Articulo Cartografias Del Sur Timpanaro-Flores Beltrán-Spinosa

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Título: La economía popular entre la representación y la

normatividad. Contrapuntos entre la matriz liberal de la


Constitución y la tradición del derecho laboral en Argentina.
Autores: Berenice Timpanaro*, Victoria Flores Beltrán**, Lucas Spinosa***

Resumen
El trabajo en la etapa actual ha ido transformándose, aportando dimensiones
de análisis que exceden los marcos teóricos tradicionales. Así, al trabajo
estable a lo largo del tiempo y en un mismo lugar de la sociedad fordista se
le contrapone una empleabilidad dinámica, flexible e inestable, donde los
trabajadores circulan por ámbitos de formalidad e informalidad de manera
permanente. En este contexto surge lo que podemos denominar como sector
de la economía popular, que puede ser definido como formas de autoempleo
adaptadas a las herramientas y contextos socioeconómicos de la clase obrera
y que funciona como estrategia de resistencia al proceso de exclusión del
mercado de trabajo. Esta forma de resistencia tiene sus expresiones desde el
campo de la organización popular y gremial pero aún no ha podido
consolidar una estructura normativa acorde. El presente trabajo busca de
manera exploratoria, preguntarse acerca de la posibilidad de la
deconstrucción de la matriz jurídica liberal en torno al trabajo, que desde la
Constitución Nacional empaña al resto del ordenamiento jurídico, en
contraposición con la estela jurisprudencial progresista que ha sabido
generar la lucha gremial en los tribunales.

Palabras clave: Economía popular, derecho laboral, representación, resistencia

**Abogada de la Universidad de Buenos Aires, Especialista en Magistratura, UNSAM. Doctoranda en Derechos


Humanos, UNLA. Email: [email protected]
****Abogada de la Universidad de Buenos Aires, Especialista en Derecho del Trabajo con formación en Género,
UCLM. Email: [email protected]
******Sociólogo de la Universidad de Buenos Aires. Becario Doctoral de la Carrera de Relaciones del Trabajo,
FSOC-UBA. Maestrando en Ciencias Sociales del Trabajo, UBA. Email: [email protected]
I. Introducción
El presente trabajo constituye una primera aproximación a la temática vinculada a
la economía popular y la matriz jurídica argentina. En tal sentido nos preguntamos
acerca de cuáles son los límites que impone la Constitución Nacional como eje
ordenador de nuestra sociedad, su vinculación con el derecho laboral y cuáles son los
límites que marca al desarrollo del sector de la economía popular como un emergente de
las nuevas formas del trabajo en el capitalismo actual. En función de ello nos hemos
propuesto de manera exploratoria aproximarnos al tema desde tres ejes principales. Por
un lado indagar en las definiciones en torno al trabajo en la etapa actual del capitalismo,
poniendo énfasis en el surgimiento de un nuevo sector, segregado y que, con
herramientas adquiridas a lo largo de su experiencia, produce diferentes acciones
autogeneradoras de trabajo y que se van articulando con el sector formal del mercado
laboral. Por otra parte, analizamos cómo aborda esta problemática la Constitución
Nacional y qué tensiones normativas genera con un sector de reciente aparición, en
contraposición con los principios rectores de un ordenamiento jurídico y social que tiene
su base en el pasaje de una sociedad colonial a otra moderna y en vías de desarrollo. Por
último, como tercer cuestión, analizamos desde un nivel meso estas tensiones a la luz de
la tradición normativa del derecho laboral argentino y de qué manera ese marco jurídico
ordena y limita el desarrollo de la economía popular en tanto representación y legítimo
participante de las distintas instituciones del mundo del trabajo.

Como señalamos al principio, este trabajo pretende ser un primer intento por
abordar el problema de la economía popular y los límites que impone el marco
normativo para ampliar los alcances de su representación y legitimad. Por otra parte,
entendemos lo jurídico como el emergente de un proceso social que fija de qué manera
los individuos entienden los hechos sociales. Esto no quiere decir que primero se funda
la norma y luego se produce la práctica, sino que es un proceso dialéctico entre acción
social y regulación normativa. Como resultado de ello creemos que las transformaciones
del trabajo y el surgimiento de la economía popular como un dispositivo de resistencia a
la exclusión del mercado de trabajo formal, sugieren de manera concreta esta tensión y
este proceso dialéctico que se expresa en la conformación de colectivos de
representación sindical del sector, muchas veces vinculados a movimientos sociales de
anclaje territorial, y que se encuentran en un proceso de inclusión a las estructuras
tradicionales del mundo del trabajo, tales como centrales sindicales, negociaciones
colectivas, entre otras. Por todo ello, es necesario reformular las categorías clásicas en
torno al trabajo y ampliar los límites jurídicos que expresa nuestra constitución,
moderna antaño, anacrónica hoy.

