Facultad de Filosofía: Tesis Profesional
Facultad de Filosofía: Tesis Profesional
Modalidad no escolarizada
Con reconocimiento de Validez Oficial ante
la Secretaría de Educación Pública
No. 933752 de fecha 12 de julio de 1993
TESIS PROFESIONAL
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE
LICENCIADO EN FILOSOFÍA
PRESENTA
DIRECTOR DE TESIS:
Mtra. Patricia Fernanda Hernández Arroyo
2
Hier, muni d’une lanterne, le maître se promenait dans la ville,
Disant : « Je suis las des démons et des betes, c’est un Homme que je désire » !
On lui dit : « On ne peut le trouver, nous l’avons cherché bien longtemps ».
Il répondit : « Celui qu’on ne peut trouver, c’est lui que je désire ».
RUMI1
1
MAWLANA DJALAL-od-DIN RUMI, Odes Mystiques, Traduction du persan et notes par Eva de Vitray-Meyerovitch et
Mohammad Mokri. Editions Klincksiek, 1973, p. 174.
3
AGRADECIMIENTOS
4
EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODELO DE VIDA
INTRODUCCIÓN 6
CONCLUSIÓN 74
BIBLIOGRAFÍA 78
5
INTRODUCCIÓN
2
EPICTETO, Disertaciones, recopilación por ARRIANO, traducción, introducción y notas de Paloma Ortiz García,
Gredos, Madrid, 1993, II, 8, 27.
9
Qu’est-ce que la philosophie antique? quienes me enseñaron mucho sobre la sabiduría
estoica y el personaje de Epicteto, percatándome, gracias a ellos, de que el estoicismo
puede ser una forma de vida y no solamente una teoría filosófica más.
También me apoyé en varios otros autores, sobre todo para el tercer capítulo
referente al Dios de Epicteto. Los artículos de M. Fredde, “La théologie stoïcienne”, de
K. Algra, “Stoic Theology”, y de D. Vazquez, “Los argumentos centrales de la teología
estoica”, me fueron de gran ayuda.
Este trabajo no pretende ser más que un esbozo sobre una parte la doctrina estoica
y uno de sus grandes maestros, Epicteto, al cual le sigo teniendo mucha admiración.
10
I. ANTECEDENTES DEL ESTOICISMO
1. Antecedentes históricos
Después de la gran expedición efectuada por Alejandro Magno a partir del año 334, y
hasta su muerte, el año 323 a. C., hubo grandes cambios espirituales que dieron lugar al
inicio de una nueva era llamada “helenística”.
La antigua noción de “Ciudad-estado”, la “polis”, libre e independiente, llega a su
fin al quedar la ciudad englobada en un conjunto que reúne diferentes países, razas y
ciudades: en Egipto, Siria, Macedonia y Pérgamo se forman nuevos reinos. La “polis” -
forma del Estado perfecto- de la antigua Grecia, ya no es más el punto de referencia
para la vida espiritual y moral. En cambio, se propaga el ideal cosmopolita. Grecia se
convierte en una provincia romana en el 146 a. C., donde el “ciudadano” de la época
clásica es reemplazado por el “individuo” que se vuelve responsable de la dirección
moral de su vida. Surge, entonces, la separación entre ética y política; la cadena:
ciudadano-ética-política, propia de la época clásica, se rompe y el hombre se encuentra
libre pero desamparado porque, lanzado a la deriva, sin los lazos que le habían sujetado
a la “polis”, se ve necesitado de una guía que le oriente a vivir dentro de una gran
sociedad. En respuesta a esta inquietud, el pensamiento helenístico, a través de sus
filósofos, estuvo preocupado por resolver diferentes problemas morales. De esta
manera, intentando dar una respuesta a esos problemas, se desarrollaron ciertas
doctrinas, entre las cuales están el epicureismo y el estoicismo que tenían en común la
idea de que la felicidad procede del interior del hombre y no fuera de él.
La tarea de los filósofos, reflejando este interés ético-práctico, consistió en
volverse una especie de directores espirituales que guiaban al individuo a través de los
11
azares de la vida, procurando dar un modelo para vivir. De esta manera, la filosofía
estoica tomó en cierta medida el papel que, años más tarde, iba a tomar el Cristianismo;
es decir, que logró satisfacer las necesidades y aspiraciones morales del hombre al
guiarlo hacia la perfección autosuficiente por medio de la ética.
2. Los fundadores
El fundador de la escuela estoica fue Zenón de Citio, en Chipre, nacido hacia el 333 a.
C., y muerto en el 262 a. C., aproximadamente. Como Zenón no era ateniense, no se le
permitía comprar un edificio y por esto profesaba sus enseñanzas en un pórtico pintado
por el pintor Polignoto. En griego, pórtico se dice “stoa”, nombre que designó a su
escuela. Sus seguidores se llamaron los estoicos.
Zenón era un gran admirador de Sócrates y durante unos diez años, siguió las
enseñanzas de tres corrientes surgidas de Sócrates. Primero, fue influido por los
dialécticos llamados megáricos, especialmente el moralista Diódoro de Megara de
tendencia socrática, con lo cual, el estoicismo adquirió rasgos teórico-racionales desde
el principio. Del pensamiento megárico se conserva muy poco. Zenón aprendió también
de los cínicos; fue alumno del célebre Crates. La tercera tendencia le llegó a través de
los conocimientos transmitidos por la Academia de Platón. Sin embargo, el
acontecimiento que más influyó sobre él fue la fundación del Jardín de Epicuro, el
huerto que Epicuro eligió para dar sus clases. Por esta razón la escuela de Epicuro fue
denominada Jardín; sus seguidores fueron los epicúreos. Si Zenón estuvo influido por el
Jardín es porque, como Epicuro, él tampoco creía en la metafísica y concebía la filosofía
como un arte de vivir. Pero no admitió nunca la forma en que los epicúreos resolvían los
problemas. No aceptó las dos ideas básicas de la doctrina, a saber, la reducción del
12
mundo y del hombre a un conjunto de átomos, y la identificación del bien con el placer.
De los escritos de Zenón no quedaron más que unos fragmentos.
Cleantes de Aso –Aso, ciudad griega del Asia Menor- sucedió a Zenón en la
escuela estoica y escribió una obra titulada Himno a Zeus, con pronunciado carácter
religioso cuyos fervientes acentos volveremos a encontrar siglos más tarde en algunas
de las Disertaciones de Epicteto. Pero Cleantes no hizo avanzar significativamente la
doctrina estoica cuya sistematización la debemos a Crisipo de Soles, 281-208 a. C.,
originario de Cilicia en Asia Menor, quien rigió la escuela después de Cleantes. Se dice
que Crisipo escribió más de 700 libros y le dio al estoicismo su solidez filosófica.
Importa subrayar que los creadores del estoicismo pertenecían al mundo
helenístico del Oriente helenizado, como en el caso de Crisipo y de Cleantes. Por el
contrario, la Estoa nueva será totalmente romana, con representantes como Séneca,
Epicteto -quien es el objeto de nuestro estudio- y Marco Aurelio. Sin embargo, ellos
también, al igual que Zenón, concibieron la filosofía como un arte de vivir, que
pudieron transmitir por medio de su ética. De tal manera, que la filosofía estoica de
Epicteto, de la cual hablaré después, no habrá de ser muy diferente de la de Zenón y de
Crisipo.
13
3. La ética del estoicismo antiguo
La ética del estoicismo antiguo fue la parte más significativa y más viva de su
filosofía; con ella, los estoicos transmitieron durante más de quinientos años una
doctrina muy eficaz que tiene como objetivo obtener la felicidad en la vida. Esta
doctrina está basada en dos principios importantes, la “oikeiosis” (del griego:
apropiación, atracción, conciliación) y la “adiaphora” (del griego: indiferente). Además,
esta filosofía pone particular énfasis en la dimensión colectiva, parte esencial de la
doctrina estoica.
a) La “oikeiosis”
Para los estoicos, como lo he dicho, la finalidad de la vida era la felicidad, la cual
consistía en la virtud; es decir, vivir conforme a la naturaleza, a la ley de la naturaleza
(en vez de la ley de la polis), sometiéndose al orden impuesto por Dios en el mundo. Sin
embargo, el hombre es un ser racional y por esto Zenón afirmaba que la vida según la
naturaleza significaba la vida conforme a la razón. En la “physis” estoica el principio
activo es representado por Dios quien genera tanto los elementos animados como la
materia inanimada, quien a la vez está formado por el “logos”, la razón. De esta manera,
el principio activo- Dios- y el mundo terminan uniéndose en la “razón universal”, la
cual dará lugar al concepto de “naturaleza”. Vemos entonces que el término
“naturaleza” tenía un sentido mucho más amplio que en la actualidad: usualmente,
reducimos el concepto naturaleza al mundo físico. En cambio, la “naturaleza” estoica
está formada por los entes animados, hombres y animales, y también por lo inanimado.
El mundo es la sustancia de Dios, lo rige mediante su providencia e impregna de
divinidad el mundo; lo cual significa que no es un Dios trascendente pero sí providente.
La “oikeiosis” implica, pues, estar de acuerdo consigo mismo siguiendo la propia
14
naturaleza humana y, al mismo tiempo, participar de la razón universal, ya que la
naturaleza humana es parte de la razón universal. Poder actuar en armonía con la
naturaleza representa una virtud. La “oikeiosis”, entonces, consistirá en conciliarse con
el propio ser racional, conservándolo y actualizándolo plenamente. Es una noción que
servirá también a los estoicos para distinguir el bien del mal: el bien será lo que
conserve e incremente el ser, mientras que el mal será lo que le perjudique y lo destruya.
El bien auténtico para la vida de la razón, concluyen los estoicos, es sólo la virtud y, por
el contrario, el verdadero mal es sólo el vicio. En otras palabras: el bien es lo
provechoso o lo útil, el mal es lo nocivo. Esta noción les permite a los estoicos
introducir el otro principio importante, la “adiaphora” o indiferencia.
b) La “adiaphora”
Como vimos, se habla de bien y de mal exclusivamente en el contexto moral,
porque todo lo que tiene que ver con el cuerpo, no puede ser ni bueno ni malo, sino
indiferente moralmente. Ya sean cosas positivas como la salud, la belleza, la riqueza, o,
al contrario, negativas como la enfermedad, la muerte, la pobreza; todas estas cosas nos
deberán resultar absolutamente indiferentes. Así, en la época marcada por la
desaparición de la “polis”, el estado de “adiaphora” fue lo que le dio al hombre una
nueva seguridad. El estoicismo, en efecto, mostró que la felicidad es independiente de
los eventos exteriores y que el bien y el mal derivan exclusivamente del interior del
propio yo; con eso garantizaba la felicidad en medio de cualquier evento nocivo. Esta
manera de ver la vida y la felicidad representa un giro considerable en la historia de la
ética. Anteriormente, se consideraban la enfermedad, la muerte y la pobreza como males
y como felicidad lo contrario. En el L. I, 5, de la Etica Nicomaquea, Aristóteles mismo,
quien basaba también su ética sobre la felicidad, consideraba como bien útil la riqueza:3
3
“En cuanto a la vida de lucro, es ella una vida antinatural, y es claro que no es la riqueza el bien que aquí buscamos,
porque es un bien útil, que por respecto de otro bien se desea”, 1096a 5-7, UNAM, México, 1983.
15
claro que se trataba de un bien particular y que el único bien último era la felicidad, pero
todas estas cosas positivas que vuelven la vida más agradable y que son útiles,
Aristóteles las valoraba en su justa medida; mientras que los estoicos las consideraron
indiferentes por pertenecer al mundo exterior. Para ellos, el bien es sólo la virtud que,
según cita Diógenes Laercio, es “una disposición conforme a la razón, deseable en sí
misma, por sí misma y no a causa de alguna esperanza o del temor de algún motivo
externo” (VII, 89). Los estoicos consideran que las virtudes son las siguientes: la
prudencia o el discernimiento moral, la fortaleza, la templanza o el dominio de sí, y la
justicia. Como están ligadas unas con otras, la presencia de una virtud implica la
presencia de las otras. Lo mismo para el vicio: tener uno significaba tenerlos todos.
Vemos entonces que en la virtud no hay grados: o uno es completamente virtuoso o no
lo es, y que, por lo tanto, no es cosa fácil alcanzar la virtud y la felicidad. Según la
opinión de Crisipo, la virtud era un privilegio de los sabios, quienes sólo la lograban
después de muchos años. Los estoicos posteriores no fueron tan rigoristas y valoraban el
esfuerzo y el progreso en el camino a la sabiduría.
c) La dimensión colectiva
Por último, otro tema importante de la ética estoica es la dimensión colectiva.
Proviene de la virtud de la justicia que lleva a interesarse por los otros, por la
colectividad. Se trata de una preocupación espontánea por los otros porque todos
participamos de la razón universal. En esto somos todos iguales, tenemos la misma
esencia, formamos parte y somos parte de la totalidad. “La comunidad es vista como
una entidad superior; y el individuo, para lograr su objetivo individual, se pone al
servicio de la comunidad”.4 De esta manera, ya que todos tenemos la facultad de razonar
y argumentar, todos somos educables por la virtud y podemos llegar de este modo a
4
MARCO AURELIO, Meditaciones, introducción de Manuel J. Rodríguez Gervás, Letras Universales, Barcelona, 1996, 2ª
reimpresión, 1998, p.47.
16
observar reglas de convivencia correctas. Los estoicos, entonces, gracias a la
“adiaphora”, las virtudes y su interés por la colectividad, pudieron mantener una
coherencia entre los principios y la acción; es principalmente en sus escuelas filosóficas
donde se podía ejercitar el modo de vida estoico, verdadero código de la conducta que
les capacitaba para conducir su nave en el océano de la vida.
Si los primeros estoicos lograron transmitir durante más de quinientos años su doctrina,
no lo fue tanto a través de sus escritos, desaparecidos en la mayoría de los casos, con
excepción de los de Crisipo, sino más bien gracias a sus escuelas filosóficas. En efecto,
en la Antigüedad (principalmente en los siglos cuarto y tercero a. C.) no se estudiaba la
filosofía en la Universidad como lo hacemos en nuestros días, en donde se nos confronta
a diversas doctrinas, a partir de las cuales escogemos la que nos parece filosóficamente
más razonable. En cambio, los antiguos griegos, así como los romanos, escogían una
escuela filosófica en función del modo de vida que se practicaba en ella y dedicaban a
veces hasta dos años de su vida al aprendizaje filosófico. Lo consideraban –a diferencia
de lo que ocurre en nuestro mundo moderno donde se estudia cada vez menos la
filosofía- como una herramienta indispensable para la formación de cualquier hombre
joven. “El término griego scholé designaba a la vez la escuela como institución y como
tendencia doctrinal”.5 Hacia el final del siglo IV a. C, casi toda la actividad filosófica se
concentraba en Atenas, en las cuatro escuelas fundadas respectivamente por Platón -la
Academia-, por Aristóteles -el Liceo-, por Epicuro -el Jardín- y por Zenón -la Stoa-.
Eran instituciones de carácter permanente, ya que aún muerto su fundador seguían
5
HADOT, Pierre, Qu’est-ce que la philosophie antique?, la traduccción al español es mía, Paris, 1995, p. 155.
17
funcionando con el sucesor, como fue el caso de Crisipo, quien rigió la escuela estoica
después de Cleantes, quien a su vez, sucedió a Zenón, fundador de la escuela mucho
tiempo antes -hacia el 300 a. C.- y estableció el modo de vida de acuerdo con la ética
estoica que se había de practicar en ella. Las escuelas filosóficas estaban abiertas al
público en general, pero se hacía una distinción entre los simples auditores y los
discípulos; éstos últimos vivían en la casa del maestro o cerca de ella: ¡Situación cuanto
envidiable! A veces las escuelas recibían alumnos ilustres: el rey de Macedonia
Antígonos Gonatas, cuando se encontraba en Atenas, asistía a la escuela para oír a
Zenón; lo admiraba no solamente por sus teorías, que ponía en práctica con sus
discípulos, sino también porque educaba a la juventud y porque llevaba el estilo de vida
austero propio de los estoicos: Zenón vivía de pan, de higos y de un poco de agua, en
total acuerdo con sus discursos. Epicteto fundó a su vez una escuela filosófica en
Nicópolis donde enseñaba la doctrina estoica de Zenón y Crisipo. También vivía muy
pobremente; no poseía más que un jergón para dormir, de modo que no necesitaba
cerradura en su casa. Asimismo, para Epicteto, la filosofía se realizaba en la manera de
vivir y no en la elaboración de teorías, la filosofía concernía todas las facetas de la vida,
no a la mera actividad intelectual.
18
II. EL ESTOICISMO DE EPICTETO
6
EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 11-12.
