+cuestiones Economicas
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CUESTIONES ECONÓMICAS
FEDERICO BASTIAT.
MALDITO DINERO.
L O Q U E SE V E Y L O Q U E N O SE V E .
PROPIEDAD Y L E Y .
P R O P I E D A D Y DESPOJO.
PROTECCIONISMO Y COMUNISMO.
LA LEY.
Traducción de
Roberto Robert.
MADRID:
I m p r e n t a de L a T u t e l a r a cargo de B . Carranza s
C A L L E DE S A K MIGUEL , wtíM. 23.
1860.
NOTA D E L EDITOR.
<*t¿ f
— i8
tenga de mas uno de sus individuos; pues otro hay que lo tiene de
menos.
Si me cedéis el escudo gratuitamente, entonces es verdad quo
seré otro tanto mas rico; pero vos seréis otro tanto mas pobre, y
la fortuna social, considerada en masa, no habrá experimentado al-
teración; puesto que esta fortuna, como he dicho ya, consiste en
servicios reales, en satisfacciones efectivas, en cosas útiles. Vos
érais acreedor de la sociedad; me habéis sustituido á sus derechos;
la sociedad de todos modos debe un servicio, tanto le importa pa-
gároslo á vos, como pagármelo á mí. Con prestarlo al portadro
del título, ha pagado.
—Pues, si todos tuviésemos muchos escudos, todos recibiría-
mos muchos servicios de lá sociedad, ¿no seria esto muy agradable?
— Olvidáis que en él orden que acabo de describiros, y que es
imagen de la realidad, no es posible retirar servicios del fondo so-
cial sino cuando se le han hecho anteriormente. Quien dice servi-
cio, dice servicio prestado y recibido: estos dos términos se i m -
plican, de manera que debe haber siempre balance entre ellos. Es
imposible que la sociedad preste mas servicios que los que recibe,
y, sin embargo, esta es la quimera que quieren realizar muchos por
medio de la multiplicación de ¡os escudos, de la alteración de la
moneda, de la creación del papel, etc.
—Todo eso me parece muy razonable en teoría; pero en cuan-
to á la práctica, cuando veo cómo suceden las cosas , no puedo
quitarme de la cabeza que, si por medio de un milagro se multpli-
case el número de los escudos, de manera que cada uno de nos-
otros doblase su pequeña parte, estaríamos todos mejor, haría-
mos mas compras, y la industria recibiría un fuerte impulso.
— ¡Mas compras! ¿pero qué compraríamos? Objetos útiles sin
duda ; cosas propias para causarnos satisfacciones eficaces : víve-
res, ropas, casas, libros, cuadros. Deberíais, pues, comenzar de-
mostrando que todas estas cosas se producen por sí mismas, soló
porqué en la Casa de la Moneda se funden lingotes llovidos del
cielo, ó porque en la Imprenta Nacional se hace sudar la prensa
— 19 —
dé los asignados; pues razonablemente no podéis creer que, si la
cantidad de trigo, paño, buques, sombreros y zapatos no aumen-
ta , puede aumentar la parte que á cada uno nos corresponda,
aunque nos presentemos todos en el mercado con mayor cantidad
de monedas reales ó ficticias. Acordaos de la anécdota de los juga^
dores. En el órden social, las cosas útiles son lo que los trabajado-
res depositan en la cajita, y los escudos que circulan de mano en
mano son las fichas. Si multiplicáis los francos sin multiplicar las
cosas útiles, solo resultará que necesitareis mayor número de fran-
cos para cada cambio, así como los jugadores necesitarán mayor
número de fichas para cada puesta. La prueba la tenéis en lo que
sucede Con cloro, la plata y el cobre. ¿Por qué se necesita en un
cambio dado mayor cantidad de cobre que de plata, y de plata que
de oro? ¿No es porque esos metales están repartidos por el mundo
en proporciones diferentes? ¿Qué razón tenéis para creer que, si
de pronto llegase el oro á abundar tanto como la plata, no se nece-
sitase la misma cantidad del uno que de la otra para comprar una
casa? :
—-Podrá ser que tengáis razón ; pero desearia que os equivoca-
seis. En medio de los sufrimientos que nos rodean, tan crueles
por su índole, tan peligrosos por sus consecuencias , hallaba yo
cierto consuelo en creer que existía un medio fácil para hacer fe-
lices á todos los individuos que componen la sociedad.
—Pues, aun cuando la riqueza consistiese en el oro y la plata,
tampoco seria fácil aumentar su cantidad en un país que carece de
minas.
—Pero no seria difícil sustituir los metales con otra cosa. Es-
toy de acuerdo con vos en cuanto á que el Oro y la plata no propor-
cionen servicios sino en calidad de agentes de los cambios; lo
mismo digo del papel moneda, el billete de Banco, etc. Pues bien;
si tuviésemos todos muchas monedas de esas, tan fáciles de crear,
todos podríamos comprar mucho; no nos faltaría nada. Vuestra
teoría cruel desvanece esperanzas, ó sean ilusiones si queréis,
cuyo principió es iududablemente muy filantrópico.
— 20 —
• — S i , como todos los volos estériles que se pueden formular
por la felicidad universal La extraordinaria facilidad del medio
que invocáis basta para demostrar su completa ineficacia, ¿Imagi-
náis que,, si solo se necesitase imprimir billetes de Banco para que
todos pudiésemos satisfacer nuestras necesidades, gustos y deseos,
hubiera llegado la humanidad hasta eldia de hoy sin apelar á ese
medio? Convengo en que el descubrimiento es engolosinador; por-
que desterraría del mundo, no solo el despojo bajo sus formas de-
plorables, sino hasta el trabajo todo, exceptuando el de la prensa,
para estampar asignados. Solo falta comprender cómo se compra-
rían, con los asignados, casas que nadie habría edificado, trigo
que nadie habría cultivado, y ropas que nadie habría tejido (1).
