Libertad y Responsabilidad

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LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

NOCIÓN Y CLASES DE LIBERTAD1

En la versión de Shakespeare, cuando Julio César teme ser asesinado y decide no


acudir al Senado, se entabla este brevísimo diálogo:

- Decio, id y comunicad que César no irá.


- Poderosísimo Cesar, dejadme alegar alguna causa para que no
se burlen de mí cuando lo anuncie.
- ¡La causa es mi voluntad! ¡Que no iré!

Lo que define la libertad es precisamente el poder de dirigir y dominar los propios


actos, la capacidad de proponerse una meta y dirigirse hacia ella, el autodominio con el que
los hombres gobernamos nuestras acciones. En el acto libre entran en juego las dos facultades
superiores del alma: la inteligencia y la voluntad: la voluntad elige lo que previamente ha
sido conocido por la inteligencia. Antes de elegir es preciso deliberar, hacer circular por la
mente las diversas posibilidades, con sus diferentes ventajas e inconvenientes. La decisión
es el corte de esa rotación mental de posibilidades. Me decido cuando elijo una de las
posibilidades debatidas; pero no es ella misma la que me obliga a tomarla; soy yo quien la
hago salir del campo de lo posible.

Dirá Alejandro Llano que «la posibilidad favorecida se hace mía de un modo
definitivo; no porque las demás me sean totalmente ajenas -como si no ejercieran en mí
ninguna sugestión-, sino porque íntima y originariamente doto a ésta de un valor conclusivo».
Y eso es lo que se aprecia en la respuesta rotunda de César: ¡La causa es mi voluntad!

Ser hombre es ser libre. Por su condición racional el hombre es necesaria y


radicalmente libre. Conocer y no escoger sería un absurdo psicológico, una servidumbre
insufrible. Y así se explica que perder la libertad pueda llegar a repugnar tanto como perder
la propia vida: «Ignoro qué pensáis vos y los demás hombres acerca de esta vida; pero por lo
que a mí respecta, tanto me daría no vivir a vivir bajo el terror de un semejante a mí mismo»
(Shakespeare).

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los
cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por
la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida» (Cervantes).

Hay una libertad física que equivale a la libertad de movimiento: poder ir y venir,
entrar o salir, subir o bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad está en la voluntad,
y la acción voluntaria es, ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante,
pues significa que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva la libertad
psicológica. Lo expresa muy bien un psiquiatra judío que estuvo internado en un campo de

1 José Ramón Ayllón, cit., pp. 111-112.


exterminio nazi: «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección
de su propio camino. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es.
Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo ha entrado en ellas con paso
firme musitando una oración» (Víctor Frankl).

POR LA LIBERTAD EL HOMBRES SE HACE, DE ALGÚN MODO, A SÍ


MISMO2.

La oveja siempre temerá al lobo, y la ardilla siempre vivirá en las copas de los árboles.
Sólo saben desempeñar, como cualquier otro animal, un papel necesariamente específico
invariablemente repetido por los millones de individuos que componen la especie, quizá
durante millones de años. El hombre, por el contrario, elige su propio papel, lo escribe a su
medida con los matices más propios y personales, y lo lleva a cabo con la misma libertad con
que lo concibió. Por eso el hombre progresa y tiene historia, frente al animal, incapaz de
progreso y de historia. Visto un león, decía Gracián, están vistos todos, pero visto un hombre,
sólo está visto uno, y además mal conocido.

La diferencia fundamental entre ese hombre y cualquier otro animal no es


morfológica: es la libertad. Gracias a ella el hombre posee la admirable posibilidad de ser
causa de sí mismo. Y la posee en exclusiva. Todo su desarrollo fisiológico está contenido en
sus genes desde el principio, pero en sus genes no está escrita su libertad: sería como decir
que está determinada la indeterminación. Los genes me dicen cómo será el color de su piel y
de sus ojos, su estatura, su grupo sanguíneo y mil cualidades más. Pero nada me dicen sobre
sus ilusiones, sus proyectos, su cultura..., ni qué amigos tendrá o qué ciudad escogerá para
vivir.

Con cierta guasa ha escrito Alfredo Cruz que «todo elegir es un elegirnos, es un optar
por uno de nuestros posibles “yo”: aquel que corresponde como sujeto a la acción que hemos
elegido. Si ante una dama elegimos levantarnos y cederle nuestro asiento, estamos eligiendo
el caballero que podemos ser; sí, por el contrario, preferimos permanecer sentados, optamos
por el señorito que también podemos ser. A su vez, ella puede elegir entre resultar
encantadora o resultar provocadora, es decir, optar por la dama que puede ser o por la hembra
que también puede ser».
LA LIBERTAD NO ES ABSOLUTA3

El hombre no es un ser absoluto porque ninguna de sus facultades lo es. La limitación


es triple: física, psicológica y moral. Necesita nutrirse y respirar para conservar la vida; sus
limitaciones cognoscitivas y volitivas son evidentes; y respecto a la moralidad de sus actos,
sabe con seguridad que hay acciones que puede pero no debe realizar. Estos tres aspectos
limitan el campo de la libertad humana y orientan sus elecciones. Pero ello no debe
considerarse como algo negativo; parece lógico que a un ser limitado le corresponda una
libertad limitada: que el límite de su querer sea el límite de su ser. Si la libertad humana fuera
absoluta, habría que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.

2 José Ramón Ayllón, cit., pp. 112-113.


3 José Ramón Ayllón, cit., pp. 113-115.
La libertad tampoco es absoluta porque tiene un carácter instrumental: está al servicio
del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en función del cuadro; la liber-
tad está en función del proyecto vital que cada hombre desea, es el medio para alcanzarlo.
Por eso la libertad no es el valor supremo: «La libertad interesa porque hay algo más allá de
la libertad que la supera y marca su sentido: el bien» (Antonio Orozco).

Ser libre no es, por tanto, ser independiente. Al menos, si por independencia
entendemos no respetar los límites señalados anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar
las raíces o lanzarse a navegar sin rumbo, y por eso «la Providencia no ha creado al género
humano ni enteramente independiente ni completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un
círculo mortal a su alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el
hombre es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos» (Tocqueville).

La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia: estar
leyendo o redactando estos apuntes significa renunciar a estar, en este momento, jugando al
tenis o nadando. A su vez; nadar supone no poder, a la vez, andar en bicicleta o pasear. El
problema que se plantea debe resolverlo la libertad pesando el valor de lo que escoge y de lo
que rechaza. ¿Quién se atreverá a decir que escoge la vagancia y la hipocresía porque valen
tanto como la laboriosidad o la sinceridad? Puestos a renunciar, si se tiene buen criterio, sólo
vale la pena preferir lo superior a lo inferior.

