om a el albaricoque. N o sabía que t e g ust aban t ant oŁ ».
F ernand N icolay fue un j urista y pensador francé s, aut or de una obra, Los niños
mal educados, que alcanz ó un g ran é x it o edit orial: el ej em plar que ha caído en m is
m anos corresponde a la dé cim a edición española, t raducción de la vig é sim a edición
francesa. E l libro no t iene fecha de edición y , aunque la encuadernación podría ser de
los años cuarent a, el tex t o parece m á s ant ig uo, pues no m enciona los coches, ni la
radio, ni los avionesŁ Conseg uí m á s inform ación en Int ernet . E l cat á log o de la
Bibliot eca N acional de F rancia incluy e 1 5 obras de N icolay , publicadas ent re 1 8 7 5 y
1 9 2 2 , incluy endo t res ej em plares de Los niños mal educados de 1 8 9 0 , 1 8 9 1 y 1 9 0 7 .
Sólo en la de 1 8 9 1 const a el núm ero de edición, y es la undé cim a.
A firm a N icolay que sus propuest as no son sim ples opiniones, sino ciencia
ex perim ent al, pues ha anot ado en un papel una list a de los niños bien educados que
conoce, y ot ra list a de los m aleducados, « result ando est a list a larg uísim a,
int erm inable», y a cont inuación ha analiz ado los m é t odos de unos y ot ros padres.
D escribe con g ran det alle y en varios capít ulos la carrera de esos niños m aleducados,
que afirm a son la m ay oría de los franceses de su é poca.
A los t res años, una « insubordinación perm anent e», « es el niño quien indica el
cam ino», sólo com e lo que quiereŁ A los diez años, « es m á s insolent e», « g rit a m á s
alt o», sus padres no se at reven a decirle que no, se cree t odo un personaj eŁ A los
quince, « una bobería presunt uosa ha reem plaz ado a su prim it ivo candor», se burla de
la ig norancia de sus padres, es insolent eŁ A los veint e, « la casa se t ransform a a
capricho del señorito», es un inút il desag radecido que vive de g orra. Cuando es
m ay or de edad ( despué s de los veint icinco años) , es « inept o y derrochador, holg az á n
y am bicioso, libert ino y sin coraz ón». H em os resum ido en un pá rrafo m á s de 8 0
pá g inas, que realm ent e no t ienen desperdicio. L a descripción del niño m al educado
de tres años coincide not ablem ent e con la de diversos aut ores m odernos:

D e unos años a esta part e, se viene observando en los niños una t endencia cada vez
m á s acusada a hacer t odo cuant o se les ant
oj a [Ł ]. A m enudo oím os decir: « L os
niños de hoy en día y a no Ærespet an nada» ( L ang is, 1 9 9 6 ) .

Y aquí viene el m eollo del asunt o, el m ot ivo por el que m e tom é t ant as m olestias para
est ablecer la fecha de la obra. ¿ D e unos años a est a part e? N o, los niños de los que
habla N icolay no son, am ig o lect or, sus hij os, sino sus bisabuelos. L os abuelos de
ust ed, sí, a los que sus tatarabuelos m alcriaron espant osam ent e. Su bisabuelo m alcrió
lueg o a su abuelo, y est e a su padre, y su padre, que habiendo sido m alcriado de
pequeño se convirt ió en un ser « inept o y derrochador, holg az á n y am bicioso, libert ino

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y sin coraz ón», le m alcrió a ust ed. ¿ D ónde quedan ahora t odos aquellos m it os de que
« ant es se respet aba m á s a los padres», « ant es sí que había disciplina», « a nosot ros no
nos dej aban pasar ni una»Ł ? L a g ran m ay oría de los niños y a est aban m alcriados,
seg ún N icolay , hace m á s de un sig lo.
N o, cuando cedem os, cuando neg ociam os, cuando reconocem os nuest ros errores,
no perdem os el respet o de nuest ros hij os. A nt es bien, es ent onces cuando m á s lo
g anam os.
Cuando cedem os, le est am os enseñando a ceder.
H ace m ucho t iem po, t endría y o t rece o cat orce años, m i padre m e riñó sin m ot ivo.
A l m enos no recuerdo el m ot ivo, hace m ucho t iem po que lo olvidé . R ecuerdo
claram ent e, sin em barg o, m i profunda indig nación ant e tam aña inj usticia, M e fui a
dorm ir dolido y lloroso; y ent onces, ¡oh, m ilag ro! , m i padre vino a darm e las buenas
noches y m e pidió perdón. ¡Pedir perdón a un hij o! ¿ N o es esa la form a m á s seg ura
de perder la aut oridad y el respet o? A l cont rario. E n aquel m ism o m om ent o t odos sus
pecados, pasados, present es y futuros, le fueron perdonados.

Una bofetada a tiempo

L os niños nunca son dem asiado pequeños para az ot


arles: com o los bist
ecs duros,
cuanto m á s les g olpeas, m á s se ablandan.
E dg ar A llan Poe, Fifty Suggestions

U n cachet e a t
iem po puede descarg ar la at
m ósfera t
ant
o para los padres com o
para el niño.
D r. Spock

M uchos psicólog os y educadores han cant ado las ex celencias de las bofet adas.
E n E spaña, docenas de niños m ueren cada año asesinados por sus padres. ( E nt re
1 9 9 1 y 1 9 9 2 , los servicios de prot ección de m enores confirm aron en E spaña 8 5 6 5
casos de m alos t ratos. E n E st
ados U nidos se cont abiliz aron 1 1 8 5 m uert es en 1 9 9 5 , lo
que represent ó un 3 4 por cient o m á s que diez años ant es) . Sin em barg o, la
coincidencia a com ienz os del año 2 0 0 0 de t res o cuat ro casos de asesinat os

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prot ag oniz ados por adolescent es desencadenó una ola de hist eria, com o si fueran los
hij os los que habit ualm ent e m alt rat an a los padres. L leg ué al oír a un sesudo ex pert o
afirm ar en una t ert ulia radiofónica que est o era consecuencia de la int rom isión del
E st ado en la esfera fam iliar, pues pocos años at rá s se había prohibido por ley peg ar a
los niños. ¡U na bofet ada a t iem po hubiera evit ado est os crím enes! E l niño que a los
ocho años recibe una buena bofet ada de sus padres aprende que los conflict os se
resuelven a g olpes y que los fuert es pueden im poner sus punt os de vist a sobre los
dé biles. Ig noro cóm o est a t em prana enseñanz a y est e vivo ej em plo ay udan a im pedir
que se conviert a en un adolescent e asesino.
V eam os un caso concret o. Jaim e se considera un buen esposo y un padre
tolerant e, pero hay cosas que le hacen perder los est ribos. Sonia t iene un cará ct er
difícil, nunca obedece y encim a es respondona. Se « olvida» de hacerse la cam a,
aunque se lo recuerdes veint e veces. E s caprichosa con la com ida; las cosas que no le
g ust an, ni las prueba. Cuando le apag as la t ele, la vuelve a encender sin siquiera
m irart e. Te cog e dinero del m onedero, ni siquiera se m olest a en pedirlo por favor.
Int errum pe const ant em ent e las conversaciones. Cuando se enfada ( lo que ocurre con
frecuencia) , se pone a llorar y se va corriendo a su habit ación dando un port az o. A
veces se encierra en el cuart o de baño; en esos m om ent os, ning ún raz onam ient o
consig ue t ranquiliz arla. D e hecho, una vez hubo que abrir la puert a del baño a
pat adas. Pero lo que realm ent e saca a Jaim e de quicio es que le falt e al respet o.
A noche, por ej em plo, Sonia cog ió unos papeles del escrit orio para dibuj ar alg o. « Te
he dicho que no coj as los papeles del escrit orio sin pedir perm iso», le dij o Jaim e.
« ¿ Pero qué t e has creído? ¡Yo coj o los papeles que m e da la g ana! », respondió Sonia.
Jaim e le peg ó un bofet ón, g rit ando: « ¡N o m e hables así. Pide perdón ahora m ism o! »;
pero Sonia, lej os de reconocer su falt a, le plant ó cara con t odo desparpaj o: « ¡Pide
perdón t ú! ». Jaim e le volvió a dar un bofet ón, y ent onces ella le g rit ó: « ¡Capullo! » y
salió corriendo. Jaim e t uvo que hacer un verdadero esfuerz o para cont enerse y no
seg uirla. E n est os casos es m ej or calm arse y cont ar lent am ent e hast a diez . Por
supuest o, Sonia est ará cast ig ada en casa t odo el fin de sem ana.
H ast a aquí la hist oria. Supong am os ahora que Sonia t iene siet e años y Jaim e es su
padre. Y ust ed, ¿ qué opina? ¿ N o es est e uno de esos casos en que a cualquiera « se le
iría la m ano»? ¿ N o sirvió est a bofet ada para descarg ar la at m ósfera, com o t an bien
decía el D r. Spock? ¿ Q ué pueden hacer en un caso así esos faná t icos que prohibieron
por ley las bofet adas? ¿ V an a denunciar a est e padre ant e los tribunales por peg ar un
bofet ón a una niña que, por ciert o, se lo t enía bien m erecido? ¿ N o es m ej or dej ar que
est os problem as se resuelvan en el á m bit o fam iliar sin int ervenciones ex t ernas? Tal
vez incluso est é ust ed pensando que una niña nunca habría lleg ado a ser t an
desobedient e y respondona si le hubieran dado una buena bofet ada hace t iem po. E st a
sit uación parece t ípica de niños m alcriados por padres perm isivos que no saben

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est ablecer lím it es claros, que no im ponen la necesaria disciplina: lo que hoy est á
perm it ido, m añana provoca una respuest a desm esurada, con el result ado de que el
niño est á confuso y es desg raciado.
¿ Y si y o le dij era, am able lect or, que Sonia t iene en realidad diecisiet e años y que
Jaim e es su padre? ¿ Cam bia eso alg o? R epase la hist oria a la luz de est e nuevo dat o.
¿ L e parece t al vez que es dem asiado g rande para peg arle, para apag arle la t ele o para
hacerle pedir perm iso ant es de cog er una sim ple hoj a de papel? ¿ L e parece adecuado
que un padre abra a pat adas la puert a del baño donde est á su hij a de diecisiet e años?
¿ E m piez a t al vez a sospechar que se t rata de un padre obsesivo, t irá nico y violent o, y
que la respuest a de su hij a es lóg ica y com prensible?
Y si es así, ¿ por qué est a diferencia? R eflex ione unos m om ent os sobre los
crit erios que ha usado para j uz g ar a est e padre y a est a hij a. ¿ E st á n los niños
pequeños m á s oblig ados que los adolescent es a respet ar las cosas de los m ay ores, a
recordar y cum plir las órdenes, a obedecer sonrient es y sin rechist ar, a hablar con
am abilidad y respet o aunque por dent ro est é n enfadados, a m ant ener la calm a y no
llorar ni dar escenas? ¿ Son m á s perj udiciales los g rit os y los g olpes para el
adolescent e que para el niño pequeño? N o son esos los crit erios que sig ue la Just icia
con los m enores de edad. A nt es bien, cuant o m á s pequeño es el niño, m enos
responsable le consideran los j ueces y m enor es el cast ig o ( si es que ex ist e alg ún
cast ig o) . ¿ Q uié n t iene raz ón: el E st ado « int ervencionist a», que no considera al niño
responsable de sus act os, o el padre « j ust o y sabio», que corrig e a su ret oño cuando
aún est á t ierno? Q uiz á , en vez de asist ent es sociales, educadores, t ribunales de
m enores y reform at orios, sería m ej or abrir cá rceles de m á x im a seg uridad y
rest ablecer la t ort ura para los delincuent es juveniles.
Pero t odavía queda una posibilidad aún m á s inquiet ant e. ¿ Y si y o le dig o ahora
que Sonia t iene veint isiet e años y que Jaim e es su m arido? ( N o, no est oy haciendo
tram pa. V uelva a leer la hist oria: en ning ún m om ent o había escrit o que Sonia fuera la
hij a) . ¿ L e parece norm al que un m arido le apag ue la t ele a su esposa « porque y a ha
vist o suficient e», que le ordene hacerse la cam a, que la oblig ue a com é rselo t odo, que
le prohiba cog er un papel o que le peg ue un bofet ón? ¿ Sig ue pensando que Jaim e es
un buen m arido, pero que el cará ct er difícil de Sonia le hace perder a veces los
est ribos? ¿ A caso no es un derecho y un deber de cualquier m arido correg ir a su
esposa y m oldear su cará ct er, recurriendo si es preciso al cast ig o ( « quien bien t e
quiere, t e hará llorar») ? ¿ A caso no j uró ella, ant e D ios y ant e los hom bres, respet ar y
obedecer a su m arido? ¿ H a de int ervenir el E st ado en un asunt o est rictam ent e
privado?
¿ Por qué al leer por vez prim era la hist oria de Jaim e y Sonia pensó ust ed que
Sonia era una niña? Pues precisam ent e porque Jaim e le g rit aba y le peg aba.
Inconscient em ent e, ust ed ha pensado: « Si la t rata así, debe de ser su hij a». N o se nos

