Libertad y Responsabilidad
Libertad y Responsabilidad
Libertad y Responsabilidad
Dirá Alejandro Llano que «la posibilidad favorecida se hace mía de un modo
definitivo; no porque las demás me sean totalmente ajenas -como si no ejercieran en mí
ninguna sugestión-, sino porque íntima y originariamente doto a ésta de un valor conclusivo».
Y eso es lo que se aprecia en la respuesta rotunda de César: ¡La causa es mi voluntad!
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los
cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por
la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida» (Cervantes).
Hay una libertad física que equivale a la libertad de movimiento: poder ir y venir,
entrar o salir, subir o bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad está en la voluntad,
y la acción voluntaria es, ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante,
pues significa que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva la libertad
psicológica. Lo expresa muy bien un psiquiatra judío que estuvo internado en un campo de
La oveja siempre temerá al lobo, y la ardilla siempre vivirá en las copas de los árboles.
Sólo saben desempeñar, como cualquier otro animal, un papel necesariamente específico
invariablemente repetido por los millones de individuos que componen la especie, quizá
durante millones de años. El hombre, por el contrario, elige su propio papel, lo escribe a su
medida con los matices más propios y personales, y lo lleva a cabo con la misma libertad con
que lo concibió. Por eso el hombre progresa y tiene historia, frente al animal, incapaz de
progreso y de historia. Visto un león, decía Gracián, están vistos todos, pero visto un hombre,
sólo está visto uno, y además mal conocido.
Con cierta guasa ha escrito Alfredo Cruz que «todo elegir es un elegirnos, es un optar
por uno de nuestros posibles “yo”: aquel que corresponde como sujeto a la acción que hemos
elegido. Si ante una dama elegimos levantarnos y cederle nuestro asiento, estamos eligiendo
el caballero que podemos ser; sí, por el contrario, preferimos permanecer sentados, optamos
por el señorito que también podemos ser. A su vez, ella puede elegir entre resultar
encantadora o resultar provocadora, es decir, optar por la dama que puede ser o por la hembra
que también puede ser».
LA LIBERTAD NO ES ABSOLUTA3
Ser libre no es, por tanto, ser independiente. Al menos, si por independencia
entendemos no respetar los límites señalados anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar
las raíces o lanzarse a navegar sin rumbo, y por eso «la Providencia no ha creado al género
humano ni enteramente independiente ni completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un
círculo mortal a su alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el
hombre es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos» (Tocqueville).
La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia: estar
leyendo o redactando estos apuntes significa renunciar a estar, en este momento, jugando al
tenis o nadando. A su vez; nadar supone no poder, a la vez, andar en bicicleta o pasear. El
problema que se plantea debe resolverlo la libertad pesando el valor de lo que escoge y de lo
que rechaza. ¿Quién se atreverá a decir que escoge la vagancia y la hipocresía porque valen
tanto como la laboriosidad o la sinceridad? Puestos a renunciar, si se tiene buen criterio, sólo
vale la pena preferir lo superior a lo inferior.
A simple vista podría pensarse que la ley es el principal enemigo de la libertad, y así
lo piensan los ácratas o anarquistas. Sin embargo, tal oposición sólo es aparente. Al ser el
hombre un ser limitado, traspasar esos límites equivaldría a volverse contra sí mismo (es lo
que ocurriría si alguien se negara a comer o a respirar). De hecho, una existencia sin leyes
es tan imposible como un círculo cuadrado. Con cierto humor se ha escrito que «si no hubiese
ley de la gravedad, los cuerpos en lugar de caer hacia abajo podrían "caer" hacia arriba.
Podríamos ser despedidos súbitamente al espacio (...). El mar treparía y lo inundaría todo; el
océano se secaría; las estrellas y los planetas chocarían entre sí. No habría tierra firme ni
lugar donde asirnos, la sopa no estaría fija en el plato: se dispersaría, untándolo todo con su
pringosa sustancia» (A. Orozco). Simplemente, nada existiría: ni mar, ni estrellas, ni sopa.