II. El trabajo en la actualidad: definiciones y contrapuntos en torno a


la idea de trabajador de la economía popular

Desde hace varias décadas los estudios sobre el mundo del trabajo dan cuenta de
una amplia discusión, aún vigente, sobre nuevas definiciones que permitan incluir las
formas en que se ha ido transformando el empleo a la par que lo ha hecho la dinámica
del capitalismo globalizado. Diversos debates han surgido en este sentido, desde la
década del 70 en coincidencia con la crisis del petróleo y con ello la reestructuración del
capitalismo global, donde se plantean diferentes premisas en torno a la desaparición del
trabajo tal y como había sido concebido hasta el momento. Estas denominadas “tesis
sobre el fin del trabajo” se basan en diferentes perspectivas acerca de las razones del
fenómeno y que siguiendo a Neffa (2001) y De la Garza (1999) pueden agruparse en
cuatro: 1. decadencia del sector de la producción en relación a los servicios; 2. cambios
en la centralidad del trabajo en el conjunto de las relaciones sociales; 3. pérdida de la
capacidad del trabajo de generar valor; y 4. decadencia, en términos políticos, de los
sindicatos, que desde la década del 80 han perdido el protagonismo en la lucha de
clases. Es importante señalar que estas posturas coinciden con el surgimiento de los
nuevos movimientos sociales, es decir que a la par que se han dado dichas
transformaciones en el vínculo patrón de acumulación-mundo del trabajo-relaciones
sociales, han ido conformándose movimientos cuyos símbolos y reivindicaciones no
estaban dados por el trabajo como eje central, desplazando hacia otras esferas de la
sociedad la cuestión de la representación y organización colectiva.

La definición clásica de trabajo ha sido siempre vinculada al trabajo asalariado,


especialmente en la visión de la economía neoclásica (De la Garza, 2001), en lo que
parece ser una definición con una fuerte carga del proceso histórico del capitalismo
inicial, donde el sector industrial era predominante, dando forma al tradicional obrero de
la sociedad salarial fordista: el blue collar. El uso de este concepto entonces “(…)
conduce a consideraciones como su pérdida de importancia en la población
económicamente activa (PEA), o bien a la constatación de la disminución del empleo en
el sector industrial”. (Idem, pp. 12), imposibilitando observar otros aspectos en los que
el trabajo se encuentra en crisis, esto es otros sectores económicos que han ido
contrarrestando la predominancia del tradicional obrero industrial dando lugar a nuevas
formas, no solo en términos de contratación sino también de modalidad.

El agotamiento de la sociedad industrial dio lugar a un nuevo contexto político y


económico global en el que la economía de mercado fue el principio ordenador y
disciplinador de la sociedad. El desarrollo tecnológico y la racionalización del proceso
de producción permitió aumentar las tasas de productividad y los márgenes de ganancia,
pero con una intervención del Estado en materia laboral que no acompañó ese cambio,
es decir que existía un mercado de trabajo cuya legislación tuvo su base en el paradigma
fordista y el Estado de Bienestar y que no cambió acorde al nuevo contexto productivo,
social y tecnológico del capitalismo global. Lo interesante aquí, tal como lo resalta de
La Garza Toledo, es dar cuenta de que las transformaciones que tuvieron lugar en el
proceso anteriormente descripto, quitan la centralidad al concepto del trabajo, y eso
requiere una reformulación del concepto (de La Garza Toledo, 1999). De la misma
forma, otros autores críticos a la idea de que existe una tendencia hacia la disminución
del trabajo, señalan que lo que ocurre es más bien una metamorfosis del mundo del
trabajo en el que se ha producido una desproletarización del trabajo industrial y
paralelamente a ello una subproletarización del trabajo como consecuencia de la
desregulación del proceso de producción –surgimiento del modo flexible- y de la
legislación laboral que regula no solo las formas de contratación, sino también aquellas
que organizan el sistema de relaciones laborales al interior del proceso de producción.
Esto configuró no un adiós al trabajo sino más bien una segmentación y fragmentación
de la clase-que-vive-del-trabajo. (Antunes, 1999). Esta metamorfosis en el trabajo
produjo por un lado un proceso de transformación en su inserción en la estructura
productiva y por el otro en sus formas de organización y representación sindical y
política, afectando “no solo su materialidad, sino que tuvo profundas repercusiones en
su subjetividad, como también en el íntimo relacionamiento entre estos niveles, afecto
su forma de ser.” (Antunes, 1999, pp. 84). Este proceso dio paso al surgimiento de un
sector de la población que se mantiene permanentemente en el ámbito de la economía
informal autogenerando distintas actividades laborales como sostén económico y
familiar. No hablamos aquí de los denominados “trabajadores en negro”, carentes de las
protecciones normativas que otorga la legislación laboral, sino de aquellos que la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha caracterizado como “no empleables” y
que deben recurrir a distintas estrategias para subsistir. Es importante poner énfasis en la
distinción entre población empleable y no empleable. Los empleables son aquellos
trabajadores que han logrado emprender un trayecto formativo que les permitió adquirir
determinadas capacidades según las exigencias del mercado de trabajo, es decir que
lograron adquirir un capital social que cubre las necesidades del capitalismo actual en
torno a las necesidades de un proceso de producción altamente tecnologizado. Desde
esta perspectiva, fundada en el concepto del capital humano, se considera a la
adquisición de competencias como el factor principal en la búsqueda de la equidad e
inclusión social y con ello el factor clave en el desarrollo macroeconómico nacional
(Frigotto, 1998). Por el contrario, los inempleables constituyen una porción de la
población que no ha logrado alcanzar esos objetivos, y es el sujeto de intervención de
políticas públicas focalizadas que tienden a revertir ese fenómeno. De esta forma, y
desde una matriz neoliberal, hay individuos “ganadores y perdedores” donde los últimos
no pueden ser considerados trabajadores, definición que los ubica en un plano de
exclusión social permanente. Este proceso se ha dado con mayor énfasis en los países
latinoamericanos donde el modelo de desarrollo imperante -y en permanente tensión- ha
desplazado a grandes porciones de la población a la miseria.

