Luciano de Samosata Relatos Verídicos Texto

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OBRAS

VOL. 1

Luciano de Samósata

BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS


13-14

RELATOS VERIDICOS

E sta obra, dividida trad icio n alm en te en dos libros, form a


p a rte de la llam ada « litera tu ra de evasión», ta n a rraig a d a en el
im aginativo e sp íritu heleno, necesitado en m últiples ocasiones
de relato s distensores de su a rd u o q u ehacer intelectual. No deja,
sin em bargo, de ofrecer p o r ello un m arcad o c a rá c te r paródico
de esa m ism a lite ra tu ra , satirizándola fin am en te en m il detalles
(preám bulo, hipérboles, fórm ulas estereo tip ad as, etc.), al igual
que el Q uijote es libro de caballerías y p aro d ia caballeresca.
Los preced en tes «novelescos» p ara e sta lite ra tu ra de aventu­
ra s a rra n c a n del p ropio H om ero de la O disea y o tra s leyendas
épicas. E n tre este género y la p ro sa jó n ica m edian notables
afinidades (cf. la aceptación de m itos y leyendas p o r el propio
H eródoto), que, en cuan to a in tro d u cció n de ápista o elem entos
m aravillosos, llegan a su culm inación en la h isto ria «novelada»
de C tesias de C nido (s. iv a. C.), a u to r de u n as «narraciones
persas», y en los «relatos indios» de M egástenes, a lred ed o r del
300 a .C .
E stos relato s altam en te im aginativos de viajes fan tástico s es­
tán, en definitiva, en la m ism a línea de re sp u e sta al re to socioló­
gico d e «necesidad de evasión» que la novela griega, y ta n sólo
m edia e n tre aquéllos y ésta —al m enos en el caso de Luciano—
la esencial diferencia de no h allarse en ellos el típico p atetism o
erótico de la novela. Como es sabido, en tiem pos recientes los
hallazgos papirológicos han m odificado su stan cialm en te la crono­
logía trad icio n al de A. Nicolai y E. Rohde p a ra ésta, re b aján d o la
al siglo i a. C. en lo referen te a sus inicios. E l p ro p io Luciano
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m enciona a Y am bulo, cuya n a rra c ió n novelesca de sus viajes


no contenía p o r lo dem ás, según parece, elem entos eróticos; ello
ocurre ya, en cam bio, en Los prodigios m ás allá de Tule del p i­
tagórico A n t o n io D iógenes , de finales del siglo i y com ienzos del
H d. C., cuya obra, según nos a d v ierte Focio, tam b ién p arodió
L u c ia n o en sus R elatos verídicos. Hay, sin duda, un cúm ulo de
escritos de novelistas y auto res de relatos novelescos, conocido
muy parcialm ente p o r nosotros, que sirve de p u n to de p artid a,
siquiera sea con fines paródicos, a n u estro au to r. Sobre todo ello
la Q uellenforschung se debate en ingeniosos estudios, a veces
más conjeturales que indiscutibles.
El objetivo esencial de Luciano es e n tre te n er al lecto r, al tiem ­
po que in ten ta ridiculizar a los a u to re s de relato s prodigiosos y
legendarios (cf. I 14). A p a rtir de I 5, se inicia la p aro d ia nove­
lesca propiam ente dicha: navegación allende las C olum nas de
Heracles p o r el Océano de O ccidente, tem p estad , isla de las vi­
des, viaje aéreo, nueva tem p estad y a rrib a d a a la Luna, encuentro
con los «cabalgabuitres» y con el rey E ndim ión, b a talla con el
Sol p o r la E strella de la M añana, natu raleza so rp ren d e n te de los
selenitas, visita a la C iudad de las L ám paras, contem plación de
Nubecuclillos, «am erizaje» de la nave voladora, deslizam iento
de ésta con la trip u lació n en el in te rio r de u n a gigantesca b a­
llena, vida en el cetáceo con o tro s hom bres y luchas con pueblos
m onstruosos, y visión de los hom bres-islas. Aquí term in a el libro
prim ero, que com prende 42 capítulos.
El libro II, ta l vez m ás logrado, se inicia con la m u erte de la
ballena, ideada p o r L uciano y sus com pañeros incendiando el bos­
que que había en su interio r. U na vez libres del m o n stru o , p ro ­
siguen su av en tu rera navegación: tem p estad y deslizam iento so­
b re el m a r helado, arrib a d a a la isla de Q uesia, en cu en tro con
los «corchópodos», desem barco en la isla llam ad a «de los Dicho­
sos» (en el H ades) y encuen tro con R ad am an tis, estan cia com o
huéspedes de los héroes y descripción de sus co stu m b res, encuen­
tro con H om ero, los juegos llam ad o s «M ortuorios», b a ta lla con
los im píos, h uida de C íniras con H elena de T roya (única conce­
sión, de pasada, al tem a eró tico ) y consiguiente expulsión de
Luciano y sus com pañeros de la isla de los Dichosos, visión de
las islas de los Im píos (en ellas sitú a Luciano a Ctesias y Heró-
doto, en tre otro s, p o r em baucadores), estan cia en la isla de los
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Sueños, a rrib a d a a la isla Ogigia p a ra e n tre g a r a Calipso el


m ensaje de Ulises que éste les confiara en la isla de los Dicho­
sos, encuentro con los calab azap iratas y los nuezn au tas, hallazgo
de los «cabalgadelfines», el nido de alción gigante, prodigios
«nem orosos», hallazgo de la gran sim a del agua co rtad a, encuen­
tro de los bucéfalos y hom bres-em barcación, av en tu ra de las
«perniburras», arrib a d a al o tro con tin en te y naufragio. E ste se­
gundo lib ro co nsta de 47 capítulos y concluye con la prom esa
in cum plida de Luciano: «Lo que ocurrió en el o tro co ntinente
lo relataré en los libros que siguen.» Tal vez nunca estuvo en
su ánim o h acerlo, y nos hallam os en presencia de u n tópico re­
tórico m ás, de un final so rp re n d e n te lleno de m isterio y —valga
la expresión— relieve tridim en sio n al, a los q u e ta n aficionado es
el escritor.
Tal vez los m om entos m ás felices del am eno relato corres­
p o ndan a la descripción de las pecu liarid ad es y régim en de vida
de los selenitas (I 22-26), la p in tu ra del in te rio r del cetáceo
(I 31-36), la isla de los D ichosos (II 5-27) y la de los Sueños
(II 32-34). E n esta ú ltim a n arració n , L uciano a ltera el relato
hom érico y lo am plía haciendo gala de su fé rtil im aginación.
D entro del resp eto a la lengua ática m ás p u ra , L uciano se per­
m ite, esporádicam ente, algún jonism o (doble sigm a, desinencia
■ato) p a ra p a ro d ia r el dialecto de estos p ro sistas. M uchos rasgos
paródicos y giros estilísticos im itativos de sus m odelos se nos
escapan hoy al desconocer éstos.
G rande fue la influencia ejercid a p o r los R elatos verídicos en
la lite ra tu ra p o sterio r. E n ellos se inspiró W ieland, tra d u c to r de
Luciano e n la A lem ania ren acen tista, en p a rte al m enos, p a ra
e scrib ir sus Diálogos en el Elíseo. E n F rancia, C yrano de B er­
gerac los im itó en su H istoire com ique d ’un voyage à la Lune.
T am bién hallam os u n eco del sam osatense en el V oltaire del
M icrom egas y, en este m ism o siglo x v iil y en In g la te rra , en los
V iajes de Gulliver, de J. Sw ift.
La p rim e ra traducción al español de los R elatos verídicos se
debe a F r a n c isco de E n z in a s (con el títu lo de H istoria verdadera,
A rgentorati, 1551). Según A. T ovar (Luciano, B arcelona, 1949, p á­
gina 289), son «el m odelo rem o to de Persiles y Sigism unda». P ara
este m ism o au to r, el eco lucianesco resu en a en to d a n u e stra
lite ra tu ra picaresca: « E l tono autobiográfico, que ta n cruel re-
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suita para n a rra r las desgracias y hum illaciones del héroe, está
aprendido en el Asno y en la H istoria verdadera» (ibid., pág. 300).
R é stan o s p o r d e c ir que no hay asideros cronológicos convin­
centes p ara fe c h a r la com posición de esta o b ra, p ero to d o parece
in d ic a r —e stilo , perfección literaria, e tc, — que p e rte n e c e a un
m o m en to a v a n z a d o de la p ro d u c c ió n lucianesca (cf. L. G i l , A nto­
logía de Luciano, M adrid, 1970, pág. 199).

Al igual que los atletas y quienes tratan de mante- i


nerse en form a no sólo cuidan de su estado físico y
entrenamiento, sino también de su oportuna relajación
—por entender que es la parte principal de su prepara­
ción—, asimismo interesa a los intelectuales, a mi pare­
cer, tras una prolongada lectura de los autores más se­
rios, relajar su mente y hacerla más vigorosa para su
esfuerzo futuro.
Resultaría acorde con ellos el descanso si tom aran 2
contacto con aquellas lecturas que no sólo ofrecen pura
evasión, fruto del ingenio y hum or, sino las que presen­
tan un contenido no ajeno a las Musas, como creo que
ellos estim arán en el caso de esta obra; no sólo les
atraerá lo novedoso del argumento, ni lo gracioso de su
plan, ni el hecho de que contamos m entiras de todos los
colores de modo convincente y verosímil, sino además el
que cada historia apunta, no exenta de comicidad, a al­
guno de los antiguos poetas, historiadores y filósofos,
que escribieron muchos relatos prodigiosos y legenda­
rios; los habría citado por su nom bre, si no se despren­
dieran, en tu caso *, de la lectura.
< ... Citemos, por ejemplo, a > 2 Ctesias de Cnido, 3

1 Luciano se dirige al lector.


2 Al parecer, hay lagunas en los m ss. Seguim os la lectu ra con­
jetural hoíon, de B ekker.
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hijo de C tesioco3, que escribió sobre la India y sus


peculiaridades aquello que él personalm ente jam ás vio,
ni oyó de labios fidedignos. Escribió tam bién Yambulo
muchos relatos extraños acerca de los países del Gran
Mar, forjando una ficción que todos reconocen, aunque
construyendo un argum ento no exento de interés. Mu­
chos otros, con idéntica intención, escribieron sobre su­
puestas aventuras y viajes de ellos mismos, incluyendo
animales m onstruosos, hombres crueles y extrañas for­
mas de vida. Su guía y m aestro de sem ejante charlata­
nería es el Ulises de Homero, que disertó ante la corte
de Alcínoo 4 acerca de vientos en esclavitud y de hom­
bres de un ojo, caníbales y salvajes; y, además, de ani­
males de múltiples cabezas y las transform aciones de
sus compañeros a causa de los elixires: con múltiples
relatos de ese género dejó maravilladas a gentes tan
simples como los feacios.
4 Pues bien, después de tom ar contacto con todos esos
autores, llegué a no reprocharles demasiado que enga­
ñen al público, al notar que ello es práctica habitual,
incluso, entre los consagrados a la filosofía5. Me sor­
prendió en ellos, sin embargo, que creyeran escribir re­
latos inverosímiles sin quedar en evidencia. Por ello mi
personal vanidad me impulsó a dejar algo a la posteri­
dad, a fin de no ser el único privado de licencia para
n arrar historias; y, como nada verídico podía referir,
por no haber vivido hecho alguno digno de mencionarse,
me orienté a la ficción, pero mucho más honradam ente
que mis predecesores, pues al menos diré una verdad

3 T anto C tesias de Cnido com o Y am bulo son p ro to tip o s d e


au tores de relato s fantástico s. Sus escritos se h an perdido, a s í
com o los de A ntonio Diógenes, posible fu en te de Luciano según
Focio (cf. Introducción).
4 Cf. O disea desde el canto IX.
5 P arece un ataq u e a P latón (R epública X 614a y s s .) , s e g ú n
a p u n ta el p ro pio escoliasta.
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al confesar que miento. Y, así, creo librarm e de la acu­


s a c i ó n del público al reconocer yo mismo que no digo
ni una verdad. Escribo, por tanto, sobre cosas que ja ­
más vi, traté o aprendí de otros, que no existen en abso­
luto ni por principio pueden existir. Por ello, mis lecto­
res no deberán prestarles fe alguna.
Inicié mi navegación un día desde las Columnas de
Heracles, rumbo al Océano de Occidente, con viento fa­
vorable. El motivo y el propósito de mi viaje eran mi
gran actividad intelectual, mi afán por los descubrimien­
tos y el deseo de averiguar qué era el fin del Océano y
qué pueblos vivían a la otra orilla. A este propósito pre­
paré abundantes víveres, añadí tam bién agua suficiente
y enrolé a cincuenta compañeros de mi edad, que com­
partían mi proyecto; preparé tam bién un buen núm ero
de armas, recluté al m ejor piloto tras convencerle con
un gran sueldo, y reforcé mi embarcación —era una
nave ligera— para tan larga y difícil travesía.
Navegamos un día y una noche a favor del viento,
sin avanzar demasiado, avistando aún tierra; pero al
amanecer del segundo día el viento arreció, Creció el
oleaje y sobrevino la oscuridad, sin que pudiéramos ni
izar la vela. Nos confiamos, pues, y entregamos al ven­
daval, y sufrimos la borrasca durante setenta y nueve
días; pero al octogésimo brilló el sol de repente y divi­
samos, no lejos de nosotros, una isla elevada y frondosa,
en cuyo derredor resonaba un oleaje nada agitado, pues
ya había amainado lo más duro de la to rm e n ta 6.
Arribamos al fin y, tras desem barcar, como conse­
cuencia de nuestra larga fatiga, yacimos en tierra du­
rante mucho rato, pero al fin nos levantamos y desig­
namos a treinta de nosotros para perm anecer de guardia
en la nave, y a veinte para penetrar conmigo a explorar
el interior de la isla.

