Una Sola Noche Contigo - S. Giner
Una Sola Noche Contigo - S. Giner
Una Sola Noche Contigo - S. Giner
S. Giner
Twitter: @sginerwriter
Contenido
Una sola noche contigo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 1
Jason estaba sentado en una de las mesas del fondo del bar con un par
de amigos que había conocido en ese mismo local meses atrás y con los que
tenía en común su pasión por las motos. De pronto vio entrar en el bar a una
chica y ya no pudo apartar la mirada de ella.
Esa mujer parecía un sueño erótico hecho realidad. Tenía un cuerpo
increíble, con unas curvas de ensueño, y una cara preciosa. La vio caminar
hacia la barra y sentarse en uno de los taburetes altos. Llevaba un vestido de
cuero negro, muy ceñido y muy corto, que se adhería a sus fantásticas
curvas como si fuera su propia piel, y unos botines negros muy altos.
Jason se sintió muy atraído por ella. Era la primera vez que se sentía
así por una mujer. Estaba pensando cuál sería la forma más adecuada de
acercarse a ella, porque quería follársela, a ser posible esa noche, y no
quería que ella lo rechazara. La contemplaba desde su mesa, intentando
seguir la conversación de sus amigos que, desde que ella había aparecido en
el local, había dejado de interesarle.
La mujer pidió una bebida, y el camarero se la colocó delante dos
minutos después. Jason vio a un hombre que se le acercó, pero ella le dijo
algo y él se retiró.
Sin duda lo ha rechazado, pensó Jason.
Poco después se acercó otro, a quien despachó, simplemente, con una
mirada.
Vaya, esa mujer va a ser difícil, pensó de nuevo sonriendo, porque a él,
raramente se le resistía una mujer.
Sus amigos se marcharon. Eran casi las once de la noche y Jason pensó
que esa mujer se marcharía pronto también.
¿A qué habrá venido a este bar, y además sola?, se preguntó.
Y mientras se lo preguntaba, vio que ella giró el taburete, en el que
estaba sentada, para poder observar el local.
—Vaya —dijo Jason al comprobar que ella estaba mirando a los
hombres que había de pie cerca de la barra. Y supo que estaba buscando
compañía para esa noche.
Al no llamarle la atención ninguno de los hombres que había a su
alrededor, la chica empezó a escanear las mesas. Jason cogió su copa, corrió
la silla un poco hacia atrás, y cruzó las piernas, colocando el tobillo de una
sobre la rodilla de la otra, como si estuviera completamente relajado.
La mirada de Kate lo encontró, y se dio cuenta de que él la estaba
observando.
Ese es el hombre indicado, pensó ella, sin apartar la mirada de la de él.
Estuvieron mirándose unos minutos. Sin duda, ambos esperando que el
otro diera el primer paso.
Cuando Jason comprendió que ella no haría ningún movimiento por
acercarse, se levantó y caminó hacia la barra, con esa clase de decisión que
se convierte en un arma letal para una mujer. Jason llevaba un vaquero
negro bastante desgastado, una camiseta del mismo color, botas y en la
mano sostenía una cazadora de cuero negro.
—Hola —dijo él, colocándose a su lado, de espaldas a la barra.
Si de lejos ese hombre le había parecido interesante a Kate, de cerca,
su atractivo era imponente. Su pelo era oscuro y lo llevaba despeinado, lo
que le daba un aspecto informal. Tenía un rostro de infarto, pero lo que más
llamó la atención de Kate fueron sus ojos. O más bien, la forma tan intensa
en que la miraba, con esos ojos verdes que hicieron que el corazón se le
saltara un latido. Era más alto de lo que pensaba. Kate deslizó la mirada por
su cuerpo. La camiseta se ceñía a sus pectorales de una manera deliciosa.
—Hola —dijo ella.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él, al darse cuenta del exhaustivo
repaso que le había dado.
—No está mal.
—¿Qué bebes?
—Whisky.
—¿Puedo invitarte a otro?
—No, pero puedes pagar este —dijo ella sonriéndole.
—Me preguntaba si llevabas dinero para pagar la copa, porque he visto
que no llevas bolso y, en ese vestido tan ceñido, no creo que pudieras
guardar la cartera.
—Cuando voy de incógnito no llevo bolso —dijo ella con una pícara
sonrisa—. Pero sí llevo las llaves de casa y la tarjeta del banco.
—Me pregunto dónde podrías llevarlas —dijo él sonriendo y mirando
la cremallera del vestido, que llevaba abierta hasta mostrar la parte superior
de los pechos.