19
Epicteto no escribió ninguna obra porque quería seguir el modelo de enseñanza
socrático. Sin embargo, uno de sus discípulos, llamado Arriano, tomó y conservó
algunas lecciones de su maestro para su uso personal, pero, sin que su maestro lo
supiera, pasaron al dominio público. Posteriormente, Arriano decidió publicar sus notas
porque vio la utilidad que los lectores podrían sacar de esos textos y es así como
poseemos cuatro libros de Disertaciones -a veces llamadas Diatribas- de Epicteto.
También Arriano compiló un Manual (Encheiridion) extrayendo las máximas más
significativas de las Disertaciones.
Epicteto era considerado por sus contemporáneos como un excelente maestro. Sus
clases empezaban con la lectura de un clásico estoico, sea Zenón o Crisipo que, en voz
alta hacía alguno de los discípulos; pero el libro servía únicamente como soporte para
incitar a la reflexión que inspiraba el texto escrito. Leyendo las Disertaciones, nos
damos cuenta de que la mayor parte de cada una de ellas está escrita en forma
dialogada; ello con el objetivo de poner al interlocutor frente a sus defectos o errores de
pensamiento y hacerle tomar conciencia de ellos sin ofenderle. Sin embargo, Epicteto
no hacía ninguna concesión cuando juzgaba que el alumno estaba equivocado. Se
expresaba en un lenguaje coloquial, a veces crudo. Fiel al método socrático, la
mayéutica, elaboraba su pensamiento por medio de preguntas y respuestas, a partir de
problemas reales que le planteaban sus interlocutores, ya fueran discípulos o bien
simples visitantes. El resultado, lo podemos comprobar leyendo las Disertaciones. En
efecto, Epicteto impartía una clase muy práctica y humana porque se preocupaba por
ayudar realmente a sus alumnos en la resolución de sus diferentes problemas. Trataba a
todos por igual aún si eran letrados o aristócratas. Por ejemplo, el mismo Arriano hizo
una carrera al servicio del Estado como procónsul, gobernador y general pero muy
influenciado por Epicteto y, al igual que el emperador Marco Aurelio, nunca abandonó
la filosofía, porque la filosofía que enseñaba su maestro Epicteto concernía a la vida, no
a la simple actividad intelectual. En efecto, Epicteto no se dedicaba a hacer brillantes
20
análisis sobre la doctrina estoica de Zenón o Crisipo, el punto no era leer filosofía sino
sacar provecho de la lectura para poder transformarse y volverse filósofo en la medida
de lo posible y en la vida cotidiana, así como lo hacía Sócrates con sus propios auditores
y a quien Epicteto se refería con frecuencia.
2. El modelo socrático
Epicteto sentía una gran admiración por Sócrates. Cuando se comparaba con éste, solía
decir: “Epicteto no será superior a Sócrates, pero si tampoco es peor, con eso me
basta”.7 Ni Sócrates, ni Epicteto escribieron cosa alguna, pero poseemos los recuerdos
de Jenofonte8 sobre Sócrates que nos son muy útiles para darnos una idea de quien fue
como persona y como maestro; gracias al historiador Jenofonte podemos apreciar a
continuación las semejanzas que existen entre Sócrates y Epicteto.
La tarea de Sócrates, la que le fue confiada por el oráculo de Delfos según la
Apología, será hacer tomar conciencia a los hombres de que lejos de saber lo que creen
saber, en realidad no saben nada. El propio Sócrates asume la actitud de alguien que no
sabe nada y, en las discusiones, él será siempre el interrogador, con todas las ventajas
que esta postura implica. Epicteto también utilizó la misma técnica aunque de una
manera ligeramente diferente porque él no se presentaba como alguien que no sabía
nada como lo hacía Sócrates sino que asumía plenamente su posición de maestro y de
guía moralizador ya que incitaba a sus discípulos a que regresaran al camino correcto, el
camino dictado por la ética estoica. Si los interlocutores de Sócrates son, a veces, gente
común y corriente, muchas veces también se trata de aquellos que por su cultura están
convencidos de poseer la sabiduría, como es el caso de los sofistas, enemigos declarados
7
EPICTETO, Disertaciones, I, II, 36-37.
8
Cf. JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, Versión de Juan David García Bacca, UNAM, México, 1993
21
de Sócrates. Jenofonte recuerda una conversación que Sócrates sostuvo acerca de la
justicia con Hipias de Elea,9 célebre sofista contemporáneo de Sócrates, conversación
que nos permitirá ver cómo Sócrates prefiere la acción a las palabras: exactamente lo
mismo que Epicteto, quien no se cansará nunca de repetirlo a sus propios discípulos
siglos más tarde. Al principio del diálogo, Hipias le exige a Sócrates una respuesta clara
sobre lo que piensa de la justicia y le reclama que siempre se burla de los demás sin dar
sus propias opiniones; a lo cual Sócrates responde magistralmente diciendo que lo que
cuenta son sus acciones: “A falta de palabras mis actos lo descubren con evidencia; y
¿no te parece que la acción es más convincente que todas las palabras?”10 No le queda
más a Hipias que aprobar esta opinión de Sócrates, pues comprueba que la importancia
de la Filosofía es llevarla a la práctica diaria y, concederle, también, que muchas
personas que hablan bien acerca de la justicia, sin embargo, cometen injusticia. Esta
pequeña charla entre Sócrates e Hipias retrata muy bien que, por lo menos en el caso de
Sócrates, la vida del hombre justo, es lo que determina mejor el significado de la
justicia. Se puede también recordar la frase de Sócrates -citada por Epicteto- cuando le
dijeron que se preparara para el juicio: “¿No te parece que me he estado preparando toda
la vida?”11 Su vida entera, en efecto, habrá sido un testimonio de una actitud filosófica
consciente de su no-saber puesta en práctica.
Otro tema en el que coinciden los dos filósofos es el de la muerte. Ninguno de los
dos la teme y por idénticas razones: no se puede temer algo desconocido o basado sobre
falsos juicios. Lo dice Epicteto muy claramente refiriéndose a Sócrates: “Lo que
perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que se forman sobre las cosas.
Así, la muerte no tiene nada de temible, pues, de lo contrario, le habría parecido de este
9
Hipias de Elea le ha dado su nombre a uno de los Diálogos de Platón, en que éste se burla de su falsa ciencia y de su
vanidad.
10
JENOFONTE, Recuerdos….IV, 4, 10.
11
EPICTETO, Disertaciones, II, II, 8-9.
22
modo a Sócrates. Lo que sí es temible, en cambio, es el juicio de que la muerte es
temible”.12 Sócrates, por su parte, afirma en su Apología:
En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer
que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el
mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el
mayor de los males. Sin embargo, ¿cómo no va a ser la más reprochable ignorancia la de creer
saber lo que no se sabe?13
12
EPICTETO, Manual, Editorial Porrúa, México, 1998, V, p. 4.
13
PLATÓN, Apología, Tomo I, Gredos, Madrid, 2008, 29a-b.
14
PLATÓN, Apología, 29b.
15
Disertaciones, II, 11, 3-4.
23
dependen de nosotros y sobre las cuales tenemos la facultad de elegir, podemos escoger
hacer el uno o el otro, mientras que cuando se trata de la muerte pertenece al orden de
las cosas que no dependen de nosotros y por lo tanto nos tiene que resultar indiferente.
Esta noción innata del bien y del mal de la cual habla Epicteto en la cita anterior, que se
podría llamar en términos modernos conciencia moral, parece ser que no fue tampoco
desconocida para Sócrates y parecería que haya admitido implícitamente que en todos
los hombres cabía un deseo innato del bien. He aquí las palabras de Sócrates recordadas
por Jenofonte: “Creo que todos los hombres eligen, entre las acciones posibles, las que
tengan que resultarles más ventajosas. Pienso pues que los que no obran con rectitud no
son ni sabios ni sensatos”.16
Ahora, vale la pena entender lo que quiere decir Sócrates cuando se refiere a la
sabiduría. Jenofonte nos aclara que Sócrates no separaba la sabiduría de la actitud
correcta: tenía por sabio y prudente a quien, conociendo el mal, se supiera guardar de él
y, conociendo el bien y lo bello, supiera ponerlos en práctica. En efecto, decía Sócrates,
según Jenofonte:
La justicia y todas las demás virtudes son cosas bellas y buenas; pues bien, quienes las
conozcan no podrán menos de preferirlas, porque la prudencia los hace reconocer como bienes
para el hombre y tienen que ser preferidos sobre todos los demás bienes y cosas, mas los que no
las conocieren, no solamente no podrán alcanzarlas, sino que, cuantas veces lo intentaren, otras
tantas faltas harán. De parecida manera: los hombres sabios hacen cosas bellas y buenas,
mientras que los que no son sabios no pueden hacerlas, y, si lo intentan, no hacen sino cometer
faltas, y puesto que, según lo dicho, todo lo justo, bello y bueno se practica por virtud, es
evidente que la justicia y todas las demás virtudes son sabiduría.17
16
JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, III, 9, 5.
17
JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, III, 9, 6.
24
Al terminar de citar estas palabras de Sócrates, Jenofonte observa que podemos ahora
entender la teoría socrática que afirma que sólo se peca por ignorancia y que la sabiduría
con prudencia elimina de raíz todo pecado. En efecto, si la virtud, para Sócrates, es
sabiduría, se puede deducir que si el hombre comete el mal moral es porque cree
encontrar ahí el bien, y, si es virtuoso, es porque sabe con toda su alma y desde lo más
profundo de su ser donde está el verdadero bien. Por tanto, no podemos dejar de hacer el
paralelo con Epicteto quien, como lo vimos antes, llegó a una conclusión similar, lo cual
nos deja pensar que el modelo socrático fue de enorme influencia sobre Epicteto y su
escuela estoica. Encontramos en los dos filósofos ese mismo mérito absoluto de la
elección moral.
En resumen: todas las cosas que parecen males a los ojos de los hombres, ya sea
la muerte, la enfermedad, la pobreza, no son males ni para Sócrates ni para Epicteto: a
sus ojos, existe sólo un mal: la falta moral; y existe sólo un bien: la voluntad de hacer el
bien. A este respecto, el siguiente pensamiento de Epicteto es muy elocuente: “…y si la
virtud promete precisamente concedernos la felicidad y la impasibilidad y la serenidad,
con toda certeza que el progreso hacia ella es un progreso hacia cada una de estas
cosas”.18 Conviene recordar ahora las palabras de Sócrates al final de la Apología, las
cuales enuncia advirtiendo que se trata de una verdad: “No existe mal alguno para el
hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto”.19 También recordemos su última
petición, en relación con sus hijos:
Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles las mismsas molestias que
yo a vosotros, si os parece que se preocupan del dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la
virtud, y si creen que son algo sin serlo, reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan
de lo que es necesario y que creen ser algo sin ser dignos de nada.20
18
EPICTETO, Disertaciones, I, IV, 3-4.
19
PLATÓN, Apología, 41d.
20
PLATÓN, Apología, 41e.
25
Se puede ver cómo la virtud moral era la preocupación mayor tanto en Sócrates como
en Epicteto.
Dos filósofos de la Antigüedad, Sócrates -quien enseñó en Atenas en el 325 a.
C.-y Epicteto -en Nicópolis en el 94 d. C.- ambos preocupados por sus conciudadanos,
invitándoles a revisar sus actitudes, su modo de ver la vida, sus principios éticos,
rompiendo con sus conceptos aprendidos, sus condicionamientos y las convenciones de
la vida diaria, para poder elevarse y tomar altura, analizar sus comportamientos porque,
como dice Sócrates, una vida sin examen no es vida: se trata de la exigencia filosófica.
Significa que la filosofía rebasa a los hombres y las cosas por su exigencia moral y el
compromiso que ella implica -esto se refleja tanto en las enseñanzas de Sócrates como
en las de Epicteto-, pero a la vez, los dos filósofos conviven con los hombres y con las
cosas, porque la verdadera filosofía se encuentra solamente en la vida cotidiana. En
efecto, el retrato de Sócrates por Jenofonte nos revela un hombre que participa
plenamente en la vida de la ciudad, tal y como es, un hombre casi ordinario, cotidiano,
con mujer e hijos, que conversa con todo mundo en las calles, en las tiendas, en los
gimnasios, un soldado valiente y templado, así como un “bon vivant” capaz de beber
más que todos los demás sin estar ebrio. Tal es la descripción de Sócrates por Jenofonte:
un hombre, un filósofo nunca completamente fuera del mundo.21 Es por eso que
Sócrates quedará como modelo del filósofo ideal, ya que su obra filosófica no es sino su
vida y su muerte. Servirá de modelo a Epicteto.
Esta reflexión sobre Sócrates y su influencia sobre el estoicismo de Zenón y el
estoicismo romano de Epicteto, nos lleva de regreso al tema de nuestro estudio: el
estoicismo de Epicteto como modo de vida y no sólo como disertación. Plutarco,
escritor de principios del siglo II d. C., tiene la misma opinión: afirma que la mayoría de
21
Esto me recuerda a Merleau-Ponty, cuando se refiere a la filosofía: « La philosophie n’est jamais tout á fait Dans le
monde, et jamais cependant hors du monde ». MERLEAU-PONTY, Eloge de la philosophie et autres essais, Paris, 1965,
p. 38.
26
la gente cree que la filosofía se resume en dar clases de filosofía con la ayuda de textos
escogidos. Plutarco toma como ejemplo a Sócrates quien no se sentaba en lo alto de un
auditorio para dar una conferencia, sino que convivía con sus discípulos, bebiendo con
ellos o hasta yendo a la guerra con ellos. De esta manera, observa Plutarco, fue el
primero en mostrar que la vida cotidiana nos da la posibilidad de filosofar en todo lo
que hacemos y en todo lo que nos acontece.22 El mismo Sócrates en su Apología, define
su sabiduría como una sabiduría humana y nada más: “En efecto, atenienses, yo no he
adquirido este renombre por otra razón que por cierta sabiduría. ¿Qué sabiduría es esa?
La que, tal vez, es sabiduría propia del hombre; pues en realidad es probable que yo sea
sabio respecto a ésta”.23 Se puede entender esta frase de Sócrates en el sentido de que él
no posee el tipo de sabiduría que enseñan los sofistas -menciona a Gorgias de Leoncio y
a Hippias-, sino que más bien, la suya es una sabiduría innata, porque todos los
humanos venimos al mundo con el sentido del bien; se trata de una sabiduría que cada
quien puede aplicar a su propia vida cotidiana, con sus compatriotas, los ciudadanos de
Atenas. Esta era la sabiduría de Sócrates y de la cual hablaba.
Hemos mencionado en el capitulo primero la influencia del modelo socrático en
los primeros estoicos y luego vimos el peso preponderante que tuvo en el estoicismo
romano, particularmente en Epicteto, y nos dimos cuenta entonces que el estoicismo es
un sistema edificado sobre la razón, la cual, indica al hombre el camino del bien moral,
el camino de la virtud. Nos corresponde ahora entender el papel de la razón en la física
17 «
La plupart des gens s’imaginent que la philosophie consiste á discuter du haut d’une chaire et á faire des cours sur des
textes…Socrate ne faisait pas disposer des gradins pour les auditeurs…il n’avait pas d’horaire fixe pour discuter ou se
promener avec ses disciples. Mais c’est en plaisantant parfois avec ceux-ci ou en buvant ou en allant á la guerre…qu’il a
philosophé. Il fut le premier á montrer que, en tout temps, en tout endroit, dans tout ce qui nous arrive et dans tout ce que
nous faisons, la vie quotidienne donne la possibilité de philosopher. » “La mayoría de la gente se imagina que la filosofía
consiste en discutir desde un púlpito y a dar clases a partir de unos textos…Sócrates no ponía gradas para sus oyentes…no
tenía un horario fijo para discutir o caminar en compañía de sus discípulos. Pero, a veces, al mismo tiempo en que
bromeaba con ellos o bebía o estaba en camino a la guerra, entonces, era el momento en el cual filosofaba. Fue él el
primero en mostrar que, en todos tiempos, en todos lugares, en todo lo que nos acontece y en todo lo que hacemos, la vida
cotidiana nos da la posibilidad de filosofar”. PLUTARQUE, Si la politique est l’affaire des vieillards, de Vies, la traducción
al español es mía, Les Belles Lettres, Paris, 1961, p.26.
23
PLATÓN, Apología, 20d.
27
del estoicismo, en qué consiste el “logos”, el cual parece ser la base de toda la doctrina
estoica en general que luego Epicteto retomará en sus Disertaciones.
24
EPICTETO, Disertaciones, I, IX, 5-6.
