Guerra de Vampiros - Darren Shan
Guerra de Vampiros - Darren Shan
Guerra de Vampiros - Darren Shan
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Darren Shan
Guerra de vampiros
Saga: Saga de Darren Shan - 3
ePub r1.0
SebastiánArena 11.05.14
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Título original: Vampire War
Darren Shan, 2003
Traducción: Sandra Hernández
Retoque de cubierta: SebastiánArena
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LIBRO I
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Para:
Shirley y Derek: la «Bella» y la «Bestia».
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PRÓLOGO
Fue una época de trágicos errores. Para mí, la tragedia comenzó catorce años
atrás, cuando, fascinado por la asombrosa actuación de la tarántula de un vampiro, se
la robé. Tras un robo inicialmente exitoso, todo se fue al infierno, y pagué por mi
delito con mi humanidad. Fingiendo mi propia muerte, abandoné mi hogar y a mi
familia, y recorrí el mundo con el Cirque du Freak, como asistente de una criatura de
la noche bebedora de sangre.
Mi nombre es Darren Shan. Soy un semi-vampiro.
También soy (gracias a una serie de acontecimientos tan asombrosos que aún me
cuesta creer que hayan ocurrido en realidad) un Príncipe Vampiro. Los Príncipes son
los líderes del clan de los vampiros, respetados y obedecidos por todos. Sólo somos
cinco: los otros son Paris Skyle, Mika Ver Leth, Arrow y Vancha March.
He sido Príncipe durante seis años, viviendo en el interior de las Cámaras de la
Montaña de los Vampiros (la fortaleza del clan), aprendiendo las costumbres y
tradiciones de mi gente y a ser un vampiro de prestigio. También he aprendido todo
lo referente a la guerra y al uso de las armas. Las reglas de combate son un
componente esencial en la educación de cualquier vampiro, pero ahora más que
nunca… porque estamos en guerra.
Nuestros oponentes son los vampanezes, nuestros primos de piel púrpura. En
muchos aspectos son muy parecidos a los vampiros, pero un detalle fundamental los
hace distintos a nosotros: matan siempre que beben sangre. Los vampiros no hacemos
daño a aquellos de quienes nos alimentamos (simplemente tomamos una pequeña
cantidad de sangre de cada humano que escogemos), pero los vampanezes creen que
es vergonzoso alimentarse sin desangrar a sus víctimas.
Aunque no hay aprecio entre vampiros y vampanezes, durante cientos de años ha
existido una tensa tregua entre los dos clanes. Eso cambió hace seis años, cuando un
grupo de vampanezes (con la ayuda de un vampiro traidor llamado Kurda Smahlt)
asaltó la Montaña de los Vampiros en un intento por tomar el control de la Cámara de
los Príncipes. Los derrotamos (en gran parte, gracias a que descubrí el complot antes
de que lanzaran su ataque), y después interrogamos a los supervivientes,
desconcertados ante su decisión de atacarnos.
A diferencia de los vampiros, los vampanezes no tenían líderes (eran totalmente
democráticos), pero cuando se apartaron de los vampiros seiscientos años atrás, un
misterioso y poderoso mago conocido como Mr. Tiny les hizo una visita y les confió
el Ataúd de Fuego. Este ataúd quemaba vivo a cualquiera que yaciera en su
interior…, pero Mr. Tiny les dijo que una noche un hombre se acostaría en él y
saldría indemne, y ese hombre les conduciría a una guerra victoriosa contra los
vampiros, instituyendo a los vampanezes como indiscutibles soberanos de la noche.
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Durante el interrogatorio, descubrimos con horror que el Señor de los
Vampanezes finalmente había aparecido, y los vampanezes recorrían el mundo
preparándose para la violenta y sangrienta guerra que se avecinaba.
Una vez ejecutados nuestros asaltantes, el rumor se extendió por la Montaña de
los Vampiros como un fuego arrasador: «¡Estamos en guerra con los vampanezes!».
Y desde entonces les hemos combatido, luchando denodadamente, desesperados por
conjurar la siniestra profecía de Mr. Tiny: que estábamos destinados a perder la
guerra y a ser borrados de la faz de la Tierra…
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CAPÍTULO 1
Fue otra noche larga y agotadora en la Cámara de los Príncipes. Un General
Vampiro llamado Staffen Irve nos presentaba su informe a mí y a Paris Skyle. Paris
era el más viejo de los vampiros vivientes, con más de ochocientos años a sus
espaldas. Tenía el cabello blanco, largo y suelto, una larga barba gris, y había perdido
la oreja derecha en una pelea hacía ya muchas décadas.
Staffen Irve había prestado un servicio activo en el exterior durante tres años, y
nos estaba poniendo rápidamente al día sobre sus experiencias en la Guerra de las
Cicatrices, como se la había acabado conociendo (en referencia a las cicatrices de las
yemas de nuestros dedos, marca común de vampiros y vampanezes). Fue una guerra
extraña. No había grandes batallas y ninguno de los dos bandos utilizaba armas
arrojadizas: los vampiros y los vampanezes luchaban únicamente con armas que
pudieran empuñar, como espadas, garrotes y lanzas. La guerra era una serie de
escaramuzas aisladas, con grupos de tres o cuatro vampiros compitiendo contra un
número similar de vampanezes, peleando hasta la muerte.
—Éramos cuatro’ntra tres —decía Staffen Irve, relatándonos uno de los
encuentros más recientes—. Pero mis muchachos eran unos pipiolos, y los
vampanezes, duros de pelar. Maté a uno d’ellos, pero los otros huyeron, dejándome
dos chicos muertos y al tercero con un brazo inútil.
—¿Alguno de los vampanezes dijo algo sobre su Señor? —preguntó Paris.
—No, Alteza. Los que capturé vivos sólo se reían de mis preguntas, incluso bajo
tortura.
En los seis años que llevábamos buscando a su Señor, no habíamos hallado
ningún indicio de él. Sabíamos que no había sido convertido (varios vampanezes nos
habían dicho que estaba aprendiendo sus costumbres antes de convertirse en uno de
ellos), y la opinión general era que si queríamos tener alguna posibilidad de frustrar
las predicciones de Mr. Tiny, debíamos encontrar y matar a su Señor antes de que
asumiera un control completo sobre el clan.
Un grupo de Generales estaba aguardando para hablar con Paris. Se adelantaron
cuando Staffen Irve se marchó, pero les indiqué que esperaran. Cogí una jarra de
sangre tibia y se la pasé al Príncipe de una sola oreja. Sonrió y bebió con deleite, y
luego se enjugó las manchas rojas alrededor de su boca con el dorso de una mano
temblorosa: la responsabilidad de estar al frente del consejo de guerra le estaba
pasando factura al anciano Príncipe.
—¿Lo dejamos por hoy? —pregunté, preocupado por la salud de Paris.
Él meneó la cabeza.
—La noche es joven —murmuró.
—Pero tú no —dijo una voz familiar detrás de mí.
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Mr. Crepsley. El vampiro de la capa roja pasaba la mayor parte de su tiempo a mi
lado, aconsejándome y dándome ánimos. Se encontraba en una posición peculiar.
Como vampiro corriente, no ostentaba ningún rango reconocible y podía recibir
órdenes hasta del General más modesto. Pero como mi guardián, ejercía de forma no
oficial los poderes de un Príncipe (ya que, prácticamente, yo seguía sus consejos todo
el tiempo). La realidad era que Mr. Crepsley era el segundo al mando sólo para Paris
Skyle, aunque nadie lo reconocía abiertamente. El protocolo de los vampiros,
¡figúrate!
—Deberías descansar —le dijo Mr. Crepsley a Paris, poniendo una mano sobre el
hombro del Príncipe—. Esta guerra durará mucho tiempo. No debes fatigarte
demasiado pronto. Más adelante te necesitaremos.
—¡Tonterías! —rió Paris—. Darren y tú sois el futuro. Yo pertenezco al pasado,
Larten. No viviré para ver el final de esta guerra si se hace tan larga como tememos.
Si no me empleo a fondo ahora, nunca lo haré.
Mr. Crepsley empezó a protestar, pero Paris le hizo callar doblando un dedo.
—Un viejo búho detesta que le digan lo joven y viril que es. Estoy en las últimas,
y quien diga lo contrario es un imbécil, un mentiroso, o ambas cosas.
Mr. Crepsley inclinó la cabeza sumisamente.
—Muy bien. No discutiré contigo.
—Eso esperaba. —Paris sorbió por la nariz y cambió cansinamente de postura en
su trono—. Pero ha sido una noche agotadora. Hablaré con esos Generales, y luego
me iré a dormir a mi ataúd. ¿Darren podrá arreglárselas sin mí?
—Darren se las arreglará —dijo Mr. Crepsley confiadamente, y se situó
ligeramente a mi espalda mientras se acercaban los Generales, dispuesto a
aconsejarme en lo que fuera necesario.
Paris no se fue a su ataúd antes del amanecer. Los Generales tenían muchos
asuntos que tratar (como estudiar los informes de los movimientos de los
vampanezes, intentando determinar con precisión el posible escondite de su Señor) y
ya era casi mediodía cuando el anciano Príncipe logró escabullirse.
Me concedí un corto respiro, comí un poco, y luego escuché a tres de los
instructores de la Montaña, que estaban entrenando a la última tanda de Generales.
Después tuve que enviar fuera a dos nuevos Generales para que entraran en combate
por primera vez. Concluí rápidamente la breve ceremonia (en la que debía untarles la
frente con sangre de vampiro y murmurar una antigua oración guerrera sobre ellos), y
tras desearles buena suerte, los envié a matar vampanezes… o a morir.
Luego fue el momento de que los vampiros acudieran a mí con una amplia lista
de problemas y peticiones. Como Príncipe, se esperaba que me ocupara de todo tipo
de temas. Sólo era un joven e inexperto semi-vampiro, convertido en Príncipe más
por accidente que por méritos, pero los miembros del clan depositaban por completo
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su confianza en sus Príncipes, y me concedían el mismo grado de respeto que a Paris
o a cualquiera de los otros.
Cuando el último vampiro se marchó, conseguí dormir tres horas en la hamaca
que había colgado en el fondo de la Cámara. Cuando desperté, comí carne de jabalí
salada y poco hecha, acompañada de agua y seguida de una pequeña jarra de sangre.
Luego volví a mi trono para ocuparme de más planes, intrigas e informes.
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CAPÍTULO 2
Un grito me arrancó de mi sueño.
Desperté bruscamente y caí de la hamaca sobre el duro y frío suelo de mi celda
rocosa. Mi mano se lanzó automáticamente a por la espada corta que llevaba conmigo
a todas horas. Cuando se disiparon las brumas del sueño, me di cuenta de que sólo era
Harkat, que estaba teniendo una pesadilla.
Harkat Mulds era una Personita, una criatura de baja estatura que vestía una
túnica azul y trabajaba para Mr. Tiny. Una vez fue un ser humano, aunque no
recordaba quién era, ni cuándo ni dónde había vivido. Cuando murió, su alma
permaneció atrapada en la Tierra, hasta que Mr. Tiny le trajo de nuevo a la vida en un
cuerpo nuevo y atrofiado.
—Harkat —farfullé, sacudiéndole rudamente—. Despierta. Estás soñando otra
vez.
Harkat no tenía párpados, pero el brillo de sus grandes ojos verdes se enturbiaba
cuando dormía. Ahora resplandecían mientras profería sonoros gemidos, y rodó fuera
de su hamaca, igual que yo un momento antes.
—¡Dragones! —gritó, con la voz atenuada por la mascarilla que llevaba siempre,
pues moriría sin ella, al no poder respirar aire normal durante más de diez o doce
horas—. ¡Dragones!
—No —suspiré—. Estabas soñando.
Harkat me miró fijamente con sus anormales ojos verdes, luego se relajó y se bajó
la mascarilla de un tirón, mostrando el ancho, gris e irregular tajo de una boca.
—Perdona, Darren. ¿Te he… despertado?
—No —mentí—. Ya estaba levantado.
Volví a subir a mi hamaca y me senté, mirando fijamente a Harkat. Era una
criatura innegablemente fea. Bajito y rechoncho, con la piel gris y cadavérica, sin
orejas ni nariz visibles… Tenía las orejas ocultas bajo la piel de su cuero cabelludo,
pero carecía de sentido del olfato y del gusto. Sin pelo, con unos ojos redondos y
verdes, unos dientecillos puntiagudos y la lengua de un gris oscuro. Tenía la cara
llena de costurones, como el monstruo de Frankenstein.
Claro que yo tampoco era un modelo. ¡Pocos vampiros lo eran! Cicatrices y
marcas de quemaduras cubrían mi rostro, mi cuerpo y mis miembros, muchas de ellas
recibidas durante mis Ritos de Iniciación (que había superado en mi segundo intento,
dos años atrás). Además, estaba tan calvo como un bebé, como resultado de mi
primera tanda de pruebas, en las que sufrí graves quemaduras.
Harkat era uno de mis más íntimos amigos. Me había salvado la vida dos veces,
cuando fui atacado por un oso salvaje en el trayecto hacia la Montaña de los
Vampiros, y luego cuando luché contra unos fieros jabalíes durante mis primeros y
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fallidos Ritos de Iniciación. Me preocupaba verle tan alterado por las pesadillas que
habían estado acosándole en los últimos años.
—¿Esta pesadilla era como las otras? —pregunté.
—Sí —asintió—. Vagaba por un vasto páramo. El cielo era rojo. Estaba buscando
algo, pero… no sé el qué. Había fosos llenos de estacas. Un dragón me atacó. Luché
con él, pero… apareció otro. Y luego otro. Y luego… —Suspiró desoladamente.
La manera de hablar de Harkat había mejorado considerablemente desde la
primera vez que empezó a hablar. Al principio, por cada dos o tres palabras que
decía, tenía que detenerse para tomar aliento, pero había aprendido a controlar su
forma de respirar, y ahora sólo se atascaba en las frases largas.
—¿Estaban los hombres de las sombras? —pregunté. A veces él soñaba con
figuras sombrías que le perseguían y atormentaban.
—Esta vez no —dijo—, pero creo que habrían aparecido si tú… no me hubieras
despertado.
Harkat estaba sudando (su sudor era de un pálido color verde) y le temblaban
ligeramente los hombros. Sufría mucho en sus sueños, y permanecía despierto todo el
tiempo que podía, y de cada setenta y dos horas dormía sólo cuatro o cinco.
—¿Quieres comer o beber algo? —pregunté.
—No —dijo—. No tengo hambre.
Se levantó y estiró sus fornidos brazos. Sólo llevaba un trapo alrededor de la
cintura, así que se podía ver la lisa superficie de su estómago y su pecho. Harkat no
tenía tetillas ni ombligo.
—Me alegro de verte —dijo, poniéndose sus ropas azules, que nunca había
perdido la costumbre de llevar—. Hace siglos que no… nos reunimos.
—Lo sé —rezongué—. Todo este asunto de la guerra está acabando conmigo,
pero no puedo dejar que Paris se haga cargo de todo él solo. Me necesita.
—¿Cómo está el Señor Skyle? —preguntó Harkat.
—Sobrellevándolo. Pero es duro. Hay tantas decisiones que tomar, tantas tropas
que organizar, tantos vampiros que enviar a la muerte…
Guardamos silencio un instante, pensando en la Guerra de las Cicatrices y en los
vampiros (incluyendo a algunos grandes amigos nuestros) que habían perecido en
ella.
—¿Y tú cómo has estado? —le pregunté a Harkat, desechando aquellos lúgubres
pensamientos.
—Ocupado —respondió—. Seba me hace trabajar cada vez más duro todo el
tiempo.
Después de unos meses de pulular por la Montaña de los Vampiros, Harkat había
acabado trabajando para el intendente (Seba Nile), que estaba a cargo del
abastecimiento y mantenimiento de los almacenes de comida, ropa y armas de la
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Montaña. Harkat empezó llevando cajas y sacos de un sitio a otro, pero aprendió
rápidamente lo referente a las provisiones y a administrarlas según las necesidades de
los vampiros, y ahora era el principal asistente de Seba.
—¿Tienes que volver pronto a la Cámara de los Príncipes? —preguntó Harkat—.
A Seba le gustaría verte. Quiere enseñarte… algunas arañas.
La montaña era el hogar de miles de arácnidos, a los que se conocía como arañas
de Ba’Halen.
—Tengo que volver —respondí, apenado—, pero procuraré venir enseguida.
—Hazlo —dijo Harkat con seriedad—. Se te ve agotado. Paris no es el único…
que necesita descansar.
Harkat tuvo que irse poco después a hacer los preparativos para la llegada de un
grupo de Generales. Me tumbé en mi hamaca, con la mirada fija en el oscuro techo
rocoso, incapaz de seguir durmiendo. Esa era la celda que Harkat y yo habíamos
compartido desde que llegamos a la Montaña de los Vampiros. Me gustaba esa
diminuta covacha (era lo más cercano a un dormitorio que había tenido), pero rara
vez estaba en ella. La mayoría de las noches las pasaba en la Cámara de los Príncipes,
y las pocas horas libres que tenía durante el día las dedicaba normalmente a comer o
a hacer ejercicio.
Me pasé una mano por la calva mientras descansaba y volví a pensar en mis Ritos
de Iniciación. La segunda vez los superé sin problemas. No tenía que hacerlo (como
Príncipe, no estaba obligado a ello), pero no me habría sentido bien si no lo hubiera
hecho. Al superar los Ritos, me había demostrado a mí mismo que era digno de ser
un vampiro.
Aparte de las cicatrices y las quemaduras, no había cambiado mucho en los
últimos seis años. Como semi-vampiro, por cada cinco años sólo envejecía uno. Era
un poco más alto que cuando dejé el Cirque du Freak con Mr. Crepsley, y mis
facciones se habían hecho un poco más definidas y maduras. Pero no era un vampiro
completo y no experimentaría grandes cambios hasta que lo fuera. Como vampiro
completo sería mucho más fuerte. También sería capaz de curar cortes con mi propia
saliva, de exhalar un gas que dejaba inconsciente a la gente y comunicarme
telepáticamente con otros vampiros. Y además podría corretear, que era la máxima
velocidad que un vampiro podía alcanzar. Su lado negativo es que sería vulnerable a
la luz del Sol y no podría moverme durante el día.
Pero ya me preocuparía por eso más adelante. Mr. Crepsley no me había dicho
cuándo me convertiría del todo, pero yo suponía que eso no ocurriría hasta que fuera
adulto, dentro de unos diez o quince años, ya que mi cuerpo aún era el de un
adolescente. Así que tenía mucho tiempo para disfrutar (o soportar) mi prolongada
infancia.
Permanecí tendido y relajado media hora más, y luego me levanté y me vestí.
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Decidí ponerme ropa de color azul claro: unos pantalones y una túnica, y por encima
una larga y majestuosa toga. Al ponerme la túnica, se me enganchó en la manga el
pulgar derecho, como me ocurría tan a menudo: me lo había roto seis años atrás, y
aún sobresalía en un ángulo incómodo.
Con cuidado de no rasgar la tela con mis uñas extra-duras (capaces de agujerear
la roca blanda), liberé el pulgar y acabé de vestirme. Me puse un par de zapatos
ligeros y me pasé la mano por la cabeza para asegurarme de que no me habían picado
las garrapatas. Habían aparecido en la montaña recientemente, convirtiéndose en una
molestia para todos. Luego emprendí el camino de regreso a la Cámara de los
Príncipes para afrontar otra larga noche de discusiones y tácticas.
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CAPÍTULO 3
Las puertas de la Cámara de los Príncipes sólo podía abrirlas un Príncipe,
colocando una mano sobre ellas o tocando un panel en los tronos, en el interior de la
Cámara. Nada podía atravesar las paredes de la Cámara, que había sido construida
por Mr. Tiny y sus Personitas siglos atrás.
La Piedra de Sangre estaba alojada en la Cámara, y era de vital importancia. Era
un artefacto mágico. Todo vampiro que viniera a la montaña (y la mayoría de los tres
mil vampiros que había en el mundo había hecho el viaje al menos una vez) ponía sus
manos sobre la Piedra de Sangre y dejaba que absorbiera parte de su sangre. La
Piedra podía utilizarla entonces para localizar a ese vampiro. Así, si Mr. Crepsley
quisiera saber dónde estaba Arrow, sólo tenía que poner las manos sobre la Piedra y
pensar en él, y en unos segundos habría obtenido una visión del Príncipe. O, si
pensaba en una zona, la Piedra podía decirle cuántos vampiros había en ella.
Yo no podía utilizar la Piedra de Sangre para buscar a otros (sólo los vampiros
completos podían hacerlo), pero podía ser localizado a través de ella, ya que había
tomado mi sangre cuando me convertí en Príncipe.
Si la Piedra cayera en manos de los vampanezes, podrían usarla para encontrar a
todos los vampiros vinculados a ella. Ocultarse de ellos sería imposible. Nos
aniquilarían. A causa de este peligro, algunos vampiros querían destruir la Piedra de
Sangre… pero según la leyenda, podría salvarnos en nuestra hora de mayor
necesidad.
Estaba pensando en todo eso mientras Paris utilizaba la Piedra de Sangre para
dirigir las tropas en el campo. Mientras recibíamos los informes sobre la posición de
los vampanezes, Paris se servía de la Piedra para averiguar dónde se encontraban los
Generales, y entonces se comunicaba telepáticamente con ellos, ordenándoles
trasladarse de un lugar a otro. Esto era lo que lo agotaba tanto. Había otros que
podían utilizar la Piedra, pero como Príncipe, la palabra de Paris era ley, y se
ahorraba tiempo dando las órdenes él mismo.
Mientras Paris se concentraba en la Piedra, Mr. Crepsley y yo pasamos gran parte
de nuestro tiempo cotejando informes de campo para obtener una imagen clara de los
movimientos de los vampanezes. Muchos otros Generales también lo hacían, pero
nuestra labor consistía en tomar sus conclusiones, estudiarlas, seleccionar los puntos
más importantes y hacer sugerencias a Paris. Teníamos montones de mapas, con
alfileres que señalaban las posiciones de vampiros y vampanezes.
Mr. Crepsley había estado estudiando minuciosamente un mapa durante diez
minutos, y parecía preocupado.
—¿Has visto esto? —preguntó al fin, reclamando mi atención.
Miré el mapa atentamente. Había tres banderas amarillas y dos rojas alrededor de
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una ciudad. Empleábamos los cinco colores básicos para llevar la cuenta de las cosas.
Banderas azules para los vampiros. Amarillas para los vampanezes. Verdes para los
baluartes de los vampanezes: ciudades y pueblos que utilizaban como bases.
Situábamos banderas blancas en los lugares donde habíamos ganado alguna batalla, y
rojas donde las habíamos perdido.
—¿Qué debería ver? —pregunté, mirando fijamente las banderas amarillas y
rojas. Tenía los ojos llorosos por la falta de sueño y la excesiva concentración en los
mapas y los informes malamente garabateados.
—El nombre de la ciudad —dijo Mr. Crepsley, recorriéndolo con una uña.
Al principio, aquel nombre no tuvo el menor significado para mí. Entonces se me
despejó la cabeza.
—Es su hogar original —musité.
Era la ciudad en la que Mr. Crepsley había vivido cuando era humano. Doce años
antes, había regresado allí, llevándonos a mí y a Evra Von (el niño-serpiente del
Cirque du Freak) con él, para detener a un vampanez loco llamado Murlough, que se
había instalado allí para correrse una juerga mortal.
—Busca los informes —dijo Mr. Crepsley.
Cada bandera tenía el número de su informe correspondiente en nuestros
archivos, así que sabíamos exactamente qué representaba cada una de ellas. Al cabo
de unos minutos encontré los folios pertinentes y los ojeé rápidamente.
—De los vampanezes vistos por allí —murmuré—, dos se disponían a entrar en la
ciudad, y otro salía de ella. La primera bandera roja es de hace un año: cayeron cuatro
Generales en una dura reyerta con varios vampanezes.
—Y la segunda bandera roja señala el punto donde Staffen Irve perdió a dos de
sus hombres —dijo Mr. Crepsley—. Fue al añadir al mapa esta bandera cuando me he
dado cuenta del grado de actividad que hay alrededor de la ciudad.
—¿Cree que pueda significar algo? —pregunté. Era inusual que se hubieran
localizado tantos vampanezes en la misma zona.
—No estoy seguro —respondió—. Los vampanezes podrían haber establecido su
base ahí, pero no sé por qué: queda fuera de la trayectoria de sus otros baluartes.
—Podríamos enviar a alguien a investigar —sugerí.
Lo consideró, pero luego meneó la cabeza.
—Ya hemos perdido a demasiados Generales allí. No es un sitio estratégicamente
importante. Es mejor dejarlo.
Mr. Crepsley se frotó la larga cicatriz que le dividía la carne en el lado izquierdo
del rostro, y volvió a fijar su atención en el mapa. Llevaba el copete pelirrojo más
corto de lo habitual (la mayoría de los vampiros se estaban cortando el pelo por culpa
de las garrapatas), y parecía casi calvo bajo la potente luz de la Cámara.
—Le preocupa, ¿verdad? —observé.
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Asintió.
—Si tienen una base instalada, deben estar alimentándose de los humanos. Aún lo
considero mi hogar, y no me gusta pensar que mis antiguos vecinos y parientes estén
sufriendo en manos de los vampanezes.
—Podríamos enviar a un grupo a deshacerse de ellos.
Lanzó un suspiro.
—Eso no estaría bien. No puedo anteponer mis asuntos personales a la seguridad
del clan. Si pudiera salir ahí fuera alguna vez, podría ir yo mismo a investigar la
situación, sin necesidad de enviar a otros.
—¿Qué probabilidades tenemos usted y yo de poder salir de aquí? —inquirí
sarcásticamente. No me gustaba luchar, pero después de seis años confinado en la
montaña, habría dado mis uñas por pasar unas cuantas noches fuera, aunque tuviera
que enfrentarme a una docena de vampanezes sin ayuda de nadie.
—Tal como están las cosas…, pocas —admitió Mr. Crepsley—. Creo que
estaremos aquí metidos hasta que acabe la guerra. Si alguno de los otros Príncipes
sufriera heridas graves y tuviera que abandonar el campo de batalla, podríamos
reemplazarle. De lo contrario… —Hizo tamborilear los dedos sobre el mapa,
haciendo una mueca.
—Usted no tiene por qué quedarse —dije en voz baja—. Aquí hay gente de sobra
para aconsejarme.
Soltó una seca risotada.
—Sí, aquí hay gente de sobra para guiarte —convino—, ¿pero cuántos se
atreverían a darte un coscorrón cuando cometieras un error?
—No muchos —reí entre dientes.
—Ellos te ven como a un Príncipe —dijo—, mientras que yo aún te sigo viendo
ante todo como a un mocoso entrometido con afición a robar arañas.
—¡Qué encantador! —resoplé. Sabía que estaba bromeando (Mr. Crepsley
siempre me trataba con el respeto que mi posición merecía), pero en su broma había
algo de verdad. Entre Mr. Crepsley y yo había un vínculo especial, como el que hay
entre un padre y un hijo. Él podía decirme cosas que ningún otro vampiro se atrevería
a decirme. Sin él, estaría perdido.
Dejando a un lado el mapa del primer hogar de Mr. Crepsley, retomamos los
asuntos más importantes de la noche, mientras evocábamos los acontecimientos que
finalmente nos hicieron regresar a la ciudad en la que Mr. Crepsley había pasado su
juventud, y el terrible enfrentamiento con el demonio que nos esperaba allí.
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CAPÍTULO 4
Las Cámaras y túneles de la Montaña de los Vampiros rebullían de excitación:
Mika Ver Leth había regresado tras una ausencia de cinco años, ¡y se decía que traía
noticias del Lord Vampanez! Yo me encontraba descansando en mi celda cuando
escuché el rumor. Sin pérdida de tiempo, me vestí y corrí a la Cámara de los
Príncipes en lo alto de la Montaña, para averiguar si la historia era cierta.
Mika estaba hablando con Paris y Mr. Crepsley cuando llegué, rodeados por un
pelotón de Generales ansiosos por conocer las noticias. Como de costumbre, vestía
completamente de negro, pero sus ojos de halcón parecían más oscuros y severos que
nunca. Alzó una mano enguantada como saludo, al verme abrirme paso a empujones.
Correspondí a su atención devolviéndole el saludo.
—¿Cómo está el Príncipe cachorro? —preguntó con una breve y tensa sonrisa.
—No me va mal —respondí, buscando en él señales de heridas. Muchos de los
que volvían a la Montaña de los Vampiros exhibían cicatrices de guerra. Pero aunque
Mika parecía cansado, no presentaba heridas visibles—. ¿Qué hay del Lord
Vampanez? —le pregunté directamente—. Según los chismes, ya sabes dónde está.
Mika hizo una mueca.
—¡Ojalá! —Miró a su alrededor y dijo—: ¿Estamos todos? Tengo noticias, pero
preferiría comunicarlas ante toda la Cámara.
Todos los presentes se dirigieron a sus asientos. Mika se acomodó en su trono y
emitió un suspiro de satisfacción.
—Me alegra estar de vuelta —dijo, dando palmaditas sobre los firmes brazos de
la silla—. ¿Seba ha cuidado bien de mi ataúd?
—¡Que los vampanezes se lleven tu ataúd! —exclamó un General, olvidando
momentáneamente su lugar—. ¿Qué noticias hay del Lord Vampanez?
Mika se pasó una mano por la cabellera azabache.
—En primer lugar, quiero dejar claro… que no sé dónde está.
Un rugido recorrió la sala.
—Pero he oído rumores sobre él —añadió Mika.
Todo el mundo aguzó el oído.
—Antes de empezar —dijo Mika—, ¿sabíais lo de los últimos reclutas de los
vampanezes?
Conmoción general.
—Los vampanezes han estado engrosando sus filas desde el comienzo de la
guerra, convirtiendo a más humanos de lo habitual para incrementar su número.
—Eso no es una novedad —murmuró Paris—. Siempre ha habido muchos menos
vampanezes que vampiros en el mundo. Era de esperar que se dedicaran a hacer
conversiones imprudentes. No es algo que deba preocuparnos. Aún los superamos
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ampliamente en número.
—Sí —dijo Mika—, pero ahora también utilizan a humanos no convertidos. Los
llaman «vampcotas». Al parecer, el nombre se le ocurrió al propio Lord Vampanez.
Como él, están aprendiendo las costumbres de los vampanezes y sus reglas en la
guerra como humanos, antes de ser convertidos. Planea crear un ejército de ayudantes
humanos.
—Podemos enfrentarnos a los humanos —gruñó un General, y hubo gritos de
aprobación.
