Boletin 687

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Coetzee: Acercamiento a Desgracia 3

Estatuas sepultadas, deAntonio Benítez Rojo 6


"Círculos violeta", de Magda Portal 13
El ARN está de moda… desde hace 3 800 millones de años 16
La interminable historia de las palabras 22
A la pandemia se suma otro problema… la generación de desperdicios 24
Virus marinos: los diminutos asesinos de microbios que orquestan la vida en el océano 29
Esteganografía y cibercrimen: ¿hay motivos para la alarma? 35
La lluvia, de Arturo Uslar Pietri 39
"Campanarios de azúcar", de Janina Degutytė 47
Todos los números enteros positivos son iguales 49
Los jóvenes africanos empiezan a desistir de la piratería: “Ya no quieren ver cine de baja 52
calidad”
Clara Obligado: “Nunca como en esta época hemos tomado conciencia del valor del 56
lenguaje”
La cámara de niebla 67
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Posible modelo teórico del primer superconductor a temperatura ambiente bajo presiones 70
enormes
¿Serán las plataformas digitales las nuevas fábricas del siglo XXI? 91
Reseña: «Una selva de sinapsis» de Ignacio Crespo 96
La identificación de mutantes de tomate: Una analogía a mi pastel favorito 103
la inteligencia artificial es y debe ser un complemento para el ser humano, no un sustituto 106
Recuerda que eres mortal 113
La América Latina de Milan Kundera 117
La novela gráfica sobre Roberto Arlt y su tiempo 122
¿La arquitectura es un arte? 127
"Soneto al ojo del culo", de Paul Verlaine 133
Aprende a escribir con… Soledad Puértolas 135
Haruki Murakami: Kafka en la orilla 138
¿Es imprescindible comer la fruta con piel para ingerir suficiente cantidad de fibra? 141
Quién sabe", de Gerardo Diego 144
Veinte aniversario del genoma humano 147

Boletín Científico y Cultural de la Infoteca No. 687 marzo 2021


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Coetzee: Acercamiento a Desgracia

Foto: Internet.

EUGENIA FLORES SORIA

AL SUR DE LA BELLEZA

Durante diez años me negué a leer Desgracia, aclamada obra del nobel sudafricano J. M. Coetzee. En
una muestra internacional vi la película homónima protagonizada por John Malkovich y dirigida por
Steve Jacobs. Salí aterrada. Casi toda la semana evité quedarme sola en la casa y no podía quitarme
cierta energía perturbadora que había adquirido en la función. En esos días no supe ponerle nombre a
aquella sensación tan invasiva. Después me topé con la novela en algunas ferias del libro.
Decididamente, la ignoré hasta que le di otra oportunidad. Comprendí cuál era el terror de la historia.
Coetzee, en su genialidad, presenta un personaje tan fracturado, con tanto desenfado por la vida, que a
veces sus fisuras hacían de espejo. Destellos incómodos, tenebrosos, tristes, que nos devuelven algo de
nosotros, lo que odiamos: La parte incomprensible de ser humano que cubrimos siempre con un
antifaz. De hecho, nos llamamos así, persona, que en latín significa “máscara”.

En la primera página aparece David Lurie, un profesor universitario que imparte insípidas clases de
literatura. Apenas sobrepasa los cincuenta años. Dos veces divorciado, no disfruta mucho su trabajo y
“resuelve el problema del sexo” con Soraya, una prostituta. Su vida cambia cuando se involucra con
una estudiante muy joven, Melanie. La relación es extraña. Él la asecha, ella no lo rechaza por
completo, pero se nota que no sabe cómo alejarse de él. Un día, el maestro pretende acostarse con la
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estudiante. “…No se le resiste. Lo único que hace es rehuirlo: aparta los labios, aparta los ojos”, escribe
Coetzee. Más adelante, David reflexiona: “No es una violación, no del todo”. Melanie denuncia al
profesor por abuso sexual. Se hace un escándalo mediático del que David escapa.

Este primer planteamiento parece algo convencional: el profesor con la alumna. Pero las circunstancias
lo hacen más complejo. A Lurie le ordenan en la universidad que pida perdón públicamente, él no lo
hace porque “no está arrepentido”. De pronto surgen preguntas en el lector: ¿Quién es este hombre?
¿Fue o no una violación? ¿Exageró Melanie? Mi respuesta es que sí fue una violación y que no, la joven
no exageró. La primera vez que leí la obra no pensé de esa manera, ahora pongo atención en el
lenguaje. Es terrible y lúcido. Sin caer en la caricatura o el trillado discurso del sinvergüenza (del que
muchos novelistas actuales han abusado), Coetzee lanza estas frases escabrosas, llanas, que son
demoledoras. Me recuerda un poco al estilo de Albert Camus. Cuando da sus argumentos, David
expone:

“Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público. La lascivia es
algo respetable; la lascivia y el sentimiento. Lo que ellos querían era un espectáculo público:
remordimiento, golpes de pecho, llanto y crujir de dientes a ser posible. Un espectáculo televisivo, la
verdad. Y yo a eso no me presto”.

Pese a que la novela fue publicada en 1999, sorprende el análisis visionario de su autor. Coetzee nos
advierte de la banalidad, de la civilización del espectáculo y convierte a su personaje en una crítica de
ello. Cuando el profesor abandona Ciudad del Cabo, se refugia en la granja de su hija Lucy. Aquí se
plantea otro símbolo importante. El contexto histórico de la novela retrata el conflicto racial que dejó
el apartheid, donde los blancos tenían derechos y privilegios que les negaban a los negros. Vivían en
sitios separados en un ambiente de discriminación. En el libro, la casa de Lucy está en medio de la
nada. A veces le ayuda su vecino Petrus, quien trabaja de perrero. Ella colabora con una asociación de
animales y rescata perros en condición de calle.

Un día se acercan a la granja tres extraños, “dos hombres y un chico”. Atacan a David incendiándole la
cabeza y violan a Lucy. En la primera parte, el profesor representa la figura del poder: hombre
maduro, blanco, con estatus, somete a mujer joven, inexperta, sola. Ahora los invasores: hombres
jóvenes, negros, segregados someten a la mujer blanca. Esta inversión de papeles se agrava porque
Lucy queda embarazada de los agresores. Su actitud también es pasiva: no denuncia, no huye, no
aborta, no contraataca. Decide casarse con Petrus (que resulta ser pariente de los violadores) como un
trato en el que ella es parte de las “ganancias”. El padre intenta impedirlo, pero Lucy no cede.

Entre la carga de símbolos de la novela están los perros: lo animal, la esencia de la naturaleza, la
ausencia de moralidad o conciencia. A la par, durante todo el libro, resuenan los versos de Lord Byron,
el poeta favorito del maestro. Los nombres son importantes. Un amigo traductor me explicó que la
palabra disgrace no significa lo mismo que en español. En nuestro idioma es un sinónimo de “tragedia”,
mientras que en inglés es algo así como “haber perdido el respeto”, como alguien indigno. Por lo tanto,
la traducción del título de la obra está incorrecta. “David” es un nombre hebreo que quiere decir “el
amado” o “el querido”. Laurie es uno de los apellidos judíos más tradicionales. Lucy viene de lux, en
latín “luz”. Así, en la historia David, “el querido”, resulta ser un hombre repudiado y Lucy, “la luz”,
habita en la peor oscuridad. Este juego de contrastes se suma a los múltiples telones de fondo que
Coetzee teje con maestría.

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La fractura de personajes que rondan en lo último de sí mismos aparece en otras novelas del escritor,
como en Hombre lento. El protagonista es Paul Rayment, un fotógrafo que luego de un accidente
termina lisiado. Se niega a usar una prótesis o a seguir los tratamientos convencionales de
“recuperación”. Prefiere ser un tullido a convertirse en un hombre a medias, a tener un cuerpo falso y
de plástico. Sabe que es viejo, que fue amputado, y aun así se enamora. David rechaza “la oportunidad”
de pedir una disculpa pública a Melanie, porque no está arrepentido (aunque sepa que es su única
salvación para no destruir por completo su carrera). Lucy abraza su destino fatídico sin aceptar las
opciones que su padre le da para salir de la granja. En una carta, David le escribe: “Estás a un paso de
cometer un peligroso error. Deseas humillarte ante la historia, pero el camino que has tomado es un
camino erróneo. Te despojará de todo tu honor; no serás capaz de vivir contigo misma”. Es decir, caerá
en desgracia (en el sentido de la lengua inglesa).

Coetzee es un escritor que casi no da entrevistas. Un nobel que, como sus personajes, huye del reflector
y la farándula. Asegura que si un libro no es capaz de hablar por sí mismo, entonces fracasó. La
relectura de Desgracia pone otros dilemas sobre la mesa. A 20 años de su publicación posee una
frescura literaria impresionante. Es un retrato fuerte de las contradicciones humanas, de los absurdos
incomprensibles que nos llevan al precipicio. Escapa del equilibrio tradicional que criticó Oscar Wilde:
“Malos castigados, buenos recompensados, eso es la ficción”.

https://vanguardia.com.mx/articulo/coetzee-acercamiento-desgracia

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Estatuas sepultadas, deAntonio Benítez Rojo


(La Habana, 1931- Massachusetts, 2005)

Estatuas sepultadas
Tute de reyes
(La Habana: Ediciones Casa de las Américas, 1967)

Aquel verano —cómo olvidarlo— después de las lecciones de don Jorge y a petición de Honorata, íbamos
a cazar mariposas por los jardines de nuestra mansión, en lo alto del Vedado. Aurelio y yo la complacíamos
porque cojeaba del pie izquierdo y era la de menor edad (en marzo había cumplido los quince años); pero nos
hacíamos de rogar para verla hacer pucheros y retorcerse las trenzas; aunque en el fondo nos gustaba sortear
el cuerno de caza, junto al palomar desierto, vagar por entre las estatuas con las redes listas, siguiendo los
senderos del parque japonés, escalonados y llenos de imprevistos bajo la hierba salvaje que se extendía hasta
la casa.
La hierba constituía nuestro mayor peligro. Hacía años que asaltaba la verja del suroeste, la que daba al
río Almendares, el lado más húmedo y que la excitaba a proliferar; se había prendido a los terrenos a cargo de
tía Esther, y pese a todos sus esfuerzos y los de la pobre Honorata, ya batía los ventanales de la biblioteca y
las persianas francesas del salón de música. Como aquello afectaba la seguridad de la casa y era asunto de
mamá, irreducibles y sonoras discusiones remataban las comidas: y había veces que mamá, que se ponía muy
nerviosa cuando no estaba alcoholizada, se llevaba la mano a la cabeza en ademán de jaqueca y rompía a
llorar de repente, amenazando, entre sollozos, con desertar de la casa, con cederle al enemigo su parte del
condominio si tía Esther no arrancaba (siempre en un plazo brevísimo) la hierba que sepultaba los portales y
que muy bien podía ser un arma de los de afuera.
—Si rezaras menos y trabajaras más... —decía mamá, amontonando los platos.
—Y tú soltarás la botella... —ripostaba tía Esther.
Afortunadamente don Jorge nunca tomaba partido: se retiraba en silencio con su cara larga y gris,
doblando la servilleta, evitando inmiscuirse en la discordia familiar. Y no es que para nosotras don Jorge fuera
un extraño, a fin de cuentas era el padre de Aurelio (se había casado con la hermana intercalada entre mamá y
tía Esther, la hermana cuyo nombre ya nadie pronunciaba); pero, de una u otra forma, no era de nuestra sangre
y lo tratábamos de usted, sin llamarlo tío. Con Aurelio era distinto: cuando nadie nos veía lo cogíamos de las
manos, como si fuéramos novios; y justamente aquel verano debía de escoger entre nosotras dos, pues el
tiempo iba pasando y ya no éramos niños. Todas queríamos a Aurelio por su porte, por sus vivos ojos negros,
y sobre todo por aquel modo especial de sonreír. En la mesa las mayores porciones eran para él, y si el tufo de
mamá se percibía por encima del olor de la comida, uno podía apostar que cuando Aurelio alargara el plato
ella le serviría despacio, su mano izquierda aprisionando la de él contra los bordes descascarados. Tía Esther
tampoco perdía prenda, y con la misma aplicación con que rezaba el rosario buscaba la pierna de Aurelio por
debajo del mantel, y se quitaba el zapato. Así eran las comidas. Claro que él se dejaba querer, y si vivía con
don Jorge en los cuartos de la antigua servidumbre, separado de nosotras, era porque así lo estipulaba el
Código; tanto mamá como tía Esther le hubieran dado habitaciones en cualquiera de las plantas y él lo hubiera
agradecido, y nosotras encantadas de tenerlo tan cerca, de sentirlo más nuestro en las noches de tormenta, con
aquellos fulgores y la casa sitiada.
Al documento que delimitaba las funciones de cada cual y establecía los deberes y castigos, lo
llamábamos, simplemente, el Código; y había sido suscrito, en vida del abuelo, por sus tres hijas y esposos.
En él se recogían los mandatos patriarcales, y aunque había que adaptarlo a las nuevas circunstancias, era la
médula de nuestra resistencia y nos guiábamos por él. Seré somera en su detalle:
A don Jorge se le reconocía como usufructuario permanente y gratuito de inmueble y miembro de
Consejo de Familia. Debía ocuparse de avituallamiento, de la inteligencia militar, de administrar los recursos,
de impartir la educación y promover la cultura (había sido subsecretario de Educación en tiempos de Laredo
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Brú), de las reparaciones eléctricas y de albañilería, y de cultivar las tierras situadas junto al muro del
nordeste, que daba a la casona de los Enriquez, convertida en una politécnica desde finales del sesenta y tres.
A tía Esther le tocaba el cuidado de los jardines (incluyendo el parque), la atención de los animales de cría, la
agitación política, las reparaciones hidráulicas y de plomería, la organización de actos religiosos, y el lavado,
planchado y zurcido de la ropa.
Se le asignaba a mamá la limpieza de los pisos y muebles, la elaboración de planes defensivos, las
reparaciones de carpintería, la pintura de techos y paredes, el ejercicio de la medicina, así como la preparación
de alimentos y otras labores conexas, que era en lo que invertía más tiempo.
En cuanto a nosotros, los primos, ayudábamos en los quehaceres de la mañana y escuchábamos de tarde
las lecciones de don Jorge; el resto de la jornada lo dedicábamos al esparcimiento; por supuesto, al igual que a
los demás, se nos prohibía franquear los límites del legado. Otra cosa era la muerte.
La muerte moral, se entiende; la muerte exterior del otro lado de la verja. Oprobioso camino que había
seguido la mitad de la familia en los nueve años que ya duraba el asedio.
El caso es que aquel verano cazábamos mariposas. Venían del río volando sobre la hierba florida,
deteniéndose en los pétalos, en los hombros quietos de cualquier estatua. Decía Honorata que alegraban el
ambiente, que lo perfumaban—siempre tan imaginativa la pobre Honorota—; pero a mí me inquietaba que
vinieran de afuera y, como mamá, opinaba que eran un arma secreta que aún no comprendíamos, quizá por
eso gustaba de cazarlas. Aunque a veces me sorprendían y huía apartando la hierba, pensando que me
tomarían del cabello, de la falda —como en el grabado que colgaba en el cuarto de Aurelio—, y me llevarían
sobre la verja atravesando el río.
A las mariposas las cogíamos con redes de viejos mosquiteros y las metíamos en frascos de conservas
que nos suministraba mamá. Luego, al anochecer, nos congregábamos en la sala de estudio para el concurso
de belleza, que podía durar horas, pues cenábamos tarde. A la más bella la sacábamos del frasco, le
vaciábamos el vientre y la pegábamos en el álbum que nos había dado don Jorge; a las sobrantes, de acuerdo
con una sugerencia mía para prolongar el juego, les desprendíamos las alas y organizábamos carreras,
apostando pellizcos y caricias que no estuvieran sancionados. Finalmente las echábamos al inodoro, y
Honorata, trémula con los ojos húmedos, manipulaba la palanca que originaba el borboteo, los rumores
profundos que se las llevaban en remolino.
Después de la comida, después del alegato de tía Esther contra las razones de mamá —que se iba a la
cocina con el irrevocable propósito de abandonar la casa en cuanto fregara la loza—, nos reuniríamos en el
salón de música para escuchar el piano de tía Esther, sus himnos religiosos en la penumbra del único
candelabro. Don Jorge nos había enseñado algo en el violín, y aún se le mantenían las cuerdas; pero por la
desafinación del piano no era posible concertarlo y ya preferíamos no sacarlo del estuche. Otras veces, cuando
tía Esther se indisponía o mamá le reprochaba el atraso en la costura, leíamos en voz alta las sugerencias de
don Jorge, y como sentía una gran admiración por la cultura alemana, las horas se nos iban musitando
estanzas de Goethe, Hölderlin, Novalis, Heine.
Poco. Muy poco; sólo en las noches de lluvia en que se anegaba la casa y en alguna otra ocasión
especialísima, repasábamos la colección de mariposas, el misterio de sus alas llegándonos muy hondo, las alas
cargadas de signos de más allá de las lanzas, del muro enconado de botellas; y nosotros allí, bajo las velas y
en silencio, unidos en una sombra que disimulaba la humedad de la pared, las pestañas esquivas y las manos
sueltas, sabiendo que sentíamos lo mismo, que nos habíamos encontrado en lo profundo de un sueño, pastoso
y verde como el río desde la verja; y luego aquel techo abombado y cayéndose a pedazos, empolvándonos el
pelo, los más íntimos gestos. Y las coleccionábamos.
La satisfacción mayor era imaginarse que al final del verano Aurelio ya estaría conmigo. "Un párroco
disfrazado os casará tras la verja", decía don Jorge, circunspecto, cuando tía Esther y Honorata andaban por
otro lado. Yo no dejaba de pensar en ello; diría que hasta me confortaba en la interminable sesión de la
mañana: El deterioro de mamá iba en aumento (aparte de cocinar, y siempre se le hacía tarde, apenas podía
con la loza y los cubiertos) y era yo la que baldeaba el piso, la que sacudía los astrosos forros de los muebles,
los maltrechos asientos.

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Quizá sea una generalización peligrosa, pero de algún modo Aurelio nos sostenía a todas, su cariño nos
ayudaba a resistir. Claro que en mamá y tía Esther coincidían otros matices; pero cómo explicar sus devaneos
gastronómicos, los excepcionales cuidados en los catarros fugaces y rarírismos dolores de cabeza, los
esfuerzos prodigiosos por verlo fuerte, acicalado, contento... Hasta don Jorge, siempre tan discreto, a veces se
ponía como una gallina clueca. Y de Honorata ni hablar; tan optimista la pobre, tan fuera de la realidad, como
si no fuera coja. Y es que Aurelio era nuestra esperanza, nuestro dulce bocado de ilusión; y era él quien nos
hacía permanecer serenas dentro de aquellos hierros herrumbrosos, tan hostigados desde afuera.
—¡Qué mariposa más bella!— dijo Honorata en aquel crepúsculo, hace apenas un verano. Aurelio y yo
marchábamos delante, de regreso a la casa, él abriéndome el paso con el asta de la red. Nos volvimos: la cara
pecosa de Honorata saltaba por la hierba como si la halaran por las trenzas; más arriba, junto a la copa del
flamboyán que abría el sendero de estatuas, revoloteaba una mariposa dorada. Aurelio se detuvo. Con un
gesto amplio nos tendió en la hierba. Avanzó lentamente, la red en alto, el brazo izquierdo extendido a la
altura del hombro, deslizándose sobre la maleza, La mariposa descendía abriendo sus enormes alas,
desafiantes, hasta ponerse casi al alcance de Aurelio; pero planeando más allá del flamboyán, internándose en
la galería de estatuas. Él la siguió y pronto desaparecieron.
Cuando Aurelio regresó era de noche; ya habíamos elegido a la reina y la estábamos preparando para
darle la sorpresa. Pero vino serio y sudoroso diciendo que se le había escapado, que había estado a punto de
cogerla, encaramándose en la verja; y pese a nuestra insistencia no quiso quedarse a los juegos.
Yo me quedé preocupada. Me parecía estarlo viendo allá arriba, casi del otro lado, la red colgando sobre
el camino del río y él a un paso de saltar. Me acuerdo que le aseguré a Honorata que la mariposa era un
señuelo, que había que subir la guardia.
El otro día fue memorable. Desde el amanecer los de afuera estaban muy exaltados: Expulsaban
cañonazos y sus aviones grises dejaban rastros en el cielo; más abajo los helicópteros encrespaban el río y la
hierba. No había duda que celebraban algo, quizá una nueva victoria; y nosotros incomunicados. No es que
careciéramos de radios, pero ya hacía años que no pagábamos el fluido eléctrico y las pilas del Zenith de tía
Esther se habían vuelto pegajosas y olían al remedio chino que atesoraba mamá en lo último del botiquín.
Tampoco nos servía el teléfono no recibíamos periódicos, no abríamos las cartas que supuestos amigos y
familiares traidores nos enviaban desde afuera. Estábamos incomunicados. Es cierto que don Jorge traficaba
por la verja, de otra manera no hubiéramos subsistido, pero lo hacía de noche y no estaba permitido presenciar
la compraventa, incluso hacer preguntas sobre el tema. Aunque una vez que tenía fiebre alta y Honorata lo
cuidaba, dio a entender que la causa no estaba totalmente perdida, que organizaciones de fama se
preocupaban por los que aún resistían.
Al atardecer, después que concluyeron los aplausos patrióticos de los de la politécnica, los cantos
marciales por encima del muro de vidrios anaranjados y que enloquecían a mamá a pesar de los tapones y
compresas, descolgamos el cuerno de la panoplia—don Jorge había declarado asueto—y nos fuimos en busca
de mariposas. Caminábamos despacio, Aurelio con el ceño fruncido. Desde la mañana había estado
recogiendo coles junto al muro y escuchado de cerca el clamor de los cantos sin la debida protección, los
febriles e ininteligibles discurso del mediodía. Parecía afectado Aurelio: rechazó los resultados del sorteo
arrebatándole a Honorata el derecho de distribuir los cotos y llevar el cuerno de caza. Nos separamos en
silencio, sin las bromas de otras veces, pues siempre se habían respetado las reglas establecidas. Yo hacía rato
que vagaba a lo largo del sendero de la verja haciendo tiempo hasta el crepúsculo, el frasco lleno de alas
amarillas, cuando sentí que una cosa se me enredaba en el pelo. De momento pensé que era el tul de la red,
pero al alzar la mano izquierda mis dedos rozaron algo de más cuerpo, como un pedazo de seda, que se alejó
tras chocar con mi muñeca. Yo me volví de repente y la vi detenida en el aire, la mariposa dorada frente a mis
ojos, sus alas abriéndose y cerrándose frente a la altura de mi cuello y yo sola y de espaldas a la verja. Al
principio pude contener el pánico: empuñé el asta y descargué un golpe; pero ella lo esquivó ladeándose a la
derecha. Traté de tranquilizarme, de no pensar en el grabado de Aurelio, y despacio caminé hacia atrás. Poco
a poco alcé los brazos sin quitarle la vista, tomé puntería; pero la manga de tul se enganchó en un hierro y
volví a fallar el golpe. Esta vez la vara se me había caído en el follaje del sendero. El corazón me sofocaba. La

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mariposa dibujó un círculo y me atacó a la garganta. Apenas tuve tiempo de gritar y de arrojarme a la hierba.
Un escozor me llevó la mano al pecho y la retiré con sangre. Había caído sobre el aro de hojalata que sujetaba
la red y me había herido el seno. Esperé unos minutos y me volví boca arriba, jadeante. Había desaparecido.
La hierba se alzaba alrededor de mi cuerpo, me protegía, como a la Venus derribada de su pedestal que
Honorata había descubierto en lo profundo del parque; yo tendida, inmóvil como ella, mirando el crepúsculo
concienzudamente, y de pronto los ojos de Aurelio en el cielo y yo mirándolos quieta, viéndolos recorrer mi
cuerpo casi sepultado y detenerse en mi seno, y luego bajar por entre los tallos venciéndome en la lucha para
entornarse en el beso largo y doloroso que estremeció la hierba. Después el despertar inexplicable: Aurelio
sobre mi cuerpo, aún tapándome la boca a pesar de las mordidas; su frente, señalada por mis uñas.
Regresamos. Yo sin hablar, desilusionada.
Honorata lo había visto todo desde las ramas del flamboyán.
Antes de entrar al comedor acordamos guardar el secreto. No se si sería por las miradas de mamá y tía
Esther detrás del humo de la sopa o por los suspiros nocturnos de Honorata, revolviéndose en las sábanas;
pero amaneció y yo me di cuenta de que ya no quería tanto a Aurelio, que no lo necesitaba, ni a él ni a la cosa
asquerosa, y juré no hacerlo más hasta la noche de bodas.
La mañana se me hizo más larga que nunca y acabé extenuada.
En la mesa le pasé a Honorata mi porción de coles (nosotras siempre tan hambrientas) y a Aurelio lo miré
fríamente cuando comentaba con mamá que un gato de la politécnica le había mordido la mano, le había
arañado la cara y desaparecido tras el muro. Luego vino la clase de Lógica. Apenas atendí a don Jorge a pesar
de las palabras: ferio, festino, barroco, y otras más.
—Estoy muy cansada... Me duel la espalda —le dije a Honorata después de la lección, cuando propuso
cazar mariposas.
—Anda, no seas mala —insistía ella.
—No.
—¿No será que tienes miedo? —dijo Aurelio.
—No. No tengo miedo.
—¿Seguro?
—Seguro. Pero no voy a hacerlo más.
—¿Cazar mariposas?
—Cazar mariposas y lo otro. No voy a hacerlo más.
—Pues si no van los dos juntos le cuento todo a mamá —chilló Honorata sorpresivamente, con las
mejillas encendidas.
—Yo no tengo reparos —dijo Aurelio sonriendo, agarrándome del brazo. Y volviéndose a Honorata, sin
esperar mi respuesta, le dijo: “Trae las redes y los pomos. Te esperamos en el palomar”.
Yo me sentía confusa, ofendida; pero cuando vi alejarse a Honorata, cojeando que daba lástima, tuve una
revelación y lo comprendí todo de golpe. Dejé que Aurelio me rodeara la cintura y salimos de la casa.
Caminábamos en silencio, sumergidos en la hierba tibia, yo pensaba que a Aurelio también le tenía lástima,
que yo era la más fuerte de los tres, y quizá de toda la casa. Curioso, yo tan joven, sin cumplir los diecisiete, y
más fuerte que mamá con su alcoholismo progresivo, que tía Esther, colgada de su rosario. Y de pronto
también que Aurelio. Aurelio el más débil de todos; aún más débil que don Jorge, que Honorata; y ahora
sonreía de medio lado, groseramente, apretándome la cintura como si me hubiera vencido, sin darse cuenta, el
pobre, que sólo yo podía salvarlo, a él y a toda la casa.
—¿Nos quedamos aquí? —dijo deteniéndose—. Creo que es el mismo lugar de ayer—. Y me guiñaba los
ojos.
Yo asentí y me acosté en la hierba. Noté que me subía la falda, que me besaba los muslos; y yo como la
diosa, fría y quieta, dejándolo hacer para tranquilizar a Honorata, para que no fuera con el chisme que
levantaría la envidia, ellas tan insatisfechas y la guerra que llevábamos.
—Córranse un poco más a la derecha, no veo bien— gritó Honorata , cabalgando una rama. Aurelio no le
hizo caso y me desabotonó la blusa.