28
nos remite directamente al axioma fundamental del estoicismo que afirma que la
felicidad se encuentra únicamente en el bien moral, en la virtud, y que la desdicha se
encuentra sólo en el mal moral, en el vicio. Aunque Epicteto piense que solamente unos
pocos alcanzan la felicidad, en realidad está al alcance de todos porque todo ser humano
viene al mundo dotado de razón, con la facultad de pensar, facultad que le indica el
camino recto, un camino que coincide con la tendencia del “logos’’ que es pura razón y
permite al hombre estar en armonía con el universo.25 Recordemos también que Zenón
de Citio, el fundador del estoicismo, afirmaba que la vida según la naturaleza era vivir
conforme a ella; esto es, lograr el asentimiento entre la materialidad de la naturaleza y la
razón humana. La virtud y, por lo tanto, la felicidad se encontraban, según Zenón, en
esa correspondencia entre ambas. Si la naturaleza es sinónimo de virtud y, por lo tanto,
de felicidad resultará indispensable apegarse a ella.
El principio de la “oikeiosis”, del cual hemos hablado anteriormente, recomienda
actuar en armonía con la naturaleza, eso representa una virtud e implica estar de acuerdo
consigo mismo -podríamos decir coherente consigo mismo- siguiendo su propia
naturaleza humana -dotada de razón- y, al mismo tiempo, participar de la razón
universal, de este “logos”, pues la naturaleza humana es parte de él.
Recordemos que la “oikeiosis” es la que permite a los estoicos distinguir el bien
del mal, en efecto, el bien auténtico -que conserva e incrementa el ser- para la vida de la
razón es sólo la virtud, mientras que el verdadero mal -que perjudica el ser- es sólo el
vicio. En este punto, el razonamiento estoico es muy claro. La razón humana, hemos
dicho, es una emanación, una parte de la Razón universal, una parte del “logos”, pero
puede oscurecerse o deformarse porque está viviendo en el cuerpo atraída por el placer,
por ejemplo. Solamente el sabio -el filósofo está únicamente en camino hacia la
sabiduría- es capaz de hacer coincidir su razón con la Razón universal, y esta
25
MARCO AURELIO, el emperador estoico inspirado por Epicteto lo dirá de una manera rotunda: “Se armoniza conmigo
todo lo que para ti es armónico, universo…De ti viene todo, en ti está todo, hacia ti se dirige todo”. Meditaciones, IV, 24.
29
coincidencia no puede ser más que un ideal. Por el hecho de que el sabio es un ser
excepcional, no hay abundancia de ellos, y de ahí la frase de Epicteto, anteriormente
citada: “…sólo unos pocos (se inclinan) hacia el parentesco divino y bienaventurado”.
El mismo Epicteto no se consideraba sabio, sino filósofo; es decir, se ejercitaba
constantemente en la sabiduría para un día, acaso, obtener el título de sabio. Pero, en
tanto maestro, incitaba a sus discípulos a seguirle en este camino de la filosofía para
progresar hacia la casi inaccesible sabiduría. Es un camino difícil por ser desconocido.
La vida cotidiana presenta continuamente una serie de dificultades que implican escoger
entre tal o cual actitud, decisión que puede ser acertada o equivocada. A su vez, la
filosofía estoica tiene entonces como meta la de permitir al filósofo orientarse en la
incertidumbre de la vida cotidiana proponiendo alternativas que nuestra razón puede
aprobar, dirigidas siempre hacia el bien moral, que es el bien más importante. Epicteto,
filósofo estoico, tiene una regla muy sencilla para poder orientarse en medio de las
dificultades que abundan en la vida diaria: se trata de distinguir entre “lo que depende
de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Esta fórmula propia de Epicteto será el
tema de estudio del siguiente apartado.
En el parágrafo anterior hemos podido apreciar la gran importancia que tiene la Física
para la Etica de Epicteto. En efecto, le es indispensable porque enseña al hombre a
tomar su justa dimensión sobre su lugar en el universo y reconocer que existen cosas
que no están en su poder, sino que dependen de causas externas a él y que se encadenan
de manera necesaria y racional. Recordemos que los estoicos fundan la razón humana en
la Naturaleza concebida como Razón universal. El cosmos como Razón se repite en un
30
ciclo eternamente idéntico y, por consecuencia, es lógico; es decir, no puede haber uno
peor o mejor, ya que es racional. En este cosmos todo se encadena perfectamente
conforme al principio de causalidad.26 Entonces, aunque el hombre lo quiera o no, las
cosas ocurren necesariamente de la manera en que ocurren. La Razón universal no
puede actuar de manera diferente porque es perfectamente racional. Ahora, el hombre
queda libre de rehusar el destino, rebelarse contra el orden universal y actuar o pensar en
oposición con la Razón universal, pero tal negación no cambiará en nada el orden del
mundo. Epicteto ejemplifica esta actitud en el caso del hombre que quiere embarcar con
viento contrario y que se lamenta:27 “¡Ay de mi, siempre viento Norte! ¿Cómo embarcar
con este viento contrario? ¿Cuándo soplará viento Sur?” A lo cual Epicteto contesta:
“Amigo mío, soplará cuando le plazca o, mejor dicho, cuando le plazca al que es su amo
y señor. ¿O es que eres dispensador de vientos cual otro Eolo? Acostúmbrate a que no
podemos disponer más que de lo que depende de nosotros y hemos de tomar lo demás
tal cual llega”.
Está claro que no se puede interferir con el orden de la Razón universal. Epicteto
afirma que lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las
representaciones. Para él significa nuestra capacidad racional. Reale y Antiseri,28 por su
parte, nos dan una definición más técnica porque en ellas estriba uno de los pilares de la
filosofía estoica; definen entonces las representaciones en esos términos: “…la base del
conocimiento está en la sensación, que es una impresión provocada por los objetos en
nuestros órganos sensibles y que se transmite al alma y se imprime en ella, engendrando
la representación”. Podemos entender así de donde proceden las representaciones pero
el fenómeno no se limita a esto, va más allá de una simple sensación. En efecto, sigue la
26
HADOT en Qu’est-ce que la Philosophie antique? hace referencia a este fenómeno : «Il n’y a pas de mouvement sans
cause; s’il en est ainsi, tout arrive par les causes qui donnent l’impulsion; s’il en est ainsi, tout arrive par le destin ».
HADOT cita aqui –p. 203- un pasaje de un libro intitulado Les Stoiciens, p. 481, al cual él hace referencia y que nos explica
con mucha claridad la visión estoica relativa al orden en el cosmos, un orden inevitable y tan implacable que les parece a
los estoicos la obra del destino.
27
EPICTETO, Máximas, Editorial Porrua, México 1998, II, p.52.
28
REALE, G., ANTISERI, D., Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder, Barcelona, 1995, p. 227.
31
definición: “La representación verdadera no implica sin embargo un mero sentir, sino
que postula asimismo un asentir, un consentimiento o un aprobar procedente del logos
que hay en nuestra alma”. Vemos entonces la importancia y el rol preponderante que
tiene nuestro consentimiento en el proceso de la impresión de las representaciones en
nuestra alma. Y bien, si la impresión no depende de nosotros, porque depende de la
acción que los objetos ejercen sobre nuestros sentidos y que no podemos sustraernos a
dicha acción; sin embargo, existe una parte importantísima donde intervinimos nosotros
con toda libertad. Prosigue, “…somos libres de tomar posición ante las impresiones y
las representaciones que se forman en nosotros, otorgándoles el asentimiento de nuestro
logos, o bien negándonos a concederlo”.29 ¿Qué pasará si le negamos nuestro
consentimiento a una representación? Pues no contará como representación verdadera,
se convertirá en una representación falsa. La definición de Reale e Antiseri termina con
esa frase muy clara: “Este asentimiento es el único criterio y garantía de verdad”.30
Es exactamente en este punto donde interviene el famoso lema de Epicteto, a
saber: “lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Es importante
recordar aquí que si no podemos interferir con el orden de la Razón universal -esto
corresponde a lo que no depende de nosotros- en cambio, lo que sí depende de nosotros
son los actos de nuestra alma, porque podemos escogerlos libremente: podemos juzgar o
no juzgar, juzgar de tal manera o de otra, podemos desear o no desear, querer o no
querer. Pero más importante aún es que este centro de autonomía del cual gozamos, nos
permitirá escoger entre el bien y el mal; pues, recordemos que para los estoicos sólo
existen el bien moral o el mal moral. Epicteto afirma entonces que el primer trabajo que
se tiene que hacer es juzgar la validez de nuestras representaciones y poder así usarlas
correctamente. Si no, no les daremos a nuestras representaciones nuestro asentimiento
¿Cuál será el criterio de Epicteto para decidir si una representación es válida, es decir,
29
Idem.
30
Idem.
32
verdadera y que merece nuestro consentimiento? Una representación es adecuada,
correcta o comprensiva, como a veces la llama él, cuando no va más allá de lo que es
dado, cuando sabe pararse a lo que es percibido sin agregarle nada subjetivo, cuando se
queda con la realidad objetiva. Epicteto nos explica muy bien este concepto con un
ejemplo en una de sus Disertaciones,31 por cierto, titulada: “Cómo hay que ejercitarse
en las representaciones”. Se trata de un diálogo interior del alma con las
representaciones que se le presentan. El alma tratará de decidir si una representación es
comprensiva, adecuada y, si merece nuestro asentimiento; en otras palabras, si es algo
que depende o no de nosotros y si, en conclusión, se trata de un bien o de un mal. El
diálogo empieza con un consejo de Epicteto: Igual que nos ejercitamos en las cuestiones
sofísticas, así también deberíamos ejercitarnos todos los días en las representaciones.
También ellas nos plantean cuestiones. “Murió el hijo de Fulano”. Responde: “Ajeno al
albedrío: no es un mal” ¿Cómo no va a ser un mal el que se haya muerto el hijo de
alguien? Porque según la teoría de Epicteto, la frase: “Murió el hijo de Fulano”, resulta
ser una representación comprensiva- en griego se llama phantasía kataléptiké- es decir,
una representación que es por sí misma criterio de verdad ya que procede de un objeto
real, en este caso, la muerte es el objeto real. Por lo tanto, este hecho real no depende de
nosotros, de nuestra voluntad, de nuestro albedrío, como lo subraya Epicteto, y, en
consecuencia, no es un mal. Puede resultar un poco difícil aprobar este razonamiento
estoico. Suele considerarse a la muerte como un mal, pero Epicteto defiende su posición
en esos términos cuando se le objeta que Zeus no hace correctamente las cosas: “¿Por
qué? Porqué te hizo paciente, magnánimo, porque quitó a esas cosas el ser malas, para
que puedes ser feliz aunque te pase eso”.32 No olvidemos que la felicidad estoica reside
únicamente en el bien moral.
31
EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 1-4, 5-6.
32
EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 6-7.
33
Epicteto está convencido de que si tomamos la costumbre de analizar nuestras
representaciones “haremos progresos porque no daremos nuestro asentimiento sino a
aquello de lo que nace una representación comprensiva”.33 En la misma Disertación
donde trata de cómo hay que ejercitarse en las representaciones, Epicteto da los
ejemplos siguientes: las representaciones se continúan enunciando:
“Se ha muerto su hijo” ¿Qué ha pasado? Que ha muerto su hijo. ¿Nada más? Nada. “Se ha
hundido la nave”. ¿Qué ha pasado? Que se ha hundido la nave. “Le han metido en la cárcel”.
¿Qué ha pasado? Que le han metido en la cárcel. Lo de “le van mal las cosas”, cada uno lo
añade de su cosecha.34
Lo que Epicteto quiere decir aquí es que la idea según la cual tal evento es una
desgracia, es una representación que no tiene ningún fundamento en la realidad porque
rebasa la visión adecuada de esta realidad añadiéndole un juicio subjetivo y además
falso porque la teoría estoica estipula que la infelicidad se encuentra solamente en el mal
moral, en el vicio. Entonces, ahora podemos entender mejor esa aseveración de Epicteto
que dice que lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las
representaciones.
Otro ejemplo que aparece en sus Máximas nos ayudará a entender mejor este
concepto estoico. Se trata nuevamente de un hombre que quiere salir a la mar; se
pregunta qué debe hacer. Epicteto aconseja que este hombre haga lo que está en sus
manos, en consonancia con su razón que consiste en: escoger el barco, el piloto, los
marineros, la estación, el día y el viento favorable: he aquí cuanto depende de él. Sigue
Epicteto poniéndose en el lugar del viajero:
33
EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 4-5.
34
EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 5-6.
34
Luego, si en alta mar sobreviene una tormenta, ya no tengo yo nada que hacer, todo es asunto
del piloto. ¿Qué la embarcación zozobra? Pues en vez de gemir, llorar o apesadumbrarme, me
dispongo a hacer lo que esté en mi poder y en mis facultades para salvarme, sin dejar de pensar
que todo lo nacido tiene que morir, según ley general de la que yo no puedo librarme; porque
no soy la eternidad, sino simplemente un hombre, una parte del todo, como una hora es una
parte del día. Y así como cada hora llega y pasa, yo, que he venido, debo pasar asimismo. Y si
debo pasar, ¿qué más da la manera de hacerlo, ora sea por medio de la fiebre, ya por la acción
del agua?35
Tratemos de entender este ejemplo que nos da Epicteto utilizando su concepto, citado
anteriormente: lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las
representaciones. Imagino entonces que estoy en el mar y que se desata una tempestad,
no podré negar que provoca ruidos espantosos: aquí entra en juego mi representación
objetiva, entendiendo lo que en realidad pasa: se desató una tempestad. Pero lo más
probable es que la percepción de esos ruidos me van a hundir en el pánico y voy a
pensar que es una desgracia, que voy a morir y que la muerte es un mal. Aquí estoy
juzgando dándole un valor a los acontecimientos. Como estoico, me debería de acordar
que el único mal que existe es el mal moral –porque depende de mí- y que todo lo
demás es INDIFERENTE, porque no depende de mí. El sentido que damos a los
eventos, o en el lenguaje de Epicteto: el uso de las representaciones, es lo que depende
de nosotros, el evento en sí pertenece al curso de las cosas que se encadenan y sobre el
cual no tengo ningún poder, lo único en mi poder es el uso correcto de las
representaciones. En el caso del hombre en la tempestad significa permanecer firme,
pensando en la muerte como un hecho ineluctable, mas no como un mal.
¿Qué hay que tener a mano en semejantes circunstancias? ¿Qué otra cosa sino saber qué es lo
mío y qué no es lo mío, y qué me está permitido y qué no me está permitido? He de morir.
35
EPICTETO, Máximas, 5, Editorial Porrúa, México, 1998, p.52.
35
¿Acaso ha de ser gimiendo? Ser llevado a prisión. ¿Acaso ha de ser lamentándome? Ser
exiliado. ¿Habrá quien me impida hacerlo riendo, de buen humor y tranquilo?36
Teniendo esto en cuenta los estoicos dirán que la vida y la muerte son indiferentes así
como la salud y la enfermedad, el placer y el sufrimiento, la riqueza y la pobreza, las
carreras políticas, porque todo esto no depende de nosotros. 37 En principio, según
Epicteto, nos debería resultar indiferente porque es la voluntad del destino. En palabras
de Epicteto: “Nunca pidas que las cosas se hagan como quieres; mas procura quererlas
como ellas se hacen. Por este medio todo te sucederá como lo deseas y serás feliz”. 38
Vemos que la felicidad estoica, según Epicteto, se aplica exclusivamente al sabio.
Epicteto no se consideraba a sí mismo como sabio, ideal inalcanzable, sino como Zenón
y Sócrates, sus dos principales maestros, se consideraba que estaba solamente en el
camino hacia la sabiduría.
Ahora, si todo lo que pasa se debe ver conforme con la Naturaleza y con la Razón
universal, parece lógico que la racionalidad de la acción humana también esté fundada
en la racionalidad de la Naturaleza por ser una parcela de ella. Vimos que en la Física
estoica todo tiene que ver con todo, todo está dentro del Todo, todo necesita de todo.
Epicteto considera que esa facultad racional del humano es lo más importante que nos
ha sido entregado. En un diálogo que tiene con un alumno, Epicteto le hace ver que, a
diferencia de la gramática y de la música, que parecen ser dos ciencias importantes, la
capacidad de servirnos de las representaciones es la única que se estudia a sí misma y a
todo lo demás. ¿Y quién nos habrá hecho semejante regalo? La respuesta de Epicteto es
clara: son los dioses quienes hicieron que “dependiese sólo de nosotros lo más poderoso
36
EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 21-22.
37
Las cosas que dependen de nosotros las cita Epicteto en el primer parágrafo de su Manual: “Hay ciertas cosas que
dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos y aversiones y, en una palabra,
todas nuestras operaciones. Otras hay también que no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder; en
una palabra, todo aquello que no es de nuestra operación.”
