Antaki Iram La Evolución Científica 1997

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Ikram Antaki

La evolución científica

Fotografía: Rogelio Cuéllar


Ikram Antaki nació en Damasco, Siria, en 1947. Estudió Antropología Social en la
Universidad de París III, París VIl y en la Escuela Práctica de Altos Estudios.
Trabajó en la Escuela Práctica de Altos Estudios, en el Museo del Hombre y en el
Museo Nacional de Historia Natural, en París.
En México fue investigadora en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del
Tercer Mundo, en la Dirección General de Culturas Populares, en el Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en la Universidad Nacional
Autónoma de México, en la Subsecretaría de Energía.
Ha colaborado en El Día, Uno más uno, Excélsior, El Universal, El Nacional,
Siempre!, Los Universitarios, Vuelta, etc., así como en los canales 7, 11, 13, 22, TV
UNAM y en Radio Red.
Sus libros han silo publicados en diversos idiomas. En francés, tiene Deir Atieh
(ensayo de antropología rural, 1973, París); en árabe, su poemario Las aventuras de
Hanna, en buena salud hasta su muerte 01975. Beirut); en español, el libro de entrevistas
Encuentro con Yasser Arafat (1980).
En español tiene publicado: Las aventuras de Hanna en la historia (poesía, 1984);
Poemas de los judos y de los árabes (poesía, 1989); La cultura de las árabes (ensayo,
1989); La pira (poesía, 1990): La tercera cultura, nuestras races islamoárabes (ensayo,
1990); El libro de la casa-tierra (ensayo, 1991) Epiphanios (ensayo, 1992); El secreto de
Dios (novela, 1992); Segundo Renacimiento, pensamiento y fin de siglo (ensayo, 1992);
El espíritu de Cordoba (novela, 1994): en colaboración, Simbiosis de cultura, los
inmigrantes y su cultura en México (1993); El pueblo que no quería crecer (ensayo bajo el
pseudónimo de Polibio de Arcadia, 1996), y los cinco volúmenes de En el Banquete de
Platón (1996/97, historia, religión, filosofía, ciencia, grandes temas).
La escuela católica, detonador de mayores rebeldías

—¿Cómo se ha ido transformando tu idea de Dios


desde que eras niña hasta la fecha?
—Yo vengo de una casa de tradición griega ortodoxa, pero
librepensadora. Eso significa que respetaban la tradición, pero pedían
a la tradición que fuera respetuosa con su pensamiento. Daban dinero
a la Iglesia, mantenían la Iglesia. Dos veces al año mandaban aceite y
otras cosas al convento de Sednaya porque así debe de ser, porque las
casas grandes hacían eso, pero al mismo tiempo, cuando recibían la
visita de la jerarquía de la Iglesia bromeaban con ellos; les faltaban al
respeto de manera tierna, los maltrataban suavemente y los
cuestionaban.
Recuerdo en la casa un icono del siglo XI, que siempre ha sido
alumbrado. Era un respeto histórico, no un reconocimiento religioso.
Mi abuelo decía de la jerarquía eclesiástica: "¿Cómo los voy a
respetar, si yo los nombro?"
Me metieron a una escuela de madres franciscanas. Ahí pasé la
totalidad de cursos, de los cuatro a los dieciocho años. Desde la
maternal hasta la baccalaureat, el bachillerato.
Eran monjas católicas. ¿Por qué ahi? Porque era la escuela donde
las familias bien ponían a sus hijos. Podían escoger entre dos
escuelas: el Liceo Francés y las madres franciscanas. Pero el Liceo
era mixto; ahí iban los hijos de los maestros de la burguesía mediana
ilustrada. Las viejas familias mandaban a sus hijas con las madres
porque eran más conservadoras. Los hijos varones podían ir con los
maristas y luego con los zaristas. En Siria no había jesuitas. Más tarde
se podía mandar a los varones a la universidad Saint Joseph de
Beirut.