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Oscureció y regresamos, Honorata llevando las redes y yo los pomos vacíos. —¿Me quieres?— dijo él
mientras me quitaba del pelo una hoja seca.
—Sí, pero no quiero casarme. Quizá para el otro verano.
—Y... ¿Lo seguirás haciendo?
—Bueno— dije un poco asombrada—.
—Con tal que nadie se entere...
—En ese caso me da igual. Aunque la hierba se cuela por todos lados, le da a uno picazón.
Esa noche Aurelio anunció en la mesa que no se casaría aquel año, que posponía su decisión para el
próximo verano. Mamá y tía Esther suspiraron aliviadas; don Jorge apenas alzó la cabeza.
Pasaron dos semanas, él con la ilusión de que me poseía. Yo me acomodaba en la hierba con los brazos
detrás de la nuca, como la estatua, y me dejaba palpar sin que me doliera la afrenta. Con los días perfeccioné
un estilo rígido que avivaba sus deseos, que lo hacía depender de mí. Una tarde paseábamos por el lado del
río, mientras Honorata cazaba por entre las estatuas. Habían empezado las lluvias, y las flores, mojadas en el
mediodía, no se pegaban a la ropa. Hablábamos de cosas triviales: Aurelio me contaba que tía Esther lo había
visitado de noche, en camisón, y en eso vimos la mariposa. Volaba enfrente de un enjambre de colores
corrientes; al reconocernos hizo unos caracoleos y se posó en una lanza. Movía las alas sin despegarse del
hierro, haciéndose la cansada, y Aurelio, poniéndose tenso, me soltó el talle para treparse a la reja. Pero esta
vez la victoria fue mía: Me tendí sin decir palabra, la falda a la altura de las caderas, y la situación fue
controlada.

Esperábamos al hombre porque lo había dicho don Jorge después de la lección de Historia, que vendría a
la noche, a eso de las nueve. Nos había abastecido durante años y se hacía llamar el Mohicano. Como, según
don Jorge, era un experimentado y valeroso combatiente —cosa inexplicable, pues le habían tomado la casa—
lo aceptaríamos como huésped tras simular un debate. Ayudaría a tía Esther a exterminar la hierba, después
cultivaría los terrenos del suroeste, los que daban al río.
—Creo que ahí viene —dijo Honorata, pegando la cara a los hierros del portón. No había luna y
usábamos el candelabro.
Nos acercábamos a las cadenas que defendían el acceso, tía Esther rezando un apresurado rosario. El
follaje se apartó y Aurelio iluminó una mano. Luego apareció una cara arrugada, inexpresiva.
—¿Santo y seña? —demandó don Jorge.
—Gillette y Adams —repuso el hombre con voz ahogada.
—Es lo convenido. Puede entrar.
—Pero... ¿Cómo?
—Súbase por los hierros, el cerrojo está oxidado.
De repente un murmullo nos sorprendió a todos. No había duda de que al otro lado del portón el hombre
hablaba con alguien. Nos miramos alarmados y fue mamá la que rompió el fuego:
— ¿Con quién está hablando? — preguntó, saliendo de su sopor.
—Es que... no vengo solo.
—¿Acaso... lo han seguido? —dijo tía Esther, angustiada.
—No, no es eso.. Es que vine con... alguien.
—¡Pero en nombre de Dios...! ¿Quién?
—Una joven..., casi una niña.
—Soy su hija — interrumpió una voz excepcionalmente clara.
Deliberamos largamente: Mamá y yo nos opusimos; pero hubo tres votos a favor y una abstención de don
Jorge. Finalmente bajaron a nuestro lado.
Ella dijo que se llamaba Cecilia, y caminaba muy oronda por los senderos oscuros. Era de la edad de
Honorata, pero mucho más bonita y sin fallas anatómicas. Tenía los ojos azules y el pelo de un rubio dorado,
muy extraño; lo llevaba lacio, partido al medio; las puntas, vueltas hacia arriba, reflejaban la luz del

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candelabro. Cuando llegamos a la casa dijo que tenía mucho sueño, que se acostaba temprano, y agarrando
una vela entró muy decidida en el cuarto del abuelo, al final del corredor, encerrándose por dentro como si lo
conociera. El hombre— porque hoy sé que no era su padre— después de dar las buenas noches con mucha
fatiga y apretándose el pecho, se fue con don Jorge y Aurelio al pabellón de los criados, su tos oyéndose a
cada paso. Nunca supimos cómo se llamaba realmente: Ella se negó a revelar su nombre cuando al otro día
don Jorge, que siempre madrugaba, lo encontró junto a la cama, muerto y sin identificación.
Al Mohicano lo enterramos por la tarde cerca del pozo que daba la politécnica, bajo una mata de mango.
Don Jorge despidió el duelo llamándolo “nuestro Soldado Desconocido”, y ella sacó desde atrás de la espalda
un ramo de flores que le puso entre las manos. Después Aurelio comenzó a palear la tierra y yo lo ayudé la
cruz que había fabricado don Jorge. Y todos regresamos con excepción de tía Esther, que se quedó rezando.
Por el camino noté que ella andaba de un modo raro: me recordaba a las bailarinas de ballet que había
visto de niña en las funciones de Pro Arte. Parecía muy interesada en las flores y se detenía para cogerlas
llevándoselas a la cara. Aurelio iba sosteniendo a mamá, que se tambaleaba de un modo lamentable, pero no
le quitaba los ojos de encima a Cecilia y sonreía estupidamente cada vez que ella lo miraba.
En la comida Cecilia no probó bocado, alejó el plato como si le disgustara y luego se lo pasó a Honorata,
que en retribución le celebró el peinado. Por fin me decidí a hablarle:
—Qué tinte tan lindo tienes en el pelo. ¿Cómo lo conseguiste?
—¿Tinte? No es tinte, es natural.
—Pero es imposible... Nadie tiene el pelo de ese color.
—Yo lo tengo así —dijo sonriendo—. Me alegro que te guste.
—¿Me dejas verlo de cerca? —pregunté. En realidad no le creía.
— Sí, pero no me lo toques.
Yo alcé una vela y fui hasta su silla; me apoyé en el respaldar y miré su cabeza detenidamente: el color era
parejo, no parecía ser teñido; aunque había algo artificial en aquellos hilos dorados. Parecían de seda fría. De
pronto se me ocurrió que podía ser una peluca y le di un tirón con ambas manos. No sé si fue su alarido lo que
me tumbó al suelo o el susto de verla saltar de aquel modo; el hecho es que me quedé perpleja, a los pies de
mamá, viéndola correr por todo el comedor, tropezando con los muebles, coger por el corredor y trancarse en
el cuarto del abuelo agarrándose la cabeza como si fuera a caérsele; y Aurelio y tía Esther haciéndose los
consternados, pegándose a la puerta para escuchar sus berridos, y mamá blandiendo una cuchara sin saber lo
que pasaba, y para colmo Honorata, aplaudiendo y parada en una silla. Por suerte don Jorge callaba.
Después de los balbuceos de mamá y el prolijo responso de tía Esther me retiré dignamente y, rehusando
la vela que Aurelio me alargaba, subí la escalera a tientas y con la frente alta.
Honorata entró en el cuarto y me hice la dormida para evitar discusiones. Por entre las pestañas vi cómo
ponía sobre la cómoda el plato con la vela. Yo me volvía de medio lado para hacerle hueco; su sombra,
resbalando por la pared, me recordaba los Juegos y Pasatiempos del Tesoro de la juventud, obra de mamá que
había negociado don Jorge hacía unos cuatro años. Cojeaba desmesuradamente la sombra de Honorata; iba de
un lado a otro zafándose las trenzas, buscando en la gaveta de la ropa blanca. Ahora se acercaba a la cama,
aumentada de talla, inclinándose sobre mí, tocándome una mano.
—Lucila, Lucila, despiértate.
Yo simulé un bostezo y me puse boca arriba. “¿Qué quieres?”.
—¿Has visto como tienes las manos?
—No.
—¿No te las vas a mirar?
—No tengo nada en las manos— dije sin hacerle caso.
—Las tienes manchadas.
—Seguro que las tengo negras. Como le halé el pelo a ésa y le di un empujón a mamá...
—No las tienes negras, pero las tienes doradas —dijo Honorata furiosa.
Me miré las manos y era cierto: Un polvo de oro me cubría las palmas, el lado interior de los dedos. Me
enjuagué en la palangana y apagué la vela. Cuando Honorata se cansó de sus vagas conjeturas pude cerrar los

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ojos. Me levanté tarde, atontada.


A Cecilia no la vi en el desayuno porque se había ido con tía Esther a ver qué hacían con la hierba. Mamá
ya andaba borracha y Honorata se quedó conmigo para ayudarme en la limpieza; después haríamos el
almuerzo.
Ya habíamos acabado abajo y estábamos limpiando el cuarto de tía Esther, yo sacudiendo y Honorata con
la escoba, cuando me dio la idea de mirar por la ventana. Dejé de pasar el plumero y contemplé nuestros
predios: a la izquierda y al frente, la verja, separándonos del río, las lanzas hundidas en la maleza; más cerca,
a partir del flamboyán naranja, las cabezas de las estatuas, verdosas, como de ahogados, y las tablas grises del
palomar japonés; a la derecha, los cultivos, el pozo, y Aurelio agachado en la tierra, recogiendo mangos junto
a la cruz diminuta; más allá el muro, las tejas de la politécnica y una bandera ondeando. "Quién se lo iba a
decir a los Enríquez", pensaba. Y entonces la vi a ella. Volaba muy bajo en dirección al pozo. A veces se
perdía entre las flores y aparecía más adelante, reluciendo como un delfín dorado. Ahora cambiaba de rumbo:
Iba hacia Aurelio, en línea recta; y de pronto era Cecilia, Cecilia que salía por entre el macizo de adelfas,
corriendo sobre la tierra roja, el pelo revoloteando al aire, flotando casi sobre su cabeza. Cecilia la que ahora
hablaba con Aurelio, la que lo besaba antes de llevarlo de la mano por el sendero que atravesaba el parque.
Mandé a Honorata a que hiciera el almuerzo y me tiré en la cama de tía Esther: Todo me daba vueltas y
tenía palpitaciones. Al rato alguien trató de abrir la puerta, insistentemente, pero yo estaba llorando y grité
que me sentía mal, que me dejaran tranquila.
Cuando desperté era de noche y enseguida supe que algo había ocurrido. Sin zapatos me tiré de la cama y
bajé la escalera; me adentré en el corredor, sobresaltada, murmurando a cada paso que aún había una
posibilidad, que no era demasiado tarde.
Estaban en la sala, alrededor de Honorata; don Jorge lloraba bajito, en la punta del sofá; tía Esther,
arrodillada junto al candelabro, se viraba hacia mamá, que manoteba en su butaca sin poderse enderezar; y yo
inadvertida, recostada al marco de la puerta, al borde de la claridad, escuchando a Honorata, mirándola
escenificar en medio de la alfombra, sintiéndome cada vez más débil; y ella ofreciendo detalles, explicando
cómo los había visto a la hora del crepúsculo por el camino del río, del otro lado de la verja. Y de repente el
estadillo: las plegarias de tía Esther, el delirio de mamá.
Yo me tapé los oídos. Bajé la cabeza con ganas de vomitar. Entonces, por entre la piel de los dedos
escuché un alarido. Después alguien cayó sobre el candelabro y se hizo la oscuridad.

https://www.literatura.us/rojo/se.html

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"Círculos violeta", de Magda Portal (Perú, 1900-1989)

Posted: 11 Dec 2020 10:00 PM PST

Humareda de angustia hasta ahogar las lágrimas de las estrellas.

Caminaba por el camino sin direcciones, estremecida por los fantasmas de la neurastenia.

Y es que en el fondo de las entrañas, con un chisporroteo tenue, sintió el hervor de una vida que no era la
suya.

AMOR

Pero es que el Amor encierra la única razón del Hijo?

Ya debiera encenderse dos ojos profundos la ceguera criminal de la Naturaleza.

Para qué?

Día a día, como un puñal que penetrara en una roca, se le clavaba la interrogación.

Para qué?

Todas las noches mirándose en el espejo de su carne — fatigada y enferma por el proceso lento, se le apretaba
el corazón.— Y hubiera querido, con el espíritu de rodillas, amanecer como si fuera todo un sueño.

PARA QUÉ?

Le quemaba el hierro de la pregunta.

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Sus pulmones mordidos por la tuberculosis, su soledad, su vida sin objeto, vagabunda en la vastedad hostil de
la tierra.

Para qué pues el hijo? La prolongación de las lágrimas mudas del abandono, del extravío? La prolongación de
las miserias del mundo!

Y la negación rotunda no le rasgaba las entrañas.

Todos los días hervía un poco más aquel fermento del acaso.

De sus ojos brillantes y lánguidos salía a bailarle en las ojeras y en la cara extenuada.

Y en verdad sentía como si llevara en su vientre todo el dolor de la humanidad.

Los fantasmas de la neurastenia le hundían sus dedos en las celdillas del cerebro.

En sus ojos empezaron a inmovilizarse los paisajes más rojos.

--------

Cuando llegó la Hora, cayeron sobre sus pupilas los telones de la indiferencia.

Le miró curiosamente — como a una muñeca de biscuit.

Tenía claridad de aurora en las pupilas, y las carnes suavemente rosadas. — Era una niña.

Lloraba — estremeciendo la dulce masa de su carne.

Le envolvió en unos trapos y se echó a andar por las calles - como siempre no llevaba dirección.

Al fondo divisó en su mole blanca, el Hospicio de Huérfanos - Retrocedió — Incubador de esclavos y de


asesinos.

Caminó en sentido contrario. — La masa negra del río, tan profunda y tan negra, que parecía inmóvil, copiaba
el panorama del cielo.

Lo miró largo rato recostada en un árbol.

Después envolvió a la niña en su amplio abrigo, y sencillamente la arrojó.

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El río se abrió en un punto para dejar pasar a la huésped — y se volvió a cerrrar.

Sólo un instante se quebraron las estrellas en sus ondas revueltas.

La MADRE tomó el regreso a su posada — bañada de indiferencia. —

Se insinuaba la aurora — como en los ojos de la niña.

Todos los pájaros lloraban.

Magda Portal en El derecho de matar (1926), incluido en Antología de la poesía latinoamericana de


vanguardia (1916-1935) (Ediciones Hiperión, Madrid, 2003, ed. de Mihai G. Grünfeld).

http://franciscocenamor.blogspot.com/2020/12/poema-del-dia-circulos-violeta-de-magda.html

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El ARN está de moda… desde hace 3 800 millones de años

Carlos Briones

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Una estructura de horquilla en una molécula de ARN. Se trata de una sola cadena que se pliega sobre sí
misma, no de una doble hélice como en el ADN. Esta estructura en concreto pertenece al ARN mensajero.
Fuente: Vossman / Wikimedia Commons

La pandemia de COVID-19 ha protagonizado este año 2020 y está teniendo terribles consecuencias sanitarias,
sociales y económicas en todo el mundo. Afortunadamente, durante las últimas semanas hemos comenzado a
ver la luz al final del túnel gracias a la publicación de los resultados, muy positivos en cuanto a seguridad y
eficacia, de los primeros candidatos a vacunas que entraron en la fase 3 de sus ensayos clínicos. Dos de ellas,
las producidas por las empresas Moderna y Pfizer/BioNTech, han mostrado ya eficacias en torno al 95 %.
Aunque aún falta medio año para que termine dicha fase 3 pronto comenzarán a administrarse en Estados
Unidos y Europa.

Ambas vacunas están basadas en una molécula bien conocida en diferentes campos de investigación, pero que
hasta ahora nunca había saltado a la opinión pública: el ARN (abreviatura de ácido ribonucleico). En
concreto, utilizan un tipo llamado ARN mensajero (ARNm), con las instrucciones para que determinadas
células de nuestro sistema inmune produzcan la proteína S que forma la espícula del coronavirus SARS-CoV-
2, lo que desencadena una respuesta protectora en la persona que recibe la vacuna.

El ARN es una molécula que puede degradarse con facilidad, principalmente por la acción de proteínas
catalíticas (o enzimas) especializadas en cortarla. Por ello, el ARN vacunal se administra incluyendo una
media de 10 moléculas de ese ARNm en vesículas esféricas protectoras, formadas por lípidos (similares a los
que constituyen las membranas celulares) y de tamaño nanométrico (mucho menor que nuestras células).

A diferencia de otros tipos de vacunas, las basadas en ARN han de mantenerse ultracongeladas hasta casi el
momento de su administración. Sin embargo, el ARN no es una molécula que se haya puesto de moda ahora,
sino que lo ha estado desde hace mucho tiempo. En concreto, durante los últimos 3 800 millones de años.

El ARN, molécula central en la biología

El análisis a nivel molecular de todos los seres vivos conocidos, y en concreto la comparación de sus
genomas, ha mostrado grandes similitudes entre ellos. Esto mostró, hace más de cuarenta años, que las tres
grandes ramas del árbol de la vida (bacterias, arqueas y eucariotas) provienen del mismo antepasado.

A esa especie (o, tal vez, a esa comunidad de ellas) la conocemos como “último ancestro común universal”
(LUCA, acrónimo formado por sus iniciales en inglés) y se estima que pudo vivir hace unos 3 700 millones
de años (Ma), solo 800 millones después de que se formaran la Tierra y la Luna.

LUCA ya tenía las principales características que aparecen en toda la biología actual, y basaba su
funcionamiento en tres moléculas clave: el ADN (archivo de información genética), las proteínas (moléculas
catalíticas o enzimas, responsables del metabolismo, y también estructurales), y el ARN (intermediario en el
flujo de información genética, que se produce en el sentido ADN→ARN→Proteínas).

El ARN es un ácido nucleico, un polímero formado por unidades o monómeros llamados ribonucleótidos.
Estos pueden ser de cuatro tipos: A, C, G y U. Su estructura más estable es la cadena sencilla, en vez de la
doble hélice característica del ADN.

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Foto: Daniel Schludi / Unsplash

Sin embargo, aunque sea una cadena sencilla, cualquier molécula de ARN se pliega sobre sí misma cuando
está en disolución, debido a que sus monómeros tienden a reconocerse entre ellos siguiendo las reglas A-U,
G-C y G-U. Así, el ARN acaba formando estructuras más o menos complejas, lo que le permite realizar
diversas funciones en las células. De hecho, el paso ARN→Proteínas está protagonizado por diferentes tipos
de ARN:

 La información genética, previamente copiada (transcrita) desde el ADN, se encuentra en forma de


ARNm (como el usado en las vacunas comentadas).

 Su traducción a proteínas se realiza en los ribosomas (agregados de ARN ribosomal, ARNr, y


proteínas)

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 En este proceso de decodificación de la información también participan los llamados ARN de


transferencia (ARNt).

Además, todo el flujo de información genética está regulado por otras moléculas de ARN.

El ARN también constituye el genoma de gran número de “entidades replicativas” que no pueden
considerarse auténticos seres vivos, pero que resultan fundamentales en la evolución por su continua
interacción con las células a las que parasitan: muchas familias de virus (entre ellos los coronavirus), y
también unos patógenos de plantas más sencillos llamados viroides.

Fuente: Wikimedia
Commons

Las dos caras de la moneda de la vida

Por lo que acabamos de comentar, el ARN es mucho más que una molécula intermediaria en el flujo de
información genética. De hecho, puede servir tanto de genotipo (secuencia con información genética) como
de fenotipo (molécula estructural y funcional). Es decir, el ARN es tan versátil como para poder representar
las dos caras de la moneda de la vida, algo que no está al alcance del ADN (solo actúa como genotipo) ni de
las proteínas (únicamente contribuyen al fenotipo).

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En este sentido, un descubrimiento fundamental realizado en 1982 es que en la biología actual existen
moléculas de ARN cuya estructura tridimensional les permite actuar como catalizadores, acelerando ciertas
reacciones bioquímicas. Hasta entonces se pensaba que las funciones catalíticas solo podían ser realizadas por
las enzimas de naturaleza proteica y, por analogía, a estos catalizadores de ARN se les llamó ribozimas. Sus
descubridores recibieron el Premio Nobel de Química en 1989.

Uno de los tipos de ribozima. Fuente: Wikimedia


Commons

Actualmente conocemos ocho tipos de ribozimas naturales diferentes, y otros han sido obtenidos
artificialmente mediante experimentos de evolución molecular in vitro. Además, en los laboratorios también
utilizamos esta tecnología para seleccionar moléculas de ARN llamadas aptámeros, que se unen a los ligandos
deseados con tanta afinidad y especificidad como los anticuerpos a sus antígenos.

¿Un “mundo de ARN” en el origen de la vida?

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En el campo de investigación sobre el origen de la vida, tras las ideas seminales de Charles Darwin a
mediados del siglo XIX y los modelos planteados por Alexander Oparin y John Haldane en la década de
1920, las primeras aproximaciones experimentales fueron realizadas por Stanley Miller en 1953 y Joan Oró
en 1959. Con ello se inauguraba un campo denominado química prebiótica, que desde entonces ha permitido
obtener, a partir de compuestos químicos sencillos, los monómeros o moléculas biológicas básicas como
aminoácidos, nucleótidos, azúcares y lípidos simples.

De esta forma se ha demostrado que a partir de la química existente en la Tierra primitiva, sumada a los
aportes realizados por meteoritos y cometas durante la infancia de nuestro planeta, pudo formarse una sopa
prebiótica (acertada metáfora que debemos a Oparin) de la que surgió la biología. Pero desde esos monómeros
hasta LUCA debió recorrerse un largo camino en el que las moléculas químicas y sus interacciones se fueron
haciendo cada vez más complejas, hasta llegar a formarse sistemas que combinaban los tres componentes
fundamentales de los seres vivos: un compartimento basado en membranas, metabolismo para procesar la
materia y la energía del entorno, y la replicación de una molécula genética.

Precisamente en esa etapa intermedia volvemos a encontrarnos con el ARN, ya que debido a su capacidad
para actuar como genotipo y fenotipo se considera que pudo ser anterior a las proteínas y al ADN. Así, el
modelo conocido como “mundo del ARN” plantea que entre la química prebiótica y LUCA pudieron existir
protocélulas basadas en ARN (denominadas ribocitos por algunos científicos) que contenían un genoma de
ARN y ribozimas como catalizadores metabólicos, cuyas funciones podrían estar moduladas por otras
biomoléculas (como péptidos o diversos compuestos orgánicos) e incluso por los metales y minerales
presentes en el medio.

