Antropología Cultural SEMANA 7 y 8

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INSTITUTO UNIVERSITARIO ECLESIÁSTICO SANTO TOMÁS DE AQUINO

ANTROPOLOGÍA CULTURAL
Lcdo. Romel Pernía

SEMANA 07 y 08
FECHA: 08 y 15 de mayo 2023
TEMA: Unidad II. La cultura, elemento fundante de la Antropología cultural.
Se invita a leer y analizar las dos lecturas que se envían, una está seguida de este
párrafo, la segunda va en formato PDF. Pareciera que no tiene nada qué ver con la
asignatura, pero haciendo un análisis crítico se puede llegar a sintetizar los temas
encausados para esta dos semanas.
Semana 07: Características, semejanzas y diferencias de la cultura
Latinoamericana y venezolana.
Semana 08: Fortalezas y limitaciones para comprender las relaciones del
poder en la historia.

América Latina: identidad y diversidad cultural


1El concepto de Nación fue acuñado en Europa. En sus orígenes, esto es en los primeros siglos
de la Edad Media, careció de connotaciones políticas y más bien aludía al origen de las personas
y los pueblos. Se hablaba así de la “nación inglesa”, de la “nación francesa”, etc.

2La escisión de la Cristiandad hacia el Siglo XVI por efecto de la Reforma protestante, más la crisis
de los poderes imperiales, desembocó en el surgimiento en una serie de “naciones”, esta vez
vinculadas políticamente a centros de poder encarnados en los príncipes. Más tarde, y por obra
de la Revolución francesa, surge el concepto de soberanía nacional asumida por el propio pueblo
frente a la soberanía de los reyes. La colectividad nacional soberana es desde entonces
identificada con la universalidad de los ciudadanos.

3Como puede verse, el surgimiento del “Estado-Nación” fue en Europa el producto de un largo y
lento proceso histórico, en el cual el Estado, entidad jurídica, se ajustó a la Nación, fenómeno de
carácter socio-cultural. En cambio, en nuestro continente, las Naciones surgieron como
consecuencia de la acción de los próceres y caudillos de la Independencia. Algunos “estados-
naciones”, como Bolivia, por ejemplo, fueron el producto de la voluntad de un líder (en este caso,
del propio Libertador Simón Bolívar) o del fraccionamiento provocado por los localismos
(Sarmiento decía que en Centroamérica hicimos una República de cada aldea).

4Pero mientras en Europa el Estado se acopló a la Nación, en América Latina el Estado se creó
antes que la Nación estuviera plenamente forjada. Y esto no sólo es válido en relación con
nuestros “estados-naciones”, sino también en relación con la llamada “nacionalidad
latinoamericana”, que en todo caso es un concepto en proceso de formación.

5No debe, entonces, extrañarnos que haya quienes se pregunten si América Latina es un mito o
una realidad. ¿Tienen validez los análisis y las afirmaciones de carácter global, referidas a una
región donde abundan las diversidades y contrastes?

6La expresión América Latina comprende una realidad sumamente compleja, donde se dan casi
por igual las diversidades y similitudes. De ahí que si se pone el acento en las diferencias y
regionalismos, es posible negar la existencia de América Latina y de la unidad esencial que brota
de su misma diversidad. Si seguimos esa línea, se llega a afirmar que no existe una América
Latina, sino tantas como países o subregiones la componen, por lo que cualquier pretensión de
reducirla a una sola entidad no es más que aceptar, a sabiendas, un mito o una ficción.

7Nuestro continente ni siquiera ha sido conocido con el mismo nombre en el decurso de su


historia. Sus distintas denominaciones han respondido más a las aspiraciones de las potencias
que siempre codiciaron más sus tierras y riquezas que las suyas propias. “Las Indias”, designación
popular en el siglo XVI, debe su existencia, nos recuerda John L. Phelan, al sueño de Colón de
llegar al Asia de Marco Polo. En el pensamiento del historiador franciscano Gerónimo de Mendieta,
el otro nombre para las Indias en el siglo XVI, el Nuevo Mundo, tenía sus connotaciones bastantes
precisas. Para Mendieta y algunos de sus colegas misioneros, América era sin duda un “nuevo
mundo” en el cual la cristiandad del viejo mundo podía ser perfeccionada entre indios sencillos e
inocentes. Como se sabe, el término América no llegó a ser común sino hasta el siglo XVII. La
acuñación de este nuevo nombre, por gentes no hispánicas de Europa, fue un desafío al monopolio
español de las tierras y las riquezas del Nuevo Mundo.

8En cuanto a la expresión “L’Amérique latine”, ésta no fue creada de la nada. “Latinoamérica”
fue concebida en Francia durante la década de 1860, como un programa de acción para incorporar
el papel y las aspiraciones de Francia hacia la población hispánica del Nuevo Mundo.

9Una de las denominaciones, América, le ha sido arrebatada por los Estados Unidos, no obstante
que le correspondía con mayor propiedad. “Para franceses e ingleses del siglo XVIII, dice Arturo
Uslar Pietri, Benjamín Franklin era el americano y en cambio un hombre como Francisco de
Miranda, que podría encarnar con mejores títulos la realidad del nuevo mundo, era un criollo, un
habitante de la Tierra Firme, o un exótico indiano”... A su vez, la expresión Hispanoamericana,
nos trae reminiscencias del antiguo imperio español. El concepto de “hispanidad” fue promovido
por intelectuales de la España franquista.

10El término América Latina merece consideración especial, desde luego que es hoy día el más
utilizado. Vimos antes que su origen se halla ligado a la expansión capitalista de Francia: fue
acuñado por los teóricos del Segundo Imperio de Napoleón III para justificar las intenciones de
Francia de servirse de las materias primas y mercados de una región cuya “latinidad” se
consideraba suficiente título para reservar a Francia, y no a las potencias anglosajonas, sus
posibilidades neocoloniales.

11Aunque el término haya sido inventado por otros, a los latinoamericanos nos corresponde
“inventar” su contenido y darle nuestra propia significación. Si la intención de quienes lo crearon
fue subrayar nuestra dependencia y definirla como zona neocolonial del continente, nuestro
desafío consiste en utilizar el concepto como expresión de un nuevo nacionalismo que venga a
fortalecer la unidad de nuestros pueblos.

12Al proponernos esta tarea, no haríamos sino retomar los ideales que inspiraron a nuestros
próceres, para quienes la idea de americanidad precedía a la de los particularismos
nacionalistas. Jamás existió entre nosotros una conciencia más profunda de unidad que en la
época de la Independencia. Bolívar nunca pensó que su misión era liberar únicamente a Venezuela
o a la antigua Nueva Granada. “Para nosotros, había dicho, la Patria es América”. Y es Bolívar
quien mejor encarna esa conciencia a través de su incomparable gesta libertadora y de su
malogrado sueño de la Liga o Confederación Americana. Desafortunadamente, prevalecieron los
separatismos, inspirados por las clases dominantes, que jamás vieron con simpatía el grandioso
proyecto de Bolívar. La ideología democrática y liberal que lo inspiraba era contraria a los
intereses de las oligarquías criollas, más preocupadas en conservar sus privilegios locales.