—Soy K.
—¿K? —repitió él, volviendo a sonreír—. Yo soy J.J.
—¿J.J.?
—Si tu nombre es una letra, ¿porqué no puede ser el mío dos? —dijo
Jason pagando la copa de ella.
—¿Tú también vas de incógnito?
—No, yo no tengo necesidad de esconderme, pero haré como tú.
Iremos los dos de incógnito.
—Gracias por la copa.
—Ha sido un placer invitarte. ¿Has venido en coche?
Ella lo miró, levantando las cejas.
—Perdona... Supongo que la marca y la matrícula de un vehículo
serían demasiada información..., para ir de incógnito.
—Exacto. He venido en taxi.
—¿Te apetece que pasemos un rato juntos?
—Depende de lo que quieras hacer en ese rato.
—Yo no hago ascos a nada, en cuanto a sexo se refiere.
—A mí me gusta hacerlo fuerte.
—No hay problema. A mí me gusta hacerlo de cualquier forma. Yo no
vivo solo, ¿vamos a tu casa?
—¿Estás casado?
—No, mi hermana vive conmigo.
—De todas formas, no habría ido a tu casa. Prefiero un hotel. No
quiero que sepamos donde vivimos.
—¿Tienes miedo de que desees ir a mi casa para follar de nuevo
después de esta noche?
—No. Yo nunca me acuesto con un hombre una segunda vez. Al igual
que no me quedo a pasar la noche con nadie.
—Tenemos eso en común, yo tampoco me quedo a dormir con ninguna
mujer.
—Lo que quiero decir es que no quiero saber nada de ti ni que tú sepas
nada de mí.
—De acuerdo, iremos a un hotel. La verdad es que no sé por qué he
dicho de ir a tu casa si yo nunca voy a casa de ninguna mujer. ¿Tienes
problema de ir en moto?
—¿Crees que puedo subir en moto con este vestido?
—Es lo suficientemente corto para que puedas sentarte, y puedes
subírtelo un poco más, si es necesario.
—En ese caso no hay problema.
—Jimmy, ¿puedes darme el casco? —dijo Jason poniéndose la
cazadora.
—Claro —dijo el camarero dejándolo sobre la barra.
—Reservaré una habitación —dijo Jason sacando el móvil del bolsillo
de la chaqueta.
—Iré al baño mientras llamas —dijo Kate alejándose.
Jason le echó un buen vistazo por detrás.
—¿Nos vamos? —preguntó Jason cuando ella volvió unos minutos
después.
—Sí.
Salieron del local.
—¿Tienes un casco para mí?
—No, pero el hotel está muy cerca de aquí.
—Si nos coge la policía tendrás un problema.
—Lo solucionaré, si se da el caso —dijo él cuando llegaron a la moto.
Jason se subió y la puso en marcha. Ella se subió detrás de él. Jason le
pasó una mano por el muslo desnudo, acariciándolo y Kate sintió que un
estremecimiento le recorría el cuerpo.
—Sujétate a mí.
Kate le rodeó la cintura con los brazos y colocó las manos sobre sus
abdominales, que notó duros y bien definidos.
Jason abrió los ojos, con esfuerzo, porque el sol que entraba por la
cortina abierta le daba en los ojos. En un principio se sintió desubicado al
no saber donde estaba. Pero el recuerdo de la noche anterior volvió a su
mente y sonrió. Esa preciosa morena de ojos grises lo había tenido muy
entretenido.
Volvió la cabeza hacia el lado de la cama y se sorprendió al
encontrarlo vacío. Cogió el móvil de la mesita de noche para comprobar la
hora. Eran las diez y media y se extrañó de haber dormido tanto porque él,
aunque se acostara tarde, solía levantarse muy temprano. Por suerte era
domingo. Al dejar el teléfono en la mesita de noche vio una nota con el
membrete del hotel y la leyó.
Habían pasado más de cinco meses desde que Kate y Jason estuvieron
juntos. Según ella, casi lo había olvidado. Casi. En todo ese tiempo, había
estado con tres hombres, pero el sexo había cambiado para ella. No es que
no hubiera sentido placer con ellos, era solo que, el sexo con J.J. estaba a
otro nivel. De manera que ahora salía más con sus dos amigas y con Scott.
Y los fines de semana hacía planes con alguno de sus hermanos y se
mantenía ocupada.
Kate entró en el estudio.
—Hola, Scott —dijo ella sentándose en el sofá y quitándose los
tacones.
—Hola, preciosa. ¿Qué tal te ha ido?