38
EPICTETO, Manual, VII, p.5.
36
de todo y lo que dominaba lo demás: el uso correcto de las representaciones”. 39 Pero
cuidado, le rectifica Epicteto a su alumno, es lo único que depende de nosotros; en
efecto, todo lo demás, NO depende de nosotros. Tenemos entonces un regalo de los
dioses porque nos dieron parte de ellos mismos: “la capacidad de impulso y repulsión,
de deseo y de rechazo… si te ocupas de ella y cifras en ella tu bien, nunca hallarás
impedimentos ni tropezarás con trabas, ni te angustiarás, ni harás reproches, ni adularás
a nadie”.40 Epicteto le pregunta entonces a su alumno si esto le parece poca cosa, a lo
cual este último protesta que no, que a él también le parece ser un regalo más que
suficiente de los dioses. A continuación, Epicteto le muestra a su alumno cómo los
humanos somos inconsistentes e ilógicos porque en vez de contentarnos con el regalo de
los dioses y “pudiendo preocuparnos de un solo objeto y dedicarnos sólo a él,
preferimos preocuparnos de muchos y encadenarnos a muchos: al cuerpo, a la hacienda,
al hermano, al amigo, al hijo y al esclavo…”.41 Lo cual provoca que estemos
encadenados a ellos y que nos veamos oprimidos y arrastrados por ellos.
Entonces, todo el trabajo del alumno que desee seguir en el camino estoico
consistirá primero que nada en distinguir lo que su maestro Epicteto le acaba de explicar
con toda claridad: “lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Se
trata de un camino arduo para impedir ser arrastrado, encadenado, oprimido, pero un
camino que lo llevará a la felicidad estoica como la entiende Epicteto y que él mismo
trata de seguir cotidianamente, viviendo de manera austera, con desapego y, sobre todo,
sin gemir y lamentarse por cosas que no dependen de él, sino que dependen del orden
universal, de los dioses, de Zeus, de la providencia, de Dios: ¿tantas palabras que
designan lo mismo? Es lo que trataremos de aclarar en el capítulo siguiente.
39
EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 7-8.
40
EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 12-13.
41
EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 14-15.
37
III. EL DIOS DE EPICTETO
38
sujetos ni a generación ni a corrupción. La materia prima, es decir, el receptáculo, el
espacio o la matriz, se distingue cuidadosamente de los elementos o de las cosas
formadas a partir de ella.
En el primer capítulo vimos que, según la Física del estoicismo antiguo, existen
dos principios en el universo, uno pasivo y otro activo. El primero se identifica con la
materia y el segundo con la forma, siendo los dos inseparables. Llaman a la forma,
Razón divina, Logos o Dios. Ambos principios son co-principios ya que Dios no crea la
materia y además son materiales formando entre los dos un Todo único. La materia
activada por la forma tiene un poder causal. De ahí se desprenden los cuatro elementos
y con ellos se forma el Cosmos. La interacción entre cualquier objeto depende de Dios
quien, siendo Logos e inteligencia, tiene la facultad de determinar todas las cadenas
causales de tal manera que Dios está mezclado con todo y los objetos tienen, por tanto,
una parte divina.
Para los estoicos, Dios o el Logos es representado como el fuego sustancia del
mundo. Esto es claramente una reminiscencia heraclítea, ya que Heráclito hacía del
fuego el elemento primordial de todas las cosas.45 El Dios estoico, entonces, se concibe
como el fuego activo, el rayo que todo lo gobierna. El fuego era considerado como el
principio que transforma todo, y el calor era el factor de nacimiento de todas las formas
de vida. Pero los estoicos, a diferencia de Heráclito, introducen además un nuevo
elemento llamado pneuma que equivale al soplo inflamado, aire dotado de calor.46
Duhot, por su parte, interpreta que el Pórtico se vuelve aquí hacia la biología, que veía
45
El fuego primordial, descrito por FREDDE, p. 228, refiriéndose a un texto de Diógenes LAERCIO, es un fuego muy
especial porque piensa y prevé, es un fuego industrioso que no es destructor sino constructor. Así es el fuego de Heráclito.
En otra interpretación, paralela a la de Fredde, Daniel VÁZQUEZ en su trabajo titulado: “Los argumentos centrales de la
teología estoica” piensa que cuando los estoicos como para el mismo Heráclito mencionan al fuego primordial
identificándolo con el Logos, es para que lo podamos concebir mejor. Necesitan, por tanto, de una imagen: el Logos es
como un fuego. Según D. Vázquez, para los estoicos y Heráclito el fuego es alegórico.
46
COPLESTON, Frederick C., Historia De la filosofía, Vol. I, editorial Ariel, Espulgues de Liobregat, Barcelona, 1969,
nos da una explicación detallada de este fenómeno: “Dentro del desarrollo real del mundo, parte del vapor inflamado,
ígneo, que es precisamente Dios, transfórmase en aire, y del aire se forma el agua, de una parte del agua se origina la tierra,
mientras que otra parte del agua sigue siendo agua y otra tercera parte se convierte en aire, el cual, por rarefacción, pasa a
ser el fuego elemental. Así se engendra el “cuerpo” de Dios”.
39
en el soplo, pneuma, el principio de la vida.47 Así, los primeros estoicos, pensaban que,
puesto que el principio activo, Dios, es inseparable de la materia, y como no existe
materia sin forma, entonces, Dios está en todo y todo es Dios. Dios coincide con el
cosmos.
Partiendo de la Física, así es como el pensamiento estoico, al enunciar su
precepto básico citado anteriormente, a saber, que “existen dos principios en el
universo, uno activo y el otro pasivo”, llega a una conclusión teológica cuando afirma
que “Dios está en todo y todo es Dios”.48 Como consecuencia de la aceptación de que
todo es Dios, los estoicos antiguos llegaron a una visión finalista del mundo: en efecto,
si todas las cosas sin excepción han sido producidas por el principio inmanente divino
que es Logos –es decir, inteligencia y razón- entonces todo es rigurosamente racional,
todo es como debe ser y las cosas son buenas tal cual son. El universo en conjunto
resulta perfecto, el todo es perfecto en sí.49
47
“Soplo que, según los médicos, estaba presente en la sangre arterial. El universo es un ser vivo puesto que es uno y posee
el movimiento; es lógico, pues, que su principio vital sea el de todos los seres vivos, el soplo. Por consiguiente, el elemento
ordenador es un soplo divino, hecho de aire y fuego, que recorre todas las cosas. Ese mismo pneuma es lo que asegura la
cohesión de las piedras, lo que da vida a los vegetales y a los seres humanos, y lo que ordena el universo…Así, pues, el
mundo está por doquier habitado por este cuerpo divino, que lo atraviesa y asegura su cohesión, su orden y su belleza…Ese
pneuma divino, fuego artifice que estructura el universo y lo mantiene, es evidentemente racional: principio de
organización, él es la razón, el Logos del universo”. DUHOT, Op. cit., pp. 45 y 46.
48
Como bien lo apunta ALGRA, K., en Stoic Theology, en INWOOD, B., (ed.), The Cambridge Companion to the Stoics,
Cambridge: CUP, p. 153, “The object of Stoic theology was the governing principle of the cosmos, insofar as this could
also be labeled “god”. The stoics accordingly regarded theology as part of physics, more specifically as that part which does
not focus on the details and the purely physical aspects of cosmic processes, but rather on their overall coherence,
teleology, and providential design…”. Recordemos que la teleología es el estudio de la finalidad del mundo y los estoicos,
como lo veremos enseguida, tenían una opinión muy clara al respecto al afirmar que “el universo en conjunto resulta
perfecto, el todo es perfecto en sí”.
49
Encontramos en un texto de Cicerón, la perfecta ilustración de esta creencia estoica. Cicerón (106-43 a. C.) quien había
estudiado y escuchado a los estoicos y a los Neo-académicos no se adhirió a las teorías de esos últimos, porque no quería
sujetarse a la doctrina estoica, demasiado sistemática y rigurosa para su temperamento. Pero en lo que refiere a la Ética
estuvo muy próximo al pensamiento estoico inspirándose en Crisipo cuando habló sobre las pasiones. En su tratado titulado
De la naturaleza de los dioses, Cicerón aborda los problemas teológicos sobre la existencia y la naturaleza de los dioses, la
providencia divina y las obligaciones religiosas para los hombres. El libro II expone la teología estoica con mucha claridad:
« Si toutes les parties du monde sont rangées de telle sorte qu’elles ne puissent etre meilleures á l’usage ni plus belles á la
vue, considérons si elles existent par hasard ou dans des conditions oú elles ne pourraient aucunement former un tout sans
etre réglées par une intelligence et une providence divines… Ce gouvernement n’a rien en lui qui soit á reprendre; car des
etres qui existaient, a été fait le meilleur etre possible. Qu’on prouve donc qu’il aurait pu mieux faire!”. (XXXIV, 87).
Esta cita proviene de la obra titulada Les Stoïciens, textos traducidos por BRÉHIER, E., editados bajo la dirección de
SCHUHL, P.M., Gallimard, Paris, 1962, p. 440.
40
Siglos después, Epicteto, estoico de la época imperial romana, seguía todavía las
enseñanzas de los antiguos estoicos a través de los escritos de Crisipo, y llevó a sus
últimas consecuencias las tesis de Zenón y de Crisipo. Al igual que ellos, creía en este
Dios-Logos que es inteligencia y razón y en un Dios inmanente que está en todo.
Pensaba, además, que los fenómenos terrestres están vinculados a los del cielo. Los
primeros estoicos denominaron a esta unidad principio de simpatía, es decir,
interdependencia de todo lo creado. Epicteto no modificó la doctrina estoica, como se
puede comprobar en este diálogo con un alumno:
“¿No te parece que todo está unido?” “Sí me lo parece.” “¿Y qué? ¿No te parece que lo de la
tierra actúa en simpatía con lo del cielo?” “Sí me lo parece.” “Las plantas y nuestros propios
cuerpos están tan atados al conjunto y reaccionan por simpatía con él, ¿y no iban a hacerlo aún
más nuestras almas? Y si las almas están tan atadas y unidas a la divinidad por ser partes y
fragmentos suyos, ¿no iba a percibir la divinidad cualquiera de sus movimientos como suyos y
de su propia naturaleza?”50
50
EPICTETO, Disertaciones, I, 14, 2-5-6.
51
EPICTETO, Disertaciones, I, 3, 1-2-3.
41
realidad, veremos más adelante que ambos términos los usa indistintamente.
Intentaremos explicar este punto que ha resultado ser una aporía de la teología estoica.
Podemos suponer entonces, como lo presenta Epicteto, que la divinidad como padre de
los dioses y de los hombres se encuentra por encima de ellos, ya que tanto los dioses
como los hombres y todas las cosas en general, provienen de la divinidad. Podríamos así
considerar a la divinidad que Epicteto llama padre, como el progenitor de la realidad,
análogamente al padre respecto de sus hijos. Sin embargo, aunque resulte poco claro,
Epicteto usa como sinónimos los términos divinidad y padre. En mi opinión, Epicteto
llama a la divinidad padre para que sus alumnos la visualicen mejor. Es una manera de
acercarla a ellos y que la relacionen con el “Pater familias” tan importante en la cultura
romana y motivo de reverencia.
Por otro lado, está el problema, también presente en la cita de Epicteto, respecto
de la diferencia entre los diversos sentidos de la palabra Dios como sinónimo de
divinidad y padre, que aparece tanto en Epicteto como en toda la teología estoica.
Existen varias teorías al respecto. Consideremos, para empezar, la opinión de J. J.
Duhot. Duhot piensa que para los estoicos Dios es a la vez uno y plural y por eso habla
indiferentemente de Dios o de los dioses.52 D. Vázquez, por su parte, piensa que si los
estoicos no rechazan a los dioses tradicionales, es decir, los dioses olímpicos griegos o
los dioses del panteón romano, es porque hacen una interpretación alegórica de estos
dioses y hacer una lectura literal del término dioses sería ingenuo. Mencionamos
anteriormente que, según D. Vázquez, los estoicos identifican el fuego con el Logos
para que lo podamos comprender mejor. Necesitan una imagen: el Logos es como un
fuego, por esta razón, dice D.Vázquez para los estoicos el fuego es alegórico. Ahora,
52
“El conflicto entre monoteísmo y politeísmo no tiene razón de ser en el estoicismo. En el universo del Pórtico, todo se
reconduce a la unidad, y el principio de la unidad es Dios, que mantiene unidas todas las partes del mundo para hacer con
ellas un todo coherente y armonioso. Presente así en toda cosa, Dios se despliega en la diversidad de su acción. Él es a la
vez, pues, uno –e incluso principio de toda unidad- y múltiple por todas sus formas de acción y de expresión. Por
consiguiente, Dios es uno y plural, pero su pluralidad no tiene sentido más que fundamentada en su unidad… La
multiplicidad y la unidad divinas son dos caras de una misma realidad, de modo que los estoicos hablan indistintamente de
Dios o de los dioses”. DUHOT, Op. cit., p.68.
42
afirma él que es lo mismo para los dioses: se trata de una interpretación alegórica de
parte de los estoicos. En efecto, explica adelante, los estoicos identifican los elementos
y fenómenos naturales con los dioses tradicionales: de nuevo por la necesidad de tener
una imagen. Entonces, tanto el fuego como los dioses se pueden entender
alegóricamente en la doctrina estoica y no veremos ninguna diferencia cuando Epicteto
habla de Dios o de los dioses indiferentemente. Sin embargo, D. Vázquez sostiene que
existen al menos cuatro sentidos en los que se entiende a Dios en la teología estoica.53
Para ello se apoya principalmente en textos de Cicerón presentes en La naturaleza de
los dioses.
Respecto de la diferencia entre Dios y los dioses en la teología estoica, hay que
tomar en cuenta el punto de vista de Fredde en su artículo “La Théologie stoïcienne”.
Fredde piensa que los estoicos consideran como un dios cada fenómeno natural, por
ejemplo, las estrellas. Sin embargo, advierte que cuando se habla de teología estoica se
debe distinguir entre el Dios con D mayúscula y los dioses. El Dios no es simplemente
otro Dios. Difiere totalmente de esos seres que crea y que también pueden ser llamados
dioses si se extiende un poco el sentido de la palabra. Fredde sostiene que los estoicos
adoptaban la religión popular, sea griega o romana, con su multitud de dioses, pero
también creen, que hay un solo Dios, un ser eterno que goza de una beatitud sin fin.
Todas las demás criaturas veneradas como dioses no son más que las criaturas de ese
Dios único.54 Por tanto, me parece que la interpretación de Fredde es la más cercana al
caso concreto de Epicteto porque nos habla indiferentemente de Dios y de los dioses.
Criado en la cultura romana que veneraba innumerables dioses, estaba acostumbrado a
53
Se entiende primero a Dios como “Principio activo”, segundo se entiende a Dios como “el cosmos”: Dios se encuentra
adentro del cosmos y en todas partes, ya no se pueden dividir materia y Dios. Se entiende luego a Dios como “la parte
rectora del cosmos”, es decir, como hegemonikon: se podría llamar el alma del mundo, el sol. Para terminar se entiende a
Dios como “elementos y fenómenos naturales identificados con los dioses tradicionales”. Como elementos naturales
Vázquez cita el rayo y el fuego. Según él, hay que tomar en el sentido alegórico tanto el fuego –ya hemos hablado de esto
en el pie de página 4 de nuestra página 3- como a los dioses tradicionales griegos y romanos ya que el estoicismo estuvo
presente en estas dos civilizaciones.
54
Cf. FREDDE La théologie stoïcienne, p. 232.
43
su presencia omnipresente en todos los hogares romanos. Se dice que él mismo, en su
casa desprovista de todo, poseía sin embargo, un altar de los dioses lares familiares –
representando a los ancestros difuntos- y que colocaba su lámpara frente a ellos.
Muchas veces, Epicteto también se refiere a Zeus, dios supremo de la Grecia antigua,
como a una autoridad indiscutible:
Entre tanto, nosotros, olvidando agradecer estos favores –el no haber de prodigarles los mismos
cuidados que a nosotros mismos-55 nos quejamos a la divinidad. Sin embargo, ¡por Zeus y los
dioses!, uno de estos seres bastaría al hombre respetuoso y agradecido para percatarse de la
providencia.56
Aquí, la divinidad, Zeus, los dioses y la providencia parecen ser cada uno sinónimo del
otro. Sin embargo, nos falta definir con más precisión el significado del concepto de
providencia para los estoicos. Pero podemos concluir desde ahora que Epicteto
empleaba indiferentemente los términos dioses, Zeus, divinidad, Padre, cuando se
refería a Dios, Logos, forma, Razón divina, principio activo del universo.
