GETSEMANI
GETSEMANI
GETSEMANI
Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus
discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a
los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero
no sea como yo quiero, sino como tú. (Mateo 26.36-39)
Sabía Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre,
y era un pensamiento que lo angustiaba; él había dicho: “De un bautismo tengo
que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12.50)
A pesar de ser obediente y estar dispuesto a dar su vida por la salvación de los
pecadores, Jesús siente en su cuerpo humano la sensación de la angustia
extrema. Agrega el escritor Lucas:
El dolor de Jesús comienza horas antes de ser azotado por sus enemigos, y su
profunda aflicción convierte a este apacible lugar en un sombrío escenario y
símbolo perenne de la angustia del Señor. Desde entonces, la sola palabra
Getsemaní es para nosotros sinónimo de sufrimiento mental, angustia y soledad
profundas. ¿Será por eso que no se escuchan sermones acerca de este tema?
Tal era la condición del Señor, que había buscado rodearse y acompañarse de
sus más íntimos discípulos, a ellos les comunica que su alma esta triste hasta la
muerte, busca acompañarse de ellos en su oración. Pero, para aumentar la
tristeza de Jesús, ellos estaban… dormidos:
Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no
habéis podido velar conmigo una hora? (Mateo 26.40)
¿Por qué será que cuando el Señor más necesitaba a sus discípulos, los
encontraba distraídos, indiferentes, afanados, asustados o dormidos? ¿Cómo lo
encuentra el Señor en este momento de su vida?
Por si aún faltaba algo de dolor emocional, Jesús es traicionado y entregado por
uno de sus mismos apóstoles, con un beso:
Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno
de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle.
Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
(Lucas 22.47-48)
Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. Pero cierto joven le seguía,
cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; mas él, dejando la sábana,
huyó desnudo. (Marcos 14.50-52)
Y a pesar de todo esto, Jesús jamás pierde tanto su dignidad como el control de
sí mismo y de la situación. Pero lo más importante que Jesús mantiene, es su
sujeción a la voluntad de Su Padre.
Jesús está consciente y decidido a terminar la obra que el mismo Padre le había
encomendado, y para la que había sido enviado. Jesús les había dicho: “Mi
comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. (Juan
4.34) Su alimento y sostén era su convicción de hacer la voluntad de Dios.
Jesús rogó por Pedro para que su fe no faltara, lo salvó de morir bajo la espada,
y aun repara el daño causado por Pedro. De acuerdo a la profecía, el Pastor sería
herido, y las ovejas dispersadas, pero ninguna de ella se perdería, solo la que
decidió salirse de las manos del Padre para irse a su propio lugar. Conforme a la
Escritura: “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin”.
Jesús procura la libertad física de sus apóstoles, así como con su muerte
conquistó la libertad eterna para todo el mundo. En el huerto de Getsemaní
Cristo comenzó a padecer por los pecados del hombre, que curiosamente
iniciaron en el huerto del Edén.
Su disposición espiritual lo lleva asimismo a mantenerse en oración constante,
por él mismo, por sus discípulos, y aun por sus asesinos. “Y Cristo, en los días de
su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía
librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente”. (Hebreos 5.7)
El Padre oyó al Hijo, pues se hizo la voluntad del Padre, y además lo levantó de
los muertos con poder.
Es por eso para nosotros el único modelo y ejemplo a seguir. No solo nos
acompaña en nuestras propias angustias, sino que nos muestra las suyas y nos
demuestra que se puede seguir pensando y cumpliendo con la voluntad de
Dios, a pesar de nuestras circunstancias y sufrimientos.
Pero si usted hermana, hermano, está pasando por alguna angustia personal, si
hay algo que escapa a sus fuerzas y control, y acongoja su corazón, no se olvide
cual es nuestro primer recurso: la oración profunda.
Enseñaba el Señor: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas
a los que le pidan?” (Mateo 7.11)
¿Acaso un criminal no está dispuesto y arriesga su vida para dar lo mejor a sus
hijos? ¿Cuánto mayor será tanto el poder como el amor y la bondad de nuestro
gran Dios y salvador Jesucristo y su Padre celestial?
Matthew Henry comenta: “Los padres suelen ser neciamente afectuosos, pero Dios
es omnisciente; Él sabe lo que necesitamos, lo que deseamos, y lo que es bueno
para nosotros. Nunca supongamos que nuestro Padre celestial nos pediría que
oremos y, luego, se negaría oír o darnos lo que nos perjudica”.
Dios no nos va a ignorar, pero tampoco nos concederá nuestras peticiones, si
estas son contrarias a nuestra salud espiritual o a su voluntad.
Nuestra angustia no pasa desapercibida por Dios, y nuestra oración llega hasta
el gran trono de la gracia:
Mientras Jesús se preparaba para dar su vida por los pecadores, uno lo
traicionaba, otros dormían y otros huían. ¿Cómo nos encontrará el Señor cuando
venga en su santa gloria?