Poliakov, Leon - Auschwitz

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LEON POLIAKOV

Auschwitz

( Documentos y testimonios del genocidio


nazi)

Traducción: Alfredo Pastor Bodmer


REFERENCIAS

Los documentos de archivo de esta obra provienen:


De los archivos de los tribunales de Nuremberg (tribunal
militar
internacional o tribunales militares americanos). Se citan,
entonces, con
los números de referencia que se les atribuyeron durante los
juicios (por
ejemplo: PS-1919, NG-2586, etc.).
De los archivos del Centro de documentación judía
contemporánea de París, 17, rue Geoffroy-l'Asnier (IV)
(Memorial del Mártir
judío desconocido); en este caso se citan por su número de
clasificación, compuesto de dos cifras, romanas y árabes (por
ejemplo: L-221,
CDXXXVIII-5, etc.).
El autor agradece al Sr. Lucien Steinberg la ayuda aportada
en el momento de la selección de los documentos y al Sr.
Ullrich Hessel por encargarse de parte de las traducciones.
PRESENTACIÓN

DEL GENOCIDIO

Auschwitz no es un sueño. Apenas hace una generación


funcionaba, en el corazón de Europa, una industria destinada a
suprimir pueblos enteros. Los planes nazis preveían la
exterminación, por lo menos, de unos treinta millones de seres
humanos1. En primer lugar, once millones de judíos en la fase
inicial de este programa. El 20 de enero de 1942, Reinhard
Heydnch, brazo derecho deHimmler y ministro del interior,
reunía en su despacho a los altos funcionarios del III Reich, para
ponerles al corriente:
... De ahora en adelante, la emigración ha cedido su lugar a otra
posibilidad de solución: la evacuación de los judíos hacia el
Este, solución adoptada con el acuerdo del Führer.
Sin embargo, hay que considerar estas soluciones como meros
paliativos, aunque a partir de ahora utilizaremos nuestras
experiencias prácticas, tan indispensables para la solución final
del problema judío.
La solución final del problema judío en Europa deberá
aplicarse aproximadamente a once millones de personas (...).
En el marco de la solución final del problema, los judíos
deben ser trasladados bajo fuerte escolta al Este, donde se les
asignará una labor. Distribuidos en colonias de trabajo, los
judíos no inválidos, hombres a un lado, mujeres a otro, serán
conducidos a estos territorios para construir carreteras; no hay
que decir que una gran parte de ellos se eliminará
naturalmente por su deficiente estado físico.
El residuo que a fin de cuentas subsistirá —y que hay que
considerar como la parte más resistente— deberá ser tratado
en consecuencia. En efecto, la experiencia histórica ha
demostrado que, una vez liberada, esta élite natural lleva, en
germen, los elementos de un nuevo renacimiento judío.
Gracias a la generalización práctica de la solución final, Europa
será barrida de Oeste a Este. Las dificultades de alojamiento y
otras consideraciones de política social nos han inducido a
empezar por el territorio del Reich, comprendido el
protectorado de Bohemia y Moravia...

1 1. Trib. Mil. Int. de Nuremberg, audiencia de 7/1/46, interrogatorio del


testigo Von Bach-Zelewski.
Auschwitz pasó a ser el núcleo principal de esta exterminación,
que los nazis preferían designar, incluso entre ellos, con la
expresión «solución final». Así, pues, se añadió una nueva
dimensión a la civilización tecnológica, hasta entonces dirigida,
para el enriquecimiento de los hombres o el dominio de los
Estados, hacia la explotación de los recursos vivos de todo
orden y que, en este caso, por vez primera, fue puesta al
servicio de la extinción de estos recursos con un ansia de
destrucción convertida en un fin en sí misma. Desde este punto
de vista, es importante ver claramente la diferencia entre
Auschwitz y la otra gran amenaza apocalíptica nacida de la
última guerra: la muerte de Hiroshima fue un medio
despiadado para hacer capitular a un enemigo armado; los
nazis, en cambio, sólo exterminaban a los pueblos previamente
sometidos y desarmados.
¿Es necesario recordar, también, que Auschwitz no estaba
reservado exclusivamente para los judíos? Los hornos
crematorios acogían con gran liberalidad a todo el mundo, rusos,
franceses o alemanes; si hubo desigualdad ante la muerte,
parece que fue debido más bien a razones técnicas o de
oportunidad que a cuestiones de principio. De hecho, la mayoría
de los judíos eran asesinados en el mismo momento de su
llegada a Auschwitz; los gitanos (cíngaros), en cambio, tuvieron
un plazo de cerca de un año; la «esperanza de vida» de los
detenidos de las demás naciones variaba según su procedencia:
más débil para los prisioneros rusos, más fuerte para los
deportados civiles poíacos o franceses y se situaba en un
término medio en el caso de detenidos de origen alemán. En
pocas palabras, tenemos aquí una imagen bastante fiel de la
suerte asignada a los pueblos, tal y como la consideraban los
grandes designios nazis para «la nueva Europa».
Los detenidos a los que no se mataba inmediatamente
después de su llegada, trabajaban en las fábricas que la I.G.
Farben, Krupp y otras firmas alemanas habían instalado en el
propio territorio del campo. Esta circunstancia puede dar lugar a
algunas dudas sobre la verdadera finalidad de Auschwitz: ¿no se
trataba acaso de un núcleo importante del capitalismo de
Estado nazi, en el que se eliminaba la mano de obra
insuficientemente rentable? Desde la construcción de las
pirámides, losgrandes trabajos devoraron siempre el desecho
de los forzados y reclamaron su tributo de sufrimientos; pero
en el caso del III Reich, los documentos de este trabajo lo
demostrarán hasta la saciedad; el centro de gravedad del
objetivo perseguido se encuentra desplazado, el trabajo
forzado no fue más que un sucedáneo de las cámaras de gas,
y la producción, un pretexto.
La propia historia de la puesta a punto de los métodos de
genocidio ofrece, desde este punto de vista, unas indicaciones
muy claras. El campo de Auschwitz no existía todavía cuando
empezaron a experimentarse; los objetos de estas primeras
experiencias no fueron los judíos, u otra «raza inferior», sino los
encerrados en los manicomios alemanes, cuyas vidas eran
indignas de continuar, según la ética hitleriana. (Por muy
diversas que hayan podido ser, según las épocas y las
civilizaciones, las maneras de tratar la locura, el asesinato puro
y simple constituía un procedimiento radicalmente nuevo, sin
duda característico de una sociedad que ella misma se
encaminaba hacia la demencia colectiva.) El «programa de
eutanasia» fue promulgado por un decreto secreto de Hitler el 1º
de septiembre de 1939, o sea, el mismo día de la declaración de
la guerra. Bajo la égida de dos miembros de su gabinete
personal, Ph. Bouhler y V. Brack, el comisario de policía Christian
Wirth fue encargado de su realización.
El procedimiento al que recurrió fue la asfixia mediante óxido
de carbono, en seis centros especiales que instaló en
diferentes regiones de Alemania. Unas comisiones médicas de
las que formaban parte eminentes psiquiatras del III Reich
visitaban los manicomios y seleccionaban aquellos individuos
que les parecían incurables; luego, los servicios de Wirth
trasladaban las víctimas al centro de exterminación más
próximo. Ese macabro trabajo se prosiguió en el mayor secreto
entre finales de 1939 y el otoño de 1941; más de 100.000
alemanes fueron sacrificados de esta manera a los Dioses de la
Raza. Los familiares de las víctimas eran puestos al corriente
mediante cartas circulares avisándoles de la súbita muerte del
enfermo debida a una neumonía o a un ataque cardíaco. Pero, a
medida que aumentaba el número de víctimas, las sospechas de
las familias iban en aumento y se transformaban en
certidumbre; tuvieron lugar manifestaciones durante el traslado
de los enfermos; la iglesia alemana de ambas confesiones, esta
misma iglesia que caliaría ante las matanzas de judíos y
eslavos, multiplicaba sus protestas públicas; para cortar de raíz
una agitación popular que iba ampliándose, Hitier, en el otoño
de 1941, hizo suspender el «programa», prometiéndose empren-
derlo de nuevo a la terminación de las hostilidades. Wirth y su
equipo fueron enviados al frente ruso en calidad de
enfermeros2.
En esta época, el Führer del III Reich había ya concedido luz
verde para la exterminación de los judíos.
21. Cf., sobre este punto, L. Poliakov, Biéviaire de la Haine, París, 1961,
pp. 209-18.
¿Es necesario recordar el papel que el pueblo de la Biblia tenía
en la mitología hitleriana, como tormento de la raza nórdica y
encarnación del Mal? El programa del partido nacionalsocialista
exigía la eliminación de los judíos de la comunidad alemana;
entre 1933 y 1939 fueron metódicamente maltratados, robados,
forzados a emigrar; la decisión de matarlos hasta el último, data
también del comienzo de la guerra. Las órdenes co-
rrespondientes eran dadas generalmente de forma verbal, por
el conducto Hitler-Himmler-Heydrich-Eichmann. Heydrich, jefe
de la policía SS, lo anunciaba en septiembre de 1939 a sus
lugartenientes en los términos siguientes, un tanto esotéricos
como lo fueron, a menudo, los documentos administrativos
nazis:
El Jefe de la Policía de Seguridad
PP. (II) 288/39 secreto.
Berlín, a 21 de septiembre de 1939.
Carta urgente a todos los jefes de los Einsatzgruppen
(destacamentos de policía SS).
Objeto: la cuestión judía en los territorios ocupados.
Hago referencia a la sesión que ha tenido lugar hoy en Berlín
para recordar, una vez más, que el conjunto de medidas
proyectadas (es decir, el objetivo final) debe mantenerse
rigurosamente en secreto.
Es necesario distinguir entre:
1.° el objetivo final (que necesita plazos bastante largos para
realizarse), y
2° las etapas necesarias para alcanzar este objetivo (que
deben llevarse a cabo en el plazo más corto posible).
Las medidas propuestas requieren una preparación de las más
minuciosas, tanto desde el punto de vista técnico como
económico.
No hay que decir que los objetivos a alcanzar no pueden ser
fijados en todos sus detalles aquí en Berlín. Las sugestiones y
líneas directrices tienen como fin alentar a los jefes de los
Einsatzgruppen a estudiar y organizar sus planes...

La hora del «objetivo final» del que hablaba Heydrích sonó en el


verano de 1941, cuando los ejércitos alemanes se lanzaron al
asalto de la Unión Soviética. Los Einsatzgruppen operaban en
la retaguardia; estos destacamentos de policía SS estaban
encargados de fusilar a todos los «comísanos políticos» —o,
dicho de otra manera, los miembros del partido comunista— y
todos los judíos, hombres, mujeres y niños. Con ello, inmensas
carnicerías ensangrentaron el suelo ruso; el número de vícti-
mas, que no será jamás conocido con exactitud, se expresa, en
todo caso, mediante un número de siete cifras. Pero se
descubrió que el método de los fusilamientos presentaba
ciertos inconvenientes: perpetrados a la vista de todo el
mundo, asombraban y sublevaban a los soldados de los
ejércitos regulares; los comandantes de los Einsatzgruppen,
preocupados por el equilibrío men tal de sus subordinados, se
quejaban también de los vivos sufrimientos que causaban a sus
ejecutores, con perniciosas repercusiones para su sensibilidad...
De todos modos, el método de los fusilamientos casi públicos
era aplicado a sangre y fuego solamente en el casoruso. En
otras partes, enla Europa dominada, los jefes nazis recurrieron a
métodos más discretos. Las diñcultades con las que se
enfrentaban aparecen en este documento:
El ministro del Reich
para los territorios ocupados del Este.
Berlín, a 25 de octubre de 1941.
Al comisario del Reich para los territorios del Este.
Objeto: solución de la cuestión judía.
Concerniente: a su informe del 4 de octubre sobre la solución
de la cuestión judía.
Haciendo referencia a mi carta del 18 de octubre de 1941, le
informo que Herr Brack, Oberdienstleiter de la cancillería del
Führer, está de acuerdo en colaborar en la instalación de los
barracones necesarios y de los aparatos de gas. Actualmente
no disponemos de un número suficiente de aparatos; antes
hay que construirlos. Brack estima que sería más fácil fabricar
estos aparatos en el propio lugar de destino que en el Reich.
Lo mejor sería que enviase su personal a Riga y, en particular,
su químico, el Dr. Kallmeyer, quien se ocupará de todo lo
necesario Brack señala que el procedimiento empleado no deja
de presentar algún peligro, y que es conveniente tomar
algunas medidas de precaución. Por ello, le ruego se dirija al
Oberdienstleiter Brack, en la cancillería del Führer, a través de
su jefe de policía SS; le rogará que nos envíe al químico Dr.
Kallmeyer así como a otros colaboradores. Me permito señalarle
que el Sturmbannführer Eichmann, encargado de los asuntos
judíos en la Oficina central de la Policía del Reich, está de
acuerdo. Nos ha hecho saber que están previstos campos para
judíos en Riga y en Minsk, donde también podrán ser
trasladados judíos alemanes. Actualmente se está evacuando.a
estos últimos para enviarlos a Lodz, y a otros campos, de
donde partirán hacia el Este y, si son aptos para trabajar, hacia
campos de trabajo.
A juzgar por la situación actual, no existen escrúpulos para
liquidar, según el método Brack, a los judíos incapaces para el
trabajo. De esta manera, los incidentes, tales como los que han
tenido lugar durante los fusilamientos de los judíos en Vilna —y
estos fusilamientos eran públicos, según el informe que tengo
en mi poder— no serán tolerados de ahora en adelante y ya
no serán posibles. Por el contrario, los judíos aptos para el
trabajo serán trasladados hacia el Este para ser asignados a
un trabajo. Claro está, los hombres y las mujeres aptos para
trabajar serán separados unos de otros.
Le ruego me informe de cualquier otro tipo de medidas
llevadas a cabo.

Los «colaboradores de Herr Brack» a los que se refiere este


documento, no eran otros que el comisario Wirth y su equipo.
Llamados del frente ruso, fueron encargados, a finales de 1941,
de instalar centros de exterminación en Polonia, en los cuales
aplicaron a una escala infinitamente mayoría experíencia
anteriormente adquirida en Alemania. De esta manera se
crearon cuatro campos: Chelmno, Treblinka, Belzec y Sobibor, en
los cuales, según las estimaciones más verosímiles, fueron
asfixiados con óxido de carbono cerca de dos millones de
judíos polacos.
Estos centros eran pura y simplemente campos de
exterminación, es decir, que todos los seres humanos que
seguían aquel camino eran llevados a la muerte
inmediatamente, tanto si se trataba de niños, de viejos o de
hombres jóvenes. Pero, al mismo tiempo, un poco más lejos, al
Oeste, en la parte de Polonia anexionada por el III Reich, se
aplicaba un método más perfeccionado: el asesinato
acompañado por la previa explotación de la mano de obra
apta, hasta la llegada de la muerte. Si los cuatro campos
polacos proceden, tal como lo acabamos de ver, del
«programa de eutanasia» alemán, el campo de Auschwitz
puede calificarse de centro mixto, ligado desde muchos puntos
de vista al sistema de campos de concentración nazis e
integrándose, a la vez, con la industria de guerra alemana. Es
necesario, ahora, decir algunas palabras sobre este sistema.
Puede decirse que los dos fundamentos ideológicos del
hitlerismo consistían en un nietzscheísmo primario que, del
pensamiento del autor de Zarathustra, solamente había
conservado el elogio de la «bestia rubia», y en un
pseudodarwinismo según el cual esta bestia cruel debía dominar
el universo, de acuerdo con las leyes de la selección natural y
con la condición de echar una mano a la naturaleza. Una
metafísica de este tipo era perfectamente adecuada a un
adiestramiento militar, con el que sueñan muchos suboficiales
en los cuarteles de todos los países; los nazis convirtieron
rápidamente el suyo en un inmenso cuartel, con los SS como
supremos vigilantes y los campos de concentración en
batallones penitenciarios, con el fin de corregir los descontentos.
He aquí como Himmler, en un discurso secreto pronunciado en
1943 ante los jefes de los SS, describía el ideal de virtud de su
cofradía:
...Hay un principio que debe constituir una regla absoluta para
las SS ante las gentes de nuestra misma sangre, con la
exclusión de todas las demás sangres: debemos ser honrados,
correctos, leales y buenos camaradas. La sangre de un ruso o
de un checo no me interesa en absoluto. La sangre de buena
calidad, de la misma naturaleza que la nuestra, que los demás
pueblos puedan ofrecernos, la tomaremos y, si es necesario,
cogeremos sus hijos y los educaremos entre nosotros. Me es
totalmente indiferente saber si las otras naciones viven
prósperas o se mueren de hambre. Esto me interesa
solamente en la medida en que estas naciones nos son
necesarias como esclavas de nuestra cultura. Que 10.000
mujeres rusas caigan de agotamiento cavando una fosa
antitanques, me es totalmente indiferente, siempre y cuando la
fosa se lleve a cabo. Evidentemente, no se trata de ser duro y
despiadado inútilmente. Nosotros alemanes, que somos los
únicos que tratamos correctamente a los animales, trataremos
correctamente a los animales humanos. Pero sería un crimen
contra nuestra sangre preocuparse de ellos, darles un ideal
que preparase a nuestros hijos y a nuestros nietos tiempos
más difíciles...

Este ideal de corrección alemana, según Himmler, era


particularmente difícil de observar en el caso de los judíos.
Añadía en efecto:
...Quisiera hablar también de la evacuación de los judíos, de la
exterminación del pueblo judío. He aquí algo sobre lo cual es
fácil hablar. «El pueblo judío será exterminado, dice cada
miembro del partido, esto está claro, está en nuestro programa;
lo haremos.» Y luego vienen 80 millones de buenos alemanes y
cada uno tiene su «buen judío». «Evidentemente, los demás
son unos puercos, pero éste es un judío de buena calidad.»
Ninguno de los que hablan así ha visto los cadáveres, ninguno
estaba presente. La mayoría de vosotros sabe lo que es ver un
montón de 100 cadáveres, o de 500, o de 1.000. Haber pasado
por eso y, al mismo tiempo, con las reservas debidas a la
debilidad humana, ser todavía correctos, he aquí lo que nos
ha endurecido...
Es una página gloriosa de nuestra historia, que jamás ha sido
escrita y que jamás lo será...

Pero esta historia es también la del nacional-socialismo


alemán, que predicaba la dureza y la violencia como virtudes
alemanas esenciales. ¿No soñaba Adolfo Hitler en un hombre
completamente nuevo, en «una juventud dura, violenta y cruel...
con la fuerza y la belleza de las jóvenes fieras3...»?Desde el
advenimiento del régimen hitleriano, estas virtudes fueron
inculcadas a los SS en los campos de concentración, en los
cuales se internaba a los adversarios políticos y a los judíos.
Su vigilancia estuvo confiada a la división de élite SS
«Calavera», mandada por Theodor Eicke. Los primeros campos
(Dachau, Oranienburg, Buchenwald) sirvieron de escuela de
endurecimiento y de asesinato; fueron un lugar de selección y
de educación de los guardianes. Según Rudolf Hoess, el futuro
comandante de Auschwitz:
Eicke quería suprimir en los SS todo sentimiento de piedad
para con los prisioneros. Sus discursos, las órdenes en las
cuales insistía sobre el carácter criminal y peligroso de la
actividad de los internados, no podían quedar sin efecto.
Adoctrinados sin cesar por él, los tipos primitivos y rudos
poseían para con los prisioneros una antipatía y un odio
difícilmente imaginables para la gente de fuera. La influencia
de Eicke se dejó sentir en todos los campos de concentración,
sobre toda la tropa y los oficiales SS allí destinados, y produjo
su efecto, incluso muchos años después de que Eicke
abandonase su puesto de inspector4...
De esta forma, millares de SS fueron adecuadamente
trabajados, cuando el campo de concentración de Auschwitz fue
creado en el territorio de la Polonia anexionada, a unos
cincuenta kilómetros de Cracovia, en la primavera de 1940.

3 Hermann Rauschning, Hitler m'a dit, París, 1939, p. 292.


4Rudolf Hoess, Le commandant d'Auschwitz parte, París (Julliard), 1959, pp.
78-79.
1. LOS CAMINOS DE AUSCHWITZ

No hubo país europeo que no aportase su contingente de


mártires a Auschwitz. Durante el primer año de su existencia,
el campo estuvo poblado especialmente por polacos
considerados como peligrosos para la seguridad del III Reich, en
su mayor parte miembros de las élites, denominados
comúnmente «clase de jefes». Desde finales de septiembre de
1939, Reinhard Heydrich se expresaba muy claramente a este
respecto:
...La solución del problema polaco —tal como se ha dicho ya
varias veces— será diferente para la clase de los jefes
(intelligentsia polaca) y para la clase inferior de trabajadores
polacos. En los territorios ocupados quedan, como máximo, un 3
% de la clase de los jefes. Pero este 3 % debe hacerse también
inofensivo; para ello serán llevados a campos de
concentración. Los Einsatzgruppen (destacamento de policía SS)
deben elaborar listas, incluyendo los jefes, y listas de la clase
media: profesores, curas, nobles, legionarios, oficiales liberados,
etc. Éstos deben ser igualmente detenidos5...
5 Citado en Le Procès de Jérusalem, París (Calmann-Levy), 1963, p. 337.
Las necesidades religiosas de los polacos deben satisfacerse
con la ayuda de curas católicos venidos del oeste, pero éstos
no deben hablar polaco... continuaba Heydrich. Y esto con el fin
de privar de toda instrucción a los niños y adultos; se trataba,
pues, de suprimir la nacionalidad y la cultura polacas; de
genocidio, en una palabra; exterminación física de los «jefes» y
conversión en bestias de carga del pueblo que se conservara
vivo. No hay que decir, protestaba a continuación un experto
nazi, que es imposible resolver el problema polaco con la
liquidación de los polacos de la misma manera que se liquidan
los judíos. Una solución de este tipo marcaría al pueblo alemán
para un futuro lejano y nos quitaría en todas partes las
simpatías, tanto más cuanto que los demás pueblos deberían
contar con la eventualidad de un tratamiento idéntico en un
momento posterior6...

La muerte destinada a los polacos era, pues, una muerte


lenta.
En el caso de los prisioneros de guerra rusos que comenzaron a
anuir a Auschwitz durante el verano de 1941, los métodos
fueron más expeditivos. Por aquel entonces, fue cuestión de
instalar sobre el territorio del campo una sección especial para
estos prisioneros; si este proyecto no se llevó a cabo, según
parece, fue porque, al régimen al cual estaban sometidos,
morían demasiado aprisa. Según R. Hoess, comandante de
Auschwitz:
(...) la voluntad de trabajar no les faltaba, pero estaban tan
agotados que no había posibilidad de sacarles nada... morían
como moscas; su debilidad era tal que morían al mínimo
malestar... Hasta los más resistentes desaparecían uno tras
otro. Las raciones suplementarias no les eran de ninguna
utilidad. Tragaban cualquier cosa pero no llegaban a saciar su
hambre... De esta manera se explica la misteriosa desaparición
de tantos rusos7...

Y con más precisión: Más de diez mil hombres habían sido


reunidos para proveer la mano de obra necesaria para la
construcción del campo. Hacia el verano de 1942, no quedaban

6NG-2325. (Informe del Dr. Wetzel, director en el «Ministerio de los territorios


ocupados del Este», sobre la organización de dichos territorios; Berlín, abril
de 1962.)
7 R. Hoess, Le commandant d'Auschwitz parle, op. cit., pp. 138-139.
más que algunos centenares. Añadía finalmente: Jamás
habíamos tenido la intención de gasear a estos rusos. Sin
embargo, las primeras cobayas para las cámaras de gas de
Auschwitz fueron escogidas de entre ellos, tal y como lo
veremos a continuación. ¿Es necesario añadir que la
exterminación de los prisioneros soviéticos se llevaba a cabo, no
sólo en Auschwitz, sino un poco por todas partes a lo largo de
los territorios ocupados? A algunos altos jefes nazis les parecía
inoportuna y mal llevada; Alfred Rosenberg, elideólogo oficial del
partido, se lamentaba en febrero de 1942:
...Finalmente, es conveniente mencionar las ejecuciones de
prisioneros de guerra por fusilamiento; éstas, a veces, resultan
prácticas, según principios desprovistos de toda comprensión
política. Así, por ejemplo, los asiáticos han sido fusilados, en un
cierto número de campos, a pesar de ser precisamente las
regiones de la Transcaucasia y del Turkestán, territorios
asiáticos, las que comprenden las poblaciones de la Unión So-
viética más violentamente hostiles a la opresión rusa y al
bolchevismo. El Ministerio para los territorios ocupados del Este
ha llamado varias veces la atención sobre esta deplorable
situación. Sin embargo, en noviembre último, un comando hizo
su aparición en un campo de prisioneros de Nicolalev y quiso
liquidar a los asiáticos. El trato a prisioneros de guerra parece
descansar sobre concepciones totalmente equivocadas con
respecto a los pueblos de la Unión Soviética. La más extendida
de estas concepciones es la de que los pueblos se hacen cada
vez menos civilizados a medida que se avanza hacia el Este.
En este caso, si se somete a los polacos a un trato riguroso,
parece suponerse que los ucranianos, los rusos blancos, los
rusos y, finalmente, los asiáticos, deberán recibir un trato
muchísimo más riguroso todavía...

Podrían citarse otros muchos ejemplos de tales desacuerdos


sobre la suerte reservada a las poblaciones de los países
subyugados o, tal como se expresaba el propio Führer, sobre
la manera de cortar el gigantesco pastel. Pero toda discusión
cesaba entre los dirigentes cuando se trataba de los judíos, que,
según palabras de Himmler, todos los miembros del partido
eran unánimes en querer exterminar. A pesar de lo que hayan
podido pensar en su fuero interno los miembros del partido
nacional-socialista alemán, las manifestaciones de abierta
desaprobación fueron infinitamente más raras que en el caso del
asesinato de los locos. La «solución final» pudo proseguirse,
pues, sin encontrar serios obstáculos; vamos a ver a
continuación cómo los judíos de los diferentes países de Europa
tomaban el camino del principal centro de muerte nazi.
Volvamos a nuestra cronología. La decisión de exterminar a
todos los judíos de Europa fue tomada durante el verano de
1941 y Hitler expresó, en esta ocasión, su deseo de ver
desaparecer antes de fin de año los que viviesen en Alemania.
Pero aún faltaban construir las instalaciones necesarias; los
campos de exterminación de Polonia no empezaron a funcionar
hasta fines de 1941; el de Auschwitz, más perfeccionado y más
amplio, sobrepasó el estado experimental durante la primavera
del año siguiente. Fue entonces cuando el teniente coronel
Adolf Eichmann, jefe del «servicio judío» de la Oficina de Policía
del Reich, quedó encargado de la organización de las
deportaciones. Empezó por encaminar a Auschwitz a los judíos
de las regiones próximas, Aita Siiesia y Eslovaquia. Durante el
verano de 1942 tocó el turno a los judíos franceses, belgas y ho-
landeses. En cada país, Eichmann disponía de representantes
con los cuales trataba las múltiples cuestiones técnicas y hasta
jurídicas que creaban las deportaciones. Su naturaleza se
desprende del proceso verbal que se acompaña, redactado por
el delegado de Eichmann, en Francia:
IV SA 24
Dan/Ge
París, a 15 de junio de 1942.
Objeto: Deportación de los judíos de Francia.
El 11 de junio de 1942 tuvo lugar en la Oficina de Policía del
Reich —IV B 4— una sesión a la cual asistían, además del abajo
firmante SS-Hauptsturmführer Dannecker, los responsables de
la sección judía de Bruselas y de La Haya.
a) Objeto.
Razones militares se oponen, este verano, a la partida de
judíos de Alemania hacia la zona de operaciones del Este.
Igualmente el Reichsführer SS ha ordenado el traslado al
campo de concentración de Auschwitz, para prestar trabajo, de
una mayor cantidad de judíos de la Europa del Sureste
(Rumania), o de las regiones ocupadas del Oeste.
La condición esencial es que los judíos (de ambos sexos)
tengan edades comprendidas entre los 16 y 40 años. Un 10 % de
los judíos no aptos para el trabajo podrán estar comprendidos
en estos convoyes.
b) Decisión.
Se ha convenido que 15.000 judíos serán deportados de los
Países Bajos, 10.000 de Bélgica y 100.000 de Francia en total,
comprendida la zona no ocupada.
De acuerdo con la proposición del abajo firmante, aparte el
límite de la edad, se ha decidido que sólo se comprenderán en
la categoría de deportados los judíos obligados a llevar la
estrella judía, siempre y cuando no vivan en matrimonio mixto.
c) Instrucciones técnicas.
Debido al estado del material ferroviario, el abajo firmante
deberá
tomar contacto, según las instrucciones de la Oficina de la
Policía, con el
E.T.R.A.-París (general Kohl). La cuestión de los trenes
requisados en
Bélgica debe igualmente ser regulada. A partir del 13 de julio
de 1942,
los transportes se realizarán a un promedio de tres por
semana.
Se deberá obtener del gobierno francés, mediante entrevistas
di
rectas o indirectas, la promulgación de una ley en virtud de la
cual, si
guiendo el ejemplo de la segunda orden sobre la nacionalidad
alemana,
todos los judíos residentes fuera de las fronteras francesas o
emigrados
posteriormente, pierden la nacionalidad y sus derechos como
ciudada
nos franceses. Tanto el coste de los transportes como la
capitalización
(700 RM por judío) estarán a cargo del gobierno francés, lo
mismo que el
equipo y su abastecimiento para un período de 15 días a partir
de su de
portación. El despacho IV B 4 (SS-Obersturmbannführer
Eichmann) ha
pedido a los responsables de las secciones judías interesadas,
volver de
nuevo a Berlín el 2 de julio de 1942 para una conferencia de
clausura (las
invitaciones seguirán).
Firmado: Dannecker, SS-Hauptsturmführer.

La cuestión de saber quién cargaría con los gastos de transporte


planteaba difíciles problemas contables:
El Reichsführer SS, jefe de la policía alemana.
Berlín, a 17 de agosto de 1942.
Al Señor Ministro de Finanzas del Reich.
Berlín W 8.
Objeto: Gastos de evacuación de los judíos franceses.
(...) Está previsto destinar al Reich, cada mes, trece trenes de
judíos. En la fecha de 10.VIII.1942, dieciocho trenes partieron de
Francia hacia el campo de Auschwitz, ocasionando los
siguientes gastos de transporte:
a) 76.000 RM hasta la frontera del Reich.
b) 439.000 RM desde la frontera del Reich hasta el campo de
Auschwitz.
Los gastos encabezados por b) podrían ser considerablemente
reducidos mediante la creación de un campo de tránsito en la
Alemania Occidental.
El comandante militar («Militärsbefehlhaber»), en Francia, se
ha declarado dispuesto a poner a disposición del jefe de policía
de París los medios necesarios para cubrir los gastos de
transporte hasta la frontera del Reich, en el marco de sus
adelantos mensuales. Los gastos ocasionados por la evacuación
de los judíos al interior del Reich son adelantados, por el
momento, por la caja de la Policía del Reich, a fin de que la
evacuación no sufra ninguna interrupción.
Le ruego me haga saber cuáles son los gastos que deben
imputarse al presupuesto de los gastos de ocupación y cuáles
son los que deben ser costeados por el presupuesto
extraordinario de la Policía. ¿Hay que restituir al comandante
militar los fondos adelantados por él al comandante en jefe de
la policía en París?...

Los funcionarios alemanes de todo orden, que cooperaban de


esta manera en la exterminación de los judíos, se mostraban
muy preocupados por el mantenimiento de la legalidad. Era
indispensable vigilar, por ejemplo, que la devolución al Estado
Alemán de los bienes de los deportados se hiciese de acuerdo
con las normas; a este efecto, Hans Globke, el experto en
cuestiones judías del Ministerio del Interior, elaboró una ley
(promulgada el 25 de noviembre de 1941), según la cual los
deportados de Alemania eran automáticamente desprovistos de
su nacionalidad alemana, comportando el hecho la confiscación
de sus bienes.
En Francia, la organización de las deportaciones condujo a
largas discusiones entre los representantes de Eichmann y los
ministros de Vichy. Estos últimos dieron su visto bueno a la
deportación de los judíos de nacionalidad extranjera, pero se
resistieron a la entrega de los judíos franceses.
Eichmann tuvo que ceder sobre este punto. Durante los días
16y 17 del mes de julio de 1942, la Prefectura de Policía de París
organizó una redada monstruo, encargando a policías «agentes
captores» de detener a 27.000 judíos extranjeros que habitaban la
región parisina. Fechadas el 12 de julio, las instrucciones del
señor Hennequin, jefe de la policía municipal, precisaban entre
otras cosas:
1. Los guardias e inspectores, una vez verificada la identidad
de los
judíos que tienen como misión detener, no tienen que discutir
las diferentes observaciones que puedan ser formuladas por
éstos...
2. Tampoco tienen que discutir sobre su estado de salud. Todo
judío
detenido debe ser conducido al Centro primario.
3. Los agentes encargados de la detención deben asegurarse,
en el
caso de que deba detenerse a todos los habitantes de la
vivienda, que
los contadores del gas, de la electricidad y del agua estén
bien cerrados.
Los animales se confiarán al portero (...).
7. Los guardias e inspectores son responsables de su
ejecución. Las
operaciones deben efectuarse con la máxima rapidez, sin
palabras inúti
les y sin ningún comentario.
8. Los guardias e inspectores encargados del arresto
rellenarán los
apartados que figuran al dorso de cada una de las fichas:
Indicación del barrio o de la circunscripción del lugar de
arresto.
«Arrestado por», indicando el nombre y los servicios de cada
uno de los guardias e inspectores que hubiesen intervenido
en el arresto.
El nombre y la dirección de la persona a quien le habrán sido
entregadas las llaves.
En caso de no arresto del individuo mencionado en la ficha,
las razones por las cuales no ha podido llevarse a cabo y todas
las informaciones sucintas útiles:
Y según el cuadro siguiente:

SERVICIO:
Agentes apresores:
Nombre............................................................
Nombre...........................................................
Servicio.............................................................
Servicio..............................................................
Llaves entregadas al Sr..................................
N.°.............................................................................
Calle .............................................................
Informaciones en caso de no arresto:..........
El Jefe
de la Policía Municipal
firmado HENNEQUIN.

Pero la redada no dio los resultados esperados, ya que más de


la mitad de los judíos habían podido huir a tiempo. Las
estadísticas de la Prefectura de Policía indicaban el arresto de
12.884 personas solamente (3.031 hombres, 5.802 mujeres, 4.051
niños). El representante de Eichmann constataba el 18 de julio
«que un número importante de judíos apátridas había tenido
conocimiento de la redada y había podido esconderse. En
varios casos, agentes de la policía francesa habrían informado a
las personas que debían detener en la redada, en particular a
los judíos que gozaban de una buena situación, aconsejándoles
de no permanecer en sus apartamentos los días 16 y 17 de
julio de 1942».
Sin duda, las SS eran incapaces de concebir que pudiesen
cometerse casos de indisciplina por otros motivos que los
puramente interesados. Vale la pena evocar aquí algunos
rasgos de su mentalidad. Cuando un gran burgués judío, héroe
y herido en 1914-1918, fue detenido por ellos en diciembre de
1941 y sus relaciones con los «colaboradores» franceses,
apoyadas por el embajador Abetz, soücitaron su liberación, el
nazi de servicio respondió que con la mejor voluntad del mundo
no podía hacerlo ya que una tal medida de fa vor llevaría a los
franceses a la conclusión de que no existía entre los alemanes
ningún antisemita auténtico, con excepción de Hitler... Más
revelador todavía de la psicología de las SS es otro documento
en el que se ve a Eichmann, descontento de la falta de coordi-
nación entre sus agentes en París, amenazarles, a modo de
sanción, con no aceptar a más judíos franceses en Auschwitz,
«de no considerar más a Francia como país de deportación».
Tales rasgos atestiguan el desajuste de las mentes alemanas, en
el período en el cual el III Reich realizaba la misión de
exterminar a pueblos enteros a sangre fría.
La persecución, especialmente de judíos, se había convertido en
culto, al mismo tiempo que en un juego cruel.
Pero cualesquiera que hayan sido estos ardores hitlerianos, el
holocausto de los judíos de Francia disminuyó después del
verano de 1942, ya que el aparato administrativo de Vichy
oponía a las redadas una actitud cada vez más reticente.
Mejores resultados fueron obtenidos por Eichmann en los
Países Bajos, colocados bajo la directa administración alemana.
(Las pérdidas judías fueron en Francia del orden del 20-30 %, y en
los Países Bajos de más del 60 %.) El calendario de Auschwitz
conocía altas y bajas; mientras que los detenidos políticos de
todas las naciones, destinados a trabajar hasta el agotamiento,
al igual que los delincuentes internacionales, afluían a razón de
algunos millares por mes, los transportes de judíos, pasados
inmediatamente por las cámaras de gas en su mayoría, se
efectuaban de una manera muy irregular. Pero no hay nada
más inexacto que separar la pobiación de Auschwitz en
categorías netamente delimitadas. Toda la diversidad del género
humano estaba allí reflejada; hubo, incluso, en el territorio del
campo, además de los detenidos y de los SS, prisioneros de
guerra ingleses, «trabajadores libres» y técnicos alemanes que
hacían funcionar las fábricas que Brmas como Krupp o I. G.
Farben habían instalado. (Solamente en la fábrica Buna déla I. G.,
el número de obreros alemanes fue de 15.000.)
Al comienzo del año 1943 empezaron a llegar a Auschwitz
convoyes
de bohemios, con sus vestidos multicolores. Planteaban a los
potenta
dos del III Reich un dilema; desde el punto de vista del Estado
policía,
estos nómadas eran unos «asocíales» que era necesario hacer
desaparecer; sin embargo, desde el punto de vista de los
dogmas raciales, eran
de pura raza indogermánica. La posición aséptica consistía en
internar
los. Hoess, que los definía como sus «detenidos preferidos»,
asegura ha
berles alimentado un profundo afecto, creando para ellos lo que
él llamó
un acampo familiar». Habiendo guardado su naturaleza infantil,
escribía, eran inconsecuentes en sus pensamientos y en sus
actos, y toca
ban con complacencia. No tomaban demasiado en serio el
trabajo... Algunos habían formado parte de las juventudes
hitlerianas o de otras
organizaciones del partido; otros, al llegar al campo, llevaban
sobre su
pecho las condecoraciones o medallas ganadas en la campaña
de Polonia. En total, su número en Auschwitz se elevó a cerca
de 20.000; en el
verano de 1944, por orden de Himmler, fueron todos pasados por
las cámaras de gas...
En la primavera de 1943 le tocó el turno al judaismo baicánico.
Los mayores contingentes vinieron de la Grecia ocupada (más
de 70.0008). Rumania y Bulgaria, países semi-independientes,
rehusaron entregar sus judíos; por lo que respecta a los de
Yugoslavia, en su mayor parte ya habían sido fusilados en su
mismo país. Al igual que en los demás sitios, Eichmann y sus
hombres, con el fin de evitar el pánico, se esforzaban en
presentar las deportaciones como un simple traslado de pobla-
ciones y, en el caso de los griegos, parece haberlo logrado
plenamente; a su llegada a Auschwitz, los judíos de Salónica
preguntaban a los «antiguos del campo»: «¿Cuándo recibiremos
el dinero que hemos depositado en el banco antes de nuestra
partida? Hemos depositado dracmas y a cambio nos han dado
cheques; nos han dicho que los bancos polacos nos
reembolsarían para que pudiésemos pagar nuestros gastos
aquí.»
Con el paso del tiempo, una credulidad tal parece inconcebible,
pero en aquella época, hasta en los países de Occidente
ocupados, la existencia de los campos de exterminación se
consideraba comúnmente como una invención de la propaganda
británica. Anticipándonos un tanto a los capítulos siguientes,
citemos aquí, utilizando los procesos verbales del proceso
Eichmann, el diálogo que se desarrolló entre un médico del
campo, el Dr. Beilin, y un colega holandés. Este último le había
preguntado, al día siguiente de su llegada: «Dígame, querido
colega, ¿cuándo volveré a ver a mi mujer y a mis hijos?»
Entonces le pregunté: «¿Por qué me hace esta pregunta?» Y él
me respondió: «Nos han dicho, en el andén de llegada, que
todos aquellos que eran aptos para trabajar iban dirigidos a un
lado y que las mujeres y los niños eran enviados hacia otro
campo, donde se les trataría mejor, y que al cabo de dos
semanas todas las familias podrían reunirse de nuevo.»
Entonces le conté la verdad... Él me respondió: «Realmente, ya
no me extraña que los alemanes acusen a los judíos de llevar
a cabo una propaganda de horrores; lo que usted me cuenta
es completamente imposible e inconcebible.» Le enseñé
entonces el crematorio, que se encontraba a unos trescientos
metros de allí, preguntándole: «¿Ve usted este edificio?, ¿sabe
lo que es?» Y me respondió: «Es la panadería...»
Dos semanas más tarde lo volví a encontrar por casualidad.
Me llamó y, al principio, quise evitarle porque no me sentía a
gusto a su lado. Me dijo: «Mi querido colega, tenía usted toda
la razón, se trata de asesinato puro y simple.» Más tarde me
8 De ascendencia española en su mayor parte. (N. del E.)
enteré que se había suicidado, colgándose en los alambres
electrificados de alta tensión9...
Pero sigamos nuestro calendarío. Durante el otoño de 1943 y
terminada la parte central de su trabajo, los campos de
exterminación poiacos fueron destruidos por orden de Himmier,
de manera que Auschwitz se convirtió en el único centro de
este tipo. A partir de entonces los últimos habitantes de los
ghettos polacos fueron enviados a este campo. Por otro lado, el
armisticio separado entre Italia y los Aliados en septiembre de
1943, permitió a Eichmann abrirla caza de los judíos italianos. Se
vio, entonces, a grupos SS arrestando a los judíos de la Ciudad
Eterna, sin que el Soberano Pontífíce, Obispo de Roma, dejase oír
su voz para tomar su defensa y denunciar los crímenes del
nazismo10. Le correspondió, durante estos tristes años, al
episcopado francés, salvar el honor de la Iglesia católica,
protestando de las deportaciones con vigor y valentía.
Los últimos judíos de Europa que tomaron en masa el camino
de Auschwitz fueron los de Hungría. Su hora sonó cuando su
país fue ocupado militarmente por los nazis en marzo de 1944,
instalando un gobierno títere. Eichmann se dirigió
inmediatamente a Budapest con su equipo completo y a razón
de más de cien personas por vagón de mercancías y de un
centenar de vagones al día, en seis semanas llegó a mandar a
Auschwitz cerca de 450.000 judíos. El campo no había conocido
nunca un aflujo tan impresionante. Como último punto, el plan
de campaña preveía la deportación de los judíos de la capital.
Pero ya el calendario de Auschwitz corría contra reloj. Las
protestas internacionales y el éxito del desembarco aliado en
junio de 1944, incitaron al gobierno húngaro, en el último
momento, a rehusarla colaboración de su policía a las
deportaciones, de manera que los judíos de Budapest pudieron
salvar su vida.
Auschwitz vio aún, en agosto de 1944, la llegada de unos 70.000
judíos procedentes del último ghetto que subsistía todavía en
Polonia, el de Lodz. El 2 de noviembre de 1944, Himmler, viendo
la partida perdida y llevado por la falaciosa esperanza de
salvarse, de aliarse él, incluso con sus SS, a los americanos,
para combatir a los rusos, suspendió, sin conocimiento del
9 1. Le Procès de Jérusalem, op. dt. pp. 74-75 (declaración del Dr. Beilin).
10 Por deseo expreso de SS Pablo VI se abrieron los archivos secretos
vaticanos para que se investigara el período comprendido entre 1933
(firma del concordato alemán) y 1945 (final de la guerra). Los resultados de
estas investigaciones han empezado a publicarse por la «Librería Editrice
Vaticana» con el título: «Le Saint Siège et la guerre en Europe». (N. del
E.)
Führer, las deportaciones y las exterminaciones. El 26 de no-
viembre, a una orden suya, eran destruidos los crematorios y las
cámaras de gas.
En enero de 1945, cuando los ejércitos soviéticos no estaban
más que a algunas decenas de kilómetros del campo, fue
ordenada la evacuación. En él había, entonces, unos 66.000
detenidos. Cerca de 5.000 de éstos, enfermos e incapaces de
andar, se quedaron en Auschwitz y fueron liberados por los
rusos el 27 de enero de 1945.
2. LA INDUSTRIA DE LA MUERTE

LAS SELECCIONES

Según Hoess, Himmler había ordenado, al principio, la


destrucción de todos los judíos detenidos por los servicios de
Eichmann sin hacer excepciones. Y así se procedió en el caso
de los judíos de la Alta Silesia; pero desde los primeros
convoyes procedentes de Alemania, fue dada la orden de
seleccionar todos aquellos hombres y mujeres que fuesen
aptos para el trabajo y de utilizarlos para la economía de
guerra11... Parece pues que, debido a la intensificación del
esfuerzo bélico, tras la derrota de los alemanes ante Moscú, les
era concedida una prórroga a los judíos no inválidos, durante la
«selección» que tenía lugar a su llegada a Auschwitz.
Esta selección se llevaba a cabo sobre el andén de la
estación, en seguida que los deportados bajaban del tren.
Veámosla a continuación, descrita por un deportado francés, el
profesor Roben Waitz:
Lentamente, los deportados avanzan hacia la extremidad del
andén. Dos SS están en el centro; uno es oficial-médico. Los
deportados desfilan por delante suyo. Con el dedo o con un
puntero, el oficial dirige a los detenidos, bien a la derecha o a
la izquierda. De esta manera se forman dos filas que van
amontonándose en ambas extremidades del andén. La fila de
la izquierda comporta hombres de 20 a 45 años, cuyo aspecto
externo es relativamente robusto. Los límites de edad son
elásticos, a menudo se extienden de 16 o 18 a 50 años. El
aspecto y la traza del detenido, el hecho de que esté mejor o
peor afeitado, intervienen en la elección. A esta fila se envían
también algunas jóvenes.
La fila de la derecha incluye a hombres de más edad; los
viejos, la mayoría de las mujeres, los niños y los enfermos. Las
familias intentan volverse a juntar. Entonces el oficial SS saca
del grupo familiar los elementos jóvenes y sanos; muy pocas
veces se les deja permanecer con su familia en la columna
de la derecha.
En la fila de la izquierda, las mujeres son conducidas a pie
hacia el campo, mientras que los hombres parten en camiones
y remolques, amontonados unos encima de otros.
Los detenidos de la fila de la derecha son cargados en
camiones.
11 R. Hoess, Le commandant d'Auschwitz parle, op. cit, p. 232.
En mi convoy, de 1.200 deportados se selecciona una gran
proporción de hombres (cerca de 330), igual que de mujeres.
Esta cifra es excepcional. Es raro que se seleccionen más de
150 a 200 hombres por convoy12...