—Normalmente, sí —convino Mika—. Pero debemos tener cuidado con esos
vampcotas. Aunque no tengan los poderes de los vampanezes, están aprendiendo a
luchar como ellos. Además, como no han sido convertidos, no tienen que acatar las
leyes más estrictas de los vampanezes. No se sienten obligados a decir la verdad por
honor, no tienen que seguir las antiguas costumbres… ni limitarse a luchar cuerpo a
cuerpo.
Murmullos de furia recorrieron la sala.
—¿Los vampanezes están usando pistolas? —preguntó Paris, escandalizado. En
cuestión de armas, los vampanezes eran aún más estrictos que los vampiros. Nosotros
podíamos utilizar bumeranes y lanzas, pero la mayoría de los vampanezes ni los
tocaba.
—Los vampcotas no son vampanezes —gruñó Mika—. No hay razón para que un
vampcota no convertido no pueda utilizar una pistola. No creo que sea algo que
aprueben todos sus mentores, pero si su Señor lo ordena, lo permitirán.
—Pero ya nos ocuparemos otra noche de los vampcotas —prosiguió Mika—.
Sólo los he mencionado porque gracias a ellos averigüé lo de su Señor. Un vampanez
moriría gritando antes que traicionar a su clan, pero los vampcotas no son tan duros.
Capturé a uno hace unos meses y le saqué algunos detalles interesantes. Lo más
destacable fue que el Lord Vampanez carece de base. Viaja por el mundo con un
pequeño grupo de guardianes, visitando sus diversas unidades de combate para
mantener alta su moral.
Los Generales recibieron la noticia con gran excitación: si el Lord Vampanez iba
a pie y con escasa protección, sería más vulnerable a un ataque.
—¿Y ese vampcota sabía dónde está el Lord Vampanez? —preguntó Mr.
Crepsley.
—No —dijo Mika—. Lo había visto, pero hacía más de un año. Sólo uno de sus
acompañantes conoce su itinerario.
—¿Qué más te dijo? —inquirió Paris.
—Que su Señor aún no ha sido convertido. Y que a pesar de sus esfuerzos, la
moral está baja. Los vampanezes han sufrido grandes pérdidas, y muchos no creen
que puedan ganar esta guerra. Se ha hablado de un tratado de paz…, e incluso de una
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rendición sin condiciones.
La Cámara estalló en vítores. Algunos Generales estaban tan eufóricos por las
palabras de Mika, que un grupo de ellos corrió hacia él, lo levantó y lo sacó a
hombros de la sala. Se les podía oír cantando y gritando mientras iban en busca de las
cajas de cerveza y vino almacenadas abajo. Los demás, más moderados, miraron a
Paris en busca de guía.
—Vamos —sonrió el anciano Príncipe—. Sería una descortesía dejar que Mika y
sus sobreexcitados compañeros beban solos.
Los restantes Generales aplaudieron sus palabras y salieron a toda prisa,
quedándonos sólo algunos camareros, Mr. Crepsley, Paris y yo.
—Esto es estúpido —rezongó Mr. Crepsley—. Si los vampanezes están
considerando realmente rendirse, deberíamos presionarlos, no perder el tiempo…
—Larten —le interrumpió Paris—, sigue a los demás, busca el barril de cerveza
más grande que encuentres y emborráchate hasta perder el sentido.
Mr. Crepsley se quedó mirando al Príncipe con la boca abierta.
—¡Paris! —boqueó.
—Has estado aquí encerrado demasiado tiempo —dijo Paris—. Ve, relájate, y no
vuelvas sin una buena resaca.
—Pero… —empezó Mr. Crepsley.
—Es una orden, Larten —gruñó Paris.
Mr. Crepsley dio la impresión de haberse tragado una anguila viva, pero no sería
él quien desobedeciera la orden de un superior, así que juntó los talones, murmuró «A
la orden, Señor», y salió rumbo a los almacenes, enfurruñado.
—Nunca he visto a Mr. Crepsley con resaca —reí—. ¿Qué pinta tiene?
—La de un… ¿Cómo dicen los humanos? ¿Un gorila con dolor de cabeza? —
Paris se llevó el puño a la boca y tosió (tosía mucho últimamente), y luego sonrió—.
Pero le hará bien. A veces, Larten se toma la vida demasiado en serio.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿No quieres ir?
Paris hizo una mueca de amargura.
—Una jarra de cerveza acabaría conmigo. Aprovecharé esta pausa para tumbarme
en mi ataúd, en el fondo de la Cámara, y dormir todo el día.
—¿Estás seguro? Puedo quedarme si quieres.
—No. Ve y diviértete. Estaré bien.
—De acuerdo.
Me levanté de mi trono y fui hacia la puerta.
—Darren —me llamó Paris—. El alcohol en exceso es tan malo para los jóvenes
como para los viejos. Si eres sabio, beberás con moderación.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste acerca de la sabiduría hace unos años, Paris?
—repliqué.
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—¿Qué?
—Dijiste que el único modo de adquirirla es a través de la experiencia.
Dedicándole un guiño, salí apresuradamente de la Cámara, y pronto estuve
compartiendo un barril de cerveza con un vampiro pelirrojo y gruñón. Mr. Crepsley
se fue animando gradualmente a medida que transcurría la noche, y estaba cantando
escandalosamente cuando, a la mañana siguiente se dirigió, tambaleante, a su ataúd.
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CAPÍTULO 5
No podía entender por qué había dos lunas en el cielo cuando me desperté, ni por
qué eran verdes. Gruñendo, me froté los ojos con el dorso de la mano y miré otra vez.
Me di cuenta de que estaba tumbado en el suelo, mirando fijamente los verdes ojos de
un risueño Harkat Mulds.
—¿Te divertiste anoche? —preguntó.
—Me han envenenado —gemí, rodando sobre mi estómago y sintiéndome como
si me encontrara en la cubierta de un barco durante una furibunda tormenta.
—¿Te apetecen unas tripas de jabalí y… un caldito de murciélago?
—¡No! —exclamé, con una mueca de dolor. La sola idea de la comida me hacía
desfallecer.
—Tú y los otros debéis haber acabado… con la mitad de las reservas de cerveza
de la montaña anoche —comentó Harkat, ayudándome a levantarme.
—¿Hay un terremoto? —pregunté cuando me soltó.
—No —respondió, perplejo.
—Entonces, ¿por qué está temblando el suelo?
Se echó a reír y me condujo a mi hamaca. Me había quedado dormido en el suelo
de nuestra celda. Tenía un vago recuerdo de haberme caído de la hamaca cada vez
que intentaba acostarme.
—Me sentaré en el suelo un momento —dije.
—Como quieras —rió Harkat—. ¿Quieres una cerveza?
—Lárgate o te pego —gruñí.
—¿Ya no te gusta la cerveza?
—¡No!
—Qué curioso. No hacías más que cantar sobre cuánto… te gustaba antes.
Cerveza, cerveza, la bebo como una ballena, yo soy el… Príncipe, el Príncipe de la
cerveza…
—Podría hacer que te torturen —le advertí.
—Me da igual —dijo Harkat—. Todo el clan se volvió loco… anoche. Y eso que
cuesta emborrachar a un vampiro, pero… la mayoría lo consiguió. He visto a algunos
vagando por los túneles, como…
—Por favor —supliqué—, no me los describas.
Harkat volvió a reír, me cogió por los pies y me sacó de la celda, internándonos
en el laberinto de túneles.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—A la Cámara de Perta Vin Grahl. Le pregunté a Seba… cuál era el remedio para
la resaca (tenía la impresión de que sufrías una), y dijo… que una ducha normalmente
funciona.
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—¡No! —gemí—. ¡Una ducha, no! ¡Por piedad!
Harkat ignoró mis súplicas, y poco después me lanzaba bajo las gélidas aguas de
las cascadas interiores de la Cámara de Perta Vin Grahl. Creí que me estallaría la
cabeza al primer contacto con el agua, pero al cabo de unos minutos se me había
pasado gran parte de la jaqueca y el estómago se me había asentado. Cuando me
estaba secando, ya me sentía cien veces mejor.
De regreso a la celda, pasamos junto a un Mr. Crepsley de rostro verdoso. Le di
los buenos días, pero un gruñido fue su única respuesta.
—Nunca entenderé esa afición al… alcohol —dijo Harkat mientras yo me vestía.
—¿Es que tú nunca te has emborrachado? —repliqué.
—Tal vez, en mi vida anterior, pero no desde… que me convertí en una Personita.
Carezco de papilas gustativas, y el alcohol no… me afecta.
—Tienes suerte —murmuré agriamente.
En cuanto estuve vestido, subimos dando un paseo hasta la Cámara de los
Príncipes, para ver si Paris me necesitaba, pero la encontramos prácticamente
desierta, y Paris aún estaba en su ataúd.
—Vamos a dar una vuelta por los túneles… bajo las Cámaras —sugirió Harkat.
Habíamos explorado mucho cuando llegamos a la montaña por primera vez, pero
habían pasado dos o tres años desde nuestra última excursión.
—¿No tienes trabajo que hacer? —pregunté.
—Sí, pero… —Frunció el ceño. Costaba interpretar las expresiones de Harkat
(era difícil saber si alguien sin párpados ni nariz fruncía el ceño o sonreía), pero había
aprendido a descifrarlas—… puede esperar. Me siento raro. Necesito moverme.
—De acuerdo —dije—. Vamos de paseo.
Empezamos por la Cámara de Corza Jarn, donde se enseñaba a luchar a los
aspirantes a Generales. Ahí había pasado yo muchas horas, aprendiendo a dominar el
uso de la espada, el cuchillo, el hacha y la lanza. La mayor parte de las armas habían
sido diseñadas para adultos, y me resultaban demasiado grandes y pesadas para llegar
a dominarlas, pero aprendí lo básico.
El instructor de rango más alto era un vampiro ciego llamado Vanez Blane. Él
había sido mi entrenador durante mis Ritos de Iniciación. Había perdido el ojo
izquierdo luchando contra un león hacía muchas décadas, y el segundo seis años
atrás, combatiendo a los vampanezes.
Vanez estaba luchando con tres Generales jóvenes. Aunque era ciego, no había
perdido nada de su agudeza, y el trío pronto acabó de espaldas en el suelo ante el
instructor pelirrojo.
—Tendréis que aprender a hacerlo mejor —les advirtió. Luego, aún de espaldas a
nosotros, dijo—: Hola, Darren. Saludos, Harkat Mulds.
—Hola, Vanez —respondí, sin sorprenderme de que supiera quiénes éramos: los
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sentidos del olfato y el oído en los vampiros son muy penetrantes.
—Te escuché cantar anoche, Darren —dijo Vanez, dejando que sus tres alumnos
se recuperasen y reagrupasen.
—¡No! —jadeé, alicaído. Había creído que era una broma de Harkat.
—Muy revelador —sonrió Vanez.
—¡No lo hice! —gemí—. ¡Dime que no lo hice!
La sonrisa de Vanez se ensanchó.
—Yo no me preocuparía. Hubo otros muchos que también hicieron el ridículo.
—Deberían prohibir la cerveza —gruñí.
—El problema no es la cerveza —rebatió Vanez—. Son los bebedores de cerveza
los que necesitan ser controlados.
Le contamos a Vanez que estábamos dando una vuelta por los túneles inferiores y
le preguntamos si le gustaría acompañarnos.
—No serviría de mucho —dijo—. No puedo ver nada. Además… —Bajando la
voz, nos contó que los tres Generales a los que estaba entrenando estaban destinados
a entrar pronto en acción—. Entre nosotros, son un trío tan penoso que yo ni siquiera
los habría declarado aptos para el servicio —suspiró.
A muchos vampiros se les estaba enviando precipitadamente al campo de batalla
para reemplazar las bajas en la Guerra de las Cicatrices. Esto era motivo de discusión
entre el clan (normalmente se tardaba un mínimo de veinte años en ser declarado
General de prestigio), pero Paris decía que las situaciones desesperadas requerían
medidas desesperadas.
Dejamos a Vanez y nos dirigimos a los almacenes a ver al viejo mentor de Mr.
Crepsley, Seba Nile. Con setecientos años, Seba era el segundo vampiro más viejo.
Vestía de rojo como Mr. Crepsley, y hablaba de modo igualmente rebuscado. Estaba
arrugado y encogido por la edad, y cojeaba notoriamente (como Harkat) a causa de
una herida en la pierna izquierda, recibida en la misma batalla que se había cobrado
el ojo de Vanez.
A Seba le encantó vernos. Cuando oyó que íbamos de exploración, insistió en
venir con nosotros.
—Hay algo que deseo mostrarte —dijo.
Cuando dejábamos las Cámaras para adentrarnos en el vasto laberinto de los
túneles inferiores conectados entre sí, me rasqué la calva con las uñas.
—¿Garrapatas? —preguntó Seba.
—No —respondí—. Últimamente la cabeza me pica horrores. Y también los
brazos y las piernas, y los sobacos. Creo que tengo alguna alergia.
—Las alergias son raras entre los vampiros —dijo Seba—. Deja que te examine.
Gracias al liquen luminoso que crecía a lo largo de muchas de las paredes, pudo
observarme a la luz de una espesa parcela.
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—Hummm.
Sonrió brevemente y luego me soltó.
—¿De qué se trata? —pregunté.
—Está usted llegando a su mayoría de edad, señor Shan.
—¿Y qué tiene eso que ver con la picazón?
—Ya lo descubrirás —dijo misteriosamente.
Seba se entretuvo entre las telarañas para ver cómo estaban las arañas. El viejo
intendente sentía un cariño poco común por los predadores de ocho patas. No las
tenía como mascotas, pero pasaba mucho tiempo estudiando sus hábitos y su
conducta. Era capaz de comunicarse con ellas mediante el pensamiento. Mr. Crepsley
también podía, al igual que yo.
—¡Ah! —dijo al fin, deteniéndose ante una gran telaraña—. Aquí está.
Juntó los labios y silbó suavemente, y un momento después una gran araña gris
con curiosas motas verdes se deslizó por la telaraña hasta la mano ahuecada de Seba.
—¿De dónde ha salido? —pregunté, acercándome para verla mejor. Era más
grande que las arañas normales de la montaña, y de distinto color.
—¿Te gusta? —preguntó Seba—. Yo las llamo arañas de Ba’Shan. Espero que no
te importe… Es que me pareció el nombre apropiado.
—¿Arañas de Ba’Shan? —repetí—. ¿Por qué iba a…?
Me detuve. Catorce años atrás, yo le había robado una araña venenosa a Mr.
Crepsley: Madam Octa. Ocho años más tarde la dejé en libertad (aconsejado por
Seba), para que construyera un nuevo hogar junto a las arañas de la montaña. Seba
había dicho que no podría aparearse con las demás. No la había visto desde que la
liberé, y casi me había olvidado de ella. Pero ahora los recuerdos volvían a su lugar y
supe de dónde había salido esta nueva araña.
—Es una de las de Madam Octa, ¿verdad? —gemí.
—Sí —dijo Seba—. Se apareó con las arañas de Ba’Halen. Descubrí esta nueva
variedad hace tres años, aunque fue el año pasado cuando empezaron a multiplicarse.
Ahora han tomado el mando. Puede que en diez o quince años se conviertan en la
especie dominante de las arañas de la montaña.
—¡Seba! —exclamé—. ¡Solté a Madam Octa sólo porque tú me dijiste que no
podría tener descendencia! ¿Son venenosas?
El intendente se encogió de hombros.
—Sí, pero no tan mortales como su madre. Si cuatro o cinco atacan juntas,
podrían matar, pero no por separado.
—¿Y qué pasará si se alborotan? —grité.
—No lo harán —respondió Seba firmemente.
—¿Cómo lo sabes?
—Les he pedido que no lo hagan. Son increíblemente inteligentes, como Madam
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Octa. Poseen casi las mismas facultades mentales que las ratas. Estoy pensando en
adiestrarlas.
—¿Para hacer qué? —reí.
—Luchar —respondió sombríamente—. Imagina que pudiéramos enviar ejércitos
de arañas adiestradas por el mundo, con la orden de encontrar a los vampanezes y
matarlos.
Me volví hacia Harkat buscando ayuda.
—Dile que está loco. Haz que entre en razón.
Harkat sonrió.
—A mí me parece… una buena idea —dijo.
—¡Es ridículo! —resoplé—. Se lo diré a Mika. Él odia a las arañas. Enviará un
batallón aquí abajo para acabar con ellas.
—Te ruego que no lo hagas —dijo Seba en voz baja—. Aunque no pueda
entrenarlas, disfruto viéndolas desarrollarse. Por favor, no me prives de uno de los
pocos placeres que me quedan.
Suspiré y elevé los ojos al techo.
—De acuerdo. No se lo diré a Mika.
—Ni a los otros —insistió—. Si esto llega a saberse, me ganaré muchas
antipatías.
—¿Qué quieres decir?
Seba se aclaró la garganta con expresión culpable.
—Las garrapatas —murmuró—. Las nuevas arañas se han estado alimentando de
garrapatas, y por eso estas han subido huyendo.
—Oh —dije, pensando en todos los vampiros que habían tenido que cortarse el
pelo y la barba y afeitarse las axilas a causa de la invasión de garrapatas. Esbocé una
amplia sonrisa.
—Al final, las arañas seguirán a las garrapatas hasta lo alto de la montaña y la
epidemia cesará —continuó Seba—, pero hasta entonces preferiría que nadie supiera
qué la provocó.
Me eché a reír.
—¡Te lincharán si esto se sabe!
—Lo sé —respondió haciendo una mueca.
Prometí guardarme el secreto de las arañas. Luego Seba regresó a las Cámaras (la
pequeña excursión le había dejado agotado), y Harkat y yo continuamos bajando por
los túneles. Cuanto más nos alejábamos, más silencioso estaba Harkat. Parecía
inquieto, pero cuando le pregunté qué le preocupaba, respondió que no lo sabía.
Al final encontramos un túnel que llevaba al exterior. Lo seguimos hasta que se
abrió sobre el empinado costado de la montaña, y nos sentamos a contemplar el cielo
del atardecer. Hacía meses que no asomaba la cabeza al exterior, y más de dos años
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no dormía al aire libre. El aire resultaba fresco y agradable, pero extraño.
—Hace frío —comenté, frotando los brazos desnudos con las manos.
—¿Sí? —preguntó Harkat. Su piel muerta y gris sólo acusaba grados extremos de
frío o calor.
—Debemos estar ya a finales del otoño o a principios del invierno.
Era difícil seguir el curso de las estaciones cuando se vive en el interior de una
montaña.
Harkat no me escuchaba. Estaba escudriñando los bosques y los valles de abajo,
como si esperase descubrir a alguien allí.
Anduve un poco montaña abajo. Harkat me siguió, y luego me adelantó e incluso
aceleró.
—¡Cuidado! —le grité, pero no me prestó atención.
Pronto estuvo corriendo, y yo me quedé atrás, preguntándome a qué estaba
jugando.
—¡Harkat! —grité—. ¡Vas a tropezar y a romperte la crisma si…!
Me detuve. Él no escuchaba ni una sola palabra. Soltando una maldición, me
quité los zapatos, flexioné los dedos y salí tras él. Intenté controlar mi velocidad, pero
era imposible sobre un terreno tan inclinado, y pronto estuve volando montaña abajo,
esparciendo guijarros y polvo a mi alrededor, gritando a todo pulmón de excitación y
terror.
De algún modo conservamos el equilibrio y llegamos indemnes al fondo de la
montaña. Harkat siguió corriendo hasta llegar a un pequeño círculo de árboles, donde
finalmente se paró y se quedó como congelado. Llegué trotando hasta él y me detuve.
—¿Qué… qué… pasa? —jadeé.
Harkat levantó la mano izquierda y señaló hacia los árboles.
—¿Qué? —pregunté, sin ver otra cosa que troncos, ramas y hojas.
—Está llegando —siseó Harkat.
—¿Quién?
—El amo del dragón.
Me quedé mirando a Harkat con extrañeza. Parecía estar despierto, pero tal vez se
había quedado dormido y caminaba en sueños.
—Creo que deberías volver adentro —dije, tomando su brazo extendido—.
Buscaremos un fuego y…
—¡Hola, chicos! —gritó alguien desde el interior del círculo de árboles—. ¿Sois
el comité de bienvenida?
Solté el brazo de Harkat, me situé junto a él (ya que se había quedado tan rígido)
y volví a mirar hacia el grupo de árboles. Creía haber reconocido aquella voz…
aunque esperaba estar equivocado.
Momentos después, tres figuras emergieron de la penumbra. Dos eran Personitas,
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que eran casi exactamente iguales a Harkat, excepto por sus capuchas alzadas y unos
movimientos rígidos que Harkat había ido perdiendo durante los años que había
vivido entre los vampiros. El tercero era un hombre pequeño, sonriente y de cabellos
blancos, que me producía más miedo que una banda de vampanezes merodeadores.
¡Mr. Tiny!
Después de más de seiscientos años, Desmond Tiny había vuelto a la Montaña de
los Vampiros, y yo sabía, mientras se acercaba a nosotros a zancadas, sonriendo
radiantemente como un ratonero aliado con el Flautista de Hamelin, que su
reaparición no presagiaba más que problemas.
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CAPÍTULO 6
Mr. Tiny hizo una breve pausa cuando llegó hasta nosotros. El pequeño y
rechoncho hombrecillo llevaba un raído traje amarillo (una delgada chaqueta, no un
abrigo), unas infantiles botas de agua de color verde y unas recias gafas. El reloj con
forma de corazón que llevaba siempre colgaba de una cadenita delante de su
chaqueta. Algunos decían que Mr. Tiny era un agente del destino: su nombre era
Desmond, y si lo abreviabas y lo colocabas junto a su apellido, el resultado era Mr.
Destiny.
—Has crecido, joven Shan —dijo, recorriéndome con los ojos—. Y tú, Harkat…
—Sonrió a la Personita, cuyos ojos verdes parecían más abiertos y redondos que
nunca—… estás irreconocible. Llevas la capucha baja, trabajas para los vampiros…
¡e incluso hablas!
—Usted ya sabía… que yo podía hablar —murmuró Harkat, regresando a su
antigua forma entrecortada de hablar—. Usted siempre… lo supo.
Mr. Tiny asintió y siguió adelante.
—Ya basta de cháchara, chicos. Tengo trabajo que hacer y debo darme prisa. El
tiempo es oro. Mañana, un volcán tiene que entrar en erupción en una pequeña isla
tropical. Todo el mundo en un radio de diez kilómetros a la redonda se tostará vivo.
Quiero estar allí. Será muy divertido.
No estaba bromeando. Por eso todo el mundo le temía: disfrutaba con tragedias
que encogerían el corazón de cualquier ser medianamente humano.
Seguimos a Mr. Tiny montaña arriba, con las dos Personitas a la zaga. Harkat se
volvía a menudo a mirar a sus «hermanos». Pensé que se estaba comunicando con
ellos (las Personitas podían leerse el pensamiento mutuamente), pero no me dijo nada
al respecto.
Mr. Tiny entró en la montaña por un túnel distinto al que habíamos utilizado. Era
un túnel en el que yo nunca había estado, más alto, ancho y seco que la mayoría. No
había curvas ni conectaba con otros túneles por donde salir de él. Subía
completamente recto por el lomo de la montaña. Mr. Tiny me descubrió mirando las
paredes de aquel túnel desconocido para mí.
—Es uno de mis atajos —dijo—. Tengo atajos por todo el mundo, en lugares que
ni te imaginas. Ahorran tiempo.
Mientras avanzábamos, pasamos junto a grupos de harapientos seres humanos de
piel pálida que se apiñaban a los lados del túnel y se inclinaban ante Mr. Tiny. Eran
los Guardianes de la Sangre, que vivían en el interior de la Montaña de los Vampiros
y les donaban su sangre. A cambio, se les permitía extraer los órganos internos y el
cerebro de los vampiros cuando estos morían… ¡y que ellos se comían en una
ceremonia especial!
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Me sentía intranquilo caminando entre las filas de Guardianes (nunca había visto
a tantos juntos), pero Mr. Tiny se limitó a sonreírles y saludarles, y no se detuvo a
conversar.
En un cuarto de hora estuvimos ante la puerta que daba paso a las Cámaras de la
Montaña de los Vampiros. Cuando llamamos, el guardia de servicio empezó a abrir la
puerta, pero al ver a Mr. Tiny se detuvo y volvió a cerrarla a medias.
—¿Quién eres tú? —dijo bruscamente, a la defensiva, con la mano serpenteando
hacia la espada que pendía de su cinturón.
—Ya sabes quién soy, Perlat Cheil —dijo Mr. Tiny, rozando al asustado guardia al
pasar.
—¿Cómo sabes mi…? —comenzó a decir Perlat Cheil, y entonces se detuvo y se
quedó mirando fijamente la figura que se alejaba. Empezó a temblar y aparto su mano
de la espada—. ¿Es quien yo creo que es? —preguntó cuando pasé yo con Harkat y
las Personitas.
—Sí —respondí simplemente.
—¡Por las entrañas de Charna! —jadeó, e hizo el signo del toque de la muerte,
tocándose la frente con el dedo medio de la mano derecha y los párpados con el
índice y el anular. Era el signo que hacían los vampiros cuando pensaban que la
muerte estaba cerca.
Caminamos a través de los túneles, acallando conversaciones y dejando bocas
abiertas. Incluso aquellos que nunca habían visto a Mr. Tiny lo reconocieron, y
dejaron lo que estaban haciendo para venir detrás de nosotros, siguiéndonos en
silencio, como la comitiva de un funeral.
Sólo había un túnel que conducía a la Cámara de los Príncipes (yo había
descubierto otro hacía seis años, pero lo habían bloqueado), y estaba protegido por
los mejores guardias de la montaña. Se suponía que debían detener y registrar a
cualquiera que pretendiera entrar en la Cámara, pero cuando Mr. Tiny se acercó, se
quedaron mirándolo embobados, bajaron las armas y le dejaron (así como al resto de
la comitiva) pasar libremente.
Finalmente, Mr. Tiny se detuvo ante las puertas de la Cámara y echó un vistazo a
la abovedada edificación que había construido seis siglos atrás.
—Ha soportado muy bien el paso del tiempo, ¿verdad? —observó, sin dirigirse a
nadie en particular. Luego puso una mano sobre las puertas, las abrió y entró. Se
suponía que sólo los Príncipes podían abrir las puertas, pero no me sorprendió que
Mr. Tiny también tuviera el poder de controlarlas.
Mika y Paris se encontraban en el interior de la Cámara, debatiendo asuntos de
guerra con un grupo de Generales. Pese a las jaquecas y los ojos hinchados, todos
desviaron bruscamente la atención cuando vieron a Mr. Tiny entrando a zancadas.
—¡Por los dientes de los dioses! —jadeó Paris, palideciendo. Se encogió cuando
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Mr. Tiny puso el pie en la tarima de los tronos, y luego se enderezó, obligándose a
esbozar una tensa sonrisa.
—Desmond —dijo—, me alegro de verte.
—Y yo a ti, Paris —respondió Mr. Tiny.
—¿A qué debemos este inesperado placer? —inquirió Paris con forzada cortesía.
—Os lo diré enseguida —repuso Mr. Tiny, y se dejó caer en uno de los tronos (¡el
mío!), cruzó las piernas y se puso cómodo—. Que entre la pandilla —dijo, curvando
un dedo hacia Mika—. Tengo algo que decir y deben oírlo todos.
En pocos minutos, casi todos los vampiros de la montaña se habían congregado
en la Cámara de los Príncipes, y permanecían nerviosamente junto a las paredes (tan
lejos de Mr. Tiny como les era posible), esperando que el misterioso visitante hablara.
Mr. Tiny se miraba las uñas y las frotaba sobre las solapas de su chaqueta. Las
Personitas permanecían de pie detrás del trono. Harkat estaba a su izquierda, con aire
inseguro. Sentí que vacilaba entre situarse junto a sus hermanos de especie o sus
hermanos adoptivos, los vampiros.
—¿Están todos presentes? —preguntó Mr. Tiny. Se puso en pie y avanzó con su
andar de pato hasta el borde de la tarima—. Entonces iré al grano. El Señor de los
Vampanezes ha sido convertido.
Hizo una pausa, esperando oír jadeos, rugidos y gritos de terror. Pero nos
limitamos a mirarlo fijamente, demasiado impresionados para reaccionar.
—Hace seiscientos años —continuó— les dije a vuestros antepasados que el Lord
Vampanez conduciría a los vampanezes a una guerra contra vosotros y os
exterminarían. Esa era una verdad… pero no la verdad. El futuro puede ser blanco o
negro. Sólo hay un «será», pero a menudo nos encontramos con cientos de «podría
ser». Lo cual significa que el Lord Vampanez y sus seguidores podrían ser vencidos.
Cada vampiro contenía la respiración y podía sentirse cómo la esperanza tomaba
forma en el aire a nuestro alrededor, como una nube.
—El Lord Vampanez por ahora sólo es un semi-vampanez —dijo Mr. Tiny—. Si
lo encontráis y lo matáis antes de que se convierta por completo, la victoria será
vuestra.
Aquello provocó un enorme rugido, y de repente los vampiros se estaban dando
palmadas en la espalda y lanzando vítores. Unos pocos no se unieron a la algarabía.
Los que conocíamos personalmente a Mr. Tiny (Paris, Mr. Crepsley y yo) intuimos
que no había terminado, y supusimos que debía haber algún inconveniente. Mr. Tiny
no era la clase de tipo que sonríe de oreja a oreja al comunicar una buena noticia.
Sólo lo hacía cuando sabía que iba a haber sufrimiento y desgracias.
Cuando la oleada de excitación disminuyó, Mr. Tiny levantó la mano derecha.
Con la izquierda agarraba su reloj en forma de corazón. El reloj resplandecía con un
tono rojo oscuro, y de repente su mano derecha empezó a brillar también. Todas las
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miradas se fijaron en los cinco dedos carmesí y en la Cámara se produjo un
inquietante silencio.
—Cuando el Lord Vampanez fue descubierto hace siete años —dijo Mr. Tiny, con
la faz iluminada por el brillo de sus dedos—, estudié los hilos que conectan el
presente al futuro, y vi que habría cinco oportunidades de cambiar el curso del
destino. Una de ellas ya ha pasado.
En su pulgar, el resplandor rojizo se atenuó, y lo dobló contra la palma de la
mano.
—Esa oportunidad era Kurda Smahlt —dijo. Kurda era el vampiro que había
conducido a los vampanezes contra nosotros, en un intento por tomar el control sobre
la Piedra de Sangre—. Si Kurda hubiera tenido éxito, la mayoría de los vampiros
habrían pasado a formar parte de los vampanezes y la Guerra de las Cicatrices (como
la denomináis) se habría evitado.