La escuela no tuvo una influencia religiosa sobre mí, más bien la


escuela fue el detonador de mayores rebeldías. Nosotros, ortodoxos,
éramos los chicos malos en relación con el catolicismo; no
obedecíamos al Papa. Todo el ritual católico nos parecía inaceptable;
tampoco tenía gran cosa que ver con nuestra tradición oriental; era la
barbarie en relación con lo que considerábamos como el verdadero
cristianismo. Ponte en la situación de gente que, aunque no sea
religiosa, se consideraba como parte de la primera Iglesia;
querámoslo o no, somos los primeros cristianos del mundo. Es en la
ciudad de Antioquía donde los hombres recibieron por primera vez el
nombre de cristianos.

Esta es nuestra tradición. Había mucho orgullo histórico, pero


poca creencia. Una tradición cuestionante. No la inventé yo, no fue
mi rebeldía propia. Simplemente tomé lo que recibí en herencia; es
decir, leer, pensar, discutir, dudar y exagerar un poco. Lo que hice fue
radicalizar la rebeldía de los que me precedieron y llegué a los
rechazos.

Durante muchísimos años, desde la adolescencia hasta el final de


la primera juventud, me consideré como una auténtica atea. De
hecho, tuve un período radicalmente anticlerical. Ya no. Esto no
significa que volví a la fe, sino que dejé en el pasado estas
seguridades revertidas, a la vez que dejé esta distancia jocosa que se
tenía en mi casa. Ellos se permitían el lujo de ser a la vez increyentes
y respetuosos de la tradición. Yo no supe mantener este equilibrio. Fui
increyente y rechacé mi historia. Exageré. Y, al exagerar, no me di
cuenta de que había escogido, finalmente, las soluciones fáciles. La
absoluta increencia no es más que una fe nueva. Asegurar que "no",
es igual que asegurar que “sí"; simplemente volteas tu creencia. Esta
etapa me duró muchos años. Mi aprendizaje fue muy lento.