6 El p asaje parece un lu g ar com ún en los relato s fantásticos.


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7 Tras avanzar unos tres estadios desde el m ar a tra­


vés del bosque, descubrimos una estela de bronce, con
una inscripción en caracteres griegos borrosos y gasta­
dos que decía: «Hasta aquí llegaron Heracles y Dioni­
so.» Había tam bién dos huellas de pisadas cerca, en la
roca, una de un pletro y otra menor, siendo —a mi pa­
recer— la más pequeña de Dioniso y la otra de Hera­
cles7. Tras venerarlas, proseguimos la marcha, y aún no
nos habíamos distanciado mucho cuando llegamos al
borde de un río de vino en todo sem ejante al Q uiota8.
La corriente era abundante y copiosa, de modo que en
algunos lugares era navegable. Así nos sentimos mucho
más inclinados a creer en la inscripción de la estela, al
ver las pruebas de la visita de Dioniso. Decidí averiguar
dónde nacía el río, y subí bordeando su corriente, mas
no encontré fuente alguna, sino num erosas y grandes
vides cargadas de racimos; de cada raíz fluía un hilo de
vino claro, y de ellos surgía el río. Podían verse muchos
peces en él, muy semejantes al vino en colorido y sabor;
nosotros, a la sazón, capturam os algunos y al comerlos
nos embriagamos; naturalm ente, al abrirlos, los halla­
mos llenos de posos de vino. Más tarde se nos ocurrió
mezclarlos con los otros peces, los de agua, y rebajam os
la fuerza de aquel vino comestible.
8 Luego atravesamos el río por una zona vadeable y
hallamos algo maravilloso en las vides: la parte que
surgía de la tierra, la cepa propiam ente dicha, era vigo­
rosa y robusta, y en la parte superior eran m ujeres,
totalm ente perfectas desde la cintura, de igual m anera
que nuestros pintores representan a Dafne convirtién­
dose en árbol al sujetarla Apolo. De las puntas de sus
dedos nacían sarm ientos cargados de racimos; asimis­

7 Cf. H er ó d o to , IV 82. El p letro m ide 29,6 m ., y es la sexta


p a rte del estadio.
8 Cf. Ctesias (F ocio, Bibi., cod. L X X II 46 a).
RELATOS VERÍDICOS 183

mo, eran su tocado zarcillos, pámpanos y racimos. Al


acercarnos nosotros, nos acogieron con su bienvenida,
hablando unas en lidio, otras en indio, mas la mayoría
lo hacían en griego, y nos besaban en los labios. El que
recibía el beso quedaba al punto ebrio y vacilante. No
permitían, sin embargo, que tomáram os de su fruto,
sino que se dolían y lanzaban gritos cuando les era
arrancado. Algunas deseaban unirse a nosotros, y dos
de mis compañeros, que se llegaron a ellas, no pudieron
separarse, sino que quedaron trabados por las partes
pudendas, pues se fundieron y enraizaron juntos: ya
antes habían brotado sarm ientos de sus dedos y, tren­
zados de zarcillos, tam bién ellos se disponían a producir
frutos en un instante.
Dejándoles, huimos a la nave y contamos todo a los 9
que allí habían quedado, y en especial la unión de los
compañeros con las vides. Entonces tomamos unas án­
foras y nos aprovisionamos a un tiempo de agua y vino
del río; y acampamos cerca de allí, en el litoral, para
zarpar a la aurora con viento no demasiado fuerte.
Hacia el mediodía, cuando ya no se divisaba la isla,
sobrevino de repente un tifón que hizo girar la nave y,
elevándola por el aire unos trescientos estadios, ya no
la dejó descender al mar, sino que, hallándose en las
alturas, sopló viento sobre su velamen y la arrastraba a
vela hinchada.
Por siete días y otras tantas noches viajamos por el 10
aire, y al octavo divisamos un gran país en el aire, como
una isla, luminoso, redondo y resplandeciente de luz en
abundancia. Nos dirigimos a él y, tras anclar, desem­
barcamos, y observando descubrimos que la región se
hallaba habitada y cultivada. Durante el día nada divi­
sábamos desde allí, pero al hacerse de noche empezaron
a aparecérsenos muchas otras islas próximas —unas m a­
yores, otras más pequeñas— de color sem ejante al del
fuego. Vimos tam bién otro país abajo, con ciudades,
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ríos, mares, bosques y montañas, y dedujimos que era


la Tierra.
Decidimos seguir avanzando, pero fuimos detenidos
al encontrar a los que ellos llaman «cabalgabuitres»9.
Los cabalgabuitres son hom bres que cabalgan sobre bui­
tres enormes, y utilizan dichas aves como caballos. Los
buitres son enormes y suelen tener tres cabezas; puede
inferirse su tam año del hecho siguiente: cualquiera de
sus plumas es mayor y más robusta que el m ástil de
un gran navio m ercante 10. Dichos cabalgabuitres tienen
como misión sobrevolar el país y conducir ante el rey
a cualquier extranjero que encuentren; po r ello, nos de­
tuvieron y condujeron ante él. Éste, después de obser­
varnos y deducirlo de nuestros vestidos, dijo: «Vosotros
sois griegos, ¿verdad, extranjeros?» Al confirmárselo
nosotros, preguntó: «¿Y cómo habéis llegado hasta aquí,
tras atravesar un gran trecho por el aire?» Nosotros le
explicamos todo. Entonces comenzó él a contarnos su
propia historia: era tam bién un ser hum ano, llamado
Endimión, que había sido raptado de nuestro país mien­
tras dorm ía y, una vez allí, llegó a ser rey del territorio.
Decía que aquel país era la Luna que vemos desde aba­
jo u. Nos exhortó a confiar y no tem er peligro alguno,
ofreciéndonos cuanto necesitáramos.
«Si triunfo —añadió— en la guerra que ahora man­
tengo contra los habitantes del Sol, viviréis muy felices
a mi lado». Nosotros le preguntamos quiénes eran los
enemigos y la causa del conflicto. «Faetonte —contestó—,
el rey de los habitantes del Sol (pues aquél tam bién

' 9 Griego H ippógypoi. En p ro de la intelección y expresividad,


optam os p o r tra d u c ir estos nom bres de seres fa n tástico s en lugar
d e tran scrib irlo s. (Cf. M an uel F, G a lian o , La transcripción..., pá­
gina 6, p á r r a f o 2.)
10 Cf. Odisea IX 322 ss.
11 A ntonio Diógenes parece ser la fuente de insp iració n (Fo-
cio, Illa ). Cf. el Icarom enipo de Luciano.
RELATOS VERIDICOS 185

está habitado, como la Luna), desde mucho tiempo


atrás nos hace la guerra. Comenzó por el siguiente mo­
tivo. En cierta ocasión reuní a los más pobres de mi
reino, con el proyecto de establecer una colonia en la
Estrella de la M añana12, que se hallaba desierta e inha­
bitada. Celoso Faetonte, impidió la colonización, salien­
do al paso a medio camino al frente de sus cabalgahor-
migas 13. Entonces fuimos vencidos (pues no estábamos
a su altura en preparación) y nos retiram os; pero aho­
ra deseo reanudar la guerra y fundar la colonia. Si lo
deseáis, podéis participar conmigo en la expedición, y
os proporcionaré a cada uno de vosotros un buitre real
y el arm am ento necesario. Mañana partiremos». «De
acuerdo —dije yo—, puesto que es tu designio.»
Desde entonces permanecimos con él en calidad de 13
huéspedes, y con la aurora nos levantamos a ocupar
nuestros puestos, pues los atalayas señalaban que el ene­
migo estaba cerca. Integraban nuestro ejército cien mil
soldados, sin contar los porteadores, los ingenieros, la
infantería y los aliados extranjeros. De ellos, ochenta
mil eran cabalgabuitres, y veinte mil, jinetes sobre plu-
maverdes 14 —se trata tam bién de un ave descomunal,
que, en vez de plumas, está cubierta enteram ente de
hortalizas, y sus alas son en extremo semejantes a las
hojas de lechuga—. A continuación estaban alineados
los lanzam ijos15 y los ajoguerreros16. Habían venido
también aliados del rey de la Osa M ayor17, treinta mil
pulgarqueros 18 y cincuenta mil voladores 19. De éstos, los
12 Griego H eosphóros, literalm en te « P o rtad o ra de la aurora».
13 Griego H ippom ÿrm ëkes. El térm in o está atestig u ad o en
A ristóteles (H istoria de los anim ales V III 28).
14 Griego Lachanópteroi = «Alas de lechuga».
15 Griego K enchrobóloi.
16 Griego Skorodom ácho i -■= «Luchadores con ajos».
17 Griego Á rktos,
18 Griego Psyllotoxótai.
” Griego A nem odróm oi = «C orredores p o r el aire».
186 OBRAS

pulgarqueros cabalgan sobre pulgas enormes, de las que


reciben el nombre; el tam año de dichas pulgas equivale
al de doce elefantes. Los voladores son de infantería,
pero se deslizan por el aire sin alas, y su técnica de des­
lizamiento es la siguiente: remangan sus túnicas talares,
inclinándolas al viento como velas, y se deslizan al igual
que las embarcaciones. Por lo general, ellos intervienen
en las batallas como peltastas. Se decía que iban a llegar
también, de las estrellas de sobre Capadocia, setenta mil
gorrionbellotas20 y cinco mil cabalgagrullas21. A ésos no
los vi, por lo que no me he atrevido a escribir sobre sus
características, ya que se contaban de ellos portentos
increíbles n .
Éstas eran las fuerzas de Endimión. Todos tenían el
mismo arm am ento: cascos de habas —sus habas son
grandes y resistentes— y corazas de altram uces, todos
cubiertos de escamas —cosiendo las cortezas de los al­
tram uces fabrican corazas, pues allí la corteza del altra­
muz es irrom pible, como el cuerno.
Los escudos y espadas eran como los griegos. Llega­
do el momento, se alinearon así. El ala derecha la
ocupaban los cabalgabuitres y el rey, con los m ejores
guerreros a su alrededor —nosotros estábamos entre
ellos—; a la izquierda estaban los plumaverdes; en el
centro, los aliados, como cada uno quería. La infantería
se elevaba a alrededor de los sesenta millones, y fueron
alineados del modo siguiente. Las arañas en esa tierra
son abundantes y enormes, y cualquiera de ellas es mu­
cho mayor que las islas Cíclades. El rey ordenó tejer
el espacio que media entre la Luna y la Estrella de la
Mañana. Tan pronto como term inaron y dejaron cons­
truida una llanura, alineó en ésta a la infantería, a las

20 Griego Strouthobálanoi.
21 Griego H ippogéranoi.
22 Tópico presen te en H eródoto (I 193, etc.), T ucídides
( I II 113) y o tro s h istoriado res.
RELATOS VERÍDICOS 187

órdenes de N octurno23, hijo de S ereno24, y otros dos


jefes.
En cuanto al enemigo, estaban a la izquierda los
cabalgahormigas, y entre ellos Faetonte. Son animales
muy grandes, alados, semejantes a pletros 25. Combatían
no sólo sus jinetes, sino ellos mismos, en especial con
sus antenas. Se decía que eran unos cincuenta mil. A su
derecha se alinearon los aerom osquitos 26, tam bién alre­
dedor de cincuenta mil, todos ellos arqueros sobre gran­
des mosquitos; les seguían los aerodanzarines 27, infan­
tería ligera, pero igualmente eficaz en la lucha, pues a
larga distancia disparaban a honda rábanos gigantes, y
quien resultaba alcanzado no podía resistir un momen­
to, pues fallecía, y su herida desprendía mal olor —se
decía que untaban sus proyectiles de veneno de malva—.
A continuación de ellos se alinearon los tallohongos 28,
hoplitas, en número de diez mil. Fueron llamados tallo-
hongos porque usaban las setas como escudos, y tallos
de espárragos como lanzas. Junto a ellos se situaron los
perrobellotas29, enviados por los habitantes de Sirio,
cinco mil hom bres con rostro de perro, que combaten
sobre bellotas aladas. Se decía que tam bién para Fae­
tonte llegaban con retraso, de entre sus aliados, los hon­
deros de la Vía L áctea30 y los nublocentauros3!; estos

23 Griego N ykteríón.
24 Griego E udiánax = «Soberano del tiem po sereno».
25 Cf. n ota 7. ¿P arodia de H er ó d o to , II I 102?
26 Griego Aerokónópes.
27 Griego A erokórdakes. El kó rd a x e ra u n a danza procaz de
origen lidio.
28 Griego K aulom ÿkëtes.
29 Griego K ynobálanoi. H erödoto (IV 191) cita a u n p ueblo de
hom bres cuya cabeza tiene la fo rm a de la del perro.
30 Griego galaxias (se. kyklos). P referim os la expresión latin a
más difundida a tra d u c ir «Círculo lácteo», si bien esta ú ltim a
aparece atestiguada, p. ej., en C ic e r ó n , Sueño de E scipión 3.
31 Griego N ephelokéntauroi.
188 OBRAS