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ocurre que se pueda t rat ar así a un adult o, lo m ism o que al leer las palabras « at aque
racist a» en un t itular, no se nos ocurre pensar que las víct im as puedan ser suecas.
L a violencia nos parece m á s acept able cuando la víct im a es un niño; cuant o m á s
pequeño, m ej or.
V eam os ot ro ej em plo. Pedro, de seis años, pide un chicle en la panadería. M ait e
fing e no haberle oído. Pedro insist e. « U n chicle, por favor». « N o». « ¡Q uiero un
chicle! ». « ¡Te he dicho que no! ». « ¡Q uiero un chicle! ». « M ira, es que m e pones de
los nervios. Te he dicho veint e veces que no t e doy ning ún chicle» ex clam a M ait e
m ient ras agarra fuert em ent e al niño por un codo y lo arrast ra fuera de la panadería.
¿ Q uié n no ha vist o, quié n no ha vivido una escena así? E s fá cil com prender que
una m adre acabe por perder la pacienciaŁ
¿ Y si result a que M ait e no es la m adre? L a m adre, am able lect ora, es ust ed. H a
enviado ust ed a su hij o Pedro, con una m onedit a en la m ano, a com prar un chicle ( no
hay ni que cruz ar la calle) , y M ait e, la panadera, lo ha t rat ado de ese m odo. ¿ N o iría
ust ed a prot est ar? ¡A que no vuelve a com prar en esa t ienda!
L a violencia cont ra un niño nos parece m á s acept able cuando el ag resor es un
padre o m aest ro que cuando es un desconocido. D e hecho, j am á s perm it iríam os que
un desconocido se acercase a nuest ro hij o en la calle y le peg ase.
Y para el niño, ¿ qué es m á s acept able? L a ag resión de un desconocido t e puede
causar dolor físico y m iedo. Pero ¡t u propio padre! A l dolor y al m iedo se unen el
asom bro, la confusión, la t raición, la culpa ( sí, la culpa; aunque parez ca increíble, los
niños t ienden a pensar que, si les peg an, es porque se lo habrá n m erecido. Incluso los
que sufren las paliz as de un padre alcohólico se sient en culpables) . U n desconocido
sólo g olpea t u cuerpo; t us padres, adem á s, pueden g olpeart e el alm a.
Im ag ine ahora que su hij o, de diez años, ha t enido una disput a en el coleg io. U n
em puj ón, una z ancadilla, unos cuant os insult os, un revolcón por el sueloŁ R esult ado
final: un niño lloroso, la ropa sucia y un arañaz o en la rodilla. ¿ Iría ust ed a prot est ar
al coleg io o a hablar con los padres de los ag resores o con los ag resores m ism os?
Probablem ent e no, salvo que las ag resiones fueran cont inuas o se produj eran lesiones
g raves. A l fin y al cabo, « son cosas de niños». E s m á s, m uchos padres y no pocas
m adres le dirían a su hij o que lo que t iene que hacer es dej ar de lloriquear y plant ar
cara a los m at onesŁ
Perdón, ¿ he dicho su hij o de diez años? Q uería decir su m arido de t reint a. U n
com pañero de oficina, t ras una discusión, le ha peg ado un puñet az o y le ha tirado al
suelo m ient ras los dem á s coleg as se reían y g rit aban: « ¡D ale, dale fuert e! ». ¿ H ay
alg una diferencia?
Claro que la hay . U n com port am ient o así nos parece inacept able. N o hace falt a
esperar a que se repit a cada día, ni a que hay a un hueso rot o. H e vist o poner una
denuncia ant e los t ribunales por m ucho m enos. E l adult o que denuncia una ag resión

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no es un quej ica ni un chivat o, sino que est á defendiendo sus derechos. L os niños, en
cam bio, est á n som et idos a una ley del silencio t an dura com o la de la m afia, y
cualquier quej a puede ser recibida con el desprecio de los com pañeros e incluso de
los profesores.
Podem os invent ar m il ex cusas para m aquillar la realidad, pero lo ciert o es que
nuest ra sociedad condena la violencia, ex cept o cuando la víct im a es un niño. Si la
víct im a es un niño y si el ag resor es ot ro niño, un m aest ro o sobre t odo un padre, se
toleran y a veces aplauden dosis increíbles de violencia. D avid F inkelhor, un
sociólog o nort eam ericano que ha invest ig ado en profundidad la violencia fam iliar y
los m alos t rat os, señala t res m ot ivos principales por los que los niños son ag redidos
con t ant a frecuencia:
1 ) L os niños son dé biles y dependen de los adult os.
2 ) L a j ust icia no se ocupa de prot eg erles, y la sociedad no condena las ag resiones.
3 ) L os niños no pueden escog er con quié n se relacionan: no pueden cam biar de
padres, de escuela o de barrio cuando quieren.
¿ E st oy diciendo ent onces que no podem os j am á s, por ning ún m ot ivo, peg ar a un
niño? E x act am ent e. ¿ Y cóm o podem os ent onces im poner disciplina? Im ag ínese que
su hij o hace ex act am ent e lo m ism o dent ro de quince años. N o le podrá peg ar porque
será m á s fuert e que ust ed ( ese es, no nos eng añem os, el principal m ot ivo por el que
no peg am os a los chicos m ay ores) . ¿ Cóm o resolverá ent onces la sit uación? Pues vay a
pract icando.
E st oy de acuerdo con Spock cuando afirm a que alg unos padres, en vez de peg ar a
sus hij os, recurren a form as t odavía m á s dañinas de violencia, com o la hum illación,
los g rit os const ant es, las burlas o el desprecio. Com o en t odo, hay g radaciones; y las
burlas e insult os cot idianos pueden ser peores que una bofet ada floj ita de tarde en
tarde. Pero eso no m e sirve com o j ust ificación para las bofet adas.
¿ D ebe det ener la policía a los padres que peg an a sus hij os? O , en un sent ido m á s
am plio, ¿ som os m alos padres porque alg una vez hem os peg ado a nuest ros hij os? ¿ O
porque les hem os peg ado m uchas veces? ¿ Sufrirá m i hij o un « t raum a» por aquella
vez , hace doce años, que perdí los nervios y le peg ué ?
Por supuest o, la policía y la j ust icia han de int ervenir en los casos g raves de
violencia y crueldad; y ot ros casos un poco m enos g raves caerá n en el t erreno de la
psiquiat ría y del t rabaj o social. Pero no es m enos ciert o que sería difícil encont rar a
un padre que nunca ha levant ado la m ano o la voz cont ra un hij o.
Tam bié n hay m at rim onios, parient es, am ig os o com pañeros de t rabaj o que alg una
vez ( o m uchas veces) han discut ido ag riam ent e, se han insult ado o ridiculiz ado,
incluso se han g olpeado, y sin em barg o han conseg uido la reconciliación y el
equilibrio. Sin duda, en m uchos casos leves de violencia, t ant o en la fam ilia com o
fuera de ella, la int ervención de la policía y de los j ueces no haría m á s que em peorar

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la sit uación y dificult ar un arreg lo am ist oso.
L o que diferencia, a m i m odo de ver, la violencia cont ra los hij os de ot ros t ipos de
violencia en nuest ra sociedad, lo que la conviert e en una int olerable ig nom inia, es la
just ificación. N o sólo una part e im port ante de la opinión pública sino t am bié n un
g ran núm ero de profesionales e int elect uales, por lo dem á s cult os, am ables y
respet uosos, insist en en afirm ar que la « bofet ada a t iem po» no sólo es adm isible, sino
recom endable, que const it
uy e un procedim ient o « educat ivo» út il y valioso que ay uda
a la víct im a a ser m ej or. Se le dice a la víct im a que « es por t u propio bien» e incluso,
en el colm o del cinism o, que « a m í m e dolió m á s que a t i». N adie, al m enos en un
país dem ocrá t ico y a principios del sig lo X X I , se at revería a j ust ificar de ese m odo la
violencia si la víct im a fuera un adult o.
N o hace falt a lleg ar a los casos ex t rem os que salen en los periódicos, a las
quem aduras de cig arrillo o a los huesos rot os. Cada día hay niños ent re nosot ros que
reciben bofet adas por « cont est ar» a un adult o, que escuchan g rit os, burlas e
im properios por act ividades perfect am ent e inocent es, que son cast ig ados por
accident es o errores involunt arios, que son recluidos durant e horas en cuart os
convert idos en celdas de cast ig o, que son oblig ados a volverse a t rag ar lo que acaban
de vom it ar o cast ig ados sin ej ercicio al aire libre o sin act ividades de ocio. Y t odo
ello en base a ley es y reg lam ent os que no est á n escrit os, norm as que a m enudo se
invent an despué s de producirse los hechos, m ediant e j uicios en que una m ism a
persona es policía, t est ig o, juez y verdug o sin ning ún docum ent o escrit o, sin defensor,
sin posibilidad de recurso ( la prot est a suele g enerar un aum ent o del cast ig o) . Si todo
eso no ocurriera en un hog ar, sino en una prisión, y las víct im as no fueran niños, sino
crim inales y t errorist as, se producirían int erpelaciones en el Parlam ent o.
Propong o que pong am os fin a est a justificación. Q ue dej em os de pensar com o
vivim os, e int ent em os vivir com o pensam os.
Y si alg una vez « se nos va la m ano» con nuest ro hij o, hag am os ex act am ent e lo
m ism o que si se nos fuera la m ano con un com pañero de t rabaj o o un fam iliar adult o:
Procurar por t odos los m edios que eso no ocurra.
R econocer que hem os hecho m al y sent irnos averg onz ados.
Pedir perdón a la víct im a.

Un experto en pegar a los niños

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N o podría acabar est e capít ulo sin pasar revist a a los arg um ent os de alg unos
part idarios de las bofet
adas. H ay part
idarios clá sicos, com o los que cit
a M iller:

E st a paliz a no deberá ser un sim ple j ueg o, sino que habrá de convencerlo de que
vosot ros sois sus am os [Ł ] . Sin em barg o, t endré is que g uardaros m uy bien de que, al
cast ig arlos, la ira se apodere de vosot ros, pues el niño será lo suficient em ent e
perspicaz para advert ir vuest ra debilidad y considerar com o un efect o de la ira el
cast ig o que, a sus oj os, hubiera debido ser la aplicación de la j usticia. ( J. G . K rüg er,
1 7 5 2 .)

E nt re los aut ores m odernos, no he encont rado a ning uno t an convencido com o el D r.
Christ opher G reen, norirlandé s afincado en A ust ralia y aut or de un libro de t ítulo
revelador: Cómo domar a los niños ( el t ít
ulo orig inal usa la palabra toddler, un
té rm ino int raducible que desig na a los niños de aprox im adam ent e uno a cuat
ro años) .
Com ienz a G reen afirm ando que « en m odo alg uno j ust ifica las paliz as, los
cast ig os ex cesivos, la violencia o el abuso de los niños». A cont inuación, acusa a
« ciert os act ivistas anticast ig o corporal» de:

[Ł ] usar su posición y desinform ación para causar preocupación innecesaria en la


m ay oría de los buenos padres que no est á n en cont
ra de una bofet
ada ocasional.

N o queda claro si los « buenos padres» son buenos a pesar o precisam ent e a causa de
la bofetada. E s adm irable la inversión de la culpa: la víct im a no es el niño al que su
propio padre ha peg ado una bofet ada, sino el pobre padre que ha sufrido una
« preocupación innecesaria» por culpa de los act ivist as desinform ados. ¿ N o podría
ocurrir que una « preocupación innecesaria a t iem po» sea beneficiosa para la
educación de los padres?
D escribe lueg o G reen alg unos casos en que se usan m al las bofet adas: la falt a de
consecuencia ( el padre se arrepient e de haber peg ado a su hij o y cede) , la g ot a que
colm a el vaso ( el padre soport a « una larg a serie de m olest ias» y al final salt a ant e un
hecho de poca im port ancia) , el pelig ro de que el niño responda y peg ue al padre, la
indiferencia del niño:

A lg unos niños pequeños est á n ex cepcionalm ent e dot ados para el t eat ro. Cuando se
les g olpea, ag uant an est
oicam ent e com o R am bo cuando le int errog an, t e m iran a los
ojos y con la m á s absoluta insolencia dicen: « ¡N o m e ha dolido! ». Por supuest o que
ha dolido, pero saben que est a reacción enfurecerá y cast ig ará al que les g olpea por
haber levant ado un dedo cont ra alg uien tan im port ante.

E st
am os hablando de niños de m enos de cuat
ro años. A esa edad ( y t
am bié n m á s

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tarde) , un niño al que se le da una bofet ada ocasional reacciona con incredulidad y
asom bro, frust ración y llant o incont rolable. U n niño ha de est ar « curt ido» por
docenas de bofet ones para ser capaz de ag uant ar el llant o y cont est ar « no m e ha
dolido». U na vez m á s, se culpabiliz a a la víct im a: es el niño g olpeado el « insolent e»,
el que « hace t eat ro», el que « se cree m uy im port ant e», el que « cast ig a». ¿ D ebem os
ent ender que el padre que g olpea repet idam ent e a un niño de t res años no es
insolent e, com ediant e ni eng reído, sino t odo lo cont rario, am able, sincero y hum ilde?
Si no lloras cuando t e peg an, eres insolent e; pero, oj o, si lloras, eres m anipulador,
com o adviert e el D r. G reen en ot ro pasaj e:

« Cada vez que alz o la voz para im poner disciplina, se deshace en llant o». E st
a es una
situación frecuent e en que la disciplina correct a y apropiada nos sale por la culat a y
dej a a los padres cast ig ados, confusos y con sent im ient o de culpa [Ł ] . Saben que
tienen m alas cart as, pero usan las lá g rim as com o un t riunfo ant e sus padres.

L a t raducción no hace j ust icia a las g enerosas opiniones del D r. G reen sobre los
niños, pues to trump sig nifica al m ism o t iem po « j ug ar una cart a de t riunfo» e
« invent ar una falsa hist oria para eng añar a alg uien». A sí pues, am able lect or, si tu
padre t e peg a, no llores m ucho ( pues hará s sent ir culpable a t u padre) , pero t am poco
t e abst eng as de llorar ( lo que t endría el m ism o fat al result ado) . L os buenos hij os,
siem pre preocupados por no causar un t raum a psicológ ico a sus padres, responden a
las bofet adas con un llant o breve y bien m odulado que ex prese profundo
ag radecim ient o por los pat ernales desvelos y decidido propósit o de enm ienda.
A cont inuación ex plica el D r. G reen la form a correct a de abofet ear a los niños.
( Sí, am ig o lect or, se han publicado en nuest ro país y en ot ros países civiliz ados
m anuales prá ct icos para enseñar la t é cnica de g olpear a los niños; y t ales libros no
han sido ret irados del m ercado, ni sus aut ores denunciados. ¿ Se im ag ina el escá ndalo
si ex ist iera un m anual para policías t it ulado Domar sospechosos, ex plicando la form a
correct a de g olpear a un det enido?) . A firm a G reen que es m ej or abofet ear a los niños
m á s pequeños, de dos años, por que con ellos es m á s efect ivo el m é t odo, y que una
bofet ada t iene un rá pido efect o, est ablece claram ent e los lím it es, im pide la escalada
del conflict o, resuelve una sit uación de em pat e y es m uy valiosa para evit ar que el
niño vuelva a com et er actos pelig rosos.
Com o ej em plo de est o últ im o, un niño t repa sobre la barandilla del balcón. ¿ Q ué
m ej or, dice G reen, que una « bofet ada fuert e» para evit ar que lo vuelva a hacer? Pues
bien, hay m uchas cosas m ej ores. E n prim er lug ar, un niño de dos o t res años no puede
trepar sobre la barandilla de un balcón si no se ha producido un g rave fallo de
seg uridad: no debe haber m acet as por las que t repar, la barandillas con barrot es
horiz ont ales deberían est ar prohibidas por la ley y un niño de esa edad j am á s debería
quedarse solo en un balcón. Si nos despist am os un m inut o, lo sig uient e que veam os

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puede ser a nuest ro hij o encim a de la barandilla. N o le peg am os para « educarle», sino
para descarg ar sobre é l la culpa que en realidad sabem os nuest ra por habernos
despist ado. Puest o que som os hum anos, y por t ant o im perfect os, tarde o t em prano
nuest ro hijo se pondrá en pelig ro durant e un descuido: en el balcón, cruz ando la calle,
acercá ndose a la cocina o m et iendo los dedos en un enchufe. Por supuest o, no sería
adecuado en un caso así lim it arse a sonreír y decirle: « ¡A y , pillín, no vuelvas a abrir
la llave del g as! ». Pero la respuest a lóg ica y espont á nea de cualquier padre: ponerse
m uy serio, g rit arle que eso no se hace, que la cocina es « pupa» y sacarlo
inm ediat am ent e de la cocina cerrando la puert a son m á s que suficient es para que
rom pa a llorar cualquier niño que no est é acostum brado a las bofet adas. Si el niño
tiene la edad y m adurez suficient es ( dig am os unos cuat ro años) , bast ará eso para que
no vuelva a t ocar el g as en su vida. Si el niño t iene año y m edio, m á s vale m ant ener la
vig ilancia porque probablem ent e es incapaz de ent ender, con o sin bofet ada, qué
pelig ro puede haber en la llave del g as.
Otro ex pert o en bofet adas, esta vez español, es el D r. Cast ells, psiquiat ra infant il.
Propone, ent re ot ros, un uso realm ent e orig inal de la bofet ada:

Cuando su hij o se pong a a llorar por las buenas, desconsolado y g rat


uitam ent
e, es
preferible darle un m otivo concret o; por ej
em plo, una buena bofet ada.

