Métaforas de Empresa. Reflexiones Conceptuales Sobre Responsabilidad Social Empresarial
Métaforas de Empresa. Reflexiones Conceptuales Sobre Responsabilidad Social Empresarial
Métaforas de Empresa. Reflexiones Conceptuales Sobre Responsabilidad Social Empresarial
Comité editorial
Roberto Gargarella [Ph.D.] Universidad Torcuato Di Tella, Argentina.
Victor Lazarevich Jeifets [Ph.D.] Universidad Estatal de San Petersburgo, Rusia.
Antonio Cardarello [Ph.D.] Universidad de la República, Uruguay.
Javier Zúñiga [Ph.D.] Universidad del Valle, Colombia.
Juan Pablo Milanese [Ph.D.] Universidad Icesi, Colombia.
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se cite el título, el autor y la fuente institucional.
Introducción _____________________________________________ 19
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obre responsabilidad social empresarial hay pocos consensos, pero
quizá el más notable sea que no hay ningún consenso sobre cuál
es su definición ni alcance conceptual. Esto no ha impedido que
numerosas empresas promocionen o difundan sus acciones sociales más
tradicionales, sus programas de bienestar con trabajadores, las actividades
con comunidades o sus políticas de información y comunicación con clientes
como parte de las políticas en responsabilidad social. El boom de la RSE en
los círculos empresariales no ha requerido ningún tipo de acuerdo sobre
cómo se ha de entender, medir o evaluar la misma responsabilidad social;
podría decirse que cada empresa o gremio asume discrecionalmente algún
compromiso público o emplea un modelo en particular o sigue una guía
de indicadores dentro de un amplio abanico de posibilidades. Aunque este
fenómeno también ha ocurrido con otros temas agenciados por los discur-
sos del management (círculos de calidad, método de las 5 S´s, estrategia del
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Océano azul, etc.) éstos nunca hicieron parte de una lectura crítica de la
relación empresa-sociedad, condición que sí caracterizaba a las reflexiones
sobre la responsabilidad social a principios del siglo XX (Perdiguero, 2003).
En otro escenario, lo anterior se ha evidenciado en la diferencia entre la
masiva producción de informes, boletines y en general material con función
proselitista de la RSE y la tenue producción de artículos académicos que
aborden el tema desde una perspectiva amplia en términos disciplinares
(más allá de la administración) y funcionales (más allá de la preocupación
gerencial y/o técnica). Un segundo punto que creemos caracteriza el debate
actual sobre la RSE es su inclinación a centrar la atención más en lo que
hace la empresa en los contextos sociales y ambientales actuales y menos
en cómo tales contextos exigen un replanteamiento sobre lo que significa la
empresa misma. Lo que queremos decir es que el boom de la responsabilidad
social es reflejo tanto de la contestación social de lo que las empresas han
hecho (y siguen haciendo) con su poder económico, como de la respuesta
empresarial a tal contestación tratando de mostrar los beneficios que han
generado en lo social (número de programas, inversión social, número de
beneficiarios, etc.). Esta tensión suele estar centrada en aquello que hace la
empresa, bien en la externalidad de la acción empresarial o bien en el pro-
grama social de la empresa, pero poca atención se ha prestado a la discusión
sobre la naturaleza misma de las empresas y sobre cómo sus tradicionales
límites son redefinidos en la medida en que su acción trasciende el ámbito
de los mercados y la mera producción de bienes y servicios.
En este trabajo pretendemos explorar la responsabilidad social empresa-
rial como una noción conceptual antes que como un concepto delimitado, a
partir de una reflexión sobre las diversas formas que tenemos para interpre-
tar lo que es, o puede ser, una empresa en nuestros días. En su reconocido
trabajo de 1991, Imágenes de las organización¸ Gareth Morgan explora
cómo distintas imágenes pueden servir para atajar los sentidos de lo que
comprendemos por organización. Si bien hablaremos de la empresa como
organización, nos interesa del trabajo de Morgan su enfoque metodológico
para discutir cómo la noción de RSE toma determinada forma dependiendo
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y, por otra, se espera de ellos que empleen tales recursos, conforme a los
intereses de quienes son sus propietarios. De esta manera, la única respon-
sabilidad social de los administradores será la de responder en términos de
rendimiento económico antes quienes los han contratado. Cualquier acción
por fuera de este propósito será un uso ilegítimo de los recursos para fines
personales (en otros términos, un robo, no importa si es para beneficio
propio o no) o un uso ineficiente de tales recursos, puesto que se generan
resultados distintos a los esperados y acordados. Si lo anterior ocurre en el
caso de los gerentes o administradores, no se espera lo mismo de quienes
son los propietarios de los recursos de la empresa; la responsabilidad de los
primeros es tan solo derivada de su función (casi como la de la empresa
misma), pero no así la de los segundos. En el caso de los propietarios ocurre
que si tiene algún sentido hablar de derechos a la propiedad es porque se
asume que quienes tienen tales derechos cuentan con el respaldo jurídico
para decidir libremente sobre el uso de la propiedad misma. Luego, no hay
ningún deber u obligación inherente a la propiedad, sino solo aquellos que
hayan sido asumidos de manera voluntaria. En este sentido, las definiciones
de RSE que circulan en informes, manuales o guías (como la Guía técnica
colombiana 180) hacen alusión al carácter voluntario de la responsabilidad.