Esta noción de providencia, en griego pronoia, evoca el finalismo universal,
aquello que hace que cada cosa se haga bien y de la mejor manera posible. Pero también
se entiende como destino – heimarmene-, es decir, como una necesidad ineluctable,
como el orden natural y necesario de todas las cosas.57 Ya que todo depende del Logos,
que es inmanente, todo es necesario, al igual que todo es providencial. Se puede
considerar esto como fatalismo y pensar que entonces no existirá la libertad, pero los
estoicos sostienen –y Epicteto entre otros- que la libertad del sabio consiste en
55
Epicteto se refiere a los animales
56
EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 6-7.
57
Hay que subrayar que en el estoicismo la Física, la Teología y la Ética están íntimamente ligadas. Observa K. ALGRA:
“Physics, including theology was supposed to provide the basis for the rest of stoic philosophy, in particular ethics…” En la
misma cita Algra apunta también el uso frecuente que Crisipo hacía de las palabras “Providencia” y “Destino”: “Chysippus,
virtually prefixed [the phrases] “Zeus, Destiny, Providence, and the statement that the universe, being one and finite, is held
together by a single power.” Op. cit., p.155. Algra aclara, además, en el pie de página, que la Ética estoica está basada sobre
una concepción general que ve el mundo ordenado teleologicamente y gobernado por el Destino y la Providencia.
44
identificar sus propios deseos con los del destino, también llamado el hado. La doctrina
estoica acepta el hado porque es racional al permitir vivir en sintonía con el Logos. El
hombre goza de una situación privilegiada porque participa del Logos divino: “Y si las
almas están tan atadas y unidas a la divinidad por ser partes y fragmentos suyos…”.58
Además de cuerpo, el hombre tiene un alma que representa un fragmento del alma
cósmica y, por tanto, un fragmento del Logos, de la divinidad, de Dios: “Tú eres una
chispa divina; tienes en tí mismo una parte de ella”,59 recuerda Epicteto a uno de sus
alumnos.
Terminemos con la definición de Dios que nos da Epicteto: “¿Cuál es la esencia
de la divinidad? ¿La carne? ¡De ninguna manera! ¿Un campo? ¡De ninguna manera!
¿La fama? ¡De ninguna manera! La mente, la ciencia, el pensamiento correcto”.60 Se
trata de una definición que se asemeja a la que nos proporciona otro gran filósofo
estoico romano, Séneca, que aunque se presenta en términos un poco diferentes,
también para él, Dios se muestra como inteligencia.61 Inteligencia que se manifiesta a la
vez en el hombre como en el universo y que está presente en todas las cosas o que
despliega su acción por todas partes. Podemos preguntarnos, entonces, cuál será la
relación entre Dios y el hombre, si éste es, como lo afirma Epicteto, una chispa divina.
Es un hecho que la visión de Dios que nos propone Epicteto no sólo evoca la entidad
abstracta de la física estoica. En efecto, Epicteto tiene un verdadero diálogo con Él
porque se trata de un Dios que está presente en el corazón del hombre. Al respecto,
Epicteto nos recuerda el famoso Himno de Cleantes,62 segundo maestro de la escuela
58
EPICTETO, Disertaciones, I, 14, 2-5-6.
59
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 11.
60
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 2.
61
“Dios es la inteligencia del universo”. SÉNECA, Cuestiones naturales, I, 13.
62
“A ti, el más glorioso de los inmortales, eternamente omnipotente, con múltiples nombres,
Oh Zeus, creador de la naturaleza, que gobiernas todas las cosas conforme a la ley,
Yo te saludo, pues a todos los mortales les está permitido dirigirte la palabra.
Eso es porque hemos nacido de ti, y nuestro destino es ser a imagen de Dios,
Únicos entre los seres mortales que viven y se mueven sobre la tierra.
Por eso te dirigiré un himno y cantaré siempre tu poder…”. CLEANTES, Himno, versión de Long y Sedley, traducido por
Jean-Joel Duhot, The Hellenistic philosophers, Cambridge, 1987.
45
estoica antigua, que es una verdadera oración63 por tener acentos muy espirituales.64
Reconoceremos los mismos acentos religiosos en muchas Disertaciones de Epicteto
cuando evoca su propia relación con Dios y, de manera general, la que cada hombre
debería tener con Él. Por ende, el concepto de filosofía y de vida moral en Epicteto está
asimilado a Dios, por imitación de Dios, del modo de ser de Dios. Porque Dios, para
Epicteto, es “inteligencia sutil, ciencia, recta razón”.65 Nuestro parentesco con Él se
reflejará, entonces, en nuestra vida interior y en nuestros progresos personales, porque
en cada momento de nuestra vida diaria nos será posible introducir un elemento de
pureza. Esta es la meta que Epicteto enseña a sus alumnos por muy difícil que parezca:
mantener siempre viva en uno mismo la presencia divina
Si pudiéramos, como justo es, penetrarnos de esta idea de que todos hemos salido de Dios y
que Dios es el padre de los hombres y los dioses, creo que nadie podría pensar de sí mismo
63
Entendemos que “una oración es el hecho de dirigirse a Dios o a un ser divino para expresarle adoración, una petición o
agradecimiento”. Gran diccionario educativo, Ed. Larousse, abril 2003, México DF, p.661.
64
Al buscar en el diccionario esta palabra nos da la definición siguiente: “Del espíritu: El interés del hombre por su vida
espiritual ha originado las filosofías… Relativo al dominio de la inteligencia, el espíritu y la moral sobre lo material. La
generosidad y la compasión son valores espirituales,” p. 359. Esas dos definiciones sirven para reforzarnos en la idea que
Epicteto le dedica mucho espacio a la Ética y que en la filosofía estoica las tres disciplinas que son la Física, la Lógica y la
Ética están íntimamente mezcladas y ninguna tiene la prioridad sobre la otra. Pero la Ética que practica Epicteto está muy
ligada a Dios, mucho más que otros grandes filósofos estoicos tales como Séneca y Marco Aurelio.
65
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 2.
46
nada vil ni despreciable. Si el César te adopta, nadie podrá sostener la mirada; ¿y no estarás
orgulloso sabiendo que eres hijo de Dios?66
Aquí cabe aclarar que nuestra filiación divina se basa en el hecho de que, a diferencia de
los animales, poseemos una parte del Logos divino. La concepción estoica del universo,
como lo hemos visto anteriormente, en la parte dedicada a la Física estoica, nos habla de
un fuego organizador del mundo, de un “pneuma” que atraviesa todas las cosas y que es
la racionalidad, el Logos del universo. Jean-Joel Duhot67 nos aclara: “El hecho de que
Dios sea fuerza física y razón del universo no suprime lo divino en las leyes o el poder
de la naturaleza, y no impide para nada considerar a Dios como un ser personal, un
Padre”. Es por esto que Epicteto se considera hijo de Dios y, cada hombre lo es, lo cual
implica que hay que tomar consciencia de ese parentesco con Dios, hay que estar más
orgullosos de esto que de tener una filiación con el Emperador, el Cesar; pues nuestra
filiación divina es lo más alto a lo que se puede aspirar. Entonces, si nuestra ascendencia
con Dios no se basa en el hecho de que es nuestro creador,68 dicen los estoicos, ¿en qué
se basará? Una vez más recordemos que la doctrina estoica, y eso desde sus fundadores
Zenón y Crisipo, afirma que el hombre posee en sí mismo una parcela del Logos divino,
de la Razón del universo. Esa parte del Logos es a la que se refiere Epicteto cuando le
dice a su alumno: “Tú eres una chispa divina; tienes en ti mismo una parte de ella”. Por
consiguiente, el parentesco divino del hombre se basa en su participación consciente69
de la racionalidad divina.70 A diferencia de los animales, dice Epicteto, además del
66
EPICTETO, Disertaciones, I, 3, 1-3.
67
DUHOT, Op. cit., p. 72.
68
Aquí la palabra “creador” no debe ser tomada en el sentido que le da la liturgia cristiana, ya que los estoicos no conocen
la Creación. Epicteto se refiere al hecho de que “todos hemos salido de Dios” como lo afirma en la cita mencionada en la
página 13, con pie de página 25.
69
Epicteto les insiste a sus alumnos una y otra vez para que tomen consciencia de esta filiación divina y que luego vivan en
consecuencia.
70
Una cita atribuida a Crisipo pero que retoma Epicteto , insiste sobre este hecho: la capacidad racional del hombre le
permite su relación con Dios: “lo principal y lo más importante y lo que contiene todo lo demás es ese conglomerado que
procede de los hombres y de la divinidad- de ella vino a parar la simiente no sólo a mi padre y no sólo a mi abuelo, sino
también a todo lo engendrado y nacido sobre la tierra, y especialmente a los seres racionales, porque sólo ellos por
47
cuerpo “…tenemos la razón y el pensamiento, que tenemos en común con los
dioses…”.71 Esta filiación divina implicará, advierte Epicteto, buscar la presencia del
bien. En efecto, toda su enseñanza está dirigida hacia la ética: lo que pretende difundir
con sus clases es, además de la doctrina estoica, un modo de vida que refleje los
principios que les está enseñando a sus alumnos. Por eso, también procura ser él mismo
un modelo para ellos, pues, como hemos visto, acostumbraba vivir de manera austera
imitando a Sócrates en muchos de sus hábitos de vida. Sin embargo, más que al ideal
socrático, el ideal al cual tiende Epicteto es estar lo más cerca posible de Dios y a
dejarse guiar por Él. Por consiguiente, si la presencia divina se manifiesta en el hombre
a través de su capacidad racional y el uso de las representaciones correctas, como lo
vimos en el capítulo anterior, buscar el bien consistirá en “inclinarse hacia el parentesco
divino y bienaventurado” en vez de inclinarse hacia el parentesco “desdichado y
mortal”.72 Epicteto repite a sus alumnos una y otra vez que el hombre tiene un
parentesco con Dios, pero que este parentesco existe solamente porque es un ser
racional. La parte corporal no tiene gran importancia para el filósofo, y si bien procede
también de la divinidad, llama a dicho parentesco, “desdichado y mortal”.73 ¿Por qué
este desprecio palpable de parte de Epicteto?
Epicteto se refiere al cuerpo en estos términos porque el cuerpo, según los
estoicos, es la fuente de pasiones y, por lo tanto, de errores, y es el elemento que el
hombre tiene en común con los animales. El otro elemento presente en el hombre es la
razón, el pensamiento, y es más noble porque es lo que comparte con Dios. La opinión
de Epicteto sobre el cuerpo y los animales puede parecernos muy radical, pero la
naturaleza participan de la relación con la divinidad ligados a ella por la razón”. Disertaciones, I, 9. Las cursivas son
mías porque me parecen ilustrar perfectamente este concepto tan importante: el hombre ligado a Dios gracias a la razón, a
su capacidad de concientizar este hecho. Esta cita pertenece al Libro I, IX de las Disertaciones.
71
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 3.
72
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 3.
73
En el caso de Dios, los estoicos no piensan que su cuerpo sea “desdichado y mortal” como él de los humanos. Lo ven
como un cuerpo de un orden superior; en la medida en que está constituido por dos principios eternos, este cuerpo es
también eterno.
48
defiende frente a un alumno que le argumenta que también ellos son obra de Dios de la
siguiente manera:
Pues si bien los animales, en efecto, poseen totalmente el uso de la representaciones, no poseen
la conciencia que acompaña a este uso. Y se comprende. Pues ellos están destinados a servir a
otros seres, y no a ser fines ellos mismos. El asno, ¿nació para ser un fin en sí mismo? No, sino
porque nosotros necesitábamos un lomo para llevar nuestros fardos.74
49
todos los hombres. También se puede entender la creencia de que ningún hombre es
huérfano a partir del hecho histórico, que hemos mencionado en el capítulo primero, en
el que Grecia, en el 146 a. C., se convirtió en una provincia romana donde el
“ciudadano” de la época clásica fue reemplazado por el “individuo” que se volvió
responsable de la dirección moral de su vida porque desapareció la “polis”, lo cual
provocó un gran desamparo en los hombres. Los filósofos fueron quienes asumieron la
tarea de guiarlos para que pudiesen vivir sin la angustia que implicaba pertenecer a una
gran sociedad. Epicteto, por lo tanto, asume su rol de director espiritual cuando enseña a
sus alumnos que no están ni solos ni abandonados en un mundo hostil, que no son
huérfanos, porque todos tienen un padre, del cual cada uno de ellos posee una pequeña
parcela y que este padre es Dios. Se trata de un parentesco que ningún hombre debería
ignorar, porque se lleva dentro de sí mismo todos los días y a todas partes.
Por otra parte, la idea de la presencia divina constante dentro de nosotros no
resulta ajena al mundo romano en el cual vivía Epicteto. Según hemos visto, el romano
tenía tres grandes preocupaciones en su vida, a saber: su religión, su familia y su patria.
La religión ocupaba el primer lugar y dominaba toda la existencia de los ciudadanos.
Epicteto no era la excepción. Menciona con frecuencia la palabra dioses como sinónimo
de Dios, de pneuma, de Logos, de inteligencia suprema que gobierna el universo.
También, como se ha dicho, llega a llamar Zeus a Dios; Zeus era el dios supremo de la
Grecia antigua. En efecto, parece ser que los romanos eran muy religiosos.78 Vivían
rodeados por múltiples dioses, pero estos no están vivos como los dioses griegos, 79 no se
cuentan historias acerca de ellos. Se trata, sobre todo, de fuerzas impersonales. Antes
que nada, tenemos que recordar que los romanos eran un pueblo de campesinos y de
soldados que habían conquistado el Latium y que su civilización estuvo profundamente
influenciada por sus vecinos, los etruscos y los griegos. Por consiguiente, los dioses
78
Cf. HARMAND, L. et BOSSUAT, A., Rome et la fin de la civilisation Méditerranéenne, Hatier, Paris, 1943, p.32.
79
En efecto, los dioses griegos tenían su vida propia y como los humanos poseían sus defectos y cualidades. Aún si los
romanos heredaron a los dioses griegos, sus dioses son impersonales.
50
romanos son muchas veces dioses latinos, con origen griego o etrusco. Son dioses
guerreros tales como Marte y Quirino, o campestres, estos últimos muy numerosos,
porque cada uno tenía su tarea propia, como Faunus quien protegía a los pastores y sus
rebaños o Tellus, la diosa de la tierra cultivada, menos conocida que Ceres, la diosa de
las cosechas. Cada gesto del campesino estaba acompañado por el dios correspondiente;
por ejemplo, un dios para guardar en la granja las cosechas y otro dios para sacarlas. Se
trataba, pues, de una profusión de dioses campestres. Parece ser que esa disposición que
tenía el romano para dividir cada una de sus acciones y ponerla bajo la protección de un
dios específico se reconocía también en su hogar, porque se habla de una religión
doméstica encargada de proteger la casa y todos los detalles de la vida cotidiana. En
efecto, existía el dios Jano para la puerta de entrada; Vesta, la diosa de la lumbre del
hogar; los Penates, dioses encargados de proteger las provisiones que se guardaban en la
casa, y así, muchos otros.
Entonces, tomando en cuenta esta costumbre de los romanos de rodearse de
numerosos dioses hasta en las más pequeñas acciones de la vida cotidiana, nos será más
fácil entender por qué Epicteto afirma que se lleva a Dios al gimnasio, como en la cita
siguiente, donde regaña a un alumno que parece no haberse dado cuenta de este
fenómeno: “Cuando estás en compañía, en el gimnasio, cuando charlas, ¿no sabes que
alimentas a la divinidad, que entrenas a la divinidad? Llevas a la divinidad contigo de
un lado a otro, desdichado, y no lo sabes”.80 Epicteto le recuerda también a su alumno
su parentesco divino del cual parece haberse olvidado. No se acuerda que en la creencia
estoica el hombre participa conscientemente de la racionalidad divina. En esto consiste
su filiación divina, ya que el soplo divino o pneuma, alcanza y penetra todas las cosas,
no siendo excepción el hombre. Este es el vínculo que los estoicos establecen entre
física y teología. Se puede decir que Dios está dentro y fuera del hombre: dentro del
hombre en el sentido de alguien cercano afectivamente a nosotros como si se tratara de
80
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 12-13.
51
otro –Epicteto lo llama Padre- y fuera del hombre en el sentido de que Dios es también
fuerza de la naturaleza, Logos que organiza con su inteligencia todo el universo, pero, a
la vez, a cada uno de nosotros.