En realidad, la proporción de los deportados seleccionados para


el trabajo variaba según las épocas, el número de convoyes y
las necesidades de mano de obra de las fábricas instaladas en
el territorio del campo. Se sabe, por ejemplo, que de 3.623 judíos
alemanes deportados a Auschwitz durante los días 5, 6 y 7de
marzo de 1943, 1.326, o sea más del 36 %, fueron destinados a
trabajar; por el contrario, durante el verano de 1944, numerosos
convoyes judíos húngaros fueron exterminados en su totalidad a
su llegada. Según Hoess, la cuestión de las selecciones era
motivo de constantes tensiones entre la Ofícina Central de
Policía del Reich y los «Servicios económicos» de la SS:
La jefatura de policía era siempre partidaria de la total
exterminación de los judíos; para ella, la creación de un nuevo
campo de trabajo, la asignación de cada nuevo contingente de
judíos a la industria, comportaba el peligro de una liberación y
daba a los judíos la esperanza de salvar la vida por una
casualidad cualquiera.
Pohl (el jefe de los «servicios económicos»), por el contrario,
había recibido de Himmler el encargo de alimentar la industria
bélica con el máximo número de detenidos. Atribuía, pues, la
máxima importancia al aumento del número de aquellos que
pudiese disponer, aunque se tratase de judíos aptos para el
trabajo que se hubiesen seleccionado de entre los convoyes
destinados a la exterminación. Depositaba grandes esperanzas,
por otra parte falsas, en la conservación de esta mano de
obra.
La jefatura de policía y la de la mano de obra defendían, por
tanto, puntos de vista estrictamente opuestos13...

En suma, cada servicio SS estaba preocupado por la mejora de


su rendimiento.
Cosa curiosa, la única categoría de judíos que a su llegada a
Auschwitz escapaba a las selecciones, era la de los «judíos
criminales», es decir, aquellos que habían tenido que
habérselas con la justicia alemana, por haber infringido la
12 Témoignages strasbourgeois, De l'Univeisité aux Camps de
Concentración, París, 1947, «Auschwitz III-Monowitz», Testimonio del prof. R.
Waitz, pp. 469-70.
13 R. Hoess, op. cit., pp. 192-93.
legislación antijudía o por otras razones. Nos vemos tentados a
dar a este fenómeno el valor de un símbolo, y de ver en él una
especie de prima acordada por un Estado criminal a los
delincuentes. De hecho, estos judíos, que estaban fichados por
la Gestapo, seguían el mismo camino que los detenidos no
judíos, para los cuales se rellenaba una ñcha a su llegada al
campo y morían siguiendo las mismas reglas que estos últimos.
Estos detenidos «registrados» pasaban, a su vez, por una
selección, pero posteríor, que tenía lugar bien en la
enfermería, bien en los barracones de los detenidos aptos para
el trabajo, para descubrir aquellos que parecían excesivamente
debilitados para ser capaces de dar un rendimiento útil.
Constituían, pues, un medio de mantener los efectivos a nivel
de un rendimiento máximo. Sus criterios eran variables. En
general, los médicos SS tenían en cuenta su delgadez:
Bloque tras bloque, los alemanes hacían desfilar delante suyo
a los hombres completamente desnudos, y una mirada a las
nalgas decidía la suerte de cada cual, ya que ninguna otra
parte del cuerpo humano traduce con tanta fidelidad el estado
de enflaquecimiento del individuo... Los esqueletos o
semiesqueletos hacían esfuerzos heroicos durante un momento
para aparecer frente al alemán bravamente, alegremente, su
descarnada caja torácica hinchada, el paso vacilante, pero
decidido. ¡Pero las despiadadas nalgas no admitían ningún
truco!14...

En el caso de los adolescentes se establecía, a menudo, una


altura mínima y aquellos que no llegaban eran eliminados
inmediatamente, siguiendo el ejemplo, seguramente, de la cama
de Procusto. A veces los SS presumían también de literatos; he
aquí, para terminar, la descripción de las selecciones y de las
exterminaciones que encontramos en el diario íntimo llevado por
uno de los médicos destinados a Auschwitz, el Dr. Joseph
Kremer, profesor de la universidad de Munster:
1.IX. 1942. Acabo de escribir a Berlín para pedir un cinturón de
cuero y unos tirantes. He asistido esta tarde a la
desinfectación de un bloque con «Ciclono B», para eliminar los
piojos.
2.IX.1942. Esta mañana, a las tres, he asistido por primera vez
a una «acción especial». Comparativamente, el infierno de
Dante me parece una pura comedía. Por algo se le denomina a
Auschwitz «campo de exterminación».
14 Georges Wellers, De Drancy a Auschwitz, París, 1946. p. 202.
5.IX. 1942. Acabo de asistir esta tarde a una «acción especial»
aplicada a detenidas del campo femenino («musulmanas»), las
peores que haya jamás visto. El Dr. Thiio tenía razón esta
mañana al decirme que nos encontrábamos en el anus mundi.
A las ocho he asistido a una «acción especial» de holandeses.
Todo el mundo desea tomar parte en esas acciones a causa
de las raciones especiales a las que tienen derecho y que
consisten en 1/5 de litro de alcohol, 5 cigarrillos, 100 gramos de
salchichón y pan.
6-7.IX. 1942. Hoy, martes, excelente comida: sopa de tomate,
medio pollo con patatas y col roja, pastelillos y un magnífico
helado de vainilla. Después de la comida he sido presentado a
(nombre ilegible). Por cuarta vez, a las ocho de la noche he
ido a una «acción especial»...
23.IX. 1942. He asistido durante la noche a las sexta y séptima
«acciones especiales». Por la mañana, el Obergruppenführer
Pohl ha llegado con su estado mayor a la casa de los Waffen-
SS. Cerca de la puerta, el centinela me ha presentado armas.
Por la noche a las ocho, cena en casa de los jefes con el
general Pohl; un verdadero banquete. Tuvimos tarta de
manzana, a voluntad, buen café, una excelente cerveza y
pasteles (...).
7.IX. 1942. He asistido a la novena «acción especial». Extranjeros
y mujeres.
11.IX. 1942. Hoy, domingo, liebre, un hermoso muslo para comer,
con col roja y pudding, todo ello por 1,25 RM.
12.IX.1942. Vacunación contra el tifus. A continuación fiebre
durante la noche, a pesar de lo cual he asistido a una «acción
especial» (1.600 personas de Holanda). Escenas terribles cerca
del último bunker. Es la décima «acción especial»...
Las exterminaciones a las cuales asistía y las agradables
comidas en las que participaba, he aquí todo lo que este
universitario alemán parece recordar de Auschwitz. Sería fácil
atribuir este estado mental a alguna característica germánica;
nos parece preferible, sin embargo, tener en cuenta el
ambiente mortal del campo, quintaesencia del nazismo, que
contaminaba igualmente, tal y como lo veremos, a los
detenidos, judíos o no.
LOS GASES

En Mein Kampf, Hitler expresaba el deseo de llevar a la muerte


algunas decenas de miles de «hebreos» por medio de gases
asfixiantes, pero sin duda no se trata más que de una
coincidencia. Hemos visto que desde 1939 el servicio encargado
de la eutanasia de los enfermos mentales recurrió a la asfixia
mediante óxido de carbono, como procedimiento más práctico y
que, luego, fue aplicado en los campos de exterminación de Po-
lonia. Hoess y Eichmann estimaron que no era un método
adecuado para Auschwitz, dada la envergadura de las
exterminaciones previstas para este campo, ya que implicaba un
instrumen tal m uy importan te para producir óxido de carbono.
Fue uno de los subordinados de Hoess, el SS Fritsch, quien tuvo
la idea de ensayar un insecticida utilizado corrientemente por el
ejército alemán para la desinfección y despiojo, el «Ciclono B»,
que se presentaba en forma de cristales estabilizados de ácido
prúsico. El primer experimento se llevó a cabo a principios de
septiembre de 1941, con algunos centenares de prisioneros de
guerra rusos. La prueba fue un éxito. Fue repetida
posteriormente bajo la mirada de Hoess, que escribía en sus
memorias:
Cuando nos enteramos que próximamente se procedería a la
exterminación en masa de los judíos, ni yo ni Eichmann
habíamos sido informados del método a seguir. Sabíamos que
iban a ser gaseados, pero ¿cómo y con qué gases? Ahora
poseemos los gases y hemos descubierto su modo de empleo...
A partir de entonces, el campo de Auschwitz empezó a hacer
pedidos de «Ciclono B» en cantidades cada vez más
importantes; más de 7 toneladas en 1942, más de 12 en 1943, tal
y como se deduce de los libros de la
firma «Degesch» que producía la mercancía y de los de la firma
«Testa»
que aseguraba su distribución15. A principios de 1944, Günther,
un
ayudante de Eichmann, pasó un pedido especial de 8,5
toneladas de «Ciclono», que debía ser depositado en Berlín; el
testigo que aporta el hecho,
Kurt Gerstein, expresa el supuesto, no carente de verosimilitud,
15Jan Sehn, Le Camp de concentration d'Oswiecim-Brzezinka, Varsovia,
1957, p. 135.
que se
trataba en este momento, en las esferas nazis, del proyecto
de asesinar a
los «trabajadores extranjeros» y a los prisioneros de guerra, en
caso de de
rrota alemana.
Esto debía ocurrir en una especie de salones de lectura o
clubs —al menos esto fue lo que creí comprender de las
preguntas que sobre su realización técnica me ponía Günther.
Es posible que tuviese que matar a los trabajadores
extranjeros o a los prisioneros de guerra, no lo sé16...

Una condición primordial del desarrollo satisfactorio de tales


operaciones era la docilidad de las víctimas, que era, por lo
tanto, indispensable engañar. Importaba, ante todo, mantener
una calma tan completa como fuese posible durante toda la
operación de llegada y de desnudo. ¡Sobre todo, nada de
gritos, nada de agitaciones! (Hoess). Así, pues, se anunciaba á
los judíos seleccionados para la muerte inmediata que antes
de ser conducidos hacia un campo de reposo debían pasar por
un establecimiento de baños y desinfección. Las cámaras de
gas eran instaladas de manera correspondiente. Las víctimas
eran conducidas primeramente a una especie de antecámara,
donde veían bancos y perchas numeradas; dirigiéndose a ellas
en su lengua ma terna los SS o sus portavoces les invitaban a
desnudarse, a depositar sus vestidos y su calzado y a recordar
el número de su percha. La estratagema, que tenía
generalmente éxito en el caso dejudíos llegados de lejos, de los
16Militante de la «Iglesia confesional» protestante, Gerstein tuvo que
habérselas con la Gestapo desde 1935, acusado de propaganda anti-nazi.
En 1938 fue internado durante algún tiempo en un campo de concentración.
En 1941, tras conocer la noticia del asesinato de una pariente suya,
considerada como enferma incurable, decidió entrar en las SS, con el fin
de intentar sabotear desde el interior la obra de exterminación. Sus
conocimientos técnicos (era químico) le permitieron hacerse destinar a la
«Sección de Higiene» de las Waffen-SS, como encargado de la
preparación de gases asfixiantes tales como el «Ciclono B». Con este cargo,
tuvo que visitar el campo de concentración polaco de Belzec, del cual ha
dejado una espeluznante descripción.
Se encontrará el texto íntegro de su testimonio en L. Poliakov-J. Wulf,
Le Tioisiéme Reich et les Juifs, París, 1959, pp. 107-119. Se encontrarán
también datos sobre los esfuerzos hechos por Gerstein para alertar al
mundo a través de diplomáticos neutrales y de la nunciatura de Berlín,
sobre la matanza de judíos, con la esperanza de que si estas matanzas
le eran confirmadas «por extranjeros imparciales, el pueblo alemán no
toleraría un solo día más a los nazis».
países occidentales o de los Balcanes, fallaba a menudo en el
caso de los de Polonia, que ya habían asistido a otras
exterminaciones en sus ghettos. Poseemos numerosas des-
cripciones de los últimos momentos de estos condenados, que
no concuerdan entre sí; cada individuo, podemos suponer, y
cada grupo, vivía la hora de su muerte a su propia manera.
Unos gritaban. Otros obedecían como dóciles autómatas las
órdenes de los SS. Algunos todavía encontraban la fuerza
suficiente para desafiar a sus asesinos. De Hoess, quien, sin
embargo, incluso en 1947, machacaba sus antiguos slogans
antisemitas, encontramos las siguientes notas:
En este ambiente poco habitual, los niños de corta edad
generalmente se ponían a lloriquear. Pero una vez consolados
por su madre o por los hombres del kommando, se calmaban
y marchaban hacia las cámaras de gas jugando y bromeando,
con un juguete entre sus brazos.
He observado, a veces, a mujeres completamente conscientes
de su destino que, con un miedo mortal en su mirada,
encontraban de nuevo la fuerza para bromear con sus hijos y
tranquilizarlos.
Una de ellas se me acercó al pasar y murmuró, mostrándome
a sus cuatro hijos que se cogían tranquilamente por la mano
para ayudar al menor de ellos a avanzar sobre un terreno
difícil: «¿Cómo puede usted tomar la decisión de matar a unos
niños tan hermosos? ¿Es que no tiene corazón?»
Oí también las palabras cortantes de un viejo que estaba
cerca de mí: «Esa matanza de judíos le costará cara a
Alemania.» Leía el odio en sus ojos. Pero entró tranquilamente
en la cámara de gas, sin preocuparse por los demás.
Otro día, observé a una joven que no paraba de correr de un
lado para otro de la habitación para ayudar a desnudarse a
los niños y las ancianas. Ella misma iba acompañada de dos
niños en el momento de la selección. Su agitación y su aspecto
físico me habían sorprendido: no parecía en absoluto una judía.
Ahora ya no tenía a su lado a los dos niños. Hasta el final
ofreció sus cuidados a las mujeres y a los niños que todavía
no habían terminado de desnudarse; tenía para todos una
palabra de amabilidad. Fue una de las últimas en entrar en el
«Bunker», se paró en la entrada y dijo: «Sabía desde un
principio que se nos había conducido a Auschwitz para ser
gaseados. Me encargué de dos niños para escapar a la
selección de los detenidos capaces de trabajar. Quería sufrir
mi suerte con plena consciencia. Espero que todo termine
pronto. Adiós17.»

Kurt Gerstein, «el espía de Dios», que asistió a una jornada de


exterminación en el campo polaco de Belzec, evocaba madres
con sus bebés apretados sobre su pecho, niños, ancianos,
hombres, mujeres, totalmente desnudos; dudan, pero acaban
entrando en las cámaras de la muerte, empujados por los que
les vienen detrás o por los látigos de cuero de los SS, la
mayoría sin decir palabra. Una judía de unos 40 años, los ojos
como ascuas, maldijo a sus asesinos: «¡Que nuestra sangre
caiga sobre vosotros!» Tras recibir 5 o 6 latigazos en la cara de
la propia mano del capitán Wirth desaparece en la cámara de
gas. Muchos rezan. Rezo con ellos. Me aparto a un lado e
imploro a mi Dios y al suyo. ¡Cómo hubiese querido entrar con
ellos en las cámaras de gas!...

En un manuscrito judío anónimo, de una terrible sinceridad,


desenterrado en Auschwitz en 1953, encontramos la descripción
de los judíos hambrientos que, en el instante supremo, antes de
penetrar en la cámara de gas, imploraban un último favor: un
pedazo de pan. Encontramos también:
Era a finales del verano de 1943. Un transporte de judíos llegó
a Tarnow. Preguntaban adonde se les conducía. Se les contestó
que iban hacia la muerte. Lo terrible del instante les dio una
gran fuerza interior. Sólo un mismo pensamiento parecía
preocuparles: hacer su examen de conciencia. En el último
momento, fueron alcanzados por un segundo grupo de judíos
de Tarnow. Un joven subió a un banco y pidió a todos que le
escuchasen. El silencio reinó en la habitación:
«¡Hermanos judíos!, exclamó, no os creáis que nos conduzcan
a la muerte. Es inconcebible que millares de inocentes sean
llevados bruscamente a una muerte terrible; les imposible! lNo
puede cometerse un crimen como éste! Los que os lo dicen
deben tener algún interés en contarlo.», y de esta manera,
hasta lograr calmarlos18.

El Dr. Nyiszli19, un médico legista húngaro, al cual un concurso


de circunstancias extraordinarias le permitió asistir a varias
17 R. Hoess, op. cit., pp. 176-77.
18Este manuscrito se halla en posesión del Instituto Histórico Judío de
Varsovia. Cf. G. H. Adler, H. Langbein, E. Lingens-Reiner, Auschwitz,
Zeugnisse und Berichte, Frankfurt, 1962, pp. 94-97.
exterminaciones y a sobrevivirLas, describe detalladamente la
operación:
Todo el mundo está ya dentro. Suena una orden ronca: «Que
los SS y el kommando especial abandonen la sala.» Éstos
salen y se cuentan. Las puertas se cierran y desde afuera se
apagan las luces.
En este preciso instante, se escucha un ruido de automóvil. Es
un coche de lujo provisto de la insignia de la Cruz Roja
Internacional. De él bajan un oficial SS y un suboficial del
servicio de sanidad. El suboficial tiene en sus manos cuatro
cajas de hojalata verde. Avanza sobre la hierba donde, cada
treinta metros, unas cortas chimeneas de hormigón salen de
tierra. Una vez equipado con una máscara antigás, levanta la
tapa de la chimenea, que es igualmente de hormigón. Abre
una de las cajas y vierte el contenido —un producto granulado
malva— en la abertura de la chimenea. El producto vertido es
ciclono o cloro en forma granulada que se convierte en gas al
mero contacto con el aire. Esta sustancia granulada cae al
fondo de la chimenea sin esparcirse, y el gas que produce se
escapa a través de las perforaciones y en poco tiempo llena la
habitación en la que los deportados están amontonados. En
cinco minutos todo el mundo ha muerto.
Así sucede para cada convoy. Unos coches de la Cruz Roja
traen el gas del exterior. No existen nunca reservas en los
crematorios. Es una precaución infame, pero todavía más
infame es el hecho de que el gas sea traído en un automóvil
provisto de la insignia de la Cruz Roja Internacional.
Para estar seguros de su trabajo los dos verdugos esperan
todavía unos cinco minutos. Luego encienden un cigarrillo y se
alejan en su coche. Acaban de matar a tres mil inocentes.
Veinte minutos después, se ponen en marcha los aparatos de
ventilación eléctricos para evacuar los gases. Las puertas se
abren, llegan. unos camiones y un grupo del Sonderkommando
(«comando especial») carga en ellos, separadamente, los
vestidos y el calzado. Se va a proceder a su desinfectación.
Esta vez se trata de una desinfectación real. Luego son
transportados mediante vagones a diferentes puntos del país.
Los aparatos de ventilación, sistema «Exhaustor», evacúan
rápidamente el gas de la sala, pero en las hendiduras, entre
los muertos y entre las puertas, queda siempre una pequeña
cantidad. Esto provoca, incluso varias horas después, una tos
sofocante. Por esta razón el grupo del Sonderkommando que
19Dr. Miklos Nyiszli, Médecin à Auschwitz, souvenirs d'un médecin
deporté, París (Julliard), 1961, pp. 56-58.
penetra primero en la cámara de gas va provisto de caretas
antigás. La sala se ilumina de nuevo potentemente. Entonces
un cuadro horrible se ofrece a los ojos de los espectadores.
Los cadáveres no están tendidos por toda la superficie de la
sala sino amontonados hasta el techo de la habitación. Esto se
explica por el hecho de que el gas inunda en primer lugar las
capas inferiores del aire y no sube hasta el techo con rapidez.
Esto hace que estos desgraciados se pisoteen y se suban unos
encima de los otros. Algunos metros más arriba el gas los
alcanza un poco más tarde. ¡Qué lucha tan desesperada por la
vida! Sin embargo, no se trataba más que de un plazo de dos o
tres minutos. Si hubiesen podido reflexionar, se habrían dado
cuenta que pisoteaban a sus hijos, a sus padres y a sus
mujeres. Pero era imposible. Sus gestos no eran más que
reflejos automáticos del instinto de conservación. Observo que
en la base del montón de cadáveres se encuentran los bebés,
los niños, las mujeres y los viejos; en lo alto los más fuertes.
Sus cuerpos, que llevan numerosas heridas ocasionadas por la
lucha, están a menudo enlazados. La nariz y la boca sangran,
la cara entumecida y azul, deformada, los hace imposibles de
reconocer...

Acabemos aquí esta descripción. Solamente queda por


precisar que el
gaseo, tal como acaba de ser descrito, se efectuaba en un
local instalado
en los sótanos de los crematorios; este local, en los documentos
oficiales
nazis, era designado con el nombre de «depósito de cadáveres».
Los mis
mos crematorios comprendían instalaciones también
importantes y que
no siempre eran suficientes para su función; es más fácil
matar hombres que hacer desaparecer sus cuerpos.
LOS CREMATORIOS

El secreto que rodeaba las exterminaciones se debía a razones


evidentes, y era casi una condición necesaria para que pudiesen
ser llevadas a buen término. Por el contrario, el cuidado que
tenían los exterminadores en suprimir los cadáveres merece
alguna reflexión. Según Kurt Gerstein, la siguiente entrevista
había tenido lugar en su presencia, entre el general SS
Globocnick, que dirigía las exterminaciones en Polonia, y el
Ministerialrat Lindner:

El Ministerialrat Dr. Herbert Lindner, que estaba presente,


preguntó: «Señor Globocnick, ¿no sería más prudente quemar
los cuerpos en vez de enterrarlos? ¿No podría otra generación
juzgar las cosas de diferente manera?»
Globocnick respondió: «Señores, si alguna vez, después de
nosotros, existiese una generación tan cobarde y tan débil que
no comprendiese nuestra gigantesca obra, entonces todo el
nacional-socialismo no habría servido para nada. Por el
contrario, sería necesario enterrar, junto con los cadáveres,
placas de bronce que indicasen que nosotros tuvimos la
valentía de llevar a cabo esta obra tan grande y tan
necesaria...

De hecho, Himmler parece haber temido que otra generación lo


juzgaría de otra manera. En mayo de 1942, hizo constituir un
kommando especial, el «Kommando 1.005», encargado de
suprimirlos restos de los asesinatos por fusilamiento,
desenterrando los cadáveres y quemándolos. En Auschwitz, al
principio de las campañas de exterminación, los cadáveres eran
igualmente enterrados en fosas comunes, ya que el único
crematorio existente en el campo (de la misma manera que
existía uno en todos los campos de concentración) estaba lejos
de tener la capacidad suficiente. Al mismo tiempo, se llevaba a
cabo Ja construcción de cuatro grandes crematorios,
denominados «crematorios II, III, IV y V», por una empresa
especializada de Erfurt, la firma Topf e hijos. He aquí una des-
cripción:
Los hornos crematorios II y III eran idénticos; estaban situados
simétricamente a ambos lados del ramal especial que conducía
a la estación de Auschwitz. Este camino se destinaba
exclusivamente al transporte de los deportados. Para hacer
llegar los materiales necesarios para el funcionamiento de los
hornos (por ejemplo el coque, la madera) se servían solamente
de camiones. Cada uno de los crematorios tenía cinco hornos
de tres crisoles, cada uno con dos hogares de gasógeno. Estos
hornos eran, a grandes rasgos, los mismos que los del
crematorio uno. Los crematorios II y III tenían en total 30
crisoles y podían incinerar 350 cadáveres por hora. Trabajando
sin parar, a dos turnos, 12 horas de las 24, con un intervalo de
3 horas para sacar las escorias de los generadores, podían
engullir un total de 5.000 cadáveres en 24 horas.
En los crematorios II y III se habían construido hornos
especiales para incinerar diferentes objetos personales de las
víctimas, libros de oración, documentos personales, etc.,
considerados como desperdicios para el personal del campo.
Antes de la liquidación del campo, los funcionarios del servicio
político quemaron en estos hornos los ficheros de los prisioneros
muertos y otros documentos secretos.
Los crematorios IV y V representaban, desde el punto de vista
de su magnitud, el penúltimo tipo de los que había construido
la empresa Topf en Auschwitz. Fueron construidos casi al
mismo tiempo que los hornos II y III. Estaban separados por
una distancia de 100 metros y alejados unos 700 metros del
primer par de hornos. Fueron construidos a partir de los
mismos planos y situados simétricamente. La empresa Topf
pidió un 6 % de retribución suplementaria con la excusa de que
era la primera vez que llevaba a cabo la construcción de
hornos de tan gran dimensión, lo cual requería trabajos
especiales.
Los crematorios IV y V comprendían en total 16 crisoles. Cada
horno tenía, a cada lado, 4 crisoles y dos hogares, es decir, un
total de 8 crisoles y 4 hogares. Los servicios los realizaba un
equipo completo en dos turnos de 12 horas, con un intervalo
para sacar las escorias de los generadores; los crematorios IV y
V podían incinerar por término medio 3.000 cadáveres por día20.

Durante la primavera de 1944, cuando la llegada de más de


450.000 judíos de Hungría, en seis semanas, el rendimiento del
conjunto de los crematorios se demostró insuficiente, de manera
que, de nuevo, millares de cadáveres fueron quemados al aire
libre.
Las cenizas se arrojaban en fosos o a las aguas del Vístula.
Pero Hoess deseaba que los crematorios estuviesen rodeados
por una decoración agradable a la vista:

20Jan Sehn, Le Camp de concentration d'Oswiecim-Brzezinka, op. cit. pp


147-148
6 de noviembre de 1943.
Objeto: Entrega de plantas destinadas a embellecer los hornos
crematorios y II del campo de concentración con una zona de
verdor.
Referencia: Entrevista entre el SS-Obersturmbannführer Hoess,
comandante del campo, y el SS-Sturmbannführer Bischoff.
Documentos que se acompañan: Ninguno.

Al SS-Sturmbannführer Caesar.
Jefe de las empresas agrícolas del campo de concentración
de Auschwitz (Alta Silesia).
De acuerdo con una orden del SS-Obersturmbannführer
Hoess, comandante del campo, los hornos crematorios y II del
campo de concentración estarán provistos de una zona verde
que sirva de límite natural al campo.
He aquí la lista de las plantas que deberán trasplantarse de
nuestras reservas forestales:
200 árboles de hoja de 3 a 5 metros de altura; 100 árboles de
hoja de un metro y medio a cuatro metros de altura;
finalmente, 1.000 arbustos de relleno de uno a dos metros y
medio de altura, todos ellos de nuestras reservas de planteles.

EL «CANADÁ»

Existían en el campo de Auschwitz 30 barracones que, en la


jerga del campo, eran denominados el «Canadá»; la designación
acabó por ser oficial. En ellos se amontonaban los útiles que los
deportados habían traído consigo; es decir, en la mayoría de los
casos, sus objetos más apreciados. Estos materiales se
seleccionaban por equipos de detenidos y, iuego, eran
utilizados de diversas maneras por el Estado nazi.
Kitty Hart, una superviviente de uno de estos equipos,
describe este trabajo:
Yo pertenecía a un grupo de doscientas mujeres recién
llegadas al campo, que habían sido destinadas a los
kommandos del «Canadá». Fuimos distribuidas en varias
secciones; había un equipo de día y uno nocturno. Nuestro
trabajo consistía en seleccionar las pertenencias de aquellos
que habían pasado por las cámaras de gas y, luego, incinera-
dos. En un barracón, un grupo seleccionaba solamente el
calzado; otro grupo se ocupaba únicamente de los vestidos
masculinos; un tercero, de los vestidos de las mujeres; un
cuarto, de los vestidos de los niños. Otro barracón llevaba el
nombre de barracón de la comilona. Montañas enteras de
víveres que los muertos habían llevado consigo al ser depor-
tados, se pasaban y pudrían. En otro barracón se seleccionaban
los objetos de valor, las joyas, el oro y otros objetos preciosos.
Un grupo especial debía ordenar los amontonamientos de
objetos que habían sido quitados a los candidatos a la muerte
y repartirlos entre los diversos barracones. Fui destinada al
equipo nocturno encargado de seleccionar los vestidos
femeninos. Estos vestidos se amontonaban en un extremo del
barracón. Teníamos que formar paquetes de doce. Los vestidos
debían ser plegados cuidadosamente, y luego atados. En un
lapso de tiempo dado, debíamos confeccionar de esta manera
un número determinado de paquetes. Éstos se colocaban en
otro barracón para ser transportados. De aquí partían cada día
camiones que distribuían por todo el país estos materiales
robados (...).
Todos los vestidos eran palpados cuidadosamente en busca
de joyas o de oro escondido. El Reich alemán esperaba oro,
dólares, diamantes y otras piedras preciosas. El botín de este
tipo partía en sacos. Aunque la disimulación de tales objetos
significaba la muerte, mis tres amigas y yo jamás los
entregamos.
Preferíamos utilizar los billetes de banco como papel higiénico.
Escondimos bajo tierra cajas rellenas de oro y de objetos
preciosos. Cuando nos era posible, entregábamos tales objetos
a los hombres detenidos con los cuales manteníamos contacto.
Ellos por su parte tenían contactos con el movimiento de
resistencia polaco. Con ello confiábamos que les sería posible
procurarse armas y municiones para una próxima insurrección.
Sin embargo, un camión tras otro transportaba los tesoros de
las víctimas hacia Alemania...21
Otro testigo, el sociólogo Benedikt Kautsky, formula a este
respecto las siguientes consideraciones:
La gigantesca corrupción que reinaba en Auschwitz era
consecuencia directa y complemento del gaseo de millones de
judíos de todos los países. No hay que decir que no se les
explicaba hacia dónde se dirigían los convoyes y lo que iba a
ser de ellos. Si las víctimas hubiesen sabido lo que les
esperaba, se hubiera entorpecido el desarrollo de las operacio-
nes. Por esta razón se contentaban con decirles que iban
hacia el Este, para trabajar en colonias o en ghettos judíos. Se
les daba, al mismo tiempo, el buen consejo de llevarse el
máximo de objetos transportables, dada la imposibilidad de

21 Auschwitz, Zeugnisse und Berichte, op. cit., pp. 98-99.


procurarse ropa, vestidos, vajilla, utensilios, etcétera, en estas
regiones lejanas. De esta manera tan plausible se incitaba a los
judíos a que se llevasen con ellos no sólo montañas enteras
de vestidos, sino también instrumentos médicos, productos
farmacéuticos, herramientas especiales y, sobre todo, valores en
forma de divisas, oro, joyas, llevadas, bien a la vista, bien
clandestinamente.
Pero era precisamente de esto de lo que se trataba. Tanto si
sus desgraciados propietarios iban a parar a las cámaras de
gas, o estaban destinados al trabajo, todos estos objetos caían
a las manos de los SS, a menos que los detenidos encargados
de seleccionarlos no participasen en este negocio por su
propia cuenta. El total de las riquezas a lo largo de estos años
es difícil de valorar, pero por tratarse de millones de víctimas,
puede probablemente estimarse en varios miles de millones de
francos suizos. A aquel a quien esto podría parecerle
exagerado, podríamos contentarnos con presentarle, como
ejemplo, el caso de algunos campos dependientes de
Auschwitz, en los que fueron instalados completos centros
dentales, comprendidas las perforadoras eléctricas, procedentes
de este «botín»...
Pero los SS se interesaban mucho más por los objetos que
podían utilizar inmediatamente —cigarrillos, perfumes, conservas
— o bien por las cosas que podían procurarles otros placeres,
es decir, dinero y objetos preciosos. Los polacos denominaron a
esta fuente de riquezas «Canadá», en recuerdo de las
representaciones legendarias vinculadas antaño a la
emigración hacia este país de ensueño, y el término se
utilizaba, generalmente, para designar el saqueo de los recién
llegados, tanto si estaban o no destinados a morir.
Es evidente que todos los objetos recuperados de esta manera
debían ser entregados sin excepción, pero es también evidente
que todos aquellos que tenían que ocuparse de cerca o de lejos
de estos objetos, tanto SS como detenidos, trabajaban por su
cuenta...22

Ciertos documentos procedentes de archivos nazis nos dan a


conocer la manera cómo eran repartidas y distribuidas todas
estas riquezas (en la medida en que eran efectivamente
entregadas al «servicio económico» de las SS). Un largo informe,
por ejemplo, establece la distribución de 825 vagones de
vestidos usados:
B/Ch 186. Secreto.
22 Ibid.. pp. 108-109.
6 de febrero de 1944.
Informe sobre la utilización hecha en esta fecha de las
materias textiles usadas, recuperadas durante el traslado de
los judíos.
La lista adjunta indica las cantidades de materias viejas
recuperadas en los campos de Auschwitz y de Lublín, después
del traslado de los judíos. La cantidad de harapos es,
evidentemente, bastante elevada. Esto hace disminuir
proporcionalmente el número de los vestidos usados utilizables,
en especial los vestidos para hombres. En consecuencia, nos
ha sido imposible satisfacer plenamente la demanda de éstos.
Las mayores dificultades fueron causadas por los transportes
por vía férrea. Las continuas interrupciones de los transportes
dificultaron la evacuación de las mercancías que, a veces, se
acumularon en los diferentes campos.
El paro de los transportes con destino a Ucrania, desde el
mes de diciembre de 1942, se ha dejado sentir con mayor
dureza. Impidió, en efecto, la entrega de vestidos usados
destinados a los alemanes establecidos allí. Por esto, todo este
envío fue desviado por la VOMI23 y depositado en un gran
campo de Lodz. La VOMI se encargará de su distribución tan
pronto sea restablecido un mejor funcionamiento de los
transportes.
Hasta aquí el Ministerio de Economía del Reich ha podido
poner a nuestra disposición el gran número de vagones que
necesitamos. Este Ministerio continuará su mediación ante el
Ministerio de los Transportes del Reich, destacando la mala
situación del sector textil para obtener los vagones necesarios
para el transporte de los materiales usados.
Firmado: Pohl. SSObergruppenführer y general de las
WaffenSS.
Firmado: Kerston. SS-Hauptsturmführer.

Como anexo a este documento figuraba una lista que


indicaba la cantidad de materias textiles usadas, entregadas
por los campos de Lublín y Auschwitz, por orden de la Oficina
Central de Economía SS, gue comprendía 825 vagones de
vestidos usados, calzado y trapos entregados al Ministerio de
Economía del Reich, al Ministerio de la Juventud, a la VOMI y a
otras administraciones alemanas. El principal cliente era el
Ministerio de Economía (570 vagones), que estaba encargado déla
recuperación industrial de los harapos y vestidos fuera de uso,
mientras que los otros destinatarios distribuían, entre los
23VOMI-Volksdeutsche Mittelstelle. Organismo encargado de la
repatriación al Reich de los alemanes instalados en Polonia, Rumania, etc.
alemanes indigentes, los vestidos en mejor estado. De los 570
vagones mencionados, hay uno que merece especial atención:
Cabellos de mujer: 1 vagón3.000 kg., aparece en la lista. Estos
cabellos eran transformados, a través de un órgano cualquiera
del Ministerio de Economía, en fíeltro industrial. Se observa la
minuciosidad con que los economistas del III Reich habían
organizado una recuperación que se extendía hasta los propios
cuerpos de las víctimas. Todavía se encontraban depositados en
Auschwitz, cuando el campo fue liberado por el ejército ruso,
siete toneladas de cabellos, último vestigio terrestre de 140.000
mujeres gaseadas; la «cosecha» total parece haber sido, pues,
de uno o dos centenares de toneladas...
La utilización industrial de los cabellos humanos había sido
ordenada por la siguiente circular:
Oficina central SS
para la Economía y la Administración.
Grupo de servicios D.
Campos de concentración.
Oranienburg, a 6 de agosto de 1942.
Secreto.
Objeto: Utilización de los cabellos.
El jefe dé la Oficina central SS para la Economía y la
Administración, el SSGruppenführer Pohl, ha ordenado la
recuperación de los cabellos humanos en todos los campos de
concentración. Los cabellos humanos se transformarán en fieltro
industrial, después de ser enrollados en carretes. Despeinados y
cortados, los cabellos de mujer permiten fabricar zapatillas para
los equipajes de los submarinos, y medias de fieltro para la
Reichsbahn.
Se ordena, en consecuencia, conservar, previa desinfección,
los cabellos cortados de las mujeres detenidas. Los cabellos
cortados de los detenidos hombres no pueden utilizarse más
que a partir de una longitud de 20 mm.
Por esta razón el SSGruppenführer Pohl está de acuerdo en
que, a título experimental, los cabellos de los detenidos
hombres no sean cortados hasta que hayan alcanzado, tras el
corte, una longitud de 20 mm. Con el fin de prevenir las
facilidades de evasión ofrecidas por una cabellera más larga,
los detenidos deberán ser marcados cuando el comandante lo
estime necesario, mediante una huella de cabello (Haarbahn),
cortada en su cabellera mediante una máquina estrecha.
Se tiene la intención de utilizar los cabellos reunidos en todos
los campos de concentración en una empresa instalada en uno
de los campos. Seguirán instrucciones más detalladas sobre el
envío de los cabellos recogidos.
La cantidad de cabellos reunida mensualmente (cabellos de
mujer y cabellos de hombre, por separado) deberá serme
comunicada antes del 5 de septiembre de 1942.
Firmado: Glücks.
SSBrigadeführer y GeneralMajor de la WaffenSS.

Circulares como ésta, mejor que los grandes discursos, son lo


que revela los abismos de la locura planificadora en los cuales
se habían hundido los dirigentes del III Reich. En Auschwitz se
recuperaban también las osamentas no incineradas (por falta de
espacio en los crematorios, o por cualquier otra razón); eran
vendidas a la firma Strem, que las utilizaba para fines
industriales24. Antes de incinerar los cadáveres en los cremato-
rios, se inspeccionaban las dentaduras para extraer el oro
dental —como se hacía, por otra parte, en todos los campos
de concentración.
Oficina central SS
para la Economía y la Administración.
Grupo de Servicio D.
Campos de concentración.
Oranienburg, a 11 de enero de 1943.
Objeto: Oro procedente de dentaduras postizas.
Referencia: Decreto DI/l/AZ.
Como complemento del decreto mencionado, ordenamos que
también los campos pequeños recojan el oro procedente de las
dentaduras postizas durante un período prolongado (un año), y
no continúen enviándolo, como se ha venido haciendo hasta
ahora, todos los meses.
El jefe de la Oficina central.
Firmado: Ilegible.
SSOberstrumbannführer.

Veremos más tarde en qué condiciones era recogido este oro.


Los metales preciosos abundaban en Auschwitz; el oro dental
se juntaba a las joyas y objetos preciosos robados a las
víctimas, y seguía idén ticos circuitos. Existía en el «Canadá» un
taller de orfebrería en el cual se fundía una parte de este oro
en forma de lingotes que luego eran depositados en el
Reichsbank. Otros objetos de valor eran distribuidos entre las
Waffen-SS y otras tropas combatientes. De este saqueo a
escala europea (denominado de recuperación de los bienes
24 Jan Sehn, op. cit, p. 154.
robados y ocultados por los judíos), a través del cual millones de
alemanes sacaron provecho del genocidio, el siguiente
documento puede dar una idea;
Oficina central SS para la Economía y la Administración.
Berlín, a 13 de mayo de 1943. Secreto
Concerniente: A la recuperación de los bienes robados y
ocultados por los judíos.
Al Reichsführer-SS.
Berlín.
¡Reichsführer!
1. El 30.IV. 1943 se recibieron:
94.000 unidades relojes de hombre.
33.000 – de mujer
25.000 – plumas estilográficas
14.000 - portaminas
3.500 - carteras de bolsillo
4.000 - bolsos
130.000 – hojas de afeitar
7.500 – máquinas de afeitar
400 - máquinas de cortar el pelo
14.000 - tijeras de todo tipo

2. De estas cantidades, se han separado y están dispuestas


a mandarse:

7.000 relojes de hombre (a partir del 1.V.1943, se repararán


2.500 relojes mensuales).
8.000 estilográficas.
100.000 hojas de afeitar.
5.000 máquinas de afeitar.
400 máquinas de cortar el pelo.
14.000 tijeras.

Una parte de estos artículos ha sido ya enviada. A saber:


100.000 hojas y 4.000 máquinas de afeitar, a las cantinas
militares, para ser vendidas.
1.000 máquinas de afeitar nuevas o casi nuevas, a las
enfermerías SS.
400 máquinas de cortar el pelo, a las barberías de los campos
de concentración.
Las tijeras han sido repartidas de la siguiente manera: las
tijeras de sastre y las grandes tijeras han sido vendidas a la
sociedad anónima Deutsche Ausrüstungswerke. Las tijeras de
tocador y las tijeras para uñas han sido entregadas a título
gratuito a la institución Lebensborn (Fuente de Vida). Las
tijeras médicas han sido enviadas a los médicos de los campos
de concentración.

3. Propongo repartir los relojes reparados de hombre de la


siguiente
forma:
a) Toda división combatiente recibirá inmediatamente 500
unida
des, y el 1.X.1943, de nuevo 500 unidades (la división SS «Das
Reich» ha recibido ya 500 unidades).
b) La armada submarina recibirá inmediatamente 3.000
unidades y,
el 1.X.43, de nuevo 3.000 unidades.
c) Los campos de concentración recibirán, destinadas a su
personal
de guardia, 200 unidades por campo, a distribuir por el
coman
dante.
d) Estilográficas: Toda división combatiente recibirá trescientas
unidades, y la armada submarina, 2.000 unidades.
Ruego decidan qué conviene hacer con los 33.000 relojes de
mujer.

4. Además, los bienes robados y ocultados por los judíos


comportan
entre otros:
a) Algunos centenares de valiosas monedas de oro y de
plata (en
gran parte anteriores a nuestra era) de gran valor
numismático.
b) 4 grandes cajas conteniendo valiosas colecciones de sellos,
entre
los cuales hay colecciones completas de un valor de 40.000
marcos
y aún más.
c) Cerca de 5.000 relojes de costosa fabricación suiza, con cajas
de oro
o de platino, algunos adornados, incluso, con piedras preciosas
verdaderas (los relojes de oro de menor calidad o de forma
grosera
y poco elegante han sido enviados ya al Reichsbank, para ser
fundidos).
A este respecto, ruego decidan si:
a) Las monedas de colección pueden cederse al Museo de la
Moneda
del Reichsbank.
b) Lo que hay que hacer con las colecciones de sellos.
c) Si los relojes deben ser cedidos al Reichsbank para su
posterior venta al extranjero, o si estos relojes o parte de ellos
(los más elegantes y los más preciosos) pueden ser guardados
para una utilización especial.
Existe, igualmente, un cierto número de estilográficas y de
portaminas de oro puro. ¿Deben enviarse al Reichsbank para
una posterior venta al extranjero o deben fundirse?
Heil Hitler.
Firmado: Frank.
SS-Gruppenführer y Generalleutnant de las Waffen-SS.

La recogida de los metales y objetos preciosos de los


cadáveres estaba asegurada por los «Sonderkommandos» de los
crematorios, que trabajaban en estrecha colaboración con los
SS; estos «Comandos especiales» eran pasados por las cámaras
de gas y renovados cada cuatro meses. De paso, captamos
desde dentro la dialéctica de las relaciones entre Señor y
Esclavo, en su horrorosa realidad. Provisionalmente perdonados,
los Esclavos estaban encargados de transportarlos cadáveres de
las cámaras a los locales de combustión, de registrarlos y
róbanos; estas operaciones les permitían apropiarse de una
parte del oro de Auschwitz, corromper sus guardianes,
fraternizar con eüos y vivir en la opulencia; pero cada cuatro
meses los Amos asesinaban los miembros del
«Sonderkommando» y creaban uno nuevo. El doctor Nyiszli,
citado ya anteriormente, nos da una sobrecogedora descripción
de este ciclo:
Los dientes y objetos de oro extraídos cada día de los cuatro
hornos crematorios producen, una vez fundidos, de treinta a
treinta y cinco kilos de oro puro.
La fundición se efectúa en un crisol de grafito de un
diámetro aproximado de cinco centímetros. El peso de un
cilindro de oro es de ciento cuarenta gramos. Lo sé
exactamente por haberlo pesado en la balanza de precisión de
la sala de disección.
Los médicos que despojan a los cadáveres de sus dientes
antes de su incineración, no siempre echan todos los puentes
en el recipiente de ácido sulfúrico: una parte —más o menos
importante, según la vigilancia de los guardias SS— se queda
en los bolsillos de los que arrancan los dientes. Otro tanto
ocurre con las joyas y las piedras preciosas cosidas en los
vestidos, así como con las monedas de oro abandonadas en la
sala en que se desnuda a los condenados. Aquí, son los
miembros del Kommando encargado de los bolsos de mano los
que se aprovechan. Es una operación demasiado peligrosa, su
vida está en juego, ya que los guardias SS están por todas
partes y vigilan con gran cuidado los objetos que, de ahora en
adelante, pertenecen al III Reich. Su atención se centra, es-
pecialmente, en el oro y en las piedras preciosas.
Los hombres del Sonderkommando también envían a la
fundición el oro que se han quedado. Encuentran la manera de
lograrlo a pesar de la más estricta vigilancia y de apropiarse
de nuevo de él bajo forma de cilindros de ciento cuarenta
gramos. La utilización del oro, es decir, su intercambio contra
mercancías útiles, es una operación todavía más difícil. Nadie
piensa en conservar el oro, ya que todo el mundo sabe que es
hombre muerto al cabo de cuatro meses. Pero en la situación
en la que se encuentran los miembros del Sonderkommando,
cuatro meses es demasiado tiempo. Estar condenados a muerte
y efectuar un trabajo como el que realizan es una prueba que
tritura cuerpo y alma y que conduce a muchos de ellos hacia
los abismos de la locura. Hay que hacer la vida más fácil y
más agradable, incluso en este breve plazo. Y es con el oro
como se consigue.
El cilindro de oro de ciento cuarenta gramos se convirtió, pues,
en unidad de cambio. En la fundición no existe un crisol de
grafito más pequeño; por consiguiente, tampoco existe un
cilindro de oro más pequeño. Aquí, el valor de los objetos
comprados no tiene ningún significado. Aquel que entrega oro
ha entregado ya su vida al entrar allí, mientras que aquel que
da algo a cambio del oro, se juega dos veces la vida. En
primer lugar, cuando a través de las barreras de SS que
rodean el campo y que comportan cuatro controles sucesivos,
introduce artículos difíciles de obtener en Alemania, incluso con
cartillas de racionamiento; en segundo lugar, cuando a través
de estas mismas barreras hace salir el oro recibido a cambio.
Ya que tanto en un sentido como en otro, hay un registro.
El oro va en el bolsillo de un hombre del Sonderkommando
hasta la puerta del crematorio. Allí, una pequeña pausa. El
hombre del Sonderkommando se acerca al guardia SS y
cambia algunas palabras con él. Este último se da la vuelta y
se aleja de la puerta. En la vía férrea que pasa por delante
del crematorio trabaja un equipo de veinte a veinticinco
obreros polacos, bajo la dirección de un capataz. A un signo, el
capataz del equipo se acerca con un saco doblado y, a
cambio, toma el oro envuelto en papel El saco ha atravesado
la puerta y se encuentra, actualmente, en el interior del
crematorio. Al día siguiente, el capataz toma un nuevo pedido.
El hombre del Sonderkommando entra en la sala de guardia
que se encuentra cerca de la puerta. Retira del saco un
centenar de cigarrillos y una botella de aguardiente. El SS
entra también en la sala de guardia. Mete rápidamente en sus
bolsillos la botella y los cigarrillos. Está contento, no hay ni
que decirlo, ya que un SS no recibe más que dos cigarrillos
por día y nada de aguardiente. Y, sin embargo, aquí los
cigarrillos y el aguardiente son indispensables como
estimulantes o como narcóticos. Los SS fuman y beben y lo
mismo hacen los hombres del Sonderkommando. Por ese
camino llegan hasta aquí los alimentos más apreciados y más
raros, tales como la mantequilla, el jamón, las cebollas y los
huevos.
El oro se obtiene mediante un trabajo colectivo y la
distribución de los alimentos obtenidos a cambio se hace sobre
la misma base. Los SS y los hombres del Sonderkommando
están sobradamente aprovisionados de cigarrillos, de
aguardiente y de alimentos de toda clase. Todos hacen como
si no supiesen nada y nadie quiere saberlo, ya que todo el
mundo se aprovecha. Tomado individualmente, cada guardia
SS es manejable y coopera. En cambio, no se fían los unos de
los otros. Por el contrario, saben perfectamente que los
hombres del Sonderkommando no les traicionarían. Por esta
razón, los cigarrillos, el aguardiente y la comida destinados a los
SS son entregados a cada uno de ellos por un hombre del
Sonderkommando.
Por el mismo camino llega cada mañana el «Völkischer
Beobachten, órgano gubernamental del III Reich. Precio mensual
del abono: un cilindro de oro. El que trae su periódico a un
detenido de Auschwitz, todos los días, durante un mes, merece
esta recompensa.
Desde que estoy en el crematorio, soy el primero en recibirlo.
Lo leo en un escondite seguro y, luego, cuento las noticias del
día a un detenido destinado a la oficina. Este último lo
transmite a sus compañeros. Al cabo de algunos minutos todo
el mundo conoce los últimos acontecimientos.
El Sonderkommando es una formación de élite en el campo.
Los detenidos que lo constituyen duermen en una pequeña
habitación calentada, aireada y limpia. Sus camas son limpias y
suaves. Las mantas calientes, reciben una excelente comida y
están bien vestidos. Tienen de qué fumar y beber. En
consecuencia, no pierden sus rasgos humanos como la
mayoría de los hombres del campo, que se arrastran por sus
sucios barracones llenos de piojos o que, vueltos al salvajismo
por el hambre, se matan entre sí por un pedazo de pan o por
media patata25...
25 Dr. Nyiszly, Médecin à Auschwitz, op. cit., pp. 82-86.
3. LA VIDA EN AUSCHWITZ

LA SOMBRA DE LOS TRUSTS

El día 30 de abril de 1942, Oswald Pohl, jefe de la «Oficina


central económica y administrativa SS», envió a Himmier un
informe sobre la «situación actual de los campos de
concentración».
... 1. La guerra ha traído como consecuencia cambios
estructurales visibles en los campos de concentración y ha
modificado radicalmente sus funciones en lo que respecta a la
utilización de los detenidos.
La detención por motivos exclusivos de seguridad, educación
o prevención, no se encuentra ya en un primer plano. El centro
de gravedad se ha desplazado hacia el lado económico. La
movilización de toda la mano de obra detenida destinada a
trabajos militares (aumento de la producción bélica), y para la
ulterior reconstrucción en tiempos de paz, pasa cada vez más
a un primer plano.
De esta constatación se desprenden las medidas necesarias
para
hacer cambiar la antigua forma de los campos de
concentración, unilate
ralmente política, y para darles una organización de acuerdo
con sus
funciones económicas.
Por esta razón, reuní los días 23 y 24 de abril de 1942 a todos
los ins
pectores y comandantes de campos de concentración, dándoles
a cono
cer personalmente la nueva situación. Los puntos esenciales,
cuya aplicación se impone en primer lugar para que la
ejecución de los trabajos
para la industria bélica no sufra ningún retraso, los he
resumido en el reglamento adjunto...