¿ L loran los niños sin m ot ivo? ¿ A lg una vez , am ig o lect or, ha llorado ust ed sin
m ot ivo? E l niño llora por ham bre o por frío, por dolor o por cansancio, por
frust ración o por rabia, pero en cualquier caso llora por alg o. L o m á s próx im o a
« llorar sin m ot ivo» de que es capaz un ser hum ano se produce en la depresión; y ,
hast a donde y o sé , las bofet adas no son un m é t odo habit ual para t rat ar la depresión en
el adult o. Por si acaso, si alg una vez m e sient o deprim ido, m e g uardaré m ucho de
pisar la consult a de ciert o psiquiat raŁ
L o que se est á diciendo a los padres es que desoig an y desprecien el llant o de su
hij o, que no int ent en calm arle, consolarle, escucharle, averig uar qué le pasa u
ofrecerle al m enos cont acto y com pañía. ¿ Por qué preocuparse por el sufrim ient o de
su hij o, por qué int ent ar com part ir su sufrim ient o ( con-padecer) , si es m ucho m á s
fá cil arrearle una bofet ada y todos cont entos?
Si vuest ro hij o no quiere aprender porque vosot ros así lo queré is, si llora con la
int ención de desafiaros, si causa daños para ofenderos, en una palabra, si quiere
salirse con la suy a: ¡adelant e con los g olpes y a darle hast a que g rit e: « Basta, papá ,
bast a! » ( K rüg er, 1 7 5 2 , citado por M iller) .
L os que prefieran el cam ino difícil, usar la palabra en vez de la violencia,
disfrut ará n con el libro, t an dist int o, de Cubells y R icart ( un pediat ra y una psicólog a
infant il) . E llos part en de una prem isa fundam ent al:

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Tam bié n hay que olvidar el t
ópico de que el niño llora porque quiere. Para llorar es
necesario est ar sintiendo alg una cosa.

Sorprendent em ent e, los partidarios de la bofet


ada con frecuencia se sient
en en la
necesidad de lavar su im ag en:

A nt
e t
odo, perm ít anm e afirm ar inequívocam ent
e que no soy un ent
usiast
a de las
bofetadas ( G reen) .

Con lo dicho, no vay a a creer el lect


or que som os unos sá dicos y acé rrim os
abofet
eadores de infant es ( Castells) .

¡N o, por D ios! N i por un m om ent o lo habíam os creídoŁ


U no de los aspect os m á s t
erribles de la violencia hacia los niños es la facilidad
con que se t ransm it e de g eneración en g eneración. Cast ells lo ex presa con claridad
( pues es un dat o bien conocido por la ciencia, y com o psiquiat ra no puede ig norarlo) :

A sim ism o, som os conscient es de que hay prog enit ores fervientes part
idarios de los
castig os físicos, porque, a su vez , fueron peg ados insist entem ente cuando eran
pequeños.

Sí, los niños m alt rat ados se conviert en con frecuencia en padres m alt rat adores. V arios
m ot ivos cont ribuy en a m ant ener est a nefast a cadena. Por una part e, el niño crece sin
conocer ot ro m odelo, ot ra m anera de hacer las cosas, ot ra form a de educar. Crece,
tam bié n, con problem as psicológ icos frut o del m alt rat o recibido, problem as com o la
ag resividad o la incapacidad para em pat iz ar con el sufrim ient o ajeno. Pero, t am bié n,
y t al vez sobre t odo, el niño crece con la necesidad de j ust ificar a sus padres. L os
hij os quieren a sus padres con locura y sient en la oblig ación de j ust ificarlos. Todo lo
que hicieron m is padres, bien hecho est uvo. Si y o no peg o a m is hij os, es com o si les
pasase por la cara a m is padres que hicieron m al en peg arm e a m í. Con absolut a
devoción filial, Cast ells cae, sólo una pá g ina despué s, en el m ism o defect o que ant es
ha at ribuido a ot ros:
Todos o la g ran m ay oría hem os recibido alg ún que ot ro sonoro cachet e de
nuest ros padres que, curiosam ent e, recordam os de m ay ores con cariño y , t am bié n,
añoranz a de que y a no est á n para volver a propiná rnoslo.
M ucho ant es, T hé ophile G aut ier lo había ex presado con palabras m á s herm osas al
describir la desolación del j oven barón de Sig og nac ( El capitán Fracasse) :

L a solicit
ud de su padre, que pese a t
odo echaba de m enos, apenas se había t
raducido

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en alg unas patadas en el trasero o en ordenar que le dieran de latig az os. E n est
os
m om ent os sentía tanta añoranz a que hubiera sido feliz de recibir una de est as
am onest aciones pat ernas cuy o recuerdo le hacía venir lá g rim as a los ojos, pues una
pat ada de padre a hij
o no deja de ser una relación hum anaŁ

U na relación hum ana, en efect o. L os niños necesit an t an desesperadam ent e el


cont act o y la at ención de sus padres que son capaces incluso de acept ar los m alos
t rat os com o prueba de cariño, a falt a de alg o m ej or. A lg unos niños que no log ran
recibir suficient e at ención « sana» por las vías norm ales lleg an a buscar una at ención
pat ológ ica por vías anóm alas. Son niños « m alos», desafiant es, que « parece que la
est é n buscando».
A lg unos padres ex plican la bofet ada diciendo: « L a est aba pidiendo a g rit os».
¿ Cree que su hij o pediría una bofet ada si pudiera o si supiera cóm o pedir alg una ot ra
cosa, si se sint iera capaz de obt ener ot ra cosa, si fuera capaz ( en los casos m á s
g raves) de concebir la ex ist encia de ot ra cosa?
Yo t am bié n espero que, alg ún día, m is hij os m e echen de m enos con lá g rim as en
los oj os o m e recuerden con cariño. Pero espero que no sea por una pat ada, ni por una
bofet ada. Y a ust ed, ¿ qué recuerdo indeleble le g ust aría dej ar?

El castigo
M uchos que est á n en cont ra de las bofet adas defienden, en cam bio, ot ras form as de
cast ig o: la ret
irada de privileg ios ( sin post re o sin t elevisión) , las consecuencias
nat urales ( « com o no cuidas los j ug uet es, los g uardaré ») Ł L a sociedad
nort eam ericana parece especialm ent e obsesionada por el cast ig o, o al m enos en sus
telecom edias se asom bra uno de ver a adolescent es que son casi hom bret ones
diciendo espont á neam ent e: « Sé que he hecho m al, no podré salir en doce sem anas».
N o creo que los niños necesit en cast ig os para aprender, lo m ism o que no los
necesit am os los adult os. L os niños desean hacer felices a sus padres y lo int ent an con
todo su ent usiasm o ( aunque no siem pre saben cóm o) . E l que sabe que ha hecho m al,
int ent ará no volverlo a hacer y no necesit a ning ún cast ig o. A l que no lo sabe, bast a
con decírselo. Si no est á de acuerdo, si é l cree honradam ent e que ha hecho bien, no
cam biará de opinión por un cast ig o. A ntes bien, sent irá rabia y hum illación y volverá
a hacer lo m ism o en cuant o pueda. L o m á s que t e pueden enseñar los cast ig os es a

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hacer ciert as cosas con disim ulo, para que no t
e pillen. E so no es una conciencia
m oral, sino pura hipocresía.
E s perfect am ent e posible educar a un niño sin cast ig os y sin la am enaz a del
castig o.

Buscando problemas
E l invent ario de E y berg ( E y berg Behavioral Child Invent ory , E CBI) es un
cuest ionario para det ect ar problem as de conduct a en los niños, en que los padres
tienen que punt uar a sus hij os en 3 6 aspect os del tipo: « Tiene m alos m odales en la
m esa», « L loriquea o g im ot ea», « Se nieg a a obedecer hast a que se le am enaz a con
cast ig os»Ł
E l padre o la m adre han de valorar la frecuencia con que su hij o realiz a t ales
atrocidades ( nunca o casi nunca, alg unas veces, siem pre o casi siem pre) , y t am bié n
deben decir si consideran que t al conduct a es un problem a en su hij o. Cuando los
padres ident ifican 1 3 o m á s problem as, es que el niño t iene una « alt eración de la
conduct a». D e est e m odo se det erm inó que el 1 7 por cient o de los niños de Cant abria
de ent re dos y t rece años t enía problem as de conduct a y que es m uy út il usar el
cuest ionario en la consult a del pediat ra. Teóricam ent e, la « alt eración de la conduct a»
es un t rast orno psiquiá t rico que precisa de at ención especializ ada, pero es dudoso que
hay a suficient es profesionales para at ender t an g ran núm ero de « enferm os m ent ales».
E l lect or avispado habrá apreciado y a m uchos de los problem as que present a esta
form a de « diag nost icar».
E n prim er lug ar, el m é dico no observa direct am ent e la conduct a del niño, ni habla
con un observador neut ral, sino con los padres. E n caso de conflict o, los padres son
part e int eresada y no se pueden considerar im parciales. L o que el cuest ionario m ide
no es, en realidad, la conduct a del niño, sino la opinión que los padres t ienen sobre
dicha conduct a. N o es lo m ism o decir « señor, su hij o t iene una g rave alt eración de la
conduct a», que « señor, t iene ust ed una pé sim a opinión de su hij o».
E n seg undo lug ar, el sist em a at ribuy e todos los problem as al niño. E s el niño el
que g rit a dem asiado, el que no obedece o el que llora m ucho. ¿ A caso no hay padres
que g rit an dem asiado a sus hij os, que les hacen llorar cont inuam ent e con insult os y
g olpes, que les abrum an con ex ig encias ex cesivas y órdenes im posibles de obedecer?

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A lg uno debe haber, pero con est e cuest ionario no encont raron a ning uno. ¡Q ué raro!
Por ej em plo, a la frase « se nieg a a obedecer hast a que se le am enaz a con
cast ig os», la respuest a norm al de unos padres norm ales debería ser: « N o lo sé , nunca
hem os am enaz ado a nuest ro hij o». E n el Códig o Penal ex ist e un delit o de am enaz as.
Si un m arido dij era: « M i esposa se nieg a a obedecer hast a que la am enaz o con un
cast ig o», t odos est aríam os de acuerdo en que es é l quien t iene un problem a de
conduct a. Pero si un padre o una m adre dicen eso de su hij o, ent onces pensam os que
el « problem á t ico» es el niño.
E n t ercer lug ar, m uchos ( la m ay oría, diría y o) de los punt os del cuest ionario son
m á s que discut ibles com o indicios de alt eración de la conduct a:
Tarda m ucho en vest irse.
¿ Cuá nt o es m ucho? U n cuest ionario serio hubiera especificado, por ej em plo:
« Tarda m á s de doce m inut os en ponerse ropa int erior, cam isa y pant alones». Tal
com o est á , la calificación queda al crit erio arbit rario de los padres. E n t odo caso,
m uchos adult os present an est a « alt eración de la conduct a».
L loriquea o g im ot ea.
E so es poco frecuent e a los t rece años; pero a los dos o a los cinco, ¿ no lloran
t odos los niños?
Se nieg a a com er la com ida que se le ofrece.
M ucha g ent e se dej a com ida en el plat o en los rest aurant es y nadie parece
preocuparse. Cuando un niño se nieg a a com er lo que se le ofrece, puede ser por t res
m ot ivos: le han puest o dem asiada com ida en el plat o ( es decir, no t iene ham bre) , no
le g ust a la com ida ( y o t am poco m e com o lo que no m e g ust a, ¿ y ust ed?) o est á
enferm o y no t iene apet ito.
R eclam a const ant em ent e la atención.
L os niños pequeños necesit an at ención const ante y por t ant o es norm al y sano que
la reclam en.
Se enfada cuando no se sale con la suy a.
¡Tom a, ig ual que y o! A ver si es que est oy m al de la az ot ea y no lo sabía. Y ust ed,
¿ no se enfada cuando no consig ue lo que quiere? « ¡Q ué cont ent o est oy ! H oy he
suspendido un ex am en, m i novia m e dio calabaz as, he perdido a los bolos y m e han
puest o una m ult a por aparcar en doble fila. H acía t iem po que no m e divert ía t ant o».
Si enfadarse cuando no nos salim os con la nuest ra es una enferm edad m ent al, ig ual
necesit am os ir t odos a una clínica de reposo.
L e cuest a est ar quiet o un m om ent o.
Cualquiera que t eng a niños sabe que eso es norm al. Si su hij o se queda quiet o,
m á s vale que lo lleve al m é dico.
D iscut e con los padres sobre las norm as de la casa.
Pero bueno, ¿ est am os o no est am os en una dem ocracia? D iscut ir las norm as es un