En el caso argentino, este fenómeno tuvo su punto de partida con la dictadura


militar del 1976 y llegó a su punto culmine con las reformas estructurales de los años
90. Durante este periodo se transformó el Estado principalmente en materia de
regulación y acorde a la naturaleza del capital global financierizado, que necesitaba un
nuevo marco normativo para regular el mercado de trabajo, es decir que se buscó
establecer el marco general de los cambios en el mundo del trabajo tal como hemos
mencionado anteriormente. Desde el punto de vista legal el gobierno militar derogó
numerosos artículos de la Ley de Contrato Laboral (20.744) promulgada en 1974 donde,
entre otras cosas se fijaban ciertas obligaciones del empleador vinculadas a la
subcontratación y tercerización de tareas. Por otra parte fijaba un régimen punitivo en
torno a la protesta laboral y flexibilizó la aplicación de los principios jurídicos
establecidos anteriormente (in dubio pro operario). Con la llegada de la democracia, y el
camino allanado en materia de disciplinamiento laboral, se da un proceso de
desregulación y flexibilización laboral cuya máxima expresión fueron la ley 24.465 de
1995 donde se establecían distintas modalidades de contratación y subcontratación,
abriendo paso a un proceso que se da en dos niveles: a) nivel micro, que se expresa en la
contratación de empresas prestadoras (tercerización); y b) nivel macro: fragmentación
del proceso productivo y deslocalización empresaria, fenómeno que está vinculado
especialmente al proceso de transformación global.

Estos cambios que hemos relatado fueron configurando un entramado de


relaciones sociales de producción donde se fue profundizando la brecha entre un sector
formal y otro informal, donde este último va intercalando en el mejor de los casos entre
la relación de dependencia y el autoempleo. En este marco y como un fenómeno que
tiene su primera expresión en el sujeto del “trabajador desocupado” de la etapa
neoliberal de los 90 en la Argentina, surge lo que denominamos trabajador de la
economía popular, es decir individuos que son caracterizados como inempleables por el
mercado de trabajo formal -o en el borde de ello- y desarrollan diversas estrategias
como sustento económico familiar. Es importante destacar que aparece dentro de este
sector una ingeniería de saberes y experiencias que impulsan esos emprendimientos y
que tienden a vincularse que los circuitos económicos del cual son expulsados. En este
sentido podemos identificar diferentes niveles dentro de la economía urbana donde un
circuito superior (formal y hegemónico) interactúa con un circuito inferior (informal)
que le provee de servicios, mercancías y procesos de trabajo.

El sector de la economía popular entonces se caracteriza por: a) sus niveles de


precariedad e informalidad; b) constituye una práctica racional autónoma que incluye
saberes previos y un proceso dinámico y permanente de construcción de conocimiento;
c) surge como dispositivo de resistencia a la exclusión del mercado de trabajo de una
porción de la población; y d) rompe con la tradicional relación de dependencia laboral.
Esto último, creemos, es central, y constituye una de las principales dificultades en su
abordaje teórico desde la sociología del trabajo como del derecho laboral, pues
constituye el emergente de una nueva categoría de trabajo que expresa las relaciones
sociales de producción en un contexto histórico particular.
III. Apuntes constitucionales sobre economía popular.