—Solo una cosa me hace efecto en vuestra argumentación. Se-
gún habéis dicho vos mismo, si bien no se gana, tampoco se pier-
de en multiplicar el instrumento del cambio, como se demuestra
en el ejemplo de los jugadores, que no perdieron mas que una i l u -
sión poco arraigada. ¿Por q u é , pues, rechazar la piedra filosofal
que nos enseña á convertir en oro los guijarros y, mientras tanto,
el papel moneda ? ¿Tan pagado estáis de vuestra lógica que os ne-
gareis á hacer una prueba que ningún riesgo ofrece? Si estáis en
error, priváis á la nación, como dicen vuestros numerosos adver-
sarios, de un beneficio inmenso. Si el error está en ellos, solo
puede resultar, según decís también vos mismo, la pérdida de
una esperanza para el pueblo. La medida que ellos creen excelen-
te, vos la creéis inútil; dejad, pues, que la pongan en práctica,
puesto que lo peor que puede suceder, no es la realización de un
mal, sino la no realización de un bien,
— Por de pronto, la pérdida de una esperanza es un gran mal
para un pueblo. Otro mal es que el Gobierno anuncie la supresión
de muchos impuestos, fundándose en recursos que no se han de
realizar. Sin embargo, vuestra solicitud podría ser atendida si des-
pués de la emisión y depreciación del papel moneda, el equilibrio
E L VIDRIO ROTO.
II
E L LICENCIAMIENTO.
III
L A CONTRIBUCION.
IV.
V.
Obras públicas.
vi.
Los intermediarios.
Vil.
Restricción.
VIH.
Las m á q u i n a s .
IX.
Crédito.
X»
L a Argelia.
wpuai de 4,000 francos Pues pregunto yo, ¿donde está el alivio para la pobla-
etros dos0683' CUi5ncl0 se le m ll0i;i*re ylos medios de existencia de
- 7 0 -
pueslo que Juan Lanas, {cuando se haya curado de las cata-
ratas) no dejará de contestar; «¡Toma, con esos cien sueldos
también los haría yo trabajar!))
Dejando aparte esta razón, aparecen las otras en toda su
desnudez, y el debate entre el fisco y el pobre Juan Laüas
muy simplificado. Si el Estado le dice: te cobro cien sueldos
para pagar al gendarme que ve!a por tu seguridad ; para em-
pedrar la calle que atraviesa todos los dias ; para indemnizar
al magistrado que hace respetar tu propiedad y tu libertad;
para alimentar al soldado que vigila nuestras fronteras, ó mu-
cho me engaño, 6 Juan Lanas pagará sin decir una palabra.
Pero si el Estado le dice: «Te lomo cien sueldos para darte
uno de prima en el caso de que hayas cultivado bien t u cam-
po; ó para enseñar á tus hijos ¡o que tú no quieras que apren-
dan; ó para que el señor ministro añada el plato número
ciento y uno á su mesa; ó bien para levantar una caba-
fia en la Argelia, salvo quitarte otros cien sueldos todos
los años para que haya un colono que la guarde, y otros cien
sueldos para mantener á un soldado que guarde al colono, y
otros cien sueldos para mantener á un general que guarde
al soldado, etc., etc.: ya me parece estar oyendo á Juan Lana
gritar : « ese régimen legal es muy parecido al régimen de
la selva de Bondy » ¿Y qué hace el Estado para salir al paso
á esa objeción? Lo confunde todo; saca á relucir justamente
la detestable razón que no debería tener influencia alguna en
este asunto: habla del efecto que producen los cien sueldos
aplicados al trabajo; nos presenta el cocinero y el proveedor
del ministro; nos presenta un colono, un soldado y un gene-
ral que viven de aquellos cinco francos; nos presenta, en fin;
lo que se ve; y mientras Juan Lanas no haya aprendido á cote-
jarlo con lo que no se ve, Juan Lanas será víctima. Por esto
estoy empeñado en repetírselo un di a y otro, para que lo
aprenda.
Y siendo causa los gastos públicos de que el trabajo varia
de asiento sin aumentarse, resulla contrasellos otra presun-
ción grave. Yariar de asiento el trabajo , es variar de asiento
los trabajadores; es turbar las leyes naturales que presiden
— 71 -
i la distribución de la población por el territorio. Cuando se
dejítn al contribuyente SO millones, como el contribuyente
está en todas partes, aquel dinero alimenta el trabajo de los
cuarenta mil municipios de Francia; obra conforme al lazo
que á todos nos retiene en el pais natal; se reparte entro
todos los trabajadores y en todas las industrias imaginables.
Si el Estado sustrae esos cincuenta millones, y los acumula,
y los gasta en un punto dado, atrae á aquel punto una canti-
dad proporcional de trabajo distraído de su cauce , un número
correspondiente de trabajadores sacados de su pais ; pobla-
ción flotante, inclasificada, y aun me atrevo á decir peligrosa,
una vez agotados los fondos. Pero sucede { y aquí vuelvo ú
mi asunto) lo siguiente: esa actividad febril y, por decirlo así,
concentrada en un estrecho espacio, salta á lav istade to-
dos: esto es lo que se ve: el pueblo aplaude, se maravilla de
la belleza y la facilidad del procedimiento, y pide que se re-
nueve y se estienda. Lo que no ve, es que una cantidad igual
de trabajo, probablemente mas sensato, perece de inanición
en todo el resto de Francia.
X I
Ahorro y lujo.
e l i M S ^ ^ sériedelos So/imuíj
- 76 —
¿Cuál es el objeto que se propone Federico al economizar
diez mil francos? ¿Será el de enterrar dos m i l piezas de cien
sueldos en un escondrijo de su jardin? No, por cierto; lo que se
propone es aumentar su capital y su renta. Por consiguiente,
el dinero que no emplea en comprar satisfacciones persona-
les, lo emplea en comprar tierras, casas, rentas del Estado,
acciones sobre industrias, ó bien lo coloca en casa de un ne •
gociante ó de un banquero. Seguid la marcha de sus monedas
en todas las hipótesis, y os convencereis de que, por medio de
los vendedores o' emprestadores, van á alimentar el trabajo,
lo mismo que, si Luis, imitando á su hermano, las hubiese
cambiado por muebles, joyas y caballos.
Porque, cuando Federico compra por valor de 10,000 fran-
cos de tierras ó rentas, lo hace determinado por la considera-
ción de que no necesita gastar aquella suma, puesto que esto
es lo que motiva vuestras quejas.
Pero también el que le vende la tierra ó la renta, lo hace
determinado por la consideración de que necesita gastar
aquellos 10,000 francos en una cosa ú otra.
De manera que, en último resultado, el gasto se verifica, ya
lo haga Federico, ya uno que lo sustituya.