El mundo del ARN permite resolver una paradoja que es equivalente a la del huevo y la gallina, pero en
versión molecular. En efecto, si volvemos al esquema del flujo de información biológica en todas las células
(ADN→ARN→Proteínas) asumimos que sin ADN no puede haber proteínas. Pero a su vez las proteínas
también son necesarias para que exista el ADN, ya que la replicación de este ácido nucleico es realizada por
proteínas enzimáticas. Entonces, ¿quién apareció antes, el ADN o las proteínas? Como acabamos de ver,
quizá ninguna de esos dos biopolímeros sino el ARN.

Esta sugerente hipótesis aún tiene varios aspectos pendientes de resolver, pero muchos científicos
consideramos al ARN como el punto de partida de la evolución darwiniana en la Tierra… o tal vez fuera de
ella.

En 2021, unos 3 800 millones de años después de que el ARN protagonizara el origen de la vida, una variante
de esa misma molécula va a colaborar decisivamente a la supervivencia de una especie animal que siempre se
creyó superior a las demás, pero que ha sido amenazada muy seriamente por un virus también basado en
ARN.

Sobre el autor: Carlos Briones es científico titular del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Artículo original.

https://culturacientifica.com/2020/12/07/el-arn-esta-de-moda-desde-hace-3-800-millones-de-
anos/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CuadernoDeCulturaCientfic
a+%28Cuaderno+de+Cultura+Cient%C3%ADfica%29

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La interminable historia de las palabras

ARTES

EUGENIA FLORES SORIA

AL SUR DE LA BELLEZA

Algo sucedió en los homo sapiens hace 70 mil años. No sabemos qué fue, pero de pronto esas lejanas
personas comenzaron a inventar barcas, lámparas, flechas. El historiador Yuval Noah Harari cuenta
en su famoso libro De animales a dioses que durante este periodo aparecen los primeros objetos de arte
y joyería, a la par de los registros más antiguos de religiones y estratificación social. Muestra como
ejemplo una increíble figurilla de marfil de mamut que representa un “hombre león” o “mujer leona”
procedente de la cueva de Stadel en Alemania. Fue hecha hace 32 mil años y es una “prueba
indiscutible” de que ya estaba presente “la capacidad de la mente humana de imaginar cosas que no
existen realmente”. Eran, agrega el escritor, tan inteligentes como nosotros y “podríamos aprender su
lenguaje y ellos el nuestro”.

Este cambio en la inteligencia llega, precisamente, con el nacimiento de las lenguas. Tampoco sabemos
cuál fue la primera ni de dónde surgió. El origen del lenguaje es uno de los grandes temas que a lo largo
del tiempo hemos tratado de resolver desde la mitología (con La torre de Babel), la filosofía (Platón y su
diálogo del Crátilo), la gramática (ya en la antigua India, Panini intentó organizar el sánscrito), la
literatura (la poesía que conjura todas las cosas), la lingüística (que si el lenguaje es cultural o es una
habilidad del cerebro) y la ciencia. Nos dicen que fue producto de una mutación genética, que fue la
evolución de sonidos a sistemas complejos de comunicación. A mí me gusta pensar, con gran
romanticismo, que fue producto de una chispa divina inexplicable.

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Durante muchos años, en la Edad Media, se creyó que la lengua primitiva era el hebreo. Paul Auster
jugó con esta idea en su novela Ciudad de Cristal, donde un lingüista enloquece y aísla a su hijo pequeño
para saber si hablaría aquel mítico idioma de forma “natural”. Fue hasta el siglo XIX cuando los
gramáticos comparatistas descubren la relación entre el sánscrito y las lenguas europeas.
Posteriormente, Saussure y otros estudiosos bautizaron la disciplina como ciencia lingüística. Las tesis
se siguen discutiendo: Monogénesis, todas las lenguas nacieron de una original; Poligénesis, diversas
lenguas surgieron al mismo tiempo. Justo ayer, buscando material para mis clases, encontré una noticia
de un lingüista que aseguraba tener la evidencia científica de que todas las lenguas provienen “de un
lenguaje común de África”.

Otro misterio: las familias lingüísticas. No se sabe con exactitud cuántas lenguas se hablan actualmente
en el mundo. Se estima que entre cuatro y seis mil. Agruparlas en estas “familias” resulta un severo
reto que siempre genera polémica entre los expertos. Eso sin contar que desconocemos el origen de una
inmensa cantidad de lenguas y que muchas no se han estudiado a profundidad. Lo que sí podemos
afirmar es que sin lenguaje no hay civilización. Sin la capacidad de trasmitir a los demás ideas
abstractas, cuentos, invenciones, sería imposible que tuviéramos la organización actual. Casi todo lo
que hacemos es imaginado. Invito al lector a que mire por la ventana o que observe su cuarto (o a sí
mismo). Las casas, los muebles, la ropa, los utensilios, las ideas, el trabajo (la nación, el dinero, las
leyes, son órdenes imaginados) no existirían sin que antes alguien lo pensara y se lo compartiera a sus
semejantes.

Es interminable la historia del origen del lenguaje, tan apasionante como el resto de las preguntas
existenciales (aún no sé cómo algunos autores consiguen hacer de sus libros de lingüística una
verdadera tortura). Quizá mañana aparezca otra notica que nos regrese a la teoría de la poligénesis,
donde se compruebe el surgimiento simultáneo de varias lenguas. Porque nuestra naturaleza creativa y
fantasiosa no se detiene (un misterio más): una y otra vez volveremos a imaginar.

https://vanguardia.com.mx/articulo/la-interminable-historia-de-las-palabras

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A la pandemia se suma otro problema… la generación de desperdicios

• Nancy Jiménez Martínez, del CRIM, sugiere a la población reducir el consumo de productos de un
solo uso

• Las personas enfermas de la COVID-19 que se atienden en casa deben tener su propio contenedor en
la habitación

Con el confinamiento en México la producción de residuos aumentó de manera significativa: la basura


doméstica de 3.5 a 17 por ciento, en tanto que los desechos tipo biológico-infecciosos lo hicieron hasta
en 300 por ciento, informó Nancy Jiménez Martínez, del Centro Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM.

“Sin COVID generábamos 1.5 kilos por persona en los hospitales, en junio de 2020 alcanzamos un nivel
que llegó a 16 mil toneladas, y en el escenario crítico que hoy estamos se han alcanzado 29 mil toneladas
de residuos, lo que representa 300 por ciento superior a la línea de base que generamos al año sin
pandemia”, explicó.

La especialista en estudios urbanos y ambientales de la Universidad Nacional indicó que esta situación
se registra a nivel global; en Estados Unidos, epicentro de la pandemia, el incremento de los residuos
generales va del 30 al 50 por ciento.
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Jiménez Martínez aseguró: “hay un rezago en la manera en que manejamos nuestros residuos con
respecto a cómo lo hacen en otros países”.

Con base en datos de la SEMARNAT de 2020, citados por la experta, el 10 por ciento de los municipios
en México no presta servicio público de acopio de basura.

De tal manera que el 16 por ciento de los residuos “quedan por ahí, y ni siquiera son recolectados. La
mayor parte de los sitios de disposición final corresponden a tiraderos o basureros a cielo abierto, y solo
3.7 por ciento de los mil sitios que hay, cumplen la NOM 083”.

Enfatizó que ciudadanía y autoridades deben tener claro que es un servicio público urgente, esencial
para responder a la emergencia, a fin de mitigar los riesgos a la salud y aminorar los efectos al medio
ambiente que provoca la pandemia.

Es cierto, remarcó la científica universitaria, que enfrentamos una crisis, pero no es el único reto para
la humanidad, toda vez que está también el cambio climático o plástico en los océanos, entonces
tenemos que ser mesurados en la generación de residuos.
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“Hay algunos médicos que incluso piden que los pacientes contagiados utilicen vajilla desechable, no
debe hacerse, porque tenemos ‘un día después de la pandemia’ y esto será un problema mayúsculo,
vemos ahora el abuso de los plásticos de un solo uso, en los espacio públicos, en los restaurantes, todo
viene cubierto”, aseveró la especialista del CRIM.

Indicó que esto es, simbólicamente, para protegernos, de ahí que se incrementaron las compras a
domicilio, la búsqueda de productos empaquetados que se puedan desinfectar fácilmente; esto elevó la
generación de desechos. Aunque se trata de un tema de conciencia personal y colectiva, también
requiere la intervención pública.

“En este momento buscamos protección y seguridad a veces en cosas simbólicas, en este caso en los
plásticos. Por ello, hemos encontrado que hay un incremento en la generación de residuos por el uso de
caretas, de mascarillas, de productos desinfectantes, de limpieza en general”, apuntó al intervenir en el
programa “La UNAM Responde”, de la televisora universitaria.

Recomendaciones

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Nancy Jiménez sugirió que en caso de tener un familiar contagiado en casa, debe contar con su propio
contenedor de residuos dentro de la habitación.

Después colocar su basura dentro de otra bolsa, pero sin comprimirla, “es muy importante esto, nos lo
han pedido los trabajadores de la recolección, además que la señalemos o rotulemos para evitar
contagios”.

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En el caso de la basura en general (papel, cartón y plástico) separarlos y darles “una cuarentena
breve”, de cuatro, a cinco días, para después depositarlo en el camión recolector.

Finalmente, rociar las bolsas de residuos con la “solución anti COVID”, que consiste en cuatro
cucharadas de cloro por un litro de agua y con aspersor.

#UNAMosAccionesContralaCovid19

https://covid19comisionunam.unamglobal.com/

https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2021_080.html

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Virus marinos: los diminutos asesinos de microbios que orquestan la vida en el océano

Autor

1. Dolors Vaqué

Investigadora científica en ecología microbiana marina, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)

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Dolors Vaqué no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de
ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de
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Boletín Científico y Cultural de la Infoteca No. 687 marzo 2021


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El mar está lleno de microorganismos. Si consideramos los menores de un milímetro, hay de todos los
tamaños y formas posibles. Todos ellos se caracterizan por ser unicelulares (bacterias, protozoos y
microalgas) y muy abundantes. Pero también hay virus, seres incompletos que necesitan un huésped para
desarrollar su actividad (su vida).

Los virus están formados por una envoltura proteica, llamada cápside, que engloba el material genético
formado por ácidos nucleico (ADN o ARN) en su interior. Sus tamaños oscilan entre los 20 y los 200
nanómetros.

Virus y microorganismos marinos. a) virus; b) bacterias; c) protozoo (nanoflagelado heterotrófico); d)


microalga (nanoflagelados fototrófico, con cloroplastos rojo-naranja) y protozoo (nanoflagelado heterotrófico,
amarillo); e) microalgas (diatomeas); f) protozoo (ciliado). E. Lara, D. Vaqué y J.M. Gasol, Author provided

Más virus que estrellas

Se puede decir que los virus son las partículas biológicas más abundantes en el océano. En un mililitro de
agua de mar costera de la superficie encontraremos 10 millones de virus. Su número va disminuyendo hacia
mar abierto y en profundidad, donde pueden alcanzar una abundancia de 100 000 virus por mililitro a
4 000 m.

Se estima que, en todo el océano, hay un quintillón (10³⁰) de virus, muchos más que estrellas en la Vía Láctea.
¿Cómo pueden mantener su abundancia?

Lea sobre cambio climático por científicos de primera línea.


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Aunque este número se mantiene más o menos constante, evidentemente no son siempre los mismos. Hay un
equilibrio dinámico entre las pérdidas y las apariciones de nuevos virus en la columna de agua.

Por un lado, habrá una pérdida debida a causa biológicas, como puede ser su ingestión por protozoos, o a
condiciones ambientales, ya sea por su inactivación debido a la radiación ultravioleta B o por su adherencia a
partículas suspendidas, de forma que perderán la posibilidad de contactar con un nuevo huésped.

Por otro lado, su producción se activará con la disponibilidad de huéspedes capaces de ser infectados y
posteriormente lisados (rotos), de los que saldrá una nueva progenie de virus.

¿A quién infectan?

Los virus marinos pueden infectar cualquier organismo, desde bacterias a cetáceos. Pero la abundancia de las
bacterias marinas es de 10²⁹ (1 millón por mililitro de agua de mar) en el océano. Por tanto, las bacterias son
los microorganismos mas numerosos después de los virus. Esto hace que una gran proporción de los virus
marinos sean bacteriófagos (del griego, comedores de bacterias).

Se estima que cada segundo se producen 10²³ infecciones virales en el mar. Esto daría lugar a 10⁹ toneladas de
carbono liberado del contenido de las células lisadas. Se ha determinado que, en todo el océano, los virus
retornan alrededor de 140 Gt (1Gt = 10¹⁵ gramos) de carbono al año proveniente de la lisis bacteriana.

La mayoría de los virus marinos tienen doble cadena de ADN y pertenecen a tres familias, que se clasifican
en: Myoviridae, con cola larga y contráctil; Syphoviridae, con cola curvada y no contráctil y Podoviridae, de
cola muy corta y no contráctil.

¿Cómo interaccionan con sus víctimas?

A los virus marinos se les considera mayoritariamente asesinos de microbios. Una vez entra en contacto con
una célula huésped, el virus la reconoce mediante los receptores de membrana, le inyecta su ADN y
aprovecha la maquinaria de la célula huésped para replicarse. Después de la lisis (rotura de la membrana),
pueden liberarse de 20 a 300 virus por célula, cada uno de ellos listo para una nueva interacción. Este tipo de
infección se denomina ciclo lítico.

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Diferentes familias de virus de doble cadena de ADN. De arriba


abajo: Myoviridae, Podoviridae y Syphoviridae. Author provided

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A veces los virus no lisan el huésped que infectan, sino que insertan parte de su genoma en su ADN: es el
profago, lo que se denomina un virus lisogénico o temperado. Este profago (un trocito de ADN del virus)
puede controlar la expresión génica del huésped y su metabolismo.

Sin embargo, cuando el virus lisogénico detecta un cambio adverso en el ambiente, o que el huésped presenta
alguna disfunción, se vuelve virulento, revirtiendo el ciclo lítico y destruyendo la célula huésped.

Los virus son el mayor reservorio de diversidad del medio marino: son responsables de la transferencia
horizontal de genes a los océanos. En cada nueva infección, tienen el potencial de introducir información
genética nueva en el huésped (aportando genes). Además, cada nueva progenie de virus liberados puede haber
robado genes del huésped, dirigiendo la evolución de ambas comunidades de virus y huéspedes.

El papel de los virus en el océano

Los virus marinos forman parte de las redes tróficas microbianas y, junto con los protozoos, son los
principales responsables de controlar la abundancia, los flujos de carbono y la diversidad de las comunidades
de bacterias y algas.

Red trófica microbiana enlazada con la cadena alimentaria. MOD: materia orgánica disuelta. Clara Ruiz-
González

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Por un lado, los protozoos ingieren sus presas y pasan el carbono microbiano a través de la red alimentaria
hasta los peces. Mientras tanto, los virus compiten con los protozoos por las mismas presas (huésped).

Se considera que virus y protistas son responsables de la mortalidad del 20 %-50 % diario de la población de
bacterias y microalgas.

La lisis del huésped (como bacterias, microalgas…), aparte de la producción de nuevos virus, liberará el
contenido celular, que pasará a la columna de agua como nutrientes orgánicos e inorgánicos disueltos.

Este material disuelto será utilizado de nuevo por otros microorganismos para crecer. Así, los virus liberan
parte del carbono microbiano que hubiera pasado a niveles tróficos superiores, jugando un papel clave en
los ciclos biogeoquímicos de los océanos que acaban incidiendo sobre la vida visible que hay en el mar y en
la vida en el planeta.

https://theconversation.com/virus-marinos-los-diminutos-asesinos-de-microbios-que-orquestan-la-vida-en-el-
oceano-151648

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Esteganografía y cibercrimen: ¿hay motivos para la alarma?

La esteganografía permite enviar mensajes ocultos a un destinatario sin que ni siquiera sepamos que se está
produciendo. ¿Hay motivos para la alarma?

POR DAVID MEGÍAS

La digitalización y las herramientas de la Red ponen a disposición de casi cualquier individuo la posibilidad
de enviar, gracias a la esteganografía, mensajes ocultos a un destinatario sin que ni siquiera sepamos que se
está produciendo dicha comunicación. Por desgracia, delincuentes y terroristas ya están usando estas técnicas
para sus fines. ¿Hay motivos para la alarma? ¿Estamos indefensos?

El envío de mensajes ocultos, que no puedan ser descubiertos aunque se intercepten o espíen las
comunicaciones, es una cuestión que ha ocupado a la humanidad desde la antigüedad. Ya en el siglo V a.C., el
historiador griego Heródoto1 relataba cómo el general ateniense Histieo, mientras planeaba la revuelta jónica,
afeitó la cabeza de su esclavo más fiel, le tatuó un mensaje y esperó a que le creciese nuevamente el cabello
antes de enviarlo a Aristágoras, el tirano de Mileto. A la llegada del esclavo, Aristágoras, conocedor de la
existencia del mensaje, le afeitó la cabe- za y leyó el tatuaje oculto que le instaba a iniciar la revuelta contra
los persas.

Este es uno de los primeros casos conocidos de esteganografía 23, palabra derivada del
griego steganos (cubierto u oculto) y graphos (escritura), que se usa para definir el conjunto de técnicas
destinadas al envío de mensajes ocultos, incrustados en elementos aparentemente inocuos, de forma que el
mensaje pueda pasar completamente desapercibido para quien no conozca su existencia.

A diferencia de la criptografía, que consiste en el envío de información cifrada para que esta no resulte
inteligible a una tercera parte no autorizada, la esteganografía va un paso más allá y pretende ocultar incluso
que la propia comunicación se esté produciendo. Estas técnicas se desarrollaron inicialmente para
aplicaciones militares o de espionaje, como parece lógico, pero no debemos obviar los usos civiles que han
ido apareciendo a lo largo de los años para proteger secretos que queremos mantener a buen recaudo, sin
levantar sospechas sobre su existencia.

En las últimas tres décadas, con la llegada de la digitalización asociada a las tecnologías de la información y
de la comunicación, las posibilidades de la esteganografía se han multiplicado exponencialmente. Los
contenidos multimedia digitales, tales como las imágenes, los vídeos o los archivos de audio, rápidamente se
identificaron como portadores ideales para ocultar mensajes secretos que pudiesen pasar inadvertidos a los
ojos de curiosos. Y no solo se usan contenidos multimedia como portadores de mensajes ocultos, sino que
también los archivos de texto, el código fuente de software o los propios protocolos de Internet permiten crear
canales esteganográficos encubiertos para establecer comunicaciones privadas sin que nadie repare en ello.

Sin embargo, los contenidos multimedia, por el elevado volumen de información que poseen, por su
ubicuidad en toda la Red y por ser un tipo de archivos que pueden intercambiarse libremente entre usuarios
sin despertar sospecha alguna, son el medio preferido para este tipo de aplicaciones. ¿Quién podría sospechar
que las inocentes fotos de las vacaciones que alguien ha publicado en su cuenta de Instagram ocultan, en

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realidad, información clasificada que se está haciendo llegar de forma encubierta a un destinatario de un país
lejano?

Más allá de las aplicaciones militares o de inteligencia, las técnicas esteganográficas permiten otros usos más
o menos obvios. Por un lado, los disidentes en regímenes autoritarios donde se practica la censura o la
persecución política, pueden usar la esteganografía para establecer comunicaciones encubiertas, evitando así
el escrutinio de las autoridades. Por otro lado, con fines menos loables, la esteganografía se relaciona también
con usos criminales o, incluso, terroristas4. Comunicarse cuando se está sometido a una estrecha vigilancia es
un reto muy complicado. Las autoridades tienen recursos y herramientas legales a su alcance para intervenir
las comunicaciones, ya sean telefónicas, posta- les o telemáticas. Cuando un grupo de delincuentes o de
terroristas sabe que los vigilan de cerca, la esteganografía se les presenta como una alternativa muy apetecible
para proteger sus comunicaciones más delicadas.

Entonces, ¿hay motivos para la alarma? Es francamente difícil contestar a esta pregunta. Cuando un grupo de
individuos –delictivo o no– quiere comunicarse de manera encubierta, si lo hace bien, lo más probable es que
dichas comunicaciones nunca se descubran. Por la propia definición de esteganografía, es casi imposible
saber hasta qué punto los criminales y los terroristas están utilizando estas herramientas. No obstante,
sabemos que esto ya ha ocurrido en varias ocasiones.

Un caso relativamente reciente de este uso se registró en Berlín, en mayo de 2011, cuando un sospechoso de
pertenecer a la banda terrorista Al Qaeda fue detenido por las autoridades alemanas 5. Al presunto terrorista se
le incautó una tarjeta de memoria que contenía una carpeta protegida mediante contraseña. La policía
científica alemana consiguió acceder a los contenidos de la carpeta y, para su sorpresa, solo hallaron en ella
un vídeo con material pornográfico. Que tal archivo estuviese protegido por contraseña despertó las sospechas
de las autoridades, que decidieron analizarlo con mayor detalle. De ese vídeo se extrajeron 141 archivos de
texto ocultos que contenían información relevante sobre las operaciones de Al Qaeda y sus planes de futuro,
bajo títulos tan inequívocos como “Trabajos futuros”, “Lecciones aprendidas” e “Informe de operaciones”.

La esteganografía va más allá que la criptografía y pretende ocultar que la propia comunicación se está
produciendo

La lista de amenazas conocidas no termina ahí. Al margen de los grupos de criminales o terroristas que usan
la esteganografía como canal de comunicación encubierto también existen colectivos de ciberdelincuentes
para los que estas herramientas son el mecanismo perfecto a través del cual desplegar sus ataques. Entre 2011
y 2017 hay constancia de al menos catorce casos de malware (software malicioso) que han usado la
esteganografía como herramienta infecciosa 6. En este caso, la esteganografía se utiliza en varios momentos
del ataque: en primer lugar, cuando se está examinando al objetivo del ataque, para ocultar el escaneado; en
segundo lugar, para obtener un acceso no autorizado, ocultando el proceso de infección o disfrazando
aplicaciones maliciosas como inocentes; finalmente, también se está usando para mantener en el tiempo un
acceso no autorizado, ocultando el tráfico de datos y extrayendo, de manera encubierta, información del
dispositivo afectado. A diferencia de la criptografía, que no oculta las comunicaciones, la esteganografía sí
que lo hace, por lo que puede ser muy difícil, si no imposible, detectar este tipo de intrusiones con las
herramientas de seguridad estándar.

En la actualidad, el malware que usa esteganografía a menudo se vale de contenidos digitales como
portadores de la información. La técnica más habitual consiste en usar imágenes digitales para ocultar las
configuraciones del software malicioso, para proporcionar una dirección de Internet desde la cual descargar
componentes adicionales o, incluso, para ocultar directamente el código malicioso. Tampoco el secuestro de
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datos o ransomware ha quedado fuera de esta oleada y ya se han registrado varias infecciones que han
utilizado imágenes o canales encubiertos en los protocolos de Internet para transmitir componentes del
software de secuestro de datos, facilitando así la infección y dificultando la acción de las
aplicaciones antimalware que detectan o bloquean este tipo de ataques.

En resumidas cuentas, parece que la tendencia al uso de la esteganografía, tanto para comunicaciones de
grupos de delincuentes y terroristas como en el caso de la ciberdelincuencia para la propagación de
infecciones de malware y ransomware, es algo que sí que debe de preocuparnos e instarnos a tomar las
contramedidas oportunas.

¿Estamos, pues, indefensos? Por fortuna, no. La comunidad científica lleva décadas investigando las
tecnologías de ocultación de la información y, entre ellas, la esteganografía. Quiere decir que ya se han
desarrollado herramientas forenses que permiten, tanto a las autoridades como a los expertos en
ciberseguridad de organizaciones y empresas, proteger sus sistemas y comunicaciones frente a este tipo de
amenazas. Investigadores de todo el mundo centran su actividad en el desarrollo de nuevas técnicas de
esteganografía y de sistemas de detección de anomalías que pueden usarse para discriminar si un objeto
digital es solo lo que parece o, por el contrario, debe examinarse a fondo para determinar si contiene
información oculta. Estas últimas técnicas se denominan estegoanálisis y constituyen la otra cara de la
moneda de la esteganografía.

Los expertos en ciberseguridad y en técnicas forenses trabajamos para combatir las amenazas, para hacer de
la Red un lugar algo menos salvaje

Igual que para la criptografía existe el criptoanálisis, que trata de romper los sistemas criptográficos para
descifrar la información secreta, en el ámbito de la esteganografía, el estegonálisis consiste en analizar
computacionalmente unos contenidos sospechosos para determinar si presentan algún tipo de desviación
estadística respecto a sus análogos inocuos. En caso de hallar alguna anomalía, se analizará si ésta concuerda
con alguna técnica esteganográfica concreta. Como es de suponer, el aprendizaje automático es, en estos
momentos, uno de los mejores aliados para los estegoanalistas.

Nos hallamos, pues, inmersos en una suerte de “carrera armamentística” entre la esteganografía y el
estegonálisis, a la que podemos aplicar una sencilla analogía con los sistemas vivos. Igual que la naturaleza ha
dotado a los organismos de un sistema inmunológico para combatir las infecciones biológicas, los expertos en
ciberseguridad y en técnicas forenses trabajamos para combatir las amenazas que se valen de la
esteganografía, creando nuevas soluciones de estegoanálisis y poniéndolas a disposición de las autoridades y
de la sociedad para hacer de la Red un lugar algo menos salvaje.

