GETSEMANI

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Getsemaní

Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se


llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos
aquí, entre tanto que voy allí y oro. (Mateo 26.36)
26.

Por Jesús Briseño Sanchez


INTRODUCCIÓN

Uno de los momentos más intensamente tristes y memorables de toda la Biblia,


es la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní.
Así dice la Palabra de Dios:

Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus
discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a
los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero
no sea como yo quiero, sino como tú. (Mateo 26.36-39)

La palabra hebrea Getsemaní significa literalmente “prensa de aceite”, y era una


parcela o huerto situado al pie del monte de los Olivos. Según la tradición
pertenecía a María, madre de Juan Marcos, mas no existe evidencia bíblica. Este
lugar era bien conocido por sus discípulos, según las palabras de Juan: “Y
también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces
Jesús se había reunido allí con sus discípulos”. (Juan 18.2)

Un huerto al pie de un monte y cercano al arroyo de Cedrón, inmediatamente


nos da la idea de un apacible lugar de refugio y descanso. Quizás esa era la
intención de Jesús al ir allí, buscar un remanso, un lugar y entorno propicio para
el recogimiento y la oración, que lo prepararan para afrontar los duros
acontecimientos que vendrían a continuación. Jesús no acude a ese lugar a
esconderse, pues ya hemos dicho que todos sus discípulos conocían el lugar.

Sabía Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre,
y era un pensamiento que lo angustiaba; él había dicho: “De un bautismo tengo
que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12.50)
A pesar de ser obediente y estar dispuesto a dar su vida por la salvación de los
pecadores, Jesús siente en su cuerpo humano la sensación de la angustia
extrema. Agrega el escritor Lucas:

Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes


gotas de sangre que caían hasta la tierra. (Lucas 22.44)

Esta condición médica es llamada hematidrosis, puede surgir cuando existe un


alto grado de sufrimiento psicológico. Según un especialista: “la ansiedad severa
provoca la secreción de químicos que rompen los vasos capilares en las glándulas
sudoríficas. Como resultado, hay una pequeña cantidad de sangrado en las
glándulas y el sudor emana mezclado con sangre. Esto provocó que la piel
quedara extremadamente frágil de modo que cuando Jesús fue flagelado por el
soldado romano al día siguiente, su piel ya estaba muy sensible”.

El dolor de Jesús comienza horas antes de ser azotado por sus enemigos, y su
profunda aflicción convierte a este apacible lugar en un sombrío escenario y
símbolo perenne de la angustia del Señor. Desde entonces, la sola palabra
Getsemaní es para nosotros sinónimo de sufrimiento mental, angustia y soledad
profundas. ¿Será por eso que no se escuchan sermones acerca de este tema?

La agonía de Cristo ante su pasión, lo lleva a pedir a Dios que, si es posible, no


suceda lo que tiene que suceder. Y su oración intensa ante su Padre la hace
postrado con su rostro en la tierra. Tanta era su desesperación, tanto era su
sufrimiento. Como toda respuesta del cielo, dice Lucas que “se le apareció un
ángel del cielo para fortalecerle”. (Lucas 22.43)

Tal era la condición del Señor, que había buscado rodearse y acompañarse de
sus más íntimos discípulos, a ellos les comunica que su alma esta triste hasta la
muerte, busca acompañarse de ellos en su oración. Pero, para aumentar la
tristeza de Jesús, ellos estaban… dormidos:
Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no
habéis podido velar conmigo una hora? (Mateo 26.40)

¿Por qué será que cuando el Señor más necesitaba a sus discípulos, los
encontraba distraídos, indiferentes, afanados, asustados o dormidos? ¿Cómo lo
encuentra el Señor en este momento de su vida?

Por si aún faltaba algo de dolor emocional, Jesús es traicionado y entregado por
uno de sus mismos apóstoles, con un beso:

Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno
de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle.
Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
(Lucas 22.47-48)

Cuando se hacen presentes los soldados para apresar a Jesús, Getsemaní se


hace testigo del abandono de sus más íntimos seguidores, los apóstoles:

Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. Pero cierto joven le seguía,
cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; mas él, dejando la sábana,
huyó desnudo. (Marcos 14.50-52)

Este es el momento en que Jesús es entregado en manos de los pecadores y


comienza a ser golpeado, pero también es el momento en que sus amados
discípulos huyen a toda prisa dejándolo solo, uno de ellos aun desnudo. ¿Qué
habrá sido más doloroso para el Señor?
Todas estas cosas suceden en ese pequeño lugar y en unos cuantos instantes.