Bajo el punto de vista de la clase obrera ^ es decir,
del fomento del trabajo , no hay mas que una diferencia
entre la conducía de Luis y la de Federico. El gasto de
Luis, como lo hace él y se verifica cerca de él, se ve. El de
Federico, que se verifica en parte por intermediarios y lejos
de él, no se ve. Pero, de hecho y para los que saben atribuir
los efectos á sus verdaderas causas, el que no se ve es tan
positivo como el que se ve. La prueba está en que en uno y
en otro caso las monedas circulan, y no se qüeda en la gabela
del disipador ni en la del prudente.
Es, por consiguiente, falso decir que el ahorro causa un per-
juicio actual á la industria. En este concepto es tan beneficio-
so como el lujo. ¡Pero cuánto le supera si el pensamiento, en
lugar de ceñirse á una hora que pasa, abraza un largo período!
Diez años han trascurrido, ¿idónde han ido á parar Luis
y su fortuna y su gran popularidad? Todo se ha desvanecí-
- 77 ~
do; Luis está arruinado: en vez de esparcir sesenta mil fran-
cos todos los años por el cuerpo social, tal vez le sirve de
carga. Cuando menos, ya no es el encanto de sus proveedores,
ni se cuenta entre el número de los que fomentan las artes y
la industria; ya no sirve de nada á los operarios.
Al mismp tiempo Federico, no solo continúa entregando
todas sus rentas á la circulación, sino que las aumenta todos
lósanos. Aumenta el capital nacional, es decir, el fondo que
alimenta el salario; y como de la importancia de su fondo de-
pende el pedido de brazos, contribuye á aumentar progresi-
vamente la remuneración de la clase obrera.
Bajo el punto de vista moral, la superioridad del ahorro so-
bre el lujo es incontestable. Es un gran consuelo pensar que
lo mismo sucede bajo el punto de vista económico, para el que
no se detiene á considerarlo en sus efectos inmediatos, y sa-
be llevar sus investigaciones hasta sus efectos definitivos.
xn.
Derecho al trabajo, derecho al beuefícío.
PROPIEDAD Y DESPOJO.
CARTA PRIMERA.
Julio de 1848.
Ricardo dice:
Scrope:
Sénior:
CARTA SEGUNDA.
(1) No basta con que el valor no eslé en la materia ó en las fuerzas naturales;
»o basta con que se halle psclnsivaracmtc í^n los s e r r i c i o s . Es menester también
qae el v a l o r de los sen icios no sea exagerado; porque ¿qué le importa al desdicha-
do artesano que el alto precio á que se venda el trigo sea debido S que el propie-
tario le haga pagar las fuerzas productivas del suelo, ó se haga pagar eseesiva-
.El objeto de la competencia es servicios, igualar ht tomando por base la justi-
cia: á esta tarea se aplica sin descanso,
íluea inédita del autor.)
Acerca M v a l o r y U c o n c u r r e n c i a , véase cap, de los Sofismas, pág. 59 y si-
guientes.
CARTA TERCERA.
(1) En otra ocasión hemos oido negar ¡a legitimidad del arriendo. Muchas per-
sonas, aun sin atreverse á lanto, apenas aciertan á comprender la perennidad del
alquiler de los capitales. ¿Cómo es posible, preguntan> que un capital,, en cuanto
esté formado, pueda dar una renta eterna? Famos á ver si esplicamos esta perenni-
dad por medio de.un ejemplo. ,
Yo tengo cien costales de trigo, y podría servirme de ellos mientras me dedico á
un trabajo útilnicro, en-vez de hacerlo así, los presto durante un año. ¿üuó me
debe el que me los empresta? La restitución íntegra de mis cien costales de trigo..
¿Y no me debe mas? En ese caso habró prestado nn servicio sin recibir otro en
cambio: dfibemé, pues, ademas de la simple restitución de mi préstamo, un servi-
cio, una remuneración, que será determinada por las leyes de la oferta y el pedi-
do: el interés. Sucede que, al cabo del año, continúo teniendo cien costales de tri-
go que prestar, y lo mismo al cabo de dos, y por toda una eternidad. El interés es
una pequeña porción del trabajo que, gracias á mi préstamo , ha podo realizar el
emprestador. Si tengo bastantes costales de trigo para que ios iaíereses me pro-
curen la subsistencia, puedo vivir en el ocio sin ser gravoso á nadie , y aun me
seria fácil demostrar que el ocio, obtenido por este medio, es uno de los resortes
progresivos 451* sociedad.. fN. del autor..!
— 115 —
el otro á desmontar terrenos al Far West. Después cambian el
aceite por trigo. ¿Por ventura pone aquel en cuenta el valor del
suelo, ni este el de la ballena? La comparación no puede estender-
se sino á los servicios recibidos y prestados. Estos servicios son,
pues, lo único que tiene valor.
Y esto es tan cierto que, si la naturaleza se muestra muy libo-
ral con la tierra, esto es, si la cosecha es abundante, baja el pre-
ció del trigo, y el que se aprovecha de la baja es el pescador.
Si la naturaleza se ha mostrado liberal para con el Océano, ó, en
otros términos/si la pesca ha sido afortunada, lo que baja de pre-
c o es el aceite, con gran provecho del agricultor. De ningún
modo se puede probar mejor que el don gratuito de la naturale-
za, aunque aprovechado por el productor, no deja nunca de ser
gratuito para las masas, solo con la condición de que paguen el
acto de hacerlo contribuir á su trabajo, que es el servicio.
Mientras haya, pues, abundancia de terrenos incultos en un
pais, el equilibrio se conservará entre IQB servicios recíprocos, y
ios propietarios no podrá disfrutar de ningún privilegio 6 venta-
ja escepcional.
No sucedería lo mismo, si los propietarios consiguiesen prohi-
bir todo nuevo desmonte de terreno; en cuyo caso, es evidente
que impondrían la ley al resto de la comunidad.
Aumentando la población> siendo cada día mas apremiante la
necesidad de las subsistencias, es^claro que cada día podrían ha-
cer pagar mas caros sus servicios; lo cual en lenguaje ordinario
se diría, por metonimia, del modo siguiente: El valor del sueldo
ha aumentado. Pero la prueba de que este inicuo privilegio atri-
buiría un valor ficticio, no á la m atería, sino á los servicios, e1
lo que estamos viendo en Francia y en París mismo. Por un pro-
cedimiento semejante al que acabamos de describir, la ley fija el
número de los corredores, agentes de cambio, notarios y panade-
ros; y ¿qué sucede? Que la falta de competencia les permite po-
ner alto precio á sus servicios, y créa en su favor un capital que
no está incorporado á ninguna materia. Entonces se dice por
abreviar: «este estudio, este gabinete, este privilegio valen tan-
to,» y la metonimia está clara. Lo mismo sueede con el suelo.