El rasgo de voluntariedad de la RSE puede leerse como una expresión de
la empresa como negocio al entender la responsabilidad menos como una
obligación intrínseca a la propiedad empresarial, o al poder económico de
las empresas, y más como el resultado del compromiso derivado de la misma
libertad que protegen los derechos de propiedad.
Se dice que es un compromiso voluntario, queriendo dar a entender
que las acciones correspondientes a la responsabilidad social no están bajo
el abrigo de la regulación estatal, y por ello son medidas de carácter dis-
crecional, voluntario. Las empresas –sus representantes– pueden decidir o
elegir si suscriben o no tales compromisos que, en cuanto voluntarios, no
tienen ningún carácter moralmente vinculante, sino hasta cuando se asumen
libremente como tales. Ciertamente no podría ser de otra manera, dado que
finalmente la empresa es un instrumento de sus propietarios y los derechos
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puede (y debe) ser aplicada, puesto que “ninguna empresa puede resolver
todos los problemas de la sociedad. Más bien, cada empresa debe seleccio-
nar problemas que convergen con su propio negocio” (Porter & Kramer,
2006: 8). Y para hacerlo ha de diseñar un mapa de las oportunidades
sociales, empleando las herramientas para analizar la posición competitiva
y el desarrollo de la estrategia como el esquema de la cadena de valor, que
representa todas las actividades que una empresa realiza al hacer negocios.
Según los autores, una empresa ha de atender los factores o relaciones que
pueden resultar social o ambientalmente sensibles en la manera en que se
hacen negocios; más aún, estos factores se identifican a través del modelo de
generación de valor de la empresa: es examinando cómo se hacen negocios,
como se identifican los puntos estratégicos a intervenir; y es esto, en última
instancia, lo que justifica la RSE.
Otra de las contribuciones a la RSE es el enfoque de los grupos de interés
(stakeholders), presentado usualmente como una alternativa a los enfoques
estratégicos (o instrumentales; ver Garriga & Melé, 2004). De acuerdo a
este enfoque, la empresa no responde ante un único grupo de interés (los
accionistas o propietarios), sino ante múltiples partes o grupos sociales que
tienen distintos intereses, expectativas o derechos en la empresa: trabajado-
res, clientes, proveedores, Estado, etc. Sin embargo, y a pesar de ampliar el
conjunto de grupos, buena parte de estos trabajos localizan a los accionistas o
propietarios como un grupo de interés de primera instancia, de primer nivel,
seguidos quizá solo de los clientes y los trabajadores (Mitchel et al., 1997).
Contemplar a los accionistas y clientes como grupos de interés “claves” sigue
afianzando la noción de la empresa como negocio puesto que, finalmente,
la empresa puede no cumplir las expectativas de cualquier grupo excepto de
aquellos que sostienen el funcionamiento de la empresa: sus propietarios.
En esta misma línea se explica por qué al ordenar las diversas responsabi-
lidades de una empresa, es la responsabilidad económica la que aparece en la
base de todas las demás, superando las responsabilidades legales, ambientales
o sociales (Carroll, 1991). Se reconoce usualmente que esta no es la única
responsabilidad, puesto que la empresa se inserta en un contexto político,
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La organización burocrática
Asumir la empresa como un “símbolo organizativo” es adentrarse en la com-
prensión de las herramientas (reglas, políticas, normas, instrucciones, etc.)
que hacen parte y forman la estructura social interna de una organización.
O para decirlo de otra manera, son estas herramientas las que finalmente
dan la forma particular que toma la organización. Dentro de las sociedades
modernas, un tipo predominante de organización fue consolidándose frente
a maneras alternativas: la burocracia formal-racional. El surgimiento de la
organización moderna aparece por la necesidad de aplicar mecanismos de
control en las acciones organizativas mediante la burocracia formal, a través de
un conjunto de reglas, normas y papeles asignados en función de determinados
fines; lo que a su vez responde a la creciente complejización de la vida laboral,
la diversificación de los mercados y la necesidad de desarrollar criterios más
universalistas y menos particularistas de decisión (Perrow, 1991).
Como es bien conocido, los procesos burocratizados de producción y toma
de decisiones están guiados fundamentalmente por el criterio de eficiencia en
la acción. Y por esta razón, las empresas actúan como organizaciones cuando
precisamente afianzan y reproducen un modelo burocrático para la toma de
decisiones, el control interno y el aumento de la productividad. Se trata de
un modelo caracterizado principalmente por una jerarquía de cargos, deberes
y funciones oficiales ligadas mediante reglas –reglas técnicas–, separación de
los funcionarios de los medios de producción y administración, formulación
por escrito de las reglas y actos administrativos, entre otras (Weber, 1978).
