Historia6 A 10
Historia6 A 10
Historia6 A 10
orígenes a la conquista.
Los pueblos originarios Los incas.
La organización política
Los incas organizaban el territorio que se encontraba bajo su dominio en cuatro regiones o suyus;
su imperio recibía el nombre de Tawantisuyu (“las cuatro regiones”). El centro administrativo,
político y religioso se ubicaba en la ciudad de Cuzco, donde se hallaba
el Coricancha, uno de los templos más importantes del imperio. En la
ciudad capital residía el Inca, gobernante supremo del Tewantisuyu,
que contaba con la suma del poder militar, político y administrativo.
Su autoridad se transmitía de forma hereditaria, conformando un
linaje. El Inca contaba con la asistencia de los apos, gobernadores de
La expansión incaica
La expansión de los incas fue lenta y se extendió durante el transcurso de distintos períodos.
Puede definirse un primer periodo bajo el reinado de Viracocha, quien prolongó los
dominios del Tawantisuyu hacia el sur, venciendo a los pueblos collas y lupacas que se
ubicaban a orillas del lago Titicaca.
En una segunda etapa, liderados por Pachacutec, ampliaron de forma notable sus
fronteras; dominaron a los chimúes de la costa peruana y comenzaron a expandirse hacia
el territorio del actual Ecuador.
En un tercer momento, de la mano de Tupa Inca Yupanqui, sucesor de Pachacutec,
realizaron expediciones por el actual norte de Chile y el actual noroeste de la Argentina. A
pesar de su poderío militar, los incas nunca lograron dominar los territorios al este de la
Cordillera de los Andes, ya que la selva volvía inútiles sus tácticas militares y los
condenaba a la derrota en sus enfrentamientos ante los pueblos que habitaban esas
regiones.
La organización social
En la zona andina existían formas de organización que precedían a la formación del Tawantisuyu, y
que siguieron siendo centrales en la vida cotidiana de los pueblos.
La base de organización social inca era el ayllu, una comunidad unida por lazos de parentesco y
por el trabajo agrícola sobre determinadas tierras. Se trataba de una agrupación de social unida
por vínculos sanguíneos, económicos, políticos y territoriales, que garantizaba su autosubsistencia
mediante una producción diversificada en diferentes ambientes o pisos ecológicos (la sierra, la
selva, la costa, la Puna). Esto llevó a
varios historiadores a sostener que,
como cada grupo se autoabastecía, no
existían vínculos de intercambio entre las
distintas comunidades; sin embargo esa
idea en la actualidad está en discusión.
Cada ayllu contaba con un curaca, quien
se encargaba de centralizar los recursos
y redistribuirlos luego en el conjunto de
la comunidad.
Al producirse la expansión incaica, los
ayllus pasaron a ser la unidad sobre la
que se construyó el conjunto del
Uno de los elementos centrales en la organización económica del Tawantisuyu era el pago del
tributo, que podía consistir tanto en la entrega de alimentos como en contribuir con trabajo en la
construcción de obras públicas o tareas agrícolas en tierras de la nobleza.
Este sistema tenía su fundamento en el hecho de que se consideraban que las tierras disponibles
para la agricultura eran, en su totalidad, propiedad del Inca. Por lo tanto, si los campesinos
utilizaban sectores de esas tierras para subsistir, debían entregarle al Inca una parte de lo que
obtenían, como forma de compensarlo.
A pesar de que en teoría el conjunto de las zonas de cultivo era del Inca, en la práctica existían tres
tipos de tierras según quién se apropiara de lo producido en ellas:
Las tierras del Inca: eran las más fértiles y servían para mantener al Inca, la familia real, la nobleza
de Cuzco y el ejército.
Las tierras del Sol: servían para el mantenimiento de los sacerdotes y sus productos también se
empleaban en las distintas fiestas y rituales que se celebraban a lo largo del año.
La cosmovisión azteca
La visión azteca del mundo estaba fuertemente teñida por la religión. Ellos creían que esta había
sido creada por fuerzas divinas e interpretaban los distintos aspectos de la vida cotidiana en el
marco de las tensiones entre el bien y el mal. Tenían una visión cíclica del tiempo, en la que el
mundo y el ser humano eran creados y destruidos en ciclos que se repetían. En cuanto a su
religión, se trataba de una fusión de distintas tradiciones, en la que coexistían muchos dioses.
Entre los más importantes se destacaban Quetzalcóalt, creador del mundo y de los hombres,
Huitzilopochtli, dios de la guerra y principal divinidad de Tenochtitlán.
Organización socioeconómica
Los mayas
A diferencia de otros pueblos originarios, los mayas no pueden agruparse en torno a una
organización política unificadora: la cultura maya adoptó distintas formas organizativas que
agrupaban a las distintas ciudades-Estado.
La cultura maya se extendió en la zona sur de Mesoamérica, en el territorio actualmente
Organización política
La cosmovisión maya
A diferencia de otras culturas precolombinas, los mayas nos han legado un libro religioso, el Pol
Buj (“Libro del Consejo”), también conocido como Popol Vuh). Allí se encuentra una narración
acerca de los orígenes del mundo, de los dioses y de los seres humanos, que habrían sido creados
por los dioses utilizando distintos tipos de maíz.
Los dioses mayas estaban ligados, en general, a distintos fenómenos naturales, y existía una
jerarquía entre ellos. Entre los más destacados estaban Itzam Ná (dios del cielo, la noche y el día) y
kukulcán (dios del conocimiento, los vientos y la guerra).