LA LEY NO SE OPONE A LA LIBERTAD4

A simple vista podría pensarse que la ley es el principal enemigo de la libertad, y así
lo piensan los ácratas o anarquistas. Sin embargo, tal oposición sólo es aparente. Al ser el
hombre un ser limitado, traspasar esos límites equivaldría a volverse contra sí mismo (es lo
que ocurriría si alguien se negara a comer o a respirar). De hecho, una existencia sin leyes
es tan imposible como un círculo cuadrado. Con cierto humor se ha escrito que «si no hubiese
ley de la gravedad, los cuerpos en lugar de caer hacia abajo podrían "caer" hacia arriba.
Podríamos ser despedidos súbitamente al espacio (...). El mar treparía y lo inundaría todo; el
océano se secaría; las estrellas y los planetas chocarían entre sí. No habría tierra firme ni
lugar donde asirnos, la sopa no estaría fija en el plato: se dispersaría, untándolo todo con su
pringosa sustancia» (A. Orozco). Simplemente, nada existiría: ni mar, ni estrellas, ni sopa.

Igual que el físico, el orden moral está sometido a leyes propias. Y saltarlas es siempre
un daño. Cualquier psiquiatra sabe que en la raíz de muchos desequilibrios se esconden
acciones a veces inconfesables. Ser libre no significa estar por encima de la moral, pero
otorga la posibilidad de no aceptarla y no cumplirla, aceptando sus consecuencias. Ahora
bien, la inmoralidad nunca puede defenderse en nombre de la libertad, pues entonces no
podríamos condenar otras inmoralidades como el asesinato, la mentira o el robo.

ESPONTANEIDAD Y AUTODOMINIO5

4 José Ramón Ayllón, cit., p. 115.


5 José Ramón Ayllón, cit., pp. 115-116.
No es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad, desde cierto ángulo,
es justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad.
Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio, pero
sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de
valor y decidimos en consecuencia. Lo espontáneo en el hombre, como en el animal, es la
búsqueda del placer sensible, pero se nos advierte que «el que persigue el placer pospone a
él todas las cosas, y lo primero que descuida es su libertad» (Séneca).

Mientras los animales conocen el bien sólo como objeto de su satisfacción sensible,
el hombre los capta como bien, y es capaz de ponerlo en relación con otros bienes superiores
e inferiores. Por eso, mientras que ante la comida el animal hambriento se dirigirá
necesariamente hacia ella, el hombre hambriento podrá comer o esperar, conforme lo vea
conveniente. No es movido necesariamente sino libremente. Un simple motivo para no comer
será apreciar que la comida no es suya, no haber concluido la jornada de trabajo, observar un
régimen de adelgazamiento, etc.

Sócrates consideraba el autodominio como la manifestación más elevada de la


excelencia humana. Un autodominio que se manifiesta cuando el hombre se enfrenta a los
estados de placer, dolor y cansancio, cuando se ve sometido a la presión de las pasiones y de
los impulsos. El autodominio, en sustancia, significa el dominio de la propia animalidad me-
diante la propia racionalidad. Se comprende así que Sócrates haya identificado la libertad
humana con ese dominio racional de la animalidad: el hombre verdaderamente libre es el que
domina sus instintos; y el hombre verdaderamente esclavo es el dominado por sus instintos.
LA ELECCIÓN DEL MAL6

El carácter instrumental de la libertad hace que su uso pueda ser doble y


contradictorio, como un arma de dos filos que puede volverse contra uno mismo o contra los
demás: esclavitud, asesinato, alcoholismo, drogadicción, suicidio..., y también simple pereza
o irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad... Pertenece a la perfección
de la libertad el poder elegir formas diversas de llegar a un buen fin. Pero inclinarse por algo
que aparte del fin bueno –en eso consiste el mal- es una imperfección de la libertad. Si uno
tropieza no es porque ha visto el obstáculo, sino por todo lo contrario. Del mismo modo,
cuando libremente se opta por algo perjudicial, esa mala elección es una prueba de que ha
habido alguna deficiencia: no haber advertido el mal, o no haber querido con suficiente fuerza
el bien. En ambos casos la libertad se ha ejercido defectuosamente, y el acto resultante es
malo.

Es patente que la voluntad rechaza en ocasiones lo que la inteligencia presenta como


bueno. Incluso el que aconseja bien puede no ser capaz de poner en práctica su buen criterio.
En esos casos, para evitar la vergüenza de la propia incoherencia, el hombre suele buscar
una justificación con apariencia razonable -las razonadas sinrazones de Don Quijote-; y se
tuerce la realidad hasta hacerla coincidir con los propios deseos. El mismo lenguaje suele
denunciar esa actitud cobarde con expresiones como a mí me parece, esto es normal, todo el
mundo lo hace, no perjudico a nadie, etc.

6 José Ramón Ayllón, cit. pp. 116-117.


LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD7

Todo acto libre es imputable (= atribuible a alguien). Por tanto, el sujeto que lo realiza
debe responder de él. Los actos pertenecen a quien los lleva a cabo, porque sin su querer no
se hubieran producido. Y es el agente, el que actúa, quien escoge la finalidad de sus actos y,
por consiguiente, quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Del mismo modo
que la libertad es el poder de elegir, con vistas a una finalidad, la responsabilidad es la aptitud
para dar cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son dos conceptos paralelos e
inseparables, y por eso ha dicho Victor Frankl que a la Estatua de la Libertad le falta, para
formar pareja ideal, la Estatua de la Responsabilidad.

¿Ante quién debemos responder? Cada persona es responsable ante los demás y ante
la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su conducta les afecte (no es lo mismo
poner una calificación injusta que condenar a muerte a un inocente. Tampoco es igual la
responsabilidad del ciclista y del camionero en caso de que ambos no respeten un semáforo.
Ni es igual robar dos dólares que dos millones; ni robar a un anciano pobre que a un
potentado. Las responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no
es lo mismo ser primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra tomates tiene la
misma responsabilidad que el que siembra marihuana; no tiene el mismo compromiso de
llegar a ser miembro útil de la sociedad el que ha recibido todas las oportunidades, que aquel
que no las ha tenido.

Para todos los hombres existe una clase de responsabilidad que es radical. En torno a
ella gira el más famoso de los soliloquios de Hamlet, cuando considera la posibilidad del
suicidio: «¡Ser o no ser: he ahí el problema! (...) Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y
desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor
desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el
paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con
un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una
vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo después de la muerte, esa ignorada región
cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno? Temor que confunde nuestra voluntad
y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que
desconocemos.»

Ha escrito Víctor Frankl que ser responsable significa tener que responder de algo
ante alguien. Ese alguien es, de forma inmediata, la conciencia. Pero la conciencia no es la
última sino la penúltima instancia ante quien debemos rendir cuentas. La última instancia es
un ser personal que está detrás de toda conciencia: Dios. Y está como testigo y espectador
invisible. Pero, ¿qué importa que sea invisible? Tampoco el actor que desempeña su papel
ante las cámaras de televisión ve al público. Y, sin embargo, lo hace plenamente consciente
de que hay millones de espectadores que siguen sus movimientos y sus palabras: sabe que
actúa ante alguien. Sólo sentirse responsable ante el gran testigo invisible es lo que pone al
hombre en la forzosa situación de colmar un sentido concreto y personal para su vida y de
ver que su existencia tiene un valor absoluto e incondicionado, por encima de cualquier

7 José Ramón Ayllón, cit. pp. 117-119.


condición y circunstancia como puede ser la enfermedad, incluso la enfermedad incurable.