El reglamento elaborado por Pohl precisaba:


... 4. El comandante del campo es el único responsable de la
mano de obra. Su explotación debe ser agotadora en el
verdadero sentido de la palabra (mussim wahren Sinn des
Wortes erschópfendsein), de manera que el trabajo pueda
alcanzar el mayor grado de rendimiento.
5. La duración del trabajo es ilimitada. Esta duración depende
de la
naturaleza y estructura del trabajo; solamente el comandante
puede fijarla.
6. Todas las circunstancias que pueden limitar la duración del
trabajo (comidas, llamadas, etc.) deben, por tanto, reducirse al
mínimo estricto. Están prohibidas las largas marchas y las
pausas para la comida
del mediodía...

Es fácil reconocer en este lenguaje las sonoridades del


romanticismo sádico SS y el principio de la exterminación de
los inválidos para el trabajo. Tal y como lo señala con gran
precisión la Sra. Olga Wormser, el problema de la utilización de
los deportados en la economía de guerra alemana no puede
plantearse y resolverse únicamente en el plano económico; el
principio de la exterminación por el trabajo de un lado, de la
integración de los campos en la economía de guerra por el
otro, creemos exponen de manera límpida y lapidaria las
causas profundas del establecimiento del régimen en los
campos de concentración: eliminación de todas las fuerzas
molestas al régimen, no sin haber antes utilizado estas fuerzas
hasta el límite para consolidar el régimen26...

Este punto de vista está confirmado por el apartado cuarto


del reglamento elaborado por Pohl. No es haciendo trabajar una
mano de obra hasta el agotamiento como se obtienen los
mayores rendimientos; desde el punto de vista de la
racionalidad económica, se trataba, pues, de un típico error. Pero
en adelante, la fuerza del trabajo de los deportados no inválidos
era puesta al servicio de la economía de guerra alemana, que
continuaba siendo una economía capitalista; las empresas
privadas, aunque severamente controladas, no habían sido
nacionalizadas. ¿De qué forma el nuevo destino de los
detenidos repercutiría sobre su condición?
El Gotha de la gran industria alemana estaba bien
representado en Auschwitz, depósito inacabable de mano de
obra: Krupp, Siemens, Union, Deutsche Ausrüsungswerke y, muy
especialmente, la I.G. Farbenindustríe, que inició la construcción
en él de una fábrica de caucho sintético (Buna). La elección del
emplazamiento había sido determinada por la abundancia de

26O. Wormser, Le role du travail des concentrationnaires dans l'économie de


guerre allemande (separata de la «Revue d'histoire de la 2.e guerre
mondiale», París, 1956).
mano de obra27 y, también, podemos suponer, por su bajo precio:
la fírma pagaba a los negreros SS, 6 marcos por día y por
obrero cualificado y 4 marcos por obrero no cualificado28. El coste
del mantenimiento de un detenido (valorado, según las fuentes,
en 0,30 marcos o en 0,70 marcos por día) era, en cualquier caso,
muy inferior a un marco; de esta manera, desde el punto de
vista financiero, ambas partes contratantes salían beneficiadas.
Los detenidos eran alojados cerca de su trabajo, en el nuevo
campo de Auschwitz-Monowitz o Auschwitz III, en mejores
condiciones que las reinantes en los demás campos del
inmenso complejo de Auschwitz. La construcción de la fábrica,
financiada por varías firmas, comenzó a finales de 1941 y
estaba prácticamente terminada y producía ya algunos
subproductos tales como benzol y diol, cuando un bombardero
aéreo la destruyó en agosto de 1944.
En la obra, los detenidos estaban rodeados por centenares de
ingenieros, capataces y obreros alemanes. A un nivel superior,
los dirigentes del trust cooperaban en buena armonía con los
dirigentes del campo. El delegado principal de la I. G. Farben en
Auschwitz, el ingeniero Otto Ambros, se alegraba de ello desde
las primeras tomas de contacto en un informe dirigido a la
dirección central de la empresa:
12 de abril de 1941.
Señores directores Dr. ter Meer y Dr. Struss.
I.G. — Francfort.
Muy señores míos:
Les envío adjunto los informes de nuestras reuniones que
tienen lugar regularmente cada semana bajo mi dirección.
Mediante ellos podrán conocer la forma de nuestra organización
y, sobre todo, la manera cómo se han iniciado nuestras
actividades en el Este.
La sesión de constitución de la nueva sociedad tuvo lugar,
entre tanto, el día 7 del corriente en Kattowitz. En términos
generales, se ha desarrollado de manera satisfactoria. Ciertas
resistencias opuestas por pequeños burócratas locales han
podido ser rápidamente vencidas.
El Dr. Eckell ha prestado grandes servicios; además, nuestra
nueva amistad con las SS ejerce una función beneficiosa.
27Das Uiteil im. I.G.Farbenprozess (veredicto del proceso de la I.G. Farben,
texto íntegro), Bemdt, Frankfurt, 1948, p. 129.
28J. Sehn, op. cit., pp. 6970. Eugen Kogon (DerSSStaat, trad. francesa
L'Enfer organisé, París, 1947, p. 314) da cifras algo distintas: tarifas diarias,
68 DM, coste de manutención, 0,70 DM.
En ocasión de una cena que nos fue ofrecida por la dirección
del campo de concentración, acordamos todas las medidas
concernientes a los beneficios previstos por la fábrica Buna de
la organización, verdaderamente asombrosa, del campo de
concentración.
Queda de Uds. afectísimo y ss. Otto Ambros

Sin embargo, las concepciones de los nuevos amigos diferían


radicalmente. Los industríales solamente pensaban en la
productividad. No manifestaban ninguna predilección especial
por la fuerza de trabajo del campo; pero no veían ni el más
mínimo inconveniente en su empleo. Los crematorios y las
cámaras de gas no les concernían; los ignoraban pura y
simplemente. En cuanto a la mano de obra puesta a su
disposición, la cuidaban a su manera, tal y como es conveniente
hacer con un rebaño cualquiera. Un tribunal aliado lo ha
juzgado de esta manera:
...Está claramente demostrado que la I.G. no se proponía y no
favoreció, a sabiendas, un trato inhumano de los trabajadores.
De hecho, la I.G. llegó, incluso, a tomar medidas para mejorar
su situación. Por iniciativa , propia y como gastos suyos, la I.G.
les distribuía en la obra, a mediodía, una sopa caliente. Se
trataba de un suplemento a las raciones corrientes. El mismo
vestido estaba completado por entregas especiales de la I.G.
Sin embargo, los acusados que estaban encargados de la obra
de Auschwitz eran en gran medida responsables de la suerte
de los trabajadores. Los reclamaron al servicio de la mano de
obra del Reich, poniéndolos a la disposición de las empresas
financieras de la I.G. Estos hombres deben participar con los
SS y estas empresas, al menos en parte, de la responsabilidad
por los malos tratos infligidos a los detenidos29.

Hacia el final de la guerra, los bombarderos aéreos agravaron


de manera sensible la suerte de los detenidos. Ante la
inminencia de la derrota, todos los alemanes, SS, obreros libres
o detenidos, se unían de una manera característica en la obra
de la Buna. Según un testigo, en la Buna, los civiles alemanes
desencadenaban su furor, parecido al de un hombre tranquilo
que se despierta después de un largo sueño de dominio y se
ve arruinado sin comprender nada. Hasta los Reichsdeutsche
del campo, comprendidos los políticos, se acercaron unos a
otros a la hora del peligro; se sentían incondicionalmente
vinculados por la tierra y la sangre. Los nuevos sucesos
29 Das Urteil im I.G.-Farbenprozess, op. cit., p. 127.
volvieron de nuevo el odio y la incomprensión a su punto de
partida. Los políticos, asociados a los triángulos verdes y a los
SS veían, o creían ver en nosotros, la ironía de la revancha y
la triste alegría de la venganza. Sobre este punto estuvieron
todos de acuerdo y su crueldad se redobló. Ningún alemán
podía olvidar que estábamos del otro lado, del lado de los
terribles sembradores que surcaban como únicos amos el cielo
alemán, llevando cada día la muerte hasta sus propias casas,
las casas alemanas que nadie había violado hasta entonces30...
De esta manera iba matizándose, en la hora del apocalipsis
alemán, un cuadro que en sus rasgos más generales parecía
más verdadero que la propia realidad: el de empresas
económicas tentaculares actuando como fríos monstruos,
indiferentes al bien y al mal, cuya única ambición era el
rendimiento y el beneficio. El más ilustre de los capitanes de
industria de la Alemania contemporánea, Alfred Krupp, hizo
sobre este punto, en un momento de abatimiento, confesiones
de una terrible sinceridad:
Yo, el abajo firmante, Alfred Krupp von Bohlen und Halbach,
Nuremberg: Habiéndoseme llamado la atención sobre el hecho
de que me hago culpable en caso de deposición falsa, declaro
libremente y sin coacción, bajo juramento:
Yo, el abajo firmante Alfred Krupp von Bohlen und Halbach,
recuerdo el interrogatorio o la serie de interrogatorios que me
hizo un oficial norteamericano, en Recklingshausen, poco
después de la ocupación americana, es decir, hacia el 15 de
abril de 1945, aproximadamente.
(...) Confirmo una vez más que he hecho declaraciones como
la anteriormente mencionada u otras declaraciones de idéntico
contenido. Sin embargo, no queda suficientemente claro en
mis respuestas sobre el apoyo dado a Hitler por el pueblo
alemán, que me estaba refiriendo al período que se extiende,
aproximadamente, de 1933 a 1936.
Como respuesta a la pregunta de saber por qué mi familia se
declaró pro Hitler, respondí: la economía necesita un desarrollo
sano y progresivo. Los numerosos partidos políticos alemanes
luchaban entre sí en el desorden; era imposible toda actividad
constructiva. Nosotros, los Krupp, no somos idealistas sino
realistas. Mi padre era diplomático. Teníamos la impresión de
que Hitler nos daría la posibilidad de un desarrollo sano. Como,
por otra parte, ha hecho. Anteriormente, el sistema de partidos
era caótico. Hitler poseía un plan y sabía actuar. Al principio
votábamos por el partido del pueblo alemán, del que se
30 Primo Levi, Si J'étais un homme, París, 1961.
ocupaba, me parece, mi tío W. (Wilmovsky). Pero el ala
conservadora no podía gobernar nuestro país; eran demasiado
débiles.
Los ideales no existen. La existencia es una lucha para
mantenerse en vida, para el pan y para el poder. Hablo con
toda franqueza, ya que es necesario en la hora amarga de la
derrota. En esta lucha implacable necesitábamos ser
conducidos por una mano dura e implacable. Y la de Hitler lo
era. Después de algunos años bajo su conducta, nos sentíamos
mucho más seguros.
Dije que los alemanes se habían agrupado alrededor de
Hitler.
La mayoría del pueblo estaba de acuerdo con el Gobierno.
¿Era, acaso, debilidad nuestra? Últimamente leí los discursos
de Churchill y observé cómo en su política debía tener en
cuenta la crítica de los partidos y, en algunos casos,
modificarla.
Esto no existió jamás entre nosotros. Pero aquí no reside lo
esencial; ya que la nación entera se solidarizó con los objetivos
perseguidos por Hitler. Nosotros, los Krupp, jamás nos hemos
preocupado demasiado por la vida. Queríamos un sistema que
funcionase bien y que nos diese la ocasión de trabajar
tranquilamente. La política no es asunto nuestro.
Preguntado sobre cuestiones financieras, sobre la «colecta de
Adolfo Hitler» a favor de la economía alemana, sobre la
destrucción de las fábricas y sobre la cuestión de los
trabajadores forzados (extranjeros) dije que las mujeres eran
buenas obreras, pero que el rendimiento de los hombres no
alcanzaba más que el 70 % del de los trabajadores alemanes.
Interrogado sobre la política antisemítica de los nazis, cuando
me preguntaron lo que sabía de ello, dije que ignoraba
absolutamente todo lo referente a la exterminación de los
judíos, y añadí por otra parte: «¡Si uno compra un buen caballo
no se fija en algunos defectos!»
He releído atentamente cada una de las tres páginas de esta
declaración hecha bajo juramento; las he firmado; he añadido
las correcciones necesarias de mi propia mano y las he firmado
con mis iniciales, y declaro, bajo juramento, haber dicho en
esta declaración toda la verdad de mi alma y de mi
conciencia.
Firmado: A. Krupp von Bohlen und Halbach31.
31 Hay que señalar que tras la publicación de este documento en la obra de
L. Poliakov y J. Wulf, Das Dritte Reich und die Juden (Berlín, 1956), el tío
materno de Alfred Krupp, el barón von Wilmovsky, un verdadero resistente
que pasó el último año de la guerra en un campo de concentración,
redactó para los autores una declaración según la cual su nieto no se
LA MUERTE LENTA

Tras la última guerra mundial, el folklore de casi todos los


países europeos se ha enriquecido con un nuevo motivo, un
canto lento y dulce conocido en Francia con el nombre «Chant
des Marais»: Ningún pájaro canta / En los huecos árboles secos.
/ Oh tierra de angustia, / Donde sin cesar debemos / Cavar...
Mejor que cualquier descripción, la infinita tristeza de esta
melodía salida no se sabe de dónde evoca la vía dolorosa del
deportado común. Auschwitz no es un tema literario. Sin
embargo, Primo Levi, un memorialista de gran sensibilidad,
describe de la siguiente manera un día pasado en la obra de la
Buna:

Cuando llueve, quisiéramos poder llorar. Estamos en


noviembre, llueve desde hace diez días, el suelo está fangoso
como el fondo de un pantano. La madera huele a seta
enmohecida.
Si pudiese apartarme diez pasos, estaría a cubierto bajo el
hangar. Bastaría un saco para protegerme los hombros o,
incluso, un pedazo de trapo seco que podría colocar entre mi
camisa y mi espalda. Entre dos paletadas vuelvo a pensar en
el trapo y en el verdadero placer que me produciría.
Ahora estamos empapados; no habría manera de estarlo más.
Trato de moverme lo menos posible y, sobre todo, de evitar
los nuevos movimientos capaces de poner en contacto mis
vestidos empapados y helados con las partes secas de mi
piel.
Afortunadamente, hoy no hace viento. Es curioso, pero se
tiene la constante impresión de tener suerte; parece que nos
beneficiemos siempre de una circunstancia feliz que nos
mantiene al borde de la desesperación y nos permite vivir.
Llueve, pero no hace viento. O bien, llueve y hace viento, pero
se sabe que por la noche se nos repartirá un suplemento de
sopa y nos envalentonamos esperando la no che. O, incluso,
acordaba
de haber firmado el documento en cuestión y subrayando, por otra parte,
la hostilidad testimoniada por la familia Krupp a toda forma de
antisemitismo. Como conclusión, M. von Wilmovsky recuerda las lagunas e
inexactitudes inherentes a los documentos redactados en caso de
detención preventiva, de cualquier tipo: «Aquel que, durante su vida, ha
pasado por
interrogatorios —y por lo que a mí respecta, probé suficientemente los de
la Gestapo— sabe hasta qué punto tienen valor probatorio.»
llueve, hace viento y tenemos hambre; en este momento nos
persuadimos de que basta con querer para poder ir a tocar
las alambradas electrificadas o tirarnos bajo un tren. Habría
terminado de llover...
Desde esta mañana estamos en pleno fangal, las piernas
separadas y los pies clavados en el pegajoso suelo. Estoy a
media altura en el foso, Kraus y Clausner están en el fondo,
Gounan encima mío, a nivel del suelo. Mira alrededor suyo y,
con monosílabos, advierte a Kraus que acelere el ritmo o que
descanse, según la gente que pasa por la carretera. Clausner
cava, Kraus me pasa paletadas de tierra y, yo, elevo esta
tierra hasta Gounan que la amontona a su lado. Unos
prisioneros preparan el mortero en su carretilla y se llevan la
tierra hacia no sé dónde; además, tampoco nos importa; hoy
nuestro universo se reduce a este agujero fangoso.
Kraus ha fallado su golpe; el barro salta y viene a salpicar
mis rodillas. No es la primera vez que le ocurre y le pido que
ponga un poco más de atención, pero no me hago demasiadas
ilusiones. Kraus es húngaro, apenas comprende el alemán y no
sabe una palabra de francés. Es muy grande, lleva gafas y
tiene una carita torcida muy divertida; parece un niño cuando
ríe y ríe muy a menudo. Trabaja demasiado y demasiado
enérgicamente; todavía no ha comprendido nuestros trucos
para ahorrar fuerzas; nuestra respiración, nuestros movi-
mientos, incluso nuestros pensamientos. Desconoce que vale
más dejarse golpear; los golpes no acarrean la muerte,
mientras el cansancio mata. Incluso cree... ¡oh, no!, el pobre,
esto no es un razonamiento; no es más que su ingenua
honestidad de pequeño campesino que considera que también
aquí es lógico y honesto trabajar, y que cuant más se trabaja,
más se gana, más se come.
—¡Miradlo! lNo tan rápido, imbécil! —grita Gounan.
Se acuerda que tiene que traducirlo en alemán: —«Langsam, du
blöder, langsam, verstanden?»
Kraus es libre de matarse de cansancio si lo quiere, pero no
cuando trabajamos en cadena y nuestro ritmo de trabajo
depende del suyo.
Se oye la sirena del Carburo; salen los prisioneros ingleses;
son las cuatro y media; pronto pasarár los obreros ucranianos
y serán las cinco; podremos levantarnos y pensar que con la
excepción de la marcha para volver, de la llamada y del control
de los piojos, ya nada nos separará del descanso.
Ha llegado el momento; a cada instante se oye Antreten y
por todas partes aparecen trepando unos monigotes
asquerosos que estiran sus entumecidos miembros y
devuelven las herramientas a los barracones. Arrancamos los
pies del pegajoso suelo; con las mayores precauciones
vigilamos que nuestros zuecos estén limpios y vamos,
chorreantes, con paso vacilante, a ponernos en fila para volver.
Zu dreien, de tres en tres. He intentado ponerme al lado de
Albert; el trabajo nos ha separado durante todo el día y
quisiéramos hablar, pero alguien me ha dado un puñetazo en
el estómago y he acabado econtrándome en la cola, cerca de
Kraus.
Marchamos. El kapo marca el paso con una voz dura:
Links, links, links.
Al principio nos duelen los pies, pero luego, poco a poco, nos
vamos calentando y los nervios empiezan a calmarse. Un
nuevo día ha terminado, este día que esta mañana nos
parecía insuperable y eterno. Ahora, una vez terminado, yace
olvidado; no ha dejado rastro en nuestras memorias. Sabemos
que mañana será igual que hoy, lloverá un poco más o un
poco menos; a lo mejor nos envían a descargar ladrillos en el
Carburo en vez de hacernos cavar zanjas. Mañana la guerra
puede terminar, pueden matarnos, pueden llevarnos a otro
campo, mañana puede surgir uno de estos grandes sucesos
que vienen profetizándose sin tregua desde que el campo es
campo, pero ¿cómo podemos pensar seriamente en el mañana?
A veces nuestra memoria parece burlarse de nosotros;
durante toda mi estancia en el campo estuve perseguido por
dos versos que había escrito uno de mis amigos:

...Infin che un giorno


sensi non avràa più dire: domani.
Y qué bien se aplica a este caso. ¿Saben cómo se llama
«nunca» en la jerga del campo? Morgen früh: mañana por la
mañana32...

El hambre, el frío y el sufrimiento acababan por deshacer los


temperamentos más robustos. En la obra de la Buna, la
esperanza media de vida era de seis meses. La muerte llegaba
en pequeñas, pero rápidas etapas; la última etapa se conocía
en Auschwitz con el nombre de «musulmanización». He aquí,
según el profesor Roben Waitz, que trabajó en la enfermería
del campo, en qué consistía el estado de los «musulmanes»:
Bajo tales condiciones de vida, el detenido, excesivamente
cansado, subalimentado, insuficientemente protegido contra el
frío, adelgazaba progresivamente quince, veinte, treinta kilos.
32 Primo Levi, J'étais un homme, pp. 14043.
Perdía de un 30 a un 35 % de su peso. El peso de un hombre
normal bajaba a 40 kilos. Podían observarse pesos de 30 y de
28 kilos. El individuo consumía sus reservas de grasa, sus
músculos. Se descalcificaba. Se convertía, según el término
clásico de los campos, en un «musulmán». Es imposible olvidar
con qué desprecio los SS y ciertos detenidos bien alimentados
trataban a estos desgraciados denominados «musulmanes»; con
qué angustia los caquécticos iban a la consulta, se
desnudaban, se volvían, mostraban sus nalgas y preguntaban
al médico: «¿no es verdad doctor que todavía no soy un
"musulmán"?». A menudo conocían su estado y decían con
resignación: «ya soy "musulmán"».
El estado de «musulmán» se caracterizaba por la intensidad
con que los músculos se derretían; no había literalmente más
que la piel y el hueso. Se apreciaba claramente todo el
esqueleto y, en particular, las vértebras, las costillas y la
cintura pelviana.
Hecho capital, esta decadencia física la acompañaba una
decadencia intelectual y moral. Incluso, a veces, aparecía antes.
Cuando esta doble decadencia era completa, el individuo
presentaba un cuadro típico. Estaba verdaderamente chupado,
vacío física y cerebralmente. Avanzaba con lentitud, la mirada
fija, sin expresión, a menudo ansiosa. Sus ideas, también,
surgían muy lentamente. El desdichado no se lavaba, no cosía
sus botones. Estaba atontado y lo recibía todo pasivamente. Ya
no intentaba luchar. No ayudaba a nadie. Recogía la comida del
suelo con su cuchara, la sopa caída en el fango; buscaba en
los cubos de basura pieles de patata, tronchos de col y se los
comía crudos y sucios como estaban. Es imposible olvidar el
espectáculo dado por varios «musulmanes» disputándose tales
desperdicios.
Se convertía en ladrón de pan, de sopa, de camisas, de
zapatos, etc. Además, robaba con poca gracia y, a menudo, se
dejaba sorprender.
En la enfermería se esforzaba por obtener un lugar cerca de
un moribundo, de cuya muerte no avisaba, para intentar
obtener, de esta manera, su ración.
Se hacía arrancar los puentes y coronas de oro a cambio de
un poco de pan; en estos casos era, generalmente, estafado.
No pudiendo resistir la tentación de fumar, cambiaba su pan
por tabaco.
En conjunto, el ser humano era retrotraído al estado animal y,
a veces, esta comparación es un insulto a los animales.
La duración de esta evolución es de unos seis meses y nada
es más cierto que esta frase de un oficial SS: «Todo detenido
que viva más de seis meses es un estafador, ya que vive a
costa de sus compañeros »
Este plazo de seis meses se alcanzaba cuando la moral del
detenido era buena, pero se reducía a un mes y medio o dos si
la moral era baja. Si el detenido pensaba demasiado en el frío,
en el trabajo agotador, en su familia, en la cámara de gas, se
hundía en pocos días, se convertía en un pingajo y, a menudo,
en un ladrón. Los ejemplos eran frecuentes. Nunca tan
claramente como en un campo de concentración se ha
afirmado la primacía de la moral y de la voluntad sobre la
constitución física. Cuando un detenido, tras 8 o 10 días de
estar en el campo, se presentaba ante el médico, le era
posible a éste juzgar si el detenido aguantaría o si se hundiría
al poco tiempo. El aspecto general del prisionero, el timbre de
su voz, su manera de hablar, de comportarse, etc., bastaban
para este juicio.
Es interesante preguntarse si este hundimiento alcanzaba
indistintamente a todos los detenidos o si era posible
establecer ciertas reglas. Sólo menciono de pasada la
clasificación de los SS. Distinguían entre los individuos bajos y
robustos que constituyen una buena raza Lagerfähig (aptos
para el campo) y los individuos altos y delgados Lagerunfähig(no
aptos para el campo). Además, estos últimos atraían los
castigos. A los SS tampoco les gustaban los intelectuales.
En términos generales, de los prisioneros franceses internados
en los campos de Silesia, aquellos que mejor aguantaron
fueron:
1.° Los verdaderos resistentes (detenidos que habían
participado, efectivamente, en la resistencia francesa).
2° Los comunistas.
3.° Algunos jóvenes que habían sido durante mucho tiempo
Scouts.
4.° Algunos intelectuales de gran fuerza moral.
5.° Algunos trabajadores manuales.
Indiscutiblemente, los individuos que poseen un ideal, que
están acostumbrados a luchar, que saben imponerse una
disciplina severa, aceptando la vida en grupo, no padecen un
hundimiento comparable al de la mayoría de los prisioneros.
Es en estas categorías donde la ayuda, incluso superficial, que
nos esforzábamos en llevar, daba los mejores resultados.
No hay que disimular que era indispensable una gran fuerza
de voluntad para no comer el litro suplementario de sopa que,
a veces, uno llegaba a procurarse, para dar la mitad a un
compañero.
En resumen, para aguantar, hizo falta mucha suerte; pero
también hizo falta mucha voluntad33.
Es posible completar esta descripción clínica por otra
realizada por otro médico, el Dr. Beilin, durante el proceso
Eichmann. Hace referencia más concretamente a los judíos de
Auschwitz:
...Observé que en hombres de constitución parecida y
colocados en condiciones parecidas, si ambos cogían la misma
enfermedad, con el mismo grado de gravedad, se observaba
que el judío de Europa Occidental no quería continuar viviendo;
intentaba la huida, la huida hacia la muerte, mientras que el
otro se sostenía por una firme voluntad de vivir y sobrevivía.
Esta voluntad de continuar en vida era mucho más fuerte
entre los judíos de Europa Oriental, que querían vivir para
vengarse...

Hablando luego de los «musulmanes»:


¿«Los musulmanes»? Los encontré por primera vez en
Auschwitz-Birkenau. El «musulmanismo» era la última fase de
la subalimentación. Es interesante constatar que un hombre
que llega a esta situación empieza a hablar de comida. Había
dos temas que los prisioneros consideraban como una especie
de tabú; los crematorios y la comida.
Hablar de comida aumentaba, vía reflejos condicionados, la
producción de ácidos estomacales y, por tanto, el apetito. Era
necesario abstenerse de hablar de comida. Cuando alguien
perdía el control de sí mismo y se ponía a hablar de la
comida de su casa —era el primer signo de
«musulmanización»— sabíamos que al cabo de dos o tres días
pasaría a la segunda fase. No existía una neta distinción:
sabíamos que este hombre ya no reaccionaría más, no se
interesaría más por los que le rodeaban, no ejecutaría las
órdenes ni tan sólo reaccionaría. Sus movimientos se hacían
cada vez más lentos, su rostro tomaba el aspecto del una
careta, sus reflejos no funcionaban, hacía sus necesidades sin
darse cuenta. En la cama no se movía de su posición inicial;
quedaba tendido sin moverse y así se convertía en un
«musulmán», un cadáver con lasj piernas muy hinchadas.
Como era necesario mantenerse de pie durante la llamada, lo
colocábamos por la fuerza cara a la pared, los brazos levanj
tados y era, simplemente, un esqueleto de cara gris que se
aguantaba] contra la pared y no se movía más que cuando
33Témoignages strasbourgeois, op. cit, testimonio del prof. R. Waitz, pp.
490-91.
perdía el equilibrio. Éstos eran los síntomas característicos de
los «musulmanes» que, luego, erara llevados por el
«kommando de los muertos», junto con los cadáveres34.

34 Le Procès de Jérusalem, op. cit., pp. 7577.


LOS SUPERVIVIENTES

La «musulmanización» y la muerte eran, en Auschwitz, el


camino más probable, sobre todo para los judíos; aunque no
eran nunca seguros. En el vasto conglomerado del campo, cuya
población oscilaba alrededor de unos 100.000 habitantes,
existían, como en toda colectividad humana, una multitud de
funciones y de empleos, de puestos y de «enchufes» que
permitían vivir a ciertos detenidos privilegiados en una relativa
opulencia e, incluso, explotar a sus semejantes. No hay que
olvidar que los SS solamente aseguraban la vigilancia y la
dirección suprema del campo, cuyos engranajes internos estaban
dirigidos por esclavos (jefes de bloque, Kapos, empleados en
diversos despachos, etc.). Con un humor silbante, escribe Primo
Levi: Aquel que es incapaz de ser Organisator, Kombinator,
Prominent (¡oh, la feroz elocuencia de los términos!) se
convierte sin error en un «musulmán». Pero otros supervivientes
tienen otros recuerdos que contarnos. Con ayuda de la suerte, a
veces era posible sobrevivir en Auschwitz sin desatender los
mandamientos de la moral más exigente. La meticulosa
autobiografía del profesor Marc Klein nos ofrece un buen
ejemplo:
...Para dar una idea exacta de la variedad y amplitud del
trabajo realizado por los detenidos en Auschwitz I, haría falta
describir un gran número de kommandos. No puedo hacerlo en
el marco de este testimonio; me limitaré, por tanto, a hablar
de aquellos kommandos en los que yo mismo trabajé. Desde
nuestra llegada, durante la dura cuarentena, fui destinado
como ayudante al Holzhof, donde pasaba los días descargando
troncos de árboles; luego me enviaron al Bauhof donde
transportaba raíles y ladrillos. Estuve por poco tiempo en uno
de los kommandos más temidos del campo: La Huta, donde se
construía un gigantesco tubo de hormigón, vía de conducción
del agua para la nueva central eléctrica del campo. Luego, por
una suerte inesperada, fui trasladado, con seis compañeros de
mi grupo, al bloque 28 del Haeftlingskrankenbau (hospital), en
calidad de mozos y no como médicos. Sin embargo, fue uno de
los sucesos más felices. Estábamos bajo un techo a cubierto de
la intemperie; teníamos posibilidades de alimentación y de
limpieza corporal mucho mayores que en cualquier otro bloque;
teníamos la esperanza, más o menos justificada, de tener
acceso, poco a poco, al trabajo puramente médico; por fin, y
sobre todo, teníamos la suerte de podernos mantener
agrupados entre buenos compañeros en una pequeña
habitación, lo que desde el punto de vista de la moral era
imposible de valorar. Al principio, se nos exigían los más
variados trabajos: fregar el suelo, reparar el piso, frotar las
paredes esmaltadas, cortar madera, transportar carbón, limpiar
los toneles, vigilar los lavabos, hacer de Kesselkommando, mil y
un pequeños trabajos que estábamos muy contentos de
realizar para hacernos indispensables en el bloque. Luego tuve
la inmensa suerte de ser destinado a la farmacia de los
detenidos que era, de todo el campo, uno de los lugares más
tranquilos y más envidiados. Si pude introducirme en él no fue,
ciertamente, a causa de mis títulos universitarios, sino porque
sabía encerar perfectamente un suelo, cepillar las alfombras,
dar lustre a los muebles, lavar cuidadosamente innumerables
botellas, participar en el transporte a veces difícil de los
medicamentos y, también, supongo, porque silbo bastante bien
y llegaba a dar una impresión casi permanente de buen
humor.
Hice en la farmacia numerosas amistades entre los detenidos
que estaban en Auschwitz ya desde tiempo y cuya atención
debía ponerme a cubierto de los peligros grandes y pequeños
que acechaban en cada momento a cualquier prisionero,
peligros debidos tanto a los celos de los codetenidos como a
las contingencias siempre más o menos graves de los sucesos
cotidianos. Entre los compañeros citaré aquí a Juan el Belga,
que había perdido su mandíbula en España con las brigadas
internacionales, individuo que no tenía miedo a nadie y que se
sabía como ninguno los detalles de la vida oculta del campo;
Marian, farmacéutico de Cracovia, que dirigía la farmacia de los
detenidos, matrícula n.° 49 de Auschwitz, llegado con el primer
convoy de polacos; el profesor de medicina legal de la
universidad de Cracovia, uno de los raros intelectuales polacos
sobrevivientes; dos jóvenes polacos, uno era un excelente mú-
sico, el otro un enamorado de la literatura inglesa y, finalmente,
mi colega Wolfin, uno de los pocos sobrevivientes de mi
convoy. Al cabo de cierto tiempo, fui admitido en la selección
de los medicamentos procedentes del «Canadá» y hallados
encima de los prisioneros a su llegada al campo. Finalmente, a
la larga, mi principal trabajo debía consistir en preparar envíos
de medicamentos para las salas de enfermos y para los
comandos.
La farmacia de los detenidos estaba bastante bien provista de
medicamentos, tanto por los envíos procedentes de la farmacia
SS, como por los específicos que traían los diferentes convoyes
procedentes de los diversos países de Europa. La farmacia del
campo era, efectivamente, un lugar privilegiado. Aparte del
Rollfuhrkommando, que consistía en la pesada descarga de los
vagones de medicamentos, el trabajo que se realizaba allí era
uno de los más descansados.
Por otra parte, era fácil hacer favores a los detenidos
haciendo pasar medicinas clandestinamente, bien para usos
particulares en las salas de enfermos, bien para el tratamiento
de aquellos que tenían la suficiente disciplina para hacerse
admitir en el hospital. Finalmente, a través de los contactos
con los suboficiales SS que, a pesar de la prohibición, venían a
utilizar, a escondidas, la farmacia de los detenidos, a través de
la comunicación constante con los diferentes servicios del
hospital y con los enfermeros de los kommandos, la farmacia
se había convertido en una importante central de
informaciones de todo lo que sucedía de manera abierta u
oculta en el campo35...

Parece que la profesión médica (un arte en el cual los judíos


han sobresalido en todos los tiempos) ofrecía en Auschwitz las
mayores posibilidades de sobrevivir. Es posible que a ello
contribuyese una cierta confraternidad internacional. Nuestro
narrador, el profesor Klein, no tuvo ocasión de ejercer su función
oficialmente; ni tan sólo fue, según nos cuenta, titulado
feingesetztj como farmacéutico; esto no fue óbice para que sus
funciones le permitiesen aliviar de diversas maneras el destino

35 Témoignages strasbourgeois, testimonio del prof. M. Klein, pp. 443-45.


de los detenidos menos favorecidos que él, curándolos o bien
poniéndolos en guardia contra el hospital:
...Una vez terminado el trabajo en la farmacia, al final del día,
tenía la obligación de participar en la consulta externa que,
después de la llamada, duraba hasta el toque de queda. El
trabajo era agotador pero importante a la vez que interesante.
Éramos alrededor de unos diez médicos y enfermeros para
visitar y tratar las afecciones externas de aquellos que
trabajaban fuera, en los kommandos. La afluencia era, a
menudo, considerable, y era necesario actuar con suma
celeridad; los casos no eran muy variados: heridas debidas a
accidentes de trabajo, quemaduras, edemas, enfermedades de
la piel y, en especial, las interminables infecciones y las
innumerables enfermedades parasitarias. Además, se
seleccionaban, también, los enfermos que deseaban hacerse
admitir en el hospital. Era el momento en el cual se podían
intercambiar algunas palabras con los compañeros del campo a
pesar de que estuviese estrictamente prohibido, convencerles
para que no entrasen en el H.K.B. (hospital) cuando era
inminente una selección o, incluso, decidirles a que se hiciesen
hospitalizar cuando el peligro había pasado o cuando había
una imperiosa urgencia. El problema de la admisión en el
hospital, discutido a media voz, era cruel y delicado; no había
que hablar a ningún precio de selección ni de peligro. Un cierto
número de compañeros, no queriendo comprender nuestras
alusiones o sospechando de la buena voluntad de los que los
examinaban, se hacían admitir a pesar de todo y desaparecían
ulteriormente en una selección36...

La ética médica se convertía en Auschwitz en un problema


muy particular. Otro médico, la señorita Ella LingensReiner, una
alemana que había sido deportada a Auschwitz porque había
ayudado a unos judíos, nos describe los estrechos límites de
esta ética:
...No se seleccionaban solamente las mujeres débiles y
enfermas, la mayor parte de las cuales ciertamente no habrían
sobrevivido a la vida del campo; se tenía como principio
escoger una cierta cantidad y se hubiesen seleccionado a
mujeres sanas y fuertes si el número de las débi les hubiese
sido insuficiente.
Me importaba saberlo, ya que, a menudo, había discutido con
mis colegas sobre la mejor conducta a adoptar durante las
36 Ibid., p. 445.
selecciones. Algunos escondían a las más débiles con la
esperanza, siempre engañosa, de salvar de todas maneras a
aquellas que se encontraban en mejor estado, Pero las débiles
morían por sí mismas y las más fuertes, que habrían podido
salvarse, ocupaban su lugar «en la chimenea».
Consecuentemente, se doblaba el número de muertos. Para
evitarlo, una joven doctora judía tenía la costumbre de mostrar
a los propios SS sus enfermos más débiles, Se le reprochaba de
cooperar abiertamente en las selecciones. Los principios
normales de la ética médica no podían aplicarse, ya que nos
enfrentábamos a problemas que no habían existido con
anterioridad y frente a los cuales estábamos completamente
desamparados. En esta situación sin salida, corríamos el riesgo
de renunciar a toda especie de moral37...

Tal y como lo hemos dicho al principio de esta crónica, en


Auschwitz, al igual que en los demás campos de concentración,
las mayores posibilidades de sobrevivir las poseían los
detenidos de nacionalidad alemana; y, dentro de esta
categoría, los detenidos de derecho común, reconocibles por su
triángulo verde cosido sobre su uniforme. Los SS les confiaban
preferentemente los puestos de responsabilidad en la
administración del campo, del cual constituían la indiscutibie
aristocracia:
Los Verdes, escribe el profesor Waitz, se consideran netamente
poseedores de unas características peculiares. No olvidan que
son arios y que de entre los arios son Reichsdeutsche. En
general, habitan en un bloque especial. Muchos maltratan a sus
codetenidos. Entre estos últimos, las fracturas de costillas, las
perforaciones de tímpano, son accidentes corrientes. Algunos
verdes son homosexuales. Tienen el más profundo desprecio
por los caquécticos, los «musulmanes». No dudan en decirles:
Du wirst bald in Himmel gehen (Pronto irás al cielo).
Están entusiasmados con sus uniformes a rayas, hechos a la
medida; se hacen dar masaje facial por el barbero, fricciones
con agua de Colonia y aplicaciones de toallas calientes.
Por lo que hace a la alimentación, no les falta nada; obtienen
carnel salchichón, fruta, a cambio de lo que roban en el campo:
sábanas, mantas, pullovers, camisas, etc., o bien dinero y joyas
procedentes del «Canadá». Se hacen traer víveres y alcohol de
la fábrica donde se realizan los intercambios.
A la vuelta de ciertos kommandos, la inmunidad es completa,
ya que su Kapo sabe «alegrar» a los SS...
37 Ella Lingens-Reiner, The prisoners of fear, Londres, 1948.
Uno de los más típicos es el Kapo de la Bekleidungskammer
(almacén de vestido). De unos cuarenta años, bandido de alto
rango, cuenta con alegría su vida anterior. Poseedor de varias
casas de tolerancia en Berlín, ha cometido también varias
estafas de las que está orgulloso. Muy elegante, circula por los
campos de la región. En varios de ellos tiene su pequeña
amiga que llena de regalos. El SS que le acompaña recibe su
parte de los beneficios de la ronda. El Kammerkapo es también
el gran organizador de las representaciones teatrales a las
cuales son invitados los señores y los libertos del campo. La
plebe, sucia y macilenta, mal vestida, mal afeitada, no tiene
acceso a la sala de espectáculos, que es un bloque
desocupado.
El Lagerälteste (decano del campo), denominado P.K. según sus
iniciales, ha sido condenado por estafa. Coloso de bella
presencia, habla con elegancia y se presenta como mecenas,
protector de las bellas artes y de los deportes. Muy sensible a
la fuerza física y, a veces, también, a la potencia intelectual. Se
hace dar masaje todos los días. Sin duda, vive mejor que si
hubiese estado en libertad. Se acerca, de vez en cuando, al
Krankenbau (hospital) y abronca a los desgraciados
«musulmanes» diarreicos: «Pronto vais a reventar y me parece
perfecto; os coméis las pieles de patata y todas las porquerías
imaginables. Sois unos Dreckfresser (comedores de basura).»
Le gusta aplicar él mismo los «20 o 30 golpes en el culo» a los
cuales se condena a los deportados por varios delitos. A veces
acepta bastante bien las réplicas. Un día en la enfermería, se
quejaba de un dolor a nivel del pulgar. «Ya has vuelto a pegar
demasiado fuerte», le dije. Asintió y me dio un manotazo
amistoso.
Su aniversario daba lugar a episodios dignos de Rabelais:
despertar con una cencerrada, concierto durante el día, visitas
de felicitación de todas las importantes personas, que traen
cada una un regalo y flores. Los festejos gastronómicos son
dignos de señalar: abundancia de toneles de cerveza, de
botellas de vino y de alcohol, de carne y charcutería38...

De paso, el profesor Waitz constata que los «prominentes»


judíos de esta calaña son rarísimos, lo cual no parece nada
extraño. En Auschwitz, los judíos continuaban siendo la hez de
la tierra, tal y como lo eran fuera, en la Europa de aquel tiempo.
Pero, entre ellos, ciertos tipos llegaban a adaptarse a la vida
del campo. Primo Levi esboza algunos retratos. El de Elias no
es el menos sobrecogedor:
38 Témoignages strasbourgeois, pp. 479-80.
Elias Lindzin, n.° 141.565, aterrizó un día, inexplicablemente, en
el, kommando químico. És un enano, sólo mide un metro
cincuenta, pero jamás he visto una musculatura como la suya.
Cuando está desnudo se aprecia cada uno de sus músculos
trabajando, poderosos y móviles, como los de un animal...
Su cráneo es masivo; parece cortado en metal o en piedra; se
ve la línea negra de los cabellos afeitados a un dedo
solamente por encima de sus cejas. Su nariz, su barbilla, su
frente y sus pómulos son duros y compactos. Su cara, toda
entera, recuerda una cabeza de carnero, un instrumento hecho
para golpear. De toda su persona emana una sensación de
vigor bestial.
Ver trabajar a Elias es un espectáculo desconcertante; los
Meister polacos y los alemanes se paran, a veces, para
admirarle. Se diría que nada le es imposible... Mientras que
nosotros acarreamos con gran esfuerzo un saco de cemento,
Elias lleva dos, tres, cuatro y llega a mantenerlos en equilibrio. Y
mientras avanza a pasos cortos sobre sus rechonchas piernas,
hace muecas, ríe, jura, grita y canta sin parar, como si sus
pulmones fuesen de bronce. A pesar de sus suelas de madera
se encarama como un mono por los andamios y corre sin
ningún temor por los postes colgados en el vacío; a veces lleva
seis ladrillos en equilibrio sobre su cabeza; sabe fabricar una
cuchara con un pedazo de lata y un cuchillo con un trozo de
acero; sabe dónde encontrar papel, madera y carbón para
encender un fuego en dos minutos, incluso bajo la lluvia. Es
sastre, carpintero, barbero y sabe escupir a gran distancia;
canta canciones polacas e yiddish inéditas con una voz de
bajo bastante agradable; es capaz de tragarse seis, ocho, diez
litros de sopa sin vomitar, sin tener diarrea y de reemprender
su trabajo inmediatamente después.
Sabe hacer aparecer entre sus hombros una joroba y, a
veces, así, contrahecho y patizambo, recorre el barracón
gritando y gesticulando, entre la alegría de los poderosos del
campo. Lo he visto pelearse con un polaco que le sobrepasaba
en una cabeza y abatirlo de un solo golpe de cráneo contra el
estómago, con la potencia y precisión de una catapulta. Nunca
le he visto descansar, silencioso o inmóvil, jamás lo he conocido
herido o enfermo.
De su vida de hombre libre nadie sabe nada. Por otro lado
hace falta mucha imaginación para representarse a Elias en
vestido de calle. No habla más que polaco y el yiddish impuro
de Varsovia; además, es incapaz de mantener una conversación
coherente. Se le pueden hacer veinte o cuarenta años; dice que
tiene treinta y tres y que ha engendrado a diecisiete hijos. No
es imposible en absoluto. Habla sin parar y de los temas más
diversos, siempre con una voz poderosa, con tono de orador y
con la mímica violenta de un contradictor. Da la impresión de
que siempre se está dirigiendo a un numeroso público y, de
hecho, el público no le falta nunca. Los que lo comprenden se
parten de risa al oír sus gritos; le dan palmadas entusiásticas
en la espalda y lo incitan a continuar mientras que él, feroz y
huraño, se revuelve como una fiera en el círculo de sus
auditores, apostrofando unas veces a uno, otras a otro. De
pronto agarra a alguno por el pecho y, con su pequeña pata
ganchuda, lo atrae irresistiblemente hacia sí y le escupe a la
cara una injuria incomprensible; luego lo devuelve hacia atrás
como un paquete y, entre los aplausos y las risas de los
espectadores, prosigue su furioso discurso, los brazos tendidos
hacia el cielo como un pequeño monstruo profetizando.
Su renombre como trabajador excepcional se extendió
bastante rápidamente y, a partir de este momento, en virtud
de las absurdas leyes del Lager, cesó prácticamente de
trabajar. Solamente los Meister pedían su colaboración en los
trabajos en los que era necesario un vigor y una habi lidad poco
corrientes. Aparte de estos pequeños servicios, vigilaba, in-
solente y violento, nuestros flacos esfuerzos cotidianos;
desaparecía a menudo para realizar una visita o una misteriosa
aventura en un rincón secreto de la obra, de donde volvía con
los bolsillos hinchados y con el estómago visiblemente lleno.
Elias era, naturalmente e inocentemente, un ladrón; en ello
demostraba la astucia instintiva de los animales salvajes.
Nunca se le había atrapado con las manos en la masa porque
solamente robaba en casos seguros, pero cuando la ocasión se
le presentaba robaba fatalmente. Aparte de la dificultad de
sorprenderlo, es evidente que no hubiera servido de nada
castigarlo; para él, robar era tan esencial como respirar o
dormir.
Es lógico preguntarse quién era Elias. ¿Se trataba de un loco,
incomprensible y extrahumano, que había ido a parar al Lager
por casualidad? ¿Era, acaso, el producto de un atavismo
heterogéneo del mundo moderno, más indicado para vivir en
las condiciones primitivas del campo? ¿No sería más bien un
producto del campo, lo que hubiera sido de nosotros de no
morirnos allí si el campo no terminaba antes con nosotros?
Las tres suposiciones son más o menos fundadas. Elias
sobrevivió a la destrucción del exterior porque es físicamente
indestructible; resistió el hundimiento del interior porque estaba
loco. Es, pues, ante todo, un superviviente: la especie más apta
para la vida del campo.
Si Elias vuelve a encontrar la libertad, se verá relegado al
margen de la sociedad, en una cárcel o en un manicomio.
Pero allí, en el Lager, no existían ni criminales ni locos; no
podíamos ser criminales puesto que no existía ley moral que
infringir; no podíamos ser unos locos puesto que estábamos
determinados en cada una de nuestras acciones; dado el lugar
y el tiempo, nuestros actos eran los únicos posibles.
En el Lager Elias triunfó y prosperó39...