El hecho de tener a Dios adentro de uno mismo, como Epicteto lo recuerda a un
alumno, tiene consecuencias importantes: esto lleva naturalmente a buscar el bien, a
esforzarse para actuar decentemente; como en la siguiente cita donde el maestro
Epicteto regaña a un discípulo:
Lo llevas en ti mismo y no te das cuenta de que estás salpicándolo con pensamientos impuros,
con acciones sucias. Si estuvieras ante una estatua del dios [Epicteto se refiere posiblemente a
uno de los múltiples dioses romanos] no te atreverías a hacer nada de lo que haces; y estando
presente en tu interior la propia divinidad, que lo ve y lo escucha todo, ¿no te da vergüenza
pensar y hacer esas cosas, ignorante de tu propia naturaleza, maldito de la divinidad?81
Epicteto critica a los hipócritas que en un altar o frente a una estatua enseñan reverencia
cuando en su interior tienen pensamientos sucios de envidia, ira o celos, por ejemplo;
porque la estatua no es más que una imagen, mientras que Dios está realmente presente
en nosotros. De esta manera, el hecho de llevar a Dios adentro de uno mismo, tenerlo al
alcance en vez de imaginarlo estacionado en el cielo, permitirá al hombre trabajar en su
progreso personal, introduciendo un elemento de pureza en todo lo que hace.
Tenemos a Dios en nosotros, pero Él nos ha confiado también a nosotros mismos
esta gran responsabilidad que nos incumbe: “Siendo obra de ese demiurgo ¿le pones en
vergüenza? ¿Qué? ¿Ni siquiera te acordarás de que no sólo te fabricó, sino que además
te confió sólo a ti mismo y te puso sólo en tus propias manos, y encima pondrás en
vergüenza esa tutela?”82 Y Epicteto toma el ejemplo de un huérfano que nos hubiera
81
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 13-14.
82
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 25-27.
52
confiado la divinidad, argumentando que seguramente no nos despreocuparíamos de él
y lo trataríamos de conservar en el mismo estado de pureza en el cual se nos entregó:
83
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 27-29.
84
DUHOT, Op. cit., p. 77.
53
¿Cómo lo hacen los esclavos y los fugitivos? ¿Con qué cuentan al abandonar a sus dueños?
¿Con campos, o con servidores o con vajillas de plata? Con nada, sino consigo mismos. Y sin
embargo, no les falta el alimento. ¿Hará falta que nuestro filósofo emprenda su viaje confiando
y apoyándose en otros y que no se ocupe de sí mismo y que sea inferior y más cobarde que las
bestias irracionales, que se bastan cada una a sí mismas y no les falta ni el alimento ni la
morada, ni medios de vida adecuados y conformes a su naturaleza?85
A partir de esta cita podemos destacar varios puntos importantes. Primero, tenemos que
recordar que Epicteto fue esclavo en su juventud y desterrado más tarde como otros
filósofos lo fueron en tiempos del emperador Domiciano, por tanto, habla por propia
experiencia: en aquellos momentos difíciles con lo único con lo que contó fue con él
mismo. Eso es justamente lo que trata de enseñar a sus alumnos: Dios nos ha confiado a
nosotros mismos. Además, Epicteto sigue recordando a su alumno temeroso que él es
superior a una bestia irracional, pues es un filósofo, es decir, que en primer lugar tiene
uso de razón y en segundo lugar es un estudiante de la doctrina estoica y, por tanto, no
puede olvidar que Dios hizo este mundo de una manera perfecta. Lo único necesario es
que no olvide nunca que el hecho de ser hijo de Dios le asegura una total seguridad en el
mundo, aún si no tiene nada. Por tanto, si podemos confiar en Dios y en nosotros
mismos no hay nada que temer.
Por otro lado, hay que destacar que la filosofía estoica proclama la práctica de
dicha filosofía, pues induce a los discípulos a vivir de una manera austera, como el
propio Epicteto lo hace, sin vajillas de plata, sin servidores, sin tierras, porque Epicteto
considera que vivir de tal manera es “una vida de enfermo” como se ve en la siguiente
cita:
Y luego, te aterra el hambre, según parece. Pero a ti no es que te aterre el hambre, sino que
temes no tener un cocinero, no tener otro que haga la compra, otro que te calce, otro que te
85
EPICTETO, Disertaciones, I, 9, 8-9.
54
vista, otros que te den masaje… Eso te aterra, el no poder llevar una vida de enfermo; así que
aprende la de los sanos, cómo viven los esclavos, cómo los obreros, cómo los genuinos
filósofos.86
Vale la pena hacer notar que para Epicteto un esclavo, un obrero o un filósofo -nombra
a Sócrates, a Diógenes y a Cleantes- tienen los mismos méritos porque viven una vida
de personas sanas, es decir, autosuficientes, no sin el esfuerzo que implica rehusar todo
tipo de ayuda que a nosotros y, sobre todo en nuestros tiempos, nos puede parecer
indispensable, pero que nos pone en la categoría de “enfermos,” como lo afirma
Epicteto. De cualquier forma, esta cita nos sirve para reflexionar sobre la importancia
que le damos a toda una serie de detalles que aumentan nuestro confort, cuando lo
realmente importante se encuentra en otra parte, como lo recalca Epicteto en la última
parte de la misma cita donde exhorta a sus discípulos a vivir como personas “sanas”, a
confiar en ellos mismos y en las facultades que tienen, si las quieren ver: “Si quieres
tener eso [se refiere Epicteto a la vida de los sanos] lo tendrás siempre y vivirás con
confianza. ¿En qué? En lo único que cabe confiar: en la lealtad, en las cosas libres de
trabas, en lo que no se te puede arrebatar, esto es, en tu propio albedrío”. Sabemos, que
lo que Epicteto llama el propio albedrío es la facultad que le pertenece a cada uno de
nosotros y que consiste en elegir “lo que depende de nosotros y lo que no depende de
nosotros”. Lo repite un poco más adelante en la misma Disertación: “¿Confiando en
qué? No en la fama ni en el dinero ni en las magistraturas, sino en su propia fuerza, es
decir, en sus opiniones sobre lo que depende de nosotros y lo que no depende de
nosotros. Pues eso es lo único que hace a los libres, a los que no tienen trabas”.87
Así es como partiendo del tema de nuestro parentesco con Dios, Epicteto llega a
su tesis de la confianza, punto central de su filosofía y que se aproxima mucho a la
86
EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 21-23.
87
EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 34-35.
55
palabra “fe”88 aún si en tiempos de Epicteto, nacido en el 50 d. C y muerto en el 125, no
se utilizaba todavía esta palabra. Fe en un Dios ordenador de un mundo perfecto, fe del
hombre en sí mismo porque recibió todas las facultades necesarias para sentirse seguro,
“ni solo ni abandonado”. El hombre en Epicteto además, tiene la facultad de elegir.
Puede elegir lo que no depende de él como lo son los bienes materiales, que en realidad
no son “bienes,” o, al contrario, puede elegir ser un hombre “bueno”, bueno en el
sentido que le daba Sócrates y que retoma Epicteto cuando repite la famosa frase de la
Apología: “Para el hombre bueno no existe ningún mal, ni vivo ni después de la
muerte”.89 Al hombre bueno, según Epicteto, no le da temor, no tiembla por “su ropita”
ni “sus vajillas de plata”,90 y, si se enferma, lo cuidará Dios y sus amigos; yacerá en
cama dura, “pero como hombre”,91 le recuerda Epicteto, porque está convencido de que
la divinidad no se despreocupa de las obras de los hombres ni de sus servidores. Dios no
se despreocupa de los asuntos humanos. Por lo tanto, el hombre bueno puede confiar; no
hay lugar para el temor: “¿Temerá algún hombre bueno que le falte el alimento? No les
falta a los ciegos, no les falta a los cojos. ¿Le faltará al hombre bueno?”92 En este punto,
hay que recordar que, según Epicteto, aunque nos quiten todo lo que consideramos
bienes, principalmente la salud, el poder y las riquezas, no debemos perder la confianza
en Dios ni en nosotros mismos, porque en realidad estos no son males. Se trata sólo de
nuestra imaginación que nos hace creer que no podemos vivir sin todo aquello; pero en
realidad aquellas cosas resultan ser superfluas y no indispensables. Recordemos
nuevamente la regla de oro de Epicteto: se trata de diferenciar las cosas que dependen
88
La palabra fe aparece normalmente en un contexto cristiano, pero se ha desacralizado lo suficiente hasta volverse
sinónimo de confianza. Observamos, sin embargo, que GABRIEL GERMAIN, en su libro que dedica a Epicteto, Epictéte
et la spiritualité stoïcienne, Seuil, Paris, 1964; no duda en llamarlo: Épictéte-le-Pieux, es decir, Epicteto el Piadoso.
Germain piensa que las Disertaciones son un libro de piedad, mientras que el Manual no contiene este sentimiento religioso
característico de las Disertaciones.
89
PLATÓN, Apología, 41d.
90
EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 37. Es interesante notar que cuando Epicteto emplea diminutivos es siempre con
connotación despectiva.
91
EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 37.
92
EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 27. Epicteto habla por él mismo, ya que era cojo.
56
de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros. Siempre se regresa a este punto de
partida. De ahí surge la fuerza del hombre estoico y su confianza en la divinidad y en él
mismo. Sabe que lo único que le pertenece es su ser moral; lo demás, como su familia y
los bienes materiales, le han sido prestados. Epicteto lo establece con una frase corta e
impactante: “Cada vez que buscas lo que no es tuyo, pierdes lo tuyo”.93
Viene el momento de preguntarse ¿Cómo dejar de lado el cuerpo y la salud y no
preocuparse por ellos? ¿Cómo no buscar la hacienda, la fama, las magistraturas, las
honras? ¿Cómo lograr considerar que hasta los hijos, los hermanos, los amigos, hagan
parte de lo que Epicteto llama “lo ajeno”? Tantas preguntas que constantemente le
hacen sus discípulos viendo la dificultad del trabajo que se espera de ellos. Parece
imposible tanto desprendimiento. La respuesta de Epicteto está en una frase corta: unir
su voluntad a la de Dios. Esa es la única manera de vivir las enseñanzas de Epicteto y lo
explica detalladamente en la siguiente cita: “Subordiné mi impulso 94 a la divinidad.
Quiere ella que yo pase fiebre: también yo quiero. Quiere que me impulse hacia algo:
también yo quiero. Quiere que desee: también yo quiero. Quiere que consiga algo:
también yo quiero. No quiere: no quiero”.95 El secreto de Epicteto consiste en unir su
voluntad a la de Dios. Y cuando su alumno pregunta en qué sentido entiende “unirse”,
Epicteto le responde: “en el sentido de querer lo que Dios quiere, y de no querer lo que
Él no quiere”.96 Pero el discípulo insiste y le pregunta otra vez a Epicteto cómo se llega
a eso. Epicteto contesta lo mismo, pero con otras palabras: “¿De qué otra manera sino
meditando sobre los impulsos97 de la divinidad y de su gobierno? ¿Qué me dio mío y
con dominio propio? Me dio lo que depende del albedrío, lo puso en mis manos sin
trabas, sin impedimentos”.98
93
EPICTETO, Disertaciones, I, 25, 5.
94
La palabra impulso significa aquí voluntad.
95
EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 89-90.
96
EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 99-100..
97
Tenemos que traducir por “voluntad”.
98
EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 99-101.
57
Regresamos así al punto de partida: existen las cosas que dependen de uno, es
decir, el albedrío, y, por otra parte, las cosas que no dependen de uno, es decir, todo lo
demás. Dios le ha dado al hombre la facultad de elegir entre las dos y si sigue la
voluntad de Dios, querer lo que Él quiere y no querer lo que Él no quiere, se hará el
viaje de la vida con total seguridad. Epicteto añade, para convencer a sus discípulos
temerosos, que Dios nos ha dado también todos los elementos necesarios para aguantar
las pruebas. Uno de sus alumnos se queja: “¡Pero en la vida suceden cosas
desagradables y difíciles!” Epicteto contesta:
¿No habéis recibido fuerzas con las que soportar todo lo que suceda? ¿No habéis recibido la
grandeza de ánimo? ¿No habéis recibido el valor? ¿No habéis recibido la firmeza? Entonces, si
tengo grandeza de ánimo, ¿qué me importa lo que puede suceder? ¿Qué me hará perder la
compostura, o qué me turbará, o qué me parecerá doloroso? ¿Es que no voy a utilizar mi
capacidad para lo que la recibí, sino que voy a padecer y angustiarme por lo que suceda? 99
Epicteto está convencido de que la divinidad nos concedió estas capacidades con las que
podremos soportar todo lo que suceda en nuestra vida. Así lo dice un poco más adelante
en la misma Disertación: Dios nos las envío “incoercibles, libres de impedimentos,
inesclavizables,100 las hizo absolutamente dependientes de nosotros”.101 Hecha esta
aclaración, lo único que le incumbe al hombre, como lo subraya Duhot,102 es
comprender que posee en sí mismo aquello que necesita para resolver sus problemas. La
queja no sirve de nada, es preferible unir las fuerzas con Dios pensando que el universo
entero está perfectamente ordenado y que Él cuida de su creación, según lo ha dicho
Epicteto. Tampoco proceden las reclamaciones, los reproches a Dios, porque
99
EPICTETO, Disertaciones, I, 6, 28-29.
100
Parece ser que Epicteto inventa la palabra.
101
EPICTETO, Disertaciones, I, 6, 40.
102
DUHOT, Op. cit., p. 95, “Debemos actuar, no quejarnos. Por lo demás, ¿de qué podríamos quejarnos, si todo en el
mundo obedece a la necesidad divina?”
58
deberíamos de ser capaces de confrontar cualquier situación que se nos presenta en la
vida. Por lo tanto, en esas circunstancias desagradables y difíciles, Epicteto encuentra
que lo único factible es: “Cantarle a Dios”.
En efecto, dice Epicteto, en vez de quejarnos a la divinidad, “si fuéramos
sensatos, ¿habríamos de hacer alguna otra cosa, tanto en público como en privado, más
que cantarle a la divinidad y bendecirla y enumerar sus favores?” 103 Epicteto no
entiende cómo la mayoría de los hombres pueden estar tan ciegos. En cada ocasión se
debería elevar el himno más grande a la divinidad, como él lo hace con una sinceridad
conmovedora:
¿Qué otra cosa puedo hacer yo, un anciano cojo, más que cantar un himno a la divinidad? Si
fuera un ruiseñor, haría lo propio del ruiseñor; si cisne, lo del cisne. Pero en realidad soy un ser
racional: debo cantar el himno de la divinidad; ésta es mi tarea, la cumpliré y no abandonaré
este puesto en la medida en que me sea dado y a vosotros os exhorto a participar del mismo
canto.104
103
EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 15-16.
104
EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 20-21.
59
IV. EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODO DE VIDA: EL
TRABAJO INDIVIDUAL
105
Tenemos que recordar que, según Epicteto, la divinidad “te confió sólo a ti mismo y te puso sólo en tus propias
manos…”, Disertaciones, II, 8, 21-22.
60
librar ni de las enfermedades, ni de la vejez y menos aún de la muerte, pero su manera
de enfrentarlas resultará diferente:
Así me mostraré ante vosotros: digno de confianza, respetuoso, noble, imperturbable. ¿Verdad
que no libre de la muerte, de la vejez, de la enfermedad? Pero al morir, divino;106 en la
enfermedad, divino. Eso tengo, de eso soy capaz; lo demás ni lo tengo ni soy capaz de ello. Os
mostraré el temple de un filósofo. ¿Qué temple? Deseo no frustrado, rechazo sin trabas,
impulso adecuado, propósito cuidadoso, asentimiento reflexivo. Eso veréis.107
Podemos tomar el “eso veréis” final de Epicteto como una promesa que le hace a sus
discípulos: primero, porque él mismo se esforzará para cumplir con las actitudes que
acaba de describir, es decir, que Epicteto será un modelo viviente para sus alumnos y,
segundo, porque también, con la enseñanza de la filosofía estoica que les procura día a
día, ellos, a su vez, podrán seguir los pasos de su maestro Epicteto y comportarse en la
vida como verdaderos estoicos.
Ahora conviene preguntarnos de qué manera, concretamente, Epicteto puede
lograr este “temple del filósofo” que menciona en la cita anterior. Él mismo concede
que “el azar a secas no basta para cumplir la misión del ser humano”. 108 Debemos
entender que para Epicteto “la misión del ser humano” consiste en volverse un filósofo
estoico. ¿Qué es un filósofo para Epicteto? Ciertamente, no una persona que aprende
diferentes teorías filosóficas para poder luego exponerlas frente a un público. 109
Recordamos que las clases de Epicteto solían empezar con la lectura y la explicación de
un texto de un maestro estoico antiguo, por ejemplo, como Crisipo. Pero esta
presentación era tan sólo una parte de la clase que continuaba con un diálogo que
106
Epicteto, como lo hemos visto, piensa que cada humano es “una chispa divina”, y por eso utiliza la palabra “divino”
107
EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 27-29.