Las islas del mar Caribe fueron los primeros territorios explorados por los españoles. Hasta 1510,
el asentamiento más importante fue la ciudad de Santo Domingo, en la isla La Española.
Posteriormente, lo fue la ciudad de Santiago, en la isla de Cuba. Los indígenas antillanos fueron
obligados a trabajar para los españoles buscando oro en los ríos de las islas. En un principio, estos
grupos originarios no opusieron reisitencia; pero la mayoría de ellos murió como consecuencia de
las condiciones de trabajo impuestas por los conquistadores y de las enfermedades transmitidas
por los europeos, para las cuales no tenían defensas.
Por encargo del rey de Portugal, en 1500, Pedro Álvares de Cabral llegó a las costas del actual
territorio del Brasil. Al año siguiente, Gonzalo Coelho navegó las costas del sur del contienente
hasta llegar a la hoy denominada Patagonia. Uno de los miembros de la tripulación era el geográfo
y navegante Américo Vespucio. Luego de comparar los mapas de los lejanos reinos de Oriente con
los sitios recorridos, Vespucio llegó a la conclusión de que los territorios explorados formaban
parte de un nuevo continente, hasta entonces desconocido para los europeos.
Esta novedad fue publicada en una carta titulada Mundus Novus. A partir de 1507, los cartógrafos
alemanes comenzaron a llamar América al nuevo continente, en honor de Américo Vespucio. Los
españoles no aceptaron usas ese nombre y llamaron Indias Occidentales al continente adonde
había llegado Colón.
Los europeos realizaron numerosos viajes de exploración por el continente americano, con el
objetivo de hallar un paso que comunicara los océanos y permitiera llegar a los reinos del lejano
Oriente navegando hacia el Oeste.
En 1513, Vasco Núñez de Balboa exploró el istmo de Panamá y, luego de muchos días de
marcha a pie por la selva, avistó el océno Pacífico, al que llamó Mar del Sur.
En 1516, una expedición al mando de Juan Díaz de Solís remontó el actual Río de la Plata.
Solís creyó haber
encontrado el
paso
interoceánico, ya
que la gran
extensión del
estuario le hizo
pensar que era
un mar, y por eso
lo llamó Mar
Dulce.
Tres años
después, Carlos V
autorizó al
portugués
Hernando de
Magallanes a
realizar una
Conquistadores y conquistados
En su exploración por el continente amercano, los europeos se encontraron con distintos pueblos.
Para poder extraer riquezas de las tierras, antes fue necesario conquistarlas y someter a los
pobladores.
La conquista de los
aztecas
Las relaciones que establecieron los españoles con los aztecas y los incas fueron casi siempre
violentas, ya que estos resistieron las pretensiones de los europeos de apoderarse de sus
territorios y reemplazar sus autoridades. Pero también surgieron otros tipos de contactos.
Como leyeron, los conquistadores establecieron alianzas políticas y militares con los diversos
pueblos originarios que, al momento de la conquista, se hallaban sometidos y enfrentados a los
aztecas y los incas. Estas alianzas facilitaron la derrota de los poderosos imperios americanos. Así
sucedió también en el caso del actual territorio del Paraguay, donde el enfrentamiento entre los
guaraníes y los guaycurúes facilitó la alianza entre los guaraníes y los europeos que llegaron hasta
el río de la Plata, remontando el río Paraná. Muchas de esas alianzas, además, se sellaron
mediante matrimonios mixtos, por medio de los cuales los conquistadores pasaban a ser parientes
de las autoridades indíegenas locales.
Sin embargo, en la gran mayoría de los casos la relación entre los indígenas y los europeos se
caracterizó por la subordinación de los primeros, aun entre quienes establecieron alianzas
políticas o acuerdos comerciales.
Por otro lado, hubo sociedades indígenas que resistieron a los invasores durante gran parte del
período colonial. Tal fue el caso de los chichimecas, que vivían en el norte del actual territorio
mexicano; de los mapuches instalados en el centro y sur del actual territorio de Chile y Argentina,
y de los calchaquíes y guaycurúes establecidos en la zona del bosque chaqueño.
La resistencia indígena a la
conquista
En los valles Calchaquíes, en el noroeste del En el siglo XVII, ante la negativa de los
actual territorio argentino, las jefaturas que indígenas a ser reducidos en encomiendas, el
allí habitaban opusieron resistencia al cacique Chalemín encabezo el Gran
dominios español. Esto impidió que los Alzamiento que se extendió entre 1630
españoles controlaran esa zona durante más 1647. Finalmente los españoles lograron
de un siglo. imponer su dominio, pero a costa de grandes
Antes de la llegada de los españoles, los pérdidas materiales y de vidas en ambos
ejércitos del Inca habían realizado tres bandos. Con el fin de evitar nuevos
campañas para someter a los calchaquíes al conflictos, los conquistadores aplicaron la
imperio, objetivo que lograron recién en el desnaturalización, que consistía en traslados
tercer intento y luego de una gran matanza. masivos de comunidades indígenas hacia
Desde mediandos del siglo XVI, los españoles sitios distantes del lugar de origen, donde
se propusieron lograr el control de los valles. pudieran se controladas. Este fue el caso de
Como consecuencia de la resistencia de los los quilmes, que fueron trasladados desde
pueblos de la zona se sucedieron los Valles Calchaquíes hasta las cercanías de
enfrentamientos armados que, con Buenos Aires.
intervalos, continuaron hasta avanzado el
siglo XVII.
