Leyendas Precolombinas
Leyendas Precolombinas
Leyendas Precolombinas
El primer Sol, el Sol del Tigre, nació en 955 a.c. Pero al final de un largo período de 676 años, el Sol
y los hombres fueron devorados por los tigres.
El segundo Sol era el del viento. Él fue llevado por el viento y todos los que vivían sobre la tierra, y
quienes se colgaban de los árboles para resistir a la tempestad se transformaron en monos.
Vino a continuación el tercer Sol, el sol de la Lluvia. Una lluvia de fuego se abatió sobre la tierra, y
los hombres se transformaron en pavos.
El cuarto Sol, el sol de Agua, fue destruido por las inundaciones. Todos los que vivían en esta
época se transformaron en peces.
El Señor de los Caracoles, célebre por su fuerza y su belleza, hizo un paso adelante:
- Alguien más?
Silencio.
Todos miraron al Pequeño Dios Sifilítico, el más feo y desafortunado de los dioses, y decidieron:
- Tú.
El Señor de los Caracoles y el Pequeño Dios Sifilítico se retiraron a las montañas, que hoy son las
pirámides del Sol y de la Luna. Allá, en ayunas, meditaron.
Luego los dioses formaron un inmensa hoguera, contemplaron el fuego y los llamaron.
El Pequeño Dios Sifilítico tomó impulso y se tiró a las llamas. Resurgió enseguida después y se
elevó, incandescente, en el cielo.
El Señor de los Caracoles miró la hoguera ardiente, el seño fruncido. Avanzó, retrocedió, se
detuvo, dio varias vueltas. Como no se decidía, exasperados, los dioses lo empujaron. Pero antes
de que se elevara en el cielo, los dioses, furiosos, lo abofetearon y le pegaron en la cara con un
conejo, tanto que le retiraron su resplandor.
Fue así que el arrogante Señor de los Caracoles se volvió la Luna. Las manchas de la Luna son las
cicatrices de su castigo.
Este quinto Sol, el Sol del Movimiento, iluminó a los toltecas e iluminó a los aztecas. Tenía garras y
se alimentaba de corazones humanos.
Leyendas Huicholes: Los Huicholes y el maíz
Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían comer sus alimentos crudos.
Querían alguna cosa que pudieran comer todos los días, pero de maneras diferentes.
Un joven huichol oyó hablar del maíz y de sus famosos mets, unas tortillas, los chilaquiles y la sopa
de tortilla que se preparaba con este cereal.
Pero el maíz se encontraba muy lejos, al otro costado de la montaña. Eso no lo desalentó y se puso
en marcha.
Al cabo de poco tiempo vio una hilera de hormigas y como él sabía que ciertas de ellas eran las
guardianas del maíz, las siguió.
Pero cuando el joven se durmió, las hormigas, sin ningún problema, se devoraron todas sus
vestimentas, dejándolo sólo con su arco y sus flechas.
Sin ropas y hambriento el huichol se puso a lamentar. Fue entonces que un pájaro se posó sobre
un árbol próximo. El joven apuntó su arco sobre él, pero el pájaro le regañó y le dijo que ella era la
Madre del maíz. Lo invitó a seguirla hasta la Casa del Maíz donde ella lo autorizaría a tomar todo lo
que él buscaba.
En la Casa de Maíz se encontraban cinco bellas doncellas, las hijas de la Madre del Maíz: Mazorca
Blanca, Mazorca Azul, Mazorca Amarilla, Mazorca Roja y Mazorca Negra.
Mazorca Azul lo encantó con su belleza y su dulzura. Se casaron y volvieron a la villa Huichol.
Como él no tenía aún casa, durmieron un tiempo en un lugar dedicado a los dioses.
Después, como por encantamiento, la casa de los recién casados se llenaba cada día de espigas
que la decoraban como flores.
Las gentes venían de todas partes porque Mazorca Azul les ofrecía espigas a manos llenas.
La bella esposa enseñó a su marido a sembrar el maíz y a cuidar los cultivos. Enterándose qué
delicias ofrecía este nuevo alimento, los animales intentaron robarle. Mazorca Azul enseñó a las
gentes a colocar fuego alrededor de los cultivos para espantar a las bestias en busca de espigas
tiernas.