La fe, la filosofía, la ciencia

—¿Y la fe?
-Prácticamente jamás la tuve. No recuerdo tiempos de fe. No
recuerdo estos grandes arrebatos místicos. Te repito: en mi casa no los
había. Los observaba desde fuera y los observaba en el mundo de los
católicos.
La Iglesia ortodoxa es una Iglesia bastante mundana. No tenemos
grandes santos. El único que teníamos, San Jorge, nos lo quitaron
porque parece que esto de matar dragones no es muy serio.
No tenemos esta tradición de sufrimiento y de flagelaciones. Es
una Iglesia que ha sido poderosa y que, cuando puede, anda muy
cerca de los poderes. Bizancio tenía dos cabezas: el emperador y el
patriarca; ambos andaban de la mano. A veces se peleaban, pero el
imperio no podía funcionar correctamente sin su colaboración.
Con el tiempo, con la lejanía, no llegué a la fe. Creo que tengo
una incapacidad ontológica para creer; "observo, luego constato”; no
creo. Y, mientras más lejos voy, es decir, mientras más pienso y
envejezco, menos posible me parece dimitir del pensamiento en favor
de la fe. No tengo tampoco envidia de los creyentes. Sé que resuelven
muchos problemas. Sé que de tener fe, hubiera resuelto muchos de
los míos, pero ahí estoy; cargo con mis angustias y mis dudas. Así
seguiré hasta el final. No tengo respuestas.
Mi acercamiento a la ciencia ocurrió hace unos catorce años. No
me ha resucito mis problemas; no está para eso. La ciencia te dice el
cómo, no te dice ni el porqué ni el para qué. Podría algún día decirte
desde dónde y hacia dónde, pero nunca las razones.
—¿Y la filosofia?
—La filosofía no responde. La filosofía pregunta. La filosofía es
ponerse a preguntarse cosas. Responderlas es asunto de la vida. Hay
pocas respuestas; es el camino el que vale. Sócrates llamó esto
"elenchos", interrogatorio o argumentación. No más. Éste es el
destino de un hombre que piensa. Nuestra grandeza y nuestra tragedia
al mismo tempo es que somos los únicos seres con preguntas, dudas
y angustia. Ni siquiera los más superiores de los mamíferos,
prehomínidios, tienen angustia. Nosotros buscamos razones. Es
nuestra particularidad. Las religiones han sido inventadas por los
hombres, las tragedias también. Yo pertenezco a esta geografía que ha
inventado todos estos asuntos. Me alejé lo más que pude. He ido
hasta el otro lado del planeta. Ahora sé que fue un gran privilegio el
haber nacido ahí por la herencia, no por la fe. Yo no sé cómo funciona
eso del ADN, pero si existe un gen de la civilización, esos pueblos lo
tienen. Les dieron tres metros de desierto, les dijeron "Hagan una
civilización, si pueden" y la hicieron. Sacaron las plantas del suelo,
domesticaron los animales, los transformaron en siervos de los
hombres. Cuando los humanos necesitaron de la trascendencia,
inventaron las religiones y a Dios. Cuando necesitaron de un poco de
orden, inventaron al Estado. Cuando necesitaron un poco de justicia,
inventaron a la ley. Cuando quisieron libros, el resultado fue Homero
y la Biblia; cuando quisieron poesía, el resultado fue El cantar de los
cantares.
Prácticamente toda la herencia de Occidente nació ahí; lo mejor
de nuestra modernidad occidental. Y yo reclamo esta herencia como
un hecho de civilización, no de fe.
La fe no se discute. Se tiene o no se tiene. La fe no ofrece
argumentos, de lo contrario no sería fe. Estos pobres diablos que
quieren probar científicamente su fe, no entendieron nada. Una fe no
se prueba, se cree y ya. Yo no tengo esta suerte y parece que jamás la
tendré. Somos seres que ni siquiera eran necesarios ni obligatorios en
el transcurso de la evolución. La ciencia nos dice que fuimos un azar.
—¿Tú crees en lo que dice la ciencia?
—La palabra "creer" no tiene sentido. Sabemos algunas cosas: de
cambiar algunas variables no estaríamos aquí. No hay razón, no hay
por qué, no hay para qué, pero ahí estamos y buscamos razones.
Algunos las encuentran en la política: generalmente, las razones que
buscamos en la política han sido las peores. Algunos las encuentran
en la religión. Otros se buscan razones más chicas o más grandes,
según el tamaño del alma de cada quién. Y otros se quedan frente a la
inmensidad del vacío.
—¿Y tú dónde te quedas?
—Ante la vastedad del espacio y la infinitud del tempo, con mi
desamparo a cuestas y, sin embargo, estoy aquí, y hay que hacer
cosas y hacerlas bien, ¿por qué? Porque un hombre es lo que hace.
Estamos aquí; no somos necesarios, no somos amables y sin
embargo, existimos y sufrimos; y no hay necesidad de que suframos
tanto.
La religión ha sido nuestro invento. Dios y los dioses han sido
nuestro invento. Qué terrible espíritu han tenido esos hombres que
han inventado la eternidad del dolor. Qué pobre y triste dios es ese,
que obligaría a sus criaturas a la eternidad del sufrimiento. Está bien:
mil años, tres mil años, cinco mil, pero ¿por qué la eternidad? Yo no
puedo dejar detrás mi formación científica reciente.
En las relaciones entre la Iglesia y la ciencia ha habido dos