LA LIBERTAD INTERIOR O CONSTITUTIVA8

La libertad, una de las notas definitorias de la persona, permite al hombre alcanzar su


máxima grandeza, pero también es la condición de posibilidad de su mayor degradación. Es
quizás su don más valioso, porque empapa y define todo su actuar. El hombre es libre desde
lo más profundo de su ser. Por eso los hombres modernos han identificado el ejercicio de la
libertad con la realización de la persona9. Se trata de un derecho y de un ideal al que no
podemos y no queremos renunciar. No se concibe que no se pueda ser verdaderamente
humano sin ser libre de verdad.

La libertad tiene cuatro grandes planos, que se proponen e implican mutuamente.


Considerarlos atenta y correctamente permite admirar este don peculiar del hombre y evitar
reduccionismos y confusiones en su consideración. 10 A esto se dedicarán los epígrafes de
este capítulo: primero hablaremos de la libertad constitutiva, después de la libertad de
elección, en tercer lugar de la realización de la libertad y en cuarto lugar de la libertad social.

El primer lugar de consideración es la libertad constitutiva, también llamada


fundamental o trascendental. Es su nivel más profundo e indica que la persona humana es un
ser libre. Esta libertad no viene considerada como una mera propiedad de los actos del
hombre, sino como su mismo ser. ¿En que consiste? En ser una intimidad libre, un espacio
interior que nadie puede poseer si uno no quiere, y en el cual yo me encuentro a disposición
de mí mismo. Soy independiente, autónomo, tengo un campo interior de novedades
inaccesibles para nadie que no sea yo. Puede definirse como un poseerse en el origen, ser
dueño de uno mismo y, en consecuencia, de las propias manifestaciones y acciones.

Ningún cautiverio, prisión o castigo es capaz de suprimir este nivel de libertad: se


puede mantener una creencia, un deseo o un amor en el interior del alma, aunque
externamente se decrete su abolición absoluta. El hombre tiene un dentro que es inviolable,
en la misma medida en que el ser hombre se puede caracterizar como libertad: yo no tengo
libertad, sino que soy libre. En ese sentido, el único modo de eliminar la libertad fundamental
sería haciendo desaparecer al mismo hombre. Todas las formas de perseguir la religión o la
libertad de pensamiento se saldan con un fracaso, porque jamás llegan al interior de la
conciencia. La tortura es la violencia dirigida a lograr ese quebranto: lograr, por medio de la
destrucción de la libertad, la de persona misma. El torturador no cambia el modo de pensar
de alguien, sino que se dirige a la destrucción de su núcleo más sagrado. La maldad de este
tipo de acciones es tal porque justamente ataca al mismo ser del hombre, a su intimidad.

8 Cfr. Ricardo Yepes Stork, cit. pp. 121-130.


9 Cfr. La exposición del ideal moderno de la libertad dada por D. Innerarity, Hegel y el romanticismo. Tecnos,
Madrid, 1993, 25; cfr. Ibíd., 17-33, 48-65.
10 El desarrollo filosófico de esos cuatro planos se puede encontrar en J. Vicente –J. choza, filosofía del hombre,

cfr., 381 y ss; A. Millán- Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, cit., 200-206; T. Melendo, «Las
dimensiones de la libertad», Anuario filosófico ,XXVII/2,1993, 583-602.
Esta libertad interior, nos permite hablar de dignidad de la persona ya que desde ella
queda claro que cada ser humano es la fuente de su actuar (un quién), es la base de los
derechos humanos y de ordenamiento jurídico. De ella brotan los derechos: a la libertad de
expresión; a la libre discusión en la búsqueda de la verdad, tanto teórica como práctica; a la
libertad religiosa, que incluye no sólo creer, sino también practicar una fe; a vivir según
dicten las propias creencias y convicciones, es decir, a respetar y seguir las normas morales
y éticas que señale la propia conciencia, o a la tradición a la que uno libremente pertenece o
al proyecto vital que uno elija, etc.

Hay que tener también en cuenta que la libertad interior no es una trinchera, detrás de
la cual uno se aísla. Es bueno descubrir y experimentar esta dimensión de la libertad (tan
propia de la adolescencia, edad en la cual el mundo interior es vivido por primera vez como
algo libre e inédito), pero hay que pasar al segundo nivel, la apertura, la manifestación, el
ejercicio de la libertad y su desarrollo. El que se queda en su dentro, es el introvertido. Sólo
vive la libertad sobre sí mismo, ama ante todo su independencia, no comparte su esfera
privada y, en consecuencia, se queda solo, sin amigos. Este tipo de personas se acerca a una
vivencia de la propia libertad que empobrece las posibilidades creativas de ésta; que le
empobrece a él.

La libertad constitutiva es apertura a todo lo real, no está atada a unos pocos objetos,
tiene una amplitud irrestricta de posibilidades11. La persona puede «pasearse» por el mundo
entero, porque es abierta, porque no está centralizada en un campo de intereses
predeterminable, sino que ella misma elige lo que le interesa. El hombre no soporta el
encerramiento porque, además de cuerpo y vida, tiene espíritu, es decir, apertura y libertad.
Sólo puede encarcelarse a un ser libre. Por eso es tan grave el privar de la libertad sin causa
y procedimiento justos. El crimen del secuestro, por ejemplo, es de los que claman al cielo,
ya que atentan directamente con la estructura ontológica de hombre. Las sociedades
totalitarias también son un atentado: no por habérsele quitado la libertad deja el hombre de
ser libre; pero por eso mismo, intentar suprimirla resulta máximamente antinatural y violento,
obligando a que ahí se restablezca el orden de la libertad.

El espíritu, además de apertura, es actividad. La libertad debe realizarse: debo


diseñar libremente mi conducta. Por tanto la libertad constitutiva es también inquietud de
libertad, inclinación a auto-realizarse, a alcanzar el fin de la naturaleza humana del modo en
que uno decida hacerlo. La libertad hace que el hombre sea causa de sí mismo, en el orden
de las operaciones12. Se mueve uno a sí mismo hacia donde uno quiere, para alcanzar la
propia plenitud. El hombre, en cuanto que es radicalmente libre, está en sus propias manos.
La libertad fundamental hace posible el forjar un proyecto de vida. Se puede expresar así: «
¡Realízate! ¡Sé el que puedes llegar a ser!».