Igual que el físico, el orden moral está sometido a leyes propias. Y saltarlas es siempre
un daño. Cualquier psiquiatra sabe que en la raíz de muchos desequilibrios se esconden
acciones a veces inconfesables. Ser libre no significa estar por encima de la moral, pero
otorga la posibilidad de no aceptarla y no cumplirla, aceptando sus consecuencias. Ahora
bien, la inmoralidad nunca puede defenderse en nombre de la libertad, pues entonces no
podríamos condenar otras inmoralidades como el asesinato, la mentira o el robo.
ESPONTANEIDAD Y AUTODOMINIO5
Mientras los animales conocen el bien sólo como objeto de su satisfacción sensible,
el hombre los capta como bien, y es capaz de ponerlo en relación con otros bienes superiores
e inferiores. Por eso, mientras que ante la comida el animal hambriento se dirigirá
necesariamente hacia ella, el hombre hambriento podrá comer o esperar, conforme lo vea
conveniente. No es movido necesariamente sino libremente. Un simple motivo para no comer
será apreciar que la comida no es suya, no haber concluido la jornada de trabajo, observar un
régimen de adelgazamiento, etc.
Todo acto libre es imputable (= atribuible a alguien). Por tanto, el sujeto que lo realiza
debe responder de él. Los actos pertenecen a quien los lleva a cabo, porque sin su querer no
se hubieran producido. Y es el agente, el que actúa, quien escoge la finalidad de sus actos y,
por consiguiente, quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Del mismo modo
que la libertad es el poder de elegir, con vistas a una finalidad, la responsabilidad es la aptitud
para dar cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son dos conceptos paralelos e
inseparables, y por eso ha dicho Victor Frankl que a la Estatua de la Libertad le falta, para
formar pareja ideal, la Estatua de la Responsabilidad.
¿Ante quién debemos responder? Cada persona es responsable ante los demás y ante
la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su conducta les afecte (no es lo mismo
poner una calificación injusta que condenar a muerte a un inocente. Tampoco es igual la
responsabilidad del ciclista y del camionero en caso de que ambos no respeten un semáforo.
Ni es igual robar dos dólares que dos millones; ni robar a un anciano pobre que a un
potentado. Las responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no
es lo mismo ser primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra tomates tiene la
misma responsabilidad que el que siembra marihuana; no tiene el mismo compromiso de
llegar a ser miembro útil de la sociedad el que ha recibido todas las oportunidades, que aquel
que no las ha tenido.
Para todos los hombres existe una clase de responsabilidad que es radical. En torno a
ella gira el más famoso de los soliloquios de Hamlet, cuando considera la posibilidad del
suicidio: «¡Ser o no ser: he ahí el problema! (...) Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y
desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor
desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el
paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con
un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una
vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo después de la muerte, esa ignorada región
cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno? Temor que confunde nuestra voluntad
y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que
desconocemos.»
Ha escrito Víctor Frankl que ser responsable significa tener que responder de algo
ante alguien. Ese alguien es, de forma inmediata, la conciencia. Pero la conciencia no es la
última sino la penúltima instancia ante quien debemos rendir cuentas. La última instancia es
un ser personal que está detrás de toda conciencia: Dios. Y está como testigo y espectador
invisible. Pero, ¿qué importa que sea invisible? Tampoco el actor que desempeña su papel
ante las cámaras de televisión ve al público. Y, sin embargo, lo hace plenamente consciente
de que hay millones de espectadores que siguen sus movimientos y sus palabras: sabe que
actúa ante alguien. Sólo sentirse responsable ante el gran testigo invisible es lo que pone al
hombre en la forzosa situación de colmar un sentido concreto y personal para su vida y de
ver que su existencia tiene un valor absoluto e incondicionado, por encima de cualquier
cfr., 381 y ss; A. Millán- Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, cit., 200-206; T. Melendo, «Las
dimensiones de la libertad», Anuario filosófico ,XXVII/2,1993, 583-602.
Esta libertad interior, nos permite hablar de dignidad de la persona ya que desde ella
queda claro que cada ser humano es la fuente de su actuar (un quién), es la base de los
derechos humanos y de ordenamiento jurídico. De ella brotan los derechos: a la libertad de
expresión; a la libre discusión en la búsqueda de la verdad, tanto teórica como práctica; a la
libertad religiosa, que incluye no sólo creer, sino también practicar una fe; a vivir según
dicten las propias creencias y convicciones, es decir, a respetar y seguir las normas morales
y éticas que señale la propia conciencia, o a la tradición a la que uno libremente pertenece o
al proyecto vital que uno elija, etc.