En estos enfrentamientos se destacaron
algunos caciques que habían obtenido
el apoyo de otras jefaturas de la región.
En el siglo XVI, el más destacado fue el
cacique Calchaquí, de la jefatura
Tolombón, bautizado como Juan por los
misioneros españoles. La resistencia
índigena liderada por Juan Calchaquí
hizo que los caminos se volvieran
inseguros para los españoles e impidió
la unificación por tierra del Alto Perú
con Buenos Aires. Tras la muerte de
Calchaquí, sus descendientes firmaron
acuerdos de paz con los gobernadores
del Tucumán, pero esta paz no fue
duradera.
La sociedad colonial.
Los “bancos”.
Los indígenas.
Los esclavos.
Las castas.
La llegada de los
españoles al territorio
americano modificó las
formas de organización
política que tenían los
pueblos originarios. Los
primeros
conquistadores
comenzaron a
estructurar un nuevo
sistema de
instituciones que sería
la herramienta
principal para gobernar
los nuevos territorios
incorporados al reino
de España.
Luego de los primeros
años de asentamiento en las tierras americanas, durante el reinado de Carlos I (1500-1558) se
terminó de definir la organización del sistema de gobierno para las colonias. Por las
dificultades que suponía el control de un territorio tan extenso, se creó un complejo aparato
administrativo, cuyas principales instituciones residían en España. Su principal característica
era la superposición de funciones y un estrecho control mutuo entre las diferentes
autoridades, en especial aquellas ubicadas en territorios americanos. Si bien el objetivo
principal era no concentrar todo el poder en una sola institución, a la larga se convirtió al
sistema colonial en un gigantesco entramado burocrático difícil de organizar y poco eficiente.
La vastedad de los territorios que se hallaban bajo el dominio de la Corona española exigía un
complejo sistema de instituciones que permitiera gobernarlos y administrarlos. Fue por eso
que, además de las autoridades que residían en la metrópoli, se crearon instituciones ubicadas
en América, que contaban con mayor
capacidad para controlar la población y
los recursos de las colonias.
La máxima autoridad colonial
en América era el virrey. En un
principio, el territorio
americano se organizó en dos
grandes virreinatos: el del Perú
y el de Nueva España. Ambos
contaban con un virrey,
elegido por el rey, que era el
representante directo del
monarca en las colonias. Por
su importancia, el virrey era el
principal responsable de los
asuntos de gobierno: la
defensa del territorio, el
comercio, el cumplimiento de
las leyes. Debía controlar la
salida de los metales preciosos
hacia España; ejercía también
La minería
La extracción de
metales preciosos fue
la principal actividad
económica a la que se
dedicaron los
españoles. El hallazgo
de enormes fuentes de
recursos en el
territorio americano
fue seguido por una
política de extracción
que orientó la mayor
parte de los esfuerzos
de la Corona.
En un primer
momento, los
conquistadores,
asombrados por los
trabajos que los
pueblos originarios realizaban con los metales, se dedicaron a saquear o intercambiar las
piezas de plata y oro con que contaban los incas, los aztecas y los mayas. A medida que se
fueron asentando en los nuevos territorios, los españoles comenzaron a recolectar el oro que
se encontraba en el lecho de los ríos. Para eso empleaban mano de obra indígena, mediante
un régimen de trabajos forzados.
Pero el comienzo de la extracción de metales preciosos a gran escala fue cuando se
descubrieron, a mediados del siglo XVI, los principales yacimientos mineros de América: las
minas de plata de Potosí (actual Bolivia) y las minas de oro en Zacatecas (México). En un
principio, los metales eran extraídos utilizando las mismas técnicas que empleaban los pueblos
originarios. Sin embargo, ya desde la década de 1570 se empezó a utilizar el método de
amalgama, que abarataba notablemente los costos, al incorporar el mercurio al proceso de
refinamiento. Esta técnica demandaba gran cantidad de mano de obra indígena.
Al emplear tanta mano de obra, los yacimientos más importantes terminaron por
transformarse en grandes centros económicos, que dinamizaron todo el territorio de las
colonias. Quienes vivían allí necesitaban alimentos, vestimentas y otros productos básicos para
la supervivencia, que muchas veces no se producían allí mismo. Esto llevó a que se organizaran
redes de tráfico comercial que abastecían estos centros mineros con productos que eran
traídos desde otras regiones.
La producción minera fue en constante aumento durante el siglo XVI. Pero desde el siglo XVII
se comenzaron a ver las primeras fisuras en esa organización colonial, extremadamente
dependiente de la extracción de recursos minerales. Donde primero se hicieron sentir estos
signos fue en Potosí, zona en la que la producción de plata empezó a disminuir, y en
Huancavélica, de donde se extraía el mercurio necesario para refinar el metal. En México, por
su parte, los niveles de producción se mantuvieron constantes durante más tiempo, gracias al
descubrimiento de nuevas minas.
Las variaciones en el volumen del metal obtenido tenían consecuencias directas para la
economía de la Corona española: cuando descendieron los volúmenes de plata enviados desde
Perú, toda España sintió el impacto.
A medida que reducía el volumen de metales preciosos que se lograba extraer, comenzó a
aumentar, paulatinamente, el dinero destinado a otras actividades, como la producción
agrícola. Es por eso que el agotamiento de los recursos mineros trajo como consecuencia
profundos cambios en la organización económica de las colonias.