—Bien, pero me habría gustado más ir con deportivos. Esa mujer es
inagotable y me ha hecho recorrer todas las tiendas de decoración. No sé
cómo ella podía soportarlo, porque llevaba unos tacones más altos que los
míos, y ya es decir. Y además me llevará veinte años. Me he sentido una
vieja a su lado.
—¿Vieja? Cariño, tienes veintiocho años.
—Pues no podía seguirle el ritmo, te lo aseguro. Por suerte, ya hemos
terminado con las compras. ¿Qué tal te ha ido a ti?
—He ido al banco y a la vuelta me he puesto con el papeleo y la
contabilidad.
—¡Qué divertido! —dijo ella con sarcasmo.
—Tenemos un nuevo cliente, alguien importante.
—¿Quién?
—Jackson.
—¿Qué Jackson?
—El abogado.
—¿Ese del que hablan a menudo en las noticias?
—El mismo. Está considerado el mejor abogado del Estado y tiene su
propio bufete.
—Eso es estupendo, siempre es bueno hacer un trabajo para alguien
conocido. ¿Cómo ha sabido de nosotros?
—¿Recuerdas a Simon Grant, el arquitecto?
—Claro. Hicimos un trabajo fantástico en su casa y quedó muy
satisfecho.
—Él nos ha recomendado. Parece ser que Jackson es amigo suyo.
—Simon es un cielo, espero que su amigo se le parezca y no se
entrometa en nuestro trabajo. ¿Has hablado ya con él?
—No, me ha llamado su secretaria. Tengo que verlo mañana a las once
en la casa que quiere que le decoremos.
—¿Dónde está la casa?
—A las afueras de la ciudad.
—¿No vive en Manhattan? En un abogado de su prestigio sería lo
normal.
—He hablado con Simon y me ha dicho que Jackson vive en la ciudad,
aunque no me ha dicho donde, pero que se trasladará a la casa que le vamos
a decorar.
—Mañana tendrás que verlo solo. Yo he quedado con el tapicero a las
nueve y a las diez van a llevar a la casa las cosas de decoración que
compramos ayer y tengo que estar allí.
—No hay problema. Le echaré un vistazo a la casa y anotaré lo que
quiere que hagamos en ella.
—La manera que tiene el destino a veces para unir a las personas es
bastante rebuscada —dijo él cuando abandonaron la propiedad—. Jamás
podría haber imaginado que tú fueras a ser quien decorara mi casa.
—No me digas que crees en el destino.
—Hasta ahora no creía, pero tampoco creía que te volvería a ver y ya
ves… Mi hermana me dijo que estuviste en mi casa. ¿Recuerdas dónde
vivo?
—Creo que sí. ¿Por qué hablas de mí con tu hermana?
—Al igual que tú, me gusta saber sobre las personas que trabajan para
mí. Parece que tu vida no ha sido fácil.
—No me voy a quejar.
—Me gustó mucho tu casa.
—Gracias.
No hablaron nada más durante el trayecto. Ambos estaban pensando en
sus cosas.
—Vives en esta calle, ¿no?
—Sí, en el siguiente edificio.
Kate paró el coche en la puerta. Jason se desabrochó el cinturón y se
giró para mirarla.
—Gracias por traerme.
—No hay de qué —dijo mirándolo y esperando que saliera del coche.
Entonces fue Jason quien se acercó a ella. La sujetó de la nuca y la
besó de manera desesperada. Kate se soltó el cinturón y le devolvió el beso
con la misma pasión, porque no había nada que deseara más.
—Sube a casa conmigo —dijo él sin apartarse de sus labios—. Me
deseas tanto como yo te deseo a ti.
—Te he dicho que no volvería a acostarme contigo.
—Entonces, ¿por qué me has devuelto el beso?
—Porque… soy educada —dijo ella sin mirarlo.
Jason sonrió.
—Además, no vives solo.
—Si ese es el problema, iremos a un hotel.
—Jason, esto es un error.
Y nada más decirlo, se abalanzó sobre él para besarlo de nuevo, como
si él fuera el último hombre sobre la tierra.
—¿Estás segura de que es un error? Porque no haces más que
contradecirte —dijo él sonriendo cuando se apartaron.
—Tengo que marcharme.
—De acuerdo —dijo él abriendo la puerta—. Gracias por traerme.
—Esos besos han compensado la molestia.
Jason salió del coche y antes de cerrar la puerta se inclinó para mirarla.
—Nos veremos pronto.
Kate bajó del taxi a las doce y cinco y vio a Jason esperando en la
puerta del anticuario. Iba con traje, lo que significaba que había ido al
trabajo, a pesar de ser sábado.