13A pesar de más de siglo y medio que llevan nuestros países en ensayar, aislados los unos de
los otros, su propia vida independiente, la Nación latinoamericana, “subyacente en la raíz de
nuestros Estados Modernos, persiste como fuerza vital y realidad profunda”. Aun reconociendo las
diferencias, a veces abismales, que se dan entre nuestros países, no cabe hoy día negar la
existencia de América Latina como entidad ni las posibilidades que encierra su unidad
esencial. Tampoco es válido aceptar su existencia como simple ficción.

14Por el lado del futuro es donde más cabe afirmar su identidad y unidad, en lo que éste tiene de
promisorio para una región en busca de un destino común. Este es el criterio de quienes como
Darcy Ribeiro han examinado, desde distintos ángulos, las posibilidades de una América Latina
integrada o integrable: “Latinoamérica, afirma Ribeiro, más que una entidad sociocultural
diferenciada y congruente, es una vocación, una promesa. Lo que le confiere identidad es
fundamentalmente el hecho de ser el producto -tal como se presenta actualmente- de un proceso
común de formación que está en curso y que puede, eventualmente, conducir a un
congraciamiento futuro de las naciones latinoamericanas en una entidad sociopolítica integrada”.

15El hecho de que nuestra unidad se afinque más en el futuro que en el pasado, no significa
desdén por nuestra historia ni adhesión a la actitud de querer vivir en el futuro y no en
el presente. En realidad, sólo apoyándonos en nuestro pasado, sin negarlo sea cual fuere, es que
podremos construir nuestro futuro con los materiales del presente. Construirlo día a día, no
simplemente esperarlo. Negar el pasado es como negarnos a nosotros mismos. Sin él dejamos
de ser lo que realmente somos, sin llegar a ser tampoco algo distinto.

16La construcción de nuestro futuro tiene como condición sine qua non un compromiso de
autenticidad, en el sentido de que debemos hacer frente a tan extraordinaria empresa partiendo
de nosotros mismos: lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser, gracias a los
esfuerzos de nuestros propios pueblos. Es el ideal de autenticidad, de que nos habla Francisco
Miró Quesada, y que comenzó a prender en la conciencia de los latinoamericanos, al comprobar
el carácter inauténtico de nuestra cultura: “Al darse cuenta de que no es auténtico, el
latinoamericano quiere ser auténtico, al comprender que su mundo es una mera copia comprende
también que jamás podría resignarse a vivir en él y decide transformarlo en un mundo real y
verdadero, capaz de crear de acuerdo con sus propias pautas y sus propios valores”. Sólo así
podrá encontrar su propio destino, que es la plenitud del hombre: “la autenticidad de América
Latina consiste en el reconocimiento humano, en la liberación. Este proceso entrañará la
originalidad creadora, la verdad cultural en todos los campos”... “Al afirmar su propio ser, al
reconocer el valor de su humanidad por el sólo hecho de poseer la condición humana, América
Latina descubre su realidad profunda”.

17Afirmándonos en nosotros mismos es como podemos llegar a ser auténticos y transformar la


denominación que en un principio sirvió para diferenciarnos y atribuirnos el carácter de
colonizables, de sub-hombres, en la fuerza misma de nuestra unidad y de nuestra liberación. Es
partiendo de las esencias de nuestra nacionalidad latinoamericana como podremos dar forma a
nuestra propia realidad y vencer los obstáculos que se oponen a la estructuración de nuestro
proyecto histórico.

18Para afirmarnos en nosotros mismos tenemos que comenzar por conocernos. ¿Qué somos en
realidad? ¿Cuáles son las características que configuran el perfil particular de nuestro pueblo y de
nuestro continente? Somos por excelencia un continente mestizo. Y es que sin negar los distintos
componentes étnicos y las diferencias culturales que se dan entre las distintas regiones, el hecho
es que, como dice Jacques Lambert, “la América Latina se ha convertido en la tierra del
mestizaje”. Ese es el rasgo más característico de su composición étnica. ¿Qué queremos decir
por “mestizo”?, se pregunta Maradiaga. “¿Mezclado de sangre?”. Desde luego, así, en general;
pero también algo menos y algo más. Algo menos porque no es menester que Pérez o Fernández
tenga sangre india para que sea mestizo; basta que viva en el ambiente hispanoamericano o
indiohispano que condiciona su ser físico y moral. Y algo más, porque la mesticidad de
Hispanoamérica es en último término fruto de un injerto del tronco-ramaje español en el tronco-
raigambre indio; de modo que el español no arraiga en la tierra americana más que a través del
indio”.

19“No somos europeos... no somos indios… Somos un pequeño género humano”, decía Simón
Bolívar. “Poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes
y ciencias aunque, en cierto modo, viejo en los usos de la sociedad civil”. Ese “pequeño género
humano” de que hablaba Bolívar es en realidad la raza mestiza, aunque mucho tiempo debía
transcurrir antes de que los latinoamericanos nos reconociéramos como tales y más aún para que
comprendiéramos las potencialidades creadoras del proceso de mestizaje y lo transformáramos
en motivo de legítimo orgullo.

20Es necesario, sin embargo, precaverse de transformar el reconocimiento de las potencialidades


del mestizaje en otra forma sutil de racismo, dirigido esta vez contra nuestras masas
indígenas. Tampoco suponer que el mestizaje conduciría a la supresión de las desigualdades, a
la homogeneización social, y a la integración nacional de América Latina. Esto sería atribuirle
virtudes que no posee, desde luego que la simple aceptación del mestizaje biológico o cultural no
cambia las estructuras sociales vigentes.

21La revalorización de las culturas indígenas y la plena incorporación de las comunidades


aborígenes a la Nación es otro de los retos que enfrentamos los latinoamericanos. Recordemos el
apóstrofe de José Martí: “¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal
indio, de la madre que los crió!”... “¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus
indios!”... ¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas
de América, levantadas entre las masas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre
los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles?”.

22Cabe señalar que hay momentos en nuestra historia en que el sentimiento latinoamericano se
hace sentir con mayor vehemencia. Son los momentos en que América Latina se afirma frente a
la agresión exterior. Entonces, más que nunca, es evidente que América Latina es una realidad
innegable.

23En marzo del año 1999, reunidos en Cartagena de Indias (Colombia) casi un centenar de
intelectuales latinoamericanos, llegamos a la conclusión que la construcción de América Latina
“más que una simple sumatoria de mercados, debería ser un verdadero proyecto político de
profunda raíz democrática, que promueva la solidaridad entre nuestros pueblos, se asiente sobre
sus propios valores y reconozca la realidad de su contexto pluriétnico y pluricultural”.