La producción agrícola en las colonias americanas fue fomentada por los conquistadores,
aunque durante largo tiempo se mantuvo en un segundo plano respecto de las actividades
mineras. Si bien existieron algunos pequeños establecimientos agrícolas, cuya producción se
orientaba a la auto subsistencia o al comercio dentro del territorio americano, lo más común
fue la formación de grandes latifundios dedicados a la exportación hacia la metrópoli.
En cuanto a los cultivos más extendidos, muchos de ellos fueron traídos por los españoles
desde Europa, como el trigo, la cebada, la vid, el algodón, la caña de azúcar o el olivo. También
se generalizó la producción de algunos cultivos americanos, como el tabaco, que era
directamente controlado por la Corona.
La producción agrícola en América, durante la ocupación española, se organizó principalmente
alrededor de dos tipos de unidades productivas:
Las haciendas eran grandes latifundios orientados a la cría de ganado y al cultivo de
diversas especies vegetales. Sus dueños eran españoles. Se originaron para satisfacer
la demanda de productos que se realizaba desde los centros mineros y sus
alrededores. Si bien estaban centradas en la agricultura, también se podían dedicar a
la ganadería o a la producción de artesanías. A medida que la actividad minera fue
entrando en decadencia, las haciendas cobraron cada vez mayor importancia y
adquirieron una dinámica propia, orientándose cada vez más hacia el mercado
externo.
La mano de obra que utilizaban las haciendas era indígena, aunque unas pocas de ellas
empleaban también esclavos.
Las plantaciones, desde sus orígenes, estuvieron ligadas al comercio interoceánico. Se
dedicaban a la producción, en grandes extensiones de tierra, de un solo producto, que
luego era vendido, exclusivamente, en los mercados españoles. Por lo general, las
plantaciones se ubicaban en zonas tropicales, y se dedicaban al cultivo del algodón, del
Como parte del proceso de la conquista, los españoles sometieron a los indígenas americanos
a diferentes formas de trabajo forzado. Aunque eran considerados súbditos del rey, los
habitantes de los pueblos originarios eran tratados, por parte de los europeos, como seres
inferiores. En consecuencia, los conquistadores empleaban en condiciones de trabajo
inhumanas, sin ninguna consideración. De esta forma, los españoles se garantizaron buena
parte de la mano de obra que necesitaban para llevar adelante la actividad minera y el resto de
los emprendimientos productivos, y también les sirvió como herramienta para controlar y
disciplinar a los pueblos originarios.
En los primeros tiempos coloniales, la encomienda fue el principal sistema en que se utilizó la
fuerza de trabajo indígena. El rey de España le concedía a un encomendero los derechos a
utilizar el trabajo de un grupo de indígenas. Estos debían entregar al encomendero un tributo ,
productos y en trabajo, mientras el español a cambio, velaba por la “protección” de los
indígenas y promovía su evangelización. Por los recursos económicos con los que contaban, los
encomenderos adquirieron mucho poder en las colonias, llegando a ocupar cargos en los
cabildos y otras instituciones de gobierno.
Las encomiendas, la mayoría de las veces, no lograron su objetivo de incorporar a los pueblos
originarios a las tradiciones y costumbres europeas. El encomendero solía ausentarse, dejando
a los indígenas a cargo de los administradores designados par controlar y llevar adelante los
trabajos.
Hacia mediados del siglo XVI, las encomiendas comenzaron a desaparecer, por varios motivos.
Por un lado, la Corona comenzó a temer que se
formase en sus colonias un grupo de
encomenderos demasiado poderoso. Por otro, los
abusos frecuentes cometidos por los
encomenderos contar los indígenas terminaron
de convencer a la Corona de acabar con estas
instituciones. Fue entonces que aparecieron los
corregimientos.
Los españoles, por otra parte, también
aprovecharon algunas de las formas de
organización del trabajo con las que ya contaban
los pueblos originarios. La mita, era una
institución enciaca mediante la cual los ayllus
Al poco tiempo de que se establecieron los españoles en la zona de las Antillas, sobre el mar
Caribe, los malos tratos a los indígenas de la zona y las enfermedades que traían desde Europa
hicieron que casi desapareciera por completo la población originaria. Por ese motivo, comenzó
la importación de personas de piel negra de África, para que trabajaran en las plantaciones de
caña de azúcar de esa región, tarea que requería gran cantidad de trabajo manual.
Este sistema, también conocido como “trata de negros”, se organizaba a partir de la actividad
de comerciantes europeos que compraban los esclavos a reyes de diferentes pueblos
africanos, y luego los trasladaban en barcos a las colonias americanas. Ya desde el siglo XV los
portugueses habían comenzado con esta práctica, que luego fue incorporada por mercaderes
ingleses y holandeses.
La facilidad con la que se podían conseguir esclavos hizo que fuera normal este tipo de
intercambios comerciales. No obstante, existían dificultades para su traslado hasta América,
por lo cual los esclavos africanos nunca llegaron a reemplazar por completo la fuerza de
trabajo indígena. Además,
los indígenas estaban
mejor calificados para
realizar ciertas tareas más
complejas, como la
minería, el cultivo de
granos o la crianza de
ganado.
Las condiciones de vida de
los esclavos eran
particularmente duras.
Desde el momento en que
eran capturados en África,
se los encadenaba y se los
llevaba a los puertos,
donde eran embarcados
hacia sus nuevos destinos.
La sociedad colonial
La sociedad
surgida tras la
conquista de
América
incorporó muchas
de las
características
que ya existían en
la sociedad
española de la
época. En Europa,
la consolidación
de las monarquías
absolutistas había
contribuido a la
formación de
sociedades muy
jerarquizadas, con
una reducida movilidad social. Habituados a este tipo de modelo, los españoles que llegaron a
tierras americanas intentaron reproducir la organización social que conocían.