últimos llegaron cuando la batalla estaba ya decidida


(¡ojalá no lo hubieran hecho! ), pero los honderos ni si­
quiera hicieron acto de presencia, por lo que dicen que
más tarde Faetonte, encolerizado, arrasó a fuego su
territorio.
17 Con estas fuerzas avanzaba Faetonte. Trabando com­
bate, una vez que se dio la señal y rebuznaron los asnos
respectivos —pues los usan a guisa de trom peteros—,
luchaban. El ala izquierda de los heliotas huyó al punto,
sin afrontar siquiera el ataque de los cabalgabuitres, y
nosotros les perseguíamos, abatiéndolos. Pero su ala de­
recha vencía a nuestra izquierda, y los aerom osquitos se
lanzaron hasta encontrarse con nuestra infantería. Mas
cuando ésta salió en su defensa huyeron en desbandada,
sobre todo cuando advirtieron que los suyos del flanco
izquierdo habían sido vencidos. Se alcanzó una brillante
victoria: muchos fueron apresados vivos, y muchos aba­
tidos; la sangre fluía abundante por las nubes, hasta
teñirse de color rojo, como en nuestras puestas de sol;
abundante tam bién se derram ó sobre la tierra, de ma­
nera que yo supongo que algo sem ejante debió de ocu­
rrir antaño en las alturas, cuando Homero creyó que
Zeus había hecho llorar sangre por la m uerte de Sar­
pedon 32.
is Cuando regresamos de la persecución, elevamos dos
trofeos, uno sobre las telarañas, por el combate de la
infantería, y el otro, por el combate aéreo, sobre las nu­
bes. Precisamente, m ientras los elevábamos, anunciaron
los atalayas el avance de los nublocentauros, que debían
haber venido antes de la batalla en ayuda de Faetonte.
Ya se divisaban aproximándose; eran el espectáculo más
insólito, una combinación de caballos alados y hombres.
El tam año de los hom bres era el del Coloso de Ro­

32 Ilía d a X V I 459.
RELATOS VERÍDICOS 189

d a s33 de medio cuerpo arriba, y el de los caballos el de


un gran navio mercante. Su núm ero, sin embargo, no lo
he mencionado, no sea que parezca absurdo a alguien, tan
grande era. Los m andaba el Arquero del Zodíaco34.
Cuando vieron que sus amigos habían sido derrotados,
enviaron una em bajada a Faetonte para que atacara de
nuevo, y ellos se lanzaron en formación sobre los desor­
denados selenitas35, dispersos por entregarse a la per­
secución y al saqueo. Pusieron a todos en fuga, persi­
guieron al propio rey hasta la ciudad y dieron m uerte
a casi todas sus aves; derribaron tam bién los trofeos,
recorrieron toda la llanura tejida por las arañas y me
apresaron, con dos de mis compañeros. Entonces apare­
ció tam bién Faetonte y, a su vez, ellos levantaron otros
trofeos.
En cuanto a nosotros, fuimos conducidos al Sol
aquel mismo día, m aniatados a la espalda con un cabo
de telaraña.
Los h eliotas36 decidieron no sitiar la ciudad, sino 19
que, al retirarse, edificaron un muro en medio del aire,
de forma que los rayos del Sol no llegaran a la Luna.
El muro era doble, hecho de nubes, con lo que se pro­
dujo un auténtico eclipse de Luna, y ésta quedó sumida
totalm ente en una noche perpetua. Presionado por este
hecho, Endimión envió una em bajada y suplicó que de­
rribaran la construcción, y no les relegaran a vivir en la
oscuridad. Prom etía a cambio pagar tributos, hacerse
aliado y no volver a luchar, y se ofrecía a darles rehenes
en garantía. Faetonte y los suyos celebraron dos asam-

33 Se refiere a la fam osa e sta tu a h elenística de enorm es di­


m ensiones (290-280 a. C.), o b ra de Cares, situ ad a en el p u e rto
de Rodas.
34 Griego ho efe toil zöidiakoü toxótes. Personificación de la
constelación.
35 H ab itan tes de la Luna, S e lë n ë en griego.
36 H abitantes del Sol, Hélios en griego.
190 OBRAS

bleas: e] prim er día no cedieron en su cólera, pero al


siguiente reconsideraron el asunto y se estableció la paz
en los siguientes términos.
20 «Sobre estas bases establecieron un tratado de paz
los heliotas y sus aliados con los selenitas y sus aliados.
Los heliotas demolerán la m uralla y no volverán a inva­
dir la Luna; y devolverán, asimismo, los prisioneros por
el precio convenido para cada uno. Los selenitas, por su
parte, respetarán la autonom ía de los demás astros, y
' no dirigirán sus arm as contra los heliotas; ambos pue­
blos se prestarán ayuda, en caso de ser atacados; como
tributo anual, pagará el rey de los selenitas al rey de los
heliotas diez mil ánforas de rocío, y le dará diez mil
rehenes; la colonización de la Estrella de la M añana se
hará m ancom unadam ente, y participará cualquier otro
pueblo que lo desee; se grabará el tratado en una estela
de ám bar y se establecerá en medio del aire, en la línea
fronteriza. Juraron, por los heliotas, Fogoso, Estival y
Llameante; por los selenitas, Nocturno, Mensual y Mu-
chobrillo»37.
21 Así quedó establecida la paz. En seguida se demolió
el m uro y procedieron a nuestra devolución —éramos
prisioneros de guerra—. Cuando regresamos a la Luna,
salieron a recibirnos y nos acogieron con lágrimas tanto
nuestros compañeros como el propio Endimión. Él me
rogó que perm aneciera a su lado y participara en la
colonización, prom etiendo darme en m atrim onio a su
propio hijo, pues allí no hay m ujeres; mas yo no acepté
en modo alguno, y le rogué que me dejara descender al
mar. Cuando comprendió que no lograría convencerme,
nos dejó partir, tras hospedarnos siete días.
22 E ntretanto, durante mi estancia en la Luna, observé

11 T raducim os apro x im ativ am en te estos n o m b res de im agina­


rios h a b ita n te s de am bos astro s, que reflejan las cualidades a tri­
buidas p o r an tonom asia ai Sol y a la Luna. R especto del trata d o ,
cf. T ucíd ides , V 18.
RELATOS VERÍDICOS 191

muchas rarezas y curiosidades, que quiero relatar. En


primer lugar, no nacen de m ujeres, sino de hombres:
se casan con hombres, y ni siquiera conocen Ja palabra
«mujer». Hasta los veinticinco años actúan como espo­
sas y, a partir de esa edad, como maridos. Y no quedan
embarazados en el vientre, sino en la pantorrilla. A par­
tir de la concepción, comienza a engordar la pierna;
transcurrido el tiempo, dan un corte y extraen el feto
muerto, pero lo exponen al viento con la boca abierta
y le hacen vivir. A mi parecer, es de aquí de donde llegó
hasta los griegos el térm ino «pierna del vientre» 36, por­
que allí se alberga el feto, en vez de en el vientre.
Pero voy a referirm e a algo aún más sorprendente.
Existe allí un linaje de hombres, los llamados «arbó­
reos» 39, que nacen del modo siguiente. Cortan el tes­
tículo derecho de un hombre y lo plantan en la tierra;
de él brota un corpulento árbol de carne, sem ejante a
un falo40: tiene ram as y hojas y su fruto son las bello­
tas, del tam año de un codo; cuando están ya m aduras,
las recolectan y extraen de su interior a los hombres.
Además, sus partes pudendas son artificiales. Algunos
las tienen de marfil, pero los pobres las usan de ma­
dera, y con ellas se unen y fecundan a su pareja.
Tras la vejez, el hom bre no muere, sino que, como 23
el humo, se disuelve y convierte en aire. Su alimento es
para todos el mismo: encienden fuego y asan ranas so­
bre el rescoldo —pues las ranas son muy abundantes
allí, y vuelan—; una vez asadas, se sientan en círculo,
como en tom o a una mesa, aspiran el humo que ascien-

31 G astrokném ía. Significa «pantorrilla», p a rte gru esa de la


pierna, en form a panzuda, pero p referim o s d a r en el texto la
traducción etim ológica del com puesto an tecitad o , sobre el cual
Luciano d eja co rre r su im aginación.
39 Griego Dendrítai.
40 R epresentación p lástica del m iem b ro v iril con fines m ágicos
y de culto religioso a la fecundidad.
192 OBRAS

de y se dan el festín 41. Así es su comida. La bebida con­


siste para ellos en aire exprimido en copa, destilando un
líquido como el rocío. No orinan ni defecan, ni poseen
siquiera el orificio anal en igual lugar que nosotros; ni
tampoco los jóvenes ofrecen para el am or sus traseros,
sino las corvas sobre la pantorrilla, pues en ese lugar
tienen el orificio.
Se considera hermoso en el lugar al hom bre calvo
y pelón; los melenudos, en cambio, son despreciados.
Mas a los com etas42, por el contrario, los consideran
hermosos por su cabellera: había allí algunos forasteros
que nos hablaron de ellos. Otro detalle: tienen barbas,
que crecen tím idam ente sobre sus rodillas, y carecen de
uñas en los pies, pues todos son solípedos. Sobre las
nalgas de cada uno crece una col de gran tamaño, a gui­
sa de cola, siem pre exuberante, sin ajarse cuando caen
de espaldas.
24 De sus narices fluye una miel muy agria y, cuando
trabajan o hacen ejercicio, sudan leche por todo su
cuerpo, lo que les perm ite elaborar queso, extendiendo
sobre éste una capa de miel. De las cebollas elaboran
un aceite muy denso y aromático, como perfume. Tienen
muchas vides productoras de agua, pues los granos de
los racimos son como el granizo y, a mi parecer, cuando
sopla viento y agita dichas vides, es cuando cae sobre
nosotros el granizo, al desgranarse los racimos. Usan
sus vientres como alforjas, colocando en ellos los obje­
tos de uso corriente, pues pueden abrirlos y cerrarlos.
No parecen encerrar intestinos en ellos: tan sólo una
espesa cabellera interior, lo que les perm ite albergar a
los recién nacidos cuando hace frío.

41 Cf. H e r ó d o t o , I 202, IV 75; E strabón , XV 1 57.


K C om eta (gr. k o m ttë s ) significa etim ológicam ente «mele­
nudo».
RELATOS VERÍDICOS 193

El vestido de los ricos es de vidrio maleable 43, y el 25


de los pobres de hilado de bronce, pues abunda el bron­
ce en aquellas regiones y lo trabajan reblandeciéndolo
en agua, como la lana. En cuanto a las características de
sus ojos, dudo en hablar de ello, por tem or de que me
juzguen mentiroso, dado lo increíble del relato. Ello no
obstante, lo expondré. Tienen los ojos desmontables, y
quien lo desea puede quitárselos y guardarlos hasta que
necesite ver; entonces se los coloca y ve. Muchos, al per­
der los propios, los piden prestados a otros y ven. Los
ricos suelen tener muchos en reserva. Tienen por orejas
hojas de plátano, excepto los hombres-bellota; única­
mente ellos las tienen de m ad era44.
Vi tam bién otra m aravilla en el palacio real. Un 26
enorme espejo está situado sobre un pozo no muy pro­
fundo. Quien desciende al pozo oye todo cuanto se dice
entre nosotros, en la Tierra; y si m ira al espejo ve todas
las ciudades y todos los pueblos, como si se alzara sobre
ellos45. Yo vi, a la sazón, a mi familia y a todo mi pue­
blo, pero no puedo decir con certeza si ellos tam bién me
vieron. Quien no crea que ello es así, si alguna vez va
por allí en persona, sabrá que digo la verdad.
Llegado el momento, nos despedimos del rey y su 27
corte, y, tras em barcar, zarpamos. A mí diome Endi-
mión como presentes dos túnicas de vidrio, cinco de
bronce y un equipo de armas de altramuz, pero todo
ello lo dejé en la ballena. Envió tam bién con nosotros
mil cabalgabuitres para que nos escoltaran quinientos
estadios.
En la travesía cruzamos muchos otros países y nos 28
detuvimos en la Estrella de la Mañana, recién coloniza­
da; desembarcamos y nos aprovisionamos de agua. Tras

