Kaldar Mundo de Antares - Edmond Hamilton

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Nueve

científicos, astrónomos y astrofísicos, encuentran un método para


viajar a estrellas lejanas, con el fin de investigar y descubrir otros mundos.
Para ello y a través de un anuncio contactan con un aventurero, Stuart
Merrick, que está decidido a embarcarse en este reto Allí encontrará a seres
humanos pero también a otras razas humanoides y desconocidas.
A través de tres historias cortas desarrolla Edmond Hamilton, las aventuras de
Stuart Merrick en un exótico planeta del sistema Antares.

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Edmond Hamilton

Kaldar, mundo de Antares


ePub r1.0
Titivillus 21.08.2019

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Título originales: Kaldar, World of Antares (1933), The Snake-Men of Kaldar (1933), The
great Brain of Kaldar (1935)
Edmond Hamilton, 1935
Traducción: Pedro Cañas Navarro

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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Índice de contenido

PRÓLOGO

Kaldar, mundo de Antares - Capítulo I


Kaldar, mundo de Antares - II
Kaldar, mundo de Antares - III
Kaldar, mundo de Antares - IV
Kaldar, mundo de Antares - V
Kaldar, mundo de Antares - VI
Kaldar, mundo de Antares - VII
Kaldar, mundo de Antares - VIII

Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo I


Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo II
Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo III
Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo IV
Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo V
Los hombres serpientes de Kaldar - Capítulo VI

El gran cerebro de Kaldar - Capítulo I


El gran cerebro de Kaldar - Capítulo II
El gran cerebro de Kaldar - Capítulo III
El gran cerebro de Kaldar - Capítulo IV
El gran cerebro de Kaldar - Capítulo V

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PRÓLOGO

El mundo del «destructor de mundos»


Javier Jiménez Barco

El escritor Edmond Hamilton fue uno de los tres mosqueteros de la Space


Opera del pulp estadounidense, junto a E. «Doc» Smith y Jack Williamson,
pero también fue apodado «el destructor de mundos» (principalmente, por su
saga de la patrulla interestelar), dada su afición a comenzar o terminar sus
relatos con una gran traca que incluía la destrucción de un planeta. A fin de
cuentas, si uno se dedica a escribir historias de acción y aventuras espaciales,
no tiene el menor sentido quedarse a medias y andarse con milongas, y el
joven Hamilton (pues empezó a publicar en 1926, cuando contaba solo con
veintidós añitos de los de antes), poseía esa falta de prejuicios, ese poco
exceso de ego y esas ganas de pasarlo bien que caracterizaban a los autores
del pulp clásico, e incluso a algunos de los dedicados a la ciencia ficción.
Dicho de otra forma: si existe un autor clásico de ciencia ficción que sea
realmente un pionero en el estilo que desembocaría en la saga de Star Wars (y
hacia el cual dicha saga tiene una deuda clara e impagable), ese es Edmond
Hamilton. Su fogosa imaginación juvenil lo imaginó todo hace ya casi un
siglo: tremendas batallas espaciales entre descomunales flotas enemigas
narradas desde el punto de vista de uno de los pilotos, que esquiva, dispara,
destruye y se refugia en peligrosas nebulosas o campos de asteroides para
burlar a sus enemigos… Imperios galácticos diseminados por una miríada de
planetas y sistemas… nombres como Corus-Kant o Boba-Fet, duelos con
espadas láser… una religión cósmica denominada «la fuerza», por la que
juraban los protagonistas… Resulta evidente que Lucas había leído a
Hamilton, pero a base de bien[1]. Pero Hamilton tiene más. Mucho más. Si
bien es cierto que despuntó en la corriente conocida como Space Opera (y la

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saga de Star Wars es un buen ejemplo de esa corriente), no es menos cierto
que también escribió fantasía y terror (no en vano, como veremos a
continuación, debutó y se formó en Weird Tales), e incluso también escribió
Sword&Planet.
Mucha gente tiende a aunar —o a confundir— la Space Opera con la
Sword&Planet, a pesar de tratarse de dos subgéneros muy diferentes. Es
verdad que tienen puntos en común (un cierto desprecio hacia la ciencia pura,
primando la aventura y el sentido de la maravilla) y que incluso pueden llegar
a coexistir (con el recurso de los planetas primitivos o las colonias perdidas,
empleados por autores como L. Sprague de Camp, Poul Anderson, Marión
Zimmer Bradley o Carlos Saiz Cidoncha, por citar unos pocos), pero no son
lo mismo. Ni mucho menos. La Space Opera suele implicar viajes
interestelares, imperios galácticos, por lo general en pugna entre sí, naves
espaciales de espacio profundo, espectaculares batallas espaciales… Una vez
más, el caso de Star Wars resulta un ejemplo perfecto para explicar dicho
concepto al profano en la materia. ¿Que no existe el hiperespacio y la
aplicación de la teoría de la relatividad destrozaría por completo la
continuidad narrativa? Da lo mismo. ¿Que no hay explosiones en el espacio?
Las explosiones son divertidas y espectaculares. ¿Que dos pilotos enemigos,
que están combatiendo a la velocidad de la luz, no pueden mirarse uno al otro
desde sus carlingas como dos aviadores de la primera guerra mundial, porque
tal cosa es imposible? Bueno, ¿y qué? ¿Acaso al lector no le da un subidón de
adrenalina al leer esa escena?
La Sword&Planet, por el contrario, posee un carácter más local, menos
universal (en el sentido literal del término), a menudo ha sido considerada
fantasía por algunos talibanes y, sobre todo, es más antigua. Hay que tener en
cuenta que E. «Doc» Smith y Ed Hamilton comienzan a desarrollar sus Space
Óperas en los años 20, junto a algunas obras de Ray Cummings y otros
autores de los comienzos de Amazing Stories. La Sword&Planet nace con
autores anteriores, desde Cyrano hasta Edwin L. Arnold, y alcanza su forma
final con los romances planetarios de Edgar Rice Burroughs en el planeta
Marte o Barsoom. Burroughs define el subgénero con «A princess of Mars»,
publicada originalmente como «Under the moons of Mars» (1911) y, a partir
de entonces, tanto en sus secuelas, como en las imitaciones que llevarían a
cabo otros autores, se cumplirían los mismos punto básicos: un terrícola se ve
inesperadamente trasladado a otro planeta, cuya atmósfera resulta
providencialmente respirable y que está poblado —entre toda clase de bichos
— por una raza humanoide muy parecida a la nuestra, pero que, a pesar de

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algunos avances científicos superiores a los nuestros, tienen la costumbre de
luchar a espadazo limpio. Como no puede ser de otra manera, la bellísima
princesa de la raza humanoide se enamorará del intrépido terrícola, el cual
tendrá que enfrentarse a mil y un peligros y combates desesperados con el fin
de salvarla y casarse con ella, o lo que proceda.
Y, a pesar de que Edmond Hamilton sentía una predilección especial
hacia las batallas intergalácticas a gran escala, como ya se ha señalado,
escribía de todo. Había debutado en la mítica Weird Tales en 1926 con el
cuento The Monster-God of Mamurth, de corte fantástico-terrorífico. Si
aunamos dicha variedad al hecho de que fue el tercer autor más prolífico de la
Weird Tales clásica[2], resulta inevitable que, tarde o temprano, el «Destructor
de Mundos» terminara escribiendo alguna obra de Sword&Planet.
Aunque en sus primeros años en la Revista Unica se había caracterizado
por ofrecer historias de ciencia ficción como The Metal Giants (diciembre de
1926), The Dimensión Terror (junio de 1928), Creatures of the Comet
(diciembre de 1931) o The Horror on the Asteroid (septiembre de 1933), así
como su ya citada saga de La Patrulla Interestelar (comenzando con Crashing
Suns, seriada entre agosto y septiembre de 1928), Hamilton comenzó a
esforzarse por escribir historias de terror puro a comienzos de los años 30.
Comenzó con The Three from the Tomb (febrero de 1932) y con The Man
who returned (febrero de 1934), aunque, con el fin de burlar los prejuicios de
algunos lectores (y también de algunos de sus compañeros de revista, como
H. P. Lovecraft, el cual, en su correspondencia privada con Clark Ashton
Smith, solía poner a caldo las historias de ciencia ficción de Hamilton), creó
un pseudónimo para sus nuevas historias terroríficas: Hugh Davidson, con
cuyo nombre firmó Vampire Village (noviembre de 1932), Snake Man (enero
de 1933) y el serial en cuatro partes de Vampire Master (desde octubre de
1933 hasta enero de 1934). Y, a finales de esa década, probaría suerte con la
fantasía pura y las historias de razas perdidas. Hamilton estaba comenzando a
desarrollarse como escritor (aún faltaban muchos años para sus alrededor de
veinte novelas del Capitán Futuro, y muchos más para sus novelas más serias,
como The Haunted Stars) y, por lo tanto, sentía la necesidad de probar suerte
en casi todos los palos. Y de este modo le acabó surgiendo la necesidad de
escribir alguna que otra historia de espadas planetarias, al más puro estilo del
John Carter de Burroughs. Fue entonces cuando escribió tres novelitas cortas
ambientadas en su Barsoom particular, el planeta Kaldar, que orbitaba en
torno a la lejana estrella de Antares. El destructor de mundos acababa de crear
uno y se disponía a probar suerte con el subgénero de Sword&Planet.

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Ahora bien, las circunstancias no eran precisamente las más adecuadas
para que su experimento tuviera éxito. Hay que tener en cuenta que la revista
Weird Tales estaba dedicada especialmente a la fantasía y el horror. Aunque
había publicado ocasionalmente alguna que otra historia de ciencia ficción
(principalmente del propio Hamilton), no parecía el lugar más idóneo para
publicar material de Sword&Planet. Otro de los mercados de Hamilton, la por
entonces joven revista Amazing Stories, que sí estaba dedicada a la CiFi (y
que, de hecho, había creado el término), no parecía demasiado interesada en
los romances planetarios al estilo Burroughs[3]. El mercado más evidente para
ese tipo de historias eran las revistas pulp más generales (y, por cierto, más
solventes), como Argosy o Blue Book, que, desde la princesa de Marte de
Burroughs, habían publicado todas sus secuelas, así como las historias de
Amtor del propio Burroughs, o los homenajes de Ralph Milne Farley (toda la
saga de Radio Man) o de J. U. Giesy (la saga de Palos, de la estrella del
Perro), por citar unos pocos. Pero publicar en Argosy o Blue Book (y cobrar
sus estupendas tarifas) no estaba al alcance de cualquiera, de modo que
Hamilton tuvo que contentarse con lo que había.
Pero Weird Tales ya había sufrido poco antes un patinazo con una saga de
Sword&Planet, y, además, bastante digna, y escrita por un experto. Otis
Adelbert Kline, un habitual de la redacción y amigo íntimo de casi todos los
colaboradores (desde el editor Wright y su mano derecha, a casi todos los
autores del círculo interno), había publicado por entregas dos novelas de esa
índole en Argosy: The Planet of Peril y The prince of Peril, ambientadas
ambas en un Venus claramente burroughsiano. Cuando fue a ofrecerle al
editor de Argosy la tercera novela, The Port of Peril, que cerraba la serie y
reunía a los protagonistas de las dos novelas anteriores, Kline se encontró con
un inesperado rechazo. Burroughs acababa de ofrecerle a Argosy la primera
novela de su nueva serie de Venus, y el editor, como era lógico, prefería al
original a la copia, aunque esta tuviera calidad. Por tal motivo, Kline ofreció
The Port of Peril al editor de Weird Tales, que para algo era amiguete, y este
la publicó seriada en la Revista Única, cambiando su título por el de
Bucaneers of Venus, y con excelente cubiertas e interiores de J. Alien St.
John, el ilustrador preferido de Burroughs[4]. Pues bien, aunque la novela de
Kline era bastante divertida, los lectores de Weird Tales se quejaron
amargamente de ella en la sección de correo de la revista, alegando, no que
fuera mala, sino que aquel material no pegaba allí. Y era cierto. Aunque no
era menos cierto que, algunos años más tarde, poco después del fallecimiento

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de Robert E. Howard, Weird Tales publicó seriada su novela Almuric,
exactamente del mismo género, y nadie se quejó de ello.
No obstante, en 1932, el editor Farnsworth Wright tenía claro que un
material de Sword&Planet no iba a ser bien recibido en Weird Tales y, a pesar
de ello, Edmond Hamilton, uno de sus autores más habituales, acababa de
ofrecerle tres novelas cortas de su versión particular de un planeta peligroso,
al más puro estilo Barsoom. ¿Qué hacer? Wright optó por una decisión más o
menos salomónica. A comienzos de los 30, Weird Tales había tenido una
revista hermana: Oriental Stories, donde algunos de los autores habituales de
la Revista Unica, como Howard, Owen o Kline, habían dado salida a algunas
de sus historias de temática exótica y sin componente sobrenatural. Pero la
publicación, a pesar de su elevada calidad, no había tenido demasiado éxito, y
Wright, negándose a cerrarla, había cambiado el nombre de su cabecera por el
de The Magic Carpet Magazine, incluyendo también algún material de
fantasía o incluso de ciencia ficción.
De modo que el editor Farnsworth Wright publicó Kaldar, world of
Antares en el número de abril de 1933 de The Magic Carpet Magazine, y
cruzó los dedos. La primera novela corta del ciclo nos presentaba a su héroe,
Stuart Merrick, el cual se prestaba a un experimento científico (como en la
saga de Kline) y se veía teletransportado hacia un distante planeta (como en
Radio Man de Farley o la posterior Almuric de Howard). Al llegar a su
destino, Merrick conocería a la hermosa princesa de turno, a sus leales aliados
y al malvadísimo villano habitual, y correría un sinfín de aventuras para
salvar a su amada y ocupar el trono del planeta recién descubierto. Una
fórmula habitual en todas las historias del subgénero de Sword&Planet que
Hamilton supo reproducir con dignidad. Un detalle curioso es que aquí es
donde aparece por primera vez una espada láser en toda la historia de la
ciencia ficción. Pues la gente de Kaldar lucha a espada, como no puede ser
menos en el subgénero que hoy nos ocupa, pero se tratan de espadas láser,
como las que emplearían los caballeros Jedi cincuenta años después, con la
salvedad de que las de Hamilton eran mucho más letales. Lejos de sajarte
limpiamente un miembro con ellas, bastaba un toque de la espada para
desintegrarte por completo. Y es que fueron muchas las ideas que Hamilton
proporcionó a autores posteriores. Pero en aquellos años, él no era sino un
muchacho con la imaginación desbocada, y algunas de esas ideas tuvieron
que madurar un poco antes de alcanzar su pleno potencial. Curiosamente,
Edmond Hamilton se olvidó un poco de las peligrosísimas espadas láser en
las entregas posteriores, pero la semilla ya estaba plantada. Cuando la novela

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corta se reeditó en 1964 en el paperback «Swordsmen in the Sky», (una
recopilación de historias clásicas de Sword&Planet), el artista Jack Gaughan,
responsable de las ilustraciones interiores, plasmó, precisamente, la escena de
un duelo con espadas láser para presentar la historia. Regresando a su primera
publicación, como quiera que la respuesta de los lectores no fue en absoluto
mala, Wright se animó a publicar la segunda novela corta, Snake Men of
Kaldar, en el número de octubre de 1933 de The Magic Carpet. La historia
seguía una fórmula muy similar a la primera, con el sempiterno secuestro de
la princesa a manos del malvado —un tópico tremendamente burroughsiano
— y la consiguiente misión suicida para liberarla. Tampoco obtuvo malas
críticas, pero The Magic Carpet Magazine estaba ya condenada, a pesar de
todo cuanto Wright había hecho para intentar sacarla adelante. Posiblemente
presentara un material demasiado exquisito o adelantado a su tiempo, o puede
que el reclamo de exotismo no resultara lo bastante interesante para el lector
promedio. Sea como fuere, el siguiente número de la revista fue el último, y la
tercera historia de Kaldar aguardó metida en un cajón durante poco más de un
año antes de que Wright se decidiera a arriesgarse a las iras de sus lectores,
publicándola en Weird Tales. The Great Brain of Kaldar apareció, por tanto y
al fin, en la revista donde se suponía que debía de haber aparecido toda la
saga[5]. Curiosamente, nadie se quejó, quizás debido a que se trataba de una
historia autoconclusiva, y que una de las cosas que más habían irritado a los
lectores de Weird Tales con los bucaneros venusianos de Kline había sido que
Wright dedicara un serial de seis números a una historia de ese tipo. Y esa
circunstancia que salvó a la última historia de Kaldar de las iras de los
lectores es, paradójicamente, uno de los puntos flacos de la serie. Al tratarse
de piezas de una extensión muy reducida, Hamilton se encontraba en
desventaja con respecto al trabajo de otros cultivadores previos (y posteriores)
del subgénero. Burroughs había dedicado capítulos enteros a explicar al lector
sus mundos de Barsoom o Amtor, y Howard haría otro tanto en su Almuric.
Hamilton, por el contrario, disponía del espacio justo para meter en situación
al lector, presentarle a los personajes, meterse de lleno en la acción y
finiquitarla. Es por ello que muchos de los entornos y personajes parecen
pedir en ocasiones un poco más de desarrollo por su parte. No obstante,
Hamilton no nos deja pensar demasiado en ello. Su ritmo narrativo, uno de
sus puntos fuertes, no nos da el menor respiro y la historia, aunque juvenil y
formulaica, cumple con creces su cometido: entretener y divertir dignamente,
ofreciendo al lector la versión particular del «destructor de mundos» de un
planeta peligroso al más puro estilo Burroughs. Y es que Hamilton, a pesar de

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su bisoñez, era un artesano cumplidor, a pesar del desdén con el cual le
trataron algunos de sus colegas de profesión durante muchas décadas. Es una
pena que sus historias sobre Kaldar fueran una prueba más que el autor olvidó
a un lado para centrarse en nuevos retos, tal como le sucediera a su amigo
Henry Kuttner con las sagas de Elak de Atlantis o Thunder Jim Wade. Por
aquel entonces, Hamilton era, como ya hemos dicho, un escritor joven, y
como tal le apetecía probar suerte en diferentes tipos de historias. De haber
regresado a Kaldar en una cuarta —o incluso en una quinta— historia, resulta
difícil saber si hubiera continuado siguiendo la misma fórmula o si hubiera
sido capaz de darle un vuelco a la narración. Pero tenemos la suerte de contar,
al menos, con las tres historias que escribió sobre su planeta peligroso. Y,
además, la historia queda lo bastante cerrada y carente de cabos sueltos como
para que el lector pueda disfrutar de sus tres novelas cortas como si fueran
una novela entera con su principio y su final.
Acomódese pues el lector en su butaca favorita y dispóngase a disfrutar de
las aventuras de Stuart Merrick. Si uno es capaz de dejar a un lado los
prejuicios hacia la literatura pulp más pulp, si uno se olvida de los engañosos
dogmas de la ciencia y abre su mente a las fantásticas maravillas de Edmond
Hamilton, y si uno es capaz de regresar a su juventud, disfrutando de la
acción, el romance y la aventura, sin detenerse a cuestionarlo todo por el
camino, entonces le esperan unas cuantas horas de puro deleite sobre la
superficie de Kaldar, el exótico planeta en torno a Antares.

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KALDAR,
MUNDO DE ANTARES

I
La partida

–S
i aceptas nuestra propuesta, te encontrarás a ti mismo… ¡sobre
otro mundo!
Stuart Merrick se incorporó de la silla, asombrado, aunque los
nueve hombres que le observaban a lo largo de la mesa no se movieron. Stuart
miró sus rostros, como si pensara descubrir alguna señal de que se estaban
burlando de él, pero no encontró ninguna. Todos eran hombres de mediana
edad o algo mayores, serios, de tipo intelectual; el único que había hablado
era el más viejo del grupo, con el cabello de color gris acero y ojos que
parecían puntas de espada.
Intencionadamente, todos miraban a Merrick. Este tenía quizá la mitad de
su edad e iba vestido de una forma más bien humilde; era un joven moreno
cuya delgada figura engañaba a quien lo mirara de pasada, pues escondía unos
músculos que solo insinuaban sus anchos hombros. Sus ojos oscuros eran los
ojos de un soñador, pero en su bronceado rostro y su mentón se evidenciaba
su fuerza.
—Sobre otro mundo —repitió el portavoz—. Si esta propuesta te asusta,
dilo ahora y ahórranos el tiempo.
—Para nada —respondió Merrick llanamente—, me interesa mucho.
—Muy bien —dijo otro bruscamente—. ¿Posees los requisitos que
mencionaba nuestro anuncio?
—Creo que sí —respondió Merrick—. Interés por la aventura, formación,
falta de lazos familiares, pobreza… sí, tengo todas estas cualidades, en
especial la pobreza.

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—Mucho mejor —dijo el otro pausadamente—. No es necesario que
conozcas nuestros nombres, pero puedo decirte que nosotros nueve somos
probablemente los mejores astrónomos y astrofísicos vivos en la actualidad.
Nuestro anuncio se insertó en la prensa porque necesitamos la ayuda de una
persona más joven y aventurera que nosotros para ayudarnos en una
investigación que hemos planeado y que durará varios años. Se trata, nada
menos, que de la exploración personal de un mundo de una de las estrellas
fijas.
»Esto te sonará, muy posiblemente, como la declaración de un loco, pero
no lo es. Hace cinco años, nosotros nueve decidimos hacerlo. Los astrónomos
conocen casi todo lo que hay que conocer sobre los planetas que forman
nuestro sistema solar. Conocemos sus temperaturas, hemos cartografiado sus
superficies y determinado sus órbitas. Pero ¿qué pasa con los otros soles, con
las inconcebiblemente lejanas estrellas fijas? Alrededor de las mismas
también giran grandes mundos; en ellos se ha calculado que la probabilidad
de que exista vida es mayor que en nuestros planetas vecinos.
»El telescopio y el espectroscopio pueden mostrarnos poca cosa de las
distantes estrellas, salvo que existen. La única forma en la que podemos
obtener conocimiento sobre estos mundos es a través de un hombre que los
visite. Por supuesto, ningún cohete ni proyectil que podamos diseñar será
jamás capaz de cruzar el abismo que nos separa de la más próxima de las
estrellas, pero hemos trabajado durante cinco años sobre esta cuestión y
hemos encontrado un método de salvar ese abismo, de enviar un hombre vivo
a través del vacío a una de estas estrellas y traerlo de vuelta.
»Te lo explicaré brevemente: nuestro método consiste en descomponer el
cuerpo del hombre elegido en los electrones que lo componen, y luego
emplear un tremendo rayo vibratorio para dirigir todos esos electrones, juntos,
hacia la estrella o mundo que decidamos. Un electrón es, simplemente, una
pequeña partícula de electricidad, por lo que puede viajar por el Universo más
rápido que cualquier otra cosa, si se le aplica la fuerza necesaria, claro está.
Nuestro proyector del rayo de fuerza dirige a los electrones separados de este
hombre hasta alcanzar un planeta de cualquier estrella en solo un instante.
Una vez que se ha alcanzado el mundo, la fuerza del proyector se detiene y
los electrones vuelven a combinarse entre sí para formar un hombre viviente.
»De la misma forma, si la fuerza del proyector se invierte y, además, el
hombre se encuentra en el mismo punto en el que llegó al mundo distante, el
rayo le alcanzará a través del abismo; en un instante, lo descompondrá en sus
electrones, dirigirá esos electrones hacia la Tierra a través de la inmensidad

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del vacío y aparecerá en nuestro planeta casi instantáneamente; al llegar aquí
los electrones se recombinarán para formar, nuevamente, un hombre vivo.
Nuestro proyector es capaz de enviar un hombre hasta la estrella más lejana,
dejarlo allí y traerlo nuevamente a la Tierra sin dañarlo.
»Para iniciar nuestras investigaciones hemos escogido un mundo de la
gran estrella roja llamada Antares. Técnicamente, Antares es una de las
estrellas denominadas gigantes rojos, un sol enorme de gran antigüedad. A su
alrededor gira, al menos, un gran planeta que han vislumbrado nuestros
telescopios y espectroscopios; es en ese mundo donde queremos comenzar
nuestras investigaciones, averiguar si es habitable y si contiene vida
inteligente.
»Somos demasiado viejos y poco adecuados para emprender tal aventura;
además, modestia aparte, la muerte de cualquiera de nosotros sería una
pérdida para la Ciencia. Por el contrario, tú eres joven, aventurero y pareces
cumplir todos los requisitos que hemos determinado. Te proyectaremos a ese
mundo de Antares en la forma que te hemos descrito y, cuando te traigamos
de vuelta a la Tierra, si nos puedes dar alguna información sobre las
condiciones existentes en aquel mundo, te pagaremos cien mil dólares. Los
riesgos de esta empresa son evidentes. ¿Aceptas?
Merrick respiró profundamente y dijo:
—¡Otro mundo y otra estrella! Pero ¿en qué lugar de ese mundo me
encontraré cuando vuestro proyector me deposite allí?
—No existe forma de conocerlo —fue la tranquila respuesta que recibió
—; puedes encontrarte en el centro de un océano, o en el pozo de un volcán o
incluso en un mundo que no tenga aire, donde te asfixiarías instantáneamente.
Es una gran apuesta, porque lo único que sabemos de ese mundo es que
existe. Por esta razón queremos enviar a alguien allí.
—¿Y cuándo volveré?
—A los tres días. Si sobrevives, nada más alcanzar ese mundo debes
anotar el punto exacto en el que te encontraste al llegar y tres días después te
colocarás en esa misma posición y a la misma hora. Nuestro proyector enviará
su rayo, que actuará de forma inversa, a través del abismo hasta ese mismo
lugar, y te traerá de vuelta a la Tierra como un conjunto desordenado de
electrones.
Merrick consideró la proposición en silencio. La sala se encontraba
envuelta en la más absoluta quietud, de manera que el ruido que producía un
reloj se percibía como si fuera un estruendo. El débil murmullo de las
actividades nocturnas llegaba desde la ciudad que se encontraba fuera.

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De repente Merrick se puso en pie y dijo:
—Acepto. —Luego añadió rápidamente—: Pero con una condición.
—¿Qué condición es esa? —le preguntaron, ansiosos.
—Que tengo que partir esta misma noche… ¡Ahora!
Los nueve científicos mostraron su asombro.
—¿Ahora?
Había una sonrisa en el bronceado rostro de Merrick.
—Ahora o nunca; si me siento a pensar lo me habéis propuesto, hay una
probabilidad de menos de uno contra mil de que lo acepte. ¿Me vais a enviar
esta noche?
—Si podemos hacerlo, sí —respondió el portavoz de los nueve—.
Aunque no esperábamos esta rápida decisión, los condensadores están
cargados desde hace semanas y todo está preparado; pero querrás llevar tu
equipaje contigo, y te llevará tiempo prepararlo.
Merrick negó con la cabeza.
—Lo único que necesito es una pistola automática, alimento suficiente
para una semana y una muda, además de la que llevo puesta. Otro equipo
sería inútil, pues, si no pudiera vivir durante tres días con lo que les he dicho,
les apuesto diez a uno a que tampoco podría vivir con cualquier otra cosa.
—Lleva razón —exclamó uno de los científicos.
—En ese caso, podemos reunir rápidamente las cosas que ha pedido —
dijo el portavoz de los nueve.
Se volvió, dio una serie de órdenes rápidas y, un momento después, los
nueve se pusieron en marcha, desapareciendo por la parte trasera y los bajos
del edificio, apresurándose con entusiasmo.

M errick oyó los choques y el ruido que producían grandes objetos al ser
arrastrados, captó el zumbido de dínamos o motores situados en alguna
parte del piso de abajo. El edificio, que había estado en silencio, despertó de
repente, y comenzó a escucharse el eco de un murmullo de voces excitadas y
el sonido de pasos acelerados.
Merrick oyó cómo desplazaban otros objetos pesados y el sonido de voces
que hablaban desde todas las direcciones. Un momento después, el anciano
portavoz de los científicos le trajo un traje de tela basta de color kaki, una
pesada pistola automática y una pequeña mochila llena de alimentos
concentrados. Merrick lo cogió rápidamente. Se sintió animado; el tacto del
arma y la ropa áspera le resultaban familiares. Sincronizó el reloj que
completaba el equipo.

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Cuando tuvo en su poder todas las cosas que le habían traído, Merrick
caminó, por un súbito impulso, hasta una de las ventanas, y levantó la
persiana. Fuera y abajo, en la oscuridad, aguardaba una de las calles de la
ciudad, una doble vía iluminada de blanco a través de la cual corría una
corriente dorada de faros de automóvil. Multitudes en busca de diversión
atascaban las calles. Merrick miró pensativo.
La mano del jefe de los científicos, colocada en su hombro, le hizo
girarse.
—Todo está dispuesto —le dijo—. Partirás a las dos en punto.
Merrick asintió y le siguió a través de una puerta en la parte trasera del
edificio. Era un gran laboratorio alargado, iluminado con luz blanca, cuyo
techo, por algún método, se había abierto en parte. Solo la negrura de la noche
se encontraba sobre sus cabezas. Un gran número de aparatos, para él
desconocidos, llenaban la habitación. Pero el más destacado era el objeto que
se encontraba en el centro, una plataforma baja y cuadrada de metal que
descansaba sobre un achatado bloque de hormigón. De sus lados brotaban dos
pesados cables negros.
Estos cables se unían, a través de un sorprendente amasijo de alambres, a
un aparato de mayor tamaño.
Una de las paredes estaba ocupada completamente por enormes
condensadores colocados sobre un armazón de metal. Había otros aparatos
totalmente extraños para Merrick: bobinas y cajas enigmáticas. Una
barandilla de seguridad, cubierta de aislante negro, rodeaba por todas partes al
aparato, protegiendo de los terribles efectos de la fuerza. Otra de las paredes
era un gran panel de control.
Su guía tocó un interruptor y las luces de la sala se apagaron. Mientras la
oscuridad les rodeaba, Merrick se percató por primera vez de que el negro
cielo nocturno que tenía sobre su cabeza estaba salpicado de incontables
estrellas brillantes. Algunas eran de un apacible color verde, otras doradas,
otras azules, como si fueran zafiros vivientes. Y hacia el oeste del zénit, se
encontraba una que era orgullosamente roja, un gran ojo escarlata que
parpadeaba a través del vacío.
—Antares —dijo su acompañante tranquilamente—. En un momento, si
todo va bien, estarás sobre uno de sus mundos.
Merrick le miró fijamente.
—Me pregunto qué me esperará allí.
El otro subió a la plataforma y simplemente dijo:
—El proyector… son casi las dos.

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—¿Sólo tengo que subirme a la plataforma? —preguntó Merrick y el
científico asintió.
—Sí, y a las dos en punto el rayo de fuerza te proyectará hacia el exterior.
Deberías encontrarte, casi instantáneamente, en el mundo de Antares.
Exactamente tres días a partir de ahora, a las dos, te situarás allí en el mismo
punto en el que has llegado, de forma que el rayo pueda traerte de vuelta a
través del vacío. Adiós y buena suerte.
Merrick estrechó la mano que le extendía, se volvió y subió a la baja
plataforma. A través de la oscuridad de la habitación podía oír a la
ensombrecida figura de su acompañante frente al panel de control, dando
instrucciones a los demás para que cambiaran las conexiones rápidamente. El
zumbido de las dínamos llegó a ser terrorífico y Merrick, mientras sus
pensamientos alcanzaban un ritmo caleidoscópico, se preguntó si todos
aquellos ruidos no serían percibidos en la calle.
Sus ojos se dirigieron hacia la oscura figura que se encontraba frente al
panel. Merrick le vio cambiar de posición rápidamente tres interruptores, uno
tras otro, luego desplazó la conexión móvil del reóstato. Estaba desplazando
su mirada hacia arriba cuando otro interruptor produjo un sonido en el panel.
En ese momento, sintió fuerzas inconmensurables fluyendo por su interior,
sacudiendo cada uno de sus átomos, y, con un potente trueno en sus oídos, el
tenebroso laboratorio desapareció a su alrededor y él fue arrojado a la
absoluta negrura.

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II
Kaldar, mundo de Antares

M
errick pareció volver de la oscura inconsciencia un instante antes de
que la negrura diera paso nuevamente a la luz. Se produjo un fuerte
golpe que reverberó a través de todo su ser, el trueno que llenaba
sus oídos se fue haciendo cada vez más débil y luego, dando un traspiés, se
encontró mirando a su alrededor lleno de estupefacción.
Desde arriba, una ráfaga de luz y calor le golpeaba y al alzar sus ojos tuvo
deseos de gritar. En el cielo, encima de donde se encontraba, brillaba un sol
como nunca Merrick se había imaginado… ¡no el familiar sol dorado de la
Tierra, sino un inmenso sol escarlata, cuyo círculo llenaba una tercera parte
de los cielos y cuyo resplandor casi le cegaba! ¡El poderoso sol de Antares, y
ahora él estaba en su mundo!
Bajó los ojos y miró a su alrededor. Sus pensamientos trastabillaron.
A su alrededor se alzaban los edificios de una poderosa ciudad.
Gigantescas pirámides construidas de metal negro se elevaban hasta el cielo
con sus lados cubiertos de terrazas. Por todas partes y a más distancia se
extendía la ciudad, cortada por calles de color negro y una única plaza
circular, en la que se encontraba. En el centro de esta se levantaba un pequeño
estrado circular de metal negro, y allí era donde Merrick había aparecido de
pie. Y, llenando la plaza, alrededor de la tarima, ¡se encontraban millares y
millares de atemorizadas y silenciosas personas!
Eran personas diferentes a las que Merrick había visto hasta ahora. Altos,
de pelo moreno y piel blanca, aunque con un tono rojizo que se podía explicar
por la roja luz del sol. Cada uno de ellos, hombres y mujeres al igual, llevaban
una vestimenta corta y flexible, tejida con hilos de metal negro, como si
llevaran cotas de malla y que iba de los hombros a las rodillas. Cada uno de
los hombres llevaba, en el cinturón que ceñía la ropa, una larga espada
enfundada, cuyo diseño recordaba el de un estoque, y un tubo corto con una
empuñadura o culata.
Merrick los miró estupefacto desde la tribuna central en donde se
encontraba. Por un momento el silencio se impuso sobre aquella vasta
muchedumbre, luego, de repente, estalló un tremendo grito.
Le señalaban con la excitación más salvaje y se gritaban entre sí. Merrick,
medio atontado por su transición a aquel extraño mundo y a aquella extraña

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ciudad, llegó a distinguir entre los gritos una palabra: «¡Chan! ¡Chan!», que
la multitud repetía una y otra vez. El lugar parecía un manicomio salvaje, con
todos sus ocupantes presos de una loca excitación. Merrick, atontado por el
salvaje griterío que había causado su repentina aparición en este mundo,
apenas fue capaz de darse cuenta de algo más, aparte de que había cumplido
su objetivo.
De la frenética y aullante multitud salió un hombre hacia el estrado, alto y
de negra barba, la furia reflejándose en su rostro. Desenvainó una espada de
metal larga y delgada al avanzar, y la hoja de la espada centelleó con un brillo
blanco al ser empuñada. Con la refulgente arma en la mano cargó hacia el
estrado cuando otros le agarraron y le contuvieron. Para entonces, la pistola
automática de Merrick ya se encontraba empuñada, y él aguardaba de pie en
el estrado ante aquel extraño tumulto.
De entre la multitud salió de pronto otra figura que comenzó a
aproximarse al lugar donde se encontraba Merrick, y vio que era la de una
mujer. Casi tan alta como él mismo, su cuerpo iba cubierto desde los hombros
a las rodillas con aquella ropa de metal negro. Su cabello, recogido, era tan
negro como el metal, y bajo este, sus ojos oscuros estaban abiertos de par en
par por el asombro que le producía mirar a Merrick. Luego le dio la espalda,
alzó la mano y rápidamente la inmensa muchedumbre se quedó en silencio.
Habló acelerada a la multitud. El hombre de la barba negra la interrumpió,
señalando a Merrick y pareciendo urgir a que se hiciera algo, pero la mujer
negó con la cabeza, determinada y altiva. Merrick vio cómo señalaba al
estrado en donde él se encontraba, y repetía la palabra «chan». Cuando
terminó, él se quedó sorprendido al ver alzarse en el aire miles de espadas y
escuchar, dirigido a él, un tremendo grito: «¡chan!».
Merrick esperó, tenso, los nuevos acontecimientos. Se percató de que
estaba envuelto en una extraña situación con la gente del mundo de Antares.
Una doble fila de hombres armados con espadas se aproximó al estrado, y él
se tensó.
La mujer pareció comprender sus dudas. Avanzó y le extendió una mano,
indicándole que bajara y se colocara a su lado. Merrick la miró a los ojos,
luego, sin vacilar, comenzó a descender. Ella le dijo algo, en voz baja y
musical, pero viendo que no la comprendía, simplemente señaló hacia una de
las grandes pirámides situadas en el límite de la plaza, una que parecía ser la
más alta de todas.
Comenzaron a caminar hacia ella con una fila de hombres armados
flanqueándolos a cada lado. La mirada de Merrick se encontró, por un

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momento, con la del hombre de la barba negra. Los guardias se abrieron paso
entre la multitud que seguía gritando salvajemente a su alrededor. Para
Merrick todo aquello parecía una secuencia inconexa de acontecimientos
irreales.
Cuando se aproximaron a las elevadas puertas de la gran pirámide negra,
Merrick miró, con respeto, a su alrededor. Hasta las calles más lejanas que
podía vislumbrar se encontraban atestadas de personas apresuradas y naves
aéreas de algún tipo, que iban y venían. Todo era increíble, irreal… esta
ciudad de imponentes y escalonadas pirámides negras bajo el enorme sol rojo.
Entraron en la gran estructura que era su meta.
Pasaron a un enorme salón cuadrado, filas de guardias armados dispuestos
en los laterales. La mujer dio una orden y los guardias retrocedieron. Ella y
Merrick llegaron a una pequeña habitación de metal en la que se encontraba
un solo hombre; este pulsó algo en la pared y la puerta se cerró tras ellos.
Volvió a pulsar y pareció que, durante un instante, fuerzas infinitas lo
aplastaban contra el suelo, luego la puerta volvió a abrirse. Cuando salieron,
Merrick se percató de que la pequeña habitación era en realidad alguna clase
de superascensor, porque ya no se encontraban en el salón de entrada de la
pirámide.
Ahora estaban en una gran habitación, que era el vértice de la pirámide
que había visto desde fuera. Grandes ventanales dejaban pasar la carmesí luz
solar y permitían vislumbrar la enorme ciudad que se extendía alrededor.
La mujer se acercó hacia Merrick, y ahora con ella venían dos hombres
que cargaban un complejo aparato. Su principal característica era que tenía un
pequeño generador y enrevesados controles; de estos partían cables de plomo
terminados en delgados electrodos. Los dos científicos, pues obviamente eran
tal cosa, avanzaron hacia Merrick y le hicieron tenderse sobre un banco de
metal que se encontraba a su lado.
Merrick se quedó helado. Hasta aquel momento, la rareza de las
situaciones por las que había pasado le había impulsado a seguir hacia
delante, pero ahora se detuvo. ¿Qué era aquel aparato? ¿Iba a ser objeto de
una vivisección como si fuera un extraño animal?
Nuevamente, la mujer pareció entender sus dudas; colocó una mano sobre
su hombro y le habló de forma tranquilizadora. Las palabras no significaban
nada, pero el tono era tranquilizador; además, Merrick se sintió sobresaltado
por el roce de la suave mano de la mujer. Sonrió, asintió amigablemente a los
científicos y se tumbó boca abajo sobre el banco. Los dos le hicieron rápidas

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incisiones en la parte de atrás de su cuello, sin hacerle daño, y le insertaron
diminutos electrodos.
Los dos científicos se volvieron mientras Merrick escuchaba el suave
zumbido del aparato. En ese mismo momento comenzó a notar que sus
pensamientos se agitaban como si estuvieran en un torbellino. Le pareció que
todos sus conocimientos, memorias y especulaciones, todo lo que se
encontraba en su mente, estaba siendo cambiado, dado la vuelta y dispuesto
de una forma caótica. El mecanismo siguió zumbando durante un rato
mientras que los dos científicos manipulaban los controles. Cuando,
finalmente, apagaron el dispositivo y retiraron las conexiones, cesó el
torbellino del cerebro de Merrick.
La mujer se acercó inquieta mientras él se incorporaba.
—¿Entiendes ahora nuestra lengua, oh, chan? — preguntó. Aquello
conmocionó a Merrick. La mujer estaba hablando en su propia lengua y sin
embargo ¡la entendía perfectamente!
—Pero ¿cómo…? ¿Cómo puedo entenderte ahora? —preguntó, y era
consciente de que la extraña lengua salía de sus labios tan fácilmente como la
suya propia.
—Es gracias a este aparato, el cambiacerebros —le explicó la mujer—. Es
capaz de implantar artificialmente un conocimiento en tu cerebro. Como
sabrás, cualquier conocimiento es representado en el cerebro como una serie
de impulsos que circulan a través de los nervios sensitivos; el aparato duplica
estos impulsos y los envía a través de los nervios, de forma artificial, hasta el
cerebro; allí, estos impulsos son recibidos como conocimiento,
proporcionándote la comprensión de nuestro lenguaje como si lo hubieras
estudiado durante años. En todo Kaldar no hay maestros, solo
cambiacerebros.
—Muy cómodo —murmuró Merrick—. Kaldar… ¿se llama así este
mundo?
La mujer abrió los ojos de par en par.
—Por supuesto. Kaldar es el único mundo habitable, por lo que sabemos
hasta ahora, de los que orbitan alrededor de nuestro sol. ¡Seguramente ya
sabrás eso, oh, chan!
—¿Chan? —repitió Merrick—. Antes ya me llamaron así… ¿qué
significa? ¿Y cómo te llamas?
—Soy Narna —respondió—, pero por supuesto entenderás que eres
chan… ¿Chan de Corla?
—¿Corla? ¿Qué es eso? —contestó Merrick desconcertado.