Apenas comenzado el proceso de conquista, los grupos sociales se organizaron en relación al
color de piel y el origen familiar.
Por un lado estaban los “blancos”, es decir, los europeos y los hijos de europeos que habían
nacido en América llamados criollos. Los blancos eran el grupo privilegiado. Eran los únicos que
podían gobernar y ocupar posiciones de poder. Por otro lado quedaba la gran mayoría de la
población, los indígenas o “indios”, considerados inferiores y sometidos al gobierno de los
conquistadores y sus hijos.
Con el paso del tiempo, la llegada de esclavos africanos vino a modificar esta situación, pues
incorporó un tercer grupo social, el de los “negros”.
Paulatinamente, estos distintos grupos sociales comenzaron a relacionarse y a tener
descendencia, originando un fenómeno conocido como mestizaje; por ejemplo cuando un
Los “bancos”
Los indígenas
La situación de los indígenas en el sistema colonial era muy mala. Así lo muestra, por ejemplo
el debate que mantuvieron los españoles acerca de sí podían ser considerados personas o
debían ser tratados como animales.
De todas formas, no todos los indígenas se hallaban en la misma posición. Cuando llegaron a
América, los españoles se encontraron, en especial en aquellas culturas que habían originado
grandes organizaciones estatales, con grupos sociales diferenciados entre las culturas
originarias. Aprovechando este hecho los conquistadores fomentaron el desarrollo de una elite
indígena que, si bien estaba subordinada a los españoles, tenía privilegios frente al resto de los
pobladores originarios. Para poder conservar sus posiciones de privilegio, los miembros de la
élite indígena adquirieron los valores y las costumbres de la cultura europea, y desde entonces
comenzaron a servir como intermediarios entre la Corona y la gran masa de habitantes nativos
de América.
Los esclavos
En la parte más baja de la pirámide social, en tiempos de la colonia, se ubicaban los esclavos
africanos. Sus condiciones de vida eran particularmente duras, ya que no tenían ningún
derecho: sus amos podían decidir incluso quitarles la vida. A medida que aumentó el tráficode
esclavos, su presencia se difundió por distintas zonas del continente. El símbolo que indicaba
que un esclavo había sido traído legalmente a la colonia (es decir, que se habían pagado los
impuestos correspondientes) era una marca de hierro incandescentes que se les grababa en la
espalda o en el pecho.
La mayor parte de los esclavos
trabajaba en las grandes
plantaciones de caña de azúcar o de
algodón. También, muchas veces,
eran utilizados en los lavaderos de
oro, como la zona del Caribe, o en
las minas de metales preciosos de
México y Perú. En otras ocasiones
eran empleados para trasladar
productos de una región a otra y
para diferentes servicios en
instituciones civiles o eclesiásticas.
Finalmente, en algunos casos se los
utilizaba como trabajadores
domésticos, en las fincas de los
españoles más adinerados.
Las castas
Las distintas castas que existían en la sociedad colonial estaban formadas por hijos de padres y
madres de distinto origen. Eran considerados inferiores por los “blancos”, quienes se
preocupaban por mostrar su “pureza de sangre”, ya que contar con indígenas o esclavos
africanos como familiares implicaba una disminución de su categoría social. Ya en el siglo XVIII
se formalizó un sistema en el que la pertenencia a cada casta se determinaba por la cantidad
de sangre “blanca”, indígena o “negra” que predominara en cada persona.
La casta más numerosa era la de los mestizos (hijos de español e indígena). Menos numerosos
eran los mulatos (hijos de “blanco” y mujer africana) y los zambos (hijos de africano e
indígena).
El equilibrio franco-
español (1547-1559).
Las Guerras de Religión en
Francia (1562-1598).
El conflicto angloespañol
(1585-1604).
La Guerra de los Treinta
Años (1618-1648).
El Estado absolutista en
Europa oriental.
El arte renacentista
En la pintura, el estudio de las pocas obras antiguas disponibles en la época permitió que los
artistas interpretaran la estética grecorromana clásica con un alto grado de libertad. Se inició
una búsqueda de nuevos temas y técnicas, y las obras intentaron representar con la mayor
fidelidad posible los paisajes naturales (casi ausentes en el arte medieval) y las formas
humanas.
Esta mayor atención hacia la naturaleza estaba
relacionada con la obtención de cierto realismo,
alentado por el redescubrimiento de las leyes de la
perspectiva, un paso fundamental en la configuración
de lo que hoy se considera arte moderno. Respecto al
color, se implementaron técnicas para reproducir de
una manera más fiel los efectos de la luz, como el
sfumato y el clarooscuro.
El humanismo
Durante los inicios de la Edad Moderna se produjo una ruptura definitiva en el cristianismo
occidental. Luego del cisma del siglo XI entre las iglesias de Oriente y Occidente, Europa se
mantuvo culturalmente unida bajo la autoridad espiritual de la Iglesia cristiana de Roma.
Desde entonces, las voces disidentes fueron consideradas herejías, y reprimidas militar y
judicialmente.