24América Latina es, por definición, tierra de mestizaje, de encuentro de pueblos y culturas. Ese
es su signo y su esperanza, su verdadero capital humano y cultural. “Nuestra América mestiza”,
decía José Martí. La raza a través de la cual “hablará el espíritu”, según el lema vasconceliano. El
poeta caribeño Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura de 1992, dice en uno de sus
extraordinarios poemas:

“Sólo soy un negro rojo que ama el mar

...tengo holandés, negro e inglés dentro de mí,

y o no soy nadie o soy una nación”...

25El mestizaje es lo que define nuestro ser y quehacer como latinoamericanos. Define nuestra
personalidad y, a la vez, define nuestras posibilidades como pueblos, nuestra originalidad y poder
creador. Nuestro presente y nuestro futuro están construidos sobre la base del mestizaje.

26Nos corresponde reivindicar entonces la riqueza del mestizaje étnico y cultural. Somos los
precursores de lo que un día será la humanidad: una humanidad mestiza y, por lo mismo,
verdaderamente universal. “Soy un mestizo, proclamaba Luis Cardoza y Aragón, tengo mi
lugar. Un lugar entre Apolo y Coathicue. Soy real, me fundo en dos mitos”.

27Un doble reto se presenta ante nosotros: robustecer nuestra identidad, de raíz profundamente
mestiza, y a la vez, incorporarnos en un contexto internacional donde la globalización y las
economías abiertas están a la orden del día, con su tendencia hacia la homogeneización cultural.

28De ahí que el tema de la unidad y diversidad cultural adquiera singular relevancia en la agenda
internacional. Alguien ha dicho que “la diversidad cultural es a la historia y a la política, lo que la
biodiversidad es a la naturaleza”.

29La “Declaración de Oaxaca”, adoptada en el Seminario Internacional sobre “Educación, Trabajo


y Pluralismo Cultural”, que bajo los auspicios de la UNESCO tuvo lugar en Oaxaca en mayo de
1993, dice que “La reafirmación de la diversidad y la consolidación de las identidades culturales
son baluartes frente al peligro de una sociedad tecnológica que sucumba por su impotencia de
realizar la democracia a la que aspira la humanidad, por incapacidad de crear instrumentos
eficaces para avanzar hacia un desarrollo que ponga al ser humano y sus valores en el centro de
sus preocupaciones. Identidades, en suma, que impulsen la historia, que no sean herencias
congeladas, sino síntesis vivas, en constante movimiento, que se alimenten de las diversidades
de su interior y reciban y reelaboren los aportes que les lleguen del exterior. Un espacio planetario
requiere de valores comunes que se articulen con las especificidades de naciones, etnias y
regiones”.

30Para aproximarnos al tema de la unidad y diversidad cultural, conviene partir del concepto de
cultura.

▪ 1 Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, México, D.F. 26 de julio - 6 de agosto, UNESCO (...)

31En 1982, la “Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales” convocada por la UNESCO, adoptó
la “Declaración de México”, en la cual se incluye una definición de cultura que mereció aceptación
universal. Según dicha Declaración, cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y
materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba,
además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano,
los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”1.

32Igualmente amplia es la noción de cultura que nos ofrece el ex Director General de la UNESCO,
Dr. Federico Mayor, en su libro “La nueva página”: “La cultura es el conjunto de elementos
simbólicos, estéticos y significativos que forman la urdimbre de nuestra vida y le confieren unidad
de sentido y propósito, de la cuna a la tumba. La cultura modula la forma en que ejercemos el
ocio, la dimensión y amplitud que damos a la vida, los horizontes que le fijamos y la forma en que
superamos lo cotidiano e inmediato para buscar valores trascendentes.”

33La “Declaración de México” proclamó el derecho de los pueblos, naciones y comunidades a su


identidad cultural. “Cada cultura, se dijo, representa un conjunto de valores únicos e
irreemplazables, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su
manera más lograda de estar presente en el mundo”. De ahí que la afirmación de la identidad
cultural contribuye a la liberación de los pueblos. Por el contrario, cualquier forma de dominación
niega o deteriora dicha identidad.

34La afirmación de la identidad cultural no significa promover el aislamiento ni la confrontación


con otras culturas. En realidad, la identidad cultural de un pueblo se enriquece en contacto con
las tradiciones y valores de otras culturas. “La cultura es diálogo, dice la “Declaración de México”
antes citada, es intercambio de ideas y experiencias, apreciación de otros valores y tradiciones;
se agota y muere en el aislamiento”.

35La UNESCO y sus Estados Miembros han proclamado el principio de que identidad cultural y
diversidad cultural son indisolubles. La esencia misma del pluralismo cultural lo constituye el
reconocimiento de múltiples identidades culturales allí donde coexisten diversas tradiciones. La
comunidad internacional ha proclamado que es un deber velar por la preservación y la defensa de
la identidad cultural de cada pueblo, partiendo del reconocimiento de la igualdad y dignidad de
todas las culturas, así como el derecho de cada pueblo y de cada comunidad a afirmar y preservar
su identidad cultural y a exigir su respeto.

36Una cultura de la diversidad implica el respeto al derecho a ser distinto o diferentes, hoy en día
considerado como uno de los derechos humanos de tercera generación. La negación del “otro”
conduce a diferentes formas de opresión y desemboca en la violencia. El “otro” puede ser la
mujer, el indio, el negro, el mestizo, el marginal urbano, el campesino, el inmigrante, el
extranjero. Esta cultura de la negación del otro genera la cultura de violencia, que ha sido una de
las principales limitantes para nuestros esfuerzos democráticos y para la construcción de una
cultura de paz.

37En el caso de América Latina el pluralismo cultural adquiere especial relevancia en relación con
los pueblos indígenas, cuya cultura generalmente ha sido menospreciada o marginada, en vez de
considerarla como lo que realmente es: uno de los factores raigales de nuestra identidad.

▪ 2 “América en la historia y el futuro de UNESCO”, documento de trabajo elaborado por Edgard


Montiel, (...)

38Nuestras sociedades multiétnicas tienen que institucionalizar el diálogo pluricultural, franco e


igualitario, que incluya a los pueblos indígenas, afroamericanos y de origen europeo y
asiático. América Latina puede aportar al concierto de naciones una sensibilidad propia, una
especificidad cultural, fruto de ese crisol de razas y culturas que realmente somos. “Este mensaje
de espiritualidad, creatividad artística, vitalismo existencial y convivialidad, son los valores que
puede transmitir América a un mundo marcado hoy por la ruptura brutal de las matrices sociales
que ligan a los hombres. El nuevo orden tribal fractura naciones, etnias, religiones, clases,
partidos, sindicatos, familias, dando lugar al resurgimiento de particularismos beligerantes”2.

La integración de América Latina


39La integración de América Latina es, como señalamos antes, el viejo sueño de nuestros próceres
de la Independencia, la reconstrucción de la gran “Patria de Naciones”, a que se refería Bolívar.

40El reto para nuestros pueblos, de cara al siglo XXI, es transformar ese sueño en realidad; es
decir, impedir que siga siendo una utopía irrealizable o un simple recurso retórico en el discurso
de nuestros políticos o en las declaraciones de los foros latinoamericanos.