—Pero le matasteis, acabando así con la que, probablemente, ha sido vuestra
mejor oportunidad de sobrevivir. —Meneó la cabeza y chasqueó la lengua—. Eso fue
una estupidez.
—Kurda Smahlt era un traidor —gruñó Mika—. La traición no puede traer nada
bueno. Yo habría preferido morir con honor que deberle la vida a un chaquetero.
—Más tonterías —rió Mr. Tiny, mientras agitaba un resplandeciente meñique—.
Esta representa vuestra última oportunidad, si todas las demás fallan. Aún tardará
algún tiempo en presentarse (si es que se presenta), así que la ignoraremos.
Bajó el brillante meñique, dejando sólo los tres dedos del centro.
—Lo cual nos lleva a la razón por la que he venido. Si os dejara solos, esas
oportunidades os pasarían desapercibidas. Si seguís como hasta ahora, se os
escaparán todas, y antes de que os deis cuenta… —Hizo un suave sonido explosivo
—. En los próximos doce meses —dijo en voz baja pero clara—, habrá tres
encuentros entre ciertos vampiros y el Lord Vampanez…, asumiendo que sigáis mis
consejos. Tres veces estará a vuestra merced. Si aprovecháis una de estas
oportunidades y lo matáis, habréis ganado la guerra. Si fracasáis, sólo habrá un final,
y os lo jugaréis todo en un enfrentamiento del que dependerá el destino de cada
vampiro viviente. —Hizo una pausa burlona—. Sinceramente, espero que todo se
vaya al traste… ¡Adoro los grandes finales dramáticos!
Volvió la espalda a la Cámara y una de las Personitas le tendió un frasco, del que
bebió un buen trago. Mientras lo hacía, furiosos susurros y conversaciones se
extendieron entre los vampiros congregados, y cuando volvió a encarar a la multitud,
Paris Skyle estaba esperando.
—Muy generoso de tu parte venir a informarnos, Desmond —dijo—. Te doy las
gracias en nombre de todos.
—De nada —respondió Mr. Tiny. Sus dedos ya no resplandecían, había soltado el
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reloj y ahora tenía las manos sobre el regazo.
—Si no es abusar de tu generosidad, ¿podrías decirnos qué vampiros están
destinados a encontrar al Lord Vampanez? —preguntó Paris.
—Claro —dijo Mr. Tiny con engreimiento—. Pero dejad que os aclare una cosa:
esos encuentros sólo ocurrirán si los vampiros deciden dar caza al Lord Vampanez.
Los tres que yo nombre no están obligados a aceptar el reto de perseguirle, ni a
hacerse responsables del futuro del clan. Pero si no lo hacen, estaréis condenados,
porque sólo en estos tres reside el poder de cambiar el destino.
Miró lentamente a su alrededor, escudriñando los ojos de cada vampiro presente
en la Cámara en busca de algún signo de debilidad o temor. Ninguno de nosotros
desvió la mirada ni se arredró ante tan seria responsabilidad.
—Muy bien —gruñó—. Uno de los cazadores está ausente, así que no diré su
nombre. Si los otros dos se dirigen a la cueva de Lady Evanna, probablemente lo
encontrarán por el camino. Si no, perderá su oportunidad de tomar parte activa en el
futuro, y todo dependerá de ese par.
—¿Y son…? —preguntó Paris, en tensión.
Mr. Tiny me miró y, con un horrible retortijón de estómago, imaginé lo que venía
a continuación.
—Los cazadores deberán ser Larten Crepsley y su asistente Darren Shan —dijo
simplemente Mr. Tiny, y mientras todos los ojos en la Cámara se volvían a mirarnos,
sentí como si unos vasos invisibles se estremecieran en algún sitio, y supe que mis
años de tranquila seguridad en el interior de la Montaña de los Vampiros habían
llegado a su fin.
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CAPÍTULO 7
La posibilidad de rechazar el reto nunca se me pasó por la cabeza. Seis años
viviendo entre los vampiros me habían infundido sus valores e ideales. Cualquier
vampiro daría su vida por el bien del clan. Por supuesto, esto no era tan simple como
ofrecer mi propia vida (tenía una misión que cumplir, y si fallaba, todos sufrirían),
pero el principio era el mismo. Había sido elegido, y un vampiro elegido nunca dice
«no».
Hubo un pequeño debate, en el cual Paris nos dijo a Mr. Crepsley y a mí que no
se trataba de un deber oficial, y que no teníamos por qué aceptar representar al clan…
ni sentir vergüenza por negarnos a cooperar con Mr. Tiny. Al final de la discusión,
Mr. Crepsley dio un paso al frente, con la capa roja agitándose como unas alas a su
espalda, y dijo:
—Acepto esta oportunidad de perseguir al Lord Vampanez.
Yo le seguí, lamentando no llevar mi imponente capa azul, y en un tono que
esperaba sonase lo suficientemente valiente, dije:
—Yo también.
—El chico sabe ir al grano —murmuró Mr. Tiny, guiñándole un ojo a Harkat.
—¿Y qué pasa con los demás? —preguntó Mika—. Me he pasado cinco años
detrás de ese maldito Lord. ¡Quiero acompañarles!
—¡Sí! ¡Yo también! —exclamó un General entre la multitud, y pronto estuvieron
todos gritándole a Mr. Tiny que les diera permiso para unirse a nosotros en la
búsqueda.
Mr. Tiny meneó la cabeza.
—Deben buscarlo tres cazadores. Ni más, ni menos. Los no vampiros pueden
ayudarlos, pero si los acompañara alguien de su misma especie, fracasarían.
Furiosos murmullos acogieron aquella aclaración.
—¿Por qué deberíamos creerte? —inquirió Mika—. Seguramente diez tendrían
más oportunidades que tres, y veinte más que diez, y treinta…
Mr. Tiny chasqueó los dedos. Se produjo un sonido agudo y crujiente y empezó a
caer polvo desde lo alto. Al mirar hacia arriba, vi que unas grietas largas e irregulares
aparecían en el techo de la Cámara de los Príncipes. Otros vampiros las vieron
también y lanzaron gritos de alarma.
—¿Cómo os atrevéis vosotros, que no llegáis a los tres siglos, a hablarme a mí,
que mido el tiempo en los flujos continentales, de los mecanismos del destino? —
preguntó amenazadoramente Mr. Tiny. Volvió a chasquear los dedos y las grietas se
extendieron. Pedazos de techo se desmenuzaron hacia dentro—. Ni mil vampiros
podrían desconchar las paredes de esta Cámara, mientras que yo, con sólo chasquear
los dedos, puedo hacer que se desplomen. —Levantó los dedos, dispuesto a
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chasquearlos de nuevo.
—¡No! —gritó Mika—. ¡Discúlpame! ¡No pretendía ofenderte!
Mr. Tiny bajó la mano.
—Piensa en esto antes de volver a desafiarme, Mika Ver Leth —gruñó, y con un
gesto de la cabeza indicó a las Personitas que había traído consigo que se dirigieran a
las puertas de la Cámara—. Ellos arreglarán el techo antes de marcharnos —dijo Mr.
Tiny—, pero la próxima vez que me hagáis enfadar, reduciré esta Cámara a
escombros, abandonándoos a vosotros y a vuestra preciosa Piedra de Sangre al
capricho de los vampanezes.
Tras soplarle el polvo a su reloj en forma de corazón, Mr. Tiny volvió a sonreír
ampliamente a la Cámara.
—Entonces, decidido. ¿Tres?
—Tres —aceptó Paris.
—Tres —musitó lúgubremente Mika.
—Como he dicho, los no vampiros pueden (de hecho, deben) tomar parte, pero
durante el próximo año ningún vampiro deberá ir en busca de los cazadores, a menos
que sea por razones no relacionadas con la búsqueda del Lord Vampanez. Sólo ellos
pueden ir, y sólo de ellos dependerá el éxito o el fracaso.
Con esto, dio por concluida la reunión. Se despidió de Paris y Mika agitando
arrogantemente una mano, nos llamó por señas a Mr. Crepsley y a mí, y nos dedicó
una amplia sonrisa mientras desocupaba mi trono. Se había quitado una de sus botas
de agua mientras hablaba. No llevaba calcetines, y me sorprendí al ver que no tenía
dedos: sus pies terminaban en una maraña de la que sobresalían seis zarpas
diminutas, como las de un gato.
—¿Asustado, señor Shan? —inquirió, con la malevolencia brillando en sus ojos.
—Sí —respondí—, pero estoy orgulloso de poder ayudar.
—¿Y si no puedes? —se mofó—. ¿Y si fracasas y condenas a los vampiros a la
extinción?
Me encogí de hombros.
—Aceptaremos lo que venga —dije, repitiendo un dicho común entre las
criaturas de la noche.
La sonrisa de Mr. Tiny se ensombreció.
—Te prefería cuando no eras tan inteligente —rezongó, y luego miró a Mr.
Crepsley—. ¿Y tú? ¿Te asusta el peso de tus responsabilidades?
—Sí —respondió Mr. Crepsley.
—¿Crees que podrás arreglártelas?
—Podré —dijo Mr. Crepsley sin que se alterase su voz.
Mr. Tiny hizo una mueca.
—No sois nada divertidos. Es imposible haceros perder los estribos. ¡Harkat! —
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llamó. Harkat se acercó automáticamente—. ¿Tú qué opinas? ¿Te importa el destino
de los vampiros?
—Sí —repuso Harkat—. Me importa.
—¿Cuidarás de ellos? —Harkat asintió—. Hummm… —Mr. Tiny frotó su reloj,
que resplandeció por un instante, y luego tocó la sien izquierda de Harkat. Este emitió
un jadeo y cayó de rodillas—. Has tenido pesadillas —observó Mr. Tiny, sin retirar
los dedos de la sien de Harkat.
—¡Sí! —gimió Harkat.
—¿Quieres que cesen?
—Sí.
Mr. Tiny soltó a Harkat, que lanzó un grito, y luego rechinó sus afilados dientes y
se puso en pie rígidamente. Pequeñas y verdes lágrimas de dolor se deslizaron por el
rabillo de sus ojos.
—Ya es hora de que sepas la verdad sobre ti —dijo Mr. Tiny—. Si vienes
conmigo, te la revelaré, y las pesadillas cesarán. Si no, continuarán y empeorarán, y
en un año serás una ruina aullante.
Harkat se estremeció ante la idea, pero no se precipitó hacia Mr. Tiny.
—Si espero —dijo—, ¿tendré… otra oportunidad para conocer… la verdad?
—Sí —respondió Mr. Tiny—, pero mientras tanto, sufrirás mucho, y no puedo
garantizar tu seguridad. Si mueres antes de saber quién eres en realidad, tu alma
seguirá perdida para siempre.
Harkat frunció el ceño, vacilante.
—Tengo un presentimiento —farfulló—. Alguien me susurra… —se tocó el lado
izquierdo del pecho—… aquí. Siento que debo ir con Darren… y Larten.
—Si lo haces, aumentarán sus posibilidades de derrotar al Lord Vampanez —dijo
Mr. Tiny—. Tu participación no es decisiva, pero podría ser importante.
—Harkat —dije suavemente—, no nos debes nada. Ya me has salvado la vida dos
veces. Vete con Mr. Tiny y descubre la verdad sobre ti.
Harkat frunció el ceño.
—Creo que si… os dejo para descubrir esa verdad, a la persona que fui… no le va
a gustar que lo haya hecho.
La Personita se lo pensó arduamente durante unos cuantos segundos más, y luego
levantó los ojos hacia Mr. Tiny.
—Iré con ellos. Para bien o para mal, siento que mi lugar está… con los
vampiros. Todo lo demás tendrá que esperar.
—Que así sea —suspiró Mr. Tiny—. Si sobrevives, nuestros caminos volverán a
encontrarse. Si no… —Su sonrisa murió.
—¿Y qué hay de nuestra búsqueda? —preguntó Mr. Crepsley—. Has mencionado
a Lady Evanna. ¿Empezamos por ella?
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—Si queréis… —dijo Mr. Tiny—. Ni puedo, ni quiero dirigiros, pero yo
empezaría por ahí. Después, haced lo que os diga el corazón. Olvidar la búsqueda e ir
allí donde sintáis que pertenecéis. El destino os conducirá a donde él quiera.
Ese fue el fin de nuestra conversación. Mr. Tiny se esfumó sin despedirse,
llevándose a sus Personitas (que habían reparado completamente el techo mientras
hablaba), sin duda ansioso por presenciar esa fatal erupción de su volcán al día
siguiente.
Aquella noche, en la Montaña de los Vampiros reinaba el alboroto. La visita de
Mr. Tiny y la profecía fueron detenidamente debatidas y analizadas. Los vampiros
aceptaban que Mr. Crepsley y yo tuviéramos que marcharnos por nuestra cuenta, para
unirnos al tercer cazador (quienquiera que fuese), pero estaban divididos en lo
concerniente a lo que el resto de ellos debía hacer. Algunos pensaban que, ya que el
futuro del clan dependía de tres cazadores solitarios, deberían olvidarse de la guerra
contra los vampanezes, pues, al parecer, ya no servía a ningún propósito. La mayoría
no estaba de acuerdo, y decían que sería una locura abandonar la lucha.
Mr. Crepsley nos sacó a Harkat y a mí de la Cámara poco antes del amanecer,
dejando a los Príncipes y a los Generales en medio de su discusión, argumentando
que necesitaríamos descansar bien ese día. No fue fácil dormir con las palabras de
Mr. Tiny resonando en mi cerebro, pero conseguí cerrar los ojos algunas horas.
Desperté tres horas antes del ocaso, tomé una comida ligera y embalé nuestras
escasas pertenencias (me llevaría una muda de ropa, algunas botellas de sangre y mi
diario). Nos despedimos en privado de Vanez y Seba (el viejo intendente se sentía
especialmente triste por vernos partir), y luego nos encontramos con Paris ante la
puerta que conducía fuera de las Cámaras. Nos dijo que Mika se quedaría para
ayudarle con los asuntos cotidianos de la guerra. No tenía buen aspecto cuando le
estreché la mano, y tuve el presentimiento de que no le quedaban muchos años de
vida: si nuestra búsqueda nos mantenía alejados de la Montaña de los Vampiros
durante un largo periodo de tiempo, esta podría ser la última vez que le viera.
—Te echaré de menos, Paris —dije, abrazándole bruscamente tras el apretón de
manos.
—Y yo a ti, joven Príncipe —dijo él, y estrechándome con fuerza me susurró al
oído—: Encuéntralo y mátalo, Darren. Siento frío en los huesos, y no es el frío de los
años. Mr. Tiny dijo la verdad: si el Lord Vampanez adquiere todos sus poderes, estoy
seguro de que todos pereceremos.
—Lo encontraré —juré, mirando a los ojos al anciano Príncipe—. Y si tengo
ocasión de matarlo, no erraré el golpe.
—Entonces, que la suerte de los vampiros te acompañe —dijo.
Me reuní con Mr. Crepsley y Harkat. Saludamos a aquellos que se habían
congregado para vernos partir, y luego bajamos por los túneles y salimos. Anduvimos
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con paso veloz y seguro, y en dos horas habíamos dejado atrás la montaña y
corríamos campo a través, bajo un despejado cielo nocturno.
¡Nuestra búsqueda del Lord Vampanez había comenzado!
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CAPÍTULO 8
Era estupendo haber vuelto a los caminos. Podríamos estar andando hacia el
mismo centro del infierno, y nuestros compañeros sufrirían indeciblemente si
fracasábamos, pero ya nos preocuparíamos de eso en el futuro. En aquellas primeras
semanas sólo podía pensar en lo estimulante que era estirar las piernas y respirar aire
puro, sin estar encerrado entre docenas de sudorosos y malolientes vampiros.
Me sentía feliz cuando atajamos por un sendero a través de las montañas, de
noche. Harkat estaba muy callado y pasaba mucho tiempo meditando en lo que había
dicho Mr. Tiny. El aspecto de Mr. Crepsley era tan tétrico como siempre, aunque yo
sabía que, tras su sombría fachada, se sentía tan complacido como yo de encontrarse
al aire libre.
Caminamos a paso firme y mantuvimos el ritmo, cubriendo muchos kilómetros
cada noche, durmiendo profundamente durante el día debajo de árboles y matorrales,
o en cuevas. El frío era intenso cuando nos pusimos en marcha, pero fue
disminuyendo a medida que el camino descendía a través de la sierra. Cuando
alcanzamos las tierras bajas, nos sentíamos tan a gusto como cualquier humano en un
borrascoso día de otoño.
Llevábamos reservas de botellas de sangre humana, y nos alimentábamos de
animales salvajes. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que salí de caza, y
me sentí algo oxidado al principio, pero enseguida recuperé el tono.
—Esto es vida, ¿eh? —comenté una mañana, mientras masticaba un pedazo de
ciervo asado. La mayoría de los días no encendíamos fuego (nos comíamos la carne
cruda), pero era agradable relajarse junto a un montón de troncos ardiendo de vez en
cuando.
—Sí que lo es —convino Mr. Crepsley.
—Me gustaría que pudiéramos estar así para siempre.
El vampiro sonrió.
—No tienes prisa por volver a la Montaña de los Vampiros, ¿eh?
Hice una mueca.
—Ser Príncipe es un gran honor, pero no es muy divertido.
—Has tenido un duro inicio —dijo compasivamente—. Si no estuviéramos en
guerra, habría habido tiempo para la aventura. La mayoría de los Príncipes recorren el
mundo durante décadas antes de asumir sus deberes reales. No empezaste en buen
momento.
—Tranquilo, no me quejo —dije alegremente—. Ahora soy libre.
Harkat removió el fuego y se acercó lentamente a nosotros. No decía mucho
desde que abandonamos la Montaña de los Vampiros, pero ahora se bajó la máscara y
habló.
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—Me gustaba la Montaña de los Vampiros. Me sentía como en casa. Nunca me
había sentido así antes, ni siquiera cuando… estaba en el Cirque du Freak. Cuando
esto acabe, si aún me queda… elección, volveré.
—En ti hay sangre de vampiro —dijo Mr. Crepsley. Estaba bromeando, pero
Harkat se lo tomó en serio.
—Puede que sí —dijo—. A menudo me he preguntado si fui un vampiro en… mi
vida anterior. Eso explicaría por qué fui enviado a la Montaña de los Vampiros… y
por qué me adapté tan bien. También podría explicar lo de las estacas… en mis
sueños.
En los sueños de Harkat a menudo aparecían estacas. En sus pesadillas, el suelo
se abría y él caía en un foso de estacas, o era perseguido por hombres sombríos que
portaban estacas y se las clavaban en el corazón.
—¿Alguna nueva pista de quién pudiste haber sido en el pasado? —pregunté—.
¿La visita de Mr. Tiny te refrescó la memoria?
Harkat meneó su rechoncha cabeza sin cuello.
—En absoluto.
—¿Por qué Mr. Tiny no te dijo la verdad, si ya era hora de que la supieras? —
inquirió Mr. Crepsley.
—No creo que sea… tan sencillo —dijo Harkat—. Tengo que ser yo el que
descubra la verdad. Es parte del… trato que hicimos.
—¿No sería extraño que Hakat hubiera sido un vampiro? —comenté—. Si
hubiera sido un Príncipe… ¿aún sería capaz de abrir las puertas de la Cámara de los
Príncipes?
—No creo que haya sido un Príncipe —dijo Harkat, con una risita, y los extremos
de su enorme boca se curvaron en una gran sonrisa.
—Oye —dije—, si yo pude convertirme en Príncipe, cualquiera puede.
—Cierto —murmuró Mr. Crepsley, y esquivó velozmente la pata de ciervo que le
lancé.
En cuanto dejamos atrás las montañas, nos dirigimos al sudeste, y pronto
alcanzamos los aledaños de la civilización. Era extraño volver a ver luz eléctrica,
coches y aviones. Me sentía como si hubiera estado viviendo en el pasado y acabara
de salir de una máquina del tiempo.
—¡Cuánto ruido! —comenté una noche, mientras cruzábamos un concurrido
pueblo.
Habíamos entrado para sacarles sangre a los humanos, practicándoles un corte
con nuestras uñas mientras dormían, extrayéndoles una pequeña cantidad de sangre,
cerrando los cortes con la saliva cicatrizante de Mr. Crepsley, y dejándolos en la
ignorancia de que nos habían servido de alimento.
—Hay tanta música, risas y gritos…
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Los oídos me zumbaban con tanto ruido.
—Los seres humanos siempre están parloteando, como los monos —dijo Mr.
Crepsley—. Es típico de ellos.
Yo solía discrepar cuando él decía cosas así, pero ya no. Cuando me convertí en
el asistente de Mr. Crepsley, abandoné toda esperanza de retomar mi vida anterior.
Había soñado con recuperar mi humanidad y volver a casa con mi familia y mis
amigos. Ya no. Los años que pasé en la Montaña de los Vampiros me habían
despojado de mis deseos humanos. Ahora era una criatura de la noche… y me
gustaba.
El escozor había empeorado. Antes de salir del pueblo, encontré una farmacia y
compré varios polvos y lociones contra la irritación, que me froté por todo el cuerpo.
Ni los polvos ni las lociones me aliviaron. Nada podía quitarme la picazón, y no dejé
de rascarme como un loco mientras nos dirigíamos hacia la cueva de Lady Evanna.
Mr. Crepsley no dijo mucho sobre la mujer a la que íbamos a visitar, ni dónde
vivía, ni si era un vampiro o un ser humano, ni por qué teníamos que verla.
—Pues debería decirme esas cosas —rezongué una mañana mientras
acampábamos—. ¿Y si le ocurriera algo a usted? ¿Qué haríamos Harkat y yo para
encontrarla?
Mr. Crepsley se acarició la larga cicatriz que surcaba el lado izquierdo de su
rostro (después de tantos años juntos, yo aún no sabía cómo se la había hecho), y
asintió pensativamente.
—Tienes razón. Haré un mapa antes de que anochezca.
—Y díganos quién es.
Vaciló.
—Es difícil de explicar. Lo mejor es que os lo diga ella misma. Evanna le cuenta
una cosa distinta a cada persona. Tal vez no tenga inconveniente en contarte la
verdad…, o tal vez sí.
—¿Es una inventora? —insistí. Mr. Crepsley poseía una colección de ollas y
cazuelas que se plegaban hasta convertirse en bultos diminutos, haciendo más fácil su
transporte. Él me había contado que las había hecho Lady Evanna.
—A veces inventa cosas —dijo—. Es una mujer con muchos talentos. La mayor
parte del tiempo está criando ranas.
—¿Perdón? —Parpadeé.
—Es su hobby. Algunas personas crían caballos, perros o gatos. Evanna cría
ranas.
—¿Cómo puede criar ranas? —resoplé con escepticismo.
—Ya lo descubrirás. —Se inclinó hacia delante, dándome una palmadita en la
rodilla—. Pero digas lo que digas, no la llames bruja.
—¿Por qué iba a llamarla bruja? —pregunté.
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—Porque es una… especie de bruja.
—¿Vamos a ver a una bruja? —exclamó Harkat, inquieto.
—¿Eso te preocupa? —inquirió Mr. Crepsley.
—A veces, en mis sueños… aparece una bruja. Nunca le veo la cara (no
claramente), y no estoy seguro… de si es buena o mala. A veces corro hacia ella para
que me ayude, y a veces… huyo de ella, asustado.
—Eso nunca lo habías mencionado —dije.
Harkat esbozó una temblorosa sonrisa.
—Con tantos dragones, estacas y hombres sombríos… ¿qué es una brujita?
La mención de los dragones me recordó algo que él había dicho cuando
encontramos a Mr. Tiny. Lo había llamado «el amo del dragón». Le pregunté a
Harkat qué había querido decir con eso, pero no recordaba haberlo dicho.
—Aunque —musitó— a veces veo a Mr. Tiny en mis sueños, montado a lomos…
de los dragones. En una ocasión le arrancó el cerebro a uno… y me lo lanzó. Intenté
cogerlo, pero… desperté antes de poder hacerlo.
Le dimos vueltas a aquella imagen durante mucho tiempo. Los vampiros daban
mucha importancia a los sueños. Muchos creen que actúan como enlaces del pasado y
del futuro, y que se puede aprender mucho de ellos. Pero los sueños de Harkat no
parecían tener ninguna relación con la realidad, y al final Mr. Crepsley y yo los
descartamos, nos dimos la vuelta y nos quedamos dormidos. Harkat no: permaneció
despierto, con sus verdes ojos resplandeciendo débilmente, postergando el sueño
cuanto pudo, para escapar de los dragones, las estacas, las brujas y los demás peligros
que poblaban sus agitadas pesadillas.
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CAPÍTULO 9
Un día, al atardecer, desperté con una sensación de absoluto bienestar. Mientras
miraba fijamente un cielo rojo cada vez más oscuro, traté de entender por qué me
sentía tan bien. Entonces lo comprendí: el escozor había desaparecido. Me quedé
quieto unos minutos, temeroso de que reapareciera si me movía, pero cuando
finalmente me puse en pie, no sentí el más mínimo picor. Con una amplia sonrisa, fui
hacia el pequeño estanque junto al que habíamos acampado, para refrescarme la
garganta.
Me incliné sobre las frescas y claras aguas del estanque y bebí largamente. Al
levantarme, advertí que un rostro desconocido se reflejaba en la superficie del agua:
un hombre barbudo de larga cabellera. Estaba justo delante de mí, lo que significaba
que debía encontrarse parado a mi espalda… pero no había oído acercarse a nadie.
Me volví rápidamente, mientras mi mano volaba hacia la espada que me había
traído de la Montaña de los Vampiros. La había sacado a medias de la vaina cuando
me detuve, confuso.
Allí no había nadie.
Miré a mi alrededor buscando al harapiento barbudo, pero no lo vi por ninguna
parte. Por allí cerca no había árboles ni rocas tras los que pudiera ocultarse, y ni
siquiera un vampiro podía moverse lo bastante rápido para desaparecer tan
velozmente.
Me di la vuelta hacia el estanque y volví a mirar el agua. ¡Allí estaba! ¡Tan nítido
y tan peludo como antes, mirándome con el ceño fruncido!
Di un grito, y de un salto me aparté del borde del agua. ¿Es que el barbudo estaba
en el estanque? Si era así, ¿cómo se las arreglaba para respirar?
Avancé un paso, mirando al peludo a los ojos (parecía un cavernícola) por tercera
vez y sonreí. Él sonrió también.
—Hola —dije.
Movió los labios al mismo tiempo que yo, pero sin emitir ningún sonido.
—Me llamo Darren Shan.
De nuevo, sus labios se movieron a la par que los míos. Ya empezaba a irritarme
(¿se burlaba de mí?), cuando comprendí… ¡que era yo!
Pude ver mis ojos y la forma de mi boca ahora que miraba de cerca, y la pequeña
cicatriz triangular que tenía justo encima del ojo derecho, que se había convertido en
una parte más de mí, como mi nariz o mis orejas. Era mi rostro, no cabía duda…
¿pero de dónde había salido todo aquel pelo?
Me palpé la barbilla y descubrí una espesa y tupida barba. Me pasé la mano
derecha por la cabeza (que debería haber hallado lisa) y me quedé pasmado al tocar
unos largos y espesos mechones de pelo. El pulgar de aquella mano, que sobresalía
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formando un ángulo, se enredó en unas cuantas hebras, e hice una mueca de dolor al
soltarlo de un tirón, arrancándome de paso algunos cabellos.
¡En nombre de Khledon Lurt! ¿Qué me había ocurrido?
Investigué en más sitios. Al desgarrar mi camiseta, descubrí que mi pecho y mi
estómago estaban cubiertos de pelo. Bajo mis axilas y por encima de mis hombros se
habían formado también unos remolinos enormes de pelo. ¡Tenía pelo por todas
partes!
—¡Por las entrañas de Charna! —rugí, y corrí a despertar a mis amigos.
Mr. Crepsley y Harkat estaban recogiendo el campamento cuando irrumpí en
medio, jadeando y gritando. El vampiro echó un vistazo a mi peluda figura, sacó
velozmente un cuchillo y gritó que me detuviera. Harkat se situó junto a él, con una
siniestra expresión en el rostro. Al detenerme para recuperar el aliento, comprendí
que no me habían reconocido. Levanté las manos para demostrarles que estaba
desarmado, y exclamé con voz ronca:
—¡No… me ataquéis! ¡Soy… yo!
Mr. Crepsley abrió mucho los ojos.
—¡Darren!
—No puede ser él —gruñó Harkat—. Es un impostor.
—¡No! —gemí—. ¡Me desperté, fui a beber agua, y me encontré… me
encontré…! —Sacudí ante ellos mis peludos brazos.
Mr. Crepsley avanzó un paso, enfundó el cuchillo y estudió mi rostro con
incredulidad. Luego soltó un gruñido.
—La purga —murmuró.
—¿La qué? —exclamé.
—Siéntate, Darren —dijo Mr. Crepsley con seriedad—. Tenemos mucho de que
hablar. Harkat… Ve a llenar las cantimploras y enciende otro fuego.
Cuando Mr. Crepsley puso en orden sus ideas, nos explicó a Harkat y a mí lo que
había ocurrido.
—Como ya sabéis, los semi-vampiros se convierten en vampiros completos
cuando se les inyecta más sangre de vampiro. De lo que nunca hemos hablado (ya
que no creí que fuera a ocurrir tan pronto) es de la otra manera en que la sangre puede
cambiar.
—En principio, si uno es un semi-vampiro durante un periodo de tiempo
extremadamente largo (cuarenta años de promedio), sus células vampíricas acaban
atacando a sus células humanas y las transforman, y el resultado es la conversión
completa. A eso lo llamamos purga.
—¿Quiere decir que ya me he convertido en un vampiro completo? —pregunté en
voz baja, a la vez fascinado y asustado ante la idea. Fascinado porque eso significaba
tener fuerza extra, la habilidad de corretear y de comunicarme telepáticamente.
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Asustado porque también significaba el adiós definitivo a la luz del día y al mundo de
los humanos.
—Aún no —dijo Mr. Crepsley—. El pelo es la primera etapa. Vamos a tener que
afeitarte, y aunque te volverá a crecer, en un mes, más o menos, dejará de hacerlo.
Experimentarás otros cambios durante ese tiempo (crecerás, y tendrás jaquecas y
violentos arranques de energía), pero eso también cesará. Al final de estos cambios,
puede que tu sangre vampírica haya reemplazado totalmente a la humana, pero
también es probable que no, y volverías a la normalidad… en unos meses o en un par
de años. Pero en algún momento de los próximos años, tu sangre cambiará por
completo. Has entrado en la etapa final del semi-vampirismo. Ya no hay vuelta atrás.