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—¿Es posible que no lo sepas? —dijo Narna estupefacta—. Ven…
Le condujo hasta uno de los grandes ventanales. Merrick la siguió y miró
una escena que cortaba la respiración.
Desde la cúspide de aquella inmensa pirámide, a treinta metros de altura,
podía ver la poderosa ciudad de negras pirámides. Se extendía en todas las
direcciones. Hombres y mujeres atestaban las calles que se encontraban allá
abajo e inundaban la gran plaza; el único punto que se encontraba despejado
era el pequeño estrado redondo del centro. Sobre las excitadas multitudes y la
ciudad negra, las naves voladoras parecían proyectiles que se precipitaban y
sumergían.
Aquí y allí, la extensión negra de la ciudad se rompía con color carmesí,
eran los parques y jardines que se encontraban llenos de vegetación del rojo
color de la sangre.
Fuera, más allá de los límites de la ciudad, Merrick vislumbró en la
distancia campos escarlata y junglas, o bosques. Más allá de éstos, cortando el
horizonte en todas las direcciones, se elevaba una colosal cadena circular de
montañas negras, una horrible muralla que rodeaba la ciudad y el campo
circundante.
En las alturas brillaba el enorme sol carmesí, esparciendo su misteriosa
luz rojiza a través de toda la escena. Narna dijo:
—La ciudad de Corla; defendemos de nuestros enemigos todo lo que se
encuentra dentro del círculo de montañas.
Los sorprendidos ojos de Merrick observaron la asombrosa escena, luego
dijo, con un susurro:
—Esto es Corla, ¿pero qué quiere decir chan?
Los ojos de la joven mantuvieron su asombro; después, explicó:
—¿No lo sabes, tú que viniste desde lo desconocido para ser chan? Esto
quiere decir rey, señor, dueño. ¡Tú eres el chan de Corla, el dirigente supremo
de esta tierra!

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III
Chan de Corla

M
errick, aturdido, no pudo hablar durante un instante.
—¿Yo… rey? —consiguió decir al fin. Narna le contestó:
—Por supuesto. Hace un mes, el último chan de Corla, que era
mi padre, murió. Después de esperar a que transcurriera un mes, como está
establecido, los nobles y el pueblo de Corla se reunieron hoy en la gran plaza
para escoger al nuevo chan, como manda la costumbre. El estrado del centro
de la plaza es el estrado del chan, sobre el que ningún otro puede poner su pie
bajo pena de muerte.
»Todos estaban seguros de que Jhalan sería elegido hoy como nuevo
chan, aunque muchos le consideran cruel y despiadado. Jhalan es un gran
guerrero y nuestra tierra se encuentra acorralada de forma enfermiza por sus
enemigos, por lo que necesita un gobernante de esta clase. Un poco más y
ciertamente habría sido elegido y subido al estrado como chan. Pero se oyó
un trueno repentino y tú apareciste de golpe ahí arriba.
»Por tu extraña aparición y tu sorprendente vestimenta era evidente que
habías venido de lo desconocido, y dado que te manifestaste en el estrado del
chan, está claro que el Destino te ha enviado a nosotros para que seas nuestro
nuevo gobernante. Por ello fuiste aclamado como chan de Corla, y eres su
próximo gobernante.
Merrick estaba aturdido. Trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo. Un
día antes, una hora antes, en la Tierra, él había sido Stuart Merrick, un
aventurero sin un céntimo. Ahora, transportado a otro mundo, a un extraño
lugar, su apariencia le había convertido inmediatamente chan de Corla…
¡Supremo rey de un gran país!
Su mente comenzó a trabajar, y dijo:
—Entonces, el hombre con la barba negra que intentó arrojarme del
estrado…
—Ese era Jhalan. Estaba loco de rabia cuando apareciste, porque, si no lo
hubieras hecho, un momento después habría sido elegido chan de Corla. Por
consiguiente, está furioso al haber perdido el gobierno de Corla… y también
por haberme perdido a mí.
Merrick preguntó entonces.
—¿Perderte a ti?

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Narna esbozó una sonrisa y contestó:
—Sí, porque únicamente el nuevo chan puede casarse con la hija del
anterior. Hace tiempo que Jhalan me desea; esta era una de las razones por las
que quería llegar a ser chan.
Los ojos de Merrick buscaron el rostro de la joven y preguntó:
—Entonces, ¿tendrás que casarte conmigo porque fui yo el que puse el pie
sobre el estrado en vez de ese individuo?
Narna enrojeció y dijo, sin darle importancia a la pregunta:
—Yo no quería al hombre de la barba, pero Jhalan vendrá aquí esta noche,
acompañado del resto del Consejo de los Doce, los grandes nobles de Corla,
para jurarte fidelidad como nuevo chan; procuraré aplacarle, tanto como sea
posible, pero si yo fuera tú… puede ser muy desagradable y muy mal
enemigo.
Algo en el interior de Merrick se endureció.
—Si yo soy chan, gobernaré como chan —respondió, con una nueva y
extraña sensación de poder fluyendo por sus venas como el vino.
Los ojos de Narna se mantuvieron fijos en los suyos.
—Pienso que así lo harás. Corla necesita más que nunca un chan fuerte —
dijo. Y añadió, mientras se volvía hacia el ascensor—: El Consejo de los
Doce estará aquí una hora después de que anochezca.
—¿Vendrás tú también? —preguntó Merrick.
—Como hija del último chan, también debo jurar fidelidad —respondió,
riendo, y desapareció en el interior del ascensor.
Las siguientes horas pasaron para Merrick envueltas por un torbellino de
irrealidad. Llegaron sirvientes, hablando en voz baja y mirando a su nuevo
chan como si fuera casi divino.
Lo condujeron a través de inmensos salones, que eran suyos por ser el
chan\ en la cima de la pirámide lo llevaron a un baño enorme con paredes de
metales de diversos colores; cuando salió de la piscina, envuelto en una nube
de perfumes, le proporcionaron vestidos corlianos, una suave ropa interior de
un material sedoso, sandalias de metal negro y una de aquellas túnicas de
metal negro.
Su vestimenta era idéntica a la que llevaban todos los demás, salvo que
sobre su pecho aparecía un pequeño disco brillante que representaba al rojo
sol. Este disco, que se encontraba dibujado en las paredes que lo rodeaban,
era evidentemente la insignia del chan.
Con la túnica le entregaron un cinturón, en el que se encontraba una
espada y un tubo como aquellos en los que se había fijado anteriormente.

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Merrick examinó detenidamente las armas de los corlianos.
La espada, a primera vista, parecía simplemente un gran estoque de metal,
pero al agarrarla descubrió que, apretando con fuerza la empuñadura, se
accionaba un interruptor que liberaba la terrible fuerza almacenada en el
puño, haciéndola pasar a la hoja, la cual comenzaba a brillar con luz. Se
percató de que, cuando la brillante hoja tocaba algo, fuera lo que fuera,
quedaba aniquilado al instante. Aprendió que el arma se llamaba espada de
luz, debido al brillo de la hoja cuando estaba cargada, y vio que era un arma
verdaderamente mortífera: su simple roce suponía la aniquilación de cualquier
ser viviente.
El tubo resultó ser una pistola que disparaba pequeñas cargas de fuerza
brillante; por una razón similar se la llamaba pistola de luz. Su alcance
efectivo no superaba los trescientos metros, pero dentro de este rango era
extraordinariamente precisa. Merrick descubriría más tarde que se habían
desarrollado pistolas de luz del tamaño de un cañón, que tenían un alcance y
un poder destructivo mucho mayores. Pensó que un hombre armado con una
pistola y una espada de luz sería un duro enemigo, capaz de luchar tanto a
distancia como cuerpo a cuerpo con los mismos efectos mortales.
Merrick comió los alimentos que le trajeron los sirvientes, unas hierbas
amarillas cocinadas y un fuerte vino dorado, sobre una mesa de metal junto a
uno de los grandes ventanales. Mientras comía, pudo observar el exterior y
ver el enorme círculo escarlata de Antares hundirse hacia occidente, como
hacía el sol en la Tierra, detrás de la muralla negra que formaban las lejanas
montañas; entonces pudo ver las estrellas, centelleando sobre un cielo violeta.
Las estrellas eran brillantes, pero se agrupaban formando extrañas
constelaciones; pudo reconocer una de ellas, por las grandes estrellas que
contenía, y luego, tras una paciente búsqueda, llegó a localizar una pequeña
estrella amarilla que supo que se trataba del sol de su propio sistema solar. La
observó con algo de respeto, y le pareció como si aumentara la oscuridad del
firmamento.
Suaves luces brillaban por encima, por debajo y alrededor de las
pirámides agrupadas de Corla. Merrick vio brillantes naves aéreas ir y venir
por el cielo de la ciudad, vio que tanto las naves como las multitudes que
todavía llenaban las calles eran atraídas por el edificio en el que se
encontraba; miles de miradas se dirigían hacia su ventana. Nuevamente
reflexionó acerca de lo extraño de su destino, que le había llevado a aquella
situación de poder. ¿Podría mantenerse en la posición de chan, de gobernante,
a la que había ascendido de forma tan extraña?

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Se volvió y encontró los grandes salones suavemente iluminados; un
sirviente le hizo una reverencia y le anunció:
—¡Oh, chan, el Consejo de los Doce se encuentra aquí!
Merrick reunió todo el valor que pudo y caminó descendiendo la escalera
que le conducía al gran salón central. Un grupo de una docena o más de
figuras vestidas de negro se dirigían hacia él desde la cabina del ascensor. Los
dirigía un hombre, más viejo que los demás, con la cara delgada y la barba
blanca; detrás de él, en medio de los otros, Merrick atisbo la irónica y oscura
mirada de Jhalan y la figura de la joven Narna. El grupo se detuvo y el de más
edad se adelantó.
—Venimos a jurarte fidelidad, oh, chan —dijo con una reverencia—. No
sabemos cómo ni de qué mundo has venido; solo que el destino te ha situado
sobre el estrado del chan.
La extraña sensación de poder volvió a encenderse de nuevo en Merrick,
que contestó:
—Dado que me habéis elegido chan, acepto vuestro juramento de
fidelidad. Vengo de otro planeta, de otra estrella, de un mundo muy diferente
de este. En ese planeta, mi nombre es Merrick.
—Merrick —repitió el anciano con un extraño acento—. De acuerdo,
chan Merrick. Yo me llamo Murnal, y ellos son el Consejo de los Doce…
Fueron avanzando en orden, con una reverencia y pronunciando sus
nombres, mientras Merrick inclinaba la cabeza con cada uno. La mayoría eran
ancianos como Murnal. La excepción eran Holk, un gran guerrero entrecano
que sacaba al resto una cabeza, y Jurul, un tipo silencioso y esbelto al que más
adelante Merrick reconocería como uno de los más letales luchadores de la
raza de Corlan. El último de los doce consejeros era Jhalan. Todos miraron
atentamente cuando avanzó.
Sin embargo, el corliano de la gran barba negra se inclinó con gravedad.
Merrick vio en sus ojos negros, aunque serios, una sardónica diversión, como
si pensara en algún chiste que solo él conocía. Merrick se descubrió aferrando
con fuerza la empuñadura de la espada mientras Jhalan retrocedía. Se relajó
cuando Narna se le aproximó tras los doce, con los ojos clavados en los suyos
mientras se inclinaba ante él.
Merrick dirigió a los doce a la mesa alargada que se encontraba junto al
gran ventanal. Cuando hubo ocupado su lugar a la cabeza, los demás también
se sentaron, con Murnal a su derecha. A lo lejos, en el exterior del ventanal,
se extendía la negra masa de Corla, salpicada de luces que parecían gemas,

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ahora iluminada por la extraña luz de dos lunas carmesí que se habían
levantado por oriente.
—Dado que has venido de otro mundo, oh, chan Merrick —comenzó
Murnal—, ¿precisas saber más cosas de este mundo, o tienes conocimientos
suficientes sobre él?
—Quizá conozca muchas cosas, pero te escucharé —contestó Merrick con
diplomacia.
—Entonces escucha —dijo Murnal—. Kaldar, nuestro mundo, es de gran
tamaño, aunque no sabemos cómo de grande es realmente. Gira alrededor de
nuestro poderoso sol a una distancia intermedia; alrededor de Kaldar giran
nuestras cinco lunas. De estas, cuatro son escarlatas, como nuestro sol, pero la
quinta, como verás, es verde; las cinco se mueven a diferentes velocidades,
formando una cadena alrededor del mundo.
»De este mundo de Kaldar, los humanos dominamos únicamente la tierra
que se encuentra en el interior del círculo de grandes montañas negras. Esta
tierra y la ciudad son nuestras. Corla se encuentra casi en el ecuador de
Kaldar. De acuerdo con los conocimientos que tenemos registrados, somos
los únicos humanos que existen en este mundo. Y poco conocemos sobre las
tierras que se encuentran fuera de nuestro círculo de montañas, ya que fuera
hay grandes razas inhumanas, tan antiguas, poderosas e inteligentes como la
nuestra, y que siempre han sido nuestros enemigos.
»De todas las extrañas tierras y razas de Kaldar solo conocemos rumores,
pues nuestras naves aéreas rara vez se aventuran a cruzar las montañas. La
más próxima a nosotros de esas razas es la de los cosps, los grandes hombres
araña. Su gran ciudad se encuentra muy lejos, al sur de donde nos
encontramos, más allá de montañas y de extraños bosques, y desde el
principio han sido los peores enemigos de los habitantes de Corla.
»Estos cosps, que son como grandes arañas en cuanto a la forma, aunque
poseen inteligencia y ciencia, han construido naves tan buenas como las
nuestras. No usan espadas o pistolas de luz, sino que tienen rociadores de
veneno que son igual de mortíferos. También poseen mecanismos que
proyectan oscuridad en cualquier lugar que deseen, y estos siempre les
proporcionan ventaja sobre nosotros. Una y otra vez, grandes partidas
incursoras de cosps atacan nuestra ciudad y, aunque nos defendemos con
grandes cañones de luz colocados sobre las cúspides de las pirámides, sus
mecanismos de oscuridad les dan siempre una ventaja que no puede ser
remontada.

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»Con estas incursiones, los cosps suelen llevarse grandes cantidades de
prisioneros y botín a su lejana ciudad. Últimamente sus ataques son cada vez
más frecuentes y Corla está aterrorizada. Es por ello por lo que nuestro pueblo
te ha recibido con tanto entusiasmo como el nuevo chan llegado desde lo
desconocido, ya que todos esperan que como chan podrás detener los terribles
ataques cosp.
Merrick reflexionó.
—¿No intentan nuestras naves aéreas detener a los cosps a mitad de
camino? —preguntó.
Murnal extendió sus manos.
—Sería inútil, oh, chan. Con sus proyectores de oscuridad nuestras naves
se encontrarían a merced de los cosps, y ninguna podría escapar.
—Entonces debemos encontrar alguna manera de imponernos a esos
proyectores, si queremos que corlianos y cosps luchen en igualdad de
condiciones — sentenció Merrick.
Desde el extremo de la mesa habló Jharlan.
—¿Supongo que para ti será fácil descubrir ese método, oh, chan de lo
desconocido? —preguntó con cinismo.
Merrick le dirigió una mirada de desprecio y le contestó tranquilamente:
—En cualquier sitio, dentro o fuera, los enemigos de Corla son mis
enemigos.
Apenas sabía que efectos produciría esta respuesta, pero observó que,
mientras contestaba, Jhalan le miraba con las cejas fruncidas.
—¡Hablas como un chan! —exclamó el gran Holk—. Si actuáramos a mi
manera, cargaríamos todos nuestros cañones de luz sobre las naves aéreas y
volaríamos hacia el sur para darles a los cosps algo de su propia medicina.
La conversación prosiguió, cambiando impresiones sobre los cosps y
sobre los otros problemas que tenía Corla. Merrick aprendió muchas cosas
sobre la raza en cuyo trono había acabado de forma tan extraña. Empezaba a
comprender que los corlianos, aunque habían alcanzado un gran desarrollo
científico en algunas ramas del conocimiento, seguían siendo, esencialmente,
un pueblo con estructura feudal y medieval. Se percató de que los ojos de
Jharlan le miraban sardónicamente, mientras que los de Narna le observaban
con aprobación.
A través del gran ventanal que se abría junto a él, podía ver las lunas
levantándose desde detrás de las montañas. Tres lunas carmesíes colgando
como sellos ensangrentados del cielo y una cuarta, de color verde brillante,
que comenzaba a alzarse sobre Corla. Merrick, mientras las observaba, vio de

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repente una gran masa oscura que se movía a través de una de las lunas rojas,
a gran altura sobre la ciudad. Volvía a la conversación con Murnal y los
demás cuando un grito salvaje de alarma se escuchó ensordecedor por toda la
ciudad, despertando al instante un babel de alaridos salvajes, un confuso
alboroto de gritos cada vez de mayor volumen. Y en ese mismo instante, una
gran flota de naves aéreas oscuras cayó sobre Corla desde el cielo nocturno de
Kaldar.
Los demás asistentes se alzaron en pie junto a él.
—¡Un ataque! —gritó Murnal—. ¡Son los cosps, los hombres araña!
¡Están asaltando la ciudad!

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IV
Hombresaraña y rociadores de veneno

–¡H olk! ¡Jurul! —gritó Murnal—. ¡Ordenad que se pongan en acción


todos los cañones de luz! ¡Nos han cogido por sorpresa!
Pero los dos corlianos y los demás miembros del Consejo ya estaban
avanzando hacia la cabina del ascensor, quedando únicamente en el gran
salón Murnal, la joven Narna y Jhalan. Y, a través de la gran ciudad, los
cañones de luz ya estaban disparando contra las oscuras naves de los
invasores. Los cañones no producían sonido alguno, pero Merrick pudo
observar los brillantes disparos de fuerza mortal que surgían de ellos cruzando
toda la ciudad.
Aquí y allí aeronaves invasoras eran alcanzadas y explotaban a causa de
los de los disparos de luz, pero otras descendían, indemnes, sobre las
pirámides de Corla. Con grandes tubos arrojaban un fino rocío que, cuando
alcanzaba a los hombres que se encontraban en las pirámides y en las calles,
los convertía en informes montones blanquecinos. Los cañones de luz seguían
disparando cargas brillantes, cada vez con más intensidad, hacia las alturas.
La terrorífica batalla, en su conjunto, se desarrollaba en el más completo
silencio, salvo por el babel de gritos humanos.
Merrick, asombrado por la rápida transformación de la tranquila ciudad en
un terrible campo de batalla, vio a las naves de los cosps expandirse
incansables en todas direcciones. Al pasar una de las naves rápidamente junto
al ventanal vislumbró a sus ocupantes y tembló al hacerlo. Su forma era
semejante a la de enormes arañas de seis pies, pero con una cabeza casi
humana que brotaba de su bulboso cuerpo central. Desde la cubierta de la
larga nave, dirigían sus rociadores de veneno mientras uno de ellos pilotaba
desde la proa.
En primer momento la batalla no se había decantado por los cosps o
corlianos; los cañones de luz y los rociadores de veneno volaban arriba y
abajo con efectos igualmente mortales. Pero entonces, desde las agrupadas
naves de los hombresaraña se comenzaron a lanzar, aquí y allá, nubes de
oscuridad que se extendieron por la ciudad, áreas de absoluta oscuridad en las
que las aeronaves de los cosps se sumergían sin dudar.
—¡Los proyectores de oscuridad! —gritó Murnal—. Siempre ocurre lo
mismo; no podemos luchar contra ellos, por lo que los cosps nos derrotan, ya

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que, en alguna forma, son capaces de luchar en la oscuridad.
Merrick dijo:
—¡Ordena que los cañones de luz disparen hacia arriba en dirección
vertical! Mientras lo hagan así, las naves de los cosps no podrán aterrizar
sobre las pirámides, con oscuridad o sin ella.
Los ojos de Murnal se iluminaron y, mientras salía lanzado hacia la cabina
del ascensor, dijo:
—¡Oh, chan, lo intentaremos!
Merrick, con Narna a su lado, miraba al exterior, donde tenía lugar una
escena que parecía una pesadilla: Corla luchando contra el asalto de los
hombresaraña.
La enorme ciudad de pirámides negras era un salvaje caos de cañones de
luz relampagueando y naves aéreas cosps que se reunían a poca altura; aquí y
allá se veían las áreas sin luz creadas por los proyectores de oscuridad.
En el cielo, presidiendo esta escena, se encontraban cuatro grandes lunas,
tres rojas y una de un verde vívido.
Las naves cosps se estaban reagrupando en las áreas de oscuridad; algunas
ya estaban siendo cargadas con cautivos y botín.
Pero, de repente, la situación de la batalla cambió. Los destrozos
producidos en las naves de los cosps obligaron a que grupos de sus aeronaves
salieran de las áreas oscuras; uno de sus navíos, que intentaba introducirse en
una zona sin luz que habían creado bajo ella, fue alcanzada por las descargas
de los cañones de luz. Las áreas de oscuridad se estaban desvaneciendo; los
navíos cosps se estaban empezando a retirar.
—¡Los hemos derrotado! —gritó Merrick—. ¡Huyen!
—¡Es verdad que huyen! —exclamó Narna—. ¡Oh, chan, tus órdenes los
han vencido!
Merrick se encontraba feliz y dijo:
—¡Derrotados! Y a la vez hemos descubierto la forma de neutralizar sus
proyectores de oscuridad.
—¡Chan Merrick! ¡Jhalan está haciéndoles señales a los cosps!
Al oír el grito de Narna, Merrick se giró; se había olvidado de Jhalan, y
ahora veía que el corliano de gran barba negra, en otro de los grandes
ventanales, apuntaba al exterior con su pistola de luz y disparaba cuatro veces
a la oscuridad.
Como respuesta a esta señal, una nave aérea cosp comenzó a dirigirse
hacia donde se encontraban.

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¡Jhalan haciendo señales a los cosps! El cerebro de Merrick comprendió
que el ataque no había sido fortuito, sino que lo había organizado junto con
los cosps a causa del profundo odio que le tenía al hombre de la Tierra.
Merrick saltó hacia el otro; sacando la espada de luz de su vaina, actuó
más por instinto que por reflexión. Jhalan, que había enfundado su pistola de
luz, empuñó su espada justo a tiempo de enfrentarse con el terrestre.
Las dos hojas brillaron con un resplandor blanco en cuanto la fuerza
mortal que contenían las empuñaduras fue liberada. Cuando se aproximaron,
Merrick oyó el sonido metálico que hacía su hoja al chocar con la de su
adversario; sabía que las hojas cargadas no podían hacerse daño mutuamente,
pero que un simple roce de cualquiera de ellas suponía la muerte para la
persona que lo sufriera.
Jhalan manejaba su mortífera arma como un experto, la brillante hoja
cortaba el aire alrededor el terrestre. Pero, al menos de momento, Merrick era
su igual en aquel extraño duelo en el que un roce significaba la muerte;
mientras luchaba, iba recordando rápidamente sus olvidados conocimientos
en el antiguo arte de la esgrima.
Arriba, abajo, izquierda, derecha, adelante y atrás, las dos brillantes
espadas de luz tejían con sus cuchilladas como si se trataran de dos agujas
tejedoras de muerte.
En medio del cegador acaloramiento de la pelea, Merrick oyó un grito de
Narna. Cuando se giró hacia ella, vio algo que le heló la sangre en las venas.
La nave aérea de los cosps se había aproximado hasta quedar a la altura
del ventanal de la habitación; luego, media docena de grandes hombresaraña
habían pasado al interior.
Jhalan les dijo algo y Merrick, de un vistazo, se percató de que habían
agarrado a la joven Narna y la estaban transportando con rapidez a la cubierta
de su nave. El corliano volvió a llamar y los cosps se encaminaron hacia ellos.
Rociadores de veneno se dirigieron contra Merrick, y, en ese momento, se
produjo una súbita interrupción.

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Un grupo de hombres salía de la cabina del ascensor con las espadas de
luz en sus manos. ¡Allí venían Murnal, Holk, Jurul y otros! Jhalan saltó hacia
atrás cuando Merrick se precipitó contra él; en ese momento, un cosp que
empuñaba un tubo de metal golpeó en la cabeza al terrestre, haciéndole
retroceder.
Jhalan subió a la nave, junto con los hombresaraña y Narna. El navío
partió, a través de la noche, con la velocidad de un cohete.

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Merrick, junto con Holk y Jurul, se precipitó hacia el ventanal. Toda la
flota de los cosps se dirigía en dirección hacia el sur, retirándose del ataque y
desapareciendo rápidamente bajo la extraña luz de las lunas, dejando atrás
una ciudad presa de un salvaje alboroto.
—¡Narna! —gritó Merrick—. Jhalan la tiene… él y los cosps.
—¡Jhalan es un traidor! —exclamó Murnal—. ¡Cómo íbamos a pensar
que alguna vez un corliano iba a unir sus fuerzas con los cosps empujado por
los celos y rabia! Debe de haber contactado con ellos y preparado el ataque
con el objeto de poder llevarse a Narna.
Entonces Merrick hizo un juramento.
—¡Yo la encontraré, y la traeré de vuelta!
Murnal movió su cabeza con tristeza, diciendo:
—Imposible, oh, chan. Jhalan se la ha llevado junto con los cosps en
dirección al sur, hacia la grande y lejana ciudad cosp, más allá de las
montañas. Nadie en Kaldar ha entrado jamás en esa ciudad y vuelto a salir.
—Pues yo entraré… y saldré —aseguró Merrick, a la vez que un frío
propósito empezaba a reemplazar su primer impulso de rabia salvaje; luego
prosiguió—: Y no solo por Narna, sino también por Jhalan. Si sigue vivo y
ayudando a los cosps, sus ataques serán cada vez más fuertes debido a la
información que pueda proporcionarles, y terminarán destruyendo Corla.
Mientras los demás murmuraban su asentimiento, Murnal dijo:
—Es verdad, pero ¿por qué ir tú en persona, oh, chan? ¿Por qué no enviar
algunos guerreros a esta aventura?
—Porque este asunto es entre Jhalan y yo —respondió Merrick—.
Además ¿sería adecuado que el chan de Corla enviara a otros a un lugar al
que él no se atreviera a ir?
Los ojos de Holk brillaron, luego el gran veterano exclamó:
—¡Verdaderamente eres un chan! ¡Al menos yo te seguiré cuando
comiences a buscar la ciudad de los cosps! Jurul también vendrá, aunque es
demasiado tímido para decirlo. Si es preciso, una docena de los nuestros
puede entrar luchando en la ciudad de los hombresaraña y salir.

E n las siguientes horas, Merrick se vio envuelto en una actividad trepidante


mientras la quinta luna de Kaldar todavía podía verse en el oeste,
semejante a un círculo escarlata, y el enorme sol rojo se estaba alzando desde
oriente, para asomarse sobre una Corla distinta de la del día anterior.
Los corlianos ya estaban reparando los daños sufridos por su ciudad,
recuperándose rápidamente del ataque nocturno de los hombresaraña.

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Murnal informó a Merrick de que si bien por una parte la ciudad estaba
contenta por haber rechazado a los cosps, por otra se encontraba entristecida
por la noticia de la traición de Jhalan y el secuestro de la hija del último chan.
Merrick había decidido que, para la búsqueda en la ciudad de los cosps,
bastaría una sola nave aérea para llevar a la partida de hombres necesaria.
No pretendía transportar un gran ejército que pudiera combatir con éxito a
las superiores fuerzas de los cosps; limitando el número de sus compañeros a
una docena, y llevando una sola nave, sus oportunidades de alcanzar la ciudad
y penetrar en ella eran mayores.
Solo mediante la astucia podrían alcanzar su objetivo.
Inspeccionó las naves aéreas y, siguiendo las recomendaciones de Holk y
Jurul, eligió una que podía transportar a quince hombres y que era la más
veloz de las naves Corla.
Fue la primera vez que Merrick pudo observar de cerca una de las
aeronaves de su nueva ciudad.
Encontró que el diseño del navío era sencillo: un casco de metal alargado
terminado en punta, semejante a una canoa de carreras, pero más ancho de
manga, con una cubierta rodeada de una barandilla de poca altura.
Se movía a través del aire, proyectando hacia delante un rayo de fuerza
aniquiladora, semejante a la de las pistolas y espadas de luz. Este rayo iba
destruyendo continuamente el aire frente a la nave; de esta forma hacia que
avanzara, impulsada por la presión del aire que tenía detrás.
El cambio de orientación del rayo de fuerza controlaba la dirección de la
nave. En la proa y a lo largo de los lados se habían dispuesto cañones de luz,
de tamaño medio, montados sobre soportes giratorios.
Durante el resto de aquel día, mientras se equipaba la aeronave, Merrick
durmió, agotado.
Cuando despertó, se encontró con que Murnal le estaba esperando; este
actuaría, junto con el resto del Consejo de los Doce, como gobernantes de
Corla mientras durase la ausencia del chan.
Al caer la noche, sobre una de las terrazas superiores de la gran pirámide,
la aeronave elegida esperaba; los diez corlianos que constituían la tripulación
se encontraban preparados. Holk y Jurul estaban esperando al lado de Murnal.
Mientras Merrick se colocaba en el cinturón su espada y su pistola de luz,
Murnal señaló hacia abajo, a las calles atestadas de personas, y dijo:
—Oh, chan, el pueblo espera para verte partir; ahora saben que eres un
verdadero chan y están tristes de verte marchar a lo que parece ser una muerte
cierta.

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Merrick le contestó con un gesto triste:
—Muerte cierta para Jhalan; en lo que a mí se refiere, os digo que volveré
con Narna. Mientras yo no esté, no dejes de atender a los científicos de los
que te he hablado; están procurando neutralizar los proyectores de oscuridad.
Estos proyectores, de alguna forma, amortiguan mediante vibraciones
opuestas a las que constituyen la luz; por ello pueden ser neutralizados, y
perderán su efectividad con las adecuadas vibraciones contrapuestas.
Murnal asintió con la cabeza y dijo:
—Lo intentaremos; puede ser que tu método nos dé nuevamente la
victoria. —Se detuvo y añadió, solemnemente—: Entonces, hasta que
vuelvas, oh, chan Merrick.
Merrick apoyó durante un momento su mano sobre el hombro de Murnal;
luego marchó hacia el exterior junto con Holk y Jurul, saliendo a la terraza.
Cuando los tres subieron a la aeronave y esta partió sobrevolando la
ciudad, la noche se extendía sobre Corla y, en las calles, grandes multitudes
aguardaban con un silencio de muerte.
En un momento, las grandes pirámides habían quedado atrás y abajo.
Merrick y sus compañeros miraban al frente, a la oscuridad, conforme su nave
viajaba rumbo al sur a través de la noche, hacia la lejana fortaleza de los
cosps.

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V
Sobre el bosque de hongos

C
onforme su nave viajaba al sur, Merrick se acurrucó en la proa junto
a Holk y Jurul; este último se encontraba dirigiendo los controles
manualmente. La aeronave volaba casi en silencio, con solo un bajo
zumbido procedente del achatado mecanismo, situado en la popa, que
producía el rayo de fuerza que los impulsaba hacia delante.
Los diez corlianos que constituían su tripulación se acurrucaron y
durmieron a los lados de la nave.
Merrick, mientras observaba el horizonte, pudo vislumbrar en la distancia
la borrosa muralla negra del gran anillo de montañas al que se dirigían.
Cuando Jurul hizo que la nave ascendiera, al aproximarse a la cadena de
montañas, la temperatura bajó rápidamente. Finalmente se encontraron
volando, con gran celeridad, sobre una hilera de enormes montañas y en
medio de un aire tan frío que helaba; sus vistas se dirigieron hacia abajo con
respeto.
Merrick podía ver, a la luz de las dos lunas, los gigantescos picos de la
cadena de montañas, que alcanzaban una altura desconocida en la Tierra. La
misma cadena montañosa tenía una forma sorprendentemente circular.
En las grietas entre las montañas se veía nieve blanca, pero no había nada
en los grandes picos que, junto con los inmensos abismos que se abrían entre
ellos y los grandes acantilados, brillaban como si fueran de cristal pulido,
masas negras y misteriosas.
Merrick comentó esta circunstancia a los hombres que se encontraban con
él diciendo:
—Parece como si fueran de metal negro.
El terrestre quedó asombrado por la respuesta de Holk.
—Son de metal negro, oh, chan; este metal negro existe en ingentes
cantidades en el interior de Kaldar, y brota aquí y allá formando montañas,
cadenas o collados. Nosotros, los cosps y todas las demás razas lo empleamos
para construir nuestras naves aéreas, edificios y casi todo lo demás.
El hombre de la Tierra, maravillado, dijo:
—¡Montañas de metal!
Cuando la gran cadena de montañas quedó atrás, las cinco lunas de Kaldar
se encontraban agrupadas en los cielos nocturnos, aunque cada una seguía una

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órbita distinta alrededor de aquel mundo.
La imagen de las maravillosas y solitarias montañas de metal negro, a la
luz roja y verde de las lunas, permanecería durante mucho tiempo en la mente
de Merrick.
Cuando las montañas de metal quedaron tras ellos, Jurul hizo descender a
la nave, de forma que a determinada altura el aire se fue volviendo cada vez
más cálido. Volaban suavemente, a una velocidad constante; debajo de ellos
no encontraron nada de interés, tan solo colinas bajas y las estribaciones de
las montañas de metal.
Más allá, la luz de las lunas revelaba suaves y extensas llanuras, sobre las
que volaron durante horas. Finalmente, estas llanuras dieron paso a una masa
oscura de vegetación que se extendía por delante y a los lados, tan lejos como
su vista podía alcanzar.
Conforme pasaban a toda velocidad por encima, Merrick intentó estimar
la duración del día y de la noche de Kaldar, llegando a la conclusión de que
no debían ser muy diferentes de las de la Tierra.
El período de rotación de Kaldar, como descubriría más tarde, era de
alrededor de veinte horas de la Tierra, de forma que la estimación que realizó,
cuando el enorme sol rojo se elevó en el horizonte a su izquierda, no estaba
muy equivocada.
La llegada del día reveló la extraordinaria naturaleza del bosque sobre el
que estaban volando.
Se trataba de un bosque de hongos. Hasta donde la vista podía alcanzar,
en todas las direcciones, se extendía una masa de grandes setas rojas, la
mayor parte de seis metros o más de altura.
Sus formas eran monstruosas; tenían grandes troncos centrales desde los
que se proyectaban brazos, completamente sin hojas, y esto producía una
apariencia grotesca. Estaban apelotonados, muy juntos, formando un mar
inacabable, agitado por movimientos que se asemejaban a mareas y
corrientes.
Merrick pensó, en un principio, que los agitaba el viento, pero una
inspección más detallada le mostró que los grandes hongos no tenían raíces y
realmente se estaban moviendo, arrastrándose hacia delante con sus largos
brazos, frotándose y apretándose unos con otros.
Aprendió de Holky Jurul que el bosque de hongos era de vasta extensión y
muy temido en Kaldar, ya que los grandes hongos no se alimentan de las otras
plantas, como los hongos ordinarios, sino de animales.