Los Ancianos cuentan que Mazorca Azul, después de haber enseñado todo lo que ella sabía, se
molió ella misma y es de esta forma que los hombres conocieron el excelente atole, una bebida
caliente que se prepara con granos de maíz.
Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían comer sus alimentos crudos.
Los Tabaosimoa, los Ancianos, se reunieron y discutieron sobre la manera de obtener alguna cosa
que les procuraría el calor y les permitiría cocer sus alimentos.
Ayunaron y discutieron... y vieron pasar por encima de sus cabezas una bola de fuego que se
sumergió en el mar pero que ellos no pudieron alcanzar.
Entonces, fatigados, los Ancianos reunieron personas y animales para preguntarles si alguno de
ellos podía aportarles el fuego.
Un hombre propuso traer un rayo de sol a condición de que sean cinco para ir al lugar donde salía
el sol. Los Tabaosimoa aprobaron la proposición y pidieron que los cinco hombres se dirigieran
hacia el oriente mientras que ellos, llenos de esperanza, continuarían suplicando y ayunando.
Esperaron la llegada del día y se dieron cuenta que el fuego nacía sobre otra montaña, más
alejada. Retomaron entonces su camino.
Llegados a la montaña, en un nuevo amanecer, vieron el fuego nacer sobre una tercera montaña,
aún más alejada. Prosiguieron así hasta la cuarta, después la quinta montaña donde, desalentados,
decidieron regresar, tristes y fatigados.
Contaron esto a los Ancianos quienes pensaron que jamás podrían alcanzar el Sol. Los Tabaosimoa
les agradecieron y se volvieron a poner a reflexionar sobre lo que podrían hacer.
Es entonces que apareció Yaushu, un Tlacuache sabio, y él les relató un viaje que había hecho
hacia el oriente. Había percibido una luz lejana y quiso verificar lo que era. Se puso a marchar
durante noches y días, durmiendo y comiendo apenas.
La noche del quinto día pudo ver que en la entrada de una gruta ardía un fuego de madera de
donde se elevaban grandes llamas y un torbellino de chispas.
Sentado sobre un banco un hombre viejo miraba el fuego. Era grande y llevaba un taparrabo de
piel, los cabellos blancos y los ojos horriblemente brillantes. De tanto en tanto alimentaba esta
"rueda" de luz con leños.
El Tlacuache contó cómo él permaneció escondido detrás de un árbol y que, espantado, él hizo
marcha atrás con precaución. Se dio cuenta que se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa.
Cuando él hubo acabado su relato, los Tabaosimoa pidieron a Yaushu si él podía volver y traerles
un poquito. El Tlacuache aceptó, pero los Ancianos y su gente debían ayunar y orar a los dioses
haciendo ofrendas. Ellos consintieron pero le amenazaron de muerte si éste los engañaba. Yaushu
sonrió sin decir una palabra.
Los Tabaosimoa ayunaron durante cinco días y llenaron cinco sacos de pinole que dieron al
Tlacuache. Yaushu les anunció que estaría de regreso en otros cinco días; debían esperarlo
despiertos hasta medianoche y si él moría, les recomendó de no lamentarse por él.
Portando su pinole, él llegó al lugar donde el viejo hombre contemplaba el fuego.
Yaushu lo saludó y fue solamente a la segunda vez que él obtuvo una respuesta. El viejo le
preguntó lo que hacía tan tarde en ese lugar.
Yaushu respondió que era el emisario de Tabaosimoa y que buscaba agua sagrada para ellos.
Estaba muy fatigado y preguntó si podía dormir antes de retomar su camino la mañana siguiente.
Debió suplicarle mucho pero al fin el viejo le permitió quedarse a condición de que no toque nada.
Yaushu se sentó cerca del fuego e invitó al viejo a compartir su pinole.
Este vertió un poco sobre el leño, tiró algunas gotas por encima de su hombro, después bebió el
resto. El viejo le agradeció y se durmió.
Se levantó rápidamente, tomó una brasa con su cola y se alejó. Había hecho un buen pedazo del
camino cuando sintió que una borrasca venía sobre él y vio, frente a él, al viejo encolerizado.