4í ¿Se tr a ta de u n a p aro d ia de H er ó d o to , V II 65, donde se h a­


bla de vestidos de m adera?
44 Como corresponde a su physis o p ecu liar naturaleza.
45 Topos o lugar com ún. Cf. Icarom enipo 25, etc.
194 OBRAS

penetrar en el Zodíaco, avanzamos con el Sol a babor,


bordeando sus tierras. No descendimos a ellas, aunque
mis compañeros insistían mucho, ya que el viento no
era favorable. Veíamos, sin embargo, que el país era
frondoso y fértil, bien dotado de agua y otras riquezas.
Al vernos los nublocentauros, m ercenarios de Faetonte,
sobrevolaron la nave y, al comprobar que nos am paraba
el tratado, se retiraron.
29 Los cabalgabuitres ya nos habían dejado. Navegamos
toda la noche y el día siguiente y, al atardecer, llegamos
a la denominada Ciudad de las Lámparas ya en viaje
de descenso. Dicha ciudad está situada entre las Pléya­
des y las Híades, aunque mucho más abajo que el Zo­
díaco. Desembarcamos, sin encontrar a hom bre alguno,
y sí muchas lám paras, que iban y venían y se entrete­
nían en la plaza y en torno al puerto; unas eran peque­
ñas, semejantes a pobres; otras, en escaso número,
grandes y poderosas, eran muy resplandecientes y os­
tensibles; cada una contaba con su propia mansión y
candelero; tenían nombres, como las personas, y las
oímos em itir palabras. No sólo no nos hicieron daño
alguno, sino que nos brindaron su hospitalidad. Nos­
otros, sin embargo, estábamos asustados, y ninguno de
nosotros osó comer o dormir. Los edificios del gobierno
están establecidos en el centro de la ciudad, donde su
m agistrado se sienta durante toda la noche, llamando
por su nom bre a cada una, y la que no contesta es con­
denada a m uerte por desertora; la m uerte consiste en
ser apagada. Nosotros asistimos, vimos cuanto ocurría,
y escuchamos a las lám paras defenderse y exponer el
motivo de su tardanza. Allí reconocí a mi propia lám para,
le hablé y pedí que me inform ara de los asuntos de mi
casa; y ella me dio razón de todo.
Toda aquella noche permanecimos allí, y al día si-
RELATOS VERÍDICOS 195

guíente levamos anclas y navegábamos ya cerca de las


nubes. También allí nos maravillamos al ver la ciudad
de Nubecuclillos47, pero no nos detuvimos en ella por
impedirlo el viento. Decíase que reinaba allí Cornejo,
hijo de Mirlón. Y yo me acordé de Aristófanes, el poeta,
varón sabio y veraz, cuyos escritos fueron injustam ente
puestos en duda. Dos días después divisábamos ya cla­
ramente el Océano, mas no tierra alguna, excepto los
países aéreos, que iban apareciendo ardientes y con vivo
resplandor. Transcurridas tres jornadas, hacia medio­
día, m ientras soplaba una suave brisa con tendencia a
remitir, nos posamos sobre el mar.
Cuando tocamos el agua, experimentamos un placer 3o
y una alegría extraordinarios, nos entregamos a todos
los goces posibles en aquellas circunstancias, y saltamos
de la nave para nadar, pues reinaba la calma y el m ar
ni se movía.
Parece, sin embargo, que es muchas veces comienzo
de las mayores desgracias el cambio a una situación me­
jor. En efecto, nosotros navegamos sólo dos días con
buen tiempo, mas al am anecer del tercero, a la salida
del sol, vimos de repente muchos m onstruos marinos, y
entre ellos ballenas. Una, la m ás grande de todas, medía
unos mil quinientos estadios de longitud. Avanzaba ha­
cia nosotros con la boca abierta, agitando el m ar en un
gran trecho ante sí, toda bañada en espuma, y m ostran­
do unos dientes mucho mayores que nuestros símbolos
fálicos48, todos agudos como empalizadas y blancos
como el marfil. Nosotros intercam biam os el último sa­
ludo, nos abrazamos y nos dispusimos a esperar. Ya
estaba a nuestro lado, y de un sorbo nos tragó con la
nave incluida, mas no tuvo tiempo de destruirnos con

47 Cf. A r ist ó fa n es , Aves, passim . Griego N ephelokokkygía.


48 Cf. n ota 40. Sobre s u tam año, cf. L u c ia n o , Diosa Siria 28.
196 OBRAS

sus d ientes49, pues a través de los intersticios la nave


se deslizó al interior.
Ya dentro, al principio reinaba la oscuridad y nada
veíamos, pero más tarde, cuando abrió la boca, vimos
una gran cavidad, toda ella plana y elevada, capaz de
albergar una ciudad de diez mil hombres. Había por me­
dio peces grandes y pequeños, y muchos otros animales
triturados, mástiles y anclas de embarcaciones, huesos
humanos y mercancías. En el centro había tierra ν mon­
tículos, sedimentos —a mi parecer— del limo que había
tragado. Sobre ésta había crecido un bosque, con árboles
de variadas especies; habían brotado hortalizas, y pa­
recía hallarse todo ello cultivado. El perím etro de la
isla abarcaba doscientos cuarenta estadios. Podían verse
también pájaros marinos, gaviotas y alciones, con sus
nidos en los árboles.
Primero, lloramos un buen rato; más tarde, reanim a­
mos a los compañeros y apuntalamos la nave; nosotros
mismos, frotando el encendedor, logramos hacer fuego
y preparar una cena con los alimentos a nuestro alcan­
ce. Disponíamos de peces abundantes y variados, y aún
teníamos agua de la Estrella de la Mañana. Al día si­
guiente, al levantarnos, cada vez que la ballena abría la
boca, veíamos unas veces montañas, otras sólo el cielo
y con frecuencia tam bién islas; así comprendimos que
avanzaba rápidam ente por todos los confines del mar.
Cuando ya nos habíamos habituado a nuestra m orada,
tomé a siete compañeros y penetré en el bosque, deseo­
so de inspeccionarlo todo. Aun no había recorrido cinco
estadios5(1 completos cuando descubrí un templo de Po­
sidón, según indicaba el rótulo grabado, y no muy lejos
muchas tum bas con estelas; cerca había un m anantial
de agua clara. Escuchamos tam bién el ladrido de un

49 Las b allenas gigantes no tienen dientes, sino b arb as.


RELATOS VERÍDICOS 197

perro, apareció humo a lo lejos y creíamos distinguir


una especie de alquería.
Avanzamos muy presurosos y nos acercamos a un 33
anciano y a un joven, muy ocupados trabajando en una
parcela y conduciendo agua desde la fuente hasta ella.
Con tanta alegría como tem or nos detuvimos; ellos ex­
perim entaron lo mismo que nosotros, probablemente, y
sin decir palabra perm anecieron inmóviles. Pasado un
tiempo, el viejo preguntó: «¿Quiénes sois vosotros, ex­
tranjeros? ¿Sois acaso dioses m arinos u hom bres desdi­
chados, como nosotros? Nosotros, siendo hom bres y
habiéndonos criado en la tierra, nos hemos convertido
en seres marinos, y vamos por el agua en este m onstruo
que nos encierra, sin saber exactamente cuál es nuestra
condición, pues imaginamos estar m uertos, pero tene­
mos fe en que vivimos.» A esas palabras yo repliqué:
«También nosotros somos hom bres recién llegados, pa­
d r e 51, tragados ayer con la nave incluida, que nos hemos
aproximado ahora, deseosos de saber qué había en el
bosque, pues veíamos que era grande y espeso; mas un
dios, al parecer, nos ha conducido a verte y enterarnos
de que no somos los únicos prisioneros de este mons­
truo. Cuéntanos, pues, tu historia, quién eres y cómo has
venido hasta aquí.»' Pero él respondió que no hablaría ni
nos haría preguntas antes de entregarnos los dones de
hospitalidad de que disponía; y, tomándonos, nos con­
dujo a su casa. Tenía las dimensiones suficientes y había
construido también lechos de hojarasca y demás insta­
laciones. Nos ofreció hortalizas, frutos secos y peces y,
además, nos escanció vino. Cuando nos hubimos sacia­
do, nos preguntó qué nos había ocurrido. Yo se lo re­
laté todo puntualm ente: la tem pestad, lo de la isla, la
navegación por el aire, la guerra y demás aventuras
hasta nuestra inmersión en la ballena.

S1 Apelativo en señal de resp eto al anciano.


198 OBRAS

34 Él quedó maravillado en extremo, y nos contó por


su parte su propia historia, diciendo: «Soy de origen
chipriota, extranjeros; partí de mi patria por motivos
comerciales con mi hijo, a quien veis, y muchos cria­
dos: navegaba rum bo a Italia transportando diversas
mercancías en un gran navio, que seguramente habéis
visto destruido en la boca de la ballena. Hasta Sicilia
navegamos felizmente, pero a partir de allí, arrebatados
por un fuerte vendaval, fuimos lanzados, al tercer día,
al Océano, donde nos encontramos con la ballena y fui­
mos tragados, nave y tripulantes; sólo nosotros dos nos
salvamos, m uriendo el resto. Tras sepultar a nuestros
compañeros y edificar un templo a Posidón, adoptamos
este género de vida, cultivando hortalizas y alimentán­
donos de peces y frutos secos. Como veis, el bosque es
muy extenso y tiene incluso muchas vides, de las que se
cosecha un vino dulcísimo. Sin duda visteis el m anantial
de agua en extremo herm osa y fresca. Construimos
nuestros lechos de hojas, encendemos fuego abundante,
cazamos las aves que vuelan por aquí dentro y captura­
mos los peces vivos saliendo hasta las branquias del ani­
mal, donde tam bién nos bañamos cuando nos apetece.
Hay tam bién una laguna, no lejos de aquí, de veinte
estadios52 de perím etro, con peces de todas las especies,
en la que nos bañamos y navegamos en un pequeño
bote que yo construí. Hace ya veintisiete a ñ o s53 que
fuimos tragados.
35 »Todo podemos soportarlo, sin duda, pero nuestros
vecinos y colindantes son trem endam ente rudos y car­
gantes, pues son insociables y salvajes.» « ¡Cómo! —ex­
clamé yo—, ¿hay tam bién otros hom bres en la ballena?»
«Muchos, en efecto —respondió—, tan inhospitalarios

52 3.552 m.
53 Según eso, el hijo del navegante E sc ín ta ro sería de u n a
edad m uy avanzada, lo que no cu ad ra con el contexto general.
RELATOS VERÍDICOS 199

como singulares en su aspecto. En la zona occidental del


bosque, correspondiente a la cola, viven los saladores M,
tribu de ojos de anguila y rostro de bogavante, belicosa,
cruel y carnívora. Al otro lado, junto al costado dere­
cho, viven los trito n cab rito s55, en su parte superior se­
m ejantes a los hombres; en la inferior, a los peces espa­
da, y son menos agresivos que los otros. A la izquierda
están los manosdecangrejo 56 y cabeza tunes 57, que han
establecido un pacto de defensa y am istad recíprocas.
En el interior viven los coladuras 58 y los aletasdebarba-
d a 59, pueblos belicosos y grandes corredores. La zona
de levante, junto a la boca, es desierta en su mayor
parte, al ser arrasada por el mar. No obstante, yo vivo
en ella, pagando a los aletasdebarbada un tributo de
quinientas ostras al año.
»Así es el territorio: fijaos vosotros cómo podemos 36
luchar contra tantas tribus y cómo sobrevivimos.»
«¿Cuántos son todos ellos?», pregunté. «Más de un mi­
llar», contestó. «¿Y qué arm as usan?» «Ninguna; sólo
las espinas de los peces», repuso. «Entonces —apunté
yo—, lo m ejor sería enfrentarnos en combate con ellos,
puesto que están desarmados y nosotros tenemos armas.
Si les vencemos, viviremos sin tem or el resto de nuestra
vida».
Pareció bien el plan, y nos retiram os a la nave a pre­
pararnos. La causa de la guerra iba a ser el impago del
tributo, pues ya se cumplía el plazo fijado. Ellos m an­
daron una em bajada reclamando el impuesto. Él con­

54 Griego Tarichánes.
55 Griego T ritô n o m é n d e tës ; T ritó n es u n a d eidad m arin a, y
m én dës e s el nom bre egipcio del ca b rito según H e r ó d o t o ( I I 46),
pero e n la descripción no aparece ningún rasgo cabruno.
M Griego K arkin óch eires.
51 Griego T hynnoképhaloi.
5! Griego Pagourídai.
59 Griego P se ttó p o d e s.
200 OBRAS

testó despectivamente y despidió a los emisarios. Pri­


mero los aletasdebarbada y los coladuras, indignados
contra Escíntaro —que así se llamaba—, avanzaron con
gran alboroto.
37 Nosotros, que sospechábamos su incursión, aguardá­
bamos arm ados, tras establecer una avanzada oculta de
veinticinco hombres. Se había ordenado a las fuerzas en
emboscada que, tan pronto como vieran aparecer al ene­
migo, le atacaran, y así lo hicieron. Les atacaron por la
espalda y los abatían m ientras nosotros mismos, en nú­
mero de veinticinco —pues Escíntaro y su hijo comba­
tían a nuestro lado—, les salimos al frente y nos enzarza­
mos en la lucha, arrastrándola con coraje y potencia. Al
final los pusim os en fuga y perseguimos hasta sus guari­
das. M urieron ciento setenta enemigos, y uno de los
nuestros, el piloto, al atravesar su espalda una espina de
mújol.
38 Durante aquel día y la siguiente noche acampamos
en el frente y elevamos un trofeo clavando en tierra una
espina seca del delfín. Al día siguiente se presentaron
tam bién los otros, ya enterados, ocupando el ala derecha
los saladores —con su jefe, Atunero—, la izquierda los
cabezatunes, y el centro los manosdecangrejo (los triton-
cabritos se m antenían neutrales, al no haber decidido
aliarse por ninguna de ambas partes). Nosotros nos ade­
lantamos a encontrarles, y trabam os combate junto al
al templo de Posidón, con gran griterío, y resonaba la
cavidad como las cuevas. Les pusimos en fuga, por ser
ellos infantería ligera, les perseguimos hasta el bosque
y term inam os adueñándonos de la tierra.
39 Al poco rato enviaban heraldos para retira r sus
m uertos y establecer una alianza, pero nosotros no acep­
tamos negociar, y al día siguiente avanzamos sobre ellos
y exterminamos a todos por completo, excepto a los tri-
toncabritos. Pues éstos, cuando vieron lo que ocurría,
huyeron pur las branquias y se arrojaron al mar. Nos­
RELATOS VERÍDICOS 201

otros recorrimos el territorio, libre ya de enemigos, y


desde entonces lo habitábam os sin temor, practicando
casi siempre los deportes y la caza, vendimiando y reco­
lectando los frutos de los árboles. En pocas palabras:
parecíamos ser reos de una prisión enorme e infranquea­
ble, de vida regalada y sin trabas. Un año y ocho meses
vivimos de ese modo.
Mas al quinto día del noveno mes, hacia la segunda 40
apertura de la boca —pues la ballena lo hacía una vez
por hora, de modo que nosotros medíamos el tiempo por
sus aperturas—; a la segunda apertura, como he dicho,
oyóse de repente gran griterío y agitación, como órdenes
y ruido de remos Emocionados, nos encaramam os has­
ta la propia boca del animal y, en pie desde el interior de
sus dientes, contemplábamos el espectáculo más insólito
de cuantos he visto: hombres gigantes, de medio estadio
de altura, navegando sobre islas gigantes cual si de tri­
rremes se tratase. Sé que mi relato rozará lo increíble,
pero lo diré, no obstante. E ran islas alargadas, de no
gran altura, de unos cien estadios de perím etro cada
una. Sobre cada isla navegaban unos ciento veinte hom­
bres como aquéllos; unos estaban sentados en hilera a
ambos lados de la isla y rem aban con grandes cipreses,
con todas sus ram as y hojas, a guisa de rem o s6’; atrás,
en popa —por decirlo así—, estaba situado el piloto en
una colina elevada, empuñando un timón de bronce de
cinco estadios de largo. En proa combatían arm ados
unos cuarenta de ellos; eran en todo semejantes a los
hombres excepto en la cabellera: ésta era de fuego lla­
meante, por lo que no necesitaban yelm os62. En lugar de
velas, el viento al soplar sobre el bosque, abundante en
cada isla, lo henchía y llevaba la isla adonde quería el