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Cualquier desafortunado cosp o corliano, o cualquier ser viviente de la
clase que fuere, que cayera en el bosque estaba condenado, ya que antes de
que pudiera moverse, los grandes hongos lo habrían atrapado, ahogándolo,
aplastándolo y luego absorbiendo su cuerpo golpeado, como hacen los hongos
ordinarios con las plantas.
Durante todo el día, la nave voló de forma estable rumbo al sur, sobre las
interminables masas escarlata de aquel bosque terrorífico en movimiento.
Sus compañeros le aseguraron que se extendía hasta el mismo borde de la
ciudad de los cosps, y que era una de las razones por las que la ciudad de los
hombresaraña no había sido atacada nunca por tierra y casi nunca por aire;
pocos se aventuraban a volar sobre el bosque de hongos, ya que precipitarse
en él significaba la muerte.
Cuando cayó la noche, la enorme extensión del bosque de hongos todavía
se encontraba bajo ellos.
A una velocidad reducida, siguieron volando a través de la noche. Merrick
y sus compañeros observaban con atención lo que tenían delante.
Holk declaró:
—Creo que ya debemos estar cerca de la ciudad de los cosps, pero
también pudiera ser que la hayamos pasado; los corlianos sabemos poco sobre
su localización, porque pocos de nosotros han ido y vuelto para contarlo.
Merrick, apretando la mandíbula, dijo:
—Nosotros la alcanzaremos y luego…
Un grito de Jurul atravesó sus oídos.
—¡Una nave cosp nos está atacando!
A la vez que gritaba, Jurul había virado la nave dirigiéndola hacia arriba.
Conforme avanzaba vertiginosamente por el aire, comenzaron a disparar, sin
producir ningún sonido, al largo navío que se aproximaba, y sobre el que se
encontraba un buen número de repugnantes monstruos con forma de araña…
¡los cosps!
Sus rociadores de veneno estaban vomitando una fina lluvia de muerte
que no había alcanzado a la nave de los corlianos solo por el viraje que había
realizado a la velocidad del relámpago.
—¡Los cañones de luz! —gritó Merrick—. ¡Tenedlos dispuestos antes de
que nos puedan atacar de nuevo!
Los corlianos de su tripulación saltaron para ocupar sus puestos junto a las
piezas y, cuando Juruk dirigió la nave, inclinada, hacía el otro navío, media
docena de disparos de cargas luminosas partieron silenciosamente a su
encuentro.

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Sin embargo, la nave cosp se había elevado tan rápidamente como lo
habían hecho ellos; los largos tubos de los rociadores de veneno se volvieron
hacia ellos.
Toda la situación se transformó inmediatamente en un duelo salvaje entre
los dos navíos. Las naves de Corla y de los cosps, luchaban en la noche con
cañones de luz frente a rociadores de veneno. Arriba, las tres grandes lunas
escarlatas de Kaldar los observaban; abajo se extendía el bosque de hongos.
Las dos naves daban vueltas como halcones de combate, evitando las
descargas luminosas y los rociadores de veneno y luchando por alcanzar una
posición ventajosa.
Merrick sabía que si la nave cosp hubiera tenido un proyector de
oscuridad, no habrían durado mucho, pero, aun así, los rápidos y mortales
rociadores de veneno de los hombresaraña eran cada vez más difíciles de
evitar.
El duelo salvaje se le antojó interminable al hombre de la Tierra, pero en
realidad solo duró unos instantes.
Jurul, dándose cuenta de que los rociadores de veneno les atraparían en
pocos momentos, hizo descender su nave a toda velocidad, como buscando un
nivel inferior para poder escapar; en ese momento, la aeronave cosp se lanzó
en picado como un halcón; su trayectoria era sesgada, describiendo una curva
que ponía de manifiesto la inconsciencia del piloto.
Esta acción proporcionó una momentánea oportunidad a la nave que se
encontraba debajo, y desde allí se dispararon salvas de luz. Dos de los
disparos alcanzaron a la aeronave de los hombresarañas cerca de la popa,
destruyendo el metal y reduciéndolo a un amasijo de chatarra negra de
metales doblados.
Dando vueltas, la nave se precipitó hacia abajo.
Merrick vio el impacto en el bosque de hongos, trescientos metros más
abajo; bajo la claridad producida por la luz de las lunas, pudo ver como los
cosps salían de la nave, pero, nada más hacerlo, los grandes hombresaraña
fueron atrapados por los brazos de los vegetales y desaparecieron de su vista
ocultos por los grandes hongos, en el interior del bosque, el cual se arrastraba
desde todas las direcciones hacia el lugar del impacto, como si algún instinto
les hubiera informado de lo que había ocurrido.
Merrick sintió una náusea mientras su nave giraba y comenzaba a
ascender.
Holk exclamó:

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—¡Era una nave cosp de patrulla! ¡Eso significa que también puede haber
otras!
Jurul asintió con tranquilidad, y dijo:
—Tendremos que volar a mayor altura; esto nos permitirá burlas las naves
de patrulla de los cosps. A los hombresaraña no les gusta el frío de las capas
superiores de aire.
El gran Holk gruñó.
—Siempre evitando luchar… para cualquiera que piense como tú, luchar
una batalla es un desperdicio de ingenio.
Merrick declaró:
—Jurul tiene razón; no tenemos tiempo para estos combates, nuestro
único objetivo es la ciudad de los cosps.
—¿Y cuando estemos allí? —preguntó Holk—. Supongo que sabrás que
no hay siquiera una probabilidad frente a mil de que salgamos una vez que
hayamos entrado.
Merrick sonrió y dijo:
—Deja de preocuparte sobre esto. Jhalan está allí y también Narna.
Después de que los hayamos encontrado, tendremos tiempo para
preocuparnos de cómo salir de la ciudad.
Holk hizo un gesto que mostraba su aprobación y dijo:
—Siempre se ha pensado que Jhalan era uno de los mejores luchadores
que había sobre Kaldar; pienso que será interesante ver lo que sucede cuando
tú y él os encontréis nuevamente.
Mientras hablaban, la nave había estado volando continuamente en
dirección sur, a una gran altura. Pronto, el viento fue otra vez muy frío y el
bosque de hongos se convirtió en una mancha oscura allá abajo.
En el occidente, dos lunas rojas se estaban poniendo, mientras que la luna
verde salía por oriente.
Debido a su última batalla, Merrick, Holk y Jurul estaban alerta y
vigilaban la noche por si aparecía otra nave cosp.
Durante la hora siguiente no vieron nada; si realmente había alguna nave
próxima, la evitaron al ir a gran altura.
Holk miraba hacia delante, su rostro, esculpido por la intemperie, parecía
una máscara a la luz verde y roja de las lunas. Como siempre, Jurul observaba
en silencio a la vez que manejaba los controles.
Fue Jurul quien avisó de que se encontraban aproximándose a su objetivo;
señalando hacia delante y abajo, dijo simplemente:
—¡Mirad!

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—La ciudad —exclamó Holk—. ¡La ciudad de los cosps!
Merrick miró, aguzando su vista. Al principio, solo pudo distinguir en la
lejanía una forma más oscura, que se perfilaba frente al tenebroso bosque de
hongos, y algunos puntos de aquella masa brillaban a la luz de las lunas.
Hasta que no pasaron varios minutos, en los que prosiguió el vuelo hacia
delante mientras la oscura silueta crecía lentamente, no pudo darse cuenta del
enorme tamaño de la ciudad; entonces, fascinado, observó.
La ciudad se ensanchaba lentamente y, ante aquella maravilla, Merrick
casi llegó a olvidar el encargo que le había traído allí.
¡La ciudad cosp se extendía ante él!
Se trataba de una ciudad que únicamente tenía un edificio, una masa de
metal gigante, de forma irregular, con incontables caras planas, de muchas
millas de extensión.
Se encontraba perforado por aberturas de túneles y pasajes que lo
asemejaban a una colmena, como si fuera un gigantesco queso de metal
negro.
Alrededor de la gigantesca masa de metal, se levantaba una muralla
también de metal, de centenares de pies de altura, contra la cual presionaba el
bosque de hongos, que se arrastraba alrededor de la ciudad.
Holk dijo:
—¡La ciudad de los cosps! —Y añadió—: Hace mucho tiempo, los
hombres araña encontraron aquí esa inmensa masa de metal sólido y la
perforaron, y empezaron a construir celdas y túneles, y así siguen en la
actualidad. Esta masa contiene a sus hordas innumerables. La muralla que hay
alrededor evita que el bosque de hongos penetre.
Merrick comenzó a preguntar:
—Entonces, los pasadizos y túneles…
El otro le respondió:
—… se extienden a través de toda la ciudad, formando un laberinto; en
algún lugar, en las profundidades de esta gran masa de metal, perforada como
si fuera una colmena, se encuentra el salón del cospal, el gobernante de la
raza de los cosps. Creo que Jhalan estará allí con Narna; pero ¿cómo podemos
llegar hasta ese lugar?
Con decisión, Merrick dijo:
—Solo hay un camino; la ciudad parece dormida, un par de nosotros
podemos penetrar en ella y volver. Si entráramos todos, seríamos descubiertos
inevitablemente. Vosotros nos desembarcaréis a mí y a Jurul entre la muralla
y la ciudad; luego volaréis a gran altura sobre ella y, si podemos salir,

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dispararemos nuestras pistolas de luz como señal para que bajéis a por
nosotros.
Mientras Jurul reía suavemente, Holk preguntó con beligerancia:
—¿Y dejar que Jurul se divierta mientras yo me hielo allá arriba?
—Sí —repuso Merrick—. Como chan, así te lo ordeno. No te preocupes,
Holk, tendrás toda la lucha que quieras antes de que podamos salir de esta.
Con un gruñido, Holk dijo:
—En ese caso, de acuerdo.
Tomó los controles y, mientras Merrick y Jurul preparaban sus armas,
dirigió la nave aérea hacia el suelo.
Algunas de las bocas de los túneles estaban iluminadas, y en algunos
lugares de la gran muralla parecía haber atalayas, pero no había ningún navío
aéreo a la vista; silenciosamente, como si se tratara de una nave fantasma,
comenzó a descender hacia la dormida ciudad de los hombresaraña.

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VI
En la ciudad de los cosps

M
errick esperaba, durante cada instante, que un desafío o una alarma
surgiera de las atalayas que se encontraban en la gran muralla, pero
no sucedió nada.
Durante innumerables edades, nunca habían sido atacados, lo que había
hecho que los cosps fueran negligentes en sus guardias.
Sin ningún problema, la nave corliana se posó sobre la superficie llana de
metal negro que se extendía entre la enorme masa perforada como una
colmena de la enorme ciudad y la muralla que la rodeaba.
A la vez que Merrick y Jurul saltaban al suelo, el terrestre le susurró a
Holk:
—Cuando veas que disparamos nuestras pistolas de luz, baja aquí como
un relámpago para recogernos.
—Aunque disparen, no dejaré de hacerlo —dijo Holk con una mueca
mientras la nave se lanzaba velozmente a través de la oscuridad.
Merrick y Jurul, llevando empuñadas sus espadas de luz, se dirigieron
inmediatamente hacia la gran ciudad que se elevaba frente a ellos. Los
perforados acantilados de metal que eran su borde externo se encontraban a
una distancia de ochocientos metros.
El suelo de metal sobre el que corrían brillaba a la luz de las lunas. No
había ningún cosp a la vista, aunque sí vieron, de vez en cuando, formas
oscuras de araña a la débil luz que salía de las pocas aberturas iluminadas.
Se dirigieron hacia una de las aberturas que se encontraban al nivel del
suelo; las que se encontraban a más altura eran inalcanzables para los
hombres, pues, aunque existían apoyos que conducían a ellas, únicamente un
hombrearaña con muchas patas podía usarlas.
Merrick tenía en mente el comentario que le había hecho Holk acerca de
que la gran ciudad solo se extendía hacia abajo, hacia su centro, y allí era
donde se encontraba el gobernante de los cosps, probablemente acompañado
por Jhalan y Narna.
Se daba cuenta de las pocas probabilidades que tenía de encontrarlos, pero
se veía arrastrado por la irrealidad de aquella aventura y por el agradable
recuerdo que tenía de la joven corliana.

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Conforme se aproximaron a la apertura de túnel, fueron caminando más
despacio y observando, con cautela, el interior.
El túnel se encontraba iluminado de forma mortecina por placas que
brillaban débilmente y se encontraban insertadas en las paredes; ante ellos se
curvaba y desaparecía de la vista; no se veía a nadie.
Merrick y Jurul comenzaron a caminar cuidadosamente hacia su interior,
agachándose a causa de la pequeña altura del túnel.
Pasaron varias puertas conforme se iban adentrando. Abrieron una o dos y
encontraron almacenes llenos con mecanismos y armas en desuso.
Prosiguieron su camino y pronto encontraron que otros túneles cruzaban
aquel por el que avanzaban. Merrick tomó el que conducía hacia abajo y hacia
el interior. La inclinación en dirección descendente era pronunciada, de forma
que sus pies se deslizaban sobre el suelo de metal.
Una vez tuvieron que retroceder, agazapados, al oír el sonido de las
extrañas voces silbantes de dos hombresarañas que cruzaron su túnel justo
delante de ellos.
Los dos grandes cosps, con sus repugnantes cuerpos de araña, cuyo
aspecto volvía más fantasmal su cabeza sin pelo y con facciones humanas,
estaban discutiendo sobre alguna cuestión en una lengua que, como Merrick
había aprendido, era común a casi todas las razas de Kaldar.
Cuando se estaban acercando, Merrick y Jurul entraron en una de las
habitaciones laterales, donde encontraron una sala llena de cosps durmiendo.
Cada uno reposaba sobre una plataforma elevada.
Se quedaron allí en silencio hasta que pasaron los dos cosps, y luego
prosiguieron tranquilamente por su túnel, que siempre se doblaba en dirección
descendente.
Girando por una de sus pronunciadas revueltas, se dieron de golpe con
tres cosps que venían corriendo rápidamente en dirección contraria. Antes de
que los hombresaraña pudieran recuperarse de la sorpresa, Merrick y Jurul
tenían sus espadas de luz fuera de las vainas y cargaron hacia delante. La
espada de luz de Merrick tocó a uno de los grandes hombresaraña y, antes de
que pudiera saber qué estaba pasando, el cosp cayó en un montón inerte,
aniquilado por la terrible fuerza de la espada.
En el mismo instante, Jurul dio cuenta de otro; el tercer hombrearaña se
dio la vuelta para huir, pero la hoja de Jurul cayó sobre él y lo fulminó. Las
espadas de luz, después de cada descarga de su fuerza, se recargaban
automáticamente con la energía que llevaban almacenada en el puño.

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Por un instante, Merrick y Jurul permanecieron en pie, jadeando, con los
ojos brillando salvajemente y las refulgentes espadas preparadas; sin
embargo, no apareció ningún otro cosp.
Merrick le susurró a su compañero:
—No podemos quedarnos mucho tiempo aquí. Si lo hacemos, seguro que
alguno se tropezará con nosotros.
—A nuestra espalda, chan —avisó Jurul—. Ahora oigo a otros…
Se encogieron nuevamente en la oscuridad de uno de los corredores
transversales, más débilmente iluminado que aquel por el que marchaban,
arrastrando con ellos las tres formas retorcidas de los hombresaraña muertos.
Cinco cosps se aproximaban siguiendo el túnel por el que los hombres
habían estado caminando; cuando se aproximaron, Merrick vio que iban
armados con los tubos negros de los rociadores de veneno.
Al acercarse, los oyó hablar.
—… por qué lo recibió en esa forma es algo que no puedo adivinar, nunca
ha habido otra cosa que guerra entre los cosps y los corlianos, y nunca la
habrá. Entonces, ¿por qué ese, junto con su prisionera, ha sido recibido con
honores?
Otro le respondió:
—Olvidas que este corliano ahora odia a su pueblo tanto como nosotros.
Este Jhalan puede ayudarnos a conseguir la conquista final de Corla.
Un tercer hombre araña intervino en la conversación.
—Además, el cospal ya sabrá cómo tratar con él, cuando nosotros
hayamos vencido y conquistado a su raza.
El primero volvió a intervenir diciendo:
—Puede que sea eso, pero, entre tanto, me irrita verle como un huésped
en las mismas habitaciones del cospal.
Merrick escuchaba con tanto interés que apenas se dio cuenta del peligro
que corría hasta que los cinco cosps llegaron a su altura del túnel.
Si hubieran girado, habrían sido descubiertos inevitablemente, pero la
fortuna favoreció a los dos humanos y los hombresaraña siguieron a lo largo
del túnel mejor iluminado; cuando sus voces apenas se oyeron, Merrick
apretó el brazo de Jurul y le dijo con excitación:
—¿Has oído? ¡Holk tenía razón! ¡Jahal y Narna están en las cámaras del
cospal!
Con la voz llena de dudas, Jurul dijo:
—Pero ¿cómo llegar allí? Recuerda lo que han dicho: los tendrán
vigilados.

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Merrick señaló entonces:
—Este túnel iluminado debe conducir a donde se encuentran, porque,
aparentemente, los cinco hombresaraña con que nos hemos cruzado venían de
las cámaras del cospal; una vez que los encontremos, ya ingeniaremos alguna
forma de sacarlos de allí.
Nuevamente, comenzaron a caminar a lo largo del corredor iluminado;
avanzaron con más cuidado, vigilando las salidas y con las brillantes espadas
de luz en sus manos.
Conforme caminaban, Merrick comprendió lo vasta que debía ser la
ciudad cosp, aquella colmena en donde dormían los hombresaraña. Encima,
debajo y a su alrededor se extendía un laberinto ilimitado, formado por
túneles que se abrían a celdas y cámaras, llenas de hombresaraña durmientes.
Siguió avanzando con precaución al lado de Jurul.
Se cruzaron con otros túneles, pero el que seguían era, con seguridad, el
que conducía hacia abajo. Finalmente, tras girar una curva, tuvieron ante sí
una gran puerta guardada por cuatro hombresaraña armados con rociadores de
veneno.
Al ver a los guardias cosps, los dos hombres retrocedieron ocultándose.
Jurul dijo con un susurro.
—Guardias del cospal. Estamos cerca de nuestro objetivo, pero ¿cómo
pasaremos?
Merrick preguntó.
—¿Empleamos nuestras pistolas de luz?
El otro meditó un instante y asintió con la cabeza; luego respondió:
—Parece que es nuestra única oportunidad; antes de que nos pudiéramos
acercar con las espadas, nos habrían matado con los rociadores.
Por lo tanto, enfundaron sus espadas, empuñaron sus pistolas de luz de
punta redondeada y se aproximaron cuidadosamente al borde de la curva del
túnel.
Luego, levantando las pistolas, presionaron los gatillos que accionaban las
placas que generaban la luz, situadas en la culata. Merrick apuntó al cosp que
se encontraba más a su derecha y le vio caer convertido en un montón de
ceniza al ser alcanzado por la brillante y silenciosa carga disparada por su
pistola.
En el mismo instante cayó uno de los cosps situados a su izquierda,
alcanzado por el fuego de Jurul. Los dos cosps restantes se lanzaron hacia
delante con los rociadores de veneno levantados, pero su avance se vio

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detenido por dos cargas luminosas más, que cortaron en seco, mediante su
muerte instantánea, los gritos de alarma que comenzaban a dar.
Merrick y Jurul, temblando por la excitación, arrastraron los restos de los
guardias a otro de los túneles transversales y luego atravesaron la gran puerta.
En las paredes del túnel se veían relieves trabajados en metal blanco, que
resaltaba sobre el metal negro de las paredes. Los relieves mostraban a cosps
luchando con corlianos y también con otros seres totalmente diferentes de
cuanto Merrick había visto nunca; comprendió que debía tratarse de
habitantes de alguna parte de Kaldar.
A Merrick, presa de la excitación como se encontraba en ese momento,
los relieves de las paredes no le decían gran cosa. No se había percatado
cuánto significaba para él aquel viaje en búsqueda de Narna hasta que
comenzó a aproximarse al lugar donde se encontraba la joven corliana. Jurul y
el terrestre veían a lo lejos, aquí y allí, grupos de hombresaraña de guardia en
los corredores iluminados, pero fueron capaces de seguir avanzando
evitándolos, pasando de un túnel a otro.
Se encontraban en el interior de un gran laberinto de corredores vigilados;
allí había antecámaras que debían rodear el interior de la sede del cospal,
estaba seguro, pero, aun así, se detuvo con dudas.
Se estaba volviendo para hablarle a Jurul cuando ambos oyeron susurros
que parecían exclamaciones. Alguien se aproximaba por un túnel transversal
situado a alguna distancia delante de ellos. Cuando esa persona quedó a su
vista vieron que… ¡se trataba de la alta figura de Jharal!
Merrick, nada más verlo, casi saltó hacia delante, pero pudo contenerse a
tiempo. Su corazón comenzó a latir con locura conforme vio al corliano
cruzar por delante de donde se encontraba.
Jhalan, vestido de metal negro y con su barba de igual color, todavía
llevaba su espada y su pistola. El hecho de que poseyera armas en la ciudad
de los cosps era señal inequívoca de su traición. Caminaron tras él,
ocultándose en silencio. Le siguieron cuando bajaba por un túnel poco
iluminado que cruzaba el principal, le vieron pasar junto a dos hombresarañas
que estaban de guardia, intercambiando algunas palabras con los cosps.
Merrick y Jurul tomaron rápidamente un desvío, a través de túneles
divergentes, para evitar a los guardias, y en poco tiempo estaban nuevamente
siguiendo al traidor, pegados a los talones del corliano.
En las mentes de los dos hombres, mientras seguían al traidor como
animales de presa, se encontraba el mismo pensamiento: debían seguir a
Jhalan porque era muy probable que les condujera a Narna.

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No se atrevieron a acercarse demasiado a su objetivo, que seguía
caminando sin percatarse de que le seguían, aunque una y otra vez no dejaba
de mirar a su espalda.
Así fue que, después de pasar por varios túneles, en los que
afortunadamente no se encontraron con más guardias, vieron a Jhalan doblar
una esquina delante de ellos. Antes de que lo alcanzaran oyeron el sonido
metálico que hacía una puerta al cerrarse y cuando, apresurados, doblaron la
esquina, se encontraron con que el corredor que se extendía delante de ellos
se encontraba vacío. En sus paredes aparecía una docena de puertas, a través
de alguna de las cuales se había ido el corliano. Se detuvieron en tensión,
Merrick muy nervioso por la duda. Susurró:
—Tendremos que mirar en estas habitaciones; puede haberse ido por
cualquiera de ellas.
Jurul negó con la cabeza y declaró:
—Hacer esto es suicida; aunque Jhalan se encuentre allí, en una de esas
habitaciones, podemos encontrarnos con medio centenar de cosps o incluso
con el mismo cospal.
Merrick se dio cuenta de la razón que tenían las palabras de su compañero
y, por un momento, se sintió desesperanzado. Su porvenir parecía
completamente negro. Entonces, de la segunda puerta, le llegó un sonido que
le estremeció… ¡el grito de una joven!

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VII
Huida y batalla

C
uando el grito alcanzó sus oídos, Merrick saltó hacia la puerta a la
vez que gritaba:
—¡Narna!
Pero Jurul exclamó, intentando detenerlo:
—¡Espera! ¡Puede que ahí dentro también haya cosps!
Pero en esos momentos Merrick ya no se encontraba controlado por la
razón. Apretó inútilmente la palanca de la cerradura de la puerta y, al no
poder abrirla, desenvainó su espada de luz y dirigió su brillante hoja contra la
cerradura.
Sometido a la fuerza de la espada, el metal de la cerradura primero se
deformó, y a continuación se fundió. En el momento en que la puerta cedió,
Merrick saltó al interior, con el sable brillando en su mano.
La escena que vio en el interior encendió rápidamente la llama de su ira.
La habitación era pequeña, adornada con extraños muebles metálicos; junto a
una de las paredes, Narna luchaba contra Jhalan, que pretendía abrazarla. Sus
ojos, en los que no había miedo, sino solo odio, se iluminaron
instantáneamente al volverse y ver, junto con Jhalan, que Merrick había
entrado de golpe. La joven gritó:
—¡Chan Merrick!
—¡Narna —exclamó Merrick—, échate a un lado!
Jhalan, que se encontraba detrás de la joven, había reconocido a Merrick,
e inmediatamente había desenfundado su pistola de luz y apretado el gatillo.
Sin embargo, en vez de apartarse a un lado, Narna golpeó el arma y el rayo
que salió de la misma impactó sobre la pared, encima de la cabeza de
Merrick.
En vez de malgastar el tiempo, Jhalan dejó caer la pistola y desenfundó su
sable de luz.
Cuando saltó hacia delante, el arma de Merrick chocó contra la de su
enemigo, y la batalla que había sido interrumpida en Corla prosiguió su
desarrollo en la ciudad de los cosps.
Nuevamente, mientras Merrick y Jhalan giraban uno en torno al otro, en el
interior de aquella habitación, las delgadas y brillantes hojas chocaban entre sí
como si fueran agujas de muerte.

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En una ocasión Jhalan levantó la voz, emitiendo un grito que parecía un
silbido, pero Jurul había cerrado la puerta para evitar que el ruido de la pelea
alertara a los hombresaraña. Mientras lanzaba estocadas y paraba fintas de su
adversario, Merrick se dio cuenta de que su compañero no se atrevía a
emplear su pistola de luz en una habitación tan pequeña por temor a aniquilar
tanto a su enemigo como a su amigo.
En cualquier caso, Jhalan era un espadachín magnífico. La larga y delgada
hoja de la espada de luz de Merrick se asemejaba a un florete de esgrima, lo
que le hacía sentir como si se encontrara en un duelo amistoso y no en una
pelea en el que un simple roce significaba la muerte.
Presionó a Jhalan fieramente hacia adelante; de repente, un momento
después, el terrestre resbaló. En ese mismo instante, la hoja del traidor saltó
hacia Merrick. Este se apartó a un lado e inmediatamente estuvo nuevamente
en pie. Una fría rabia llenó a rebosar su corazón, y a partir de entonces atacó a
Jhalan de forma irresistible.
El corliano dio vueltas alrededor de la habitación hasta que su plan se hizo
evidente; cuando se aproximó a la puerta, la abrió con un rápido movimiento
de su mano izquierda, salió rápidamente por ella y… ¡arrojó su espada de luz
al rostro de Merrick!
La espada, una vez que se encontró libre de la mano de Jhalan, quedó
muerta y sin fuerza. La hoja de Merrick la golpeó cuando este hizo una parada
de forma instintiva y el arma, al rebotar, fue devuelta a golpear la cabeza de
Jhalan justo en el momento en que salía por la puerta abierta.
Sin producir ningún sonido, el enorme corliano de barba negra cayó al
suelo, atontado por el golpe.
Merrick, jadeando, caminó hasta el hombre inconsciente y dirigió su hoja
brillante hacia él, pero, en el último instante, retiró el arma. Suspiró mientras
decía:
—¡No puedo hacerlo! ¡Luchando, sí, pero yo no puedo matar a un hombre
inconsciente!
Jurul declaró entonces:
—Pues yo lo haré. —Y su espada de luz se dirigió contra el caído, pero
Narna se interpuso.
—No. El chan Merrick tiene razón; ningún corliano ataca a un enemigo
indefenso.
Jurul retiró el arma y la joven se volvió hacia Merrick, preguntando:
—¡Oh, chan! ¿También os han capturado? ¿Os habéis escapado?

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—Los cosps nunca me capturaron —contestó Merrick—. Vine con Holk,
Jurul y otros para buscarte; un navío aéreo nos espera fuera de esta colmena.
Ella se maravilló.
—¿Viniste a buscarme a mí? Nunca en la historia un corliano se ha
atrevido a aproximarse a esta ciudad de los cosps. ¡Verdaderamente eres un
chan, cuando, por una simple súbdita, has hecho lo que ningún corliano se
atrevió a hacer antes!
—No fue así… —comenzó a decir Merrick, sintiéndose cada vez más
torpe y encontrándose con más dificultades para expresarse, pero Jurul llegó
en su ayuda.
—Si hemos de volver a la superficie, será mejor que comencemos nuestro
camino; ya debe de ser casi de día y, pronto, toda la ciudad cosp estará
despierta.
Dejaron a Jhalan inconsciente en el lugar donde se encontraba y
comenzaron a volver recorriendo en sentido contrario los corredores por los
que habían venido.
Sin embargo, Narna les mostró otro camino, que según dijo, era un
camino más corto hacia la superficie. Dicho camino era por donde había sido
llevada cautiva por Jhalan y los cosps, y pasaba a través del salón del cospal.
Siguieron ese camino tan rápidamente como les fue posible, doblando a
través de túneles adyacentes y evitando, aquí y allá, a los guardias. Sabiendo
que un solo grito podría atraer contra ellos a las hordas de hombresaraña,
ahora durmientes.
Pronto se encontraron siguiendo un túnel más ancho, uno de cuyos lados
se encontraba abierto, permitiéndoles ver un gran salón iluminado por una luz
tenue, a través del cual pasaba el túnel que seguían como si se tratase de una
balconada.
Merrick miró hacia abajo, hacia el salón, mientras recorrían el pasadizo lo
más ocultos posible.
Era de un tamaño inmenso y abajo podía ver dibujada una fila tras otra de
cosps armados, grandes hombresaraña que permanecían en pie e inmóviles,
como si estuvieran tallados en piedra.
En una depresión en forma de copa, situada en el centro del suelo del
salón, se encontraba un cosp el triple de grande que los demás; se trataba de
una araña monstruosa y enorme, de al menos seis metros de largo, con una
gigantesca cabeza agachada.
Se percató de que aquel ser era el cospal, el extraño gobernante de la raza
de las arañas. Parecía estar durmiendo, aunque quizá, simplemente, pensaba;

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pero estaba inmóvil, al igual que los guardias que le rodeaban. Lo extraño de
aquella visión fue algo que acompañaría a Merrick mucho tiempo después de
que pasaran, arrastrándose, por el túnel que se encontraba por encima del
salón.
Se movieron hacia delante, algunas veces por túneles oscuros en los que
solo el suave apretón de la mano de Narna en su muñeca le indicaba que sus
compañeros estaban junto a él. La esperanza comenzó a crecer en el corazón
de Merrick conforme ascendían, de forma continua, a través de la masa
laberíntica que constituía la vasta ciudad de los cosps.
Al final, el túnel débilmente iluminado se transformó en un oscuro círculo
que se extendía frente a ellos… un círculo punteado con estrellas.
Merrick se volvió hacia sus compañeros con un gesto de felicidad en sus
labios, pero, antes de que pasara mucho tiempo, se oyó, tras ellos, un grito
silbante que provenía de lo más hondo de la gran ciudad, un grito que una vez
oído era repetido inmediatamente por docenas de voces similares,
extendiéndose a gran rapidez. Jurul lanzó un grito:
—¡Jhalan! Se ha recobrado y ha dado la voz de alarma. ¡Ya os dije que
era un error dejarlo con vida!
Merrick le contestó con un grito:
—¡Podemos triunfar si Holk está esperándonos!
Abandonaron cualquier cuidado de pasar desapercibidos, ahora que la
ciudad se despertaba a su alrededor. Corrieron a toda velocidad hacia la boca
del túnel, por la que se podía ver el cielo cubierto de estrellas centelleantes.
De repente Narna gritó:
—¡Oh, chan, tenemos cosps delante de nosotros!
Pero Merrick ya había visto las oscuras formas semejantes a arañas
surgiendo delante de la boca de túnel.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, él y Jurul dispararon sus pistolas
de luz contra los enemigos que aparecían delante; cuando los rayos brillantes
alcanzaron a los cosps, centelleando entre ellos, estos comenzaron a caer al
suelo formando montones de cuerpos quemados.
Por todos los túneles, detrás, delante y alrededor de los fugitivos, los
cosps estaban gritándose entre sí, buscando caminos para aproximarse a los
humanos; desde arriba y desde abajo brotaban guardias en su persecución.
Salieron por la boca del túnel y se encontraron sobre una superficie llana
de metal negro. Inmediatamente, la pistola de luz de Jurul comenzó a disparar
la brillante señal convenida, como si fuera un cohete a través de la noche.

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Desde la masiva ciudad que tenían detrás y desde la muralla que la
rodeaba, y que tenían delante, los cosps avanzaban con los rociadores de
veneno en sus garras.
Merrick gritó; se encontraba parado en la superficie junto con Narna y
Jurul. Una gran sombra estaba descendiendo, como si se tratara de un halcón
oscuro que saliera de la negrura de la noche; era una nave aérea, cuyos
cañones de luz estaban disparando contra los cosps que avanzaban.
Cuando los hombres arañas se retiraron a cubierto, para protegerse del
inesperado ataque, la tripulación hizo que la nave oscilara muy cerca del
suelo, y Narna y Jurul saltaron sobre cubierta. Merrick sintió los grandes
brazos de Holk mientras le izaban al bajel aéreo, que ya estaba iniciando su
ascenso nuevamente. Merrick gritó:
—¡Salgamos de aquí! ¡En un minuto habrá un centenar de naves
persiguiéndonos!
Como si fuera algo vivo, la nave salió disparada hacia la oscuridad de la
noche. Mientras tanto, los grandes rociadores de veneno de la muralla y de la
ciudad giraron para lanzar sus chorros mortales hacia la nave.
Detrás de ellos pudieron entrever como las naves de los cosps
comenzaban a elevarse desde la parte superior de la ciudad y desde las
plataformas de metal que había a su alrededor.
Sin embargo, todo el panorama de la ciudad de los hombresaraña alzada
contra ellos desapareció a su espalda cuando la nave avanzó en dirección
norte, a través de la oscuridad, a inmensa velocidad, como si fuera una bala.
—¡Nos hemos escapado! —gritó Narna—. ¡Somos los primeros corlianos
que hemos logrado salir, en libertad, de la ciudad de los cosps!
Holk se quejó, diciendo:
—De acuerdo, pero yo pensaba que iba a haber un poco más de lucha;
toda mi vida he estado esperando poder asaltar esa ciudad y, cuando
finalmente llego aquí, lo único que he hecho ha sido… ¡esperar!
¡Quedándome helado, como si fuera un pájaro!
Narna y Jurul rieron con él, pero Merrick, quien, mientras volaban, había
estado vigilando la popa, contemplando cómo desde oriente la aurora
comenzaba a hacer retirarse a la oscuridad, volvió hacia ellos un rostro lleno
de ansiedad y dijo:
—Holk, puede que todavía tengas que luchar; mira hacia atrás. ¿Qué es
eso?
Una cinta ancha, compuesta de puntos oscuros, comenzaba a dibujarse
tras ellos, en la lejanía. Se extendía a través del rojizo cielo de la madrugada y

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se movía en su dirección.
Holk observó. Narna, al lado de Merrick, miró hacia atrás ansiosamente;
tras un rato de observación, el enorme veterano asintió, con una mueca triste.
—¡Naves aéreas de los cosps! Parece que no nos van a dejar irnos tan
fácilmente.
Narna murmuró entonces:
—Es Jhalan. Jamás me dejará marchar.
Con una mueca triste, Merrick dijo:
—Empiezo a pensar que Jurul tenía razón al querer matar a Jhalan. De
acuerdo, no nos cazarán si no nos vencen en la carrera. ¡Todo recto hacia el
norte, hacia Corla!
Cuando el enorme sol rojo comenzó a flamear en el este, se puso de
manifiesto el hecho de que las naves aéreas de los cosps, formando una masa
compacta, estaban avanzando hacia los corlianos, progresando a gran
velocidad y dispuestos a darles caza de forma incansable.
Sus naves parecían de menor velocidad que el navío de Corla; sin
embargo, conforme pasaban las horas, alguna de las naves de los
hombresaraña comenzó a aproximarse.
Durante todo el día, mientras el gran sol rojo recorría su camino por el
cielo, la nave de los corlianos y sus perseguidores volaron, a mucha altura,
sobre el gran bosque de hongos.
Al atardecer estaba claro para todos que, conforme pasaba el tiempo, las
naves de los cosps se encontraban mucho más próximas, aunque seguía
estando en duda si podrían alcanzar a su presa antes de llegar a Corla.
Merrick sabía que los seguirían hasta el interior de la misma ciudad. Los
perseguidores disponían de más de cien navíos, y sin duda tendrían montados
sus grandes proyectores de oscuridad en algunas de sus naves.
A la llegada de la noche, cuando las grandes lunas de Kaldar fueron
saliendo de una en una, como si acudieran a contemplar la persecución, las
naves de los cosps se encontraban todavía más cerca.
A lo largo de la noche, al igual que a lo largo del día, la persecución de la
nave de Corla se mantuvo de forma cruel.
Cuando Merrick despertó, tras dormir una hora sobre la cubierta de la
nave aérea un sueño producido por el cansancio, vio que en oriente aparecía
la aurora con su tinte de rojo sangre y comprobó que los navíos de los
hombresaraña se encontraban a menos de media milla tras ellos.
Para entonces, se elevaba ante ellos la gran muralla de montañas negras,
más allá de las cuales se encontraba Corla. Pero, con rapidez, los cosps se

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estaban aproximando cada vez más.
Merrick podía ver la figura erecta de Jhalan en la parte delantera de una
de las naves aéreas. Maldijo los escrúpulos que le llevaron a perdonar la vida
del traidor, a la vez que se dio cuenta de que, si se volviera a presentar
nuevamente el caso, haría lo mismo.
En ese momento su mirada se cruzó con la de Narna y vio que su sonrisa
le daba ánimos.
Esperó hasta que los navíos cosps se encontraron a poco más de
trescientos metros antes de ordenar a los corlianos de su tripulación que
abrieran fuego.
Con Holk dirigiendo a los artilleros y Jurul en los controles, en pocos
momentos lanzaron al enemigo una salva mortal de brillantes rayos que
confundió a los cosps y dificultó su persecución, enviando media docena de
navíos al suelo en una trayectoria en forma de hélice.
El resto de las naves enemigas se dividió en dos grupos, formando largas
líneas. Una de ellas se dirigió hacia un lado para sobrepasar la nave de los
corlianos y rodear a los fugitivos, de forma que quedaran en el centro de su
formación.
Para entonces estaban cruzando sobre inmensas cadenas de montañas, a
poca altura sobre los gigantescos picos de metal. Merrick vio que las dos filas
de naves cosps se unían delante de su nave, formando un gran círculo que
mantenía rodeada a la nave fugitiva de los corlianos.
Con tono tranquilo, Merrick le dijo a Narna:
—Nos han atrapado; te hemos sacado de la ciudad cosp únicamente para
conducirte a la muerte; parece ser que nuestro rescate ha sido un fracaso.
Tranquilamente, ella negó con la cabeza y dijo:
—Mejor morir aquí contigo, ¡oh, chan!
Merrick se volvió hacia Holk y Jurul, y les dijo:
—No disparéis hasta que se encuentren cerca de nosotros, justo antes de
que nos encontremos en el rango de sus rociadores de veneno. Dejadles que
se aproximen. Quiero terminar con Jhalan antes de que terminen con nosotros.
Todavía seguían volando hacia delante, pero el círculo de naves cosps se
estaba cerrando a su alrededor.
Merrick sabía que, quizá, pudieran destruir una docena de naves, pero que
en ese tiempo los demás se acercarían a una distancia suficiente para quedar
al alcance de los mortales rociadores de veneno.
Parecía un extraño final; los ojos en calma de Narna y las figuras en
tensión de Holk, Jurul y los demás, y las negras filas de navíos enemigos

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recortándose bajo el enorme y rojo sol de Antares. Un caleidoscopio de
impresiones, mientras se aproximaba el momento final.
Las naves cosps se acercaban cada vez más. Los tubos lanzadores de
veneno ya se habían alzado en los navíos. Merrick tenía en sus labios la orden
de disparar, cuando, de la garganta de Holk, brotó un grito inhumano y
exultante de alegría.
Una gran masa de naves aéreas avanzaba hacia ellos a gran velocidad, en
la misma dirección pero en sentido contrario, y, de inmediato, ¡sus cañones
comenzaron a lanzar brillantes y mortíferos rayos sobre el anillo de naves de
los hombresaraña!
—¡Naves corlianas! —gritó Merrick—. ¡Todavía pueden salvarnos!
Con tristeza, Jurul negó con la cabeza:
—Los nuestros no pueden luchar contra los proyectores de oscuridad de
los cosps. —Y luego añadió con tristeza—: ¡Mira!
Las naves aéreas de los corlianos, lanzadas con fiereza contra los navíos
de los hombresaraña, quedaron tan sorprendidas, que, por un momento, la
batalla pasó a ser un simple caos salvaje, en el cual los rayos luminosos y las
descargas de los mortales rociadores de veneno se cruzaron en gran número a
través del aire.
Inferiores en número, los navíos de los hombresaraña fueron destruidos
por docenas en el primer choque de la batalla, pero rápidamente se
recuperaron de su sorpresa y contraatacaron, poniendo en juego sus
proyectores de oscuridad.
Grandes áreas de oscuridad, sin la más mínima luz, envolvieron a las
naves de Corla e instantáneamente los hombresaraña dirigieron sus rociadores
de veneno hacia esas áreas.
Pero, asombrosamente, después del primer instante de oscuridad, las áreas
sin luz comenzaron a oscilar y luego a romperse bajo el impacto de los rayos
que lanzaban las naves de los corlianos para después… ¡comenzar a
desaparecer!
Cuando los corlianos atacaron nuevamente a sus enemigos, los cosps,
asombrados por el fallo del arma que desde la antigüedad les había dado la
supremacía, se convirtieron en una masa de naves, confusa y atontada, sobre
la cual sus enemigos pudieron lanzar sus rayos mortales.
Merrick atisbo la nave de Jhalan, que se encontraba en el centro de aquel
infierno mortal de fuego y rayos; vio cómo esa nave descendía girando, con
docenas de otras naves de los hombresaraña a su alrededor.