Inmediatamente él tomó a Yaushu para quitarle el tizón pero aunque éste lo quemaba no lo
soltaba. El viejo lo pisoteaba, le trituraba los huesos, lo sacudía y lo balanceaba.
Seguro de haberlo matado, se vuelve a vigilar el fuego. Yaushu rodó, rodó y rodó... envuelto en
sangre y fuego; llegó así delante de los Tabaosimoa que estaban orando.
Lo vemos aún hoy marchar penosamente por los caminos con su cola pelada.
Hace mucho tiempo, el lago Titicaca era un valle fértil poblado de hombres que vivían felices y
tranquilos.
Nada les faltaba; la tierra era rica y les procuraba todo lo que necesitaban. Sobre esta tierra no se
conocía ni la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los Apus, los dioses de las montañas, protegían a
los seres humanos.
No les prohibieron más que una sola cosa: nadie debía subir a la cima de las montañas donde ardía
el Fuego Sagrado.
Durante largo tiempo, los hombres no pensaron en infringir esta orden de los dioses. Pero el
diablo, espíritu maligno condenado a vivir en la oscuridad, no soportaba ver a los hombres vivir
tan tranquilamente en el valle.
Les pidió probar su coraje yendo a buscar el Fuego Sagrado a la cima de las montañas.
Entonces un buen día, al alba, los hombres comenzaron a escalar la cima de las montañas, pero a
medio camino fueron sorprendidos por los Apus.
Éstos comprendieron que los hombres habían desobedecido y decidieron exterminarlos. Miles de
pumas salieron de las cavernas y se devoraron a los hombres que suplicaban al diablo por ayuda.
Pero éste permanecía insensible a sus súplicas.
Viendo eso, Inti, el dios del Sol, se puso a llorar. Sus lágrimas eran tan abundantes que en cuarenta
días inundaron el valle.
Un hombre y una mujer solamente llegaron a salvarse sobre una barca de junco.
Cuando el sol brilló de nuevo, el hombre y la mujer no creían a sus ojos: bajo el cielo azul y puro,
estaban en medio de un lago inmenso. En medio de esas aguas flotaban los pumas que estaban
ahogados y transformados en estatuas de piedra.
En las tierras que se encuentran al norte del lago Titicaca, unos hombres vivían como bestias
feroces.
No tenían religión, ni justicia, ni ciudades. Estos seres no sabían cultivar la tierra y vivían desnudos.
Se refugiaban en cavernas y se alimentaban de plantas, de bayas salvajes y de carne cruda.
Inti, el dios Sol, decidió que había que civilizar estos seres. Le pidió a su hijo Ayar Manco y a su hija
Mama Ocllo descender sobre la tierra para construir un gran imperio.
Ellos enseñarían a los hombres las reglas de la vida civilizada y a venerar su dios creador, el Sol.
Pero antes, Ayar Manco y Mama Ocllo debían fundar una capital.
- Desde el gran lago, adonde llegarán, marchen hacia el norte. Cada vez que se detengan para
comer o dormir, planten este bastón de oro en el suelo. Allí donde se hunda sin el menor esfuerzo,
ustedes construirán Cuzco y dirigirán el Imperio del sol.
La mañana siguiente, Ayar Manco y Mama Ocllo aparecieron entre las aguas del lago Titicaca. La
riqueza de sus vestimentas y el brillo de sus joyas hicieron pronto comprender a los hombres que
ellos eran dioses. Temerosos, los hombres los siguieron a escondidas.
Ayar Manco y Mama Ocllo se pusieron en marcha hacia el norte. Los días pasaron sin que el
bastón de oro se hundiera en el suelo.
Una mañana, al llegar a un bello valle rodeado de montañas majestuosas, el bastón de oro se
hundió dulcemente en el suelo. Era ahí que había que construir Cuzco, el "ombligo" del mundo, la
capital del Imperio del Sol.
Ayar Manco se dirigió a los hombres que los rodeaban y comenzó a enseñarles a cultivar la tierra,
a cazar, a construir casas, etc...
Mama Ocllo se dirigió a las mujeres y les enseñó a tejer la lana de las llamas para fabricar
vestimentas. Les enseñó también a cocinar y a ocuparse de la casa...