Llegamos a'iora á la última hipótesis: á la de que todo el ter
— 116 —
teño de la isla esté sometido á la apropiación individual y al cul-
tivo.
En ese caso parece que debe variar la posición relativa de las
dos clases.
En efecto, la población sigue en aumento, y vá á introducirse
en todas las carreras, menos en aquellas cuyas plazas eslén ocu-
padas. ¡Es decir que el propietario impondrá la ley del cambio!
Lo que limita el valor de los servicios nunca es la voluntad del
que los presta, sino la circunstancia de que pueda prescindir de
él aquel á quien se presta, ó bien pueda hacérselo él por'sí mis-
mo, ó pueda obtenerlo por otros. Al proletario no le queda ya
ninguna de esas alternativas. Antes le decia al propietario: «si
me pedís mas que la remuneración de vuestro trabajo, cultivaré
yo por raí mismo»; y el propietario tenia que ceder por fuerza;
pero hoy día suele replicar: «no hay en el país terreno que podáis
cultivar vos.» Véase, pues, el valor en las cosas, véase en los ser-
vicios; el agricultor se aprovechará de la falta absoluta de com-
petencia; y como los propietarios impondrán la ley á los arrenda-
dores y á los labriegos, la impondrán, en resumen, á todo el
mundo/ ' ...
Esta nueva situación no reconoce mas causa que el hecho si-
guiente: los no propietarios no pueden ya poner coto, como antes,
á las exigencias de los poseedores del suelo, con las palabras;
«Queda terreno que desmontar » ¿Qué habría que hacer, pues,
para que el e{/i«/¿6no de ios servicios se conservase, para que
la hipótesis actual penetrase al instante en la hipótesis preceden-
te? Solo una cosa: que al lado de nuestra isla surgiese otra, ó,
mas bien, que surgiesen continentes, masó menos necesitados de
cultivo.
Entonces el trabajo seguiría desenvolviéndose, reparándose
en justas proporciones entre la agricultura y las demás indus-
trias, sin que fuera posible la opresión por una ni otra parte, pa-
ra que, si el propietario decia al artesano: «Yo te venderé mi tri-
go á un precio mayor que el que corresponde á la remuneración
normal del trabajo», pudiera el artesano contestarle: «yo traba-
jaré páralos propietarios del continente, que no pueden abrigar
semejantes pretensiones.»
- 117 —
Llegado este periodo, la garantía de las masas 'resulta estar
en la libertad del cambio, en el derecho del trabajo.
El derecho del trabajo es la libertad, es la propiedad. El ar-
tesano es propietario de su obra, de sus servicios ó del precio
que por ella ha cobrado, en la misma ostensión que el propieta-
rio lo es del suelo. En tanto que/en virtud de este derecho, pue-
de cambiarlos por productos agrícolas, donde quiera que se ha-
lle, mantiene forzosamente al propietario territorial en la posi -
clon de igualdad que antes he descrito; en la cual los servicios
se cambian por servicios, sin que la posesión del suelo baste á
dar una ventaja independiente del trabajo, asi como tampoco la de
la posesión de un útil ó de una máquina de vapor,
Pero si, usurpando los propietarios el poder legislativo, prohi-
ben álos proletarios que trabajen para lo esterior á cambio de sub-
sistencias, entonces se altera el, equilibrio de los servicios. Por
respeto á la exacütlid científica, no diré que por este medio a l -
zan artificialmente el valor del suelo ó de los agentes naturales;
pero sí diré que alzan artificialmente si valor de sus servicios.
Con menos trabajo pagan mas trabajo: oprimen. Hacen como to-
dos los monopolizadores privilegiados; hacen como los propieta-
rios del otro periodo, que prohibían los desmontes de terreno:
introducen en la asociación una causa de desigualdad y de mise-
ria; alteran ¡as nociones de la justicia y la propiedad ; abren un
abismo bajo sus piés.
Pero ¿qué alivio podrán encontrar los no propietarios en la pro-
clamación del derecho al trahajol ¿De qué modo aumentará este
derecho las subsistencias, ó los trabajos distribuibles entre las
masas? ¿Por ventura no se dedican todos los capitales á hacer tra-
bajar? ¿Por ventura se acrecientan al pasar por las arcas del Es-
tado? ¿Por ventura, al quitárselos al pueblo por medio del i m -
puesto, no ciega el Estado, por lo menos, tantos manantiales de
trabajo como abre por otra parte?
Deníás de qué ¿en favor de quién abogáis por eso derecho? Se-
gún la teoría que os lo ha descubierto, debe ser en favor de todo
el que carezca de su parto de usufruto en el suelo; pues bien, los
banqueros, negociantes, fabricantes, jurüconvaUoí, mí.licJí, em
pleados, artistas y artesanos no tienen propiedad territorial..
- 118 -
¿Querréis que los poseedores del suelo tengan obligación de ase-
gurar trabajo á todos los ciudadanos indicados? ¡Pues si todos se
proporcionan trabajo unos á otros! ¿Creeréis acaso que solo los
ricos, propietarios ó no, tengan que socorrer á los pobres? Enton-
ces habláis de asistencia, y no de un derecho, que se deriva de la
apropiación del suelo.
En materia de derechos, el que hay que reclamar, porque es
incontestable, rigoroso y sagrado, es el derecho del trabajo, la
libertad, la propiedad, no solamente la del suelo, sino la de los
brazos, de la inteligencia, de las facultades; de la personalidad;
propiedad que sufre violación, si hay una clase que pueda prohb
bir á las demás el libre cambio de los servicios, asiento interior
como en lo es'.erior. Mientras esta libertad exista, la propiedad
territorial no será un privilegio: es ni mas ni menós que todas las
demás, la propiedad del trabajo.
Fáltame deducir algunas consecuencias de esta doctrina.
CARTA CUARTA.
RECLAMACION
DE V. CONSIDEUANT, Y CONTESTACION DE F . BASTIAT,
T . GONSÍDEEANT,
A MR. THIERS.
(1) Este razonamiento que, en concepto del autor, podía dar mayor
fuerza á la argumentación de M r . Billault, lo aprovechó poco después
m proteccionista. Desenvolviólo M r . Mimerel en su discurso, pronun-
ciado el 27 de abril de 1850 ante el Consejo general de Agricultura , I n -
dustria y comercio.
violando. Pero ¿qué se le ocurre en cambio para justificarse?