Si, según este testimonio, los inadaptados de una sociedad


normal poblaban en mayoría las filas de los supervivientes, por
otro lado la adaptación a la vida del campo operaba
transformaciones radicales en naturalezas normales. Observa la
señora Salus:
Una joven muy bien vestida se juntó a nosotros en el
transporte. Lloraba a lágrima viva; lloraba porque tenía que
abandonar Auschwitz. Había sido jefe de bloque y había sido
incorporada al transporte a título de castigo. Recientemente,
había visto enviar a su hermano y a su amigo a la cámara de
gas y, sin embargo, lloraba porque tenía que marcharse.
Pertenecía a una especie de prisioneros que habían olvidado
completamente haber llevado anteriormente otra existencia.
Vivían en el presente, sin pasado ni futuro; habían sido
totalmente formados por el campo. Allí habían pasado años, y
poseían amigos parecidos a ellos, en! carnando un tipo humano
totalmente determinado por esta existencia. El conocimiento de
todas las astucias secretas del campo hacía su vida: soportable,
temiendo solamente un posible cambio que les habría obligado
a empezarlo todo de nuevo eri un terreno desconocido. Cierta-
mente, había las cámaras de gas, había la muerte, pero ésta
era casi impotente contra ellos. Conocían esta muerte; sus
experiencias y sus relaciones les permitían, a menudo, obtener
una prórroga y podían esperar evitarla. Pero la muerte que
posiblemente les esperaba ahora, no la conocían; su ignorancia
sobre este punto era idéntica a la de los demás...

Este mismo testigo resume magistraimente otro factor de


supervivencia:
...La tensión nos ha mantenido de pie durante toda nuestra
estancia en Auschwitz. No nos dejaba caer enfermos; se
trataba de un secreto inexplorado de combatividad psíquica y
física.
39 Primo Levi, J'étais un homme, pp. 104-07.
Una centésima parte de todos estos factores de enfermedad,
aplicada! a la vida normal, habría bastado para producirnos
una enfermedad mortal. La nieve, mezclada con lluvia,
empezaba a caer en la llanura de Silesia; un barro profundo
recubría el suelo; silbaba un viento helado y nosotros estábamos
casi desnudos, sin ropas, solamente con nuestros ligeros y
sucios vestidos encima de nuestro cuerpo. Apenas alimentados,
a pesar de las interminables llamadas, a pesar de las
repetidas duchas, las ventanas abiertas, no cogíamos el
mínimo resfriado, ni tan sólo un catarro.
¡Oh cuerpo resistente, soldado amoral, verdadero legionario!
Reclamaba imperiosamente sus derechos, no nos abandonaba y
nos privaba del bienestar de una muerte rápida y fácil.
Preparado para el combate, luchaba despiadadamente con
ayuda de todas las armas que tenía a disposición hasta el
amargo final. Algunos pueden suponer que es imposible
soportar tales condiciones de vida. Ninguna de nosotras que,
anteriormente habíamos vivido con cierto desahogo, habría
soñado poder soportarlo40...

Era así como aguantaban los «cuerpos despiadados» para no


dejarse vencer, en muchos casos, hasta después de la
liberación, una vez terminada la tensión de la que habla la
señora Saius. Las estadísticas lo confírman: en Auschwitz, como
en los demás campos de concentración alemanes, fue durante
el curso de los días que siguieron inmediatamente a la
liberación cuando la muerte se dedicó a sus más crueles
siegas.

40Grete Salus, Eine Frau erzählt («Una mujer narra»), Bonn, 1958, p. 46
y p. 23.
LOS FICHEROS DE AUSCHWITZ

Entre los diferentes engranajes del campo, bajo cuya


protección ciertos prisioneros pudieron llevar una vida material
soportable, existía un centro administrativo con un poder
particular, en ningún caso menor que el del comandante: la
Politische Abteilung, ojo de la Gestapo, especie de Ministerio de
Policía que asumía, al mismo tiempo, ciertas funciones de un
Ministerio del Interior. La Politische Abteilung pagaba
confidentes para espiar a los detenidos; estaba encargada de
prever las tentativas de fuga; establecía y mantenía al día los
ficheros de los «deportados registrados», es decir, de aquellos
que no eran pasados por las cámaras de gas a su llegada;
finaímente, ejercía las funciones de una Registratur, o sea, de
un gobierno civil.
Un gobierno civil que, según el testimonio de una de las
prisioneras que había trabajado en él, Raya Kagan, registró,
durante toda su existencia, una sola boda, de diez a veinte
nacimientos (de niños «arios», evidentemente) y varias decenas
de millares de muertes. Otra testigo, la señora Dounia Ourisson,
nos da la siguiente descripción:
...La gran sala de toda la planta baja estaba ocupada por
mesas con enormes cajones para los ficheros. Treinta detenidos
vigilados por dos SS estaban encargados de clasificarlos.
Estos ficheros hacían referencia a:
1 ° El estado de hecho, es decir, todos los detenidos hombres
y mujeres que se encontraban en Auschwitz, Monowitz-Buna,
Blechhammer, Trzebinia, Dwory, etc.
2° Los detenidos trasladados de Auschwitz a otros campos (en
su ficha estaba escrito el lugar de destino y el día de
partida).
3.° Los detenidos penados. Eran, sobre todo, jóvenes y
solamente estaban condenados a algunas'semanas o a algunos
meses de detención por sabotaje en la fábrica en la que
trabajaban. Pero la Gestapo los olvidaba y se pasaban allí
años enteros. Estos detenidos trabajaban en I.G.
Farbenindustrie de Buna.
4.° Los detenidos liberados (poco numerosos). Eran, en su
mayoría, alemanes o Volksdeutsche. Antes de partir del
campo, firmaban una declaración en la cual se comprometían
a no revelar nada de lo que habían visto y oído en el campo.
A su liberación debían presentarse a la Gestapo que los había
detenido.
5.° Los prisioneros muertos en el hospital. El sello «muerto» y
la fe: cha se añadían a su nombre.
(La Dirección del hospital enviaba cada día la lista de los
muertos. La lista venía acompañada por unas fichas rojas en
las cuales estaban escritas las causas, el día y la hora de la
muerte. No importaba si el detenido había muerto de tifus ,
que producía terribles estragos en el campo, que se hubiese
ahorcado o hubiera muerto por las torturas. Oficialmente se
trataba siempre de muerte natural: neumonía, edema pul-
monar, crisis cardíaca o caquexia.)
6.° Los prisioneros pasados por las cámaras de gas tenían
en el:] borde de la ficha las siglas SB y la fecha. SB
significaba Sonder-Behandlung (trato especial). Este punto
solamente era comprendido por aquellos detenidos que
trabajaban en la Politische Abteilung41.

La señora Kagan, que fue testigo en el proceso Eichmann,


presentó, durante su deposición, informes más detallados y
más claros sobre lo métodos de la Registratur y sobre su
significado. Recordó, para empezar, que solamente se
registraban los detenidos previa selección, de manera que la
muerte de los que eran gaseados a su llegada al campo, sea
la gran mayoría de los deportados, quedaba completament
anónima.
Para los demás se presentaban dos alternativas. En el caso de
los judíos, se les registraba, se establecía una somera fícha y
se les tatuaba número de orden sobre el brazo. Cuando eran
enviados a la cámara de gas por una selección posterior, se
ponía sobre su fícha el sello «SB». En su servicio, precisó la
testigo, estaba rigurosamente prohibido hablar de
«muerte»:...cuando una de las empleadas de la Registratur osó
decir a su jefe: «¡Señor... está muerta!», éste le contestó: «Está
usted completamente loca, está SB.» En el caso de los demás
detenidos, el procedimiento era más minucioso, ya que se
llevaba al día su expediente personal, muy completo; lo mismo
ocurría con una categoría privilegiada de judíos, a saber, los
judíos llamados criminales:
Fiscal General: ¿Existían judíos para los cuales se llevase un
expediente?
Testigo Kagan: Sí.
P.: ¿Cómo se hacía?

41Dounia Ourisson, Les secrets du bureau politique d'Auschwitz. Ed. Amicale


d'Auschwitz, París, 1946, p. 9.
R.: Era la gran paradoja de Auschwitz: aquellos que habían
llegado como consecuencia de una infracción penal recibían un
trato mejor, ya que no formaban parte de los convoyes
ordinarios y no eran tratados como Transporjuden, los
deportados judíos ordinarios, y esto se expresaba en el hecho
de que en el momento de las selecciones se separaban sus
fichas para que no fuesen seleccionados.
P.: ¿Y qué se hacía con ellos?
R.: Éstos conservaban la vida.
P.: ¡Ah! ¿Así que esta gente conservaba la vida?
R.: Sí, a los criminales se les permitía vivir.
P.: ¿Los criminales?
R.: Bueno, sí, criminales si se quiere, porque su crimen podía
ser simplemente haber telefoneado, sin autorización, o haber
salido a la calle después del toque de queda, pero era una de
estas numerosas paradojas que podían observarse en
Auschwitz...

Por lo que respecta a las élites «arias» y de «judíos criminales»,


el gobierno civil de Auschwitz funcionaba aparentemente como
el de Berlín, París o cualquier cabeza de partido, pero sólo
aparentemente, ya que todo estaba trucado en este universo
irreal:
P.: ¿Cómo registraban los fallecimientos?
R.: Recibíamos de la Registratur los expedientes personales de
los prisioneros fallecidos; yo, representaba la primera etapa,
recibía los expedientes completos con todos los papeles que lo
constituían. En el caso de los «arios» era, a menudo, muy
interesante, ya que el expediente contenía toda clase de
papeles secretos, sobre los que el prisionero no podía hacerse
ni la mínima idea de que estuviesen allí; por ejemplo,
correspondencia que no le había sido entregada, cartas que
había escrito y que jamás habían llegado a su destino; había
también toda clase de informes sobre investigaciones,
interrogatorios; algunos habían llegado al campo una vez
interrogados y la Gestapo añadía siempre al expediente
personal un informe del interrogatorio y, en el caso de que el
interrogatorio hubiese tenido lugar en Auschwitz, se añadía el
proceso verbal. Era fácil, pues, aprender muchas cosas a través
de estos expedientes.
P.: ¿Cómo tenían ustedes que inscribir la causa del
fallecimiento?
R.: Se nos informaba de la causa del fallecimiento al mismo
tiempo que recibíamos el aviso del mismo. Pero al cabo de muy
poco nos dimos cuenta de que todo era camuflaje y que nada
correspondía a la realidad, de manera que las causas del
fallecimiento no eran seguramente verídicas.
P.: ¿Y qué inscribían ustedes en estos formularios?
R.: Pues toda clase de enfermedades.
P.: ¿Cómo, por ejemplo?
R.: Pues, por ejemplo, neumonía, infección intestinal, debilidad
general, disentería y toda clase de enfermedades; pero al cabo
de poco tiempo nos dimos cuenta de que en los casos en que
se escribía crisis cardíacas, se trataba siempre de ejecuciones
y jamás de muerte natural y, de esta manera, indicábamos la
causa del fallecimiento sabiendo que el detenido no había
muerto de enfermedad sino que había sido ejecutado.
P.: ¿Escribían ustedes alguna vez fusilado, ejecutado o algo
por el estilo?
R.: No, nunca (...). Teníamos armarios llenos de Todesbücher,
de registros de fallecimientos; había que indicar los detalles,
señalar, por ejemplo, el carpintero tal, nacido en tal fecha y en
tal sitio y precisar que había fallecido en Auschwitz-
Kasernenstrasse; esto era muy importante.
Juez Halevi: ¿Por qué era muy importante?
La testigo: Porque Auschwitz-Kasemestrasse era la calle
principal en la que se encontraba el edificio del cuartel general,
frente por frente de la casa de Hoess, el comandante del
campo. Es evidente que un desgraciado que había muerto
dentro el barro de Birkenau no había muerto en Auschwitz-
Kasernenstrasse. Este ejemplo ilustra la pedantería alemana y
el cuidado con el que hacían consignar hechos notoriamente
falsos. Todos los meses se mandaban al departamento de
estadística de Berlincharlottenburg largos informes
completamente fantasiosos42...
¿Y con qué intención estos absurdos camuflajes? ¿A quiénes
esperaban engañar los burócratas SS? Todas las
administraciones del Estado nazi parecían estar de acuerdo en
hacer exterminar a los subhombres y todos eran de la opinión
que había que encargar esta misión a las SS, el ministro de
Justicia en primer lugar:
Berlín, a 13 de octubre de 1943.
El ministro de Justicia al Reichsleiter Bormann.
Cuartel General del Führer.
¡Muy honorable Reichsleiter!
Con el fin de desembarazar el cuerpo nacional alemán de
polacos, rusos, judíos y cíngaros (gitanos), y con el fin de

42 Cf. Le Procès de Jérusalem, op. cit., pp. 81-85.


limpiar las regiones del Este anexionadas por el Reich para ser
colonizadas por el pueblo alemán, me propongo confiar al
Reichsführer SS las persecuciones penales contra polacos, rusos,
judíos y cíngaros. A ello me inclina el hecho de que la Justicia
no puede contribuir eficazmente a la exterminación de los
miembros de la jurisdicción de estos pueblos. No hay duda de
que actualmente la Justicia pronuncia veredictos muy duros
contra estas gentes, pero esto no basta para contribuir
sustancialmente a la realización del objetivo anterior. Y carece
de sentido conservar a tales personas durante años en las
cárceles y prisiones alemanas, ni tan sólo en el caso de que
su capacidad de trabajo sea utilizada para fines militares, tal y
como se hace, a menudo, actualmente.
Creo, por el contrario, que entregando estas personas a la
policía, que puede tomar medidas independientemente de los
cuerpos de delito definidos por la ley, sería posible obtener
resultados mucho mejores. Me baso en que estas medidas
están plenamente justificadas en tiempo de guerra y que
ciertas condiciones que me parecen necesarias deben ser
respetadas. De acuerdo con estas condiciones, los polacos o los
rusos no deben ser perseguidos por la policía más que si,
antes del 1.° de septiembre, hubiesen residido en el antiguo
Estado polaco o en la Unión Soviética. Por otra parte, los
polacos registrados en las listas de raza alemana estarán
sujetos, como anteriormente, a la competencia de la Justicia.
Por el contrario, las persecuciones penales contra judíos y
cíngaros serán ejecutadas por la policía independientemente
de estas condiciones.
Sin embargo, nada de lo que concierne a las persecuciones
penales, por parte de la Justicia, de aquellas personas
pertenecientes a pueblos extranjeros, debe modificarse.
El Reichsführer SS, con el que he discutido estos puntos, está
de acuerdo. Igualmente he puesto al corriente al Dr. Lammers.
Le someto lo que precede, muy honorable Reichsleiter,
rogándole me informe si el Führer aprueba estas
concepciones. En caso afirmativo, someteré oficialmente mis
propósitos, por mediación del ministro del Reich Dr. Lammers.
¡Heil Hitler! Con mis mejores augurios.
Firmado: Thierack

¿Cuál era, pues, el sentido de los laboriosos camuflajes de la


Politische Abteilung?
El secreto, claro está, era de una manera muy general una
condición esencial para que las exterminaciones pudiesen
llevarse a buen término. Aseguraba la complicidad de las
víctimas y prometía el silencio de los testigos.
Pero, por añadidura, parece que había germinado en la mente
de Himmler la idea de desaprobar a los asesinos, si llegara el
caso, haciendo recaer sobre ellos la responsabilidad de los
crímenes cometidos bajo su orden o la del Führer. La
contabilidad falseada de la muerte sirve a la perfección a esta
idea. A decir verdad, sobre esta cuestión sólo se poseen débiles
indicios. Espera todavía a su historiador43.
Durante la instrucción del proceso de Auschwitz, iniciado en
Francfurt a finales de 1963, Boger, un antiguo funcionario de la
Politische Abteilung, declaraba:

...Cuando en el otoño de 1943 empezaron a tenerse


conocimiento, en Alemania y en todo el mundo, de las
matanzas masivas de Auschwitz, varios jefes del campo fueron
bruscamente destituidos y, por orden de Himmler, se abrió una
investigación llevada por una comisión especial, constituida por
el tribunal supremo de las SS y de la Policía...

Grabner, el jefe de la Politische Abteilung fue, efectivamente,


encarcelado por orden de Himmler, durante el otoño de 1943.
Uno de los miembros de la comisión especial instituida por
Himmler, el juez SS Konrad Morgen, aseguraba, en el proceso
de los grandes criminales de Nuremberg, que tenía la intención
de prohibir con carácter general las exterminaciones:
...los grandes procesos típicos de los campos de concentración,
como los realizados contra el comandante Koch, del que he
hablado anteriormente, y contra el jefe de la Politische
Abteilung de Auschwitz, el secretario de policía Grabner, que
acusé de asesinato —de 2.000 asesinatos—, debían hacer
someter a una decisión de la justicia todo este conjunto de
asesinatos. Era de esperar que los inculpados invocasen
órdenes recibidas de las altas esferas para justificar estos
crímenes individuales y fue, realmente, lo que hicieron. Luego
era necesario que, con las pruebas que yo había enviado, la
justicia SS se dirigiese directamente al jefe del Estado y le
plantease oficialmente la pregunta: ¿Fue usted quien ordenó
estos asesinatos? ¿La definición legal del delito de asesinato
no se aplica, por tanto, a ellos? ¿Cuáles son las órdenes dadas
respecto a estos asesinatos, de un modo general? Entonces el
jefe del Estado se hubiese visto obligado a desaprobar a los
43 Una suposición de este tipo adquiere mayor consistencia a la luz de lo
que sabemos de las tentativas hechas por Himmler para pactar con los
aliados sin el conocimiento de Hitler, incluso antes del desembarco
angloamericano de Normandía. Véase sobre este punto nuestro Biéviaire
de la Haine, op. cit.. pp. 293-298.
inculpados y a abandonarlos a nuestro castigo por
exterminación masiva, o bien hubiera sido necesaria una
ruptura oficial y, como consecuencia, la aniquilación de toda la
organización de la justicia44...

Cualesquiera que fuesen las loables intenciones del juez


Morgen, el significado de los ficheros trucados de Auschwitz
lleva muy lejos y es, por esta razón, por lo cual nos hemos
entretenido un poco más en ello.
En el Estado policía de las SS, un ser humano parecía poseer
realidad solamente en tanto tuviese un expediente. No han sido
los millones de judíos anónimos, pasados por las cámaras de gas
a su llegada y reducidos a ceniza los testimonios peligrosos para
los SS; eran los expedientes de las víctimas registradas
adecuadamente. De donde la utilidad suplementaria de los
camuflajes.
He aquí, a título de ejemplo, una de las consecuencias
características del sistema, la maternidad en el campo:
Según las directrices de las SS, todo niño judío significaba la
muerte inmediata de su madre.
Aparte algunas excepciones debidas a la casualidad, el
campo no aceptaba niños judíos. Vivos o gaseados, eran
quemados desde su llegada y sus madres con ellos. Toda
mujer que estuviese al cuidado de un niño, tanto si fuese suyo
como si no, estaba condenada a muerte. En el andén de
llegada, detenidos antiguos se esforzaban a menudo en hacer
confiar los niños a las abuelas, destinadas de todas maneras, a
causa de su edad, a las cámaras de gas. Era desgarrador ver
a las madres volver a coger a sus hijos de los cuales no
querían separarse, mientras que los maridos intentaban
informarse, después de su llegada, de la suerte que habían
corrido: ¿había de explicar a estos recién llegados que los
campos de juego de sus hijos no se encontraban ya sobre la
tierra?
A menudo aparecían por el campo mujeres encintas; unas,
casadas con no judíos y, por este hecho, generalmente dejadas
en vida; otras, judías, cuyo embarazo pasaba desapercibido. A
veces se las obligaba a abortar, cualquiera que fuese el mes
de su estado.
Otras daban a luz. Al igual que las demás detenidas, rusas,
polacas o eslovacas, eran trasladadas durante los primeros
meses del embarazo al bloque destinado a las mujeres
encintas. Allí eran cuidadas según las reglas del arte, en la
44Trib. Milit. Internacional de Nuremberg, audiencia del 8 de agosto de 1946,
interrogatorio del testigo Konrad Morgen.
medida en que era posible en un campo de concentración. El
alumbramiento tenía lugar de la misma manera que en todas"
partes del mundo. Pero desde que el recién nacido veía la luz
del día, llegaba lo que tenía que llegar. El niño judío estaba
condenado a muerte lo mismo que su madre. Durante la
semana que seguía al nacimiento, ambos eran seleccionados
para las cámaras de gas45.

45Lucie Adelsberger, Auschwitz, ein Tatsachenbericht, Berlín, 1956, pp. 128-


29.
LA MENTALIDAD DE LOS SS

Así, pues, detrás de los más absurdos honores de los SS se


disimulaba una cierta lógica, una previsión racional. Se
desprende, pues, que la sed de mal, es decir, el placer que se
obtiene de los sufrimientos de los demás, constituía una piedra
angular esencial de su régimen.
Con la creación de los primeros campos de concentración, la
ferocidad fue erigida en una virtud. Proclamando en 1933 el
reglamento de estos campos, Theodor Eicke decía:
Tolerancia significa debilidad. En consecuencia, el castigo será
aplicado despiadadamente cada vez que esté en juego el
interés de la Patria. El buen ciudadano extraviado no será
nunca alcanzado por este reglamento. Pero que los agitadores
políticos o los cabecillas intelectuales, cualquiera que sea su
tendencia, reciban esta advertencia: id con cuidado en no
dejaros coger, porque os agarraremos por el cuello y os
reduciremos al silencio, según vuestros propios métodos...

El tipo de castigo más extendido en el campo era el castigo


corporal:
Oranienburg, a 4 de abril de 1942.
Grupo D.
Campos de concentración.
¡Secreto!
A los comandantes de los campos de concentración.
Por lo que respecta a las disposiciones relativas a las palizas,
el Reichsführer SS y el jefe de la policía alemana han ordenado
(tanto en el caso de detenidos hombres como de detenidos
mujeres) que cuando figure el término, «agravante», la paliza
se aplique a la parte posterior desnuda.
En los demás casos, la ejecución tendrá lugar de acuerdo con
las disposiciones anteriores del Reichsführer SS.
El jefe de la oficina central.
Firmado: Liebehenschel
SS-Obersturmbannführer.

En el caso de una paliza debían rellenarse unos formularios


muy detallados. En primer lugar examen médico, especificaban.
Los golpes deben aplicarse con un garrote de cuero, a cortos
intervalos; deben irse contando...
En cuanto a los motivos:
Presento para que sea castigado el detenido político Viktorian
Karl, nacido el 18.XI.1888. Motivo: durante el examen del 5.XII.1941
se mostró insolente con el médico e intentó robar una colilla
del cenicero.
Presento para ser castigado a Zygel Maurice, que trabaja en
el kommando 14, nacido el 30. XI. 1925 en París, porque ha
olvidado sus calzoncillos en el barracón de las duchas y le han
sido robados. Reconocida su falta46...

Las realidades que se disimulaban tras este sórdido


papelamen han sido descritas varias veces por los
supervivientes de Auschwitz. Así, por la señora Marie-Claude
Vaillant-Couturier, en el proceso de los grandes criminales de
guerra de Nuremberg:
...Sr. Dubost: ¿Quién repartía los castigos?
Sra. Vaillant-Coutourier: Los jefes SS, hombres y mujeres.
Sr. Dubost: ¿En qué consistían los castigos?
Sra. Vaillant-Couturier: En malos tratos corporales; uno de los
castigos más clásicos eran 50 bastonazos encima de los riñones.
Estos golpes eran dados por una máquina que vi una vez; era
un sistema de palancas manipulado por un SS. Había también
llamadas interminables, día y noche, o bien la obligación de
hacer gimnasia; había que tumbarse en el suelo, levantarse,
tumbarse otra vez, volverse a levantar, durante horas, y cuando
el condenado se caía, se le molía a golpes (...).
Tuvimos una compañera, Germaine Renaud, maestra de Azay-
le-Rideau en Francia, a quien le abrieron la cabeza de un
golpe de porra ante mis ojos, durante la llamada.
El trabajo en Auschwitz consistía en limpiar los escombros de
casas derribadas, construcción de carreteras y, sobre todo,
saneamiento de marismas. Éste era, de mucho, el trabajo más
duro, ya que nos pasábamos todo el día con los pies en el
agua y había peligro de hundimientos. Sucedía muy a menudo
que tuviéramos necesidad de retirar una compañera que se
había hundido hasta la cintura. Durante todo el trabajo, los SS
hombres y mujeres que nos vigilaban, nos golpeaban con sus
porras y lanzaban sobre nosotras sus perros. Fueron numerosas
las compañeras con las piernas destrozadas por los perros. Una
vez vi morir ante mí a una mujer destrozada, mientras que el

46 L. Poliakov-J. Wulf, Das Dritte Reich und die Juden, Berlín, 1956, p. 358.
SS Tauber incitaba su perro contra ella, divirtiéndose con este
espectáculo47...

Tanto la perversidad sádica de ciertos SS, así como su


fetichismo, se aprecian claramente en ciertas descripciones:
...El SS-Unterscharführer Berhard Kristan, de Königsberg, tenía
por aquel entonces unos veintidós años. Lo recuerdo como un
nacionalsocialista particularmente convencido... Despreciaba a
todos los judíos y hacía grandes esfuerzos para evitar entrar
en contacto con nosotros o con los objetos tocados por
nosotros. Me acuerdo, por ejemplo, que abría la puerta de la
habitación en la que trabajábamos nosotros, no con la mano,
sino utilizando el codo (...).
Me acuerdo también como armado con su pistola iba a
participar en los fusilamientos. En estas ocasiones Kristan estaba
muy calmado y, a la vuelta, alegremente excitado. Me acuerdo
perfectamente de que, en estas ocasiones, Kristan llevaba
guantes blancos...

El mejor historiador de los campos de concentración, al


austríaco y católico militante Eugen Kogon, que estuvo
prisionero siete años en Buchenwald, constató hechos
parecidos en este campo:
A menudo, los oficiales SS hallan un placer personal en las
palizas. El inspector del campo de Buchenwald, Wehrle, que
era, generalmente, considerado como una buena persona,
preguntó un día a su acólito Hofschulte —uno de los SS más
odiados del campo, al que le gustaba repetir hasta hacernos
vomitar los interminables comunicados, redactados en un
pomposo alemán, que oíamos por los altavoces— si tenía
ganas de dar a tres detenidos 25 bastonazos a cada uno.
«¡Naturalmente, siempre tengo ganas!», respondió Hofschulte.
Utilizaba alternativamente una caña o un nervio de buey. Una
vez se le mandaron quince detenidos para que recibiesen la
paliza. Su barbero personal, un detenido, había sido llamado
para afeitarlo y asistió a la escena. A pesar del intenso frío,
Hofschulte y el segundo cabojefe no llevaban encima más que
la camisa y el pantalón y sudaban copiosamente. «lEstos
perros nos causan un trabajo muy pesado!», dijo al final. (Este
inspector de campo era, por otro lado, como tantos otros, un
maestro fallido.) (...)

47Trib. Mil. Int. de Nuremberg, audiencia del 28 de enero de 1946,


declaración de la señora Claude Vaillant-Couturier.
Durante la primavera de 1938, el comandante Koch hizo
encerrar a un gitano que había intentado huir, en una gran caja
cuya abertura estaba cubierta por alambre. El cautivo sólo
podía estar en cuclillas. Luego Koch hizo clavar unos largos
clavos en las planchas que, a cada movimiento del prisionero,
penetraban en sus carnes. El gitano fue expuesto dentro de
esta jaula a todo el campo. No se le dio nada de comer y se
pasó dos días y tres noches en la plaza de llamada. Sus
espantosos gritos no tenían nada de humano. En la mañana
del tercer día se le liberó de su tormento inyectándole
veneno48...

Volvamos a Auschwitz:
Adolfo Rey, cabo SS, era el terror personificado hasta en un
campo como el de Auschwitz. Siempre andaba con un nervio
de buey en la mano... Los prisioneros lo habían bautizado
«Kowal», que, en polaco, significa herrero. Hijo de un propietario
bávaro, había estudiado en la Universidad de Munich. Este
individuo amaba mucho su «trabajo» y se dedicaba a su oficio
de verdugo con verdadera pasión y entusiasmo. Una vez arrojó
a un detenido por el suelo y se puso a saltar encima suyo con
sus botas de clavos; luego ordenó que le abriesen el vientre y
se lo llenasen de arena. Enterró a su víctima, todavía viva, en
la nieve y continuó silbando la canción «Horst-Wessel», hasta
que el hombre dejó de moverse49...

Nos han contado que los verdugos de Auschwitz tenían la


mismas costumbres en otras partes:
...Uno de los jefes (de un «campo de trabajo» de Turingia) era un
joven oficial SS de voz aguda y tartamudeante. Venía del gran
campo de exterminación de Auschwitz, donde era conocido por
su sadismo; una de sus distracciones consistía en lanzar al
aire niños pequeños y disparar sobre ellos. Aquí se comportaba
de la misma manera; el único modo de calmarlo consistía en
entregarle un montón de expedientes para que los firmase. Al
firmar su nombre parecía gozar de un placer divino y olvidaba
cualquier otra cosa50...
48 Eugen Kogon, L'enfer organisé, op. cit, pp. 100 y 102.
49Auschwitz, Zeugnisse und Berichte, op. cit. (testimonio del médico ruso
Alexis Lebedev).
50Carl Laszlo, Ferien am Waldsee, Erinnerungen eines Uberlebenden
(«Vacaciones cerca de Waldsee, recuerdos de un superviviente»), Basilea,
Sin embargo, Eugen Kogon no ve nada de especial en el
comportamiento de los SS:
...todo lo que el SS ha cometido en los campos, tanto en
grupo como aisladamente, no contiene en ningún caso un
enigma psicológico; eran actos de hombres que habían sido
instruidos de esta manera y que habían sido colocados en un
terreno de este tipo a la vez que poseían ciertas
predisposiciones de naturaleza intelectual, emocional o social.
Fueron preparados para cazar los «enemigos del Estado», para
«tratar como se merecían» los «elementos molestos del pueblo»,
para «acabar» con los «enemigos del Führer». Todo lo que han
demostrado en esto o por esto: brutalidad, sadismo, avidez,
venalidad, glotonería, cobardía, pereza, cegueras de todo tipo,
todo esto, no tiene nada de nuevo. Es, exactamente, de la
misma manera como, en menor o mayor escala, han actuado
todos los bárbaros de la Historia, los asesinos, los sádicos, los
fanáticos primitivos.
El hecho de que hayan existido médicos de campo que
llevasen a cabo innobles experiencias con las mujeres,
carceleros que cometiesen todo tipo de crueldades, suboficiales
que andaban sobre sangre, y que estos hombres hayan vuelto,
luego, a sus casas para jugar tranquilamente con sus hijos o
para besar a la esposa que engañaban, se trata de fenómenos
patológicos del alma humana muy conocidos. Para poder
resistir a la presión de lo que va contra la naturaleza, incluso
antes de que se produzca un desdoblamiento de la conciencia,
la locura o las tinieblas, la naturaleza humana se crea un
sistema de impresiones rigurosamente estanco; huye, se
desliza o avanza orgullosamente del compartimiento del terror
al de la simplicidad, de las salas del espanto a una casa de
ilusiones, de paz, de amor y de bondad. ¿No es, acaso, cierto,
que un gran número de criminales, de verdugos, han amado a
niños inocentes? ¿Por qué Goering había promulgado una ley
contra la vivisección; por qué a Hitler le había gustado,
particularmente, recibir ramos de flores de manos de niñas
pequeñas; por qué Himmler había alabado la honrada vida en
familia alemana y por qué cada SS había tenido un
sentimiento de ternura hacia sus hijos y hacia su perro? Todo
esto es anormal, enfermizo, perverso; es la hipocresía mani-
fiesta de las consciencias violentadas, oprimidas, pero todo esto
no es nada nuevo...

1956, p. 64.
...fue sin duda el deseo de poder lo que empujó a los
Himmler, Heydrich, Kaltenbrunner, Müller, a crear este sistema
y a mantenerlo; este sistema gracias al cual centenares de
miles de SS han adquirido esta mentalidad bajo la cual serán
conocidos para siempre por la Humanidad. Estos hombres no
deseaban más que el poder, el poder sobre los hombres, las
instituciones, sobre Alemania, sobre los pueblos, a ser posible
sobre el mundo y sobre el porvenir. Todo tenía que suceder
de acuerdo con su voluntad. Ambicionaban, seguramente, el
poder de una manera más instintiva que consciente, bajo el
pretexto de que era para Alemania y es muy posible que
hubiesen instalado los engranajes de esta farsa nacional para
engañarse a sí mismos, para engañar a los que íes rodeaban y
a la opinión pública, ya que la violencia desnuda, fin en sí
misma, no habría sido aceptada. Por ello, en la primera época,
las consecuencias actuaron en profundidad, sin que por ello
resultaran débiles. De la misma manera que el
nacionalsocialismo creó un estado en la república de Weimar,
para debilitar a ésta, igualmente hizo lo mismo la SS en el
nacionalsocialismo...
Personajes tales como Eicke y Pohl eran ya de otra calaña, a
pesar de ser atraídos por los demás como el hierro por el
imán; eran unos enormes carreteros, amos para los que tenían
debajo, vasallos ante sus superiores y que proveían todo lo
necesario para construir y mantener en buen estado la
penitenciaría universal: material, dinero, esclavos, armas51...

¿Qué tipo de sociedad formaba, pues, la «penitenciaría


universal» nazi? Veamos la moraleja que desprende, a partir del
caso de los judíos, la sociólogo alemana Hannah Arendt, del
estudio hecho por ella del proceso de Adolfo Eichmann:
...de la misma manera que la ley de los países civilizados
supone que la voz de la conciencia dice a cada cual: «No
matarás», aunque los deseos y tendencias naturales del hombre
puedan, a veces, ser homicidas, la ley del país de Hitler
reclamaba que la voz de la conciencia dijese a cada cual:
«Matarás», aunque los organizadores de las matanzas supiesen
perfectamente que el asesinato es contrario a los deseos y a
las tendencias de la mayoría de la gente. En el III Reich, el mal
había perdido el atributo por el cual se le reconoce
comúnmente: el de la tentación. Muchos alemanes y muchos
nazis, seguramente la gran mayoría, debieron conocer la
tentación de no matar, de no robar, de no abandonar a sus

51 Eugen Kogon, op. cit, pp. 313-317.


vecinos a su triste fortuna (ya que no ignoraban, no hay ni que
decirlo, el destino de los judíos, aunque fuesen numerosos los
que desconociesen los detalles), de no ser cómplices de estos
beneficios, utilizándolos en su propio provecho. Dios sabe que, a
fin de cuentas, habían sabido resistir a la tentación52.

Nosotros mismos, al estudiar la mentalidad de los verdugos de


Auschwitz, fuimos sorprendidos por unos ritos y una metódica
transmutación de los valores que sugieren, más allá del
adoctrinamiento hitleriano, la existencia de un culto esotérico,
de una religión secreta SS (una cuestión que espera, también,
sus historiadores formales):
Otro rasgo del sistema concentracional, más asombroso si
cabe que el sadismo generalizado, es el aspecto didáctico y
moralizador del que estaba completamente impregnado. «El
trabajo es libertad» (Arbeit macht frei), tales eran las palabras
inscritas a la entrada del campo. «El camino hacia la libertad
comporta cuatro hitos: trabajo, equidad, disciplina y
patriotismo», tal era otra máxima grabada sobre piedra.
Cubiertos de harapos, los esclavos que marchaban hacia el
trabajo debían desfilar marcando el paso y con aire marcial, al
ritmo, demasiado lo recordamos, de marchas ejecutadas por
otros esclavos. Baldados por las enfermedades, los pies
supurando, los reclusos se veían forzados a hacerse las camas
con una meticulosidad geométrica. Algunos bloques nuevos,
como los de Auschwitz I, eran, desde el punto de vista
arquitectónico, cuarteles modelo. El ansia de embellecimiento
alcanzaba hasta los crematorios...
Sádicos y crueles, los castigos, las palizas y las ejecuciones
tenían lugar rodeados de una gran pompa, en presencia de
millares de detenidos concentrados especialmente, de acuerdo
con un ceremonial cuidadosamente elaborado. Mientras que los
detenidos eran asesinados por millares, algunos asesinatos de
otros detenidos, por haber sido «cometidos sin orden», o bien
el caso particular de los «malos tratos infligidos a la detenida
Eleonore Hodys», emocionaban a la jurisdicción especial SS, que
enviaba sus investigadores a Auschwitz, Buchenwald, Dachau...
Ciertamente, el conjunto de los procedimientos, este
perfeccionamiento, estas pedanterías burocráticas, estas
payasadas sangrientas, tenían como fin reforzar la obediencia
ciega y mecánica en la jerarquía SS y en la jerarquía de los
prisioneros, que era la base, el fundamento mismo del sistema.
Hannah Arendt. Eichmann in Jerusalem. A report on the banality of evil,
52

Nueva York, 1963, p. 114.


Pensándolo bien, ¿no era, al mismo tiempo, un aspecto distinto
de esta amplísima operación mágica de la que ya hemos
hablado, una tentativa deliberada de llamar negro a lo que es
blanco y blanco a lo que es negro? En resumen, el meticuloso
ritual de las ceremonias demoníacas. «Al mal lo llaman bien, y
al bien, mal. Y quieren cambiar las tinieblas en luz y la luz en
tinieblas53...»

53 L. Poliakov, Bíéviaire de la Haine, París, 1961, pp. 247-48.


EXPERIMENTOS MÉDICOS

Entre las figuras SS más frecuentemente evocadas por los


relatos de los supervivientes de Auschwitz destaca la del Dr.
Joseph Mengele, médico-jefe del campo, quien ha dejado, en la
mayoría de ellos, una impresión imborrable. Alhajar de los
vagones, los deportados veían a este «Ángel de la Muerte», que
vigilaba la criba inicial, fusta en mano; o bien, cuando se
operaban las «seleccionesparciales», designaba a las víctimas
con un negligente ademán de su dedo índice, mientras silbaba
una tonadilla de «Tosca»54.
Pero el Dr. Mengele, doctor en medicina y doctor en filosofía,
no se limitaba a dirigir las selecciones:
En cuanto llegaban los convoyes, los soldados recorrían las
filas ante los vagones, en busca de los gemelos y de los
enanos. Las madres esperaban que se les reservara un trato
especialmente favorable, y entregaban sin vacilar a sus hijos
gemelos. Los gemelos adultos saben que son interesantes
desde el punto de vista científico; con la esperanza de mejores
condiciones, se presentan voluntariamente (...).
Con ello consiguen morir en uno de los barracones del
campo de Auschwitz, en el cuartel B1, y a manos del Dr.
Mengele.
Porque se da aquí un caso único en la historia de las ciencias
médicas del mundo entero. Dos hermanos gemelos mueren
simultáneamente y se tiene la posibilidad de someterlos,
ambos, a una autopsia.
¿Dónde hallar, en circunstancias normales, hermanos gemelos
que mueran a la vez y en el mismo lugar? Porque también los
gemelos se ven separados por las circunstancias de la vida.
Viven alejados unos de otros y no tienen por costumbre morir
a la vez. Uno, por ejemplo, muere a los diez años de edad, el
otro a los cincuenta. En estas condiciones es imposible efectuar
disecciones comparativas. En el campo de Auschwitz hay
varias decenas de gemelos; y otras tantas posibilidades. Por
esto separa el Dr. Mengele, ya de entrada, a gemelos y
enanos del resto. Por esto, también, se les dirige hacia la
derecha, hacia el barracón de los que se libran de la matanza.
Por esto se les da una buena alimentación y se hallan en
buenas condiciones higiénicas, a fin de evitar contaminaciones

54Témoignages strasbourgeois, op. cit., testimonio del prof. Robert Lévy, p.


463.
eventuales que podrían alterar la simultaneidad de las
defunciones. Han de morir juntos y en buen estado de salud.
El Kapo, jefe del Sonderkommando, viene hacia mí y me
anuncia que en la puerta del crematorio me espera un SS
acompañado de un Kommando de transportadores de
cadáveres. Me dirijo hacia ellos. Les está prohibido entrar en el
patio. Tomo de manos del SS los documentos que hacen
referencia a esos cadáveres. El Kommando, formado por mu-
jeres, deposita ante mí el ataúd cubierto. Levanto la manta.
Bajo ella, dos gemelos de dos años. Doy órdenes de
transportar los cadáveres y de dejarlos sobre la mesa de
disección.
Abro el dossier y lo hojeo. Exámenes clínicos muy detallados,
acompañados de radiografías, descripciones y dibujos, que
reproducen las manifestaciones científicas del fenómeno. Sólo
faltan las observaciones de anatomía patológica. He de
hacerlas yo. Los dos gemelos han muerto al mismo tiempo y
descansan juntos sobre la gran mesa de disección. Ellos son
quienes deben, por su muerte, con sus cuerpecitos abiertos
para la disección, resolver el secreto de la multiplicación de la
raza.
Dar un paso adelante en la investigación de la multiplicación
de la raza superior designada para la dominación es un «noble
ideal». Podría conseguirse que, en el futuro, cada madre
alemana diera a luz el máximo posible de parejas de gemelos.
¡Es un proyecto insensato! Sus promotores son los teóricos
dementes del III Reich. La realización de estos experimentos la
ha aceptado el Dr. Mengele, jefe médico del campo de
concentración de Auschwitz...
Entre los malhechores y asesinos, el tipo más peligroso es eí
del médico criminal, sobre todo cuando está dotado de poderes
tales como los que habían sido otorgados al Dr. Mengele. Envía
a la muerte a aquellos que sus teorías raciales califican de
seres inferiores y nocivos. Este mismo médico criminal
permanece junto a mí durante horas, entre microscopios,
estudios y probetas, o bien, de pie, horas enteras, al lado de la
mesa de disección, con una bata manchada de sangre,
ensangrentadas las manos, examinando y rebuscando como un
poseso. El objetivo inmediato es la multiplicación de la raza
germana, siendo la meta final la producción de alemanes
puros, en número suficiente como para sustituir al pueblo
checo, al húngaro, al polaco; pueblos condenados a ser
destruidos sobre el territorio que ha sido declarado espacio
vital del III Reich, habitado momentáneamente por ellos.
Acabo la disección de los gemelos y redacto mi informe
reglamentario. He hecho un buen trabajo, y me parece que mi
jefe está contento de mí. Lee con dificultad mi texto, escrito en
mayúsculas. Fue en América donde me acostumbré a escribir
en esa forma; le hago notar que, si desea informes limpios y
claros, necesitaré una máquina de escribir, porque me he
acostumbrado a ella en mi casa. Pregunta por la marca de la
máquina que uso habitualmente. «Olympia Elit», le digo. «Muy
bien; voy a enviarle a usted una máquina. La recibirá usted
mañana. Quiero informes limpios, porque van a ser
transmitidos de aquí al Instituto de Investigaciones Biológicas
Raciales de Berlín-Dahlem.» Así me entero de que las
investigaciones que aquí se llevan a cabo están controladas
por los mejores elementos de uno de los institutos científicos
mejor equipado; del mundo.
Al día siguiente, un soldado SS me trae una máquina de
escribir
Sigo recibiendo cadáveres de gemelos. Me traen cuatro
parejas del campo de los zíngaros. Son gemelos de menos de
diez años55...

Durante la guerra, el campo de Auschwitz se convirtió en el


cuarte general de las investigaciones médicas del III Reich.
Todos los experimentos que allí se llevaban a cabo no eran tan
macabros como los del Dr. Mengele. En opinión del profesor
Marc Klein, otras investigaciones no eran más que un pretexto
para proporcionar «destinos especiales» a los SS, lejos del
frente:
El «Laboratorium Raisko», llamado también «Hygiene-Institut»,
se hallaba situado a unos 4 kilómetros del Stammlager
Auschwitz I, en una aldea cuyos habitantes habían sido
evacuados y cuyas casas ocupaban las instalaciones y viviendas
de los SS. Este laboratorio formaba parte de (o, sencillamente,
constituía) la «Sanitätsstelle SS Sud-Ost...».
El laboratorio Raisko era un instituto importante, dividido en un
cierto número de secciones: bacteriología, química, serología,
preparación de medios de cultivo y esterilización, histología y
parasitología, biología experimental, cría de animales de
laboratorio, biblioteca, meteorología. En el año 1944, los análisis
y diagnósticos efectuados en las diversas secciones alcanzaban
la cifra nada despreciable de más de 110.000. Estos resultados
se registraban en una secretaría especial, según una
contabilidad muy completa. No puedo informar más que de la
naturaleza del trabajo efectuado en la sección de histología y
parasitología, que era, con mucho, la más modesta y tranquila
55 Dr. Nyiszli, Médecin a Auschwitz, op. cit., pp. 63-68.
(unos 1.500 exámenes anuales). Yo trabajaba allí con mi colega
y amigo Lévy-Coblentz, antiguo jefe de laboratorio de las
facultades de Medicina de Estrasburgo y de París, y habíamos
de practicar los siguientes exámenes: diagnósticos
histopatológicos de biopsias y de piezas de autopsia
procedentes de los distintos campos de Auschwitz; exámenes
histológicos de piezas procedentes de grandes criaderos de
perros, así como de las cuadras y establos de los campos de
Auschwitz; exámenes microscópicos de productos alimenticios,
de carne, de salchichas, conservas, procedentes de los
mataderos de Auschwitz I; exámenes parasitológicos humanos
y veterinarios, exámenes de muestras experimentales,
procedentes del mismo laboratorio; exámenes citológicos
(recuento de cromosomas) hechos por cuenta del laboratorio
Pflanzenzucht, centro de botánica experimental, cuyo personal,
casi exclusivamente femenino, dependía del campo vecino de
Birkenau. Durante el tiempo que pasé en el laboratorio Raisko,
nunca tuve que examinar muestras procedentes de un cuerpo
humano...
Muchas veces tuve curiosidad por saber cuál era la finalidad
exacta de la «Sanitätsstelle Sud-Ost», y por qué se empleaban
detenidos en los cuadros técnicos de los laboratorios. La
estadística de las investigaciones realizadas y de los
diagnósticos efectuados se remitía periódicamente a un
servicio central de las SS de Berlín. A un sitio parecido se
mandaba la lista de las preparaciones histológicas
(acompañada de muestras) para la elección de las piezas
interesantes. Creo, por consiguiente, que este laboratorio, como
los que existían en otros campos de concentración, formaba
parte, probablemente, de un plan SS para la obtención, al
margen de las instituciones universitarias y científicas ya
existentes, de material científico en gran escala, así como para
la formación de personal científico, dentro del sistema
ideológico y de la jerarquía SS. Los SS hallaban en este
laboratorio puestos de trabajo relativamente estables, un
género de vida cómodo, al amparo de cualquier peligro de
guerra, en un momento en que los distintos frentes se halla-
ban en plena actividad y resultaban especialmente mortíferos.
Los dirigentes SS tenían, pues, interés en la buena marcha de
su laboratorio y trataban de hinchar desmesuradamente el
número y variedad de los exámenes practicados, ya que ellos
mismos los firmaban como si los hubieran hecho, haciéndose
pasar por indispensables ante las autoridades centrales SS.
Asimismo les interesaba tratar con consideración a los
detenidos que trabajaban bajo sus órdenes, dadas las
capacidades « profesionales de éstos, indispensables para el
buen funcionamiento del laboratorio.
Por lo que se refiere a los detenidos que estaban obligados a
trabajar allí, constituían una mano de obra barata,
estrictamente anónima, de una competencia excepcional y
cuyo trabajo, en gran parte, estaba dominado por el legítimo
deseo de librarse de los malos kommandos y de sobrevivir a
los horrores del campo.
El kommando Laboratorium Raisko constituía, sin duda, una
de las ; zonas más envidiadas y menos peligrosas de
Auschwitz I56...