41El desafío adquiere características vitales y hasta de sobrevivencia para nuestros países, desde
luego que su necesidad se impone cada día más ante la consolidación de grandes espacios o
bloques económicos. También la integración pareciera ser el camino lógico a seguir para que
nuestro continente esté en mejores condiciones de hacer frente a la llamada “Iniciativa Bush”.
Desunidos, desintegrados, seremos presa fácil de los designios económicos de los Estados Unidos,
a quien le resultará más sencillo lograr sus objetivos de dominación de nuestras economías
negociando tratados de libre comercio bilaterales, que dentro del contexto de una negociación
regional, donde el intercambio podría ser más equilibrado, menos desigual. Sólo hablando en
nombre de una América Latina integrada es que tenemos más posibilidades de ser un interlocutor
en la mesa de negociaciones y no sólo un simple suscriptor, que se adhiere a lo que ya fue decidido
por el más poderoso.

42En las relaciones económicas internacionales, “todos los dados suelen estar cargados en contra
de los países más débiles”, ha dicho el ex Secretario Ejecutivo de la CEPAL, Bert Rosenthal. La
necesidad de actuar colectivamente es un imperativo de los tiempos. Si otros países, con historias,
lenguas y tradiciones distintas logran integrar grandes espacios económicos, no se justifica que la
integración latinoamericana sea siempre vista como un hermoso sueño irrealizable cuando se trata
de pueblos con una historia, una lengua y un destino compartidos.
43En el Prólogo al libro de Felipe Herrera América Latina Integrada (Losada, Buenos Aires, 1967),
Gustavo Lagos identifica cinco etapas o tendencias en la formación de la conciencia y estrategia
integracionista. “Estas cinco etapas y tendencias son las siguientes: 1ª La época del movimiento
de la independencia de los países latinoamericanos en la cual la generación de los libertadores y
personeros de la élite política e intelectual de esos tiempos, desarrolló una conciencia
integracionista sin una estrategia adecuada para realizar la unidad latinoamericana. 2ª La época
de la formación y desarrollo de los nacionalismos latinoamericanos que se inicia cuando
desaparece del escenario político la generación de los libertadores, y que se extiende durante todo
el siglo XIX hasta la primera guerra mundial. Esta etapa se caracteriza por el desarrollo de una
corriente integracionista al nivel del más alto pensamiento latinoamericano y por el debilitamiento
manifiesto de dicha conciencia al nivel gubernativo, político y económico. Es la época en que existe
una conciencia unitaria en un nivel puramente intelectual sin apoyo de grupos políticos o
económicos que hagan viable una acción concreta. 3ª La época de desarrollo de una conciencia
integracionista a nivel político con una estrategia de penetración partidaria. Esta corriente se inicia
en la década del 20 con la creación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y se
extiende hasta nuestros días, reforzándose con la creación de partidos demócratas cristianos en
diversos países y con la fundación del Parlamento Latinoamericano de Lima en 1964. 4ª La época
en que la corriente integracionista latinoamericana logra expresarse en una conciencia y en una
estrategia de tipo económico que al principio se concibe en términos limitados para alcanzar
posteriormente caracteres globales. Esta corriente que empieza a prepararse en la década del 30
alcanza una primera expresión institucional con la creación de la CEPAL, se fortalece con la
creación del Mercado Común Centroamericano y de la ALALC y se consolida con la creación del
Banco Interamericano de Desarrollo. 5ª La etapa actual de la integración que se caracteriza por
una conciencia y estrategia globales de la integración al nivel económico, político e intelectual y
que es como la síntesis y la proyección de todas las anteriores”.

44En nuestra opinión, a las cinco etapas identificadas por Lagos en 1967, correspondería agregar
ahora una sexta, la actual, caracterizada por la revisión crítica del proceso integracionista y su
asunción como pieza clave de un Proyecto Latinoamericano diseñado sobre la base de proyectos
nacionales de desarrollo autónomo. Es la etapa a la cual se refiere Marcos Kaplan en su lúcido
ensayo “Crisis y perspectivas de la Integración Latinoamericana” (Colección DESLINDE) Nº 119 –
México, 1979).

45La crítica va dirigida al modelo de integración que se promovió a partir de la década de los años
sesenta, acorde con los parámetros de un neocapitalismo subdesarrollado y dependiente y, a la
vez, presentado como “panacea universal” que, por sí mismo y de modo casi automático,
promovería el crecimiento y la modernización de América Latina. “En todo caso, asegura Kaplan,
la integración que, bajo diversas formas, se propuso y se intentó realizar en las dos últimas
décadas, sólo requiere cambios restringidos y prefijados; permite el mantenimiento de las
estructuras sociopolíticas vigentes; respeta y refuerza la ubicación de los países de América Latina
y de la región como conjunto bajo la hegemonía de Estados Unidos.

46La “sociedad deseada” es el Proyecto Nacional, que cada país tiene que concebir y llevar
adelante mediante amplios procesos de concertación política, económica y social. Es el Proyecto
de país posible, que a su vez deberá insertarse en el gran Proyecto Latinoamericano, que es la
imagen de la América Latina que queremos edificar y de sus posibilidades reales, el proyecto de
sociedad que deseamos heredar a las futuras generaciones, construida con realismo pero sin
descartar la utopía, lanzado hacia el futuro con optimismo y fe en nuestras capacidades creadoras.
Tenemos que inventar ese proyecto de desarrollo viable, endógeno, humano, alternativo,
sustentable y liberador. “El desarrollo nacional y la autonomía e integración internacionales,
concluye el Dr. Marcos Kaplan, son dos caras indisociables de una misma realidad y de una misma
exigencia”… “La integración latinoamericana –y más en general un nuevo orden mundial- también
se funda a través de un proceso de libre diálogo y libre acuerdo mediante una escala de estructuras
autogestionadas, autogobernadas y federativas ascendentes, la marcha hacia instituciones
políticas y de sistemas de planificación democrática a escala supranacional. Ello incorpora
supuestos, riesgos, y efectos. En primer lugar, una integración latinoamericana digna de ese
nombre se basa en la libertad, la igualdad, la buena voluntad recíproca de los países participantes.
Excluye así fuerzas, estructuras, tendencias y comportamientos que generan y refuerzan la
dominación, la hegemonía y la explotación de una nación sobre otra. La nación es sometida a una
dinámica de reafirmación–superación”.

▪ 3 Leopoldo Zea: “La integración cultural y social Latinoamericana”, en LATINOAMERICA, Anuario de


Est (...)

47“Un nuevo empeño prometeico, afirma Leopoldo Zea, deberá impulsar a nuestros pueblos para
hacer suyo el fuego de la libertad. Un empeño que alcanzará mayores posibilidades si se empieza
por buscar otras relaciones, lo mismo entre pueblos que entre hombres, que no sigan ya
descansado en la situación vertical de dependencia. Frente a cualquier forma de relación de
dependencia, oponer la relación horizontal de solidaridad. La solidaridad, como la más eficaz forma
de integración dentro de la libertad. Solidaridad, como también la imaginaba el Libertador”3.