Invoca el axioma favorito de todos los que se proponen conciliar
cosas inconciliables: dice que no hay principios. Venga Pro-
piedad , venga Comunismo; tomemos un poquito de cada cosa,
según mejor nos convenga.
«A mi modo de ver, el péndulo de la civilización que oscila
de un principio ú otro, según las necesidades del momento, pero
que va siempre marcando un progreso mas, después de haberse
inclinado háeia la libertad absoluta del individualismo, señala
ahora hácia la necesidad de la acción del gobierno».
De manera que en el mundo no hay nada cierto: no hay
principios, puesto que el péndulo dehe estar oscilando entre uno
y otro principio, según las necesidades del momento. ¡Obi me-
táfora, á donde nos llevarlas si te dejaran hacerl (1)
Razón teníais al decir en la tribuna que no todo se pue-
de decir—y mucho menos escribir—de una vez. Tengamos
entendido que ahora no examino el aspecto económico del r é -
gimen protector, ni me curo de si para la riqueza nacional
hace mas daño que provecho ó mas provecho que daño; lo único
que me propongo, es que se le conozca como una manifestación
del Comunismo. Los señores Billault y Proudhon han comen-
zado la demostración; yo voy á ver si la completo.
Comienzo preguntando: ¿qué debemos entender por Co-
munismo? Hay muchas maneras, s! no para realizar la comu-
nidad de bienes, para intentarla á lo menos. Mr. de Lamartine
conocía cuatro maneras; vos creéis que hay m i l , y por cierto
que soy de vuestro parecer. Sin embargo, creo que todas
pueden comprenderse dentro de tres categorías generales
entre las cuales hay una que, á m i entender, ofrece verdaderos
peligros.
Primeramente, puede suceder que dos ó mas hombres dis-
curran vivir y trabajar en comunidad. En tanto que no sé pro-
pongan turbar la paz, restringir la libertad n i usurpar la pro-
piedad de los demás, directa n i indirectamente, si causan
algún d a ñ o , se lo hacen á sí mismos. La tendencia de esos
(1) Véanse los capítulos XV11I y XX de la primera serie de los
Sofismas.
— 155 —
hombres será siempre procurarla realización de sus sueños
en apartadas regiones, y todo el que ha reflexionado sobre
estas materias, sabe que aquellos desgraciados morirán entre
penalidades victimas de sus ilusiones. En nuestra época, los
comunistas de esta especie han dado á su quimérico Eliseo el
nombre de Icaria, como si tuviesen el presentimiento del hor-
rible desenlace á que se les va precipitando. (1) Deberíamos
deplorar su ceguedad; deberíamos llamarlos á la razón si estu-
viesen en estado de oirnos; pero la sociedad no tiene nada que
temer de sus quimeras.
Otra reforma del Comunismo, seguramente la mas brutal, es
la siguiente: Formar una masa de todos los valores y repar-
tirla ex cuquo. Es el despojo elevado á regla dominante y uni-
versal; es la destrucción, no solo de la propiedad, sino también
del trabajo y hasta del resorte que á él nos impulsa. Es este
Comunismo tan violento, tan absurdo , tan monstruoso , que
en verdad creo que no puede ser temible. Asi lo dije hace
algún tiempo en una reunión de electores, cuya mayor parte
pertenecía á las clases menos acomodadas, y mis palabras
produjeron una esplosion de murmullos. Manifestéme sor-
prendido , y esclamaron: ¡Cómo! ¡ Mr. Bastiat se atreve á decir
que no debemos temer el Comunismo! ¿Si será también co-
munista? A bien que ya lo sospechábamos nosotros, porque
comunistas, socialistas y economistas son como hermanos y
descienden de una misma rama». Trabajillo me costó salir de
aquel mal paso; afortunadamente hasta aquella interrupción
venia á comprobar la verdad de m i aserto. No: el Comunismo
no es peligroso cuando se presenta con su forma mas clara: la
del despojo puro y simple; y no es peligroso, porque da
horror.
Debo advertir, sin embargo, que se puede y debe asimilar
el Proteccionismo al Comunismo, pero no al que acabo de des-
cribir.
(1) Véanse las últimas páginas del artículo Despojo y ley, en este
torno.
- 178 -
dad, derecho y m i o n . Hablan de la riqueza con désden, como
de cosa, si no despreciable, á lo menos secundaria; de tal modo,
que á nosotros , porque la tenemos en mucho, nOs tratan de
fríos economistas, de egoístas, de individualistas, de hombres
sin entrañas y sin mas Dios que el v i l interés. ¡Bravo! dije
para m í , eso se llama corazones nobles; con estos señores no
tengo para qué discutir el punto económico, que es materia
sutil, y exige mayor aplicación de la que los publicistas de
Paris puedan emplear generalmente en estudios de este géne-
ro. Con estos la cuestión de interés no puede ser un obstáculo,
ó lo considerarán, de acuerdo con la Divina Sabiduría, enlaza-
do con la justicia, ó lo sacrificarán espontáneamente, porque
desean dar pruebas de abnegación. Con que me concedan que
el libre cambio es el derecho abstracto, seguirán resueltamente
su bandera. Hecha esta reflexión, les dirigí mi voz;, y, ¿sabéis
lo que me contestaron?
Voy á decíroslo:
«Bella utopia es vuestro Libre Cambio. Fundado está en
el derecho y la justicia; realiza la libertad; consagra la propie-
dad ; daría por resultado la unión de los pueblos y el reinado
de la fraternidad entre los hombres. Tenéis razón una y mil
veces en principio; pero os combatiremos á muerte y por todos
los medios imaginables, porque la competencia estranjera seria
funesta para el trabajo nacional».
Yo me tomé la libertad de replicarles lo siguiente: «Niego
que la competencia estranjera pudiese ser funesta para el tra-
bajo nacional; pero, si asi fuese, os encontraríais colocados entre
el interés, que, según decís, está de parte de la restricción, y la
justicia, que, según confesión vuestra también, está en favor
de la libertad.
Cuando y o , adorador del becerro de oro, os propongo que
elijáis, ¿cómo es que vosotros, hombres de abnegación, holláis
todos los principios para agarraros al interés? Ea, no declaméis
tanto contra un móvil que lo mismo impulsa á vosotros que á
los simples mortales.