La naturaleza del trabajo actual, como hemos desarrollado, abre puertas hacia
nuevos marcos normativos que no están contemplados en la Constitución Nacional, en
tanto su génesis constituyó el orden jurídico que regiría la sociedad argentina moderna.
Es decir que la formulación de esta carta magna trazó una directriz hacia donde estaría
dirigido el desarrollo de las fuerzas productivas y con ello la legitimación de los actores
que intervienen en ese proceso. Así, al trabajo (trabajador) se lo define desde una
perspectiva basada en la economía clásica donde el factor principal es la relación de
dependencia.

Desde esta perspectiva, en la actualidad resulta cotidiano asociar a la economía


popular con la idea negativa de conflicto. Asumir colectiva y conscientemente la
condición de trabajador de ese sector en pie de igualdad con el resto y aspirar a los
mismos derechos, pareciera ser disruptivo. En la particular e interesada forma que las
empresas masivas y concentradas de comunicación cubren las noticias de ese sector
eligiendo sus palabras asimilando las conquistas por más derechos a “desorden” que
parecería ser urgente eliminarlo para recobrar una “tranquilidad natural” de la
comunidad, subyace una concepción cultural que atraviesa el “sentido común”
predominante en nuestra sociedad, con sus exponentes más intensos en los operadores y
académicos jurídicos, centrados todos por la discusión jerárquica y vertical kelseniana
del sistema de derechos.

Esta concepción occidental jurídica se encuentra arraigada en nuestra tradición


pues conllevó la conformación de los estados nacionales latinoamericanos con ideas
traídas y desarrolladas desde la Revolución Francesa y primeros procesos
emancipatorios de principios de siglo XVIII. Tiene como fundamento la noción de la
pirámide jurídica, con su vértice único más alto en la constitución a partir de la cual se
organizan jerárquicamente el resto. El racionalismo moderno generó su propio esquema
auto legitimante del sistema jurídico al independizar su fundamentación de los valores
extrajurídicos, principalmente la soberanía popular.

Esta visión jurídica, que ha ido desarrollándose con el tiempo, se muestra incapaz
de poder dar respuesta frente a la propia exclusión económica y social que genera el
capital en su forma actual. Incluso en momentos revolucionarios cuya correlación de
fuerzas en favor de los sectores populares permitió consagrar en favor del trabajador
numerosos derechos que lo dignificaban en diversas manifestaciones de la vida,
debemos repensar cómo se estructuran estos derechos hoy frente a un capitalismo que la
desigualdad la reconvirtió en exclusión y se vale de los mismos límites del derecho
positivo para su hegemonía.

Pues bien, nuestro punto de partida es que la economía popular es puro conflicto
democrático. Campesinos y campesinas que resisten el desalojo de sus tierras,
cartoneros y cartoneras que luchan por la dignificación de su lugar importante en la
cadena de recuperación de residuos urbanos, vendedores y vendedoras ambulantes y
feriantes que se resisten a ser censurados de trabajar en la vía públicas, plazas y medios
de transporte, artesanos y artesanas, motoqueros y motoqueras, cooperativistas,
trabajadores de fábricas recuperadas, todos ellos al articularse colectivamente como
parte integrante de la sociedad y que por ende, reclaman y exigen su protección,
desafían al darwinismo neoliberal globalizado, articulándose en una lógica que no tiene
por centro al capital.

Siguiendo a Ranciere, frente a algo real que toma la forma de un problema o


desacuerdo, la comunidad política debe acoger ese conflicto y no rechazarlo,
cumpliendo la función reguladora de la democracia. “El problema no es señalar la
diferencia de esta igualdad existente con respecto a todo lo que la desmiente. No es
desmentir la apariencia sino, al contrario, confirmarla. Allí donde está inscripta la parte
de los sin parte, por más frágiles y fugaces que sean esas inscripciones” (Ranciere,
1996, p. 114)

Por eso, ¿cómo es abordada la economía popular desde el ordenamiento jurídico?


La respuesta mayoritaria, en principio, resulta ser la criminalización de los conflictos
sindicales de este sector. Pareciera que el derecho penal y contravencional regula y
aborda mucho mejor los emergentes de este sector que el propio derecho laboral. La
exclusión del capital fue receptada al estructurar la faz punitiva de los ordenamientos
jurídicos, configurando sistemas en torno a la construcción de la “otredad” legitimante
de esa misma marginación, receptando las estigmatizaciones sociales de estos actores
producto de la crisis de solidaridad e identidad de clase trabajadora.
En consecuencia es ahí donde surge el interrogante: si la conflictividad social que
produce la economía popular es el resultado de la disputa por la re-interpretación del
sistema constitucional desde otros paradigmas incluyentes o resulta ser una muestra de
la ineficacia limitante de dicha matriz, con sus instituciones, derechos y garantías.