grandes choques: uno en relación con lo extremadamente grande, el
otro en relación con lo extremadamente chico. El primer choque fue
en en el siglo XVII, cuando la Tierra dejó de ser el centro inamovible
del mundo. De repente todo cambió. Éste fue el período de
Copérnico, Galileo, Kepler, Giordano Bruno, etc. El segundo gran
choque fue en el siglo XIX, con Darwin. Este siglo XX, a pesar de lo
que se dice, no ha sido un siglo antirreligioso, al contrario. Ha sido un
siglo de armisticio entre ciencia y religión y esto, gracias a la
astronomía, a lo extremadamente grande. Con el descubrimiento del
Big Bang, el principio del mundo se ubica en este momento inicial.
Antes, no había ni tempo ni espacio. Después, hay todo. Esto se
parece mucho a lo que se dice en la Biblia. No es un azar que el Papa
haya dicho a los físicos que lo visitaban: "Antes del Big Bang, me
corresponde a mí; después del Big Bang, les corresponde a ustedes.”
Ahí está Dios, el Fiat Lux de las Escrituras, que se parece como
dos gotas de agua al momento de Planck. La física llama así a la
fracción de segundo, 10 a la menos 33, que precedió al inicio del Big
Bang. Ahí caben todos los misterios y la física y la religión
anduvieron de la mano durante tres cuartos de siglo. La astronomía
permitió este amasiato. El problema es que llegamos a un momento
donde esta relación comienza a sufrir sacudidas.
—¿Por qué?
—Era demasiado idílico. ¿Por qué? Porque se descubrieron
estrellas en los confines del universo, es decir, más viejas que el
principio. Como que no checa, ¿no? O quizás habría varios
principios, o quizá nunca hubo principio.
La idea de un principio a partir de la nada es inaceptable
filosóficamente. Volvemos a la gran discusión que dura desde los
griegos hasta hoy: ¿hay principio o no lo hay?
La teoría del Big Bang es aún lo suficientemente sólida y seria
como para perdurar, pero esta empezando a ser cuestionada, y yo
tengo la leve sospecha de que en los próximos años nos
encontraremos ante otro gran choque entre ciencia y religión, algo
parecido a lo que pasó en el siglo XVII. Me gustaría vivir lo
suficiente para presenciar ese momento, así que voy hacia más
curiosidad, no hacia más creencia. Repito: la fe nunca habitó mi casa.
La comprendo en los demás; comprendo la necesidad de la gente de
contestar algunas cosas, aliviar la angustia de la muerte. Somos seres
que dicen ser mortales y afirman al mismo tempo su inmortalidad. Es
formidable, no paramos de contradecirnos: y esto me enternece
Pero algunos somos menos felices; no tenemos este recurso.
—¿La fe sería una salida fácil?
—¿Quién habla de felicidad? No hay salidas fáciles, ni creer ni
no creer son fáciles. Digamos que la fe es un recurso que otros no
tenemos
—En El segundo renacimiento pusiste una frase que dice
“estamos aún en la prehistoria del espíritu humano", ¿es por esto
que lo dices?
—No es por esto. En El segundo renacimiento estoy citando a
Jacques Monod, que habla de este hombre que despertará de su
sueño para descubrir su total soledad y su radical extrañeza; debe
vivir en un universo sordo a su música, indiferente a sus esperanzas lo
mismo que a sus sufrimientos y a sus crímenes. ¿Quién es el que
tiene la valentía y la lucidez suficientes para aceptarlo? Los demás
buscan calmar sus angustias y su deseo de explicación. Pero ni
siquiera la fe lo logra: si estuvieran seguros de lo que dicen, no
tendrían dudas, habría demostración.
Si su Dios, si sus creencias, si su inmortalidad furan tan seguros,
no necesitarían de la fe.
Todo esto es bastante patético. Yo observo la religión desde el
punto de vista histórico: es la historia de la patética búsqueda de los
hombres para dar sentido a su presencia sobre la Tierra y a su muerte.
Y, cuando digo patético no estoy siendo despreciativa. Ningún
historiador puede ser siquiera medianamente bueno si no tiene hacia
su objeto de su estudio una profunda simpatía. Sería como ese crítico
gastronómico que entra en los restaurantes sin ganas de comer.
Tengo una inmensa simpatía hacia esa gente que busca creer y a
veces lo logra y otras no. Los humanos son los únicos seres que
buscan trascendencia; no les basta con comer y aparearse. Quieren
más. Quieren dar sentido a su vida.
El problema es que a partir de la búsqueda de la trascendencia se
establecen las instituciones y éstas son forzosamente a la medida de
los humanos, con sus jerarquías, sus terrores, sus intolerancias.
El asunto de la fe es mucho más noble que la religión. La religión
es a la fe lo que hacer el amor es al amor: es decir, la fe es grande, la
religión lo es menos, y sus jerarquías, sus instituciones, son del
tamaño que le damos nosotros, los humanos.
Yo ya no puedo afirmar; ya no tengo la dad de las afirmaciones,
tengo ya la edad de los " quizás". Soy una agnóstica proclamada. No
sé. Puede ser que sí, puede ser que no. Probablemente no.
Probablemente no hay nada. No tengo los argumentos para afirmarlo.
Nadie los tiene.