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derecho, se llam a « part icipación». Para ser buenos ciudadanos el día de m añana y
poder discut ir las norm as con los g obernant es es preciso que los niños pract iquen en
el seno de la fam ilia.
Int errum pe a los adult os.
Int errum pir a la g ent e cuando habla no es de buena educación, pero result a
im prescindible para t riunfar com o t ert uliano en radio o t elevisión. ¿ Cuá nt as veces los
padres int errum pim os a nuest ros hij os, cuá nt as veces nos im pacient am os con su
leng ua de t rapo, cuá nt as veces les cort am os con un « no dig as t ont erías», « ¿ no ves que
est am os hablando?», « he dicho que no y es que no», « ni Æporfa ni nada»Ł ? A los
niños se les enseña con el ej em plo.
Se hace pis en la cam a.
L a enuresis noct urna no es una alt eración de la conduct a, sino una variación
norm al del rit m o de m aduración de los niños. Ya hace t iem po que se dem ost ró que no
se asocia con ning ún t ipo de problem a psicológ ico.
Insult a y discut e con sus herm anos o con niños del ent orno.
L a rivalidad ent re los herm anos es t ot alm ent e norm al y , m uchas veces, lo m ej or
que pueden hacer los padres es m ant enerse al m arg en.
Tiene m alos m odales en la m esa.
¿ Puede alg uien pensar seriam ent e que poner los codos en la m esa o hacer ruido al
tom ar la sopa es m ot ivo para ir al psicólog o?
Tiene dificult ad para acabar lo que em piez a.
¡V ay a cosa! L a m ay oría de las cat edrales g ót icas est á n aún sin acabar.
Sorprende y preocupa la severidad del j uicio pat erno a la hora de considerar que
un det erm inado niño t iene « un problem a de conduct a». A sí, el 6 por cient o de los
padres afirm a que su hij o « se nieg a a hacer las t areas que se le solicit a» siem pre o
casi siem pre, y ot ro 5 2 por cient o dice que eso ocurre « alg unas veces»; pero un 2 9
por cient o ve un problem a en est e punt o. E s decir, buena part e de los padres
considera que neg arse a hacer las t areas « sólo alg unas veces» y a const ituy e un
problem a. D el m ism o m odo, sólo el 5 por cien de « chincha a ot ros niños» siem pre o
casi siem pre, pero el 1 3 por cient o de los padres ve un problem a; sólo el 5 por cient o
«t iene dificult ades para acabar lo que em piez a» siem pre o casi siem pre, pero el 1 6
por cient o de los padres ve un problem a; sólo el 6 por cient o « tiene rabiet as» siem pre
o casi siem pre, pero el 2 1 por cient o de los padres ve un problem aŁ Sólo en dos
apart ados, « le cuest a est ar quiet o un m om ent o» y « se hace pis en la cam a», ocurre lo
cont rario: alg unos padres afirm an que su hij o lo hace siem pre o casi siem pre y sin
em barg o no ven en ello ning ún problem a ( con lo que m uest ran m ej or crit erio que el
aut or del cuest ionario) .
¿ N o será que la const ante repet ición de com ent arios neg at ivos sobre los niños
acaba det eriorando la percepción que t enem os de nuest ros propios hij os?

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Insulta, que algo queda
M uchos adult os, al hablar sobre niños, recurren al est ereot ipo, al insult o y a la
descalificación sist em á t
ica. E llo se hace m uchas veces en t ono j ocoso, casi
« cariñoso» ( « el m onst ruito», « los pequeños t iranos», « son unos t rast os») , pero el
daño está hecho: se transm it e a los padres la idea de que sus hij
os est á n en su cont ra y
no m erecen respet o com o personas. V eam os alg unos ej em plos concret os:

N ada m á s roz ar las sá banas, el g ranuj


illa em piez a a g im ot
ear.

E l « g ranuj illa» t iene diez m eses, pero su conduct a se considera no sólo m edit ada y
conscient e, sino m oralm ent e reprobable. L a elección de las palabras no es casual: el
bebé no em piez a a g em ir ( « quej arse con voz lastim era», seg ún el diccionario) , ni
m ucho m enos a llorar ( « derram ar lá g rim as por alg ún dolor físico o m oral») , sino a
g im ot ear ( « g em ir, quejarse o llorar sin causa j ustificada») . ¿ Q uié n ha dicho que no
tiene m ot ivo?
V eam os ot ros insult os:

L os niños pequeños son neg at ivos, m uest ran poco sent


ido com ún y una com plet
a
falta de respet
o por los derechos de los dem á s.

¿ Cree que ex ag ero? ¿ N o le parece que est a frase sea tan insult ant e? Sust
it
uy a « niños
pequeños» por « neg ros» o por « m uj eres» y díg am e qué le parece ahora.

E l diez por cient


o de los niños est
udiados eran pequeños t
errorist
as.

E sta es una acusación m uy g rave. Sust


it
uy a « niños» por « sindicalistas», « cat
alanes»,
« client es», « funcionarios» o cualquier ot ro t é rm ino referido a personas adult as y
podría recibir una dem anda por difam ación.

H acen que sus m adres se sient an inferiores. L os niños pequeños t


ienen una capacidad
increíble para desm oraliz ar a sus m adres. M uchos act úan com o com pletos á ng eles
cuando est á n al cuidado de otros, reservando su lado dem oníaco ex clusivam ent e para
sus padres.

¡V ay a descubrim ient o! Sin necesidad de insult os y ex ag eraciones com o


« dem oníaco», lo ciert o es que todos nos com portam os m ejor con desconocidos que
con fam iliares. U sted soport a de sus com pañeros de trabajo, y no dig am os de sus
jefes, desaires que provocarían una discusión con su cóny ug e. N os quej am os m enos

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de la com ida en un rest aurant e que en casa ( y , cuando com em os en casa de un am ig o,
j am á s nos quej am os de la com ida) . U st ed, padre lect or, ¿ dónde se hacía m ej or la
cam a, dónde barría y freg aba sin rechist ar, dónde obedecía al inst ant e y sonriendo: en
casa o en la m ili? ¿ Sig nifica eso que quería o respet aba m á s a su sarg ent o que a su
m adre? Claro que no, sim plem ent e le t
enía m á s m iedo. E n E spaña ha habido m uchas
m á s huelg as y m anifest aciones baj o el g obierno socialist a que en tiem pos de F ranco.
¿ Sig nifica eso que los obreros est aban m á s cont entos con F ranco? E s un hecho que
no prot estam os m á s cuando som os m á s desg raciados, sino cuando t enem os m á s
esperanz as de que nuest ras prot est as sirvan de alg o. Prot estam os m á s cuando nos
sentim os acept ados y queridos. Com o afirm a Bow lby :

D ebido a los vínculos em ocionales que unen al hij o con sus padres y a estos con el
hijo, los niños se com port an siem pre de un m odo m á s pueril con sus padres que con
otras personas [Ł ] . E st
o es incluso ciert o en el m undo de las aves. L os pinz ones
jóvenes, que son y a suficient em ent e capaces de alim ent arse por sí solos, a veces
com ienz an a solicit ar alim ent o de un m odo infant il cuando ven a sus padres.

E l m ism o F reud no se quedaba cort


o con sus descalificaciones:

U n ex ceso de t ernura m at erna quiz á sea perj udicial para el niño por acelerar su
m adurez sex ual, acost um brarle m al y hacerle incapaz , en post eriores é pocas de su
vida, de renunciar t em poralm ent e al am or o cont ent arse con una pequeña part e de é l.
L os niños que dem uest ran ser insaciables en su dem anda de t ernura m at erna
present an con ello uno de los m á s claros sínt om as de fut ura nerviosidad. Por ot ra
part e, los padres neurópat as son, en g eneral, los m á s inclinados a una ternura sin
m edida, despert ando así en sus hij os, ant
es que nadie y por sus caricias, la disposición
a post eriores enferm edades neurót icas.

Y es que de insult ar a los niños a insult ar a los padres sólo va un paso, y si usted trat
a
a sus hij os con t ernura, es un neurópat a.
« N o», dirá el lect or, « F reud sólo llam a neurópat as a los que m uest ran una t ernura
sin m edida, no a los que m uest ran una ternura norm al». D e acuerdo, pero ¿ qué es una
ternura sin m edida? Para m uchos, en nuest ra sociedad, tom ar en braz os a un niño que
llora y a es ex cesiva t ernura.
N o es F reud el único, ni m ucho m enos, que ridiculiz a a los padres que t ratan con
« ex cesiva t ernura» a sus hij os:

Sacarle de la cam a cuando debe dorm ir no es m ost


rar t
ernura, sino est
úpida
ig norancia.

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V eam os cóm o describe el D r. G reen su m é t
odo de dej
ar llorar a los niños para
enseñarles a dorm ir:

D éjenlo llorar cinco m inut os si son ust edes norm ales, diez m inut os si son duros, dos
m inutos si son delicados y un m inut o si son m uy frá g iles. L a duración del llant o
depende de la t olerancia de los padres y de cuan g enuinam ent e ag it
ado se pong a el
niño.

E s decir, que los padres que no quieren dej ar llorar a su hij o son delicados, frá g iles e
incluso falt os de t olerancia ( ¡int olerant es! ) ; pues en una increíble corrupción del
leng uaj e, « tolerancia» sig nifica ahora la capacidad para oír llorar a t u propio hij o sin
hacerle ni puñet ero caso. Incluso adm it iendo que dej ar llorar a los niños fuera
m oralm ent e acept able ( ¡cosa que no adm it o en absolut o! ) , ¿ no parecería m á s lóg ico
adapt ar la duración del llant o a la resistencia del niño y no a la de los padres? ( D ej e
llorar cinco m inut os al niño norm al, dos al delicado, uno al frá g ilŁ ) . Pero, claro, al
D r. G reen no le preocupa lo que pueda sufrir un niño de m eses, sino lo que pueda
sufrir un adult o de veint e o t
reint a años.

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EL CONTROL DE ESFÍNTERES
U n derecho hum ano que no suele venir en los libros, pero que sin em barg o es
am pliam ent e respet ado, es el de defecar cuando nos viene en g ana. Por supuest o que
a veces nos pilla el apret ón en un act o social o lej os de un inodoro, y nos vem os
oblig ados a ag uant arnos ( y t odos sabem os lo que eso cuest a) . Tam bié n sabem os lo
que cuest a defecar cuando no se t ienen g anas ( el t ípico « ve al lavabo ant es de salir,
que lueg o no podrem os») . ¿ Se im ag ina ust ed que el direct or de una fá brica, para
evit ar pé rdidas inút iles de t iem po, oblig ase a los em pleados a ir al lavabo de once a
once y cuart o, t
odos a la vez ? ¿ V erdad que parece, m á s que hum illant e, g rotesco, que
daría lug ar a prot est as, que saldría en la prensa?
Si oblig ar a un adult o a ir al lavabo a las 1 1 : 4 5 o prohibírselo a las 1 3 : 2 8 nos
parece una ridiculez , m ucho m á s ridículo nos parecería int ent arlo con un bebé . Si
nuest ra hija de nueve ( o diecinueve) m eses se hace caca encim a, no es para fast idiar,
ni por m aldad, ni por enferm edad, sino porque es lo norm al, porque a esa edad los
bebé s no t ienen t odavía cont rol de esfínt eres. Y si a los cinco m eses ( o a los quince)
sent am os a nuest ro hij o en un orinal y no hace nada, no pensam os que nos est é
tom ando el pelo o desafiá ndonos, ni que hay a que llevarla al psiquiat ra, sino
sim plem ent e que es norm al, que t odavía no sabe usar el orinal. A decir verdad, a los
cinco m eses ni siquiera nos sorprendería que se cay era del orinal.
Pero hubo un t iem po, lo crea o no, en que se oblig aba ( o se int ent aba oblig ar) a
los niños de nueve m eses y a los de cinco a usar el orinal. E n 1 9 4 1 , el D r. R am os,
refirié ndose al seg undo t rim est re ( es decir, entre los t res y los seis m eses) , afirm a:

Q ue el reg lam ent ar los actos nat urales de la defecación y la m icción es t am bié n un
poderoso m edio educat ivo. A partir de los t
res m eses la m adre pondrá al niño en el
orinalit o a las horas en que suele hacer la deposición [Ł ] y si no lo hiciere, est
á
perm it ido durant e unos días solam ent e introducirle un suposit orio de m ant eca de
cacao o g licerina con obj et o de que asocie la idea de « orinalit o» y « hacer pon»

¿ Se han fij ado en un det alle? E l control de esfínt eres no es un fin, sino un m edio. N o
se educa al niño para que hag a caca en el orinal, sino al revé s: se reg lam ent a la
defecación para educar al niño. E l fin no es conseg uir que el niño no se ensucie, eso
es sólo secundario. E l verdadero fin es que el niño se eduque, es decir, aprenda a
obedecer, a cum plir la volunt ad de sus padres. E l que ha sido capaz de obedecer una
orden t an ridicula com o « cag a ahora m ism o», obedecerá lueg o, sin prot est
as ni
preg unt as, cualquier ot ra orden. Ya en 1 9 0 5 lo había ex presado F reud con t otal
claridad:

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U no de los m ej ores sig nos de fut ura anorm alidad o nerviosism o es, en el niño de
pecho, la neg at iva a verificar el acto de la ex creción cuando se le sient a sobre el
orinal; esto es, cuando le parece oport uno a la persona que est
á a su cuidado,
reservá ndose el niño t al función para cuando a é l le parece oport uno verificarla.