Alberdi ya en 1852, frente a la derrota de Rosas en la Batalla de Caseros, se


preguntaba sobre cuál debía ser el espíritu del nuevo derecho constitucional en América
del Sur, planteando que las constituciones debían expresar las necesidades del presente,
no las del pasado o las del futuro, ni la de todos los tiempos, distinguiendo en
constituciones de transición y creación y otras definitivas y de conservación.

Más allá que en ese momento Alberdi proponía un pacto constitucional fundante
con el espíritu de un contrato mercantil de sociedad colectiva (Alberdi, 1852, pág. 36),
su pregunta sigue siendo hoy un criterio acertado para comenzar a delinear nuestra
respuesta y analizar cuál es el nivel de tensión normativa entre la realidad de nuestra
sociedad actual frente a un texto constitucional nacido en una coyuntura distinta de la
que nos encontramos hoy, para propender a su reformulación.

La Real Academia Española define tensión como el estado de un cuerpo sometido


a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen y también, como estado de oposición u
hostilidad latente entre personas o grupos humanos. Por tensión normativa podríamos
decir que consagra la correlación de fuerzas de distintos sectores que pugnan por la
estabilidad o reformulación de normas jurídicas. La tensión de la que hablamos no se
trata del choque entre el plano del deber ser y del ser, única permitida por el liberalismo
jurídico. Acá hablamos de otro fenómeno distinto, es decir, de la rebeldía que adoptan
los comportamientos populares frente a órdenes jurídicos injustos y que comienza a
expresarse como poder soberano preconstituyente, de manera rudimentaria.

Ello choca con la conformación del constitucionalismo latinoamericano del siglo


XIX, ya que sus codificaciones se consagraron como una apuesta por la civilización y
modernidad que imperaba el pensamiento filosófico y político de aquél entonces, en
contraposición con la idea de barbarie con la que se estigmatizó a la organización
interna de los pueblos originarios. Más allá de que las constituciones decimonónicas
implicaron un programa revolucionario en ese momento (forma republicana de
gobierno, igualdad, independencia y libertad) lo cierto es que luego, este nudo central
binario (civilización o barbarie) en la conformación de la historia constitucional fue
clave para resolver las tensiones normativas en favor del status quo, lo que confluyó
también con la independización de la legitimidad de los mandatos, de su propia fuente:
el poder del pueblo.

Cuando hablamos de constitución como nuevos paradigmas jurídicos incluyentes,


Sampay resulta ser el autor imprescindible de derecho político, como denominaba así al
derecho constitucional. Señalaba que su vocablo proviene de la expresión latina cum
statuire (junto estatuir) por lo que etimológicamente significa estatuir algo con una
pluralidad de individuos. Así, plantea que constitución es el modo de ser que adopta una
comunidad política en el acto de crearse, de recrearse o de reformarse y que ello puede
ser de lento o de súbito desarrollo, conforme sea el ritmo del curso de la historia.

En ese contexto, distingue dos conceptos necesarios para el desarrollo de este


trabajo. Por un lado, la constitución en sentido formal, como aquella abarcativa de la
totalidad de preceptos jurídicos codificados en un solo texto constitucional y por otro, la
constitución en sentido material, que comprende el compendio de normas jurídicas,
cualquiera sea el órgano del estado de donde emanen, incluso las costumbres
constitucionales, que tienen por finalidad la organización y relaciones de los poderes
públicos, es decir, los vínculos activos y pasivos de los miembros de la comunidad con
el poder político. El citado autor planteaba que su análisis no puede prescindir de la nota
de politicidad puesta por el legislador y que informa a todo el derecho positivo ya que la
constitución ratione materiae ordena la existencia de una comunidad política.

Al recopilar la evolución constitucional de nuestro país desde 1852, Sampay pudo


observar un hilo conductor que atraviesan a cada una de las reformas efectuadas: la
preeminencia siempre de un sector social “constituyente” con fuerza para constituir la
comunidad política soberana, a la que llamó la “constitución real”, distinguiéndola así
de la “constitución escrita” como código supralegal sancionado. En nuestra historia
argentina, dicho rol lo ha logrado cumplir en muchas de las veces, aquellos miembros
comunitarios protagonistas (y herederos) de la apropiación privada originaria y que, a
partir de la intangibilidad de sus bienes, han estructurado institucionalmente a nuestro
país. Es decir, determinaron a la propiedad privada como rector ordenatorio del país,
con excepción de momentos históricos en que los sectores populares generaron una
correlación de fuerza capaz de poner al trabajo, la justicia social y la dignidad humana
como centros de gravedad constitucional. Para Sampay, sólo los cultores de un derecho
constitucional ingenuo estimaban que los fenómenos de la realidad que no encajan
dentro de la constitución son violatorios de la misma porque sólo la constitución
conforma la vida política, social y económica de los pueblos y no viceversa.