60 Cf. T uc Idides , I 48.


61 H eródoto (II 156) hab la de u n a isla flo tan te en Egipto.
“ Cf. Ilíada V 4.
202 OBRAS

piloto. Los rem eros tenían su cómitre, y las islas se mo­


vían velozmente al compás de los remos, como las naves
de guerra.
41 Al principio vimos sólo dos o tres, mas luego apare­
cieron unas seiscientas, y, tomando posiciones, luchaban
y sostenían un combate naval. Muchas, abordándose con
sus proas, se destruían entre sí, y m uchas al sufrir el
abordaje se hundían. Algunas se entrelazaban, combatían
duram ente, y no les era fácil separarse. Las fuerzas de
proa dem ostraban su arrojo en el abordaje y la matanza,
pues no se hacían prisioneros. En lugar de garfios de hie­
rro se arrojaban entre sí grandes pulpos atados, y éstos
se entrelazaban en el bosque y sujetaban la isla. Se arro­
jaban y herían con ostras del tamaño de un carro y
esponjas de un pletro.
42 Mandaba un bando E olocentauro63, y el otro Bebe-
m ar La batalla parecía haberse originado entre ellos a
causa de un despojo: decíase que Bebem ar había arre­
batado muchos rebaños de delfines de Eolocentauro; así
podía inferirse de las incriminaciones entre unos y otros
y la mención, en sus gritos, de los nom bres de los reyes.
Term inaron venciendo los de Eolocentauro; hundieron
alrededor de ciento cincuenta islas del enemigo y se apo­
deraron de otras tres con toda su tripulación; las restan­
tes, tras ciar, huían. Los vencedores las persiguieron du­
rante algún tiempo y, al atardecer, viraron hacia las
destruidas, apresaron a la mayoría y se apoderaron de su
flete. De ellos, se habían ido a pique no menos de ochen­
ta islas. Elevaron tam bién un trofeo por la batalla de las
islas sobre la cabeza de la ballena, colocando sobre el
poste una de las islas del enemigo. Aquella noche acam­
paron en torno al animal, tras atar a él las am arras y
echar cerca las anclas. Usaban anclas enormes y resisten­

63 Griego Aiolokéntauros.
64 G riego T halassopótes.
RELATOS VERÍDICOS 203

tes, de vid rio 65. Al día siguiente hicieron un sacrificio


sobre la ballena, enterraron en ella a sus amigos y zar­
paron contentos, entonando cánticos semejantes a péa­
nes. Eso es cuanto ocurrió en la batalla de las islas.

II

A partir de ese momento, no pudiendo ya soportar la i


vida en la ballena, molesto por la demora, intentaba ha­
llar el medio de salir. Prim ero decidimos horadarla por
el costado derecho y huir, y comenzamos a cortar, mas,
luego de avanzar unos cinco estad io s66 sin éxito, deja­
mos la perforación y resolvimos incendiar el bosque, su­
poniendo que así la ballena m oriría, en cuyo caso nos
sería fácil la salida. Comenzamos, pues, a prender fuego
a la altura de la cola, y durante siete días y otras tantas
noches no se apercibió del incendio, mas al octavo y no­
veno notamos que se hallaba afectada, ya que abría la
boca con mayor frecuencia y, una vez abierta, la cerraba
rápidamente. Entre el décimo y undécimo inició su ago­
nía y comenzó a oler mal. Al duodécimo comprendimos
aún a tiempo que, si no se apuntalaba su dentadura al
abrirla, de modo que ya no pudiera cerrarla, correríamos
peligro de perecer aprisionados dentro de su propio ca­
dáver. A tal fin apuntalamos su boca con grandes made­
ros y aprestam os la nave, tras hacer acopio de la mayor
cantidad posible de agua y demás provisiones. Escíntaro
iba a ser nuestro piloto.
Al día siguiente, ya había m uerto.
Logramos rem ontar nuestro navio, lo deslizamos a 2
través de los intersticios y, am arrado de los dientes, lo
dejamos posarse suavemente en el mar. Subimos sobre

“ Cf. n o ta 43.
66 888 m.
204 OBRAS

el lomo del animal y, tras ofrecer un sacrificio a Posidón


allí junto al trofeo 67 y acam par tres días —pues reinaba
la calma—, al cuarto zarpamos. Por allí encontram os y
abordam os muchos cadáveres de la batalla naval, y el
com probar s u s dimensiones nos asombraba. D urante al­
gunos días navegamos con brisa m oderada, pero des­
pués se levantó un b ó rea s68 impetuoso e hizo mucho frío,
por cuya causa se heló todo el mar, no sólo en super­
ficie, sino tam bién en profundidad, hasta unas seis bra­
z a s , de suerte que podíamos descender de la nave y co­
rre r por el hielo. Como seguía soplando el viento y no
podíamos soportarlo, ideamos —a propuesta de Escín-
taro— lo siguiente: excavamos en el agua una gran ca­
verna y en ella permanecimos durante treinta días, man­
teniendo una hoguera encendida y alimentándonos de
peces, pues los encontrábam os al cavar. Cuando se nos
agotaron las provisiones, salimos al exterior, desemba­
rrancam os la nave encallada, desplegamos el velamen,
y la arrastram os, dispuestos a navegar deslizándonos
suave y blandam ente sobre el hielo. Al quinto día hacía
ya calor, y el hielo se iba fundiendo y todo volvía a ser
de nuevo agua.
3 Tras navegar alrededor de trescientos estadios69 di­
mos con una pequeña isla desierta, en la que nos aprovi­
sionamos de agua, que ya escaseaba, cazamos al arco dos
toros salvajes, y zarpamos. Dichos toros no tenían los
cuernos en la cabeza, sino bajo los ojos, como pretendía
M om o70. No tardam os mucho en llegar a un m ar no de
agua, sino de leche, en el que se divisaba una isla blanca,
llena de vides: era la isla un enorme queso compacto,
según luego averiguamos al comerlo, de veinticinco esta-

67 Cf. I 42.
68 V iento frío del N.
69 53.280 m .
70 L ugar com ún. El dios de la b u rla creía que el anim al debía
ver lo que hacía con sus n a tu rales arm as defensivas.
RELATOS VERIDICOS 205

dios de perím etro. Las vides estaban cargadas de raci­


mos, pero en lugar de vino exprimíamos de ellos y be­
bíamos leche. Un templo se alzaba en medio de la isla,
consagrado a Galatea 71, la Nereida, según indicaba la ins­
cripción. Todo el tiempo que allí permanecimos, la tierra
fue nuestro pan y nuestra carne, y la leche de la vides
nuestra bebida. Se decía que la reina de esas tierras era
Tiro l:, hija de Salmoneo, que, tras p artir de su patria,
r e c i b i ó ese título de parte de Posidón.
Tras perm anecer cinco días en la isla, al sexto par- 4
timos al impulso de una brisa, en medio de un m ar on­
dulado. Al octavo día, cuando ya no navegábamos a tra ­
vés de la leche, sino en aguas de nuevo saladas y azules,
avistamos muchos hombres que corrían sobre el mar,
en todo semejantes a nosotros, tanto en form a como en
talla, con la sola excepción de sus pies, que los tenían
de corcho, por cuyo motivo sin duda eran llamados «cor-
chópodos»73. Nos admiramos al com probar que no se
hundían, sino que se m antenían en pie sobre las olas y
avanzaban sin temor; algunos se acercaban y nos daban
la bienvenida en lengua griega: decían dirigirse a Cor­
c h o 74, su patria. Durante algún trecho avanzaron con
nosotros, caminando a nuestro lado; luego se apartaron
de nuestra ruta y siguieron adelante, tras desearnos una
feliz travesía.
Poco después dábamos vista a muchas islas. Cerca de
nosotros, a babor, estaba Corcho, a la que aquéllos se
dirigían, ciudad edificada sobre un gran corcho redondo:
Lejos, y más a estribor, había cinco islas, muy grandes y
elevadas, en las que ardían num erosas hogueras. Frente

71 El nom bre de la ninfa es relacionado con gála «leche».


72 Relación e n tre T iro y tyrós «queso».
73 Griego Phellópodes. Acéptese en éste, com o en ta n to s o tro s
casos, el com puesto h íbrido en g racia a la expresividad del con­
texto.
74 Griego Phellé.
206 OBRAS

a proa había una, plana y baja, a una distancia no infe­


rior a quinientos estadios 75.
5 Ya estábamos cerca, y una brisa encantadora soplaba
en nuestro entorno, dulce y fragante cual aquella que, al
decir del historiador Heródoto 76, exhala la Arabia feliz.
La dulzura que llegaba hasta nosotros asem ejábase a la
de las rosas, narcisos, jacintos, azucenas y lirios, e in­
cluso al m irto, el laurel y la flor de la vid. Deleitados por
el aroma y con buenas esperanzas tras nuestras largas
penalidades, arribam os poco después junto a la isla. En
ella divisábamos muchos puertos en todo su derredor,
amplios y al abrigo de las olas, y ríos cristalinos que ver­
tían suavemente en el m ar, y tam bién praderas, bosques
y pájaros canoros, cantando unos desde el litoral y mu­
chos desde las ramas. Una atm ósfera suave y agradable
de respirar se extendía por la región, y dulces brisas de
soplo suave agitaban el bosque, de suerte que el movi­
m iento de las ram as silbaba una música deleitosa e ince­
sante, cual las tonadas de flautas pastoriles en la sole­
dad. Al tiempo, percibíase un rum or de voces confusas
e incesantes, no perturbador, sino parecido al de una
fiesta, en que unos tocan la flauta, otros cantan, y algu­
nos m arcan el compás de la flauta o la lira.
6 Cautivados por todo ello nos detuvimos y, tras anclar
la nave, descendimos, dejando en ella a Escíntaro y dos
compañeros. Mientras avanzábamos a través de una pra­
dera florida nos encontram os con los guardianes y pa­
trullas, que nos ataron con coronas de rosas —ésta es,
en su país, la más fuerte ligadura— y nos condujeron
ante el soberano; de ellos supimos durante el trayecto
que la isla se llamaba «de los Dichosos» π , y gobernaba

75 88.800 m .
74 III 113.
77 Griego ton M akáron. El locus am oenus del contexto p re p a ra
la p en etració n en el m undo de los m u erto s dichosos, p a rte ven­
tu ro sa del H ades.
RELATOS VERÍDICOS 207

en ella el cretense Radamantis. Conducidos ya a su pre­


s e n c ia , ocupamos el cuarto lugar entre quienes aguarda­
ban juicio.
La prim era causa era la de Ayante, hijo de Telamón, 7
a fin de dirim ir si debía integrarse con los héroes o no;
era acusado de locura y suicidio: al fin, tras largas pero­
ratas, falló Radam antis que, a la sazón, fuera confiado
al médico Hipócrates de Cos para un tratam iento de elé­
boro 7S, y que, más tarde, cuando hubiera recobrado la
razón, participara del festín.
La segunda era un litigio amoroso entre Teseo y Me- 8
nelao, que pleiteaban por Helena, para dirim ir quién de
ambos debía vivir con ella. Radam antis falló que viviera
con Menelao, que tanto había sufrido y arriesgado por
su matrimonio, m ientras Teseo tenía otras esposas, la
Amazona79 y las hijas de M'inos80.
La tercera entendió acerca de la prelación entre Ale- 9
jandro, hijo de Filipo, y Aníbal, el cartaginés; falló que
Alejandro era más im portante, y su trono fue colocado
junto a Ciro I de Persia M.
En cuarto lugar fuimos conducidos nosotros. Él nos 10
preguntó por qué motivo, aún en vida, habíamos penetra­
do en un recinto sagrado, y nosotros le contamos toda
la historia en detalle; nos hizo salir, reflexionó largo rato
y consultó con sus consejeros acerca de nosotros (le
aconsejaba, entre otros muchos, Aristides el Justo, de
Atenas). Cuando formó un juicio, sentenció que de nues­
tra intromisión y vagabundeo rendiríam os cuentas des­
pués de m uertos, mas que al presente perm aneciéram os
en la isla por un tiempo determ inado y que, tras convivir