Este ensayo me dió á entender que, antes que todo, era ne-
cesario resolver este espantoso problema: entre la justicia y la
- 179 -
utilidad ¿hay armonia ó antagonismo? y, por consiguiente, ana-
lizar el aspecto económico del régimen restrictivo, porque, si
hasta los fraternitarios mismos retrocedian ante una supuesta
pérdida de dinero, era evidente que no bastaba poner al abrigo
de toda sospecha la causa de la justicia universal, sino que era
necesario ponerse de acuerdo con ese móvil indigno, abyecto,
despreciable y despreciado, pero omnipotente, que se llama
interés.
Esto fue lo que dió motivo á una breve demostración en
dos tomos, que con la presente me atrevo á remitiros (1) muy
convencido de que, si, como hacen los economistas, juzgáis se-
veramente el régimen protector por lo que toca á su moralidad,
y si solo diferimos en lo que á su utilidad atañe, no dejareis de
examinar con alguna atención si se implican ó se escluyen esos
dos grandes elementos de la solución definitiva.
Esta armonia existe, ó á lo menos es para mí tan evidente
como la luz del sol. ¡Ojalá la veáis tan bien como yo! que en-
tonces, aplicando vuestro estraordinario talento de propagador
á combatir el comunismo en su manifestación mas peligrosa, le
daréis un golpe de muerte.
Ved lo que sucede en Inglaterra. Parece que, si algún pun-
to de la tierra debiese encontrarse favorable al comunismo, de^
beria ser la Inglaterra. Alli las instituciones feudales, que
siempre tienen la estremada miseria cara á cara con la estre-
mada opulencia, debian haber dispuesto los ánimos para la
infusión de las falsas doctrinas: sin embargo, las vemos agi-
tar y revolver el continente, y ni siquiera afectan la superficie
de la sociedad inglesa. Por eso ni aun el cartismo ha consegui-
do arraigarse. ¿Sabéis por qué? Porque la Asociación que ha
discutido el régimen protector durante diez años, solo lo ha
podido vencer arrojando grandes ráfagas de luz al principio de
propiedad y á las funciones racionales del Estado.
Y si desenmascarar al proteccionismo, es herir también al
comunismo por la estrecha relación que los une, también se
L A L E Y .
(1) Esta calificación , que seria mas ó menos justa cuando Mr. Bas-
tiat escribió el presente artículo, es hoy completamente falsa : ni Rous-
seau ni su escuela son hoy autoridad en materia política para la demo-
cracia europea. Los programas , los manifiestos y los actos públicos de
los demócratas demuestran que hoy el Estado se concibe solo como un
agente, sin vida, fuerza ni representación propia. La personalidad hu-
mana y su inviolabilidad constituyen hoy la base de la doctrina demo-
crática: la autonomía del municipio, de la provincia y de la nación no
son mas que consecuencias de la autonomía del hombre: el Estado deja
de ser un fantasma omnipotente, y pasa á ser un agente útil. (N. del T-)
* - 207 -
de todos, nadie ha admitido tan completamente como él la h i -
pótesis de la absoluta pasibilidad del género humano ante el
legislador.
«Si es verdad, dice, que es raro encontrar un gran prínci-
»pe, ¿cuánto mas raro no será encontrar un gran legislador?
»Aquel no tiene mas que imitar el modelo que este debe pre-
«sentarle. Este es el maquinista que inventa la máquina; aquel,
»el artesano que la coloca y pone en movimiento».
Y á todo esto ) ¿ qué son los hombres? La máquina- que se
combina y pone en movimiento, ó, mas bien, la materia brutal
de que está formada la máquina.
De modo que, entre el legislador y el príncipe, y entre e
príncipe y los súbditos, hay la misma relación que entre el
agrónomo y el labrador, el labrador y la gleba. Pues, ¡á qué
altura no estará colocado el publicista que rige hasta á los le-
gisladores y les enseña su oficio en los siguientes imperativos
términos!
«¿Queréis dar consistencia al Estado? Aproximad cuanto
os sea posible los estremos. No consintáis que haya opulentos
ni pordioseros.
¿Os ha tocado un suelo ingrato ó estéril ó un territorio es-
caso , relativamente al número de sus habitantes? Pues volveos
hácia la industria y las artes, cuyos productos cambiareis por
los géneros que os hagan falta. ¿Tenéis buen terreno y no su-
ficientes pobladores? Pues dedicaos esclusivamente á la agri-
cultura, que multiplica la población, y desterrad las artes, que
solo os servirían para despoblar mas y mas el país... Fijaos en
las costas estensas y cómodas, cubrid los mares de buques y
tendréis una existencia brillante. Si vuestras costas bañadas
por el mar son peñascos inaccesibles, no salgáis del estado bár-
baro n i de la ictiofagia; asi viviréis mas tranquilos, seres quizá
mejores, y, sin duda ninguna, mas felices. En resümen : ade-
mas de las máximas comunes á todos, cada pueblo encierra en
sí alguna causa que las ordena de una manera particular, y
hace que su legislación sea propia y peculiar suya. En lo an-
tiguo los hebreos, y recientemente los árabes, han tenido,
como principal objeto, la religión; los atenienses, las letras;
Gartago y Tiro , el comercio; Rodas, la marina; Espartadla
guerra; y Roma la v i r t u d . El autor del Espíritu de las leyes
ha manifestado el medio por el cual el legislador dirige la ins-
titución hácia cada uno de dichos objetos... Pero, si el legislador
se equivoca en su propósito; si se fija en un principio dife-
rente de aquel que nace de la náturale?a de las cosas, corno,
- 208 -
por ejemplo, si el uiio tiende á la servidumbre y el otro á la l i -
bertad , ó el uno á las riquezas y el otro á la población, el uno
á la paz y el otro á las conquistas, entonces se verá debilitarse
insensiblemente las leyes, alterarse la constitución, y el Estado
vivirá en agitación continua hasta quedar destruido ó cam-
biado , ó hasta que la invencible naturaleza recobre su i m -
perio».
Pues si la naturaleza es bastante poderosa para recobrar su
imperio, ¿porqué no admite Rousseau que no tenia necesidad
del legislador para adquirir dicho imperio desde un principio?
¿Porqué no admite que , obedeciendo los hombres & su propia
iniciativa, se volverán espontáneamente hácia el comercio en
las costas dilatadas y cómodas, sin que en ello intervengan un
Licurgo, un Solón, n i un Rousseau, que al fin y al cabo pueden
equivocarse?
Como quiera que sea, se comprende la terrible responsabi-
lidad que Rousseau impone á los inventores, fundadores, con-
ductores, legisladores y manipuladores de sociedades. Por eso
es tan exigente con ellos.