Aún más, el modelo organizacional basado en la burocracia legal-racional ha
sido también la forma consolidada con mayores ventajas evolutivas, fruto de la
competencia en los mercados. En la medida en “que todas las organizaciones
luchan por la eficiencia definida en términos de sus propietarios, el modelo de
la burocracia racional-legal constituye la forma más eficiente de administración
conocida en las sociedades industriales” (Perrow, 1991: 5).
En relación con su eficiencia funcional, la organización burocrática de
las empresas también conlleva un ineludible poder social que suele aparecer
invisible, un poder que amparado en el universalísimo de los criterios de
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Los casos señalados permiten ilustrar cómo las instituciones pueden llegar
a estar enredadas en trampas cognitivas, entendidas como “falsas suposiciones,
creencias dadas por supuestas, normas operativas incuestionadas y otras nume-
rosas premisas y prácticas pueden combinarse para crear visiones autocontenidas
del mundo” (Morgan, 1991: 190), proporcionando recursos y obligaciones para
la acción empresarial. Al crear una forma de ver el mundo, las empresas en su rol
institucional sugieren un modo particular de actuar, pero al mismo tiempo que
crea “formas de no ver”, eliminando de esta forma toda posibilidad de acción
asociada con “visiones alternativas del mundo”. Al estudiar a la empresa más allá
de las formas de pensamiento se encuentran relaciones con la figura de la cárcel
en tanto estructura para el orden social. Las interacciones cotidianas en algunos
lugares de trabajo suelen ser tan intensas en tiempo, dedicación, discontinuidad
con respecto del mundo exterior, satisfacción de todas las necesidades en un
mismo sitio, reglas y vigilancia constante que producen no solo comportamientos
rutinarios y pensamientos orientados exclusivamente a la acción, sino que en las
sociedades complejas producen, además, identidades cercanas a las instauradas
por las “instituciones totales”.
Entendidas como lugares de residencia y de trabajo, estas instituciones se
caracterizan porque un gran número de individuos en igual situación, aisla-
dos de la sociedad por un período apreciable de tiempo (Goffman, 1961),
comparten unas rutinas diarias que formalmente son administradas. La
comprensión de cómo las instituciones totales destruyen la identidad indivi-
dual para proveer una “carrera moral” institucionalizada es un caso extremo
de socialización secundaria. Una vez llega el individuo al establecimiento de
“una concepción de sí mismo que ciertas disposiciones sociales estables de
su medio habitual hicieron posible” (Nizet & Rigaux, 2006: 37), se despo-
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de que es más que una organización, pero menos que un poder. Es el lugar
en que las fuerzas sociales negocian y llegan a definir las reglas y las formas
de su enfrentamiento, a institucionalizar el conflicto” (Touraine 1973: 168).
La discusión de la responsabilidad, entendiendo la empresa como institución,
desborda las iniciativas de auto-regulación, el diseño particular de programas
o políticas sociales o la intención de identificar una estrategia social y económi-
camente rentable. No se trata de lo que pueda o no hacer una empresa (como
en las metáforas anteriores). Si asumimos a la empresa como institución, la
discusión sobre su responsabilidad está en el ámbito del tipo de limitaciones que
han de tener estas organizaciones en nuestro sistema político, por el reconoci-
miento de su poder y el establecimiento de contra-poderes, por definir el tipo
de regulación social que han de tener debido precisamente al poder que han
logrado desarrollar durante los dos últimos siglos; sobre qué tipo de empresa
(y no simplemente cuáles políticas, programas o proyectos) lograr conciliar las
expectativas políticas de un sociedad democrática, plural e igualitaria.
Un caso que puede ilustrar este debate es la propuesta hecha por Hamel
(2002, 2011), desde su reflexión sobre la necesidad de una estructura de-
mocrática de la empresa, de una equi-propiedad y un sistema de decisión
organizacional deliberativo. En este tipo de casos la cuestión de fondo deja
de ser si es o no responsable la empresa con el medio ambiente o con la
comunidad y su entorno social, o si está o no alineado el programa de RSE
con el core business del negocio. Se habla de responsabilidad en el sentido
ético-político de los límites que han de tener las empresas, ya no desde la ley
o las certificaciones, sino desde su conformación misma como institución;
sobre cómo a través de la empresa misma en la materialización de sus prácti-
cas, sistemas de decisión y asignación de beneficios-cargos se atenúa o regula
el poder social de la propiedad privada sobre los medios de producción.
Conclusiones
El hecho de sugerir un camino reflexivo en torno a las formas en que la empresa
asume su responsabilidad social ha propiciado una perspectiva conceptual
que podría ser tratada con mayor profundidad. No ha sido un objetivo del
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