Junto a lo que llevamos dicho, es muy importante advertir que el hombre no sólo es
libertad, no es un ser abstracto, desdibujado, que tiene que empezar de cero. La libertad
constitutiva convive con todo lo que uno ya es: el propio cuerpo, los elementos genéticos
cognitivos, afectivos, educacionales que cada hombre recibe en su nacimiento y en su
tradición propia. A esa herencia la hemos llamado síntesis pasiva. «La síntesis es

11La libertad constitutiva o trascendental es la «constitutiva apertura de nuestro ser al ser en general y en cuanto
ser», A. Millán-Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, cit., 200.
12 J. Vicente-J. Choza, cit., 409.
cronológicamente anterior a la libertad, pero cuando ésta se constituye, la asume. Yo no soy
libre de tener una determinada constitución biopsicológica, pero sí soy libre de asumirla o
no en mi proyecto biográfico»13. El hombre cuenta con una libertad situada, pues es libre
un determinado hombre (el hombre «en general» no existe), en un momento preciso. Y no
sólo no es independiente de lo recibido, sino que no es libre ni respecto a su nacer, ni respecto
a su morir (son cosas que le pasan). Por último, aunque uno marca los jalones de su propia
vida, aunque cada quien al elegir se elige como proyecto vital, también es cierto que todos
necesitamos de ayuda y que, a fin de cuentas, las grandes cosas que nos pasan son regalos,
dones, que uno es consciente de que no los merece (la vida, los padres, los amigos, las
personas que uno ama como marido o mujer, etc.).

Imaginarse que la libertad consiste en la ausencia total de límites que constriñen, es


una fantasía: una libertad indeterminada, genérica, que no es nada y puede serlo todo, es una
abstracción inexistente. El hombre tiene cuerpo, historia, nacimiento y síntesis pasiva.
Confundir esa abstracción con la libertad es un error que Hegel supo criticar con agudeza.
Si al principio se pone una libertad que carezca de cualquier límite o determinación, lo que
resulta es la arbitrariedad y el capricho. La persona humana nunca parte de cero: vivimos en
una situación determinada y concreta; somos libres desde ella. La síntesis pasiva hay que
asumirla, no como una rémora, sino como una riqueza que me pone en condiciones de
formular libremente un determinado proyecto vital. Lo que ya soy no es un inconveniente,
sino, precisamente, aquello que posibilita en la práctica el ejercicio de mi libertad.

¿QUÉ SIGNIFICA SER LIBRE?14


La libertad es palabra mágica que convoca los corazones. ¿Quién no siente una
vibración interior cuando se la menciona? o ¿quién no se rebela interiormente ante la
posibilidad – aunque sea sólo pensada- de que el país en el que vive pueda ser sometido por
una potencia extranjera? La libertad parece tocar el núcleo de la persona de un modo más
decisivo que el de la inteligencia y por eso desentrañar su sentido profundo es una tarea
ineludible pera comprender al hombre de manera radical.

Pero, ¿qué significa exactamente ser libre?, ¿cuál es el misterio humano que se
esconde bajo esa palabra tan valorada? A primera vista no parece sencillo establecerlo ya que
la fenomenología de la libertad es muy amplia. Libertad sugiere independencia, apertura,
autonomía, capacidad de elección, poder, querer, amor, voluntad. Soy libre cuando elijo y
cuando puedo elegir; soy libre porque mi voluntad lo es; por ser libre puedo amar y por ser
libre soy responsable. Libertad es también apertura ante lo nuevo y falta de construcción: no
estar ligado ni por vínculos ni por cadenas: materiales, por supuesto, pero tampoco
espirituales.

¿Qué es pues, la libertad? ¿Cuál es lo accesorio y lo esencial en este marco tan amplio
de posibilidades? ¿Cuál es el núcleo que nos puede permitir decir que en la libertad está la
centralidad de lo humano?

13 J. Vicente-J Choza, cit., p. 324.


14 Cfr. Juan Manuel Burgos, cit, pp. 165-172.
Una primera aproximación a la idea de la libertad nos la da la noción de apertura15.
Ser libre es ser abierto y capaz de interaccionar con el mundo de una manera quasi-infinita
en coherencia con la espiritualidad del hombre. Frente al fijismo de lo material, la persona
esta abierta a la multiplicidad de lo real. Incluso, como hemos visto, su cuerpo está preparado
para esta posibilidad. Pero esta explicación, sin ser falsa, es demasiado genérica. No llega al
fondo de la cuestión ni satisface nuestras expectativas. Nadie entrega su vida por una genérica
apertura. Para comprender a fondo el enigma de la libertad resulta imprescindible ir más allá.

Un paso más lo proporciona la idea de elección. Libertad es elegir. Soy libre porque
puedo elegir, de entre todas las posibilidades que se me presentan, la que deseo, la que quiero,
porque yo, como última instancia absoluta, lo establezco. ¿No está aquí la esencia de la
libertad? A primera vista parecería que así es; libertad es ciertamente elegir y, a mayor
capacidad de elección, mayor libertad. Además, dejaría de ser libre justo cuando no puedo
elegir, cuando alguien me impone sus opciones o me confina en su espacio cerrado del que
no puedo salir. Pero, aunque pueda parecer sorprendente, la libertad no consiste
fundamentalmente en elegir. Identificar libertad con elección supone aceptar implícitamente
que se refiere sólo a las acciones y no a la persona en cuanto tal. Pero esto es un error, como
ya señaló Max Scheller: «Libre es originariamente un atributo de la persona, no de ciertos
actos (como querer) ni del individuo. Las acciones de un hombre nunca pueden ser más libres
que él mismo».

La libertad, pues, es apertura, pero no sólo; es elección, pero es más que elección.
¿Cuál es entonces el núcleo de la libertad? Karol Wojtyla lo ha señalado de modo certero y
profundo: la libertad es, sobre todo y fundamentalmente, autodeterminación y, más
precisamente, autodeterminación de la persona a través de sus acciones. La libertad es la
capacidad que tiene la persona de disponer de sí misma y de decidir su destino a través de
sus acciones. Este es el núcleo de la libertad, su estructura esencial.16

«YO QUIERO ALGO»: LA ESTRUCTURA ESENCIAL DE LA


LIBERTAD
La estructura esencial de la libertad puede resumirse en la explicación: «yo quiero
algo». Por la libertad, en primer lugar, elijo un objeto, un «algo» de los muchos que existen
en el mundo. Pero ese «algo» no queda fuera de mí, sino que repercute sobre mi «yo» y lo
modifica. Es más, en realidad, soy yo quien me modifico a mí mismo cuando realizo la acción
de querer, cuando pongo en el mundo la acción del «yo quiero». La libertad consta, pues, de
elección y autodeterminación y, al ser este último el aspecto más esencial, comenzamos
nuestro análisis por él.17

