El Hombre Como Un Animal Simbolico

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El hombre como un animal simbólico.

El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente.


Entre el sistema receptor y el efector, que se encuentran en todas las especies animales, hallamos en él
como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema "simbólico". Esta nueva adquisición
transforma la totalidad de la vida humana. Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive
en una realidad más amplia sino, por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad. Existe una
diferencia innegable entre las reacciones orgánicas y las respuestas humanas. En el caso primero, una
respuesta directa e inmediata sigue al estímulo externo, en el segundo la respuesta es demorada, es
interrumpida y retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento. A primera vista semejante
demora podría parecer una ventaja bastante equívoca; algunos filósofos han puesto sobre aviso al
hombre acerca de este pretendido progreso. El hombre que medita, dice Rousseau, "es un animal
depravado": sobrepasar los límites de la vida orgánica no representa una mejora de la naturaleza
humana sino su deterioro. Sin embargo, ya no hay salida de esta reversión del orden natural. El hombre
no puede escapar de su propio logro, no le queda más remedio que adoptar las condiciones de su propia
vida; ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el
mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red
simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y
experiencia afina y refuerza esta red. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo
inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la
misma proporción que avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto
sentido, conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes
artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a
través de la interposición de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la
práctica. Tampoco en ésta vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos
inmediatos. Vive, más bien, en medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones
imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus sueños. "Lo que perturba y alarma al hombre —dice
Epicteto—, no son las cosas sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas." Desde el punto de vista
al que acabamos de llegar podemos corregir y ampliar la definición clásica del hombre. A pesar de
todos los esfuerzos del irracionalismo moderno, la definición del hombre como animal racional no ha
perdido su fuerza. La racionalidad es un rasgo inherente a todas las actividades humanas. La misma
mitología no es una masa bruta de supersticiones o de grandes ilusiones, no es puramente caótica, pues
posee una forma sistemática o conceptual pero, por otra parte, sería imposible caracterizar la estructura
del mito como racional. El lenguaje ha sido identificado a menudo con la razón o con la verdadera
fuente de la razón, aunque se echa de ver que esta definición no alcanza a cubrir todo el campo. En ella,
una parte se toma por el todo: pars pro toto. Porque junto al lenguaje conceptual tenernos un lenguaje
emotivo; junto al lenguaje lógico o científico el lenguaje de la imaginación poética. Primariamente, el
lenguaje no expresa pensamientos o ideas sino sentimientos y emociones. Y una religión dentro de los
límites de la pura razón, tal como fue concebida y desarrollada por Kant, no es más que pura
abstracción. No nos suministra sino la forma ideal, la sombra de lo que es una vida religiosa germina y
concreta. Los grandes pensadores que definieron al hombre como animal racional no eran empiristas ni
trataron nunca de proporcionar una noción empírica de la naturaleza humana. Con esta definición
expresaban, más bien, un imperativo ético fundamental. La razón es un término verdaderamente
inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad, pero
todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al hombre como un animal
racional lo definiremos como un animal simbólico. De este modo podemos designar su diferencia
específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de la civilización.

Ernst Cassirer

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