48En la “Carta de Guadalajara” suscrita por un grupo distinguido de universitarios


latinoamericanos el 1º de diciembre de 1989, se dice que “para realizar la integración, se requiere
de una voluntad política que sólo puede surgir de sistemas democráticos, representativos,
participativos, descentralizados, igualitarios, y con un vital sentido de justicia social”.

49Cuando afirmamos que la integración debe ser la pieza clave del gran Proyecto Latinoamericano,
estamos asumiendo un concepto amplio de integración, no el estrecho, limitado a la integración
de los mercados. Se trata de una concepción humanística de la integración, es decir de una filosofía
proyectada a todos los ámbitos del quehacer de nuestros pueblos. Es este el concepto que
corresponde a nuestras Universidades promover, en el ejercicio de su alto cometido de organismo
forjador y difusor de un pensamiento latinoamericano. De esa suerte, la integración devendrá en
la forma contemporánea de la independencia latinoamericana y en el canal más apropiado para
alentar su proceso de transformación social.

Las Universidades y la integración de América


Latina
50El tema de la integración latinoamericana no ha estado ausente de las preocupaciones de
nuestras Universidades. Incluso, en 1967, al presentar su ponencia ante la V Asamblea General
de la UDUAL, el entonces Rector de la Universidad de San Marcos de Lima, Luis Alberto Sánchez,
dijo que “uno de los temas más socorridos con respecto a la integración americana es el que se
refiere al papel que en ella tiene la Universidad”.

▪ 4 Bruno Rodolfo Schlemper Jr.: “Universidad e integración latinoamericana” en


revista UNIVERSIDADES (...)

51Tuviese o no razón el Rector Sánchez, lo cierto es que el tema ha estado en la agenda de


numerosos foros universitarios, sin que esto signifique que esté agotado, mucho menos si lo
examinamos en el actual contexto internacional y con el ánimo de ver cuál podría ser el aporte
concreto de las Universidades en la promoción de una filosofía humanista de la integración, ligada
al ser y quehacer de nuestro continente. En palabras del ex Presidente de la UDUAL, el Dr. Bruno
Rodolfo Schlemper Jr, Rector de la Universidad Federal de Santa Catarina, nuestras Casas de
Estudios Superiores deben contribuir a formar “el sentimiento nacionalista latinoamericano
creando una convivencia social, racial y cultural, pues es la Universidad la encargada de patrocinar
la síntesis globalizante, de crear la convicción integradora”4.

52En sus más de cuarenta años de existencia, la UDUAL ha mantenido el tema de la Universidad
y la Integración como una de sus preocupaciones básicas, en total consonancia con lo que desde
1949, en el “Primer Congreso de Universidades Latinoamericanas”, celebrado en la Universidad de
San Carlos de Guatemala, que dio origen a la UDUAL, se señalara en el texto de la llamada “Carta
de las Universidades Latinoamericanas”, como una de las finalidades de nuestras Universidades:
“Estimular en los universitarios y en todos los miembros de la colectividad, la noción unitaria de
Latinoamérica, y contribuir a que se extiendan y afiancen los conocimientos recíprocos entre los
pueblos de nuestras naciones”.

53Es interesante observar que en este Primer Congreso se adoptaron acuerdos relacionados con
la necesidad de crear un Departamento de Coordinación de las Investigaciones Científicas
Latinoamericanas, la conveniencia de introducir cursos sobre Sociología Latinoamericana; la
unificación de planes y programas de estudio, etc.

54Pero fue en la V Asamblea de la UDUAL, ya aludida (Lima, 1967), donde nuestras universidades
definieron con mayor precisión su rol en el proceso integracionista. En esa oportunidad, y al
examinar el tema: “Papel de las Universidades en la Integración Espiritual y Cultural de América
Latina”, se adoptó una resolución que creemos conveniente reproducir aquí: “La V Asamblea de la
Unión de Universidades de América Latina;

55CONSIDERANDO:

1º. Que la Universidad, por su propia naturaleza, es totalizadora del saber humano y
esencialmente integradora de la cultura;

2º. Que por su carácter de institución rectora del saber, debe asumir el liderazgo del proceso de
integración espiritual y cultural de América Latina;

3º. Que la integración constituye un proceso cultural largo y complejo, necesario para acelerar el
desarrollo de los pueblos de América Latina, y, en consecuencia, no puede realizarse al margen
de la Universidad.

56La V Asamblea de la Unión de Universidades de América Latina.

RECOMIENDA:

1º. Que las Universidades de Latinoamérica tomen conciencia de la realidad histórica, social y
cultural de sus propios países y estudien sus recursos y necesidades humanas.

2º. Como deber de las Universidades de América Latina el estudio de los valores culturales
latinoamericanos, su promoción y difusión, tanto de sus creaciones como de sus hombres
representativos, a fin de que se perfile la personalidad espiritual de América Latina y su función
en la cultura humana universal.

3º. Para contribuir a la formación de la conciencia integradora de América Latina, se recomienda,


que las Universidades promuevan la revisión de los textos de historia de nuestros países, en todos
los niveles.

4º. Que, además de coordinar el proceso de integración con los Organismos ya existentes para la
ciencia y la cultura, se institucionalicen en todas las Universidades Latinoamericanas organismos
que la promuevan; Cátedras, Institutos, Oficinas de Relaciones Latinoamericanas, Seminarios
Inter-Universitarios Internacionales.

5º. La urgencia de crear centros multinacionales especializados en el estudio de la cultura


latinoamericana.

6º. Que se creen, asimismo, centros de investigación de interés común a varias universidades y
países.

7º. Que, a fin de conseguir la integración cultural, más sólida en América Latina, se promueva
también la integración de las Instituciones Universitarias de cada país y a nivel regional.
8º. Que la integración no constituya una esquemática y empobrecedora síntesis de aspiraciones
comunes, sino que se realice sin detrimento del tesoro cultural de cada país.

9º. Que se intensifique el intercambio recíproco de profesores y alumnos, se coordinen los


programas de estudio; y se facilite la homologación de Títulos y Grados.

10º. Que la UDUAL para facilitar la comunicación entre los universitarios, gestione ante los
Gobiernos Latinoamericanos el otorgamiento de tarifas reducidas para los delegados a los
Congresos y Seminarios, promovidos por las Universidades de América Latina.

11º. Que, para promover los valores humanos latinoamericanos, la UDUAL estudie la posibilidad
de crear un “Premio Latinoamericano de Humanidades” y otro de Ciencias”.

57Como puede verse, varios de los puntos incluidos en la resolución transcrita, pese a su
pertinencia, no pasaron de ser una declaración de buenos propósitos. Pero estimamos que varios
de ellos conviene rescatarlos y buscar la forma de llevarlos a la realidad.

58Por ahora, subrayemos los aspectos más bien conceptuales de la resolución: la obligación de
las Universidades de asumir el liderazgo del proceso de integración espiritual y cultural de América
Latina; el reconocimiento de que la integración es fundamentalmente un proceso cultural, largo y
complejo, que no puede realizarse al margen de la Universidad; la necesidad de que nuestras
Universidades contribuyan a la formación de una conciencia integradora.