Y a pesar de todo esto, Jesús jamás pierde tanto su dignidad como el control de
sí mismo y de la situación. Pero lo más importante que Jesús mantiene, es su
sujeción a la voluntad de Su Padre.
Jesús está consciente y decidido a terminar la obra que el mismo Padre le había
encomendado, y para la que había sido enviado. Jesús les había dicho: “Mi
comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. (Juan
4.34) Su alimento y sostén era su convicción de hacer la voluntad de Dios.

Mire como intercede por sus discípulos:

Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a


éstos; para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no
perdí ninguno. Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e
hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se
llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la
copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Juan 18.8-11)

Tal era su preocupación y concentración en hacer la voluntad de Dios, que fue


capaz de cumplir su promesa de no perder a ninguno de sus seguidores. El
había dicho también: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en
tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el
hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese”. (Juan 17.12)

Jesús rogó por Pedro para que su fe no faltara, lo salvó de morir bajo la espada,
y aun repara el daño causado por Pedro. De acuerdo a la profecía, el Pastor sería
herido, y las ovejas dispersadas, pero ninguna de ella se perdería, solo la que
decidió salirse de las manos del Padre para irse a su propio lugar. Conforme a la
Escritura: “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin”.

Jesús procura la libertad física de sus apóstoles, así como con su muerte
conquistó la libertad eterna para todo el mundo. En el huerto de Getsemaní
Cristo comenzó a padecer por los pecados del hombre, que curiosamente
iniciaron en el huerto del Edén.
Su disposición espiritual lo lleva asimismo a mantenerse en oración constante,
por él mismo, por sus discípulos, y aun por sus asesinos. “Y Cristo, en los días de
su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía
librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente”. (Hebreos 5.7)
El Padre oyó al Hijo, pues se hizo la voluntad del Padre, y además lo levantó de
los muertos con poder.

Es por eso para nosotros el único modelo y ejemplo a seguir. No solo nos
acompaña en nuestras propias angustias, sino que nos muestra las suyas y nos
demuestra que se puede seguir pensando y cumpliendo con la voluntad de
Dios, a pesar de nuestras circunstancias y sufrimientos.

En muchas ocasiones nos sentimos angustiados por algún problema,


enfermedad o situación difícil por la que pasamos o bien, vamos a pasar en un
futuro cercano. Muchas personas se angustian ante algún examen, alguna
sentencia, e incluso ante la sola idea de morir.

Lo peor de todo es que el desaliento muy comúnmente nos lleva a hacer a un


lado la obra de Dios y nuestros compromisos con ella. De hecho llegamos a
concedernos tal permiso y creemos que Dios lo entiende.

Pero si usted hermana, hermano, está pasando por alguna angustia personal, si
hay algo que escapa a sus fuerzas y control, y acongoja su corazón, no se olvide
cual es nuestro primer recurso: la oración profunda.

Debemos orar al Padre, mostrarle nuestro dolor y nuestra debilidad, esperar en


su divino poder y disponernos a aceptar la respuesta de su voluntad. Y en ese
momento, agradecer las bendiciones que tenemos y no olvidarnos de pedir por
aquellos que están sufriendo más que nosotros.
Pero debemos pedir con fe, no dudando nada, creyendo en un Dios
todopoderoso y amoroso, y confiando en una de sus más grandes promesas:
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8.32)

Enseñaba el Señor: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas
a los que le pidan?” (Mateo 7.11)

¿Acaso un criminal no está dispuesto y arriesga su vida para dar lo mejor a sus
hijos? ¿Cuánto mayor será tanto el poder como el amor y la bondad de nuestro
gran Dios y salvador Jesucristo y su Padre celestial?

Matthew Henry comenta: “Los padres suelen ser neciamente afectuosos, pero Dios
es omnisciente; Él sabe lo que necesitamos, lo que deseamos, y lo que es bueno
para nosotros. Nunca supongamos que nuestro Padre celestial nos pediría que
oremos y, luego, se negaría oír o darnos lo que nos perjudica”.
Dios no nos va a ignorar, pero tampoco nos concederá nuestras peticiones, si
estas son contrarias a nuestra salud espiritual o a su voluntad.

Nuestra angustia no pasa desapercibida por Dios, y nuestra oración llega hasta
el gran trono de la gracia:

En mi angustia invoqué a Jehová, Y clamé a mi Dios. El oyó mi voz desde su


templo, Y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. (Salmos 18.6)

Mientras Jesús se preparaba para dar su vida por los pecadores, uno lo
traicionaba, otros dormían y otros huían. ¿Cómo nos encontrará el Señor cuando
venga en su santa gloria?

Dios le bendiga por la atención a este breve y sencillo estudio.

Tonalá, Jal. Febrero de 2015

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