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Después, los restos de la destrozada flota cosp cambiaron de dirección y
comenzaron una loca carrera hacia el sur, con la mitad de las naves corlianas
en su persecución.
Holk gritó:
—¡Los hemos derrotado! Es la primera vez en la historia que los corlianos
nos hemos enfrentado a los cosps de igual a igual y… ¡los hemos derrotado!
Los ojos de Narna estaban brillando cuando gritó:
—Mira. ¡La nave aérea de Murnal viene hacia nosotros!
Merrick vio como la nave se ponía al nivel de la suya y, desde la misma,
Murnal, con su barba blanca, pasó a su navío. Su rostro resplandecía por la
victoria; cuando vio a Narna junto a Merrick, sus ojos se abrieron de par en
par, y gritó:
—¡Chan Merrick! La victoria es nuestra. Tu idea de neutralizar los
proyectores de oscuridad funcionó a la perfección; con algunas naves
equipadas con estos dispositivos neutralizadores nos encaminamos hacia el
sur para ver si podíamos encontrarte. —Y después, el noble anciano añadió
—: Corla estará loca de alegría; no solo hemos acabado con la supremacía de
los cosps, sino que, además, su chan ha regresado sano y salvo, trayendo con
él aquella a quién fue a buscar.
Al poco, la vanguardia de las naves corlianas que habían salido en
persecución de sus enemigos volvían desde las montañas de metal.
Rápidas naves exploradoras se dirigieron a la ciudad para dar al pueblo de
Corla la gran noticia de la victoria.
Cuando finalmente la flota comenzó a descender sobre la ciudad de las
poderosas pirámides negras, encontraron que las calles y terrazas se
encontraban atestadas con multitudes presas de un loco regocijo.
La gran plaza se encontraba totalmente llena de enronquecidos seres
humanos; no era posible que entrara ni una persona más; el lugar donde
aterrizó la nave de Merrick fue junto al estrado que se encontraba en el centro
de la plaza.
Un trueno ensordecedor de voces les dio la bienvenida cuando Merrick y
Narna salieron de la nave aérea. Holk, Jurul y Murnal bajaron tras ellos.
Cuando Merrick ascendió al estrado todavía se intensificó más el trueno
ensordecedor de las aclamaciones.
Merrick, con los brillantes ojos de Narna fijos en los suyos, alzó su mano
y la masa de personas que le rodeaban guardó silencio; entonces dijo:
—Pueblo y nobles de Corla; desde las más antiguas edades, corlianos y
cosps han combatido entre sí, pero nunca hasta hoy en igualdad de términos.

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Los hombresaraña siempre tenían ventaja. Pero esa ventaja ha desaparecido.
Hemos luchado y los hemos vencido; hemos hecho que su flota destrozada
tenga que huir a resguardarse en su ciudad. ¡Hemos roto su poderío para
siempre! Lo que hoy les hemos hecho a los cosps, lo podremos volver a hacer
nuevamente.
»Podemos enfrentarnos y derrotar a nuestros enemigos hasta que en todo
Kaldar ninguna raza se atreva a atacar a Corla y a su pueblo. ¡Así lo dice el
chan de Corla!
Por un momento se produjo un silencio sepulcral, luego, de la masa
innumerable que le rodeaba, estalló un grito terrorífico:
—¡Chan!
Pero, en ese momento, lo que sonó en los oídos de Merrick fue un trueno
inmenso que pareció sacudir, con una fuerza terrorífica, cada uno de sus
átomos. Un rápido recuerdo volvió a su mente en ese instante; gritó y vio a
Narna que, con el rostro pálido, corría hacia el estrado junto con Holk, Jurul y
Murnal. Pero solo pudo verlos durante un mínimo instante de tiempo, ya que,
al siguiente, ellos, la ciudad que tenían a su alrededor y el enorme sol rojo que
se encontraba en las alturas desaparecieron de su entorno, mientras él era
arrojado a una negrura sin luz.

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VIII
Epílogo

M
errick emergió de la negra inconsciencia, en la que había
permanecido unos instantes, para encontrarse, dando traspiés, en
una habitación… una habitación larga, iluminada con luces blancas,
sin techo y en cuyo centro se encontraba una plataforma cuadrada de metal.
Por toda la habitación se oía el latido de los dinamos y de otros aparatos; a
su alrededor, varios hombres entrados en años se dirigían hacia él, llenos de
excitación.
Por un momento permaneció atontado; presentaba un extraño aspecto en
medio de los científicos, vestido como se hallaba con una túnica de metal
negro, con una espada de luz y una pistola de luz oscilando a los lados de su
cinturón.
Los científicos se acercaron, gritando:
—¡Lo conseguiste! ¿Qué descubriste allí?
Un grito surgió de la garganta de Merrick cuando este recordó:
—¡Tres días! ¡Tres días!
Los científicos asintieron con sus cabezas, excitados, a la vez que le
decían:
—Sí, ya han pasado los tres días; exactamente a las dos dirigimos el
proyector de fuerza y te trajimos de vuelta, a través del espacio, hasta la
Tierra.
Merrick se quedó sorprendido. Con la sucesión frenética de hechos que
habían ocurrido sobre Kaldar, su extraña realeza, Narna y Jhalan, el ataque de
los cosps, su aventura en la ciudad de los hombresaraña, la desesperada huida
de aquel lugar… había olvidado por completo su acuerdo para retornar a la
Tierra en el plazo de tres días.
La casualidad había querido que ocupara su lugar en el estrado en donde
había aparecido en primer lugar sobre Kaldar y en el momento exacto, cuando
la fuerza del proyector avanzó como un cuchillo a través del espacio hasta
llegar a aquel mismo lugar para recogerle… ¡y traerle de vuelta!
En ese momento gritó:
—¡Tengo que ir de nuevo! ¡Yo nunca quise regresar a la Tierra! He vuelto
solo por accidente; he dejado gente allí… ¡Es necesario que me envíen de
vuelta ahora mismo!

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Los científicos quedaron asombrados. Su portavoz dijo:
—Es imposible; se tardarán semanas en volver a cargar otra vez los
condensadores con la fuerza suficiente como para poder accionar el proyector.
Merrick se encontró atontado, y los nueve científicos titubearon; luego le
dijeron:
—Pero, si quieres volver, podemos enviarte de regreso.
Merrick dijo con un grito:
—Entonces, ¿me enviaréis de vuelta?
—Si quieres volver, no dudes que te enviaremos, pero, dinos ¿dónde
obtuviste estas cosas? ¿Cómo es el mundo en el que has estado? ¿Qué
encontraste allí?
Por el momento, Merrick no respondió a sus excitadas preguntas. Miró a
través del techo que se encontraba abierto, hacia el lugar en que se encontraba
Antares, rodeado de brillantes estrellas.
Su pensamiento viajó de regreso, a través del abismo del espacio, hacia el
sol enorme; le pareció tener ante sí, nuevamente, el mundo de Kaldar.
Kaldar, con Corla y su gente, que era la de Merrick… con Holk y Jurul y
Murnal, con Narna… Narna. Con todas las grandes razas inhumanas de
Kaldar y sus guerras interminables y sus extraños monstruos, con todo su
misterio y horror.
Pero también con una belleza que no era de la Tierra.
Los hombres que se encontraban alrededor de Merrick le vieron sonreír,
luego dijo:
—He encontrado… mi mundo.

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LOS HOMBRES SERPIENTE DE KALDAR

I
Retorno a Kaldar

–M
errick, ya es casi media noche. En unos pocos minutos…
¡estarás en Kaldar de nuevo!
Stuart Merrick asintió con la cabeza. Alto, delgado y
broceado, se encontraba de pie sobre un aparato en forma de plataforma
cuadrada de metal, en el centro de un laboratorio muy largo.
Su aspecto era extraño, vestido con la túnica de metal negro flexible que
le llegaba desde los hombros hasta las rodillas; un disco rojo resaltaba sobre
su pecho.
En su cinturón colgaban, por un lado, una espada larga enfundada y, por
otro, una pesada pistola de extraño aspecto.
En el laboratorio, suavemente iluminado, no había más que media docena
de hombres, que permanecían preparados para actuar en el aparato eléctrico
que casi llenaba la habitación y no dejaba de zumbar. Todos eran viejos, con
rostros de científicos e intelectuales; el más anciano se encontraba en pie
junto a una pared en la que había un panel de control; a su lado se encontraba
un cronómetro, cuyas agujas señalaban casi la media noche.
El techo del laboratorio se encontraba abierto, dando al aire libre; el cielo
nocturno que se extendía sobre sus cabezas centelleaba con una multitud de
estrellas.
Entre ellas, ardía el orgulloso punto rojo de Antares, y hacia esa estrella
estaba mirando Merrick.
El repetía:
—En diez minutos me encontraré lejos de aquí, sobre Kaldar… sobre
Kaldar, mundo de Antares. ¿Estás seguro de que esto funcionará igual que lo
hizo antes?
El hombre que se encontraba en el panel de control le dijo:

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—Exactamente igual que antes; el equipo del proyector no ha sido
modificado. Por ello, te conducirá al mismo punto de Kaldar al que te llevó la
primera vez.
—¿Y si quiero regresar? —preguntó Merrick.
El otro le respondió:
—Dentro de una semana, el proyector se volverá a enfocar nuevamente,
con su potencia invertida, sobre el mismo punto, exactamente a la media
noche. Si te encuentras en el mismo lugar, y sobre la superficie de Kaldar,
serás traído de vuelta a la Tierra de la misma forma que ocurrió en tu primera
aventura.
Mientras esperaba para ser enviado hacia Antares sobre el proyector
plano, los pensamientos de Merrick recordaron su primera aventura.
Había acudido a la llamada de un anuncio de aquellos nueve científicos y
se había asombrado cuando le habían explicado cómo, trabajando en secreto,
habían diseñado un método para proyectar a un hombre vivo hasta cualquier
estrella, por lejana que fuese, y volverlo a traer de nuevo a la Tierra.
El método consistía en disgregar su cuerpo en sus electrones
constituyentes, enviarlos como un rayo a través del vacío y volverlos a traer
de vuelta casi instantáneamente. Para probar el método, habían propuesto
proyectar a Merrick a un mundo de la lejana estrella de Antares y traerlo de
vuelta varios días después en un momento previamente acordado.
Merrick aceptó y fue enviado a través del vacío. Cuando pudo caminar, se
encontró en Kaldar, mundo del enorme sol rojo de Antares.
Se encontró allí, en medio de una raza de humanos de piel rojiza, los
corlianos, que en ese momento se encontraban eligiendo un nuevo chan o
gobernante; de repente, Merrick había aparecido en medio de aquel pueblo,
sobre el estrado del chan, lo que hizo que le eligieran como gobernante
enviado por el Destino.
De esta forma llegó a ser chan de Corla, haciéndose rápidamente amigo
de Narna, hija del último gobernante, por lo que se hizo acreedor del odio de
Jhalan, un noble corliano que había aspirado tanto al gobierno de la ciudad de
Corla como a obtener la mano de Narna.
Se había demostrado que Jhalan era un traidor a Corla por coaligarse con
sus antiguos enemigos, los cosps, grandes e inteligentes hombresaraña que
habían oprimido a los humanos desde la antigüedad.
Pero Merrick, con la ayuda de Holk y Jurul, dos grandes luchadores
corlianos, y de Murnal, un poderoso noble, deshizo las maquinaciones de

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Jhalan y rescató a Narna de su cautiverio en manos del traidor, destruyendo,
para siempre, el poder de los cosps.
Apenas había regresado de esta proeza cuando involuntariamente se
colocó en el lugar que debía ocupar para retornar a la Tierra, olvidando lo que
iba a ocurrir y siendo efectivamente devuelto a su planeta.
En las semanas pasadas, mientras se cargaban los condensadores del
proyector que debía enviarlo de vuelta a Kaldar, Merrick había estado ansioso
por volver al lejano mundo, lleno de extrañas aventuras, en donde era
gobernante de una raza.

M errick abandonó bruscamente sus ensoñaciones cuando vio que las


agujas del cronómetro avanzaban lentamente, sobre las últimas
divisiones de la esfera, hacia la media noche.
A su alrededor, los nueve científicos esperaban en silencio, algunos
miraban hacia el cronómetro, otros hacia el proyector sobre el que Merrick se
encontraba de pie, otros hacia la brillante chispa rojiza entre las estrellas que
era Antares.
Merrick volvió a dirigir su mirada al cronómetro y vio que las agujas
estaban finalmente juntas, señalando a la media noche; se volvió y miró al
hombre que se encontraba en el panel de control.
En ese momento, este científico movió cuatro interruptores rápidamente,
uno tras otro. Merrick sintió cómo fuerzas terribles pasaban como un trueno
por el interior de su cuerpo; luego, un relámpago le hizo perder la consciencia
y se sumió en una negrura llena de gritos.

M errick emergió de la negra inconsciencia que se había apoderado de él


en unos instantes. Se sentía atontado, como si hubiera chocado o le
hubieran golpeado todo su cuerpo.
Se percató de que estaba de rodillas y tambaleándose, y al momento sintió
un inmenso calor y luego oyó, a su alrededor, un coro de gritos salvajes; se
puso de pie, tambaleándose, y abrió los ojos.
¡Nuevamente se encontraba sobre Kaldar, mundo de Antares!
Su primera mirada hacia las alturas le había puesto de manifiesto que en
los cielos que tenía sobre su cabeza no brillaba el sol amarillo de la Tierra al
que se hallaba acostumbrado, sino el enorme sol carmesí, cuyo inmenso
círculo llenaba la tercera parte del cielo y cuyo orgulloso fulgor no era
cegador para sus ojos, como había podido ver anteriormente.
¡Antares, sol de Kaldar!
Merrick descendió su asombrada mirada y la dirigió a su alrededor.

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Se encontraba de pie sobre un estrado redondo de metal negro, en el
centro de una gran plaza.
Alrededor de la plaza se elevaban las innumerables pirámides negras que
trepaban hasta el cielo de la ciudad de Corla. Sus terrazas y las calles que se
extendían entre ellas se encontraban llenas de corlianos vestidos con túnicas
negras. Sobre la ciudad volaban naves aéreas atestadas de personas, naves de
casco estilizado zumbando mientras se desplazaban en todas las direcciones.
Sobre la plaza, alrededor del estrado, había una multitud de corlianos que
señalaban a Merrick a la vez que gritaban como si estuvieran locos.
Merrick, todavía atontado por la tremenda transición que lo había
transportado de uno a otro mundo a través de las profundidades del espacio,
vio, en cuando descendió del estrado, que los ocupantes de la plaza se
aproximaban corriendo a donde él se encontraba.
Se percató del alocado movimiento de brazos de la gente, que lo agarraron
y alzaron del suelo entre salvajes gritos de ¡chan! ¡chan!, que se extendían a
través de la ciudad; de forma borrosa se dio cuenta de que la multitud que se
había reunido tan rápidamente le llevaba hacia la pirámide del chan, en el
borde de la plaza.
Pasó a través de los grandes salones de la pirámide, sintiendo en su
interior una oscura frialdad. Merrick recordaría de forma imprecisa a los
sirvientes, vestidos de negro, que se afanaban ante él, a los discos que
representaban el sol rojo que lucían sobre múltiples lugares de las paredes y
en su mismo pecho y la sensación que producía la gran cabina del ascensor al
subir a la parte superior de la pirámide.
Luego, al salir del ascensor, pudo pasar a las grandes habitaciones que se
encontraban en la cima de la pirámide, cuyos enormes ventanales permitían
ver hasta las más alejadas pirámides de Corla. Merrick se percató de que otras
voces excitadas llegaban a sus oídos; por último, se le ofreció para beber algo
que tenía un sabor muy fuerte. Entonces, su cerebro se liberó de las nieblas
que le envolvían y pudo mirar a su alrededor con claridad.
Con él se encontraban tres hombres: Uno era un gran guerrero, endurecido
por el tiempo y de hombros enormes; el otro, delgado, era todo lo contrario
del primero; y el tercero tenía el pelo blanco y las finas facciones de una
persona de más edad que los otros. El de mayor tamaño le agarró por los
hombros y los tres gritaron, llenos de excitación:
—¡Chan Merrick! ¡Chan Merrick! ¡Has regresado!
Reconociéndolos, Merrick también gritó:
—¡Holk! ¡Jurul! Y tú también ¡Murnal!

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El gran Holk preguntó a gritos:
—Chan Merrick, en nombre del sol, ¿dónde has estado?
Murnal, el de los cabellos blancos, preguntó a su vez:
—¡Oh, chan! ¿Por qué te marchaste? ¿Por qué desapareciste de entre
nosotros de esa manera?
—No lo hice por mi voluntad —repuso Merrick—. Vosotros sabéis que
cuando llegué ante vosotros la primera vez os dije que venía de una estrella y
un mundo muy lejano; a esa estrella y a ese mundo es a donde he regresado;
fui devuelto allí contra mi voluntad y hasta ahora no he sido capaz de
regresar.
Un temor incomprensible se reflejó en los rostros de los corlianos.
Entonces, el gran Holk dijo:
—Realmente, cuando desapareciste en el estrado del chan, pareció que
habías vuelto a lo desconocido, de donde habías venido. Nunca hemos tenido
un chan como tú, que ha derrotado a los cosps, y eso que algunos decían que
nunca te volveríamos a ver.
Murnal añadió:
—Efectivamente, muchos lo dicen, pero Narna siempre ha sostenido que,
en su momento, tú volverías.
—Narna —dijo Merrick, ansioso—. ¿Dónde está?
Al oír la pregunta, los tres se removieron incómodos, algo en la expresión
de sus rostros despertó un ramalazo de miedo en el corazón de Merrick; asió
el brazo de Holk con rudeza y exclamó:
—¡Narna! ¿Qué le ha pasado?
Murnal fue el encargado de responderle:
—Mejor que nadie sabes, chan Merrick, como tú, junto con Holk y Jurul,
aquí presentes, salvasteis a Narna de Jhalan y destrozasteis para siempre el
poder de los cosps, y cómo desapareciste de nuestra vista, de forma tan
extraña, sobre el estrado del chan.
»Algunos decían que nunca regresarías, pero Narna estaba segura de que,
pasado un tiempo, volverías. Por lo tanto, esperamos tu vuelta. Yo todavía
gobierno Corla en tu nombre.
»Sin embargo, hace una semana, ocurrió un suceso inesperado. Jhalan, a
quien todos creíamos muerto, reapareció en Corla, por la noche, acompañado
de media docena de seguidores corlianos. Atrapó a Narna y, antes de que
pudiéramos alcanzarlo, huyó con ella en su navío aéreo.
»Se dirigió a gran velocidad hacia el norte; la última palabra desafiante
que se le oyó fue que él iba a un lugar a donde nadie osaría seguirle, a la

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legendaria ciudad de los grandes gurs… ¡Los hombres-serpiente!
»Se supone que esa ciudad se encuentra en el lejano norte, y fue hacia allí
hacia donde se dirigió la nave de Jhalan. Holk, Jurul y yo nos hemos enterado
hoy del rapto, ya que acabamos de regresar a Corla tras estar fuera una
semana.
»Estábamos discutiendo qué hacer cuando tú has reaparecido aquí, sobre
el estrado del chan. Pero has reaparecido demasiado tarde, chan Merrick.
Jhalan vuelve a tener a Narna en sus garras.
Cuando Murnal finalizó su relato, Merrick quedó en silencio durante unos
momentos, mirando hacia fuera, hacia las grandes pirámides negras de Corla,
bajo el cielo escarlata.
Luego dijo:
—De forma que Jhalan todavía está vivo y sigue maquinando maldades…
¡Pero no lo estará por mucho tiempo!
Su voz sonó como un latigazo, mientras su mano apretaba la empuñadura
de su espada de luz.
Se dio la vuelta mientras ordenaba:
—¡Holk! ¡Jurul! Alistad cinco naves aéreas y disponedlas en la plaza tan
rápidamente como sea posible, con su artillería de cañones de luz completa y
cada una con una tripulación de diez hombres. ¡Nos dirigiremos hacia el
Norte, siguiendo a Jhalan y a Narna, tan pronto como estén dispuestas!
Sin decir palabra, Holk y Jurul salieron a toda prisa de la habitación. El
rostro de Murnal era grave cuando dijo:
—Chan Merrick, esta vez te encaminas a un viaje más peligroso que la
anterior; nuestras leyendas dicen que esos gurs, u hombres-serpiente, son
poderosos; también se dice que existe una barrera mortal alrededor de su
ciudad, tal que ningún ser viviente puede atravesar.
Con una mueca triste Merrick respondió:
—Los cosps también eran poderosos; sin embargo, alcancé a Jhalan y
Narna cuando se encontraban entre ellos; tengo una cuenta pendiente con
Jhalan que ya hace mucho tiempo que debería haber sido cobrada.
Holk y Jurul volvieron a aparecer, casi sin respiración y dieron su informe
al chan.
—Las naves aéreas están preparadas.
Merrick se volvió y dijo:
—Murnal, seguirás gobernando en mi nombre hasta que vuelva con
Narna. Debemos comenzar nuestra expedición lo más rápidamente que
podamos.

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Minutos después, las cinco veloces naves aéreas se elevaban hacia el cielo
desde la plaza central de Corla.
Merrick, Holk y Jurul se encontraban agachados en la cubierta, rodeada de
una barandilla de poca altura, de la más adelantada de las naves. A ambos
lados y en la popa de cada navío brillaban las ceñudas bocachas de los
cañones de luz.
Las naves aéreas se alzaron sobre la gran ciudad de pirámides negras y
jardines escarlata; luego, con la nave de Merrick dirigiendo la formación, se
lanzaron, a toda velocidad, hacia el norte.
Cruzaron la ciudad y el enorme anillo de enormes montañas negras que la
rodeaba.
Luego, ante ellos, apareció una extensa jungla de color carmesí que se
extendía, como un mar, hasta el horizonte. Sobre esta jungla iniciaron su
singladura hacia los inexplorados misterios del norte.

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II
La muralla de la muerte luminosa

–M
errick, agachado tras el refugio de la proa, junto con Jurul,
observaba el terreno que tenía ante sí. Durante horas habían
estado volando hacia el norte; a su izquierda, la mitad del
enorme círculo escarlata de Antares ya había desaparecido bajo el horizonte.
Por delante de las naves y por debajo, se extendía la misma jungla carmesí
y enmarañada que Merrick sabía que cubría grandes extensiones de la
superficie de Kaldar.
Los otros cuatro navíos aéreos volaban detrás y a poca distancia de la
nave del terrestre, y sus tripulaciones, compuestas por guerreros corlianos
vestidos de negro, descansaban tumbados sobre las cubiertas. En cada uno de
los navíos, un guerrero vigilaba en la popa el compacto mecanismo de
propulsión de la nave aérea.
Merrick se dirigió a Holk y Jurul y les preguntó:
—¿A qué distancia pensáis que se encuentra situada la ciudad de los gurs?
Holk le respondió al chan:
—Según mis conocimientos, la legendaria ciudad de los gurs se encuentra
a más de dos días de vuelo hacia el norte.
Merrick comenzó a divagar en voz alta:
—Los gurs, hombres-serpiente… parece casi imposible que pueda existir
una raza así. ¿Se conoce algo, de verdad, sobre ellos?
Holk hizo un gesto de negación con la cabeza y contestó:
—No, porque nadie en Kaldar se aventura lejos de su propia tierra.
Incluso nosotros, los corlianos, no conocemos casi nada del país que se
encuentra más allá del anillo de montañas que nos rodea, salvo de la
existencia de los cosps, que nos atacan viniendo desde el sur. Sin embargo,
muchas veces hemos oído rumores de otras extrañas razas, aún más extrañas e
inhumanas que la de los cosps. Entre estas se encuentra la de la terrible raza
de los hombres-serpiente, llamados gurs, que viven en una ciudad inaccesible
en el lejano norte.
Jurul añadió a la exposición de su compañero:
—Jhalan ha debido oír rumores, y por ello ha huido hacia el norte, a las
tierras de esos gurs para estar a salvo de nosotros.
Merrick, con aire sombrío, asintió con la cabeza y dijo:

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—Bien, esperemos que Jhalan haya llegado hasta allí porque, aunque
pueda parecer casi imposible que le encontremos entre los gurs, lo que es
realmente imposible es encontrarle si no tenemos idea de adonde ha ido.
Holk dijo con toda seriedad:
—Le encontraremos; incluso si ha llegado a donde se encuentran los
malditos hombres-serpiente, debe ser fácil; se trata simplemente de
machacarlos con nuestros cañones de luz, matar a Jhalan y liberar a Narna
antes de que se enteren de lo que está sucediendo, y volver rápidamente a
Corla.
Jurul asintió indicando que se encontraba completamente de acuerdo y
dijo:
—Holk, has preparado un plan muy ingenioso, pero ¿no crees que es un
poco demasiado sutil? ¿Que es demasiado complicado y tortuoso?
Holk se rascó la cabeza y contestó:
—¿Por qué? ¿Quizá si…?
Holk comenzó a modificar el plan, según él, complicado, que había
dispuesto, hasta que vio a Merrick y Jurul riendo; lanzó un puñetazo, como el
que podría lanzar un oso, contra Jurul, que el ágil corliano esquivó con
facilidad.
Avanzaron rumbo al norte mientras el brillante disco de Antares
desaparecía por el oeste y la oscuridad se extendía rápidamente sobre el
mundo de Kaldar.
Las cinco lunas de Kaldar, cuatro escarlatas y la quinta verde, fueron
saliendo, de una en una, para iluminar el camino de los corlianos.
A lo largo de toda la noche, Merrick, Holk y Jurul hicieron turnos en el
control de la nave aérea, relevando el uno a al otro. Cuando llegó el amanecer,
todavía estaban volando sobre la misma jungla de color carmesí.
A lo largo de todo el día siguiente, las cinco naves corlianas volaron hacia
el norte, sobre junglas que no habían sido pisadas por el hombre; el único
signo de vida que aparecía en ellas eran unos seres voladores, sin plumas, que
se alzaban aquí y allá para volar alrededor de las naves.
Cuando pasó la siguiente noche, una fría aprensión creció en el corazón de
Merrick.
¿Y si los gurs solo existían en la leyenda?
Jhalan y Narna podían haber perecido en cualquier lugar de aquellas
salvajes regiones y, ellos, ¿acaso estarían destinados a buscarlos, sin alcanzar
ningún fruto, en aquellas junglas que podían llegar al polo norte de Kaldar?

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Cuando el segundo amanecer demostró que ante ellos no había sino
vegetación rojiza, su aprensión fue aún mayor.
Conforme miraba hacia delante, Holk, lleno de dudas, sacudió su cabeza y
exclamó de repente:
—¡Por el sol! Pienso que los únicos seres inteligentes que hay por estas
regiones somos nosotros; si los hombres-serpiente existen, hemos debido
dejarlos atrás.
—No hemos podido dejar atrás por error la ciudad de los gurs —le
contestó Merrick—. No podríamos haber cruzado sin darnos cuenta la gran
barrera mortal que la rodea.
—Hemos estado volando hacia el norte dos días y dos noches —le
respondió el enorme corliano—. Si las leyendas dicen la verdad, ya
deberíamos haber alcanzado la ciudad de los gurs. Empiezo a pensar que se
trata únicamente de leyendas.
Jurul, con tranquilidad, negó con la cabeza y dijo:
—Jhalan no habría huido en esta dirección con Narna de no saber, de
algún modo, hacia dónde se encaminaba.
—De acuerdo —gruñó Holk en respuesta—. Eso ya es saber más de lo
que nosotros sabemos; si me preguntas…
De repente, Merrick gritó, señalando hacia delante.
—¡Mirad! Aquello que brilla en el horizonte… ¿Sabéis alguno lo que
puede ser?
Miraron. Holk, lleno de sorpresa, lanzó una exclamación, porque sobre el
horizonte que tenían ante ellos, allá a lo lejos, se extendía una muralla de luz
brillante, que iba, kilómetro tras kilómetro, de este a oeste, interponiéndose en
su camino.
Conforme las cinco naves avanzaban, a gran velocidad, en dirección al
extraño fenómeno, lo observaron con gran interés, sin prestar atención al
grupo de seres voladores sin plumas que había surgido de la selva y estaban
reuniéndose sobre la parte delantera de las naves aéreas.
Mientras estos seres volaban sobre Merrick, Holk y Jurul, se percataron de
la extraña maravilla que tenían delante.
Era una poderosa muralla de luz brillante que se extendía hacia arriba
desde el suelo; la base de la muralla no era una jungla, sino roca desnuda. A
partir de esta roca, la maravillosa barrera brillante se elevaba hasta una altura
que sus ojos casi no podían distinguir por el resplandor del sol.
La muralla se extendía frente a ellos… kilómetros y kilómestros, de oeste
a este, ocultando de su vista lo que pudiera haber más allá. Según se

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acercaban a la pared luminosa, Holk exclamó:
—¡Una muralla de luz brillante! En el nombre del sol… ¿Cuál es la causa
que la mantiene?
—No me lo puedo ni imaginar —repuso Merrick—, pero pronto nos
encontraremos sobre la muralla y, entonces…
—¡Fijaos en eso! —gritó Jurul de repente.
Estaba señalando a uno de los seres voladores sin plumas, que volaba un
poco por delante de las cinco naves sin haber llamado la atención hasta ese
momento. Se había introducido en la gran muralla de luz, a unos treinta
metros por delante. En el instante en que alcanzó la brillante muralla, se
colapso, se arrugó y cayó sin vida.
El cuerpo de la criatura parecía deshecho y en proceso de desintegración
mientras caía en la luz de la brillante muralla. ¡El cuerpo desapareció antes de
tocar el suelo!
El rostro de Merrick tomó una tonalidad grisácea mientras sus manos se
aferraban a los controles, y gritó:
—¡Volved hacia atrás! ¡La muralla de luz no es de luz, sino de fuerza
radiactiva que desintegra cualquier cosa que alcanza! ¡Es una muralla de
muerte!
Fue la acción de Merrick y no sus órdenes lo que les salvó, ya que, antes
de que Jurul o Holk hubieran comprendido la naturaleza de la sorprendente
amenaza que tenían delante, Merrick había virado la nave aérea, dirigiéndola
hacia arriba y hacia atrás, en una curva enloquecedora; las otras cuatro naves
le siguieron de forma instintiva, llegando casi a rozar la barrera luminosa.
Volvieron hacia atrás a toda velocidad y luego se detuvieron en medio del
aire.
—¡Se trata de una fuerza radiactiva! —exclamó Merrick—. Si ese ser
volador no hubiera ido justo delante de nosotros y no nos hubiese avisado…
¡En este momento estaríamos muertos!
Holk, con la boca abierta, miró la brillante muralla de luz y preguntó:
—Pero ¿de dónde viene la fuerza que la mantiene?
Merrick, temblando aún por lo poco que les había faltado para morir,
movió la cabeza en sentido negativo, diciendo:
—La roca de debajo debe contener grandes cantidades de minerales
radiactivos de gran potencia. La mayor parte de las radiaciones escaparán
hacia arriba a través del aire libre y formarán esta muralla desintegradora, la
cual no puede traspasar nada ni nadie.

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—¡En ese caso, esta debe de ser la muralla infranqueable que rodea la
ciudad de los gurs! — exclamó Jurul—. Se dice que rodea su gran ciudad por
completo.
—Entonces, ¿cómo vamos a entrar? —inquirió Holk.
—En primer lugar, exploraremos para ver si hay o no alguna brecha en la
muralla —repuso Merrick—. Iremos rodeando su perímetro y si encontramos
aunque sea un pequeño resquicio, seremos capaces de penetrar en su interior.
Giraron las naves aéreas y se encaminaron hacia el este, siguiendo la
magnífica y mortal muralla alejados de la misma unos cientos de metros.
Descubrieron que la muralla formaba un gran círculo cerrado en el que no
aparecía ninguna brecha; además no tuvieron el menor vislumbre de lo que
podía haber en su interior.
Por último, al final de la tarde, las cinco naves aéreas volvieron al lugar
desde donde habían comenzado su circuito. Habían dado la vuelta completa a
la mortal muralla, que tenía montones de millas de diámetro, sin encontrar el
más mínimo resquicio en la brillante y mortal fuerza.
Nuevamente volvieron a detenerse en mitad del aire.
—Verdaderamente, la muralla de los gurs es inexpugnable —dijo Holk—.
No hay forma de atravesarla.
Sin embargo, Merrick insistió.
—Debe de haber algún camino que lo haga. Jhalan tiene que haber pasado
para encontrar a los gurs.
Los ojos de Jurul se cruzaron con los del terrestre y dijo:
—Quizá nunca llegó a donde se encuentran los gurs; quizá él y todos los
que le acompañaban chocaron con la muralla, como casi nos pasó a nosotros,
y hallaron la muerte.
El corazón de Merrick se hundió, presa de la desesperanza, pero negó con
la cabeza, a la vez que decía:
—No puedo creer esto. Jhalan debe de haber conocido la existencia de
esta muralla de muerte refulgente y desarrollado algún plan para atravesarla
o…
De repente sus ojos brillaron y terminó la frase que había interrumpido.
—… pasar sobre ella. Jhalan habrá ascendido tan alto como le fuera
posible con su nave hasta alcanzar una altura en donde la fuerza irradiada
desde el suelo fuera mucho más débil, y ¡allí atravesó la barrera!
Inmediatamente, Holk declaró:
—¡Ese será nuestro camino! A cualquier lugar al que Jhalan haya podido
ir, nosotros, por supuesto, también podremos.