El pueblo latinoamericano, con sus luchas por la emancipación, crea derechos. La


traducción normativa de tales conquistas no implica recortarlos o disociarlos de su
origen y es urgente volver a ubicar a la soberanía popular y las manifestaciones que
adopta, como fuente de los derechos, sin caer en la trampa colonial de legalidad –
ilegalidad, recuperando la idea de legitimidad soberana y a la vez, no encorsetarla en la
ingeniería institucional regulada por la misma ley para las reformas de las
constituciones. No podemos reducir las expresiones de la soberanía popular sólo a las
elecciones o convenciones constituyentes.

Tal como lo sostiene Médici, serán los momentos en que la alteridad de los
excluidos, explotados, oprimidos en diversas maneras irrumpen como comunidad crítica
de las víctimas y bloque social de los oprimidos planteando la transformación de la
totalidad cerrada en sí misma, fetichizada (Medici, 2015, pg. 116) Las transformaciones
por ellos planteadas generan efectos en varios campos sociales inevitablemente
solapados: económico, político, ecológico y jurídico, entre otros y por supuesto suponen
en el terreno constitucional el ejercicio de un poder constituyente y/o reconstituyente en
el sentido radical del término. Cuando hablamos de economía popular y de los debates
que de por sí genera, estamos frente a un nuevo poder soberano popular pre
constituyente.

El trazo marcado por las nuevas constituciones bolivariana (1999), ecuatoriana


(año 2008) y boliviana (año 2009), nacidas al calor de la movilización de masas que
permitieron una correlación de fuerza necesaria no sólo para reformar sus cartas
magnas, sino para refundarlas bajo perspectivas emancipatorias sin calcar otras
experiencias constitucionales, permitieron poner en discusión la misma lógica
ordenatoria que tradicionalmente ha atravesado el diseño jurídico. El ordenamiento
normativo no forma ya la clásica pirámide jerárquica de Kelsen, sino un círculo en cuyo
epicentro reside un núcleo axiológico de sentido (del buen vivir, la plurinacionalidad, la
supremacía del poder constituyente, la interculturalidad, el pluralismo jurídico y la
demodiversidad) que orientan y articulan una ingeniería institucional.

Esta nueva idea de “constitución horizontal” esbozada por Coehlo (2003),


proviene de una concepción de una sociedad articulada horizontalmente, donde no
prima un orden jurídico único, estatal, racional y legítimo, sino diversos microórdenes
normativos a disposición de los respectivos miembros de cada grupo. Este concepto
resalta el predominio político de una clase o grupo social hegemónico que reviste de
positividad las normas que esa misma clase o grupo elaboran para imponerlas a los
demás, aparte de aquellas vigentes antes de ese predominio político, pero que ahora son
cooptadas por el nuevo poder dominante. Desde una visión crítica del
constitucionalismo tradicional, sostiene que la mayoría de las constituciones actuales de
las naciones (constituciones formales) resultan ser principiológicas pues resguardan
bajo la forma de principios, los derechos y garantías históricamente reconocidos a los
ciudadanos, siendo que, la constitución material fue y sigue siendo horizontal, en la
medida que puede ser modificada al gusto del devenir histórico de flujos y reflujos en el
proceso de liberación de los pueblos.

A la luz de estas nociones, las reivindicaciones y consignas de lucha de los


trabajadores de la economía popular no serían solamente reclamos sectoriales sino que
suponen el surgimiento de un nuevo paradigma normativo, que pugna no sólo por todos
derechos laborales individuales y colectivos a favor de ese sector, sino que aspira a una
sociedad sin esclavos ni excluidos, por una economía al servicio del pueblo, por tierra
para cultivar (reforma agraria), por techo para vivir (vivienda social) y por la
redistribución de la riqueza.

IV. El derecho laboral en la Argentina: tensiones sobre una matriz


jurídica liberal

El derecho del trabajo nace con una paradoja: es la rama del derecho más
subversiva, porque parte de una premisa ajena a la tradición legal heredada de la
Revolución Francesa y vuelve necesario desarmar la ficción normativa que nos ubica en
un pie de igualdad. El derecho del trabajo surge, específicamente, para intervenir en
relaciones de desigualdad.