Un recorrido por el espacio y el tiempo

—¿Y el alma?
—Durante un tiempo tuvimos definiciones muy precisas sobre el
alma. Decíamos que el alma es el más alto nivel de la organización de
la materia. Y andamos haciendo nuestra búsqueda en el noûs de los
griegos, el espíritu y una mezcolanza rara. Finalmente, no sabemos lo
que es. El que ya tiene una definición del alma, miente. Está
simplificando un problema mayor. No hay definición. Por supuesto
que esto pasa por el cerebro, pero por supuesto que el cerebro mismo
pasa por el cuerpo, por supuesto que somos conocimiento y
sensibilidad, por supuesto que somos herencia y experiencia. ¿El
alma es todo eso? No sé. El alma a veces es grande, a veces es chica;
eso tiene que ver con el recorrido que tenemos en la vida. No me
pidas definiciones, pídeme una reflexión: mi alma es todo este
espacio de vida entre mi nacimiento acá y mi exposición: me he
expuesto mucho, no fui pusilánime y la dimensión que recorrí es
inmensa. Ahora, ¡busca la tuya!
Si buscas definiciones precisas, caíste mal. Yo no las tengo.
Llevamos milenios tratando de comprender algunas cosas. A veces
pensamos que nos acercamos. Generalmente no nos acercamos. Lo
único que que hacemos es calmarnos un poco
—¿Tú has buscado calmarle?
—Yo estoy definitivamente más calmada. En árabe, al viejo se le
llama “ajus". "Ajus" significa literalmente "el que no puede”, "el que
ya no puede", pero lo que ya no puede no es correr, no es ganar el
pentatlón: no puede resolver los problemas del mundo. La sabiduría
es sufrimiento, es amargura, es vejez, es quien se acerca a decir "no
puedo": no puede con el mundo, no puede comprender, no puede
acabar con la muerte, no puede sobrevivir, no puede, no puede.
—Pero eso ya es una afirmación...
—¿Será? ¿Una vida de experiencias y de pensamientos para
llegar a esto? Cuando decimos "rápido como el pensamiento”
decimos una burrada. El pensamiento es tan rápido como una carrera
de bueyes. Necesitamos ochenta años para darnos cuenta de que ¡no
podemos!
—Y cuando te das cuenta de que no podemos, ¿le calmas?
—Ya se acabó. Aunque no te calmes, la vida ya te calmó. Ya no
te queda más vida,
—¿El decirte "no sé" es un adelanto?
—Ya es algo, pero el problema es que ya se acabó.
—¿Es más angustiante?
—Te vas a quedar con la angustia. El que quire despachar la
angustia a la baja, ése ni siquiera merece su nombre de hombre, no
merece la dignidad de hombre. A aquellos que dicen "A mí no me
preocupa, yo soy feliz", no tengo nada qué deciles. Está muy bien,
que vayan en su camino. Yo sí me preocupo porque ésta es mi
dignidad de hombre. Nací para eso. Nací para hacerme preguntas que
no tienen respuestas. Es lo que me hace hombre. Y lo que me hace
hombre me lleva a inventar algo tan grande como los dioses.
—¿Eso sería el conocimiento?
—¡Cómo mezclas las cosas! El conocimiento es todo. La ciencia
te da conocimiento, la historia te da conocimiento, el sufrimiento te
da conocimiento, todo es un medio de conocimiento..