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Jurul dijo:
—¡Espera! ¿Cómo podemos saber si Jhalan y su nave no han sido
destruidos al pasar por encima de la muralla?
Con el rostro ensombrecido, Merrick contestó:
—No lo sabemos, pero lo sabremos dentro de poco tiempo. Ahora vamos
a intentar atravesar la barrera por arriba. Holk, ordena a los demás navíos que
comiencen a ascender detrás de nosotros.
Con la nave aérea de Merrick a la cabeza, los cinco navíos ascendieron
siguiendo una trayectoria en espiral cerrada, manteniéndose a una distancia
adecuada de la brillante y mortal muralla.
Rápidamente, la jungla de color escarlata que rodeaba a la muralla,
comenzó a disminuir de tamaño a sus pies y el aire cada vez se notaba más
frío. Sin embargo, la radiación de la muralla seguía siendo demasiado intensa
para osar cruzarla.
Los cincos navíos describían su espiral cada vez a más altura, y
aproximadamente a cinco mil metros del suelo, las naves comenzaron a notar
dificultades para ganar altura.
Merrick, Jurul y Holk observaron con ojos ansiosos cómo las naves
ganaban altura con dificultad, ya que, aunque la radiación de la muralla
parecía más débil, no lo era todavía lo bastante para intentar cruzarla.
Conforme iban llegando a mayor altura, el aire a su alrededor estaba cada
vez más helado y, vestidos con sus cortas túnicas de metal, sentían todo el frío
de las alturas.
Los dientes de Holk comenzaron a castañetear. Merrick se percató de que
sus piernas y brazos estaban empezando a ponerse azuladas.
Cuando alcanzaron los seis mil metros de altitud, llegó a ser evidente que
las naves aéreas no podrían ascender a alturas superiores. Allí la brillante
radiación de la muralla era mucho más débil que a nivel del suelo, pero
todavía era, en apariencia, amenazadora.
Merrick se preguntó a sí mismo: ¿podrían arriesgarse a tratar de atravesar
la muralla? ¿Habrían pasado Jhalan y Narna? ¿O habría sido destrozada la
nave y ellos mismos hasta quedar reducidos a fragmentos?
Merrick sabía que tenía que decidir rápidamente, aunque solo fuera por el
terrible esfuerzo que suponía para las naves aéreas permanecer a esa altura.
Tomó una decisión súbita y dio una orden; los cinco navíos retrocedieron un
poco, apartándose de la brillante muralla, luego giraron y se lanzaron, a toda
la velocidad de que eran capaces, contra la barrera.

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Instintivamente, Merrick, Holk y Jurul, cuando atravesaron a toda
velocidad la barrera brillante, se acurrucaron juntos en la proa.
Cruzaron la muralla. Cuando se encontraban en su interior, rodeados de
brillantes radiaciones, incluso a esa altura, Merrick y los demás sintieron
cómo terribles fuerzas fluían a través de sus cuerpos, un huracán de energías
invisibles que removía los átomos de sus cuerpos.
Las naves aéreas se estremecieron al estar rodeadas de radiaciones, ya que
las terribles fuerzas actuaban sobre ellas como sobre los hombres;
rápidamente, el metal de los navíos comenzó a brillar.
Merrick lo vio y se percató de que, en unos pocos instantes más, las
radiaciones desintegrarían a las naves aéreas y a ellos mismos.
El espesor que tuviera la brillante muralla significaría para ellos vida o
muerte… De repente, salieron del lugar de las radiaciones y se encontraron
nuevamente en medio del aire claro. Habían pasado. ¡Se encontraban al otro
lado de la muralla de la muerte!
Merrick y los corlianos se tumbaron lánguidamente a lo largo de las
cubiertas de las naves aéreas, pues se encontraban agotados. No fue hasta que
hubieron pasado unos instantes que se sintieron lo suficientemente fuertes
para mirar hacia delante y hacia abajo.
Ante ellos se extendía un enorme país circular encerrado por la muralla de
la muerte brillante. Estaba cubierto por espesas junglas de color carmesí,
semejantes a la que se encontraba al otro lado de la muralla de la muerte.
La barrera mortal se elevaba, en toda su brillante magnificencia, alrededor
de este inmenso círculo, quitando de la vista todo lo que se extendía fuera.
Merrick miró a través del vasto círculo de jungla escarlata buscando algún
signo de la extraña civilización de los gurs, los hombres-serpiente, que se
rumoreaba habitaban allí.
Al principio no pudo ver nada que indicara civilización; luego se percató
de la existencia de una masa negra de algún tipo, medio oculta por la
vegetación que la rodeaba, allá a lo lejos, en el centro del círculo. Pero su
atención se apartó de este descubrimiento por el repentino grito de Holk.
Conforme las naves iban descendiendo a niveles inferiores, el gran
corliano había estado mirando hacia abajo. Ahora, lleno de excitación,
señalaba un punto gritando:
—¡Seres humanos! Mirad en aquel claro que hay allá abajo… ¡Y están
luchando!
—¡Por el sol! —exclamó Jurul a su vez—. ¡Holk tiene razón! Dinos, ¿eres
capaz de distinguirlos chan Merrick?

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Merrick los había visto. En primer lugar, se había percatado de la
existencia de un gran claro de forma irregular que aparecía en medio de la
jungla escarlata, un poco por delante de las naves que descendían.
En uno de los bordes del claro se podía ver a un puñado de hombres de
piel rojiza, vestidos con túnicas negras, semejantes a las que llevaban los
corlianos. Se encontraban combatiendo contra un número superior de
criaturas con formas de serpientes negras; ambos bandos empleaban brillantes
rayos de corto alcance.
En ese momento Holk gritó:
—Aquellos de ahí abajo son los hombres-serpiente. ¡Son guerreros gurs!
Merrick exclamó:
—Y los hombres solo pueden ser… ¡Jhalan y sus seguidores! Adelante
hacia ellos. ¡Vamos a participar en esa pelea!

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III
La tierra de los gurs

A
l recibir la orden de Merrick, las cinco aeronaves, como si fueran una,
comenzaron a descender a gran velocidad hacia el lejano claro de la
jungla en el que se desarrollaba el combate; la tripulación dispuso los
cañones de luz, que se encontraban colocados sobre torniquetes a lo largo de
las cubiertas.
Entre el ulular del viento, se pudo oír a Jurul que gritaba:
—Chan Merrick, ¿por qué no dejamos que Jhalan y sus hombres luchen
su propia batalla contra los hombres-serpiente?
—Porque si los que luchan son Jhalan y sus hombres, ¡Narna estará en
algún lugar cercano! —exclamó Merrick.
—¿Qué te pasa Jurul? —gritó Holk en ese instante—. ¿No sabes que
cuando se ve una pelea lo que debes hacer es intervenir y luego… buscar
razones para haberlo hecho?
Conforme las naves aéreas descendían hacia el suelo, la batalla que se
desarrollaba en el borde del claro aparecía cada vez más nítida ante los ojos
de Merrick.
Se percató de que había al menos medio centenar de repugnantes seres
con forma de serpientes negras, los gurs, y que casi habían rodeado al puñado
de hombres de piel roja.
Los gurs atrajeron momentáneamente la atención de Merrick. Los
hombres-serpiente del norte eran tal y como los describían las leyendas de
Kaldar; cada uno tenía el cuerpo de una gran serpiente negra y una cabeza con
forma humana; en ella se encontraban dos ojos negros, muy próximos entre sí
y una boca blanquecina y sin labios.
Los monstruosos seres se movían reptando, tal y como la hacen las
serpientes, pero Merrick se dio cuenta de que, bajo sus cabezas, surgían del
cuerpo dos cortos brazos con forma de tentáculos. En estos brazos los gurs
sostenían instrumentos de piedra oscura, con forma semejante a las linternas
llamadas de «ojo de toro». De ellas brotaban haces de rayos brillantes y muy
concentrados, que dirigían contra los humanos a los que estaban atacando.
Estos rayos parecían estar constituidos por la misma fuerza brillante que
constituía la muralla de la muerte, ya que Merrick pudo ver cómo los

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humanos alcanzados por ellos comenzaban a disolverse y terminaban
desintegrados.
El alcance efectivo de los rayos de los gurs, aparentemente, no era
superior a los dos metros.
Los humanos objeto del ataque respondían a los hombres-serpiente con
rayos del mismo tipo. Así mismo, los humanos estaban provistos con escudos
circulares de piedra oscura, la misma empleada en la fabricación de los
proyectores de rayos de los gurs y que, al parecer, era invulnerable a la fuerza
brillante. Con estos escudos se resguardaban de los rayos de sus enemigos.
Era evidente que los hombres-serpiente los estaban arrollando.
Pero en ese momento, la aparición de los cinco navíos aéreos corlianos
descendiendo de las alturas cambió rápidamente la situación.
Conforme las cinco naves descendían, con Merrick, Holk y Jurul
acurrucados en la proa de la que iba a la cabeza, las tripulaciones corlianas
comenzaron a disparar sus cañones de luz, enviando descargas luminosas que
cayeron como si fuera lluvia sobre los hombres-serpiente. Estas descargas
provocaron una inmensa destrucción.
Los hombres-serpiente, asombrados por el nuevo elemento que había
hecho su irrupción en el combate, se retiraron rápidamente a la vez que
lanzaban una docena de rayos contra las naves aéreas.
La mayor parte de ellos no alcanzó a ninguna, pues se quedaban cortos,
pero dos de ellos sí lo hicieron y desintegraron a la tercera de las naves.
Al siguiente instante, las cuatro aeronaves restantes habían aterrizado y
los corlianos, con Merrick, Holk y Jurul a la cabeza, se desplegaron para
atacar a los gurs con sus espadas de luz; solo quedaron en las naves unos
pocos hombres encargados de seguir disparando los cañones de luz.
Merrick se encontró rodeado por repugnantes cuerpos de serpientes
negras; comenzó a lanzar veloces estocadas con su brillante espada de luz
contra sus enemigos, abrasando, con un simple roce de su arma, gur tras gur,
antes de que pudieran entrar en acción y alcanzarle sus rayos.
Holk se encontraba luchando un poco a su izquierda. El gran corliano
gritaba con furia cuando golpeaba con su arma. Cerca de Merrick, al otro
lado, luchaba Jurul, cuya espada de luz lanzaba relámpagos y brillaba entre la
masa de hombres-serpiente como si fuera un fuego fatuo danzante; reía en
silencio, sobre todo cuando la pelea llegó a ser más fiera.
Flanqueando a estos tres por uno u otro lado, los corlianos avanzaron
contra sus enemigos.

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Los gurs, aunque habían acabado con media docena de corlianos gracias a
sus rayos, se retiraron frente a las espadas de luz de sus atacantes y las
descargas luminosas que seguían lanzando los cañones de los cuatro navíos
que se encontraban en el suelo. Los hombres-serpiente intentaron la huida,
pero su camino fue cortado por los hombres a los que habían estado atacando
momentos antes, quienes se dirigieron hacia ellos, con fiereza, disparando sus
rayos.
Cogidos entre estos y los corlianos, los gurs fueron liquidados
rápidamente.
Merrick y sus corlianos miraron más allá del montón de cuerpos de
serpiente quemados, a los hombres a los que habían socorrido. Los ojos del
terrestre buscaron entre ellos a Jhalan y a Narna, pero ninguno de los dos se
encontraba entre la docena de hombres que tenían enfrente.
En ese momento, Merrick se percató de que, aunque aquellos hombres
tenían la piel roja e iban vestidos con túnicas de metal negro, al igual que los
corlianos, no eran nativos de Corla.
Merrick se dirigió a uno que parecía ser el jefe empleando la lengua
común a todas las razas de Kaldar.
—¿Quiénes sois vosotros? ¿No sois de Corla?
El interrogado preguntó a su vez:
—¿Corla? No conocemos ese lugar; somos dortas, como seguramente
también lo sois vosotros.
Holk le preguntó a Merrick:
—¿Dortas? Los corlianos siempre hemos pensado que éramos los únicos
seres humanos de Kaldar, pero parece que debe de haber otros.
El jefe dorta le comenzó a decir a Merrick.
—Yo soy Arlak; mis hombres y yo os damos las gracias por habernos
salvado de los gurs.
Merrick le preguntó:
—¿Por qué os atacaban los hombres-serpiente?
Arlak le miró asombrado y le respondió:
—Porque una partida de gurs tropezó con nosotros aquí afuera, y se
dieron cuenta, por supuesto, que habíamos escapado de la ciudad de Gur.
Seguramente vosotros también sois dortas que habéis escapado de allí, aunque
vuestras armas y naves aéreas son extrañas.
Merrick negó con la cabeza y le dijo:
—Hasta ahora nunca habíamos visto ni gurs ni dortas; nosotros hemos
venido del exterior de la muralla.

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Un rumor que denotaba sorpresa recorrió el grupo de dortas; luego,
comenzaron a hablar con excitación, sin dejar de mirar a los corlianos.
Arak no estaba de acuerdo con esta afirmación por lo que dijo:
—No puede ser cierto que hayáis venido del exterior, porque… ¡nada
puede pasar a través de la muralla de la muerte!
—Nosotros no pasamos a través de la muralla, sino por encima, con
nuestras aeronaves —respondió Merrick—. Dices que vosotros, dortas, habéis
escapado de la ciudad de Gur. ¿Significa eso que estabais allí prisioneros?
—Nosotros allí éramos esclavos, como todos los dortas —explicó Arak—.
Los dortas siempre hemos vivido en el interior de la muralla de la muerte.
Existen leyendas que relatan cómo, hace mucho tiempo, éramos una raza libre
y teníamos nuestros propios pueblos y ciudades; luego aparecieron los gurs,
los hombres-serpiente, saliendo de algún gran espacio subterráneo situado en
el interior de Kaldar a través de grietas en el suelo. Entonces los gurs
esclavizaron al pueblo dorta.
»Sea como fuere, por incontables edades los gurs han habitado en su
ciudad situada en el centro de esta tierra y han mantenido allí como esclavos a
la totalidad de la raza dorta.
»De vez en cuando, grupos de esclavos escapan de la ciudad y se refugian
en las junglas que la rodean. Nosotros somos esclavos fugitivos; además de
nosotros hay más esclavos refugiados en la jungla.
»En algunas ocasiones, los gurs envían partidas para buscar a los esclavos
que han huido; una de esas partidas se encontró con nosotros y nos habría
destruido si no hubierais aparecido vosotros.
—¡Por el sol! —juró Holk—. ¡Una raza de seres humanos esclavizada por
esos monstruos con forma de serpiente!
Con tranquilo énfasis, Jurul añadió:
—Parece que no cometimos ningún error al intervenir en este combate
contra los gurs.
—Dime —dijo Merrick a Arlak—, ¿ha visto u oído, a alguno de los tuyos,
que un navío aéreo, como estos, haya llegado aquí desde fuera de la muralla
de la muerte?
Arlak negó con la cabeza; luego, habló brevemente con los otros dortas,
que también hicieron signos negativos; entonces le dijo a Merrick:
—Ninguno de nosotros ha oído nada parecido. ¿Vinisteis en busca de ese
navío?
—Efectivamente —repuso Merrick—. La nave aérea que estábamos
persiguiendo llevaba a un enemigo mío y también a una joven, amiga mía, a

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quien él y sus hombres habían secuestrado. Este enemigo se llama Jhalan y
fanfarroneaba de ser amigo de los gurs, los hombres-serpiente del norte.
Nuevamente, Arlak negó con la cabeza y dijo:
—Debía conocer muy poco sobre los gurs si pensaba que le recibirían
como a un amigo. En cualquier caso, ninguno de nosotros ha oído hablar de
esta llegada a la ciudad de Gur, y eso que algunos escaparon de allí no hace
más de tres semanas. —Y añadió—: Creo que en nuestro campamento hay
alguno que escapó de la ciudad de Gur hace menos de una semana; quizá
ellos pudieran decirte algo sobre si tu enemigo llegó o no a la ciudad de los
hombres-serpiente. Rápidamente, Merrick preguntó:
—¿Has hablado de tu campamento? En ese caso, sois más de los que
estáis aquí.
El dorta asintió con la cabeza y dijo:
—En total somos un centenar; tenemos un campamento en la jungla, cerca
de la muralla de la muerte.
Merrick decidió en un instante.
—En ese caso, iremos contigo; las naves aéreas nos transportarán y tú
puedes guiarnos a ese lugar.

R ápidamente dio las órdenes correspondientes y los dortas, no sin


manifestar signos de desconfianza, se distribuyeron entre las cuatro
aeronaves corlianas.
Arlak subió a la primera en compañía de Merrick, Holk y Jurul y se
maravilló cuando los cuatro navíos ascendieron desde el suelo, con suavidad,
y comenzaron a emitir un zumbido mientras volaban a baja altura sobre la
jungla carmesí, en dirección a la barrera brillante. Arlak guiaba el vuelo; las
otras tres aeronaves seguían a la primera.
Conforme se dirigían al campamento, Jurul, que había estado examinando
con curiosidad las armas de rayos construidas en piedra y los escudos de los
dortas, obtuvo de Arlak la descripción de su naturaleza.
Arlak explicó que las armas de rayos eran simples recipientes en los que
se almacenaba una determinada cantidad de una roca intensamente radiactiva,
la misma sustancia que generaba la muralla de la muerte alrededor del país de
los gurs.
Los recipientes con forma de linterna estaban tallados en una piedra
extraña, invulnerable a la destructiva fuerza radiactiva.
La citada fuerza era liberada del interior, en forma de un estrecho rayo, al
abrir un pequeño orificio, de forma parecida a como se enciende una linterna
de las llamadas de «ojo de buey».

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Arlak añadió que los gurs habían diseñado originalmente estas armas para
controlar a los dortas, pero que él y otros fugitivos habían sido capaces de
fabricarlas por ellos mismos.
También habían fabricado los delgados escudos circulares con la misma
piedra invulnerable a las radiaciones que era capaces de protegerlos, más o
menos, de los rayos de los gurs. Dijo que su grupo de dortas fugitivos había
fabricado varios centenares de armas de rayos.
La conversación se interrumpió cuando Arlak les indicó que estaban
aproximándose al campamento de los dortas que habían escapado de la
esclavitud.
El campamento se encontraba astutamente oculto en el interior de una
espesa vegetación carmesí, cercana a la parte interior de la muralla de la
muerte.
Cuando las cuatro aeronaves se aproximaron, grandes grupos de dortas
aparecieron dispuestos a repeler un ataque.
Al ver a Arlak, situado en la nave delantera, dirigieron hacia el suelo sus
proyectores de rayos, y pronto las cuatro aeronaves aterrizaron y fueron
rodeados por un centenar o más de dortas.
Arlak les contó la llegada providencial de las naves aéreas y la ayuda que
Merrick y los corlianos les habían prestado contra los gurs. Luego, Arlak se
dirigió a dos dortas y les dijo:
—Hann, y tu Shala, escapasteis de la ciudad de Gur hace pocos días.
¿Oísteis rumores de que algunos extranjeros, semejantes a estos, hubieran
llegado?
Hann negó con la cabeza pero Shala asintió, lleno de excitación; les dijo:
—Llegó una nave volante como esta. ¡Con media docena de hombres y
una joven!
Merrick sintió cómo su corazón saltaba de su pecho.
—¿Qué sabes de la joven? —se apresuró a preguntar—. ¿Qué les sucedió
a ella y a los hombres que la acompañaban?
Shala le contestó tranquilamente.
—No te entiendo, ¿qué iban a hacerles? Por supuesto, esclavizarles. Los
dortas no comprendimos el por qué fueron voluntariamente a la ciudad de Gur
para ser esclavos. El jefe de la partida no debía esperarse esto y lucharon,
pero fueron vencidos por la superioridad de los gurs.
Con tristeza, Holk comentó:
—De forma que se trataba de una jactancia sin base de Jhalan; pensó que
los gurs los aceptarían como aliados y no que los harían sus esclavos.

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Merrick siguió presionando para obtener respuestas: —¿Qué les hicieron
los hombres-serpiente? ¿Qué le hicieron a la joven?
—Deben de haber sido puestos en el círculo de esclavos, junto con los
demás dortas, —dijo Shala—, pero yo no llegué a verlo.
Merrick se volvió hacia Arlak y le preguntó:
—¿El círculo de esclavos? ¿Qué significa eso?
—La ciudad de Gur —le explicó Arlak— se encuentra rodeada por cuatro
murallas concéntricas, que dividen la ciudad en un espacio circular central y
dos coronas circulares, que delimitan unos espacios con forma de anillos a su
alrededor.
»En el círculo central, los gurs tienen su zona residencial; los únicos
dortas que pueden penetrar en el interior de este círculo son los criados
personales de los hombres-serpiente. En el siguiente sector se encuentran las
fábricas y mecanismos, donde trabajan los dortas bajo la supervisión de los
gurs.
»En el círculo exterior se encuentras las habitaciones de los dortas,
mientras que alrededor de la muralla, que es la muralla exterior de la ciudad,
los gurs están dispuestos en grupos para evitar posibles fugas.
Merrick, mientras intentaba cruzar su mirada con las de Holk y Jurul, les
dijo:
—De forma que Jhalan y Narna se encuentran en algún lugar entre los
esclavos de allí.
—Bien —dijo el gran Holk con alegría—. Ahora que sabemos dónde se
encuentran… ¡podemos aplastar a los hombres-serpiente hasta llegar a donde
están! Luego liberamos a Narna. Jhalan puede seguir de esclavo de los gurs
durante varias vidas sin que sufran mis sentimientos.
—Holk, te he dicho antes que tu estrategia es un poco elemental —
contestó Merrick con sequedad—. No podemos entrar en la ciudad de los Gur
y andar por ella como si estuviéramos en Corla. —Y, pensativo, siguió
diciendo—: Tal como lo veo, nuestra mejor opción es aguardar hasta la
noche, y luego penetrar en el círculo interior correspondiente a los esclavos;
no será difícil cruzar la muralla exterior con nuestras naves aéreas; aunque se
encuentre vigilada, podemos lograr encontrar a Narna y salir sin que los gurs
lleguen a enterarse.
Arlak le interrumpió con una expresión que denotaba su excitación, y le
dijo a Merrick:
—Puedes hacer más de lo que me has dicho; puedes ayudarnos a ejecutar
el plan que hemos desarrollado desde hace tiempo. ¡Desencadenar una

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revuelta de toda la raza de los dortas contra los amos gurs!
—¿Una revuelta de esclavos? ¿Es eso lo que habéis estado planeando?
Con los ojos brillantes, Arlak exclamó:
—¡Sí, desde hace meses! Te dije que los dortas fugitivos habíamos
fabricado centenares de armas de rayos; hemos actuado así con la esperanza
de armar a las multitudes de los esclavos dortas dentro de la ciudad y, junto
con ellos, comenzar una revuelta contra los gurs.
»Nuestro principal problema era el no poder llevar las armas de rayos a
los dortas que habitan en el interior de la ciudad. Si lo hubiéramos intentado,
los gurs que vigilan la muralla exterior hubieran dado la alarma; en ese
momento, el factor sorpresa, que era nuestra única oportunidad de vencer,
habría desaparecido. Las cosas han cambiado con estos navíos volantes que
tenéis; ahora podemos llevar al interior las armas de rayos y distribuirlas entre
los dortas esta noche.
Holk se apresuró a declarar:
—¡Por el sol! ¡Es un plan que merece la pena probar si funciona! —Luego
le preguntó a Arlak—: ¿Estás seguro de que los dortas se levantarán en cuanto
tengan armas?
Con aire sombrío Arlak le contestó:
—Se levantarán, y estoy seguro de que lucharán hasta que los gurs o los
dortas sean destruidos.
—¡Lo intentaremos! —dijo entonces Merrick—. Pero en primer lugar
intentaremos liberar a Narna. — Luego les dijo a los otros—: He aquí el plan.
Partiremos para la ciudad de Gur nada más caer la oscuridad; llevaremos las
armas de rayos y tantos dortas como podamos en nuestras cuatro naves
aéreas.
»Aterrizaremos en el círculo exterior, donde habitan los esclavos, con
tanta discreción como podamos, y comenzaremos a repartir a los dortas las
armas de rayos. Entre tanto, buscaremos a Narna entre los esclavos, en la
oscuridad. Cuando la encontremos, la introduciremos en una nave aérea y la
sacaremos de allí antes de que empiece la revuelta.
En ese momento, bajo las órdenes de Arlak, los dortas comenzaron los
preparativos siguiendo el plan de Merrick.
Les quedaba poco tiempo antes de que cayera la noche, porque ya el
enorme disco rojo de Antares comenzaba a hundirse en el horizonte.
Los dortas trabajaban con excitación, sacando de sus almacenes ocultos
los centenares de armas de rayos parecidas a linternas que habían fabricado y
cargándolas en las naves aéreas.

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Cuando llegó la oscuridad, todavía se encontraban trabajando en esta
tarea, pero, al poco tiempo de la llegada de la noche, la terminaron.
Los navíos aéreos se encontraban cargados de proa a popa con las armas
de rayos. Sin más retraso, los corlianos, y tantos dortas como fue posible, se
apretaron en las aeronaves. Arlak y Shala tomaron posiciones en el primer
navío, junto con Merrick, Holk y Jurul.
Al recibir la orden de Merrick, los cuatro navíos se levantaron en la
oscuridad, pesadamente debido a su carga, sobre la jungla sin luz,
encaminándose a la ciudad de Gur.
A no mucha distancia tras ellos se alzaba hacia las estrellas la brillante
muralla de la muerte, emitiendo una luz extraña y parpadeante que se
reflejaba en las naves aéreas.
Merrick podía ver cómo la barrera, terrible y brillante, se curvaba en la
oscuridad, allá en la lejanía, encerrando por completo aquella tierra de noche
como lo hacía por el día. El resplandor de la colosal muralla parecía aumentar
por la oscuridad que la rodeaba. Ya habían salido dos lunas rojas.
Merrick miró hacia delante. No habían volado mucho trecho cuando
vislumbraron una estructura circular de luces en medio de la oscura jungla.
Cuando se aproximaron más a las luces de la ciudad de los hombres
serpientes, Merrick se percató de que estas, y la ciudad cuyo contorno
dibujaban, se extendían por una extensión de varios kilómetros. Dio orden de
elevarse un poco más.
Con lentitud, las aeronaves, pesadamente cargadas, ascendieron a un nivel
superior. Conforme se aproximaban a las luces de la ciudad de Gur, los navíos
se movían cada vez más lentamente, de forma que el sonido que producían
sus máquinas era prácticamente inaudible.
Merrick, Holk y Jurul otearon el panorama que tenían ante ellos; podían
percibir, a la luz que producía la brillante barrera de la muerte que se
encontraba a lo lejos, que la ciudad de los gurs era tal y como se la había
descrito Arlak, estando compuesta por cuatro murallas concéntricas de metal
negro, que encerraban tres espacios circulares.
Había luces a intervalos regulares alrededor de la muralla más exterior, e
incluso podía ver allí las oscuras formas de serpiente de los gurs de guardia.
Merrick sabía que si los guardias miraban hacia lo alto, verían a las naves
aéreas pasar por encima de ellos; pero contaba con el hecho de que los gurs
no estaban preocupados por la aparición de naves aéreas.
Su confianza estaba justificada, porque las cuatro naves se deslizaron —
prácticamente sin producir ningún sonido— por encima de la muralla exterior

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sin que se produjera ningún tipo de alarma entre los guardias gurs.
Con el mayor silencio, descendieron en medio de la oscuridad y
aterrizaron entre las profundas sombras del círculo que se encontraba más al
exterior. En él había muchos grandes edificios y estructuras similares.
Merrick supuso que se trataba de barracones en donde se alojaban los
esclavos dorta.
Desembarcaron. Arlak y Shala penetraron en el barracón de esclavos más
próximo al lugar en el que habían descendido las aeronaves.
A los pocos momentos, regresaron acompañados de una multitud de
dortas excitados a los que les habían explicado la situación. A pesar de su
nerviosismo, se mantuvieron en silencio para que no se alarmaran los gurs
que se encontraban al otro lado de la muralla.
Con rapidez, se les proporcionaron armas de rayos y se dirigieron a otros
barracones de esclavos, lo que hizo que aumentara el número de dortas que
llegaban hasta las naves buscando armas. Los recién llegados procedían de
todo el círculo exterior de la ciudad de Gur.
En poco tiempo, cientos de esclavos, formas oscuras y sombrías que se
fundían con la oscuridad, habían sido aprovisionados con armas de rayos,
tanto mujeres como hombres.
De repente, la gran forma oscura que era Holk se movió y atrapó a uno de
los esclavos que llegaban. Merrick oyó su exclamación, en voz baja.
—¡Por el sol, chan Merrick, mira a quién tenemos aquí!
Ansiosamente, Merrick se acercó hacia el corliano, preguntando:
—¿Es Narna? ¿Has encontrado a Narna?
—No —repuso Holk—. Es Jhalan.

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IV
A través de la ciudad de los hombres-serpiente

M
errick se quedó paralizado. Por un momento se sintió aturdido por
el disgusto, pero luego fue al encuentro de los dos. Sus ojos, ahora
acostumbrados a la oscuridad, descubrieron la enorme silueta de
Holk, con su mano en la empuñadura de la espada de luz, dispuesto a
descargar su arma y destruir al hombre que se hallaba a su lado.
El rostro de Merrick se endureció al ver por sí mismo que, efectivamente,
habían atrapado a Jhalan.
Jhalan, el architraidor de Corla, el hombre que había intentado entregar
Corla a los cosps y que había secuestrado a Narna, llevándola al norte, a
aquella ciudad infernal en donde… ¡los hombres-serpiente eran los amos y los
seres humanos los esclavos!
El rostro enérgico de Jhalan, cubierto de barba, tenía los mismos ojos
carentes de piedad y la misma sonrisa burlona que había tenido la última vez
que lo vio.
Pero ahora Jhalan no tenía una espada de luz en sus manos; únicamente
llevaba la túnica de metal negro, como los demás esclavos dortas que se
encontraban a su alrededor.
Al ver a Merrick, sus ojos brillaron con una luz burlona, y luego le saludó
con un susurro.
—El chan Merrick de lo desconocido. De forma que has vuelto a
Kaldar…
Merrick contestó con una voz que presagiaba la muerte.
—He vuelto y te he seguido a ti y a Narna. Dime, ¿dónde está ella,
Jhalan?
Fríamente, Jhalan le contestó:
—Ella es, como yo, una esclava de estos malditos hombres-serpiente, o
gurs, aunque, a lo que se ve, los esclavos de los gurs están a punto de
rebelarse.
—¿En qué lugar de la ciudad se encuentra Narna? —le preguntó Merrick
—. Jhalan, antes o después voy a matarte; si no dices la verdad, lo haré ahora
mismo.
Sin perturbarse lo más mínimo, Jhalan replicó:

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—Ella se encuentra en el círculo interior, en donde los gurs tienen sus
aposentos. Cuando los hombres-serpiente nos atraparon, asignaron a Narna al
grupo de dortas que son sus sirvientes personales. La vi destinada a una de las
moradas de los gurs; esto fue antes de que yo fuera enviado a este círculo
exterior.
—¿Sabes en qué morada de los gurs está Narna? —preguntó Merrick—.
¿Puedes guiarme hasta donde se encuentra?
Jhalan asintió con la cabeza y dijo:
—Estoy seguro de que podría.
—Voy a darte una oportunidad para que lo hagas —dijo Merrick con
tristeza—; es la única oportunidad que tienes de seguir con vida. Si me guías
al lugar en donde se encuentra Narna, te daré una espada de luz para que
tengas una ocasión de salir vivo cuando estalle la revuelta; si no es así, no
tendrás ninguna oportunidad.
—En ese caso —repuso Jhalan—, te guiaré a donde se encuentra Narna;
de todas formas, ¿no te parece que esto debería de dar por terminadas las
diferencias entre tú y yo?
—Por supuesto que no —se apresuró a contestar Merrick—. Una vez que
Narna esté a salvo, tú y yo vamos a saldar nuestras cuentas de una vez por
todas.
Entonces Jhalan le contestó:
—El acuerdo es bueno. ¿Dónde está esa espada de luz?
Holk cogió a Merrick por el brazo y le dijo:
—Chan Merrick… ¿No estarás pensando atravesar la ciudad de los
hombres-serpiente junto al traidor de Jhalan?
—Voy a ir —repuso Merrick—. Narna debe estar fuera de aquí antes de
que estalle la revuelta, porque esta ciudad se transformará en el infierno
cuando los dortas se levanten. Jhalan es el único que puede guiarme a donde
ella se encuentra.
—Al menos llévanos contigo —susurró Jurul.
—Dos de nosotros tendrán una oportunidad mucho mayor de hacer esto
que un grupo numeroso —le contradijo Merrick—. Además, cada uno de
vosotros será necesario aquí cuando estalle la revuelta de los dortas.
Se volvió hacia Arlak y le dijo:
—En el momento en que hayas terminado de distribuir todas esas armas
de rayos, inicia el ataque de los dortas desde todos los lados de la ciudad;
presiona sobre los gurs antes de que puedan recuperarse de su sorpresa. Holk,

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tú dirigirás el ataque sobre el lado norte. Jurul lo hará sobre el sur. Arlak y
Shala sobre el oeste y el este.
»Si Jhalan y yo no estamos de vuelta con Narna antes de que estalle la
revuelta, será indicio de que hemos sido capturados; en ese caso, si sois
capaces de penetrar en el círculo interior, haced todo lo que esté en vuestra
mano para encontrar a Narna y enviarla por un medio seguro a Corla. Ahora
dadle a Jhalan una espada de luz y vámonos.
Uno de los corlianos desató la hebilla que aseguraba el cinturón en el que
se encontraba su espada de luz. Jhalan se lo colocó con rapidez.
El y Merrick comenzaron su búsqueda, pasando a través de las multitudes
de dortas, excitados pero silenciosos.
Por un momento, Holk les cerró el camino y le dijo a Jhalan, con una voz
ronca:
—Recuerda, Jhalan, que si esta noche sobrevives y el chan Merrick no, te
estaré esperando.
—Y, yo —añadió Jurul, con un susurro que encerraba una amenaza
infinita.
Jhalan rio en silencio y dijo:
—Cuando esta noche haya pasado, tendrás que esperar a que te llegue el
turno para que te mate; el primero será el chan de lo desconocido.
Con este comentario burlón, se empezó a abrir el paso a empujones entre
la multitud de dortas.
Merrick, después de dar un breve apretón de manos a Holk y Jurul, le
siguió. En un momento estaban fuera de la multitud de dortas allí reunidos;
mirando hacia atrás, Merrick solo fue capaz de ver una mancha formada por
sombras borrosas.
No se oía ningún sonido, pues, aunque los dortas de toda la ciudad se
estaban reuniendo para obtener las armas de rayos, se movían con cautela y
en silencio.
Jhalan le condujo por un camino bordeado por enormes edificios que
albergaban habitualmente a los esclavos dortas.
El traidor y Merrick se encaminaron hacia el borde interior del círculo en
forma de anillo, en donde se alojaban los esclavos, caminando siempre por
entre las sombras más espesas, apartados de la luz directa de las tres lunas,
que ahora se encontraban en el cielo, y de la luz menos directa que
proporcionaba la lejana y brillante muralla.
Merrick, ansioso, miró hacia atrás, hacia las luces de la muralla exterior,
pero de allí no le llegó ningún sonido que le indicara que los guardias gurs se

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hubieran percatado de la revuelta de los esclavos.
Alcanzaron la muralla que separaba el borde exterior del círculo de
esclavos de la segunda división circular intermedia de la ciudad. Jhalan le
condujo, de forma pausada, hasta una estrecha abertura en la muralla.
El y Merrick miraron el segundo círculo. Merrick se percató de que
contenía inmensas máquinas y edificios construidos en metal, en lugar de
barracas para esclavos. Aunque aquí y allá había alguna luz, solo se podían
ver muy pocas formas en movimiento.
El y Jhalan se encaminaron por el segundo círculo, cruzando una gran
extensión terreno con el fin de alcanzar el círculo más interior de la ciudad.
Mientras recorrían este terreno, sus manos descansaban en las empuñaduras
de sus espadas de luz y sus ojos escudriñaban, en lo posible, las sombras de
las máquinas. Cuando habían recorrido dos terceras partes del camino, Jhalan
y Merrick tuvieron que agazaparse rápidamente para no ser descubiertos por
una partida de gurs que se les aproximaban por la derecha.
Se movían a través del silencioso segundo círculo con una determinación
que indicaba que estaban realizando una misión importante. Eran cinco en
número y conversaban con sus voces silbantes conforme avanzaban reptando,
al modo de las serpientes. Cuando se aproximaron a la máquina detrás de la
que se encontraban agazapados Merrick y Jhalan, se separaron. Dos
continuaron su camino a través del círculo, mientras los otros tres se
dirigieron hacia la parte interior de la ciudad, pasando justamente por detrás
de la máquina en la que se encontraban los dos hombres.
Merrick se dio cuenta de que serían descubiertos en el momento en que
pasaran los tres gurs. El y Jhalan apretaron los puños de sus espadas de luz y
las sacaron de sus vainas.
No hubo necesidad de elaborar ningún plan. Cuando los tres gurs pasaron
reptando a unas pocos metros del lugar en el que se ocultaban, Merrick y
Jhalan saltaron frente a ellos con el ímpetu de dos muelles.
Antes de que los hombres-serpiente pudieran dar la voz de alarma, la
espada de luz de Merrick rozó, reduciendo a cenizas, a uno de los gurs. Se
giró hacia los otros dos y descubrió que, con su terrible velocidad, Jhalan
había matado a ambos. A pesar del odio que sentía por su compañero,
Merrick dijo con un susurro aprobador.
—¡Un trabajo rápido!
—Simplemente me imaginé que eran Holk y Jurul —repuso Jhalan,
riendo con frialdad—. Sigamos.