Es así que Ayar Manco, devenido Manco Capac, en compañía de su hermana Mama Ocllo se sentó
en el trono del nuevo Imperio del Sol. A partir de este día, todos los emperadores Incas,
descendientes de Manco Capac, gobernaron su imperio con su hermana devenida en esposa.
Leyendas Incas: Los Hermanos Ayar
Sobre la montaña Pacaritambo (doce leguas al noroeste de Cuzco) aparecieron los hermanos Ayar,
después del gran diluvio que había desvastado todo.
De la montaña llamada "Tampu Tocco" partieron cuatro hombres y cuatro mujeres jóvenes,
hermanas y esposas de ellos a la vez.
Eran Ayar Manco y su mujer Mama Ocllo; Ayar Cachi y Mama Cora; Ayar Uchu y Mama Rahua y
finalmente, Ayar Auca y su esposa Mama Huaco.
Viendo el estado de las tierras y la pobreza de la gente, los cuatro hombres decidieron buscar un
lugar más fértil y próspero para instalarse. Llevaron con ellos a los miembros de diez Ayllus
(organización inca que agrupaba diez familias) y se dirigieron hacia el sudeste.
Pero un primer altercado se produjo entre Ayar Cachi, un hombre fuerte y valiente, y los demás.
Sus hermanos lo celaban y quisieron matarlo. Con ese plan, le ordenaron volver a las cavernas de
Pacarina (se llama así, en quechua, al lugar de los orígenes) a buscar semillas y agua.
Ayar Cachi entró en la caverna de Capac Tocco (ventana principal de la montaña "Tampu Tocco") y
el sirviente que lo acompañaba cerró con una gran piedra la puerta de entrada... Ayar Cachi jamás
pudo salir de allí.
Los siete hermanos y hermanas restantes, seguidos de los ayllus, prosiguieron su camino y
llegaron al monte Huanacauri, donde descubrieron un gran ídolo de piedra con el mismo nombre.
Llenos de respeto y de temor frente a este ídolo, entraron al lugar donde se lo adoraba.
Ayar Uchu saltó sobre la espalda de la estatua y quedó enseguida petrificado, haciendo parte en
delante de la escultura.
Aconsejó a sus hermanos de seguir el viaje y les pidió que se celebre en su memoria la ceremonia
del Huarachico, o "iniciación de los jóvenes".
En el curso del viaje Ayar Auca fue también convertido en estatua de piedra, en la Pampa del Sol.
Ayar Manco, acompañado por sus cuatro hermanas, llegó a Cuzco donde encontró buenas tierras;
su bastón se hundió con facilidad pero no pudo retirarlo sin esfuerzos, lo cual era una buena señal.
Entusiasmados conr el lugar decidieron quedarse allí.
Ayar Manco fundó entonces una ciudad, en nombre del creador Viracocha y en nombre del Sol.
Esta ciudad fue Cuzco (ombligo, en quechua), la capital del Tahuantinsuyo (imperio de las cuatro
provincias).
Leyendas Incas: Huarcuna
El hijo del Sol, Túpac Yupanqui, "el Hombre de todas las virtudes", como lo llamaron los Huravicus
(hombres del saber) de Cuzco, celebraba su victoria sobre la indomable tribu de los Pachis.
Pero un suceso nefasto se produjo: el cóndor de las alas gigantescas, cobardemente herido y sin
fuerzas, cayó de la montaña más alta de los Andes, tiñendo la nieve con su sangre.
El Gran Sacerdote, viéndolo morir, anunció que se aproximaba el fin del reinado de Manco Capac,
primer Inca fundador del Imperio; que otras gentes vendrían con inmensas piraguas para imponer
su religión y sus leyes.
Se hizo venir a una bonita cautiva que iba a ser entregada al Inca. Su corazón estaba lleno de
amargura porque había sido alejada del ser que ella amaba y se la obligaba a cantar alabanzas al
vencedor.
De repente, ella se puso a temblar viendo que su novio se encontraba allí, también prisionero del
Inca.
La noche comenzó a caer sobre las montañas, y la corte real se detuvo en Izcuchaca.