A causa de la emergencia de estas amenazas un conjunto de expertos de la comunidad científica, de las


fuerzas de seguridad y de diferentes empresas y organizaciones de toda Europa, hemos impulsado la creación
del grupo Criminal Use of Information Hiding7 (CUING, Uso Criminal de la Ocultación de la Información)
en colaboración con el European Cybercrime Centre (EC3) de la Europol.

Las actividades del grupo CUING se centran en crear conciencia sobre los usos maliciosos de estas técnicas,
realizar un seguimiento del progreso del uso de estas tecnologías con fines delictivos, compartir inteligencia
estratégica sobre las nuevas amenazas, trabajar conjuntamente para combatir estas amenazas, y educar y
capacitar a los nuevos profesionales que se van a tener que enfrentar a este tipo de retos, tanto desde las
autoridades como desde las organizaciones y empresas. Nuestra labor en este grupo, por lo tanto, sería

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comparable a la acción del sistema inmunológico de los seres vi- vos, realizando tareas constantes de
vigilancia y supervisión, y ayudando a las autoridades y a los expertos en ciberseguridad a combatir los
ataques en que los ciberdelincuentes intentan aprovechar las vulnerabilidades de los sistemas y las nuevas
oportunidades que les brindan las técnicas de ocultación de la información.

Notas

1
Kahn, D. (1996):: “The History of Steganography” en Proceedings of the First International Workshop on
Information Hiding, de Ross J. Anderson (Ed..). Londres, Springer-Verlag, pág 1-5.

2
Cox, I.; Miller, M.; Bloom, J.; Fridrich, J.; y Kalker, T. (2007): Digital Watermarking and
Steganography (2 ed.). San Francisco, Morgan Kaufmann Publishers Inc..

3
Serra, J. y Lerch, D. (2014). Esteganografía y estegoanálisis. 2014. Móstoles (Madrid), 0xWord.

4
Zielinska, E.; Mazurczyk, W.; y Szczypiorski, K. (2014):: “Trends in steganography” en Communications
of the ACM, vol.. 57, núm.. 3, pág. 86-95.

5
Gallagher, S. (2012): “Steganography: how al- Qaeda hid secret documents in a porn video”. Disponible
en: https://arstechnica.com/information-technology/2012/05/steganography-how-al-qaeda-hid- secret-
documents-in-a-porn-video/

6
Cabaj, K.; Caviglione, L.; Mazurczyk, W.; Wendzel, S.; Woodward, A.; y Zander, S. (2018): “The
New Threats of Information Hiding: The Road Ahead” en IT Professional, vol. 20, núm. 3, pág. 31-39.

7
Disponible en: http://cuing.org/

Bibliografía

Cox, I.; Miller, M.; Bloom, J.; Fridrich, J.; y Kalker, T. (2007): Digital Watermarking and
Steganography (2 ed.). San Francisco, Morgan Kaufmann Publishers Inc.

Kahn, D. (1996):: “The History of Steganography” en Proceedings of the First International Workshop on
Information Hiding, de Ross J. Anderson (Ed.). Londres, Springer-Verlag, páginas 1-5.

Serra, J. y Lerch, D. (2014): Esteganografía y estegoanálisis. Madrid, 0xWord.

Zielinska, E.; Mazurczyk, W.; y Szczypiorski, K. (2014): “Trends in steganography” en Communications


of the ACM, vol. 57, núm. 3, páginas 86-95.

https://telos.fundaciontelefonica.com/telos-111-analisis-david-megias-esteganografia-y-cibercrimen-hay-
motivos-para-la-alarma/

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La lluvia, de Arturo Uslar Pietri


(Caracas, 1906 - Caracas, 2001)

La lluvia (1935)
Originalmente publicado en la revista Elite (1935);
Red. Cuentos
(Caracas: Editorial Elite, 1936, 218 págs.);
La lluvia y otros cuentos
(Santiago de Chile: Zig-Zag, 1967)

La luz de la luna entraba por todas las rendijas del rancho y el ruido del viento en el maizal, compacto y
menudo como de lluvia. En la sombra acuchillada de láminas claras oscilaba el chinchorro lento del viejo
zambo; acompasadamente chirriaba la atadura de la cuerda sobre la madera y se oía la respiración corta y
silbosa de la mujer que estaba echada sobre el catre del rincón.
La patinadura del aire sobre las hojas secas del maíz y de los árboles sonaba cada vez más a lluvia,
poniendo un eco húmedo en el ambiente terroso y sólido.
Se oía en el hondo, como bajo piedra, el latido de la sangre girando ansiosamente.
La mujer sudorosa e insomne prestó oído, entreabrió los ojos, trató de adivinar por las rayas luminosas,
atisbó un momento, miró el chinchorro quieto y pesado, y llamó con voz agria.
—¡Jesuso!
Calmó la voz esperando respuesta y entre tanto, comentó alzadamente:
—Duerme como un palo. Para nada sirve. Si vive como si estuviera muerto...
El dormido salió a la vista con la llamada, desperezóse y preguntó con voz cansina:
—¿Qué pasa Eusebia? ¿Qué escándalo es ése? Ni a la noche puedes dejar en paz a la gente.
—Cállate, Jesuso, y oye.
—Qué.
—Está lloviendo, lloviendo, ¡Jesuso! Y ni lo oyes. ¡Hasta sordo te has puesto!
Con esfuerzo, malhumorado, el viejo se incorporó, corrió a la puerta, la abrió violentamente y recibió en
la cara y en el cuerpo medio desnudo la plateadura de la luna llena y el soplo ardiente que subía por la ladera
del conuco agitando las sombras. Lucían todas las estrellas.
Alargó hacia la intemperie la mano abierta, sin sentir una gota.
Dejó caer la mano, aflojó los músculos y recostóse en el marco de la puerta.
— ¿Ves, vieja loca, tu aguacero? Ganas de trabajar la paciencia. La mujer quedóse con los ojos fijos
mirando la gran claridad que entraba por la puerta. Una rápida gota de sudor le cosquilleó la mejilla. El vaho
cálido inundaba el recinto.
Jesús tornó a cerrar, caminó suavemente hasta el chinchorro, estiróse y se volvió a oír el crujido de la
madera de la madera en la mecida. Una mano colgaba hasta el suelo resbalando sobre la tierra del piso.
La tierra estaba seca como una piel áspera, seca hasta el extremo de las raíces, ya como huesos; se sentía
flotar sobre ella una fiebre de sed, un jadeo, que torturaba a los hombres.
Las nubes oscuras como sombra de árbol se habían ido, se habían perdido tras de los últimos cerros más
altos, se habían ido como el sueño, como el reposo. El día era ardiente. La noche era ardiente, encendida de
luces fijas y metálicas.
En los cerros y en los valles pelados, llenos de grietas como bocas, los hombres se consumían torpes,
obsesionados por el fantasma pulido del agua, mirando señales, escudriñando anuncios...
Sobre los valles y cerros, en cada rancho, pasaban y repasaban las mismas palabras:
—Cantó el carraó. Va a llover...
—¡No lloverá!
Se lo repetían como para fortalecerse en la espera infinita.
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—Se callaron los chicharras. Va a llover...


—¡No lloverá!
La luz y el sol eran de cal cegadora y asfixiante.
—Si no llueve, Jesuso, ¿qué va a pasar?
Miró la sombra que se agitaba fatigosa sobre el catre, comprendió su intención de multiplicar el
sufrimiento con las palabras, quiso hablar, pero la somnolencia le tenía tomado el cuerpo, cerró los ojos y se
sintió entrando en el sueño.
Con la primera luz de la mañana Jesuso salió al conuco y comenzó a recorrerlo a paso lento. Bajo sus pies
descalzos crujían las hojas vidriosas. Miraba a ambos lados las largas hileras del maizal amarillas y tostadas,
los escasos árboles desnudos y en lo alto de la colina, verde y profundo, un cactus vertical. A ratos deteníase,
tomaba en la mano una vaina de frijol reseca y triturábala con lentitud haciendo saltar por entre los dedos los
granos rugosos y malogrados.
A medida que subía el sol, la sensación y el calor de aridez eran mayores. No se veía nube en el cielo de
un azul de llama. Jesuso, como todos los días, iba, sin objeto, porque la siembra estaba ya perdida,
recorriendo las veredas del conuco, en parte por inconsciente costumbre, en parte por descansar de la hostil
murmuración de Usebia.
Todo lo que dominaba del paisaje, desde la colina, era una sola variedad de amarillo sediento sobre valles
sedientos y estrechos y cerros calvos, en cuyo flanco una mancha de polvo calcáreo señalaba el camino.
No se observaba ningún movimiento de vida, el viento quieto, la luz fulgurante. Apenas la sombra sí se
iba empequeñeciendo. Parecía aguardase un incendio.
Jesuso marchaba despacio, deteniéndose a ratos como un animal amaestrado, la vista sobre el suelo, y a
ratos conversando consigo mismo.
— ¡Bendito y alabado! ¿Qué va a ser de la pobre gente con esta sequía? Este año ni una gota de agua y el
pasado fue el inviernazo que se pasó de aguado, llovió más de la cuenta, creció el río, acabó con las vegas, se
llevó el puente... Está visto que no hay manera... Si llueve, porque llueve... Si no llueve, porque no llueve...
Pasaba del monólogo a un silencio desierto y a la marcha perezosa, la mirada por tierra, cuando sin ver
sintió algo inusitado, en el fondo de la vereda y alzó los ojos.
Era el cuerpo de un niño. Delgado, menudo, des espaldas, en cuclillas, fijo y abstraído mirando hacia el
suelo.
Jesuso avanzó sin ruido, y sin que el muchacho lo advirtiera, vino a colocársele por detrás, dominando
con su estatura lo que hacía. Corría por tierra culebreando un delgado hilo de orina, achatado y turbio de
polvo en el extremo, que arrastraba algunas pajas mínimas. En ese instante, de entre sus dedos mugrientos, el
niño dejaba caer una hormiga.
—Y se rompió la represa... ya ha venido la corriente... bruum... bruum, y la gente corriendo... y se llevó la
hacienda de tío sapo... y después el hato de tía tara... y todos los palos grandes... zaaas... bruuuum... ya y ahora
tía hormiga metida en ese aguazón...
Sintió la mirada, volvióse bruscamente, miró con susto la cara rugosa del viejo y se alzó entre colérico y
vergonzoso.
Era fino, elástico, las extremidades largas y perfectas, el pecho angosto, por entre el dril pardo la piel
dorada y sucia, la cabeza inteligente, móviles los ojos, la nariz vibrante y aguda, la boca femenina. Lo cubría
un viejo sombrero de fieltro, ya humando de uso, plegado sobre las orejas como bicornio, que contribuía a
darle expresión de roedor, de pequeño animal inquieto y ágil.
Jesuso terminó de examinarlo en silencio y sonrió.
—¿De dónde sales, muchacho?
—De por ahí...
—¿De dónde?
—De por ahí...
Y extendió con vaguedad la mano sobre los campos que se alcanzaban.
—¿Y qué vienes haciendo?

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—Caminando.
La impresión de la respuesta dábale cierto tono autoritario y alto, que extrañó al hombre.
—¿Cómo te llamas?
—Como me puso el cura.
Jesús arrugó el gesto, desagradado por la actitud terca y huraña. El niño pareció advertirlo y compensó las
palabras con una expresión confiada y familiar.
—No seas malcriado —comenzó el viejo, pero desarmado por la gracia bajó a un tono más íntimo —.
¿Por qué no contestas?
—¿Para qué pregunta? — replicó con candor extraordinario.
—Tú escondes algo. O te has ido de casa de tu taita.
—No, señor.
Jesuso se rascó la cabeza y agregó con sorna:
—O te empezaron a comer las patas y te fuiste, ¿ah, vagabundito?
El muchacho no respondió, se puso a mecerse sobre los pies, los brazos a la espalda, chasqueando la
lengua contra el paladar.
—¿Y para dónde vas ahora?
—¿Y qué estás haciendo?
—Lo que usted ve.
—¡Buena cochinada!
El viejo Jesuso no halló más que decir, quedaron callados frente a frente, sin que ninguno de los dos se
atreviese a mirarse a los ojos. Al rato, molesto por aquel silencio y aquella quietud que no hallaba cómo
romper, empezó a caminar lentamente como un animal fantástico, advirtió que lo estaba haciendo y lo
ruborizó pensar que pudiera hacerlo para divertir al niño.
—¿Vienes? —le preguntó simplemente. Calladamente el muchacho se vino siguiéndolo.
En llegando a la puerta del rancho halló a Usebia atareada encendiendo fuego. Soplaba con fuerza sobre
un montoncito de maderas de cajón de papeles amarillos.
—Usebia, mira —llamó con timidez— mira lo que ha llegado.
—Ujú — gruñó sin tornarse, y continuó soplando.
El viejo tomó al niño y lo colocó ante así, como presentándolo, las dos manos oscuras y gruesas sobre los
hombros finos.
—¡Mira, pues!
Giró agria y brusca y quedó frente al grupo, viendo con esfuerzo por los ojos llorosos de humo.
—¿Ah?
Una vaga dulzura le suavizó lentamente la expresión.
—Ajá. ¿Quién es?
Y respondía con sonrisa a la sonrisa del niño.
—¿Quién eres?
—Pierdes tu tiempo en preguntarle, porque este sinvergüenza no contesta.
Quedó un rato viéndolo, respirando su aire, sonriéndole, pareciendo comprender algo que se escapaba a
Jesuso. Luego muy despacio se fue a un rincón, hurgó en el fondo de una bolsa de tela roja y sacó una galleta
amarilla, pulida como metal de dura y vieja. La dio al niño y mientras éste mascaba con dificultad la vieja
pasta, continúo contemplándolos, a él y al viejo alternativamente, con aire de asombro, casi de angustia.
Parecía buscar dificultosamente un fino y perdido hilo de recuerdo.
—¿Te acuerdas, Jesuso, de Cacique? El pobre.
La imagen del viejo perro fiel desfiló por sus memorias. Una compungida emoción los acercaba.
—Ca-ci-que... — dijo el viejo como comprendiendo a deletrear.
El niño volvió la cabeza y lo miró con su mirada entera y pura. Miró a su mujer y sonrieron ambos
tímidos y sorprendidos.

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A medida que el día se hacía grande y profundo, la luz situaba la imagen del muchacho dentro del cuadro
familiar y pequeño del rancho. El color de la piel enriquecía el tono moreno de la tierra pisada, y en los ojos la
sombra fresca estaba viva y ardiente.
Poco a poco las cosas iban dejando sitio y organizándose para su presencia. Ya la mano corría fácil sobre
la lustrosa madera de la mesa, el pie hallaba el desnivel del umbral, el cuerpo se amoldaba exacto al butaque
de cuero y los movimientos cabían con gracia en el espacio que los esperaba.
Jesuso, entre alegre y nervioso, había salido de nuevo al campo y Usebia se atareaba, procurando evadirse
de la soledad frente al ser nuevo. Removía la olla sobre el fuego, iba y venía buscando ingredientes para la
comida, y a ratos, mientras le volvía la espalda, miraba de reojo al niño.
Desde dónde lo vislumbraba quieto, con las manos entre las piernas, la cabeza doblada mirando los pies
golpear el suelo, comenzó a llegarle un silbido menudo y libre que no recordaba música.
Al rato preguntó casi sin dirigirse a él:
—¿Quién el grillo que chilla?
Creyó haber hablado muy suave, porque no recibió respuesta sino el silbido, ahora más alegre y parecido
a la brusca exaltación del canto de los pájaros.
—¡Cacique! —insinuó casi con vergüenza—. ¡Cacique!
Mucho gusto le produjo el oír el ¡ah!, del niño.
—¿Cómo que te está gustando el nombre?
Una pausa y añadió:
—Yo me llamo Usebia.
Oyó como un eco apagado:
—Velita de sebo...
Sonrió entre sorprendida y disgustada.
—¿Cómo que te gusta poner nombres?
—Usted fue quien me lo puso a mí.
—Verdad es.
Iba a preguntarle si estaba contengo, pero la dura costra que la vida solitaria había acumulado sobre sus
sentimientos le hacía difícil, casi dolorosa, la expresión.
Tornó a callar y a moverse mecánicamente en una imaginaria tarea, eludiendo, los impulsos que la hacían
comunicativa y abierta. El niño recomenzó el silbido.
La luz crecía, haciendo más pesado el silencio. Hubiera querido comenzar a hablar disparatadamente de
todo cuanto le pasaba por la cabeza, o huir a la soledad para hallarse de nuevo consigo misma.
Soportó callada aquél vértigo interior hasta el límite de la tortura, y cuando se sorprendió hablando ya no
se sentía ella, sino algo que fluía como la sangre de una vena rota.
—Tú vas a ver cómo todo cambiará ahora, Cacique. Ya yo no podía aguantar más a Jesuso...
La visión del viejo oscuro, callado, seco, pasó entre las palabras. Le pareció que el muchacho había dicho
“lechuzo”, y sonrió con torpeza, no sabiendo si era la resonancia de sus propias palabras.
—... no sé cómo lo he aguantado por toda la vida. Siempre ha sido malo y mentiroso. Sin ocuparse de
mí...
El sabor de la vida amarga y dura se concentraba en el recuerdo de su hombre, cargándolo con las culpas
que no podía aceptar.
—... ni el trabajo del campo lo sabe con tantos años. Otros hubieran salido de abajo y nosotros para atrás
y para atrás. Y ahora este año, Cacique...
Se interrumpió suspirando y continuó con firmeza y la voz alzada, como si quisiera que la oyese alguien
más lejos:
—...no ha venido el agua. El verano se ha quedado viejo quemándolo todo. ¡No ha caído ni una gota!
La voz cálida en el aire tórrido trajo una ansia de frescura imperiosa, una angustia de ser. El resplandor de
la colina tostada, las hojas secas, de la tierra agrietada, se hizo presente como otro cuerpo y alejó las demás
preocupaciones.

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Guardó silencio algún tiempo y luego concluyó con voz dolorosa:


—Cacique, coge esa lata y baja a la quebrada a buscar agua.

Miraba a Eusebia atarearse en los preparativos del almuerzo y sentía un contento íntimo como si se
preparara una ceremonia extraordinaria, como si acaso acabara de descubrir el carácter religioso del alimento.
Todas las cosas usuales se habían endomingado, se veían más hermosas, parecían vivir por primera vez.
—¿Está buena la comida, Usebia?
La respuesta fue extraordinaria como la pregunta.
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—Está buena, viejo.


El niño estaba afuera, pero su presencia llegaba hasta ellos de un modo imperceptible y eficaz.
La imagen del pequeño rostro agudo y huroneante, les provocaba asociaciones de ideas nuevas. Pensaban
con ternura en objetos que antes nunca habían tenido importancia. Alpargaticas menudas, pequeños caballos
de madera, carritos hechos con ruedas de limón, metras de vidrio irisado.
El gozo mutuo y callado los unía y hermoseaba. También ambos parecían acabar de conocerse, y tener
sueños para la vida venidera. Estaban hermosos hasta sus nombres y se complacían en decirlo solamente.
—Jesuso...
—Usebia...
Ya el tiempo no era un desesperado aguardar, sino una cosa ligera, como fuente que brotaba.
Cuando estuvo lista la mesa, el viejo se levantó, atravesó la puerta y fue a llamar al niño que jugaba
afuera, echado por tierra, con una cerbatana.
—¡Cacique, vente a comer!
El niño no lo oía, abstraído en la contemplación del insecto verde y fino como el nervio de una hoja. Con
los ojos pegados a la tierra, la veía crecida como si fuese de su mismo tamaño, como un gran animal terrible y
monstruoso. La cerbatana se movía apena, girando sobre sus patas, entre la voz del muchacho, que
canturreaba interminablemente:

Cerbatana, cerbatanita,
¿de qué tamaño es tu conuquito?

El insecto abría acompasadamente las dos patas delanteras, como mensurando vagamente. La cantinela
continuaba acompañando el movimiento de la cerbatana, y el niño iba viendo cada vez más diferente e
inesperado el aspecto de la bestezuela, hasta hacerla irreconocible en su imaginación.
—Cacique, vente a comer.
Volvió la cara y se alzó con fatiga, como si regresase de un largo viaje.
Penetró tras el viejo en el rancho lleno de humo. Usebia servía el almuerzo en platos de peltre
desportillados. En el centro de la mesa se destacaba blanco el pan de maíz, frío y rugoso.

Contra su costumbre que era estarse lo más del día vagando por las siembras y laderas, Jesuso regresó al
rancho poco después del almuerzo.
Cuando volvía a las horas habituales, le era fácil repetir gestos consuetudinarios, decir las frases
acostumbradas y hallar el sitio exacto en que su presencia aparecía como un fruto natural de la hora, pero
aquel regreso inusitado representaba una tan formidable alteración del curso de su vida, que entró como
avergonzado y comprendió que Usebia debía estar llena de sorpresa.
Sin mirarla de frente, se fue al chinchorro y echóse a lo largo. Oyó sin extrañeza como lo interpelaba.
—¡Ajá! ¿Cómo que arreció la flojera?
Buscó una excusa.
—¿Y qué voy a hacer en ese cerro achicharrado?
Al rato volvió la voz de Usebia, ya dócil y con más simpatía.
—¡Tanta falta que hace el agua! Si acabara de venir un buen aguacero, largo y bueno. ¡Santo Dios!
—La calor es mucha y el cielo purito. No se mira venir agua de ningún lado.
—Pero si lloviera se podría hacer otra siembra.
—Sí, se podría.
—Y daría más plata, porque se ha secado mucho conuco.
—Sí, daría.
—Con un solo aguacero, se pondría verdecita toda esa falda.
—Y con esa plata podríamos comprarnos un burro, que nos hace mucha falta. Y unos camisones para ti,
Usebia.
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La corriente ternura brotó inesperadamente y con su milagro hizo sonreír a los viejos.
—Y para ti, Jesuso, una buena cobija que no se pase.
Y casi en coro los dos:
—¿Y para Cacique?
—Lo llevaremos al pueblo para que coja lo que le guste.

La luz que entraba por la puerta del rancho se iba haciendo tenue, difusa, oscura, como si la hora
avanzase y sin embargo no parecía haber pasado tanto tiempo desde el almuerzo. Llegaba la brisa teñida de
humedad, que hacía más grato el encierro de la habitación.
Todo el mediodía lo había pasado casi en silencio, diciendo sólo, muy de tiempo en tiempo, algunas
palabras vagas y banales por las que secretamente y de modo basto asomaba un estado de alma nuevo, una
especie de calma, de paz, de cansancio feliz.
—Ahorita está oscuro —dijo Usebia, mirando el color ceniciento que llegaba a la puerta.
—Ahorita — asintió distraídamente el viejo.
E inesperadamente agregó:
—¿Y qué se ha hecho Cacique en toda la tarde?... Se habrá quedado por el conuco jugando con los
animales que encuentra. Con cuanto bicho mira, se para y se pone a conversar como si fuera gente.
Y más luego añadió, después de haber dejado desfilar lentamente por su cabeza todas las imágenes que
suscitaban sus palabras dichas:
—... y lo voy a buscar, pues.
Alzóse del chinchorro, con pereza y llegó a la puerta. Todo el amarillo de la colina seca se había tornado
violeta bajo la luz de gruesos nubarrones negros que cubrían el cielo. Una brisa aguda agitaba todas las hojas
tostadas y chirriantes.
—Mira, Usebia — llamó.
Vino la vieja al umbral preguntando:
—¿Cacique está ahí?
—¡No! Mira el cielo negrito, negrito.
—Ya así se ha puesto otras veces y no ha sido agua.
Ella se quedó enmarcada en la puerta y él salió al raso, hizo hueco con las manos y lanzó un grito lento y
espacioso:
—¡Cacique! ¡Caciiiiique!
La voz se fue con la brisa, mezclada al ruido de las hojas, al hervor de mil ruidos menudos que como
burbujas rodeaban la colina.
Jesuso comenzó a andar por la vereda más ancha del conuco.
En la primera vuelta vio de reojo a Usebia, inmóvil, incrustada en las cuatro líneas del umbral, y la perdió
siguiendo las sinuosidades.
Cruzaba un ruido de bestezuelas veloces por la hojarasca caída y se oía el escalofriante vuelo de las
palomitas pardas sobre el ancho fondo del viento inmenso que pasaba pesadamente. Por la luz y el aire
penetraba una frialdad de agua.
Sin sentirlo, estaba como ausente y metido por otras veredas más torcidas y complicadas que las del
conuco, más oscuras y misteriosas. Caminaba mecánicamente, cambiando de velocidad, deteniéndose y
hallándose de pronto parado en otro sitio.
Suavemente las cosas iban desdibujándose y haciéndose grises y mudables, como de sustancia de agua.
A ratos parecía a Jesuso ver el cuerpecito del niño en cuclillas entre los tallos del maíz, y llamaba rápido:
“Cacique”; pero pronto la brisa y la sombra deshacían el dibujo y formaban otra figura irreconocible.
Las nubes mucho más hondas y bajas aumentaban por segundos la oscuridad. Iba a media falda de la
colina y ya los árboles altos parecían columnas de humo deshaciéndose en la atmósfera oscura.
Ya no se fiaba de los ojos, porque todas las formas eran sombras indistintas, sino que a ratos se paraba y
prestaba oído a los rumores que pasaban.