«El que se atreva con la tarea de dar instituciones á un
pueblo, debe reconocerse capaz de variar, digámoslo asi, la
naturaleza humana ; de trasformar á los individuos, que uno
por uno constituyen un todo perfecto y solidario, en parte de
un todo mucho mas grande, del cual recibe el individuo su
poder ysér en todo ó parte ; de alterar la constitución del hom-
bre para fortalecerla; de sustituir una existencia parcial y mo-
ral á la existencia física é independiente que hemos recibi-
dode la naturaleza. Es preciso, en resúmen , que despoje al
hombre de sus fuerzas, y le dote de otras que le son es-
trañas»
¡Pobre especie humana! ¿qué cuenta darían de t u dignidad
los adeptos de Rousseau ?
RAYNAL, «El clima, esto es, el suelo y el cielo son la pri-
mera regía del legislador. Sus recursos le dicen cuáles son sus
deberes. Lo primero que ha de consultar es su posición local.
Un pueblo lanzado á la costa del mar, tendrá leyes relativas á
la navegación... Si la colonia vive rodeada solo de tierra, el
legislador debe prever el género de cultivo y su fecundi-
dad»
En la distribución de la propiedad es en donde ha de bri-
llar la sabiduría de su legislación. Generalmente en todos los
países del mundo, cuando se funda una colonia, hay que dar
- 209 -
terreno á todos los hombres , á saber: á cada uno la esterision
suficiente para el mantenimiento de una familia......
«En una isla salvaje que SE poblase de niños, no se deberla
hacer mas que dejar que brotasen los gérmenes de la verdad
por medio del desenvolvimiento de la razón..... Pero, cuando
SE establece un pueblo ya viejo en un pais nuevo, la habilidad
consiste en no dejarle sino los malos hábitos y juicios de que
no haya sido posible corregirle.
«Si se quiere impedir que se vayan perpetuando, se procu-
»rará que la segunda generación reciba la enseñanza en es-
«cuelas públicas y comunes. Un príncipe ó legislador no de-
»bia fundar colonia alguna sin hacerse preceder por hombres
»sábios, destinados á educar á la juventud En una colonia
«naciente, el legislador que se proponga (%wrar la sangre
»y las costumbres del pueblo, puede fácilmente tomar tada cla-
»se de precauciones. Sea hombre de génio y virtuoso, y la
«tierra y los hombres que estén m sus manos le inspirarán
«un proyecto de sociedad , que el escritor solo puede trazar
«de un modo vago y sujeto á la instabilidad de las hipótesis,
«que varían y se complican con un sin número de. circuns-
»tancias muy difíciles de prever y combinar......
¿No es verdad que le parece á uno estar oyendo á un profe-
sor de agricultura diciendo á sus discípulos: el clima es la
primera regla de la agricultura; sus recursos le indican sus de-
beres; lo primero que debe tener presente.es su posición; lo-
cal; si le toca un suelo arcilloso, debe obrar de tal ó cual
manera; si ha de cultivar un terreno arenoso , lo hará de tal
ó cual otra; todo lo tiene á mano el labrador que se propo-
ne limpiar y mejorar el suelo ; como sea entendido, las tier-
ras y los abonos que estén en sus manos le inspirarán un plan
de cultivo que un profesor no puede nunca trazar sino de
una manera vaga y sujeta á la instabilidad de las hipótesis,
que varían y se complican con una infinidad de circunstancias
muy difíciles de prever y combinar?
Pero i oh sublimes escritores! dignaos recordar una vez
que esa arcilla, esa arena, ese cieno, que de tan arbitraria-
mente disponéis, son hombres, son vuestros iguales; séres i n -
teligentes y libres como vosotros, que, como vosotros, han reci-
bido de Dios la facultad de ver, prever, pensar y juzgar por
sí mismos.
MABLY supone que las leyes se han desgastado con el moho
- 210 -
del tiempo y con la negligencia de la seguridad, y prosigue del
modo siguiente:
«En semejantes circunstancias, hay que convencerse de que
»se han relajado los resortes del gobierno. Dadles una nueva
«tensión (Mably se dirige al lector,) y se curará el m a l . . . Cui-
»dad, no tanto de castigar faltas , como de fomentar las v i r t u -
y>des que necesitáis. Hacedlo asi, y vuestra república recobrará
»el vigor de la juventud. Los pueblos que han perdido la l i -
sbertad, son los que no han sabido conocerla. Si los progresos
»del mal fuesen, empero, tan grandes que los magistrados or-
»diñarlos no encontrasen medio eficaz de atajarlos , apelad á
»una magistratura estraordinaria , cuya acción sea poco dura-
adera, pero muy considerable. La imaginación de los ciuda-
^danos necesita impresionarse»...
Y asi Uena veinte tomos.
Hubo una época en que, bajo la influencia de una ense-
ñanza por ese estilo, que constituye el fondo de la educación
clásica, cada uno por su parte quiso colocarse por encima de
la humanidad para arreglarla, organizaría y constituirla á su
modo.
GONDILLAG: «Constituios, monseñor, en Licurgo ó en Se-
sión. Antes que paséis adelante en la lectura del presente es-
«crito, entreteneos en dar leyes á algún pueblo salvage de
«América ó Africa. Someted á aquellos hombres que viven
serrantes á que tengan moradas fijas; enseñadles á criar ga-
»nados... Ocupaos en desenvolver las cualidades sociales con
«que los dotó naturaleza... Mandadles que comiencen á prac-
»ticar los deberes de humanidad... Emponzoñad con castigos los
«placeres con que les brindan las pasiones, y veréis como los
«bárbaros, con cada artículo de vuestra legislación, pierden un
«vicio y adquieren una virtud*.
«Todos los pueblos han tenido leyes; pero, sin embargo,
«ha habido pocos que fuesen felices: ¿por qué causa? Porque
«los legisladores han ignorado casi siempre que el objeto de la
«sociedad es unirlas familias por medio de un interés común.
«La imparcialidad de las leyes consiste en dos cosas: en esta-
«blecer la igualdad de bienes y de dignidad en los ciudadanos...
«Cuanto mayor sea la dignidad que vayan estableciendo vues-
«tras leyes, mas gratas irán siendo á los ciudadanos».