Nos pasamos la mayor parte de la noche hablando de la purga. Mr. Crepsley dijo
que era raro que un semi-vampiro sufriera la purga antes de veinte años, pero
probablemente guardaba relación con haberme convertido en Príncipe Vampiro: más
sangre vampírica había entrado en mis venas durante la ceremonia, y eso podría
haber acelerado el proceso.
Recordé a Seba observándome en los túneles de la Montaña de los Vampiros, y se
lo conté a Mr. Crepsley.
—Él tenía que saber lo de la purga —dije—. ¿Por qué no me lo advirtió?
—No le correspondía a él —respondió Mr. Crepsley—. Como tu mentor, yo soy
el responsable de informarte. Estoy seguro de que él me lo habría dicho, y entonces
yo me habría sentado contigo a explicártelo, pero no hubo tiempo. Llegó Mr. Tiny y
tuvimos que dejar la Montaña.
—¿Dices que Darren crecerá durante… la purga? —preguntó Harkat—. ¿Cuánto?
—No sabría decirlo —dijo Mr. Crepsley—. Potencialmente, podría pasar a la
edad adulta en cuestión de meses… pero es poco probable. Envejecería algunos años,
pero no más.
—¿Quiere decir que por fin dejaré atrás la adolescencia? —pregunté.
—Supongo que sí.
Pensé en ello un instante, y luego esbocé una amplia sonrisa.
—¡Genial!
***
Pero la purga no tuvo nada de genial: ¡era una maldición! Tener que afeitarme
todo el pelo ya era bastante malo (Mr. Crepsley utilizaba una cuchilla larga y afilada
que me raspaba la piel), pero los cambios que experimentaba mi cuerpo eran mucho
peores. Los huesos se me alargaron y fusionaron. Me crecieron las uñas y los dientes
(tenía que morderme las uñas y rechinar los dientes mientras caminaba por la noche,
para mantenerlos a raya) y mis manos y pies se hicieron más grandes. En unas
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semanas gané cinco centímetros de altura, a costa de sufrir en todo mi cuerpo los
dolores del crecimiento.
Tenía los sentidos desorientados. Los sonidos leves se amplificaban: el chasquido
de una ramita sonaba como el derrumbamiento de una casa. Los aromas más sosos
hacían que me hormigueara la nariz. Mi sentido del gusto desapareció por completo.
Todo me sabía a cartón. Empecé a comprender cómo debía de ser la vida para Harkat,
y decidí que nunca volvería a burlarme de él por carecer de papilas gustativas.
Hasta la luz más tenue resultaba cegadora para mis ojos ultra-sensibles. La Luna
era como un foco implacable en el cielo, y abrir los ojos durante el día era
equiparable a clavarles dos alfileres ardientes: un dolor metálico estallaba dentro de
mi cabeza.
—¿Esto es lo que la luz del Sol le hace a un vampiro completo? —le pregunté un
día a Mr. Crepsley, mientras tiritaba debajo de una gruesa manta, con los ojos
fuertemente cerrados ante los dolorosos rayos del Sol.
—Sí —dijo—. Por eso procuramos no exponernos a la luz del día, ni siquiera
durante un corto periodo. El dolor de una quemadura solar no es especialmente fuerte
(durante los primeros diez o quince minutos), pero el brillo del Sol se hace
inmediatamente insoportable.
Sufrí intensas jaquecas durante la purga, como resultado del descontrol de mis
sentidos. A veces pensaba que me iba a explotar la cabeza, y sollozaba inútilmente a
causa del dolor.
Mr. Crepsley me ayudó a combatir los efectos del mareo. Enrollaba delgadas tiras
de tela sobre mis ojos (aunque seguía viendo muy bien), rellenaba con bolas de pasto
mis oídos y me hacía mantener en alto los orificios nasales. Esto era incómodo, y me
sentía ridículo (y los aullidos de risa de Harkat no ayudaban), pero las jaquecas
disminuyeron.
Otro efecto secundario eran las intensas oleadas de energía. Me sentía como si
funcionara con baterías. Tenía que correr delante de Mr. Crepsley y Harkat durante la
noche, y luego volver sobre mis pasos a su encuentro, sólo para conseguir agotarme.
Hacía ejercicio como un loco cada vez que nos deteníamos (flexiones y abdominales)
y generalmente me despertaba mucho antes que Mr. Crepsley, incapaz de dormir más
de un par de horas seguidas. Trepaba por los árboles y los riscos, y cruzaba a nado
ríos y lagos, todo en un esfuerzo por desgastar mi antinatural reserva de energía.
¡Habría luchado hasta con un elefante, de haber encontrado uno!
***
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calvo!). Me quité los trozos de tela y las bolas de pasto, y recobré el sentido del
gusto, aunque no por completo al principio.
Era siete centímetros más alto de lo que había sido cuando se inició la purga, y
perceptiblemente más corpulento. La piel de mi rostro se había curtido, dándome una
apariencia un poco más adulta: ahora parecía un chico de quince o dieciséis años.
Y lo más importante: aún era un semi-vampiro. La purga no había eliminado las
células humanas de mi sangre. Lo negativo de esto era que tendría que volver a sufrir
las molestias de la purga más adelante. Lo positivo era que, mientras tanto, podría
seguir disfrutando de la luz del Sol, antes de tener que despedirme de ella para
siempre para cambiarla por la noche.
Aunque estaba ansioso por convertirme en un vampiro completo, echaría de
menos el mundo diurno. Una vez que mi sangre cambiara, ya no habría marcha atrás.
Lo aceptaba, pero mentiría si dijera que no estaba nervioso. De este modo, disponía
de unos meses (tal vez un año o dos) para prepararme para el cambio.
Mi ropa y mis zapatos se me habían quedado cortos, así que tuve que proveerme
en un pequeño puesto fronterizo (volvíamos a dejar atrás la civilización). En una
tienda de excedentes del ejército, escogí un equipo similar al antiguo, añadiendo a
mis camisetas azules otro par de color púrpura, y un par de pantalones verde oscuro.
Mientras estaba pagando la ropa, entró un hombre alto y delgado. Llevaba una
camiseta marrón, pantalones negros y una gorra de béisbol.
—Necesito suministros —le gruñó al hombre que despachaba tras el mostrador,
lanzándole una lista.
—Necesitarás una licencia de armas —dijo el comerciante, repasando el trozo de
papel.
—Ya tengo una.
El hombre estaba rebuscando en el bolsillo de su camisa cuando reparó en mis
manos y se envaró. Yo sujetaba mi ropa nueva contra el pecho, y las cicatrices de las
yemas de mis dedos (por donde Mr. Crepsley me había sangrado) estaban a la vista.
El hombre se relajó al instante y se apartó… pero yo estaba seguro de que había
reconocido las cicatrices y que sabía lo que yo era. Salí deprisa de la tienda, encontré
a Mr. Crepsley y Harkat en las afueras del pueblo y les conté lo que había pasado.
—¿Estaba nervioso? —preguntó Mr. Crepsley—. ¿Te siguió cuando te fuiste?
—No. Sólo se puso tenso al ver las marcas, y luego actuó como si no hubiera
visto nada. Pero sabía lo que significan las marcas. De eso estoy seguro.
Mr. Crepsley se acarició pensativamente la cicatriz.
—No es frecuente encontrar humanos que conozcan el significado de las marcas
de los vampiros, pero hay algunos. Con toda probabilidad, será una persona corriente
que simplemente haya oído historias de los vampiros y las yemas de sus dedos.
—Pero podría ser un cazavampiros —dije en voz baja.
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—Los cazavampiros son raros… pero reales. —Mr. Crepsley pensó en ello, y
finalmente decidió—: Procederemos como lo habíamos planeado, pero
mantendremos los ojos abiertos, y tú o Harkat haréis guardia durante el día. Si nos
atacan, estaremos preparados. —Esbozó una sonrisa tirante y tocó el mango de su
cuchillo—. Y esperando.
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CAPÍTULO 10
Al amanecer supimos que íbamos a tener pelea. Nos habían seguido, y no sólo
una persona, sino tres o cuatro. Habían encontrado nuestro rastro a pocas millas de
las afueras del pueblo y nos habían estado siguiendo desde entonces. Se movían con
admirable sigilo, y si no hubiéramos previsto que tendríamos problemas, puede que
no nos hubiéramos dado cuenta de que algo andaba mal. Pero cuando un vampiro está
alerta ante el peligro, ni el humano más veloz conseguiría acercársele furtivamente.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Harkat mientras acampábamos en medio de un
bosquecillo, protegidos del Sol por ramas y hojas que se entrelazaban en lo alto.
—Esperarán a que haya plena luz para atacar —dijo Mr. Crepsley, sin levantar la
voz—. Actuaremos con total normalidad y fingiremos dormir. Cuando vengan, nos
ocuparemos de ellos.
—¿Estará bien al Sol? —pregunté. Aunque en aquel sitio estábamos a cubierto,
una pelea podría hacernos salir de la sombra.
—Los rayos del Sol no me harán daño en el breve tiempo que me llevará
encargarme de esta amenaza —respondió Mr. Crepsley—. Y me protegeré los ojos
con trozos de tela, como hiciste tú durante la purga.
Nos hicimos camas de musgo y hojas sobre el suelo, nos envolvimos en nuestras
capas y nos acostamos.
—De todos modos, puede… que sólo sientan curiosidad —murmuró Harkat—.
Puede que simplemente quieran ver… cómo es un vampiro de verdad.
—Se mueven con demasiada cautela para ser meros espectadores —discrepó Mr.
Crepsley—. Están aquí por algo.
—Ahora que recuerdo… —susurré—. ¡El tipo de la tienda estaba comprando
armas!
—La mayoría de los cazavampiros van convenientemente armados —gruñó Mr.
Crepsley—. Ya han quedado atrás las noches de los idiotas que sólo traían antorchas
y estacas de madera.
Ya no hablamos más después de eso. Yacimos inmóviles, con los ojos cerrados
(excepto Harkat, que cubrió sus ojos sin párpados con la capa), respirando
acompasadamente, simulando dormir.
Los segundos transcurrieron lentamente, tardando siglos en convertirse en
minutos, y una eternidad en convertirse en horas. Habían pasado seis años desde la
última vez que participé en una cruenta refriega. Sentía en los miembros un frío
anormal, y el temor producía en mi estómago la sensación de que unas rígidas
serpientes de hielo se enroscaban y desenroscaban en su interior. Permanecí
flexionando los dedos bajo los pliegues de mi capa, sin apartarlos en ningún
momento de mi espada, listo para empuñarla.
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Poco después del mediodía (cuando más dañino era el Sol para un vampiro), los
humanos se prepararon para atacar. Había tres, dispuestos en semicírculo. Al
principio sólo pude oír el susurro de las hojas mientras se aproximaban, y el ocasional
chasquido de una rama. Pero mientras nos rodeaban, percibí su pesada respiración, el
crujido de sus huesos en tensión, y el rítmico y aterrorizado latido de sus corazones.
Se detuvieron a diez o doce metros, y se metieron tras los árboles, disponiéndose
a atacar. Hubo una larga y tensa pausa… y luego el sonido de un arma lentamente
amartillada.
—¡Ahora! —rugió Mr. Crepsley, levantándose de un salto y abalanzándose sobre
el humano más próximo a él.
Mientras Mr. Crepsley rodeaba a su asaltante a increíble velocidad, Harkat y yo
nos encargamos de los otros. El que yo había escogido maldijo en voz alta, salió de
detrás del árbol, levantó su rifle y disparó. Una bala pasó zumbando a mi lado,
fallando por escasos centímetros. Antes de que pudiera disparar otra vez, yo ya estaba
sobre él.
Arrebaté el rifle de las manos del humano y lo tiré. Detrás de mí, un arma hizo
fuego, pero no tenía tiempo de averiguar cómo estaban mis amigos. El hombre que
estaba frente a mí ya había sacado un gran cuchillo de caza, así que desenvainé
velozmente mi espada.
El hombre abrió mucho los ojos al ver la espada (se había pintado círculos rojos
alrededor de los ojos con algo que parecía sangre), y luego los entrecerró.
—¡Sólo eres un chico! —rugió, lanzándome una cuchillada.
—No —le corregí, apartándome de la trayectoria de su cuchillo a la vez que le
lanzaba una estocada—. Soy mucho más.
Cuando el humano iba a acuchillarme de nuevo, levanté mi espada y la bajé en un
suave arco que cortó la carne, los músculos y los huesos de su mano derecha,
seccionándole tres dedos y desarmándole en un instante.
El humano lanzó un grito de agonía y se dejó caer lejos de mí. Aproveché ese
momento para ver cómo les iba a Mr. Crepsley y a Harkat. Mr. Crepsley ya había
matado a su humano y avanzaba a zancadas hacia Harkat, que luchaba con su
oponente. Harkat parecía llevar ventaja sobre su adversario, pero Mr. Crepsley se
dispuso a apoyarle si la situación empeoraba.
Satisfecho de que todo fuera a nuestro favor, volví a fijar mi atención en el
hombre del suelo, mentalizándome para la desagradable tarea de acabar con él. Para
mi sorpresa, lo descubrí sonriéndome de un modo horrible.
—¡Deberías haberme cortado también la otra mano! —gruñó.
Mis ojos se clavaron en su mano izquierda, y se me cortó la respiración: ¡apretaba
una granada contra su pecho!
—¡No te muevas! —gritó cuando avancé a trompicones hacia él. Presionó a
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medias el detonador con el pulgar—. ¡Si esto explota, te llevaré conmigo!
—Tranquilo —suspiré, alejándome un poco, sin dejar de mirar con aprensión la
granada preparada.
—Ya me tranquilizaré en el infierno —respondió con una risilla sádica. Se había
afeitado la cabeza y tenía una uve oscura tatuada a ambos lados del cráneo, por
encima de las orejas—. Ahora, dile a tu asqueroso colega vampiro y a ese monstruo
de piel gris que se alejen de mi compañero o…
Un agudo sonido sibilante llegó desde los árboles que había a mi izquierda. Algo
golpeó la granada y la hizo volar de la mano del humano. Este soltó un aullido y
agarró otra granada (llevaba atada una ristra de ellas alrededor del pecho). Sonó un
segundo silbido y un objeto centelleante con varias puntas se enterró en medio de la
cabeza del hombre.
Cayó de espaldas con un gruñido, convulsionándose frenéticamente, y luego se
quedó quieto. Me quedé mirándolo, desconcertado, inclinándome automáticamente
para verlo mejor. El objeto clavado en su cabeza era una dorada estrella arrojadiza. Ni
Mr. Crepsley ni Harkat llevaban armas como esa, así que… ¿quién la había lanzado?
En respuesta a mi muda pregunta, alguien saltó desde un árbol cercano y se
acercó a mí a zancadas.
—¡Sólo se le da la espalda a un cadáver! —exclamó el desconocido mientras yo
me giraba hacia él—. ¿Es que Vanez no te lo enseñó?
—L…lo olvidé —resollé, demasiado sorprendido para decir nada más.
El vampiro (pues tenía que ser uno de nosotros) era un hombre fornido, de
estatura mediana, con la piel rojiza y el cabello teñido de verde, e iba vestido con
pieles de animales de color púrpura, toscamente cosidas. Tenía unos ojos enormes
(casi tanto como los de Harkat) y una boca sorprendentemente pequeña. A diferencia
de Mr. Crepsley, no llevaba los ojos cubiertos, aunque bizqueaba terriblemente bajo
la luz del Sol. No llevaba zapatos, ni portaba más armas que unas docenas de estrellas
arrojadizas sujetas a varios cinturones que se cruzaban sobre su torso.
—Quiero mi shuriken, gracias —dijo el vampiro al humano muerto,
desclavando la estrella arrojadiza que había lanzado, limpiándole la sangre y
reinsertándola en uno de sus cinturones.
Giró la cabeza del hombre de izquierda a derecha, fijándose en el cráneo afeitado,
los tatuajes y los círculos rojos alrededor de los ojos.
—Un vampcota —bufó—. Ya me he enfrentado a ellos antes. Perros
miserables…
Escupió sobre el muerto, y luego le dio la vuelta con el pie desnudo, de forma que
quedó tumbado boca abajo.
Cuando el vampiro volvió a dirigirse a mí, yo ya sabía quién era (había oído
muchas veces su descripción), y le saludé con el debido respeto.
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—Vancha March —dije, inclinando la cabeza—. Es un honor conocerle, Alteza.
—Igualmente —respondió despreocupadamente.
Vancha March era el Príncipe Vampiro al que yo nunca había conocido, el más
salvaje y tradicional de todos los Príncipes.
—¡Vancha! —tronó Mr. Crepsley, arrancándose la tela de los ojos, cruzando el
espacio que nos separaba y aferrando los hombros del Príncipe—. ¿Qué estáis
haciendo aquí, Alteza? Pensaba que os encontraríais más al norte…
—Y así era —suspiró Vancha, soltándose y restregándose la nariz con los nudillos
de la mano izquierda, de la que luego se sacudió algo verde y viscoso—. Pero allí no
pasaba nada, así que me vine al sur. Voy a ver a Lady Evanna.
—Nosotros también —dije.
—Me lo figuré. Os he estado siguiendo durante las dos últimas noches.
—Deberíais haberos presentado antes, Alteza —dijo Mr. Crepsley.
—Es la primera vez que veo al nuevo Príncipe —repuso Vancha—. Quería
observarle de lejos durante un rato. —Me estudió con expresión severa—. Y por lo
que he podido ver en este combate, debo decir que no estoy demasiado impresionado.
—Me confié, Alteza —dije rígidamente—. Estaba preocupado por mis amigos y
cometí el error de detenerme cuando debería haber seguido adelante. Asumo toda la
responsabilidad, y humildemente pido perdón.
—Al menos sabe cómo disculparse debidamente —rió Vancha, dándome una
palmada en la espalda.
Vancha March estaba cubierto de mugre y suciedad, y olía como un lobo. Esa era
su apariencia habitual. Vancha era una auténtica criatura silvestre. Se le consideraba
un extremista incluso entre los vampiros. Sólo se vestía con las prendas que él mismo
se confeccionaba a partir de las pieles de animales salvajes, y nunca comía algo que
hubiera sido cocinado, ni bebía otra cosa que agua fresca, leche y sangre.
Mientras Harkat se acercaba a nosotros cojeando (tras acabar con su atacante),
Vancha se sentó y cruzó las piernas. Levantó el pie izquierdo, bajó la cabeza, ¡y
empezó a morderse las uñas!
—Así que esta es la Personita que habla —masculló Vancha, mirando a Harkat
por encima de la uña del dedo gordo—. Harkat Mulds, ¿verdad?
—Así es, Alteza —respondió Harkat, bajándose la máscara.
—Te lo voy a dejar claro, Mulds: no confío en Desmond Tiny ni en ninguno de
sus gordinflones discípulos.
—Y yo no confío en los vampiros que… se muerden las uñas de los pies —
replicó Harkat, y tras una pausa añadió maliciosamente—: ¡Alteza!
Vancha se echó a reír y escupió un trozo de uña.
—¡Creo que vamos a llevarnos muy bien, Mulds!
—¿Un viaje duro, Alteza? —preguntó Mr. Crepsley, sentándose junto al Príncipe
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y volviendo a cubrirse los ojos los trapos.
—No mucho —gruñó Vancha, descruzando las piernas. Entonces empezó con las
uñas del pie derecho—. ¿Y vosotros?
—Viajar nos ha sentado bien.
—¿Alguna noticia de la Montaña de los Vampiros? —preguntó Vancha.
—Montones —dijo Mr. Crepsley.
—Guárdatelas por esta noche —Vancha se soltó el pie y se tumbó de espaldas. Se
despojó de su capa púrpura y se cubrió con ella—. Despiértame cuando anochezca —
bostezó, se dio la vuelta, se quedó dormido de inmediato y empezó a roncar.
Me quedé mirando al Príncipe durmiente con los ojos abiertos como platos, luego
las uñas que había mordisqueado y escupido, después su andrajosa ropa y su sucio
pelo verde, y finalmente a Harkat y a Mr. Crepsley.
—¿Él es un Príncipe Vampiro? —susurré.
—Lo es —sonrió Mr. Crepsley.
—Pero parece… —musitó Harkat, inseguro—. Actúa como…
—No os fiéis de las apariencias —dijo Mr. Crepsley—. Vancha eligió la vida
salvaje, pero es el mejor de los vampiros.
—Si usted lo dice… —respondí, dubitativo, y pasé la mayor parte del día tendido
de espaldas, con los ojos fijos en el cielo nublado, sin poder dormir por culpa de los
ruidosos ronquidos de Vancha March.
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CAPÍTULO 11
Dejamos a los vampcotas tirados en el mismo lugar donde los habíamos matado
(Vancha dijo que no merecían un entierro) y partimos al anochecer. Mientras
caminábamos, Mr. Crepsley informó al Príncipe de la visita de Mr. Tiny a la Montaña
de los Vampiros, y de lo que había predicho. Vancha no dijo mucho mientras Mr.
Crepsley hablaba, y se quedó meditando en silencio en sus palabras durante un buen
rato después de que hubiera terminado.
—No creo que haya que ser un genio para imaginarse que yo sería el tercer
cazador —dijo al fin.
—Lo que más me habría sorprendido es no lo fuerais —convino Mr. Crepsley.
Vancha se había estado hurgando entre los dientes con la punta de una afilada
ramita. En ese momento la arrojó a un lado y escupió sobre el polvo del camino.
Vancha era un maestro escupiendo. Tenía una saliva espesa, globular y verdosa, y era
capaz de darle a una hormiga a veinte pasos.
—No confío en ese perverso entrometido, Tiny —dijo con voz brusca—. Me he
tropezado un par de veces con él, y me he propuesto hacer siempre lo contrario de lo
que él diga.
Mr. Crepsley asintió.
—Por lo general, estaría de acuerdo con vos. Pero corren tiempos difíciles,
Alteza, y…
—¡Larten! —lo interrumpió el Príncipe—. Decidme «Vancha», «March» o «¡Eh,
feo!», mientras estemos en los caminos. No quiero que seáis tan ceremoniosos
conmigo.
—Muy bien… —Mr. Crepsley sonrió abiertamente— …feo. —Volvió a ponerse
serio—. Corren tiempos difíciles, Vancha. Está en juego el futuro de nuestra raza.
¿Cómo vamos a atrevernos a ignorar la profecía de Mr. Tiny? Si en ella hay
esperanza, debemos aprovecharla.
Vancha lanzó un largo y triste suspiro.
—Durante cientos de años, Tiny nos ha dejado pensar que estábamos condenados
a perder la guerra cuando apareciera el Lord Vampanez. ¿Por qué nos dice ahora,
después de todo este tiempo, que aún no hay nada decidido, pero que sólo podremos
evitar el desastre si seguimos sus instrucciones? —El Príncipe se rascó el cogote y
escupió sobre el arbusto que había a nuestra izquierda—. ¡A mí eso me suena a un
montón de mierda!
—Tal vez Evanna pueda arrojar algo de luz sobre este asunto —dijo Mr. Crepsley
—. Ella comparte algo de los poderes de Mr. Tiny y puede percibir la trayectoria del
futuro. Debería ser capaz de confirmar o descartar sus predicciones.
—Si es así, la creeré —dijo Vancha—. Evanna es muy reservada, pero cuando
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habla, dice la verdad. Si ella dice que nuestro destino es morir en los caminos, me
alegrará haber estado a vuestro lado. Si no… —Se encogió de hombros y dio el
asunto por zanjado.
Vancha March era extraño… ¡y eso era quedarse corto! Nunca había conocido a
alguien como él. Tenía su propio código.
Como yo ya sabía, no comía carne que hubiera sido cocinada, no bebía nada más
que agua fresca, leche y sangre, y se confeccionaba su propia ropa con la piel de los
animales que cazaba. Pero aprendí mucho sobre él durante las seis noches que
tardamos en llegar hasta donde vivía Lady Evanna.
Él seguía las viejas costumbres de los vampiros. Hace mucho, los vampiros creían
que descendíamos de los lobos. Si vivíamos con rectitud y permanecíamos fieles a
nuestras creencias, volveríamos a ser lobos tras morir y recorreríamos las llanuras del
Paraíso como criaturas espirituales en la noche eterna. Con ese fin, vivían más como
lobos que como humanos, evitando la civilización excepto cuando necesitaban beber
sangre, haciéndose su propia ropa y siguiendo la ley de la naturaleza.
Vancha no dormía en ataúd: ¡decía que eran demasiado cómodos! Opinaba que un
vampiro debía dormir al aire libre, cubriéndose sólo con su capa. Respetaba a los
vampiros que usaban ataúdes, pero tenía muy mal concepto de los que dormían en
camas. ¡No me atreví a mencionarle mi preferencia por las hamacas!
Tenía un gran interés en los sueños, y a menudo comía setas silvestres que
producían vívidos sueños y visiones. Creía que el futuro estaba trazado en nuestros
sueños, y que si aprendíamos a descifrarlos, podríamos controlar nuestro destino. Se
sentía fascinado por las pesadillas de Harkat, y pasaba largas horas comentándolas
con la Personita.
Las únicas armas que empleaba eran sus shuriken (las estrellas arrojadizas), que
tallaba él mismo a partir de diversos metales y piedras. Pensaba que el combate
cuerpo a cuerpo debía ser exactamente eso: luchar con las manos desnudas. No tenía
tiempo para espadas, lanzas ni hachas, y se negaba a tocarlas.
—¿Pero cómo lucharías contra alguien que tiene una espada? —le pregunté una
tarde, mientras nos disponíamos a recoger el campamento—. ¿Saldrías huyendo?
—¡Yo no huyo de nada! —replicó airadamente—. Vamos… Te lo voy a
demostrar.
Se frotó las manos, se colocó frente a mí y me instó a desenvainar la espada. Al
verme vacilar, me dio una palmada en el hombro y se mofó de mí.
—¿Es que tienes miedo?
—Claro que no —respondí bruscamente—. Es sólo que no quiero hacerte daño.
Se echó a reír a carcajadas.
—No hay nada que temer, ¿verdad, Larten?
—Yo no estaría tan seguro —objetó Mr. Crepsley—. Darren sólo es un semi-
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vampiro, pero es astuto. Podría ponerte a prueba, Vancha.
—Bien —dijo el Príncipe—. Me encanta enfrentarme a un digno oponente.
Miré a Mr. Crepsley con expresión suplicante.
—No quiero aprovecharme de un hombre desarmado.
—¿Desarmado? —exclamó Vancha—. ¡Tengo dos brazos! —Los agitó ante mí.
—Adelante —dijo Mr. Crepsley—. Vancha sabe lo que hace.
Desenvainando la espada, me encaré con Vancha y realicé una débil acometida.
Él no se movió. Se limitó a mirar mientras yo mantenía a distancia la punta de la
espada.
—Patético —suspiró.
—Esto es estúpido —le dije—. Yo no soy…
Antes de poder decir algo más, se lanzó hacia delante, me agarró por la garganta y
me hizo un pequeño y doloroso corte en el cuello con las uñas.
—¡Auch! —grité, apartándome de él a trompicones.
—La próxima vez, te cortaré la nariz —dijo amablemente.
—¡De eso nada! —rugí, haciendo oscilar mi espada hacia él, esta vez de la forma
adecuada.
Vancha esquivó sin esfuerzo la trayectoria de la hoja.
—Bien —dijo con una amplia sonrisa—. Esto me gusta más.
Me rodeó, con sus ojos clavados en los míos, flexionando lentamente los dedos.
Mantuve baja la punta de mi espada hasta que se detuvo, y entonces le lancé una
estocada. Esperaba que se apartara, pero en vez de eso alzó la mano derecha y desvió
la hoja con la palma, como si fuera un bastón plano. Mientras yo pugnaba por volver
a la posición inicial, él intervino sujetándome la mano por encima de la muñeca y
retorciéndomela bruscamente, lo que me obligó a soltar la espalda… y me encontré
desarmado.
—¿Lo ves? —sonrió, retrocediendo y levantando las manos en señal de que el
combate había acabado—. Si hubiera sido en serio, estarías jodido.
Vancha era un malhablado, y esa era una de sus groserías más suaves.
—¡Pues vaya proeza! —dije contrariado, frotándome la muñeca lastimada—. Has
derrotado a un semi-vampiro. Pero no podrías ganarle a un vampiro completo ni a un
vampanez.
—Claro que puedo —insistió—. Las armas son las herramientas del temor, y sólo
las usan los que tienen miedo. El que aprende a luchar con sus propias manos siempre
tiene ventaja sobre los que confían en espadas y cuchillos. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque ellos esperan ganar —sonrió abiertamente—. Las armas son falsas (no
forman parte de la naturaleza) e infunden una falsa confianza. Cuando yo lucho,
tengo bien presente que puedo morir. Incluso ahora, cuando entrenaba contigo, asumí
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que podía morir y me resigné a ello. Morir es lo peor que puede ocurrirte en este
mundo, Darren…, pero si lo asumes, esa idea no tendrá poder sobre ti.
Recogió mi espada, me la tendió y se quedó mirándome, esperando ver mi
reacción. Tuve la sensación de que él quería que la tirara… y yo estuve tentado de
hacerlo para ganarme su respeto. Pero me habría sentido desnudo sin ella, así que la
devolví a su funda y bajé los ojos, ligeramente avergonzado.
Vancha me cogió por la nuca, oprimiendo suavemente.
—No dejes que esto te afecte —dijo—. Eres joven. Tienes mucho tiempo para
aprender. —Entornó los ojos al pensar en Mr. Tiny y el Señor de los Vampanezes, y
añadió sombríamente—: Eso espero.
***
Le pedí a Vancha que me enseñara a luchar con las manos desnudas. Me había
adiestrado en el combate sin armas en la Montaña de los Vampiros, pero había sido
contra oponentes igualmente desarmados. Aparte de unas cuantas lecciones sobre lo
que tenía que hacer si perdía mi arma durante el combate, nunca me habían enseñado
cómo enfrentarme a un adversario completamente armado sólo con mis manos.
Vancha dijo que se tardaba años en llegar a dominar la técnica, y podía prepararme
para un montón de cortes y cardenales mientras la aprendía. Deseché tales temores:
me encantaba la idea de ser capaz de derrotar a un vampanez armado con las manos
desnudas.
No podía empezar mi entrenamiento en los caminos, pero Vancha me habló de
unas cuantas técnicas básicas de bloqueo mientras descansábamos durante el día, y
prometió darme una lección práctica cuando llegáramos a la casa de Lady Evanna.