—Hola.
—Hola, Kate. ¿Por qué has venido en taxi?
—Tengo el coche en el taller. ¿Entramos?
Jason abrió la puerta y la dejó pasar delante.
—Hola, George —dijo Kate, acercándose al propietario, un hombre de
la edad de Jason.
—Hola, preciosa.
—Jason, él es George, el dueño de la tienda. Él es el señor Jackson, mi
cliente.
—Un placer conocerle —dijo George dándole la mano.
—Lo mismo digo —dijo Jason, aunque no sentía ningún placer por
conocerlo, desde que le había dicho a ella hola, preciosa.
—Es Jason Jackson, el abogado.
—Sí.
—Cuando venía en el taxi he visto el mensaje que me enviaste anoche
—dijo Kate—. Lo siento, llegué a casa cansada y me me acosté temprano,
sin mirar siquiera el móvil.
—No iba a enviártelo, porque era media noche, pero quería que lo
vieras tan pronto comprobaras el móvil.
—En el mensaje me decías que habías recibido algo.
—Sí, algo que te va a encantar —dijo él dedicándole una cálida sonrisa
que a Jason le revolvió el estómago.
Estaba celoso, Jason supo que estaba celoso. Empezaba a darse cuenta
de qué era lo que sentía por esa mujer. Se había enamorado de ella.
George empezó a caminar por la tienda hasta llegar al almacén,
seguido por ellos dos.
—Lo recibí ayer a última hora de la tarde. Me dijiste que estabas
buscando una mesa de despacho grande y creo que es lo que buscas. Aquí
está. No la he querido poner en la tienda hasta que la vieses.
—¡Oh, Dios mío! Es una mesa preciosa —dijo ella deslizando los
dedos sobre ella—. Me encanta.
Jason siguió con la mirada esos pequeños dedos, que se habían metido
en su pantalón para acariciarle la polla y pensó que cuando esa mesa
estuviera en su casa la follaría sobre ella.
—¿Qué te parece, Jason? Necesito tu opinión, al fin y al cabo es para
tu despacho.
—Es una mesa fantástica.
—Nos la quedamos, George —dijo ella sonriendo.
—Sabía que te gustaría. Es inglesa, de principios del siglo pasado.
—Me gusta muchísimo. Quiero que el señor Jackson vea también el
baúl.
—Ya sabes dónde está —dijo al ver entrar a una pareja—. Echad un
vistazo mientras atiendo a esos clientes.
—No te preocupes —dijo Kate caminando por el espacio que quedaba
entre los muebles seguida por Jason.
—Parece que conoces bien al dueño.
—Lo conozco desde que abrimos el estudio de diseño.
—¿Has salido con él?
—Yo no he salido con nadie. Y si te refieres a si he follado con él, no,
no lo he hecho. Yo no me acuesto con amigos ni con conocidos.
—Entonces, supongo que tampoco te has acostado con tu socio.
—Supones bien. Este es, ¿qué te parece? —dijo ella deteniéndose
frente al baúl.
—Me parece precioso.
—He pensado ponerlo en tu habitación, debajo de la ventana, para
guardar el edredón y las mantas en verano.
—Buena idea. Nos lo quedamos. ¿Te ha gustado algo más de la tienda?
—Hay una lámpara de pie que creo que quedaría bien en tu despacho.
Te la enseñaré a ver que te parece. Estoy buscando un sillón cómodo para
ponerlo en un rincón con una mesita al lado. Esta es —dijo ella cuando
llegaron.
—Me gusta, es bonita.
—George la reservará hasta que encuentre la mesa y el sillón.
—Bien.
—¿Habéis visto algo que os guste? —preguntó el dueño acercándose a
ellos.
—Nos quedamos el baúl y la mesa de despacho. Sigue reservando la
lámpara, por favor.
—No hay problema.
—¿Cuándo me lo enviarás?
—Te llamaré cuando tenga organizadas las entregas.
—Vale. Bueno, nos marchamos —dijo Kate besándolo en la mejilla—.
Si recibes algo interesante, llámame.
—No lo dudes. ¿Has ido a la tienda que te comenté?
—No. Tengo el coche en el taller desde hace un par de días y está
bastante lejos. Iré la próxima semana.
—Hazlo. Tienen muebles y artículos de decoración muy interesantes.
—Lo haré. Hasta otro día.
—Adiós, guapísima. Hasta la vista, señor Jackson.
—Nos veremos —dijo Jason pensando que volver a verlo era lo que
menos deseaba.