108
EPICTETO, Disertaciones, II, 9, 1-2.
109
DUHOT nos aclara muy bien que “el estoicismo de Epicteto no exige una simple adhesión intelectual o siquiera
afectiva, sino que sólo tiene sentido si nos permite transformarnos”, Op. cit.,p.128.
61
Epicteto tenía con sus discípulos sobre casos concretos que iban resolviendo juntos. El
objetivo de las clases era ejercitarse en la sabiduría, es decir, vivir filosóficamente, así
que todo lo que se veía teóricamente tenía que ser vivido y practicado. Epicteto daba a
sus alumnos el ejemplo del constructor: “El constructor no dice: “Oídme hablar sobre
construcciones”, sino que, una vez que acuerda la construcción de una casa, haciéndola,
demuestra que posee el arte”.110 Entonces, proseguía Epicteto, el hombre tiene que optar
por el mismo camino: “Haz también tú algo semejante: come como hombre, bebe como
hombre, arréglate, cásate, ten hijos, ocupa cargos; abstente de insultar, soporta al
hermano insensato, soporta al padre, al hijo, al vecino, al compañero de viaje.
Muéstranos eso, para que veamos que en verdad has aprendido algo de los filósofos”.111
Podemos ver que en ningún momento Epicteto le pide algo heroico al hombre,
solamente -aunque sea difícil- se trata de vivir la vida de todos los días como un
filósofo, con el “temple” que mencionaba anteriormente. Lo que cuenta es cómo vive
uno. Porque, dice Epicteto, es muy fácil llamarse a uno mismo estoico: en efecto, “que
digan las frasecitas estoicas [hay] millares”.112 Es más, Epicteto reta a sus alumnos a que
le muestren a un estoico. No lo van a encontrar con facilidad:
¿Quién es estoico? Igual que llamamos estatua fidíaca a la modelada según el arte de Fidias, así
también mostradme uno modelado según las doctrinas de que habla. Mostradme uno enfermo y
contento, en peligro y contento, muriendo y contento, exiliado y contento, desprestigiado y
contento. Mostrádmelo. Por los dioses, deseo ver un estoico.113
Claro que nadie le puede mostrar a Epicteto alguien “modelado” así. Entonces Epicteto
disminuye sus expectativas y pide que le muestren, al menos, uno que se esté
modelando, lo pide como un favor porque ya es muy anciano y no quiere morir sin
110
EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 4-5.
111
EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 5-6.
112
EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 22.
113
EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 23-25.
62
haber visto a alguien con inclinación al estoicismo: “Que alguno de vosotros muestre un
alma de hombre que quiere tener la misma opinión que la divinidad y no quiere ya hacer
reproches a la divinidad ni a los hombres, ni fallar en nada, ni ir a caer en dificultades,
ni enfurecerse, ni sentir envidia, ni rivalizar con nadie”.114 Con esta petición que
Epicteto hace a sus discípulos nos damos cuenta de la dificultad de la meta: ser un
estoico o estar en camino hacia el estoicismo requiere de muchos esfuerzos. Ante todo
se trata de volverse una mejor persona. No es el discurso filosófico lo más importante
para ser filósofo. Epicteto se ha mostrado siempre muy claro respecto a este tema: para
él, la única filosofía válida es la filosofía puesta en práctica como él mismo la enseña.
Dice en forma metafórica: “Una cosa es poner en la despensa pan y vino y otra
comer”.115 En efecto, Epicteto toma muy en serio su rol de educador y el proyecto para
sus alumnos es: “haceros libres de trabas, incoercibles, sin impedimentos, libres,
venturosos, felices, con la vista puesta en la divinidad para todo, lo pequeño como lo
grande; y vosotros estáis aquí para aprender y ejercitaros en ello”.116 Resulta, por tanto,
un programa muy ambicioso la formación del filósofo estoico como lo entiende Epicteto
tanto para él mismo como para sus discípulos. Se requiere de ejercicios específicos que
les permitirán afrontar la vida cotidiana estoicamente. Se trata de ejercicios con un cariz
ascético: de hecho, en griego, la palabra “askesis” significa ejercicio.
63
apropiada”.117 Se trata de un ejercicio que hace intervenir la ascesis porque requiere que
el hombre estoico o en vía de volverse estoico, enderece sus juicios sobre los objetos,
reconociendo que uno no debe apegarse a las cosas indiferentes, como se ha visto.
Epicteto da el siguiente ejemplo: supongamos que nos encontramos con alguien que
llora por la muerte de su hijo: Como la muerte no depende de nuestra facultad de
elección, entonces no es un mal y, por tanto, llorar no es la reacción apropiada. En cada
situación, ya sea o no triste, debemos ejercitarnos en reaccionar apropiadamente.
Epicteto nos da otro ejemplo: imaginemos que nos encontramos al cónsul; pregunta
Epicteto: “¿Qué es el consulado? ¿Depende de mi facultad de elección? No. Expulsa
también esa idea,118 recházala, no tiene que ver contigo”.119 Epicteto piensa que si
hiciéramos los ejercicios de adiestramiento mental del alba hasta la noche, podríamos
integrar los verdaderos valores y, en consecuencia, reaccionar apropiadamente en cada
circunstancia.
Otro ejercicio importante cuando uno aspira a volverse un filósofo estoico,
consiste en fortalecer la atención. Epicteto dedica su penúltima disertación a este tema.
Epicteto piensa que una actitud fundamental del estoico es la de ser atento. Se trata de
una atención continua, de una vigilancia de cada instante:
Cuando relajes un momento la atención, no te pienses que la recuperarás cuando quieras, sino
ten a mano que, por el error de hoy,120 por fuerza tus asuntos irán peor en lo demás. Pues, en
primer lugar, nace la peor de todas las costumbres, la de no poner atención; luego la de diferir
la atención.121
117
EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 1.
118
EPICTETO supone aquí que el hecho de haberse encontrado al cónsul lo va a hacer sentirse a uno importante: la idea de
importancia es la que tiene que rechazar.
119
EPICTETO, Disertaciones, III, 3, 14.
120
Es decir, la falta de atención que lleva uno a hacer errores que tendrán más consecuencias desfavorables. El “ten a
mano” que emplea Epicteto, significa: “acuérdate”.
121
EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 1-2.
64
Es pertinente preguntarnos por qué Epicteto le pone tanto énfasis al hecho de poner
atención en la vida cotidiana y, sobre todo, en no dejarla escapar. No vacila en afirmar
que dejar escapar la atención es “la peor de todas las costumbres”. Epicteto piensa, en
efecto, que gracias a la atención el filósofo es sin cesar perfectamente consciente, no
solamente de lo que hace, pero de lo que piensa, de quien es él . Esta conciencia de sí
mismo es, de hecho, una conciencia moral: recordemos que el filósofo busca realizar en
cada instante una purificación en sus costumbres cotidianas, en su carácter. Su voluntad
es volverse una mejor persona y hacer el bien. Esto lo puede lograr si está atento; estar
atento consiste en observar, mirar, darse cuenta. Estar atento no significa hacer un
análisis hostil de uno mismo. Se trata de observarse a sí mismo de una forma tranquila,
para ver de qué manera se pueden mejorar ciertas formas de sentir dentro de uno mismo.
Uno debe estar atento, en cada momento, a sus reacciones para poder optar por la
actitud adecuada en el momento adecuado; si no, advierte Epicteto, “estás retrasando
para otro y otro momento la serenidad, la compostura, el estar y vivir conforme a
naturaleza”.122 Epicteto cree que si uno deja libre el pensamiento, es decir que relaja la
atención, “ya no está en tu mano el llamarlo a la compostura, ni al decoro, ni a la
tranquilidad, sino que haces todo lo que se te ocurre y sigues tus apetencias”. 123 Aquí
regresamos a la ascesis estoica que recomienda no apegarse a las cosas indiferentes.
Esto supone un desdoblamiento a partir del cual el hombre atento rehúsa confundirse
con sus deseos, sus apetitos, es capaz de tomar distancia y comportarse con
“compostura” y ser consciente de su poder de desprendimiento. Se trata de un ejercicio
ascético muy difícil al cual Epicteto incita a sus alumnos porque se trata de un acto de
desapego que les permitirá ver que no son lo mismo que los objetos a los cuales están
atados. Se sabe que Epicteto era un verdadero asceta él mismo: soportaba el hambre y el
frío. Por ejemplo, había suprimido todo lujo y comodidad de su vida para adquirir
122
EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 3.
123
EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 6.
65
“temple” y conquistar independencia sobre sus propios deseos y apetitos. La meta era
volverse un mejor hombre y, con su ejemplo, Epicteto exhorta a sus discípulos a
observar las reglas de vida inspiradas en la más alta exigencia moral: solamente así
lograrán el arte de volverse filósofos estoicos: “Vete aplicándote a un género de vida
como de enfermo para que alguna vez vivas como persona sana. Ayuna, bebe agua,
abstente alguna vez por completo del deseo, para que alguna vez desees
razonablemente. Y si deseas razonablemente, cuando poseas en ti algún bien, desearás
bien”.124
Recordemos que para Epicteto una vida feliz y una vida virtuosa, son lo mismo.
La felicidad es la consecuencia natural de hacer lo que es correcto. El énfasis está puesto
en el progreso moral más que en la búsqueda de la perfección moral. Al final de la
Disertación sobre la atención, la cual hemos mencionado anteriormente, Epicteto es
muy claro respecto al tema: “¡Pero qué! ¿Será posible ser impecable? Es imposible;
pero es posible tender continuamente hacia la impecabilidad. Es suficiente librarse de
125
unas pocas faltas, nunca relajando nuestra atención”. Lógicamente, el discípulo
quiere saber a qué ha de prestar atención. Epicteto le contesta que hay que quedar atento
a los principios de la filosofía. Se trata de los principios estoicos básicos que Epicteto ha
estado repitiendo incansablemente, a saber, en primer lugar, que “nadie es dueño del
albedrío ajeno, y sólo en él residen el bien y el mal”.126 Por tanto, nadie es mi dueño ni
puede conseguirme el bien ni arrojarme al mal, sino que sólo yo tengo esa potestad
sobre mí mismo. Cuando tengo eso seguro, "¿en qué puedo inquietarme por lo exterior?
¿Qué tirano será temible, qué enfermedad, qué pobreza, qué obstáculo?”127
Otro principio filosófico estoico que Epicteto enfatiza es el subordinarse y
obedecer solamente a la divinidad y después de ella, a uno mismo, porque la divinidad
124
EPICTETO, Disertaciones, III, 13, 21.
125
EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 19.
126
“¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo interior, en mis cosas.” EPICTETO, Disertaciones, II, 5, 5.
127
EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 7-9.
66
le ha dado al hombre todos los medios para poder juzgar si algo es verdadero o no, si le
concierne o no.128 De tal manera que, lo que los demás opinen de uno no tiene que
preocuparlo, aunque sean personas importantes. Epicteto toma como ejemplo a dos
artesanos: el zapatero y el carpintero, que no le hacen caso a nadie cuando se trata de su
oficio, porque sobre eso saben mejor que cualquiera. Uno tiene que seguir el mismo
camino; es decir, no preocuparse por la opinión ajena y preguntarse a sí mismo, primero
que nada, quién es y qué es lo que quiere lograr. Entonces, estamos hablando aquí de
otro tipo de ejercicio que tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Epicteto lo
expresa así: “En primer lugar, dite a ti mismo quién quieres ser. Y, luego, de acuerdo
con eso, haz lo que haces”.129
Para lograr el conocimiento de uno mismo, Epicteto recomienda a sus alumnos
que hagan un examen de conciencia diariamente tanto antes de dormir como antes de
empezar un nuevo día, repasando lo que han hecho para medir el camino recorrido en el
logro de un poco más de sabiduría:
Al punto de levantarse el alba, piensa: ¿Qué me falta para la impasibilidad? ¿Qué, para la
imperturbabilidad? ¿Quién soy? ¿Verdad que no soy cuerpo, hacienda, fama? Ninguna de esas
cosas, sino ¿qué? Soy un ser racional… Repasa lo que has hecho: ¿Qué norma transgredí de las
de la serenidad? ¿Qué hice de poco amistoso, o de insociable, o de ingrato? ¿Qué no llevé a
cabo de lo necesario para eso?130
Este ejercicio hecho cada día es indispensable para un mejor conocimiento de uno
mismo y da la posibilidad de rectificar errores y de no cometerlos tan repetidamente.
Epicteto insiste sobre la voluntad de corregirse sin cesar, a tal punto que, pensando en la
muerte, porque, como él lo dice con mucha simplicidad, de todos modos hay que morir,
128
EPICTETO se refiere, una vez más, a “las cosas que dependen de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros”.
129
EPICTETO, Disertaciones, III, 23, 1.
130
EPICTETO, Disertaciones, IV, 6, 34-35.
67
prefiere que la muerte lo encuentre “corrigiéndose a sí mismo”.131 No será algo
especialmente glorioso o noble pero es algo que está en nuestra capacidad, afirma
Epicteto. Añade que la soledad favorece este tipo de ejercicio: caminando uno solo y
hablando con uno mismo nos dará la oportunidad de examinarnos con detenimiento,
observar las propias relaciones con los demás y, más que nada, nuestras actitudes frente
a los diversos acontecimientos. También, podremos determinar las cosas que nos
atormentan y cómo pueden ser remediadas. Ser solitario, entonces, brinda la ventaja de
detectar en uno mismo qué merece perfeccionamiento. Pero Epicteto, por ejemplo, llega
a dar consejos muy precisos a una persona que quiere corregir su habitual tendencia a
enojarse: “Si no quieres ser iracundo, no alimentes tu costumbre, no pongas en ella nada
que la haga crecer. Mantente tranquilo el primer día y cuenta los días que no te
enfadaste. “Solía irritarme a diario; ahora, un día sí y otro no”. Luego cada tres días,
cada cuatro…”.132 Por consiguiente, vemos una vez más, que el camino a la sabiduría
requiere de gran esfuerzo. Epicteto llama la atención sobre este punto cuando dice que
nos nombramos “Filósofos” pero que en realidad todavía, ni siquiera, somos
“Hombres”, porque estamos “lejos de servirnos de lo que predicamos, de lo cual nos
envanecemos como si lo supiéramos. Así, sin ser capaces siquiera de cumplir la misión
de hombre, asumimos la de filósofo, carga tan pesada como si alguien que no fuera
capaz de levantar diez libras pretendiera cargar la piedra de Ajax”.133
En efecto, la actitud del filósofo, nos recuerda Epicteto, es muy diferente de la
actitud del profano quien atribuye todos sus males, o lo que él considera males, a todos
los miembros de su familia, diciendo, por ejemplo, que su hermano es la causa de su
desdicha, mientras que el filósofo, no acusa a nadie más que a él mismo de la causa de
su infelicidad. Añade Epicteto que desde niños estamos acostumbrados a culpar a todos
menos a nosotros mismos “De este modo, aun después de haber crecido parecemos
131
EPICTETO, Disertaciones, IV, 10, 13.
132
EPICTETO, Disertaciones, II, 18, 12-13.
133
EPICTETO, Disertaciones, II, 9, 21-22.
68
niños”.134 ¿El remedio? Epicteto, recomienda estudiar, dejar de ser incultos y
encaminarse a ser un filósofo, porque el filósofo se reconoce por sus actos: “Mira cómo
como, cómo bebo, cómo duermo, cómo aguanto, cómo me contengo, cómo me
abstengo, cómo colaboro, cómo uso del deseo y del rechazo, cómo mantengo las
relaciones naturales o adquiridas sin confusiones ni trabas”.135 Cada acción, por chiquita
o trivial que sea, representa un ejercicio para el que quiere llegar a ser un filósofo y
requiere de un trabajo cotidiano sobre uno mismo. Parte del trabajo, nos recuerda
Epicteto, consiste en conocerse a uno mismo, pues aún si parece obvio o ya muy dicho,
es el principio de la labor filosófica:
Si alguien que ha ido una sola vez a la escuela de un filósofo no sabe qué es él mismo, se
merece tener miedo y adular a los que adulaba antes, si aún no ha aprendido que no es carne ni
hueso ni nervios, sino lo que los usa y lo que los gobierna y lo que comprende las
representaciones.136
134
EPICTETO, Disertaciones, III, 19, 6.
135
EPICTETO, Disertaciones, IV, 8, 20-21.
136
EPICTETO, Disertaciones, IV, 7, 32-33. En esta cita Epicteto dice que es suficiente ir una sola vez a una escuela de un
filósofo -se entiende que va a ser uno estoico- para aprender que es indispensable conocerse a uno mismo, para no tener
miedo de las cosas que no dependen de uno, para darse cuenta que adular a gente importante es irrelevante porque el poder
hace parte también de las cosas que no dependen de uno. Finalmente, ir a la escuela de un filósofo le enseñará a uno que el
cuerpo no es lo único importante: el uso de la razón que permite comprender las representaciones es de mucho más
importancia en el ser humano.