Mientras tanto, otras investigaciones llevadas a cabo en


Auschwitz completaban a las del Dr. Mengele. Bien está que
se piense en multiplicar el número de alemanes; pero, al
mismo tiempo, otros experimentadores SS se esforzaban en
poner en marcha las técnicas necesarias para impedir la
reproducción de las «razas inferiores». El impulso inicial, según
parece, fue dado antes, incluso, de empezar el ataque contra
la Unión Soviética, por parte del Dr. Viktor Brack, miembro déla
cancillería personal del Führer; el mismo que se había encargado
del «programa de eutanasia»:
Viktor Brack. Berlín, a 28 de marzo de 1941.
Al Reichsführer SS, Jefe de la Policía alemana,
Berlín SW. 11, Prinz Albrechtstr. 8.
Asunto secreto de Estado
Señor Reichsführer,
Le transmito el resultado de las investigaciones referentes a
las posibilidades de esterilización y de castración mediante
rayos X, rogándole tome conocimiento de ellas.
Le ruego me haga saber lo que tengo que hacer sobre este
asunto, en el plano teórico así como en el práctico.
¡Heil Hitler! Firmado: Brack.

Informe sobre los experimentos de castración


mediante rayos X

Los experimentos realizados en este terreno han terminado.


Han podido obtenerse los resultados expuestos a continuación:
Son seguros y científicos.
Para las personas que han de ser definitivamente
esterilizadas, es necesario la aplicación de un tratamiento de
rayos X de una intensidad tal, que dé lugar a la castración,
56 Témoignages strasbourgeois, testimonio del prof. Marc Klein, pp. 449-52.
con todas sus consecuencias. En efecto, las dosis fuertes de
rayos X destruyen la secreción interna del ovario, así como la
de los testículos. Cantidades más pequeñas no harían sino
suspender de modo temporal la potencia sexual. Entre las
consecuencias de la castración, hay que hacer notar: el cese
de las reglas, de los fenómenos climatéricos, modificaciones en
el sistema piloso y en el metabolismo, etc.; fenómenos todos
que presentan inconvenientes reales.
La dosificación puede conseguirse de diversas formas y el
tratamiento puede ser llevado a cabo sin que el sujeto se dé
cuenta de ello. Para los hombres, el foco de irradiación debe
poseer una potencia de 500 a 600 r, para las mujeres, de 300 a
350 r. En principio, y con un máximo de intensidad y un mínimo
de espesor del filtro, un tiempo de exposición de dos minutos
para los hombres y de tres minutos para las mujeres debería
ser suficiente, sobre todo si el sujeto está poco alejado del foco
de irradiación. No obstante, este procedimiento presenta un
inconveniente; resulta imposible proteger, con ayuda de
pantallas de plomo, las restantes partes del cuerpo, sin que el
sujeto se dé cuenta. Al carecer de tal protección, se provocan
quemaduras en los tejidos somáticos vecinos, lo cual constituye
la enfermedad de los rayos X. Estas quemaduras serán más o
menos fuertes durante los días o semanas que seguirán al
tratamiento, según la intensidad de la irradiación y la sen-
sibilidad del individuo.
En la práctica, existe un camino: convocar, por ejemplo, ante
una ventanilla, a las personas que han de ser tratadas y
hacerles rellenar un formulario, o ponerles preguntas para
mantenerlas en el sitio durante dos o tres minutos. El
funcionario, sentado tras la ventanilla para regular el aparato,
al dar vueltas a una manecilla, haría funcionar los dos tubos a
la vez (la irradiación debe ser bilateral). De esta manera, un
dispositivo provisto de dos tubos lograría esterilizar de 150 a 200
personas por día; y, con una veintena de dispositivos
semejantes, de tres a cuatro mil al día. Por cuanto sé, no
están previstas deportaciones que desplacen un mayor número
de personas por día.
El coste del dispositivo se elevaría, aproximadamente, a una
cifra comprendida entre 20 y 30.000 marcos por cada sistema
de dos tubos. No obstante, hay que añadir a esto los gastos
de transformación de un inmueble, dado que sería necesario
prever instalaciones de seguridad de cierta importancia para
los funcionarios de servicio.
En resumen, puedo decir que, gracias a este procedimiento, la
técnica y el estudio de los rayos X permiten, actualmente,
iniciar sin vacilación una esterilización en masa. Sin embargo,
parece imposible pensar en someter a los interesados a este
tratamiento sin que, más pronto o más tarde, se den cuenta
de que han sido esterilizados o castrados por los rayos X.
Firmado: Brack.

No obstante, los experimentos desarrollados en Auschwitz


muestran que el procedimiento de esterilización por rayos X,
contra lo que aseguraba el Dr. Brack, se hallaba lejos de estar
listo:
... he visto, en Birkenau, personas que habían sido
esterilizadas. Supe que, en septiembre, un centenar de jóvenes
habían sido seleccionados. Eran polacos de la región de
Auschwitz. Habían llegado poco antes que nosotros; se había
escogido a gente joven, fuerte, en el mejor estado de salud. Al
principio, ignorábamos para qué habían sido escogidos. En
diciembre, en enero tal vez, tuve que cuidar a algunos de
estos jóvenes en mi sección. Se habían presentado en la
enfermería como consecuencia de trastornos circulatorios en la
región del bajo vientre. Tras haberles puesto algunas
preguntas, pude averiguar que habían sido tratados por rayos
X en septiembre de 1943, habiendo sido operados cuatro sema-
nas más tarde. Se les había seccionado un testículo, o los dos.
Todos presentaban infecciones cuyo aspecto característico me
permitió identificarlas como radio-dermatitis (...); me imaginó
que los testículos les fueron extraídos para realizar un análisis
microscópico, para conocer los resultados de la irradiación por
rayos X. Supongo que los jóvenes en cuestión fueron
sometidos a irradiaciones de distinta intensidad, para
establecer la dosis más adecuada al fin perseguido57...
Estos experimentos se llevaban a cabo en Auschwitz por parte
del médico piloto Dr. Horst Schumann. En 1944, un adjunto de
Viktor Brackl avisó a Himmler del fracaso de los mismos:
Excelentísimo Reichsführer:
Le adjunto un trabajo del Dr. Horst Schumann sobre la acción
de los rayos X sobre las glándulas sexuales masculinas.
En su tiempo encargó usted al Oberführer Brack que efectuase
ese trabajo, haciéndolo posible mediante la puesta a su
disposición del material humano necesario en el campo de
concentración de Auschwitz. Me permito indicarle, como de
mayor interés, la parte II del trabajo adjunto, que hace ver
Declaración del prof. Robert Lévy en el «proceso de los médicos» de
57

Nuremberg, audiencia del 17 de diciembre de 1946.


cómo una castración de individuos humanos por este pro-
cedimiento queda casi completamente excluida, a menos que
se acepten gastos que no merecen la pena. La castración por
intervención quirúrgica, según he tenido ocasión de
convencerme, no dura más que 67 minutos, siendo, en
consecuencia, más segura y más rápida que la castración por
rayos X. Le transmitiré en fecha próxima la continuación del
trabajo.

Pero, por lo que a las mujeres se refiere, el ginecólogo Dr.


Clauberg aseguraba haber obtenido resultados mucho mejores:
Dr. méd. C. Clauberg.
Konigshütte, a 7 de junio de 1943.
Al Reichsführer Herr Heinrich Himmler, Berlín.
Excelentísimo Reichsführer:
Cumplo hoy con el deber que asumí de tenerle al corriente
de mis investigaciones. Como antes, me atengo a la regla de
no someterle mis informes en tanto no se trate de cosas
esenciales. Que no sea éste, hoy, el caso, tras mi última visita
de julio del 42, se debe a las dificultades de es tos tiempos,
frente a las que yo mismo me hallo impotente, y de las cuales
no quería darle parte a usted. Así, sólo desde el mes de
febrero me hallo en posesión de un aparato de rayos X
suficientemente perfecto para mis investigaciones especiales.
Pese a la brevedad de un lapso de tiempo de tan sólo cuatro
meses, me hallo ahora en disposición, Reichsführer, de darle a
conocer lo que sigue:
El método, inventado por mí, para esterilizar, sin operación, el
organismo femenino, se halla prácticamente elaborado. Se
practica mediante una sola inyección a la entrada del útero, y
puede ser aplicado durante el examen ginecológico corriente,
que cualquier médico realiza. Si digo que el método se halla
«prácticamente» a punto, esto quiere significar:
1.° Que faltan elaborar algunos perfeccionamientos;
2° Que el método puede ya empezar a ser utilizado, en lugar
de las operaciones, para nuestras esterilizaciones eugénicas
corrientes y sustituir a éstas.
Por lo que hace referencia a la cuestión que usted,
Reichsführer, me planteó hace poco más de un año, a saber,
cuál sería el lapso de tiempo necesario para esterilizar, según
este procedimiento, a un millar de mujeres, puedo, de forma
aproximada, contestarla hoy. Es decir:
Si mis investigaciones prosiguen como hasta ahora —y no hay
razón para suponer que no sea éste el caso— entonces no nos
hallamos lejos del día en que podré decir: «Un médico
experimentado, que disponga de una instalación adecuada y
de una decena de ayudantes (siendo el número de ayudantes
función de la aceleración deseada) podrá, con toda seguridad,
esterilizar varios centenares —o un millar— de mujeres por
día.»
Por lo que al otro aspecto de mis investigaciones se refiere
(política positiva de población), le pido a V. la autorización de
tratar el tema en fecha ulterior, ya que necesito aún cierto
tiempo para poder comunicar cosas esenciales...

Al año siguiente, Himmler pedía informes y sugería


experimentos de control:
El Reichsführer SS.
Estado Mayor.
Cuartel General, 10 de julio 1944.
Asunto secreto del Reich.
Señor profesor Clauberg
Königshütte.
Señor Profesor:
El Reichsführer SS me ha encargado hoy que le escriba
comunicandolé su deseo de que vaya usted al campo de
Ravensbrück después de haberse puesto de acuerdo con el
SSObergruppenführer Pohl y el médico del campo, para aplicar
allí la esterilización a las mujeres judías, según su
procedimiento.
Antes de que empiece usted su trabajo, el Reichsführer SS
quisiera saber cuál es el lapso de tiempo necesario para la
esterilización de 1.000 mujeres judías. Ellas mismas no deben
saber nada. El Reichsführer cree que podría hacerse la
inyección necesaria en el marco de un examen médico
general.
Se deberían llevar a cabo experimentos repetidos para
asegurar la eficacia de la esterilización quizá mediante
radiografías, tratando de establecer, tras un plazo determinado,
cuya longitud debería usted fijar, qué modificaciones han
sufrido los individuos esterilizados en el plazo transcurrido. Si
se tercia, podría asimismo hacerse un experimento práctico
encerrando una pareja de judíos, durante un tiempo dado y
viendo cuáles son los resultados.
Me permito rogarle me dé usted a conocer su punto de vista
sobre esta cuestión para que pueda comunicárselo al
Reichsführer.
¡Heil Hitler!
Firmado: Brandt.
SS-Obersturmbannführer.
Así se cerraba el círculo de las investigaciones médicas en
Auschwitz. Por una parte, reproducción acelerada de los
alemanes; por otra, supresión de las facultades de procreación
de los demás pueblos, «genocidio diferido»; médicos que, con
este fin, se dedicaban a odiosos experimentos sobre seres
humanos; y los mismos, u otros médicos alemanes, haciendo de
proveedores de las cámaras de gas. Visiones de literatura
terrorífica. «Entre los malhechores y los asesinos, el tipo más
peligroso es el del médico criminal...»
LA RESISTENCIA EN AUSCHWITZ

Nunca se repetirá bastante: todo el sistema de los campos de


concentración descansaba en el envilecimiento sistemático,
puede decirse científico, del ser humano. Eipríncipio cardinal
consistía en encargarla realización de este envilecimiento a
detenidos privilegiados, mientras que otros detenidos
seleccionados Uevaban a cabo la exterminación propiamente
dicha. Podemos tomarla noción de «selección» en un sentido
amplio: se elegían caminales profesionales para mandar a los
presos políticos; los SS, para mejor afirmar su dominación,
explotaban los an tagonismos entre los poderosos y los
desheredados, así como los rencores nacionales, las
incomprensiones lingüísticas y los llamados odios raciales; en la
base, los judíos eran encargados del robo y del asesinato de sus
hermanos de sangre. Homo homini lupus: máxima que, en
Auschwitz, parecía cumplirse a cada paso:
El campo de concentración ha sobrepasado con mucho el
objetivo que le habían asignado sus creadores. Estos cuarteles
generales del dolor han sido, más que meros lugares de
destrucción de la oposición hitleriana, de expiación
internacional o racial. Algo mucho más profundo ha sido
puesto en cuestión; algo tan grave que ni los que han
reconocido el problema tienen el valor de decirlo.
Y quizá vale más que esta experiencia única, pero inútil por
intransmisible, no aparezca en la historia de las civilizaciones
más que como una enorme farsa (ein überdimensionaler Witz,
decía Ernst). Parece ser que, en tiempos muy lejanos, un
indeseable penetró en el sacrosanto templo de Isis y desgarró
el velo de la diosa. Cuéntase que el profanador no obtuvo de
su iniciación otro beneficio que una risa nerviosa, la risa de
ciertos locos. Pero todo esto no es más que una vieja leyenda
estúpida...58.

La vieja leyenda sigue viviente. Es un antiguo deportado francés


y militante socialista, Paul Rassinier, que hoy ha asumido la
tarea de rehabilitar el sistema hitleriano de campos de
concentración, proclamando, en escritos difundidos con cierta

58Témoignages strasbourgeois; Albert Rohmer, «Helmstedt, mine de sel»,


p. 332.
amplitud, que las cámaras de gas no son sino un invento de la
propaganda judeo-comunista59.
¿Es que la farsa es tan enorme? Imaginémonos a un Gandhi
en Auschwitz: no hubiera sido su alma indomable la dueña de
su destino, sino su cuerpo descarnado. En el mejor de los casos,
habría pasado a la selección inmediata.
¿Es que la dignidad humana queda en una mera cuestión de
calorías? Es un hecho que la resistencia u oposición concertada
no se desarrolló en los campos nazis más que entre los
detenidos que ocupaban puestos responsables y que, por
consiguiente, se hallaban mejor alimentados (aquí se puede
hablar de un fallo del diabólico sistema SS). En un campo como
Buchenwald, que no estaba provisto de cámara de gas, la
resistencia organizada pudo alcanzar dimensiones considerables.
Sólidamente organizados, los «políticos» (en su mayoría,
comunistas alemanes) consiguieron poner fin a la hegemonía de
los «comunes» y reunir en sus manos los engranajes principales
del campo; lograron, también, sobre todo hacia el final de la
guerra, hacer entrar a varios SS en el juego. Se puede leer, en la
crónica de Eugen Kogon, el relato apasionante de estas luchas y
de estas victorias. Pero, en Auschwitz, esta capital de la industria
de la muerte, es! fuerzos semejantes no fueron más allá del
estado embrionario. No se desarrolló una resistencia organizada
más que entre los detenidos austroalemanes y polacos que
fueron destinados a la administración del campo y entre los
hebreos del Sonderkommando de los crematoríos. Unos y otros
respondían a las condiciones que parecen esenciales en toda
resistencia: un estado físico satisfactorio, un mínimo de medios
materiales a su disposición.
El «grupo internacional de combate» de Auschwitz.
...Dachau era un mal sitio. Pero podíamos esperar sobrevivir. Las
condiciones de vida de Auschwitz no justificaban semejante
esperanza. Los dos tipos humanos característicos de un campo
de exterminación eran allí más abundantes que en otros
campos: el «musulmán», que había renunciado a luchar y había
muerto espiritualmente antes de morir físicamente, y el
«proeminente», que no pensaba más que en conseguir el
mayor número posible de ventajas para sí, en «organizar», para
usar el vocabulario del campo, y que vivía al día, negándose a
pensar en el futuro. Los «proeminentes» no se preocupaban de
nada que no fuera conseguir alcohol y estupefacientes. Todo
59Cf. Paul Rassinier. Le mensonge d'Ulysset (París, 1955), Ulysse trahi par les
siens (París, 1961) y diversos artículos traducidos en España, América Latina
y Alemania.
eso podía conseguirse en el «Canadá», a condición de tener
influencias. Ambos tipos existían igualmente en los demás
campos de concentración, pero menos diferenciados, al estar
menos marcados los contrastes. No hace falta decir que ni
unos ni otros convenían a la organización de una resistencia.
Otra dificultad residía en el hecho de que los SS utilizaban
sistemáticamente los antagonismos latentes entre los
detenidos. El número de «buenos kommandos» era limitado.
Los detenidos alemanes tenían interés en impedir que los
extranjeros llegaran a Kapos o a decanos de bloque y en
guardar estos puestos privilegiados para ellos mismos. Al
mismo tiempo, los SS conseguían, por este procedimiento, que
los extranjeros considerasen a los detenidos alemanes como
cómplices de sus verdugos. Los polacos, que habían sido los
primeros en llegar al campo, ocupando, en consecuencia, buen
número de puestosclave y de «buenos kommandos», estaban
interesados, por su parte, en impedir el acceso de franceses y
checos a estas posiciones. Y todos tenían interés en reservar
para los judíos de todos los países —aunque la proporción que
representaban dentro del total no cesara de crecer con el
transcurso del tiempo— los kommandos más duros. Así, la
dirección del campo conseguía poner en acción el mortífero
antisemitismo hitleriano hasta dentro de las alambradas.
Para crear en Auschwitz una organización de resistencia
eficaz, había que tener el valor de entablar combate contra
todas estas dificultades. Pero la organización acabó por surgir.
¿Cómo? Cuando se comparte el pan con un amigo —un
hombre libre no puede imaginarse hasta qué punto es difícil,
cuando uno mismo tiene hambre— se ha establecido la premisa
necesaria para resistir a la voluntad de los SS de crear una
situación caracterizada por un jefe de campo con las siguientes
palabras: «En Auschwitz, un detenido que no "organiza" no
puede vivir más allá de tres a cuatro meses.» Las viejas
amistades, las identidades de convicciones y las afinidades
nacionales sirvieron de células germinales de la resistencia. La
primera tarea de estos pequeños grupos consistía en asegurar
la supervivencia de sus miembros, dentro de lo posible. Por ello
se esforzaban sus componentes en situarse en enfermerías y
hospitales. Es asimismo comprensible que los primeros grupos
hayan sido los formados por polacos, no sólo porque su
antigüedad en el campo les permitía conocer mejor sus
secretos, sino porque tenían la posibilidad de establecer
contactos con el exterior. Algunos detenidos podían entrar en
contacto en el lugar de trabajo con civiles polacos afectados al
trabajo obligatorio en los mismos lugares. Auschwitz se halla
en Polonia. La esperanza de una evasión, que a la mayor
parte de los detenidos les parecía completamente ilusoria,
estimulaba a algunos polacos a coali| garse, para intentar lo
imposible. Los grupos polacos pronto consiguieron transmitir
información sobre el campo a las organizaciones polacas de
resistencia de Cracovia y a introducir fraudulentamente
medicamen1 tos para sus camaradas enfermos. Los elementos
activos del campo se esforzaron siempre en informar al mundo
de los crímenes de Auschwitz. Bien es verdad que el mundo
consideró muchas veces que esas informaciones eran
inverosímiles.
Fueron los judíos los que más dificultad tuvieron para crear
sus organizaciones en Auschwitz. La mayoría fueron asesinados,
o murieron, antes de haber aprendido a conocer el campo y
sus condiciones de existencia, extraordinariamente difíciles.
A pesar de todo, entre ellos surgieron grupos de resistencia,
como entre yugoslavos, austríacos, franceses, rusos, checos,
alemanes...
La fusión de estos grupos en una organización internacional
de resistencia que, más tarde, tomó el nombre de «grupo de
combate de Auschwitz», tuvo lugar en la primavera de 1943. La
derrota de los ejércitos hitlerianos en Stalingrado ejerció un
efecto estimulante. La toma de contacto decisiva tuvo lugar en
Auschwitz entre un grupo de polacos, que tenían una cierta
autoridad sobre sus compatriotas de todas tendencias, y un
grupo de austríacos que mantenían relaciones con los demás
grupos nacionales. Debido a este hecho, la dirección de este
grupo de combate permaneció en manos de dos polacos y de
dos austríacos hasta el verano de 1944. El vienés Ernst Burger,
que fue ahorcado por los SS la víspera de la liberación de
Auschwitz, jugaba en el grupo el primer papel. Era escribiente
en el bloque 4. Allí, en un cuartucho, entre escobas, calderas y
otros cacharros, se celebraban las conferencias del grupo local.
El grupo internacional pudo constituirse en Auschwitz porque
las condiciones eran más estables allí que en Auschwitz II —en
Birkenau, por ejemplo—. Allí estaba la administración central
SS; por consiguiente, el número de detenidos que trabajaban
en las oficinas de los SS era mayor. Así, el kommando que
atendía la enfermería de los SS adquirió gran importancia para
el grupo, porque el médico SS Wirths se dejaba influenciar; en
1944, fue puesto al corriente de la existencia de una
organización clandestina entre los detenidos y le fue de gran
ayuda en más de una ocasión. Gracias a él, fue posible terminar
con las selecciones en el hospital. Asimismo Wirths salvó la
vida de un miembro de la dirección del grupo de combate. La
enfermera nacionalsocialista María gtromberger, piadosa católica
austríaca, aportó valerosamente su colaboración en favor de los
detenidos (...).
Había que esperar que los SS no retrocediesen ante nada
para evitar que algún testigo de los crímenes de Auschwitz
cayese vivo en manos de los Aliados. Los detenidos no debían
dejarse asesinar sin oponer resistencia, en el último instante.
Por ello, el grupo de combate organizó un estado mayor militar,
cuyos jefes eran los únicos que se hallaban en contacto con la
dirección central del grupo. Presos de confianza fueron
destinados a los kommandos que presentaban un interés
particular, desde el punto de vista militar: el tren, los
kommandos que trabajaban en los locales SS y que, en caso
de necesidad, hubieran podido conseguir armas por la fuerza,
y así, sucesivamente. Mientras tanto, se procuraba que el
número de los participantes directos a la organización del
grupo se mantuviera reducido.
Al acercarse el frente a la zona ocupada por el campo, había
que prever, o una liquidación completa de éste, es decir, el
asesinato de todos los detenidos, o bien una evacuación. En
cualquier caso, era condición indispensable para una acción
armada la existencia de un contacto eficaz con la organización
de resistencia polaca, la Armia Krajowa. Ésta envió a la región
de Auschwitz a un oficial encargado de establecer el enlace
con los partisanos de los alrededores, y de cooperar
estrechamente con la organización de combate del campo. Por
aquella época (agosto de 1944), la organización envió al exterior
un informe sobre la situación militar, que ha sido conservado.
Según dicho informe, los campos del complejo de Auschwitz
contaban 65.900 detenidos y 39.200 detenidas (...).
En rápida sucesión, la organización internacional de combate
sufrió
una serie de duros reveses. El oficial de enlace polaco, que
había de coordinar, desde el exterior, las actividades, cayó con
armas y bagajes en
manos de la Gestapo. La organización de resistencia del
Sonderkom
mando de los crematorios se vio obligada a actuar
aisladamente, debido
al peligro inminente que se cernía sobre sus miembros.
Aunque el efecto
moral de su rebelión fue inmenso, contribuyendo ante todo a
multiplicar
el número de resistentes judíos, la fuerza militar de la
organización in
ternacional quedó debilitada a causa del fracaso de este acto
de deses
peración. Un número considerable de detenidos polacos y rusos
fue trasladado a otros campos. Finalmente la evasión de los
dirigentes de la organización internacional fracasó. Ernst Burger
y sus compañeros fueron cogidos y ejecutados.
Por esto no hubo acción militar alguna cuando la evacuación
de Auschwitz en enero de 1945. Las armas rudimentarias que
habían sido fabricadas en el campo no fueron utilizadas60...
La rebelión del Sonderkommando... Cuando empezaron a tomar
formal los preparativos del movimiento clandestino de
resistencia, el grupo judío de la organización se encargó de
conseguir materias explosivas en la fábrica de municiones
"Unión" para fabricar explosivos. Los responsables de esta
operación éramos Jehuda Laufer y yo mismo (...)61.
Se enviaron, tanto a Auschwitz como a AuschwitzBirkenau,
pequej ñas cantidades de explosivos. Así llegó la pólvora a
manos del Sonderkommando que estaba en contacto con el
movimiento de resistencia. Algunos detenidos, que poseían los
conocimientos requeridos, fabricaban explosivos y los
entregaban al Sonderkommando. A este respecto, poseemos el
testimonio de Isaías Eiger: «Algunos de nosotros formábamos
parte de los kommandos que podían desplazarse más
libremente y visitar las diversas secciones del campo. íbamos
con frecuencia al campo de las mujeres. Nos pusieron en
contacto con las mujeres que trabajaban en la fábrica "Unión".
Todos los días llevábamos una pequeña cantidad de pólvora al
técnico ruso Borodine. Éste la escondía, junto con otros
productos, en latas vacías, que enterraba en sitios distintos.»
Tras haber ido a Birkenau, Noé nos hizo saber que el
Sonderkommando preparaba un motín, sin esperar a que
tuviera lugar la insurrección general del campo. La gran acción
de exterminación de los judíos húngaros había terminado y, en
consecuencia, el Sonderkommando esperaba una próxima
liquidación. Los miembros de dicho kommando no se hacían
ilusiones. Sabían que su destino estaba fijado. Estaban
organizados y decididos a actuar.
Nos apresuramos a poner al corriente de los hechos a los
dirigentes del grupo de combate, en Auschwitz I. Éste fue de
la opinión de que una acción prematura no haría sino
comprometer la insurrección general y pondría en peligro
nuestra organización clandestina. Se nos encargó que
convenciéramos a los del Sonderkommando de la conveniencia
del aplazar toda acción para una fecha posterior.
60 Auschwitz, Zeugnisse und Berichte, test, de Hermann Langbein, pp. 291-
302.
61 Extracto de Hommes et cendres, de Israel Gutmann, Tel-Aviv, 1957.
Terminada la «acción Hoess», como se llamó la exterminación
de los judíos húngaros, supimos que 160 miembros del
Sonderkommando iban a ser trasladados a otra parte. Era la
primera vez que se designaba a miembros de este
kommando para ser transferidos a otros campos, como presos
ordinarios, en lugar de ejecutarlos allí mismo. Era también un
destello de esperanza para todo el Sonderkommando, que, por
aquel entonces, contaba cerca de 1.000 hombres. Pero se vio en
seguida que no era más que un truco de los SS. Los hombres
seleccionados para el traslado fueron separados de sus
compañeros para ser asesinados a continuación. La organización
no dejó de poner en conocimiento de los miembros restantes
del Sonderkommando cuál había sido la suerte de sus
camaradas. Esto afirmó su decisión de amotinarse sin esperar
nada más. Tras largos preparativos, el kommando disponía de
algunos revólveres, una metralleta, y algunas granadas
rudimentarias.
Por desgracia, los detalles de la rebelión no son conocidos, ni lo
son los nombres de sus dirigentes. Eiger menciona a Jakob
Handelsman y a Joseph Warchawsky. Otros hablan de judíos de
Salónica, antiguos oficiales del ejército griego. Otras fuentes dan
otros detalles. Como no existen supervivientes de la rebelión,
resulta imposible hacerse una idea clara de la misma.
Estalló con ocasión de otro «traslado» parcial. Cerca de 600
miembros del Sonderkommando tomaron parte en ella. El
crematorio IV fue incendiado y volado. El Kapo alemán, célebre
por su brutalidad, fue arrojado vivo a las llamas. Cuatro SS
resultaron muertos y otros muchos heridos. El combate tuvo
lugar en las proximidades de la enfermería del crematorio. Los
insurrectos hicieron saltar las alambradas, evadiéndose a
centenares. Los SS se hallaban completamente desamparados.
Acudieron 2.000 hombres de refuerzo y se declaró el estado de
excepción en Auschwitz. Una llamada general de los detenidos
tuvo lugar en Birkenau. La seguridad y la confianza de los SS
había sufrido un duro golpe.
Pero los detenidos de Birkenau y los demás campos no
pudieron acudir en auxilio de los insurrectos. La suerte de éstos
estaba ya echada. Sin embargo, su rebelión tuvo un significado
simbólico. Las manos vengadoras de los detenidos habían
abatido a los primeros asesinos SS en el mismo lugar en
donde habían perecido millones de víctimas inocentes. Y eran
judíos los que habían llevado a cabo esta venganza; la rebelión
hizo ver a sus compañeros de desgracia de Auschwitz lo que
los judíos eran capaces de hacer.
Los SS asesinaron inmediatamente a todos los detenidos del
Sonderkommando que cayeron vivos entre sus manos ese
mismo día. Sólo los que fueron capturados más tarde no fueron
ejecutados inmediatamente, porque, entre tanto, se había
abierto una investigación.
Dos semanas más tarde, los SS lograron averiguar que los
explosivos provenían de la fábrica «Unión». Se ocuparon de
hallar nombres (...).
Días después, las detenidas del kommando «Unión» recibieron
órdenes de abandonar su trabajo más pronto que de
costumbre. En general, semejantes órdenes se daban sólo
cuando se iban a efectuar selecciones. Pero esta vez afectaba
a todas las detenidas, no sólo a las judías.
Esa misma tarde fueron ejecutadas públicamente las cuatro
mujeres que habían suministrado al Sonderkommando las
materias explosivas.
AUSCHWITZ Y ALEMANIA

Tomando la palabra con motivo de la inauguración del


monolito conmemorativo de las víctimas del campo de Belsen,
Theodor Heuss, el primer presidente de la República Federal
de Alemania, confesaba que, antes de la derrota de Alemania,
ignoraba hasta el nombre de Auschwitz:
...Os voy a decir ahora algo que asombrará a algunos, pero
me creeréis, estoy seguro de ello, incluso si algunos de los que
me oyen por la radio no me creen: oí la palabra «Belsen» por
primera vez durante la primavera de 1945, en la BBC, y sé que
lo mismo pueden decir muchos de los habitantes de este país.
Conocíamos —yo, al menos— Dachau, Buchenwald, Oranienburg
(...). Pero faltaba Belsen en este catálogo del horror, así como
Auschwitz.
Esta observación no habrá de servir de coartada a aquellos
que gustan de clamar: «Nunca supimos nada de todo esto.»
Porque sí que supimos estas cosas...62

¿Cómo se explica semejante ignorancia? Nosotros mismos


hemos hecho una lista de los alemanes que fueron testigos
oculares de los campos de la muerte, como sigue:
Si bien algunas decenas de alemanes, algunos centenares a
lo más, eran testigos de la última agonía de los judíos en las
cámaras de gas, eran cientos de miles los que asistían a su
largo calvario. Las formaciones SS de servicio en los campos,
los obreros alemanes, los cuadros técnicos, los dirigentes de los
numerosos talleres y fábricas en que se utilizaban esclavos
judíos, con los que se trataban diariamente, los ferroviarios que,
a través de Alemania entera, llevaban los innumerables
convoyes de deportados que veían regresar vacíos —cuando no
cargados de ropa y de vestidos distribuidos a los necesitados
por todas las oficinas de beneficencia del país; he aquí una
enumeración, bien incompleta, de los testigos que, en verdad,
se puede calificar de testigos oculares63...

62Discurso pronunciado el 30 de noviembre de 1952; L. Poliakov-J. Wulf, Le


Troisième Reich et les Juifs, trad. fr. París, 1959, pp. 441-46.
63 L Poliakov, Bréviaire de la Haine, p. 242.
Una declaración hecha en 1948 por el Dr. Münch, «ejemplo
rarísimo, sino único, de un médico SS que, bajo su uniforme,
había seguido siendo un hombre64», nos suministra, en sus
aparentes contradicciones, una primera clave del enigma:
Pregunta: Señor testigo, ¿sabía usted que seres humanos
morían en las cámaras de gas de Auschwitz?
Respuesta: Sí.
P.: Cuando usted trabajaba en calidad de médico en
Auschwitz, ¿iba usted con frecuencia —en viaje oficial o de
permiso— a Alemania?
R.: Sí, iba a menudo a Alemania.
P.: ¿Qué sabía de todo esto la población del Reich, por lo que
usted podía ver?
R.: Pude observar que el campo de concentración de
Auschwitz era prácticamente desconocido en toda Alemania.
Verdad es que procuraba que no se supiera que yo trabajaba
en Auschwitz.
P.: Señor testigo, ¿por qué evitaba usted publicar el hecho de
que seres humanos eran exterminados?
R.: Es una pregunta que se me ha hecho muchas veces, en
particular ante la Corte Suprema de Cracovia65. Y puedo
contestar que hubiera sido una tentativa completamente inútil
que hubiera provocado rápidamente mi liquidación y la de la
familia, pues la Gestapo estaba bien organizada y las
advertencias dirigidas a los miembros de las SS referentes a la
observación del secreto que envolvía las exterminaciones de
Auschwitz estaban tan claramente formuladas que todos
evitaban cualquier alusión, incluso ante íntimos amigos. La
experiencia nos enseñó que todo el que hablaba de ellas, fuera
como fuese, era localizado rápidamente66...
De manera, pues, que se ignoraba hasta el nombre de
Auschwitz, pero se sabía, al mismo tiempo, que no era
conveniente mencionarlo... Salta a la vista la contradicción: ¿es
que se debía únicamente al poder del terror policíaco?

64 Piot Marc Klein, en Témoignages strasbourgeois, p. 448.


65El Dr. Hans Münch fue juzgado en 1947 por el Tribunal Supremo polaco, junto
con otros 37 miembros de la guarnición SS de Auschwitz. Fue el único
absuelto (v. apéndice).
66Declaración del Dr. Münch en el proceso de la I.G.-Farben, en Nuremberg,
audiencia del 11 de junio de 1948.
Para tratar de aclararlo, volvamos a coger el hilo del discurso
del presidente Heuss, en el lugar en que interrumpimos
nuestra cita:
...Porque nosotros supimos estas cosas. Sabíamos también, a
través, de los escritos de los obispos protestantes y católicos
que, misteriosamente, llegaban siempre a manos de la
población, cómo tenían lugar los asesinatos sistemáticos de
los internados en los asilos de alienados alemanes...

Estos escritos, en efecto, eran numerosos, categóricos y, como


ya dijimos, tenían mucho éxito. ¡Ay de los hombres!,
exclamaba, en agosto de 1941, Monseñor von Galen, obispo de
Münster:
¿Por qué deben sufrir estos pobres enfermos indefensos? ¡Ay
de los hombres! ¡Ay de nuestro pueblo alemán, si se viola el
mandamiento sagrado: «No matarás», que nuestro Creador
grabó desde los orígenes en la conciencia del hombre, y si
esta transgresión es tolerada y permanece impune!...

Pero, con una excepción (la del obispo protestante Wurm), no


hubo obispo que se atreviese a clamar ¡Ay de nuestro pueblo
alemán! para condenar las matanzas de judíos o de esclavos,
que no formaban parte del cuerpo místico de dicho pueblo.
De esta manera nos acercamos al punto esencial.
Pero la cosa queda aún más clara si nos remontamos a los
primeros años del régimen hitleriano. En el plebiscito de
noviembre de 1933, más del 90 por ciento de los alemanes,
llevados por el ejemplo de las élites dotadas de mayor
prestigio, habían dicho que sí al Führer. Prelados, pensadores y
maestros parecían aprobar la ideología racista oficial. Sólo una
minoría se resignó al exilio o se refugió en la «emigración
interior».
Para el filósofo Martín Heidegger, Adolfo Hitler era, en 1933, la
única realidad de Alemania:
La Revolución nacionalsocialista trae consigo la revolución total
de nuestra existencia alemana.
De vosotros depende, ante este acontecimiento, el seguir
siendo los que siempre van en cabeza, los que están
dispuestos, los que son tenaces y crecen sin cesar.
Vuestra voluntad de saber buscar la experiencia de lo
esencial, de lo sencillo y de lo grande.
Estáis reivindicados para veros expuestos a lo que constituye
la amenaza más cercana, y el más lejano compromiso.
Sed duros y auténticos en vuestra existencia (...).
Que en vosotros crezca sin cesar el valor del sacrifico para
la salvación de la esencia y para la exaltación de la fuerza
interior propia de nuestro pueblo en su Estado.
No son ideas y teoremas los que deben constituir las reglas
de vuestro ser.
El Führer, él y sólo él, es la realidad alemana, presente y
futura, y su ley...67.

Otros pensadores de la era hitleriana experimentaban éxtasis


aún más profundos, verdaderos arrebatos amorosos:
Cada vez que oigo esta Voz quisiera ir hacia ella y decir: aquí
estoy, tómame con mi fuerza, mi sabiduría, mi voluntad; haz
uso de ellas para tu grandiosa meta (...). La Voz impone
siempre de nuevo una decisión clara y simple. Revela siempre,
de nuevo, la realidad y la verdad, pero habla de ella con las
palabras más humildes: qué difícil nos resulta, a nosotros, que
somos instruidos, complicados, pretenciosos, el conocer y
reconocer la verdad bajo su aspecto sencillo y desnudo (...).
Éste es el mensaje más profundo de esta Voz: darnos la fe68.

La fe en la perfección de Hitler y en las virtudes de la


sangre germánica llegan a adquirir tales proporciones que, al
principio de la guerra, una circular secreta del partido nazi
tomaba bajo su protección a los descendientes de los
hugonotes franceses, emigrados en el siglo XVII.
Es necesario señalar que los descendientes de las familias
hugonotes, en la medida en que resulta imposible demostrar
la existencia de una mezcla de sangre (sobre todo de sangre
judía), se consideran como de sangre «alemana o afín», en el
sentido que a estos términos dan las leyes de Nuremberg. Se
puede decir, incluso, en general, que los hugonotes llegados al
Reich procedentes de Francia, representan una selección
especialmente positiva de sangre germánica. Es, pues,
completamente falso y contraindicado el manifestar, por
motivos de origen o de raza, menos estimación al

67Llamada a los estudiantes, de Martín Heidegger, Freiburger


Studentenzeitung, 3 de noviembre de 1933. Cf. Médiations, París, 111/1961.
68 Extracto de un artículo del ensayista y crítico de arte Wolfgang
Brügge, titulado «Cuando oigo esta voz», en Nationalsozialistisches
Bildungswesen, 1937, pp. 577-78.
descendiente de una familia hugonota que a otro compatriota
(«Volksgenosse») alemán69.
Hubo premios Nobel que enseñaban que sólo los «Nórdicos»
eran capaces de penetrar los secretos de la Naturaleza,
perforando la niebla de la escolástica judía (entendida ésta en
el sentido amplio de «no germánica»):
...No es casualidad que los grandes descubridores hayan
pertenecido casi exclusivamente a la raza germánica (Galileo
[sic], Newton, Faraday, Rutherford y Lenard). Todos ellos dirigen
su mirada hacia la realidad de la Naturaleza y comprueban,
por medio de difíciles y tenaces experimentos, las suposiciones
elaboradas, hasta que la Naturaleza haya respondido para
confirmar esas hipótesis, o haciendo que otras, mejores, las
sustituyan. Ésta es, frente a la realidad, la fidelidad germánica.
A esta actitud espiritual se enfrenta la influencia del espíritu
judío dogmático (...). Este espíritu penetró a través de la Iglesia
cristiana en el mundo germánico, adquiriendo rápidamente
una gran influencia. Ha producido grandes escolásticos, pero
no exploradores de la Naturaleza.
El espíritu germánico no siempre se ha dejado oprimir
(Galileo, la Reforma). Tres siglos de investigación, coronada de
éxito, se han sucedido. Pero, atraídos por el éxito de estas
investigaciones y ayudados, desgraciadamente, por nojudíos
situados en posiciones clave, los judíos se precipitaron sobre la
Física. El pionero del espíritu judío es Einstein70...

En las universidades alemanas, se distinguían las


«matemáticas germánicas», únicas verdaderas, de las
«matemáticas judías».
Los jefes de las Iglesias estaban obligados a temporizar con el
virus del racismo y, por este hecho, le daban carta de
ciudadanía. Escuchemos las palabras del cardenal Faulhaber,
jefe de la jerarquía católica alemana:
No hay que objetar, desde el punto de vista de la Iglesia, a
una honrada investigación y al cultivo de la raza.
69Circular de la cancillería del partido nacionalsocialista VI. 45/499 del 4 de
octubre de 1941; cf. L. Poliakov-J. Wulf. Das Dritte Reich und seine Denker,
Berlín, 1959, p. 69.
70Extracto de una conferencia pronunciada en 1937 por Johannes Stark,
premio Nobel de Física 1919. En el mismo sentido, Philipp Lenard, premio
Nobel de Física 1905, y muchos otros. Das Dritte Reich und seine Deoker.
pp. 289-322.
Análogamente, nada hay que objetar a la aspiración de
conservar tan pura como sea posible la particularidad
(Eigenart) de un pueblo y de profundizar en el sentido de la
cultura popular, insistiendo sobre la comunidad de la sangre...
¿Cuál es, frente a la raza germánica, la postura cristiana? La
raza y el cristianismo, considerados intrínsecamente, no se
oponen; o, mejor, pertenecen a órdenes distintos. La raza es el
orden natural, el Cristianismo es Revelación; es, por
consiguiente, un orden sobrenatural. La raza es la comunidad
con el pueblo. El cristianismo es, primero, la comunidad con
Dios71...

Más sugestivo aún, por lo que a dar una idea del estado de
espíritu de sus feligreses se reñere, resulta este sermón del
cardenal Faulhaber:
...Una odiosa mentira ha sido puesta en circulación contra el
Santo Padre (Pío XII), según la cual el Sumo Pontífice es judío,
habiendo sido su madre una judía holandesa. Veo que mis
oyentes se estremecen de horror. Esta mentira es
especialmente apta para hacer de la reputación del Papa, en
Alemania, objeto de risa...

Vayamos más lejos: numerosos pastores protestantes


proclamaban que el mismo Jesús había sido un ario,
atestiguando la obsesión antisemita de los cristianos, que no
podían sufrir el tener por Dios a un judío. En 1933, dos terceras
partes de los pastores protestantes alemanes se afiliaron al
«Movimiento de los creyentes alemanes cristianos»
(Glaudensbewegung der Deutschen Christen), una de cuyas
primeras medidas fue la expulsión de todos los creyentes «no
arios» de sus filas (Arienparagraph), antes, incluso, de la
promulgación de las famosas «Leyes raciales» de Nuremberg72.
Auschwitz no puede quedar al margen de esta exaltación
colectiva, viento de locura que preludió a la cruzada asesina. Un
furor homicida, en estado latente, llenaba las almas de los
alemanes en la época en que Auschwitz no era más que
Oswiecim, pueblecito polaco. Los himnos de las Juventudes
Hitlerianas glorifícaban sin tregua el futuro asesinato de los
judíos («Cuando fluya bajo el cuchillo la sangre judía...»). Recuér-
71Kardinal Faulhaber, Judentum, Christentum, Germanentum,
Adventspredigten gehalten in St Michael zu München, 1933, pp. 116-117.
72Wenn das Judenblut von dem Messer rinnt... (Liederbuch «Deutschland
erwache»).
dense, asimismo, los textos y dibujos obscenos de
publicaciones como el «Stürmer». Tenemos otros muchos
ejemplos:
Un judío que dirigía el club deportivo de una pequeña ciudad
de Würtemberg se suicidó en agosto de 1933 dejando el
siguiente mensaje:
«¡Amigos míos! ¡Es mi último adiós!
¡Un judío alemán no puede aceptar el seguir viviendo
sabiendo que el movimiento del que la Alemania Nacional
espera su salvación le considera como un traidor! No tengo
más que un ardiente deseo: que la razón vuelva entre
nosotros.
No pudiendo ejercer ninguna actividad conveniente, trato con
mi suicidio de despertar a mis amigos cristianos. Que ello les
haga conocer lo que experimentan los judíos alemanes. ¡Cómo
habría preferido dar mi vida por la patria! No me lloréis. Tratad,
mejor, de hacer comprender la verdad y ayudarla a vencer. Es
así como me honraréis.
Vuestro, Fritz.»
«¡Fritz Rosenfelder es razonable y se cuelga!, escribía el
periódico local al anunciar el suicidio. Lo cual nos hace felices;
no vemos ningún inconveniente en que sus congéneres se
despidan de la misma manera73.»

En abril de 1934, el Führer, en una recepción dada a una


delegación de obispos católicos, justificaba su política:
Se me ha atacado por mi forma de tratar a los judíos.
Durante 1.500 años, la Iglesia católica ha considerado a los
judíos como seres perniciosos, los ha encerrado en ghettos,
dando a comprender qué clase de gente eran los judíos. En la
época del liberalismo no se veía este peligro. Yo continúo la
tradición milenaria. No pongo a la raza por encima de la reli-
gión; considero a los representantes de la raza en cuestión
como seres perniciosos para el Estado y la Iglesia y,
posiblemente, al obrar así, hago un servicio enorme al
cristianismo; por esto los expulso74...