Entre las palabras y las estrellas

—¿Y la literatura?
—Esto ya es algo un poco más lejano. La literatura tiene más que
ver con la creatividad. Creatividad y conocimiento no son lo
mismo. Pero hay grandes preguntas que no tienen respuestas. ¿Sabes
lo que es saber pensar? Es saber jerarquizar los datos, no mezclar las
cosas. Aprender a pensar es saber organizar:. Si te pregunto ¿qué es
un conejo? y me contestas: "es un animal rápido y sabroso", los dos
datos son ciertos, pero eso prueba que no sabes pensar, porque
mezclas los datos. Organizar los datos es saber pensar.
El conocimiento lo tienes desde el principio de tu vida. Aprendes
a caminar y ya tienes el conocimiento de la caminata. Aprendes a
chupar y ya tienes el conocimiento de la chupada y luego aprendes
más cosas y más cosas y más cosas. Es una acumulación. Luego la
cantidad se transforma en calidad, cambia las cosas.
Los humanos buscan para calmar sus angustias y, porque no se
pueden quedar así enfrentados al gran vacío, inventan.
La ciencia podría contestarles algo más. Puede contestar, por
ejemplo, a la pregunta " ¿cómo funciona este universo?" Hace ya un
buen tiempo que sabemos hacer vida en laboratorio: esto es parte del
conocimiento. Pero aun así no sabemos cuál es la razón de las cosas.
Dar la razón de las cosas es un invento de las religiones. Y la
grandeza de los humanos se mide en el grado de complicación de sus
religiones y de sus mitos, con uno o varios dioses, con infiernos, con
cielos, con santos, toda una gran variedad para responder al ¿para
qué?
—¿Y no han respondido?
—Bueno, los que están dentro creen que han respondido, los que
estamos fuera sabemos que no han respondido. Los primeros sí
tienen respuestas.

—En una entrevista me dijiste: "El único medio que tengo para
descubrir la verdad son las palabras. Para mi son un instrumento
para saber las verdades en el nivel más bajo y saber la Verdad en el
nivel más alto.
—No tiene relevancia. Sabemos que las palabras cambian. Mira,
entre una palabra que usamos ahora y una que ha sido utilizada en el
siglo XV, cambia el significado totalmente, entre la palabra que
utilizo yo y la que utiliza la generación de mi hijo hay una zanja
inmensa; entre la que utilizo yo y la que utiliza la gente del pueblo, el
sentido es distinto. La misma palabra es traicionera. Depende de las
circunstancias de los hombres y las experiencias de su tiempo.
Entonces ¿cuál palabra? Es el medio más frágil que existe. Los que
manejan el lenguaje matemático tienen más suerte, pero nosotros,
pobres diablos, qué es lo que tenemos... Lees un texto en español del
siglo XIII y no lo entiendes. Vas a Cuba, apenas a unos kilómetros,
tampoco entiendes. ¿Acaso vale la pena apostar la Verdad sobre un
instrumento tan endeble?
—Antes te preguntabas sobre eso, sobre tu conciencia de finitud,
sobre las verdades, ¿ahora cuáles son tus preguntas?
—Son las mismas, pero antes tenía respuesta, ¡ahora no!
—¿Y la muerte?
—L.a muerte ahí está.
—¿Cómo la consideras?
—No la considero. Los humanos no la pueden aceptar. Es
prepotencia de los seres humans que quieren dejar algo, ¿cual
algo…?
—¿En eso buscamos la eternidad?
—Eternidad es una palabra demasiado grandota. El concepto de
eternidad no es muy viejo. Antes se trataba de perdurar. El tiempo que
le pones a esta perduración varía. Un libro, con un poco de suerte,
vive 30 años. Estamos hablando de los clásicos, pero aún así, el
sentido de eso es muy relativo. ¿Tú sabes lo que es el reloj cósmico?
Tomas el principio del universo desde que hay universo y encuentras
que la humanidad ocupa la última fracción del último minuto. Toda la
historia de la humanidad, desde la pequeña Lucy que descubrieron en
África, hasta el final de este siglo... Todo esto, todo este ruido y este
furor, la historia no escrita y luego la historia escrita, no ocupa más
que una fracción de minuto del último día del calendario cósmico. Y
adentro de eso, andamos hablando de hacer perdurar nuestra
soberana tontería. Hubo un momento en que no hubo ni eso porque
no había materia.
¿Sabes lo que te da el estudio de la astronomía? La modestia: soy
poco, muy poco, si me observo.
No hay eternidad ni perduración para nosotros y ahí estamos,
frente a la inmensidad del espacio y la infinitud del tiempo. Con
nuestros inventos de hombre este pequeño cerebro apenas utiliza una
mínima parte de su capacidad. ¿Qué pasaría si lo usáramos del todo?
¡No estaríamos haciendo una entrevista como ésta!

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