69
Justamente ahí es donde interviene el ejercicio de conocimiento de uno mismo del cual
nos habla Epicteto al principio de esta cita. En efecto, si reconocemos cuales son
nuestros defectos, nuestros puntos débiles, nuestras “pasiones”, como las llama
Epicteto, podemos luchar para tratar de erradicarlos. Primero, aceptando la culpa por el
error cometido y, luego, sin desesperar de uno mismo, pensar que la salvación depende
de uno mismo. Si alguien viera a otro en gran dificultad ¿acaso no se precipitaría para
socorrerlo? Epicteto argumenta que tenemos que tener esta misma actitud hacia nosotros
mismos. Recuerda un poco la lucha que el deportista emprende sobre sí mismo: Cuándo
se cae ¿Quién lo levanta? Nadie más que él, una y otra vez.
Para concluir, en cuanto al ejercicio que se podría titular, “Conócete a ti mismo”,
la primera tarea, cuando uno frecuenta una escuela filosófica, es proponerse saber quién
es uno. Porque, después de todo, la obra del filósofo no consiste en conservar cosas
exteriores, las cuales deberían resultarle “indiferentes”. La obra del filósofo consiste,
como lo apunta Epicteto, en mantener a salvo la parte racional para que sea capaz de
“gobernar la carne, los huesos y los nervios”, como lo vimos en la última cita de la
página anterior.
Continuando con la serie de ejercicios que preconiza Epicteto, llegamos ahora a la
Disertación titulada “Sobre el ejercicio”, donde dedica mucho espacio al problema del
deseo y del rechazo y al ejercicio correspondiente. La meta es no verse frustrado en los
propios deseos ni caer en lo que se aborrece.137 Epicteto nos advierte desde el principio
que no se trata de hacerles la competencia a los titiriteros ni tampoco a los acróbatas,
queriendo decir que el ejercicio contemplado para este problema no tiene que ser
demasiado difícil o peligroso. Toma como ejemplo a Diógenes quien solía ejercitarse
abrazando las estatuas de nieve en pleno invierno. No se trata de sufrir. Uno
simplemente se tiene que ESFORZAR “por todo lo que hace avanzar hacia el fin
137
El deseo y el rechazo hacen parte de esas pasiones humanas que estorban en el camino del filósofo. No ser capaz de
controlar sus deseos de placer o su rechazo al trabajo, por ejemplo, indica un modo de vida muy poco estoico.
70
propuesto. ¿Y en qué consiste esforzarse por el fin propuesto? En movernos sin trabas
en el deseo y el rechazo”.138 Es decir, ser capaces de tener control tanto sobre los deseos
como sobre los rechazos para que no obstaculicen el desarrollo filosófico. El ejercicio
utilizado por Epicteto para llegar a tal resultado implica deshacerse de una costumbre
para implementar la contraria. Se pone en escena Epicteto para darnos un ejemplo: “Yo
tengo inclinación al placer. Daré un bandazo hacia el lado contrario por encima de lo
comedido para ejercitarme”.139 En otras palabras, se trata de hacer sistemáticamente el
contrario de lo que deseamos. Lo mismo para alguien que tiene rechazo al trabajo. Dice
Epicteto, otra vez en primera persona: “Me machacaré y entrenaré las representaciones
en desviar el rechazo de toda esa clase de cosas”.140 No dejarse vencer por las
representaciones habituales parece ser el secreto de Epicteto. Otro punto importante es
que hay que utilizar el deseo y el rechazo solamente en lo que concierne al albedrío, es
decir, sobre lo que depende de nosotros, acordándonos siempre de todo lo que no
depende de nosotros. En otras palabras, seremos muy cuidadosos de no ejercitar deseo y
rechazo en lo exterior: como en el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder, porque
todo esto no depende de nosotros. Este ejercicio debe aplicarse a cosas difíciles que
dependen de la voluntad: “ejercítate en soportar que te injurien, en no afligirte cuando te
ultrajen”.141 Puede llegar así al extremo de dejarse golpear por alguien pensando que lo
que golpea es sólo el cuerpo “¿Y si me ataca alguien cuando estoy solo y me degüella?”
pregunta un alumno a Epicteto, el cual le contesta irónicamente: “Bobo, no a ti, sino a tu
cuerpecito”.142 Evidentemente, no se trata de un ejercicio fácil y Epicteto no pretende
tampoco que sus discípulos tengan resultados desde la primera vez que lo apliquen; es
más, les aconseja evitar situaciones delicadas que no podrían resistir al principio de su
aprendizaje. Pero este es el camino del filósofo, según Epicteto, y los ejercicios a los
138
EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 3-4.
139
EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 7.
140
EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 7-8.
141
EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 10.
142
EPICTETO, Disertaciones, III, 13, 17.
71
cuales tendrá que aplicarse si quiere lograr su propósito. Sin embargo, en la última
Disertación que revisaremos titulada, “Que a todo hay que acercarse con
circunspección”,143 Epicteto, como si fuera médico, después de recetar a un alumno todo
un programa nutricional digno del mejor nutrió-logo y más vigente que nunca, Epicteto,
se muestra reservado sobre el tema de querer volverse un filósofo. En efecto, dice que
cada uno de nosotros hemos nacido para una cosa. Critica, en primer lugar, a la gente
superficial que “juega” a ser atleta, luego filósofo, luego orador, porque no lo hace con
toda su alma, no reflexiona lo suficiente y solamente sigue el antojo del momento. En
segundo lugar, Epicteto critica también a la gente que decidió volverse filósofo porque
ha ido a ver y a oír un filósofo famoso y que lo quiere imitar. Antes que nada, uno debe
preguntarse si ha nacido para esto: “¿Crees que haciendo lo que haces puedes filosofar?
¿Crees que puedes comer igual, beber igual, enfadarte de esa manera, contrariarte de esa
manera?”144 Me gustaría enfatizar la importancia que Epicteto le da a las acciones
cotidianas como comer y beber. Nos podemos preguntar qué tienen que ver con el hecho
de ser un filósofo. También, que uno se enfade y se contraríe durante el día parece
inevitable. Pero es justamente sobre estas acciones, al parecer tan pequeñas e inocuas,
que Epicteto se basa para decidir si uno tiene vocación o no de filósofo. Epicteto,
entonces, revela cuáles son las actitudes propias de un verdadero filósofo, no de alguien
que quiere “jugar” a ser filósofo:
Es preciso velar, esforzarse, vencer ciertos deseos, apartarse de tus familiares, ser despreciado
por un muchachito, ser objeto de burla para los que salgan al encuentro, ser menos en todo: en
gobierno, en honras, en tribunales. Una vez que hayas estudiado bien esto, si te parece, acércate
si quieres obtener a cambio impasibilidad, libertad, imperturbabilidad.145
143
EPICTETO, Disertaciones, III, 15.
144
EPICTETO, Disertaciones, III, 15, 10-11.
145
EPICTETO, Disertaciones, III, 15, 11-12..
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Ser filósofo, según Epicteto, requiere de muchos sacrificios en todos los campos, físicos
y mentales, y también sociales. ¿Quién será capaz de tal vocación? De vivir día a día
como Epicteto recomienda hacerlo, y luego decidir después de una larga introspección y
de estar bien consciente de todo lo que implica, el haber nacido para ser un filósofo
estoico. ¿Quién? El mismo Epicteto, como lo hemos visto al principio de este capítulo,
pide que se le enseñe uno antes de morir, o siquiera alguien que esté en camino para
realizar la meta estoica.
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CONCLUSIÓN
El estoicismo es una moral, una sabiduría práctica que ejerció en el curso de los siglos
una influencia que encontramos todavía hoy cuando el lenguaje común habla de “una
actitud estoica” frente a los acontecimientos dolorosos. Mencionaremos a manera de
revisión los principales temas importantes que caracterizan esta doctrina en la visión de
un prominente filósofo estoico de finales del siglo primero de nuestra era: Epicteto.
El primer concepto enfatiza la libertad absoluta del hombre quien, aún en
circunstancias extremas de dolor, por ejemplo, no se vuelve esclavo de sus emociones:
“Porque nadie asustado, triste ni inquieto es libre, sino que el que se aparta de las
tristezas, los miedos y las inquietudes, ése, por el mismo camino, se aparta también de
ser esclavo”.146
El segundo hace referencia al problema del bien y del mal que es inútil buscar en
el exterior. No pueden estar en las cosas exteriores; en efecto, argumenta Epicteto, nadie
dice que es un bien que sea de día, un mal que sea de noche y que el mal más grande es
que tres sea igual a cuatro. Por lo tanto, “¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo
interior, en mis cosas”.147 Hace eco al axioma fundamental del estoicismo que dice que
no hay felicidad más que en el bien moral, en la virtud148 “fuente de felicidad,
impasibilidad y serenidad”.149 En contra parte, no hay desdicha más que en el mal
moral, en la falta y el vicio y, todo lo que no cabe en estas dos categorías será
considerado como cosas indiferentes: sean la vida, la salud, el placer, la belleza, la
fuerza, la riqueza, la fama, así como sus contrarios: sean la muerte, la enfermedad, la
pena, la fealdad, la debilidad, la pobreza, la oscuridad. No son ni bienes ni males: son
146
EPICTETO, Disertaciones, II, 1, 24.
147
EPICTETO, Disertaciones, II, 5, 5.
148
Aquí hay que aclarar que cuando Epicteto habla de “bien moral” y de “virtud” se refiere a las virtudes conocidas, tales
como la prudencia, la justicia, el valor, la temperancia y otras. El “mal moral” significará entonces los contrarios: la
imprudencia, la injusticia, etc.
149
EPICTETO, Disertaciones, I, 4, 3.
74
cosas indiferentes; nos referimos en el primer capítulo a este principio estoico básico
llamado “adiaphora”. En consecuencia, la felicidad del hombre depende de él mismo
porque tiene su razón y su juicio que lo guían hacia el bien moral y la felicidad o, al
contrario, hacia el mal moral y la desdicha.
Regresaremos un momento sobre el papel de la razón en el estoicismo. Hemos
visto que desde los primeros maestros antiguos como Zenón y Crisipo, la regla
fundamental es “vivir según la naturaleza”, es decir, vivir según la experiencia de los
eventos que ocurren en la naturaleza, acoplarse a ella porque está regida por el principio
activo que los estoicos, tanto antiguos como romanos, llaman Logos, principio divino,
recta razón, Dios, Zeus. Esta recta razón circula a través de todas las cosas del universo
y también a través del hombre. Por lo tanto, la naturaleza de la cual hablan Zenón,
Crisipo y más tarde Epicteto, es a la vez la naturaleza universal y la naturaleza particular
de cada hombre, las dos siendo dirigidas por la recta razón. Hemos hablado de la
“oikeiosis” que consiste en conciliarse con el propio ser racional y que sirve a los
estoicos para distinguir el bien del mal. Así, vivir según la naturaleza es vivir según la
virtud y, es el camino a la felicidad para el hombre. Por lo tanto se puede decir que el
hombre estoico es responsable de su propia felicidad… si es capaz de ignorar todas las
cosas indiferentes y no ser esclavo de sus emociones y de sus pasiones.
Aquí tocamos otro tema importante de la doctrina estoica: el rol del destino y la
aparente falta de libertad para el hombre confrontado al orden natural y necesario
establecido por el Logos. El estoico no se rebela, Epicteto se burla de sus discípulos que
se lamentan o gimen y acusan a todos menos a ellos mismos por lo que llaman su mala
suerte, en situaciones difíciles de la vida. No quiere decir tampoco que el estoicismo
dicte una actitud pasiva frente a los azares cotidianos. Adopta, al contrario, un modo
activo para confrontar la adversidad. Su libertad consiste en identificar sus propios
deseos con los del destino. Recordemos a Epicteto dirigiéndose a Dios, diciéndole que si
lo quiere enfermo, él no protestará, lo mismo si lo quiere muerto. Epicteto está
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preparado para obedecer las órdenes de la divinidad, se quiere maestro de sí mismo es
decir, capaz de controlar sus pasiones, sin sentimientos ni emociones negativas respecto
a las cosas que no dependen de él. Porque, además, lo único que depende de él es el
sentido que da a los eventos exteriores.
“Las cosas que dependen de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros” es
el lema de Epicteto. Está resumido en el primer párrafo de su Enquiridion o Manual:
Hay ciertas cosas que dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras
tendencias, nuestros deseos y aversiones y, en una palabra, todas nuestras operaciones. Otras
hay también que no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder; en una
palabra, todo aquello que no es de nuestra operación.150
Esto es lo que repite Epicteto a saciedad, predicando con la palabra y con el ejemplo.
Recurre a la indignación y a la ironía. Acumula argumentos y ejemplos que tienen como
meta sacudir a sus alumnos y sacarlos de sus condicionamientos y prejuicios. Descubren
ellos un arte de vivir donde habían venido a buscar un conocimiento. Porque lo que más
preocupa a Epicteto no es tanto la doctrina sino el ser humano en las situaciones
concretas de la vida. En efecto, Epicteto no innova, cita y comenta las enseñanzas de los
fundadores del estoicismo, siendo fiel a sus principios.
Zenón, por ejemplo, se refiere a la razón como un elemento que circula a través
de todas las cosas y que es idéntica a Zeus, el jefe del gobierno del universo. Si
podemos hablar de “religión estoica” en este contexto, nos damos cuenta que dos
tendencias convergen allí: por una parte, el universalismo que hace que el hombre se
sienta ciudadano de un mundo gobernado por la divinidad, los dioses, Zeus, el Logos, la
razón universal, tantos términos que para Epicteto resultan equivalentes. Por otra parte,
la interiorización que lleva a descubrir un Dios que habla al corazón del hombre. Y es
150
EPICTETO, Manual, 1, 1.
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esta doble dimensión que hemos estudiado en el capítulo tercero del presente trabajo.
Finalmente, queda como aporía la visión estoica de Dios: principio activo, inseparable
de la materia y, como no existe materia sin forma, entonces, Dios está en todo y todo
está en Dios. Dios coincide con el cosmos, es a la vez fuego y rayo, así como Padre de
los hombres: lo gobierna todo. Nuestro parentesco divino se reflejará en la vida interior
de cada uno, en sus progresos personales, porque en todos los momentos de la vida
diaria, es posible introducir un elemento de pureza. El trabajo de Epicteto será entonces
mantener viva la presencia divina dentro de uno mismo y esa es la meta que enseñará a
sus discípulos.
Se trata de una meta difícil de alcanzar, que reposa sobre unos ejercicios diarios,
de ascesis principalmente, tanto físicos como mentales. Comprende ejercicios de auto-
análisis, de reflexión, intentos para corregir los defectos, cambiar los condicionamientos
con una vigilancia constante de las propias reacciones y actitudes. Hay que decir que
Epicteto no se hace muchas ilusiones sobre el resultado de sus enseñanzas. Se da cuenta
que sus alumnos encuentran difícil la aplicación de los principios estoicos; a veces se
desespera y los manda de regreso a su hacienda, a su familia, a sus pequeñas
preocupaciones. Es verdad que volverse un filósofo, a la manera de Epicteto, no es un
trabajo fácil y él es consciente de ello.
Podemos concluir que el estoicismo consiste en un ideal de vida, y que Epicteto
resulta admirable porque lo pudo poner en práctica. También es cierto que representó
una nueva seguridad cuando la “Polis” ya no podía cumplir con su responsabilidad de
proteger a sus ciudadanos. Pero aún en nuestros días, conflictivos por otros motivos,
pienso que la actitud estoica, sobre todo en lo que se refiere a ser los dueños del sentido
que le damos a los eventos exteriores, es una gran fuente de ayuda y de libertad. Y, en
vez de considerar el estoicismo como un “vía crucis”, una suma de ejercicios imposibles
de realizar, prefiero verlo como un camino hacia la felicidad, tal cual era el propósito
original de esta filosofía.
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Bibliografía
- ARRIANO: Disertaciones, traducción, introducción y notas de Paloma Ortíz García, Gredos, Madrid,
1993.
- BREHIER, Emile: traduction, SCHUHL, Pierre Maxime: édition, Les Stoiciens, Gallimard, Paris,
1962.
- DUHOT, Jean-Joel: Epicteto y la sabiduría estoica, Traducción de Jordi Quingles. José J. de Olañeta,
Editor, Palma de Mallorca, 2003.
- REALE, Giovanni, ANTISERI, Dario: Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder,
Barcelona, 1995.
- SÉNECA, Lucio Anneo: Los ocho libros de Cuestiones Naturales, Espasa Calpe, Argentina, 1948.
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