A pesar de que la Iglesia había superado el Cisma de Occidente (1378-1417) y los intentos de
reducir el poder papal durante el Concilio de Basilea (1431-1449), muchos fieles reclamaban
un mayor compromiso de los representantes de la Iglesia con sus responsabilidades
espirituales. Sin embargo, no todos coincidían en cuál era la mejor forma de restaurar los
valores cristianos. Por eso, es preciso hablar no de una, sino de varias reformas que alentaron
la aparición de nuevas iglesias en Europa, diferenciadas de la católica por sus dogmas, sus ritos
y sus obediencias políticas. Esta situación facilitó la intromisión de los príncipes en las
cuestiones religiosas, dando lugar así a la aparición de iglesias nacionales independientes de la
autoridad del Obispo de Roma (el Papa).
Además, la expansión de la imprenta, creada por Gutenberg enel siglo XV, y el uso de las
lenguas locales en las traducciones de las Sagradas Escrituras permitió que las nuevas ideas
religiosas se propagaran rápidamente.
La reforma luterana
La reforma calvinista
Cuando Juan Calvino (1509-1564) publicó Institución de la Religión Cristiana en 1536, era un
joven luterano que había huido de Francia dos años antes
debido a la persecución contra los protestantes impulsada
por Francisco I. Desde ese momento, se convirtió en una
de los máximos referentes de la Reforma.
En términos generales, acordaba con la teología luterana,
pero difería en un punto esencial: afirmaba que los seres
humanos estaban predestinados a la salvación o bien a la
condenación eterna, y que por lo tanto había dos tipos de
personas: los elegidos y los réprobos. De esta forma,
quitaba al hombre cualquier mérito en su propia salvación,
que dependía de una elección divina.
Instalado en la ciudad de Ginebra, comenzó una
importante reforma eclesiástica. Para ello contaba con el
firme apoyo del poder civil. El calvinismo tuvo gran difusión
en Suiza, Francia, parte de Alemania, los Países Bajos y
Escocia.
La reforma anglicana
La “Contrarreforma” católica
Mientras la Reforma se difundía por Europa, en el mundo católico se debatía cómo detener
nuevas herejías. El emperador Carlos V reclamaba que se convocara a un concilio para resolver
las diferencias teológicas con los protestantes. Sin
embargo, motivaciones políticas demoraban su
convocatoria.
Por un lado, la Curia romana se resistía a un concilio
porque recordaba lo sucedido durante el Concilio de
Basilea (1431-1449), que intentó limitar el poder del
Papa para que la Iglesia fuera gobernada por los
cardenales. Asimismo, los intereses de Carlos V en
Italia generaban una enorme desconfianza en
Roma.
Francia por su parte, aprovechaba las diferencias
religiosas para debilitar al poderoso emperador y
rey de España; desalentaba la idea de un concilio y
acentuaba la autoridad del rey sobre la Iglesia
francesa. Además, el peso creciente del calvinismo
entre la alta nobleza desencadenó un clima de
violencia interna que provocó que el reino se
desentendiera de los reclamos de Roma.
El Concilio de Trento
Finalmente, el papa Pablo III convocó, en 1542, a un concilio que debía celebrarse en la ciudad
de Trento, pero que recién pudo empezar a sesionar en 1545. Con esa convocatoria, el
pontífice quiso evitar que se realizara un concilio nacional alemán, que podría haber acercado
las posiciones entre católicos y luteranos y alejado aún más a Alemania de la influencia de
Roma.
Los dieciocho años que transcurrieron entre el comienzo y el final de las deliberaciones (1545-
1563) fueron interrumpidos a causa de guerras, pestes y motivaciones políticas. A lo largo de
ese proceso, la dirección del Concilio de Trento estuvo en manos de los cardenales italianos,
quienes eran amplia mayoría.
La ruptura del
cristianismo
occidental estuvo
acompañada de un
clima de creciente
intolerancia, que se
oponía a los
postulados del
humanismo. Católicos
y protestantes
combatieron a los
disidentes con
insistencia. Al existir
una estrecha
vinculación entre el
poder religioso y el
político, la responsabilidad de la represión se repartía entre los tribunales laicos y los
eclesiásticos.
El tribunal eclesiástico más destacado fue la Inquisición. Aunque fue creada en el siglo XIII con
la función específica de reprimir a la herejía cátara en el sur de Francia, en el siglo XVI adquirió
funciones más extendidas. Con cuatro tribunales fijos (en Roma, España, Portugal y Venecia) y
transformó en un arma judicial para combatir a las disidencias religiosas.
Pero la represión no se limitaba a cuestiones religiosas: también eran perseguidos delitos de
índole, como el adulterio, la bigamia, la blasfemia y ciertas costumbres de los sectores
populares. Por eso, muchos historiadores hacen referencia a este período como un tiempo de
“reforma de costumbres”.
Intentado diferenciarse, católicos y protestantes aplicaron medidas disciplinarias muy
similares. De esta forma, la consolidación de las distintas iglesias contribuyó al fortalecimiento
del Estado, pues se estableció entre Estado e Iglesia una interrelación: la Iglesia se valía de la
fuerza del Estado para imponer la uniformidad religiosa, y el Estado obtenía a cambio una
sociedad más homogénea, regulada y dispuesta a aceptar las decisiones judiciales.
En este contexto comenzó una nueva etapa de la represión religiosa: “la caza de brujas”, el
castigo judicial a un crimen imaginario. Muchos creían en la existencia de una secta herética
que celebraba reuniones nocturnas conocidas como aquelarres, en las que el mismo diablo se
La formación de los Estados modernos europeos está relacionada con los desajustes
provocados por la crisis del orden feudal del siglo XIV, que puso en riesgo la supervivencia de la
aristocracia señorial. Desde entonces, la monarquía lograría imponer progresivamente su
condición de garante del orden político, social y económico, mediante la conformación de un
Estado organizado que fuera capaz de asegurar el mantenimiento del poder por parte del los
sectores dominantes.