La bonita cautiva, la joven mujer destinada al serrallo del Inca, fue sorprendida huyendo con su
amante, a quien mataron al defenderla.
Tupac Yupanqui ordenó la muerte para la esclava infiel. Y es con alegría que ella escuchó la
sentencia, deseando más que nada en el mundo reunirse con el amante de su corazón y porque
ella sabía que la tierra no era la patria del amor eterno.
Desde entonces, en el lugar donde fue inmolada la cautiva, sobre el Palla Huarcuna situado en la
cadena de montañas entre Izcuchaca y Huaynanpuquio, se puede ver una roca que tiene la forma
de una india con un collar alrededor del cuello y un turbante de plumas sobre la cabeza. Se afirma
que nadie puede pasar la noche en el Palla Huarcuna sin ser devorado por el fantasma de piedra.
Leyendas Incas: El Dorado
El rey de Guatavita cayó profundamente enamorado de una bonita mujer joven de la tribu vecina.
Un día, en una gran fiesta, la reina se enamoró de un bello y joven guerrero. Enamorados uno del
otro, comenzaron a exhibirse mofándose de la vigilancia del rey.
Estos encuentros ilegítimos terminaron por ser conocidos por aquel que no tardó en
sorprenderles.
El guerrero fue hecho prisionero y sometido a terribles torturas, hasta que se le quitó el corazón
antes de empalarlo.
De repente, el ambiente festivo dejó lugar a un gran silencio cuando resonó el grito de terror de la
reina. El tinte pálido como una muerta y el corazón magullado, fue a buscar a su hija antes de
hundirse precipitadamente en las tinieblas. Sin reflexionar un solo instante, se tiró en la laguna
sagrada de Guatavita.
Los sacerdotes se apresuraron a transmitir la noticia al monarca ebrio que, loco de dolor, corrió a
la laguna comprendiendo cuánto amaba a esta mujer y cómo ella lo había hecho feliz antes.
El corazón lleno de llanto, ordenó a los sacerdotes recuperar el cuerpo de su esposa. Éstos
revelaron que la reina vivía feliz en una casa submarina con una serpiente que estaba enamorada
de ella.
Angustiado, el rey reclamó que le trajeran al menos a su hija. Los sacerdotes la trajeron y pudieron
constatar que ella no tenía más los ojos. Entonces el padre decidió devolverla a su madre.
El rey inconsolable perdonó a su esposa prometiéndole ofrendas para que ella tuviese en el más
allá la dicha que había conocido tan brevemente a su lado.
Los sacerdotes, los intermediarios entre los hombres y la diosa de las aguas (la antigua reina),
vivían en el borde de la laguna esperando su próxima aparición, una noche de luna llena.
Los chibchas hicieron de la laguna de Guatavita (formando un círculo casi perfecto) un lugar de
culto donde se le hacía ofrendas de figuras de oro y esmeraldas a la diosa tutelar. Ella, en forma de
serpiente, surgía de las aguas para recordar al pueblo la promesa de tesoros que se le había
hecho. Las ofrendas se hicieron más y más numerosas a fin de calmar el dolor del rey.
Pero la ceremonia tuvo luego otro objetivo. Era un acto político-religioso que se realizaba para la
consagración de un nuevo Zipa (rey de Bacatá, actual Bogotá).
Los días que precedían a la ceremonia, el rey y su pueblo comenzaban un período de ayuno y
abstinencia. Durante este período confeccionaban máscaras y ricas vestimentas, arreglaban sus
instrumentos de música y preparaban los mets de la chicha (alcohol de maíz) para el gran día.
Los pueblos vecinos se unían a la fiesta y todos, por un tiempo, olvidaban sus penas y sus llantos.
Después venía el momento tan esperado.
Antes de que despuntara el alba, todo estaba listo para comenzar la procesión hacia la laguna
sagrada al son de tambores y flautas. La multitud, engalanada de bellos atavíos y sus joyas
entonaba canciones. Después seguía el cortejo real escoltado por los guerreros portando arco,
flechas y lanzas.