15 Cfr. J. A. García Cuadrado, Antropología filosófica, cit, pp. 146-149, y A. Millán - Puelles, la libre
afirmación de nuestro ser, RIALP, Madrid 1993.
16 En la explicación de la libertad sigo fundamentalmente a K. Wojtyla sobre todo en Persona e atto, aunque

algunos desarrollos se pueden encontrar en otros textos, como El hombre y su destino, Palabra, Madrid 1998.
Sobre Wojtyla Cfr. G. Benéytez, La libertad en el pensamiento de Karol Wojtyla Servicio de publicaciones de
la Universidad de Navarra, 1991, I pp. 89-176, y R. Buttiglione, El pensamiento de Karol Wojtyla, cit, pp. 168
y ss.
17 Puede plantearse y de hecho se plantea la cuestión de si la voluntad y la libertad deben de analizarse como

entidades separados o de modo unitario. En este texto, y siguiendo también a Wojtyla, no vamos a hacer un
LA LIBERTAD COMO DEPENDENCIA DE SÍ:
AUTODETERMINACIÓN
condiciones de la autodeterminación

Para comprender la autodeterminación resulta necesario partir de una serie de


conceptos previos: el primero es el de autoposesión18. Autoposesión significa que la persona
es dueña de sí, independiente y autónoma, y no está radicalmente a disposición de otro, sino
de sí misma. La autoposesión da lugar al autodominio - entendido no en sentido psicológico
sino estructural – y ambos, de manera conjunta, hacen posible la intimidad: yo soy mío, y
por serlo y para poder serlo tengo un espacio propio en el que vivo y habito, y en el que
decido de mi destino. Según Yépez Stork, la intimidad es «un espacio interior que nadie
puede poseer si uno no quiere, y en el cual yo estoy, de algún modo, a disposición de mí
mismo. Soy independiente, autónomo puedo entrar dentro de mí, y ahí nadie puede
apresarme, ni quitarme la libertad. Se trata de un espacio interior inviolable, que puede
definirse entonces como un poseerse en el origen, ser dueño de uno mismo, y, en
consecuencia, de las propias manifestaciones y acciones».19

La tortura consiste precisamente en el intento de violar esa intimidad, de romper este


autodominio y esta autoposesión para someter al hombre a otra voluntad, la del torturador.
Pero esa autoposesión es tan radical que, estrictamente hablando, nunca puede romperse. Ya
lo dijo Cervantes por boca de Don Quijote: «Bien sé que no hay hechizos en el mundo que
puedan mover y forzar la voluntad, como algunos siempre piensan; que es libre nuestro
albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce»20. Pero sí que es posible, sin embargo,
someter a la persona a tal grado de violencia que o bien no sea capaz de resistirla y ceda a
los deseos del torturador o quebrante de tal modo su estructura psicológica que pierda desde
el punto ejecutivo, el autodominio y la responsabilidad. Lo que se rompe entonces no es la
estructura constitutiva por la cual la persona se auto-posee, sino los niveles físicos o
psicológicos mediante los cuales esa estructura se manifiesta y expresa.

Características de la autodeterminación

Pues bien, es precisamente este dominio de la persona sobre sí misma el que hace
posible la dimensión esencial de la libertad: la autodeterminación. «Todo ‘querer’
verdaderamente humano, indica Wojtyla, es precisamente autodeterminación (…) y

tratamiento diferenciado de la voluntad, sino que incluimos el dinamismo voluntario en el conjunto de la acción
libre por el que la persona se autodetermina. La razón estriba en que el «quiero» de la voluntad se identifica en
la práctica con el ejercicio de la libertad. En la persona no hay un querer voluntario que no sea libre. Por eso,
una opción posible -y es la que nosotros hemos adoptado- es estudiar ambos aspectos unitariamente en el
mecanismo de la autodeterminación electiva.
18 «Persona es quien se posee a sí mismo» (K. Wojtyla, persona e alto, cit, p.132).
19 R. Yepes, Fundamentos de antropología, cit, p. 160.
20 M. De Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Cap. XXII. Marías ha remarcado «la enérgica reivindicación

cervantina de la libertad » (J. Marías, la educación sentimental, cit., p.129, y también Cervantes clave española,
circulo de Lectores, Barcelona 1994).
presupone estructuralmente la autoposesión. En efecto, se puede decidir sólo de lo que
realmente se posee. Y puede decidir sólo quien posee. El hombre decide de sí mediante la
voluntad puesto que se posee a sí mismo»21. En este decidir sobre sí mismo consiste
esencialmente la libertad pero esa decisión se activa en las acciones concretas. Cuando quiero
algo, elijo una opción, pero lo que hago fundamentalmente es tomar una decisión sobre mí:
ser profesor o periodista; trabajar, descansar, jugar; amar u odiar, son decisiones sobre el
mundo pero son, sobre todo, decisiones sobre mí y sobre mi destino.

Una de las primeras consecuencias de entender la libertad como autodeterminación


es que impide entender la voluntad meramente como una facultad. Una facultad es una
determinada capacidad de acción y la voluntad lo es. Pero la voluntad libre no es sólo eso,
sino mucho más, es la capacidad que tiene la persona de autodeterminarse como
consecuencia de su autodominio. No es, por tanto, una mera propiedad de los actos de la
persona y ni siquiera de la persona en cuanto tal, sino un modo ser. Otra consecuencia
importante y a la vez sorprendente es que, en contra de la interpretación más habitual, la
libertad no consiste en independencia sino en su contrario, en la dependencia, pero no de los
objetos sino de sí mismo. La persona es libre porque depende de sí misma, porque se auto-
posee. «En abstracto, la libertad es independencia, falta de dependencia. Pero, al contrario,
la falta de dependencia del ‘yo’ en la dinamización de un sujeto concreto equivale a la falta
de libertad, a la falta de su fundamento real»22.

Curiosamente, el aspecto autorreferencial de la libertad, que es el principal, ha sido,


sin embargo, el más descuidado. «En la tradición filosófica y psicológica, este ‘quiero’ se ha
examinado probablemente de manera excesiva desde el punto de vista del objeto externo,
considerado por tanto de un modo excesivamente unilateral como ‘quiero algo’ y quizá no lo
suficiente desde el punto de vista de la objetividad interna, como autodeterminación, como
simple, quiero»23.

La literatura a veces también ha seguido la misma tendencia, pero no siempre. El


señor de los anillos24, por ejemplo, es un maravilloso canto a la liberad; también a la libertad
autorreferencial. El anillo de Sauron, que simboliza y encarna el poder al que aspiran todos
los seres, impone siempre una elección radical: por o contra el anillo. Pero todos saben que
no están eligiendo simplemente un objeto, sino que se enfrentan a algo mucho más profundo:
la decisión de su destino: las sombras de Mondor o la luz de Rivendel. Optar por la posesión
del anillo es optar por la oscuridad, pero no sólo por la externa, sino también por la interna
porque los orcos son elfos caídos, es decir, seguidores de la luz que tomaron una decisión
equivocada, y que al cambiar de bando, modificaron simultáneamente su identidad. Y optar
por la destrucción del anillo significa, al contrario, decidir que se quiere seguir en la luz, que
se quiere ser verdadero luchando en el lado de la verdad a pesar de los sufrimientos o de las
dificultades que ello pueda comportar.