71 R emedio de la locura según los antiguos (cf. H o r a c io , Sá­


tiras II 3 82).
79 H ipólita.
*° A riadna y Fedra.
81 Cf. D iálogos de lo s m u e r to s X X V .
208 OBRAS

con los héroes, nos m archáramos. Establecieron como


plazo de nuestra estancia no más de siete meses.
A p artir de aquel instante se desprendieron por sí
solas nuestras coronas, con lo que quedamos en liber­
tad, y fuimos introducidos en la ciudad y en el festín de
los Dichosos. La ciudad propiam ente dicha es toda de
oro, y el m uro que la circunda de esmeralda. Hay siete
puertas, todas de una sola pieza de m adera de cinamo­
mo. Los cimientos de la ciudad y el suelo de intram uros
es de marfil. Hay templos de todos los dioses, edificados
con berilo, y enormes altares en ellos, de una sola piedra
de am atista, sobre los cuales realizan sus hecatombes.
En torno a la ciudad corre un río de la m irra más exce­
lente, de cien codos regios82 de ancho y cinco de profun­
didad, de suerte que puede nadarse en él cómodamente.
Por baños tienen grandes casas de cristal, caldeadas con
brasas de cinamomo; en vez de agua hay rocío caliente
en las bañeras.
Por traje usan tejidos de araña suaves y purpúreos:
en realidad, no tienen cuerpos, sino que son intangibles
y carentes de carne, y sólo m uestran form a y aspecto.
Pese a carecer de cuerpo, tienen, sin embargo, consisten­
cia, se mueven, piensan y hablan: en una palabra, parece
que sus almas desnudas vagan envueltas en la semejanza
de sus cuerpos; por eso, de no tocarlos, nadie afirm aría
no ser un cuerpo lo que ve, pues son cual sombras er­
guidas, no negras. Nadie envejece, sino que permanece
en la edad en que llega. Además, no existe la noche entre
ellos, ni tampoco el día muy brillante: como la penum­
bra que precede a la aurora cuando aún no ha salido el
sol, así es la luz que se extiende sobre el país. Asimismo,
sólo conocen una estación del año, ya que siempre es
prim avera, y un único viento sopla allí, el céfiro 83.

82 El codo tiene 0,444 m.


83 V iento tem plado de O ccidente.
RELATOS VERÍDICOS 209

El país posee toda especie de flores y plantas culti­


vadas y silvestres 84. Las vides dan doce cosechas al año
y vendimian cada mes; en cuanto a los granados, manza­
nos y otros árboles frutales, decían que producían trece
cosechas, ya que durante un mes —el «minoico» de su
c a l e n d a r i o — dan fruto dos veces. En vez de granos de
trigo, las espigas producen pan apto para el consumo en
sus ápices, como setas. En los alrededores de la ciudad
hay trescientas sesenta y cinco fuentes de agua y otras
tantas de miel, quinientas de m irra —si bien éstas son
más pequeñas—, siete ríos de leche y ocho de vino.
El festín lo celebran fuera de la ciudad, en la llanura
llamada E lisio85, un prado bellísimo, rodeado de un es­
peso bosque de variadas especies, que brinda su sombra
a quienes en él se recuestan. Sus lechos están formados
de flores, y les sirven y asisten en todo los vientos, ex­
cepto en escanciar vino: ello no es necesario, ya que hay
en torno a las mesas grandes árboles del más transpa­
rente cristal, cuyo fruto son copas de todas las formas
y dimensiones; cuando uno llega al festín, arranca una o
dos copas y las pone a su lado, y éstas se llenan al punto
de vino. Así beben y, en vez de coronas, los ruiseñores y
demás pájaros canoros recogen en sus picos flores de los
prados vecinos, que expanden cual una nevada sobre
ellos m ientras revolotean cantando. Y éste es su modo
de perfum arse: espesas nubes extraen m irra de las fuen­
tes y el río, se posan sobre el festín bajo una suave pre­
sión de los vientos, y desprenden lluvia suave como ro­
cío.
Durante la comida se deleitan con poesía y cantos.

84 Juego de p alab ras. H ém eros «cultivados» se relaciona con


hSméra «claridad», y, en contraposición, skieró s «som brío» pasa
a significar «silvestre» en este contexto, con inten ció n burlesca.
El m undo de los m u erto s se caracteriza p o r esta r envuelto en
tinieblas.
85 Cf. Odisea IV 561.
210 OBRAS

Suelen cantar los versos épicos de Homero, que asiste en


persona y se suma con ellos a la fiesta, reclinado en lu­
gar superior al de Ulises. Los coros son de jóvenes y
doncellas, dirigidos y acompañados en el canto por
Éunomo de Lócride, Arión de Lesbos, Anacreonte y Este-
sícoro. También a este último vi entre ellos, pues Helena
ya se había reconciliado con é l 86. Cuando éstos cesan
de cantar, aparece un segundo coro de cisnes, golondri­
nas y ruiseñores, y cuando canta todo el bosque lo acom­
paña, dirigido por los vientos.
16 Pero el mayor goce lo obtienen de las dos fuentes
que hay ju nto a las mesas, la de la risa y la del placer.
De ambas beben todos al comienzo de la fiesta, y a par­
tir de ese m omento perm anecen gozosos y risueños.
17 Quiero hablar ahora de los hombres famosos que allí
vi. Se hallaban todos los semidioses y cuantos combatie­
ron en Troya, excepto Ayante de Lócride, el único que,
según decían, era castigado en el lugar de los im píos87.
De los bárbaros estaban los dos Ciros, el escita Anacar-
sis, el tracio Zamolxis y Numa el italiano. También esta­
ban Licurgo ei espartano, Foción y Telo de Atenas, y
todos los sabios, excepto Periandro. Vi tam bién a Sócra­
tes, hijo de Sofronisco, charlando con Néstor y Palame­
des; en torno suyo estaban Jacinto de Esparta, Narciso
de Tespias, Hilas, y otros jóvenes hermosos. A mí pa­
recer, tenía amores con Jacinto, pues era a él a quien
más frecuentem ente refutaba. Decíase que Radam antis
estaba enojado con él, y le había amenazado reiterada­
mente con expulsarlo de la isla, si proseguía con sus
charlas y se negaba a deponer su ironía y ser feliz. Tan
sólo Platón no estaba allí, pues decían que habitaba en

“ Según la leyenda, E stesícoro atacó a H elena en sus versos,


p o r lo que sus h erm anos los D ioscuros lo cegaron; tra s re tra c ­
ta rse en su Palinodia (c f. P latón , Fedro 243), reco b ró la v ista y
se reconcilió con ella.
a7 Por h a b e r forzado a C asandra.
RELATOS VERÍDICOS 211

la ciudad que él mismo había imaginado, disfrutando


de la constitución y ias leyes que redactara.
Los seguidores de Aristipo y Epicuro ocupaban allí
un lugar privilegiado, por ser dulces y agradables y re­
sultar los m ejores compañeros de festín. Estaba tam ­
bién Esopo el frigio, al que emplean como bufón; en
cuanto a Diógenes de Sinope, había cambiado tanto de
carácter, que se había casado con Lais, la cortesana, y
además muchas veces, por efecto de la bebida, bailaba
puesto en pie y gastaba brom as de borracho. No había
allí ningún estoico, pues decíase que ya habían ascendido
a la escarpada colina de la virtud; nos enteram os de que
a Crisipo no se le había perm itido acceder a la isla hasta
que se sometió por cuarta vez a la cura del eléboro88.
Respecto de los académicos contábase que querían ir,
mas aún permanecían deliberando, dado que aún no ha­
bían llegado a concluir si sem ejante isla existe. Por !o
demás, creo entender que tem ían el juicio de Radaman­
tis, dado que ellos habían invalidado el criterio de cer­
teza. Contábase que muchos de ellos habían iniciado la
marcha siguiendo a quienes allí se dirigían, pero queda­
ron rezagados por su lentitud, al ser incapaces de alcan­
zar nada, y se volvieron a medio camino.
Éstos eran los más destacados de allí. Honran sobre­
manera a Aquiles, y en segundo lugar a Teseo. En cuan­
to a la práctica del amor, m antienen el criterio de unirse
abiertam ente a la vista de todos, tanto con m ujeres
como con hombres, y en modo alguno ello les parece ver­
gonzoso. Tan sólo Sócrates se deshacía en juram entos,
asegurando que sus relaciones con los jóvenes eran pu­
ras, más todos le acusaban de perjurio, ya que con fre­
cuencia el propio Jacinto o Narciso habían confesado,
mientras él lo negaba. Las m ujeres son todas de la co­
munidad y nadie siente celos de su vecino: en eso son

" Cf. n ota 13.


212 OBRAS

superplatónicos. En cuanto a los jóvenes, se ofrecen a


quienes los solicitan sin oponer resistencia.
20 Aún no habían transcurrido dos o tres días cuando me
acerqué a Homero, el poeta, estando ambos ociosos, y le
pregunté, entre otras cosas, de dónde era, pues esto es
lo que más se investiga todavía hoy entre nosotros. Res­
pondióme no ignorar que unos le creían de Quíos, otros
de Esm irna, y muchos de Colofón, pero afirmó ser ba­
bilonio, y llamarse entre sus com patriotas no Homero,
sino Tigranes: más tarde, al ser rehén en la Hélade,
cambió de nombre. En cuanto a los versos rechazados
como espurios, le pregunté si habían sido escritos por
él, y me aseguró que todos eran suyos; condenaba, por
tanto, la gran necedad de los gramáticos Zenódoto y
y Aristarco. Cuando me hubo contestado suficientemen­
te, volví a preguntarle por qué comenzó tratando de la
«cólera», y él repuso que así se le ocurrió, sin intención
alguna. También deseaba saber si había escrito la Odi­
sea antes que la Ilíada, como muchos sostienen, pero
dijo que no. Supe tam bién en seguida que no era ciego,
como suele decirse: veía, de modo que no tuve necesi­
dad de preguntarle. Muchas veces, en ocasiones poste­
riores, hice lo mismo, cuando lo veía inactivo: me acer­
caba y le hacía preguntas, y él me contestaba amable­
mente a todo, en especial después de ganar el proceso;
pues había una querella contra él por injurias, presen­
tada por Tersites, en base a las burlas que le gastó en
el poema, y venció Homero, con Ulises como defensor.
21 Por aquel entonces llegó tam bién Pitágoras de Sa­
mos w, que había conocido siete reencarnacions y vivido
en otros tantos cuerpos, tras concluir las transm igracio­
nes de su alma. E ra de oro toda su m itad derecha. Se
le juzgó digno de com partir la ciudadanía con aquéllos,
pero aún seguía discutiéndose si debía llamársele Pitá-

w Cf. E l S u e ñ o o E l Gallo.
RELATOS VERÍDICOS 213

goras o Euforbo. Empédocles tam bién acudió, lleno de


q u e m a d u r a s y todo el cuerpo asado 90, pero no fue ad­
m i t i d o pese a sus muchas súplicas.
Con el tiempo llegaron los juegos del lugar, los Mor- 22
tuorios 91. Los presidían Aquiles, por quinta vez, y Teseo,
por séptima. Los pormenores serían largos de contar,
por lo que me referiré a los hechos más importantes.
En la lucha venció Cárano, el descendiente de Heracles,
tras combatir con Ulises por la corona; resolvióse en
empate el pugilato entre Areo el egipcio, que está ente­
rrado en Corinto, y Epeo; no hay allí premio para el
pancracio; en cuanto a la carrera, no recuerdo quién
ganó; de entre los poetas, Homero fue, con mucho, el
mejor, pero ganó H esíodo92. Los premios eran siempre
una corona trenzada con plumas de pavo real.
Apenas habían concluido los juegos, llegó la noticia 23
de que los condenados en el territorio de los impíos ha­
bían roto sus cadenas y derrotado a sus guardianes, y
se dirigían contra la isla; los capitaneaba Fálaris de
Acragante, Busiris el egipcio, Diomedes el tracio, Esci-
rón y Pitiocamptes. Cuando Radam antis tuvo noticia de
ello, colocó a sus héroes en la playa. Los capitaneaban
Teseo, Aquiles y Ayante, hijo de Telamón, que ya había
recobrado la cordura. Trabaron combate y vencieron los
héroes, gracias a Aquiles sobre todo, pero destacó tam ­
bién Sócrates, colocado en el ala derecha, mucho más
que cuando en vida com batiera en Delio, pues cuando
cuatro enemigos fueron contra él no huyó ni alteró su
semblante. Por ello, le fue concedida después una re­
compensa, un herm oso y amplio jardín en los alrede­
dores de la ciudad, donde reunía a sus compañeros

90 Por su suicidio al a rro ja rse al E tna.


91 Gr. Thanatoúsia, parodia. T ka n a to s = «muerte».
n R ecuerdo del legendario certa m e n de Calcis de E ubea, en
que venció H esíodo a H om ero p o r se r c a n to r de la paz.
214 OBRAS

para conversar, que él llamaba la Academia de los


m uertos 93.
Capturaron a los vencidos, les encadenaron y devol­
vieron para sufrir aún mayores castigos. Describió esta
batalla Homero y, al m archarm e, me dio el m anuscrito
para que lo transm itiera a los hom bres de nuestro mun­
do, pero más tarde lo perdí con todo lo demás. El co­
mienzo del poema decía así:

Ahora cántame, Musa, la batalla de los héroes del


fHades.