59Existe ya todo un cuerpo de pensamiento o teoría acerca del compromiso de nuestras


Universidades con el proceso integracionista. Varios de nuestros más eminentes universitarios han
reflexionado sobre el tema y nos han aportado valiosas consideraciones al respecto.

60Carlos Martínez Durán, quien fuera Rector de la Universidad de San Carlos de Guatemala y
fundador de la UDUAL, saludó la instalación del Primer Congreso de 1949 como ocasión propicia
para “un seguro renacimiento de la conciencia universitaria americana, un bullir de hechos tales
que afirmen sin reservas ni claudicaciones la fraternidad de nuestros pueblos, guiados y orientados
por la Universidad nueva y responsable, exaltadora de la personalidad humana en función de la
comunidad y directriz valorativa para la vida”.

61El papel de las Universidades en los procesos de integración tiene que tener presente la nueva
realidad mundial y las características de la globalización que se nos ha impuesto, que es la
globalización neoliberal. Las tareas que las Universidades y demás instituciones de Educación
Superior de la región deberían asumir, como parte de una “Agenda Latinoamericana” podrían ser,
las siguientes:

62• Las Universidades deberían plantearse el tema de la integración de América Latina como uno
de sus grandes temas de investigación interdisciplinaria, en el contexto de una reflexión más
amplia sobre lo que podría ser un Proyecto Latinoamericano de Desarrollo Humano Endógeno y
Sostenible.

▪ 5 Sobre este tema es importante consultar el libro colectivo coordinado por la Dra. María Eugenia Sá (...)

63• Correspondería a las Universidades, en esta nueva etapa del proceso integracionista,
contribuir a esclarecer el papel de América Latina y el Caribe en el presente escenario mundial y
su inserción, en los términos más favorables para nuestros pueblos, en la economía mundial.
Deberían así contribuir a proponer un modelo de globalización alternativo, distinto del modelo
neoliberal5.

64• Tarea importante de nuestras Universidades sería crear una “conciencia integracionista” en
nuestras sociedades, ligada a una “cultura integracionista”. Sería preciso promover, en todos los
sectores sociales, el concepto de “Nación-continente”, único que nos permitiría asumir el rol de
verdaderos interlocutores, en un mundo cada vez más caracterizado por reservar la toma de
decisiones únicamente a los grandes bloques económicos. No estamos abogando por un simple
compromiso de nuestras Universidades con el “discurso integracionista”. Se trata de algo más
profundo: nos referimos a la difusión de una auténtica “convicción integracionista”, que debe ser
el resultado de los análisis e investigaciones interdisciplinarias que sobre el particular emprendan
nuestras Universidades, si aceptan el reto actuar como co-protagonistas del proceso y no como
simples espectadoras.

65• Asumir el estudio de la integración latinoamericana en sus aspectos económicos, sociales,


culturales, ecológicos, políticos, etc., como tarea universitaria, compromete todo el quehacer de
nuestras Casas de Estudios Superiores: su docencia, su labor investigativa y su proyección
social. El tratamiento interdisciplinario de estos temas demanda de nuestras Universidades
nuevas formas de trabajo académico. El estudio de la integración necesariamente parte del
conocimiento de nuestra historia y de nuestra realidad presente. Por lo tanto, las Universidades
deberían enfatizar el estudio de nuestro pasado, de los factores que nos separan o son causa de
fricciones entre nuestros países, y elaborar, en conjunto, una Historia de América Latina que
analice ese pasado como etapas de un largo proceso de integración y desintegración, hasta llegar
al momento presente en que la integración se vuelve ineludible. Tal empresa no se reduciría a los
desenvolvimientos políticos, sino que debería comprender la historia de las ideas, de la cultura,
de la educación, de la literatura, etc.

66• Las Universidades deberían contribuir a elaborar un pensamiento integracionista para el


momento actual, que contribuya a dar respuestas lúcidas a preguntas urgentes como las
siguientes: ¿Cómo lograr la convergencia de los actuales procesos subregionales de integración,
en la perspectiva de una integración regional? ¿Cuál debe ser la posición de América Latina,
como región, frente al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y las propuestas de
“regionalismo abierto” e “integración hemisférica”? ¿Cómo debe relacionarse América Latina con
la Unión Europea y el bloque encabezado por Japón? ¿No es más conveniente para la región
entender el “regionalismo abierto” como la posibilidad de relacionarse con los tres grandes bloques
económicos, sin dejarse absorber por uno de ellos, en una “integración subordinada” o
dependiente? ¿No es mejor propiciar una opción estratégica de diversificación en las relaciones
internacionales? ¿Cuál es la experiencia, sobre todo en términos de reformas educativas y
universitarias y de apropiación de tecnologías, que América Latina podría extraer de la experiencia
del llamado “milagro del Sudeste Asiático”? ¿Cuáles son los costos de la no-integración?, etc.

67• Complemento de lo anterior sería el reto de emprender los estudios prospectivos que nos
permitan vislumbrar lo que será nuestro futuro. La elaboración de los futuros escenarios posibles
para nuestra región es una tarea donde el oficio universitario encontraría un amplio campo de
ejercicio. Al concepto, siempre válido, de “Universidad crítica”, será preciso agregar el de
“Universidad Anticipadora”, es decir, de la Universidad instalada en el futuro, que hace de la
reflexión prospectiva un tema central de sus preocupaciones.

68• No podrían faltar en esta Agenda Latinoamericana, las contribuciones de las Universidades a
la definición de políticas regionales y subregionales de desarrollo cultural, educativo, científico y
tecnológico. Una mayor competitividad internacional implica la incorporación deliberada y
sistemática del progreso tecnológico al proceso productivo y la formación de recursos humanos de
alto nivel. Pero, no hay progreso técnico sin desarrollo científico. Y no hay desarrollo científico
sin educación científica, en todos sus niveles, de la más alta calidad.

69• Para adelantar estas tareas, las Universidades deberían establecer Institutos o Departamentos
de Estudios e Investigaciones sobre América Latina. Siempre nos han parecido un contrasentido
que este tipo de entidades existan en mucho mayor número en los medios universitarios
norteamericanos o europeos que en los de nuestra propia región, donde son muy pocos los
Institutos o Departamentos que asumen la problemática latinoamericana como tema central. Si
estos Institutos existieran en todos nuestros países, sería más fácil organizar una red de
colaboración interinstitucional que permitiera enfrentar los estudios sobre la integración
latinoamericana mediante la cooperación universitaria regional o subregional.
70• Otra recomendación que ha surgido de los numerosos foros que se han ocupado del tema es
la que se refiere al establecimiento de una red de estudios de postgrado dedicados al estudio de
diferentes aspectos relacionados con la integración. De esta manera, cada curso podría
especializarse o poner énfasis en el estudio de determinado aspecto y mantener, a la vez, una
fluida comunicación con los otros cursos que hacen parte de la red. (Cursos de postgrado
especializados en temas como los siguientes: marco jurídico de la integración; derecho laboral y
prestaciones sociales en la integración; papel de las inversiones extranjeras y de las
multinacionales; los procesos de transnacionalización; el rol de la ciencia y la tecnología, con
especial referencia a las políticas de cambio e innovación tecnológica; nuevas tecnologías y
transferencia de tecnologías; las políticas de comunicación; la informática, la deuda externa, etc.)