A partir de la Revolución Industrial, el proletariado y su organización se


consolidaron como actores políticos fundamentales, cuyas reivindicaciones fueron
receptadas en la posguerra, con el nacimiento del llamado Estado Social de Derecho. A
partir de allí, el derecho del trabajo se formula como disruptivo, interviene en las
relaciones de trabajo para igualar a quien es dueño de los medios de producción y
quienes sólo poseen su fuerza de trabajo. Por ello, la autonomía de la voluntad
(fundamental en el derecho privado), carece de valor en torno a la regulación de trabajo,
donde el orden público laboral opera para lograr aquel fin: igualar.

En ese marco, una serie de principios se ponen en juego para proteger a


trabajadores y trabajadoras. El principio protectorio (cuya fuente más importante en
nuestro país es el artículo 14 bis de la CN en tanto dispone que “el trabajo en sus
diversas formas gozará de la protección de las leyes”) es el pilar fundamental que guiará
el andamiaje jurídico en torno al trabajo.

El principio protectorio es, además, un imperativo dirigido al legislador o


legisladora y a todos los operadores jurídicos, para que en la regulación y
administración de las relaciones laborales o en la aplicación de las disposiciones
relativas a ellas, prevalezca siempre el criterio de preservación del amparo al trabajador.

La garantía protectoria que emana de la Constitución se vio reforzada con la


reforma constitucional de 1994, que incorporó a nuestra carta magna los tratados
internacionales de Derechos Humanos, entre los que se destacan el Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos. En lo que hace al derecho del trabajo, ambos pactos incorporan -y
por ende le otorgan jerarquía constitucional- el Convenio N°87 de la OIT sobre Libertad
Sindical.

En nuestro ordenamiento jurídico, la Ley de Contrato de Trabajo es la fuente de


regulación primaria de las relaciones de trabajo “privado”. A ella se le suma, en el
ámbito colectivo, la Ley de Asociaciones Sindicales y la Ley de Convenciones
Colectivas de Trabajo.

Para la LCT, el trabajo es “toda actividad lícita que se preste en favor de quien
tiene la facultad de dirigirla, mediante una remuneración”. A pesar de su nombre, la
propia ley entiende que para que opere la protección y la intervención del orden público
laboral, el requisito fundamental es la efectiva constatación de una relación de trabajo.
El artículo 22 de esa norma establece que “Habrá relación de trabajo cuando una
persona realice actos, ejecute obras o preste servicio en favor de otra, bajo la
dependencia de ésta en forma voluntaria y mediante el pago de una remuneración,
cualquiera sea el acto que le dé origen”. Esa última parte del artículo da cuenta de la
importancia relativa de las formas y actos jurídicos que den lugar a la relación de
trabajo.

Lo que se desprende de la propia normativa es que, para encontrarnos dentro de


los límites de estas leyes, el sujeto empleador debe estar claramente identificado y se
debe establecer una relación de trabajo, en la que ese empleador pueda hacer uso de sus
facultades de dirección y disciplinarias.

Asimismo, aquello que da cuenta de una relación de trabajo, es el concepto de


“dependencia”, que se verifica a través de tres “tipos”: económica, técnica y jurídica.
Esos modos de definir la dependencia no están establecidos en la ley: “El concepto no
emana de la ley ni de una categorización jurídica, sino que se fue construyendo a través
del reconocimiento inductivo de las notas que singularizaron históricamente el modo en
el que el típico trabajador industrial y el titular de la organización productiva se
vincularon en el marco de la sociedad capitalista […] Con base en dichas constantes se
configuró una ‘matriz’ conceptual de referencia que no es sino una proyección
conceptual y abstracta de la figura material y concreta del trabajador subordinado típico
en el marco del sistema de producción vigente a mediados del siglo pasado” (García
Vior, pág. 3).

Lo que observamos entonces es que el concepto de dependencia -fundamental


para que opere el derecho del trabajo y por lo tanto, la protección de los/as
trabajadores/as como tales- atraviesa una crisis propia de los nuevos modelos de
producción. Por ello también es que el énfasis que anteriormente se ponía en lo jurídico
se ha desplazado hacia la faz económica del vínculo. Lo que se observa entonces es que
lo que define el ámbito de protección de las normas es que “una de las partes,
organizada como empresa (única o plural), genera la oportunidad de trabajo
manteniendo el poder de selección, incorporación y exclusión de trabajadores de su
seno…” (García Vior. Pág.4).

El concepto de dependencia, surgido en un contexto de relaciones de producción


determinadas, ha mutado y evolucionado, y ello obedece a la necesidad de ampliar el
marco protectorio a la luz de las nuevas relaciones de trabajo. El derecho del trabajo se
presenta entonces limitado para concretar un ámbito de protección adecuado.