Hay que tener también en cuenta que la libertad interior no es una trinchera, detrás de
la cual uno se aísla. Es bueno descubrir y experimentar esta dimensión de la libertad (tan
propia de la adolescencia, edad en la cual el mundo interior es vivido por primera vez como
algo libre e inédito), pero hay que pasar al segundo nivel, la apertura, la manifestación, el
ejercicio de la libertad y su desarrollo. El que se queda en su dentro, es el introvertido. Sólo
vive la libertad sobre sí mismo, ama ante todo su independencia, no comparte su esfera
privada y, en consecuencia, se queda solo, sin amigos. Este tipo de personas se acerca a una
vivencia de la propia libertad que empobrece las posibilidades creativas de ésta; que le
empobrece a él.
La libertad constitutiva es apertura a todo lo real, no está atada a unos pocos objetos,
tiene una amplitud irrestricta de posibilidades11. La persona puede «pasearse» por el mundo
entero, porque es abierta, porque no está centralizada en un campo de intereses
predeterminable, sino que ella misma elige lo que le interesa. El hombre no soporta el
encerramiento porque, además de cuerpo y vida, tiene espíritu, es decir, apertura y libertad.
Sólo puede encarcelarse a un ser libre. Por eso es tan grave el privar de la libertad sin causa
y procedimiento justos. El crimen del secuestro, por ejemplo, es de los que claman al cielo,
ya que atentan directamente con la estructura ontológica de hombre. Las sociedades
totalitarias también son un atentado: no por habérsele quitado la libertad deja el hombre de
ser libre; pero por eso mismo, intentar suprimirla resulta máximamente antinatural y violento,
obligando a que ahí se restablezca el orden de la libertad.
Junto a lo que llevamos dicho, es muy importante advertir que el hombre no sólo es
libertad, no es un ser abstracto, desdibujado, que tiene que empezar de cero. La libertad
constitutiva convive con todo lo que uno ya es: el propio cuerpo, los elementos genéticos
cognitivos, afectivos, educacionales que cada hombre recibe en su nacimiento y en su
tradición propia. A esa herencia la hemos llamado síntesis pasiva. «La síntesis es
11La libertad constitutiva o trascendental es la «constitutiva apertura de nuestro ser al ser en general y en cuanto
ser», A. Millán-Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, cit., 200.
12 J. Vicente-J. Choza, cit., 409.
cronológicamente anterior a la libertad, pero cuando ésta se constituye, la asume. Yo no soy
libre de tener una determinada constitución biopsicológica, pero sí soy libre de asumirla o
no en mi proyecto biográfico»13. El hombre cuenta con una libertad situada, pues es libre
un determinado hombre (el hombre «en general» no existe), en un momento preciso. Y no
sólo no es independiente de lo recibido, sino que no es libre ni respecto a su nacer, ni respecto
a su morir (son cosas que le pasan). Por último, aunque uno marca los jalones de su propia
vida, aunque cada quien al elegir se elige como proyecto vital, también es cierto que todos
necesitamos de ayuda y que, a fin de cuentas, las grandes cosas que nos pasan son regalos,
dones, que uno es consciente de que no los merece (la vida, los padres, los amigos, las
personas que uno ama como marido o mujer, etc.).
Pero, ¿qué significa exactamente ser libre?, ¿cuál es el misterio humano que se
esconde bajo esa palabra tan valorada? A primera vista no parece sencillo establecerlo ya que
la fenomenología de la libertad es muy amplia. Libertad sugiere independencia, apertura,
autonomía, capacidad de elección, poder, querer, amor, voluntad. Soy libre cuando elijo y
cuando puedo elegir; soy libre porque mi voluntad lo es; por ser libre puedo amar y por ser
libre soy responsable. Libertad es también apertura ante lo nuevo y falta de construcción: no
estar ligado ni por vínculos ni por cadenas: materiales, por supuesto, pero tampoco
espirituales.
¿Qué es pues, la libertad? ¿Cuál es lo accesorio y lo esencial en este marco tan amplio
de posibilidades? ¿Cuál es el núcleo que nos puede permitir decir que en la libertad está la
centralidad de lo humano?