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—Sigamos —asintió Merrick con una mueca de amargura—; los dortas se
levantarán de un momento a otro y, en cuanto lo hagan, nos será imposible
proseguir nuestra marcha sigilosa.
Fueron pasando uno tras otro los distintos mecanismos y estructuras que
llenaban el segundo círculo, que en comparación con los otros se encontraba
vacío, hasta que, en unos pocos minutos, pudieron agazaparse junto a la
muralla que los separaba de la zona más interna de la ciudad, en donde se
hallaban las moradas de los gurs.
Merrick y Jhalan miraron al interior de la muralla. Era un espacio circular
de menos de un kilómetro de diámetro. Había un gran número de estructuras
bajas y redondas, construidas en metal negro; en muchas de las aberturas de
las ventanas se veían luces brillantes.
De vez en cuando se podían ver varios gurs reptando de una de estas
estructuras a otra. También podían verse a veces seres humanos, hombres y
mujeres esclavos dortas, frecuentemente cargados con bultos. Merrick se
percató de que estos debían ser los esclavos personales de los hombres-
serpiente.
Vio en el centro del círculo interior un gran edificio, que supuso debía de
ser alguna instalación de gobierno. Además se percató de una gran forma, de
poca altura, que descansaba sobre el pavimento de metal; se dio cuenta de que
se trataba de una aeronave corliana.
Cuando los ojos de Jhalan se encontraron con los Merrick, este le susurró:
—Esta es la aeronave en la que vinimos aquí; los malditos gurs se
apoderaron de ella y de nosotros cuando aterrizamos.
—¿En cuál de las moradas de los gurs viste que metían a Narna? —le
preguntó Merrick.
Jhalan señaló a uno de los edificios redondos, no lejos de la muralla que
encerraba la zona, y dijo:
—Aquel; lo que no sé es si Narna sigue todavía allí.
—Pronto lo sabremos —repuso Merrick—. Vamos.
Se movieron a través de la abertura en la muralla y se encaminaron,
agazapados y en silencio, hacia el interior de la muralla; eran dos sombras
más profundas que las sombras que les rodeaban.
Los pensamientos de Merrick eran frenéticos. Le parecía algo extraño,
impensable, que él y Jhalan, el archivillano, al que había perseguido sobre la
superficie de Kaldar desde tan lejos con el propósito de matarle, pudieran
estar actuando al unísono.

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Pero era necesario; debían encontrar a Narna antes de que la revuelta de
los dortas, que estaban preparando Holk, Jurul y Arak en el círculo de
esclavos, estallara sobre los gurs.
Dejaron la protectora sombra de la muralla y se movieron por el interior
del círculo hacia la estructura redondeada que había indicado Jhalan. Este
lugar se encontraba iluminado, pero ningún sonido salía de su interior.
Alcanzaron la abertura que servía de puerta de aquella morada de los gurs
y penetraron en su interior. Encontraron un salón brillantemente iluminado,
en el que no había nadie aparte de ellos. A partir de esta sala se podía pasar,
mediante aberturas en las paredes laterales, a las otras habitaciones. Merrick y
Jhalan comenzaron a mirar en estas, con las espadas de luz en sus manos.
En las primeras dos habitaciones no había nadie, ni gurs ni dortas, pero en
la tercera estaban durmiendo dos hombres serpientes; sus repugnantes cuerpos
de serpientes se encontraban enrollados, descansado sobre cojines. En
cualquier momento podían despertar. Merrick penetró con la espada de luz en
guardia, preparado para destruirles.
Cuando la hoja de la espada cargada con fuerza brillante avanzó hacia los
dos gurs enroscados, los ojos de uno de ellos se abrieron y miraron a Merrick
sorprendidos. Pero un instante después, la espada les había tocado a los dos,
quemándolos, reduciéndolos a poco más de un montón de cenizas.
Merrick estaba comenzando a volver hacia el salón en el que le aguardaba
Jhalan cuando, a través de la abertura de la puerta que se encontraba en la
esquina de la habitación, le llegó un sonido como el de alguien que se
aproximara alarmado por los débiles sonidos. Merrick se colocó en el borde
de la puerta, con la espada de luz dispuesta para acuchillar a cualquier
hombre-serpiente que pasara por ella.
Pero cuando la figura salió, casi dejó escapar de sus manos la empuñadura
de la espada de luz. No era un hombre serpiente, sino un humano, una joven,
una joven de piel roja, cuyo cabello negro hacía juego con el negro de su
túnica, y que miró a Merrick con los ojos abiertos de par en par.
Con un tono de voz, imprudentemente elevado por la excitación que
sentía, dijo:
—¡Chan Merrick! ¡Chan Merrick, has vuelto a Kaldar!
Merrick cerró los ojos un instante, antes de decir:
—¡Narna! Sí, he vuelto de nuevo a Kaldar y vine al norte buscándote a
ti… ¡y te he encontrado!
Desde el salón, Jhalan dijo:

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—¡Silencio! Nos han debido de oír fuera. ¡Un grupo de gurs está
aproximándose!
Narna miró incrédula a Merrick y luego a Jhalan, como si fuera incapaz
de dar crédito al espectáculo de ver a aquellos dos juntos y no luchando entre
sí.
Con un rápido susurro, Merrick le explicó la situación a la joven.
—Holk, Jurul y yo encontramos a Jhalan fuera, en compañía de los
esclavos dortas, y él me condujo hasta ti. Los dortas van a levantarse esta
noche; debemos volver a fuera, al círculo de los esclavos, antes de que lo
hagan.
En ese momento, Jhalan gritó:
—Demasiado tarde. ¡Aquí vienen los gurs!
En el salón se escuchó el sonido de cuerpos de serpiente que se
arrastraban y, de inmediato, aparecieron dos gurs con los rayos brillantes, de
poco rango de acción, intentando alcanzar a Jhalan.
Jhalan saltó para evadirse de la búsqueda de los rayos. Merrick también
saltó a su lado y, con sus espadas de luz, golpearon y destrozaron a los dos
hombres-serpiente.
Otros gurs presionaron desde detrás de los muertos. Merrick y Jhalan
lucharon contra ellos en la estrecha abertura de la puerta; sus espadas de luz
acuchillaban los cuerpos de los hombres-serpiente, destruyéndolos, mientras
ellos esquivaban los rayos enemigos de corto alcance.
Entonces pudo escucharse un babel de gritos silbantes, procedentes del
exterior; era evidente que las noticias de la lucha se estaban extendiendo a
todo el círculo interior.
—¡Chan Merrick! —gritó Narna—. ¡Vienen por la otra puerta!
Dos gurs penetraban reptando a través de la puerta que se encontraba en la
esquina de la habitación, la misma por la que Narna había entrado.
Jhalan saltó hacia atrás, al otro lado de la habitación; esquivó los rayos de
sus oponentes y redujo a los dos hombres-serpiente a un montón de cenizas.
—¡Defiende la puerta trasera, Jhalan, que no penetren los gurs! —gritó
Merrick, volviéndose—. Si podemos resistir un poco, Holk, Jurul y los demás
pueden llegar hasta nosotros.
En ese momento, los gurs se estaban amontonando en el interior del
edificio; grupos muy grandes de hombres-serpiente les empujaban, como si
intentaran penetrar en el interior de la habitación a través de las estrechas
aberturas de las puertas, defendidas por Merrick y Jhalan.

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La espada de luz de Jhalan tejía una brillante red de muerte a través de la
abertura de la puerta. El alcance efectivo de los brillantes rayos de los gurs era
apenas mayor que el de su espada; además, como los rayos no podían afectar
a la fuerza con la que se encontraba cargada la espada, se podría decir que la
espada y los rayos se enfrentaban en términos de igualdad. Merrick
acuchillaba y golpeaba con rapidez; cada roce de la mortal hoja abrasaba a
uno de los reptantes gurs.
Se había percatado de que no podían mantener eternamente la habitación
ante el ataque de los hombres-serpiente. Una rápida mirada por encima de su
hombro le mostró que Narna se encontraba próxima a su espalda y, junto a la
puerta trasera, Jhalan había formado un montón con los cuerpos abrasados de
los gurs, y luchaba escudándose en él.
El architraidor estaba empleando toda su maestría en el arte de la esgrima,
la cual —Merrick lo sabía por experiencia— era considerable.
Los gritos silbantes de los reptantes gurs ahogaban cualquier otro ruido.
Los rayos brillantes y la radiante espada de luz se cruzaban y chocaban entre
sí, como relámpagos.
En ese momento, Merrick tenía ante sí un montón de cuerpos de gurs
abrasados, al igual que había hecho Jhalan, pero otros gurs reptaban por
encima del montón para atacar con sus rayos.
De repente, se oyó un potente sonido por encima del silbante murmullo,
monótono y sordo de los hombres-serpiente; un sonido que creció hasta llenar
toda la ciudad de Gur. —¿Qué es eso, chan Merrick? —gritó Narna. Merrick
le respondió:
—¡Los dortas se han alzado! ¡La revuelta ha comenzado!

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V
El fin de la batalla

E
l sordo bramido, procedente de toda la ciudad, aumentó de volumen por
momentos. Por los gritos silbantes que se oían en el exterior, Merrick se
percató de que ahora los gurs se habían dado cuenta de que sus esclavos
humanos se estaban alzando contra ellos y se apresuraban a prepararse para
enfrentarse al ataque de los dortas.
Merrick había esperado que los hombres-serpiente que les atacaban se
unirían a los demás para combatir a los dortas, pero sin embargo realizaron un
nuevo asalto contra ellos, presionando aun con más furia, como pensando que
primero debían liquidar a Merrick y a Jhalan y después unirse a los otros gurs.
Merrick comenzó a sentirse cansado conforme grandes cantidades de gurs
descansados trepaban por encima de los muertos para atacarle con sus rayos.
Una mirada hacia atrás le bastó para darse cuenta de que Jhalan también
estaba luchando, con fiereza, para defender la otra puerta.
Merrick podía oír el bramido de la batalla acercándose cada vez más a
donde se encontraban y se percató de que los dortas debían estar presionando
a los gurs hacia el interior, en dirección al centro de la ciudad; comprendió
con qué ferocidad debían estar luchando los esclavos humanos contra los
señores hombres-serpientes.
Pero ¿podrían llegar los dortas, dirigidos por Holk, Jurul, Arlak y Shala, al
círculo interno a tiempo de salvar a Narna?
A Merrick, cuyos pensamientos corrían en una alocada carrera, le parecía
que no, porque, aunque el sonido de la batalla que se libraba en el exterior era
cada vez más fuerte, conforme el ataque dorta penetraba hacia el interior, él y
Jhalan estaban siendo ahora asaltados por los gurs a los que mantenían a raya
con una furia que no cesaba.
Merrick pudo escuchar los gritos de los dortas que luchaban en el círculo
interno de la ciudad de los gurs.
De repente, los gurs que atacaban a Merrick cambiaron de táctica;
modificaron de dirección los rayos, dirigiéndolos a la pared de metal, a los
dos lados de la puerta que defendía el terrestre. El objeto de los gurs era…
¡ensanchar esa puerta!
Merrick, vio cómo se desmoronaba la pared por la acción de los rayos
brillantes, dándose cuenta —mientras daba estocadas a izquierda y derecha a

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los gurs que se arremolinaban ante él— que, en un momento más, la abertura
sería demasiado ancha como para poderla defender.
Pero de repente los hombres-serpiente se apartaron de Merrick para luchar
contra los dortas que iban llenando el salón exterior. Los rayos de los
humanos, manejados con la inhumana ferocidad de los esclavos que
avanzaban, segaban a los gurs en venganza por generaciones de esclavitud.
Se amontonaron alrededor del lugar en donde se encontraba Merrick
sorprendido, en la puerta que había estado defendiendo. Tres de ellos saltaron
hacia Merrick.
Reconoció a Holk, Jurul y Arlak, con los rostros enrojecidos por la
excitación, mientras gritaban elevando sus voces en el fragor de la batalla,
que todavía seguía en la plaza central del círculo interior.
—¡En el nombre del sol! —gritó Holk—. ¡Hemos desencadenado algo
importante aquí! ¡Los dortas han arrastrado a todos los gurs de la ciudad al
círculo central y allí los están matando! ¡Se han vuelto locos!
Arlak gritó, con sus ojos medio enloquecidos:
—¡Sí, locos por vengarnos! ¡Dejad que los maten, que no escape ningún
gur esta noche mientras quede en pie un dorta que le pueda matar!
Jurul preguntó en alta voz:
—Chan Merrick, ¿dónde está Jhalan? ¿Y Narna?
—Narna y Jhalan están aquí conmigo.
Merrick, antes de continuar su respuesta se volvió y dijo:
—Jhalan me ayudó, pero… —¡Se habían marchado!
¡Marchado! Ni Jhalan ni Narna se encontraban en la habitación. En la
puerta trasera, que había defendido Jhalan, únicamente se encontraba una pila
de gurs muertos.
—¡Ha sido Jhalan! —exclamó Merrick—. Mató a los gurs que se
encontraban en la puerta y luego se llevó a Narna mientras yo seguía
luchando aquí.
De un salto, Merrick se dirigió a la puerta trasera de la habitación y pasó a
través de ella antes de que los otros pudieran seguirlo; la puerta le condujo a
otra habitación y a un corredor de bajada que salía del edificio.
Merrick salió de golpe a la vez que miraba para encontrar alguna señal de
Jhalan y de Narna.
Alrededor del círculo central de la ciudad de Gur podía verse una escena
de locura. Estaba llena de masas de dortas que combatían con un ansia de
sangre insana, persiguiendo a los grupos reptantes de gurs, a los que
alcanzaban y aniquilaban con los rayos brillantes.

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Durante un instante, Merrick, espada de luz en mano, miró con
desesperanza aquel paisaje, que parecía un infierno más que una batalla.
Luego gritó. Cerca de la estructura mayor que se encontraba en el centro
del círculo vio la nave aérea corliana que había divisado cuando Jhalan y él se
habían aproximado, a hurtadillas, al círculo interior… la nave aérea de Jhalan
de la que se habían apoderado los gurs.
Merrick vio ahora, a través de las hordas de dortas y gurs que luchaban
entre sí, que Jhalan corría hacia la nave, llevando velozmente a Narna, atada,
entre sus brazos.
Merrick gritó nuevamente; olvidando el combate que se desarrollaba a su
espalda, se lanzó hacia delante, a través de un caos de hombres-serpiente,
dortas y rayos. Vio como Jhalan dejaba caer la figura indefensa de Narna
sobre la cubierta y saltaba a los controles de la aeronave.
Merrick oyó los gritos de Holk y Jurul tras él.
¡La nave aérea se estaba elevando! Merrick todavía se encontraba a unos
cuantos metros, pero saltó hacia delante y hacia arriba. Sus dedos se aferraron
a la barandilla de popa de la nave y allí se mantuvo con la mano izquierda,
con la espada de luz todavía apretada en la mano derecha.
Desde esta posición saltó a la popa de la nave con la rapidez de un disparo
en medio de la noche.
Conforme la nave pasaba como una flecha por encima de la ciudad
sumida en el caos, en donde los dortas perseguían y mataban a los últimos
gurs, Merrick se irguió en la cubierta de la nave. Vio cómo Jhalan se giraba y
saltaba, a través de la cubierta, hacia la parte de atrás de la aeronave,
empuñando la espada de luz. Jhalan saltó por encima del cuerpo atado de
Narna e inmediatamente su espada de luz chocó con la de Merrick.

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Se encontraban luchando sobre la oscilante cubierta de la nave aérea
mientras esta aceleraba, en un vuelo sin piloto a través de la noche.
Una extraña calma invadió a Merrick mientras la brillante hoja de su
espada chocaba con la de su adversario. Se había dado cuenta de que había
llegado el momento, tal y como le había predicho a Murnal, en el cual las
espadas de luz de Jhalan y de Merrick se habrían desenfundado por tercera y
última vez para luchar una contra la otra; también se percató de que uno de
los dos iba a morir.

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Lanzó una estocada lateral, paró otra, como si se tratara de un golpe de un
amigo en un ejercicio de esgrima. En el otro lado, la figura oscura de Jhalan y
su sonrisa sardónica acompañaban cada una de sus estocadas; la cara de
Merrick seguía rígida y sus ojos brillantes.
Era el más extraño de los duelos, reñido con mortales espadas de luz
brillante sobre la cubierta de una nave aérea, que aceleraba a través de la
oscuridad sin ser dirigida por ningún piloto, alejándose de la ciudad de los
gurs.
Merrick dio un paso al frente, luego otro. Las dos brillantes espadas
parecían relámpagos, cada vez más rápidos, agujas de luz que tejían una red
de muerte entre los dos hombres.
Nuevamente, Merrick presionó hacia delante. Estaba luchando con una
habilidad con la que él no pensaba que pudiera luchar.
La sonrisa de Jhalan desapareció de su rostro y sus ojos llegaron a tomar
un aspecto mortal; empuñaba una hoja que parecía atacar a Merrick por todas
partes.
Por el contrario, Merrick, poseído por una fuerza que no era la suya, le
seguía haciendo retroceder hacia la proa del veloz navío aéreo. Pasaron junto
a Narna, atada e indefensa en la cubierta; observaba la lucha en silencio, sin
que sus ojos manifestaran ningún temor.
Siguieron luchando mientras la nave surcaba el cielo a toda velocidad,
sobre la oscura jungla. En ese momento, las siluetas de Merrick y de Jhalan se
recortaron oscuras sobre el fondo brillante de la luminosa muralla de luz.
La nave aérea, sin que nadie dirigiera sus controles, se estaba dirigiendo a
toda velocidad hacia… ¡la brillante muralla de muerte!
Merrick comprendió la situación. Su brillante hoja comenzó a moverse
con mayor rapidez. Una vez en la proa de la nave, Jhalan no podía retroceder
más, pero, aunque presionaba al traidor, no podía penetrar la maravillosa
guardia de su oponente.
Finta, estocada, parada, clic, clic, cada momento que transcurría se
encontraban más próximos a la muralla de la muerte. Jhalan se encontraba en
la proa de la aeronave; no podía ir más atrás. Su espada se movía con tal
rapidez que el ojo casi no podía seguirla; sin embargo, Merrick, en aquel
duelo en el que un simple roce de cualquiera de las dos brillantes hojas
significaba morir abrasado, no era un esgrimidor inferior al traidor.
Ahora, la nave aérea, conforme se aproximaba a gran velocidad a la
inmensa muralla de muerte brillante, osciló impulsada por las corrientes de
aire. Merrick leyó en los ojos de Jhalan que el corliano, con todo perdido,

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prefería luchar hasta que los tres se introdujeran dentro de la muralla y
perecieran antes que rendirse.
Todo el mundo ante Merrick parecía disolverse entre el brillo que emitía
el muro, mientras él, con su sable de luz, luchaba como nunca hubiera soñado
que podía hacerlo.
De repente se oyó la risa de Jhalan que gritaba:
—Chan de lo desconocido, pienso que nos vamos a ir juntos al lugar de
donde has venido.
Mientras gritaba, la aeronave seguía avanzando, sin dejar de oscilar, hacia
la mortal barrera de luz; en un momento, se encontraría dentro la misma.
—¡No! —gritó Merrick en aquel momento—. ¡Los dos no!
A la vez que daba este grito, saltó con un salvaje impulso; en ese
momento, la nave osciló con violencia, lo que fue la causa de que, al caer a
cubierta, saliera lanzado hacia delante y sus pies abandonaran el suelo,
cayendo al suelo; aunque atontado por el golpe, siguió manteniendo su espada
en la mano. Jhalan saltó hacia el terrestre, con la espada alzada y el rostro
brillante con el triunfo que pensaba obtener.
Merrick se dio cuenta de que aquello era el fin y se jugó todo a la última
carta, por pequeña que fuera la probabilidad que le quedaba. Desde donde
yacía en cubierta, echó su brazo hacia atrás y arrojó su espada en dirección a
Jhalan. Su espada avanzó por el aire, desde el mismo momento en que
abandonó su mano, con poca velocidad y sin fuerza.
Sin embargo, golpeó la brillante hoja de la espada de Jhalan, que se
encontraba alzada, y la hizo caer de forma que golpeó de plano el hombro del
traidor.
Se produjo un fogonazo en el momento en que la fuerza mortal de la
espada abrasaba a su poseedor. Jhalan cayó convertido en un montón de carne
abrasada y sin vida.
Merrick se puso en pie de un salto. Inmediatamente ante ellos se alzaba la
brillante muralla de la muerte, inmensa, alcanzando los cielos con su luz. Sus
manos tomaron los controles en el momento justo para apartar a la aeronave,
virando ante la muralla de muerte en la que iba a penetrar.
Merrick, medio aturdido por los sucesos de aquella noche, caminó dando
traspiés hacia atrás y deshizo los nudos que Jhalan había atado con
apresuramiento para amarrar a Narna.
Cuando la nave descendió su velocidad y se paró en mitad del aire,
Merrick y Narna se abrazaron en silencio.

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Un grito llegó a ellos desde la oscuridad de la noche; una aeronave
semejante a la suya descendía hacia ellos. Holk, Jurul y Arak asomaban desde
la barandilla de la proa de la nave que se aproximaba. En cuanto estuvieron al
lado, saltaron a la nave de Merrick.
Holk gritó y sus ojos se abrieron de par en par como los de un gato
cuando vieron el cuerpo abrasado y sin vida de Jhalan.
—¡Chan Merrick! ¡Narna!
Luego, comenzó a explicarle lo ocurrido aquella noche:
—Chan Merrick, te vimos saltar sobre la nave de Jhalan y te seguimos en
uno de nuestros navíos, y… ¡Jhalan está muerto!
Con gesto cansado Merrick corroboró:
—Jhalan está muerto.
En ese momento, Holk juró:
—¡Por el sol! ¡Mira que haberme perdido la mejor pelea de la historia de
Kaldar!
—¡Pelear sobre la cubierta de una aeronave que se dirigía directamente
hacia la muerte! —exclamó Jurul.
Arak también intervino exclamando:
—¡Y eso después de habernos ayudado a los dortas a liberarnos de los que
eran nuestros amos desde el más remoto pasado!
Merrick le hizo gestos con las manos para que cesaran en sus alabanzas y
comenzó a darles órdenes diciendo:
—Holk, tú y los demás volveréis a la otra nave aérea; mantenedla al lado
de esta, estaré contigo en un momento.
Holk le miró sorprendido pero obedeció; él, Jurul y Arlak ayudaron a
Narna a pasar a la otra nave por encima de la barandilla.
Una vez que hubieron abandonado la aeronave, Merrick giró y se dirigió a
los controles de la nave, pasando por encima del cuerpo abatido y quemado
de Jhalan; hizo que la nave girase su proa dirigiéndola nuevamente hacia la
brillante y mortal muralla. Cuando la nave comenzó a ganar velocidad,
caminó rápidamente por cubierta y saltó a la aeronave de sus amigos que
esperaba al lado de la otra nave.
Holk detuvo la nave y todos sus ocupantes, en silencio, observaron como
la oscura aeronave que llevaba como única tripulación el cuerpo muerto de
Jhalan se dirigía por el aire hacia la brillante muralla.
Vieron cómo el tamaño de la nave disminuía; al acercarse a la pared de
luz, llegó a ser una simple mancha negra.

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Entonces Merrick, con su brazo sobre los hombros de Narna, llegó a
percibir ligeramente una pequeña variación en la brillante radiación de la
muralla, que por un momento, hizo oscilar su visión. Luego desapareció
cualquier vestigio de la nave, como si todo se hubiera desintegrado por la
mortal fuerza radiactiva de la brillante pared.
Durante un tiempo, miraron en silencio la brillante muralla; luego sonó la
poderosa voz de Holk, que decía con tranquilidad, volviéndose hacia ellos:
—La batalla ha terminado para Jhalan. Ciertamente, se podrán decir de él
muchas cosas; pero, en cualquier caso, no se puede negar que fue un
magnífico luchador.
Sin decir una palabra, Merrick, con Narna pegada a su lado, asintió con la
cabeza.
Jurul había estado mirando hacia abajo, hacia la ciudad de Gur, en donde
los salvajes gritos de los victoriosos dortas estaban ya disminuyendo su
volumen tras haber aniquilado al último hombre-serpiente.
Este corliano se dirigió hacia ellos y les dijo con voz tranquila:
—Volvamos también nosotros. ¡La batalla ha terminado!

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VI
Merrick, chan de Corla

C
uatro días más tarde, las cuatro aeronaves que les quedaban a los
corlianos se elevaron desde la ciudad de Gur. En la primera de ellas
viajaban Merrick y Narna, junto con Holk y Jurul.
Gur era ahora la ciudad de los dortas, aunque había sido una dura tarea; la
ciudad se había limpiado de los cadáveres de los gurs y de los destrozos
producidos en la salvaje batalla que se había reñido allí. Ahora Arlak
gobernaba allí como chan de los dortas.
Al despedirse de Arlak y de los dortas, habían prometido hacerles visitas
en el futuro y mantenerse comunicados entre sí.
Ahora, las cuatro naves aéreas de Merrick volaban sobre la jungla carmesí
dirigiéndose hacia la eternamente brillante muralla. Conforme avanzaban iban
ascendiendo, ascendiendo, hasta que la jungla se encontró a varios miles de
metro por debajo de las naves.
Luego se lanzaron disparados a toda velocidad, atravesando la barrera por
donde las radiaciones eran más débiles a causa de la altura.
La ruta del vuelo se dirigió continuamente hacia el sur, hacia Corla. Por el
día, bajo el rojo fulgor del enorme Antares; por la noche, bajo la miríada de
lunas que iluminan a Kaldar.
Al final del tercer día, cuando se aproximaban al gran anillo de montañas
de metal negro que circundan a Corla, fueron recibidos por las aeronaves
corlianas de exploración, algunas de las cuales se dirigieron a toda velocidad
hacia la ciudad para llevar la noticia del retorno de Merrick y sus amigos.
Por ello, cuando las cuatro aeronaves descendieron finalmente en la gran
plaza central de Corla, encontraron que tanto la plaza, como las calles
adyacentes y las pirámides cubiertas de terrazas, se encontraban llenas de una
masa de hombres y mujeres que les vitoreaban.
Merrick volvió a ascender al estrado del chan; allí se encontró envuelto en
las imponentes ondas de sonido causadas por los miles de habitantes de Corla
que saludaban a su chan.
Cuando descendió del estrado y caminó junto con Narna, Holk y Jurul
hacia la gran pirámide del chan, lo hizo por un sendero abierto en una masa
de personas que no paraban de vitorearle.

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En las salas situadas en la parte superior de la pirámide de chan, Murnal le
saludó con lágrimas en los ojos. Lo único que pudo decirle cuando le estrechó
las manos fue:
—¡Chan Merrick! ¡Estaba seguro de que regresarías trayendo a Narna!
Cuando Murnal escuchó el relato que le hicieron de sus aventuras no pudo
evitar decir:
—De forma que Jhalan ha muerto, y los grandes gurs ya no existen. En
verdad, ¡oh, chan!, tú eres de otro mundo; nadie de este habría sido capaz de
realizar semejante tarea.
—No lo hice yo sólo —replicó Merrick—. Holk, Jurul, Arlak y los dortas
me ayudaron. —Y luego añadió—: Ciertamente la venganza que se tomaron
los dortas sobre sus amos, los hombres-serpiente, fue muy sangrienta.
—Sí —reconoció Jurul—. Por una vez pienso que Holk ha tenido la lucha
suficiente para quedar satisfecho.
A esta observación, Holk replicó:
—¡Yo no estoy de acuerdo! ¡Lamentaré hasta el final de mis días el
haberme perdido la última pelea entre el chan Merrick y Jhalan!
Cuando Holk y Jurul hubieron partido, Murnal quedó con ellos
escuchando el relato de sus aventuras; después, también él los abandonó.
Entonces, Merrick y Narna se dirigieron hacia el gran ventanal mirando hacia
el exterior.
Antares, enorme y rojo, se estaba poniendo; su brillante borde rojizo
estaba desapareciendo tras el horizonte; sus rayos rojos iluminaban
esplendorosamente las poderosas pirámides de Corla, a las multitudes que
atestaban sus calles y a las naves aéreas que volaban y descendían sobre ellos.
Merrick miró hacia fuera con su brazo sobre los hombros de Narna,
recordando, cómo él, un aturdido aventurero de la tierra, había visto por
primera vez, desde esa misma ventana, aquella misma escena.
La luz rojiza postrera se extinguía en el oriente, mientras la oscuridad
avanzaba rápidamente a través del cielo que tenía ante sí.
Las luces brillaban sobre las pirámides que tenían a su alrededor y
también sobre las aeronaves que zumbaban en el aire; se oían risas y voces
excitadas.
Hacia oriente, la luna verde de Kaldar y dos de las rojas ya habían salido y
estaban ascendiendo en el cielo, pero Merrick y Narna miraban hacia arriba,
hacia las estrellas que brillaban a través de los cielos, semejantes a un dosel
cubierto de joyas luminosas.
Merrick señaló hacia lo alto, a una estrella de débil luz amarilla, y le dijo:

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—Narna, esa es la estrella y el mundo de donde yo vengo.
Ella le miró en silencio y le preguntó:
—¡Oh, chan! ¿Volverás a irte a tu mundo?
El rio, moviendo su cabeza en sentido negativo, y dijo:
—No podría volver aunque quisiera, porque en el momento de retornar,
una semana después de mi segunda llegada a Kaldar, cuando debía haberme
colocado en el estrado del chan para ser devuelto a mi mundo, me encontraba
muy lejos en dirección el norte, contigo y con el resto.
Entonces Narna dijo con un grito:
—¡Chan Merrick! Por salvarme a mí… ¡has perdido la oportunidad de
regresar a tu mundo!
El negó con la cabeza y la atrajo junto a sí a la vez que le decía:
—Narna, ese ya no es mi mundo; por mi voluntad yo nunca volveré allí,
porque yo, Stuart Merrick, ya no soy de la Tierra. ¡Soy Merrick, Chan de
Corla!

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EL GRAN CEREBRO DE KALDAR

I
Sobre un mundo lejano

E
l sol que estaba brillando en el cielo era un inmenso sol carmesí, una
esfera increíble cuyo círculo llenaba una tercera parte de los cielos.
No se trataba del familiar sol amarillo de la Tierra, sino que se
trataba del gigantesco sol rojo de Antares, situado a mucha distancia de la
Tierra, a través del universo estrellado. A pesar de todo, el hombre que se
encontraba de pie en la terraza, bañado por la luz de tono rojizo, era un
terrestre. Alto, delgado, bronceado, vestido con una túnica corta de metal
negro tejido y que portaba una espada larga en su cadera; Stuart Merrick
miraba pensativamente al enorme sol naciente.
Se volvió de golpe cuando una joven se acercó a él; la joven tenía un
cuerpo delgado y muy femenino, vestido como el terrestre con una corta
túnica de metal.
Sus ojos oscuros, situados en un rostro rojizo y finamente cincelado, se
encendieron cuando saludó al terrestre, deslizando sus brazos en torno a su
cuello y preguntando:
—No estarás soñando de nuevo con ese mundo lejano del que viniste,
¿verdad, mi chan?
Merrick sonrió y le contestó:
—No, Narna, este mundo de Kaldar es ahora mi mundo.
Dirigió su mano hacia la escena que aparecía ante ellos, a la luz rojiza del
sol.
Se encontraban en la terraza de un poderoso edificio de forma piramidal,
construido de metal negro; al frente se extendía una gran ciudad, formada de
pirámides semejantes a aquella en la que se hallaban.
La ciudad negra se encontraba llena de jardines de una vegetación color
rojo sangre; sobre la urbe, zumbaban aeronaves brillantes y delgadas, que

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iban y venían.
A varios kilómetros de los límites de la ciudad, se alzaba una magnífica
barrera de montañas de metal negro. Merrick sabía que más allá de la muralla
se extendía la jungla carmesí que cubría una gran parte del poco explorado
mundo de Kaldar.
La ciudad que se encontraba ante Merrick era su ciudad, la ciudad de
Corla de la cual él era el chan o gobernante. Stuart Merrick era un aventurero
a quien un grupo de científicos de la Tierra, en el curso de un experimento,
había proyectado a través del espacio hasta aquel mundo lejano; allí, su valor
y la fuerza de su brazo le habían ganado el liderazgo de aquella raza.
Él, un terrestre, ¡caudillo de una raza en un mundo de Antares!
Incluso ahora lo que había sucedido le parecía irreal. Pero el sentimiento
de irrealidad se desvaneció, como siempre, cuando sintió sobre su brazo los
cálidos dedos de su esposa Narna, la joven corliana a quién había amado, por
la que había luchado y a la que había ganado.
Entonces, ella le miró de arriba abajo y le dijo:
—Aquí vienen Holk y Jurul; todo debe estar preparado para que se pueda
iniciar el viaje.
Los dos guerreros corlianos penetraron, dando largos pasos, en la terraza.
Uno de ellos era grande, fuerte y con aspecto de oso; el otro delgado y con
aspecto de estar siempre en tensión. Holk, el más grande de los dos guerreros,
informó:
—Chan Merrick, la nave aérea está preparada; pero antes de partir en este
viaje hacia el norte, para visitar al pueblo de los dorias, quisiera que se hiciera
un cambio.
—¿De qué se trata Holk? —le preguntó Merrick—. ¿Tiene algo que ver
con la aeronave que va a partir?
—No, se trata de su capitán —replicó Holk—; me gustaría que, antes de
partir hacia el norte, reemplazaras a Rogor por otro capitán.
—¿Qué pasa con Rogor? —preguntó Merrick—. Es uno de los mejores
pilotos de nave aérea que hay en Corla.
El gran Holk asintió con la cabeza y dijo con tono grave:
—Sí, y también es uno de tus peores enemigos; se le ha oído decir que es
una vergüenza que permitamos ser gobernados por ti, un hombre de otro
mundo.
Jurul, el más silencioso de los guerreros, añadió:
—Es cierto chan, este Rogor no te tiene ningún cariño.

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—Pero esto no significa que sea desleal; olvidad vuestras preocupaciones
y partamos —les contestó Merrick, riendo.
Mientras él y Narna caminaban tras los dos guerreros, dirigiéndose a la
aeronave que llevaría de viaje al norte, para visitar a la raza aliada de los
dortas, Merrick sonrió a la joven y le dijo:
—Holk y Jurul ven traidores en todas partes.
—Tienen razón —repuso Narna con seriedad—. En Corla, por ser de un
mundo diferente, todavía te odia más de uno.
Cuando subieron a la cubierta de la aeronave, larga y con forma de
torpedo, fueron recibidos por un corliano de aspecto atlético y rostro afilado,
que llevaba el emblema de capitán en su túnica. Merrick correspondió al
saludo del hombre con un estudio de su persona un poco más largo que el
habitual, ya que se trataba de Rogor, aquel de quien Holk desconfiaba.
Rogor informó a su superior:
—Chan, todo está dispuesto para partir. —Dudó un momento y luego
añadió—: Quiero darte las gracias.
Entonces, Merrick le preguntó:
—¿Darme las gracias a mí? ¿Por qué?
—Por permitirme seguir en este viaje, al mando de tu aeronave —repuso
Rogor—; sé que algunas personas han propagado rumores de que te soy
desleal; por eso he estado ansioso por ver si me relevabas o no del mando de
la nave.
Cuando Merrick le miró a ojos —que juzgó sinceros—, se sintió medio
avergonzado por haber escuchado las sospechas de Holk. Luego le dijo al
capitán:
—Rogor, no tengo ninguna duda acerca de tu lealtad.
Con rapidez, Rogor impartió órdenes a la tripulación. En breve, los
motores de propulsión, que se encontraban en la popa, comenzaron a zumbar
ruidosamente y la nave despegó inclinada a la roja luz del sol.
Circundó a gran altura el cielo de Corla, con sus elevadas pirámides,
luego tomó rumbo hacia el norte. Pronto, cruzó sobre las montañas de metal
negro que rodean la ciudad, llenas de abismos, picos y grandes montañas
escarpadas. Ante ellos se extendía el mar de la jungla escarlata, densa y
compacta hasta donde la vista alcanzaba. Altísimos árboles con follaje
escarlata, extraños brotes hinchados de musgo, de un tamaño inmenso.
Merrick sabía que la gran jungla roja cubría la mayor parte del mundo de
Kaldar.

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Se preguntó, igual que lo había hecho muchas veces antes, cómo serían
los extraños seres que podían ocultarse cubiertos por la inmensidad de aquella
misteriosa jungla. Nuevamente, se sentía atrapado por el deseo de descubrir
los secretos ocultos de aquel inexplorado planeta.
Mientras la nave aérea proseguía su rumbo hacia el norte a toda velocidad,
cayó la noche. Hasta que el brillante disco rojo de Antares no desapareció tras
el horizonte, la oscuridad no se extendió sobre Kaldar. En el cielo, por el lado
de oriente, apareció una luna carmesí, que con su brillo de luz desvaída
comenzó a iluminar la noche. Era una de las cinco maravillosas lunas de
Kaldar, de las que cuatro eran rojas y una verde.
Cuando salieron las lunas, su luz reveló a Merrick que seguían sobre la
oscura jungla; en ella se percibía el movimiento de cosas brillantes, y el
terrestre sabía que se trataba de los terribles monstruos protoplasmáticos que
habitaban allí.
Finalmente, Merrick se retiró al pequeño camarote que tenía asignado
junto con Narna. Holk y Jurul se despidieron de él en la puerta del camarote,
medio adormilados. Atrás, en la popa, el timonel seguía apoyándose en la
rueda del timón de la nave aérea, sin dejar de vigilar el curso de la nave. La
última sensación que tuvo Merrick cuando cayó dormido fue el sonido del
viento que aullaba en el exterior del camarote de la nave aérea. Cuando
despertó, no podía recodar cuánto tiempo había dormido, y su despertar fue
brusco.
Había sido el grito de Narna lo que le había despertado. Intentó levantarse
pero no pudo, y así se dio cuenta de que estaba atado de pies y manos, con
estas detrás de la espalda. Se removió hasta conseguir sentarse y, mientras lo
hacía, llegó a oír una risa burlona.
El camarote se encontraba completamente iluminado, aunque la nave
aérea todavía volaba en medio de la noche. Al otro lado del camarote dos
miembros de la tripulación estaban sujetando a Narna. Holk y Jurul se
encontraban tendidos en la puerta del camarote, también amarrados como se
encontraba el terrestre. Por encima de Merrick, mirándole triunfalmente,
directamente a la cara, se encontraba Rogor, que en tono de burla le preguntó:
—Y bien, chan Merrick, ¿no reconoces a tu fiel servidor?
El cerebro de Merrick, completamente estupefacto, comenzó a entender la
situación.
—Rogor, ¿qué significa esto?
Rogor le contestó con frialdad.