▪ 6 Ver Capítulo III del libro de José Joaquín Brünner “Educación Superior en América Latina: Cambios (...)

71• El rol más importante de la educación superior en el proceso de integración es la formación


del personal de alto nivel y el fomento del desarrollo científico de la región. El saber tecnológico,
elemento esencial de la competitividad, la transferencia lúcida de tecnología, su asimilación y
desagregación, requieren una base sólida de conocimientos científicos, que sólo puede lograrse
mediante el cultivo de las disciplinas científicas fundamentales. La pregunta que surge es: ¿están
nuestras Universidades preparadas para asumir los retos que les plantea la integración
latinoamericana? Los diagnósticos más recientes sobre el estado actual de la ciencia y de la
investigación en nuestras Universidades no son alentadores6. No solo hay insuficiencia de recursos
financieros, materiales y humanos (el promedio de la inversión en Ciencia y Tecnología en la región
es menor del 0.5% del PNB), sino también serios obstáculos que se derivan de las propias
estructuras académicas de las Universidades. El modelo estructural de la Universidad
latinoamericana tradicional no dejó un lugar adecuado para el cultivo de las ciencias puras ni para
la investigación básica. Construida sobre un esquema eminentemente profesionalizante, la
universidad latinoamericana clásica se preocupó más por las aplicaciones profesionales de la
ciencia que por la ciencia misma, relegada a posición subalterna. El modelo tampoco contempló
la investigación científica como tarea primordial de la Universidad, cuyo quehacer se ha centrado,
en gran medida, en preparar los profesionales que la sociedad y el Estado demandan.

▪ 7 “Entre las tendencias que actualmente existen en América Latina sobre la visión y alternativas que (...)

72• Es cierto que frente a la situación general de atraso en el desarrollo científico y en las tareas
de investigación podemos señalar excepciones notables, es decir, constatar la existencia de
núcleos o centros de excelencia capaces de competir internacionalmente en su propia especialidad.
Pero, la verdad es que la debilidad científica de América latina es una de sus más graves
limitaciones para insertarse favorablemente en la economía mundial. Un gran esfuerzo, deliberado
y consciente, tendrá que hacer la región para superar esta dificultad, esfuerzo que deberá ser
asumido por el Estado, las Universidades y los sectores productivos empresariales7.

▪ 8 Francisco R. Sagasti: “Conocimiento y desarrollo en América Latina: Ciencia, técnica y producción (...)

73• El conocimiento es ahora reconocido como el cuarto factor de la producción. No será posible
avanzar en los procesos de integración si se descuidan los sistemas nacionales y regionales de
Ciencia, Tecnología e Innovación. Al respecto, Francisco Sagasti señala que “la agenda de temas
por examinar en el umbral del siglo XXI abarca aspectos tales como el carácter que debe adoptar
el esfuerzo regional de investigación científica, el diseño de estrategias para armonizar el acervo
de técnicas tradicionales con las tecnologías modernas, y las medidas para lograr que las
actividades productivas satisfagan la doble exigencia de competitividad y equidad”… “En resumen,
sería posible desarrollar una actividad científica con un perfil latinoamericano que, sin dejar de ser
universal, responda a las inquietudes de la región, se desarrolle sobre la base cultural de América
Latina, y a la vez contribuya al desarrollo de la ciencia considerada como empresa internacional”8.

▪ 9 “En este sentido, la nueva Universidad debe transformarse en un vasto y coherente sistema de
infor (...)
74• El enorme esfuerzo regional de desarrollo científico hará necesaria la “integración científica”,
es decir el diseño de proyectos de cooperación interuniversitaria que permitan sumar esfuerzos y
constituir las indispensables “masas críticas” de científicos e investigadores, de las que no se
dispone al nivel nacional. Esto se facilita mediante las redes académicas, de las cuales ya existen
varias en América Latina (Red Latinoamericana de Ciencias Biológicas, Red Regional de
Intercambio de Investigadores para el Desarrollo en América Latina y el Caribe (RIDALC), Red
Latinoamericana de Estudios de Postgrado, Red Latinoamericana de Información y Documentación
en Educación (REDUC), CLAF, OYTED, Programa Bolívar, etc., ligadas, a su vez, a las redes
telemáticas mundiales (INTERNET), que permitan el acceso a las grandes bases de datos9.

75• Para contribuir eficazmente al proceso de integración latinoamericana, nuestras universidades


deberán emprender un proceso de transformación que las prepare para ingresar en el próximo
siglo. En la actualidad, como lo advierte Simón Schwartzman, “el sentimiento general es de
deterioro y falta de calidad, y de una idealización del pasado”. Sin embargo, se pueden constatar
tendencias hacia la innovación, las que priorizan aspectos como los siguientes: un
replanteamiento de las relaciones entre la Universidad, el Estado y la sociedad civil productiva;
aceptación del concepto de “accountability”, en el sentido de responsabilidad y rendición social de
cuentas del desempeño de la Universidad, más la instauración de procedimientos de evaluación
institucional; búsqueda de nuevas fuentes de financiamiento, incluyendo el aporte de los propios
estudiantes; mejoramiento substancial de la gestión financiera, administrativa y académica;
reforma de los planes de estudio y de los métodos de enseñanza; adopción de nuevos Modelos
Educativos y Académicos, elaboración de planes estratégicos de desarrollo; apertura al mundo
académico internacional, etc.

76Cuando fue derribado el muro de Berlín, algunos intelectuales europeos se apresuraron a decir
que el siglo XXI ya estaba con nosotros. Si bien creemos que Ernesto Sábato es más acertado
cuando nos dice que los siglos no terminan ni se inician para todos los pueblos al mismo tiempo,
al son de un silbato único, lo cierto es que nuevos muros mentales, raciales y económicos siguen
dividiendo a las naciones y a los pueblos. No menos real que el muro de Berlín es el muro que
aun separa al Norte rico del Sur empobrecido. Quizás el siglo XXI realmente comenzará para la
humanidad cuando ese muro caiga. Creemos que la integración será uno de los arietes más
poderosos para derribarlo, siempre que la diseñemos a como la vislumbran no solo nuestros
economistas sino también nuestros filósofos y nuestros poetas, pues la integración debe también
revalorizar nuestros mitos y nuestros sueños para que no renunciemos a la utopía.

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BIBLIOGRAFÍA

Brünner, J.J. (1990), Educación Superior en América Latina: Cambios y desafíos, Fondo de Cultura
Económica, Santiago de Chile.

Casas Armengol, M. (1967), “Estado de la investigación en la Universidad Latinoamericana”


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García Guadilla, C. (1990), Educación Superior en América Latina: Desafíos da Educacao na


America Latina, CLACSO – REDUC, Sao Paulo.