El Príncipe no me habló de la bruja más de lo que lo había hecho Mr. Crepsley,
aunque sí me dijo que era al mismo tiempo la más bella y la más fea de las mujeres…
¡lo cual no tenía el menor sentido!
Yo pensaba que Vancha sería el más ferviente enemigo de los vampanezes (los
vampiros que más despreciaban a los vampanezes solían ser aquellos más fieles a las
viejas costumbres), pero para mi sorpresa, él no tenía nada contra ellos.
—Los vampanezes son nobles y leales —dijo un par de noches antes de que
llegáramos a la casa de Evanna—. No estoy de acuerdo con sus hábitos alimenticios
(no necesitamos matar cuando bebemos), pero por lo demás, los admiro.
—Vancha propuso a Kurda Smahlt como Príncipe —indicó Mr. Crepsley.
—Yo admiraba a Kurda —dijo Vancha—. Era conocido por su cerebro, pero
también tenía agallas. Era un vampiro notable.
—¿Tú no…? —Mi pregunta acabó en un carraspeo.
—Di lo que estás pensando —me instó Vancha.
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—¿No te sientes mal por haberlo nominado después de lo que hizo, conduciendo
a los vampanezes contra nosotros?
—No —dijo Vancha con franqueza—. No apruebo sus actos, y si hubiera estado
en el Consejo, ni siquiera habría hablado en su defensa. Pero él siguió el dictado de
su corazón. Lo que hizo fue por el bien del clan. Aunque actuara equivocadamente,
no creo que Kurda haya sido realmente un traidor. Actuó mal, pero sus motivos eran
nobles.
—Estoy de acuerdo —dijo Harkat, uniéndose a la conversación—. Creo que
Kurda fue tratado injustamente. Fue justo que le condenaran a muerte cuando le
capturaron, pero… no que dijeran que era un villano, y negarse a mencionar su
nombre… en la Cámara de los Príncipes.
No respondí a eso. Yo le había tenido un inmenso aprecio a Kurda, y sabía que
había hecho cuanto pudo para salvar a los vampiros de la amenaza del Lord
Vampanez. Pero había matado a uno de mis amigos (Gavner Purl) y provocado la
muerte de muchos otros, incluida Arra Sails, la vampiresa que una vez fue la pareja
de Mr. Crepsley.
Conocí la identidad del verdadero enemigo de Vancha un día antes de llegar al
final de la primera etapa de nuestro viaje. Yo estaba durmiendo, pero me picaba la
cara (un efecto secundario de la purga) y me desperté antes del mediodía. Me senté,
rascándome el mentón, y descubrí a Vancha en los límites del campamento, con la
ropa arrojada a un lado (salvo una tira de piel de oso atada a la cintura), frotando
saliva sobre su piel.
—¿Vancha? —dije en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?
—Voy a dar un paseo —dijo, y siguió frotando saliva sobre sus hombros y sus
brazos.
Miré hacia el cielo. Era un día soleado y apenas había nubes que bloquearan los
rayos del Sol.
—Vancha, estamos en pleno día —dije.
—¿De veras? —respondió con sarcasmo—. Jamás me hubiera dado cuenta.
—La luz del Sol quema a los vampiros —dije, preguntándome si se habría dado
un golpe en la cabeza y olvidado lo que era.
—No inmediatamente —contestó, y entonces me miró duramente—. ¿Te has
preguntado por qué el Sol quema a los vampiros?
—Bueno, no, no exactamente…
—No hay una razón lógica —dijo Vancha—. Según las historias que cuentan los
humanos, es porque somos malvados, y los seres malvados no pueden mirar el Sol.
Pero eso es un disparate. No somos malvados, y aunque lo fuéramos, seguiríamos
siendo capaces de movernos durante el día.
—Como los lobos —continuó—. Supuestamente descendemos de ellos, pero
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ellos pueden soportar la luz del Sol. Incluso auténticas criaturas nocturnas, como los
murciélagos y los búhos, pueden sobrevivir de día. La luz del Sol puede confundirles,
pero no los mata. Entonces, ¿por qué mata a los vampiros?
Meneé la cabeza, confundido.
—No lo sé. ¿Por qué?
Vancha soltó una carcajada.
—¡Maldito si lo sé! Nadie lo sabe. Hay quien afirma que nos maldijo una bruja o
un hechicero, pero lo dudo: el mundo está lleno de siervos de las artes oscuras, pero
ninguno con el poder de lanzar una maldición tan letal. Tengo el presentimiento de
que fue Desmond Tiny.
—¿Qué tiene que ver Mr. Tiny con esto? —pregunté.
—Según las antiguas leyendas (olvidadas por la mayoría), Tiny creó a los
primeros vampiros. Se dice que hizo experimentos con lobos, mezclando su sangre
con la de los humanos, y el resultado fue… —Se dio unos golpecitos en el pecho.
—Eso es ridículo —resoplé.
—Tal vez. Pero si esas leyendas son ciertas, nuestra intolerancia al Sol también es
obra de Mr. Tiny. Se dice que tenía miedo de que nos volviéramos demasiado
poderosos y nos apoderásemos del mundo, así que contaminó nuestra sangre y nos
hizo esclavos de la noche. —Dejó de restregarse saliva y se quedó mirando hacia lo
alto, con los ojos entornados bajo los desorientadores rayos del Sol—. No hay nada
tan terrible como la esclavitud —dijo en voz baja—. Si las historias son ciertas y
somos esclavos de la noche por intervención de Mr. Tiny, sólo hay un modo de
recuperar nuestra libertad: ¡luchar! ¡Hay que agarrar al enemigo, mirarlo a la cara y
escupirle en un ojo!
—¿Te refieres a luchar con Mr. Tiny?
—No directamente. Es demasiado escurridizo para dejarse atrapar.
—Entonces, ¿a quién?
—Debemos luchar con su lacayo —dijo. Y al notar mi confusión, precisó—: El
Sol.
—¿El Sol? —Me eché a reír, pero me detuve al ver lo serio que estaba—. ¿Cómo
se puede luchar contra el Sol?
—Simple —dijo Vancha—. Te enfrentas a él, aguantas sus golpes y vuelves a por
más. Durante años, me he estado sometiendo a los rayos del Sol. Cada pocas
semanas, paseo de día alrededor de una hora, dejando que el Sol me queme, curtiendo
mi piel y mis ojos, absorbiéndolo, viendo cuánto tiempo puedo sobrevivir.
—¡Estás loco! —reí—. ¿De veras crees que puedes llegar a ser más fuerte que el
Sol?
—No veo por qué no —dijo—. Un adversario es un adversario. Si se le puede
encerrar, se le puede vencer.
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—¿Y has hecho algún progreso? —pregunté.
—La verdad es que no —suspiró—. Estoy igual que al principio. La luz me deja
medio ciego. Tardo casi un día entero en volver a ver con normalidad y que se me
pase la jaqueca. Los rayos producen enrojecimiento en diez o quince minutos, y poco
después empiezas a sentir el dolor. Un par de veces conseguí soportarlo casi ochenta
minutos, pero acabé con graves quemaduras, y tuve que guardar reposo absoluto
durante cinco o seis noches para recuperarme.
—¿Cuándo comenzaste esta guerra tuya?
—Veamos… —meditó—. Tenía unos doscientos años cuando empecé… —La
mayoría de los vampiros no están seguros de su edad exacta: cuando has vivido tanto
como ellos, los cumpleaños dejan de importarte tanto—… y ahora tengo más de
trescientos, así que supongo que fue hace más de un siglo.
—¡Un siglo! —jadeé—. ¿Alguna vez has oído la frase «darse cabezazos contra
una pared de ladrillos»?
—Por supuesto —dijo, con una sonrisita de suficiencia—. Pero olvidas, Darren,
que los vampiros podemos romper paredes con la cabeza.
Dicho esto, me guiñó un ojo y caminó hacia la luz del Sol, silbando ruidosamente,
para enzarzarse en su loca batalla contra una enorme bola de gas ardiente suspendida
en el cielo a millones y millones de kilómetros de aquí.
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CAPÍTULO 12
Brillaba la Luna llena cuando llegamos al hogar de Lady Evanna. Aún así, habría
pasado de largo ante el claro si Mr. Crepsley no me hubiera dado un codazo diciendo:
—Ya estamos aquí.
Más tarde supe que Evanna había lanzado un hechizo enmascarador sobre el
lugar, así que, a menos que supieras dónde mirar, tus ojos se deslizarían sobre su
hogar sin reparar en él.
Miré fijamente justo enfrente de mí, pero durante unos segundos no vi más que
árboles. Luego, el poder del hechizo disminuyó, los árboles imaginarios se
desvanecieron y me encontré mirando la superficie de un estanque cristalino, en el
que resplandecía débilmente la blancura de la luz de la Luna. Al otro lado del
estanque había una colina, y allí pude ver la oscura y arqueada entrada de una enorme
cueva.
Mientras bajábamos paseando por una suave ladera hacia el estanque, el aire
nocturno se llenó de croares. Me detuve, alarmado, pero Vancha sonrió y dijo:
—Ranas. Están avisando a Evanna. Se callarán en cuanto ella les diga que no hay
peligro.
Momentos después, cesó el coro de ranas y volvimos a caminar en silencio. Al
bordear la orilla del estanque, Mr. Crepsley y Vancha nos advirtieron a Harkat y a mí
que no pisáramos ninguna rana, de las que había miles inmóviles o en las frescas
aguas.
—Estas ranas dan miedo —susurró Harkat—. Siento como si nos estuvieran…
vigilando.
—Lo están —dijo Vancha—. Vigilan el estanque y la cueva, protegiendo a
Evanna de los intrusos.
—¿Qué podrían hacer un puñado de ranas contra unos intrusos? —reí.
Vancha se detuvo y cogió una rana. La sostuvo bajo la luz de la Luna, y le
oprimió suavemente los costados. La rana abrió la boca y disparó una larga lengua.
Vancha cogió la lengua con el índice y el pulgar de la otra mano, procurando no tocar
los bordes.
—¿Ves esas bolsas diminutas que tiene a los lados? —preguntó.
—¿Esos bultos amarillo-rojizos? —dije—. ¿Qué pasa con ellos?
—Que están llenos de veneno. Si esta rana te enrosca la lengua en el brazo o la
pantorrilla, esas bolsas explotarán y el veneno se filtrará a través de tu piel. —Movió
torvamente la cabeza—. Morirías en treinta segundos.
Vancha dejó la rana sobre la hierba húmeda y le soltó la lengua. Ella se alejó
saltando, continuando con lo suyo. ¡Harkat y yo anduvimos con extremada
precaución después de aquello!
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Al llegar a la entrada de la cueva, nos detuvimos. Mr. Crepsley y Vancha se
sentaron, poniendo a un lado sus mochilas. Vancha sacó un hueso que había estado
masticando durante las dos últimas noches y volvió a centrarse en él, deteniéndose
sólo para escupir sobre alguna rana que ocasionalmente merodeara demasiado cerca
de nosotros.
—¿No vamos a entrar? —pregunté.
—No sin ser invitados —respondió Mr. Crepsley—. Evanna no acoge
amablemente a los intrusos.
—¿No hay ninguna campanilla para que podamos llamar?
—Evanna no necesita campanillas —dijo—. Sabe que estamos aquí y vendrá a
recibirnos a su debido tiempo.
—Evanna no es una dama a la que se deba apresurar —coincidió Vancha—. A un
amigo mío se le ocurrió una vez entrar silenciosamente en la cueva para darle una
sorpresa. —Masticó el hueso con regocijo—. Ella lo llenó de enormes verrugas por
todas partes. Parecía un… un… —Frunció el ceño—. Es difícil describirlo, porque
nunca había visto nada igual… ¡y eso que he visto de todo en mi vida!
—¿Y tenemos que estar aquí, si es tan peligrosa? —pregunté, intranquilo.
—Evanna no nos hará daño —me aseguró Mr. Crepsley—. Tiene mucho
temperamento y lo mejor es no irritarla, pero nunca mataría a nadie que lleve sangre
de vampiro, a menos que la provoque.
—Tú sólo procura no llamarla bruja —advirtió Vancha; ya debía ser la centésima
vez.
Media hora después de habernos instalado ante la cueva, docenas de ranas (más
grandes que las que pululaban por el estanque) salieron saltando. Formaron un círculo
a nuestro alrededor y se sentaron, parpadeando lentamente, rodeándonos. Me dispuse
a levantarme, pero Mr. Crepsley dijo que me quedara sentado. Momentos después,
una mujer surgió de la cueva. Era la mujer más fea y desaliñada que había visto
nunca. Era bajita (apenas mayor que el achaparrado Harkat Mulds), con el cabello
largo, oscuro y descuidado.
Tenía una marcada musculatura y piernas gruesas y fuertes. Sus orejas eran
puntiagudas, su nariz, diminuta (parecía tener sólo un par de agujeros sobre el labio
superior), y sus ojos, rasgados. Cuando se acercó más, vi que uno era marrón y el
otro, verde. Pero más extraño aún era cómo se alternaban los colores: durante un
instante, el ojo izquierdo era marrón, y al siguiente, lo era el derecho.
Era extraordinariamente peluda. Sus brazos y piernas estaban cubiertos de pelo
negro; sus cejas eran como dos enormes orugas peludas; por sus orejas y fosas
nasales asomaban matojos de pelo; tenía una barba tupida y un mostacho que habría
dejado en ridículo al de Otto Von Bismarck.
Sus dedos eran sorprendentemente cortos. Al ser una bruja, yo había esperado que
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tuviera unas zarpas huesudas, aunque supongo que había sacado esa imagen de los
libros y comics que leía cuando era niño. Llevaba las uñas cortas, excepto en ambos
meñiques, donde crecían largas y afiladas.
No vestía ropa tradicional, ni pieles de animales como Vancha. En su lugar, iba
vestida con cuerdas. Unas cuerdas largas, estrechamente entrelazadas, de color
amarillo, que se enrollaban alrededor de su pecho y la parte inferior de su cuerpo,
dejando al descubierto sus brazos, piernas y estómago.
Difícilmente habría podido imaginarme una mujer más pavorosa y repulsiva, y la
inquietud me revolvió las tripas mientras se acercaba a nosotros arrastrando los pies.
—¡Vampiros! —bufó, abriéndose paso entre las filas de ranas, que se apartaban a
medida que avanzaba—. ¡Siempre estos feos y condenados vampiros! ¿Por qué nunca
llama a mi puerta un humano atractivo?
—Probablemente tendrán miedo de que te los comas —rió Vancha en respuesta, y
seguidamente se levantó y la abrazó. Ella le devolvió el abrazo con fuerza,
levantando del suelo al Príncipe Vampiro.
—Mi pequeño Vancha —lo arrulló, como si mimara a un bebé—. Has engordado,
Alteza.
—Y tú estás más fea que nunca, Señora —gruñó él, boqueando sin aliento.
—Sólo lo dices para adularme —respondió ella, riendo tontamente, y luego lo
bajó y se volvió hacia Mr. Crepsley—. Larten —dijo, con una cortés inclinación de
cabeza.
—Evanna —respondió él, levantándose y dedicándole una reverencia.
Entonces, sin previo aviso, le lanzó una patada. Pero, a pesar de lo rápido que era,
la bruja lo fue aún más. Le agarró la pierna y se la retorció, haciéndolo girar y caer de
bruces al suelo. Antes de que pudiera reaccionar, Evanna saltó sobre su espalda, lo
sujetó por la barbilla y le levantó la cabeza con brusquedad.
—¿Te rindes? —gritó.
—¡Sí! —resolló él, poniéndose colorado…, pero no de vergüenza, sino de dolor.
—Chico listo —rió ella, dándole un beso fugaz en la frente.
Luego se levantó y nos examinó a Harkat y a mí, recorriendo a Harkat con un
curioso ojo verde, y a mí con el marrón.
—Lady Evanna —dije, tan educadamente como pude, intentando que no me
castañetearan los dientes.
—Encantada de conocerte, Darren Shan —respondió—. Bienvenido.
—Señora —dijo Harkat, inclinándose cortésmente. Él no estaba tan nervioso
como yo.
—Hola, Harkat —dijo ella, devolviéndole la reverencia—. Tú también eres
bienvenido…, como lo eras antes.
—¿Antes? —repitió él.
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—Esta no es tu primera visita —respondió ella—. Has cambiado en muchos
sentidos, por dentro y por fuera, pero te reconozco. Tengo ese don. Las apariencias no
pueden engañarme durante mucho tiempo.
—¿Quiere decir que… sabe quién era yo… antes de convertirme en una
Personita? —preguntó Harkat, asombrado. Cuando Evanna asintió, avanzó
ansiosamente hacia ella—: ¿Quién era yo?
La bruja meneó la cabeza.
—No puedo decírtelo. Eso es algo que debes descubrir tú.
Harkat quiso insistir, pero antes de que lo hiciera, ella clavó en mí su mirada y se
me acercó, tomando mi barbilla entre varios dedos fríos y ásperos.
—Así que este es el Príncipe niño —murmuró, girando mi cabeza de izquierda a
derecha—. Pensaba que eras más joven.
—Pasó la purga mientras veníamos hacía aquí —la informó Mr. Crepsley.
—Eso lo explica. —No había soltado mi rostro, y sus ojos aún me escudriñaban,
como buscando algún signo de debilidad.
—Así que… —dije, sintiendo que debía decir algo, y soltando lo primero que se
me pasó por la cabeza—… usted es bruja, ¿eh?
Mr. Crepsley y Vancha lanzaron un gemido.
Evanna echó fuego por las fosas nasales y disparó la cabeza hacia delante, de
modo que sólo unos escasos milímetros separaban nuestros rostros.
—¿Qué me has llamado? —siseó.
—Hum… Nada… Perdone. No quería decir eso. Yo…
—¡A vosotros debería daros vergüenza! —rugió, volviéndome la espalda para
encararse con los acobardados Mr. Crepsley y Vancha March—. ¡Le dijisteis que yo
era una bruja!
—¡No, Evanna! —se apresuró a decir Vancha.
—Nosotros le dijimos que no te llamara así —le aseguró Mr. Crepsley.
—Debería sacaros las tripas a los dos —gruñó Evanna, levantando el meñique
hacia ellos—. Y lo haría si Darren no estuviera aquí…, pero no me gustaría causarle
una primera mala impresión.
Lanzándoles una intensa y furibunda mirada, relajó el meñique. Mr. Crepsley y
Vancha se relajaron también. Yo apenas podía creerlo. Había visto a Mr. Crepsley
enfrentarse a vampanezes completamente armados sin inmutarse, y seguro que
Vancha tampoco perdía la calma ni ante el mayor de los peligros. ¡Y ahí estaban,
temblando ante una mujer bajita y fea, que lo más amenazante que poseía eran un par
de largas uñas!
Empecé a reírme de los vampiros, pero entonces Evanna se dio la vuelta y la risa
murió en mis labios. Su rostro había cambiado, y ahora parecía más animal que
humana, con una boca enorme y largos colmillos. Di un paso atrás, asustado.
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—¡Cuidado con las ranas! —exclamó Harkat, cogiéndome del brazo para evitar
que pisara a uno de los venenosos guardianes.
Miré hacia abajo para asegurarme de que no había pisado ninguna rana. Cuando
volví a levantar la vista, el rostro de Evanna había vuelto a la normalidad. Estaba
sonriendo.
—Apariencias, Darren —dijo—. Nunca dejes que te engañen.
El aire resplandeció a su alrededor. Cuando el brillo se apagó, ella era alta, esbelta
y hermosa, con cabellos dorados y un vaporoso vestido blanco. Me quedé
boquiabierto, mirándola con descaro, impresionado por su belleza.
Ella chasqueó los dedos y recuperó su forma original.
—Soy una hechicera —dijo—. Una norna. Una encantadora. Una sacerdotisa de
los arcanos. No soy… —añadió, lanzando una penetrante mirada a Mr. Crepsley y a
Vancha—… una bruja. Soy una criatura que posee muchas habilidades mágicas.
Estas me permiten adoptar cualquier forma que elija… al menos en la mente de
aquellos que me ven.
—Entonces, ¿por qué…? —empecé a decir, antes de recordar mis modales.
—¿…elijo esta forma tan fea? —terminó ella en mi lugar. Asentí, sonrojándome
—. Me siento cómoda así. La belleza no significa nada para mí. Las apariencias son
lo que menos importa en mi mundo. Esta es la forma que asumí la primera vez que
tomé forma humana, y por eso es la forma que utilizo más a menudo.
—Yo te prefiero cuando eres hermosa —murmuró Vancha, y carraspeó
ásperamente al darse cuenta de que había hablado en voz alta.
—Ten cuidado, Vancha —dijo Evanna, riendo entre dientes—, o me ocuparé de ti
como hice con Larten hace muchos años. —Me miró enarcando una ceja—. ¿Nunca
te ha contado cómo se hizo esa cicatriz?
Contemplé la larga cicatriz que recorría el lado izquierdo del rostro de Mr.
Crepsley, y moví negativamente la cabeza. El vampiro se sonrojó hasta adquirir un
intenso tono carmesí.
—Por favor, Señora —suplicó—, no hables de eso. Yo era joven y estúpido.
—Ya lo creo que lo eras —asintió Evanna, propinándome un malicioso codazo en
las costillas—. Yo llevaba uno de mis rostros hermosos. Larten estaba un poco bebido
e intentó besarme. Tuve que hacerle un arañacito para enseñarle modales.
Me quedé asombrado. ¡Siempre había pensado que se había hecho aquella cicatriz
luchando contra un vampanez o algún fiero animal de los bosques!
—Qué cruel eres, Evanna —dijo Mr. Crepsley con tono abatido, acariciándose
tristemente la cicatriz.
Vancha se reía tan fuerte que le chorreaban los mocos por la nariz.
—¡Larten! —aulló—. ¡Espera a que se lo diga a los otros! Siempre me había
preguntado por qué eras tan modesto respecto a tu cicatriz. Normalmente, los
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vampiros alardeamos de nuestras heridas, pero tú…
—¡Cállate! —ladró Mr. Crepsley con inusual brusquedad.
—Yo podría haberlo curado —dijo Evanna—. Si se la hubiera cosido
inmediatamente, ahora no se le notaría ni la mitad. Pero salió huyendo como un perro
apaleado y no volvió en treinta años.
—No me sentía querido —repuso Mr. Crepsley con voz queda.
—Pobre Larten —dijo ella, sonriendo con satisfacción—. Creías ser un auténtico
conquistador cuando eras un joven vampiro, pero… —Hizo una mueca y soltó una
maldición—. Sabía que me olvidaba de algo. Pensaba colocarlas cuando llegarais,
pero me distraje.
Murmurando para sí misma, se volvió hacia las ranas e hizo unos sonidos graves
y croantes.
—¿Qué está haciendo? —le pregunté a Vancha.
—Habla con las ranas —dijo él, aún exhibiendo una amplia sonrisa por lo de la
cicatriz de Mr. Crepsley.
Harkat jadeó y cayó de rodillas.
—¡Darren! —gritó, señalando una rana. Me acuclillé a su lado, y vi que en la
espalda de la rana había una imagen inquietantemente fiel de Paris Skyle, en verde
oscuro y negro.
—Qué raro —dije, y toqué suavemente la imagen, preparado para retirar la mano
si la rana abría la boca. Con el ceño fruncido, recorrí las líneas con mayor firmeza—.
Oye —le dije—, no está pintada. Creo que es una marca de nacimiento.
—No puede ser —dijo Harkat—. Ninguna marca de nacimiento podría parecerse
tanto… a una persona, especialmente a una que… ¡Eh! ¡Ahí hay otra!
Me volví en la dirección que me indicaba.
—Ese no es Paris —dije.
—No —convino Harkat—, pero es una cara. Y allí hay una tercera. —Señaló una
rana distinta.
—Y una cuarta —observé, levantándome y mirando atentamente a mi alrededor.
—Tienen que estar pintadas —dijo Harkat.
—No lo están —dijo Vancha. Se inclinó, cogió una rana y nos la tendió para que
la examináramos. Al mirarla de cerca, a la brillante luz de la Luna, pudimos ver que
las marcas estaban, efectivamente, bajo la capa superior de la piel de la rana.
—Os dije que Evanna criaba ranas —nos recordó Mr. Crepsley. Cogió la rana de
las manos de Vancha y recorrió la forma de un rostro, recio y barbudo—. Es una
combinación de naturaleza y magia. Busca ranas con acusadas marcas naturales, las
acentúa mediante la magia y las cruza, produciendo rostros. Ella es la única en el
mundo que puede hacerlo.
—Aquí estamos —dijo Evanna, apartándonos a Vancha y a mí y conduciendo a
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nueve ranas hacia Mr. Crepsley—. Me sentía culpable por causarte esa cicatriz,
Larten. No debería haberte hecho un corte tan profundo.
—Está olvidado, Señora —sonrió él gentilmente—. Ahora, esta cicatriz es parte
de mí. Estoy orgulloso de ella —miró ferozmente a Vancha—, aunque algunos sólo
sepan burlarse.
—Aun así —dijo ella—, me fastidia. Te he hecho regalos durante años (como
esos cacharros de cocina), pero no me he quedado satisfecha.
—No es necesario… —empezó Mr. Crepsley.
—¡Calla y déjame acabar! —rugió ella—. Creo que por fin tengo un regalo que te
compensará. No es algo que se pueda tocar, sólo un poco… simbólico.
Mr. Crepsley bajó la mirada hacia las ranas.
—Espero que no estés pensando en darme estas ranas.
—No exactamente.
Evanna croó una orden y las ranas empezaron a reorganizarse.
—Supe que Arra Sails murió luchando con los vampanezes hace seis años —dijo.
Mr. Crepsley bajó la cara ante la mención del nombre de Arra. Había estado muy
unido a ella y le costaba superar su muerte.
—Murió valerosamente —dijo.
—Imagino que no tendrás nada suyo, ¿verdad?
—¿Como qué?
—Un mechón de pelo, un cuchillo que ella apreciara, un pedazo de su ropa…
—Los vampiros no nos permitimos semejantes idioteces —repuso él con
aspereza.
—Pues deberíais —suspiró Evanna. Las ranas dejaron de moverse, ella las miró,
asintió y se apartó.
—¿Qué están…? —empezó Mr. Crepsley, pero se quedó callado cuando su
mirada reparó en las ranas y en el enorme rostro extendido sobre sus espaldas.
Era el rostro de Arra Sails, una parte de él en la espalda de cada rana. Era un
rostro perfecto en cada detalle, y ostentaba más colores que los de las otras ranas:
Evanna trabajó con amarillos, azules y rojos, trayendo a la vida sus ojos, sus mejillas,
sus labios, su cabello. Los vampiros no pueden ser fotografiados (sus átomos rebotan
de una manera muy extraña, imposible de capturar en una película), pero aquello era
lo más parecido a una foto de Arra Sails que uno pudiera imaginar.
Mr. Crepsley no se movía. Su boca era una delgada línea que atravesaba la mitad
inferior de su rostro, pero sus ojos estaban llenos de calidez, tristeza… y amor.
—Gracias, Evanna —susurró.
—No hay por qué darlas —dijo ella, con una suave sonrisa, y luego se volvió
hacia nosotros—. Creo que deberíais dejarlo solo un rato. Entremos en la cueva.
La seguimos en silencio. Hasta el habitualmente bullicioso Vancha March se
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quedó callado, y se detuvo sólo para oprimir un hombro a Mr. Crepsley en un gesto
consolador. Las ranas vinieron saltando detrás de nosotros, excepto las nueve con los
rasgos de Arra cubriendo sus espaldas. Se quedaron allí, conservando su forma, y
haciendo compañía a Mr. Crepsley mientras él seguía mirando tristemente el rostro de
la que una vez fue su compañera, rememorando vívidamente el doloroso pasado.
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CAPÍTULO 13
Evanna nos había preparado una fiesta, pero sólo a base de verduras y frutas: ella
era vegetariana, y no permitía que nadie comiera carne en su cueva. Vancha le
tomaba el pelo con eso («¿Aún comiendo como las vacas, Señora?»), pero se comió
su ración, como Harkat y yo, aunque escogió sólo lo que no había sido cocinado.
—¿Cómo puede comerse eso? —le pregunté, revuelto, mientras se metía en la
boca un nabo crudo.
—Todo está en la mente —dijo, guiñándome un ojo y mordiéndolo con ganas—.
¡Yum! ¡Un gusano!
Mr. Crepsley se reunió con nosotros cuando estábamos acabando. Estuvo de un
humor sombrío durante el resto de la noche, hablando poco, con la mirada perdida en
el vacío.
La cueva era mucho más lujosa que las cavernas de la Montaña de los Vampiros.
Evanna había hecho de ella un verdadero hogar, con camas de suaves plumas,
cuadros maravillosos en las paredes y enormes lámparas de velas que lo envolvían
todo con un resplandor rosáceo. Había divanes para tumbarse, abanicos para
refrescarse, fruta exótica y vino. Después de tantos años de vida espartana, esto
parecía un palacio.
Mientras nos relajábamos y hacíamos la digestión, Vancha se aclaró la garganta y
abordó la razón de nuestra presencia allí.
—Evanna, hemos venido a hablar de…
Ella lo hizo callar con un rápido movimiento de la mano.
—Esta noche, no —insistió—. Los asuntos oficiales pueden esperar hasta
mañana. Este es un momento para la amistad y el descanso.
—Muy bien, Señora. Estos son tus dominios, y acataré tus deseos.
Tumbado de espaldas, Vancha eructó ruidosamente y luego buscó un lugar donde
escupir. Evanna le arrojó una pequeña olla plateada.
—¡Ah! —dijo él, con una sonrisa radiante—. ¡Una escupidera!
Se inclinó y escupió con fuerza en el interior. Sonó un ligero ‘ping’ y Vancha
lanzó un gruñido de satisfacción.
—Estuve limpiando durante días la última vez que me visitó —nos comentó
Evanna a Harkat y a mí—. Charcos de saliva por todas partes. Con un poco de suerte,
la escupidera lo mantendrá a raya. Si sólo hubiera algo donde pudiera pegar lo que se
saca de la nariz…
—¿Tienes quejas de mí? —preguntó Vancha.
—Por supuesto que no, Alteza —respondió ella con sarcasmo—. ¿Qué mujer
pondría objeciones a un hombre que invade su hogar y le cubre el suelo de mocos?
—Es que yo no te veo como a una mujer, Evanna —rió él.
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—¿Eh? —Había hielo en su tono—. Entonces, ¿cómo me ves?