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—¡Cacique!
Hervía una sustancia de murmullos, de ecos, de crujidos, resonante y vasta.
Había distinguido clara su voz entre la zarabanda de ruidos menudos y dispersos que arrastraba el viento.
—Cerbatana, cerbatanita...
Era eso, eran sílabas, eran palabras de su voz infantil y no el eco de un guijarro que rodaba, y no algún
canto de pájaro desfigurado en la distancia, ni siquiera su propio grito que regresaba decrecido y delgado.
—Cerbatana, cerbatanita...
Entre el humo vago que le llenaba la cabeza, una angustia fría y aguda lo hostigaba acelerando sus pasos
y precipitándolo locamente. Entró en cuclillas, a ratos a cuatro patas, hurgando febril entre los tallos del maíz,
y parándose continuamente a oír su propia respiración, casi sintiéndose él mismo, perdido y llamado.
—¡Cacique! ¡Caciiiique!
Había ido dando vueltas entre gritos y jadeos, extraviado y sólo ahora advertía que iba de nuevo subiendo
la colina. Con la sombra, la velocidad de la sangre y la angustia de la búsqueda inútil, ya no reconocía en sí
mismo el manso viejo habitual, sino un animal extraño presa de un impulso de la naturaleza. No veía en la
colina los familiares contornos, sino como un crecimiento y una deformación inopinados que se la hacían
ajena y poblada de ruidos y movimientos desconocidos.
El aire estaba espeso e irrespirable, el sudor le corría copioso y él giraba y corría siempre aguijoneado por
la angustia.
—¡Cacique!
Ya era una cosa de vida o muerte. Hallar algo desmedido que saldría de aquella áspera soledad
torturadora. Su propio grito ronco parecía llamarlo hacia mil rumbos distintos, dónde algo de la noche
aplastante lo esperaba.
Era agonía. Era sed. Un olor de surco recién removido flotaba ahora a ras de tierra, olor de hoja tierna
triturada.
Ya irreconocible, como las demás formas, el rostro del niño se deshacía en la tiniebla gruesa, ya no le
miraba aspecto humano, a ratos no le recordaba la fisonomía, ni el timbre, ni recordaba su silueta.
—¡Cacique!
Una gruesa gota fresca estalló sobre su frente sudorosa. Alzó la cara y otra le cayó sobre los labios
partidos, y otras en las manos terrosas.
—¡Cacique!
Y otras frías en el pecho grasiento de sudor, y otras en los ojos turbios, que se empañaron.
—¡Cacique! ¡Cacique! ¡Cacique!...
Ya el contacto frío le acariciaba toda la piel, le adhería las ropas, le corría por los miembros lasos.
Un gran ruido compacto se alzaba de toda la hojarasca y ahogaba su voz. Olía profundamente a raíz, a
lombriz de tierra, a semilla germinada, a ese olor ensordecedor de la lluvia.
Ya no reconocía su propia voz, vuelta en el eco redondo de las gotas. Su boca callaba como saciada y
parecía dormir marchando lentamente, apretando en la lluvia, calado en ella, acunado por su resonar profundo
y vasto.
Ya no sabía si regresaba. Miraba como entre lágrimas al través de los claros flecos del agua la imagen
oscura de Usebia, quieta entre la luz del umbral.

https://www.literatura.us/arturo/lluvia.html

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"Campanarios de azúcar", de Janina Degutytė (Lituania, 1928-1990)

Posted: 07 Dec 2020 10:00 PM PST

Qué blanca la ciudad en diciembre:

altos campanarios de azúcar,

ventanas con pájaros de plata,

y los árboles, ajenjos con nieve

elevándose hacia las altas nubes.

Festiva la ciudad: parece irreal

tan blanca

como si nunca pasaran por ella

sangre

ni hollín.

Todo lavado y justificado.


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Ninguna inscripción.

Como si todo fuera aún por acontecer.

Por acontecer aún.

Janina Degutytė en Entre el sol y la desposesión (2002), incluido en Altazor. Revista electrónica de
literatura (1ª época, año 2, agosto de 2020, Chile, trad. de Birutė Ciplijauskaitė).

http://franciscocenamor.blogspot.com/2020/12/poema-del-dia-campanarios-de-azucar-de.html

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Todos los números enteros positivos son iguales

MATEMOCIÓN

«La serie de los números pares es justamente la mitad de la serie total de números. La serie de los números
impares es exactamente la otra mitad. La serie de los pares y la serie de los impares son —ambas— infinitas.
La serie total de los números es también infinita. ¿Será entonces doblemente infinita que la serie de los
números pares y que la serie de los impares? Sería absurdo pensarlo, porque el concepto de infinito no
admite ni más ni menos. ¿Entonces, las partes —la serie par y la impar—, serán iguales al todo? —Átenme
ustedes esa mosca por el rabo y díganme en qué consiste lo sofístico de este argumento».

Antonio Machado, Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo),
1936

Imagen: Gerd Altmann / Pixabay

Respondiendo a Machado, y recurriendo a la noción de cardinal de un conjunto, sí, es decir, las partes —la
serie par y la impar—, son iguales al todo. De otra manera, el conjunto de los números pares y el de los
impares tienen el mismo cardinal, cardinal que es el igual al de todos los enteros positivos. En efecto, es
posible dar una función biyectiva entre los números naturales y los pares: basta con emparejar cada número
entero positivo n con el par 2n. Un argumento similar prueba que los enteros positivos tienen el mismo
cardinal que los impares (se asocia n con el impar 2n-1). Parece paradójico, ¿verdad? Pero no lo es.

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Aunque si todos los enteros positivos fueran iguales, evitaríamos hablar del infinito, y Machado habría
logrado esquivar este problema… Y es que, en 1988, el matemático Taje I. Ramsamujh (Florida International
University) proponía en la revista Mathematical Gazette una demostración de que todos los números enteros
son iguales. La reproducimos debajo. ¿Sabrías decir cuál es el error cometido en la prueba?

Fuente: T. I. Ramsamujh, 72.14 A paradox–(1) All positive integers are equal The Mathematical Gazette ,
Volume 72 , Issue 460 , June 1988 , pp. 113 DOI: 10.2307/3618919

Ramsamujh propone la siguiente demostración en su artículo:

Consideremos la siguiente proposición p(n): “Si el máximo de dos enteros positivos es n, entonces los dos
enteros son iguales”. Veamos en primer lugar que p(n) es cierto para todo entero positivo. Observar que p(1)
es cierto, ya que si el máximo de dos enteros positivos es 1, es obvio que ambos son iguales a 1, y por lo tanto
son iguales. Supongamos ahora que p(n) es cierto y sean u y v dos enteros positivos cuyo máximo es n+1.
Entonces, el máximo de u–1 y v–1 es n. Como p(n) es cierto, se sigue que u–1 = v–1. Y por lo tanto u = v, con
lo que p(n+1) es cierto. Luego p(n) implica p(n+ 1) para cada entero positivo n. Por el principio de
inducción matemática, se deduce que p(n) es cierto para todo entero positivo n.

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Sean ahora x e y dos enteros positivos cualesquiera. Sea n el máximo de x e y. Como p(n) es cierto se sigue
que x = y. acabamos de probar que dos enteros positivos cualesquiera son iguales. ¿Dónde está el error?

¿Dónde está el error? Piensa un poco…

Efectivamente, aunque u y v sean enteros positivos, u–1 y v–1 no tienen porque serlo. Si, por ejemplo, u = 1,
entonces u–1 = 0, y ¡no se puede seguir argumentando como propone Ramsamujh!

Referencias:

All for One, Futility Closet, 28 agosto 2020

T.I. Ramsamujh, 72.14 A Paradox: (1) All Positive Integers Are Equal, Mathematical Gazette 72:460 [June
1988], 113

Sobre la autora: Marta Macho Stadler es profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la


UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esta
universidad

https://culturacientifica.com/2020/12/09/todos-los-numeros-enteros-positivos-son-
iguales/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CuadernoDeCulturaCient
fica+%28Cuaderno+de+Cultura+Cient%C3%ADfica%29

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Los jóvenes africanos empiezan a desistir de la piratería: “Ya no quieren ver cine de baja calidad”

Khadidia Djigo, la exhibidora senegalesa, narra el auge del cine en salas de África Occidental, donde su
compañía está abriendo auditorios con la misma tecnología que los de cualquier país del norte

Khadidia Djigo, la exhibidora senegalesa.CANAL OLYMPIA / EL PAÍS

ANALÍA IGLESIAS

23 DIC 2020 - 17:10 GMT-6

Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa
diaria y global sobre la Agenda 2030, la erradicación de la pobreza y la desigualdad, y el progreso de los
países en desarrollo. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.

“Hay una gran diáspora africana en el mundo que está conectada a las películas del continente, aunque los
filmes africanos que ganan en los festivales no llegan al gran público africano”, explica la exhibidora
senegalesa Khadidia Djigo. Algo así como que cuando estamos fuera de nuestros países nos gusta
reencontrarnos con nuestras alegrías, nuestras tradiciones e incluso con nuestros complejos como sociedad
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(el cine de autor que premian los festivales), pero cuando estamos dentro del país, preferimos el
entretenimiento, vaciar un rato la cabeza de los problemas cercanos, distendernos con ficciones lejanas, con
Hollywood quizá.

Sin embargo, es muy probable que algunas de estas certezas estén a punto de dejar de serlo, con el aluvión de
nuevas salas de cine comercial que se están abriendo en África Occidental y que ya están estableciendo cuotas
de pantalla para el cine de sus propios países. Sabemos, por supuesto, que a buena parte del joven
público urbanita de nuestro gran continente vecino le encanta estar al tanto de los últimos éxitos de taquilla
en EE UU y Europa, pero en las puertas de las salas ya empiezan a mezclarse los afiches de los
títulos mainstream con los del cine local más genuino. Y eso va calando.

Algunos espectadores del cine Canal Olympia en Senegal.CANAL OLYMPIA

Khadidia Djigo responde probablemente al perfil de muchos de esos jóvenes entusiastas que componen el
público de los espectáculos de cualquier gran ciudad de África Occidental. Nació en Dakar, Senegal, hace 32
años. Salió a formarse y luego regresó a su país con mil ideas nuevas. Desde 2017 es la directora del complejo
de cine y sala de exposiciones de Canal Olympia Teranga en su ciudad natal. Djigo había estudiado comercio
y relaciones internacionales en Burdeos, trabajó en comunicación y espectáculos en París e hizo prácticas en

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Estados Unidos, en la sede de la UNESCO, donde elaboró una memoria sobre el multilingüismo en los
organismos internacionales, insistiendo en lo bien que se puede trabajar entre colegas de países con diferentes
lenguas, en Naciones Unidas, donde “el suajili es idioma oficial”, recuerda.

¿Qué significó para Dakar una gran sala de cine, de nuevo, como en los buenos viejos tiempos? En Dakar,
hacía casi 20 años que había cerrado la última sala de cine, cuando llegó este conglomerado francés (pariente
de Canal+) a instalar “un auditorio para 300 personas equipado con la misma tecnología” con la que cuenta
cualquier otro sitio de los llamados ‘desarrollados’. Djigo comenta que costó unos meses atraer a la gente,
pero que en 2018, cuando aterrizó en Senegal la película Black Panther, de Ryan Coogler, aquello fue “una
locura” y, aunque era una película norteamericana de superhéroes, se trataba al mismo tiempo de una
celebración de la africanidad (que batió todos los récords en el mundo, incluso el del filme más taquillero
realizado por un director afroamericano). Y, así, en los seis meses que siguieron a ese estreno llegaron a las
10.000 entradas vendidas, lo cual incluye también a los espectadores de la última entrega de la saga Los
piratas del Caribe.

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Black Panther hizo venir a gente que no había venido nunca; después de esta película, el cine se
convirtió en una costumbre para los senegaleses, cameruneses, guineanos...

“Black Panther hizo venir a gente que no había venido nunca; después de esta película, el cine se convirtió en
una costumbre para los senegaleses, cameruneses, guineanos…”, se entusiasma Khadidia. Porque, entretanto,
el grupo Canal Olympia había abierto salas en Guinea Conakry, Camerún (Duala y Yaoundé), Burkina Faso y
Níger. Después de 2018 se inauguraron también cines en Togo, Benín, Congo Brazzaville y Madagascar.

Constatado el boom en los países francófonos, ahora están desembarcando en los países angloparlantes de la
región (al menos, en los que no tienen prohibida la apertura de salas por la pandemia). Así, Nigeria inauguró
una sala el pasado 1 de noviembre y Ruanda acaba de hacerlo, hace un mes escaso. Estas dos últimas tenían
postergada su inauguración desde marzo y abril, respectivamente. Aún esperan el levantamiento de las
restricciones para abrir las de Ghana, Sierra Leona y Liberia.

Khadidia Djigo está a cargo de la cadena de exhibición en Senegal y, ahora también, del entrenamiento del
equipo y el lanzamiento de los teatros para el mundo anglófono: “El público es mayoritariamente joven, gente
de entre 15 y 30 años. Son los más contentos por contar con una sala con buen sonido, buena imagen, donde
las películas taquilleras salen al mismo tiempo que en EE UU o en Francia”. Son, seguramente, quienes están
pendientes de las campañas de la industria del entretenimiento online y “quieren ir a verlas en cuanto salen,
cuando todavía no están en Netflix o Amazon”. Es decir, que las plataformas digitales no resultan una
competencia invalidante.

Y aunque la piratería existe, y los DVD se siguen vendiendo con naturalidad en los mercados, ese público ya
se ha vuelto exigente y “no quiere ver películas en baja calidad”. “Además, adaptamos los precios al poder
adquisitivo de cada país. En Dakar, la entrada cuesta 2 euros para los adultos y el equivalente a 1,5 euros para
los menores de 12 años”, añade.

En Dakar, la entrada cuesta 2 euros para los adultos y el equivalente a 1,5 euros para los menores de 12
años

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“Desde luego, también hay público para el cine de autor en África, que suele verse en los institutos culturales
antes que en las salas comerciales”, apunta Djigo. No obstante, hay películas africanas de acción y comedias
que tienen cuota de pantalla en sus cines, como es el caso de Sankara et moi (Sankara y yo), que ha quedado
entre las pendientes, cuando por fin los cines puedan reabrir tras los confinamientos, en Senegal y Congo
Brazzaville, donde las salas continúan “desgraciadamente cerradas”.

Sobre las posibilidades de retomar la actividad tras semejante parón, Djigo lamenta que las ayudas
gubernamentales en Dakar sirvieran solo para los dos primeros meses. El resto de África parece ir retomando
su actividad de entretenimiento con normalidad. Que así sea, esencialmente por los trabajadores de la cultura.

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quieren-ver-cine-de-baja-calidad.html#?sma=newsletter_planeta_futuro20201230

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Clara Obligado: “Nunca como en esta época hemos tomado conciencia del valor del lenguaje”

CRISTINA LÓPEZ BARRIO

Clara Obligado

Fotografías: © Manolo Yllera

Es principios de noviembre, cuando emprendo un viaje hacia el campo extremeño para encontrarme con la
escritora Clara Obligado. Mientras conduzco, una frase de su nuevo libro me ronda con insistencia: “Era
extranjera en mi propio idioma”. Al llegar a mi destino me recibe un aroma a chimenea y Clara, que me habla
de tú, aunque la modulación de su voz es argentina —siempre me cuelgo de ella cuando la escucho leer—.
Nacida en Buenos Aires, vive en Madrid desde 1976. Es exilada política de la dictadura militar. Podría
reunirnos la amistad, que también, pero la excusa principal para nuestro encuentro se debe a la reciente
publicación de Una casa lejos de casa: La escritura extranjera (editorial Contrabando, colección Interlocutor
Cruel), un texto bello cuya lectura me parece imprescindible no solo por la fuerza de su estética, sino también
porque vivimos tiempos necesitados de libros que inspiren tolerancia. Éste además es un himno a las palabras,

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como ella expresa, a la diversidad, al lenguaje como lugar de encuentro, de unión, que no entiende de
discriminaciones o fronteras. Es un libro híbrido, lírico, que emociona, sacude, remueve, que suscita reflexión
y llama al goce de la vida, de la imaginación y de la literatura, más allá de las circunstancias que nos haya
tocado vivir. No admite encasillamientos en un género concreto. Echar raíces en la tierra fértil solo de uno iría
en contra de su forma y de su fondo. Para mí es el clavel del aire del que nos habla su autora, pues donde este
libro echa en verdad raíces es en el corazón y en la mente del lector.

—Clara, háblame, por favor, de los distintos géneros que abarca tu libro.

—Tiene una estructura híbrida. Por un lado es una novela donde alguien que ya es mayor empieza a contar su
vida desde que es pequeña, una línea vital que une toda la historia y que comprende la emigración, y por otro
hay una línea más reflexiva, ensayística. Es decir, el libro es un híbrido entre biografía, novela de aprendizaje
y ensayo. Recorre distintas formas de la prosa. Es, en realidad, un himno a las palabras.

—¿Dirías que hay también autoficción? ¿O que hay algo de ficción incluso en la biográfico?

"Nunca se puede contar todo, y resultaría tedioso"

—Es una autobiografía, porque es verdad todo lo que cuento, o al menos yo creo que es verdad. Pero siempre
que se escribe biografía se elige, se omite, se subraya, se maquilla. Y hay muchas experiencias personales de
las que no hablo. Es imposible hacer otra cosa. Cuando la gente dice que es sincera su autobiografía, aunque
no tenga la intención de mentir no dice la verdad, porque nunca se puede contar todo y resultaría tedioso. Yo
elegí escribir una autobiografía lectora de una emigrante.

—En mi opinión, uno de los hilos conductores de tu libro es el lenguaje. La identidad y la vida de una
persona a través de sus vivencias con el lenguaje. Comienzas tu historia con una institutriz que cuando
eras muy pequeña te leía cuentos en inglés, un idioma que al principio no entendías. Años más tarde, en
el colegio, cuando te hablaban en francés, respondías en inglés.

—Sí, es bastante cómico, pero para mí fue bastante traumático, porque se burlaban de mí. No he vuelto a
hablar inglés. Entiendo más de lo que parece, tengo cierto vocabulario, pero de cuento de hadas. Palabras
como bruja, bosque, enano.

—¿La propia estructura de tu libro refleja el tema principal que trata: el hibrismo?

"Extranjero no se nace. Uno se convierte en extranjero"

—Sí. Trata sobre alguien que se plantea una situación que no le es dada con el nacimiento: el hecho de ser
extranjera. Uno se convierte en extranjero de un día para otro, cuando atraviesa una frontera. Y las fronteras
ponen muchas cosas en cuestión, una de ellas es el idioma. Extranjero no se nace. Uno se convierte en
extranjero. Es como el exilio: uno se puede sentir exilado, pero un exilado es un exilado, alguien que
realmente, no metafóricamente, no puede volver a su país. Los latinos decían “destierro o entierro”. De eso
estoy hablando, y es algo que te modifica para siempre. Es una identidad que se suma a tu identidad. Y te
sorprende. Yo cambié de identidad con 25 años, cambió todo: el cielo que me cubría y la tierra que yo pisaba.
Y como ya era mayor y pude cuestionármelo y reflexionar sobre ello, decidí qué marcas iba a aceptar. Esa
vida rota, esa vida quebrada, se cuenta, también, con una estructura fragmentaria, quebrada. Yo soy mestiza,
soy una mezcla, y por eso cuento mezclando géneros. La forma acompaña a lo que quiero decir, siempre.
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—Se suele mitificar la infancia como un territorio feliz, pero tú dices lo contrario, que no hay que
llevarla a la perfección inhumana.

—La gente suele repetir que fue feliz en la infancia. No siempre es verdad, en muchos casos es un mito. Pero
ocurre otra cosa: si colocamos la felicidad a nuestras espaldas, todo tiempo futuro será peor. La felicidad la
ponemos en el pasado. Si aceptamos los conflictos de crecer, tal vez la felicidad esté en el porvenir. Yo no
tuve una infancia feliz, y me estoy preparando para una feliz vejez.

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—Pues el libro transmite unas imágenes muy bellas de tu infancia, una belleza muy nostálgica.

—Como te decía: no fui feliz, pero tenía un carácter muy fuerte, resistente. Era una persona con mucha
alegría de vivir, a pesar de lo que me rodeaba. Mi entorno no era placentero, pero yo iba creando espacios
donde me sentía bien, y uno de ellos fueron los libros. Cuando les damos todo servido a los niños nos
equivocamos. De las carencias he aprendido lo que sí quiero, y también he desarrollado armas para
conseguirlo que no están en el pasado.

—¿Y la felicidad estaba en los libros?

"Para mí los libros siempre han sido la nave que te hace volar, que te saca de la realidad"

—Por supuesto, estaba en la naturaleza y en los libros. Para mí siempre han sido la nave que te hace volar,
que te saca de la realidad, la nave de Emily Dickinson. Una casa lejos de casa es, entre otras cosas, un himno
a la literatura. A la capacidad de imaginar que nos salva incluso en el peor momento de nuestras vidas. “La
literatura nos salva del horror”. Esta es la última frase de mi libro.

—El final es de una belleza lírica que me emocionó.

—Sí, de exaltación. Una defensa de la imaginación, una aceptación de todo lo vivido como parte de una
historia que termina siendo, a su manera, feliz.

—¿Crees que el lenguaje puede ser utilizado como una herramienta de discriminación, una frontera, un
arma arrojadiza para poner de manifiesto una diferencia que se piensa insalvable?

—Nunca como en esta época hemos tomado conciencia del valor del lenguaje, ahora que se debate si el
lenguaje es sexista o no lo es, y se producen grandes debates. La importancia del lenguaje cuando te nombran,
por ejemplo. La manera en la que te nombran es muy importante, determina tu identidad: no es lo mismo
decir negro que afroamericano. El lenguaje es nuestra manera de simbolizar.

—“Era extranjera en mi propio idioma” es una frase que me ha impactado. Háblame sobre ella, por
favor.

"España es un país de expulsión: a lo largo de la historia ha expulsado a los árabes, a los judíos, a los
pobres, a los exilados"

—Se decía que la gente que venía de América Latina lo tenía más fácil, pero creo que no es así. España es un
país de expulsión: a lo largo de la historia ha expulsado a los árabes, a los judíos, a los pobres, a los exilados.
Por eso no tiene tradición de recibir gente y no se plantea estos problemas. Es muy corriente que te digan “eso
no se dice así” o “está mal”, simplemente porque no son las palabras corrientes en España. Cuando eres de
otro país tomas mucha conciencia del idioma. Por ejemplo, cuando escribí este libro me di cuenta de que
hablo dos idiomas a la vez, elijo la sintaxis y la semántica española, pero mi tono, mi modulación, son
argentinos. Hablo en dos castellanos a la vez. Llevo muchos días sola con mi marido, que es argentino, y
ahora me cuesta llamarte de tú. A mi marido le hablo de vos, a mis hijas de tú, al gato también de tú, porque
es español. Es un bilingüismo simultáneo.

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—Otra frase que me impacta con respecto a tu llegada a España como exiliada es “ni casa, ni amigos, ni
trabajo, solo la vida, que no es poco”. ¿Nos salva el carácter, o la pulsión por la vida?

—En mi generación hubo gente que murió muy pronto. A muchos los mataron y otros no sobrevivieron,
posiblemente por la pena. Gestionar el dolor es siempre difícil: a mí me salvó la decisión de vengarme. ¿Y
cómo podía hacerlo, si no soy una persona violenta? Y entonces pensé que la felicidad era, de alguna forma,
una venganza. Si estoy triste, pensé, me derrotaron. Para abandonar mis ideas no valía la pena haber
sobrevivido. Yo sobreviví para poder ser feliz y para seguir peleando por un proyecto vital que, en algunas
cosas, triunfó. Mi generación cambió muchas cosas en la manera de vivir, y muchas fueron buenas. Soy
resistente, me viene de la infancia. Frente a las dificultades desarrollo una utopía positiva. Es una actitud
filosófica, hay que tener cierto valor para sostenerlo, es más fácil quejarse que mantener la ilusión. Me quejo,
como todo el mundo, pero no habito en el lamento.

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—Hablas también en el libro de la necesidad de nombrar, de poner nombres a las cosas casi para que
existan. Esto es un exilio, esto es un destierro, ¿es una forma de comenzar?

—La importancia de las palabras, del relato, no en el sentido que se usa ahora, que se trata de mentir y
manipular creando una ficción.

—¿Por qué este libro ahora?