E s decir, un niño de pecho ( suponem os que se refiere a un niño m enor de doce


m eses) que no hace caca cuando le dicen sus padres, sino cuando le vienen g anas, se
est á « neg ando» a obedecer, se est á « reservando» ese dudoso placer, est á desafiando la
aut oridad pat erna y dando claros sínt om as de fut ura anorm alidad, de neurosis. Todos
los niños que sig uen usando pañal despué s del año será n ( o y a son) neurót icos, seg ún
F reud. ¡Con raz ón se dice que « hay m á s fuera que dent ro»!
¿ Por qué F reud, R am os y m uchos ot ros est aban t an convencidos de lo que
decían? A lg ún niño habrían vist o usar con é x it o el orinal ant es del año para afirm ar
que eso es lo norm al. A lg ún neurót ico conocerían que t uvo problem as con el orinal,
para concluir que ex ist e una relación ent re am bas cosas.
E n efect o, el m é t
odo funcionaba con m uchos niños. A lg unos hacen caca cada día
a la m ism a hora, y si los pones en el orinal j ust o a esa hora, ¡prueba conseg uida! Con
la repet ición, el niño asociaba el orinal con hacer caca y se acababa creando un
reflej o condicionado. E l ej em plo t ípico de reflej o condicionado es el fam oso perro de
Pavlov, al que se hacía escuchar una cam panilla cada vez que com ía. A l final, sólo
con oír la cam panilla, y a em pez aba a secret ar saliva ( « se le hacia la boca ag ua») . E l
reflej o condicionado es inconscient e, no requiere int elig encia ( el perro no la t enía) , ni
libre albedrío ( el perro no puede secret ar saliva a volunt ad, sino sólo cuando oy e la
cam panilla) .
Si la asociación ent re sent arse en el orinal y hacer caca no se conseg uía por
casualidad, se provocaba con un suposit orio de g licerina o una lavat iva, que suelen
producir una deposición al cabo de pocos m inut os. A dem á s, es sabido que el frío
hace orinar a los niños pequeños, con lo que sólo por baj arles los pant alones y a es
fá cil que hicieran alg o.
Pero había, por supuest o, m uchos niños en los que no se conseg uía condicionar el
reflej o, m uchos niños que no hacían caca cuando les ordenaban. H oy día, la abuela, la
vecina, la enferm era, el pediat ra y el libro dicen a los padres inex pert os: « Claro, ¿ qué
esperabais? A est a edad t odavía no cont rolan esfínt eres». L os padres dicen « ¡ah,
bueno! » y g uardan el orinal hast a el año próx im o, y aquí paz y despué s g loria. A esos
niños no les pasa nada y evident em ent e no se vuelven neurót icos.
Pero hace ochent a años, cuando el niño de seis m eses no hacía caca en orinal, la
vecina, la abuela, el pediat ra, el libro y el psiquiat ra le decían a los padres: « N o puede
ser, os t om a el pelo», « a ver si est á enferm o», « un prim o m ío em pez ó así y acabó en
el m anicom io», « t ené is que insist ir», « m ano dura es lo que necesit a est e niño»Ł L os
at ribulados padres insist ían, ponían al niño en el orinal durant e horas ( « hast a que no

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hag as caca no t e m ueves de aquí») , le g ritaban, am enaz aban y cast ig aban, se burlaban
de é l ( « ¡t
an m ay or y t odavía con pañales! ») , le llevaban al m é dico, le daban lax ant es,
le ponían lavat ivas, le sum erg ían el culo en ag ua calient e com o cast ig o ( los libros
describen aún las t ípicas quem aduras por ag ua hirviendo) Ł N o es de ex t rañar que
alg unos de aquellos pobres niños acabasen neurót icos. L a profecía se cum plía, los
vecinos y pediat ras ex clam aban « y a advert í que est e niño acabaría m al si no se le
enseñaba a usar el orinal ant es del año», y F reud ( com o casi t odo el m undo en su
é poca) confundió el efect o con la causa. N i siquiera podían sospechar que eran,
precisam ent e, los esfuerz os por « educar» al niño los que habían causado la neurosis.
Por suert e, cada vez m á s m é dicos se fueron dando cuent a de cuá l era el verdadero
problem a, y en los años set ent a el doct
or Blancafort ex presó a la perfección lo que la
ciencia pensaba ent onces ( y sig ue pensando) :

A nt es del año result an inút iles e incluso a veces cont raproducent es los intentos de
« enseñar» al niño a cont rolar correct am ent e sus necesidades fisiológ icas. [Ł ] A l niño
se le t
iene que educar, pero no « dom est icar», com o si de un anim alit o se t
ratase.
Precisam ent e est o es lo único que, com o m á x im o, conseg uirían las m adres t enaces y
obsesivas: dom est icarlo, pero a cost a de m ant ener al niño larg as horas sent ado en el
orinalit o, lo que acabaría const ituy endo una aut é ntica tort ura en el pequeño y
det erm inando en no pocas ocasiones una act it
ud de neg ación y rechaz o, cuando no de
verdadero t error. [Ł ] E s fá cil que el niño se encuent re en condiciones de ej ercer un
cont rol perfect o sobre est as necesidades hacia los dos años de edad.

Tot alm ent e de acuerdo. Sólo un reproche le haría al doct or Blancafort : en vez de
reconocer que la m edicina y la psiquiat ría habían m et ido la pat a en est e t
em a, le
hecha la culpa a las « m adres t enaces y obsesivas». Pobres m adres, no hacían m á s que
seg uir las recom endaciones de los pediat ras y psiquiat ras de treinta años at rá s.
Por suert e, la puericult ura act ual es cient ífica y y a no se hacen barbaridades com o
la de enseñar a los niños a usar el orinal a los t res m eses, ¿ verdad? Pues sí, se hace
una barbaridad sem ej ant e para « enseñar» al niño a dorm ir. A lg ún día, cuando se
reconoz ca que dej ar llorar a los niños por la noche y oblig arlos a dorm ir separados de
sus m adres durant e los prim eros años « es inút il e incluso cont raproducent e» y que
esos m é t odos « dom est ican, pero no educan», t am bié n le echará n la culpa a las
« m adres t enaces y obsesivas». Com o si la idea hubiese sido de ellas.

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Cuándo y cómo quitar los pañales
M uchas veces se habla de « aprendiz aj e del cont rol de esfínt eres» y eso dej a a los
padres vag am ent e int ranquilos. Porque, aparent em ent e, un aprendiz aj e requiere una
enseñanz a. ¿ Q uié n y cóm o ha de enseñar al niño a cont rolar sus esfínt eres, sea eso lo
que sea?
Pues no, aprender a no hacerse pipí encim a, lo m ism o que aprender a cam inar, a
sent arse o a hablar, son cosas que no requieren est udio ni enseñanz a. E x ist en niños de
diez años y t am bié n adult os que no saben leer o que no t ocan el piano porque nadie
les enseñó. L os padres t ienen que hacer alg o ( enseñar a su hij o o buscarle un profesor
o una escuela) si quieren que aprenda esa y m uchas ot ras cosas. Pero no hay niños de
diez años que no sepan cam inar, sent arse o hablar, o que se hag an pipí encim a
( despiert os) . Todos los niños sanos ( y buena part e de los enferm os) cont rolan
perfect am ent e el pipí ( de día) y la caca a los cuat ro años o bast ant e ant es.
Por lo t ant o, la preg unt a no es « ¿ qué t eng o que hacer para que m i hij o aprenda a
usar el ret ret e?», pues hag a ust ed lo que hag a, t anto si lo hace t odo « bien» com o si lo
hace t odo « m al», o incluso aunque no hag a nada de nada, su hij o aprenderá . L a
preg unt a es « ¿ qué puedo hacer para que m i hij o no sufra m ient ras aprende a usar el
ret ret e?». Y la respuest a es « m á s vale que no hag a nada». O que hag a lo m enos
posible.
Cuando los padres hacen alg o, cuando sient an al niño a ciert as horas en el orinal,
cuando le oblig an a est ar sent ado hast a que hace alg o, cuando le riñen si se lo hace
encim a, a la larg a el niño aprenderá t am bié n a ir al ret ret e, pero será desg raciado en el
proceso ( y sus padres t am bié n) . E n casos ex t rem os, es probable que ciert as
« enseñanz as» desafort unadas puedan ret rasar el aprendiz aj e o producir en el niño un
rechaz o a defecar que se convert irá en est reñim ient o.
Pero si no le quit am os nunca el pañal, ¿ cóm o aprenderá ? ¿ N o seg uirá llevando
pañal t oda la vida? L o dudo. N o conoz co a nadie que hay a hecho la prueba; pero
sospecho que, incluso si los padres no t om asen nunca la iniciat iva, todos los niños
acabarían por arrancarse el pañal ellos m ism os. N adie va con pañal por la calle a los
quince años. Pero el caso es que los pañales cuest an dinero y cam biarlos cuest a un
esfuerz o, y casi t odos los padres hacen, ant es o despué s, un esfuerz o para quit ar el
pañal a sus hij os.
E n principio, eso no debería t raer ning ún problem a. E l pañal es alg o t otalm ent e
art ificial, un invent o relat ivam ent e recient e que no busca la com odidad del niño, sino
la de sus padres. L os niños no necesit an pañal. M uchos padres le quit an a su hij o el
pañal en verano y que sea lo que D ios quiera. Incluso ant es del año, cuando saben
que es im posible que el bebé cont role el pipí y la caca de form a volunt aria. Para
hacerlo, por supuest o, es convenient e no t ener alfom bras ni m oquet as en casa, y es

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necesario est ar dispuest o a freg ar cualquier rincón en cualquier m om ent o, sin el
m enor reproche. A sí se ahorra el niño alg unas escoceduras por el calor y los padres
m ucho dinero en pañales. A l final del verano, si ( com o era de esperar) el niño se lo
sig ue haciendo t odo encim a, se le vuelve a poner el pañal y t an cont ent os.
E n el prim er verano despué s de los dos años, cuando de verdad hay alg una
esperanz a de cam bio, los padres pueden ex plicarle al niño lo que se espera de é l:
« Cuando t eng as g anas de hacer pipí o caca, avisa». Pero, por supuest o, no se hará n
pesados preg unt ando cada m edia hora ( bast a con que lo ex pliquen una vez en j unio o,
com o m ucho, cada quince días) , ni lo sent ará n en el orinal cuando no lo ha pedido, ni
le reñirá n o crit icará n ni se burlará n de é l por los escapes o por las falsas alarm as, ni
m ost rará n im paciencia. Puede ser út il preg unt arle si prefiere usar el ret ret e, com o
papá y m am á , o un orinal ( y que elij a el que m á s le g ust a) o un adapt ador para el
ret ret e. M ient ras no hay a un m ínim o cont rol, es prudent e ponerle el pañal para salir a
la calle.
A lg unos niños log ran el cont rol en est e verano, ot ros en el sig uient e. A lg unos, por
supuest o, alcanz an la m adurez ent re m edias y piden que se les quit e el pañal en
invierno ( « ¿ E st á s seg uro?». « Sí». « Bueno, vam os a hacer la prueba») .
Q uit ar el pañal, decíam os, no habría de t raer ning ún problem a, pero a veces lo
trae. Incluso sin oblig arles, sin reñirles, sin ponerse pesado y sin hacer com ent arios
ofensivos, alg unos niños se nieg an a que les quit en el pañal. E st á n t
an acost um brados
a llevarlo, que no se im ag inan la vida sin é l. E x plíquele a su hij o que no im port a que
se hag a pipí o caca en cualquier sit io, que no se va a enfadar. Pero si a pesar de t odo
le pide un pañal, póng aselo sin rechist ar. A l fin y al cabo, la idea no fue suy a; fueron
sus padres los que decidieron ponerle pañal cuando nació y no es culpa del pobre
chico si se ha acost um brado. E s posible que un niño que al año y m edio se dej ó quit ar
el pañal, se nieg ue a los dos años y m edio. N o insist a, no at osig ue, sim plem ent e
díg ale: « Bueno, cuando quieras que t e lo quit e, avisa», y y a est á.
A lg unos niños est á n cont ent os de ir sin pañal, pero se sient en incapaces de usar el
orinal. N ot an que van a hacer alg o, avisan, pero no quieren sent arse en ning ún sit io.
Q uieren el pañal. A veces, durant e una t em porada, hay que ponerles un pañal cada
vez que han de hacer pipí o caca. A alg unos, que j ueg an desnudos en la play a, hay
que ponerles un pañal para que hag an pipí. N o se asom bre, no se quej e, no se ría.
Póng ale el pañal sin discut ir, que y a falt a bien poco. A lg unos niños, m á s t ím idos, no
se at reven a pedir el pañal, pero t am poco a usar el orinal, e int ent an ret enerse lo m á s
posible. A lg unos lleg an a sufrir est reñim ient o. Si observa que su hij o dej a de hacer
caca cuando le quit an el pañal, pruebe a poné rselo ot ra vez ( incluso si no lo ha
pedido) .
N o es m alo volver a usar el pañal despué s de unos días o m eses sin é l. N o es un
paso at rá s ni un ret roceso, ni le hace ning ún daño al niño. A no ser, claro, que é l se

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ulandia. com - Pá g ina 1 6 3
nieg ue.
N os vam os ahora al ot ro ex trem o, al del niño que no es capaz de cont rolarse, pero
insist e en que le quit en el pañal o en que no se lo vuelvan a poner si se lo habían
quit ado en verano. Com o siem pre, es im port ant e hablar con el niño y ser respet uoso.
Si sólo hay fallos ocasionales, es m ej or hacerle caso. Si el cont rol es nulo, t al vez
pueda convencerle de que se lo dej e poner. Pero si se nieg a en redondo, si llora para
que no le pong an el pañal, si lo vive com o un fracaso o una hum illación, es m ej or
t am bié n hacerle caso, t al vez int ent ar lleg ar a una solución de com prom iso ( « puedes
ir sin pañal por casa, pero si salim os a pasear t e lo has de poner») . A veces hay que
renunciar a salir de casa durant e unas sem anas para no t ener un dram a, lo que no dej a
de ser una lat a. Por eso es im port ant e no ponerse pesados con el asunt o, no lanz ar
indirect as y puy as, que nadie le vay a diciendo al pobre niño « qué verg üenz a, t an
m ay or y con pañales», « a ver si aprendes a ir al ret rete de una vez », « si t e lo vuelves
a hacer encim a, t e t endré que poner pañales com o a una niña pequeña» y ot ras
lindez as. N unca hay que hablar así a un niño, ni en est e tem a ni en ot ros.
Todos los niños norm ales saben cont rolarse de día, sin necesidad de enseñarles
nada. Si su hij o se sig ue haciendo caca o pipí encim a despué s de los cuat ro años
( salvo alg ún accident e m uy de t arde en t arde con el pipí) , consult e al pediat ra.
Cuando hay problem as, con frecuencia son de orig en psicológ ico ( a veces debido
precisam ent e a int ent os de « enseñarles» a usar el orinal por las m alas y ot ras veces,
m anifest ación de ot ros conflict os o de celos) . E n alg unos casos, la defecación
involunt aria ( encopresis) es consecuencia del est reñim ient o: se form a una bola que
irrita la m ucosa rect al y produce una falsa diarrea. E l niño no lo hace a propósit o, y
las burlas y cast ig os no hará n m á s que em peorar el problem a.
Pero las noches son m uy dist intas. A unque m uchos niños pueden dorm ir secos a
los t res años, ot ros m uchos se hacen pipí en la cam a ( enuresis noct urna) hast a la
adolescencia o incluso t oda la vida. D urant e la Prim era G uerra M undial, el 1 por
cient o de los reclut as nort eam ericanos fue declarado no apt o para el servicio por
enuresis. L a enuresis noct urna casi nunca t iene causa org á nica o psicológ ica, sino que
depende de la m aduración neurológ ica y de las caract eríst icas g ené t icas ( va por
fam ilias) .
A lg unos niños consig uen no hacerse pipí en un día especial ( por ej em plo, en casa
de un am ig o) , a cost a de pasar la noche prá ct icam ent e en vela. Por supuest o, no
pueden hacerlo m uchos días seg uidos. Por desg racia, alg unos padres no com prenden
el enorm e esfuerz o que han hecho y se lo echan en cara ( « en casa de Pablo bien que
espabilast e, pero aquí no t e preocupas, claro, com o est oy y o para lavar sá banas») .
E st e tipo de com ent arios, adem á s de cruel, es falso. H ace poco, una m adre com ent aba
en un foro de Int ernet que su hij a de siet e años se hacía pis en la cam a. O t ra m adre le
cont est aba así:

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Yo est uve hacié ndom e pis hast a los diecisé is años, y peor que m e sent ía y m á s
acom plej ada que nadieŁ M e t iraba las noches en vela para no m oj ar la cam a, y en
cinco m inut os que el sueño m e rendía, m e hacía pis; est aba desde el m edio día sin
beber nada, era horrible, y seg uía hacié ndom e pis; m e levant aba por la noche a lavar
m is sá banas para que no se ent eraranŁ N o la reg añes, no la responsabilices, es una
enferm edad, de pront o un día dej é de hacé rm elo. M i hij o m ay or se hiz o pis hast a los
trece añosŁ
Q uisiera ex plicar aquí una ané cdot a, en hom enaj e a un g ran pediat ra j
aponé s, el
D r. Itsuro Yam anouchi, de O kay am a. V isit é su hospit al en 1 9 8 8 , y m e fascinó aquel
sabio hum ilde que seg uía at endiendo consult as ex ternas de pediat ría a pesar de ser
direct or de un g ran hospit al. L e acom pañé una t arde en su consult a, y é l m e ex plicaba
en ing lé s lo que ocurría.
E st e niño t iene seis años, y se hace pipí en la cam a. L e he ex plicado a la m adre
que eso es norm al, que no hay que hacer nada, y que y o m e hice pipí hast a los siet e
años.
¡Q ué casualidad! respondí en m i ing lé s vacilant e . Yo t am bié n m e hice pipí
hast a los siet e años.
E l D r. Yam anouchi se apresuró ( para m i sorpresa) a t raducir m is palabras, y la
m adre m e m iró con m á s sorpresa aún y se deshiz o en reverencias y ag radecim ient os.
U n rat o despué s, ot ra m adre, m ient ras escuchaba las palabras del m é dico, m e
m iró t am bié n con asom bro y m e hiz o ot ra reverencia.
E st e niño de diez años t am bié n se hace pipí en la cam a. L e he ex plicado a la
m adre que y o m e hice pipí hast a los once años, y t ú hast a los siet e.
PeroŁ ¿ no m e dij o ust ed que t am bié n se había hecho hast a los siet e?
Bueno sonrió el D r. Yam anouchi , y o siem pre les dig o un año m á s.

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SE MIRA, PERO NO SE TOCA
E l suplem ent o dom inical del diario El Periódico t iene una sección fij a dedicada a
burlarse de los fam osos. E n el núm ero del 1 7 de octubre de 1 9 9 9 , pá g ina 4 , baj
o el
título de « N iños adosados», se burlaban de aquellos que han sido sorprendidos por el
fot óg rafo con su hij
o en braz os:

M uchos fam osos han decidido aparcar el m ít ico cochecito Jané y carg ar con su ret
oño
direct
am ent e a peso. Q uiz á est
e ret orno al m é todo neolít
ico teng a sus propiedades
pedag óg icas, pero no debe result ar sano ni cóm odo.

E l ing enioso periodist a parece creer que el cochecit o se invent ó a finales del
neolít ico, y que desde ent onces nadie ha llevado a un niño en braz os. ¿ Cuá nt os
cochecit os de niño de la edad de bronce, g rieg os, rom anos, asirios, m edievales,
renacent ist as o barrocos ha vist o el lect or en los m useos? N o; el cochecit o es un
invent o bast ant e m á s m oderno, y los niños han ido en braz os hast a hace bien poco.
Por m uy liviano que sea el pequeño de la fam ilia, soport ar su peso acaba pasando
fact ura en form a de colum na desviada o hernia discal.
E st o es una solem ne t ont ería. L levar a un niño en braz os no provoca desviaciones
de la colum na ni hernias discales.
A dem á s, es discut ible que la criat ura vay a m ej or colg ada cual apé ndice que
tum bada en un m ullido carricoche.
Puede discut irlo si quiere. Pero el niño que llora a lá g rim a viva en el cochecit o, y
se calm a al inst ant e al tom arlo en braz os, parece t ener bien claro dónde va m ej or.
Cabalg ar a rit m o de los pasos de papá o m am á puede result ar est im ulant e, pero
cansa.
E st aría dispuest o a adm it ir que el padre se cansa de llevar en braz os a su hij o,
sobre t odo si est á g ordit o. Pero ¿ cóm o puede pensar que el que se cansa es el hij o? E s
m uy típico que, cuando haces caso a t u hij o y le das lo que pide ( el pecho, llevarlo en
braz os, dej arlo dorm ir en t u cam a) , te acusen, encim a, de hacerle daño.
Sea com o sea, pasear al niño com o sí fuera un fardo, com o hace Cindy Craw ford,
no parece lo m á s aconsej able, m á s que nada porque los bebé s necesit an respirar.
¿ Com o un fardo? E n la fot o, la m odelo suj et a cariñosam ent e a un bebé de pocos
m eses en una cóm oda bandolera. Sí que es un m é t odo m uy aconsej able, pues es
seg uro, repart e bien el peso y perm it e m over los braz os con relat iva libert ad. Y, por
supuest o, el bebé respira perfect am ent e. ¿ N o será al celoso com ent arist a a quien se le
cort aría la respiración si pudiese est ar tan cerca de Cindy ?
Por cont ra, A nt onio D avid F lores lleva a su hij a dem asiado suelt a. E lla se apoy a
en su hom bro con desdé n, com o quien lo hace sobre la barra de un bar.

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E n la im ag en que ha despert ado t an ag ria reacción, una niña de t res o cuatro
añitos parece la m ar de feliz en braz os de papá . N o log ro ver el m enor desdé n en su
form a de apoy ar un bracit o. A veces, el desdé n est á en los ojos del que m iraŁ
E l artículo no es m á s que un ej em plo del fuert e prej uicio que ex iste en nuest ra
sociedad cont ra llevar a los niños en braz os. Sí, claro, es un art ículo int rascendent e,
una sim ple brom aŁ , pero ¿ cuá nt os padres no han t enido que escuchar com ent arios
sim ilares de fam iliares, am ig os e incluso de desconocidos?
H ace unos m eses, un t ít ulo llam ó m i at ención en una librería: Abrázame, Mamá.
Parecía prom et edor. ¡U n libro claram ent e a favor del cont act o ent re m adre e hijo!
Pero no, sólo es la viej a « libert ad dent ro de un orden». L a aut ora se deshace en
elog ios del cont act o físico, es ciert o, y le at ribuy e propiedades que ni siquiera se m e
habían ocurrido: « se est im ula el cerebro», « es una form a de com unicación», « se
transm it e afectividad», « sient e los lat idos del coraz ón y eso le t ranquiliz a»:

L os beneficios psicológ icos del cont act o físico a est


a edad son indiscut ibles. Se ha
com probado que si durant e el prim er año de vida se priva a un niño del cont act o
físico o del balanceo que supone llevarlo encim a en una m ochila m ient ras andam os,
le costará establecer cont act o social con ot ros niños y de adult
o tendrá un
com port am ient o ag resivo.

Casi hast a m e cuest a creer que llevar a los niños en braz os sea t
an im portant e. Si t
odo
eso que dice es ciert o, ahora m ism o t enem os que salir corriendo a t om ar en braz os a
nuest ros hij os, ¿ verdad? Pero ¡oj o! , hay alg unas ex cepciones. N o es aconsej able
cog erlo:

Si se est
á nervioso, porque seg uram ent
e le cont
ag iará s t
u est
ado de nerviosism o.
Para que se calle.
Para que se duerm a.
CuandoŁ ¡y a no puedes m á s!
Si no quiere andar.

E n definit iva: tom e a su hij o en braz os en cualquier m om ent o, ex cept o cuando é l lo


necesit e o cuando lo necesit e ust ed. Si es ust ed la m adre del anuncio, corriendo a
cá m ara lent a, descalz a y vestida de blanco im pecable, por un prado m uy verde, con la
rubia m elena ondeando al vient o ( y sin pincharse con ning una ort ig a) , y a su lado
jueg an dos niños rubios y obedient es ( ¡que no se pelean! ) y un perro de ag uas cuy as
lanas tam bié n ondean al vient o, ent onces puede cog er en braz os a su bebé reg ordet e y
sonrient e, que no t iene pipí, ni caca, ni m ocos, ni cólicos, y t ransm it irle su afect o,
est im ular su cerebro y hacerle sent ir la frescura de su ropa.
Pero si es ust ed una m adre prim eriz a y confusa ( o si com part e el cuidado de su

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bebé con las at enciones de un herm anit o celoso, o de dos herm anit os g rit ones) , si
desde el part o hay días en que se pone a llorar com o una t ont a y no sabe por qué , si le
ha echado en cara a su m arido lo poco que ay uda y é l se ha enfadado y se ha ido
dando un port az o, si su m adre y su sueg ra han venido « a ay udar» y crit ican todo lo
que hace, si no ha venido nadie a ay udar y se le acum ulan los plat os sucios y la ropa
para planchar y no ha podido peg ar oj o en toda la noche, ent onces no sea t an eg oíst a
de tom ar a su hij o en braz os, cubrirlo de besos, sent arse con é l y olvidarse del m undo.
¡N o! ¡E st á ust ed nerviosa, y se lo podría pasar! E n vez de eso, hag a una quiniela,
aciert e el pleno al quince, cont rat e a dos criadas y a una niñera, y vuelva cuando est é
m á s calm ada. Si se da prisa, podrá abraz ar a su hij o antes de que acabe la Prim aria.
¿ Conoce ust ed alg ún m é t odo m á s rá pido para que un bebé dej e de llorar o se
duerm a que cog erlo en braz os y cant arle? D icen que el g as es m á s rá pido, pero nunca
lo he probado, y desde lueg o no lo recom iendo. Y si su hij o de año y m edio no quiere
andar y es hora de volver a casa, ¿ qué puede hacer, sino llevarlo en braz os? ¿ E sperar
a que t eng a g anas de andar, aunque t eng a que dorm ir en el banco, j unt o al hoy o de
arena? ¿ A rrast rarlo de los pelos por la calle?
Parecen g anas de fast idiar. E s com o decir « el ag ua es m uy sana, pero nunca bebas
para calm ar la sed», o « se descansa m uy bien en la cam a, pero nunca t e acuest es para
dorm ir».

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¡TIEMPO FUERA!
E l tiem po fuera, o t iem po de ex clusión, es una de las t é cnicas de « educación»
derivadas del conduct ism o. U no de sus adalides ha sido el D r. Christ ophersen,
profesor de pediat ría y de ciencias de la conduct a en la U niversidad de K ansas.
Publicó una am plia ex plicación de sus m é t odos en una prest ig iosa revista pediá trica.
Com ienz a, en efect o, con bast ant e sent
ido com ún, rechaz ando con firm ez a el cast ig o
físico y ex plicando que los niños m enores de cuat ro o cinco años no t ienen capacidad
de pensam ient o abst ract o, por lo que no pueden cum plir m uchas de nuest ras órdenes.
Tam bié n adviert e que los niños aprenden por repet ición, y que al hacer m uchas veces
una cosa « m al» no nos est á n desobedeciendo o desafiando, sino sólo pract icando.
Sost iene que el m é t odo del t iem po de ex clusión « funciona m ucho m ej or que azotar,
g ritar y am enaz ar a los niños», lo que probablem ent e tam bié n es ciert oŁ
Pero al lleg ar a la descripción det allada del m é t odo, uno se preg unt a dónde ha
quedado el sent ido com ún. E st am os hablando de niños de ocho m eses a doce años,
que han hecho cosas t ales com o « berrinches, g olpear u ot ros act os ag resivos, no
seg uir las indicaciones que se les dan [Ł ] , brincar en los m uebles e int errum pir». E l
procedim ient o es el sig uient e:

Paso 1 . E n seg uida de la conduct a inadecuada, decir al niño: « N o, no debesŁ ».


D ebe decirse est o en form a calm ada, sin levant ar la voz , hablar con ira o reg añar.
L levarlo al corralit o sin decir ning una ot ra palabra, y con una ex presión facial t al que
no se confunda est o con afect o.
Paso 2 . D espué s de que la criat ura se encuent re en el sit io que se le ha asig nado,
no decirle una palabra, no m irarle y no hablarle. Cuando ha dej ado de llorar y se ha
relajado, volver al sit io, recog erlo sin decirle una palabra y ponerlo en el piso cerca
de sus jug uet es. N o darle reprim endas ni m encionarle lo que hiz o m al. N o se necesit a
darle t odo un serm ón y debe t rat
arse de no parecer iracundo. Si el niño com ienz a a
llorar cuando el padre cam ina hacia é l o lo levant a, volver a ponerlo en el corral y
reiniciar la m aniobra.
Paso 3 . D espué s de cada ex clusión, el niño debe iniciar un periodo de
reconst rucción. N o habrá ex plicaciones ni reg años, am enaz as o reprim endas. E n la
prim era oport unidad, buscar y prem iar los com port am ient os posit ivos.

E l niño puede ser cast ig ado en cualquier m om ent o, sin previo aviso, durant e un
tiem po ilim itado, por un ser todopoderoso que no ex plica nada y fing e no est ar
enfadado. E l acusado no puede decir nada en su descarg o, pues la decisión es
irrevocable.
Para poner t
é rm ino al castig o, lo único que puede hacer el niño es dejar de llorar.