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—Significa que yo, y los amigos que he alistado como tripulación de esta
nave, ya no vamos a obedecer tus órdenes.
Merrick se dio cuenta de la situación y le dijo:
—¡Dios mío! ¡Eres un traidor!
—¡Sí! Soy un traidor que te ha traicionado a ti, al extraño de otro mundo
que ha usurpado el poder en Corla.
—¡Eres un traidor! Tal y como Holk había dicho. —En ese momento un
sentimiento de total amargura se apoderó del ánimo del terrestre, que dijo—:
Holk, esto ha sido por mi culpa, y no habría pasado si te hubiera escuchado.
—La culpa solo es de ese miserable de corazón negro —repuso Holk con
un gruñido—, cuyo cuello quebraré con mis manos en cuanto me libere de
mis ataduras.
Merrick miró fijamente al traidor y le dijo:
—¿Qué vas a hacer con nosotros? Tú y tus seguidores no podéis regresar
a Corla.
—No tengo interés en volver —repuso Rogor con calma—. ¿Has oído
hablar del Gran Cerebro de Kaldar?
La mirada cargada de extrañeza de Merrick fue la respuesta. Rogor le
explicó al terrestre:
—Por la expresión de tu rostro, deduzco que nunca has oído hablar de él.
Se rumorea que en el noreste de Kaldar existe un poder, un ser al que llaman
el Gran Cerebro. Ahora nos dirigimos en esa dirección. Voy a encontrarme
con ese cerebro y a hacer una alianza con él, de forma que no necesite volver
a Corla. Narna vendrá conmigo, como una venganza adicional contra ti, y
porque la encuentro hermosa.
Rogor hizo un alto y después continuó diciendo.
—En lo que se refiere a ti y a estos dos imbéciles, nos desembarazaremos
de vosotros aquí y ahora mismo; va a ser muy sencillo, simplemente os vamos
a arrojar por la borda.
De repente, Merrick hizo un tremendo esfuerzo por romper sus ataduras,
pero sin embargo estas aguantaron. Ante la inutilidad del esfuerzo, dejó que
sus músculos se relajaran.
—De acuerdo —dijo Rogor fríamente, hablando a sus hombres—, coged
a estos y arrojadlos por encima de la barandilla.
Merrick, con los ojos fijos en los de la joven, dijo mientras los traidores le
agarraban:
—Adiós, Narna.

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—Adiós, chan Merrick —repuso ella con firmeza—. Si mueres, estáte
seguro de que en poco tiempo yo iré en pos tuyo.
—Un emocionante adiós —espetó Rogor—. Lleváoslos fuera.
Merrick sintió cómo lo sacaban del camarote. Un golpe de aire frío, en la
oscuridad del exterior, le azotó el rostro. El y sus amigos fueron alzados y
colocados, oscilando, en la barandilla que rodeaba la cubierta, mientras la
tripulación se disponía a arrojarlos desde la nave.
Merrick se dijo a sí mismo:
—¡Esto no puede suceder! ¡No he cruzado el Universo y luchado contra
todos los hostiles peligros de este mundo para terminar de este modo! De un
momento a otro despertaré y me reiré, junto a los otros, de esta pesadilla.
Pero mientras se decía esas palabras a sí mismo, los tripulantes de la nave
lo alzaron con fuerza y le empujaron; después, Merrick oyó cómo el viento
aullaba en sus oídos mientras caía a través de la oscuridad.

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II
Los hombres invisibles

L
a caída de Merrick fue de corta duración, pues, en el momento en que
los arrojaron, la nave aérea estaba volando a muy baja altura sobre la
jungla. Pero duró lo suficiente como para que pudiera ver, brevemente,
mientras caía en la oscuridad, el suelo hacia el que se dirigía y con el que, al
chocar, acabarían todas las cosas.
Finalmente chocó… suavemente, contra una densa masa de tal sustancia
que… ¡a pesar del choque no resultó dañado!
Durante un instante yació asombrado por el hecho de encontrarse vivo y
consciente; luego movió sus brazos y piernas, que seguían amarrados, y se dio
cuenta de que yacía sobre una gran masa compuesta de fibras blandas e
hinchadas; al instante comprendió que, por su muy buena fortuna, había
aterrizado en la oscuridad sobre uno de aquellos brotes hinchados de musgo,
el cual había amortiguado su caída.
Oyó por detrás una expresión ahogada, pronunciada en voz alta; entonces
recordó a sus dos amigos, que habían sido arrojados por encima de la
barandilla junto con él.
Los llamó en medio de la oscuridad.
—¡Holk! ¡Jurul! ¿Os encontráis bien?
La voz amortiguada de Holk llegó hasta el terrestre.
—¿Eres tú, chan Merrick? Tengo la boca llena de esta maldita sustancia,
pero, por lo que se ve, estoy bien.
Entonces se oyó la débil voz de Jurul que decía:
—Yo también chan, pero ¿qué es lo que pasó para que todavía estemos
vivos?
—Cuando nos arrojaron —explicó Merrick— fuimos a caer en este brote
de musgo; tuvimos suerte, pues teníamos una probabilidad contra mil.
Mientras hablaba, se giró y pudo ver, en dirección noreste, un pequeño
punto de luz en el cielo iluminado por las lunas que iba disminuyendo de
intensidad. Exclamó, con un amargo autorreproche:
—¡Ahí va la nave aérea! Capitaneada por Rogor y con Narna en su poder.
¡Si te hubiera escuchado, Holk…!
Holk le contestó con un gruñido.

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—Yo tengo más que reprocharme que tú, chan Merrick, porque sabía que
Rogor era un traidor, pero no fui capaz de descubrirle. Pero no temas, a
cualquier lugar al que lleve a Narna, a ese gran cerebro del que ha hablado o a
cualquier otro sitio, lo seguiremos y lo encontraremos.
La tranquila voz de Jurul cortó el discurso de Holk.
—No podemos seguirlos muy lejos, hasta que tu privilegiado cerebro
encuentre una forma de liberarnos de estas ataduras.
Holk juró en la oscuridad.
—Mi privilegiado cerebro… Jurul, cuando estemos libres, lo primero que
voy a hacer es enseñarte a tenerle respeto a los que son mejores que tú. —
Luego continuó—: Chan Merrick, dirígete rodando a mi lado y procuraré
morder tus ataduras; y luego probaré con Jurul.
Merrick avanzó rodando sobre la suave masa de musgo hasta que chocó
con el extendido cuerpo de Holk; tras darse muchos golpes, doblarse y
retorcerse, consiguió colocar sus manos atadas frente al rostro de Holk.
Después, el gran guerrero comenzó a morder las ataduras. Las cuerdas eran
fuertes y resistieron los dientes del guerrero. Merrick oyó gruñir a su amigo
mientras tenía las ataduras entre sus dientes.
Por entonces, los ojos de Merrick se habían acostumbrado al tenue brillo
de la luz de las lunas que iluminaba el claro en el que se encontraban; de
repente se percató de que los innumerables pequeños sonidos producidos por
las pequeñas formas de vida que les rodeaban habían cesado.
Un silencio fantasmal había invadido bruscamente aquella parte de la
jungla. Los pequeños seres voladores y saltadores, aparentemente, habían
abandonado su vecindad. Merrick se preguntó sobre este hecho mientras Holk
seguía mordiendo. Luego, un sonido, que nunca antes había escuchado,
alcanzó sus oídos; un sonido fuerte, suave y rechinante.
Merrick dijo de repente:
—¡Holk, escucha! ¿No te suena como algo que se aproxima?
Holk dejó de morder; el sonido, semejante a un crujido, era cada vez más
fuerte; entonces el gran guerrero exclamó:
—¡Por el sol! ¡Es uno de los monstruos protoplasmáticos! ¡Esa cosa nos
ha sentido y viene a por nosotros!
La sangre de Merrick quedó helada. No había en Kaldar criaturas más
temidas por los corlianos que aquellas masas de protoplasma sin cerebro que
se deslizaban por las junglas, tragándose a todas las formas vivientes que
encontraban.
—¡Rápido —exclamó Jurul—, apartémonos rodando de esa cosa!

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—¡De esa forma nunca podremos escapar! —replicó Merrick—. ¡Sigue
mordiendo, Holk! Nuestra única esperanza es liberarnos de nuestras ataduras
antes de que esa cosa nos alcance.
Con desesperación, Holk siguió con su tarea; los sonidos rechinantes eran
cada vez más fuertes. También se oía el sonido producido por pequeñas ramas
al quebrarse y de arbustos rompiéndose en la oscuridad, conforme aquella
marea de vida sin mente pasaba a través de la vegetación.
El corazón de Merrick latía con fuerza, mientras observaba el lado
opuesto del claro en el que se encontraban, iluminado por las lunas.
Pocos instantes después pudo ver un pequeño riachuelo plateado, que
parecía mermelada brillante, salir de la oscura jungla y penetrar en el claro. Se
fue haciendo cada vez más ancho y más espeso; otros riachuelos de
protoplasma comenzaron a emerger a lo largo de todos los bordes del claro.
Luego, se fundieron todos y llegaron a constituir una ola de protoplasma que
lentamente avanzaba por encima del brote de musgo en el cual se encontraban
los tres humanos.
La ola se fue espesando hasta formar una pared de protoplasma de casi
dos metros de alto y nueve de ancho; la longitud de la masa de protoplasma
no podía adivinarse, ya que seguía fluyendo suavemente desde la enmarañada
vegetación que rodeaba el claro.
Merrick sintió como, al aproximarse la cosa, se le ponía el pelo de punta;
mientras tanto, Holk seguía tirando salvajemente de sus ligaduras.
Ningún arma podía matar, ni tan siquiera dañar, a aquellas cosas sin
mente; no se les podía herir, pues el protoplasma volvía a fluir y cerraba las
posibles heridas. Desde la masa enorme, un gran tentáculo brillante, o
pseudópodo, se extendió por el suelo para capturar a los tres hombres.
Merrick oyó a Holk gritar de alegría a la vez que sentía, en su espalda, que
sus manos quedaban libres. Frenéticamente comenzó a trabajar con las
ataduras de sus pies, las desató rápidamente y comenzó a desatar las cuerdas
que ataban las muñecas de Holk; en ese momento el pseudópodo le rodeó.

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Le envolvió y comenzó a luchar para arrastrarlo hacia la gran masa
brillante central, en donde sería ablandado y después ingerido. Sin embargo
Merrick fue capaz de soltarse del abrazo viscoso de la cosa y desatar las
ataduras de Holk.
Cuando Holk daba un traspiés intentando levantarse, dos nuevos
pseudópodos avanzaron, rodeándolos. Holk cargó con el cuerpo de Jurul, que
seguía amarrado, y él y Merrick se apartaron de los tentáculos que los
buscaban.

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Se introdujeron dentro de la enmarañada vegetación y pronto dejaron de
oír al lento y fantasmal monstruo. Luego, Holk desató a Jurul, que se puso en
pie rígidamente.
Merrick vio que el cielo oriental era ahora de un pálido y vivo color
rojizo; el poderoso círculo brillante de Antares comenzaba a alzarse del
horizonte.
En pie, miró en dirección hacia el nordeste, con ojos orgullosos y
desafiantes. Luego dijo:
—La última vez que la vimos, la nave aérea volaba con rumbo nordeste;
Rogor dice que su destino, el Gran Cerebro de Kaldar, se encuentra en esa
dirección.
—¿Qué es eso? —preguntó Holk, con ánimo de saber más—. ¡Maldito
sea, si pienso que exista un gran cerebro o cualquier otra cosa en el interior de
esta oscura jungla!
—He oído rumores en Corla —dijo Jurul— sobre ese misterioso,
omnisciente y todopoderoso gran cerebro. A veces se dice que es un cerebro,
otras que es una ciudad y otras que es una raza. Nadie sabe qué se esconde
detrás de esos vagos rumores. Posiblemente Rogor no sepa más.
—Ya sea cerebro, ciudad o raza de seres, vamos a encontrarlo —dijo
Merrick bruscamente—, porque Narna estará allí.
Con cara adusta Holk añadió:
—Y también estará Rogor; conseguirá tener mis manos alrededor de su
tráquea y…
Con un énfasis mortal Merrick dijo:
—Cuando le encontremos, Rogor será mío; pero no le encontraremos si
seguimos esperando aquí; sabemos que ha tomado la dirección hacia el
nordeste, de forma que podemos comenzar nuestro camino.
Iniciaron su caminar a través de la jungla sin más comentarios. El enorme
sol rojo se encontraba entonces alto en el cielo. Caminaron hacia el nordeste
durante las horas de calor de la mañana y las primeras de la tarde; atravesaron
una jungla casi impenetrable por lo enredadas que se encontraban las plantas.
Encontraron más de aquellos terribles monstruos protoplasmáticos, pero se
arreglaron para eludir a estas horribles criaturas.
También tuvieron que evitar a otras de las fantásticas formas de vida de
Kaldar: a unos grandes seres voladores provistos de alas de una sustancia
semejante al cuero, a hongos que se arrastraban y a criaturas monstruosas con
formas de gusano.

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La tensión de los encuentros con estos seres y la lucha contra la
vegetación roja les agotó. Todavía no habían encontrado ninguna señal de que
estuvieran aproximándose a su destino, ni tampoco de que este existiera.
De repente, desde delante, les llegó el sonido rechinante de algo que se
deslizaba, un sonido que bien conocían, y simultáneamente oyeron un grito de
pánico de un humano.
—¡Por el sol! —gritó Holk—. Es uno de esos malditos monstruos
protoplasmáticos y ¡va a apoderarse de un ser humano!
Con excitación, Merrick exclamó:
—Los únicos seres humanos que hay en esta parte de Kaldar, además de
nosotros mismos, son Narna, Rogor y sus seguidores. ¡Vamos rápido!
Corrieron hacia delante, saliendo de la espesa vegetación a una arboleda
muy poco densa, casi un claro. Los árboles tenían la corteza roja. Allí se
quedaron parados ante la vista de una escena asombrosa.
Un monstruo protoplasmático, de gran tamaño, había extendido sus
pseudópodos y, aparentemente, había rodeado a su presa. Desde dentro de los
pseudópodos enrollados se oían los gritos del ser humano capturado por el
monstruo, pidiendo ayuda.
Pero la persona, o el ser que fuera, atrapado por los pseudópodos… ¡era
absolutamente invisible!
Podían ver a los tentáculos curvándose alrededor de una forma sólida,
podían oír los gritos humanos de alguien que agonizaba, pero… ¡no podían
ver a nadie!
—¡Por el sol! —exclamó Holk—. ¡Nos hemos vuelto locos! ¡Hay un
hombre atrapado entre los tentáculos y no podemos verlo!
Jurl dijo en alta voz:
—¿Un hombre invisible? ¡Eso es imposible!
Los pseudópodos se hicieron más numerosos y entonces oyeron un nuevo
grito, más penetrante que el primero. Merrick dijo:
—Invisible o no, se trata de un hombre que está en las garras de ese
monstruo. ¡Hay que salvarle!
Se lanzó en dirección a la cosa; Holk y Jurul le siguieron pegados a sus
talones.
Golpearon los tentáculos, de una sustancia parecida a la mermelada, con
sus pesadas armas y, momentáneamente, consiguieron cortarlos.
Sin sufrir ningún daño, el protoplasma cortado se volvió a unir
rápidamente con el cuerpo principal, pero, entre tanto, Merrick buscaba en el
suelo alguna señal de la víctima que había estado atrapada por los tentáculos.

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Sus manos encontraron el cuerpo caliente de un hombre. Este cuerpo era
absolutamente invisible para Merrick, pero era tan sólido y real como el suyo.
Mientras Holk y Jurul hacían caer una lluvia de golpes sobre los nuevos
pseudópodos que aparecían, el terrestre sacó de allí el cuerpo que no podía
ver.
Les gritó a Holk y Jurul para que huyeran de allí y se dirigieran hacia
donde la vegetación era más espesa. El monstruo dio una nueva forma a sus
tentáculos y comenzó a fluir tras los humanos, pero ellos, más rápidos,
corrieron hasta que se encontraron fuera de peligro; luego, Merrick depositó
en el suelo su carga invisible.
Merrick sintió al hombre; se encontraba vivo y se removía débilmente. Al
tacto, su cuerpo era totalmente tangible y real; estaba vestido con una túnica y
llevaba espada, sin embargo, era totalmente invisible a los ojos del terrestre y
sus compañeros.
Holk exclamó con voz de trueno:
—¡Un hombre invisible! ¡Por el sol! ¡Esto es increíble!
Merrick le dijo:
—Es lo suficientemente real, aunque te admito que yo casi no puedo creer
en la existencia de ese hombre.
Maravillado, Jurul indicó:
—Nunca nadie ha soñado que tal cosa sea posible en Kaldar. ¡Un hombre
al que no se le puede ver!
Merrick sintió que, entre sus manos, el hombre invisible se removía con
más fuerza y dijo:
—Se está despertando; no creo que esté mal herido.
Fue interrumpido por un agudo grito de Holk, el sonido de un golpear de
pies y el roce de cuerpos.
Miró hacia arriba y se quedó sorprendido al ver a Holk y a Jurul
aparentemente luchando con frenesí contra el aire vacío. Golpeaban con
fiereza y pudo ver como sus puños se detenían en el aire como si encontraran
algo sólido de algún tipo.
Luego, el mismo Merrick se vio agarrado por manos que no podía ver en
absoluto, pero el caso es que él, Holk y Jurul fueron dominados rápidamente y
en breve tiempo yacían indefensos en el suelo.
Se oían muchas voces procedentes del aire vacío y también el sonido de
muchos pies.
Merrick se percató de que estaban siendo atacados por un grupo de
hombres invisibles.

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III
La ciudad de la invisibilidad

M
errick detuvo inmediatamente aquella lucha sin sentido. No solo era
evidente que no podía liberarse de sus invisibles captores por sí
mismo, sino que el primer frenesí que le produjo la idea de ser
atacado por seres que no podía ver se estaba disipando.
Para él era evidente que los hombres invisibles que tenía a su alrededor
eran, simplemente, otros semejantes al hombre invisible que habían rescatado.
Se removió entre las manos invisibles que le sujetaban y pudo ver que
Holk y Jurul estaban sujetos e indefensos. El aspecto que presentaban era
extraño: sus cuerpos se encontraban medio alzados, doblados y sin contacto
con el suelo. La cara de Holk se encontraba roja por la rabia y por los
esfuerzos que había realizado intentando liberarse.
—Holk —dijo Merrick—, no tiene ningún sentido que sigas luchando; por
un tiempo, seremos sus prisioneros.
El gran guerrero contestó con enfado.
—¡Malditos sean! Si los pudiera ver, sería capaz de torcerles el cuello a
unos cuantos. Puedo luchar contra cualquier cosa que pueda ver, pero si se
trata de fantasmas…
—No son fantasmas —repuso Merrick—. Son, simplemente, otros
hombres invisibles como el que acabamos de salvar; escucha, ¿no los oyes
hablar?
Los hombres invisibles que tenían a su alrededor estaban ahora hablando
con nerviosismo. Merrick pudo comprender lo que estaban diciendo, ya que
hablaban en el lenguaje empleado por todas las razas humanas e inhumanas
de Kaldar. Comprendió que estaban auxiliando al hombre invisible al que
ellos habían salvado del monstruo protoplasmático y le preguntaban si estaba
herido. Les aseguró que no lo estaba, luego Merrick oyó cómo se aproximaba.
El hombre invisible le habló; su voz parecía provenir del aire vacío a unos
pocos centímetros de donde se encontraba el terrestre. La voz dijo:
—Soy Durklun, hijo de Nath, cogobernante de los talas. ¿Por qué vosotros
tres me salvasteis del monstruo de protoplasma?
Merrick le respondió a la nada:
—Simplemente porque nos pareció claro que tú eras un hombre, aunque
invisible, y necesitabas ayuda.

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La voz del invisible Durklun sonó sorprendida cuando preguntó:
—¿Por qué habríais de salvar a un tala? ¿Acaso no sois hombres del gran
cerebro?
Merrick negó con la cabeza y dijo:
—Hasta hace unas pocas horas, nosotros nunca antes habíamos oído
hablar del gran cerebro, aunque ahora estamos buscándolo.
Otro hombre invisible habló diciendo.
—Durklun, no confíes en ellos; son hombres visibles, criaturas del
cerebro.
La voz de Durklun respondió:
—Zur, ni hablan ni se parecen a los hombres del cerebro, pero hay un
método que nos permitirá averiguarlo rápidamente; examinaremos sus
cráneos.
De repente, Merrick sintió que dedos invisibles le apartaban el pelo de la
nuca y buscaban algo tocándole el cráneo.
Luego vio que Holk y Jurul eran examinados de la misma forma por el
hombre invisible. Ante esta indignidad, Holk lanzó un juramento. Luego se
oyó la voz incorpórea de Durklun que decía:
—¡No son hombres del cerebro! Sus cráneos no tienen marcas ni
cicatrices. ¡Ponedlos en libertad!
Las manos invisibles liberaron a Merrick, Holk y Jurul.
El invisible Durkul volvió a hablarle a Merrick, diciendo:
—Perdónanos por haberte infligido este rudo tratamiento; me separé del
resto de la partida de caza y fui atacado por aquel monstruo. Cuando Zur y
mis seguidores te encontraron conmigo, pensaron que erais hombres del
cerebro. Pero vosotros no sois hombres del cerebro y tampoco pertenecéis a la
raza de los talas, ya que sois visibles, así pues, ¿de qué raza sois?
—Somos de Corla —respondió Merrick—, una poderosa raza de seres
humanos que vive al sur. Yo soy Merrick, chan de Corla, y estos son dos de
mis guerreros. Los tres fuimos arrojados de nuestra nave aérea por un traidor,
pero la suerte salvó nuestras vidas. Ese traidor secuestró a mi mujer y
proclamó que iba a aliarse con el gran cerebro de Kaldar, de forma que lo
hemos estado siguiendo, intentando localizar el cerebro para encontrar a mi
mujer y a su secuestrador.
La voz de Durklun sonaba maravillada cuando dijo:
—Nosotros, los talas, nunca soñamos con que pudiera haber otra raza
humana aparte de nosotros… ¡Salvo los hombres del cerebro!
Merrick le preguntó:

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—Pero vosotros… ¿sois realmente humanos? Ninguno de nosotros ha
imaginado jamás que los seres humanos puedan existir en la invisibilidad.
Entonces Durklin le contestó.
—Sin embargo, todos los talas son invisibles y humanos. Hace mucho
tiempo, los hombres sabios de nuestra raza descubrieron un método para
hacer invisible la materia y, para protegernos de nuestros enemigos, aplicaron
el método sobre toda nuestra raza y nos hicieron invisibles.
»Nacemos invisibles, de padres invisibles. Nuestros cuerpos son
completamente transparentes a la luz; por esta razón no podéis vernos. Pero
nosotros podemos ver mediante otras radiaciones distintas que la luz, de
forma que podemos vernos los unos a los otros y también podemos ver
cualquier cosa.
Lleno de asombro, Holk juró:
—¡Todo un pueblo invisible! ¿Quién va a creerlo si los primeros que no
podemos verlos somos nosotros?
En ese momento Jurul dijo:
—Chan Merrick, pregúntales qué saben del gran cerebro.
Merrick asintió con la cabeza, se volvió hacia el invisible Durklun y
preguntó:
—Entonces, ¿los rumores sobre la existencia del gran cerebro de Kaldar
son ciertos?
Durklun le respondió:
—Nosotros, bien a nuestro pesar, sabemos que existe; el gran cerebro es
el enemigo más mortífero que nosotros, los talas, tenemos.
El invisible Zur añadió:
—Por esta razón, cuando os vimos por primera vez, pensamos que
vosotros erais otros hombres que el cerebro había enviado contra nosotros.
Merrick preguntó con ansia:
—¿A qué distancia se encuentra de aquí el lugar donde mora el cerebro?
Debemos llegar allí tan pronto como sea posible.
Durklun le replicó:
—La ciudad del cerebro se encuentra solo a un día de marcha más allá de
nuestra ciudad; pero no debéis ir allí; los humanos que caen en poder del
cerebro encuentran un destino cuyo horror no podéis ni imaginar.
Con cara ceñuda, Merrick dijo:
—Ya me he enfrentado a muchos horrores y he sobrevivido; mi mujer
está allí y yo iré.
Durklun le urgió:

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—Al menos, ven con nosotros a nuestra ciudad; pertréchate de armas y de
información que te sirva de ayuda para tu viaje.
Merrick dudó. Cada una de las fibras de su cuerpo le impulsaba a no
desperdiciar el tiempo y perseguir a Rogor y Narna; sin embargo, se percató
de que el hombre invisible llevaba razón en su sugerencia.
Merrick le dijo a Durklun:
—De acuerdo, pero solo estaremos en la ciudad de los talas el tiempo
necesario para aprender lo que necesitemos saber.
Durklun le contestó:
—De acuerdo, aunque si fueras prudente no empezarías ese viaje sin
esperanza; aunque consigas acercarte a la misteriosa ciudad del cerebro,
estarás aproximándote a un fin mucho peor que la muerte.
Durklun dio una orden y Merrick oyó como el grupo de hombres
invisibles, obedeciendo el mandato, formaban en columna. Algunos de los
talas unieron sus manos con Merrick, Holk y Jurul y así comenzaron a
avanzar a través de la jungla.
Durante dos horas, ellos y sus compañeros invisibles avanzaron a través
de la vegetación. Finalmente emergieron a una llanura arenosa. La roja luz del
brillante Antares se reflejaba sobre la arenas rojizas, iluminado la inmensa
extensión yerma.
Durklun les dijo:
—Ante nosotros se encuentra la ciudad de los talas.
Merrick, Holk y Jurul miraron la llanura desierta, el terrestre protestó:
—¡No hay nada allí!
Oyó como Durklun, Zar y todos los demás reían. Dorklun le dijo:
—Lo que pasa es que no puedes ver la ciudad; la ciudad de Talas es tan
invisible como los mismos talas.
—¿Qué? —exclamó Holk—. ¿Quieres decir que todos vuestros edificios
y todo lo demás también es invisible?
—Por supuesto —repuso Durklun—; durante su construcción se les aplicó
el mismo procedimiento que se emplea con los cuerpos de nuestro pueblo.
Ante ti se encuentra la gran muralla y las puertas y torres de la ciudad de los
talas, pero tú no puedes verlas, ni tampoco a las multitudes que se encuentran
en el interior, ni las cosas invisibles que emplean. Tampoco ningún enemigo
puede ni siquiera localizarlos empleando la vista. Por esta razón vivimos con
seguridad aquí, ya que los hombres del cerebro que nos buscan no pueden
encontrar nuestra ciudad.

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Los condujo a través de la llanura; conforme caminaban, oían delante de
ellos los apagados y confusos sonidos de una gran ciudad. Sin embargo, a los
ojos de Merrick y de sus dos camaradas, no había nada a la vista, salvo la luz
del sol rojo que bañaba la llanura vacía.
Se detuvieron y Durklun llamó a alguien. Una voz le respondió desde las
alturas y se oyó el ruido de unas bisagras mientras una puerta, enorme e
invisible, se abría.
Pasaron a través. Merrick, extendiendo su mano, se percató de que
estaban atravesando una muralla invisible de gran espesor.
Luego, oyeron girar lentamente y después cerrarse la puerta detrás de
ellos. Durklun los condujo hacia delante; sentían que sus pies caminaban
sobre un pavimento de algo parecido a piedra, pero que no podían ver. El
pavimento se elevaba un pie o más sobre la llanura.
Era como si hubieran penetrado en una fantástica ciudad poblada por
fantasmas. Oían por todos lados voces, pisadas, gente que se apresuraba en
sus idas y venidas, risas, charlas, gritos, el sonido de vehículos que se movían.
También los gritos de invisibles animales domésticos asaltaban sus oídos.
Conforme avanzaban por la ciudad, el rostro de Holk se convertía en una
máscara de asombro y Merrick se sentía apenas menos sorprendido. Todo
aquel babel de ruidos les llegaba procedentes del aire vacío.
Según todas las apariencias, él, Holk y Jurul estaban caminando a solas…
¡por una llanura yerma iluminada por la luz del sol! Durklun los condujo
hasta un edificio invisible y les hizo subir por una escalera. Conforme
ascendían por peldaños invisibles, parecía que estaban subiendo a través del
aire vacío. Su invisible anfitrión les condujo a una habitación, que, por la
sensación que les transmitió, parecía ser de gran tamaño.
Encontraron sillas y cojines invisibles y se sentaron sobre ellos, sirvientes,
invisibles a sus ojos, acudieron para atender sus necesidades.
Holk seguía profiriendo expresiones de asombro en voz alta, Jurul no
cesaba de mirar a su alrededor, sin que el aspecto de incredulidad que se
reflejaba en sus ojos disminuyera. Lo mismo le pasaba a Merrick, pues a toda
vista se encontraban sentados en el aire, a seis metros por encima de la llanura
arenosa y no había ninguna otra persona a la vista.
Se bañaron en un tonel invisible, en el que el agua no podía verse, al igual
que todo lo demás. Los sirvientes fantasmales le trajeron túnicas limpias, pero
cuando Holk intentó ponerse la suya, Jurul y Merrick comenzaron a reír. La
túnica era invisible como todo lo demás, de forma que, en lo que a Holk se

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refería, lo mismo daba si no hubiera llevado nada. Volvieron a ponerse sus
túnicas manchadas por el viaje.
Entonces llegó Durklun y le condujo a la parte inferior del edificio, en
donde su padre Nath, uno de los cogobernantes de la extraña ciudad de los
talas, junto con Zur y otros hombres invisibles, les esperaba.
Los llevaron ante una mesa invisible y sentaron sobre sillas que no se
veían. Iban a comer, y allí les esperaban nuevas dificultades. Los platos y el
alimento que tenían ante ellos eran tan invisibles como todo lo demás. No se
podía ver ni a los animales ni a las plantas de la ciudad. Debían coger el
alimento por el tacto y colocarlo cuidadosamente en sus bocas.
A Merrick y a sus camaradas les parecía estar en un banquete imaginario.
Aun así, durante la comida, Merrick estaba cada vez más nervioso por la
impaciencia y, antes de terminar, le preguntó a Nath sobre el gran cerebro.
Oyó como al oír la pregunta, Nath emitía un suspiro. El gobernante de los
talas le contestó:
—Mi hijo me ha hablado sobre tu viaje, pero confiaba en que
abandonarías esa loca aventura que quieres emprender en la ciudad del gran
cerebro.
—Mi mujer se encuentra allí —contestó Merrick—, y yo debo ir a
rescatarla; seguro que existe una oportunidad de entrar en ese sitio y luego
salir de allí con ella.
—Tú no sabes los inmensos poderes que tiene el gran cerebro, si lo
supieras no hablarías así —repuso Nath.
—¿Exactamente en qué consisten esos grandes poderes? —preguntó
Merrick—. He oído que se refieren a él unas veces como gran cerebro, otras
como una ciudad y otras como un pueblo.
—Las tres cosas son correctas —respondió Nath—. Es un cerebro, una
ciudad y también un pueblo.
»Hace mucho, mucho tiempo, había en esta región dos ciudades pobladas
por humanos, gente muy parecida a vosotros mismos. Una de estas razas se
encontraba muy civilizada, había desarrollado grandes poderes y
conocimientos a través de una forma de sociedad muy cooperativa. En esa
ciudad, el supremo objetivo era la colaboración por el bien de todos.
»Esto llegó a significar tanto para ellos que empezaron a soñar con que
toda la raza tuviera una únicamente. Creían que así llegarían a ser
cooperativos en grado máximo, serían, en vez de una raza, un solo ser con
miles de cuerpos. Decidieron emplear sus poderes científicos para conseguir
un fin.

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»Tomaron uno a uno los cerebros de sus ciudadanos y los combinaron
para formar un gran cerebro de inmenso tamaño. Este enorme cerebro tiene
un ambiente artificial en el que puede vivir casi eternamente; también tiene un
mecanismo que le permite radiar mediante vibraciones eléctricas sus
pensamientos-órdenes a los millares de cuerpos que constituyen su pueblo.
»Aquellas personas, en vez de cerebros, de los que han sido privados,
tienen instalados en sus cráneos unos aparatos compactos para la recepción y
transmisión de los mensajes nerviosos mediante vibraciones eléctricas.
»Cuando alguno de ellos ve, oye o siente alguna cosa, envía esta
información, a través del aparato, hasta el gran cerebro, que es el que ve, oye
o siente.
»De la misma forma, cuando el cerebro envía un pensamiento-orden a
alguno de los cuerpos que tiene sujetos a su poder, es inmediatamente
obedecido. Este único gran cerebro, esta única inteligencia singular, actúa
continuamente sobre los movimientos de cada uno de los miles de habitantes
de la ciudad.
»Realmente el único habitante de la ciudad es el cerebro. Las multitudes
de personas que se encuentran allí no son otras cosas que… ¡miembros sin
mente!
En ese punto, Nath continuó su exposición.
—Esto sucedió hace mucho, mucho tiempo; desde entonces, el gran
cerebro ha habitado en su ciudad, cerca de aquí; los miles de hombres y
mujeres del cerebro se mueven como muñecos sin mente, solo en respuesta a
sus órdenes.
»Desde el principio ha ido capturando a todos los seres humanos que ha
podido para transformarlos en más muñecos, arrancándoles los cerebros y
añadiéndolos a su enorme inteligencia, dejando sus cuerpos como esclavos
mecánicos.
»Envió a sus hombres sin mente a la otra ciudad para tomar prisioneros de
entre sus habitantes. Para protegerse, los moradores de esa ciudad recurrieron
finalmente a la invisibilidad. Así lo hicieron los primeros talas, nuestros
ancestros, y se volvieron a sí mismos y a su ciudad invisibles. A pesar de ello,
desde entonces el cerebro ha seguido siendo nuestro más terrible enemigo.
Merrick meditó y luego dijo:
—Rogor, el traidor que secuestró a mi mujer, iba a aliarse con el gran
cerebro. ¿Cómo piensas que le recibirá?
Durante un corto espacio de tiempo, Nath rio. Luego dijo:

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—¿El gran cerebro tomar como aliado a un pobre hombre? Por supuesto
que no lo hará, simplemente les arrebatará los cerebros para añadirlos al suyo
y los esclavizará.
Holk emitió una exclamación.
—¡Narna! Si le han hecho esto…
Sin levantar la voz, Merrick dijo:
—Eso es lo que yo estaba pensando. —Se puso de pie y exclamó—:
Debemos marchar. Os agradecemos vuestra ayuda; si nos indicáis la dirección
de la ciudad del cerebro y nos prestáis armas, no perderemos más tiempo.
—¡Haremos más que dirigirte! —contestó Durklun—. ¡Iré contigo a la
ciudad del cerebro!
Rápidamente Zur añadió.
—¡Y yo también!
Merrick comenzó a decirles:
—No podemos permitir que os arriesguéis por nosotros…
Entonces Nath le cortó, exponiendo su opinión:
—Por supuesto que irá, así mi hijo pagará la deuda que tiene contigo al
haberle salvado la vida. Él y Zur pueden servirte de mucha ayuda para entrar
en la ciudad del cerebro sin ser observado.
Ansiosamente, Holk exclamó:
—¡Por el sol, que esto está bien chan Merrick! Si los hombres invisibles
no pueden introducirnos en la ciudad, nadie podrá hacerlo.
Merrick rectificó pues:
—De acuerdo, ¿partimos ya de una vez?
Durklun le contestó:
—Tan pronto como os hayamos pertrechado con armas.
Cuando las trajeron, las armas resultaron ser espadas largas y dagas
cortas; por supuesto, eran invisibles, como todo lo demás en aquella ciudad
fantasmal.
Holk, esgrimiendo y haciendo fintas con la espada invisible, hizo que el
aire silbara a su alrededor. Se volvió lleno de felicidad y dijo:
—¡Solo te pido que dejes a Rongor a mi alcance con esta espada! ¡Así
nunca sabrá qué le mató!
Merrick le dijo a Nath:
—Te damos las gracias por la ayuda que nos has brindado; si volvemos,
procuraremos agradecértelo de una forma más práctica.
Durklun y Zur los condujeron por las escaleras que descendían a la calle
de la ciudad invisible. Incluso encendido por la fiebre de la búsqueda como se

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encontraba Merrick, no pudo sentirse indiferente ante la maravilla del lugar
que atravesaban, calles llenas de gentes ruidosas e invisibles.
Nuevamente se abrió la gran puerta invisible, por la que salieron. Fueron
conducidos hasta el límite de la jungla. Allí Merrick y sus compañeros se
detuvieron, mirando hacia atrás. En ese momento Antares se estaba poniendo,
sus últimos rayos caían sobre la llanura que parecía sin vida y desierta; la
enorme y bulliciosa ciudad era completamente invisible. Entonces, Durklun
dio una breve orden y los corlianos se sumergieron en la oscura jungla junto
con sus camaradas invisibles, encaminándose hacia la pavorosa y misteriosa
ciudad del cerebro.

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IV
Las criaturas del cerebro

–¡L a veremos lo que hay allí!


ciudad del gran cerebro! —susurró Durklun—. ¡Cuando bajemos,

Luego advirtió a Merrick, que había asomado su cabeza por encima de la


pequeña cresta tras la cual estaban parapetados:
—¡Mantente agachado! ¡No deben verte!
Merrick, Holk y Jurul, estaban apretados, hombro con hombro, a un lado,
mientras que el invisible cuerpo de Durklun se encontraba al otro, observando
a través de la noche; su corazón latía aceleradamente.
Dos lunas rojas y la luna verde se encontraban en el cielo en ese
momento; su luz les permitía ver una gran ciudad, cuyas calles, torres y
estructuras estaban construidas con piedra gris. La ciudad tenía un perfil
circular; a lo largo de sus calles, aquí y allá, se podían ver luces, y unas pocas
personas, vestidas con túnicas blancas, iban y venían a realizar sus tareas. En
el centro de la ciudad se elevaba una torre gris, mucho más ancha y elevada
que cualquier otro de los edificios de la urbe.
Merrick, Holk y Jurul habían pasado la noche atravesando la jungla junto
con sus dos guías. Fue difícil seguir a los dos talas, ya que al ser Durklun y
Zur invisibles tenían que mantenerse continuamente en contacto físico con
ellos. El enfado de Merrick había ido incrementándose con las dificultades
que tuvo que soportar en el camino hacia el lugar donde presentía que se
encontraba Narna.
Se habían cruzado con deslizantes monstruos protoplasmáticos y con otros
peligros de la jungla, aunque sin sufrir ningún daño. Conforme se acercaban a
su destino, Durklun y Zur habían ido aumentando sus precauciones. El gran
cuidado con que actuaban ponía de manifiesto los peligros que esperaban en
esta aventura. Se habían arrastrado a cuatro patas hasta llegar a la cresta,
desde detrás de la cual miraban ahora hacia la ciudad del cerebro, iluminada
por las lunas. Durklun susurró:
—Nunca antes había visto la ciudad, pero un tala que escapó hace algún
tiempo le contó a nuestro pueblo detalles sobre la misma. Esa gran torre que
se encuentra en el centro de la ciudad contiene en su interior la habitación del
gran cerebro; por esta razón, la torre se encuentra fuertemente guardada. Los
prisioneros son llevados a la torre y sus cerebros, antes o después, son

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extraídos, colocándoles en su lugar los aparatos receptores-emisores de
vibraciones. Los cerebros extraídos son colocados juntos para ser tratados
antes de añadidos al gran cerebro. Los talas que escaparon lo hicieron justo
antes de que les extrajeran el cerebro.
—En ese caso —dijo Merrick—, ¿es verosímil que encontremos a Narna
y Rogor en algún lugar de la torre?
Durklun le contestó:
—Sí, pero no quiero ocultarte mi pensamiento: aunque consigamos
penetrar en la torre, tendremos muy pocas posibilidades de salir al exterior
con la prisionera que buscas.