"No me gustan los mitos, como ese de que España es un país abierto"

—Llevaba muchos años pensando y dando conferencias sobre qué es ser extranjera en España. No me gustan
los mitos, como ese de «España es un país abierto». Tampoco Argentina es un país abierto, ningún país lo es.
Tengo amigos extranjeros y hablamos bastante sobre este tema: qué se siente cuando se tiene que emigrar, la
dureza de la emigración. Un amigo editor, al principio de la pandemia, me dijo: «Tengo un proyecto: ¿por qué
no escribes sobre qué es la escritura?». Le contesté: «Quiero hablar sobre esto». Pertenezco a una primera
generación de emigrantes en España. Nosotros somos la primera generación que vino a España y se quedó.
Participamos, por ejemplo, de la Transición, somos parte de esta historia, y creo que esto merece ser
mencionado.

—Me ha venido a la memoria al leer tu libro lo que la arqueóloga Almudena Hernando dice en su
magnífico ensayo La fantasía de la individualidad, que, en parte, la identidad del individuo viene dada
por la pertenencia a un grupo, y solo este sentimiento le proporciona la seguridad para sobrevivir. En
tu libro citas las palabras de la escritora Agota Kristof tras el exilio: “Perdí la pertenencia a un
pueblo”. ¿Sentiste algo parecido cuando te exiliaste en España?

—Te quedas sin nada. Es cierto que llegue sola, pertenecía a un mundo que había sido masacrado, y aquí me
dicen que adaptarse es fácil y que todo está bien. Pero conseguir papeles, por ejemplo, no es tan fácil. Yo
necesito dialogar desde lo que soy, y sin este diálogo no me puedo integrar. La riqueza son los espacios
móviles que están en el medio: si tú me dices «yo soy española» y yo te digo que no me siento así, sino que
me siento extranjera, habría mucho para conversar. Una sociedad debe moverse para incluir a los que son
distintos, y solo nos podemos integrar en la medida en que el otro se abra y quiera hablar con nosotros. Para
eso también tenemos que aceptar un debate. En este conflicto sucede la cultura, no en las posturas estancas.
Dicho de otro modo: la identidad no existe, es fluida.

—¿De alguna forma encuentras también la identidad a través del lenguaje, de la escritura?

—Tengo una identidad móvil, una identidad en cuestión. Desde ahí me relaciono. No existe la identidad
férrea, es una quimera, yo la llamaría “autoritarismo”. No hay un “entre”, es un espacio cerrado. Los
nacionalismos férreos son posturas autoritarias, se plantan desde la superioridad. Yo propongo una “identidad
dialogante”, que supone a dos personas iguales.

—El libro es un canto a la pluralidad, a la mezcla, a la riqueza que supone pensamientos distintos, a
cómo aprendemos unos de otros. ¿Qué opinas de la llamada “cultura de la cancelación”?

"Debemos crear unas identidades más plásticas, tenemos que hablar"

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—Vivimos en un mundo que si tú polarizas, el otro también lo hace. Con el tema del género, por ejemplo.
Cuántos géneros hay, la diferencia entre hombre y mujer. En la generación de mis padres los sexos eran dos.
Ahora ya no lo entendemos así. Y si lo entendemos así, esto supone libertar la libertad de quien no se siente
parte de algo binario. Si lo pensamos desde el punto de vista de la emigración podemos plantear una situación
paralela. No hay identidades puras. La identidad cultural entendida de manera férrea no existe, es fluida y se
crea en estas fricciones. Sí tú te abroquelas en tus ideas, tienes una guerra. Y a más problemas, a más tensión,
más dureza en las posturas. Esto no nos ayuda. Es defensivo. Debemos crear unas identidades más plásticas,
tenemos que hablar.

—El exilio como identidad. La extranjería como patria, dices en tu libro y citas las bellas palabras del
poeta palestino Mahmoud Darwish: “Nos hemos liberado del peso de la tierra, de la identidad”. Un
espacio hecho de palabras. ¿La patria ya no es un país, sino un estado, el estado liviano de ser
extranjero?

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—La extranjería es una manera de vivir, es una manera de reconocer que siempre estás un poco afuera, por
eso puedes ser muy crítico, pero esto no es malo. En realidad, según lo siento, no tener raíces te libera y te
enriquece. Yo no siento que tenga raíces sólidas. Me podrían mandar al Polo y podría organizarme de alguna
manera. Una vez que lo has perdido todo eres mucho más fuerte. Tienes los recuerdos, claro, pero no están
clavados en la tierra sino en tu memoria, en tus palabras. Tengo una identidad móvil. Como el clavel del aire,
que echa raíces en otra planta, no en la tierra, y que no necesita afianzarse, me afianzo en algo más etéreo, las
palabras. Recuperar a través de narrar.

—Dices que el emigrante tiene esperanzas con respecto al futuro. El exilado, en cambio, habita en la
nostalgia. ¿Qué más los distingue?

—El exilio para mí tiene que ver con la violencia. El exilado o desterrado no puede volver, porque lo matan.
El emigrante decide irse de su tierra, en general por temas económicos. No tiene por qué ser más dura una
situación que la otra, no se trata de esto, sino que un estado implica la violencia política y otro no
necesariamente.

—Tus orígenes son los de un emigrante español de Calañas, un pueblo de Huelva, que emigra a
Argentina. Siglos más tarde, tú regresas a España como exiliada y te quedas. Esto podría ser el cierre
circular de una novela o un cuento.

"Mi identidad se destroza al llegar a España, la pongo en cuestión, pierdo pie, por decirlo de alguna
manera"

—Completamente. Mi identidad se destroza al llegar a España, la pongo en cuestión, pierdo pie, por decirlo
de alguna manera, pero finalmente reconozco que no es tan importante. Y sucede que cumplí con el destino
de mi familia, porque soy una escritora en España, y mi abuelo adoraba España. El destino es muy
caprichoso: creyendo ir hacia un lado, te diriges justamente hacia el otro. Huyes de algo y corres en redondo,
vuelves al punto de partida. Es muy difícil escapar de tu destino.

—¿Fatalismo?

—Un fatalismo cómico. De alguna forma, si eres de una familia guerrera, serás guerrera, aunque tu guerra sea
otra. Si uno analiza su propia familia lleva implícita una obligación, de alguna manera. La mía fue la de la
enseñanza, porque hay muchos profesores, y la de la literatura.

—En tu familia la literatura era cosa de hombres, y además poetas.

—Yo estudiaba la carrera bajo el retrato de mi abuelo, en la biblioteca de la universidad. Tanto él como su
padre habían sido Académicos de la Lengua. Tenía sobre mí el peso de la tradición, y era un peso nada ligero.
Pero yo era mujer, escribía prosa y era de izquierdas. Ellos hombres, poetas y de derechas. Hay un mandato
que uno cumple a su manera, es como un destino humano, un destino familiar. Las dos caras de una misma
moneda. Cuando fui a la biblioteca de Calañas, que se llama Familia Obligado, en Huelva, todo el mundo me
traía fotos de mi abuelo, a quien yo no conocí, y sobre la mesa estaban sus libros y los míos mezclados. Fue
muy extraño.

—Me impactó lo que cuentas sobre el regreso a España desde Latinoamérica de los escritores españoles
exilados, que coincidió en el tiempo con el exilio de los argentinos a España.
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"Falta el reconocimiento de lo que Argentina trajo, de lo que trajo Latinoamérica, que es también muy
interesante"

—En Argentina hay estudios de lo que han aportado los españoles exiliados, que fue mucho, pero aquí no hay
estudios de lo que han aportado los exiliados argentinos a España. Falta el reconocimiento de lo que
Argentina trajo, de lo que trajo Latinoamérica, que es también muy interesante. Llegamos en el momento en
que había muerto Franco, y aportamos al periodismo, al teatro, a la gastronomía, y a tantas cosas más. Por
ejemplo, no existía la carrera de dentista como es ahora. Por supuesto, no había psicoanalistas… Insisto en la
necesidad de escribir una historia de la transición común. En la primera campaña de Felipe González todos
los publicistas eran argentinos. Yo trabaja en la UGT haciendo carteles para Felipe González. Piensa en
Almodóvar sin Cecilia Roth, el rock. Este era un país oscuro, triste.

—Al final, cuando la situación política de la que habías huido termina, tienes que tomar una decisión, y
decides quedarte en España a pesar de que te presionan desde Argentina para que vuelvas.

—Es como una asignatura pendiente, pasar un año en Argentina. Decidí también llevar una relación con mi
país que fuera vital, actual. Tengo amigos nuevos, por ejemplo, no solo los de la infancia y juventud. Pero es
difícil, voy un mes de cada doce, siempre hay un poco de desencuentro. Y por cierto, nunca más he visto
florecer los jacarandás, y eso me entristece. La ciudad se pone azul.

—Me gustaría que habláramos de la forma, de las distintas formas para contar. Citas a la escritora
Piedad Bonet, que dice “me salvó la estructura” cuando narra la muerte de su hijo. ¿Crees que la
forma lo es todo? ¿Que todo qué tiene un cómo?

—Debería. Yo creo que el gran arte —porque hay un arte mayor y un arte menor—, en el arte mayor, la
forma está ligada a lo que se está contando. La forma dice mucho más que los argumentos, aunque leer a ese
nivel pide otras habilidades. Fondo y forma son lo mismo. No son cosas distintas: si yo cuento como un autor
del siglo XIX es que mi concepción del mundo es del siglo XIX.

—¿Se pueden contar ciertas historias muy dolorosas o terribles, entonces, gracias a la forma?

—Eso es la literatura, no lo que cuento, solamente, sino la manera de contarlo.

—¿La búsqueda de la forma en tus textos está relacionada, de alguna manera, con la búsqueda de tu
identidad?

—Exacto, es lo mismo. Tengo hoy una identidad móvil, mestiza. Escribo también textos mestizos, entre
ensayo y biografía, entre novela y cuento. La forma pertenece a distintos órdenes y está fragmentada, es una
manera de llevar la identidad. Trabajo con distintos órdenes al mismo tiempo.

—La escritura y la distancia. Para narrar hechos terribles, como el holocausto, dices en tu libro, ¿hace
falta distancia?

"Yo no he contado el dolor de Argentina, no lo contaría a través de una ficción sino como una cuestión
periodística"

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—Es un debate que se produce después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Después de hechos tan violentos
tiene sentido la literatura? Auschwitz cierra la literatura, dice Adorno, no se puede seguir después de tanta
barbarie. ¿Hasta qué punto conviene contar las cosas? Es un debate abierto, cómo contar ciertas cosas. Yo no
he contado el dolor de Argentina, no lo contaría a través de una ficción sino como una cuestión periodística,
de manera testimonial, tal vez, porque estaría asomándome al dolor de los demás. Lo haría de otra forma. Otra
vez la forma. Esto es un debate que la literatura tiene hace muchos años. Hasta cierto punto es inagotable. La
primera película que filman cuando entran en los campos de exterminio, cuando los vacían, Noche y
niebla, creo que se llama, es tan horrible que no se puede ver. ¿Tiene sentido? Coetzee también lo discute.
¿Hasta que punto se puede? ¿A través de la elipsis? Edipo se arranca los ojos, y quizá nos esté diciendo que
hay cosas que no se pueden ver. ¿Hasta qué punto nos podemos acercar? ¿Y con qué medios? ¿Es la ficción
un vehículo adecuado?

—Hablas de un nuevo lenguaje, de un lenguaje familiar que haces con tus hijas y tu nieto, el lenguaje
del afecto, donde se junta el castellano de las dos orillas.

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—Se basa en los sinónimos, en que una cosa puede ser dos cosas a la vez. Es, también, un aprendizaje
interesante.

—¿Conservas el sapito de barro que dices en el libro simbolizaba tu hogar?

—Un sapito, una braga y un libro. El sapito lo ponía donde iba a dormir, y eso era mi casa. Ya no lo conservo.
No sé dónde lo dejé. Me lo había comprado en Bolivia, en el lago Titicaca, y fue lo que me quedó cuando lo
había perdido todo.

—Dices que no te incluyen en una antología argentina ni española.

"Que te excluyan también dice muchas cosas. Puedes llevarlo a un plano meramente personal, y
sentirte dolida"

—Que te excluyan también dice muchas cosas. Puedes llevarlo a un plano meramente personal, y sentirte
dolida, porque a ningún escritor le gusta que lo excluyan, pero también es algo que me hace pensar: en el
idioma, en el marco de lo nacional, en el dolor. Y te pasa a los dos lados del Atlántico. Pero ahora voy a sacar
una antología en Eudeba, una editorial Argentina para universitarios. Estoy muy contenta.

—¿Hablas también de la culpa?

—La culpa es inherente a las situaciones de violencia. Tiendes a culpabilizarte, porque no has muerto y otros
sí. Pero también aprendes a defenderte, a alejar esos sentimientos, que francamente no son justos. El exilio te
hace pensar en muchas cosas que no hubieras pensado de forma natural, y eso es muy interesante. Una
manera de estar en el mundo.

—¿Te ves como Ulises, que tiene que volver a casa, a su Ítaca, para terminar su viaje?

—Creo que Ulises se equivoca, porque en realidad no se puede volver. Nadie puede, porque el tiempo pasa y
la vida no se puede congelar. A él sólo le va a reconocer el perro. No se puede volver, y Ulises lo sabe.
Kavafis dice que el sentido del viaje es el viaje mismo, el trayecto, y es una metáfora de la vida. No puedes
volver a la infancia, solo en algunos aspectos. Etimológicamente, “recordar” es «volver a traer al corazón»,
pero en la práctica no hay vuelta atrás.

https://www.zendalibros.com/clara-obligado-nunca-como-en-esta-epoca-hemos-tomado-conciencia-del-valor-
del-lenguaje/?utm_campaign=20201217&utm_medium=email&utm_source=newsletter

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La cámara de niebla

EXPERIENTIA DOCET EL NÚCLEO ARTÍCULO 24 DE 30

Cámara de niebla Wilson empleada en 1955 en el Brookhaven National Laboratory para el estudio de
rayos cósmicos.

Fue posible distinguir experimentalmente entre las dos hipótesis posibles para explicar la
desintegración artificial mediante el uso de un dispositivo llamado «cámara de niebla», que permite
visualizar la trayectoria de cada partícula cargada. La cámara de niebla fue inventada por C.T.R.
Wilson y perfeccionada por él a lo largo de los años. A partir de 1911 se convertiría en un importante
instrumento científico para estudiar el comportamiento de las partículas subatómicas.

En el caso de la desintegración artificial, recordemos, las dos hipótesis eran:

(a) El núcleo del átomo bombardeado pierde un protón, que se “desprende” como resultado de una
colisión con una partícula alfa especialmente rápida.

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(b) La partícula alfa es “capturada” por el núcleo del átomo al que ha golpeado, formando un nuevo
núcleo que, inmediatamente después, emite un protón.

Trayectorias de partículas alfa atravesando (de izquierda a derecha) gas nitrógeno. Una de ellas ha
golpeado un átomo de nitrógeno, convirtiéndolo en oxígeno y emitiendo un protón. ¿Ves las tres
trayectorias? Fuente: Cassidy Physics Library

Si la hipótesis (a) es válida, el protón “desprendido” sería la cuarta trayectoria en la fotografía de una
desintegración en una cámara de niebla: observaríamos la de una partícula alfa antes de la colisión, la
de la misma partícula alfa después de la colisión, la del núcleo que que se desplaza tras la colisión y la
del protón desprendido.

En el caso de que la (b) fuese la válida, en cambio, la partícula alfa incidente debería desaparecer en la
colisión, y solo se verían tres trayectorias en la fotografía: la de la partícula alfa antes de la colisión y las
del núcleo desplazado tras la colisión y el protón emitido.

La cuestión se resolvió en 1925 cuando P.M.S. Blackett estudió las trayectorias producidas cuando las
partículas atravesaban gas nitrógeno en una cámara de niebla. Encontró que las únicas trayectorias en
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las que se podía ver la desintegración artificial eran las de la partícula alfa incidente, un protón y el
núcleo desplazado. La ausencia de una trayectoria correspondiente a una partícula alfa tras la colisión
demostró que la partícula desaparecía por completo y que el caso (b) es la interpretación correcta de la
desintegración artificial: la partícula alfa es capturada por el núcleo del átomo que golpea, formando una
nuevo núcleo que luego emite un protón.

El proceso en el que una partícula es absorbida por un núcleo de nitrógeno y se emite un protón puede
representarse mediante una «ecuación». La ecuación expresa el hecho de que el número de masa total
es el mismo antes y después de la colisión (es decir, hay conservación del número de masa) y el hecho de
que la carga total es la misma antes y después de la colisión (hay conservación de carga).

Esta reacción muestra que ha tenido lugar la transmutación de un átomo de un elemento químico en un
átomo de otro elemento químico. La transmutación no se ha producido de forma espontánea, como
ocurre en el caso de la radiactividad natural; se produce exponiendo átomos (núcleos) objetivo a
proyectiles emitidos por un nucleido radiactivo. Es, pues, una transmutación artificial. En el artículo en
el que informó sobre esta primera reacción nuclear producida artificialmente, Rutherford dijo:

Los resultados en su conjunto sugieren que, si se dispusiera de partículas alfa, o proyectiles similares, de
energía aún mayor para experimentar, podríamos esperar que se descompusiera la estructura nuclear de
muchos de los átomos más ligeros.[1]

El estudio posterior de las reacciones que involucran núcleos ligeros condujo al descubrimiento de una
nueva partícula y a un modelo muy mejorado de la constitución del núcleo. Se han observado muchos
tipos de reacciones con núcleos de todas las masas, desde los más ligeros hasta los más pesados, y las
posibilidades indicadas por Rutherford han ido mucho más allá de lo que jamás podría haber
imaginado en 1919.

Nota:

[1] Este llamamiento a conseguir mayores energías de «proyectiles» fue respondido no mucho después
con la construcción de aceleradores de partículas.

Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance

https://culturacientifica.com/2020/12/01/la-camara-de-
niebla/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CuadernoDeCultur
aCientfica+%28Cuaderno+de+Cultura+Cient%C3%ADfica%29

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Posible modelo teórico del primer superconductor a temperatura ambiente bajo presiones enormes

Por Francisco R. Villatoro

Ranga P. Dias (Univ. Rochester, New York, EE.UU.) lideró el descubrimiento del «primer
superconductor a temperatura ambiente, pero a una presión enorme» (LCMF, 16 oct 2020), un
superhidruro de azufre y carbono con una temperatura crítica de 288 K (~ 15 ºC) a 267 GPa
(gigapascales). ¿Cuál es la estructura química de este material? El propio Dias y varios colegas ha
usado el software ABINIT para proponer que la estructura es H3S0.962C0.038, que en teoría tiene Tc = 289
K para 260 GPa; más aún, proponen que sustituir el carbono por silicio podría lograr la temperatura
ambiente con menor presión, en concreto, para H 3S0.960Si0.040 se obtendría Tc = 283 K para 230 GPa. El
estudio detallado de los materiales H3S1−xZx (Z = C, Si) promete nuevas sorpresas en la
superconductividad a temperatura ambiente (bajo enormes presiones de cientos de gigapascales).

Las observaciones apuntan a que la temperatura crítica Tc crece con la presión P, pero quizás con una
discontinuidad en dTc/dP cerca de 230 GPa. Así se sugiere que hay una deformación de la estructura
del material alrededor de 230 GPa. Lo curioso es que esto recuerda a lo que pasa con las simulaciones
teóricas para H3S1−xPx y H3S1−xSix. El nuevo artículo explora este tipo de modelos teóricos en los que se
sustituye de forma parcial algunos átomos de S en el H 3S por átomos de C, en lugar de P o Si, pero
manteniendo su estructura química conocida bajo presiones de cientos de gigapascales. El
comportamiento teórico observado se parece al observado en los experimentos publicados
en Nature para el C–S–H, lo que apoya esta propuesta teórica como explicación de dichos experimentos
(futuros estudios experimentales tendrán que confirmarlo). Así, este material se podría describir con la

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teoría BCS de la superconductividad convencional, de tal forma que se alcanza la temperatura


ambiente gracias a que sustituir el S por C aumenta la densidad de estados (DOS) electrónica
maximizando la interacción electrón-fonón.

Habrá que estar al tanto de las secuelas del artículo de Yanfeng Ge, …, Ranga P. Dias, …, Yugui Yao,
«Room-Temperature Superconductivity in H3S1−xZx (Z=C, Si),» arXiv:2011.12891 [cond-mat.supr-con]
(25 Nov 2020). Sin lugar a dudas el campo de los superconductores a temperatura ambiente (aunque a
presiones enormes) nos va a ofrecer muchas sorpresas.

https://francis.naukas.com/2020/11/30/posible-modelo-teorico-del-primer-superconductor-a-
temperatura-ambiente-bajo-presiones-
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Fervor de Buenos Aires , de Jorge Luis Borges


(1899–1986)

Fervor de Buenos Aires (1923)

PRÓLOGO
[a la edición de 1969]

No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y
vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otros veces incómoda, he sentido que aquel
muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora
se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y
de sus dogmas; los dos somos de Schopehauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos
Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo,
lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes.
Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban,
como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados
fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del
siglo XVII, ser Macedonio Fernández, descubir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar
un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas.
En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la
serenidad.

J.L.B.

Buenos Aires, 18 de agosto de 1969.

A QUIEN LEYERE

Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo
usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú
seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.

LAS CALLES

Las calles de Buenos Aires


ya son mi entraña.
No las ávidas calles,
incómodas de turba y ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales,
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enternecidas de penumbra y de ocaso


y aquellas más afuera
ajenas de árboles piadosos
donde austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas por inmortales distancias,
a perderse en la honda visión
de cielo y llanura.
Son para el solitario una promesa
porque millares de almas singulares las pueblan,
únicas ante Dios y en el tiempo
y sin duda preciosas.
Hacia el Oeste, el Norte y el Sur
se han desplegado -y son también la patria- las calles;
ojalá en los versos que trazo
estén esas banderas.

LA RECOLETA

Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de a historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son normas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa entre otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
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milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.

EL SUR

Desde uno de tus patios haber mirado


las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.

CALLE DESCONOCIDA

Penumbra de la paloma
llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
cuando la sombra no entorpece los pasos
y la venida de la noche se advierte
como una música esperada y antigua,
como un grato declive.
En esa hora en que la luz
tiene una figura de arena,
di con una calle ignorada,
abierta en noble anchura de terraza,
cuyas cornisas y paredes mostraban
colores blandos como el mismo cielo
que conmovía el fondo.
Todo —la medianía de las casas,
las modestas balustradas y llamadores,
tal vez una esperanza de niña en los balconesentró
en mi vano corazón
con limpidez de lágrima.
Quizá esa hora de la tarde de plata
diera su ternura a la calle,
haciéndola tan real como un verso
olvidado y recuperado.
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Sólo después reflexioné


que aquella calle de la tarde era ajena,
que toda casa es un candelabro
donde las vidas de los hombres arden
como velas aisladas,
que todo inmediato paso nuestro
camina sobre Gólgotas.

LA PLAZA SAN MARTÍN

A Macedonio Fernández

En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza,
serena y sazonada,
bienhechora y sutil como una lámpara,
clara como una frente,
grave como un ademán de hombre enlutado.
Todo sentir se aquieta
bajo la absolución de los árboles
-jacarandás, acaciascuyas
piadosas curvas
atenúan la rigidez de la imposible estatua
y en cuya red se exalta
la gloria de las luces equidistantes
de leve luz azul y tierra rojiza.
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos!
Abajo
el puerto anhela latitudes lejanas
y la honda plaza igualadora de almas
se abre como la muerte, como el sueño.

EL TRUCO

Cuarenta naipes han desplazado a la vida.


Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con floridas travesuras
de una mitología casera.
En los lindes de la mesa
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la vida de los otros se detiene.


Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.
Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismo versos y las mismas diabluras.

UN PATIO

Con la tarde
se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esa noche, la luna, el claro círculo,
no domina el espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

INSCRIPCIÓN SEPULCRAL

Para mi bisabuelo, el colonel Isidoro Suárez

Dilató su valor sobre los Andes.


Contrastó montañas y ejércitos.
La audacia fue costumbre de su espada.
Impuso en la llanura de Junín
término venturoso a la batalla
y a las lanzas del Perú dio sangre española.
Escribió su censo de hazañas
en prosa rígida como clarines belísonos.
Eligió el honroso destierro.
Ahora es un poco de ceniza y de gloria.

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LA ROSA

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín de la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

BARRIO RECONQUISTADO

Nadie vio la hermosura de las calles


hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo,
pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío.

SALA VACÍA

Los muebles de caoba perpetúan


entre la indecisión del brocado
su tertulia de siempre.
Los daguerrotipos
mienten su falsa cercanía
de tiempo detenido en un espejo
y ante nuestro examen se pierden
como fechas inútiles
de borrosos aniversarios.
Desde hace largo tiempo
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sus angustiadas voces nos buscan


y ahora apenas están
en las mañanas iniciales de nuestra infancia.
La luz del día de hoy
exalta los cristales de la ventana
desde la calle de clamor y de vértigo
y arrincona y apaga la voz lacia
de los antepasados.