A algunos metros de la laguna, el rey descendía de su palanquín y se dirigía hacia la barca real,
marchando sobre las capas que ubicaban bajo sus pies los guerreros y los cortesanos. Sobre la
barca recubierta de capas y de flores no tomaban lugar más que los miembros más meritorios de
la corte, dejando libre la plaza central para el monarca. Tan pronto como se ubicaba al centro de la
barca el rey dejaba caer su capa roja mostrando a todos su cuerpo recubierto de polvos de oro.
La barca real se alejaba lentamente mientras que la multitud, la espalda vuelta a la laguna, o la
cabeza baja hacia el suelo para no ofender, hacía oír sus plegarias y cánticos. En medio de la
laguna, el Zipa apuntaba su mirada hacia el oriente, esperando el sol. Cuando el cielo se teñía de
rojo, el rey murmuraba plegarias. Y al momento cuando el sol surgía y bañaba de luz la barca real,
el monarca levaba los brazos al cielo lanzando un grito de alegría repetido enseguida por toda la
multitud.
Pronunciando aún unas plegarias, el Zipa tiraba al fondo de la laguna las admirables esmeraldas y
los objetos de oro, después se sumergía él mismo en las aguas sagradas. Resurgía purificado y la
barca regresaba a la ribera mientras que la multitud permanecía cabeza baja o de espaldas a la
laguna.
El rey marchaba de nuevo sobre las capas hasta su palanquín que lo llevaba hasta su morada. Una
vez el ritual y la consagración del Zipa acabados, comenzaba la fiesta que terminaba en la
ebriedad.
El relato de este fastuoso ceremonial llega hasta nuestros oídos por el conquistador español
Sebastián de Benalcázar quien, obsesionado por el oro, hizo la leyenda de Eldorado (el hombre
dorado), que iba a traer a América una multitud de aventureros en busca de ciudades de oro.
Leyendas Mayas: La Creación del Mundo
Antiguamente, no había sobre la tierra ningún hombre, ningún animal, ni árboles, ni piedras.
No había nada. Esto no era más que una vasta extensión desolada y sin límites, recubierta por las
aguas.
En el silencio de las tinieblas vivían los dioses Tepeu, Gucumats y Huracán. Hablaban entre ellos y
se pusieron de acuerdo sobre lo que debían hacer.
Después el mar se retiró, dejando aparecer las tierras que podrían ser cultivadas, donde los
árboles y las flores crecieron.
Los dioses se regocijaron de esta creación. Pero pensaron que los árboles no debían quedar sin
guardianes ni servidores. Entonces ubicaron sobre las ramas y junto a los troncos toda suerte de
animales.
Pero éstos permanecieron inmóviles hasta que los dioses les dieron órdenes:
-Tú, tu irás a beber en los ríos. Tú, tu dormirás en las grutas. Tu marcharás en cuatro patas y un día
tu espalda servirá para llevar cargas. Tú, pájaro, vivirás en los árboles y volarás por los aires sin
tener miedo de caer.
Los dioses pensaron que todos los seres vivientes debían ser sumisos en su entorno natural, pero
no debían vivir en el silencio; porque el silencio es sinónimo de desolación y de muerte. Entonces
les dieron la voz.
Pero los animales no supieron más que gritar, sin expresar ni una sola palabra inteligente.
- Porque ustedes no han tenido conciencia de quiénes somos, serán condenados a vivir en el
temor a los otros. Se devorarán los unos a los otros sin ninguna repugnancia. Escuchando eso, los
animales intentaron hablar. Pero sólo gritos salieron de sus gargantas y sus hocicos.
Los animales se resignaron y aceptaron la sentencia: pronto serían perseguidos y sacrificados, sus
carnes cocidas y devoradas por los seres más inteligentes que iban a nacer.
Leyendas Mayas: Los primeros hombres
Los dioses quisieron crear nuevos seres capaces de hablar y de recolectar lo que la tierra podría
ofrecerles. Pero estas nuevas criaturas debían ser capaces de rendir homenaje a sus creadores.
Es así que formaron el cuerpo del primer hombre con lodo. Lo modelaron con minuciosidad, sin
olvidar ningún detalle.
Desgraciadamente, el resultado fue deplorable: sin dientes, los ojos vacíos, sin ninguna gracia,
estos muñecos no podían mantenerse de pie y se desintegraban bajo el agua.