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N o sirve de nada prom et er que no lo hará m á s si lo prom et e llorando. N o bast a con
cum plir un t iem po det erm inado: un asesino condenado a dieciocho años saldrá de la
cá rcel a los dieciocho años, t ant o si llora com o si no, t ant o si se arrepient e com o si
no, t ant o si pide perdón com o si no; pero un niño puest o en ex clusión puede
perm anecer indefinidam ent e si sig ue llorando ( por fort una, los padres suelen t ener
m á s sent ido com ún que los « ex pert os», y si el niño no calla en un t iem po prudencial
acaban sacá ndolo) . L o que se ex ig e del niño es que reprim a sus sent im ient os y que
dej e de llorar precisam ent e cuando m á s deseos ( y m á s m ot ivos) tiene para hacerlo.
Q ue finj a, que m ient a ( y se m ient a a sí m ism o) , que renuncie a su propia personalidad
para convert irse en un aut óm at a al servicio de los deseos de los adult os. E s difícil
concebir un m é t odo m á s inhum ano.
¿ Por qué no se le habla con ira ni se le reg aña? Para dem ost rar superioridad. Se
t rata de no rebaj arse al nivel del niño, de m ost rarse ant e é l con la seg uridad y el
aplom o de un dios encarnado.
¿ Por qué esa insist encia en no hablarle ni m irarle? H ablando se ent iende la g ent e,
y para el conduct ista es fundam ent al que padre e hij o no se ent iendan. Si hablan, es
posible la arg um ent ación, la defensa, la súplica, la im pug nación, y se corre el riesg o
de que el proceso se vea cont am inado por alg o de racionalidad. L a capacidad de
hablar dist ing ue al hom bre del anim al; y Skinner, no lo olvidem os, invest ig aba con
rat as. Si el padre m ira al niño, puede ver su sufrim ient o, puede sent ir com pasión,
puede est ablecerse un cont act o visual. Todo est o es pelig roso para el é x it o del
mét odo, que por principio ha de ser dist ant e, im personal, irracional e inm isericorde.
¿ Por qué una ex presión facial que no pueda confundirse con afect o? Porque cog er
al niño en braz os para llevarle al corralit o es el punt o dé bil del m é t odo: en am bient es
en que cog er en braz os est á firm em ent e prohibido porque los niños « se m alcrían», el
pobre infeliz podría t ener la im presión de que le est arnos t rat ando con cariño. Podría
lleg ar a « port arse m al» a propósit o, para que así le t oquen y le hablen.
D ent ro de ciert os lím it es, a los niños les duele m á s la indiferencia de sus padres
que los g rit os y los g olpes. L o que aparent em ent e es un prog reso, una
« hum aniz ación», usar la indiferencia en vez de los g rit os y serm ones no es m á s que
un ret roceso hacia una form a m á s refinada de t ort ura. L a indiferencia, com o las
descarg as elé ct ricas, es una t ort ura ideal: duele m á s que los g olpes, pero no dej a
m arcas físicas.
¿ Por qué durant e el t iem po de ex clusión no se le ha de m encionar al niño lo que
ha hecho m al? ¿ N o sería m á s efect ivo el m é t odo con un refuerz o verbal? ( « N o
vuelvas a t ocar el g as, no peg ues a t u herm anit o») . ¡Claro que no! D ar ex plicaciones
sólo lleva a debilit ar el efect o. E l acusado podría neg ar los hechos, o incluso
( ¡suprem o desafío! ) neg ar la validez de la norm a. U n ré g im en de t error no puede
adm it ir el debat e.

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¿ Por qué el m é t odo sólo se aplica a m enores de doce años? ¿ N o se podría
m odificar así la conduct a del universit ario sarcá st ico, del em pleado holg az á n, del
client e insolent e, del novio descort é s o de la esposa desobedient e? N o, y por t res
m ot ivos. E l prim ero, un niño m ay or de doce años pesa dem asiado para cog erlo en
braz os y m et erlo en un corralit o. E l seg undo, no va a quedarse en silencio cuando le
trat an con t an m anifiest a indig nidad. E l t ercero, y quiz á s principal, es la verg üenz a
aj ena: la sola idea de som et er a est as vej aciones a un adolescent e o a un adult o
produciría incredulidad, risa o const ernación. Pero parece t an « norm al» t ratar así a un
niñoŁ
( Por ciert o, am able lect ora, ¿ le ha m olest ado en el pá rrafo ant erior la ex presión
« esposa desobedient e»? E scuece, ¿ verdad? E so se llam a ahora « leng uaj e sex ist a»,
que es el peor t ipo de leng uaj e polít icam ent e incorrect o. ¿ Por qué , ent onces, sí que
est á perm it ido decir « hij o desobedient e»?) .
A lg unos de los lect ores habrá n t enido una sensación de déjà vu al leer las
ex plicaciones del t iem po de ex clusión. ¿ D ónde habían leído ant es alg o parecido? Tal
vez aquí:
N o puede irse, ust ed est á det enido.
A sí parece dij o K . ¿ Y por qué ? preg unt ó a cont inuación.
N o est am os aut oriz ados a decírselo. R eg rese a su habit ación y espere allí.
[Ł ]
U st ed est á det enido.
Pero ¿ cóm o puedo est ar det enido, y de est a m anera?
Ya em piez a ust ed de nuevo dij o el vig ilant e, e int roduj o un t roz o de pan en el
tarro de la m iel . N o respondem os a ese t ipo de preg unt as.
Pues deberá n responderlas. A quí est á n m is docum ent os, m ué st rem e ahora los
suy os, y ant e todo la orden de det ención.
¡Cielo sant o! dij o el vig ilant e . Q ue no se pueda adapt ar a su sit uación, y
que parez ca querer dedicarse a irrit arnos inút ilm ent e.
Son pá rrafos de E l proceso, de K afka. Sí, el m é t odo del t iem po de ex clusión es
kafkiano, en el m á s est rict o sent ido de la palabra.
¿ E s tam bié n efect ivo? Casi t odos los m é t odos que crit icam os en est e libro lo son.
E fect ivos para log rar su propósit o: un niño sum iso, obedient e, que no m olest e. E l
problem a es si com part im os o no ese obj et ivo; si la obediencia cieg a y el silencio
respet uoso son las cualidades que m á s ansiam os desarrollar en nuest ros hij os.
Pero no efect ivo al cien por cien, ciert am ent e; y el m ism o Christ ophersen lo
confiesa inadvert ida e ing enuam ent e al ex plicarnos las norm as escrit as que se
ent reg an a los padres de los niños ( m enores de dieciocho m eses) en las g uarderías del
á rea m et ropolit ana de K ansas. H ay varios punt os m uy posit ivos en est as norm as: el
personal t iene prohibido abofet ear o g rit ar a los niños. ( ¡Q ué de vuelt as da el m undo!

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A quí t
enem os al adalid del t
iem po de ex clusión convert ido en uno de los que el D r.
G reen llam aría « activistas ant icastig o corporal») . Pero la verdadera disciplina
em piez a ahora:

Si el niño t iene una conduct a inacept able, la persona m á s cercana del personal hará
un breve enunciado verbal: « N o», lo levant ará y con firm ez a, pero sin violencia, lo
llevará al corralit o y con delicadez a lo colocará en est e. Tan pronto com o la criat ura
se hay a relaj ado y se encuent re t
ranquila, cualquier persona del equipo lo sacará de
ahí y lo llevará a un á rea apropiada de nuevo.

Si la conduct
a inadecuada « pone en riesg o a ot
ros niños» y no desaparece con la
ex clusión,

[Ł ] tendrá que salir del cent


ro y se solicit
ará a los padres que lo coloquen en ot
ro
sit
io.

E l result
ado no puede ser m á s brillant
e:

[Ł ] la at
m ósfera de la g uardería m ej
ora im presionant em ent e despué s que uno o dos
de los niños problem a han m ej orado su conduct a o se han salido.

A l pensar en conduct as que « ponen en riesg o a ot ros niños», uno piensa en


adolescent es que t om an prest ado el fusil de asalt o de papá y se ponen a disparar en el
pat io del inst it
uto. Pero si reflex ionam os sobre la capacidad de ag resión de un niño
m enor de dieciocho m eses, en un recint o cerrado y baj o supervisión de adult os,
hem os de concluir que el « riesg o» que sufren los ot ros niños es el de que les quit en el
chupet e o les em puj en y les hag an caer de culo ( sobre un acolchado pañal) .
F racasados t odos los int ent os para t rat ar tan g raves problem as, los sabios conduct ist as
de K ansas se han vist o oblig ados a ex pulsar a bebé s foraj idos de las g uarderías.
¿ Ing resará n en g uarderías- reform at orio, o se unirá n a pelig rosas pandillas callej eras
de bebé s delincuent es? ¿ Se im ag inan qué carrera crim inal puede esperar a un niño
ex pulsado por m ala conduct a a los cat orce m eses? N o es brom a, por desg racia. ¿ Q ué
concept o g uardará n de su propio hij o unos padres a los que anuncian su ex pulsión por
« conduct a inadecuada int ratable»? ( « M ire, señora, no nos queda m á s rem edio que
ex pulsar a su hij o de cat orce m eses. Present a una conduct a ag resiva que pone en
pelig ro a los ot ros niños, y los m ej ores t ratam ient os de la m oderna psicolog ía han
sido inút iles en su caso. N o podem os hacer nada m á s para ay udarla. Cóm prese un
revólver y que D ios la prot eja») . ¿ Q ué les dirá n en la próx im a g uardería o escuela a la
que lleven a su hij o? ( « D ice aquí que fue ex pulsado de la g uardería Pulg arcit o. ¿ Cuá l
fue el m ot ivo?») . Si est o es lo m ej or que puede hacer el sist em a para ay udar a los

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bebé s con « problem as», ¿ qué m edidas disciplinarias adopt ará n con niños de cinco,
siet e o t
rece años?
E x pulsar de la g uardería a un niño de cat orce m eses porque se es incapaz de
soport ar o cont rolar su conduct a es una t rá g ica confesión de incom pet encia. O t
ros,
sin t ant os t ítulos universit arios, han dedicado m á s t iem po a m irar a los niños y a
hablar con ellos. R ecuerdo, por ej em plo, que en la g uardería de nuest ro prim er hijo
había un niño que m ordía a los ot ros. « H ay que tener m ucha paciencia», decían
E stela y G loria, dos ex celent es puericult uras, « tiene problem as en casa. Pero con
cariño y paciencia dej ará de m order». Y dej ó de m order, por supuest o.
Para acabar de dem ost rar las ex celencias de su m é t odo, Christ ophersen no puede
resist irse a dar una « nota hum ana»:

[Ł ] m uchos niños que han sido criados con est e m é t


odo colocan a sus m uñecas y a
sus am ig os en la m ism a situación cuando se portan m al. Tam bié n se ha observado
que los niños que reciben palm adas de sus padres hacen lo m ism o con sus m uñecas y
am ig os, y los que est
á n const
antem ent e recibiendo reprim endas verbales hacen lo
m ism o con sus m uñecas y am ig os.

N o, no t eng am os m iedo en cont inuar la frase: y los que son t rat ados
const ant em ente con cariño y respet o hacen lo m ism o con sus m uñecas y am ig os.
E s trist
e que alg uien pueda pasar t an cerca de la verdad sin verla. E n efect o, los
niños pequeños no peg an a ot ros porque « no les han educado», sino porque les han
« educado» con bofet adas. Y la solución no es el m é t odo de ex clusión, pues con ella
se consig ue que el niño dej e de peg ar, pero no que trat e a sus am ig os con cariño, sino
sólo que los ex cluy a.

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LA ESTIMULACIÓN PRECOZ
H ay ex celent es profesionales dedicados a la at ención de niños con deficiencias, y no
dudo de que la est im ulación precoz puede ser m uy út il en esos casos.
L o que incluy o aquí com o m it o es la est im ulación precoz de niños sanos con el
propósit o de convert irlos en g enios. Puede ser un m it o bast ante inocent e si conduce
sim plem ent e a que los padres dediquen m á s t iem po a su hij o, j ueg uen con é l, le
enseñen canciones y le cuent en cuent os. D esde lueg o que t odo eso es bueno para los
niños.
Pero el fin ( aum ent ar la int elig encia) podría hacer inj ust os los m edios.
A dm it am os, por ej em plo, que los niños aprenden ant es a hablar si sus padres j ueg an
con ellos y les cuent an cuent os. ¿ Const ará eso en su curriculum ? ( « ¿ A qué edad
em pez ó ust ed a hablar?». « D ij e Æpapa a los once m eses, y a los dieciocho m eses
dom inaba 8 5 palabras». « M ag nífico, el em pleo es suy o». E s obvio que no bast a con
m ost rar una lig era diferencia a los dos años, sino que esa diferencia debe m ant enerse
a los veint icinco para decir que realm ent e hubo un efect o.
Y si hubiera t al efect o a larg o plaz o, ¿ cuá l fue ex act am ent e la clave del é x it o?
¿ F ueron los j ueg os, los cuent os o las canciones? ¿ E st im ulan m á s los « cinco lobit os»
o el escondit e? ¿ O será que esos padres t am bié n llevaron a sus hij os a m ej ores
coleg ios, o les ay udaron m á s con sus est udios cuando t enían doce años? ¿ N o será que
los padres que dedican m á s at ención a sus hij os el prim er año se la dedican t am bié n
el rest o de su vida?
« Jueg uen con su hij o para disfrut ar de est a é poca» m e parece un buen consej o
para los nuevos padres. N o parece prudent e cam biarlo por « est im ulen a su hij o para
que sea m á s int elig ent e». L os j ueg os de los bebé s no son com pet itivos, nadie g ana al
cucú ni pierde a hacer cosquillas. Pero en la est im ulación sí que es posible perder,
porque había un obj etivo ( la int elig encia) . L os padres j ueg an para reírse y para
disfrut ar viendo cóm o se ríen sus hij os, pero la est im ulación puede convert irse en una
oblig ación para unos y ot ros, y los padres pueden creerse con derecho a recibir alg o a
cam bio de sus « esfuerz os». ( « ¡Q ue t e est é s callada t e dig o, no int errum pas cuando t e
cuent o un cuent o! ». « ¿ Cóm o que qué es un palacio? Ya t e ex pliqué ay er lo que es un
palacio. A ver si t e fij as un poco m á s») . L o que los padres dan a su hij o cuando
jueg an no son conocim ient os ni t é cnicas de est udio, sino la m aravillosa sensación de
sent irse am ado, respet ado, im port ant e.
U no de los m ay ores pelig ros de est e m it o es la ex t endida creencia de que los
padres no saben est im ular adecuadam ent e a los niños, y que est e papel corresponde a
profesionales de la pedag og ía. Se hace creer a los padres que su hij o necesit a ir a la
g uardería para aprender a hablar, para socializ arse ( es decir, relacionarse con ot ros
niños) , para « espabilar» en g eneral, para no est ar tan m im ado, para separarse de su