ROSAS

En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.
Famosamente infame
su nombre fue desolación de las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
porque son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo,
es inmortalidad infatigable
que anonada con silenciosa culpa las razas
y en cuya herida siempre abierta
que el último dios habrá de restañar el último día,
cabe toda la sangre derramada.
No se si Rosas
fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;
creo que fue como tu y yo
un hecho entre los hechos
que vivió en la zozobra cotidiana
y dirigió para exaltaciones y penas
la incertidumbre de otros.
Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.
Ya toda vida, por humilde que sea,
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puede pisar su nada y su noche.


Ya Dios lo habrá olvidado
y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución
con limosnas de odio.

FINAL DE AÑO

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

CARNICERÍA

Más vil que un lupanar


la carnicería rubrica como una afrenta la calle.
Sobre el dintel
una ciega cabeza de vaca
preside el aquelarre
de carne charre y mármoles finales
con la remota majestad de un ídolo.

ARRABAL

A Guillermo de Torre

El arrabal es el reflejo de nuestro tedio.


Mis pasos claudicaron
cuando iban a pisar el horizonte

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y quedé entre las casas,


cuadriculadas en manzanas
diferentes e iguales
como si fueran todas ellas
monótonos recuerdos repetidos
de una sola manzana.
El pastito precario,
desesperadamente esperanzado,
salpicaba las piedras de la calle
y divisé en la hondura
los naipes de colores del poniente
y sentí Buenos Aires.
Esta ciudad que yo creí mi pasado
es mi porvenir, mi presente;
los años que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

REMORDIMIENTO POR CUALQUIER


MUERTE

Libre de la memoria y de la esperanza,


ilimitado, abstracto, casi futuro,
el muerto no es un muerto: es la muerte.
Como el Dios de los místicos,
de Quien deben negarse todos los predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
no le dejamos ni un color ni una sílaba:
aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
allí la acera donde acechó la esperanza.
Hasta lo que pensamos podía estarlo pensando él también;
nos hemos repartido como ladrones
el caudal de las noches y de los días.

JARDÍN

Zanjones,
sierras ásperas,
médanos,
sitiados por jadeantes singladuras
y por las leguas de temporal y de arena
que desde el fondo del desierto se agolpan.
En un declive está el jardín.
Cada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
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los estériles cerros silenciosos


que apresuran la noche con su sombra
y el triste mar de inútiles verdores.
Todo el jardín es una luz apacible
que ilumina la tarde.
El jardincito es como un día de fiesta
en la pobreza de la tierra.

Yacimientos del Chubut, 1922

INSCRIPCIÓN EN CUALQUIER SEPULCRO

No arriesgue el mármol temerario


gárrulas transgresiones al todopoder del olvido,
enumerando con prolijidad
el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.
Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla
y el mármol no hable lo que callan los hombres.
Lo esencial de la vida fenecida
-la trémula esperanza,
el milagro implacable del dolor y el asombro del goce-
siempre perdurará.
Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
de quienes no alcanzaron tu tiempo
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.

LA VUELTA

Al cabo de los años del destierro


volví a la casa de mi infancia
y todavía me es ajeno su ámbito.
mis manos han tocado los árboles
como quien acaricia a alguien que duerme
y he repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado
y vi al desparramarse la tarde
la frágil luna nueva
que se arrimó al amparo sombrío
de la palmera de hojas altas,
como a su nido el pájaro.
¡Qué caterva de cielos
abarcará entre sus paredes el patio,
cuánto heroico poniente
militará en la hondura de la calle
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y cuánta quebradiza luna nueva


infundirá al jardín su ternura,
antes que vuelva a reconocerme la casa
y de nuevo sea un hábito!

AFTERGLOW

Siempre es conmovedor el ocaso


por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía
es aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último de ha hundido.
Nos duele sos tener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone el espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.

AMACENER

En la honda noche universal


que apensa contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
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y trazó el capricho siguiente:


si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.


La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro de tiene mi silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.

BENARÉS

Falsa y tupida
como un jardín calcado en un espejo,
la imaginada urbe
que no han visto nunca mis ojos
entreteje distancias
y repite sus casas inalcanzables.
El brusco sol
desgarra la completa oscuridad
de templos, muladares, cárceles, patios
y escalará los muros
y resplandecerá en un río sagrado.
Jadeante
la ciudad que oprimió un follaje de estrellas
desborda el horizonte
y en la mañana llena
de pasos y de sueño
la luz va abriendo como ramas las calles.
Juntamente amanece
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en todas las persianas que miran al oriente


y la voz de un almuédano
apesadumbra desde su alta torre
el aire de este día
y anuncia a la ciudad de los muchos dioses
la soledad de Dios.
(Y pensar
que mientras juego con dudosas imágenes,
la ciudad que canto persiste
en un lugar predestinado del mundo,
con su topografía precisa,
poblada como un sueño,
con hospitales y cuarteles
y lentas alamedas
y hombres de labios podridos
que sienten frío en los dientes.)

AUSENCIA

Habré de levantar la vasta vida


que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

LLANEZA

A Haydée Lange

Se abre la verja del jardín


con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
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que ya están cabalmente en la memoria.


Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

CAMINATA

Olorosa como un mate curado


la noche acerca agrestes lejanías
y despeja las calles
que acompañan mi soledad,
hechas de vago miedo y de largas líneas.
La brisa trae corazonadas de campo,
dulzura de las quintas, memorias de los álamos,
que harán temblar bajo rigideces de asfalto
la detenida tierra viva
que oprime el peso de las casas.
En vano la furtiva noche felina
inquieta los balcones cerrados
que en la tarde mostraron
la notoria esperanza de las niñas.
También está el silencio en los zaguanes.
En la cóncava sombra
vierten un tiempo vasto y generoso
los relojes de la medianoche magnífica,
un tiempo caudaloso
donde todo soñar halla cabida,
tiempo de anchura de alma, distinto
de los avaros términos que miden
las tareas del día.
Yo soy el único espectador de esta calle;
si dejara de verla se moriría.
(Advierto un largo paredón erizado
de una agresión de aristas
y un farol amarillo que aventura
su indecisión de luz.
También advierto estrellas vacilantes.)
Grandiosa y viva
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como el plumaje oscuro de un Ángel


cuyas alas tapan el día,
la noche pierde las mediocres calles.

LA NOCHE DE SAN JUAN

El poniente impecable en esplendores


quebró a filo de espada las distancias.
Suave como un sauzal está la noche.
Rojos chisporrotean
los remolinos de las bruscas hogueras;
leña sacrificada
que se desangra en altas llamaradas,
bandera viva y ciega travesura.
La sombra es apacible como una lejanía;
hoy las calles recuerdan
que fueron campo un día.
Toda la santa noche la soledad rezando
su rosario de estrellas desparramadas.

CERCANÍAS

Los patios y su antigua certidumbre,


los patios cimentados
en la tierra y el cielo.
Las ventanas con reja
desde la cual la calle
se vuelve familiar como una lámpara.
Las alcobas profundas
donde arde en quieta llama la caoba
y el espejo de tenues resplandores
es como un remanso en la sombra.
Las encrucijadas oscuras
que lancean cuatro infinitas distancias
en arrabales de silencio.
He nombrado los sitios
donde se desparrama la ternura
y estoy solo y conmigo.

SÁBADOS

A C.G.

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Afuera hay un ocaso, alhaja oscura


engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
La tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura.

***

A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Está en ti la ventura
como la primavera en la hoja nueva.
Ya casi no soy nadie,
soy tan sólo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti está la delicia
como está la crueldad en las espadas.

***

Agravando la reja está la noche.


En la sala severa
se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
Sobrevive a la tarde
la blancura gloriosa de tu carne.
En nuestro amor hay una pena
que se parece al alma.

***


que ayer sólo eras toda la hermosura
eres tambien todo el amor, ahora.

TROFEO

Como quien recorre una costa


maravillado de la muchedumbre del mar,
albriciado de luz y pródigo espacio,
yo fui el espectador de tu hermosura
durante un largo día.
Nos despedimos al anochecer
y en gradual soledad
al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen,
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se oscureció mi dicha, pensando


que de tan noble acopio de memorias
perdurarían escasamente una o dos
para ser decoro del alma
en la inmortalidad de su andanza.

ATARDECERES

La clara muchedumbre de un poniente


ha exaltado la calle,
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar.
La límpida arboleda
pierde el último pájaro, el oro último.
La mano jironada de un mendigo
agrava la tristeza de la tarde.
El silencio que habita los espejos
ha forzado su cárcel.
La oscuridá es la sangre
de las cosas heridas.
En el incierto ocaso
la tarde mutilada
fue unos pobres colores.

CAMPOS ATARDECIDOS

El poniente de pie como un Arcángel


tiranizó el camino.
La soledad poblada como un sueño
se ha remansado alrededor del pueblo.
Los cencerros recogen la tristeza
dispersa de la tarde. La luna nueva
es una vocecita desde el cielo.
Según va anocheciendo
vuelve a ser campo el pueblo.
El poniente que no se cicatriza
aún le duele a la tarde.
Los trémulos colores se guarecen
en las entrañas de las cosas.
En el dormitorio vacío
la noche cerrará los espejos.

DESPEDIDA

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Entre mi amor y yo han de levantarse


trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino,
firmamento que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.

LÍNEAS QUE PUDE HABER ESCRITO


Y PERDIDO HACIA 1922

Silenciosas batallas del ocaso


en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra del cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge de un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, lo árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?

NOTAS

calle desconocida. Es inexacta la noticia de los primeros versos. De Quicey (Writings, tercer volumen,
página 293) anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de
penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo.
el truco. En esta página de dudoso valor asoma por primera vez una idea que me ha inquietado
siempre. Su declaración más cabal está en “Sentirse en muerte” (El idioma de los argentinos, 1928) y en
“Nueva refutación del tiempo” (Otras inquisiciones, 1952).
Su error, ya denunciado por Parménides y Zenon de Elea, es postular que el tiempo está hecho de
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instantes individuales, que es dable separar unos de otros, así como el espacio de puntos.
rosas. Al escribir este poema, yo ignoraba que una abuelo de mis abuelos era antepasado de Rosas.
El hecho nada tiene de singular, si consideramos la escasez de la población y el carácter casi incestuoso
de nuestra historia.
Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en “revisar” la historia
argentina, no para indagar la verdad sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta; la
justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible. Sigo siendo, como se ve, un salvaje
unitario.

https://www.literatura.us/borges/luna.html

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¿Serán las plataformas digitales las nuevas fábricas del siglo XXI?

Autor

1. Joan Torrent-Sellens

Catedrático de Economía, Estudios de Economía y Empresa, UOC - Universitat Oberta de Catalunya

Cláusula de Divulgación

Joan Torrent-Sellens no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe
financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha
declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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Por organización del trabajo entendemos el conjunto de principios, culturas, dimensiones y prácticas
que rigen y estructuran el trabajo en una organización, economía o sociedad. Los sistemas de
organización del trabajo son muy importantes porque son la cara oculta de la productividad, la calidad
y el bienestar del trabajo. La organización del trabajo es la principal competencia soft de una
organización.

Si la organización del trabajo no encaja con las motivaciones, características, estructura y relaciones
laborales del trabajo y los trabajadores, los resultados organizativos pueden verse muy seriamente
afectados en el largo plazo. Existe mucha evidencia científica que demuestra que la organización del
trabajo es pieza clave en la explicación de las motivaciones, comportamiento y resultados de las
organizaciones.

En una investigación que publicamos en 2016, ya pusimos de relieve que las formas de organización del
trabajo y las relaciones sociales en el empleo son vitales para entender la evolución de la calidad del
empleo en España.

El fracaso de las redes organizativas

Cada etapa histórica, en términos modernos cada revolución industrial, ha desarrollado sistemas
arquetípicos de organización del trabajo que van desde la organización científica del trabajo durante la
segunda revolución industrial (taylorismo y fordismo) hasta las estructuras organizativas en red de la
tercera revolución industrial, la era de la información y el conocimiento.

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A principios del siglo XXI, el advenimiento de las organizaciones intensivas en conocimiento, las
primeras oleadas de la digitalización, y los cambios económicos, sociales y políticos vinculados con la
globalización auguraban un gran futuro para las redes organizativas interconectadas, descentralizadas,
más planas, flexibles, no jerárquicas y fluidas.

Sus principales objetivos eran dar más autonomía y poder a los trabajadores, y superar las
tradicionales relaciones de poder ordenadas jerárquica y burocráticamente. Pero, en paralelo, también
se han consolidado trayectorias de eficiencia e instrumentos tecnológicos que debilitan la
discrecionalidad de los trabajadores para tomar decisiones y ejercer más responsabilidades.

Así, se tiende ahora hacia la formalización, estandarización, documentación, información, evaluación y


fragmentación de las tareas, lo que nos conduce hacia nuevas formas de reburocratización o
retaylorismo.

Digitalización + COVID-19 = Reorganización


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En los albores de la cuarta revolución industrial, la que se corresponde con la segunda oleada de la
digitalización y que tiene como tecnologías de propósito general un sistema cada vez más
interrelacionado de tecnologías digitales de segunda oleada, como la inteligencia
artificial/robótica/aprendizaje de las máquinas, internet de las cosas, computación en la nube/big data,
fabricación aditiva/impresión 3D, realidad virtual/aumentada, redes sociales/profesionales, o
plataformas colaborativas, entre otras, las formas de organización del trabajo están cambiando
profundamente. Las plataformas digitales dato-tarea-masivas se están empezando a consolidar como
un nuevo sistema de organización de muchos intercambios económicos, entre ellos las relaciones de
trabajo.

La cuarta revolución industrial. García Gómez

En este contexto, a comienzos de 2020 el mundo empezó a latir al ritmo de cinco letras y dos números:
Covid-19. La consolidación de la segunda oleada digital y la crisis pandémica han puesto de relieve que
no hay recuperación posible sin profundizar en el proceso de transformación digital y sin reorganizar
la actividad económica en general, y el trabajo en particular, para hacerlo más sostenible.

A partir de la pandemia, el tradicional vector de resultados sostenibles, entendido como la alineación de


resultados económicos, sociales y ambientales, debe incorporar una nueva dimensión, la dimensión de
la salud. En otras palabras, la transformación digital es la nueva palanca para la creación de valor y las
organizaciones pospandemia deben preocuparse por alcanzar resultados poliédricos: es decir, ser
económicamente viables, socialmente responsables, ambientalmente neutras y sanitariamente
saludables. Sin duda, las plataformas digitales pueden jugar un gran papel en esta nueva orientación
organizativa.

Plataformas digitales: conexión, circulación y mutualización

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Las plataformas no son más que un espacio donde se organiza y conecta el intercambio económico y
social. Por ejemplo, un mercado tradicional de productos alimentarios es una plataforma. Es verdad
que el fenómeno de las plataformas digitales es anterior a la crisis de la Covid-19, y que la explosión de
muchas de sus manifestaciones, como los intercambios masivos a través de plataformas de igual a igual,
o el trabajo remoto tarea-masiva, ya hizo tambalear muchas actividades tradicionales antes de la
pandemia. Pero también es cierto que las plataformas representan una gran oportunidad para el
mundo poscovid.

Las extraordinarias capacidades de conexión entre agentes económicos y sociales, las infinitas
posibilidades de recirculación de recursos, y la mutualización (liquidez) de roles entre la obtención y
provisión hacen de las plataformas no solo un nuevo agente económico que reduce drásticamente los
costes de transacción, sino también una de las innovaciones económicas y sociales más importantes de
las últimas décadas. Una plataforma digital es una red que permite la diversidad de roles entre sus
nodos y que fomenta la recirculación y redistribución de recursos.

Hacia el nuevo contrato social del siglo XXI

Es probable que en el futuro, cuando se revisite el papel que han jugado las plataformas digitales en la
organización de la economía y el empleo, seguramente se las comparará con las fábricas. Es bastante
razonable pensar que las plataformas digitales serán para el siglo XXI lo mismo que fueron las fábricas
para la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del siglo XX.

Pero cualquier institución organizadora básica de la actividad económica tiene por costumbre generar
efectos y externalidades positivas y negativas a la vez. En el caso de las fábricas y la organización
científica del trabajo no fue hasta bien entrada la fase madura del capitalismo industrial, justo después
de la Segunda Guerra Mundial, cuando se instauró masivamente el contrato social que intercambiaba
seguridad laboral y salarios fijos por productividad, lo que permitió restaurar los efectos negativos de
la organización científica del trabajo y, lo más importante, generar unos resultados inigualables, al
menos en occidente: la edad de oro del crecimiento. Tres décadas de crecimiento económico sostenido, y
la etapa de menos desigualdad de rentas y más progreso social de la historia moderna.

Ese el gran reto que plantea hoy el surgimiento de la economía de plataformas. Las tecnologías de
propósito general ya están disponibles, y los mecanismos de innovación ya han empezado a generar
iniciativas de negocio y nuevas fuentes de empleo por doquier. Todas las actividades y todos los sectores
económicos, de un modo u otro, se verán afectados por la organización en forma de plataforma. Ahora
bien, los problemas en términos de organización de mercados, desigualdades generadas y políticas
públicas son y serán numerosos y de gran envergadura. El reto es, sin duda, articular un nuevo
contrato social para la economía de plataformas del siglo XXI.

Efectos de las plataformas

Algunas ideas importantes, y finales, en este sentido: debemos avanzar hacia modelos de trabajo que
maximicen las ventajas de la colaboración, recirculación y mutualización (productividad, autonomía,
desarrollo de carrera), al tiempo que restrinjan los inconvenientes de
la plataformización (desmotivación, aislamiento, inseguridad, estrés). Para ello, es importante tomar en
consideración algunos efectos que la evidencia sobre el trabajo organizado en plataformas y
digitalizado, especialmente el remoto, ya está empezando a poner de relieve:

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 Efectos positivos para la reducción de costes y la productividad en el corto plazo, pero con más
problemas para la optimización de la eficiencia en el largo plazo si no van acompañados de
prácticas organizativas que aseguren su sostenibilidad.

 Problemas para mantener en el tiempo la creatividad y la innovación, de manera que se puede


llegar a romper la complementariedad entre dinámicas innovadoras con base digital
(innovaciones organizativas que debiliten la innovación de producto).

 Efectos muy dependientes del tipo de trabajo, en especial de la intensidad en conocimiento. El


conocimiento tiene gravedad y, en las organizaciones intensivas en conocimiento, a medida que
la toma de decisiones se aleja de la generación de conocimiento (gestión por encima de la
creación) se genera una trampa de conocimiento que debilita la competitividad.

 Fuertes complementariedades con las formas de protección del empleo, de manera que las
relaciones laborales son imprescindibles para asegurar los efectos positivos de la organización
del trabajo en general, y del trabajo en plataformas en particular.

 Muy dependientes de la inversión en todo tipo de capitales, especialmente el tecnológico y el


humano.

https://theconversation.com/seran-las-plataformas-digitales-las-nuevas-fabricas-del-siglo-xxi-152092

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Reseña: «Una selva de sinapsis» de Ignacio Crespo

Por Francisco R. Villatoro,

«Nuestro encéfalo es especial, todos ellos lo son. ¿Cómo no maravillarse ante el prodigio arquitectónico
que ha permitido que percibamos el mundo, interactuaemos con él y lo experimentemos? Todo ello
creado sin un director de orquestra que ordenara nuestras neuronas que, contra todo pronóstico, han
sido capaces de conectarse a la perfección (o mejor aún: a la imperfección, que nos ha ayudado a
sobrevivir). Ha sido esta inexactitud la que nos ha traído algunos regalos sorpresa que hemos
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transformado en pilares centrales de nuestra sociedad, como la literatura y la música. En cualquier


caso, nuestra percepción de nosotros mismos todavía tiene que madurar de la mano de las ciencias y de
las humanidades, y espero que, cuando dentro de unos años miremos al pasado, estemos satisfechos de
hacia dónde hemos encaminado el estudio de la mente».

El primer libro de divulgación de Ignacio Crespo, «Una selva de sinapsis. Lo que escondes en tu
cerebro,» Paidós (2020) [253 pp.], se centra en la pregunta ¿qué nos hace humanos? contestada a ojos
de la neurociencia. Un libro dirigido a un público general, sin conocimientos previos de neurociencia,
que disfrutará con su estilo ágil y fácil de leer (yo me lo leí casi del tirón), decorado con algunos guiños
de humor e ironía para quienes visitan de forma habitual las redes sociales. Muy bien ilustrado, el libro
no responde a la gran pregunta, pues aún no tiene respuesta; pero muestra cómo la ciencia consiste en
hacerse las preguntas más fructíferas, en lugar de recopilar las respuestas que nos parecen correctas.
Sin lugar a dudas, un punto de partida para el autor que espero que emprenda futuras incursiones en
temas neurocientíficos más específicos. Eso sí, si quieres regalar un libro de neurociencia estas
navidades, este es tu libro.

Ignacio Crespo (1993) es licenciado en Medicina, máster en Neurociencia Cognitiva y estudiante de


Filosofía. Su labor divulgativa es inmensa a pesar de su juventud, destacando que coordina la sección
de Ciencia en La Razón online, participa en podcasts como A ciencia cierta y Coffee break: señal y
ruido, organiza ciclos de charlas de divulgación, participa en muchas actividades de Scenio en Twitch y
YouTube, y muchísimas más cosas. En mi opinión su opera prima literaria combina las virtudes de un
gran divulgador con los defectos propios de la juventud y de la inexperiencia. Quizás no soy el público
destino de esta obra, pero me hubiera gustado que la idea que articula el texto (la neurociencia está en
construcción) quedara más patente destacando el trabajo actual de neurocientíficos y neurocientíficas.
Para toda cuestión abierta en neurociencia hay muchas hipótesis en liza, me hubiera gustado que se
pusieran sobre la mesa las alternativas y que se presentara alguna justificación de la hipótesis preferida
por el autor (algo siempre difícil en un libro tan breve). A pesar de todo, recomiendo de forma
encarecida este libro a todos las personas interesadas en una ojeada rápida al estado actual de la
neurociencia. No te arrepentirás si te lo lees. ¡Qué lo disfrutes!

El libro, tras la «Introducción» (pp. 9-10), nos presenta 13 capítulos y la bibliografía. «¿Qué nos hace
humanos? ¿Qué hay en nuestro cerebro que nos vuelve tan especiales?» El autor intenta responder a
estas preguntas usando la neurociencia, sin olvidar «la filosofía de la neurociencia, la teoría de la
evolución y hasta un poquito de matemáticas». Y nos confiesa que «este no es un libro más sobre cómo
funciona la mente, es el libro que me gustaría haber leído antes de lanzarme a investigar el cerebro»; y
que, por supuesto, «con este libro no pretendo que te vuelvas un reputado neurocientífico, está claro,
pero sí puedo asegurarte algo, y es que cuando lo termines no volverás a ver las cosas del mismo
modo».

En el capítulo 1, «En algún lugar» (pp. 11-27), el autor nos recuerda que estudió Medicina y qué sintió
al tener entre sus manos el encéfalo de una persona. «¿Qué tiene de especial nuestro encéfalo? No tardé
en descubrir que, como en tantas otras preguntas inocentes, lo que se escondía entre aquellos signos de
interrogación era una hidra. Alrededor de la gran pregunta se enredaban otras más pequeñas que, al
ser resueltas, se multiplicaban sin control: ¿somos nuestro encéfalo?, ¿qué significa ser un humano?,
¿existe el alma?, ¿qué es la identidad?, ¿la tortilla con cebolla o sin cebolla?… Por cada pregunta que
respondemos, otras dos asoman la cabeza». La hidra aparecerá una y otra vez a lo largo del libro, junto
a ciertos toques de humor para los aficionados a las redes sociales.

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Tras una brevísima revisión histórica del origen anatómico de la mente, se compara nuestro cerebro
con el de los simios, al hilo de la evolución. «Si dejamos de lado nuestro complejo de superioridad, la
hipótesis de que nuestro encéfalo sea cualitativamente distinto del de otros grandes simios no es
descabellada. A fin de cuentas, «distinto» no significa necesariamente «mejor». (Más aún,) está claro
que muchas funciones cognitivas solo cambian en cuanto a su grado de desarrollo, y por eso son
comparables entre distintas especies. (Bajo) nuestro cráneo hay un mundo casi infinito de conexiones,
de ramas que se retuercen y entrelazan. (Una) selva de sinapsis».

«Una neurona, dos neuronas… ¡Magia!» (pp. 29-46), el capítulo 2, nos recuerda que el libro está
ilustrado por figuras en blanco y negro de Javier Pérez de Amézaga Tomás. «Cientos de miles de
cambios acumulados generación tras generación mediante prueba y error han aumentado la
complejidad de nuestro encéfalo hasta formar un laberinto de neuronas capaz de entender estas
páginas». Pero «¿de dónde surge entonces la consciencia si todo es neurona sobre neurona? Conocemos
cada una de las cerca de trescientas células nerviosas que recorren el cuerpo del gusano Caenorhabditis
elegans y, a pesar de ello, seguimos sin entender cómo percibe el mundo. ¿Es posible que la suma de las
neuronas genere propiedades que no existían en ellas por separado? (De hecho,) ¿puede un cambio
cuantitativo producir una propiedad cualitativamente nueva? (Todavía) no sabemos a qué tipo de
fenómeno emergente corresponde nuestra mente. (El) estudio del encéfalo es un punto de encuentro
entre las humanidades, las letras y las ciencias, y desentrañar sus misterios será un trabajo en equipo, o
no será». Al hilo, me permito recomendar el reciente artículo de Carlos E. Valencia Urbina, Sergio A.
Cannas, Pablo M. Gleiser, «Linking the connectome to action: Emergent dynamics in a robotic model
of C. elegans,» arXiv:2011.09057 [q-bio.NC] (18 Nov 2020).