Una última cuestión que conviene indicar es que la capacidad de autodeterminación


humana es limitada. El hombre no puede rehacerse completamente a voluntad porque la

21 Karol Wojtyla, Persona e atto, cit, p. 132 Cfr. También en este sentido R Guardini, Persona e libertá. Saggi
di fondazione sulla teoría pedagógica, La scuola, Brescia 1987, pp. 97 y ss.
22 K. Wojtyla, Persona e atto, cit, p. 144.
23 Ibid., p. 137.
24 Cfr. J. R. R. Tolkien, El señor de los anillos, Minotauro, Barcelona.
naturaleza humana no es modificable: no puedo volar, no puedo vivir doscientos años, no
puedo dejar de ser hombre. Podría objetarse que estos límites no tienen su origen en la
libertad, sino en la corporalidad, que es la que restringe las posibles opciones de mi voluntad.
Pero esto no es completamente cierto. La corporeidad no es un peso para la libertad sino, al
contrario, el medio imprescindible para que ésta pueda expresarse. Nado, corro, pienso y vivo
gracias a mi cuerpo, que es, por tanto, la condición de posibilidad de mi libertad. Otra
cuestión es que mi estructura corporal sea limitada y me constriña a un abanico de
posibilidades que no puedo traspasar; pero, sin ese cuerpo, la libertad simplemente no
existiría. En definitiva, mi libertad es autodeterminación, posibilidad, por mi estructura
personal (corpórea, psíquica y espiritual) y, al mismo tiempo, limitada por ella.

LA LIBERTAD DE ELECCIÓN O DE ARBITRIO25

Nosotros tenemos conciencia de que podemos elegir y de que podemos elegir esto o
aquello. Estas dos capacidades, de ejercicio y de especificación, integran la capacidad de
autodeterminación de la voluntad que se conoce como libertad de arbitrio, según la cual
efectuamos la elección. «Choice» es la palabra inglesa hoy más característica para designar
la libertad de elección: la “opción”. Quizá la institución más característica del uso
desconsiderado de esta acepción de la libertad sea la sociedad de consumo: la libertad, a
menudo, se reduce a la capacidad de elegir un producto en un mercado. Éstos pueden ser más
o menos iguales, incluso idénticos, pero lo importante es el hecho de poder seleccionar uno
y no otro, liberándose de una posible manipulación psicológica.

El defecto en esta acepción de la libertad consiste en decir que la libertad de arbitrio


no es real, sino aparente. Según esta doctrina (el determinismo) nuestras elecciones y
decisiones están previamente determinadas por motivaciones que ignoramos pero que no son
auténticas causas de nuestro comportamiento. Estas motivaciones determinantes procederían
de la síntesis pasiva: el código genético, los sistemas de condicionamiento debidos al
aprendizaje infantil, las frustraciones psicológicas, el subconsciente, la clase social, el
sistema económico…Todos estos factores reducirían casi a cero el margen de la libertad de
elección: la libertad sería sólo una apariencia de libertad. Cuando uno cree actuar libremente,
en realidad está siguiendo un interés predeterminado, aunque lo desconozca (supervivencia
de la especie, de la clase social, inconsciente, represiones, etc.). Este planteamiento es muy
frecuente en las ciencias sociales (psicología, sociología, etc.), en la neurología, en el
psicoanálisis, en el marxismo, etc. Responde a una explicación materialista del hombre.

En cambio, la experiencia espontánea nos asegura de modo rotundo e innegable que


uno muchas veces puede afirmar ante algo: «lo hago porque me da la gana»26. Esta evidencia
sólo se puede negar formulando una teoría que dice que el ¡no me da la gana! es una
apariencia falsa. Pero vivir en la sospecha acaba resultando una actitud sospechosa de
intereses. La «filosofía de la sospecha», que ve detrás de todo motivaciones ocultas, es un
camino ya desacreditado para entender al hombre. Es evidente que la síntesis pasiva
condiciona nuestra libertad de decisión. Pero una cosa es condicionar y otra suprimir. Los
intereses inclinan a la voluntad en un determinado sentido, pero no anulan la libertad.

25 Cfr. Ricardo Yepes Stork, cit., pp. 124-127.


26 Esto lo tematiza Descartes: cfr. A. Millán-Puelles, La libre afirmación de nuestro ser, cit., 206-213.
El exceso en la valoración de la elección consiste en decir que la libertad significa, de
modo principal, elección, y que basta elegir para agotar los proyectos de quien es libre. Lo
importante sería elegir; el bien o el mal son categorías externas a la libertad, no influyen en
ella. El más cualificado representante de este modo de pensar es J. S. Mill, para quien «si
una persona posee una razonable cantidad de sentido común y experiencia, su propio modo
de disponer de su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí mismo, sino porque es
su modo propio»27. Se trata de una exageración del derecho a vivir según las propias
convicciones. Exageración no porque el tener convicciones sea malo, sino porque pide
tenerlas de un modo que olvida que es hombre.

Sostiene Mill que «la única libertad que merece ese hombre es la de perseguir nuestro
propio bien a nuestra propia manera (our own good in our own way) mientras no intentemos
privar a los demás del suyo (…) cada uno es el mejor guardián de su propia salud física,
mental o espiritual. La humanidad se beneficia más consintiendo a cada uno vivir a su
manera, que obligándole a vivir a la manera de los demás28. Esta mentalidad está muy
extendida en Occidente, y viene a sostener que cada uno es libre de elegir lo que quiera,
siempre que los demás no se vean perjudicados: aunque alguien se equivoque, es preferible
dejarlo en el error antes que imponerle una opinión o una elección que no sea la suya propia.
No se puede hablar de proyectos de libertad mejores o peores. Lo más que se le puede decir
al hombre –sostiene- es que somos libres, pero no cómo ser bueno, cómo vivir una vida
buena, ya que la de cada quien es incomunicable a los demás.

Este modo de entender la libertad va necesariamente acompañada de la idea de que


todos los valores son igualmente buenos para aquel que libremente los elige, pues lo que los
hace buenos no es que en sí mismos lo sean, sino el hecho de que son libremente elegidos. A
su vez, todo aquello que alguien elija libremente, es no sólo tolerable, sino admirable, puesto
que es expresión de autenticidad. Lo importante -se sostiene- no es hacer el bien o el mal
(eso acaba siendo categorías subjetivas que dependen de cada quien), sino ser honrado con
uno mismo, expresarse de un modo autentico, no reprimir la propia espontaneidad con reglas
o modos de hacer extraños a uno mismo.

Esta opinión contiene verdades indudables: sin libertad de elección, no se puede usar
de la libertad que constitutivamente se es; tampoco se puede imponer a nadie el bien y la
verdad a costa de sacrificar su libertad: vale intentar educar, guiar hacia unos valores, etc.
Pero imponer a alguien que ya puede decidir desde sí mismo, es rebajarlo como persona; la
autenticidad es un ideal irrenunciable29 y consiste en ser fiel a uno mismo. Pero en el hecho
de poner la libertad de elección como valor primero se advierten algunas deficiencias.