Mayor, F. (1994), La nueva página, UNESCO/Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona.

Montiel, E. “América en la historia y el futuro de UNESCO”, documento de trabajo elaborado para


UNESCO.

Sagasti, F.R. (1992), “Conocimiento y desarrollo en América Latina: Ciencia, técnica y producción
quinientos años después del encuentro con Europa”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales,
Nº 134, diciembre de 1992, UNESCO.
Sánchez Díaz de Rivera, M.E. (coord.) (2004), Las universidades de América Latina en la
construcción de una globalización alternativa, Universidad Iberoamericana de Puebla, México.

Schlemper Jr., B.R. (1991), “Universidad e integración latinoamericana” en revista Universidades


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Silvio, J. (1994): “Un nuevo rol para la Universidad Latinoamericana como gestora del
conocimiento”. Ponencia presentada al Seminario Internacional “Reinvención de la Universidad”,
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UNESCO (1982), Declaración de México sobre las políticas culturales (1982), Conferencia Mundial
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http://portal.unesco.org/culture/es/files/12762/11295424031mexico_sp.pdf/mexico_sp.pdf

Zea. L. (1975), “La integración cultural y social Latinoamericana” en Latinoamerica, Anuario de


Estudios Latinoamericanos, Nº 8, México, 1975.

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NOTAS

1 Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, México, D.F. 26 de julio - 6 de agosto, UNESCO,
París 1982.

2 “América en la historia y el futuro de UNESCO”, documento de trabajo elaborado por Edgard Montiel,
experto de la UNESCO y profesor visitante de la Universidad de París I.

3 Leopoldo Zea: “La integración cultural y social Latinoamericana”, en LATINOAMERICA, Anuario de


Estudios Latinoamericanos, Nº 8, México, 1975 p. 25.

4 Bruno Rodolfo Schlemper Jr.: “Universidad e integración latinoamericana” en


revista UNIVERSIDADES de la UDUAL, Julio a Diciembre de 1991, Año XLI, Nueva Época, Nº 2, p. 3.

5 Sobre este tema es importante consultar el libro colectivo coordinado por la Dra. María Eugenia
Sánchez Díaz de Rivera: Las universidades de América Latina en la construcción de una globalización
alternativa, Editado por la Universidad Iberoamericana de Puebla, México, 2004.

6 Ver Capítulo III del libro de José Joaquín Brünner “Educación Superior en América Latina: Cambios y
desafíos”, Fondo de Cultura Económica, Santiago de chile, 1990, página 133 y ss. También el ensayo
de Miguel Casas Armengol “Estado de la investigación en la Universidad Latinoamericana” – DOCENCIA,
Enero-Abril, 1967, p. 37 y ss.

7 “Entre las tendencias que actualmente existen en América Latina sobre la visión y alternativas que
deben seguirse con respecto a los desafíos que presentan las nuevas tecnologías en las políticas de la
región se van a señalar dos y a destacar de manera especial una de ellas, por ser esta última la que
sugiere, un poco más enfáticamente, ciertos horizontes de cambio en la educación superior. En primer
lugar, Amílcar Herrera y su grupo de Campinas, así como el Programa de UNITA, representan en la
región posiciones que tratan de combinar realismo y sentido crítico con la voluntad de encontrar
soluciones a una perspectiva que ofrece pocas esperanzas. En ese sentido, Herrera señala la incapacidad
que han tenido los Sistemas de Investigación y Desarrollo en América Latina en las últimas décadas
para resolver los problemas específicos de estas sociedades; también señala que estos países no
parecen estar ahora en mejores condiciones que las que tuvieron en el pasado para absorber la nueva
onda de innovaciones; por el contrario, observa este autor, la creciente crisis económica, la tendencia
a la concentración del capital, y la tecnología asociada a las recientes innovaciones, hacen el proceso
de la nueva onda tecnológica todavía más difícil de lo que fue en la etapa anterior. En una posición más
optimista se encuentra la economista Carlota Pérez, quien ha venido haciendo proposiciones sobre las
nuevas tecnologías y su relación con el Tercer Mundo, especialmente con América Latina. El rasgo más
resaltante de la posición de esta autora es que exhorta a los latinoamericanos a no quedarse al margen
de la revolución científica y tecnológica y sobre todo presenta algunas propuestas sobre las formas de
conseguirlo. En ese sentido, Pérez considera que, mientras más incipiente es una tecnología, mayores
son las posibilidades de entrada autónoma, dado un cierto nivel de dotación de recursos humanos
calificados. Para los países de América Latina (y considerando, por supuesto, las diferencias que cada
país tiene en particular), no existe otra opción que buscar la forma de participar en la revolución
tecnológica, procurando aprovechar el período de transición para utilizar las innovaciones que generen
las nuevas tecnologías en el desarrollo de sus economías y en el mejoramiento de las condiciones de
vida de sus pueblos. Es indudable que una mayor claridad sobre estos planteamientos es crucial para
definir el rol que la educación superior va a jugar en las alternativas que se consideren más adecuadas.
Pero, al mismo tiempo, es indispensable una mayor injerencia de las propias instituciones de educación
superior en el diseño de las políticas de ciencia y tecnología a nivel nacional y regional”. Carmen García
Guadilla: “Educación Superior en América Latina: Desafíos da Educacao na America Latina” – CLACSO
– REDUC, Sao Paulo, 1990, p. 125 y ss.

8 Francisco R. Sagasti: “Conocimiento y desarrollo en América Latina: Ciencia, técnica y producción


quinientos años después del encuentro con Europa”, en REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS
SOCIALES, Nº 134, diciembre de 1992, UNESCO, p. 615 y ss.

9 “En este sentido, la nueva Universidad debe transformarse en un vasto y coherente sistema de
información y conocimiento, que funcione de manera integrada para planificar, conducir y evaluar los
procesos de adquisición, creación, conservación y difusión del conocimiento, que caracteriza una
verdadera y sistemática gestión del conocimiento. En el marco de ese sistema, que nunca ha existido,
podrían coordinarse diversas acciones de investigación, enseñanza y extensión, que con el auxilio de la
informática y la telemática podrían inyectar más coherencia a los diversos conjuntos universitarios. La
nueva Universidad debe ser una Universidad del conocimiento y para el conocimiento”. José Silvio: “Un
nuevo rol para la Universidad Latinoamericana como gestora del conocimiento”. Ponencia presentada al
Seminario Internacional “Reinvención de la Universidad”, Santafé de Bogotá, 2 y 3 de junio de 1994.

Referencia electrónica
Carlos Tünnermann Bernheim, «América Latina: identidad y diversidad cultural. El aporte de las
universidades al proceso integracionista», Polis [En línea], 18 | 2007, Publicado el 23 julio 2012,
consultado el 14 mayo 2023. URL: http://journals.openedition.org/polis/4122

Carlos Tünnermann Bernheim


Doctor en Derecho. Miembro del Comité Científico para América Latina y el Caribe de la UNESCO.

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