Surgen algunas cuestiones a considerar. ¿Qué tipo de protección se le otorga a los


trabajadores y trabajadoras de la economía popular? Tal y como está planteado
actualmente, el derecho del trabajo amplía sus márgenes en pos de asegurar mayor
cobertura en el marco de las nuevas relaciones de producción. Sin embargo, se sostiene
en una matriz donde el trabajo se conceptualiza sólo de un modo determinado, de
relaciones entre partes (a veces mediatizada, pero siempre con un empleador
identificado o en la búsqueda de). Aquella concepción tiene una innegable raíz histórica
que no podemos obviar. Aun así, deja de lado los nuevos modos en que el trabajo se
desarrolla en esta faz del capitalismo. Esa desprotección derivada de una caracterización
determinada del trabajo trae aparejados varios inconvenientes. En la Recomendación
204 de la Organización Internacional del Trabajo, se establece que “Los Miembros
deberían adoptar medidas para lograr el trabajo decente y respetar, promover y hacer
realidad los principios y derechos fundamentales en el trabajo para las personas
ocupadas en la economía informal, a saber: a) la libertad de asociación y la libertad
sindical y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva; b) la
eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio; c) la abolición
efectiva del trabajo infantil, y d) la eliminación de la discriminación en materia de
empleo y ocupación.

Pensar el trabajo a partir de una conceptualización divergente a la tradicional no


significa en modo alguno abandonar los derechos que en torno a ello se configuran. Los
tratados internacionales de Derechos Humanos consagran el derecho a trabajar y a que
ese trabajo sea un trabajo digno. Ello implica “que respeta los derechos fundamentales
de la persona humana, así como los derechos de los trabajadores en lo relativo a
condiciones de seguridad laboral y remuneración. También ofrece una renta que
permite a los trabajadores vivir y asegurar la vida de sus familias, tal como se subraya
en el artículo 7 del Pacto. Estos derechos fundamentales también incluyen el respecto a
la integridad física y mental del trabajador en el ejercicio de su empleo”.

De lo que se trata, en definitiva, es de repensar la intervención del Estado en torno


al cumplimiento de mandas constitucionales y en la satisfacción de derechos
fundamentales que todos y todas tenemos en tanto personas. De qué modo opera esa
protección puede variar. Con ello, deben necesariamente repensarse los márgenes y
límites del derecho. Es que si el derecho del trabajo no da respuestas, el derecho penal –
como ya mencionamos- toma protagonismo, pues hablamos de marginalidad y no de
derechos, de conflicto y no de realidad social emergente.

VI. Palabras finales

La matriz jurídica que se plasmó en la Constitución Nacional tuvo una impronta


liberal al calor de las ideas de la época, contexto signado por la conformación de los
estados burgueses que requerían una organización social determinada para sentar las
bases del capitalismo industrial en plena expansión. Esto configuró una serie de
definiciones en torno al trabajo propias de ese momento y que lo abordaban como una
relación social entre empleadores y fuerza de trabajo (empleados). A partir de allí el
ordenamiento jurídico en materia de derecho laboral fue saldando la metamorfosis que
sufrió el trabajo en las distintas fases del capital al calor de las luchas obreras que
pugnaban -y lo siguen haciendo- por hegemonizar la correlación de la fuerzas en la
disputa entre capital y trabajo. En la etapa actual, tal como lo hemos analizado, se
vislumbra el surgimiento de un sector que no encaja en esas definiciones, pero que sí
expresa un fenómeno trascendente en torno a las relaciones sociales de producción. En
ese sentido vemos como la economía popular es el emergente de un dispositivo de
resistencia que busca incluir a aquellos trabajadores que por diversas razones el capital
no ve como empleables.
La relación de dependencia laboral entonces, ha quedado desdibujada en algunos
sectores, transformándose en una relación de producción en la que trabajadores aplican
saberes y experiencias para la generación de emprendimientos autónomos que orden sus
cotidianeidades a partir de una actividad laboral. Estas acciones, aunque muchas veces
ejercidas de manera individual, tienen una base colectiva, pues están fundadas en lazos
de solidaridad social e intercambio de experiencias que van configurando un colectivo
de trabajadores de la economía popular. En este sentido, las instituciones normativas
ponen un límite al ascenso de este dispositivo de resistencia en tanto definen que está
dentro de la norma, o bien, configura un estado de excepción, que en la mayoría de los
casos es abordado desde el poder coercitivo del estado. Se da de esta forma una tensión
en torno a las formas organizativas populares en torno al trabajo y el orden jurídico
predominante.

Es preciso decir que ha quedado al margen de nuestro análisis como se


reconfigura este fenómeno a partir de los distintos grupos que componen nuestra
sociedad, esto es la cuestión de género en el mundo del trabajo, los jóvenes, los adultos
que se encuentran al final de sus trayectorias laborales y los grupos marginados
socialmente. Esperamos profundizar en futuros trabajos en estas dimensiones aportando
una mirada compleja y crítica del fenómeno analizado.
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