La base económica de la nobleza feudal dependía de los recursos generados por el trabajo de
los campesinos; por eso, la fuerte caída de la población en busca de mejores condiciones de
vida significaron una importante disminución de las rentas feudales. Además, mediante
constantes rebeliones, los campesinos resistían eficazmente la represión señorial.
Por estas razones, se hizo evidente, para muchos integrantes de los sectores dominantes, que
la única forma de controlar a las masas campesinas era unirse en torno al poder central.
A su vez, la crisis había potenciado las constantes rivalidades entre los señores feudales, que
propiciaron largas y cruentas guerras. Esta situación también fortaleció la posición de los
reyes, porque muchos nobles advirtieron que un poder central fuerte podía poner fin a las
luchas intestinas, ubicándose encima de las facciones de lucha.
El Estado en España
El Estado en Francia
La Guerra de los Cien años (1337-1453), originada a partir de un conflicto dinástico entre las
Coronas inglesa y francesa, significó para Francia la consolidación de su poder, pues logró
convencer a la nobleza de la necesidad de crear una estructura política lo suficientemente
fuerte como para repeler las agresiones externas. A partir de la conclusión de ese conflicto
bélico, los reyes franceses de la nueva dinastía (Valois) lograron reunir bajo la autoridad del
monarca muchas prerrogativas que hasta ese momento tenían los nobles: la recaudación y el
cobro de impuestos, la administración de justicia y la formación de ejércitos.
Sin embargo, las luchas entre clanes nobiliarios y las divisiones religiosas pusieron en peligro la
supervivencia del reino durante la segunda mitad del
siglo XVI, cuando desencadenaron las Guerras de
Religión (1562-1598). Finalmente, la autoridad
monárquica logró ser restablecida y Francia recuperó su
poderío en el plano internacional, reemplazando a
España como primera potencia europea a partir de
mediados del siglo XVII, como resultado de la Guerra de
los Treinta Años (1618-1648).
Desde entonces, comenzaría el período de mayor
esplendor del Antiguo Régimen, bajo el reinado de Luis
XIV (1643-1715), quien lograría “domesticar” a la alta
nobleza reuniéndola en la Corte del Palacio de Versalles,
donde podía vigilar sus acciones y dominarla.
Enrique VII (1485-1509), primer monarca de la nueva casa reinante en Inglaterra, puso fin a la
Guerra de las Dos Rosas (1455-1485), una disputa entre los clanes nobiliarios más poderosos
de la isla. La nueva casa reinante se impuso por sobre las facciones e inauguró así época de
fuerte centralización del poder.
El estallido de la Reforma durante el reinado de Enrique VIII (1509-1547) significó un nuevo
paso en esa dirección, pues la confiscación de las tierras eclesiásticas enriqueció fuertemente
al Estado. La nueva investidura del rey como Jefe Supremo de la Iglesia anglicana aumentó la
autoridad de la Corona sobre sus súbditos.
Finalmente, la monarquía inglesa se fortaleció durante el reinado de Isabel I (1559-1603), por
su exitosa resistencia ante las potencias continentales: aunque el Estado inglés disponía de un
ejército reducido que España y las demás potencias, logró hacer frente a los intentos de Felipe
II, sucesor de Carlos I en el trono español, de doblegar a Inglaterra.
El sistema político inglés demostraría ser menos absolutista que el de las potencias
continentales. Por un lado, por el peso del Parlamento, que tenía derecho de veto sobre las
leyes y sobre las decisiones de los ministros. Por otra parte, porque cuando el Estado vendió
las tierras eclesiásticas para obtener recursos, fueron compradas, en su mayor parte, por la
mediana nobleza rural, que obtuvo así un grado importante de autonomía económica y
política, lo que le permitía liderar el proceso de revolución, a mediados del siglo XVII, que
culminaría con la implementación en Inglaterra de una monarquía parlamentaria.
Aunque a largo plazo se demostraría que los Estados absolutistas contribuyeron a acelerar la
decadencia del orden feudal, favoreciendo los intereses de burgueses y campesinos, este
proceso no era evidente para ellos en ese momento. El pago de nuevos impuestos estatales,
sumado a las tradicionales cargas fiscales, hacía que la fiscalidad influyera cada vez en mayor
medida en las actividades económicas, “asfixiando” el desarrollo de los burgueses y los
campesinos.
Por eso, dichos grupos reaccionaron contra el proceso de centralización política y a favor de
sus propios intereses. El descontento podía canalizarse mediante reclamos ante los gobiernos
de las ciudades o bien mediante rebeliones contra el poder del Estado.
Mientras Carlos I se hallaba en Alemania intentando reunir adhesiones necesarias para ser
elegido emperador del Sacro Imperio Germánico, muchas ciudades castellanas aprovecharon
para manifestar su descontento con los intentos monárquicos de reducir su autonomía. En
particular, rechazaban dos disposiciones del flamante rey: la instauración en las ciudades de
Estimulados por el carácter rebelde de la reforma luterana, varias aldeas campesinas del
sudeste alemán se levantaron en armas con el objetivo de reclamar mejores condiciones de
vida. Para ello, presentaron a funcionarios imperiales un programa de doce artículos, en los
que exigían cosas no muy distintas de las reclamadas en las revueltas medievales: la supresión
del diezmo y la servidumbre, la fijación por contrato de los trabajos personales y la reducción
de impuestos.