73 Bréviaire de la Haine, p. 14.


74Cf. Hans Müller, Katholische Kirche und Nationalsozialismus , Munich,
1962, p. 118.
En noviembre de 1938, tras el gran «pogroom» que se conoce
con el nombre de la «Noche de Cristal», el Consejo de ministros
alemán procedió a un cambio de impresiones:
Goering: ¿Cuántas sinagogas han sido incendiadas?
Heydrich: 101. 76 destruidas; 7.500 establecimientos devastados.
Goebbels: Creo que ésta es la ocasión de disolver las
sinagogas. Toda las que no se hallen absolutamente intactas
deberán ser derribadas pe los mismos judíos. Las sinagogas
arrasadas en Berlín lo serán por obra de los judíos. Éste
debería ser el principio general para todo el Reich.
Además, estimo necesaria la publicación de una orden que
prohiba la entrada a los judíos en teatros, cines y circos
alemanes (...).
Además, es preciso que desaparezcan de la circulación en todo
el país, porque ejercen un efecto provocador. Por ejemplo, hoy
día un judío tiene todavía derecho a compartir un cochecama
con un alemán. Debería promulgarse una orden que crease
departamentos para judíos, que no serían puestos a disposición
de éstos más que cuando todos los alemanes dispusieran de
asientos. Si no hay asientos suficientes, los judíos habrán de
quedarse de pie en el pasillo.
Goering: Me parece más razonable darles departamentos
especiales.
Goebbels: Pero no cuando el tren va lleno.
Goering: ¡Un momento! No habrá más que un solo
departamento para judíos. Cuando esté lleno, los demás judíos
habrán de quedarse en casa.
Goebbels: Pero supongamos que en el rápido de Munich no
hay bastantes judíos; hay dos judíos en el tren y los
departamentos restantes están llenos. Estos dos judíos
disponen entonces de un departamento especial para los dos.
Por consiguiente, hay que decir: los judíos no podrán sentarse
más que cuando todos los alemanes estén ya sentados.
Goering: No hace falta decirlo explícitamente. Si el tren está
lleno como usted dice, no necesito una ley. Echarán el judío al
pasillo y no le quedará más remedio que sentarse en el
retrete durante todo el viaje.
Goebbels: Otra orden deberá prohibir a los judíos el acceso a
los balnearios, playas y lugares de veraneo alemanes. Me
pregunto si no es necesario prohibir a los judíos el acceso a
los bosques alemanes...
Y Goering concluye... Si el Reich se ve envuelto en un
conflicto exterior, no hace falta decir que tendremos que
pensar en pasar cuentas con los judíos, pero en serio... ¡No
quisiera ser judío y estar en Alemania!
Pero, según los dogmas del racismo, los judíos no eran más
que una rama del amplio tronco de los subhombres, aunque,
desde luego, una rama particularmente perniciosa. Hitler lo
había dicho ante millares de oyentes: La distancia entre el más
bajo de los seres humanos y nuestras razas más elevadas es
mayor que la que existe entre el más bajo de los hombres y
el mejor educado de los monos75...

Entre los SS se llegó más lejos en la descripción de los


subhombres (esclavos, negros y, en el límite, latinos). Según un
documento oficial:
...El subhombre, esta criatura de la Naturaleza, con sus
manos, sus
pies y su tipo especial de cerebro, criatura que parece de la
misma especie humana, pertenece, por el contrario, a otra
completamente distinta,
una especie de seres horribles, caricaturas del hombre, con
rasgos semejantes, pero situados, por su espíritu, por su alma,
por debajo de los animales. En el interior de esta criatura, un
caos de salvajes pasiones de
senfrenadas, una indecible voluntad de destrucción, apetitos
primitivos, una infamia sin velos (...).
Jamás preservó el subhombre la paz; jamás respetó la
tranquilidad.
Porque necesitaba de la penumbra y del caos.
Estaba asustado por la luz del progreso.
Para conservarse, había de estar en el pantano, en el infierno;
no en el sol.
Y este universo inferior del subhombre ha hallado un guía: ¡el
judío eterno!
Él comprendía, él sabía lo que este universo deseaba; servía
sus inclinaciones y sus infames apetitos76...

La dura crisis económica de 19281932, las maniobras de los


magnates del capitalismo, son éstas explicaciones que se han
dado al fenómeno nazi. Condiciones necesarias, sin duda; pero
la explicación es muy superficial. Para ver claro es necesario,
una vez más, que nos remontemos a épocas más lejanas y
enjuiciemos siglos enteros de la historia de Alemania. Tarea
llevada a cabo, en forma magistral, ante el tribunal
75 Cf. L. Poliakov-J. Wulf, Le Troisiéme Reich et les Juifs, p. 191.
76 NO1805 (publicado por la oficina central del Reichsführer-SS).
internacional de Nuremberg, por el fiscal general francés,
François de Menthon:
Hay que tener en cuenta que el nacionalsocialismo tiene
orígenes profundos y remotos.
La mística comunitaria racial nació de la crisis espiritual y
moral que atravesó Alemania durante el siglo xix; crisis que
volvió a nacer de pronto en su estructura económica y social
a causa de una industrialización particularmente rápida. El
nacionalsocialismo es, en realidad, una de las cimas de la
crisis moral y espiritual de la Humanidad moderna trastornada
por la industrialización y por el progreso técnico.
Alemania pasó por esta metamorfosis de la vida económica y
social, no sólo con extraordinaria brutalidad, sino en un
momento en que carecía aún del equilibrio político y de la
unidad cultural que habían alcanzado los demás países de
Europa Occidental.
En tanto se debilitaba la vida interior y espiritual, una
incertidumbre cruel corroía los espíritus; incertidumbre definida
en forma admirable con la expresión Ratlosigkeit, intraducibie
en español, pero que corresponde a nuestra expresión popular
«ya no se sabe a qué santo darse»; crueldad espiritual del
siglo xix, que tantos alemanes nos han descrito con trágico
poder evocador. Un vacío total se abre en esas almas
descentradas por la búsqueda de nuevos valores.
Las ciencias naturales y las ciencias del espíritu originaron el
relativismo absoluto, escepticismo profundo ante los valores
perennes de los que el humanismo occidental se nutre desde
siglos atrás. Un darwinismo vulgar se extiende, desorienta y
enloquece los cerebros. Los alemanes no ven ya en razas y
colectividades más que núcleos cerrados sobre sí mismos, en
perpetua lucha unos contra otros.
Es en nombre de la decadencia que el espíritu alemán
condena el humanismo. No se ve sino «enfermedades» en sus
valores y sus elementos componentes. Piensa que la causa
de todo ello reside en un abuso del intelectualismo y de la
abstracción, de todo lo que frena las pasiones del hombre
imponiéndole normas comunes.
Ya no se considera la Antigüedad clásica como época
luminosa, en la que triunfa la razón ordenada. No se ve en ella
más que civilizaciones amantes de luchas y rivalidades
violentas, vinculadas sobre todo a Alemania por sus
pretendidos orígenes germánicos.
Se condena el judaismo sacerdotal y el cristianismo, bajo
todas sus formas, como religión de honor y de fraternidad
hecha a posta para matar en el hombre las virtudes de la
fuerza brutal. Se condena el idealismo democrático de la era
moderna; se condenan todas las internacionales.
La última filosofía de Nietzsche iba a ejercer una influencia
dominante sobre un pueblo en este estado de crisis y de
negación de los valores tradicionales. Tomando como punto de
partida la voluntad de poder, Nietzsche predicó, no el culto de
lo inhumano, sino de lo sobrehumano. Si es que no existe
causa final en el universo, el hombre, cuyo cuerpo es materia
emotiva y pensante a la vez, puede moldear el mundo a su
gusto, eligiendo como guía una biología combativa. Si el fin
supremo de la Humanidad es un sentimiento de victoriosa
plenitud, material y espiritual a la vez, entonces no queda sino
asegurar la selección de los fuertes, la nueva aristocracia de
los señores.
Para Nietzsche, la evolución industrial trae consigo
necesariamente el gobierno de las masas, la automatización y
la formación de las muchedumbres obreras. El Estado persiste
gracias a una élite de personalidades vigorosas que, con los
métodos que tan admirablemente definió Maquiavelo, los únicos
métodos compatibles con las leyes de la vida, conducirá a los
hombres por la fuerza y por la astucia, pues los hombres son
y siguen siendo perversos.
Vemos como surge el bárbaro moderno, superior por su
inteligencia y la energía de su voluntad, liberado de toda moral
convencional, capaz de imponer a las masas la obediencia y la
fidelidad haciéndoles creer en la dignidad y la belleza del
trabajo y asegurándoles el mediocre bienestar de que tan
fácilmente se satisfacen. Así, pues, una sola fuerza, la misma,
se manifestará en los señores por la armonía contra las
pasiones elementales y la lucidez de su razón organizadora y,
en las masas, por el equilibrio entre los instintos oscuros o
violentos y la actividad pensada, impuesta por una disciplina
implacable.
Por supuesto, no se trata, en modo alguno, de confundir la
filosofía última de Nietzsche con el simplismo brutal del
nacionalsocialismo. Pero esto no borra a Nietzsche de la lista
de los antepasados reivindicados por el nacionalsocialismo y es
justa esta reivindicación, ya que, por una parte, él fue el
primero en formular, de manera coherente, la crítica de los
valores tradicionales del humanismo; y, por otra, su visión del
gobierno de las masas por señores actuando sin ninguna
limitación exterior, como un anuncio del régimen nazi. Por
añadidura, Nietzsche creía en la raza soberana y concedía la
primacía a Alemania, a la que reconocía un alma joven y
reservas inagotables.
El mito de la comunidad racial, surgido de las profundidades
del alma alemana descentrada por las crisis morales y
espirituales de la Humanidad moderna, se unía a las tesis
pangermanístas tradicionales.
Ya los discursos a la nación alemana de Fichte, al exaltar la
germanicidad, ponía de relieve una de las ideas centrales del
pangermanismo, a saber, que Alemania piensa y organiza el
mundo tal como éste debe ser pensado y organizado.
No es menos antigua la apología de la guerra. Se remonta,
en particular, a Fichte y a Hegel, que habían afirmado que sólo
la guerra, al clasificar los pueblos, establece la justicia entre las
naciones. Para Hegel, «la salud moral de las naciones se
mantiene gracias a la guerra, del mismo modo que el soplo de
la brisa salva el mar del estancamiento».
La teoría del espacio vital aparece desde principios del siglo
xix. Es una demostración de carácter geográfico, de todos
conocida, que los Ratzel, los Arthur Dix y los Lamprecht
repetirán más tarde por su cuenta, asimilando los conflictos
entre los pueblos a una lucha desesperada entre concepciones
y realizaciones espaciales y declarando que la Historia entera
se orienta hacia la hegemonía alemana.
El totalitarismo estatal tiene asimismo profundas raíces en
Alemania. La absorción de los individuos por parte del Estado
constituye el deseo de Hegel, quien escribía: «Los individuos
desaparecen en presencia de la sustancia universal (espíritu del
pueblo o Estado), y ésta forma por sí misma individuos que sus
propios objetivos le exigen».
En resumen, el nacionalsocialismo no aparece en modo alguno
en la Alemania contemporánea como erupción espontánea
debida a las consecuencias de la derrota de 1918 o como un
puro invento de un grupo decidido a adueñarse del poder.
El nacionalsocialismo es la desembocadura de toda una larga
evolución doctrinal, la explotación por un grupo de hombres de
uno de los aspectos más profundos y más trágicos del alma
alemana. Pero el crimen de Hitler y de los que le secundaron
consiste, precisamente, en haber explotado y desencadenado
esta fuerza de barbarie latente que existía, con anterioridad,
en el pueblo alemán, y hasta las últimas consecuencias.
El régimen de dictadura establecido por Hitler y los suyos
sometió a todos los alemanes al «soldadismo», a saber: un
género y un sistema de vida totalmente distintos de los que
practicaba el mundo burgués del Oeste y del Este proletario.
Se trataba de una movilización permanente y total de las
energías individuales y colectivas. Esta militarización integral
suponía un conformismo absoluto de actos y pensamientos;
militarización de acuerdo con la tradición disciplinaria prusiana.
La propaganda comunica a las masas la fe, el impulso, la
embriaguez y la grandeza comunitarios. En el racismo, en una
exaltación comunitaria mística, estas masas obedientes
encontraron un derivativo artificial a su angustiosa moral, a sus
inquietudes materiales; las almas que antaño se hallaban
dispersas y devastadas se vieron reunidas en un molde
común.
La pedagogía nazi forma nuevas generaciones en las que
nada subsiste de los ternas morales tradicionales, sustituidos
por el culto a la raza y el culto a la fuerza.
El mito racial tiende a convertirse en una verdadera religión
nacional. Muchos literatos, sustrayéndose a la dualidad de las
confesiones religiosas, sueñan en un ecumenismo de tipo
alemán que sería, sencillamente, la religión de la raza alemana
como raza.
En pleno siglo xx, Alemania vuelve voluntariamente, por
encima del cristianismo y de la civilización, a la barbarie de la
primitiva Germania77...

¿Cuál era el contenido de la religión germánica? Sólo oscuros


grupitos tomaban en serio la vuelta al culto de Wotan y de
Thor, de los dioses del Walhalla. La famosa filosofía de Alfredo
Rosenberg, ideólogo oficial del régimen, era igualmente
inaccesible a las masas. Por su parte, Adolfo Hitler cuidaba de
disimular su absoluto nihilismo. La filosofía dominante del nazi
corriente se ve más claramente en una profesión de fe de Martin
Bormann, el sustituto (Stellvertreter) del Führer, en la que
hablaba de la incompatibilidad existente entre el nacional-
socialismo y el cristianismo:
Nuestro ideal nacionalsocialista es muy superior a las
concepciones cristianas que, en puntos esenciales, fueron
tomadas del judaismo...
Cuando nosotros, los nacionalsocialistas, hablamos de nuestra
fe en Dios, no entendemos por Dios —como hacen los
cristianos ingenuos y sus explotadores espirituales— un ser
semejante al hombre, sentado en alguna parte, entre las
esferas. Debemos más bien abrir los ojos de los hombres para
hacerles ver que, junto a nuestra pequeña tierra insignificante,
existe en el universo un número inconcebible de cuerpos,
rodeados de cuerpos más pequeños, como el sol está rodeado
de planetas, y éstos de lunas. Es a esa fuerza natural que
hace mover en el universo esos innumerables planetas a la
77Requisitorio inicial de F. de Menthon, procurador general de Francia,
Tribunal Militar Internacional, audiencia del 17 de enero de 1946.
que nosotros llamamos Todopoderoso o Dios. La afirmación
según la cual este poder universal puede preocuparse del
destino de cada ser y puede ser influida por pseudoplegarias o
por otras cosas dignas de asombro, esa afirmación descansa
sobre una fuerte dosis de ingenuidad, a menos que se trate
de desfachatez comercial.
Nosotros, nacionalsocialistas, nos imponemos, por el contrario,
el vivir según la naturaleza, es decir, según las leyes de la
vida. Cuanto más dilucidamos y observamos las leyes de la
naturaleza y de la vida, más satisfacemos la voluntad del
Omnipotente. Cuanto mejor penetremos en los designios del
Omnipotente, tanto más éxito alcanzaremos...

Pero este vulgar panteísmo racista alemán no pasaba de ser


muy superficial. La religión de los alemanes de la era hitleriana
se limitaba, en lo esencial, a la adoración del Führer, en el que
la mayoría, desde el simple soldado al general, del filósofo al
barrendero y, quizá, del prelado al más humilde feligrés,
llegaban a encontrar una parcela de su propia imagen, aliviados,
además, de poder descargar sobre él todas sus
responsabilidades.
El culto «de la raza y de la sangre» camuflaba, a través de la
identificación con el jefe, la adoración de Narciso. La comunión
en el amor se veía reforzada por la comunión en el odio y el
aprendizaje militar revelaba el sadismo desu rostro. En efecto,
sólo el psicoanálisis nos permite entrever el verdadero centro
del problema. Según Freud, un culto, incluso cuando se hace
llamar culto de amor, ha de ser duro, ha de tratar sin amor a
todos aquellos que a él no pertenecen. «En el fondo, toda religión
es una religión de amor para los que ella engloba y cada uno
está dispuesto a mostrarse cruel e intolerante para con los que
no la reconocen.»78 La intolerancia y la crueldad, añadía, deben
aumentar en función de la fuerza de los «vínculos libidinosos»
(erotizados) existentes entre el jefe y la multitud, por una parte,
y entre los miembros de la multitud, por otra. El régimen
hitleriano vino a confirmar el sólido fundamento de esta profecía
(escrita en 1921) del maestro de Viena.
En cuanto a los SS, parece que tuvieron un culto secreto
mejor elaborado. No podemos decir si, para descifrar hasta el
fondo el enigma de Auschwitz, debemos remontarnos más aún
que Frangois de Menthon. ¿Hay que relacionar el Dios «Got» de
los SS con los sueños de poder alemán procedentes de la Edad
Media, con las leyendas y «Manifiestos» que anunciaban la
78Siegmund Freud, Psychologie collective et analyse du moi, trad. fr. (Payot),
París, 1950, pp. 41-49.
abolición del Antiguo Testamento, la dominación universal
germánica y la exterminación de los viles pueblos la tinos y orien
tales? Ya en el siglo xv circulaban en Alemania curiosos escritos
y profecías sobre el tema; el profesor N. Cohn, en sus
«Fanatiques de l’Apocalypse», ha tratado de hallar recientemente
el significado de estos testimonios por lo que atañe al
advenimiento de la era hitleriana. Pero estas cuestiones siguen
siendo muy oscuras.
Asimismo, nos es imposible profundizar en los mecanismos
psicológicos subyacentes, la acción eufórica de un maniqueismo
esquemático, las beatitudes de la irresponsabilidad infantil que
caracterizaban la vida de los alemanes de la época de Hitleí,
en los años anteriores a la guerra; época que, como sabemos
de fuente cierta, despierta aún felices recuerdos en la
mayoría...
TESTIMONIOS

UN SUPERVIVIENTE DEL SONDERKOMMANDO

Me llamo Dow Paisikovic, nacido el 1 de abril de 1924 en


Rakowec (C.R.S.: Checoslovaquia), domiciliado actualmente en
Hederá, Israel. En mayo de 1944 fui llevado de Munkacs (ghetto)
al campo de concentración de Auschwitz y recibí el número de
detenido A3076, el cual me fue tatuado en el antebrazo
izquierdo.
Nuestro convoy fue sometido a una selección. Un 60 % de
nosotros, aproximadamente, fue seleccionado para las cámaras
de gas, los otros fuimos llevados al campo. Mi madre y mis
cinco hermanos fueron enviados inmediatamente a las cámaras
de gas. En el momento de la selección, ignorábamos para qué
se hacía esta distribución. Mi padre y yo fuimos llevados al
Campo C de Birkenau, entre los «aptos para el trabajo»; allí
debíamos, sin razón aparente, acarrear piedras.
El tercer día llegó, de paisano, a nuestra compañía, el SS-
HauptscharführerMoll, acompañado de otros SS. Tuvimos que
presentamos todos a la llamada y Molí escogió a los más
fuertes de entre nosotros, doscientos cincuenta en total. Se nos
llevó a la carretera que atravesaba el campo; teníamos que
coger palas y otras herramientas. Fuimos llevados a la pro-
ximidad de los crematorios III y IV, en donde fuimos recibidos
por SS armados. Hubo que ponerse en fila y cien de entre
nosotros fueron destacados y llevados al crematorio III. Los
demás tuvimos que proseguir la marcha en dirección del
bunker V (una casa de campo en donde se procedía,
igualmente, al gaseamiento de los detenidos); allí, el SS-
Hauptscharführer Moll, que había llegado en motocicleta, nos
recibió de uniforme blanco; nos acogió con estas palabras;
«Aquí tendréis comida, pero habrá que trabajar». Fuimos
llevados al otro lado del Bunker V; la fachada no tenía nada de
particular, pero la parte posterior nos permitió adivinar para
qué servía.
Había allí, amontonados, gran número de cadáveres desnudos;
estaban completamente hinchados; se nos mandó que los
llevásemos hasta una fosa de 6 metros de ancho y 30 de
largo, en la que ya había cadáveres que estaban siendo
quemados. Hicimos grandes esfuerzos para llevar los cadáveres
al lugar indicado, pero los SS nos encontraban demasiado
lentos. Nos pegaron de modo horrible, y un SS nos ordenó: «Un
solo hombre por cada cadáver». No sabiendo cómo ejecutar
esta orden, fuimos golpeados de nuevo y un SS nos enseñó,
entonces, que teníamos que coger el cadáver del cuello con la
parte curva del bastón, y llevarlo así al otro lado. Teníamos
que trabajar hasta 18 horas. A mediodía teníamos una media
hora de descanso. Se nos dio de comer, pero ninguno de
nosotros tenía hambre. Luego tuvimos que volver a trabajar.
Nos llevaron al bloque 13 de la Sección D del campo de
Birkenau, un bloque aislado. Esa noche nos tatuaron (sobre el
brazo) nuestros números.
Al día siguiente, hubo que ir nuevamente en columna al
crematorio III. Un grupo de 150 fue llevado al bunker V. Nuestro
trabajo era el mismo. Y prosiguió durante ocho días. Algunos
de nosotros se arrojaron ellos mismos al fuego, porque no
podían resistir más. Si tuviese que evaluar su número, lo
situaría alrededor de ocho o nueve, entre ellos, un rabino.
Cada día llegaba un centinela SS con cinco o seis detenidos SS,
que tenían que realizar el mismo trabajo en los crematorios y
II, con el fin de tomar en la Sección D del campo los alimentos
del Sonderkommando. En la noche del octavo día, el Kapo del
Sonderkommando del bloque 13 me designó para acompañar al
grupo de detenidos al crematorio II con la comida; en efecto, un
detenido de este grupo de trabajo no estaba allí y el número
de los que salían tenía que ser el mismo que el de los que
entraban. Así llegué, por casualidad, al Sonderkommando del
crematorio I. Estaba allí un kommando de 100 detenidos y en
el crematorio II había uno de 83. El Kapo en jefe de ambos
kommandos (crematorios y II) era un polaco llamado Mietek. En
el I, dos rusos no judíos formaban parte del Sonderkommando;
eran 10 en el Sonderkommando del II. Los demás eran todos
judíos, procedentes de Polonia, de Checoslovaquia y de Hun-
gría sobre todo; había también un judío holandés. Los
Sonderkommando dormían en el mismo crematorio, en el piso
superior, sobre los hornos.
Nuestro kommando, igual que el kommando II, fue dividido,
en partes iguales, en un equipo de día y uno de noche. Por la
mañana nos presentábamos a la llamada, en el patio; se nos
llevaba al lugar del trabajo, mientras que el equipo de noche
era llevado al patio, contado y dejado en libertad para
descansar.
Mi primer trabajo en este kommando fue el siguiente: el Kapo
Kaminski, judío polaco, había mandado cavar una fosa de 2
metros de longitud, de 1 metro de anchura y 1 metro de
profundidad, en el patio del crematorio I. En este hoyo se
echaron los huesos que salían de los hornos. Terminado el
trabajo, fui llevado al transporte de cadáveres. El gaseamiento
duraba, en principio, unos tres o cuatro minutos. Después,
durante un cuarto de hora, poco más o menos, el sistema de
ventilación se ponía en marcha. Luego, el capataz abría la
puerta de la cámara de gas —siempre bajo la vigilancia de un
SS— y había que arrastrar los cadáveres hasta el montacargas
eléctrico. Se podían transportar hasta quince cadáveres de una
vez en este montacargas. Debíamos llevarlos nosotros mismos;
seis hombres se encargaban de este trabajo. Sucedía muchas
veces que algunos de los que yacían en el suelo, junto a la
puerta, estaban todavía vivos. El SS los fusilaba. La posición de
los cadáveres, en general, dejaba ver que la lucha contra la
muerte había sido terrible. Casi siempre los cuerpos estaban
destrozados; y, más de una vez, mujeres habían dado a luz en
la cámara de gas. Normalmente, en estas cámaras, cabían
unas 3.000 víctimas. El hacinamiento era tal, que los gaseados
no podían caer al suelo. La evacuación de los 3.000 cadáveres
duraba unas seis horas. Como los quince hornos de este
crematorio tardaban unas doce horas en quemar los cuerpos,
los amontonábamos en la estancia situada frente a la entrada
de los hornos. Otro grupo de nuestro Sonderkommando se
encargaba de ello. Cuando habíamos vaciado la parte inferior
de la cámara de gas (abajo), nuestro grupo debía limpiarla con
ayuda de dos cubos, para dejar sitio libre para la próxima
tanda. A continuación, teníamos que ir a los hornos
crematorios y ayudar a transportar los cadáveres hasta los
hornos. Junto a los hornos trabajaban dos grupos de detenidos,
de cuatro y seis hombres, respectivamente. Uno se encargaba
de siete hornos; otro, de ocho. Estos grupos tenían que arrojar
los cadáveres y asegurar una combustión adecuada sirviéndose
para ello de un largo gancho. Como hacía mucho calor cerca de
los hornos, estos grupos no tenían otro trabajo; durante las
interrupciones, podían descansar. Y no estaban encargados,
terminado el trabajo, más que de la evacuación de la ceniza y
de los huesos caídos a través de la reja. La ceniza era llevada
al Vístula por los detenidos, escoltados por SS. El transporte se
hacía en camiones.
Los cadáveres tardaban cuatro minutos en consumirse. En
tanto los cuerpos estaban al fuego, otros detenidos debían
rapar el cabello a los cadáveres preparados para la
incineración. Sólo los cuerpos de mujer. Y dos detenidos
dentistas recuperaban los dientes y fundas de oro. Lo hacían
con tenacillas. En la pared de la habitación, delante de los
hornos, había una gran ventana. Dos o tres SS estaban en el
cuarto de al lado y podían controlar constantemente nuestro
trabajo.
Cuando los hornos no estaban en condiciones de quemar
todos los cadáveres, los convoyes destinados al gaseamiento
eran llevados al bunker V, donde el proceso podía desarrollarse
prácticamente sin interrupción, porque los cadáveres se
arrojaban directamente a las fosas.
Días después, en el crematorio I, Mietek fue nombrado Kapo
jefe del Sonderkommando de los crematorios y II. Kaminski fue
nombrado Kapo del I, y Lemke (no conozco su nombre) fue
nombrado Kapo del II. Kaminski y Lemke eran judíos de
Bialystok; su número de detenidos era de la serie de los
ochenta y tres mil. Lemke me empleó junto a él en el
crematorio II, donde se hallaba también mi padre. Me quedé en
este kommando hasta su evacuación (18145).
Todo el Sonderkommando (dependiente de los crematorios IIV
y del bunker V) comprendía, en total, 912 detenidos, en el
momento en que se le sumó nuestro grupo, a título
complementario.
Los otros detenidos del Sonderkommando, que estaban ya
en él cuando se añadió nuestro grupo, tenían números entre
el 80.000 y el 83.000; un grupo compuesto de judíos de Cracovia
tenían números hacia el 123.000. No sé si los demás habían sido
seleccionados para el Sonderkommando nada más llegar al KZ
(campo de concentración), o si habían pasado anteriormente
por otros kommandos. Algunos detenidos se quedaban en el
Sonderkommando bastante tiempo: por ejemplo, el Kapo jefe,
Mietek, que tenía un número de la serie de los 5.000 y que
había sido destinado al Sonderkommando por la compañía
disciplinaria, y dos orfebres —uno llamado Feldmann, venía de
Checoslovaquia; el otro, no sé cómo se llamaba— tenían por
trabajo fundir el oro recuperado (esto se hacía en una
habitación especial del crematorio II a donde iba a parar todo
el oro de todos los crematorios para ser fundido en grandes
cubas, bajo la vigilancia de los SS). Todos los viernes venía un
oficial superior de los SS a buscar el oro. Además, el judío
checo Filipp Müller estaba en el Sonderkommando desde hacía
tanto tiempo como Mietek. Había llegado en un convoy de
Theresienstadt y pudo sobrevivir a las selecciones del
Sonderkommando porque estaba protegido por un SS sudete.
Müller hubiese podido llegar a Kapo en el Sonderkommando.
Pero no
quiso. Además, un judío de París, al que llamaban «Oler», llevaba
mucho
tiempo en el Sonderkommando. Era pintor y, durante todo el
tiempo que
lo conocí en el kommando, tenía como único trabajo pintar
cuadros para
los SS; estaba dispensado de cualquier otro trabajo en el
Sonderkommando.
Sabíamos que, salvo algunas excepciones, los detenidos del
antiguo Sonderkommando acababan en las cámaras de gas.
Las ejecuciones se llevaban a cabo por grupos, así como las
agregaciones al mismo. Un grupo del kommando especial
provenía del campo de Majdanek, cerca de Lublin. Allí, los
detenidos formaban parte de un grupo especial encargado del
mismo trabajo.
Como nos tocaba a nosotros registrar las ropas de los
detenidos concentrados en los vestuarios, se nos ofrecía la
posibilidad de hacernos con muchas vituallas, alcohol y divisas.
El SS toleraba que comiésemos e, incluso, bebiésemos de estas
provisiones; así conservamos nuestras fuerzas, íbamos a buscar
todos los días el rancho (del campo) y las raciones del sector
del campo para no perder el contacto con el campo de
Birkenau. Solía encontrarme con el grupo que llevaba la comida
a este sector. En general, íbamos escoltados por un viejo SS
algo sordo; es el único que no nos pegó nunca y miraba
siempre hacia otro lado cuando pasaba algo que él no debía
ver. De este modo pudimos tirar el pan recogido, que no nos
hacía falta, a detenidos de otros sectores del campo, que ya lo
esperaban. Bebíamos, sobre todo mucho alcohol; eso nos
permitía continuar nuestro trabajo.
En el Sonderkommando de cada crematorio había un grupo
que procuraba organizar la resistencia. Estos grupos se
hallaban en contacto unos con otros y con grupos de
resistentes de Birkenau, e incluso del campo principal de
Auschwitz. Yo formaba parte de este movimiento.. Pasábamos
oro y divisas, en fraude, a nuestros camaradas del campo.
Ellos se valían de estos objetos de valor para organizar mejor
la resistencia. Recuerdo a tres hermanos de Bialystok que
desplegaban una actividad especialísima en este sentido. Hasta
los rusos de nuestro kommando —se trataba de oficiales
superiores— eran muy activos. De entre todos los detenidos de
nuestro convoy, procedentes de Hungría, sólo mi padre y yo
estábamos al corriente de la existencia de esta organización.
Tiempo después, mi padre fue nombrado portero del
crematorio II.
Nuestro convoy era el tercero de la larga serie de convoyes
de judíos procedentes de Hungría. (La Ucrania Subcarpática, de
donde soy originario, había sido atribuida a Hungría.)
Todos los días, por aquel entonces, llegaban convoyes de
Hungría y, esporádicamente, de otros países, así como de
«musulmanes», al campo. No pasaba apenas un día sin que
tuviesen lugar gaseamientos. Cada vez había que limpiar el
crematorio entero. Como los SS nos daban órdenes de preparar
los hornos (calentándolos, etc.), sabíamos cuándo se esperaba
la llegada de un convoy. Después de los grandes convoyes de
Hungría, se pasó al ghetto de Lodz. Todos los días (me parece
que era en agosto de 1944) llegaban de Lodz dos de estos
convoyes.
Terminada la que se llamó «acción de Hungría», los judíos
húngaros, que habían sido destinados al Sonderkommando,
fueron liquidados. Mi padre y yo no habríamos salido con vida
de esta exterminación de no haber estado en el crematorio II.
Los demás detenidos de nuestro convoy estaban en el bunker
V y en los crematorios III y IV. Estos detenidos fueron
conducidos al campo principal de Auschwitz para ser gaseados.
Los cadáveres se llevaron de noche al crematorio II, y allí los
quemaron los mismos SS, mientras que todo nuestro
kommando estaba confinado en la habitación. Lo supimos
porque tuvimos que transportar la ropa de los detenidos.
Reconocíamos los vestidos y los números. Después de la acción
exterminadora de Lodz, otros detenidos del Sonderkommando
fueron liquidados; la mayor parte venían del bunker V, los
menos eran de los crematorios III y IV. El procedimiento de
liquidación fue idéntico. Se trataba de unos doscientos
detenidos en total. Durante el tiempo que permanecí en el
Sonderkommando (desde mayo de 1944 hasta la evacuación en
enero de 1945) no se añadió ningún detenido más.
Los crematorios estaban tan sólidamente construidos que,
durante todo el tiempo que estuve allí, no supe que hubiera
habido ningún fallo en ellos. Varias veces, el montacargas de
los cadáveres se estropeó por exceso de carga. Oficiales de la
dirección de construcciones de las SS venían con frecuencia a
inspeccionar los crematorios.
Un médico detenido, húngaro, tenía que proceder a las
disecciones en una sala especial. Trabajaba bajo la vigilancia
de un médico SS cuyo nombre no recuerdo. En esta sala había
una mesa de disección. Se diseccionaban, sobre todo, seres de
constitución anormal (jorobados, por ejemplo) y gemelos. Me
acuerdo con precisión de que el Dr. Schumann estaba también
presente en estas disecciones y supervisaba algunas. Los
detenidos designados para trabajar en estas disecciones fueron
ejecutados, no por gases, sino con inyecciones. Se recuperaba
asimismo la sangre y órganos diversos de estos detenidos
para abastecer los hospitales militares.
Hacía tiempo que pensábamos en una rebelión. El núcleo de
esta organización se encontraba en nuestro crematorio II. Los
rusos eran los organizadores, junto con los KaposKaminski y
Lemke. Cuando, en otoño de 1944, las acciones de exterminación
cesaron por completo por órdenes de Berlín, y cuando se nos
encargó que borráramos todo rastro de dichas acciones,
comprendimos que el momento de nuestra propia liquidación
no andaba lejos. Nuestra rebelión iba encaminaba a evitarla.
Este era el plan: un día en que no hubiese convoy, en el que,
por consiguiente, no llegase ningún refuerzo de SS a los
crematorios, nuestro grupo, que llevaba la comida de este
sector a los diversos crematorios, acudiría con bidones de
gasolina de los que se aprovisionaban los crematorios. Úni-
camente al crematorio no se llevaría gasolina; no era útil. En
el bunker V no había, en aquel momento, ningún
Sonderkommando, por haber cesado toda exterminación. La
gasolina había sido preparada por la organización de
resistencia en la Sección D del campo. Un domingo de
principios de octubre —hacia el seis o el siete, creo— debía
estallar la revuelta. Los detenidos encargados del transporte
de víveres fueron escogidos ese día, de modo que el grupo
estuviera formado de iniciados. Todos venían del crematorio II.
Yo estaba entre ellos. Llevamos los bidones de gasolina, como si
fuese sopa, a los crematorios IV y III; pero, cuando llegamos a
nuestro crematorio II, oímos ya los tiros que salían de los
crematorios III y IV y vimos un conato de incendio. Según el
plan, la rebelión tenía que empezar con un fuego encendido en
nuestro crematorio II. La precipitación fue la causa de su
fracaso. Los SS dieron la alarma, y todos los detenidos del
crematorio II se vieron obligados a acudir a la llamada. El SS-
Oberscharführer Sternberg, jefe del crematorio II, nos contó;
cuando se cercioró de que no faltaba nadie, nos encerró a
todos en la sala de disección. El crematorio II estaba en llamas,
y los detenidos del Sonderkommando de los crematorios III y IV
cortaron las alambradas y escaparon; algunos fueron abatidos
inmediatamente. En el crematorio I, los detenidos del
Sonderkommando cortaron asimismo las alambradas eléctricas
con tenazas aislantes, y se dieron a la fuga. Estaba previsto
que las alambradas del campo de las mujeres serían cortadas
para permitir una fuga en masa. No obstante, debido a lo
precipitado del comienzo de la rebelión, ya no fue posible
hacerlo. Los SS consiguieron coger a todos los fugitivos. Esa
misma tarde, un grupo de oficiales SS llegó ante nuestro
crematorio y se nos ordenó sacar a veinte de los nuestros
para reemprender el trabajo. Pero como, pese a todas las
negativas, estábamos convencidos de que nos distribuían en
grupos para liquidarnos con mayor facilidad, nos negamos a
salir de la sala de disección. Entonces, los SS trajeron refuerzos
y obligaron a veinte detenidos a que trabajasen. A poco se
elevaba una columna de humo del crematorio I. Dedujimos que
los veinte habían reemprendido el trabajo. Su tarea consistía en
quemar los cadáveres de los que habían sido asesinados
durante su evasión. Así se llevó a cabo la matanza de todos
los detenidos del kommando especial de los crematorios I, III y
IV. En nuestro kommando hubo tan sólo una víctima: era uno
que había cortado los neumáticos de la bicicleta de un SS para
inutilizarla; el SS —que llevaba el sobrenombre de «el Rojo»—
le estuvo pegando hasta que lo mató.
A partir de ese día, los crematorios I, III y IV permanecieron
cerrados. Los crematorios III y IV habían sido destruidos durante
el motín, el crematorio estaba intacto. Ya no se procedió a
nuevas ejecuciones en las cámaras de gas. Nos hicieron
quemar los cadáveres que llegaban al campo; a partir de ese
momento, fusilaban pequeños grupos de detenidos y de
paisanos en nuestro crematorio. Estas ejecuciones tenían lugar
en el piso superior. Se hacían por obra de un tal SS-
Unterscharführer Hollander que, en principio, les disparaba un
tiro en la nuca; el arma llevaba un dispositivo que amortiguaba
el sonido. Ya conocíamos a Holländer por su especial crueldad.
Llegó a pegar a los detenidos destinados a las cámaras, a
arrojar a los niños contra la pared, etc. Con nosotros, detenidos
del Sonderkommando, Holländer se mostraba siempre amable.
Holländer era de mediana estatura, delgado; tenía una cara
alargada, cabello castaño y seguramente era originario de una
región cercana a Yugoslavia. Tenía unos treinta y dos años de
edad.
Ochenta y dos detenidos del Sonderkommando —éramos
nosotros, los del crematorio II— sobrevivieron hasta la
evacuación de Auschwitz. Cuando ésta tuvo lugar, el 18.1.1945,
los SS estaban ya en plena desorganización. Aprovechamos la
circunstancia para dirigirnos hacia el campo D. Varios fueron
abatidos por una bala en plena carrera. Tenía yo tanta prisa
por llegar al campo D, que no sabría decir cuántos. Todos los
detenidos del campo D fueron conducidos al campo principal
de Auschwitz; allí era donde los SS buscaban, durante la noche,
a los que habían sido adscritos a los crematorios y, por
consiguiente, habían formado parte del Sonderkommando.
Como es natural, nadie acudió a la llamada. Todo aquel que era
descubierto era fusilado al instante. Mi padre y yo nos
escondimos bajo una cama. No puedo decir nada más; sólo que
Filipp Müller y Bernhard Sakal (originario de Bialystok y
residente actualmente en Israel) pudieron también salvar el
pellejo.
También había en el Sonderkommando un tal León, cocinero,
un judío polaco que había vivido en París; destinado a la cocina
de los SS, se le había dispensado del trabajo general del
Sonderkommando. Sólo cuando había mucho que hacer tenía
que trabajar con nosotros en el servicio de cadáveres. Éramos
muy amigos y así supe que León había ido tomando notas
desde el momento en que se le destinó al Sonderkommando.
Llevaba una especie de diario en el que anotaba los crímenes
de los SS, así como los nombres de algunos criminales SS.
Además, recogió documentos, pasaportes, etc., hallados junto a
las ropas de los asesinados y que le parecían importantes.
Ninguno de nosotros leyó esas notas, pero yo sabía que
existían. El miércoles que precedió al motín, enterré todos los
documentos en un lugar que grabé cuidadosamente en mi
memoria. Los papeles estaban metidos en un gran recipiente
de vidrio (de unos cinco litros de capacidad), que había sido
engrasado y herméticamente cerrado. Luego colocamos este
recipiente en una caja de hormigón que habíamos fabricado.
Esta caja fue recubierta de grasa por dentro y cerrada con
hormigón. Guardamos igualmente cabellos de los cadáveres,
dientes, etc., pero, por principio, ningún objeto de valor, a fin
de que los que un día encontrasen esta caja no estuviesen
tentados de desvalijarla para apoderarse de objetos valiosos. El
rabino de Makow y Zalmen de Rosenthal tomaron apuntes que
fueron escondidos en otro lugar, no sé dónde.
Para terminar, quisiera explicar cómo se llevaba a cabo una
tanda de ejecuciones en las cámaras de gas. Nosotros veíamos
cómo se procedía a las elecciones, tan pronto llegaban los
convoyes a la rampa de entrada. Los seleccionados para el
trabajo eran conducidos a las Secciones C y D del campo; los
que habían de ser ejecutados se dirigían al FKL (campo de
concentración para mujeres). Los que podían andar eran
conducidos a pie a los crematorios; a los demás, los cargaban
en camiones. En el crematorio, el camión volcaba su carga de
enfermos al suelo. Un coche ambulancia de la Cruz Roja traía
las cargas de gas. Todos los condenados eran conducidos al
vestuario. Les decían que tenían que lavarse. Junto a cada
percha había un número y se les recomendaba que
procurasen acordarse del suyo. Todos los que llevaban
paquetes habían de entregarlos ante el vestuario. Los efectos
eran, luego, llevados en coches hasta el «Canadá». Siempre
empezaban por las mujeres y los niños. Cuando éstos se
habían desnudado, los SS les conducían hasta la cámara de
gas. Los SS les explicaban que tenían que esperar a que
llegase el agua. Luego, los hombres tenían que desnudarse y
dirigirse igualmente a la cámara de gas. Cada uno tenía que
hacer un paquete con sus zapatos y llevárselos consigo. Antes
de entrar en la cámara de gas, tenía que entregar sus zapatos,
al pasar, a dos detenidos. En su mayor parte no sabían de qué
iba todo aquello. De todas formas, podía ocurrir que supiesen
lo que les esperaba. Entonces, a veces, rezaban. Nos estaba
prohibido hablar con los de los convoyes. En cuanto las
mujeres se habían desnudado y habían entrado en la cámara
de gas, un kommando de los nuestros había de llevar todas las
ropas al «Canadá»; los hombres entraban en el vestuario,
limpio y vacío de nuevo. Los que no podían desnur, darse por
sí mismos habían de ser ayudados por detenidos de nuestro
kommando. Un SS acompañaba, como regla, a cada dos
detenidos. Sólo los detenidos que eran considerados por los SS
como dignos de especial confianza estaban encargados de este
trabajo. Además, varios oficiales SS estaban presentes en cada
ejecución. Eran Holländer, o el Rojo, que se turnaban, por
equipos, quienes arrojaban el gas. Para ello se ponían
máscaras. Ocurría, con frecuencia, que el gas no llegase en el
momento preciso. Entonces, las víctimas habían de esperar
bastante tiempo en las cámaras. Los gritos se oían desde muy
lejos. Muchas veces, los SS se abandonaban a excesos
particularmente sádicos. Así, hubo niños que fueron fusilados
en brazos de su madre, ante la puerta de la cámara, o
arrojados contra la pared. Cuando uno de los recién llegados se
atrevía a pronunciar una sola palabra en contra de los SS, era
fusilado inmediatamente. Las más de las veces, estos abusos
sólo se perpetraban cuando había oficiales superiores
presentes. Cuando la cámara de gas estaba demasiado llena,
se arrojaba a los niños por encima de las cabezas de los que
ya estaban dentro. Por el hacinamiento, otras víctimas morían
pisoteadas. Los SS nos decían una y otra vez que no
permitirían que quedasen testigos para contarlo.
Esta descripción corresponde en todo a la verdad y la he
hecho según mi alma y mi conciencia79.

79CCCLXI370. Declaración hecha el 17 de octubre con motivo del proceso de


Auschwitz.
RECUERDOS DE UN NI—O

En diciembre de 1943 me llevaron de Theresienstadt80 a


Auschwitz. Éramos unas 80 personas en un vagón de
mercancías. Tras dos jornadas de viaje llegamos, de noche, a
Auschwitz. Tenía entonces catorce años e iba con mis padres y
mi hermana a Auschwitz. Es decir, que no sabíamos a dónde
íbamos. Sólo sabíamos que nuestro convoy iba hacia el Este
(...).
Dos días más tarde nos hicieron tomar un baño. Nos raparon la
cabeza, pero dejándonos algo de pelo. Nos repartieron unos
harapos. Nosotros, los niños, lo encontrábamos muy gracioso,
porque no conseguíamos distinguirnos unos de otros. Nos
decíamos que era Pourim (fiesta judía), un carnaval. También
nos hacían mucha gracia nuestras nuevas ropas. Vimos un
preso ruso muy curioso. Uno de nosotros le había dado un
trozo de salchichón. Quería comérselo. Un SS se precipitó sobre
él, le pegó y gritó: «¡Venga el salchichón!» Bajo los golpes, él
guardó el salchichón en la boca. No comprendía por qué no lo
soltaba. Sólo más tarde comprendí que se puede llegar a tener
tanta hambre, que se prefiera soportar los golpes y guardar la
comida.
Al día siguiente volvimos al campo. Nos pasaron lista durante
cuatro horas. Era en invierno. Nos separaron de nuestros
padres. Los niños de menos de dieciséis años fueron
concentrados en un bloque especial. Formaba parte de lo que
se llamaba el campo familiar checo, el campo B2b de
Auschwitz. Un antiguo profesor y dirigente de Theresienstadt,
Freddy Hirsch, se cuidaba de los niños y consiguió autorización
para organizar dos bloques, uno para los pequeños y otro para
los mayores. Sabíamos que en los demás campos las cosas
eran distintas. Sabíamos que nuestro régimen era un régimen
privilegiado. Supimos luego que este régimen debía durar seis
meses. No nos sometían a las selecciones. Teníamos menos
hambre, y se nos pegaba menos que en los demás campos (...).

80Theresienstadt, en Bohemia, era un campo reservado sobre todo a los


judíos alemanes excombatientes, heridos en 191418, y a otras categorías
de privilegiados. Era también el único campo en que los representantes
de la Cruz Roja Internacional y otros organismos neutrales eran
admitidos. Una parte de los internados en Theresienstadt fueron llevados
a Auschwitz a fines de 1943; después de disfrutar de un régimen de favor
durante seis meses fueron llevados, en su mayoría, a las cámaras de gas.
El 6 de junio teníamos que ir a las cámaras de gas. Pero
pasó un mes. Hubo selecciones. Los hombres y mujeres aptos
para el trabajo se marcharon del campo. No quedaron más que
los ancianos y los niños. Yo estaba con los niños. En el último
instante escogieron entre nosotros unos 70 chicos de doce a
dieciséis años de edad. Nos mandaron al campo de los
hombres. Los demás, es decir, los viejos, los enfermos y las
mujeres con sus niños —las madres no tenían que trabajar—
se quedaron en el campo. Fueron ejecutados días más tarde. Lo
supimos algún tiempo después por el Sonderkommando, que
dormía junto a nosotros en el campo de los hombres.
En este campo, nosotros, los jóvenes, disfrutamos asimismo
de un régimen de privilegio. Pudimos conservar nuestro pelo. Al
principio no nos hacían trabajar. Cosa notable, hasta los SS se
cuidaban de nosotros. Nos trajeron una mesa de pingpong, lo
cual era algo extraordinario. Nos traían comida del «Canadá», a
sacos. Recibimos ropa y calzado de buena calidad. Pero todo
esto duró poco tiempo. Nos distribuyeron entre los diversos
kommandos. A mí me metieron en un kommando de
transporte. En vez de caballos, 20 jóvenes tiraban del carro. Así
tuve ocasión de visitar todos los campos. Sabía todo lo que
pasaba en Auschwitz. íbamos incluso al campo de las mujeres
y nos mandaban con frecuencia a los crematorios. Había que
transportar mantas, ropa, pero, sobre todo, leña almacenada en
los crematorios, que se destinaba así a usos normales. Re-
cuerdo que una vez, en invierno, el Kapo nos dijo: «Hijo, el
trabajo ha terminado. Si queréis calentaros un poquito, id a las
cámaras de gas. Ahora están vacías.» Así tuvimos ocasión de
ver toda la instalación, así como el crematorio n.° 2, que era
subterráneo. Éramos jóvenes, y cualquier cosa nos interesaba.
De regreso al campo, pregunté a los miembros del
Sondeikommando cómo funcionaba todo aquello. Les decía:
«Explicádmelo. Es posible que salga algún día de aquí. Entonces
escribiré sobre vosotros.» No hacían más que reír, y decían que
nadie saldría de allí. Pero, a pesar de todo, me contaban
muchas cosas (...).
Cuando estábamos en los crematorios fisgábamos por todas
partes, con la curiosidad propia de los niños. Ya lo sabíamos:
hoy éstos, mañana nosotros. Tuve igualmente ocasión de
asistir a las selecciones de la gente que llegaba a Auschwitz y
sabía muy bien a dónde iban unos y otros. A veces, reconocía
amigos míos entre ellos. Una vez llegaron niños de Lodz, tras de
la liquidación del ghetto. Tenían muchísima hambre.
Conseguimos sopa y se la pasamos a través de las alambradas
electrificadas. Era muy peligroso. Además, los guardianes SS
podían matarnos. Pero lo hicimos a pesar de todo. Cuando, a
fines de 1944, se disolvió el campo de Theresienstadt, un amigo
mío llegó de allí. Lo mandaron al campo B2e. Yo estaba todavía
en el campo B2b. Me pidió un libro de oraciones y algo de
beber. No podía darle un libro de oraciones, porque no tenía.
Pero le llevé café y le consolé diciéndole: «Ya ves, yo, que no
soy muy fuerte, llevo casi un año aquí. Se puede resistir.» Así
le di ánimos.
Otra vez me encontré con unos parientes en el campo de las
mujeres. Acababan de llegar. Les llevé comida y les di colorete,
aconsejándoles que se lo pusieran en las mejillas cuando
hubiera una selección, para tener buen aspecto, y que tratasen
de salir de Auschwitz lo antes posible..
Por mi parte, conseguí quedarme en Auschwitz hasta el final,
incluso cuando el campo de los hombres empezó a ser
liquidado. Pero es que yo me decía: mientras esté aquí —y ya
soy un veterano— puedo esperar, cuando menos, no morir de
hambre, porque sé cómo arreglármelas. Si me voy a una mina
de carbón, o a un campo alemán, me libro con seguri dad de los
gases, pero los golpes, el hambre y el trabajo agotador acaban
conmigo. Tuve suerte, porque las ejecuciones fueron
suspendidas en Auschwitz a fines de 194481...