—Como a una bruja —repuso él, con inocencia, y acto seguido saltó del diván y
salió corriendo de la cueva antes de que ella le lanzara un hechizo.
Más tarde, cuando Evanna hubo recuperado su sentido del humor, Vancha regresó
a su diván, sacudió un almohadón, se tumbó y empezó a mordisquearse una verruga
que tenía en la palma de la mano izquierda.
—Creía que sólo dormías en el suelo —observé.
—Normalmente, sí —admitió—, pero sería una descortesía rechazar la
hospitalidad de otros, especialmente cuando tu anfitriona es la Señora de las Tierras
Salvajes.
Me senté, sintiendo curiosidad.
—¿Por qué la llaman Señora? ¿Es una princesa?
La risa de Vancha resonó en la cueva.
—¿Lo has oído, Señora? ¡El chico cree que eres una princesa!
—¿Y qué tiene eso de raro? —preguntó ella, acariciándose el mostacho—. ¿No
son como yo todas las princesas?
—Debajo del Paraíso, tal vez —respondió Vancha, riendo entre dientes.
Los vampiros creen que las almas de los vampiros buenos, al morir, viajan más
allá de las estrellas, hacia el Paraíso. No existe el infierno en la mitología de los
vampiros (la mayoría cree que las almas de los vampiros malos se quedan atrapadas
en la Tierra), pero ocasionalmente hay quien se refiere a él diciendo «debajo del
Paraíso».
—No —dijo Vancha, ya en serio—. Evanna es mucho más importante y
majestuosa que cualquier simple princesa.
—Vaya, Vancha —zureó ella—, eso es casi un cumplido.
—Puedo hacer cumplidos cuando quiero —respondió él, y a continuación soltó
una sonora ventosidad—. ¡Y pedorretas también!
—Qué asqueroso —dijo Evanna con desprecio, aunque esforzándose por ocultar
una sonrisa.
—Darren estuvo preguntando por ti en el camino —le dijo Vancha a Evanna—.
No le contamos nada de tu pasado. ¿Te importaría ponerlo al corriente?
Evanna meneó la cabeza.
—Ya te lo he dicho, Vancha. No estoy de humor para contar historias. Pero sé
breve —añadió, cuando lo vio abrir la boca para empezar.
—Lo seré —prometió él.
—Y no seas grosero.
—¡Lady Evanna! —exclamó con voz ahogada—. ¿Cuándo lo he sido? —Con una
gran sonrisa, se pasó una mano por los verdes cabellos, reflexionó un instante, y
luego comenzó, con una voz suave que yo nunca le había oído—. Prestad atención,
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niños —dijo, y entonces, enarcando una ceja, continuó con su voz de siempre—: Esa
es la forma de empezar una historia. Los seres humanos empiezan diciendo «Érase
una vez», pero ¿qué sabrán los humanos…?
—Vancha —lo interrumpió Evanna—. Te dije que fueras breve.
Vancha hizo una mueca, y volvió a empezar con aquella voz suave.
—Prestad atención, niños… Nosotros, criaturas de la noche, no fuimos hechos
para concebir descendencia. Nuestras mujeres no pueden dar a luz, y nuestros
hombres no pueden engendrar hijos. Así ha sido desde que el primer vampiro caminó
bajo la luz de la Luna, y así creímos que sería siempre.
»Pero hace setecientos años, vivió un vampiro llamado Corza Jarn. Era corriente
en todos los aspectos, abriéndose camino en el mundo, hasta que se enamoró y unió a
una vampiresa llamada Sarfa Grail. Fueron felices, cazando y luchando lado a lado, y
cuando el primer periodo de su emparejamiento terminó, estuvieron de acuerdo en
volver a unirse».
Así funcionaban los «matrimonios» entre vampiros. Un vampiro no acepta
permanecer junto a otro de por vida, sino sólo por periodos de diez, quince o veinte
años. Una vez pasado ese tiempo, pueden decidir seguir juntos una o dos décadas
más, o irse cada uno por su lado.
—A la mitad de su segundo periodo —continuó Vancha—, el desasosiego se
adueñó de Corza. Deseaba tener un bebé con Sarfa, criar a su propio hijo. Se negaba a
aceptar sus entonces naturales limitaciones, y fue en busca de un remedio para la
esterilidad de los vampiros. Durante décadas buscó en vano, con la leal Sarfa a su
lado. Pasaron cien años. Doscientos. Sarfa murió durante la búsqueda, pero eso no
detuvo a Corza: le hizo buscar aún con más ahínco una solución. Finalmente,
cuatrocientos años después, su búsqueda le condujo hasta ese entrometido del reloj:
Desmond Tiny.
»Ahora bien —dijo Vancha ásperamente—, no se sabe cuánto poder ejerce Mr.
Tiny sobre los vampiros. Algunos dicen que fue él quien nos creó, otros que una vez
fue uno de nosotros, y otros que simplemente es un observador interesado. Corza Jarn
no sabía más que los demás sobre la verdadera naturaleza de Mr. Tiny, pero creyó que
el mago podría ayudarle, y lo siguió alrededor del mundo, rogándole que pusiera fin a
la maldición de la esterilidad del clan de los vampiros.
»Durante dos siglos, Mr. Tiny se burló de Corza Jarn e ignoró sus súplicas. Le
dijo al vampiro (ya viejo y débil, al borde de la muerte) que dejara de preocuparse. Le
dijo que los niños no eran para los vampiros. Corza no quiso aceptarlo. Siguió
dándole la lata a Mr. Tiny, suplicándole que les diera una esperanza a los vampiros.
Le ofreció su alma a cambio de una solución, pero Mr. Tiny se burló, y dijo que si
quisiera el alma de Corza, sólo tenía que tomarla».
—Nunca había oído esa parte de la historia —lo interrumpió Evanna.
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Vancha se encogió de hombros.
—Las leyendas son flexibles. Creo que es bueno recordarle a la gente la
naturaleza cruel de Mr. Tiny, y eso es lo que hago cada vez que tengo la oportunidad.
»Al final —retomó la historia—, por sus propias razones, Mr. Tiny cedió. Dijo
que podría crear una mujer capaz de concebir hijos de un vampiro, pero añadió un
inconveniente: la mujer y su hijo harían al clan más poderoso de lo que nunca había
sido… ¡o lo destruirían por completo!
»Corza se quedó preocupado por las palabras de Mr. Tiny, pero había estado
buscando tanto y durante tanto tiempo, que no se dejó disuadir por la amenaza.
Aceptó las condiciones de Mr. Tiny, y lo dejó tomar parte de su sangre. Tiny mezcló
la sangre de Corza con la de una loba preñada y formuló sobre ella un extraño
encantamiento. La loba parió cuatro cachorros. Dos, con forma corriente, nacieron
muertos pero los otros dos sobrevivieron… ¡y tenían apariencia humana! ¡Eran un
niño y una niña!».
Vancha hizo una pausa y miró a Evanna. Harkat y yo la miramos también, con los
ojos como platos. La bruja hizo un mohín, se levantó e hizo una reverencia.
—Sí —dijo—. Yo era esa peluda cachorrita.
—Los niños crecieron deprisa —siguió Vancha—. En un año se hicieron adultos,
y abandonaron a su madre y a Corza para ir en busca de su destino en las tierras
salvajes. El chico se marchó primero, sin decir nada, y nadie sabe qué fue de él.
»Antes de irse, la chica le dio a Corza un mensaje para el clan. Él debía contarles
lo que había pasado, y decirles que ella se tomaría muy en serio su deber. También
debía decirles que no estaba preparada para la maternidad, y que ningún vampiro
debía ir a buscarla como pareja. Dijo que había muchas cosas que debía tomar en
consideración, y que pasarían siglos (quizá más) antes de que pudiera hacer su
elección.
»Y eso fue lo último que ningún vampiro supo de ella durante cuatrocientos
años».
Se detuvo por un momento, con aire pensativo, y luego cogió una banana y
empezó a comérsela, con piel y todo.
—Fin —farfulló.
—¿Fin? —exclamé—. ¡No puede acabar así! ¿Qué ocurrió luego? ¿Qué hizo ella
durante esos cuatrocientos años? ¿Escogió un compañero cuando volvió?
—No escogió ningún compañero —dijo Vancha—. Aún no. En cuanto a lo que
estuvo haciendo… —sonrió—, quizá deberíais preguntarle a ella.
Harkat y yo nos volvimos hacia Evanna.
—¿Y bien? —preguntamos al unísono.
Evanna frunció los labios.
—Estuve eligiendo un nombre —dijo.
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Me eché a reír.
—¡No puede haberse pasado cuatrocientos años eligiendo un nombre!
—Eso no fue todo lo que hice —admitió—, pero dediqué mucho tiempo a esa
elección. Los nombres son esenciales para las criaturas del destino. Yo debo
desempeñar un papel en el futuro, no sólo para el clan de los vampiros, sino para cada
criatura de este mundo. El nombre que eligiera guardaría relación con ese papel. Al
final, me decidí por Evanna. —Hizo una pausa—. Creo que fue una buena elección.
Levantándose, Evanna croó algo a sus ranas, que salieron por la entrada de la
cueva.
—Debo irme —dijo—. Ya hemos hablado suficiente del pasado. Estaré ausente la
mayor parte del día. Cuando vuelva, hablaremos de vuestra búsqueda y de la parte
que tengo en ella.
Se fue detrás de las ranas, y momentos después había desaparecido entre los ya
maduros rayos del amanecer.
Harkat y yo nos quedamos mirando fijamente la entrada. Entonces Harkat le
preguntó a Vancha si aquella leyenda que nos había contado era cierta.
—Tan cierta como pueda serlo cualquier leyenda —respondió Vancha
alegremente.
—¿Qué significa eso? —preguntó Harkat.
—Las leyendas cambian según se van contando —dijo Vancha—. Setecientos
años es mucho tiempo, incluso para los baremos de los vampiros. ¿Realmente Corza
Jarn recorrió el mundo en pos de Mr. Tiny? ¿Aceptó ayudarle ese agente del Caos?
¿Pudieron haber nacido de una loba Evanna y el niño? —Se rascó un sobaco, se
olisqueó los dedos y suspiró—. Sólo hay tres personas en el mundo que conocen la
verdad: Desmond Tiny, el chico (si es que aún vive) y Lady Evanna.
—¿Y le has preguntado a Evanna si es cierto? —inquirió Harkat.
Vancha meneó la cabeza.
—Siempre he preferido una buena y emocionante leyenda a unos hechos antiguos
y aburridos.
Dicho eso, el Príncipe se dio la vuelta y se quedó dormido, dejándonos a Harkat y
a mí comentando aquella historia en voz baja y maravillada.
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CAPÍTULO 14
Me levanté con Vancha un par de horas después del mediodía y comencé mi
entrenamiento en la penumbra próxima a la entrada de la cueva. Harkat nos miraba
con interés, al igual que Mr. Crepsley, que se despertó temprano esa tarde. Vancha
empezó atacándome con un palo, diciendo que pasarían meses antes de que lo
intentara con armas de verdad. Pasé la tarde viéndole lanzarme veloces estocadas con
el palo. Yo no tenía que hacer nada más, sólo observar los movimientos del palo y
aprender a identificar y anticipar las diversas maneras que un atacante tiene de usarlo.
Practicamos hasta que volvió Evanna, media hora antes del ocaso. No dijo dónde
había estado ni lo que había hecho, y nadie preguntó.
—¿Os divertís? —preguntó, entrando en la cueva con su séquito de ranas.
—Un montón —respondió Vancha, tirando el palo—. El chico quiere aprender a
luchar con las manos.
—¿Las espadas pesan demasiado para él?
Vancha hizo una mueca.
—Muy graciosa.
La risa de Evanna iluminó la cueva.
—Lo siento. Pero luchar con las manos (o con espadas) me parece tan infantil…
La gente debería luchar con el cerebro.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo?
Evanna me miró fugazmente y de pronto la fuerza abandonó mis piernas y caí al
suelo.
—¿Qué está pasando? —chillé, agitándome como un pez fuera del agua—. ¿Qué
me ocurre?
—Nada —dijo Evanna, y para mi alivio, la normalidad retornó a mis piernas—.
Así es como se lucha con el cerebro —dijo mientras yo me sobreponía—. Cada parte
del cuerpo está conectada al cerebro. Nada funciona sin él. Ataca con el cerebro y
tendrás la victoria asegurada.
—¿Puedo aprender a hacer eso? —le pregunté ansiosamente.
—Sí —dijo Evanna—. Pero tardarías algunos siglos, y tendrías que abandonar a
los vampiros y convertirte en mi asistente —sonrió—. ¿Qué opinas, Darren? ¿Valdría
la pena?
—No estoy seguro —murmuré. Me gustaba la idea de aprender magia, pero no
me apetecía vivir con Evanna: con su mal genio, dudaba que fuera una profesora
comprensiva y tolerante.
—Si cambias de idea, házmelo saber —dijo—. Ha pasado mucho tiempo desde la
última vez que tuve un asistente, y ninguno completó nunca sus estudios: todos huían
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al cabo de unos años, aunque no logro entender por qué.
Evanna nos hizo salir mientras barría la cueva. Momentos después nos llamó, y
cuando entramos, encontramos otra fiesta esperándonos.
—¿Utiliza la magia para preparar todo esto tan deprisa? —pregunté, sentándome
a comer.
—No —respondió—. Simplemente, me muevo un poco más aprisa de lo normal.
Puedo trabajar muy rápido cuando lo deseo.
Disfrutamos de una gran cena, y luego nos sentamos alrededor del fuego a hablar
de la visita de Mr. Tiny a la Montaña de los Vampiros. Evanna parecía saberlo ya,
pero dejó que le contáramos la historia, y no dijo nada hasta que acabamos.
—Los tres cazadores —caviló, una vez que la pusimos al corriente—. Os he
estado esperando durante siglos.
—¿Ah, sí? —inquirió Mr. Crepsley, asustado.
—Carezco de esa clara visión del futuro que posee Desmond —dijo ella—, pero
veo algo de lo que va a ocurrir… o que podría ocurrir. Sabía que surgirían tres
cazadores que se enfrentarían al Lord Vampanez, pero no sabía quiénes eran.
—¿Sabes si tendremos éxito? —preguntó Vancha, mirándola intensamente.
—Creo que ni siquiera Desmond lo sabe —dijo ella—. Hay dos futuros definidos
esperando, cada uno tan posible como el otro. No es frecuente que el destino se
reduzca a dos conclusiones tan igualadas. Normalmente el futuro discurre por
muchos cauces. Cuando sólo hay dos, como en este caso, sólo el azar decide por cuál
de ellos se encaminará el mundo.
—¿Y qué hay del Lord Vampanez? —preguntó Mr. Crepsley—. ¿Tienes alguna
idea de dónde está?
—Sí —sonrió Evanna.
Mr. Crepsley contuvo la respiración.
—Pero no nos lo dirás, ¿verdad? —bufó Vancha, disgustado.
—No —dijo ella, ensanchando su sonrisa. Tenía los dientes largos, afilados y
amarillos, como un lobo.
—¿Nos dirás cómo vamos a encontrarlo? —preguntó Mr. Crepsley—. ¿Y
cuándo?
—No puedo —dijo Evanna—. Si os lo dijera, cambiaría el curso del destino, y
eso no está permitido. Debéis encontrarlo solos. Os acompañaré en la próxima etapa
de vuestro viaje, pero no puedo…
—¿Vas a venir con nosotros? —tronó Vancha, asombrado.
—Sí. Pero sólo como compañera de viaje. No tomaré parte en la búsqueda del
Lord Vampanez.
Vancha y Mr. Crepsley intercambiaron miradas de preocupación.
—Nunca habías viajado con vampiros, Señora —dijo Mr. Crepsley.
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Evanna se echó a reír.
—Sé lo importante que soy para tu gente, y por esa razón he evitado tener
demasiado contacto con los hijos de la noche: estoy harta de vampiros suplicándome
que sea su pareja y tenga hijos con ellos.
—Entonces, ¿por qué vienes con nosotros ahora? —preguntó Vancha con rudeza.
—Hay alguien con quien deseo encontrarme —respondió ella—. Podría ir sola en
su busca, pero prefiero no hacerlo así. Desvelaré mis razones a su debido tiempo.
—Las brujas sois tan jodidamente reservadas… —rezongó Vancha, pero Evanna
no mordió el anzuelo.
—Si preferís viajar sin mí, podéis hacerlo —dijo—. No os voy a imponer mi
presencia.
—Nos sentiremos muy honrados de tener tu compañía, Lady Evanna —le aseguró
Mr. Crepsley—. Y te ruego no te ofendas si nos mostramos suspicaces o inoportunos.
Corren tiempos revueltos y confusos, y a veces ladramos cuando deberíamos susurrar.
—Lo has expresado bien, Larten —sonrió ella—. Si está decidido, empaquetaré
mis cosas y emprenderemos el camino.
—¿Tan pronto? —parpadeó Mr. Crepsley.
—Cuanto antes, mejor.
—Espero que no vengan las ranas —resopló Vancha.
—No iba a llevarlas —dijo Evanna—, pero ahora que lo dices… —Se echó a reír
al ver su expresión—. No te preocupes. Mis ranas se quedarán y mantendrán el orden
hasta mi regreso.
Se dispuso a incorporarse, se detuvo, se volvió lentamente y se sentó en cuclillas.
—Una cosa más —dijo, y ante la seriedad de su expresión supimos que se trataba
de algo malo—. Desmond debería habéroslo dicho, pero es obvio que decidió no…
sugestionaros, sin duda.
—¿De qué se trata, Señora? —preguntó Vancha, al hacer ella una pausa.
—Es sobre la búsqueda del Lord Vampanez. No sé si triunfaréis o fracasaréis,
pero he visto el resultado de cada uno de los posibles futuros y deducido parte de lo
que os depara el destino.
»No os hablaré del futuro en el que triunfáis (no me corresponde revelarlo), pero
si fracasáis… —Se entretuvo de nuevo. Alargó las manos, tomando las de Vancha
con la izquierda (parecían haber crecido de un modo increíble) y las de Mr. Crepsley
con la derecha. Mientras les cogía las manos, clavó sus ojos en los míos y habló—:
Os digo esto porque creo que debéis saberlo. No lo digo para asustaros, sino para que
estéis preparados para lo peor.
»El destino hará que vuestro camino se cruce cuatro veces con el del Lord
Vampanez. Y en cada una de esas ocasiones tendréis la posibilidad de acabar con él.
Si fracasáis, el destino dará a los vampanezes la victoria en la Guerra de las
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Cicatrices. Eso ya lo sabíais.
»Pero lo que Desmond no os dijo es que… al final de la búsqueda, si os enfrentáis
las cuatro veces al Lord Vampanez y no conseguís matarle, sólo uno de vosotros
sobrevivirá para presenciar la caída del clan de los vampiros. —Bajando los ojos y
soltando las manos de Mr. Crepsley y Vancha, añadió en poco menos que un susurro
—: Los otros dos morirán».
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CAPÍTULO 15
Salimos solemnemente de la cueva de Evanna y rodeamos el estanque, absortos
en la profecía de la bruja. Sabíamos desde el principio que sería una búsqueda llena
de peligros, con la muerte siempre pisándonos los talones. Pero una cosa es anticipar
tu posible fin, y otra que te digan con certeza lo que ocurrirá si fracasas.
La primera noche no seguimos ninguna dirección en particular, sólo caminamos
sin rumbo fijo en la oscuridad, sin decir nada, sin fijarnos apenas en los alrededores.
Harkat no había sido incluido en la profecía de Evanna, ya que no era uno de los
cazadores, pero estaba tan trastornado como el resto de nosotros.
Hacia el amanecer, mientras acampábamos, Vancha estalló repentinamente en
carcajadas.
—¡Miradnos! —vociferó, mientras lo mirábamos, indecisos—. ¡Hemos estado
toda la noche deprimidos como cuatro almas en pena en un funeral! ¡Qué idiota
hemos sido!
—¿Te parece divertido que haya una sentencia de muerte pendiendo sobre
nosotros, Alteza? —inquirió envaradamente Mr. Crepsley.
—¡Por las entrañas de Charna! —maldijo Vancha—. ¡Esa sentencia ha estado ahí
desde el comienzo! ¡Lo único que ha cambiado es que ahora lo sabemos!
—Incluso un mínimo conocimiento puede ser… perjudicial —murmuró Harkat.
—Así es como piensan los seres humanos —le reprendió Vancha—. Yo prefiero
saber qué es lo que me espera, sea bueno o malo. Evanna nos ha hecho un favor al
contárnoslo.
—¿Cómo puedes decir eso? —pregunté.
—Ella nos confirmó que tendremos cuatro oportunidades para acabar con el Lord
Vampanez. Pensadlo: cuatro ocasiones para quitarle la vida. Cuatro veces para
enfrentarlo y luchar. Puede que nos venza una vez. Tal vez dos. ¿Pero de verdad
pensáis que podrá escapársenos cuatro veces seguidas?
—No estará solo —dijo Mr. Crepsley—. Viaja con guardianes, y todos los
vampanezes de la zona vendrán corriendo en su ayuda.
—¿Qué te hace pensar eso? —le cuestionó Vancha.
—Él es su Señor. Sacrificarán sus vidas para protegerle.
—¿Vendrían a apoyarnos nuestros compañeros vampiros si nosotros tuviéramos
problemas? —repuso Vancha.
—No, pero eso es porque… —Mr. Crepsley se detuvo.
—… Mr. Tiny les dijo que no lo hicieran —dijo Vancha, con una amplia sonrisa
—. Y si ha escogido sólo a tres vampiros para ir a medirse con el Lord Vampanez,
quizá…
—… ¡haya escogido sólo a tres vampanezes para ayudar a su Señor! —concluyó
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Mr. Crepsley, excitado.
—¡Correcto! —dijo Vancha, radiante—. Así que nuestras posibilidades de
vencerle son, desde mi punto de vista, aún mayores. ¿No estáis de acuerdo? —Los
otros tres asentimos pensativamente—. Ahora —prosiguió—, imaginemos esto: nos
enfrentamos a él las cuatro veces, la fastidiamos y perdemos la oportunidad de
vencerle. ¿Qué ocurrirá entonces?
—Que conducirá a los vampanezes a la guerra contra los vampiros y ganarán —
dije.
—Exactamente. —La sonrisa de Vancha se ensombreció—. Y por cierto, eso yo
no me lo creo. Me da igual lo poderoso que sea ese Lord Vampanez o lo que diga Des
Tiny: en una guerra contra los vampanezes, estoy seguro de que ganaríamos nosotros.
Pero si no fuera así, prefiero morir antes, luchando por nuestro futuro, que quedarme
mirando cómo se desmorona nuestro mundo.
—Valientes palabras —rezongué amargamente.
—Es la verdad —insistió Vancha—. ¿Preferirías morir a manos del Lord
Vampanez, cuando la esperanza aún está de nuestro lado, o sobrevivir y ser testigo de
la caída del clan? —No respondí, así que Vancha prosiguió—: Si las predicciones son
ciertas, y fracasamos, no quiero estar aquí para ver el fin. Sería una tragedia
espantosa, que enloquecería a quien la viera.
»Créeme —dijo Vancha—, los dos que mueran al final serán afortunados. No
debería preocuparnos morir. ¡Es vivir lo que debemos temer si fallamos!».
***
No dormí mucho ese día, pensando en lo que había dicho Vancha. Dudaba que
alguno de nosotros hubiera podido dormir mucho, excepto Evanna, que roncaba aún
más alto que el Príncipe.
Vancha tenía razón. Si fracasábamos, el que sobreviviera sería el que peor lo iba a
pasar. Tendría que ver perecer a los vampiros y cargar con los remordimientos. Si
teníamos que fracasar, morir en el camino era lo mejor que cualquiera de nosotros
podía esperar.
Estábamos más animados cuando nos levantamos aquella tarde. Ya no teníamos
miedo de lo que nos esperaba, y en lugar de hablar de cosas negativas, discutimos
nuestra ruta.
—Mr. Tiny dijo que siguiéramos a nuestro corazón —nos recordó Mr. Crepsley
—. Dijo que el destino nos guiaría si nos confiábamos a él.
—¿No crees que deberíamos tratar de localizar al Lord Vampanez? —preguntó
Vancha.
—Nuestra gente ha pasado seis años tratando de localizarlo, sin éxito —dijo Mr.
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Crepsley—. Debemos mantener los ojos abiertos, por supuesto, pero por lo demás,
creo que deberíamos ir a lo nuestro, como si él no existiera.
—No me gusta —refunfuñó Vancha—. El destino es una amante cruel. ¿Y si no
nos lleva hasta él? ¿Quieres acabar diciendo dentro de un año «Lo siento, no
encontramos al sinvergüenza, mala suerte, ¿y qué?»?
—Mr. Tiny dijo que siguiéramos a nuestro corazón —repitió Mr. Crepsley
obstinadamente.
Vancha elevó las manos al cielo.
—¡Está bien! Lo haremos a tu manera. Pero la ruta tendréis que decidirla vosotros
dos. Como muchas mujeres han atestiguado, yo soy un inconmensurable
sinvergüenza que no tiene corazón.
Mr. Crepsley sonrió ligeramente.
—Darren, ¿por dónde quieres ir?
Empecé a decir que no me importaba, pero me detuve cuando una imagen fugaz
cruzó por mi mente: la de un niño-serpiente tocándose la nariz con una lengua súper
larga.
—Me gustaría ver lo que está haciendo Evra —dije.
Mr. Crepsley asintió con aprobación.
—Bien. Justo anoche me estaba preguntando cómo le irá a mi viejo amigo
Hibernius Tall. ¿Harkat?
—Por mí, de acuerdo —acordó Harkat.
—Que así sea. —Y encarando a Vancha, Mr. Crepsley dijo en el tono más
imperioso que pudo—: Alteza, nos dirigiremos al Cirque du Freak.
Y así se decidió nuestra dirección y se lanzaron los dados del destino.
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CAPÍTULO 16
Mr. Crepsley logró servirse de los pensamientos de Mr. Tall para ubicar la
posición del Cirque du Freak. El circo ambulante se encontraba relativamente cerca,
y sólo tardaríamos tres semanas en alcanzarlo si apretábamos el paso.
Al cabo de una semana, volvimos a toparnos con la civilización. Una noche, al
pasar por un pequeño pueblo, le pregunté a Mr. Crepsley por qué no cogíamos el
autobús o el tren, que nos llevarían al Cirque du Freak mucho más rápido.
—Vancha no aprueba los medios de transporte humanos —dijo—. Nunca ha ido
en coche ni en tren.
—¿Nunca? —le pregunté al Príncipe descalzo.
—Para mí, un coche no merece ni un escupitajo —dijo él—. Son cosas horribles.
La forma, el ruido, el olor… —Se estremeció.
—¿Y los aviones?
—Si los dioses de los vampiros hubieran querido que voláramos —dijo—, nos
habrían dado alas.
—¿Y usted, Evanna? —preguntó Harkat—. ¿Nunca ha volado?
—Sólo en escoba —respondió ella, y no supe si bromeaba o no.
—¿Y tú, Larten? —inquirió Harkat.
—Una vez, hace tiempo, cuando los hermanos Wright empezaban a lograrlo. —
Hizo una pausa—. Se estrelló. Afortunadamente, no volaba muy alto, así que no
resulté gravemente herido. Pero estos nuevos artilugios, que planean por encima de
las nubes… Creo que no.
—¿Le dan miedo? —dije, con una sonrisa de suficiencia.
—El gato escaldado del agua fría huye —replicó.
Éramos un grupo extraño, sin duda. No teníamos casi nada en común con los
seres humanos. Estos eran criaturas de la era tecnológica, mientras que nosotros
pertenecíamos al pasado: los vampiros no saben nada de computadoras, antenas
parabólicas, hornos de microondas, ni ninguna otra de esas comodidades modernas;
viajábamos a pie la mayor parte del tiempo, teníamos gustos y placeres sencillos, y
cazábamos como los animales. Mientras los humanos enviaban aeroplanos a librar
sus guerras y peleaban oprimiendo botones, nosotros combatíamos con espadas o con
nuestras propias manos. Los vampiros y los humanos podíamos compartir el mismo
planeta, pero vivíamos en mundos distintos.
***
Desperté una tarde al escuchar los gemidos de Harkat. Tenía otra pesadilla y se
agitaba febrilmente sobre la orilla cubierta de hierba donde se había quedado
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dormido. Me incliné hacia él para despertarle.
—Quieto —dijo Evanna.
La bruja se hallaba en las ramas más bajas de un árbol, observando a Harkat con
indecoroso interés. Una ardilla exploraba su larga cabellera, y otra mordisqueaba las
cuerdas que utilizaba como vestimenta.
—Está sufriendo una pesadilla —dije.
—¿Las tiene a menudo?
—Casi cada vez que duerme. Se supone que debo despertarle cuando oigo que
tiene alguna. —Me incliné dispuesto a sacudirlo.
—Quieto —repitió Evanna, saltando al suelo. Se acercó arrastrando los pies y
tocó la frente de Harkat con los tres dedos centrales de la mano derecha. Cerró los
ojos y permaneció así un minuto. Luego los abrió y apartó la mano.
—Dragones —dijo—. Malos sueños. Se acerca la hora de que lo comprenda todo.
¿Desmond no le dijo a Harkat que podía revelarle quién fue en su vida anterior?
—Sí, pero Harkat prefirió venir con nosotros, en busca del Lord Vampanez.
—Noble, pero estúpido —murmuró.
—Si usted le dijera quién fue, ¿cesarían las pesadillas?
—No. Debe descubrir la verdad por sí mismo. Empeoraría las cosas si me
entrometo. Pero hay una forma de hacer que deje de sufrir temporalmente.
—¿Cómo? —pregunté.
—Podría ayudarle alguien que hable el lenguaje de los dragones.
—¿Dónde encontraremos a alguien así? —resoplé. Y entonces me detuve—.
¿Usted puede…? —Dejé la pregunta en suspenso.
—No —dijo—. Puedo hablar con muchos animales, pero no con los dragones.
Sólo aquellos que poseen vínculos con los reptiles alados pueden hablar su lenguaje.
—Hizo una pausa—. Tú podrías ayudarle.
—¿Yo? —Fruncí el ceño—. Yo no tengo vínculos con ningún dragón. Ni siquiera
he visto uno. Pensaba que eran seres imaginarios.
—En este momento y en este lugar, sí —admitió Evanna—. Pero hay otros
momentos y otros lugares, y pueden crearse lazos inconscientemente.
Aquello no tenía sentido, pero si yo podía ayudar a Harkat de algún modo, lo
haría.
—Dígame qué tengo que hacer —dije.