Un paso más lo proporciona la idea de elección. Libertad es elegir. Soy libre porque
puedo elegir, de entre todas las posibilidades que se me presentan, la que deseo, la que quiero,
porque yo, como última instancia absoluta, lo establezco. ¿No está aquí la esencia de la
libertad? A primera vista parecería que así es; libertad es ciertamente elegir y, a mayor
capacidad de elección, mayor libertad. Además, dejaría de ser libre justo cuando no puedo
elegir, cuando alguien me impone sus opciones o me confina en su espacio cerrado del que
no puedo salir. Pero, aunque pueda parecer sorprendente, la libertad no consiste
fundamentalmente en elegir. Identificar libertad con elección supone aceptar implícitamente
que se refiere sólo a las acciones y no a la persona en cuanto tal. Pero esto es un error, como
ya señaló Max Scheller: «Libre es originariamente un atributo de la persona, no de ciertos
actos (como querer) ni del individuo. Las acciones de un hombre nunca pueden ser más libres
que él mismo».
La libertad, pues, es apertura, pero no sólo; es elección, pero es más que elección.
¿Cuál es entonces el núcleo de la libertad? Karol Wojtyla lo ha señalado de modo certero y
profundo: la libertad es, sobre todo y fundamentalmente, autodeterminación y, más
precisamente, autodeterminación de la persona a través de sus acciones. La libertad es la
capacidad que tiene la persona de disponer de sí misma y de decidir su destino a través de
sus acciones. Este es el núcleo de la libertad, su estructura esencial.16
15 Cfr. J. A. García Cuadrado, Antropología filosófica, cit, pp. 146-149, y A. Millán - Puelles, la libre
afirmación de nuestro ser, RIALP, Madrid 1993.
16 En la explicación de la libertad sigo fundamentalmente a K. Wojtyla sobre todo en Persona e atto, aunque
algunos desarrollos se pueden encontrar en otros textos, como El hombre y su destino, Palabra, Madrid 1998.
Sobre Wojtyla Cfr. G. Benéytez, La libertad en el pensamiento de Karol Wojtyla Servicio de publicaciones de
la Universidad de Navarra, 1991, I pp. 89-176, y R. Buttiglione, El pensamiento de Karol Wojtyla, cit, pp. 168
y ss.
17 Puede plantearse y de hecho se plantea la cuestión de si la voluntad y la libertad deben de analizarse como
entidades separados o de modo unitario. En este texto, y siguiendo también a Wojtyla, no vamos a hacer un
LA LIBERTAD COMO DEPENDENCIA DE SÍ:
AUTODETERMINACIÓN
condiciones de la autodeterminación
Características de la autodeterminación
Pues bien, es precisamente este dominio de la persona sobre sí misma el que hace
posible la dimensión esencial de la libertad: la autodeterminación. «Todo ‘querer’
verdaderamente humano, indica Wojtyla, es precisamente autodeterminación (…) y
tratamiento diferenciado de la voluntad, sino que incluimos el dinamismo voluntario en el conjunto de la acción
libre por el que la persona se autodetermina. La razón estriba en que el «quiero» de la voluntad se identifica en
la práctica con el ejercicio de la libertad. En la persona no hay un querer voluntario que no sea libre. Por eso,
una opción posible -y es la que nosotros hemos adoptado- es estudiar ambos aspectos unitariamente en el
mecanismo de la autodeterminación electiva.
18 «Persona es quien se posee a sí mismo» (K. Wojtyla, persona e alto, cit, p.132).
19 R. Yepes, Fundamentos de antropología, cit, p. 160.
20 M. De Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Cap. XXII. Marías ha remarcado «la enérgica reivindicación
cervantina de la libertad » (J. Marías, la educación sentimental, cit., p.129, y también Cervantes clave española,
circulo de Lectores, Barcelona 1994).
presupone estructuralmente la autoposesión. En efecto, se puede decidir sólo de lo que
realmente se posee. Y puede decidir sólo quien posee. El hombre decide de sí mediante la
voluntad puesto que se posee a sí mismo»21. En este decidir sobre sí mismo consiste
esencialmente la libertad pero esa decisión se activa en las acciones concretas. Cuando quiero
algo, elijo una opción, pero lo que hago fundamentalmente es tomar una decisión sobre mí:
ser profesor o periodista; trabajar, descansar, jugar; amar u odiar, son decisiones sobre el
mundo pero son, sobre todo, decisiones sobre mí y sobre mi destino.