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m adreŁ ( para est o sí que sirve la g uardería, para separarse de su m adre, por
desg racia) .
N o es ciert o. Ir a la g uardería no es m ej or que est ar en casa con la fam ilia. H ace
una dé cada, Susan D ilks revisó en profundidad los est udios cient íficos que
com paraban a los niños que iban a la g uardería con los que se quedaban con sus
padres. L a asist encia a la g uardería se asociaba con un vínculo afect ivo m enos seg uro
con los padres. E n cuant o a la socializ ación, los dat os eran conflict ivos: m á s sociables
en alg unos est udios, pero t am bié n m á s ag resivos en ot ros; los result ados eran m ej ores
en g uarderías de alt a calidad. E n el aprendiz aj e o la int elig encia, no había diferencias
ent re niños que iban a la g uardería o que se quedaban en casa, ex cept o para los niños
de com unidades desfavorecidas, que m ej oraban alg o si asist ían a g uarderías de alt a
calidad dependient es de depart am ent os universit arios de pedag og ía. L a vent aj a en el
aprendiz aj e desaparecía a m enos que se m ant uviese una ay uda especial durant e toda
la escolariz ación. N o se com ent a nada sobre niños de fam ilias m aravillosas ( com o la
fam ilia de ust ed, querido lect or) que acuden a g uarderías de baj a calidad.
E n conclusión, si el niño recibe un t rat o adecuado en su casa, acudir a una
g uardería no le ofrece ning una vent aj a.
D esde lueg o, m iles de fam ilias necesit an, por m ot ivos económ icos, llevar a sus
hij os a una g uardería. M ient ras seg uim os luchando por prolong ar la licencia de
m at ernidad y equipararla a la de países socialm ent e m á s avanz ados, es bueno saber
que un niño puede desarrollarse m á s o m enos ig ual de bien en una g uardería de alt a
calidad.
¿ Y cóm o se dist ing uen esas g uarderías de alt a calidad de las que t ant o hablam os?
D ilks ofrece una serie de crit erios g enerales, por ej em plo en cuant o al núm ero de
niños por cuidador. M á x im o cuat ro niños de m enos de dieciocho m eses, o cinco
niños de ent re dieciocho y t reint a y seis m eses, u ocho niños de ent re t res y cinco
años de edad. ¿ Cuá nt os niños por señorit a hay en la g uardería de su hij o?
L a leg islación española perm it e ocho niños de m enos de un año por cuidador.
¿ Cree ust ed que es posible cuidar a ocho bebé s a la vez ? Si t uviera ust ed oct illiz os, o
sim plem ent e cuat rilliz os, ¿ se sent iría capaz de cuidarlos durant e todo el día sin ay uda
de nadie? Sólo en cam biar pañales y dar com idas se t e va t odo el t iem po; es
im posible hacer nada m á s con los niños. ¿ D ónde queda la fam osa est im ulación
precoz ? ¿ D ónde queda, sim plem ent e, el cariño? ¿ Q uié n cree ust ed que t om a a su hij o
en braz os cuando llora, o que j ueg a con é l? ¿ Cóm o puede ex t rañarle que lueg o, por la
tarde, pida braz os y m im os a t odas horas?
E l problem a es que el cuidado de los niños se ha diseñado con crit erios puram ent e
económ icos. E l proceso no ha sido: « L os niños necesit an est o y lo ot ro, eso cuest a
tant o dinero, vam os a ver de dónde lo sacam os», sino j ust o al revé s: « Tenem os t ant o
dinero, vam os a ver qué podem os conseg uir con eso». Y la cant idad de dinero es, por

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definición, m uy pequeña, pues la m adre no puede g ast ar en el cuidado de su hij o m á s
que una part e de lo que g ana con su t rabaj o, y en g eneral las m uj eres t ienen em pleos
peor pag ados que los varones.
A sí, t
odo nuest ro sistem a educat ivo est á cabez a abaj o.
Cuant o m enor es la edad del alum no, m enos calificaciones y ex periencia se
ex ig en al m aest ro, y m enos se le pag a. Tendría que ser j usto al revé s: las cuidadoras
de una g uardería deberían est ar m ej or cualificadas y m ej or pag adas que los
profesores de universidad, porque un bebé puede sufrir m ucho con una m ala
cuidadora, pero un j oven de veint e años puede pasar olím picam ent e de una m ala
profesora de física.
H abit ualm ent e, la hora de cuidar niños en casa ( « cang uro») se pag a m enos que la
hora de freg ar pisos. ¿ Q ué es m á s im port ant e, que su hij o esté bien at endido o que su
suelo quede brillant e?
A l est ar t an m al pag ado, el cuidado de los niños ha quedado desprest ig iado.
Cuando una m adre hace el enorm e esfuerz o económ ico de dej ar de trabaj ar durant e
unos m eses para cuidar a su bebé , encim a le dicen « qué suert e, t
ú que puedes» o « qué
bien, ahora t odo el día sin hacer nada». O incluso: « Te vas a quedar est ancada, no
puedes renunciar a t u carreraŁ ». H ace t iem po leí el com ent ario de una m adre que,
hart a de escuchar crít icas, había decidido sust it uir el « ahora no t rabaj o» por « est oy en
un proy ect o pilot o de psicolog ía aplicada; est am os est udiando el efect o de la at ención
cont inua personaliz ada sobre el desarrollo psicoafect ivo del lact ant e». Parece t an
com plicado que nadie se at revía a pedir m á s det alles, y así no se ent eraban de que la
invest ig adora era ella, el suj eto de est udio era su hij o, el cent ro de invest ig ación era
su casaŁ , y no le pag aban por el t rabaj o.

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EL TIEMPO DE CALIDAD
M uchas fam ilias sient en claram ent e que la g uardería no es una solución ópt im a, que
recurren a ella forz ados por la necesidad. E n vez de ir a la raíz del problem a y crear
las condiciones sociales y económ icas para que cada fam ilia pueda escog er
librem ent e, m uchos han opt ado por huir hacia adelant e: cant ar las ex celencias de la
g uardería y aseg urar a las m adres que no ex ist e ning ún problem a.
Se aseg ura a las m adres que, aunque est é n separadas de sus hij os ocho horas al
día ( que fá cilm ent e se conviert en en diez , con el t ransport e) , podrá n cuidarle
ex act am ent e ig ual, porque lo im port ante no es la cant idad, sino la calidad. Y en dos
horas de « t iem po de calidad» podrá n hacer lo m ism o que ot ras m adres en diez o doce
horas.
Confieso que la idea m e parecía m á s o m enos acept able hast a que t uve que vivirlo
en propia carne, cuando pedí ex cedencia com o pediat ra para poder dedicar m á s
tiem po al cuidado de m is hij os. R enuncias a un t rabaj o, a un sueldo, a las
ex pect at ivas de prom oción y ascenso, al reconocim ient o social de una profesión.
Com o las g uarderías est á n am pliam ent e subvencionadas, t u fam ilia, con un solo
sueldo, t iene que ay udar con sus im puest os a pag ar la g uardería de las fam ilias con
dos sueldos. Y encim a t ienes que oír frases del t ipo: « Pues no sé de qué t e sirve
quedart e en casa. Yo paso m enos t iem po con m i hij o, pero es t iem po de calidad, que
es lo que im port a».
¿ Y quié n dice que m i t iem po no es de calidad? A ig ualdad de calidad, m is hij os y
y o tenem os m á s t iem po.
Tendríam os que convencer de est o a nuest ros jefes: « A part ir de ahora, vendré
sólo dos horas al día a t rabaj ar, pero com o será t iem po de calidad, haré lo m ism o que
ot ros en ocho horas y cobraré lo m ism o». ¿ A que no cuela? E n cualquier t rabaj o o en
cualquier act ividad, desde poner ladrillos hast a t ocar el piano, sólo se puede
conseg uir el é x it o a base de « echarle horas». ¿ Por qué pret enden hacernos creer que
cuidar a nuest ros hij os es, precisam ent e, la única act ividad hum ana en que el t iem po
se hace elá st ico?

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EPÍLOGO

El día más feliz

M i coraz ón se conm ueve ahora


ant e m uchos recuerdos larg o t iem po dorm idos
de m i m adre, j
oven y herm osa ( ¡y y o t
an viej
o! ) .
Charles D ickens, Historia de dos ciudades

Cuando é ram os niños, casi t odos hem os escrit o una redacción escolar t it
ulada « E l día
m á s feliz de m i vida». E n los coleg ios relig iosos, el é x it o est aba aseg urado si
relat abas t u prim era com unión. O t ros preferían recordar el reg alo m á s g rande y m á s
cost oso que les habían puest o los R ey es, el viaje a un país lej
ano, la visita al parque
de at raccionesŁ
E l pasar de los años cam bia nuest ra perspect iva, los obj
etos se desdibuj an y las
personas alcanz an ent onces una est atura insospechada. L a sonrisa de nuest ra m adre,
el abraz o de nuest ro padre, la m ano de un am ig o, una palabra de alient o, g ratitud o
perdónŁ H ag a m em oria, am ig o lect or. ¿ Cuá les fueron los días m á s felices de su
infancia?
M anuel ex plica así uno de esos recuerdos im borrables:

D ebía de t ener seis o siet e años cuando, corriendo a oscuras por la casa, choqué
con una puert a de crist al que siem pre había est ado abiert a. Q uedó echa añicos a m is
pies. M e peg ué un sust o de m uert e y m e hice un pequeño cort e en la frent e. Pero no
not aba ning ún dolor; el m iedo al cast ig o m e paraliz aba.
M i padre vino corriendo, m e sacó de ent re los vidrios rot os, m e curó la herida, m e
m iró de arriba abaj o. Pero no m e riñó. A l principio t em blaba, esperando a cada
m om ent o escuchar unos g rit os trem endos. L ueg o pensé que se había olvidado de
reñirm e e int ent é pasar desapercibido. Pero al final el asom bro y la curiosidad
pudieron m á s y le preg unt é aún lloroso: « ¿ N o est á s enfadado porque he rot o la
puert a?». « N o», cont est ó, « la puert a no im port a, lo único que m e im port a es que no te
hay as hecho daño».
A hora com prendo que t odos los padres dam os m á s valor a nuest ros hij os que a
nada en el m undo. Pero raram ent e se lo decim os a nuest ros hij os. E st oy m uy
ag radecido a m i padre por habé rm elo dicho.

E st
a es la hist
oria de E ncarna:

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U no de los días m á s felices que puedo recordar t uvo, en realidad, un m al
com ienz o. Tuve una pesadilla espant osa. N ada de m onst ruos ni hom bres del saco;
soñé con una ostra. U na ost ra enorm e que sacaba a una perla, t am bié n enorm e, de su
concha y no la dej aba volver a ent rar. L a pobre perla ex pulsada m e dio una pena
enorm e. M e despert é chillando, aut é nt icam ent e aterroriz ada.
Yo debía t ener unos cinco años y dorm ía en una cam it a en la habit ación de m is
padres, que se despert aron, nat uralm ent e asust ados con m is g rit os. M i m adre m e
invitó a dorm ir en su cam a. Todos m is t em ores desaparecieron com o por art e de
m ag ia, m e sent
ía enorm em ent e feliz y seg ura. N unca volví a t ener un m al sueño.
Supe que siem pre t endría un refug io, que siem pre m e prot eg ería alg uien.

Yo, por m i parte, recuerdo una t


arde, creo que era dom ing o, cuando t enía unos doce
años. V ag aba aburrido por la casa. M i m adre m e at rapó y m e dijo: « V en, sié nt
ate
aquí, en m is rodillas, com o cuando eras pequeño». Im ag ino que debí m orirm e de
verg üenz a, pero no log ro recordar esa verg üenz a. R ecuerdo, en cam bio, que em pez ó a
cant ar m uy suavem ent e:

A rrorró, m i niño chico,


que viene el coco y se llevaŁ

A poy é m i cabez a en su seno y m e invadió una paz infinit a. Casi m e quedo


dorm ido. E ra com o volver a t ener dos años.
L a m ay oría de la g ent e no recuerda nada de su prim era infancia. Yo sé lo que
sient e un bebé en braz os de su m adre porque t uve el enorm e privileg io de volver a ser
un bebé durant e m edia hora, a los doce años.
Todas est as hist orias tienen alg o en com ún. L os días m á s felices de nuest ra
infancia son aquellos en que nuest ros padres ( o nuest ros abuelos, herm anos o am ig os)
nos hicieron felices. Incluso cuando nos parece que nos hiz o feliz un t ren elé ct rico, si
m iram os m ej or siem pre hay personas det rá s: los padres que nos lo ent reg aron con una
sonrisa o con un elog io, el herm ano con el que com part im os ( no siem pre de buen
g rado) el t
renŁ
E ram os hij os y ahora som os padres. H an pasado t ant os años, pero t an poco
tiem po, que a veces nos sorprendem os con los papeles cam biados. D e pront o vem os
nuest ra propia infancia y a nuest ros propios padres con una nueva luz . M iram os a
nuest ros hij os y nos preg unt am os qué día, qué frase, qué avent ura quedará n g rabadas
en su m em oria para siem pre; qué dolores quedará n clavados en su alm a y qué
aleg rías g uardará com o un t esoro.
L os días m á s felices de su hijo est á n por venir. D ependen de ust ed.

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CA R L O S G O N ZÁ L E Z ( Zarag oz a, 1 9 6 0 ) , licenciado en M edicina por la U niversidad
A ut ónom a de Barcelona, se form ó com o pediat ra en el H ospital de Sant Joan de D é u
de est a ciudad. F undador y president e de la A sociación Cat alana Pro L act ancia
M at erna ( A CPA M ) , en la act ualidad im part e cursos sobre est e t
em a para
profesionales sanit arios. D esde 1 9 9 6 es el responsable de uno de los consult orios de
la revist a Ser Padres. Tras el é x it
o de Mi niño no me come ( 2 0 0 2 ) , ha escrit o Bésame
mucho: cómo criar a tus hijos con amor ( 2 0 0 3 ) y Un regalo para toda la vida: guía
de la lactancia materna ( 2 0 0 6 ) , t am bié n t raducidos a diferent es idiom as y que, j
unto
con su prim era publicación, conform an Comer, amar, mamar: guía de crianza natural
( 2 0 0 9 ) . E st á casado, t
iene t
res hij os ( que ahora y a com en y y a duerm en) y vive en
H ospit alet de L lobreg at .

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