81 CCCLXI32. Texto recogido por una emisión radiofónica alemana.


UN PROFESOR DE UNIVERSIDAD FRANCÉS

LA COMIDA

El detenido recibe rancho y «raciones».


A mediodía y por la noche se le da un litro de rancho. A
mediodía, se trata de agua caliente con algunos fragmentos de
verduras secas, tallos más o menos leñosos, a veces algunas
hojas de col, nabos, que flotan en el agua. Por la noche, la
sopa es más espesa. Cuatro veces a la semana, el rancho es
una sopa que contiene unas pocas patatas, mal peladas,
negruzcas y medio podridas; la han espesado echándole fécula.
Dos veces a la semana se distribuye una sopa de remolacha,
incomestible muchas veces, y una vez una sopa de centeno
muy cocida, un verdadero engrudo o una sopa de sémola. En
la sopa de remolacha no hay nunca materias grasas. En los
demás ranchos de la noche, uno o dos gramos, como máximo,
por litro. En la cocina, los detenidos roban los cubitos de
margarina. A veces los vuelven a pescar así que han sido
echados en las calderas.
Durante las últimas semanas del campo de Monowitz, un nuevo
Kapo, que era un detenido político alemán, redujo estos robos
haciendo fundir previamente la margarina antes de echarla en
la sopa.
Las raciones constan de pan, rico en salvado y en serrín a
veces, unos 300 a 350 gramos diarios. Con el pan, cinco veces a
la semana, un rectángulo de margarina de 25 gramos de peso, o
sea, cinco gramos de materias grasas; una vez por semana, un
trocito de salchichón, vegetal en parte (unos 75 gramos), y,
también, una vez por semana, una o dos cucharadas soperas de
confitura (20 gramos). De vez en cuando, dos cucharadas soperas
de queso blanco, coágulo de leche descremada (30 a 40
gramos).
Hay que tener en cuenta que la lista anterior representa una
cantidad máxima de alimentos, pues muchos detenidos se las
arreglan para reducir las raciones que reciben sus compañeros.
Las buenas escudillas de sopa, llenadas con el fondo de las
perolas, y más ricas en patatas, se ponen a un lado para los
amigos. En el bloque vuelve a removerse ligeramente la sopa
durante la distribución, de manera que el fondo de la cazuela
queda reservado, otra vez, a algunos privilegiados. No se llena
el cucharón hasta arriba y, con una pequeña sacudida, parte
del contenido vuelve a caer en la cazuela. El pedazo de
margarina se corta a veces en 24 partes en vez de 20, etc.
El papel del jefe de bloque y del Stubendienst (guardián de
sala) es esencial. Estos hombres pueden robar si quieren. De
costumbre, cada bloque recibe un suplemento de rancho
distribuido, con mayor o menoi honradez, por turnos, tras
reservar una parte para los hombres que limpian el bloque,
realizan los trabajos pesados, suministran la pintura y otros
materiales robados de la fábrica.
El número de calorías (1.000 a 1.100) que se nos suministra es
muy inferior a la ración vital mínima necesaria para un
individuo en reposo. Hay que tener en cuenta que a la
inmensa mayoría de los detenidos les es por completo
imposible conseguir un suplemento de alimentación.
Desde el punto de vista cualitativo, esta dieta, esencialmente
vegetariana, es muy deficiente en muchos elementos
esenciales y completamente desequilibrada.
El agua no es potable. Cada día se nos distribuye, como
bebida, medio litro, como máximo, de un sucedáneo de café
sin azúcar (...).
UN DÍA DE TRABAJO

...El número de horas de trabajo cambia con la estación del


año. Partimos al alba. En verano, diana a las 4 y media, salida
a las 6, vuelta a las 6 de la tarde. En invierno, diana a las 5
y cuarto o 5 y media, salida a las 6 y media, vuelta a las 5
de la tarde. A mediodía, corto descanso de una hora para la
distribución del litro de rancho, en el mismo lugar de trabajo.
Vale la pena describir la partida. Los presos, apiñados en el
patio, han. de permanecer allí, haga el tiempo que haga, nieve,
lluvia o viento. A la voz de Antreten se agrupan por
kommandos, detrás del Kapo; la banda de música de los
detenidos se instala cerca de la puerta del campo. El
comandante del campo aparece ante el puesto de guardia y
pasa revista a los centinelas que acompañan a los detenidos al
trabajo. Luego se abre la puerta y la banda empieza a tocar
briosas marchas militares cuyo ritmo está calculado de manera
que el desfile de los 9.000 hombres dure de 35 a 45 minutos.
Los hombres pasan en filas de a cinco, con la escudilla bajo el
brazo, descubierta la cabeza; los que van demasiado mal
vestidos, los pequeños, los débiles, han de esconderse entre
las filas. En el momento de pasar ante el Arbeitsdienstführer
(ayudante en jefe de la mano de obra) el Kapo, en cabeza y a
la izquierda del kommando, da el Meldung (parte), gritando el
número del kommando y la cifra de los detenidos. Los
detenidos que cojean demasiado, los que llevan un gran
vendaje sobre el cuello o sobre la cabeza, son retirados del
convoy por el médico de servicio o por el Arbeitsdienstführer.
Por la tarde, al regreso, la misma ceremonia. Los infelices
deben desfilar de nuevo ante la orquesta y van a ponerse en
fila ante el puesto de guardia. De improviso se organizan
registros en el patio. En particular, el alcohol es objeto de las
búsquedas tenaces de los SS, que se lo guardan. Algunos
Kapos pueden entrar lo que quieren en el campo, porque se lo
reparten con los SS.
La revista puede durar una hora; a veces dura mucho más,
sea cual sea el tiempo, sobre todo si se encuentra el más
mínimo error... Pasar lista contribuye un rito que se respeta
escrupulosamente.
Una vez han entrado en sus bloques respectivos, los
detenidos esperan la llegada del rancho y luego hacen los
trabajos pesados, y son sometidos a diversos controles: ropas y
zapatos, bolsillos y mantas son examinados; sin hablar de la
caza de los piojos.
A las nueve de la noche, el detenido puede acostarse sobre
un jergón. Muchas veces no dispone más que de una manta, y
tiene que desnudarse. No se le permite conservar más que la
camisa y los calzoncillos. Toda infracción es castigada con
severidad. Las ropas y los zapatos cubiertos de barro se
guardan bajo el jergón y, sobre todo, bajo la almohada, pues
podría ser que desapareciesen durante la noche. Ocurre con
mucha frecuencia que dos hombres hayan de dormir juntos en
cada cama, sobre un jergón. La duración del descanso,
interrumpido casi siempre por la necesidad de ir a orinar a las
letrinas, es muy insuficiente; resulta muchas veces imposible
sentirse cómodo, por la presencia de un compañero más o
menos agradable, sucio a veces y siempre molesto82.

82 Prof. Robert Waitz, Témoignages strasbourgeois, op. cit., pp. 485-488.


UNA PRISIONERA ALEMANA

Fui detenida por la Gestapo de Viena el 13 de octubre de 1942


por actividades «projudías» y después de una orden de
detención de cuatro meses por la policía, fui llevada el 20 de
febrero de 1943 al campo de concentración de Auschwitz.
Permanecí en él hasta el 1 de diciembre de 1944 con el
número de detenida 36.088; después, fui llevada a Dachau, en
donde permanecí hasta el final de la guerra.
En el KZ (campo de concentración) de Auschwitz, a partir del
tercer día de mi detención, estuve encargada, como médico, de
las prisioneras en la enfermería del KZ para mujeres de
Birkenau (campo A), cambiando cada vez de bloque. Primero
en el bloque 10 (prisioneras alemanas). Después, durante mucho
tiempo, en el bloque 9 (polacas). En mayo de 1943, enferma del
tifus, permanecí algún tiempo en el bloque 10 del campo
principal para hombres (bloque de experimentos médicos), des-
pués, hasta agosto de 1943, estuve empleada en la enfermería
del campo exterior de Babire. En agosto de 1943, volví al FKL
(campo de concentración para mujeres) de Birkenau, en donde
permanecí hasta el 30 de noviembre de 1944, primero en el
bloque de las convalecientes y, a partir de junio de 1944, de
nuevo en el bloque alemán. Finalmente, aún fui transferida de
la enfermería al antiguo campo para hombres de Birkenau
(campos de gitanos) y, al día siguiente, fui enviada a Dachau,
en el convoy.
En la enfermería del FKL (campo de concentración de mujeres)
de Birkenau trabajé bajo las órdenes de los siguientes médicos
SS:
1. Dr. Rhode
2. Dr. Klein
3. Dr. König
4. Dr. Mengele

Además conocía a los siguientes médicos, que sólo acudían


ocasionalmente a nuestro edificio de enfermos, casi siempre
para seleccionar:

1. Dr. Kitt
2. Dr. Thilo
3. Dr. Wirths
4. Prof. Clauberg (en el bloque 10)
Del Dr. Wirths y del Dr. Clauberg no puedo precisar más. El
primero no venía más que para las visitas de inspección. En
cuanto al Dr. Clauberg, lo veía sólo cuando iba al bloque 10 del
campo principal. Yo no estaba allí ni en calidad de médico ni
en calidad de objeto de investigación médica. Si el Dr. Rhode
pidió mi traslado a este bloque no fue más que para
protegerme del peligro enorme de infección del FKL (campo de
concentración femenino) de Birkenau, de condiciones higiénicas
catastróficas. Estaba allí para «reponerme» un poco durante mi
convalecencia del tifus. Debo estos miramientos a que el Dr.
Rhode había sido colega mío en Marburgo Lahn. Estaba yo
misma, entonces, tan afectada aún por mi grave enfermedad,
que no tenía la menor idea de lo que pasaba en el bloque 10.
Siendo la única aria alemana del campo, tampoco estaba al co-
rriente a través de las informaciones de los detenidos que allí
se hallaban.
Respecto a los otros médicos SS mencionados (el Dr. Rhode,
el Dr. Klein, el Dr. König, el Dr. Mengele y el Dr. Thilo (sólo vi al
Dr. Kitt dos o tres veces de visita en mi bloque), puedo afirmar
que todos, sin excepción, han participado en selecciones, es
decir, en la designación de las detenidas consideradas
incurables, para el gaseamiento, y también en selecciones de
judíos no aptos para el trabajo en la rampa de llegada.
O bien estos médicos procedían a las selecciones
directamente, mandando traer a las pacientes de los bloques
de enfermas judías, o procedían indirectamente.
Tenía la impresión de que el Dr. Rhode y el Dr. Kónig se
prestaban a estas actividades a desgana y bajo la influencia de
importantes cantidades de alcohol. Con ellos se tenían más
posibilidades de obtener una revisión a posteriori de su
diagnóstico y salvar de la cámara de gas a algunas mujeres.
En cuanto al Dr. Klein, era éste un antisemita orgulloso; en sus
conversaciones privadas conmigo era partidario no sólo de la
exterminación, sino que aún la justificaba moralmente.
Declaraba que un buen médico extraía con un bisturí el
apéndice lleno de pus para salvar a un hombre; los judíos eran
el apéndice lleno de pus en el cuerpo de Europa.
El Dr. Mengele era un cínico puro; basta decir que
encogiéndose de hombros y tarareando una musiquilla, movía
el pulgar que decidía la vida o la muerte de las personas.
Empleaba a menudo métodos indirectos de selección en el
pabellón de los enfermos; y pedía a los demás médicos
detenidos le presentásemos una lista de todos nuestros
pacientes, con nuestra diagnosis y nuestro pronóstico. Si
recomendábamos un largo período de descanso antes de la
vuelta al trabajo, la interesada estaba perdida. Si, en cambio,
escribíamos, frente a su apellido, que estaría restablecida en
pocas semanas, nos gritaba:
«Qué, ¿queréis que esta especie de esqueleto se ponga a
trabajar dentro de unas semanas? ¿Qué clase de médicos
sois?»
Todas las mujeres que fueron declaradas inmediatamente
aptas para el trabajo, para que no fueran a la cámara de gas,
habían de ser evacuadas al momento de la enfermería,
aunque su estado fuese absolutamente deficiente.
Como el Dr. Mengele había pedido, aparentemente, que se
luchase enérgicamente contra las epidemias de tifus que
hacían su aparición cada otoño, exigía una desinfección seria
de nuestro HKB (Haupt-Kranken-Bau: pabellón principal de los
enfermos), y la llevaba a cabo con éxito. Verdad es que la
primera de sus medidas fue el envío de todo un bloque de
israelitas a las cámaras de gas; después de lo cual, lo desin-
fectó y envió allí a las mujeres del bloque vecino,
completamente desnudas, una vez que éstas hubieran pasado
por un baño desinfectante. Luego hizo desinfectar el siguiente
bloque y, así, hasta el final. En realidad, era ésta la única
manera de combatir la epidemia; en efecto, los
despiojamientos que se habían realizado previamente en masa
entre los bloques de enfermos no habían surtido efecto alguno
y los enfermos seguían tan llenos de piojos como antes. Pero
lo que caracterizaba al Dr. Mengele era su forma de llevar a
cabo la ofensiva: en lugar de empezar construyendo un nuevo
bloque limpio, mandaba a las cámaras de gas a las ocupantes
de un bloque antiguo.
Yo misma sostuve un día con el Dr. Mengele la siguiente
conversación:
—¿Cómo es que está usted en el campo?
—Por haber tratado de facilitar la huida al extranjero de
algunos judíos.
—¿Cómo podía usted pensar en el éxito de semejante
empresa?
—Bueno, el caso es que hubo enlaces indispensables que se
dejaron corromper.
—Claro, nosotros vendemos judíos; bien tontos seríamos si no
lo hiciéramos. Pero ¿por qué se habrá metido usted en esto?
Mire dónde ha venido a parar.
De esta conversación saqué la impresión de que el
antisemitismo del Dr. Mengele no era para él una cuestión de
convicciones, sino oportunismo cínico del más puro.
La misma actitud de cinismo gruñón exhibía el Dr. Mengele
frente a las pacientes no judías. Una vez en que entraron en
mi bloque mujeres de edad avanzada en número considerable,
muchas de las cuales estaban enfermas de neumonía, efectuó
un control y examinó las gráficas de temperatura, sobre las
que se inscribían los medicamentos, distribuidos con bastante
generosidad (la mayor parte de dichos medicamentos habían
entrado, en fraude, a través de detenidas que «se las
arreglaban»). Se enfadó y se puso a gritar ante las enfermas:
«¿Qué quiere que salga de provecho de esos vejestorios? ¿Para
qué las hincha de inyecciones? ¡Si ya no van a servir para
nada!»
En cuanto al Dr. König era, en general, más o menos objetivo
y, fuera de las selecciones, quería sinceramente que sus
enfermos se curasen. Con él, como con el Dr. Rhode, resultaba
algo más fácil conseguir la autorización necesaria para tratar
de introducir mejoras en el avituallamiento de las enfermas.
Recuerdo una selección particularmente solapada efectuada
por el Dr. Thilo. Como todos los médicos SS sabían que
ocultábamos en lo posible a las judías enfermas de gravedad
para no tener que presentarlas a las selecciones, una vez
procedió a la operación inversa. Hizo desfilar a las enfermas
ante él, mientras anotaba sus números. Y luego dijo: «Muy
bien, éstas están fuertes y pueden quedarse. Las demás
números del bloque serán deportadas.» Y fueron necesarios
grandes esfuerzos paral que incluyera a otras pacientes en la
lista de las que se libraban.
Lo único que se puede decir en favor de estos médicos es
que, quizá por vagas reminiscencias de la Convención de
Ginebra, excluían de las selecciones al personal de las
enfermerías, es decir, a médicos y enfermeras, y que, sobre
todo, mostraban cierta consideración, dentro de lo posible, al
personal médico femenino. Yo misma, siendo la única mujer
alemana de raza aria en Auschwitz, pude disfrutar al máximo
de este trato favorable y pasé por el campo sin haber sido
maltratada ni haber tenido que sufrir crueldades por parte de
los SS y, en particular, de los médicos SS83.

83CCCLXI13. Declaración de la Dra. Ella Lingens, el 2 de junio de 1959,


para el proceso de Auschwitz.
HOESS, EL COMANDANTE DEL CAMPO

VISTO POR EICHMANN

...Hoess era un buen colega y amigo. Lo conocí bastante


tarde, durante la guerra, en la época en que nos hallábamos
en contacto cada vez más estrecho por asuntos de servicio, él
como informador SS de la Dirección económica y administrativa
general y yo en calidad de informador de la Gestapo. Hombre
reservado por naturaleza y por educación, Hoess me dio
pruebas de confianza crecientes con el tiempo. Me contó que
durante la República de Weimar había sido condenado a diez o
doce años de prisión, no lo recuerdo con exactitud, por
actividades nacionalistas. Luchó en la Primera Guerra Mundial
como soldado y obtuvo la Cruz de Hierro de primera clase.
Hoess salió de la cárcel en el momento de la subida de Hitler
al poder.
Al final, tras pasar por varios puestos en los servicios SS,
Hoess fue nombrado comandante del campo de concentración
de Auschwitz. Hoess era un padre de familia ejemplar, la
encarnación de la modestia, de la exactitud. Se consideraba él
mismo como un funcionario responsable de un trabajo
desagradable y burocrático. En general, Hoess era, sin duda, un
hombre excesivamente limitado para poder dominar toda la
complejidad de Auschwitz, pero para eso tenía todo un estado
mayor.
Sé, porque me lo dijo él mismo, que Hoess, en tanto que
hombre, sufría al ver que parte de su trabajo consistía en la
destrucción física del enemigo. Para consolarse, seguramente,
Hoess me contó un día (estábamos en su casa de Alemania)
que el Reichsführer había visitado Auschwitz días atrás y había
estudiado detalladamente todo lo que allí ocurría, con inclusión
de los métodos de destrucción física del enemigo, empezando
por las cámaras de gas para terminar con la incineración de
los cadáveres.
Dirigiéndose a su séquito, el Reichsführer dijo, en presencia de
Hoess: «He aquí una batalla que las generaciones futuras no
tendrán que repetir»... Estas palabras contribuyeron a
tranquilizar tanto a Hoess como a sus hombres. Comprendieron
que este trabajo, duro y cargado de responsabilidad, debía ser
ejecutado en nombre de su propia sangre. Deduje de todo ello
que Hoess no era un jefe de campo cruel, feroz y brutal; no, era
un hombre acostumbrado a enjuiciarse, un hombre que
gustaba de darse cuenta de lo que realizaba.
Pero nosotros pensábamos lo mismo que Hoess y cuando me
comunicó la opinión del Reichsführer (puedo repetir sus
palabras textuales, incluso, ahora), vi que esta opinión, aunque
no fue formulada en mi presencia, se aplicaba a mi trabajo en
la misma medida que al de Hoess. ¿No estábamos, acaso, en
el mismo equipo? Habíamos, voluntariamente, jurado fidelidad
al Führer y a nuestra bandera; acatábamos las órdenes de
nuestros jefes y ejecutábamos sus órdenes para el bien y en
nombre de la sangre alemana.
Puedo decir, sencillamente, que Hoess me gustaba, aunque
sólo sea por su aspecto exterior; destacaba ventajosamente, a
mi entender cuando menos, frente a muchos oficiales SS muy
mundanos. Estaba acostumbrado a la modesta guerrera del
soldado... Cuando yo iba a su casa, íbamos en coche hasta un
rincón cualquiera del campo, o salíamos de los límites. Hoess
me enseñaba los nuevos edificios y establecimientos, me hacía
participar en las dificultades ante las que se hallaba. Tenía su
propia casa en el territorio del campo; grande, estaba
compuesta de cinco o seis habitaciones, en las que vivía con
su familia. Hoess tenía tres o cuatro hijos, muebles de madera
y las habitaciones, de estilo SS, eran limpias y modestas, pero
cómodas y agradables.
Hoess era de baja estatura, corpulento, bien proporcionado; un
hombre reservado y poco locuaz; pertenecía a ese tipo de
hombres que yo llamo «gruñones»; a veces, resultaba
imposible arrancarle una sola palabra. No tenía ninguna pasión,
bebía muy poco, por pura fórmula, y no fumaba más que
cuando estaba acompañado84...

84Extracto de las memorias dictadas por Eichmann en Buenos Aires, en


1957, al periodista Sassen.
VISTO POR SU JARDINERO

Me llamo Stanislaw Dubiel, nacido el 13 de noviembre de 1910


en Chorzow, hijo de Clement y de Anna Pietrzok, polaco de
sangre y de nacionalidad, domiciliado en Chorzow, distrito
primero, Powstancow, n.° 49.
Estuve en el campo de concentración de Auschwitz del 6 de
noviembre de 1940 al 18 de enero de 1945. Tenía el número 6.059.
Ya casi desde el principo trabajé de jardinero, primero con el
jefe de campo Fritsch, que ocupó el puesto hasta finales de
1941, luego con su sucesor, el jefe de campo Aumeier, que
entró en funciones en enero de 1942, cuando Fritsch fue
destinado a Flossenburg. El 6 de abril de 1942 fui destinado
como jardinero a la casa del comandante del campo Rudolf
Hoess. Allí trabajé hasta que Hoess salió del campo, o quizás
hasta más tarde, hasta que se marchó su familia. Hoess fue
trasladado de Auschwitz a la Oficina Central de Seguridad del
Reich en 1943. Su familia se fue de Auschwitz durante el verano
de 1944. Como trabajaba en el jardín y en la casa misma de
Hoess, tenía ocasión de observarlo de cerca, así como a su fa-
milia. Hoess solía quedarse en casa durante el día; con
frecuencia, salía a caballo o inspeccionaba el campo entero
con otros medios de transporte; lo miraba todo y se interesaba
por todos los asuntos del campo. Se quedaba en el despacho
poco tiempo. Los papeles que tenía que firmar se los llevaban
a su casa; allí los examinaba; recibía, con frecuencia, en su
casa, a ciertos dignatarios de las SS. Entre otros y, por dos
veces, a Himmler (...).
Durante todas estas visitas, la familia Hoess ofrecía siempre
a sus huéspedes suculentos banquetes. Estaba encargado de
«organizar» (procurar asegurar, por medios ilegales) el
aprovisionamiento necesario. Antes de cada una de estas
recepciones, la señora Hoess me decía lo que hacía falta y me
mandaba que me pusiera en contacto con Sofía, la cocinera. No
me daba dinero ni las tarjetas de alimentación que, en
principio, eran necesarias para comprar víveres. Me las
arreglaba gracias a mi camarada Adolf Mariejowski; trabajaba
como Kapo en el almacén de víveres de los detenidos; me
presentó al jefe del almacén, el SS-Unterschaifühiel Schybeck,
a cuya casa me dirigía cada semana para recoger las raciones
que se habían asignado a las detenidas encargadas de las
faenas domésticas en casa de Hoess. Durante mis
conversaciones con Schybeck, le expliqué que había
sorprendido una conversación en la que Hoess había hecho
mención de su ascenso (el de Schybeck).
Pues bien, resulta que éste tenía mucho interés en conseguir
un ascenso; me preguntó si la familia Hoess no necesitaba
nada. Así empezó mi relación con él. Junto con las raciones
para las detenidas encargadas de los trabajos domésticos en
casa de Hoess, me llevaba los víveres necesarios para la
familia Hoess. Podía transportar sin temor alguno esas vituallas
a casa de Hoess, porque Schybeck me ayudaba. De este modo
conseguí para los Hoess, en un solo año, tres sacos de azúcar
de 85 kilos cada uno. La señora Hoess me dijo explícitamente
que ningún SS debía ser puesto al corriente de estos asuntos.
Le aseguré que me las arreglaba con un compañero. Al mismo
tiempo, tuve una entrevista con Schybeck para decirle que
hiciera como si nada supiera. Le aseguré que el mismo Hoess
no sabía nada de todas esas operaciones. Sin embargo, acabé
contándole la verdad, es decir, que «me las había arreglado»
con Hoess para conseguir todas esas mercancías. No obstante,
le dije que todo se perdería si Schybeck o yo mismo
hablábamos de ello a quienquiera que fuese. Porque, entonces,
Hoess no dejaría de negarlo todo. Le dije esto a Schybeck
para que supiese que nada teníamos que temer por parte de
Hoess, siempre que fuéramos discretos. Me aproveché
asimismo de la situación en favor de mis compañeros,
sacándole más vituallas a Schybeck; más tarde pude pasar
parte de ellas al campo para aprovisionar a los detenidos que
más las necesitaban: sobre todo, enfermos. Al principio llevaba
los alimentos en una cestita. Luego empecé a utilizar una
carretilla. El almacén de provisiones estaba bien surtido por
aquel entonces, porque allí eran conservados también los
víveres robados a los judíos a la llegada de los convoyes a
Auschwitz, cuando se les pasaba directamente a las cámaras
de gas. En este depósito escogía para la familia Hoess: azú car,
harina, margarina, varias clases de levaduras químicas,
condimentos para la sopa, macarrones, copos de avena, cacao,
canela, sémola, guisantes y otras vituallas. La señora Hoess no
estaba nunca satisfecha; siempre venía para decirme lo que le
faltaba para la casa; así me daba a entender de lo que me
tenía que proveer. Estos víveres no iban destinados únicamente
a su propia cocina, sino que mandaba parte de ellos a su
familia alemana. Del mismo modo surtía la cocina de Hoess de
carne y de leche. Hago notar que la familia Hoess tenía
derecho a un litro y cuarto de leche por día, sobre la base de
sus tarjetas de racionamiento. Cada día yo cogía para la cocina
de Hoess 5 litros de leche de la lechería del campo y crema,
muchas veces, a petición de la señora Hoess. Pero no le
pagaban a la lechería más que el equivalente de un litro y
cuarto. Los demás artículos, es decir, todo lo que venía del
almacén y del matadero del campo, no les costaba un céntimo.
La segunda fuente de aprovisionamiento de la familia Hoess era
el jefe de la cantina y director de la carnicería del campo,
Engelbrecht, que pasó de Obeischarführer a Obersturmführer
mientras estaba en Auschwitz. Recibía carne, salazones y
cigarrillos en la cantina. Vi, en casa de Hoess, cajas de 10.000
cigarrillos yugoslavos, marca Ibar. Se trataba de cigarrillos que
sólo se podían obtener en la cantina y para los detenidos. La
señora Hoess me daba también cigarrillos y pagaba de la
misma manera las llamadas tareas pesadas de los detenidos
destinados a las mismas, sin lo cual se habría expuesto a los
peores castigos. Sabido es que Hoess había dado orden de
prohibir estos «trabajos negros». No obstante, no tuvo en
cuenta esta orden por lo que a su propia casa se refiere.
Declaro que tenía noticia de los suministros efectuados para su
cocina. Muchas veces me veía desempaquetar los artículos en
la cocina. También veía las provisiones que se acumulaban en
la despensa de su casa; además, él mismo se servía de dichas
provisiones y las utilizaba para sus recepciones...85

85CCCLXI18. Atestado de una declaración hecha en Auschwitz, el 7 de


agosto de 1946.
VISTO POR UN PSIQUIATRA

La celda del coronel Hoess: al terminar el test de cada día,


Hoess me dijo: «Supongo que quiere usted saber, por este
procedimiento, si mis pensamientos y costumbres son
normales.»
—Bueno, y ¿cuál es su opinión? —le pregunté.
—Soy completamente normal. Incluso cuando hacía trabajos de
exterminación, llevaba una vida familiar normal y, también,
durante el resto del tiempo.
—¿Tenía usted una vida social normal?
—Pues, le diré: quizá sea una de mis características, pero el
hecho es que siempre me he sentido mejor solo. Si tenía
preocupaciones, trataba de quitármelas yo solo. Esto era lo que
más molestaba a mi mujer. Me bastaba a mí mismo. Nunca he
tenido líos ni relaciones íntimas con nadie. Ni durante mi
juventud. Nunca he tenido amigos. Y, en sociedad, estaba
presente, a veces, pero no en espíritu. Estaba contento cuando
la gente se divertía, pero no podía tomar parte.
—¿Y eso no le molestó nunca?
—No, nunca, ni siquiera estos últimos tiempos, cuando estaba
escondiéndome en una casa de campo; me sentía mejor
cuando estaba solo con los caballos, en el campo.
—Cuando se escondía, sí; pero, y ¿antes?
—Sí. Estaba siempre solo. Claro, quería a mi mujer, pero una
verdadera unión espiritual no la había.
—¿Se dio usted cuenta de ello y se dio cuenta su mujer?
—Pues, claro, y mi mujer, también. Ella creía que yo no estaba
satisfecho con ella, pero yo le decía que eso era cosa de mi
carácter, y tuvo que contentarse con esa explicación.
Le interrogué sobre sus relaciones sexuales.
—Pues mire, la cosa iba normalmente, pero cuando mi mujer
descubrió lo que yo estaba haciendo, pocas veces sentimos el
deseo de tener relaciones mutuas. Las cosas parecían
normales vistas desde fuera, pero creo que se produjo un
distanciamiento, ahora que miro hacia atrás... No, nunca tuve
necesidad de amigos, nunca tuve verdadera intimidad con mis
padres ni con mis hermanas. Sólo después de casado me di
cuenta de que habían sido como dos forasteras para mí.
Cuando era niño, jugaba siempre solo. Hasta mi abuela dice
que nunca tuve, de niño, compañeros de juego.
El sexo nunca jugó un papel importante en su vida. Podía
interesarle, o no. Nunca sintió la necesidad absoluta de iniciar o
de proseguir una intriga amorosa, pese a haber tenido
relaciones ocasionales aquí y allá. Su misma vida matrimonial
lleva pocas huellas de alguna pasión. Afirma que nunca sintió
deseos de masturbarse y que nunca lo hizo.
Le insinué si se había preguntado si los judíos que él había
asesinado eran o no culpables y si habían o no merecido su
suerte. Volvió a tratar de explicarme, pacientemente, que era
insensato preguntarle cosas semejantes, porque él había vivido
en un mundo completamente aparte. «No ve usted que
nosotros, hombres de las SS, dábamos por descontado que no
se debía pensar en eso; ni se nos vino a las mentes el hacerlo.
Y, por otra parte, había algo que se daba por seguro: es que
los judíos tenían la culpa de todo.» Insistí en que me diera una
explicación del motivo de semejante certeza. «Pues es,
sencillamente, que nunca oímos decir otra cosa. No eran sólo los
periódicos como el Stürmer, era todo lo que oíamos decir. Hasta
nuestro entrenamiento militar e ideológico daba por descontado
que debíamos proteger a Alemania frente a los judíos... Sólo
tras el derrumbe se me ocurrió que podía no ser del todo
verdad, cuando hube escuchado lo que decía cada cual. Pero
nadie había dicho anteriormente cosas semejantes. Ahora me
pregunto si Himmler creía en todo eso, o si sólo me daba una
excusa que justificase lo que quería que yo hiciese. Pero, de
todas maneras, esto no tiene gran importancia, en realidad.
Estábamos tan acostumbrados a obedecer las órdenes que nos
imponían, que la idea de negarse a cumplirlas no se nos habría
ocurrido, y todo el mundo las hubiera cumplido tan bien como
yo... Himmler era muy estricto para cuestiones de poca monta
y hacía ejecutar a los SS por motivos tan mínimos, que
teníamos la seguridad instintiva de que actuaba según un
estricto código de honor... Puede usted estar seguro de que no
siempre nos gustaba ver esas montañas de cadáveres y oler
continuamente a quemado. Pero Himmler lo había ordenado y
había explicado, incluso, por qué era algo necesario; y, en
realidad, yo no podía preguntarme si aquello era bueno o malo.
Parecía sólo una necesidad.»
Hoess se mantiene pasivo y apático durante todas las
discusiones, da prueba de tardío interés hacia la enormidad de
su crimen, pero produce la impresión de que nunca se le
hubiera ocurrido si nadie se lo hubiera preguntado. Es
demasiado apático para tener remordimientos y ni la
perspectiva de ser ahorcado le conmueve más de lo debido.
Uno tiene la impresión general de que se trata de un hombre
intelectualmente normal, pero con una apatía esquizoide, con
una sensibilidad y una falta de entusiasmo que no serían más
notables en un auténtico psicópata86...

86Traducido de G. M. Gilbert, Nürembeig Diary, Nueva York, 1947, pp. 258-


60.
VISTO POR EL MISMO

...Mi existencia ha sido animada y llena de variedad. Mi destino


me ha llevado a las alturas y al fondo de los abismos. La vida
me ha sacudido con mucha rudeza, pero siempre he logrado
resistir sin perder los ánimos.
Dos estrellas me sirvieron de guía desde el momento en que
volví, adulto, de una guerra (191418), a la cual partí siendo
muchacho: mi patria, mi familia.
Mi apasionado amor a la patria y mi conciencia nacional me
llevaron al partido nacionalsocialista y a los SS.
Considero la concepción del mundo (Weltanschauung) del
nacionalsocialismo como la única adecuada a la naturaleza
alemana. Los SS eran, a mi entender, los defensores activos de
esta filosofía; y eso los capacitaba para conducir gradualmente
al pueblo alemán enteró hacia una existencia de acuerdo con
su naturaleza.
Mi familia era, para mí, algo igualmente sagrado; a ella me
atan lazos indisolubles.
Siempre me he preocupado de su futuro; una granja había de
ser nuestro verdadero hogar. Para mi mujer y para mí,
nuestros hijos representaban la meta de nuestra existencia.
Queríamos darles una buena educación y legarles una patria
poderosa.
Todavía hoy mis pensamientos van todos hacia mi familia.
¿Qué va a ser de ella? La incertidumbre que llena mi ser hace
particularmente penosa mi detención.
He hecho el sacrificio de mi persona de una vez para siempre.
La cuestión está zanjada, ya no me preocupo de eso. Pero, ¿qué
harán mi mujer y mis hijos?
Ha sido un extraño destino el mío. Muchas veces, mi vida
estuvo pendiente de un hilo, durante la Primera Guerra,
durante los combates de los cuerpos francos, en accidentes de
trabajo. Mi coche fue arrollado por un camión y estuve a punto
de morir. Yendo a caballo, me caí sobre una piedra y me faltó
poco para ser aplastado por mi montura: salí con un par de
costillas rotas. Durante los bombardeos aéreos, creí muchas
veces llegada mi última hora y nunca me pasó nada. Poco
antes de la evacuación de Ravensbrück, fui víctima de un
accidente de automóvil y todos me daban ya por muerto; una
vez más salí ileso.
Mi ampolla de veneno se rompió en el instante de mi
detención.
El destino me ha librado de la muerte en cada ocasión para
hacerme padecer ahora un final degradante. ¡Cuánto envidio a
mis camaradas, caídos en el campo de batalla, como soldados!
Era un engranaje inconsciente de la inmensa máquina de
exterminación del III Reich. La máquina está rota, el motor ha
desaparecido y yo debo hacer lo mismo.
El mundo lo exige...
Que el público siga, pues, creyéndome una bestia feroz, un
sádico cruel, asesino de millones de seres humanos; las masas
no pueden hacerse otra idea del antiguo comandante de
Auschwitz. No llegarán a comprender jamás que yo también
tenía corazón...
Rudolf Hoess87.
Cracovia, febrero de 1947.

87Conclusión de las notas autobiográficas redactadas por Hoess en la


cárcel de Cracovia, pocas semanas antes de su ejecución. Cf. Le
commandant d'Auschwitz parle, pp. 219-22.
UN BAUTIZO SS

Gmund am Tegernsee.
4 de enero de 1937.
Hoy, 4 de enero de 1937, el SSBrigadeführer (general) Karl Wolff
me ha presentado, a mí, su Reichsführer, en su casa de
Schorn, en Rottach-Egern, el siguiente informe:
«Reichsführer-SS: Os presento a nuestro tercer hijo y primer
varón, dado a luz por mi esposa Frieda von Römheld, el 14 de
enero de 1936, al final del tercer año del III Reich.»
A ello he contestado:
«Os lo agradezco. Los testigos, padrinos de este niño, a saber,
yo mismo, SS-Brigadeführer Weisthor, SS-Gruppenführer
Heydrich y SS-Sturmbannführer Diebitsch, han dado fe de
vuestro informe. Vuestro hijo será inscrito en el libro de
nacimientos SS y será anotado en el libro del clan
(Sippenbuch) de los SS.»
A continuación, el Brigadeführer Wolff entregó el niño a la
madre, quien lo tomó en brazos.
Luego encargué al SS-Brigadeführer Weisthor le pusieran el
nombre.
El SS-Brigadeführer Weisthor rodeó al niño con la cinta azul de
la vida y pronunció las palabras rituales:
«Que la cinta azul de la fidelidad marque toda tu existencia.»
«El que es alemán y siente como alemán ¡debe ser fiel!»
«Nacimiento y matrimonio, vida y muerte se unen
simbólicamente con esta cinta azul.»
«Que este niño forme parte de la familia y del clan. Le deseo
que sea un verdadero joven y un hombre alemán íntegro.»
El SS-Brigadeführer Weisthor tomó, luego, en sus manos la copa
y pronunció las palabras rituales:
«¡La fuente de toda vida es (el Dios alemán) Goth!
«De Gotte viene todo saber, toda tarea, toda revelación y la
meta de tu existencia.»
«Que cada trago tomado de esta copa sea testimonio de que
estás ligado a Got.»
Entregó luego la copa al padre del niño.
Tras de lo cual el SS-Brigadeführer tomó la cuchara y
pronunció las palabras rituales:
«Que esta cuchara te alimente desde ahora hasta tu mayoría
de edad. Que tu madre te dé, así, prueba de su amor y que te
castigue, privándote de alimento, si violas las leyes de Got.»
Entregó, luego, la cuchara a la madre del niño.
Después, el SS-Brigadeführer Weisthor tomó el anillo y
pronunció las palabras rituales:
«Este anillo, el anillo de la familia Wolff del clan SS, tú lo
llevarás un día, hijo mío, cuando, en plena juventud, te
muestres digno de los SS y de tu clan.»
«Y, ahora, según es deseo de tus padres y tal como me lo ha
encargado la SS, te impongo los nombres de Thorisman,
Heinrich, Karl, Reinhard.»
«A vosotros, padres y padrinos, corresponde cultivar en este
niño un fiel y valeroso alemán, siguiendo la voluntad de Got.»
«A ti, querido niño, te deseo que te muestres digno del noble
nombre de Thorisman, para poder conservarlo después de tu
mayoría de edad y durante toda tu vida.»
«¡Así lo quiera nuestro Got! »
Firmo la presente acta y he pedido a los padrinos que lo
firmen como testigos.

El comendador:
(firmado) H. Himmler

Los padrinos:

Primer padrino: Reichsführer-SS


Segundo padrino: SS-Brigadeführer
Tercer padrino: SS-Gruppenführer
Cuarto padrino: SS-Sturmbannführer
(firmado) H. Himmler
(firmado) Wl. Weisthor
(firmado) R. Heydrich
(firmado) Karl Diebitsch88
1. En alemán, Dios se escribe Gott La ortografía Got, adoptada
en el acta de bautismo que reproducimos, atestigua la
adoración de un dios particular, «racial», alemán.