A la sazón cocieron h a b a s94, como es costum bre allí


cuando ganan la guerra, y celebraron la victoria con una
gran fiesta. Sólo Pitágoras no tomó parte en ella, y se
sentó aparte, sin probar bocado, ya que sentía aversión
hacia las habas.
Habían ya transcurrido seis meses y estábamos a
mediados del séptimo cuando estalló un conflicto: Cíni-
ras, el hijo de Escíntaro, joven esbelto y atractivo, ama­
ba desde tiem po atrás a Helena, y ésta no ocultaba su
loca pasión por el joven; así, muchas veces se dirigían
ambos señales en el banquete, se ofrecían brindis, se
levantaban y paseaban solos por el bosque. Un día, im­
pulsado por el am or y las dificultades, decidió Cíniras
rap tar a Helena, con la conformidad de ésta, y huir a
una de las islas próximas, a Corcho o Quesia. Como
cómplices habían elegido tiempo atrás a tres compa­
ñeros míos, los más audaces, pero a su padre no le con­
fió su propósito, pues sabía que se lo hubiera impedido.
Como lo habían decidido consumaron su plan: cuando
llegó la noche, en mi ausencia, m ientras me hallaba

95 Griego N e k ra k a d é m ía .
54 Alusión a la fiesta ateniense de las P íanepsias, en h o n o r de
Apolo, en la que se com ía cocido de h ab as y o tra s legum bres.
RELATOS VERÍDICOS 215

adormilado en el banquete, ellos se apoderaron de He­


lena sin ser vistos y rápidam ente la embarcaron.
A medianoche se despertó Menelao y, al percatarse 26
de que su m ujer no estaba en el lecho, comenzó a dar
voces, buscó a su hermano y se presentó ante el rey
Radamantis. Al rom per el día dijeron los atalayas que
divisaban la nave a gran distancia. Entonces, Radaman­
tis embarcó a cincuenta de sus héroes en una nave de
un solo tronco de asfódelo y ordenó su persecución.
Éstos corrieron con ahínco y alrededor del mediodía les
dieron alcance, cuando ya penetraban en la zona láctea
del Océano, cerca de Quesia, a punto de escapar; ataron
su nave con una cadena de rosas y regresaron. Helena
lloraba avergonzada y cubría su rostro; en cuanto a Cí-
niras y los suyos, Radam antis les preguntó en prim er
lugar si tenían otros cómplices, y, como respondieran
que no, les mandó atados de las vergüenzas al territorio
de los impíos, tras azotarles antes con malvas.
Decretaron tam bién que fuéramos expulsados de la 27
isla antes del plazo, perm itiéndonos perm anecer sólo
hasta el día siguiente. Entonces comencé yo a suplicar
y a llorar por los bienes que iba a perder para vagar
de nuevo, pero ellos me dieron ánimos diciendo que no
tardaría muchos años en regresar a su lado, y me seña­
laron mi futuro trono y lecho junto a los más distin­
guidos. Me acerqué a Radam antis y le supliqué encare­
cidamente que predijera mi futuro y señalara el rumbo.
Me respondió que llegaría a mi patria tras múltiples
rodeos y peligros, mas no quiso precisar el momento de
mi regreso; me señaló, sin embargo, las islas próximas
—se divisaban cinco y había una sexta a lo lejos— y
explicó que aquéllas, las cercanas, eran las de los im­
píos. «Son aquellas en que ves arder tan grandes hogue­
ras —dijo—; en cuanto a la sexta, en la lejanía, es la
isla de los Sueños. A continuación está la isla de Ca-
lipso, que ya no alcanzas a ver. Cuando las hayas bor-
216 OBRAS

deado, arribarás al gran continente que hay frente al


que nosotros habitamos; allí vivirás num erosas aventu­
ras, recorrerás toda clase de pueblos y vivirás con hom­
bres insociables, hasta que, con el tiempo, llegues al
otro continente.»
Ésas fueron sus palabras; arrancó de la tierra una
raíz de malva y me la ofreció, diciéndome que la invo­
cara en los más graves peligros; me aconsejó también
que, sí regresaba a este país, no atizara el fuego con un
cuchillo, ni comiera altram uces, ni me uniera a un joven
mayor de dieciocho a ñ o s95, ya que, de observar estos
consejos, podría tener esperanzas de regresar a la isla.
A p artir de entonces preparé el viaje y, en el tiempo
señalado, participé con ellos del festín. Al día siguiente
me dirigí a Homero, el poeta, y le rogué que me com­
pusiera un dístico para grabarlo; cuando lo hubo com­
puesto, coloqué una estela de berilo junto al puerto y
lo grabé. La inscripción decía:
Todo esto Luciano, amado de los felices dioses,
vio, y partió de regreso a su tierra nativa.

Permancí tam bién aquel día, y al siguiente zarpé, es­


coltado por los héroes. En aquel momento se me acercó
Ulises, a escondidas de Penélope, y me dio una carta
para que la llevara a la isla Ogigia, para Calipso. Rada-
mantis envió conmigo al piloto Nauplio, a fin de que, de
detenernos en las islas, nadie nos apresara pensando
que íbamos allí por otro negocio.
Tan pronto avanzamos y dejamos atrás el aire per­
fumado, nos salió al paso un olor terrible, como de as­
falto, azufre y pez, que abrasaba al tiempo, y un arom a
atroz e insoportable, como de hom bres asados; el aire
estaba sombrío y neblinoso, y de él se desprendía un

95 El p rim e ro es un precepto pitagórico; los o tro s dos son


b u rlas lucianescas, al parecer.
RELATOS VERÍDICOS 217

de pez. Al tiempo, oíamos el chasquido de látigos


r o c ío
y el lamento de muchos hombres.
No arribam os a las otras islas, pero aquella en que 3o
desembarcamos era por doquier rocosa y pelada, árida
entre peñas y riscos, y no había ni un árbol, ni agua. Tre­
pamos, sin embargo, por las rocas y avanzamos por un
sendero lleno de espinos y abrojos, resultando el país
sumamente feo. Mientras nos dirigíamos al recinto y
lugar de castigo, nos impresionaba ante todo la contex­
tura del terreno. El suelo mismo hallábase por doquier
sembrado de cuchillos y picas, y en derredor fluían tres
ríos, uno de fango, otro de sangre y otro interior de
fuego; este último, enorme e invadeable, fluía como
agua y form aba oleaje como el m ar, y tenía muchos
peces, unos semejantes a antorchas, y otros, pequeños,
a carbones encendidos: les llam aban «lamparillas» 96.
Existía una sola y estrecha vía de penetración a tra- 3i
vés de todos los obstáculos, y en ella m ontaba guardia
Timón el ateniense. Pasamos, sin embargo, conducidos
por Nauplio, y vimos cómo muchos reyes sufrían casti­
gos, al igual que muchos particulares. De todos ellos
reconocimos en ocasiones a algunos: vimos, por ejem­
plo, a Cíniras envuelto en humo, colgado de sus ver­
güenzas. Explicaban los guías la vida de cada uno y las
faltas por las que eran castigados; las más severas pe­
nas recaían sobre los aficionados a m entir en vida y
quienes no escribieron la verdad, entre los que se con­
taban Ctesias de Cnido, Heródoto y otros muchos. Al
verles, concebí buenas esperanzas para el futuro, pues
jam ás dije yo una m entira a sabiendas.
Rápidamente, pues, emprendí el regreso a la nave, 32
ya que no podía soportar el espectáculo; me despedí
de Nauplio, y zarpé. Al poco tiem po veíase de cerca la
isla de ios Sueños, oscura y de aspecto impreciso, ase­

96 Griego lÿchn.iskoi.
218 OBRAS

mejándose ella misma en cierto modo a los sueños,


pues retrocedía cuando nos acercábamos, huía y se
apartaba un buen trecho. Dímosle alcance al fin y, tras
penetrar en el llamado Puerto de H ipno97, desembarca­
mos cerca de las Puertas de M arfil9S, donde está el tem­
plo del G allo99, caída ya la tarde. Penetramos en la ciu­
dad y vimos muchos sueños de toda especie. En prim er
lugar, quiero referirm e a la ciudad, ya que nadie ha
escrito acerca de ella, y Homero 10°, el único que la men­
cionara, no tocó el tema con mucha exactitud.
33 En torno a ella, por doquier, se extiende un bosque;
los árboles son altas adorm ideras y m andrágoras, y so­
bre ellas hay gran núm ero de murciélagos, siendo éste
el único ser alado que existe en la isla. Un río corre allí
cerca, al que ellos llaman N octám bulo101, y hay dos
fuentes junto a las puertas, llamadas Dormilona 102 y To-
danoche 10i. El m uro de la ciudad es alto y policromo,
muy sem ejante en color al arco iris; las puertas que
hay en él no son dos, como dice Homero, sino cuatro:
dos m iran al llano de la B lan d u ra1M (una es de hierro
y la otra de barro), por las que, según decían, salen los
sueños terroríficos, criminales y molestos; y dos dan
al puerto y el m ar (una de cuerno y otra de m arfil, por
la que nosotros penetram os). Al entrar en la ciudad, a

97 H ÿ p n o s en griego significa «sueño» com o estado, fre n te a


óneiros «sueño» com o visión.
98 Cf. H o m e r o , Odisea X IX 560 ss. Los sueños que salen por
las P u ertas de M arfil son engañosos, fren te a los que lo hacen
p o r las P u ertas de Cuerno, que son veraces.
99 El gallo, h erald o del día, aparece asociado al m undo de los
sueños.
100 Cf. n o ta 32.
101 Griego N y k t í p o r o s = «el que avanza en la noche».
102 Griego N égretos.
105 Griego Pannychia. Alusión a las dos fu en tes de T roya (Ilia­
da X X II 147 ss.).
104 Griego B la keías pedíon.
RELATOS VERÍDICOS 219

la derecha está el templo de la Noche —pues ésta es la


divinidad que más veneran, así como el Gallo, cuyo san­
tuario está edificado cerca del puerto—, y a la izquierda
el palacio de Hipno. Éste reina en el país y ha nom bra­
do dos sátrapas y gobernadores, Sueñopesado 105, hijo de
F ú til106, y Acaudalado 107, hijo de Fantasión IOä. En el cen­
tro de la plaza hay una fuente a la que llaman Amodo­
rrada 1W, y cerca hay dos templos, el de la Falsedad y
el de la Verdad: allí tienen ellos su lugar sacrosanto
y su oráculo, donde ejercía como profeta Antifonte n0,
el intérprete de los sueños, que había recibido este car­
go de Hipno.
En cuanto a los sueños propiam ente dichos, ni su 34
naturaleza ni su aspecto eran siem pre idénticos: unos
eran altos, hermosos y de buen ver, m ientras otros eran
pequeños y feos; unos parecían ser de oro, m ientras
otros eran humildes y mezquinos; había entre ellos al­
gunos alados 111 y portentosos, y otros ataviados como
para un cortejo, caracterizados unos de reyes, otros de
dioses, otros de diversos personajes. A muchos de ellos
los reconocimos, pues en tiempos pasados los habíamos
visto en casa, y éstos se acercaban a saludarnos, tratán­
donos con familiaridad, y, tras tom arnos y hacernos
dormir, nos dispensaban una excelente y esm erada hos­
pitalidad, preparando una magnífica acogida en todos
los aspectos y prometiendo hacem os reyes y sátrapas;
algunos hasta nos conducían a nuestras tierras, nos

105 Griego Taraxídn. Alude a la p e rtu rb a c ió n del sueño agitado.


Griego Mataiogén és, literalm en te «de vano linaje».
107 Griego P lo u to klts, ap u n tan d o a los sueños de riquezas
(cf. Gallo).
108 Griego Phantasíón. L. G il tra d u c e «Fantasm ón».
109 Griego KareÓtis.
110 Tal vez el sofista enemigo de S ócrates, a u to r de u n tra ta d o
sobre la in terp re tació n de los sueños.
111 Los sueños eran im aginados pro v isto s de alas; cf. E u r í ­
pides, H écuba 70; O v id io , M e ta m o r f o s is X I 656.
220 OBRAS

m ostraban a nuestros seres queridos, y en el mismo día


nos hacían regresar.
Durante treinta días y otras tantas noches perm ane­
cimos con ellos, deleitándonos con los sueños. Luego, al
estruendo inesperado de un trueno ensordecedor, des­
pertamos, nos levantamos y partim os tras acopiar pro­
visiones.
Al tercer día de nuestra partida arribam os a la isla
Ogigia y desembarcamos. Primero, yo mismo abrí la
carta y leí el texto. Decía así: «Ulises a Calipso, salud.
Debes saber que, tan pronto zarpé de tu tierra, cons­
truida mi balsa, tuve un naufragio y a duras penas logré
llegar a salvo, gracias a Leucótea, al país de los feacios,
que me devolvieron a mi patria, donde encontré a nu­
merosos pretendientes de mi m ujer gozando de mi casa
y hacienda; tras conseguir darles m uerte a todos, fui
posteriorm ente abatido por Telégono, el hijo que tuve
de Circe, y ahora estoy en la isla de los Dichosos, total­
mente arrepentido de haber abandonado mi vida junto
a ti y la inm ortalidad que me habías prometido; por
tanto, en cuanto tenga oportunidad huiré y llegaré junto
a ti.» Éste era el texto de la carta, y añadía, respecto
a nosotros, que nos diese acogida.
Yo avancé un corto trecho desde el m ar y descubrí
la cueva, tal como Homero 112 la describiera, y a Calipso
trabajando la lana. Tomó la carta, la leyó, estuvo llo­
rando largo rato prim ero, y después nos brindó su hos­
pitalidad, nos dio un espléndido festín y nos preguntó
acerca de Ulises, y tam bién de Penélope, cómo era ella
físicamente y si era discreta, como Ulises se ufanaba en
proclam ar antaño 113. Nosotros le dimos las respuestas
que estimamos iban a complacerla. Tras esto, regresa­
mos a la nave y dormimos cerca de allí, junto al litoral.