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Merrick le dijo:
—¡No me importa! Nos arriesgaremos; lo único que te pido es que me
acerques todo lo posible para que pueda alcanzar a Narna.
—Y para que yo pueda alcanzar a Rogor —juró Holk.
—Holk, nuestro primer objetivo es liberar a Narna —repuso Merrick,
girándose hacia él—; si fuera necesario, dejaríamos escapar a Rogor para
conseguir salvar a la joven.
Holk, con voz contrariada, dijo:

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—De acuerdo, aunque haría mejor en no ponerse al alcance de la espada
invisible que llevo.
En la oscuridad, Jurul rio silenciosamente y dijo:
—¡Holk, qué maravillosa sesión de esgrima podríamos tener tú y yo con
estas hojas!
Durklun expuso sus planes:
—Zur y yo caminaremos por delante y veremos si es posible que vosotros
podáis penetrar en la ciudad. Esperad aquí.
Los dos talas, tan invisibles como siempre, se deslizaron alejándose de
donde se encontraba el terrestre. Merrick y sus camaradas los esperaron con
impaciencia. Después de un rato, se oyó el suave sonido de un paso y,
nuevamente, les llegó desde el aire próximo a ellos la voz del tala que decía:
—Lo intentaremos. Hay pocos hombres del cerebro en el exterior, porque
la mayoría duermen por la noche; sus cuerpos, como los de los demás seres
humanos, necesitan descansar. Ahora en la ciudad solo están despiertos los
guardias y aquellos para los que el cerebro tiene alguna misión.
Mientras pasaban sobre la pequeña cresta y marchaban arrastrándose
hacia la ciudad, Merrick mantuvo apretado el brazo del hombre invisible.
Asimismo, mantuvo su espada invisible empuñada fuertemente con la otra
mano. Conforme se aproximaban a los edificios grises del exterior de la
silenciosa ciudad, su pulso se iba acelerando por la excitación.
Holk y Jurul iban muy juntos, a su lado. Zur iba un poco por delante.
Merrick se preguntaba si las lunas de Kaldar habían visto alguna vez, desde
los cielos, un grupo más extraño que esta pequeña partida de hombres,
visibles e invisibles, avanzando sigilosamente a través de la noche, hacia la
ciudad del cerebro.
La ciudad no tenía murallas; un pavimento de piedra gris determinaba sus
límites. Lo cruzaron y comenzaron a caminar a lo largo de una calle que se
dirigía hacia el centro de la ciudad. Marchaban por una acera en la que las
sombras eran más oscuras.
Cruzaron otras calles; a lo lejos, podían ver figuras moviéndose bajo las
luces.
De pronto, les llegó un silbido de aviso de Zur. Durklun les empujó
rápidamente hacia la espesa sombra que formaba una gran grieta entre dos
edificios. Unos hombres habían girado una esquina un poco más adelante.
Eran cuatro, vestidos con túnicas blancas, y llevaban herramientas.
Caminaban rígida y mecánicamente. Merrick sintió que el pelo de su nuca se
erizaba al verles los rostros. No eran caras de aspecto humano, sino máscaras

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inalterables, con los ojos fijos y vidriosos. Los hombres caminaban hacia el
lugar en donde ellos se encontraban agazapados.
Pasaron de largo, y Durklun les susurró que continuaran, poniéndose en
marcha una vez más. Pronto salieron a una calle más estrecha y peor
iluminada. Al final de esta se podía ver la gran torre gris elevándose por
encima de los aventureros; el pulso de Merrick se aceleró. Tuvieron que
volver a ocultarse entre las sombras cuando un hombre y una mujer se
aproximaron caminando furtiva y silenciosamente. Tras ellos venían dos
hombres con espadas, obviamente guardias. Cuando se cruzaron con ellos,
miraron rígidamente a izquierda y derecha, pero no llegaron a descubrir a
ningún componente del grupo.
En ese momento, Merrick comenzó a sentir todo el horror que encerraba
esa gran ciudad, en la cual solo había un cerebro, una mente, dirigiendo miles
de cuerpos. Realmente la ciudad solo tenía un habitante, el gran cerebro que
se encontraba en algún lugar de la torre. Todas esas personas eran, tan solo,
partes de su cuerpo, miembros que le servían al igual que los sentidos y los
miembros sirven a un hombre.
Ahora avanzaban agazapados, a través de las sombras, hacia la torre. A la
luz de las lunas, Merrick vio que había media docena de guardias apostados
en la puerta más próxima. El corazón le dio un vuelco.
Durklun les detuvo y le susurró a Merrick al oído:
—Estad preparados para penetrar por esa puerta en cuanto los guardias la
abandonen. Zur y yo procuraremos alejarlos lo suficiente de su posición
actual.
—Pero ¿cómo…? —comenzó a preguntar Merrick.
Entonces se dio cuenta de que el hombre invisible ya se había soltado de
su mano, por lo que ya no debía estar allí.
Les comunicó a Holk y Jurul lo que el tala le había dicho y los tres se
agazaparon en la oscuridad, esperando su oportunidad. Poco después oyeron
un ruido, como de algo que arañaba la pared de la torre a cierta distancia de la
puerta. Los guardias también lo oyeron, o mejor dicho, el gran cerebro lo oyó
a través de los oídos de los guardias, que se quedaron mirando rígidamente en
la dirección de la que venía el ruido.
El ruido volvió a repetirse y el cerebro decidió investigar, pues los
guardias empuñaron rápidamente sus espadas y comenzaron a caminar a lo
largo de la pared de la torre, hacia el punto de donde provenían los sonidos.
Inmediatamente Merrick y sus dos compañeros se deslizaron a través del
pavimento iluminado por la luz de las lunas y cruzaron la puerta que los

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guardias habían abandonado.
Se encontraron en un corredor casi completamente oscuro, y esperaron allí
con sus espadas en la mano. Oyeron como los guardias volvían y ocupaban de
nuevo sus puestos en el exterior de la puerta sin haber encontrado nada, como
era de esperar. Luego, poco después, algo rozó el costado de Merrick y
comenzó a hablar:
—Somos Zur y yo. Para entrar, lo único que hemos tenido que hacer es
caminar entre los guardias.
—¡Por los cielos! —susurró Merrick—. Si todos fuéramos invisibles, esta
tarea sería muy fácil.
—Todavía no hemos empezado con la parte más difícil de esta misión —
replicó entonces Durklun—. Debemos encontrar las celdas en donde tu mujer
y los otros se encuentran prisioneros; supongo que estarán en el corazón de la
torre.
Comenzaron a avanzar a lo largo del corredor; nuevamente Zur iba
delante, dispuesto a dar la alarma si había ocasión para ello. Pronto giraron y
se introdujeron en otro corredor tenuemente iluminado, con habitaciones a los
dos lados; en ellas, Merrick pudo observar los cuerpos dormidos de hombres
y mujeres, muñecos del cerebro descansando, lo mismo que un hombre
permite que descanse un miembro agotado.
Se iban deteniendo continuamente; en esas paradas, Durklun y Zur
exploraban los corredores que se encontraban delante de ellos. Merrick se
encontraba cada vez más nervioso, pues se daba cuenta de que no faltaba
tanto para el amanecer, y en ese momento la ciudad quedaría atestada de las
hordas sin mente del cerebro.
Alcanzaron una puerta que se hallaba vigilada por guardias; de nuevo,
Durklun y Zur atrajeron a los hombres del cerebro a un lugar lo bastante
alejado para permitir que Merrick, Holk y Jurul pasaran a través de la entrada.
Cuando los dos talas volvieron a reunirse con ellos, y Zur volvió
nuevamente a colocarse a la cabeza del grupo como explorador, Holk le
susurró al invisible Durklun:
—¿Por qué no os aproximáis cuidadosamente a estos guardias y,
sencillamente, los acuchilláis?
—En ese caso seríamos descubiertos al instante, ¿no lo entiendes? —
repuso el tala—. El cerebro se percataría inmediatamente de que algunos de
sus cuerpos están muertos, al igual que tú te darías cuenta si te cortaran unos
cuantos dedos de la mano. Si esto ocurriera, nunca saldríamos de aquí.
Zur volvió de su exploración y susurró con nerviosismo en la voz:

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—He encontrado las celdas de los prisioneros. —Y a continuación
exclamó—: ¡En una de las celdas hay un hombre y una mujer como tú!
El corazón de Merrick dio un salto, y dijo:
—¡Deben ser Rogor y Narna!
Iba a saltar hacia delante, pero entonces Durklun le detuvo,
aconsejándole:
—¡Ten cuidado! No debemos dejar que nos descubran precisamente
ahora, justo cuando ya casi hemos tenido éxito en nuestra misión de rescate.
Siguieron a Zur, que cambió de dirección dos veces hasta alcanzar otro
corredor tenuemente iluminado. A lo largo de este pasillo se encontraban las
celdas cuyas puertas eran semejantes a las paredes de una jaula; en su interior
podían ver los cuerpos de hombres durmiendo. Merrick creyó reconocer a
alguno como seguidor de Rogor.
Un poco más adelante, Zur se detuvo junto a otra puerta. Merrick miró en
el interior mientras su corazón latía con fuerza; allí dentro descubrió el
atlético cuerpo de Rogor y la figura delgada de Narna; ambos dormían con
sus miembros extendidos, cada uno a un lado de la celda.
Merrick vio que la puerta de la celda se encontraba abierta, no tenía ni
cerradura ni cerrojo; en ese momento se encontraba lo bastante nervioso como
para no comprender lo que esto significaba. Saltó al interior de la celda, con
la espada invisible en su mano y sus compañeros detrás; instantáneamente,
dando un salto, Rogor y Narna se pusieron de pie.
Rogor se lanzó hacia delante, pero Merrick atravesó su corazón con una
sola estocada mortal de la hoja invisible.
Conforme el corliano traidor se derrumbaba sobre el piso de la celda, el
terrestre dijo, con un tono que recordaba a un silbido:
—¡Rogor, esta es la muerte que merece tu traición!
Luego, casi sin aliento, se dirigió hacia donde se encontraba Narna y la
estrechó entre sus brazos; por un corto período de tiempo la mantuvo
abrazada firmemente, luego, con un susurro lleno de pasión, le dijo a la joven:
—¡Te he encontrado Narna! ¡Ahora saldremos de este horrible lugar
contigo!
Caminó hacia atrás un poco y en ese mismo momento… ¡Narna le golpeó
en el rostro con todas sus fuerzas!
La joven se lanzó hacia la puerta abierta de la celda, dejando estupefacto a
Merrick, pero Holk la agarró. Narna comenzó a luchar encarnizadamente
contra el corliano. Merrick se percató de que su cara se encontraba fría,
rígida, inhumana. Sus ojos mantenían una mirada fija.

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El terrestre gritó, mientras un frío temor comenzaba a atenazar su
corazón:
—¡Narna! ¿Qué te ha pasado?
Notó que Durklun le apretaba; luego, los dedos invisibles del tala
apartaron su pelo moreno en la parte trasera del cráneo de la joven, que seguía
luchando, mostrando una cicatriz circular lívida.
Miraron hacia el suelo, a Rogor; en la parte de atrás de la cabeza del
postrado traidor vieron una cicatriz similar. Conforme miraban, estupefactos,
oyeron a lo largo de los corredores un ruido producido por muchos pies, cada
vez más fuerte, y el tintineo de espadas que se acercaban. Durlun gritó:
—¡Esas cicatrices! Significan que hemos llegado demasiado tarde: el gran
cerebro ya ha extraído los cerebros de la joven y de los otros. ¡Ahora ella es
únicamente uno de sus muñecos sin mente! El cerebro sabe, por ella, que nos
encontramos aquí, y está lanzando a sus guardias contra nosotros. ¡Ahora no
tenemos esperanza de volver a nuestra ciudad!

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V
En el salón del cerebro

S
e oyó la fuerte voz de Holk que decía:
—¡Emplead vuestras espadas! ¡Luchad para abrirnos un camino
desde aquí hasta el exterior! Merrick gritó con frenesí, mientras
sujetaba a la joven que proseguía luchando.
—¡Pero Holk, Narna ha sido transformada!
El corliano gritó a su vez:
—En cualquier caso nos la llevaremos con nosotros; hay que intentar
como sea detener este asalto y escapar de aquí.
Salieron en tromba de la celda al corredor. Merrick sujetaba con el brazo
izquierdo a la joven, que seguía debatiéndose, mientras él luchaba con el
brazo derecho.
En el corredor fueron asaltados por una sólida masa de guardias, todos de
rostro rígido, que acudían desde la parte exterior de la torre con las espadas en
alto.
Del aire vacío les llegó la voz de Durklun que decía:
—¡Demasiado tarde! ¡Nos han atrapado aquí y el cerebro nos tiene en su
poder!
—¡Por el sol! —exclamó Holk—. ¡Me llevaré conmigo a la tumba a unos
cuantos de estos guerreros de cara rígida! ¡Vamos!
Su espada chocó contra la del primero de los guardias. La hoja invisible
del gran corliano apartó la espada del hombre del cerebro y le separó la
cabeza de los hombros con un corte terrible.
De inmediato, las espadas de Merrick y Jurul y de los invisibles Durklun y
Zur se encontraron con las de los guardias.
En aquel corredor, débilmente iluminado, se produjo una inmensa y
sangrante confusión de hombres y de espadas. Los guardias del cerebro
venían de la parte exterior de la torre actuando como seres sin mente, pues
tales eran, impelidos por las órdenes del gran cerebro que se encontraba en
algún lugar en el interior del edificio.

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Atacaban como máquinas que no sentían temor, pero frente a ellos se
alzaban espadas empuñadas por hombres cuya desesperación podía
equipararse a la falta de miedo de los hombres sin mente del cerebro.
Merrick sujetaba a Narna con un brazo, y, aunque su corazón estaba
apesadumbrado por el hecho de que ella no poseía mente y se encontraba en
un estado de subordinación al cerebro, daba cuchilladas a los guardias que se
amontonaban frente a él como un hombre que se hubiera vuelto loco.

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Comenzaron a retroceder ante la embestida de los corlianos, porque, a
pesar de no tener mente, sus cuerpos todavía eran humanos y podían morir.
Sus espadas invisibles se encontraban ahora manchadas de rojo y por lo
tanto eran visibles. Holk gritaba roncamente lo más alto que podía, sus
alaridos resonaban en todos los corredores que rodeaban la torre. Ante las
cuchilladas que daba el guerrero rojo, los enemigos caían a sus pies como si
fueran mies madura.
Hombro contra hombro, Holk, Merrick y Jurul lucharon en la forma
mortal a la que estaban acostumbrados. El gran corliano había sonreído
ligeramente al comenzar la pelea; ahora que la lucha era más encarnizada, reía
con más fuerza a cada segundo que pasaba, sus ojos brillaban y sus tajos, que
parecían relámpagos, acuchillaban sin piedad.
Sin embargo, eran Dunklun y Zur los que estaban haciendo el mejor
papel. Los hombres invisibles cambiaban continuamente de posición, de
forma que parecía que del aire vacío surgían cuchilladas que hostigaban
ciegamente a los guardias sin mente. Los dos talas aparecían en todas partes,
procedentes de ninguna parte. La única evidencia de su presencia eran los
cuerpos derribados aquí y allá por los golpes de sus invisibles espadas. Unos
hombres ordinarios no hubieran podido enfrentarse a las hojas mortales de
aquellos cinco…
… pero los guardias del cerebro no eran hombres ordinarios, eran cuerpos
que actuaban dirigidos por una mente lejana que les conducía hasta allí para
lanzarlos al ataque. Cada vez más guardias se amontonaban en el corredor que
llegaba desde el exterior, ascendiendo rígidamente impasibles por las pilas de
muertos.
Merrick y sus compañeros, pese a su valor, fueron obligados a retroceder
hacia la parte trasera del corredor. Conforme lo hacían, iban dejando el suelo
resbaladizo por la sangre de sus enemigos. Merrick mantenía a Narna sujeta
con su brazo izquierdo. La joven no dejaba de luchar contra él, actuando bajo
las órdenes del gran cerebro, cuya voluntad era la que en aquel momento
dirigía su cuerpo.
Holk resbaló sobre el suelo ensangrentado y cayó; los guardias se
abalanzaron sobre su cuerpo abatido. Jurul saltó al lado de su camarada y la
estrecha hoja del corliano danzó entre los hombres del cerebro durante unos
pocos momentos terroríficos como una enviada de la muerte destructora. De
esta forma, Holk tuvo la oportunidad de levantarse.
Los cinco guerreros estaban siendo arrinconados con mucha dureza, y
cada vez les resultaba más difícil mantener su posición frente a los muy

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numerosos atacantes.
Merrick, con una triste desesperación invadiendo su corazón, luchaba y
acuchillaba hasta que una voz, que resultó ser la de Zur, le dijo al oído:
—¡Aquí detrás hay una puerta! —El tala añadió casi gritando—: Podemos
atrancar la entrada desde el otro lado.
Casi al instante, Merrick gritó a sus compañeros:
—¡Holk, Jurul! ¡Retroceded por aquí!
Entonces, él, Holk y Jurul, siguiendo la voz de mando de los dos talas, se
volvieron y corrieron por la puerta que se encontraba en el extremo interior
del corredor. Merrick casi tuvo que llevar a rastras a Narna.
Los hombres del cerebro corrieron rápidamente tras ellos, como lobos que
corrieran tras su presa, pero de repente, del aire vacío, la muerte comenzó a
cobrar tributo entre sus filas; era como si, de repente, se hubieran cruzado con
dos hombres invisibles. Durklun y Zur mantuvieron apartados a los hombres
del cerebro hasta que los otros pasaron por la puerta, luego corrieron para
atravesarla ellos también. Zur gritó:
—¡De acuerdo, bloquead la puerta!
Merrick deslizó un pesado cerrojo de metal y cerró completamente la
puerta; en ese momento, los hombres del cerebro comenzaron a arrojarse
contra ella. La puerta crujió bajo su impacto, pero no cedió. Podían oír como
sus enemigos la aporreaban, tratando de destruirla.
Merrick miró a su alrededor: se encontraban en un estrecho corredor, que,
al menos aparentemente, conducía hacia el interior de la torre. Miró con
desesperación a los ojos fijos e inhumanos de la joven que mantenía sujeta;
luego gritó:
—¡Narna! ¿De verdad no me conoces? ¡Soy Merrick!
Durklun exclamó:
—No tiene ningún sentido, chan Merrick, no le estás hablando a Narna, le
estás hablando al cerebro que ahora posee su cuerpo.
La puerta de metal fue sacudida con violencia por los hombres del
cerebro, que golpeaban incesantemente. Ante esta situación, Holk dijo:
—¡Tenemos que encontrar alguna forma de salir de aquí! ¡Si esperamos
un minuto más, tirarán la puerta abajo! —Tras una mirada a su alrededor,
gritó—: Este corredor se dirige hacia el interior, si lo seguimos… ¡Nunca
podremos salir de aquí!
—¿Qué diferencia hay entre que podamos salir o no cuando aquí mismo
tenemos una pelea como esta? —exclamó Jurul—. ¿Qué más nos da luchar
aquí o fuera de la torre?

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La cara del corliano, habitualmente tranquila, estaba contorsionada por la
diversión, exultante, transfigurada por la salvaje alegría de la batalla. Merrick
dio un paso al frente, mientras seguía cargando con Narna, y ordenó:
—¡Abajo por este corredor! ¡Podemos encontrar una salida al exterior!
Se oyó la voz fría de Zur que decía:
—Incluso si podemos salir fuera de la torre, no sacaríamos ningún
provecho. El cerebro ha alzado a toda la ciudad contra nosotros.
Se apresuraron a lo largo del corredor, girando una y otra vez; no había
pasajes que se cruzaran con el que seguían. Todavía podían oír los ruidos
metálicos que producía la puerta, que estaba cediendo bajo el embate de los
hombres del cerebro. Pasaron corriendo a través de otro cambio de dirección
del corredor que seguían y se encontraron frente a otra puerta. Pero esta, a
diferencia de la anterior, se encontraba cerrada y era inamovible.
—¡Es un callejón sin salida! —gritó Jurul—. Bueno, este es un sitio tan
bueno como cualquier otro para morir.
Se giró, alzando su hoja ensangrentada, dispuesto para la lucha, pero
Merrick le sujetó el brazo y le dijo:
—No, debe existir alguna forma de abrir esta puerta. No puede estar
cerrada por el otro lado, ya que dentro no hay hombres del cerebro; si los
hubiera aquí dentro, ya habrían marchado contra nosotros. Debe de existir
alguna forma secreta de abrir la puerta; si la encontramos, todavía tendremos
alguna oportunidad de salir con vida.
Merrick comenzó a recorrer apresuradamente con la mano el marco de la
puerta, buscando un botón secreto o un interruptor. Los demás, a excepción
de Narna, que seguía forcejeando en silencio, siguieron su ejemplo.
De repente, algo, al ser tocado por los dedos de Holk, produjo un sonido
metálico y la puerta giró, quedando abierta.
En ese momento oyeron como la puerta metálica, que había mantenido
entretenidos a los hombres del cerebro, se derrumbaba entre crujidos; ellos,
inmediatamente, se lanzaron a través de la puerta que acababan de abrir.
Una vez dentro, Merrick la giró hasta dejarla cerrada; con frenesí, buscó
una barra para reforzarla, hasta que halló un gancho metálico y con él atrancó
la puerta. Los hombres del cerebro llegaron y comenzaron a intentar tirarla
abajo como habían hecho con la anterior.
En ese momento, Merrick y los demás estaban contemplando la sala en la
que se encontraban. Era un enorme salón de forma circular; las paredes se
curvaban hacia arriba, formando una estructura de casquete semiesférico que
constituía, asimismo, el techo; todo ello se encontraba construido de metal

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brillante. Una luz potente, procedente de una fuente oculta, iluminaba
brillantemente aquel gran salón; esta luz, al reflejarse en las brillantes
paredes, producía destellos, que en algunos casos llegaban a parecer
relámpagos. En el centro del salón se encontraba un tanque de metal, de unos
nueve metros de largo, que se extendía bajo el suelo de la gran habitación.
En el tanque se encontraba una masa enorme, suave, arrugada y de color
grisáceo. Esta masa se encontraba conectada por una miríada de cables
delgados a los grandes mecanismos que se colocaban a lo largo de las paredes
del salón. La suave masa grisácea latía y temblaba.
—¡Es el cerebro! —exclamó Merrick—. ¡Hemos penetrado en la misma
cámara donde se encuentra el gran cerebro!
—En ese caso, aquí es donde termina, de una vez por todas, ese gran
cerebro y su gente —gritó Durklun a su vez.
Oyeron como el hombre invisible saltaba hacia donde se encontraba el
cerebro y vieron como la espada manchada de rojo relampagueaba antes de
descender para golpear al indefenso cerebro gigante.
Merrick le sujetó el brazo y le dijo:
—No, no lo hagas.
Durklun se detuvo bruscamente y dijo, con una voz que expresaba
claramente su sorpresa:
—¿Por qué no hacerlo? ¿No comprendes que, si destruyo al gran cerebro
que se encuentra aquí, todos los seres sin mente que se encuentran ahí fuera
caerán muertos?
—¡Deja que lo haga, chan Merrick! —le animó Holk—. ¡Así acabaremos
con esta ciudad infernal para siempre!
Pero Merrick se opuso, diciéndoles:
—¡No, no puedes hacerlo! Narna, aquí… ella ahora también es una de sus
marionetas sin mente; si matas al cerebro, ella morirá junto con todos los
demás.
Miraron a la joven, que todavía seguía luchando por liberarse de la presa a
la que la tenía sometida Merrick.
Desde fuera, llegó hasta ellos el sonido de metal golpeando contra metal,
conforme los hombres del cerebro asaltaban la puerta del salón.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Holk—. Este condenado
cerebro tendrá a sus guardias rodeándonos aquí dentro de un momento a otro.
—Solo hay una oportunidad para salvar a Narna —dijo Merrick—.
Durklund, ¿nos dijiste que los cerebros extraídos de los prisioneros, eran

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preservados y sometidos a tratamiento durante un tiempo antes de ser
añadidos al gran cerebro?
—Sí —repuso Durklun—, eso es lo que nos han dicho los talas
prisioneros que han sido capaces de escapar.
Rápidamente Merrick dijo:
—Muy bien, si el cerebro de Narna se encuentra preservado en alguna
parte de esta sala, podemos obligar al gran cerebro a que lo vuelva a implantar
en su cráneo. ¡Si no lo hace así, lo mataremos!
Miraron a su alrededor; luego, Holk dijo, señalando a la enorme masa
gris:
—Pero ¿cómo podemos hacer que esa cosa nos comprenda?
—¡A través de Narna! —exclamó Merrick—. ¡Ahora es una de sus
marionetas y podemos hablar a través de ella!
Tomó a la joven y la hizo girarse hasta que sus ojos quedaron mirando a
los del terrestre. La cara que tenía ante sí no era el rostro delicado y lleno de
sentimientos de la Narna que él amaba, sino una máscara fría e inhumana
cuyos ojos, fijos en él, tenían detrás una inteligencia mucho más vasta que la
humana.
—Tú, gran cerebro —dijo Merrick—. ¿Me comprendes cuando te hablo o
no?
El cerebro le respondió a través de los labios rígidos de la joven.
—Por supuesto que te comprendo, he estado escuchando todo lo que
decías.
Merrick le contó entonces:
—En ese caso ya conoces mi propuesta; salvo que vuelvas a implantarle a
esta joven su cerebro, tú y tus criaturas moriréis.
—Estoy dispuesto a hacer lo que me pides —repuso el cerebro—, pero
debes prometerme que, cuando le haya reemplazado el cerebro, saldrás de
aquí sin hacerme ningún daño.
—Te lo prometemos —concedió Merrick—, con la condición de que nos
permitas abandonar la ciudad sin ser dañados.
—Tienes mi promesa de que así será —aseguró el cerebro.
Instantáneamente cesó el martilleo sobre la puerta y fue sustituido por un
completo silencio.
—Te habrás dado cuenta—dijo el cerebro desde los labios de Narna— de
que mis guardias ya no intentan romper la puerta para entrar. Ahora, algunos
de mis científicos están sacando el cerebro de la joven del recipiente en que

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estaba siendo tratado con sueros, y lo traen a esta sala, junto con el
instrumental necesario para reemplazarlo en su cráneo.
En unos pocos minutos se oyó el sonido de unas pisadas en el exterior de
la puerta. El cerebro volvió a decir:
—Es el equipo de mis científicos que trae el cerebro de la joven,
permitidles que entren.
—Holk, tú y Jurul —dijo Merrick, dudando—, permaneced junto al gran
cerebro; si algún guardia penetra a través de la puerta, acuchillad
inmediatamente al cerebro.
—No es necesario tomar esas precauciones —repuso el cerebro—. Lo que
tengo es prisa porque abandonéis esta sala, en la que nunca hasta ahora había
penetrado ningún enemigo.
Holk y Jurul tomaron sus posiciones junto al cerebro con las espadas
alzadas; después Merrick abrió la puerta cerrada.
Cuatro de los hombres del cerebro, con sus rígidos rostros, esperaban en
el exterior, llevando instrumentos de metal en una camilla con ruedas, y
también recipientes metálicos. Penetraron en el salón, y Merrick volvió a
cerrar la puerta.
El cerebro volvió a hablarle a través de Narna.
—Ahora tendrá lugar la operación, no interrumpas.
Narna, rígida, se tumbó sobre la camilla con ruedas que los científicos
habían traído. Los cuatro hombres del cerebro le ajustaron rápidamente sobre
el cráneo un instrumento de metal, semejante a un gorro. Luego, conectaron
este dispositivo a otros instrumentos; se produjo un zumbido profundo.
Más adelante levantaron la gorra de metal y con ella la parte superior del
cráneo de la joven. Merrick, que observaba las operaciones asqueado, los vio
sacar del cráneo un aparato de metal, pequeño y compacto: el receptor por el
que el gran cerebro la controlaba.
Luego, los científicos tomaron de uno de los recipientes que habían traído
una pequeña masa gris, el propio cerebro de Narna, y habilidosa y
cuidadosamente lo volvieron a colocar en su cráneo, uniendo de nuevo las
terminaciones nerviosas. Con posterioridad le volvieron a colocar la gorra de
metal, los instrumentos volvieron a zumbar con su potencia y, cuando lo
levantaron, su cráneo se encontraba sólido, como si no hubiera sido roto,
salvo por la existencia de una cicatriz circular. Merrick, que observaba con el
corazón en un puño, vio como Narna abría los ojos; la joven había perdido el
aspecto rígido de los seres sin mente; sus ojos ya no se encontraban
permanentemente fijos.

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La joven se sentó, vio al terrestre y extendió sus brazos hacia él, diciendo:
—¡Chan Merrick! —Luego, cuando él la abrazó, volvió a preguntarle
maravillada—: ¿Qué ha sucedido?
Merrick le preguntó:
—Narna, ¿no recuerdas nada?
—Nada, salvo que Rogor me trajo aquí después de haberos arrojado a ti, a
Holk y a Jurul de la nave aérea. Los guardias nos apresaron y los científicos
acudieron con sus instrumentos; luego, todo es oscuridad.
Merrick le contó brevemente lo que había sucedido; luego se percataron
de que el gran cerebro hablaba de nuevo, ahora a través de los labios de uno
de los científicos:
—La joven ha sido restaurada a su estado anterior; ahora debes cumplir el
resto de tu promesa, abandonando esta sala y también la ciudad.
—Recuerda que no debemos ser molestados mientras estamos cruzamos
la ciudad —le avisó Merrick.
—Y no lo seréis, te he hecho una promesa —repuso el cerebro.
—¡De acuerdo Holk! —exclamó Merrick—. Abre la puerta y vámonos.

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Holk abrió la puerta. El corredor de fuera se encontraba completamente
vacío. El cerebro les dijo:
—No encontraréis ninguna oposición a vuestra partida, pero marchad tan
rápido como os sea posible.
Merrick les dijo a los otros, a la vez que comenzaba a cruzar la puerta,
junto a Holk, Jurul y llevando a Narna:
—Vamos, Durklun, Zur ¿estáis aquí?
Desde detrás respondieron las voces de los hombres invisibles:

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—De acuerdo, vamos.
Caminaron por el corredor sin encontrar a nadie; siguieron a través del
siguiente corredor, caminando sobre los cadáveres de los que habían matado.
Merrick iba con Narna a su lado; sentía como si hubiera tenido una
extraña pesadilla. Pasando corredor tras corredor, siguieron andando hasta
que vieron el resplandor del sol. El amanecer había tenido lugar mientras se
encontraban en el interior de la torre; al cruzar el último, apresuraron sus
pasos.
—¡Por el sol! —gritó Holk—. ¡Liberar a un cautivo del gran cerebro de
Kaldar!
—Nunca pensé que fuera posible —repuso Jurul—. Fue el chan Merrick
el que… ¡Mirad ahí fuera!
El grito de aviso de Jurul llegó demasiado tarde; masas de guardias del
cerebro saltaban hacia ellos procedentes de las puertas del otro lado del
corredor.
A pesar del primer momento de sorpresa, las espadas de Holk y Jurul
dieron cuenta de varios hombres del cerebro, pero tuvieron que retroceder,
abrumados por la masa de atacantes que les embestía en el estrecho salón.
Sujetados por innumerables manos, los dos fueron despojados de sus armas.
—¡Por los cielos! —gritó Merrick—. ¡El cerebro nos ha engañado! ¡El
cerebro ha roto la promesa que nos hizo!
A través de los labios del guardia que mantenía aferrado a Merrick, el
gran cerebro dijo:
—Por supuesto que he roto mi promesa, para mí sería del todo irracional
permitir que os escaparais simplemente porque dije que lo haría. Seréis unos
magníficos esclavos, como estos otros, cuando se os haya extirpado el
cerebro; ahora mis guardias os conducirán a…
Las palabras se detuvieron en la garganta del guardia del cerebro. Los
miró, pero sus ojos y su cara se encontraban de repente en blanco; entonces
cayó al suelo, quedando tumbado y sin vida.
Todos los demás guardias del cerebro que había en el corredor cayeron
simultáneamente al suelo, donde quedaron tendidos y muertos. Merrick y sus
compañeros miraron hacia el exterior, a la ciudad iluminada por el sol; allí
vieron que las multitudes de seres de la ciudad del cerebro iban cayendo al
suelo como flores heladas por la escarcha.
—¡Han muerto! —dijo Holk, incrédulo—. ¡Por el sol! ¡Están todos
muertos!
Totalmente sorprendido, Jurul dijo:

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—Pero ¿cómo ha sucedido?
Merrick les contestó:
—¡Es por causa del cerebro, algo le debe haber ocurrido a él!
Se volvieron y corrieron hacia el interior, hacia la cámara del cerebro,
chocando con dos cuerpos invisibles que se aproximaban provenientes de esa
sala.
Eran Durklun y Zurm, cuyas espadas estaban ahora manchadas de gris.
—¡Fuisteis vosotros! —gritó Merrick—. ¡Vosotros dos permanecisteis en
la cámara y destruisteis al gran cerebro!
Con aire triunfante, Durklun dijo:
—Lo hicimos, oímos tu promesa de no dañar al cerebro, pero nosotros no
prometimos nada; dijimos que salíamos detrás de ti, pero nos quedamos en la
sala sin que el cerebro sospechara nada. Después, cuando los científicos se
marcharon, comenzamos a acuchillar al gran cerebro hasta reducirlo a una
masa de fibras. Hemos matado al mayor enemigo que los talas hayamos
tenido.
—¡Y nos has salvado a todos!
A continuación pasó a relatarles la última traición que había intentado
realizar el cerebro. Holk les urgió diciendo:
—Vámonos de este lugar; si nos quedamos aquí una hora más, creo que
me transformaré en un loco balbuciente.
Narna exclamó:
—La nave aérea en la que Rogor me trajo aquí debe encontrarse en algún
lugar, en el exterior de la torre.
Buscaron en las casa repletas de cadáveres, alrededor de la torre, y pronto
localizaron la nave aérea. Poco después, Holk había puesto los motores en
marcha. Pronto comenzaron a adquirir potencia. Jurul hizo que la nave se
elevara a la luz del naciente Antares.
—Dirígete a la ciudad de los talas —dijo Merrick—, y, cuando dejemos
allá a Durklun y a Zur, volveremos a casa, a Corla.
Al mirar hacia atrás, Jurul dijo con desagrado:
—Ha sido horrible; me refiero a no poder acabar la lucha que habíamos
comenzado en el corredor.
La gran zarpa de Holk descendió sobre Jurul mientras le decía:
—¡Basta ya Jurul! Aquí he tenido más lucha de la que quería. No quiero
volver aquí ni en sueños.
Merrick con Narna a su lado, miró hacia atrás según la nave avanzaba a
gran velocidad sobre la jungla carmesí. La ciudad gris con sus silenciosas

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multitudes de cadáveres quedó rápidamente atrás y desapareció casi
completamente en medio de la vegetación roja.
Pronto, solo se pudo ver la mancha gris de la torre, proyectando su silueta
sobre el ardiente Antares. La torre indicaba la plaza de la ciudad del gran
cerebro muerto. Al poco, también esta mancha se desvaneció, y no quedó
nada que remarcara su silueta frente al resplandor carmesí del sol naciente.

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Notas

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[1] Para más información acerca de la influencia de la obra temprana de
Hamilton sobre las sagas de Star Wars y Star Trek, me permito recomendar el
artículo: «Star Trek en los años 20: La patrulla interestelar de Edmond
Hamilton», publicado en la revista Hyperspace número 1. <<

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[2] El autor más prolífico de la Weird Tales clásica fue Seabury Quinn, con

145 apariciones, incluyendo 93 historias de Jules de Grandin. Le sigue de


cerca August Derleth, con 136 historias (101 firmadas por él y 35 con
pseudónimo o en colaboración con otros autores). El tercer puesto, como
comentaba, le pertenece a Edmond Hamilton, con 79 historias, tres de ellas
con el pseudónimo de Hugh Davidson. Esas casi ochenta historias aparecieron
desde su citado debut en agosto de 1926 hasta su última historia en Weird
Tales, en septiembre de 1948, es decir, casi una media de cuatro historias al
año durante veintidós años. <<

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[3] De hecho, hasta la llegada de Ray Palmer a la revista, a comienzos de los

40, Burroughs solo había logrado meter una novela de Barsoom, de un tirón,
en un especial trimestral de Amazing. <<

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[4] La saga completa del Venus de Kline, un total de tres novelas y dos piezas

más breves, ha sido publicada en dos volúmenes en «Los libros de Barsoom».


<<

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[5] Un detalle curioso fue que Wright mantuvo al mismo ilustrador en las dos

primeras entregas de la serie: Jayhem Wilcox (el artista que ilustró las dos
primeras historias de Conan), y en la tercera recurrió a Virgil Finlay, el cual,
alejándose de su estilo habitual, imitó los acabados de Wilcox para lograr una
cierta homogeneidad en el aspecto gráfico de la saga. <<

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