88 Documento inédito en poder del autor.


APÉNDICE

HAMBRE Y ESPERANZA DE VIDA EN AUSCHWITZ

(3-IX-1947 Dr. Hans Münch)

El estudio que incluimos a continuación ha sido redactado por


un médico SS de Auschwitz, el Dr. Hans Münch, durante su
detención, en 1947, en una cárcel polaca89. Poco después era
juzgado junto con otros 39 miembros de la guarnición SS del
campo. Fue el único que resultó absuelto por el tribunal
nacional supremo de Polonia. Este mero hecho dice mucho en
su favor; no cabe duda de que el Dr. Münch era un SS fuera
de serie y que no tenía nada en común con los médicos
experimentales y carniceros que han deshonrado el cuerpo
médico alemán.
Sin embargo, su estudio quiere ser estrictamente científico.
Esta intención, así como el tono adoptado en consecuencia,
aumentan el interés del documento desde el punto de vista
histórico; una exposición basada en las leyes matemáticas de la
muerte lenta adquiere una fuerza probatoria excepcional, en lo
que a las realidades cotidianas de Auschwitz se refiere, léase,
desde este punto de vista, la desripción de la
«musulmanización» en el campo. Pero, ¿cuál es el valor de este
traajo, desde el punto de vista estrictamente físiológico y
médico? Al carecer de ompetencia para enjuiciarlo, sometí el
estudio al examen de dos científicos frans, uno de Jos cuales —
que fue deportado— había publicado poco antes una menoría
sobre el tema, que fue bien acogida90. Los comentarios de ambos
se han incluido antes del estudio del Dr. Münch; de ellos se
desprende que, si bien los razonamientos del autor son sólidos,
su información y su cultura médica presentan muchas lagunas
serias.
Esto es, quizás, algo característico de la ciencia alemana de
la época nazi. Vemos, en efecto, que para nuestro autor el
hombre no es más que una máquina ternodinámica, regida
únicamente por las leyes de la conservación de la energía y
capaz de ser «puesta en forma de ecuaciones» con absoluta

89Agradecemos al profesor Jan Sehn, de Cracovia, el que nos facilitara


amablemente la fotocopia del informe cuya traducción se ha incluido en
el presente volumen.
90Georges Wellers y Robert Waitz. Effets de la misére physiologique
prolongée sur l 'organisme humain, «Journal de Physiologie», 1946 y 1947
(Premio de la Academia de Medicina, 1948).
precisión. Tal como haen notar, tanto el profesor Minz como el
profesor Wellers, prescinde por completo, en sus cálculos, del
factor moral. Es éste un concepto que deriva a la vez de la psi-
cología experimental y de una cierta concepción aprioristica de
la naturaleza humana. Así, por lo que a las leyes que rigen la
sociedad humana se refiere, el Dr. Münch parece limitarse
rigurosamente a las de la selección natural, propuestas tiempo
atrás por Darwin para la sociedad animal. Así, pues, si bien el
hombre y el médico destacaban claramente frente al medio
ambiente, el autor seguía preso del universo intelectual nazi.
Y, a pesar de todo, el «principio moral», que tan
sistemáticamente deja a un lado el Dr. Münch, parece guiar
inconscientemente el trabajo de éste, adoptando un signo
contrario, en cierto modo.
En efecto, si llevamos sus razonamientos hasta las últimas
consecuencias, llegamos a las siguientes conclusiones: en la
sociedad de los campos de concentración, el «bienestar público»
sería inversamente proporcional a la integridad o al sentido
moral de sus miembros. En un campo ocupado por detenidos
perfectamente honrados, donde la comida se repartiría
equitativamente un día tras otro, todos los detenidos acabarían
sucumbiendo, según los cálculos del Dr. Münch, después de
varios meses de sufrimientos. Pero desde el momento en que
parte de la población está iniciada en el arte de «organizar», es
decir, de hacerse con parte de la comida en beneficio propio,
esta minoría de «veteranos» sobrevive aplicando la ley del más
fuerte y, al mismo tiempo, abrevia los sufrimientos de los demás
que, de todas formas, están destinados a desaparecer. Esto sería,
pues, de acuerdo con el poderoso razonamiento de nuestro
autor, el «Contrato social» de Auschwitz y el de los demás
campos de la muerte lenta; en resumen, el de presidio universal
del nazismo.
L. P.
LOS COMENTARIOS DE LOS PROFESORES GEORGES WELLERS Y
BRUNO MINZ

He leído la memoria de Münch y encuentro que merece ser


publicada, en la medida en que es la descripción de la situación
en el campo de Auschwitz hecha por un médico SS.
Por lo que al valor científico de la memoria se refiere, la
considero mediocre, pese al razonamiento verdaderamente
riguroso del autor.
En efecto, para calcular la «esperanza de supervivencia» en
Auschwitz, el autor reduce el problema a dos datos: 1.°: el
número de calorías de que dispone el cuerpo humano en
forma de reservas de grasa y 2.°: el número de calorías que el
individuo consume en el curso de su trabajo. Ambos aspectos
del problema son tratados por el autor en forma sumamente
discutible.
Por lo que se refiere al cuerpo del detenido, el autor supone
que, en el momento de la desnutrición, se suceden dos fases
distintas: movilización exclusiva de las reservas de grasa,
primero; y, después, destrucción de las proteínas de los tejidos.
La segunda fase corresponde al «estado de musulmán» y casi
no entra en los cálculos del autor. La que es tenida en cuenta
para el cálculo de la «esperanza de supervivencia» es la
primera fase, expresada en calorías y comparada con el nú-
mero de calorías consumidas durante el trabajo.
Ahora bien, éste es un concepto muy simplista y «mecanista»
de la cuestión; concepto que dominó la fisiología durante un
corto período y que ha sido abandonado desde hace tiempo,
pues la realidad es muy distinta.
En efecto, desde el momento de empezar el ayuno, el
organismo «quema» tanto sus grasas de reserva comp las
proteínas constitutivas de sus tejidos. Esta destrucción de
proteínas es inevitable y representa alrededor del 15 % del total
de calorías movilizadas. Dado que un gramo de proteínas
produce 4 cal., y un gramo de grasa produce 9 cal., resulta
que, para suministrar 100 cal., el organismo humano
subalimentado quema a la vez unos 9,5 gramos de grasa y 3,75
gramos de proteínas. Por eso un hombre abundantemente
alimentado en grasas (más azúcares, vitaminas y sales) pero
privado de proteínas alimenticias, muere inevitablemente de
inanición.
Münch pasa por alto completamente este aspecto fundamental
de la fisiología de la desnutrición. Postula que un detenido de
Auschwitz pasa a ser «musulmán» cuando ha quemado
íntegras sus reservas de grasa, estimadas en unos 10 kg. Si
estamos de acuerdo con el autor en esta estimación, resulta
que, al iniciarse el «estado de musulmán», así definido por
Münch, el detenido ha quemado ya, además de 10 kg.,de
grasa, 4 kg. de sus proteínas.
Es la inevitable destrucción de las proteínas la verdadera
causa de los graves desórdenes provocados por la desnutrición
que transforma el hombre en «musulmán» y el individuo acaba
muriendo por esta destrucción. He de añadir que, mientras dura
la desnutrición general, tal como ocurría en Auschwitz, a la
escasez de proteínas se suma la carencia de vitaminas que
puede llegar a ser mortal por sí misma, pese a que las
vitaminas no desempeñan función alguna en tanto que
fuentes de calorías.
El autor atribuye erróneamente el problema de la muerte por
inanición a la cantidad de calorías suministradas por las
reservas de grasa, por una parte, y a la cantidad gastada
durante el trabajo, por otra. Calcula la «esperanza de su-
pervivencia» como si se tratase de calcular la duración del
recorrido de un tren teniendo en cuenta tan sólo la reserva de
carbón, por una parte y, por otra, el peso del tren. En realidad,
si es posible identificar el organismo con un tren, debe
tratarse de un tren cuyas ruedas y cuyos ejes son de un
metal tan blando que el tren se derrumba cuando se gastan
sus «órganos», mucho antes de que se agoten sus reservas
de combustible. De esta manera, su «esperanza de su-
pervivencia» es mucho más corta que la calculada en función
de la cantidad de carbón.
En cuanto a la consumición de calorías debida al trabajo
suministrado, Münch adopta las normas que se encuentran en
los manuales. Pero olvida que esas normas se refieren a
individuos que llevan una vida normal, que tienen asegurado el
descanso de día y de noche, que están protegidos contra los
efectos del frío y del calor, que viven sin una tensión nerviosa
excesiva, que pueden conseguir un mínimo de higiene y de
cuidados médicos dentro y fuera del :rabajo, etc. Los detenidos
de Auschwitz se veían privados de todas estas condiciones de
existencia. Ahora bien, cada uno de los factores citados
aumenta el gasto de calorías de tal manera que las normas
adoptadas por Münch se hallan muy por debajo de la realidad
de Auschwitz. Allí, sin duda alguna, el con lumo de calorías
para el trabajo ligero, medio o intenso, era considerable nente
superior al que efectúa un trabajador «normal».
Así, al equivocarse sobre la naturaleza de las reservas de
energía y sobre la magnitud del consumo de energía de un
detenido de Auschwitz, el autor procede a complicados cálculos
y llega a resultados que no es posible aceptar. Ésta es, desde
luego, la razón por la cual ningún observador enterado admi-
tirá, por ejemplo, que un «trabajador pesado» que reciba
estrictamente la ración del campo (1.500 calorías, según Münch)
tarde tres meses en pasar a ser «musulmán» en Auschwitz.
Claro está que moría mucho antes...
Tiene mucho interés la parte de la memoria de Münch que se
refiere a los suplementos de la ración del campo, en el sentido
de que el autor, médico SS, describe con exactitud el sistema
de apropiación de la comida («organización») en beneficio de
las categorías privilegiadas y a expensas de la gran mayoría
de los detenidos. Pero el autor comete un error de bulto en
cuanto trata de calcular la proporción de subalimentados (75 %,
según Münch) en relación con los «suficientemente»
alimentados (cuadros). El error del autor está en que olvida
que los que formaban parte de los «cuadros» eran, poco más
o menos, los mismos individuos durante largos períodos.
Aunque, en un momento dado, llegasen a representar el 25 %
de la población efectiva del campo, seis meses o un año
después se trataba de las mismas personas, con pequeñas
modificaciones, mientras que, durante este período de tiempo,
el efectivo de subalimentados se veía renovado a causa de la
espantosa mortandad que reinaba entre ellos y de las llegadas
ininterrumpidas de nuevos deportados. De este modo, en
realidad, la proporción de los suficientemente «alimentados» en
Auschwitz, durante los cinco años de existencia del campo, era
muy inferior, sin duda alguna, al 25 % del total de los
detenidos y la de los subalimentados estaba muy por encima
del 75 %.
Georges Wellers.
Profesor de Investigaciones
en el «Centre National de la Recherche Scientifique».
II

El estudio del Dr. Münch refleja el estado de ánimo de un


médico SS excepcional, que se abstuvo resueltamente de
participar personalmente en la innoble matanza de tantos de
sus colegas, pero que se dejó contaminar, no obstante, por sus
concepciones teóricas y filosóficas. El Dr. Wellers ha hecho ya la
crítica de los insuficientes conocimientos del autor en lo
referente a la fisiología de la nutrición. Estos conocimientos
parecen reducirse a algunos datos mal asimilados de Rubner.
Ignora por completo el papel primordial de las vitaminas; su
concepto de los «edemas» es revelador a este respecto. Pero,
sobre todo, ignora, pese a un cierto talento de observación
clínica, el factor moral, que no puede ser puesto en forma de
ecuación. Esto me parece particularmente característico.
El autor trata de dar a su estudio un carácter de absoluto
rigor, presentándolo en forma matemática. Verdad es que
investigadores muchomás capacitados han tratado y siguen
tratando de hallar fórmulas capaces de interpretar procesos
biológicos. Pero este método ha sido discutido enérgicamente
por todos aquellos que se enfrentan diariamente a las
innumerables contradicciones y excepciones que revela el
estudio de organismos mucho menos complejos que el del
individuo humano. El razonamiento matemático puede ser
correcto y poderoso, pero la operación puede resultar falseada si
en el enunciado del problema se deslizan errores básicos, y
éste es, sin duda, el caso del Dr. Münch.
Entre los imponderables que pueden falsear los sabios
cálculos del Dr. Münch figura lo que él llama la «corrupción»,
que permitía a ciertos detenidos salvar su vida, al menos
durante algún tiempo, contra toda previsión teórica. El término
de «corrupción» es bastante fuerte, sobre todo en alemán.
Contiene un reproche que se buscaría en vano en su traducción
francesa, el «système D» que, a mi entender, revela lo que
podríamos llamar el subconsciente de este médico SS, para el
cual, en el fondo, órdenes son órdenes, siendo la obediencia la
suprema virtud. No obstante, se desprende del razonamiento
del Dr. Münch —que me parece totalmente riguroso en este
punto— que la supervivencia, en Auschwitz, no era posible más
que gracias a la descomposición del régimen instituido por los
SS.
Dr. Bruno Minz.
Director de Investigaciones
en el «Centre National de la Recherche Scientifique».
HAMBRE Y ESPERANZA DE VIDA

INTRODUCCIÓN

Al tratar de la esperanza de vida de los detenidos de


Auschwitz hay que tomar cuenta de los efectos del hambre y
de las enfermedades contagiosas.
Los profanos, y la mayor parte de los médicos, tienen ideas
poco claras sobre la muerte por inanición, pues desde hace
siglos la gente ya no se muere de hambre en Europa, de
modo que no ha habido motivo ni ocasión de ocuparse de
estas cuestiones. Además, el hambre, al igual que los demás
fenómenos de este tipo (frío, calor, sed) que constituyen una
amenaza directa para la existencia, son estados muy dolorosos
que todos evitamos instintivamente, sin reflexionar sobre ellos.
Nadie parece comprender que la muerte por inanición es un
fenómeno regido por las leyes de la naturaleza, las de la
conservación de la energía, de forma que su desarrollo, pese a
ligeras «irregularidades» biológicas, puede ser establecido con
matemática precisión.
Es de gran importancia, por consiguiente, recordar
previamente cuáles son las leyes en cuestión para pasar,
luego, a sus relaciones con la esperanza de vida de los
detenidos de Auschwitz.
El hombre no es un perpetuum mobile; al igual que los
demás seres vivos, no puede existir y trabajar más que a
condición de reponer, sin cesar, la energía necesaria para la
existencia. Esta energía se le presenta en forma.de «calor» y
él «quema» el alimento que digiere. La unidad de medida de
esta energía es la «caloría», es decir, la cantidad de calor
necesaria para elevar en un grado la temperatura de un
gramo de agua.
Para conservar la vida humana son necesarias, en estado de
reposo completo, 1.500 calorías por cada veinticuatro horas.
Además, cualquier manifestación de actividad exige calorías
suplementarias. El mero hecho de estar en pie, sin otra
actividad, exige 300 calorías más. El suplemento necesario
crece rápidamente con la «rudeza» del trabajo, de manera que
un hombre de «trabajo duro» necesita de 4.000 a 5.000 calorías
diarias. El trabajo intelectual cansa igual, pero no exige una
cantidad medible de calorías.
Durante la vida normal, el equilibrio entre el consumo y la
absorción de energía se regula por el «hambre». Si la absorción
es insuficiente, el cuerpo se halla en presencia de un déficit de
calorías, y se manifiesta la inanición. Sin embargo, el cuerpo
dispone de una reserva de energía, en forma de «grasa».
Cuando se echa mano de esta reserva, el cuerpo «adelgaza».
Gracias a esto puede subsistir durante bastante tiempo, sin
que su vida esté en peligro. Por ejemplo, en estado de reposo,
una reserva de 10 kg. de grasa permite vivir unos cuarenta
días.
La inanición presenta dos fases. Durante la primera, el cuerpo
consume sus reservas de grasas. Cuando éstas han
desaparecido empieza la segunda fase: el cuerpo cubre,
entonces, su déficit calórico consumiendo proteínas. El paso de
la primera a la segunda fase es fácilmente visible, incluso para
el profano. El lenguaje de los campos de concentración designa
al individuo que se halla en la segunda fase con el nombre de
«musulmán». No hay descripción que pueda dar, al que no lo ha
visto nunca, una idea adecuada de esta lastimosa expresión de
la miseria humana que es un «musulmán»; por consiguiente, nos
limitaremos a dar algunas precisiones médicas que, por cuanto
son datos tangibles y mensurables, parecen convenir mejor
para situar a los «musulmanes».
El «musulmán» cubre su déficit calórico, a falta de grasa, con la
«sustancia viva» de su cuerpo, es decir, mediante proteínas.
Como no existen reservas de proteínas en el cuerpo humano,
cada gramo consumido en esta forma representa la pérdida de
un tejido esencial para la vida y lleva de modo irremediable a la
«muerte» por el enflaquecimiento y la destrucción de todos los
órganos. El valor calorífico de la proteína no es más que la
mitad del de la grasa, de manera que se consume con rapidez
dos veces mayor. Hay que tener en cuenta, además, que la
desaparición de cantidades relativamente pequeñas de
proteínas ocasiona grandes perjuicios. Así, la sangre no puede
cumplir su función de transporte y aprovisionamiento de agua,
de modo que el exceso de agua vuelve a los tejidos, a la vista
de lo cual los profanos dicen que se trata de un «aumento de
peso». Se trata del edema del hambre, un síntoma, entre
muchos otros, de la desorganización fisiológica del cuerpo del
«musulmán». También se observa una palidez amarillenta,
síntoma del empobrecimiento de la sangre. La debilidad
general se manifiesta por un estado de somnolencia acentuada.
Los vértigos y la pérdida de conocimiento son característicos
de los trastornos circulatorios, consecuencia de una presión
arterial en extremo baja. La diarrea y una sed inextinguible
completan el cuadro.
El «musulmán» es, también, moralmente, un moribundo. El
interés normal por los acontecimientos del mundo exterior
disminuye hasta el punto que desaparece el interés por el
propio destino personal. En este estado, el «musulmán» no se
distingue casi de un muerto y, de hecho, la muerte inevitable
llega muchas veces de un modo imperceptible: se duerme.
Cuando el detenido de Auschwitz había pasado a ser un
«musulmán», su destino estaba completamente determinado,
pues las condiciones que la curación de semejante enfermo
habría exigido faltaban por completo. Por consiguiente, no tiene
ningún interés para nuestro estudio el tratar de averiguar los
días y semanas durante los cuales vivía aún en este estado;
nuestro cálculo de la «esperanza de vida» no ha de tener en
cuenta más que la primera fase del proceso, el «consumo de
las reservas de grasa».
Este cálculo se efectúa en el estudio que sigue a continuación,
habida cuenta de la diversidad de condiciones de existencia
posibles en Auschwitz. Hemos adoptado como base el
«detenido promedio», con una reserva de grasa de 10 kg.
Suponemos, además, que este «detenido promedio» no dispone
más que de la «ración normal» del campo, sin alimentación
suplementaria de ninguna clase.

LA ESPERANZA DE VIDA DEL DETENIDO PROMEDIO, HABIDA


CUENTA DEL DÉFICIT CALÓRICO DE LA RACIÓN NORMAL

El detenido corriente de Auschwitz se hallaba en condiciones


muy diversas, por lo que se refiere al consumo de energía.
Estaba encargado de un trabajo «duro», «mediano» o «ligero»,
según la naturaleza de su destino. Con la mejor voluntad del
mundo, no podía dar un rendimiento de 3.000 calorías con una
ración de 1.500. En el caso de un trabajo «medio», como
artesano o como obrero en una fábrica de armamentos, podía
ir «tirando» con 2.500 calorías. Si era un trabajo «ligero», que
pudiera efectuarse sentado, necesitaba 2.200 calorías. Si tenía
mucha suerte y era destinado a un puesto en donde no se
requería trabajo físico alguno, podía contentarse con 1.800
calorías.
Partiendo de estos datos se llega, para el caso del trabajador
empleado en faenas pesadas, dividiendo el déficit calórico
diario de 1.500 calorías=193 g. de grasa por la reserva de grasa,
a una duración de 52 días. Pero, con este procedimiento, se
comete un error de principio, ya que el detenido hambriento
no podía seguir dando el rendimiento inicial de 3.000 calorías.
Su rendimiento disminuía rápidamente, a medida que
aumentaba su debilidad. Por este hecho, el déficit calórico
disminuía también. Este proceso se repetía hasta que el
detenido, poco antes de pasar a la fase de «musulmán», no
podía rendir más que lo preciso para «fingir» trabajar. En estas
condiciones, el trabajador pesado se mantenía en vida durante
un período aproximadamente doble que los 52 días calculados.
La disminución del consumo de calorías ejercía, pues, el mismo
efecto que una medida de protección del cuerpo, tendente a
prolongar la existencia, ante la amenaza de la muerte por
inanición.
La disminución del rendimiento y el aumento consiguiente de
la esperanza de vida aumentan con la magnitud del déficit
calórico. En el caso de un rendimiento de 3.000 calorías, es
decir, de un déficit calórico de 1.500 calorías, el detenido perderá,
en los primeros 30 días, la mitad de sus reservas de grasa.
Mucho antes —en el momento, por ejemplo, en que haya
perdido 4 kg. de peso— su rendimiento será netamente inferior
al del primer día. Admitiendo que siga trabajando consumiendo
2.500 calorías, al cabo de un mes y medio habrá sacrificado el
70 por ciento de sus reservas de grasa. Entonces, su
rendimiento ya no será más que de unas 2.200 calorías. Sobre
esta base, alcanzará el estado de «musulmán» a principios del
tercer mes, con una reserva de grasa de 1 kg. Podrá todavía
andar en las filas («ausmarschieren») hasta su lugar de trabajo,
pero no dará ningún rendimiento real y podrá seguir viviendo,
con un consumo de 2.000 calorías, durante otro mes, poco más
o menos. El esquema n.° 1 hace ver, además, que la esperanza
de vida aumenta con la disminución del déficit calórico. Si se
quiere estudiar con mayor precisión la relación existente entre
la duración de vida y el déficit calórico, el mejor sistema será
construir la curva de la esperanza de vida, como función del
déficit calórico; resulta ser una hipérbola asíntota al eje de
abscisas, en el caso de un déficit infinitamente grande, y al
eje de ordenadas, en el caso de un déficit nulo.
En este diagrama, el déficit calórico corresponde al trabajo
efectuado. Se observa que, en el caso de un trabajo cuya
duración aumenta regularmente, la esperanza de vida decrece
con aceleración irregular.
Resultan, de ello, en la práctica, importantes consecuencias
cualitativas. Una disminución del consumo de energía, en el
caso del trabajo ligero, es más rentable, varias veces, para la
esperanza de vida que en el caso del trabajo duro. El ejemplo
de nuestra hipérbola muestra que un detenido destinado a un
trabajo ligero podía prolongar su existencia durante dos meses
más, reduciendo su rendimiento en 200 calorías. Para llegar al
mismo resultado, un trabajador pesado debía reducir su
rendimiento en 600 calorías. Más adelante volveremos a hablar
de este fenómeno al tratar de los efectos de la alimentación
suplementaria.
Queda por dar aquí una rápida visión de conjunto de las
formas de disminución del rendimiento y del enflaquecimiento.
En la práctica, sólo en el caso del trabajo duro y mediano
resultaba ser el decrecimiento más notable al principio que al
final. En el caso del trabajo ligero, el detenido adelgazaba
prácticamente en forma regular. El rendimiento disminuye,
también, de la misma forma que la reserva de grasa.
Con ello queda descrito el paso del estado de detenido
corriente al de «musulmán» para todas las formas de trabajo y
hemos determinado la duración de este proceso con ayuda de
nuestra hipérbola. Queda por determinar, si es posible, la
duración de la vida del «musulmán».
El «musulmán» debe ser considerado, en todos los aspectos,
como un hombre gravemente enfermo, que está destinado a
sucumbir rápidamente a la dura vida del campo por falta de
fuerzas de reserva y de defensa y por atrofia progresiva de
todos sus órganos. Si el «musulmán» era judío, su suerte
estaba echada, de todos modos, ya que era inútil para toda
clase de trabajo y reo del «tratamiento especial». Pero el
«musulmán» ario, incluso si tenía la suerte de que lo
admitieran como enfermo en el hospital, tomaba, más pronto o
más tarde, el camino del crematorio. Es, si se tiene en cuenta
que un déficit calórico de 200 calorías hace quemar 250 gr. de
músculos, como mejor se comprende que es inútil y que no
hace mucha falta calcular, con precisión, la duración de vida
del «musulmán» de Auschwitz. Sólo podía salvarse con un
tratamiento dietético muy prudente y con la lenta
readaptación a una alimentación normal, pues una sola comida
abundante representaba un tal esfuerzo para él, que moría. Así
murieron numerosos «musulmanes» tras la liberación de los
campos de concentración.
En las condiciones de vida del campo, la muerte llegaba al
«musulmán» en ausencia de cualquier síntoma anunciador de su
próximo fin, ya durante el sueño, ya en pleno día, a
consecuencia de un esfuerzo excesivo, como la marcha hasta el
lugar de trabajo.
La dirección del campo debía tener en cuenta estas muertes
imprevistas de los detenidos fuera del campo, pues el
diagnóstico de «musulmán» no constituía, en modo alguno, un
motivo para verse dispensado del trabajo. La muerte en el lugar
de trabajo debía ser contabilizada como una de las muertes
más frecuentes. Los formularios del depósito de cadáveres
ratifican esta afirmación; en ellos figura a menudo la «muerte
en el lugar de trabajo» como un acontecimiento corriente de la
vida de cada día. A causa de la escasez de papel, la otra cara
de estos formularios se utilizaba, a veces, como ficha de
admisión en el Instituto de Higiene (en donde trabajaba el Dr.
Münch) y así han podido conservarse varios de estos formularios.
Aunque la dirección del campo tomaba nota de esta muerte
imperceptible de los «musulmanes» como de algo natural, sin
intentar remediarlo con una dieta mejor, la producción en masa
de «musulmanes» no dejaba de plantearle ciertos problemas.
Éstos venían, no tanto de las dificultades técnicas ocasionadas
por la muerte en serie, como por las complicaciones o la
imposibilidad de luchar contra las epidemias.
Cuando el organismo sin resistencia del «musulmán» se veía
atacado por una de las muchas enfermedades infecciosas que
reinaban en el campo, su enfermedad, por la falta de
capacidad de reacción, no evolucionaba en forma típica, pues
este moribundo no podía estar más grave de lo que ya estaba.
Se convertía, así, en una fuente de infección imposible de
descubrir, haciendo inútiles las cuarentenas y las prescripciones
de desinfección de la dirección del campo. La lucha contra las
epidemias era considerada como una tarea de capital
importancia en Auschwitz, pues había que impedir, a toda costa,
que el tifus y la fiebre «saltasen las alambradas». Por
consiguiente, había que hacer algo contra los «musulmanes».
Sin embargo, no se recurría al camino normal, es decir, a la
prevención mediante una alimentación mejor, sino que se
luchaba contra la multiplicación de los «musulmanes» con
ayuda de una generosa aplicación del «tratamiento especial»,
como prophyiacticum magnum sterilicum auschwiciense.
Resulta difícil hacer ver y creer, al que nunca ha estado en
Auschwitz, este fenómeno de la existencia de las más graves
enfermedades infecciosas en ausencia de sus síntomas
corrientes, aunque esto formaba parte de la vida diaria del
campo. No obstante, he podido hallar, en los archivos del
Instituto de Higiene, la hoja de enfermedad de un «musulmán»,
víctima de una enfermedad infecciosa indefinida, que constituye
una prueba preciosa y un objeto de demostración. Al igual que
en el caso de los formularios de defunción, esta vez la otra cara
de un boletín de enfermedad sirvió también de ficha de
admisión (n.º de examen 29.071/1943; en la página siguiente,
una curva de temperaturas con las correspondientes
indicaciones).
La enferma fue admitida el 24-X-1943 en el hospital B la con el
diagnóstico de costumbre, traducción del apelativo profano de
«musulmán» por «debilidad general». Pero, según las reglas de
Auschwitz, el diagnóstico de «debilidad general» no justifica la
admisión de los «débiles» en el hospital, pues de ser así habría
sido necesario hospitalizar a todo el campo. Por consiguiente,
hay que buscar una enfermedad que justifique la admisión de
la enferma; si no está más grave que el «musulmán» corriente,
no hay motivo para admitirla. La única particularidad consiste
en «edemas». Está claro que los demás no constituyen un
motivo de admisión, pues no se dispone de medios que
permitan tratarlos.
El médico detenido de servicio no podía admitir un enfermo
por causa de «edema» más que si hacía constar que dicho
edema había sido provocado, no por el hambre, sino por una
enfermedad capaz de ser tratada en un hospital. En el caso a
que nos referimos, la admisión se hallaba justificada, sobre todo,
por el hecho de que durante los cuatro primeros días la
enferma no presentó las bajas temperaturas típicas del
«musulmán», sino temperaturas absolutamente normales. Pese
a lo cual la admisión no parecía estar justificada, ya que, en los
dieciocho días que duró el tratamiento, no se pudo encontrar
ninguna enfermedad que hubiera podido ser causa del edema o
de la debilidad. No hay que pensar que, en un caso semejante,
los médicos dudasen seriamente de la existencia de la
enfermedad, pues sabían muy bien que, para un «musulmán»,
las temperaturas normales representaban siempre un estado
febril. Al menos, el médico de servicio hubo de afirmarlo así
cuando, al quinto día, se observó una ligera fiebre. En
presencia de esta primera subida de temperatura, que se
repitió a los siete días, así como en presencia de las
temperaturas más elevadas del octavo y del undécimo día, lo
normal era que diagnosticase: «fiebre infecciosa». Si no se hizo
así ello se debe sin duda a motivos muy serios. Estos motivos
eran, sin duda, la necesidad de disimular la infección al médico
SS, porque toda la evolución sugiere la idea de una fiebre
petequial. En efecto, en mayo de 1943, cuando la enferma fue
admitida, la fiebre petequial reinaba en el campo de las
mujeres, de manera que se aplicaba el «tratamiento especial»
en gran escala; por consiguiente, existían serios motivos en
favor de un diagnóstico conscientemente falseado.
En este caso, el de Anha Lis, la curva de temperaturas es, en
todo, la típica de un «musulmán». Este caso permite estudiar,
con especial claridad, la «debilidad» inconcebible del organismo,
pues cada vez que un altibajo febril insignificante había
acabado con todas sus fuerzas defensivas, la curva de
temperaturas descendía muy por debajo de la línea normal.
Esto quiere decir que, tras semejantes esfuerzos, el organismo,
con todo y hallarse en estado febril, no lograba alcanzar la
temperatura normal. Las bajas temperaturas de los tres últimos
días se explican por la debilidad cardíaca y de la circulación
que trató de remediarse, al cabo de quince días, por una
inyección de Cardiazol. La administración de Escopolamina a
los diecisiete días demuestra que, para aquellas fechas, el
doctor había perdido por completo la esperanza de curación de
la enferma. A partir del décimo día aparecen las inflexiones
frecuentes, típicas del final del «musulmán».

LA ESPERANZA DE VIDA EN EL CASO DE UNA ALIMENTACIÓN


SUPLEMENTARIA

En las páginas anteriores hemos demostrado que, dada la


ración auschwitziana de 1.500 calorías, el detenido corriente
estaba destinado a una rápida perdición. Vamos, ahora, a tratar
de establecer bajo qué condiciones y con ayuda de qué
cantidades suplementarias de alimentos podía sobrevivir un
detenido en Auschwitz.
La contestación de principió, a esta pregunta, es muy sencilla.
El déficit calórico (DC) había de ser subsanado. En Auschwitz,
esta condición no se satisfacía probablemente nunca, de modo
que hasta el detenido más afortunado era incapaz de
sobrevivir, a menos que, tras una serie de días fastos y días
nefastos, de DC variable, pudiera recobrar la libertad. No podía
conseguirlo como no fuera evitando el estado de «musulmán»,
tal como ya hemos demostrado. En consecuencia, la manera
correcta de plantear el problema de la supervivencia, en
Auschwitz, es la siguiente: para sobrevivir, el detenido tenía que
disponer, siempre, a través de las vicisitudes de la vida del
campo, de una alimentación suplementaria suficiente para no
consumir nunca por completo su reserva de grasa.
Esto no era posible más que a condición de: 1° tener suerte y
2° aplicar rigurosamente la única táctica eficaz para la lucha
contra el DC. Esta táctica consistía en evitar todo trabajo físico
y en mantener estrechas relaciones con las cocinas y los
kommandos de aprovisionamiento, porque eran poquísimos los
que podían cubrir su DC gracias a los paquetes que de éstos
recibían. Se entiende que estas condiciones eran perfectamente
conocidas por todos los detenidos y que llevaban con lógica
implacable a la corrupción endémica que allí reinaba, bajo el
nombre de «organización». Era absolutamente imposible impedir
esta corrupción, porque no se fundaba en necesidades de lujo;
estaba regida por el principio: «ser o no ser», válido para todos
los interesados.
Al intentar determinar, en forma retrospectiva, las cantidades
de alimentación suplementaria necesarias para la
supervivencia, uno puede establecer, no sólo las condiciones
que ésta requería, sino, incluso, aclarar cuantitativamente la
cuestión de la «alimentación desaparecida». Para la buena
comprensión de estos problemas es necesario estudiar las leyes
a las que obedecen estos fenómenos naturales con ayuda del
análisis matemático.
La relación que hemos establecido entre la velocidad de la
depauperación y la. magnitud del DC se expresa mediante la
identidad: esperanza de vida = función de DC. Llamando y al
DC y x a la esperanza de vida, tenemos: y = f (x). La curva
resultante presenta las siguientes características:
1) Si DC (y) = O, el detenido no morirá, porque x = Infinito.
2) Si la esperanza de vida (x) = O, DCse hace infinito, llevando a
la muerte instantánea por inanición.
Esto determina el tipo de nuestra curva, pues las dos
condiciones 1) y 2) no pueden ser satisfechas más que por una
hipérbola. La fórmula es, pues:

y= a I x

Ya conocemos el significado de las dos variables. Para poder


trazar la hipérbola, queda por determinar el valor de a;
entonces conoceremos la duración de vida para cualquier valor
de DC.
a es una constante. Depende de los factores que influyen junto
con DC, sobre la duración de vida. Estos factores son dos: 1.º el
valor calórico de la grasa y 2.° la disminución de rendimiento del
detenido hambriento. El valor calórico de la grasa es conocido,
y ya hemos establecido la disminución del rendimiento con
anterioridad. Estos factores son, por completo, independientes
entre sí y de las condiciones particulares de Auschwitz, de
manera que no hemos de ocuparnos de a. Bus camos x. Por
consiguiente, sólo es preciso estudiar las variaciones de y =
DC, y sus consecuencias.
El déficit calórico
1° Primera definición
La conservación de la existencia, fuera de toda actividad y, por
lo tanto, de una vida de reposo absoluto, exige un consumo
diario de 1.500 calorías. En posición vertical (de pie), se
necesitan 300 calorías suplementarias. El individuo que efectúa
un trabajo físico necesita una energía suplementaria. La
necesidad de energía (NE) total corresponde, pues, a la siguiente
ecuación: NE = consumo de base 1.500 cal. más 300 cal. más
trabajo (?).
DC es el déficit soportado por el cuerpo cuando NE no está
completamente cubierta por la alimentación. De ahí, la
ecuación:
(1) DC — NE — alimentación (alimentación < NE)
(2) 2.º La relación entre DC y el rendimiento del trabajo.
La ecuación (1) da:
DC = consumo de base + 300 cal. + trabajo — alimentación (cal.).
En Auschwitz, la ración era de 1.500 cal.; de ahí resulta:
DC = 1.500 + 300 + trabajo — 1.500
(2) DC = 300 cal. + trabajo (cal.)

En otras palabras: en las condiciones de Auschwitz, el DC


estaba representado por el trabajo realizado, más 300 calorías.
Por consiguiente, podemos sustituir la noción de DC por la de
trabajo, pues podemos considerar la relación general DC = 300
cal. + trabajo como una «función» y calcular, para cada valor
de DC, la cantidad de trabajo correspondiente. Así, por
ejemplo, para un DC de 1.500, la cantidad de trabajo — 1.200
cal. Para 1.400 = 1.100 cal. A la ecuación (2) corresponde la
curva siguiente:

y= DC x = trabajo y= f (x)

Así, pues, para un DC de 300, el trabajo es O.


Introduciendo este valor en (1), tenemos:

300 = NE — 1.500
NE (energía necesaria) — 1.800 cal. (¡con un DC de 300 cal.!).
También podemos representar DC como función de NE (resulta,
nuevamente, una recta que pasa por O con una inclinación de
45 grados), lo cual nos permite prescindir, en el estudio de los
efectos de la inanición, de la noción de DC, desconocida en la
vida corriente, y calcular, según los casos, en trabajo o en NE.
Esto hará más accesibles los desarrollos siguientes.

3° El orden de magnitud del DC.


Límite superior. Corresponde, naturalmente, al estado de
hambre absoluta, sin alimento alguno. En este estado resulta
imposible efectuar cualquier trabajo físico durante un tiempo
apreciable. En pocos días, el cuerpo se halla tan debilitado que
busca, instintivamente, una existencia de reposo absoluto. Por
otra parte, el fenómeno del decrecimiento del rendimiento en
presencia de un DC de 1.500 cal. deja ver que, en este caso,
también se persigue una reducción del límite superior.
Límite inferior. DC = O significa «sobrevivir», sin hambre. DC
— 100 cal. lleva a la muerte por inanición en 4 años. DC = 200
cal. lleva a la muerte en 2 años. Pero estas cifras no tienen
más que un significado teórico general, pues, en los casos
concretos, de los que hemos de ocuparnos aquí, es imposible
establecer raciones correspondientes a un DC de 100 o de 200
cal, ya que a 100 calorías corresponden 50 gramos de pan.
Cuando existen posibilidades de una alimentación
suplementaria, podrán alcanzarse 200 cal. = 100 gr. de pan. En
estas condiciones, adoptaremos un DC de 300 cal. = 150 gr. de
pan como la unidad posible en la práctica. Un DC de 300 cal.
lleva en 1617 meses a la fase de «musulmán».
Así, hemos hecho tres observaciones importantes, por lo que
se refiere al orden de magnitud del DC:
1.° El DC máximo soportable es de 1.500 cal. Esta magnitud
sólo puede soportarse muy poco tiempo.
2.° El DC más elevado que tenga consecuencias de orden
práctico es de : 300 cal.
3.º Este DC mínimo constituye 1/5 del DC máximo. Sus
efectos son catastróficos, ya que produce la muerte por
inanición en 16-17 meses.
Las consideraciones precedentres nos permiten conocer,
en forma precisa, la esperanza de vida en Auschwitz en
el caso de una alimentación suplementaria, con ayuda de
la curva siguiente.
Aumentando la ración de base de 1.500 calorías mediante
un suplemento de 300 cal. = 150 gr. de pan, se obtiene
una curva «desplazada hacia arriba» en relación a la
primera (en punteado). Como se ve, esta elevación no
tiene efectos prácticos más que en la zona del trabajo
ligero. La curva punteada deja ver que, en el caso de
trabajo duro, la vida no se prolonga más que un mes,
mientras que se ganan 7,5 meses en el caso de trabajo
ligero. En el caso de trabajo intelectual, el DC llega,
incluso, a desaparecer, de modo que el trabajador
intelectual puede sobrevivir gracias a un suplemento
cotidiano de 150 gr. de pan.
La prolongación de la existencia de los detenidos, que se
consigue gracias a un suplemento de alimentación, puede
resumirse en el siguiente cuadro.
Hemos obtenido así una primera noción de la cantidad de
calorías suplementarias necesaria para la supervivencia.
Para sobrevivir, bastan 600 calorías en el caso de trabajo
ligero, 1.000 para el mediano y sólo 300 en el caso de
trabajo intelectual.
Para conocer esta cantidad, en cada caso particular, basta
con emplear los normogramas construidos a continuación.
«Elevando» o «bajando» la curva, puede conocerse, por
simple lectura, la esperanza de vida para cualquier
alimentación y cualquier forma de trabajo.
Las consideraciones precedentes, realizadas por vía
deductiva teórica, son aplicables a las condiciones
particulares de Auschwitz como sigue:

SUPLEMENTO - TRABAJO DURO - ID. MEDIANO- ID.


LIGERO
300 calorías 1 mes 2,2 meses
6 meses
600 calorías 3,5 meses 8 meses
¡supervivencia!
1.000 calorías 16 meses supervivencia!
¡supervivencia!

Para poder sobrevivir, el deportado había de sobrevivir a


una o dos «generaciones» de deportados llegados al
campo. Tenía entonces mayores posibilidades de ser
destinado, en calidad de «antiguo detenido», a un buen
kommando, en el que existiesen posibilidades, más o
menos oficiales, de «organización». Para poder salvar este
primer período, cuya duración podemos fijar,
aproximadamente, en un año, se requerían las
condiciones siguientes:

1° Trabajo ligero o trabajo intelectual.


2° 300-600 calorías diarias de alimentación suplementaria.

El detenido podía obtener la alimentación suplementaria, ya


sea recibiendo paquetes, ya sea procurando conseguir una
ración o media ración suplementaria de rancho. El valor calórico
de la ración de rancho era de 600 cal. Con mucha suerte, podía
conseguir un suplemento de pan; 300 gr. de pan equivalían a
600 calorías.
Si recibía paquetes, éstos debían tener (supuesto que se
recibieran dos al mes) la composición mínima siguiente:

3.0 gr. de pan 6.000 calorías


350 gr. de grasa 2.770 calorías
8.770:14 = 625 calorías

600 calorías permitían subsistir durante 16 meses, incluso en el


caso del trabajo mediano. Si el detenido conseguía el traslado
a un buen kommando antes de expirar el plazo, podía
sobrevivir con ayuda del suplemento citado.
Un razonamiento análogo se aplica al detenido que dispusiera
de 300 calorías suplementarias, en el caso de trabajo ligero. Si
conseguía ser destinado, al final del primer año,.a un empleo
que no requiriese trabajo físico, podía sobrevivir.
En la práctica, no había ninguna esperanza para el trabajador
pesado. Dado que su NE era de 3.000 cal., había de disponer de
una alimentación mínima de 2.700 cal. para poder vivir 16
meses. Esto corresponde a una alimentación de 1.200 cal., doble,
por consiguiente, de la ración cotidiana, o bien, a un paquete
quincenal de 6 kg. de pan y 700 gr. de grasa.
Las posibilidades de semejante alimentación suplementaria
eran tan ínfimas que, en la práctica, el «individuo de trabajo
duro» estaba inevitablemente condenado a muerte.
Queda por ver cuáles eran las categorías de detenidos
predestinados a sobrevivir.
Claro está que hay que citar, en primer lugar, a los detenidos
que trabajaban en las cocinas y en los kommandos de
aprovisionamiento. Siguen luego los detenidos destinados a los
trabajos de oficina (personas del campo y oficinas SS); consti-
tuían el contingente principal de los trabajadores intelectuales.
Hay que entender por trabajo ligero todo aquel que se
realizaba en posición de sentado, como el de los sastres, los
que pelaban patatas y los obreros que trabajaban sentados en
las fábricas de armamentos.
La categoría de los trabajadores medios comprende, sobre todo,
a los detenidos ocupados en las máquinas semiautomáticas de
las fábricas de armamentos, así como los destinados a ciertos
trabajos de artesanía (electricistas, zapateros, etc.).
Todos los demás detenidos aptos para el trabajo han de
considerarse como trabajadores de fuerza.
EL PORCENTAJE DE SUBALIMENTADOS

El número de detenidos que podían alimentarse normalmente


dependía de la envergadura del mecanismo de corrupción, ya
que tan sólo la alimentación suplementaria permitía cubrir el
DC, Para tener una idea del número de subalimenta dos, hay
que establecer, pues, la cantidad de alimentación fraudulenta.
Ya hemos citado una cifra para el rancho de los detenidos. En
lugar de las 700 calorías reglamentarias, el rancho no contenía
más que 600. Hay que averiguar cuántos detenidos podían vivir
de esta diferencia.
El cálculo es sencillo: en 1.000 raciones de sopa
desaparecían 1.000 x x 100 = 100.000 cal. El trabajador ligero
necesitaba un suplemento de 600 cal. Suponiendo que sólo
sabían «organizarse» los trabajadores ligeros, es decir, los
«veteranos», podían vivir 100.000 / 600 = 116.
Se desprende de ello la consecuencia asombrosa de que la
ración normal de 1.500 calorías que tomamos como base de
nuestros cálculos bastaba para permitir sobrevivir a 116
detenidos de cada 1.000, pues está claro que, al establecer
esta base, habíamos tenido en cuenta que se sustraían las 100
cal. mencionadas.
Suponiendo, además, que se sustrajeran las siguientes
cantidades de las raciones de la noche: salchichón, queso,
confitura, — 10 % — 5 gr. pan, 5 % = 17,5 gr., azúcar 20 % = 2 gr.,
margarina cero % (la margarina desaparecía ya del rancho), se
obtienen aún 47,5 cal. por cabeza. En el caso de nuestro cálculo
para 1.000 detenidos, ello da 47.500 cal., que permitían
sobrevivir a 47.500 / 600 = 79 trabajadores ligeros.
De ahí se deduce una relación entre detenidos
subalimentados y detenidos normalmente alimentados igual a
1.000 / 245
es decir, el 75,5 % de los detenidos estaban subalimentados.
El porcentaje de 24,5 % de detenidos normalmente alimentados
corresponde, con toda probabilidad, al número de trabajadores
ligeros y, por ello, al de los «veteranos». En otras palabras: un
25 %, aproximadamente, podía sobrevivir gracias a la corrupción;
todos los demás habían de morir de hambre, admitiendo que
se «organizasen», tal como hemos supuesto. En un campo en
que la proporción de detenidos normalmente alimentados, es
decir, de «veteranos», era mayor, había que «organizar» más y
los demás detenidos morían más rápidamente, a menos que
existiese una fuente de aprovisionamiento suplementario en
forma de paquetes enviados a los detenidos.
No puedo estimar la cantidad y la calidad de los paquetes, de
manera que me veo obligado a hacer abstracción de este
factor, al calcular el número de subalimentados. Pero, dado
que los judíos no recibían envíos y que existían pequeños
campos habitados exclusivamente por judíos, podría
comprobarse la corrección de mis cálculos en estos casos.

ESTADÍSTICA

Resumen: Los cálculos de la primera parte están confirmados


íntegramente por los datos estadísticos. En el transcurso de los
15 meses siguientes a su llegada al campo, el detenido
corriente pasaba a ser un «musulmán». La esperanza media de
vida era de 6 meses. En 1944, la alimentación mejoró en 250
calorías con respecto a 1943. La esperanza de vida quedó
prolongada en 2 meses.
En la primera parte del presente estudio hemos examinado la
esperanza de vida de los detenidos de Auschwitz, en las
condiciones de vida y de alimentación del campo, basándonos
en las leyes fisiológicas generales. La curva de esperanza de
vida que hemos establecido debe parecer en extremo teórica
y, por consiguiente, poco convincente para el profano. Éste
puede dudar de las consecuencias deducidas de dicha curva.
No obstante, los resultados son ciertos, pues la única premisa
de mis cálculos, que no ha sido determinada
experimentalmente en su totalidad, fes la velocidad y la
magnitud de la disminución del rendimiento debido al hambre.
Hemos postulado que el rendimiento disminuye
proporcionalmente a la pérdida de grasa, basándonos en que
un hombre que ha perdido toda su grasa, es decir, un
«musulmán», no puede ya realizar trabajo físico alguno.
Es evidente que, por razones humanitarias, la verificación
experimental de los resultados obtenidos en la primera parte
no puede llevarse a cabo. Pero hay otro medio de control. Se
trata de una demostración estadística con ayuda de las listas
de defunción, boletines de enfermedad y otros documentos de
Auschwitz. Por mi parte, no disponía más que de los archivos
del Instituto de Higiene. Desde nuestro punto de vista, su
utilización parecía servir de poca cosa, ya que, por lo regular,
los médicos del campo no tenían motivo alguno para
transmitir a un laboratorio los materiales que permitiesen
establecer el diagnóstico de «musulmán». No obstante, el
estudio minucioso de los 156.000 exámenes efectuados por el
Instituto de Higiene en 1943-44 permitió descubrir casi 70
formularios de admisión de los cuales se desprende
claramente que el detenido examinado se hallaba, el día de su
admisión, en la fase de «musulmán». Además, gracias a los
generosos esfuerzos de la oficina del Sr. Juez de instrucción,
ha sido posible conocer las fechas exactas de llegada al
campo de estos detenidos, de forma que hemos podido
establecer la duración precisa de vida en un número suficiente
de casos particulares como para poder verificar lo acertado de
las conclusiones de la primera parte.
Empecemos diciendo que esta investigación confirma, en todo,
los resultados de la primera parte. Además, permite ciertas
conclusiones con respecto a la importancia de una mejora de
la alimentación en 1944 con respecto a 1943.
En detalle, los resultados son los siguientes:
La esperanza media de vida es de 5,8 meses.
Sobre los 69 casos, sólo tres se hallaban en el campo desde
hacía más de 1 año y 1/4.
En cuatro casos, los detenidos llevaban menos de dos meses
en Auschwitz.
En los 62 casos restantes, los detenidos habían vivido de tres
a quince meses antes de que se diagnosticase el estado de
«musulmán».
Estas cifras confirman, por sí solas, el resultado más
importante de la primera parte, a saber: que, de todas formas,
el detenido corriente había de pasar a la fase de «musulmán»
en 16 meses, y moría mucho antes (36 meses), caso de realizar
trabajo duro o mediano. La esperanza media de 5,8 meses
concuerda totalmente con estas cifras, ya que más de la mitad
de los detenidos se destinaba a trabajos duros y medianos. Un
detenido no podía doblar el cabo del primer año más que con
ayuda de una alimentación suplementaria. Pero no podía
seguir viviendo de ese modo más que en el caso de no perder
su suplemento por un golpe de suerte adverso. Las
estadísticas muestran que esto pasaba pocas veces, puesto
que sólo hay tres detenidos que sean diagnosticados
«musulmanes» en un plazo superior a un año.
Por lo que se refiere a los cuatro casos, cuya permanencia en
el campo era inferior a dos meses, hay que suponer que se
trataba de detenidos que habían llegado al campo en mal
estado general, lo cual era el caso, muchas veces, de los
detenidos trasladados desde una cárcel.
Prescindiendo del caso de los detenidos situados fuera de los
límites «más de dos meses — menos de un año de
permanencia en el campo», se llega al siguiente esquema:

Pasaron al estado de «musulmanes»:


Por trabajo duro — 28 detenidos
Por trabajo mediano = 14 detenidos
Por trabajo ligero = 25 detenidos
o, en porcentajes,
trabajo duro = 42 %
trabajo mediano = 14 %
trabajo ligero — 38 %

¿Mejoró la alimentación en 1944 con respecto a 1943?


Por trimestres, la duración media de la esperanza de vida era:

1943
Julio-Septiembre 4,2 meses
Octubre-Diciembre 4,5 meses
media anual 4,35 meses

1944
Enero-Marzo 5,9 meses
Abril-Junio 6,3 meses
Julio-Septiembre 6,0 meses
Octubre-Diciembre 8,0 meses
media anual 6,5 meses

De esta diferencia de más de dos meses (la media general es


de 5,8) hay que deducir que, en 1944, la alimentación mejoró
efectivamente, aun cuando el efecto de dicha mejora fuera
muy limitado, ya que no tiene gran significado para las
estadísticas de mortalidad del campo el que el detenido se
convierta en «musulmán» en 4,3 meses o en 6,5 meses.
Podemos hacernos una idea de la importancia de la mejora
con ayuda del normograma de alimentación suplementaria (v.
esquema). Esto se consigue así:
Hay que ver, en primer lugar, cómo se distribuye la diferencia
entre las tres categorías de trabajadores, es decir, hay que
establecer, para ambos años, el porcentaje de «musulmanes»
producidos por el trabajo duro, medio y ligero,
respectivamente:

Trabajo 1943 1944


número % numero %
Duro 9 41 19 42
Mediano 5 21 9 20
Ligero 8 36 17 38

De aquí se deduce que la distribución de los «musulmanes»


entre las tres categorías no varió. Era de esperar, ya que los
detenidos se repartieron de la misma manera en ambos años.
En la estadística de la esperanza de vida, la prolongación de
dos meses se distribuye, pues, entre las tres categorías en la
proporción 40 : 20 : 40.
El normograma indica que la vida se prolonga dos meses con
400 cal. en el caso del trabajo duro, con 200 cal. en el caso del
trabajo mediano y con 100 para el ligero. El suplemento medio
habrá sido, pues,

40 x 400 cal. = 16.000 cal.


20 x 200 cal. = 4.000 cal.
40 x 100 cal. = 4.000 cal.
24.000 cal.: 100 = 240 calorías.

Pero este resultado de 240 calorías = 120 gramos de pan no


puede aún considerarse demostrado, ya que la estadística se
refiere a un número demasiado reducido de casos. Además, el
procedimiento matemático necesario para la obtención de
resultados precisos no es tan sencillo como el que hemos
utilizado. Pero, como primera aproximación, podemos estar
seguros de que el resultado de 240 cal. constituye el límite
superior de la magnitud del suplemento.
La circunstancia siguiente habla también en favor de una
mejora de la alimentación en 1944; todas las esperanzas de
vida muy bajas corresponden al período 1943 — principios de
1944. Después de junio de 1944 no se observa más que un
caso de una esperanza de vida inferior a 3 meses (2,8 meses).
Con anterioridad, se observan duraciones inferiores a 3 meses
en 9 casos sobre 45; sin embargo, 4 de esos casos son
inferiores a 2 meses; por consiguiente, se trata, con toda
probabilidad, de detenidos que habían empezado a debilitarse
en las cárceles, antes de su traslado a Auschwitz.
Dr. Hans Münch.
3 de noviembre de 1947.

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