21 Karol Wojtyla, Persona e atto, cit, p. 132 Cfr. También en este sentido R Guardini, Persona e libertá. Saggi
di fondazione sulla teoría pedagógica, La scuola, Brescia 1987, pp. 97 y ss.
22 K. Wojtyla, Persona e atto, cit, p. 144.
23 Ibid., p. 137.
24 Cfr. J. R. R. Tolkien, El señor de los anillos, Minotauro, Barcelona.
naturaleza humana no es modificable: no puedo volar, no puedo vivir doscientos años, no
puedo dejar de ser hombre. Podría objetarse que estos límites no tienen su origen en la
libertad, sino en la corporalidad, que es la que restringe las posibles opciones de mi voluntad.
Pero esto no es completamente cierto. La corporeidad no es un peso para la libertad sino, al
contrario, el medio imprescindible para que ésta pueda expresarse. Nado, corro, pienso y vivo
gracias a mi cuerpo, que es, por tanto, la condición de posibilidad de mi libertad. Otra
cuestión es que mi estructura corporal sea limitada y me constriña a un abanico de
posibilidades que no puedo traspasar; pero, sin ese cuerpo, la libertad simplemente no
existiría. En definitiva, mi libertad es autodeterminación, posibilidad, por mi estructura
personal (corpórea, psíquica y espiritual) y, al mismo tiempo, limitada por ella.
Nosotros tenemos conciencia de que podemos elegir y de que podemos elegir esto o
aquello. Estas dos capacidades, de ejercicio y de especificación, integran la capacidad de
autodeterminación de la voluntad que se conoce como libertad de arbitrio, según la cual
efectuamos la elección. «Choice» es la palabra inglesa hoy más característica para designar
la libertad de elección: la “opción”. Quizá la institución más característica del uso
desconsiderado de esta acepción de la libertad sea la sociedad de consumo: la libertad, a
menudo, se reduce a la capacidad de elegir un producto en un mercado. Éstos pueden ser más
o menos iguales, incluso idénticos, pero lo importante es el hecho de poder seleccionar uno
y no otro, liberándose de una posible manipulación psicológica.
Sostiene Mill que «la única libertad que merece ese hombre es la de perseguir nuestro
propio bien a nuestra propia manera (our own good in our own way) mientras no intentemos
privar a los demás del suyo (…) cada uno es el mejor guardián de su propia salud física,
mental o espiritual. La humanidad se beneficia más consintiendo a cada uno vivir a su
manera, que obligándole a vivir a la manera de los demás28. Esta mentalidad está muy
extendida en Occidente, y viene a sostener que cada uno es libre de elegir lo que quiera,
siempre que los demás no se vean perjudicados: aunque alguien se equivoque, es preferible
dejarlo en el error antes que imponerle una opinión o una elección que no sea la suya propia.
No se puede hablar de proyectos de libertad mejores o peores. Lo más que se le puede decir
al hombre –sostiene- es que somos libres, pero no cómo ser bueno, cómo vivir una vida
buena, ya que la de cada quien es incomunicable a los demás.
Esta opinión contiene verdades indudables: sin libertad de elección, no se puede usar
de la libertad que constitutivamente se es; tampoco se puede imponer a nadie el bien y la
verdad a costa de sacrificar su libertad: vale intentar educar, guiar hacia unos valores, etc.
Pero imponer a alguien que ya puede decidir desde sí mismo, es rebajarlo como persona; la
autenticidad es un ideal irrenunciable29 y consiste en ser fiel a uno mismo. Pero en el hecho
de poner la libertad de elección como valor primero se advierten algunas deficiencias.
Según esta visión deformada, los fines de la acción pasan a ser indiferentes, lo que
importa es el carácter libre de la elección. Se prima la espontaneidad, pero no se recomienda
ningún valor en especial, ni un fin más que otro. Cada uno debe buscarlo por su cuenta, lo
cual fomenta la falta de proyectos comunes, el individualismo, la insolidaridad la
competencia y la desorientación a la hora de elegir. Si vivir con autenticidad significa
probarlo todo, al final lo que resulta es el vacío.