«Laambición, laavaricia, la voluptuosidad, la-pereza, laocio-
«sidad, la envidia y los celos, ¿cómo podrán formar hombres
«iguales en bienes de fortuna y dignidad, y á quienes las leyes
»no ofrezcan esperanza alguna de romper la igualdad?» (Sigue
el idilio).
- 2H -
«Lo que se os ha dicho de la república de Esparta, debe haóé-
»ros ver muy claro en esta cuestión. Ningún otro Estado tuvo
«leyes tan conformes al Orden de la naturaleza, á la igualdad».
No es estraño que los siglos X V I I y X V I I I hayan considerado
el género humano como una materia inerte , dispuesta á re-
cibir y recibiéndolo todo: forma, figura, impulso . movimiento
y vida de un gran príncipe, de un gran legislador, de un
gran génio. Aquellos siglos se entregaban por completo al es -
tudio de la antigüedad, y la antigüedad^nos presenta, en efecto,
en todas partes, en Egipto , Persia, Grecia y Roma, el espectá-
culo de algunos hombres, disponiendo á su placer de la h u -
manidad, sometida por la fuerza ó la impostura. ¿ Qué prueba
esto? Que, como el hombre y la sociedad son perfectibles,
el error, la ignorancia, el despotismo, la esclavitud y la s ú -
persticion debian tener mayor poder al principio de los si-
glos. El error de los escritores que he citado no consiste en
que hicieran constar el hecho, sino en haberlo propuesto
como regla digna de ser admitida é imitada por razas fu-
turas.
Su error está en haber carecido completamente de crítieaj
y en haber admitido lo inadmisible, fiados en un pueril cow-
vencionalismo] en haber admitido, por ejemplo, la grandeza, la
dignidad, la moralidad y el bienestar de aquellas sociedades
ficticias del mundo antiguo; no en haber comprendido que el
tiempo produce y propaga la luz, y que, á medida que la luz se
va estendiendo, va pasándola fuerza al lado del derecho, y
la sociedad va tomando posesión de sí misma.
Y, en efecto, ¿cuál es la tarea política á que vamos asistien-
do? No es sino el esfuerzo instintivo de todos los pueblos ha-
cia la libertad. (1) Y ¿qué es la libertad, palabra que tiene pO-5
(í) Para que un. pueblo sea. feliz, es indispensable que los individuos
de que se componga tengan previsión y prudencia, y que reine entre
ellos aquella confianza que nace de la seguridad.
Pero solo con la esperiencia puede adquirir dichas cualidades. Llega
á ser previsor cuando esperimenta los inconvenientes de su falta de pre-
visión ; gana en prudencia á medida que ve castigada sU temeridad , etc;
De ahí resulta: que la libertad comienza siempre acompañada de ma-^
les, según el uso inconsiderado qtie de ella se hace.
— 212 ~
der para hacer palpitar todos los corazones y agitar el mundo,
sino el conjunto de todas las libertades: libertad de conciencia,
de enseñanza, de asociación, de imprenta', de traslación, de
trabajo, de, cambio; ó, en otros términos, el libre ejercicio
para todos de todas las facultades inofensivas; ó., mejor dicho
a u n , la destrucción de todos los despotismos, incluso el despo-
tismo legal, y la reducción de la ley á su único objeto racio-
nal, que consiste en regularizar el derecho individual de legí-
tima defensa ó en suprimir la injusticia ?
Esta tendencia del género humano, fuerza es convenir en
ello, se ve muy contrariada, particularmente en nuestra patria,
por la funesta disposición (fruto de la enseñanza clásica), co-
mún á todos los publicistas, de colocarse fuera de la humanidad
para arreglarla, organizaría y constituirla á su manera.
Porque, mientras se agita la sociedad para realizar la liber-
tad, los grandes hombres que se ponen á su: cabeza , imbuidos
en los principios de los siglos XVIÍ y X Y I I I , no piensan sino en
conservarla bajo el filantrópico despotismo de sus invenciones
sociales, y en hacerla llevar dócilmente, según decia Rousseau,
el yugo de la felicidad pública, tal cual ellos lo imaginan.
Bien claramente se. vio en 4789. Apenas destruido el anti-
guo régimen legal, ya se trató de someter la nueva sociedad á
otros arreglos artificiales, siempre partiendo del punto conve-
nido de la omnipotencia de la ley. •'•
SAmi-JusT. «El legislador manda en lo porvenir. A él
De modo que está visto: los hombres no son mas que viles
materiales. No son ellos los que han de querer el hien, son i n -
capaces de semejante cosa ¡ quien lo ha de hacer es el legisla-
dor, según dice Saint-Just. Los hombres no son sino lo que él
quiere que sean.
Según Robespierre, que copia literalmente á Rousseau, el
legislador comienza por señalar el objeto con que se ha cons-
tituido la nación ; después de lo cual los gobiernos no tienen
que hacer mas que dirigir hácia dicho objeto todas las fuerzas
físicas y morales. La nación permanece completamente pasi-
va á todo esto, y BillaUd-Varennes nos enseña que no debe
tener sino las preocupaciones, los hábitos , afectos y necesida-
des que el legislador autorice. No llega sino hasta decir que
la inflexible austeridad de un hombre es la base de la república.
Hemos visto ya cómo en los casos en que el mal sea tan
grande que no puedan curarlo los magistrados ordinarios,
Mably aconseja la dictadura para que la virtud florezca. «Ape-
lad , dice, á una magistratura estraordinaria, de breve mando
y considerable fuerza. Hay que afectar la imaginación de los
ciudadanos»; doctrina que no se ha perdido. Oigamos á Ro-
bespierre cuando dice; '
- 214: —
«El principio del gobierno republicano es lá v i r t u d , y sü
medio, mientras llega á establecerse, es el terror. Nosotros
queremos sustituir en nuestro pais la moral al egoísmo; la
probidad á los honores; los principios á los usos; los deberes
á las fórmulas; el imperio de la razón á la Urania de la moda;
el desprecio del vicio al de la desgracia ; el orgullo á la inso-
lencia ; la grandeza del alma á la vanidad; el amor á la gloria
á la afición al dinero; las personas honradas á las personas
elegantes; el mérito á la intriga; el genio al artificio; lo ver-
dadero á lo deslumbrador; el encanto de la dicha al desaso-
siego de la voluptuosidad; la grandeza del hombre á la pegue-
ñez de los grandes; un pueblo magnánimo, poderoso, feliz, á
un pueblo afeminado, frivolo, miserable; es decir, todas las
virtudes, todos los milagros de la república á todos los vicios
y ridiculeces de la monarquía».