Se tienden a dejar en la penumbra los condicionamientos de la elección. Para Mill,


la libertad equivale prácticamente al uso de la voluntad como poder o dominio, que es la
elección respecto del futuro. La elección respecto al pasado, que llamábamos aprobar o

27 S. Mill, Sobre la libertad, Espasa-Calpe, Madrid, 1991, Ed. D. Negro, 161.


28Ibíd., 79. Esta libertad incluye «configurar el plan de nuestra vida para que encaje con nuestro propio carácter;
hacer lo que nos plazca sometiéndonos a las consecuencias que pudieran derivarse, sin que nos lo impidan
nuestros semejantes, en tanto no les perjudique lo que hagamos, aun cuando ellos puedan pensar que nuestra
conducta es demencial, perversa o errónea».
29 Cfr. Ch. Taylor, Ética de la autenticidad, cit.
refutar, y que se ejerce respecto a lo que ya soy, es poco tenida en cuenta. Por eso se concibe
la libertad como espontaneidad, porque se piensa que el deseo espontáneo nace sólo de sí
mismo, y con él se realiza uno a sí mismo. Pero ser de verdad espontáneo es muy difícil:
creer que uno se realiza a sí mismo sólo por elegir lo que «espontáneamente» prefiera es
engañarse, pues equivale a guiarse por los deseos e impulsos sensibles, no por la voluntad.
Es un vivir que me pasa, más que un vivir cuya fuente de autenticidad sea yo.

Según esta visión deformada, los fines de la acción pasan a ser indiferentes, lo que
importa es el carácter libre de la elección. Se prima la espontaneidad, pero no se recomienda
ningún valor en especial, ni un fin más que otro. Cada uno debe buscarlo por su cuenta, lo
cual fomenta la falta de proyectos comunes, el individualismo, la insolidaridad la
competencia y la desorientación a la hora de elegir. Si vivir con autenticidad significa
probarlo todo, al final lo que resulta es el vacío.

Cuando mi libertad se relaciona con la de los demás, ¿hasta dónde debo ser tolerante
con la elección ajena? Desde la libertad entendida como espontaneidad, ¿tiene sentido la
acción de aconsejar, de ayudar?, ¿hay algún criterio o todo vale lo mismo, o todo vale nada?
Si sólo hay espontaneidad, si no existe un acuerdo previo de qué cosas son perjudiciales, es
imposible establecer los límites de lo tolerable y lo intolerable: «el ideal de la libre elección
supone que hay otros criterios además del simple hecho de elegir»30.

Independientemente de la elección de algo, lo elegido tiene en sí mismo un


determinado valor, que favorece o no el perfeccionamiento de la persona interesada y de los
que la rodean: las cosas y las acciones tiene un valor y una naturaleza objetivos. Si la
marihuana es perjudicial o no, no es algo que dependa sólo de mi convicción. Cuando se
afirma que mi elección es buena por el mero hecho de ser mía, en realidad se está diciendo
que yo no me equivoco al elegir, y por tanto cualquier cosa que haga es signo de autenticidad.
Pero con esto, cada quien se queda solo con sus problemas: a nadie le puede importar lo que
tú hagas, «es asunto tuyo». Y es que, al final, la libertad reducida a espontaneidad no es otra
cosa que la consagración teórica del egoísmo: cada quien centrado en sus problemas, lo
insolidario es molestar a los demás, meterse en sus ámbitos privados: todo intento de hacer
respetar principios, se considera falsamente como intolerancia. No es extraño que se haya
llegado a hablar, en los países occidentales, de una muchedumbre solitaria.

Por último, la idea de que lo espontáneo es lo natural, y por lo tanto lo bueno, supone
ponerse en manos de la biología. Valgan como ejemplo unas palabras de J. A Marina, a
propósito de un consultorio radiofónico de educación sexual para jóvenes que aconsejaba
tener relaciones sexuales «cuando se desee»: «ese consejo es de una simplicidad mortal. La
libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas y otras, no. El
deseo no es indicio de nada más que de sí mismo. Es siempre un “motivo” para actuar, pero
sólo el deseo inteligente es “una razón” para actuar. La inteligencia integra el deseo dentro
de proyectos más amplios, brillantes y creadores (…); con frecuencia se confunde
espontaneidad con libertad, lo cual es muestra de analfabetismo. Todos los burros que
conozco son, desde luego, muy espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad».

30 Ch. Taylor, Ética de la autenticidad, cit., 75.


Entre el determinismo y la libertad se puede afirmar que algunas decisiones humanas
son fruto de la libertad de elección; que la elección puede ser acertada o desacertada, porque
podemos elegir bien, y mejorar nuestra condición, o mal, y equivocarnos respecto de lo que
nos conviene. La espontaneidad no asegura que acertamos al elegir, para lograrlo
necesitamos unos criterios, de modo que las preferencias se llevan a cabo, no según las
«ganas», sino respondiendo a un proyecto de vida concretado en ciertos valores, marcados
por un determinado fin. Esos valores se aprenden mediante una educación: uno se encuentra
situado dentro de una institución (por ejemplo, y sobre todo, la familia) y de una tradición.
Y además se aplican a la propia circunstancia concreta mediante la prudencia.

Por otra parte, nuestras elecciones tienen consecuencias, también en el sujeto que
actúa, pues cuando son repetidas provocan hábitos, y éstos dan lugar a una segunda
naturaleza, a un nuevo modo de ser. Se requiere un criterio ético para juzgar las decisiones,
pues producen un enriquecimiento o un empobrecimiento personal. Se puede elegir
libremente una conducta que arruine la propia vida, o bien uno puede maximizar su libertad
haciendo de su vida una vida bella.

LA REALIZACIÓN DE LA LIBERTAD: EL PROYECTO VITAL31

Si miramos ahora las cosas, no tanto desde la perspectiva ética, sino desde una
perspectiva vital y existencial, diremos que la tercera dimensión de la libertad consiste en la
realización de la libertad fundamental a lo largo del tiempo, es decir en la tarea de vivir la
propia vida y configurar una determinada biografía e identidad: la de uno mismo. La
realización de la libertad consiste en el conjunto de decisiones que van diseñando la propia
vida y en la incorporación de los resultados que producen esas decisiones. Con ello uno opta
por un determinado camino, dejando a un lado los demás: «la vida humana consiste en un
mecanismo de elección, de preferencia y postergación. Toda elección es a la vez
exclusión…»32. Al diseño y a la realización de ese conjunto de decisiones se le llama
proyecto vital.

La instalación del hombre en el tiempo va cambiando con su propio porvenir. En


ella el hombre se va enfrentando al futuro mientras proyecta y realiza su propia vida. Y es
que la propia vida se vive hacia delante. Llevarla a cabo es decidirse por un conjunto de
trayectorias vitales que nacen de las decisiones tomadas por cada uno en sus circunstancias,
es tomar decisiones que acaban decidiendo en el mapa del mundo personal: elegir una carrera
y no otra, casarse con una persona, aceptar un puesto de trabajo, cambiar de ciudad, tener un
hijo, etc.