Evanna sonrió con aprobación, y entonces me dijo que colocara las manos sobre
la cabeza de Harkat y cerrara los ojos.
—Concéntrate —dijo—. Necesitamos encontrar una imagen a la que puedas
aferrarte. ¿Qué te parece la Piedra de Sangre? ¿Puedes imaginarla, roja, palpitante,
con la sangre de los vampiros circulando por sus misteriosas venas?
—Sí —dije, trayendo sin esfuerzo la imagen de la piedra a mi mente.
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—No dejes de pensar en ella. En pocos minutos experimentarás sensaciones
desagradables, y puede que alcances a entrever las pesadillas de Harkat. Ignóralas y
mantente concentrado en la Piedra. Yo haré el resto.
Hice lo que me dijo. Al principio fue fácil, pero luego empecé a sentirme raro. El
aire a mi alrededor parecía haberse vuelto más caliente y se hacía más difícil respirar.
Oí el batir de unas inmensas alas, y luego vislumbré algo que caía desde un cielo rojo
como la sangre. Me encogí, y estuve a punto de soltar a Harkat, pero recordé la
advertencia de Evanna y me obligué a concentrarme en la imagen de la Piedra de
Sangre.
Sentí que algo enorme aterrizaba detrás de mí, y noté que unos ojos ardientes
perforaban mi espalda, pero no me di la vuelta ni me aparté. Me recordé que era un
sueño, una ilusión, y pensé en la Piedra.
Harkat apareció ante mí en la visión, tendido sobre una cama de estacas, que lo
traspasaban por todas partes. Estaba vivo, pero sufría indeciblemente. No podía
verme: las puntas de dos estacas asomaban por las cuencas donde deberían haber
estado sus ojos.
—Su dolor no es nada comparado con el que sentirás tú —dijo alguien, y al alzar
la vista vi una figura hecha de sombras, huidiza y oscura, suspendida en el aire a poca
distancia.
—¿Quién eres? —pregunté con voz ahogada, olvidándome momentáneamente de
la Piedra.
—Soy el Señor de la Noche Carmesí —respondió burlonamente.
—¿El Señor de los Vampanezes? —pregunté.
—De ellos y de todos los demás —se mofó el hombre sombrío—. Te estaba
esperando, Príncipe de los Condenados. Ahora que te tengo… ¡no te dejaré escapar!
El hombre sombrío se abalanzó como una flecha, sus dedos como diez largas
zarpas de oscura amenaza. Sus ojos rojos refulgían en el pozo negro que era su rostro.
Durante un instante aterrador pensé que iba a cogerme y a devorarme. Entonces, una
voz diminuta (la de Evanna) susurró:
—Sólo es un sueño. No puede hacerte daño, aún no, si te concentras en la Piedra.
Cerré los ojos en el sueño, ignorando la acometida del hombre sombrío, y me
concentré en la palpitante Piedra de Sangre. Se oyó un grito sibilante y sentí como si
una ola de espumeante locura se estrellara sobre mí. Luego la pesadilla se desvaneció
y me encontré de regreso en el mundo real.
—Ya puedes abrir los ojos —dijo Evanna.
Abrí los ojos bruscamente. Solté a Harkat y me pasé las manos por la cara,
reaccionando como si me hubiera tocado algo sucio.
—Lo has hecho bien —me felicitó Evanna.
—Esa… cosa —jadeé—, ¿qué era?
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—El Señor de la Destrucción —dijo ella—. El Amo de las Sombras. El posible
regidor de la noche eterna.
—Era tan poderoso, tan maligno…
Ella asintió.
—Lo será.
—¿Lo será? —repetí.
—Lo que viste fue una sombra del futuro. El Señor de las Sombras aún no se ha
revelado como tal, pero al final lo hará. Es inevitable, así que no deberías preocuparte
por eso. Ahora lo que importa es que tu amigo podrá dormir tranquilo.
Le eché un vistazo a Harkat, que descansaba plácidamente.
—¿Está bien?
—Lo estará durante un tiempo —dijo Evanna—. Las pesadillas volverán, y
cuando eso ocurra tendrá que enfrentarse a su pasado y descubrir quién era, o
sucumbir a la locura. Pero por ahora puede dormir profundamente, sin miedo.
Y regresó a su árbol.
—Evanna —la detuve llamándola en voz baja—. Ese Señor de las Sombras…
Había algo familiar en él. No pude verle la cara, pero sentí que lo conocía.
—Deberías hacerlo —susurró en respuesta. Vaciló, considerando cuánto debía
contarme—. Lo que voy a decirte debe quedar entre tú y yo —me advirtió—. No
debe salir de aquí. No puedes decírselo a nadie, ni siquiera a Larten ni a Vancha.
—No lo haré —prometí.
Sin dejar de darme la espalda, dijo:
—El futuro es oscuro, Darren. Hay dos sendas, y ambas son sinuosas y
turbulentas, empedradas con las almas de los muertos. En uno de esos posibles
futuros, el Lord Vampanez se ha convertido en el Amo de las Sombras y regidor de la
oscuridad. En el otro…
Hizo una pausa y levantó la cabeza, como si mirara el cielo buscando una
respuesta.
—En el otro, el Señor de las Sombras eres tú.
Y se alejó, dejándome confundido y tembloroso, y deseando fervientemente que
los gemidos de Harkat no me hubieran despertado.
***
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uno alrededor de la otra y llevando a cabo increíbles hazañas acrobáticas. Después de
ellos vino Mr. Tall, vistiendo un traje oscuro, su habitual sombrero rojo y sus guantes,
y dijo que el espectáculo había terminado. La gente ya empezaba a marcharse,
muchos murmurando acerca de aquel final tan flojo, cuando dos serpientes bajaron
deslizándose por las vigas, enviando oleadas de crispado terror entre la
muchedumbre.
Sonreí ampliamente al ver las serpientes. Así era como terminaban la mayoría de
las funciones. Se hacía creer a la gente que el espectáculo había acabado, y entonces
aparecían las serpientes, dándole un último susto a la multitud. Antes de que las
serpientes pudieran hacer algún daño, Evra Von (su amo) intervenía y las
tranquilizaba.
Efectivamente, cuando las serpientes estaban a punto de empezar a deslizarse por
el suelo, Evra salió a escena. Pero no venía solo: con él había un niño pequeño, que
fue a por una de las serpientes y la dominó, mientras Evra controlaba a la otra. El crío
era una nueva adquisición. Supuse que Mr. Tall lo habría recogido en el transcurso de
sus viajes.
Después de que Evra y el chico se hubieran enrollado las serpientes en torno a sí
mismos, Mr. Tall salió de nuevo y anunció que la función había terminado de verdad.
Nos mantuvimos en las sombras mientras la muchedumbre salía en tropel,
parloteando con excitación. Entonces, mientras Evra y el niño se desenrollaban las
serpientes y se sacudían, me adelanté.
—¡Evra Von! —rugí.
Evra se giró en redondo, asustado.
—¿Quién anda ahí?
No respondí, sino que avancé enérgicamente. Sus ojos se ensancharon con gozoso
asombro.
—¿Darren? —chilló, rodeándome con sus brazos. Lo abracé con fuerza, sin hacer
caso de sus resbaladizas escamas, encantado de verlo después de tantos años—.
¿Dónde has estado? —gritó cuando nos separamos. En sus ojos había lágrimas de
felicidad… y los míos también estaban húmedos.
—En la Montaña de los Vampiros —repuse despreocupadamente—. ¿Y tú?
—En todo el mundo. —Me estudió con curiosidad—. Has crecido.
—Sólo recientemente. Y no tanto como tú.
Ahora Evra era un hombre. Sólo era unos años mayor que yo, y aparentábamos la
misma edad cuando me uní al Cirque du Freak, pero ahora podría pasar por mi padre.
—Buenas tardes, Evra Von —dijo Mr. Crepsley, acercándose a estrecharle la
mano.
—Larten. —Evra lo saludó con la cabeza—. Ha pasado mucho tiempo. Me alegro
de verte.
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Mr. Crepsley se hizo a un lado y presentó a nuestros compañeros.
—Me gustaría presentarte a Vancha March, Lady Evanna y Harkat Mulds, al que
creo que ya conoces.
—Hola —gruñó Vancha.
—Saludos —sonrió Evanna.
—Hola, Evra —dijo Harkat.
Evra parpadeó.
—¡Ha hablado! —exclamó con voz ahogada.
—Harkat habla mucho últimamente —sonreí.
—¿Eso tiene nombre?
—Lo tiene —dijo Harkat—. Y a «eso» le gustaría mucho… que le dijeran «él».
Evra no supo qué decir. Cuando yo vivía con él, pasábamos mucho tiempo
buscando comida para las Personitas, y ninguna había dicho nunca una palabra.
Creíamos que no podían hablar. Y ahora, aquí estaba yo con una Personita (la que
cojeaba, y a la que habíamos apodado Lefty), actuando como si el hecho de que
hablara no tuviera ninguna importancia.
—Bienvenido de nuevo al Cirque du Freak, Darren —dijo alguien, y al alzar la
vista me encontré ante el ombligo de Mr. Tall. Había olvidado lo rápida y
silenciosamente que podía moverse el dueño del Cirque.
—Mr. Tall —respondí, saludándole cortésmente con la cabeza (a él no le gustaba
estrechar manos).
Saludó a los demás diciendo sus nombres, incluyendo a Harkat. Cuando este le
devolvió el saludo, Mr. Tall no pareció sorprenderse en lo más mínimo.
—¿Os apetece comer algo? —nos preguntó.
—Eso sería estupendo —respondió Evanna—. Y más tarde me gustaría hablar
contigo de un par de cosas, Hibernius. Hay asuntos que debemos discutir.
—Sí —admitió él sin un pestañeo—. Los hay.
Mientras salíamos de la iglesia, me puse a hablar con Evra de los viejos tiempos.
Él llevaba la serpiente sobre los hombros. El chico que había actuado con Evra nos
alcanzó cuando salíamos, arrastrando a la otra serpiente detrás de él, como un
juguete.
—Darren —dijo Evra—, me gustaría presentarte a Shancus.
—Hola, Shancus —dije, estrechándole la mano al chico.
—`La —respondió. Tenía el mismo cabello verdiamarillo, los ojos rasgados y las
escamas multicolores de Evra—. ¿Tú eres el Darren Shan por el que me llaman así?
—preguntó.
Miré a Evra de reojo.
—¿Lo soy?
—Sí —dijo riendo—. Shancus es mi primer hijo. Pensé que sería…
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—¿Primer hijo? —le interrumpí—. ¿Es tuyo? ¿Tú eres su padre?
—Desde luego, eso espero —sonrió Evra.
—¡Pero es tan grande…! ¡Tan mayor…!
Shancus se hinchó con orgullo ante la observación.
—Pronto cumplirá los cinco —dijo Evra—. Es grande para su edad. Empecé a
enseñarle el número hace un par de meses. Tiene un talento natural.
¡Qué extraño resultaba! Claro que Evra era ya lo suficientemente mayor para
estar casado y tener hijos, y no había motivo para que aquella noticia me
sorprendiera… pero parecía que sólo hubieran pasado unos meses desde que salíamos
juntos como adolescentes, preguntándonos cómo sería nuestra vida cuando
creciéramos.
—¿Tienes más hijos? —pregunté.
—Una parejita —dijo—. Urcha, de tres años, y Lilia, que cumplirá dos el mes
que viene.
—¿Son todos niños-serpiente?
—Urcha no. Está disgustado (también quiere tener escamas), pero nosotros
intentamos hacer que se sienta tan querido y extraordinario como los otros.
—¿Y «nosotros» sois…?
—Merla y yo. No la conoces. Se unió al espectáculo poco después de tu partida…
Lo nuestro fue un flechazo. Puede quitarse las orejas y usarlas como mini-bumeranes.
Te gustará.
Riendo, le respondí que no tenía la menor duda, y seguí caminando con Evra y
Shancus detrás de los otros, para ir a comer.
Era maravilloso estar de regreso en el Cirque du Freak. Había estado nervioso y
taciturno durante la última semana y media, pensando en lo que Evanna había dicho,
pero mis temores se desvanecieron una hora después de haber vuelto al circo
ambulante. Encontré a muchos viejos amigos: Hans el Manos, Rhamus Dostripas,
Sive y Seersa, Cormac el Trozos y Gerta la Dientes. También vi al hombre-lobo, pero
él no se alegró tanto de verme como los demás, así que me mantuve lo más lejos
posible de él.
Truska (que podía hacer que le creciera una barba a voluntad, y luego hacer que el
pelo regresara al interior de su cara) también estaba allí, y le encantó verme. Me
saludó en un inglés chapurreado. No era capaz de hablar nuestro idioma seis años
atrás, pero Evra la había estado enseñando y había hecho grandes progresos.
—Es difícil —dijo mientras nos mezclábamos con los demás en la gran y
destartalada escuela que servía de base al Cirque—. Yo no buena en idiomas. Pero
Evra es paciente y yo aprendiendo poco a poco. Todavía cometo errores, pero…
—Todos cometemos errores, preciosa —la interrumpió Vancha, apareciendo entre
nosotros—. ¡Y el tuyo fue no convertirme en un vampiro decente cuando tuviste
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ocasión!
Sus brazos rodearon la cintura de Truska, y la besó. Ella se echó a reír cuando la
soltó, y meneó un dedo ante él.
—¡Atrevido! —dijo, con una risita tonta.
—Por lo que veo, ya se conocen —observé secamente.
—Oh, sí —respondió Vancha, con una mirada lasciva—. Somos viejos amigos.
Cuántas noches habremos ido a nadar desnudos en esos océanos profundos y azules,
¿eh, Truska?
—¡Vancha! —protestó ella—. ¡Tú prometer no hablar de eso!
—Y no lo he hecho —dijo él, riendo entre dientes, y comenzó a hablar con ella en
su lengua nativa. Sonaban como un par de focas ladrándose una a otra.
Evra me presentó a Merla, que era muy agradable y bonita. La hizo enseñarme
sus orejas de quita y pon. Admití que eran fabulosas, pero decliné su ofrecimiento de
permitirme lanzarlas.
Mr. Crepsley estaba tan contento como yo de haber vuelto. Como vampiro
entregado a su deber, había dedicado la mayor parte de su vida a los Generales y a su
causa, pero yo sospechaba que su corazón pertenecía en secreto al Cirque du Freak.
Adoraba actuar, y yo pensaba que echaba de menos el escenario. Mucha gente le
preguntó si había vuelto para quedarse, y manifestaron su decepción cuando
respondió que no. Aunque no parecía importarle, yo pensaba que estaba sinceramente
emocionado ante su interés, y que se habría quedado de haber podido.
Había Personitas en el Cirque du Freak, como siempre, pero Harkat se mantuvo
alejado de ellas. Intenté hacerle participar en las conversaciones con los demás, pero
la gente se ponía nerviosa ante su presencia: no estaban acostumbrados a ver una
Personita capaz de hablar. Pasó la mayor parte de la noche solo, o en un rincón con
Shancus, que estaba fascinado por él y no paraba de hacerle preguntas impertinentes
(la mayoría relacionadas con la cuestión de si era hombre o mujer: de hecho, como
todas las Personitas, no era ni una cosa ni otra).
Evanna era conocida por mucha gente en el Cirque du Freak, aunque muy pocos
la habían visto antes: sus padres, abuelos o bisabuelos les habían hablado de ella.
Pasó algunas horas relacionándose con la gente y rememorando el pasado (tenía una
memoria impresionante para los nombres y las caras), y luego se despidió por aquella
noche y se fue con Mr. Tall a hablar de asuntos extraños, portentosos y arcanos
(¡además de charlar sobre ranas y trucos mágicos!).
Nos retiramos con la llegada del amanecer. Les dimos las buenas noches a
aquellos que aún estaban despiertos, y luego Evra nos condujo a nuestras tiendas. Mr.
Tall había mantenido el ataúd de Mr. Crepsley preparado para él, y el vampiro se
metió dentro con una expresión de absoluta satisfacción: los vampiros adoraban sus
ataúdes de una forma que un ser humano jamás podría comprender.
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Harkat y yo colgamos un par de hamacas y dormimos en una tienda próxima a la
de Evra y Merla. Evanna se quedó en una caravana contigua a la de Mr. Tall. Y
Vancha… Bueno, cuando lo encontramos aquella tarde, juró y perjuró que se había
quedado con Truska y se jactó del éxito que tenía entre las damas. Pero a juzgar por
la cantidad de hojas y hierba que tenía pegadas al pelo y a sus pieles, pensé que lo
más probable era que hubiera pasado el día debajo de algún matorral.
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CAPÍTULO 17
Harkat y yo nos levantamos aproximadamente una hora antes del ocaso y
recorrimos el campamento con Evra y Shancus. Yo estaba encantado de que Evra le
hubiera puesto mi nombre a su primer hijo, y me prometí que, en el futuro, le enviaría
regalos al chico en sus cumpleaños, si podía. Él quería que le regalara una araña
(Evra se lo había contado todo sobre Madam Octa), pero yo no tenía la menor
intención de enviarle ninguno de los venenosos arácnidos de la Montaña de los
Vampiros: ¡ya sabía, por dolorosa experiencia, los problemas que una tarántula podía
causar!
El Cirque du Freak estaba igual que siempre. Se habían añadido algunos actos
nuevos, y uno o dos habían sido eliminados del espectáculo, pero por lo demás, todo
seguía igual. Pero aunque el circo no hubiera cambiado, yo sí. Me di cuenta al cabo
de un tiempo, mientras nos paseábamos entre las caravanas y las tiendas,
deteniéndonos a charlar con los artistas y los tramoyistas. Cuando vivía en el Cirque,
yo era joven (al menos en apariencia) y la gente me trataba como a un niño. Ya no.
Aunque no pareciera mucho mayor, debía de haber algo diferente en mí, porque ya no
me hablaban en tono condescendiente.
Aunque había estado actuando como un adulto durante años, esta era la primera
vez que pensaba realmente en lo mucho que había cambiado y en que nunca podría
volver a los días luminosos de mi juventud. Mr. Crepsley me había repetido hasta la
saciedad (generalmente, cuando me quejaba de lo lento que era mi crecimiento) que
llegaría la noche en que desearía volver a ser joven. Ahora comprendía que tenía
razón. Mi infancia había sido un largo y extenso acontecimiento, pero en uno o dos
años la purga me libraría tanto de mi sangre humana como de mi juventud, y después
de eso ya no habría vuelta atrás.
—Pareces pensativo —observó Evra.
—Estaba pensando en cuánto han cambiado las cosas —suspiré—. Tú, casado y
con hijos. Yo, con mis propias preocupaciones. La vida solía ser mucho más simple.
—Siempre es así para los jóvenes —coincidió Evra—. Se lo digo a Shancus todo
el tiempo, pero no me hace más caso que el que hacíamos nosotros cuando estábamos
creciendo.
—Nos estamos haciendo viejos, Evra.
—No —dijo—. Nos estamos haciendo mayores. Pasarán décadas antes de que me
encuentre en la tercera edad… y para ti, siglos.
Eso era cierto, pero no podía librarme de la sensación de que, de algún modo, me
había hecho viejo de la noche a la mañana. Durante más de veinticinco años había
estado viviendo y pensando como un niño (¡Darren Shan, el Príncipe niño!), pero
ahora ya no me sentía así.
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Mr. Crepsley nos localizó mientras devorábamos unas salchichas calientes
alrededor de una fogata. Truska las preparaba y las repartía. El vampiro cogió una, le
dio las gracias, y la engulló en dos rápidos bocados.
—Deliciosa —dijo, relamiéndose los labios, y luego se volvió hacia mí con ojos
chispeantes—. ¿Te importaría salir a escena esta noche? Hibernius ha dicho que
podemos actuar.
—¿Y qué vamos a hacer? —pregunté—. Ya no tenemos a Madam Octa.
—Yo puedo hacer trucos de magia, que es lo que hacía cuando me uní al Cirque
du Freak la primera vez, y tú puedes ser mi ayudante. Con nuestra velocidad y
nuestra fuerza de vampiros, podemos lograr algunas proezas verdaderamente
notables.
—No sé —dije—. Ha pasado mucho tiempo. Podría entrarme el miedo escénico.
—Tonterías. Vas a hacerlo. No aceptaré un no por respuesta.
—Si lo pone de esa manera… —sonreí.
—Necesitarás arreglarte un poco si vamos a presentarnos ante el público —dijo
Mr. Crepsley, observándome con ojo crítico—. Se imponen un corte de pelo y
manicura.
—Yo encargo de eso —dijo Truska—. Yo, además, tengo el viejo disfraz de pirata
de Darren. Podría arreglarlo para quedarle bien otra vez.
—¿Aún conservas esa antigualla? —pregunté, recordando lo genial que me había
sentido cuando Truska me equipó como un pirata al poco tiempo de haberme unido al
Cirque du Freak. Tuve que dejar atrás aquellas extravagantes ropas al emprender el
viaje a la Montaña de los Vampiros.
—Yo buena guardadora de cosas —sonrió ella—. Lo busco y te mido. Puede que
no tenga traje preparado esta noche, pero lo tengo a punto mañana. Venir a mí en una
hora, para medir.
Vancha se puso celoso cuando oyó que íbamos a actuar.
—¿Y yo, qué? —rezongó—. Sé hacer un poco de magia. ¿Por qué no puedo
participar también?
Mr. Crepsley se quedó mirando al Príncipe de cabellos verdes, con sus pies
descalzos, sus brazos y piernas llenos de barro, sus pieles de animales y sus shuriken.
Olfateó el aire (Vancha se había duchado bajo una cascada seis noches antes, pero no
se había lavado desde entonces) y arrugó la nariz.
—No eres precisamente la esencia de la presentabilidad, Alteza —señaló
cautelosamente.
—¿Qué tengo yo de malo? —preguntó Vancha, mirándose, sin ver nada raro.
—Uno debe estar elegante cuando sube a un escenario —dijo Mr. Crepsley—. Y
tú careces de un cierto je ne sais quoi.
—No sé qué es eso —dije yo—. Pero creo que podría haber una parte perfecta
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para él en la función.
—¿Lo ves? —dijo Vancha, con una sonrisa radiante—. El chico tiene buen ojo.
—Podría salir al principio, con el hombre-lobo —dije, arreglándomelas para
contener la risa a duras penas—. Podríamos hacerlos pasar por hermanos.
Vancha me fulminó con la mirada mientras Mr. Crepsley, Harkat, Evra y Shancus
se tronchaban de risa.
—¡Te estás volviendo demasiado listillo! —exclamó, y se marchó furioso, en
busca de alguien con quien desahogarse.
A la hora fijada, fui a ver a Truska para que me tomara las medidas y me cortara
el pelo. Evra y Shancus también se fueron a prepararse para la función, mientras
Harkat ayudaba a Mr. Crepsley a buscar accesorios para su actuación.
—¿Tratándote bien la vida? —preguntó Truska, recortándome el flequillo,
nuevamente crecido.
—Podría ser peor —dije.
—Vancha me dijo que ahora tú estás siendo Príncipe.
—Se suponía que no iba a decírselo a nadie —protesté.
—No temer. Yo guardo noticias para mí. Vancha y yo viejos amigos. Él sabe que
yo puedo guardar un secreto. —Bajó las tijeras y me miró de un modo extraño—.
¿No has visto a Mr. Tiny desde que irte? —preguntó.
—Es una pregunta extraña —respondí con recelo.
—Él aquí estuvo, hace muchos meses. Venir a ver a Hibernius.
—¿Eh? —Aquello tuvo que haber sido antes de su viaje a la Montaña de los
Vampiros.
—Hibernius estaba preocupado después de visita. Él me dijo que esperarnos
tiempos oscuros. Él dijo que yo podía pensar en querer ir hogar de mi gente. Decir
que yo podría estar más segura allí.
—¿Dijo algo sobre… —Bajé la voz—… el Señor de los Vampanezes o el Amo
de las Sombras?
Ella meneó la cabeza.
—Él dijo solamente que todos nosotros estábamos en noches duras, y que sería
mucha lucha y muerte antes de acabar.
Empezó a cortar de nuevo, y luego me tomó las medidas para el traje.
No dejaba de pensar en nuestra conversación cuando salí de la caravana de
Truska y fui en busca de Mr. Crepsley. Podría ser que, a consecuencia de mis
preocupaciones, ya fuera a propósito o por casualidad, mis pies acabaran llevándome
hasta la caravana de Mr. Tall. En cualquier caso, me encontré merodeando por allí
minutos después, reflexionando sobre la situación y sobre si debería preguntarle algo
al respecto.
Mientras estaba allí, deliberando, se abrió la puerta y surgieron Mr. Tall y Evanna.
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La bruja iba envuelta en una capa negra, casi invisible en la oscuridad de la noche
nublada.
—Desearía que no hicieras eso —dijo Mr. Tall—. Los vampiros han sido buenos
amigos nuestros. Deberíamos ayudarles.
—No podemos tomar partido, Hibernius —respondió Evanna—. No nos
corresponde a nosotros decidir el curso del destino.
—Aun así —murmuró él, arrugando su larga cara—, incluir a los otros y
parlamentar con ellos… No me gusta.
—Debemos permanecer neutrales —insistió ella—. No tenemos ni aliados ni
enemigos entre las criaturas de la noche. Si tú o yo tomáramos partido, podríamos
destruirlo todo. Por lo que a nosotros respecta, ambos bandos deberían ser iguales, ni
buenos ni malos.
—Tienes razón —suspiró él—. He pasado demasiado tiempo con Larten. Estoy
dejando que nuestra amistad enturbie mi juicio.
—No hay nada de malo en ser amigo de esos seres —dijo Evanna—. Pero no
debemos involucrarnos personalmente, hasta que hayamos desentrañado el futuro.
Dicho esto, besó a Mr. Tall en la mejilla (no sé cómo alguien tan pequeño pudo
llegar hasta alguien tan alto, pero lo hizo), y salió furtivamente del campamento. Mr.
Tall la vio marchar, con una triste expresión en el rostro, y luego cerró la puerta y
siguió con sus asuntos.
Me quedé donde estaba durante un momento, repasando la extraña conversación.
No estaba completamente seguro de lo que estaba ocurriendo, pero deducía que
Evanna iba a hacer algo que a Mr. Tall no le gustaba… Algo que no parecía presagiar
nada bueno para los vampiros.
Como Príncipe, debería haber esperado a que Evanna volviera y preguntarle
abiertamente sobre aquella conversación. No era propio de alguien de mi categoría
escuchar a escondidas, y sería una absoluta grosería salir furtivamente del
campamento para ir tras ella. Pero la cortesía y los buenos modales nunca habían
ocupado el primer puesto en mi lista de prioridades. Prefería que Evanna se formara
una mala opinión de mí (o incluso que me castigara por mi insolencia) y descubrir
qué se proponía, a dejarla escabullirse y enfrentarse a alguna desagradable sorpresa
más adelante.
Me quité los zapatos y salí corriendo del campamento, descubriendo la cima de su
cabeza encapuchada cuando desaparecía tras un árbol en la distancia (se movía
deprisa), y salí tras ella tan rápida y silenciosamente como pude.
***
Era difícil seguir el ritmo de Evanna. Su paso era raudo y seguro, y sus pisadas
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apenas dejaban huellas. Si la persecución hubiera durado más, la habría perdido, pero
hizo un alto al cabo de tres o cuatro kilómetros, se quedó parada durante un momento
olfateando el aire, y entonces se dirigió hacia un pequeño bosquecillo, silbando en
alto, y penetró en él.
Esperé unos minutos para ver si salía. Como no lo hizo, la seguí hasta el borde de
la arboleda y me detuve a escuchar. Como no oía nada, me deslicé entre los árboles y
avancé cautelosamente. El terreno era húmedo y amortiguaba el sonido de mis pasos,
pero no me confié: el sentido del oído de Evanna era, al menos, tan agudo como el de
un vampiro. Una ramita rota bastaría para alertarla de mi presencia.
Mientras avanzaba, el sonido de una tenue conversación llegó hasta mí. Había
varias personas más adelante, pero hablaban en un tono apagado y yo estaba
demasiado lejos para escuchar lo que decían. Sintiendo una inquietud cada vez
mayor, me acerqué con sigilo, y finalmente me encontré lo bastante cerca para
identificar a un grupo de figuras oscuras en el corazón del bosquecillo.
No me acerqué más, por temor a delatarme, así que me acuclillé, observando y
escuchando. Sus voces sonaban amortiguadas y sólo alcanzaba a entender
ocasionalmente alguna palabra suelta o la mitad de una frase. De vez en cuando,
levantaban la voz al reír, pero incluso entonces procuraban no hacerlo demasiado
alto.
Mis ojos se adaptaron gradualmente a la oscuridad, y fui capaz de empezar a
distinguir las formas. Aparte de Evanna (cuya silueta era imposible de confundir),
conté ocho personas más, sentadas, en cuclillas o tumbadas. Siete eran grandes y
musculosas. La octava era menuda, llevaba una toga con capucha, y servía bebida y
comida a los demás. Todos parecían ser hombres.
No podía estar totalmente seguro, dada la distancia y la oscuridad. Habría tenido
que acercarme mucho más para averiguar más sobre ellos, o esperar a que brillara la
Luna. Echando un vistazo al cielo nublado a través de las tupidas ramas de los
árboles, supuse que no había muchas posibilidades de que eso ocurriera. Me
incorporé silenciosamente y empecé a retroceder.
En ese momento, el sirviente de la toga encendió una vela.
—¡Apaga eso, estúpido! —ladró uno de los otros, y una fuerte mano arrojó la
vela al suelo, donde unos pies la apagaron con brusquedad.
—Lo siento —dijo el sirviente con voz aguda—. Pensé que estábamos a salvo
con Lady Evanna.
—¡Nunca estamos a salvo! —exclamó el hombre corpulento—. Recuerda eso, y
no vuelvas a cometer un error así.
Los hombres siguieron conversando con Evanna, en voz baja e impenetrable, pero
a mí ya no me interesaba lo que tuvieran que decir. Durante los escasos segundos que
brilló la luz de la vela, había alcanzado a ver pieles púrpura y cabellos y ojos rojos, y
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supe quiénes y qué eran aquellos hombres, y por qué Evanna se había mostrado tan
reservada: ¡había venido a encontrarse con un grupo de vampanezes!
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CAPÍTULO 18
Retirándome a hurtadillas, abandoné el bosquecillo. Al no ver guardias, volví al
Cirque du Freak a todo correr, sin detenerme a tomar aliento ni a pensar. Llegué al
campamento diez minutos después, tras haber corrido tan deprisa como mis poderes
lo permitían.