Sin embargo, el nuevo ser tenía el don de la palabra, una voz armoniosa, jamás oída en este
mundo. Pero no tenía conciencia de lo que decía.
A pesar de todo, los dioses decidieron que estos seres frágiles vivirían. Deberían luchar para
sobrevivir, multiplicarse y mejorar su especie, esperando que unos seres superiores no los
reemplazaran.
Las nuevas criaturas fueron fabricadas en madera para que ellas pudieran marchar bien derechas
sobre la tierra.
Se unieron entre ellas y tuvieron hijos. Pero estos seres no tenían sentimientos. No podían
comprender que debían su presencia sobre la tierra solo a la voluntad de los dioses.
Deambularon sin saber adonde iban, tales muertos vivientes. Cuando hablaban no había ninguna
emoción en sus voces.
Vivieron muchos años hasta que los dioses decidieron condenarles a muerte: una lluvia de cenizas
se abatió sobre estos seres imperfectos. Después el agua fluyó tanto que alcanzó las cimas de las
montañas más elevadas. Todo fue destruido.
Los dioses crearon entonces nuevos seres. Pero ellos no correspondieron tampoco a sus
esperanzas. El pájaro Xecot Covah les reventaba los ojos, mientras que el felino Cotzbalam los
destripaba. Los sobrevivientes afrontaron las acusaciones de todos los seres y objetos que se
creían sin alma: las piedras de moler, las marmitas, los cántaros, los perros, todos se quejaban de
los malos tratos que habían recibido y amenazaban ahora a los hombres.
Éstos tuvieron miedo, huyeron, subieron sobre los techos que se desplomaron. Entonces se
refugiaron en los árboles. Pero las ramas se rompieron. Intentaron encontrar refugio en las grutas;
pero las paredes se derrumbaron.
Los pocos sobrevivientes se transformaron en monos. Es por eso que los monos son los únicos
animales que evocan la forma de los primeros seres humanos de la tierra Quiché.
Entonces los dioses se reunieron una vez más a fin de crear un nuevo ser hecho de carne y hueso,
y dotado de inteligencia. Esta vez se sirvieron del maíz; modelaron su cuerpo con esta pasta blanca
y amarilla y les introdujeron pedazos de madera para que sean más rígidos.
- Habla en tu nombre y de los otros, y dinos cuáles son tus sentimientos. Eres consciente de tus
poderes?
- Ustedes nos han dado la vida y gracias a eso sabemos lo que sabemos, somos lo que somos;
hablamos, marchamos y comprendemos lo que nos rodea. Sabemos ya dónde reposan los cuatro
rincones del mundo, los cuales marcan los límites de todo lo que nos rodea.
Pero los dioses no apreciaron que los nuevos seres sepan tantas cosas. Faltaba que conocieran
sólo una parte del mundo que los rodeaba. Sólo una parte de lo que existía les sería revelada y no
deberían comprender todo. Faltaba limitar el campo de sus conocimientos a fin de reducir su
orgullo. Sino sus hijos percibirían aún mejor las realidades del mundo hasta saber tanto como los
dioses, y creerse dioses ellos mismos.
Faltaba remediar este peligro que sería fatal para el orden fecundo de la creación.
A fin de que estos seres no estuviesen solos, los dioses crearon las mujeres. Durmieron a los
hombres y ubicaron cerca de ellos a las mujeres, desnudas y apacibles.
Cuando se despertaron, vieron con alegría lo bellas que eran. Para distinguirlas les dieron nombres
que evocaban la lluvia según las estaciones.
Ciertos entre ellos eran más dotados que otros. Por esta razón los dioses los eligieron para que
fueran Adoradores y Sacrificadores, sacerdotes en las funciones más elevadas.
Los primeros seres engendrados eran tan bellos como su madre, tan fuertes como su padre y
supieron adivinar el misterio de sus orígenes.
Es así que Balam Quitzé y los otros ancianos fueron los generadores de los seres humanos que
vivieron, se desarrollaron y formaron las tribus del Quiché. Estos primeros hombres se propagaron
sobre la tierra, en la región del oriente.