La biografía de nuestra vida se compone de un haz de trayectorias concretas que tiene


que ver con el modo en que uso mi libertad en distintos momentos, pero también con la
felicidad que busco y no termino de encontrar, con las oportunidades que tenga o encuentre,
con las verdades que descubra, los acontecimientos que ocurran, etc. Vivir es ejercer la
capacidad de forjar proyectos, y de llevarlos a cabo. De ahí que, dependiendo de la ambición

31 Cfr. Ricardo Yepes Stork, cit. pp. 129-130.


32
J. Marías, Antropología metafísica, cit., 28.
de los proyectos, las vidas sean grises, iluminadas, previsibles, rutinarias, bellas, heroicas,
aburridas, etc. De esta manera advertimos cómo la tercera dimensión de la libertad es el
desarrollo en el tiempo de la libertad fundamental o, dicho de otro modo, vivir la propia vida,
completar la propia biografía. Quizás la frase de la película “Mr. Holland´s opus”: La vida
es lo que te ocurre, mientras estás ocupado haciendo otros planes.

En ese camino, la espontaneidad no basta. Si no hay un hacia dónde, una meta, la


libertad se hace irrelevante: « ¿Whisky o ginebra?» Esto, mientras no sea la puerta a una
borrachera, es en sí una elección trivial33, no importa, la libertad no merece la pena por eso.
«La libertad se mide por aquello respecto de lo cual la empleamos»34. Por eso en ella lo más
importante son los proyectos, el blanco al que apuntan las trayectorias, el fin que se busca,
etc. A la virtud de aspirar a lo verdaderamente importante los clásicos la llamaban
magnanimidad. Era magnánimo el hombre que aspira a cosas grandes, por ser merecedor de
ellas. Nosotros hoy podemos seguir diciendo que todo ser humano merece aspirar a cosas
grandes, aunque su consecuencia sea difícil. El riesgo y la dificultad son propios de las tareas
que valen la pena y de los valores más altos. En caso contrario, la vida se convierte en un
continuo « ¿whisky o ginebra?», en un dudar sobre elecciones que resultan banales,
estúpidas. Si no hay un fin alto y atrayente, un proyecto rico y arriesgado, la elección se
reduce a lo trivial y la persona se empobrece vitalmente. Si lo hay, la libertad y el hombre
mismo se dilatan de modo irrestricto. Esto quiere decir, de momento, que a su capacidad de
autoperfeccionarse mediante un buen uso de la libertad, la persona añade una capacidad de
ponerse metas ilimitadamente altas, que estimulan su acción, y que nacen de la cierta
infinitud de su inteligencia y de su voluntad.

A las metas altas que el hombre se propone se le llama ideales. Un ideal es un modelo
de vida que uno elige para sí y decide encarnar en sus acciones. Se convierte en un proyecto
vital cuando se decide seriamente ponerlo en práctica. La tercera dimensión de la libertad
consiste en tratar de realizar los propios ideales. Llegar a ser el que uno quiere, o no llegar:
tener éxito en la tarea que más importa o a caer en el fracaso.

EL CRECIMIENTO DE LA LIBERTAD: SU RENDIMIENTO35

El uso del libre arbitrio produce costumbres y hábitos. Hay una clase de hábitos en
cuya formulación interviene decisivamente la libertad de elección. La naturaleza se
perfecciona con los hábitos, ya que éstos hacen más fáciles alcanzar los fines del hombre.
Hemos definido al hombre como un ser intrínsecamente perfectible, es decir, que se tiene a
sí mismo como tarea. Si eso es posible es por el carácter de la persona: sus posibilidades en
cierto sentido son ilimitadas, y éstas se van a ir concretando a golpe de elección. Es decir,
cada hombre es un quién en sus propias manos: la más bella de las obras que nos han sido
encomendadas es la propia historia. La responsabilidad en este campo es ineludible.

Pero en el desarrollo de la vida hay innumerables obstáculos: externos


(impedimentos, cantos de sirena, el mal) e internos (el cansancio, la distracción, la debilidad

33 L. Polo, «La libertad posible», en nuestro tiempo, 234, 1973, 54-70.


34 Id., Quién es el hombre, cit., 220.
35 Cfr. Ricardo Yepes Stork, cit, pp. 127-128.
de la voluntad, etc.). Hay que fortalecer la capacidad humana. A esa acción se le suele llamar
virtud, una «facilidad» adquirida para elegir lo conveniente. «Virtuoso» parece sinónimo de
«bondadoso» y de «espíritu débil». Sin embargo virtud viene de vis, que significa «fuerza»,
en su significado clásico. El que tiene «virtud» es que tiene «fortaleza» para mantener como
objetivo de su vida la excelencia. La virtud, es por tanto, un fortalecimiento de la voluntad,
que lleva al rendimiento positivo de la libertad. Gracias a ella, uno adquiere una fuerza que
antes no tenia, y puede hacer cosas que antes parecían imposibles. Así pasa en el campo del
deporte: el entrenamiento permite adquirir facilidad para el esfuerzo.

La adquisición de la virtud permite aspirar a bienes arduos, más lejanos que la


satisfacción sensible presente, pero cuya consecuencia exige tiempo y esfuerzo. Sin las
virtudes morales el hombre está debilitado para emprender la búsqueda y la conquista de
bienes arduos. Ni la investigación, ni la verdad, ni la fidelidad a la palabra dada, se pueden
entender sin la virtud de la fortaleza. Mas para saber lo que es conveniente necesitamos de la
prudencia, y querer ser justos, y no dejarnos llevar por las pasiones sino ser templados.
Prudencia, justicia, fortaleza y templanza son los quicios en torno a los cuales gira la puerta
de la moralidad. La tercera dimensión de la libertad se llama libertad moral, nace del buen
uso de la libertad de elección y consiste en el fortalecimiento y ampliación de la capacidad
humana que se llama virtud.

Si el hombre elige mal, si opta por lo que no le conviene, le sobreviene un


debilitamiento que se llama vicio, hábito negativo que consiste en volverse incapaz de aspirar
a perseguir bienes convincentes y posibles. Si uno miente habitualmente acaba siendo
mentiroso y le costará salir de ese modo de ser. Las virtudes y los vicios se obtienen con la
práctica de los actos que los producen, actos que al principio son libres, pero luego no lo son
tanto, pues la inclinación que produce la costumbre, ahorrando a uno la decisión, hace más
costoso actuar en sentido contrario36.

Así pues la libertad moral puede ser una ganancia de libertad, en la medida en que
uno se vuelve capaz de hacer cosas que antes no podía. La virtud es una «expansión» de la
capacidad operativa. Así entendida, es el principal enriquecimiento que la libertad
proporciona. La libertad crece o disminuye, en primer lugar, dependiendo de cómo se use.
Lo propio del hombre es lograr el incremento de su libertad.

36Aristoteles, Ética a Nicómaco, 1103b 25. Las leyes de Platón es una obra escrita toda ella para enseñar a
educar en la virtud.

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