La función ya había comenzado, y Mr. Crepsley estaba de pie en lo que solía ser
la sacristía de la iglesia, viendo a Rhamus Dostripas comerse un neumático. Estaba
muy elegante con su traje rojo, y se había frotado con sangre la cicatriz que surcaba el
lado izquierdo de su rostro para atraer la atención sobre ella, haciéndole parecer más
misterioso de lo habitual.
—¿Dónde has estado? —exclamó cuando entré, jadeando—. Te he buscado por
todas partes. Pensaba que tendría que actuar solo. Truska ya tiene listo tu traje de
pirata. Si nos damos prisa, podremos…
—¿Dónde está Vancha? —pregunté con voz ahogada.
—Andará enfurruñado en alguna parte —respondió, riendo entre dientes—. Aún
no ha…
—¡Larten! —le interrumpí. Él se detuvo, alarmado, porque raramente le llamaba
por su nombre—. Olvide la función. Tenemos que encontrar a Vancha. ¡Ya!
No hizo preguntas. Le dijo a un tramoyista que informara a Mr. Tall de su retirada
del programa, y me condujo fuera para ir en busca de Vancha. Lo encontramos con
Harkat en la tienda que la Personita compartía conmigo. Le estaba enseñando a
Harkat a lanzar los shuriken. A Harkat le resultaba difícil: sus dedos eran demasiado
grandes para coger con facilidad las pequeñas estrellas.
—Mira quién está aquí —se mofó Vancha cuando entramos—. El rey de los
payasos y su ayudante favorito. ¿Cómo va la función, chicos?
Bajé el faldón de la tienda y me senté en cuclillas. Vancha vio la seria expresión
de mis ojos y recogió sus shuriken. Rápida y calmadamente, les conté lo que había
ocurrido. Hubo una pausa cuando acabé, rota por Vancha al prorrumpir en una
cáustica retahíla de maldiciones.
—¡No deberíamos haber confiado en ella! —gruñó Vancha—. Las brujas son
traicioneras por naturaleza. Probablemente esté vendiéndonos a los vampanezes
mientras hablamos.
—Lo dudo —dijo Mr. Crepsley—. A Evanna no le haría falta la ayuda de los
vampanezes si pretendiera hacernos daño.
—¿Te crees que ella fue allí a hablar con las ranas? —ladró Vancha.
—No sé de qué estarían hablando, pero no creo que nos esté traicionando —dijo
Mr. Crepsley obstinadamente.
—Tal vez deberíamos preguntarle a Mr. Tall —sugirió Harkat—. Por lo que dijo
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Darren, él sabía lo que Evanna… se proponía. Quizá nos lo diga.
Vancha miró a Mr. Crepsley.
—Es tu amigo. ¿Lo intentamos?
Mr. Crepsley meneó la cabeza.
—Si Hibernius supiera que estamos en peligro, y estuviera en su mano avisarnos
o ayudarnos, lo habría hecho.
—Muy bien —dijo Vancha, sonriendo lúgubremente—. Tendremos que
encargarnos nosotros de ellos. —Y se levantó, comprobando su reserva de shuriken.
—¿Vamos a ir a luchar con ellos? —pregunté, sintiendo un retortijón en las tripas.
—¡No vamos a quedarnos aquí sentados, esperando que vengan a atacarnos! —
respondió Vancha—. El elemento sorpresa es vital. Mientras lo tengamos a nuestro
favor, debemos aprovecharlo.
Mr. Crepsley parecía preocupado.
—Quizá no pretenden atacarnos —dijo—. Llegamos anoche. Ellos no podían
saber que veníamos. Puede que su presencia aquí no tenga nada que ver con nosotros.
—¡Tonterías! —aulló Vancha—. ¡Están aquí para matarnos, y si no atacamos
primero, caerán sobre nosotros antes…!
—Yo no estoy tan seguro —murmuré—. Ahora que lo pienso, no estaban en
guardia, ni nerviosos, como lo habrían estado si se estuvieran preparando para luchar.
Vancha maldijo un poco más, y volvió a sentarse.
—De acuerdo. Digamos que no vienen a por nosotros. Quizá sea una coincidencia
y no sepan que estamos aquí. —Se inclinó hacia delante—. ¡Pero lo sabrán en cuanto
Evanna haya terminado de ponerlos al corriente!
—¿Crees que ella les hablaría de nosotros? —pregunté.
—Tendríamos que ser idiotas para arriesgarnos. —Se aclaró la garganta—. Por si
lo has olvidado, estamos en guerra. No tengo nada personal contra nuestros hermanos
de sangre, pero son nuestros enemigos y no debemos mostrarles compasión. Digamos
que esos vampanezes y su sirviente no tienen nada que ver con nuestra presencia
aquí. ¿Y qué? Nuestro deber es entablar batalla con ellos y eliminarlos.
—Eso es asesinato, no autodefensa —dijo Harkat en voz baja.
—Sí —reconoció Vancha—. ¿Pero preferirías que les permitiéramos seguir
matando a los nuestros? Nuestra búsqueda del Lord Vampanez tiene prioridad sobre
todo lo demás, pero si se nos presenta la oportunidad de cargarnos a unos cuantos
vampanezes vagabundos por el camino, seríamos unos estúpidos (¡unos traidores!) si
no la aprovecháramos.
Mr. Crepsley lanzó un suspiro.
—¿Y Evanna? ¿Y si se pone de parte de los vampanezes?
—Entonces lucharemos con ella también —suspiró Vancha.
—¿Crees que tendríamos alguna oportunidad contra ella? —respondió Mr.
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Crepsley, sonriendo levemente.
—No. Pero sé cuál es mi deber. —Vancha se levantó, y esta vez mantuvo su
postura—. Voy a ir a matar vampanezes. Si queréis, podéis venir. Si no… —Se
encogió de hombros.
Mr. Crepsley me miró.
—¿Tú qué opinas, Darren?
—Vancha tiene razón —dije despacio—. Si los dejamos ir, y más tarde matan
vampiros, será culpa nuestra. Además, hay algo que estamos pasando por alto: el
Señor de los Vampanezes. —Mr. Crepsley y Vancha me miraron fijamente—.
Nuestros caminos están destinados a cruzarse, pero creo que tenemos que ir a buscar
ese destino. Tal vez esos vampanezes sepan dónde está, o dónde estará. Dudo que sea
una coincidencia que estemos aquí al mismo tiempo que ellos. Esta puede ser la
forma en que el destino nos conduzca a él.
—Un sólido argumento —dijo Vancha.
—Quizás. —Mr. Crepsley no parecía muy convencido.
—¿Recuerda las palabras de Mr. Tiny? —dije—. Seguir a nuestro corazón. Y mi
corazón me dice que debemos enfrentarnos a esos vampanezes.
—El mío también —dijo Harkat tras un momento de vacilación.
—Y el mío —añadió Vancha.
—Creí que no tenías corazón —murmuró Mr. Crepsley, y se levantó—. Pero el
mío también pide esa confrontación, aunque mi cabeza no esté de acuerdo. Iremos.
Vancha esbozó una amplia sonrisa sedienta de sangre y palmeó la espalda de Mr.
Crepsley, y sin más que añadir, nos alejamos furtivamente en la noche.
***
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—Entonces, sólo nos queda separarnos y tomar posiciones. Situaros lo más cerca
que podáis. Yo os daré la señal, lanzando un par de shuriken. Apuntaré a los brazos y
las piernas. En cuanto oigáis gritos y maldiciones… dadles duro.
—Las cosas serían mucho más sencillas si apuntaras a sus gargantas o a sus
cabezas —comenté.
—Yo no lucho de esa manera —gruñó Vancha—. Sólo los cobardes matan a sus
adversarios sin enfrentarse a ellos cara a cara. Si tengo que hacerlo (como cuando
maté al vampcota que tenía una granada), lo haré, pero prefiero luchar limpiamente.
Los cuatro nos separamos y rodeamos los árboles, penetrando en el bosquecillo
desde cuatro puntos diferentes. Me sentí vulnerable y pequeño al encontrarme solo en
el bosque, pero deseché rápidamente esa sensación y me concentré en mi misión.
—Que los dioses de los vampiros nos guíen y nos protejan —murmuré en voz
baja antes de avanzar, desenvainando la espada.
Los vampanezes y Evanna aún estaban en el claro del corazón de la arboleda,
hablando en voz baja. La Luna se había abierto paso a través de las nubes, y aunque
las ramas impedían que entrara la mayor parte de su luz, la zona estaba ahora más
iluminada que cuando había estado yo momentos antes.
Avanzando con cuidado, llegué tan cerca de los vampanezes como me atreví, me
detuve detrás de un grueso tronco y esperé. Todo estaba silencioso a mi alrededor.
Había pensado que Harkat podría alertarles de nuestra presencia, ya que no podía
moverse tan silenciosamente como un vampiro, pero la Personita tuvo mucho
cuidado y no hizo ruido.
Empecé a contar mentalmente, en silencio. Iba por noventa y seis cuando se oyó
un agudo silbido a lo lejos, a mi izquierda, seguido de un chillido asustado. Menos de
un segundo después, otro silbido y otro grito. Empuñando con fuerza mi espada,
rodeé el árbol y me lancé hacia delante, rugiendo como un salvaje.
Los vampanezes reaccionaron velozmente, y ya estaban de pie, armas en mano,
cuando llegué hasta ellos. Aunque era rápidos, Mr. Crepsley y Vancha lo fueron más,
y mientras yo cruzaba mi espada con la de un vampanez alto y musculoso, con un
shuriken plateado clavado en la espinilla, vi a Mr. Crepsley abrir de un tajo el
estómago y el pecho de uno de nuestros oponentes, matándole instantáneamente,
mientras el pulgar de Vancha se hundía en el ojo de otro, que cayó al suelo, aullando.
Tuve tiempo suficiente para fijarme en que el hombre del suelo no tenía la piel
púrpura como los demás (¡un vampcota!), y luego me concentré en el vampanez que
tenía frente a mí. Me sacaba por lo menos dos cabezas de altura, y era más corpulento
y más fuerte que yo. Pero el tamaño, como me habían enseñado en la Montaña de los
Vampiros, no lo era todo, y mientras él arremetía contra mí dando golpes salvajes, yo
lanzaba estocadas y fintaba, cortándole por aquí, pinchándole por allá, haciéndole
sangrar, enfureciéndole, socavando su precisión y su ritmo, haciéndole dar vueltas
***
Aliados de la noche.
El control de calidad:
Gillie Rusell y Zoe Clark.
La manada de animales del clan de Christopher Little.
RUDEZA HABITUAL.
HISTORIA DE MUERTE.
Cuando Mr. Corbett hablaba del pasado, se estaba refiriendo a una época,
DEMONIOS DE LA NOCHE.
Vampiros. Si la del doctor Beisty fuera la única voz que clama contra los
demonios de la noche, se le podría descartar por excéntrico. Pero hay muchas
más personas que creen que somos víctimas de los vampiros. Señalan el hecho
de que los ataques siempre ocurran por la noche, que los cuerpos aparezcan
desangrados (aparentemente, sin ayuda de instrumental médico) y, aún más
revelador, que aunque tres de las víctimas fueran filmadas por las cámaras de
seguridad cuando fueron secuestradas, los rostros de sus atacantes ¡no
aparecieron en la cinta!
La Inspectora Jefe Alice Burgess se muestra desdeñosa con la teoría de los
vampiros.
—¿Creen que el Conde Drácula anda alborotado? —se echó a reír
despectivamente—. ¡No sean ridículos! Estamos en el siglo XXI. Detrás de
todo esto sólo hay seres humanos, pervertidos y enfermos. ¡Yo no pierdo el
tiempo persiguiendo al hombre del saco!
Ante la presión, la Inspectora Jefe añadió esto:
—No creo en vampiros, y no quiero que unos idiotas como ustedes le
llenen a la gente la cabeza de tonterías. Pero les voy a decir una cosa: haré lo
que sea para detener a esos salvajes. Y si eso significa clavar una estaca en el
pecho de algún loco que se cree un vampiro, lo haré, aunque me cueste el
empleo y la libertad. Nadie se librará de esto alegando locura. Sólo hay una
forma de pagar por la muerte de once hombres y mujeres buenos: ¡el
exterminio!
»Y eso haré —juró la Inspectora Jefe Burgess, con un brillo feroz en sus
ojos claros, que habría enorgullecido al profesor Van Helsing—, aunque tenga
que perseguirlos hasta Transilvania y volver. No escaparán a la espada de la
justicia, sean humanos o vampiros.
»Díganles a sus lectores que atraparé a sus torturadores. Pueden apostarlo.
Pueden apostar sus vidas…».
***
***
Algo más tarde, me despertó una brusca sacudida. Una fuerte luz brillaba a través
de la delgada tela de las cortinas, e instantáneamente supe que debía ser mediodía o
faltar poco para la tarde, y por lo tanto, demasiado pronto para pensar en salir de la
cama. Me senté con un gruñido, y me encontré a un Harkat de expresión ansiosa
inclinado sobre mí.
—¿Qué pasa? —murmuré, frotándome los ojos legañosos.
—Alguien está llamando a… tu puerta —graznó Harkat.
—Dile que haga el favor de irse —dije… o algo por el estilo.
—Iba a hacerlo, pero… —Se interrumpió.
—¿Quién es? —pregunté, presintiendo problemas.
—No lo sé. Abrí un poquito la puerta de mi habitación… y miré por la rendija.
No es nadie del hotel, pero… hay alguien del personal con él. Es un hombre bajito,
que lleva un gran… maletín, y está… —Volvió a interrumpirse—. Ven a verlo tú
mismo.
Me levanté mientras se oía una nueva serie de golpes secos de nudillos. Atravesé
corriendo la habitación de Harkat. Mr. Crepsley estaba durmiendo profundamente en
una de las camas gemelas. Pasamos de puntillas a su lado y abrimos la puerta una
rendijita. Una de las figuras del pasillo me era familiar (el gerente del hotel del turno
***
Mahler era una escuela grande y moderna, con edificios que encuadraban una
zona de recreo de cemento al aire libre. Cuando llegué, la puerta principal estaba
abierta, así que entré y fui en busca del despacho del director. Las aulas y los
despachos estaban claramente señalizados, y tardé un par de minutos en encontrar el
despacho de Mr. Chivers, pero no había ni rastro del director. Pasó media hora… y
Mr. Chivers sin aparecer. Me pregunté si Mr. Blaws habría olvidado decirle al
director que yo vendría temprano, pero entonces recordé al hombrecillo del enorme
maletín y decidí que no era la clase de persona que se olvida de cosas así. Tal vez Mr.
Chivers había pensado encontrarme ante la entrada de la sala de profesores. Decidí ir
a comprobarlo.
La sala de profesores podría haber albergado a veinticinco o treinta de ellos, pero
sólo vi a tres cuando llamé y entré respondiendo a la voz de «Pase». Dos eran
hombres de mediana edad, pegados a unas voluminosas sillas, leyendo enormes
periódicos. La otra era una mujer corpulenta, ocupada clavando hojas de papel
***
***
***
***
Fue una velada agradable, pero se tuvo que acabar. Me había olvidado de la
posible amenaza de los vampanezes, pero cuando Debbie se excusó para ir al lavabo,
me puse a pensar en ellos, preguntándome si Mr. Crepsley o Harkat habrían visto
alguno; no quería venir a recibir clases de Debbie sin con ello la involucraba en
nuestros peligrosos asuntos.
Si esperaba a que volviera, podría olvidarme otra vez de la amenaza, así que le
escribí una breve nota («Tengo que irme. Ha sido maravilloso volver a verte. Te veré
mañana en la escuela. ¡Espero que no te importe que no haya hecho mis deberes!»),
la dejé en el plato vacío que había contenido los bollos y me escabullí lo más
silenciosamente posible.
Troté escaleras abajo, tarareando alegremente, salí, me detuve ante la puerta
principal, y di tres largos silbidos, mi señal para hacerle saber a Mr. Crepsley que ya
***
Las dos semanas siguientes fueron duras. Con Mr. Crepsley fuera de la ciudad, la
cacería de vampanezes suspendida y el número de muertos estabilizado (no habían
matado a nadie más últimamente), pude concentrarme en las cosas del colegio… lo
cual me venía de perlas, dada la cantidad de trabajo que tenía por hacer.
Debbie tiró de algunos hilos para aliviar mi carga. Aconsejado por ella, dije que
sufría los efectos del incendio imaginario en el que me había visto atrapado, y que
por eso había perdido muchas clases. Expliqué lo de mis buenas notas diciendo que
mi padre había sido el mejor amigo del director de mi antiguo colegio. Mr. Chivers
no quedó precisamente impresionado al oír eso, pero Debbie lo convenció para que
no le diera mayor trascendencia al asunto.
Opté por abandonar los idiomas modernos y retroceder un par de años en
Matemáticas y Ciencias. Me sentí más raro que nunca sentado entre un grupo de
treceañeros, pero al menos podía seguir su ritmo. Seguía teniendo Ciencias con Mr.
Smarts, pero era más comprensivo ahora que sabía que yo no había fingido mi
ignorancia, y dedicó mucho tiempo a ayudarme a ponerme al día.
Tuve dificultades en Lengua, Historia y Geografía, pero con las clases libres que
tenía en vez de idiomas, pude concentrarme en ellas y fui alcanzando gradualmente a
los otros chicos de mi clase.
Disfrutaba con el Dibujo Técnico y la Informática. Mi padre me había enseñado
las bases del Dibujo Técnico cuando era un niño (esperaba que yo fuera delineante de
mayor), y asimilé rápidamente lo que había olvidado. Para mi sorpresa, me aficioné a
***
La conversación imaginaria trajo una sonrisa fugaz a mis labios. La verdad es que
no tenía ni idea de cómo reaccionaría Debbie. Nunca se lo había contado a un ser
humano. No sabía por dónde ni cómo empezar, ni qué me diría esa persona en
respuesta. Yo sabía que los vampiros no eran los monstruos asesinos e insensibles de
las películas y los libros de terror… pero ¿cómo convencería a los demás?
—¡Malditos humanos! —rezongué, enojado, dándole una patada a un buzón—.
¡Malditos vampiros! ¡Deberíamos ser todos tortugas o algo así!
Mientras se me ocurría esa ridícula idea, miré a mi alrededor y me di cuenta de
que no tenía ni idea de en qué parte de la ciudad me hallaba. Busqué el nombre de
alguna calle que me resultara familiar, para poder seguir el camino hasta mi casa. Las
calles estaban, en gran parte, desiertas. Ahora que los misteriosos asesinos se habían
detenido o marchado, los soldados se habían retirado, y aunque la policía local aún
patrullaba las calles, se habían reducido las barreras y podías caminar sin tener que
prestarles atención. Aun así, seguía en vigor en toque de queda, y la mayoría de la
gente lo respetaba de buena gana.
Me encantaban las calles oscuras y silenciosas. Bajaba en soledad por los
estrechos y enrevesados callejones, como podría haber recorrido los túneles de la
Montaña de los Vampiros. Era reconfortante imaginarme de regreso con Seba Nile,
Vanez Blane y los demás, sin vida amorosa, ni escuela, ni búsquedas inducidas por el
destino de las que preocuparme.
Pensar en la Montaña de los Vampiros me llevó a pensar en Paris Skyle. Había
estado tan ocupado con el colegio y con Debbie, que no había tenido tiempo de
pensar en la muerte del Príncipe. Echaría de menos al viejo vampiro que tanto me
había enseñado. También nos habíamos reído juntos. Mientras pasaba por encima de
un montón de basura esparcida por el suelo en un callejón particularmente oscuro,
recordé la vez, pocos años atrás, en que se inclinó demasiado sobre una vela y se le
***
***
Steve nos había odiado a Mr. Crepsley y a mí durante mucho, mucho tiempo. Se
levantaba bien avanzada la noche, planeando su futuro, soñando con el día en que nos
seguiría la pista y nos clavaría una estaca en el corazón.
—Estaba loco de rabia —murmuró—. No podía pensar en nada más. En la clase
de Carpintería me dediqué a hacer estacas. En Geografía me aprendí los mapas del
mundo de memoria, para conocer los caminos que recorriera en cualquier país donde
Debbie apareció poco antes de las siete. Se había duchado y cambiado de ropa (la
policía le había traído algunos objetos personales de su apartamento), pero seguía
teniendo un aspecto terrible.
—Hay un agente de policía en el vestíbulo —dijo al entrar—. Me preguntaron si
quería un guardia personal y les dije que sí. Cree que he venido aquí a darte clase. Le
he dicho tu nombre. Si no te parece bien… ¡te fastidias!
—Yo también me alegro de verte —sonreí, alargando las manos para coger su
abrigo. Ella me ignoró y entró en el apartamento, y se detuvo en seco cuando reparó
en Steve y Harkat (que estaban algo más allá).
—No dijiste que íbamos a tener compañía —dijo envaradamente.
—Ellos tienen que estar aquí —respondí—. Son parte de lo que tengo que
contarte.
—¿Quiénes son? —preguntó.
—Este es Steve Leopard.
Steve hizo una breve reverencia.
—Y ese es Harkat Mulds.
Por un momento creí que Harkat no iba a mirarla. Entonces, se dio la vuelta
lentamente.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Debbie con voz ahogada, impresionada por sus grises y
antinaturales facciones llenas de cicatrices.
—Supongo que no ves a muchos como… yo en la escuela —sonrió Harkat
nerviosamente.
—¿Es… —Debbie se humedeció los labios—… es de aquel centro del que me
hablaste? ¿Donde vivíais Evra Von y tú?
—No hay ningún centro. Era mentira.
Me miró fríamente.
—¿En qué más me has mentido?
—En todo, más o menos —sonreí con aire culpable—. Pero las mentiras terminan
aquí. Esta noche te contaré la verdad. Cuando acabe, pensarás que estoy loco, o
desearás que no te lo hubiera contado nunca, pero tienes que escucharme: tu vida
depende de ello.
—¿Es larga la historia? —preguntó.
—Una de las más largas que hayas oído jamás —respondió Steve con una
carcajada.
—Entonces, será mejor que tome asiento —dijo ella. Escogió una silla, se quitó el
abrigo, lo puso sobre su regazo y asintió abruptamente para indicarme que podía
***
Discutí el artículo con Mr. Crepsley y con Vancha después de que Debbie se
hubiera ido a la cama (no quise alarmarla). Decía simplemente que había ido a clase
el lunes y no me habían visto desde entonces. La policía me había investigado, como
a todos los alumnos que se habían ausentado sin avisar de sus colegios (yo había
olvidado telefonear para decir que estaba enfermo). Al no encontrarme, distribuyeron
una descripción general y una petición para que se presentara cualquiera que supiera
algo de mí. También estaban «interesados en hablar con “mi” padre, Vur Horston».
Propuse llamar a Mahler para decir que estaba bien, pero Mr. Crepsley pensó que
lo mejor sería ir personalmente.
—Si llamas, podrían querer enviar a alguien para interrogarte. Y si ignoramos el
problema, alguien podría descubrirte y alertar a la policía.
Acordamos que iría, fingiría haber estado enfermo y que mi padre me había
llevado a casa de mi tío por el bien de mi salud. Acudiría a algunas clases (las
suficientes para asegurarles a todos que estaba bien) y luego diría que volvía a
sentirme mal y pediría a alguno de mis profesores que llamara a mi «tío» Steve para
que viniera a recogerme. Él le comentaría al profesor que mi padre había acudido a
una entrevista de trabajo, que sería la excusa que utilizaríamos el lunes: mi padre
había conseguido el trabajo, y como tenía que empezar de inmediato, me había
mandado a buscar para que me reuniera con él en otra ciudad.
Era una interrupción inoportuna, pero quería estar libre para lanzarme de lleno a
la búsqueda de los vampanezes ese fin de semana, así que me puse mi uniforme
escolar y me dirigí hacia allí. Me presenté en el despacho de Mr. Chivers veinte
minutos antes del comienzo de las clases, pensando que el eterno rezagado me haría
esperar, pero me sorprendió encontrarlo allí. Llamé a la puerta y entré cuando me dio
permiso.
—¡Darren! —exclamó con voz ahogada al verme. Se levantó de un salto y me
agarró por los hombros—. ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has llamado?
Repetí mi historia y me disculpé por no haberme puesto en contacto con él. Le
dije que acababa de enterarme esa mañana de que esa gente me estaba buscando.
También le conté que no había seguido las noticias, y que mi padre estaba fuera, por
negocios. Mr. Chivers me regañó por no hacerle saber dónde estaba, pero se sentía
demasiado aliviado de verme sano y salvo para guardarme rencor.
—Ya casi te había dado por perdido —suspiró, pasándose una mano por el pelo,
que no se había lavado últimamente. Se le veía envejecido y tembloroso—. ¿No
***
***
Mr. Crepsley y Debbie vigilaron la casa de Derek Barry, el chico que se sentaba
delante de mí en Lengua. Vancha y Steve se responsabilizaron de Gretchen Kelton
(Gretch la Miserable*, como la llamaba Smickey Martin), que se sentaba detrás.
Harkat y yo nos encargamos de la familia Montrose.
La noche del viernes era oscura, fría y húmeda. Richard vivía en una casa grande
con sus padres y varios hermanos y hermanas. Había montones de ventanas
superiores por las que los vampanezes podían entrar. No podíamos cubrirlas todas.
Pero los vampanezes casi nunca matan a la gente en sus hogares (como en el mito de
que los vampiros no pueden cruzar un umbral sin ser invitados primero), y aunque a
los vecinos de Debbie los habían asesinado en sus apartamentos, todos los demás
habían sido atacados en el exterior.
No ocurrió nada esa noche. Richard se quedó dentro todo el tiempo. Alcanzaba a
verlo a él y a su familia a través de las cortinas de vez en cuando, y envidiaba sus
sencillas vidas: ninguno de los Montrose tendría nunca que vigilar una casa para
prevenir el ataque de unos desalmados monstruos de la noche.
Cuando toda la familia estuvo en la cama, con las luces apagadas, Harkat y yo
subimos al tejado del edificio, donde permanecimos el resto de la noche, ocultos entre
las sombras, montando guardia. Nos marchamos al salir el Sol y nos encontramos con
los demás al volver a los apartamentos. Ellos también habían tenido una noche
tranquila. Nadie había visto ningún vampanez.
—El ejército ha vuelto —comentó Vancha, refiriéndose a los soldados que habían
***
***
Ahora que Debbie se encontraba más allá de la salvación, tenía claras mis
opciones. Podía intentar ayudar a mis amigos, que estaban atrapados en medio de los
vampanezes, o ir a por el Lord Vampanez. No perdí el tiempo decidiéndome. No
podía rescatar a mis amigos (había demasiados vampanezes y vampcotas), y aunque
pudiera, no lo habría hecho: el Lord Vampanez era lo primero. Lo había olvidado
momentáneamente cuando Steve cogió a Debbie, pero ahora mi convicción se
reafirmó. Al otro lado, Steve seguía inconsciente. No había tiempo de acabar con él:
lo haría más tarde, si era posible. Rodeé furtivamente a los vampanezes,
desenvainando mi espada, con la intención de atrapar a Gannen Harst y a la figura
que protegía.
Harst me descubrió, se llevó los dedos a la boca y silbó con fuerza. Los cuatro
vampanezes de la retaguardia lo miraron, y luego siguieron la dirección de su dedo,
que señalaba hacia mí. Se alejaron del jaleo, y, cerrándome el paso, avanzaron.
***
***
Pasó más tiempo. Era incapaz de discernir exactamente cuánto tiempo había
estado encerrado. Me sentía como si hubiera pasado un día o más, pero en realidad
era posible que sólo hubieran transcurrido cuatro o cinco horas, tal vez menos. Lo
más probable era que el Sol aún brillara en el exterior.
Pensé en Mr. Crepsley y me pregunté cómo le iría. Si se encontraba en una celda
como la mía, no tendría de qué preocuparse. Pero si lo habían puesto en una celda
con ventanas…
—¿Dónde están mis amigos? —pregunté.
Con e Iván habían estado discutiendo algo en voz baja. Ahora me miraron, con
expresión reservada.
—¿Te gustaría verlos? —preguntó Iván.
—Sólo quiero saber dónde están —dije.
La policía no sacaba nada de mí, y eso les frustraba. A Iván y Con se les había
unido otro agente llamado Morgan, de ojos penetrantes y cabello castaño oscuro. Se
sentaba con la espalda recta y las manos extendidas sobre la mesa, sometiéndome a
una fría e inalterable mirada. Tuve la sensación de que Morgan estaba allí para
mostrarse desagradable, aunque hasta ahora no había hecho ningún movimiento
violento contra mí.
—¿Qué edad tienes? —me estaba preguntando Con—. ¿De dónde eres? ¿Cuánto
tiempo has estado aquí? ¿Por qué escogisteis esta ciudad? ¿A cuántos otros habéis
matado? ¿Dónde están los cuerpos? ¿Qué habéis…?
Se detuvo cuando llamaron a la puerta. Se levantó y fue a ver quién era. Los ojos
de Iván siguieron a Con mientras se iba, pero los de Morgan permanecieron clavados
en mí. Pestañeaba una vez cada cuatro segundos, ni más, ni menos, como un robot.
Con mantuvo una conversación entre murmullos con una persona al otro lado de
la puerta, y luego se volvió y le indicó con un gesto al guardia del rifle que se
apartara. El guardia se hizo a un lado y me apuntó con el arma para asegurarse de que
no intentaba nada raro.
Esperaba que fuera otro policía, o tal vez un soldado (no había visto a nadie del
ejército desde que fui arrestado), pero el hombrecillo de aspecto inofensivo que entró
me cogió totalmente por sorpresa.
—¿Mr. Blaws? —exclamé con voz ahogada.
El inspector escolar que me había obligado a ir a Mahler parecía nervioso.
Portaba el mismo maletín enorme de siempre, y llevaba el mismo bombín pasado de
moda. Avanzó medio metro, y luego se detuvo, reacio a acercarse más.
—Gracias por venir, Walter —dijo Iván, levantándose para estrechar la mano al
visitante.
Mr. Blaws asintió débilmente y respondió con voz aguda:
—Encantado de servir de ayuda.
—¿Quieres una silla? —preguntó Iván.
Mr. Blaws meneó la cabeza rápidamente.
—No, gracias. Preferiría no detenerme más tiempo del necesario. Vueltas que dar,
lugares a los que ir… Ya sabes cómo es esto.
Iván asintió comprensivamente.
—Está bien. ¿Has traído los papeles?
Mr. Blaws asintió.
—Los formularios que rellenó, todos los documentos que tenemos de él. Sí. Se
los dejé al hombre que está en recepción. Los está fotocopiando para devolverme los
***
***