Cuando mi libertad se relaciona con la de los demás, ¿hasta dónde debo ser tolerante
con la elección ajena? Desde la libertad entendida como espontaneidad, ¿tiene sentido la
acción de aconsejar, de ayudar?, ¿hay algún criterio o todo vale lo mismo, o todo vale nada?
Si sólo hay espontaneidad, si no existe un acuerdo previo de qué cosas son perjudiciales, es
imposible establecer los límites de lo tolerable y lo intolerable: «el ideal de la libre elección
supone que hay otros criterios además del simple hecho de elegir»30.
Por último, la idea de que lo espontáneo es lo natural, y por lo tanto lo bueno, supone
ponerse en manos de la biología. Valgan como ejemplo unas palabras de J. A Marina, a
propósito de un consultorio radiofónico de educación sexual para jóvenes que aconsejaba
tener relaciones sexuales «cuando se desee»: «ese consejo es de una simplicidad mortal. La
libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas y otras, no. El
deseo no es indicio de nada más que de sí mismo. Es siempre un “motivo” para actuar, pero
sólo el deseo inteligente es “una razón” para actuar. La inteligencia integra el deseo dentro
de proyectos más amplios, brillantes y creadores (…); con frecuencia se confunde
espontaneidad con libertad, lo cual es muestra de analfabetismo. Todos los burros que
conozco son, desde luego, muy espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad».
Por otra parte, nuestras elecciones tienen consecuencias, también en el sujeto que
actúa, pues cuando son repetidas provocan hábitos, y éstos dan lugar a una segunda
naturaleza, a un nuevo modo de ser. Se requiere un criterio ético para juzgar las decisiones,
pues producen un enriquecimiento o un empobrecimiento personal. Se puede elegir
libremente una conducta que arruine la propia vida, o bien uno puede maximizar su libertad
haciendo de su vida una vida bella.
Si miramos ahora las cosas, no tanto desde la perspectiva ética, sino desde una
perspectiva vital y existencial, diremos que la tercera dimensión de la libertad consiste en la
realización de la libertad fundamental a lo largo del tiempo, es decir en la tarea de vivir la
propia vida y configurar una determinada biografía e identidad: la de uno mismo. La
realización de la libertad consiste en el conjunto de decisiones que van diseñando la propia
vida y en la incorporación de los resultados que producen esas decisiones. Con ello uno opta
por un determinado camino, dejando a un lado los demás: «la vida humana consiste en un
mecanismo de elección, de preferencia y postergación. Toda elección es a la vez
exclusión…»32. Al diseño y a la realización de ese conjunto de decisiones se le llama
proyecto vital.
A las metas altas que el hombre se propone se le llama ideales. Un ideal es un modelo
de vida que uno elige para sí y decide encarnar en sus acciones. Se convierte en un proyecto
vital cuando se decide seriamente ponerlo en práctica. La tercera dimensión de la libertad
consiste en tratar de realizar los propios ideales. Llegar a ser el que uno quiere, o no llegar:
tener éxito en la tarea que más importa o a caer en el fracaso.
El uso del libre arbitrio produce costumbres y hábitos. Hay una clase de hábitos en
cuya formulación interviene decisivamente la libertad de elección. La naturaleza se
perfecciona con los hábitos, ya que éstos hacen más fáciles alcanzar los fines del hombre.
Hemos definido al hombre como un ser intrínsecamente perfectible, es decir, que se tiene a
sí mismo como tarea. Si eso es posible es por el carácter de la persona: sus posibilidades en
cierto sentido son ilimitadas, y éstas se van a ir concretando a golpe de elección. Es decir,
cada hombre es un quién en sus propias manos: la más bella de las obras que nos han sido
encomendadas es la propia historia. La responsabilidad en este campo es ineludible.
Así pues la libertad moral puede ser una ganancia de libertad, en la medida en que
uno se vuelve capaz de hacer cosas que antes no podía. La virtud es una «expansión» de la
capacidad operativa. Así entendida, es el principal enriquecimiento que la libertad
proporciona. La libertad crece o disminuye, en primer lugar, dependiendo de cómo se use.
Lo propio del hombre es lograr el incremento de su libertad.
36Aristoteles, Ética a Nicómaco, 1103b 25. Las leyes de Platón es una obra escrita toda ella para enseñar a
educar en la virtud.