112 Odisea V 55 ss.


m Odisea V 201 ss.
RELATOS VERÍDICOS 221

A la aurora zarpamos, al aum entar la fuerza del 37


Bajo la tem pestad por dos días, al tercero vini­
v ie n to .
mos a dar con los calabazapiratas 114. Son, éstos, salva­
jes de las islas vecinas, que apresan a cuantos navegan
por allí. Tienen grandes naves, hechas de calabazas, de
unos sesenta codos de eslora; pues después de secar la
calabaza la vacían, eliminando la parte interior, y nave­
gan en ella, utilizando mástiles de caña, y por vela la
hoja de calabaza. Nos atacaron dos tripulaciones, lucha­
ron con nosotros y nos hirieron a muchos, disparándo­
nos, en vez de piedras, semillas de calabaza. Luego de
luchar mucho tiempo equilibradamente, a mediodía vi­
mos, tras los calabazapiratas, aproxim arse a los nuez-
nautas 115; eran enemigos entre sí, como lo dem ostraron,
pues tan pronto aquéllos se apercibieron de su proximi­
dad, se desentendieron de nosotros, viraron y les plan­
taron combate.
Nosotros, al tiempo, enarbolamos nuestro velamen y 38
huimos, dejándoles a ellos en plena lucha; y era evi­
dente que iban a vencer los nueznautas, ya que eran
más numerosos —tenían cinco tripulaciones— y lucha­
ban desde naves más robustas: seis embarcaciones eran
medias cáscaras de nueces vacías, y el tam año de cada
mitad equivalía, en longitud, a quince brazas 116. Una vez
que Ies perdimos de vista, curam os a los heridos, y a
partir de entonces solíamos perm anecer arm ados, aguar­
dando siempre algún ataque. Y no fue en vano.
En efecto, aún no se había puesto el sol, cuando des- 39
de una isla desierta avanzaron contra nosotros una vein­
tena de hom bres cabalgando sobre grandes delfines,
piratas ellos también. Los delfines los transportaban
con toda seguridad, corveteaban y relinchaban como

114 Griego K olokynthopeirataí.


ü! Griego Karyonaútai.
tu Una orgyiá o «braza» tiene 1,776 m.
222 OBRAS

caballos. Cuando se hallaban cerca, se dividieron a ara­


bos lados, y nos atacaban con jibias secas y ojos de
cangrejo; pero cuando nosotros les disparam os flechas
y dardos no resistieron, y, heridos la mayoría de ellos,
huyeron hacia la isla.
40 Hacia medianoche, reinando la calma, abordamos
inesperadam ente un nido descomunal de un alción: en
efecto, tenía sesenta estadios 117 de circunferencia y na­
vegaba en él la hem bra empollando los huevos; ésta no
era mucho m enor que el nido; así, al desplegar el vuelo,
estuvo a punto de sumergir la nave con el viento de
sus alas. Em prendió, por tanto, la huida, emitiendo un
graznido quejum broso. Penetramos nosotros cuando el
día comenzaba a rom per y observamos el nido, seme­
jante a una gran balsa, construido con enorm es árboles.
Había en su interior quinientos huevos, cada uno de
ellos de mayor tam año que una tinaja de Quíos ns; ya se
transparentaban los polluelos desde dentro y piaban. A
hachazos logramos p artir uno de los huevos y extraji­
mos una cría sin plumas, de mayor tam año que veinte
buitres.
41 M ientras navegábamos, distantes ya del nido unos
doscientos e sta d io s1!9, se nos m anifestaron grandes y
admirables prodigios: el m ascarón de popa en form a de
cisne, de repente, cubrióse de plumas y comenzó a emi­
tir graznidos, y el piloto Escíntaro, que era calvo, volvió
a tener m elena120; pero lo más sorprendente de todo
fue que el m ástil de la nave rebrotó, echó ram as y se
cargó de frutos en la copa; los frutos eran higos y uvas
negras aún no m aduras 121. Al ver todo aquello, como es

117 10.656 m.
111 El choús, m edida p a ra líquidos, ten ía 3,24 1.
1,9 35.520 m.
120 P or el contagium m ágico del am biente.
121 Cf. H im n o hom érico V II 38.
RELATOS VERÍDICOS 223

lógico, nos sobresaltamos e invocábamos a los dioses,


dado lo insólito del fenómeno.
Aún no habíamos avanzado quinientos estadios cuan- 42
do divisamos un vasto y espeso bosque de pinos y cipre-
ses; nosotros imaginamos que era tierra firme, mas era
un m ar insondable poblado de árboles sin raíces, aun
cuando los árboles se erguían inmóviles, rectos como si
flotaran verticales. Nos aproximamos y, tras considerar
todas las posibilidades, permanecíamos en duda acerca
de la decisión a tom ar, pues navegar a través de los ár­
boles no era posible, dado su grosor y espesura, y dar la
vuelta no parecía fácil; yo subí al árbol más alto, oteé
lo que había a continuación y vi que el bosque se ex­
tendía unos cincuenta estadios o algo más, y después
seguía otro océano. Decidimos, por tanto, elevar la nave
hasta las copas de los árboles, que eran espesas, e in­
tentar transportarla por arriba hasta el m ar siguiente;
y así lo hicimos. La atamos a un gran cable y, subidos
en los árboles, logramos izarla con gran esfuerzo; tras
posarla sobre las ramas, desplegamos las velas y nave­
gábamos como en el mar, movidos a impulso del viento.
A la sazón vino a mi mente aquel verso de Antímaco,
que dice en un pasaje:
A aquellos que navegan por sendas nemorosas m.

Venciendo la resistencia del bosque logramos llegar 43


al agua y, tras colocar la nave en la misma posición,
navegábamos a través de un agua pura y transparente,
hasta que llegamos al borde de una enorme grieta pro­
ducida por el agua que se escindía, como los cortes que
vemos con frecuencia en la tierra, producidos por los
terremotos. La nave, pese a que nosotros amainamos las
velas, no pudo detenerse fácilmente, y a punto estuvo de
precipitarse. Nos asomamos nosotros y vimos una sima

122 Fr. 62 K in k e l.
224 OBRAS

de unos mil estadios m, sobrem anera horrible y prodi­


giosa, pues el agua quedaba detenida, como cortada. Mi­
ramos en derredor y vimos a la derecha, no muy lejos,
un puente de unión de agua, que enlazaba ambos piéla­
gos por la superficie, fluyendo de un m ar a otro. Al im­
pulso de los remos intentam os cruzar por él y con gran
esfuerzo lo atravesam os, cosa que no creimos poder
conseguir.
44 A partir de allí nos aguardaba un m ar suave y u n a
isla no demasiado grande, de fácil acceso y habitada. La
poblaban unos salvajes, los bucéfalos124, dotados de
cuernos, de modo sem ejante a nuestras representacio­
nes del M inotauro. Desembarcamos y penetram os con el
propósito de aprovisionar agua y conseguir alimentos,
pues los habíam os agotado. Agua encontram os inmedia­
tamente, y no parecía haber alguna o tra cosa, excepto
frecuentes mugidos, que se oían no muy lejanos; en la
creencia de que era una m anada de bueyes, avanzamos
lentamente y vinimos a dar con los hom bres descritos.
Ellos, en cuanto nos vieron, nos persiguieron y captura­
ron a tres de nuestros compañeros, m ientras los demás
logramos huir hacia el mar. A continuación, una vez
todos arm ados, resueltos a no dejar sin venganza a nues­
tros amigos, atacamos a los bucéfalos m ientras se re­
partían las carnes de las víctimas. Los pusimos en fuga
y perseguimos a todos, m atando a unos cincuenta, y
capturam os vivos a dos de ellos; entonces emprendimos
el regreso con nuestros prisioneros, aunque sin hallar
alimento alguno. Todos me instaban a degollar a los
cautivos, pero yo no accedí: mandé atarles y los vigi­
laba, hasta que llegaron em bajadores de parte de los
bucéfalos solicitando los prisioneros a cambio de res­

123 177.600 m .
124 Griego B ouképhaloi. Lo tran scrib im o s sin trad u c irlo (li­
teralm en te «de cabeza de buey»), p o r ser p ala b ra conocida a
p a rtir del n o m b re del caballo de A lejandro Magno.
RELATOS VERÍDICOS 225

cate; les entendíamos por sus movimientos de cabeza


y mugidos quejum brosos como de súplica. El rescate
consistía en gran cantidad de quesos, pescados secos,
cebollas y cuatro ciervas, que tenían sólo tres patas,
dos de ellas traseras, pues las delanteras habíanles na­
cido unidas. A cambio de ello les devolvimos a los pre­
sos y, tras perm anecer un día, zarpamos.
Ya comenzábamos a ver peces, los pájaros volaban 45
por allí, y aparecían todos los demás indicios de estar
cerca de tierra. Poco después vimos a unos hombres que
practicaban un modo insólito de navegación, pues eran
a la vez m arineros y embarcaciones. Explicaré su modo
de navegar: yacían boca arriba sobre el agua, enarbo-
laban sus miembros viriles —que poseen de gran tam a­
ño—, extendían el velamen desde ellos, sujetaban las
cuerdas con sus manos y navegaban impulsados por el
viento; otros seguían a éstos sentados en corchos, con
un par de delfines uncidos, que arreaban y conducían;
al avanzar los delfines arrastraban los corchos. Estos
ni nos atacaron ni huyeron, sino que conducían sin
temor y en paz, m ientras admiraban la form a de nues­
tra embarcación y la observaban por todas partes.
Ya de noche, llegamos a una isla de no grandes 46
dimensiones, habitada por m ujeres —según creimos—
que hablaban griego. Se acercaron, nos saludaron y
abrazaron. Ataviadas muy a la usanza cortesana, eran
todas hermosas y jóvenes, vestidas con túnicas telares.
La isla se llamaba Hechicería m, y la ciudad, Canal de
Agua 126. Tomó cada m ujer a uno de nosotros, nos llevó
a su casa y nos hizo su huésped. Yo m arché aparte un
momento, pues no sospechaba nada bueno, y observan­
do con más atención vi muchos huesos y calaveras hu­

123 Griego Kabaloúsa. Son inciertas ta n to la fo rm a definitiva


(según los m ss. y ed.) com o la significación de este n om bre, así
como las del siguiente.
ut Griego H ydamargía.
22 6 OBRAS

manas esparcidos por tierra. No me pareció oportuno


lanzar el grito, reunir a los compañeros y em puñar las
arm as, pero tomé entre mis manos la malva y le imploré
repetidas veces escapar de aquellos males. Poco des­
pués, m ientras mi anfitriona me servía, vi que no tenía
piernas de m ujer, sino cascos de asno. Entonces desen­
vainé mi espada, la reduje y até, y le pregunté por la
totalidad de sus planes. Contra su voluntad term inó con­
fesando que ellas eran m ujeres del mar, llamadas «per-
niburras» m , y que se alimentaban de los extranjeros
que las visitaban. «Después de em borracharlos —dijo—
nos acostamos con ellos y les atacamos m ientras duer­
men». Tras escuchar su relato, la dejé allí atada, subí al
terrado y me puse a gritar, llamando a mis compañeros.
Cuando acudieron se lo expliqué todo, les m ostré los
huesos y los introduje junto a la que tenía atada, pero
ella al punto se volvió agua y desapareció. Sin embargo,
introduje mi espada en el agua para probar, y se volvió
sangre.
47 Rápidamente, pues, regresamos a la nave y zarpa­
mos. Cuando la luz del día comenzó a brillar, avistamos
tierra y creimos que era el continente opuesto al que
nosotros habitam os. Tras postram os y rezar, comenza­
mos a pensar en el futuro. Algunos proponían desem­
barcar tan sólo y dar la vuelta de nuevo; otros, dejar la
nave allí, penetrar hasta el interior del territorio y to­
m ar contacto con sus habitantes. Mientras debatíamos
esta cuestión sobrevino una fuerte tem pestad, que es­
trelló la embarcación contra el litoral y la destruyó. En
cuanto a nosotros, nadamos con dificultad, tras hacer­
nos con las arm as y salvar cada cual lo que pudo.
Esto es cuanto me ocurrió hasta que llegué al otro
continente 128, en el mar, a lo largo de mi viaje por las

127 Griego O noskeleís.


m In tu ició n geográfica de los antiguos.
RELATOS VERÍDICOS 227

islas y el aire, y tras él en la ballena; y, después que


logramos salir, entre los héroes y los sueños, y por úl­
timo entre los bucéfalos y las perniburras. Lo que ocu­
rrió en el otro continente lo relataré en los libros que
siguen ,29.

125 É sta es la m ayor m en tira, com o a p u n ta el escoliasta, pues


este libro no estuvo, sin duda, en el ánim o de Luciano escribirlo
jam ás.

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