En un principio, recibieron la simpatía de Lutero, quien apoyaba el reclamo de los campesinos
de poder elegir a sus propios pastores religiosos. Sin embargo, el carácter cada vez más
violento de la rebelión forzó a Lutero a reclamar la inmediata represión de la revuelta.
Finalmente, los campesinos fueron derrotados en la batalla de Frankenhausen, en 1525.
Europa se convirtió, desde el siglo XVI, en la región más poderosa del mundo, pero
paradójicamente, en el mismo período se acentuó su fragmentación política interna. En efecto,
ninguna autoridad podía imponerse sobre las
otras, teniendo en cuenta que los ejércitos de
mercenarios estaban al alcance de cualquiera
que pudiera costearlos y los centros de
producción de armas y barcos están bien
repartidos geográficamente. Esta situación
estimuló una carrera armamentística que
condujo a un período de guerras continuas. Dos
factores contribuyeron a intensificar las
rivalidades: las reformas religiosas y la
concentración territorial lograda por la dinastía
de Habsburgo.
Concentrado en las guerras con Francia, Carlos V de Alemania (es decir Carlos I de España)
intentaba mantener en paz a Alemania, haciendo concesiones a los príncipes que se habían
convertido al luteranismo. Pero la suspensión momentánea de los conflictos con Francia
permitió al emperador concentrar sus fuerzas en los Estados germánicos.
Los protestantes estaban unidos en una alianza política y militar llamada Liga de Esmacalda.
Contra ella comprendieron la guerra las fuerzas imperiales (católicas) y vencieron en la batalla
de Mulhberg, en 1547.
Sin embargo, los protestantes se rearmaron y vencieron en la batalla de Innsbruck en 1552, lo
que obligó al emperador a negociar la paz en 1555 y permitir a los príncipes luteranos (no así a
los calvinistas) conservar su religión. De esta manera, Alemania se mantuvo en paz hasta la
segunda década del siglo XVII.
Al morir el rey francés Francisco I en 1547, su hijo Enrique II reanudó las hostilidades contra el
emperador, aliándose con los príncipes protestantes alemanes. Carlos I fue derrotado en 1553.
Agotado, el emperador Carlos abdicó a sus coronas en 1556 y dejó a su hijo Felipe II el trono
de España y a su hermano menor, Fernando I, el de Austria.
Felipe II, decidido a derrotar a Francia, invadió nuevamente su territorio y venció en la batalla
de San Quintín, en 1557. Esta demostración de superioridad obligó a Enrique II a firmar la paz
en 1559, mediante la cual renunciaba a Nápoles y Milán, que quedaban desde entonces bajo el
dominio español.
La muerte prematura de Enrique II dejó a Francia en manos de sus jóvenes herederos, los
adolescentes Francisco II (que gobernó durante apenas
dos años) y Carlos IX. La reina madre, Catalina de
Médicis, intentó mantenerlos al resguardo de diversos
sectores interesados en dominar la voluntad de los
jóvenes reyes. Esta situación de debilidad de la Corona
permitió que las rivalidades latentes entre los nobles,
ahora también divididos por la adhesión de muchos de
ellos a la Reforma, se materializara en ocho cruentas
guerras civiles entre 1562-1598.
La Corona, aunque siempre se mantuvo católica,
intentó durante ese período mantener una posición
independiente que le permitiera no caer bajo el
dominio de alguna de las partes en conflicto o, peor
aún, de España, quien apoyaba militarmente a los
sectores católicos. Por eso, intentó lograr la paz por
medio de sucesivos edictos que garantizaban a los protestantes su libertad de culto.
Finalmente, Enrique IV (quien reinó Francia entre 1589 y 1610 y fue el primer soberano francés
de la dinastía Borbón), tras dar por terminado el conflicto interno, prosiguió la guerra contra
España, hasta la firma de la Paz en 1598.
A diferencia de lo ocurrido en Europa occidental, la crisis del siglo XIV alentó, en Europa
oriental, el fortalecimiento de los lazos feudales entre señores y campesinos. La amplitud del
territorio ofrecía a los campesinos mayores posibilidades de huir en busca de mejores
condiciones de vida. Por eso, los nobles respondieron con una “reacción feudal”, para
mantener a las masas campesinas en un régimen de servidumbre.
Por otra parte, la centralización del poder respondió en menor medida a las luchas internas de
la aristocracia que a la necesidad de hacer frente a la amenaza militar de las potencias
occidentales, más ricas y poderosas. Así, Europa oriental debió igualar las estructuras políticas
Tras la expansión demográfica y económica del siglo XVI, Europa entró en el siglo XVII en una
nueva fase de estancamiento económico, que puso en peligro la supervivencia del orden social
y económico vigente. Esta crisis se produjo porque la producción agrícola de tipo feudal, que
se mantenía prácticamente invariable desde la Baja Edad Media, no alcanzaba a cubrir el
aumento de la demanda
en el continente.
Los reinos más exitosos
del siglo anterior, España
y Portugal, comenzaron
su decadencia, afectados
por la escasa eficiencia
demostrada en la
explotación de sus
recursos naturales y por la
progresiva pérdida de
influencia en sus
respectivas áreas
coloniales. En cambio, los
ingleses y los holandeses
lograron eludir la crisis
transformando sus
estructuras productivas.
La clave, en ambos casos,
fue la desarticulación de
la agricultura de tipo
feudal y la reorientación
hacia una agricultura de
tipo comercial, sensible a
las demandas del
mercado externo.