«Digámoslo con todas las palabras necesarias: la idea de que un encéfalo más grade es cognitivamente
superior es completamente falsa». Esta afirmación articula el capítulo 3, «El mío es más grande» (pp.
47-63), que discute el coeficiente de encefalización de Harry J. Jerison, el número de neuronas estimado
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por la doctora Suzana Herculano-Houzel y el avance de las capacidades craneales de los homínidos. «El
acelerón en la encefalización de nuestros antepasados se debió principalmente a que es mucho más fácil
extraer energía de los alimentos cocinados. (Nuestro) encéfalo de 86 millardos (de neuronas) necesita
unas 500 kilocalorías cada 24 horas, una barbaridad».

«Cada pueblo de este mundo es el mejor, y si no, preguntad a sus habitantes. (Más) de las mitad de las
personas nacerá y morirá entre las mismas colinas o a la orilla de un mismo mar. Necesitamos sentir
que no nos estamos perdiendo nada, que hemos tenido suerte y que hemos aprovechado nuestra vida al
máximo. (La) realidad es bien distinta y en mi sesera a veces no hay nada, o con suerte algún
estepicursor que rueda a ritmo de wéstern. Siento decepcionarte, pero esa es la verdad. (La) evolución
no es buena ni mala, simplemente es. Y, por supuesto, no todos los pueblos son los mejores del mundo,
algunos están en Francia». Otra broma recurrente del autor que se declara francófobo.

El capítulo 4, «No has cambiado nada» (pp. 65-82), empieza con una retrodicción antropológica: «Una
niña está jugando en el campo, arrodillada sobre la hierba. Los rayos del Sol se resisten a estrellarse
contra la tierra y pasan rozándola, proyectando largas sombras de una tarde que se agota. (La)
distancia que nos separa de esa niña no se mide en kilómetros sino en años, concretamente más de
treinta mil. (Su) mundo era distinto al nuestro, (pero) somos de la misma especie. (Pero,) ¿dónde
trazamos el límite entre una especie y otra? ¿Qué diferencia hay con una subespecie?» Ignacio se
decanta por la definición de Dobzhansky, según la cual «el perro y el lobo son la misma especie (Canis
lupus)».

«¿Por qué la cultura de otros animales no ha llegado a los niveles (de la nuestra)? Para entenderlo es
importante tener en cuenta que los encéfalos no son estáticos. No solo cambian de generación en
generación o durante el neurodesarrollo infantil, sino incluso durante la edad adulta. Esto se llama
neuroplasticidad, o plasticidad a secas, y en nosotros parece más potente que en otros animales». El
autor aprovecha para introducir la teoría hebbiana del aprendizaje y para destacar que la plasticidad
ofrece una misteriosa capacidad para la regeneración de funciones cognitivas tras lesiones cerebrales.
«La plasticidad es tan poderosa que a veces no se sabe dónde están sus límites». Tras mencionar las
ideas del lamarckismo en el contexto del encéfalo plástico, se introduce la memética de Dawkins: «la
selección artificial de los memes gracias a la ciencia, la filosofía y otras disciplinas ha sido el último
empujón para llevarnos hasta donde estamos».

«La sangre brillaba sobre las escamas de la bestia. Los dientes del uróboros apretaban cada vez más,
abriéndose camino entre la grasa y la carne de su cola. (El) mayor de los uróboros de todos no tiene
escamas, ni dientes, solo neuronas». Así se inicia el capítulo 5, «El cerebro que se estudia a sí mismo»
(pp. 83-100). «El encéfalo lleva siglos tratando de entenderse a sí mismo, pero hace poco que ha
conseguido morderse la cola». De Galvani a Cajal, de los funcionalistas a los conectivistas, de la
electroencefalografía a la estimulación magnética transcraneal, se destaca a la resonancia magnética
funcional, «el gran amor de la neurociencia. (La) técnica soñada. Rápida, con una alta resolución
espacial y sin tener que convertir el encéfalo en un pincho moruno. (Permite) estudiar la relación entre
la estructura de nuestra corteza cerebral y sus funciones».

El capítulo 6, «Un mundo ahí afuera» (pp. 101-124), nos recuerda que «hace falta establecer vías de
comunicación con el mundo exterior tanto en una dirección como en la otra, percibiéndolo y
moviéndonos en consecuencia. Los sentidos y la motricidad son funciones cognitivas distintas, pero
entrelazadas en la más básico de nuestra biología». Tras una revisión de la anatomía del sistema
nervioso, incluido el «homúnculo motor de Penfield», se presentan los sentidos, junto con el
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«homúnculo motor y somatosensorial»; no solo los clásicos, sino muchos más. La presentación es
relativamente estándar.

«¿Sientes lo que yo siento?» (pp. 125-142), el capítulo 7, discute los sistemas simpático y parasimpático;
el primero, «se encarga de aumentar nuestro ritmo cardiaco y ponernos a tono para una pelea o una
notificación de Hacienda», mientras el segundo, «nos deja como si nos acabáramos de dar un baño
caliente con burbujas, velas aromáticas, cantos de ballenas y la férrea convicción de que cumpliremos
con nuestros propósitos de año nuevo. El tira y afloja entre ambos es lo que nosotros percibimos». Se
discuten las bases neurológicas del miedo, la felicidad, la tristeza, la ira y el asco. «La capacidad de
entender nuestras propias emociones parece estar relacionada con la interocepción, que nos da algo de
información sobre el estado de nuestros órganos internos». Finaliza el capítulo con la empatía, el
altruismo y los gatetes.

El capítulo 8, «Me recuerdas a mí» (pp. 143-162), se centra en la memoria «que no es perfecta y cuyos
errores no son solo culpa del tiempo, sino también de ella misma». El perro de Pavlov y la paloma de
Skinner nos llevan desde el condicionamiento clásico al operante. «La memoria a corto plazo no es la
hermana tonta de la memoria a largo plazo. (Gracias) a ella podemos dar continuidad a los eventos que
nos están ocurriendo en el presente y retener información que necesitemos de forma inmediata.
Normalmente, esta reside en los hipocampos. (La) memoria a largo plazo se encarga del aprendizaje
estadístico, basado en la repetición de patrones, en encontrar relaciones poco a poco». La repentización
(memoria inconsciente de actos repetidos), nos lleva a la memoria explícita o declarativa, que puede ser
semántica o episódica; todas estas memorias se guardan en la corteza cerebral. «Consolidamos los
recuerdos por exposición repetida a un concepto, pero también gracias al sueño. Mientras dormimos,
podemos ver un aumento en la actividad de las estructuras relacionadas con la memoria».

Tras destacar la evocación de engramas y la reescritura de historias, se enfatiza que «nuestra memoria
no ha sido seleccionada para ser una copia exacta de la realidad», pero posee una facultad
sorprendente, «recordar el futuro». Así llegamos al capítulo 9, «Préstame atención» (pp. 163-180), que
se inicia con una cita de Schopenhauer: «un gran intelecto se rebaja al nivel de uno ordinario tan
pronto como este es interrumpido, y su atención, distraída». «Si la atención es la capacidad para filtrar
información de nuestro entorno, hace falta estar mínimamente despierto para conseguirlo. (Esta)
función básica se llama nivel de excitación cortical y alerta (arousal, en inglés) y sabemos exactamente
dónde se origina». Se presentan la «atención selectiva de abajo arriba, que podríamos comparar con un
piloto automático, (la) atención selectiva de arriba abajo, (que) está sometida a nuestro control, (y) la
atención encubierta, (que) detecta la ubicación exacta de los estímulos antes de que la atención abierta
dirija nuestros ojos y oídos hacia ellos».

«Cuando hacemos dos cosas al mismo tiempo, estamos empleando un nuevo tipo de atención, la
dividida, aunque, siendo exactos, más que «un nuevo tipo de atención» es una nueva forma de gestionar
la atención selectiva. (La) teoría de los múltiples recursos plantea que nuestro encéfalo puede trabajar
con tantas tareas en paralelo como queramos mientras estas no dependan de las mismas estructuras.
(Decir) «atención dividida» es mucho más exacto que hablar de multitasking. (De hecho,) existe un 2,5
% de personas llamadas supertaskers. Las muy asquerosas son capaces de gestionar su atención para
mantenerla a tope siempre, aunque estén haciendo cinco actividades distintas». Aunque no hay que
olvidar que «la atención no procesa información, pero sin ella no tiene sentido procesar nada.

El capítulo 10, «Hablando claro» (pp. 181-198), define el lenguaje como «nuestra capacidad cognitiva
para producir y comprender una lengua, que sería un código de signos concreto con unas reglas
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propias, (basadas) en dos conceptos, la semántica y la sintaxis». «Noam Chomsky, planteaba que existe
una gramática innata, la hipótesis de la estructura profunda, y ahora sabemos que es incorrecta. (Pero)
no debemos caer en el lado contrario de la balanza y negar la influencia biológica o sobrestimar la
cultural, como la hace la hipótesis de Sapir–Whorf en su versión fuerte, que considera que las lenguas
influyen en la estructura de nuestro cerebro determinando completamente nuestra percepción del
mundo».

«La mayoría de las hipótesis apuntan a que no hay grandes diferencias neurolingüísticas entre nuestro
cerebro y de de un gran simio y que el motivo por el que no han desarrollado lenguas es mucho más
trivial: no pueden vocalizar. Los seres humanos nos caracterizamos por tener un control especialmente
preciso sobre los músculos implicados en la fonación, en el habla. (De hecho) ha sido posible enseñar
lenguaje de signos a algunos simios».

«Es curioso pensar cómo todos tenemos una idea bastante intuitiva de qué es inteligencia y qué no, pero
si intentamos verbalizarlo, toda esa claridad de conceptos se deshace y deja poco más que
especulaciones». En el capítulo 11, «¿Te crees muy listo?» (pp. 199-216), el autor afirma que «todo
apunta a que si no hay una definición precisa de «inteligencia» es porque, como ocurría con el concepto
de «especie», se trata de una ficción creada por nuestra mente. (Lo) que pretendo decir es que la
inteligencia es el resultado de una serie de procesos aparentemente independientes, pero que trabajan
en equipo, y si tenemos que empezar por uno, ese es la abstracción». Y seguir con la inducción y la
deducción, lo que nos lleva a «las pruebas de inteligencia usadas con frecuencia de forma
pseudocientífica, afirmando detectar lo que no detectan y obviando que, en el fondo, una prueba de
inteligencia mide, sobre todo, tu capacidad para hacer la misma prueba de inteligencia». Aún así, «las
pruebas de inteligencia ocultan una verdad incómoda: no todos somos iguales, hay personas más
inteligentes que otras».

«La hidra tiene que estar escondida tras la última loma, el único lugar que todavía no nos hemos
atrevido a investigar. (Ha) llegado la hora de hablar de la consciencia». El capítulo 12, «Nadie al
volante» (pp. 217-236), se inicia con la victoria de Alpha Go a Lee Sedol, y se afirma que «el Go
requiere intuición». «A pesar de su «intuición», memoria, inteligencia y capacidad de aprendizaje, la
verdad es que AlphaGo no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. (Quizás) Lee Sedol sintiera la
injusticia de haber sido derrotado por algo que ni siquiera sabía a qué estaba jugando». «La
consciencia es esa última frontera que nos separa de (las inteligencias artificiales), lo que nos ha hecho
sentirnos superiores al resto de los animales incluso después de que la ciencia tomara el control del
encéfalo. (La) consciencia es «la experiencia subjetiva que tenemos de nuestros procesos mentales», lo
que se denomina «metacognición», para abreviar». «Las experiencias subjetivas de nuestros sentidos se
llaman qualia y son tan personales que no podemos estar seguros de si lo que yo percibo al ver luz de
setecientos nanómetros es lo mismo que percibes tú, por mucho que ambos lo llamamos «rojo»».

«Para empatizar con nuestros congéneres y no comérnoslos en cuanto nos entre el hambre, necesitamos
desarrollar lo que se llama una «teoría de la mente»: creer que el resto de los individuos tienen
sentimientos, deseos y experiencias subjetivas, igual que nosotros, básicamente porque en todo lo demás
también somos iguales. (Con) la ayuda de la neuroimagen estamos empezando a pintar el mapa de la
consciencia en el encéfalo, y lo que está apareciendo es apasionante. El problema es que, cuanto más
medimos, menos se parece esta función cognitiva al resto que hemos estudiado».

El determinismo nos plantea el problema del libre albedrío. Lo que nos lleva al compatibilismo, que
defiende que «el principal problema está en la definición de libertad». Los conceptos clásicos de
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libertad e identidad (el yo) han muerto. «Los datos nos hacen sospechar que la identidad, al igual que la
libertad, es una historia que inventa nuestro encéfalo para dar unión a nuestras experiencias, pero ¿por
qué hace todo esto? ¿Para qué vale un qualia?, ¿para qué vale sentirnos libres?». «Explicar cómo y por
qué surge la subjetividad se le llama «el problema difícil de la consciencia»». El autor destaca una
especulación entre las muchas existentes: «la consciencia sería una adaptación a la vida en comunidad
que, a pesar de haberse desarrollado más en nosotros, compartiríamos con otros animales, en especial
con los más sociales».

El último capítulo, «Una selva de sinapsis» (pp. 237-250), a modo conclusión, retorna a la hidra del
primer capítulo: la neurociencia aporta más preguntas que respuestas a la pregunta sobre qué nos hace
humanos. Se menciona a Gödel y sus teoremas de incompletitud, a Lorenz y su teoría del caos
determinista, y se recuerda que «necesitamos una teoría unificada de la cognición en la que el
emergentismo no sea relegado al papel de un parche explicativo, sino que sea el eje de la misma teoría.
Pero para todo esto tendrán que pasar décadas». Permíteme acabar con el párrafo final del libro: «las
cosas no avanzan ni retroceden, simplemente cambian una y otra vez, todas juntas y al unísono. Como
los habitantes de una selva, una selva de sinapsis».

Finaliza el libro con la «Bibliografía» (pp. 251-253), tanto libros de consulta como libros para ampliar
conocimiento (por cierto, no se cita dicha bibliografía dentro del texto del libro). Un libro dirigido a un
público general que dejará con la miel en los labios a los buenos aficionados a la divulgación en
neurociencia. A pesar de ello, quien necesite una puesta al día rápida sobre neurociencia, seguro que
disfrutará con la pluma de Ignacio Crespo, un divulgador que ya brilla con luz propia en el panorama
español y que promete brillar con mucha más intensidad en los próximos años.

https://francis.naukas.com/2020/11/22/resena-una-selva-de-sinapsis-de-ignacio-
crespo/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+naukas%2Ffrancis
+%28La+Ciencia+de+la+Mula+Francis%29

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La identificación de mutantes de tomate: Una analogía a mi pastel favorito

Por J. M. Mulet,

Post escrito por Luis Felipe Peralta, alumno del máster de biotecnología molecular y celular de plantas.

Partiendo de que todo lo que somos como organismos vivos está descrito dentro de nuestra información
genética, entender que parte de esta información es la que esta relacionada con un aspecto especifico;
ej.: color de ojos, estatura, etc. Es relativamente complicado. Y en el tomate al igual que otras plantas
no es la excepción, pero hay un punto a tomar en cuenta y es que del conocimiento de esta información
genética depende el cómo nos proyectamos a futuro en asegurar la seguridad alimentaria de la
población ya que el tomate es el segundo vegetal mas importante luego de la patata.

Entonces, ¿cómo descifrar esta información genética? Imaginemos que tenemos un pastel favorito y
queremos saber la receta para elaborarlo por nuestra cuenta y el vendedor nos dice que la receta no
puede ser compartida porque es única; pues bien, lo primero será buscar la receta en internet reunir
varios ingredientes e ir probando y de esta manera al variar las cantidades de cada ingrediente,
eliminarlos o introducir nuevos probar y así identificar que hace de mi pastel favorito, mi favorito.

¡Basados en esto hagamos una analogía! Si partimos en que la planta de tomate es nuestro pastel
favorito, que la información genética es nuestra receta y que los ingredientes de esta son los genes, pues
tendremos que ir probando cada gen y la manera de probar cada gen es mediante mutaciones que
afecten a los mismos, pudiendo así variar concentraciones de ingredientes (genes) o ver qué pasa si
eliminamos o adicionamos uno o varios y así conocer que ocurre con nuestro tomate.

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El trabajo para alguien que identifica mutantes es tomar varias recetas que serían tomates ya mutados
y ver como cada mutación afecta en un carácter en específico ya sea: el tamaño de la planta, tiempo de
floración, tamaño de fruto, etc. Y de esta receta identificar que ingrediente (gen o genes) serian los
posibles responsables de ver un tomate de tales características distintas respecto del tomate sin
mutaciones.

Pero ¿Como saber que gen o genes son los responsables de este mutante? Volviendo a la analogía,
tomemos a un pastel que quedo ligeramente acido respecto a mi pastel favorito. ¿Como sabemos que
ingrediente o ingredientes son responsables de este cambio? Pues lo único que haríamos es comparar
ambas recetas y de los ingredientes de cada receta daríamos con lo que esta cambiando.

En este caso ¿Como comparamos la receta de mi pastel favorito con la del pastel ligeramente más acido
si ambas me resultan desconocidas? Es aquí donde la ciencia va un paso mas adelante y es que nos
permite leer la receta, aunque no sepamos que aporta cada ingrediente, suena un poco confuso, pero en
la actualidad hay varios genomas que ya han sido secuenciados entre estos el tomate y de los cuales no
sabemos en su totalidad la funcionalidad de cada gen y es por eso que mediante la obtención de
mutantes y el estudio de los mismos pretendemos averiguar la función de cada uno de ellos. Y si
comparamos ambos (mutante y no mutante) vamos a ver que varía en la información genética del
mutante respecto del no mutante y de esta manera otorgar funcionalidad a este gen o conjunto de
genes.

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En conclusión, la identificación de mutantes más sencilla se basa primero en observar características


fisiológicas que hacen diferente al mismo del no mutante, para posterior a esto comparar su
información genética y de esta manera dar con el gen o grupo de genes y de esta manera otorgar
funcionalidad o los mismos. Y digo más sencilla porque algunas mutaciones generan cambios que no
los podeos ver a simple vista.

https://jmmulet.naukas.com/2020/11/06/la-identificacion-de-mutantes-de-tomate-una-analogia-a-mi-
pastel-
favorito/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+naukas%2Fjmm
ulet+%28Tomates+con+genes%29

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XABI URIBE-ETXEBARRIA: “la inteligencia artificial es y debe ser un complemento para el ser
humano, no un sustituto”

El fundador de Sherpa.ai, referencia global en inteligencia artificial, es el protagonista de portada de


TELOS 115 junto a Belinda Tato, arquitecta y cofundadora de Ecosistema Urbano. Les hemos pedido
que nos ayuden a diseñar el futuro para construir un mundo mejor, más justo y sostenible.

TELOS

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Xabi Uribe-Etxebarria: ““La inteligencia artificial es y debe ser un complemento para el ser humano,
no un sustituto”

POR JUAN M. ZAFRA

Xabi Uribe-Etxebarria es un emprendedor, visionario de inteligencia artificial y CEO de Sherpa.ai, una


empresa líder en servicios de IA. Se ha formado como ingeniero industrial. Cuando estudiaba el

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doctorado en Procesamiento del Lenguaje Natural (PNL) decidió construir su primera empresa. Desde
entonces, no ha dejado de crecer. Ha sabido rodearse de un equipo de investigadores de primer nivel y
su compañía está reconocida entre los referentes mundiales de la IA junto con Google, Amazon,
Microsoft o IBM. “Es un hombre de energía ilimitada”, ha dicho de él su consejera Joanna Hoffman, ex
directora de marketing en Apple, mano derecha de Steve Jobs y una de las grandes personalidades del
mundo tecnológico que acompañan a Xabi Uribe-Etxebarria en su empresa.

¿Cómo es el futuro?

Yo trato de ser muy cauto… En estos casos suelo hacer referencia a una frase de Sócrates que nos ha
llegado a través de los textos de Platón: “No hay más ignorante que el que cree saber lo que no sabe”.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo va a ser el futuro, hay tantas variables que la incertidumbre es
altísima, un pequeño avance en inteligencia artificial o en neurotecnología lo puede cambiar todo. Pero
al igual que hay incertidumbres también hay certezas, como que la humanidad va a cambiar más en los
próximos 150 años que en el último millón de años. La inteligencia artificial cambiará por completo
aspectos de nuestra vida cotidiana que llevamos milenios haciendo de una manera similar, como las
relaciones humanas y el mercado laboral, entre otros. Más adelante, con la revolución biológica y la
neurotecnología, cambiarán incluso nuestras habilidades físicas y mentales. Estamos ante el comienzo
de una nueva era y debemos de asegurarnos de que, dentro de esas incertidumbres y posibilidades,
vamos hacia ese futuro en el que la inteligencia artificial y la neurotecnología sean un complemento a
nuestras vidas y no un sustituto. Que todas estas nuevas tecnologías y ciencias estén al servicio de la
humanidad.

¿Cómo vamos a conseguir esa complementariedad?

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El avance científico y tecnológico no va a parar, por lo que debemos de asegurarnos de que todo se haga
en la dirección correcta. Partimos de la base de que la ciencia y la tecnología son de por sí neutras, pero
como todo, corren el riesgo de que se utilicen también con fines no beneficiosos. Debemos de tratar de
fomentar que ocurran los mejores escenarios y evitar que ocurran los distópicos. Por lo que debemos
sentar las bases éticas y legales que lo permitan.

¿Vamos por el buen camino?

Yo soy optimista por naturaleza. Si se utiliza de la manera adecuada, la inteligencia artificial tiene la
capacidad de resolver los desafios urgentes que tiene la humanidad y nuestro planeta. Como la
eficiencia energética o la cura de enfermedades hasta ahora incurables. Poniendo las herramientas
adecuadas, podemos llegar en unas décadas a un futuro mucho más sostenible y beneficioso para todos.

'Nadie sabe a ciencia cierta cómo va a ser el futuro'

El emprendedor Xabi Uribe-Etxebarria comparte con los lectores de TELOS su visión del futuro,
marcado de inteligencia artificial.

En un contexto de progreso tecnocientífico acelerado que lo cambia todo, ¿qué le dirías a alguien que
ahora tiene diez años de edad sobre su educación actual y futura?

Lo que está claro es que estamos ante un mundo que cambia mucho más deprisa que en los últimos
milenios. Surgen cada año nuevas profesiones que hace pocos años ni nos podríamos imaginar que
pudieran existir. Estas nuevas profesiones traen nuevas oportunidades laborales, pero, a la vez que
unas surgen, otras desaparecen. Hasta ahora, durante nuestra juventud elegíamos un camino o una
profesión y era la que, en la mayoría de los casos, nos acompañaba el resto de nuestras vidas. El mundo
que viene será más cambiante y lo más probable es que tengamos que adaptarnos y reinventarnos
varias veces en nuestra vida, por lo que deberíamos trabajar nuevas habilidades. Habilidades como la
capacidad de aprender, desaprender y reaprender serán más importantes que muchas materias
concretas. Otras habilidades psicológicas que se explican en conceptos como la autoeficacia creo que
también serán muy útiles para nuestra vida.

¿Y a una persona que se encuentre ahora en la universidad?

Pues parecido. Actualmente la educación universitaria (excepto algunas excepciones) no ha cambiado


mucho respecto a cómo se hacía en los últimos siglos. Independientemente del medio —presencial u
online—, un profesor dando la lección a muchos alumnos y evaluando con un sistema de controles o
exámenes. En un mundo actual con titulitis, creo que el título cada vez debería ser menos importante y
dar más valor a las habilidades de cada persona. De hecho, en nuestra empresa, Sherpa.ai, en muchos
casos, tener el título no es un requisito, sino tener ciertas habilidades. Es cierto que el título da
seguridad a ciertas entidades pero yo, personalmente, muy, muy poco de lo que estudié en la carrera lo
estoy aplicando en mi vida laboral actual. Por lo que deberíamos ser capaces de reducir el tiempo
universitario y enfocarlo más al mundo laboral y al aprendizaje continuo.
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¿Por qué hablamos tanto de ética cuando tratamos sobre inteligencia artificial?

La inteligencia artificial y la ciencia en general son neutras, ni buenas ni malas, dependiendo del uso
que se haga de ellas. En este sentido, el gran neurobiólogo Rafa Yuste y yo hemos considerado
importante desarrollar un código ético, que sitúe a las personas en el centro y garantice que los
desarrollos en IA contribuyan al bienestar de la sociedad. Actualmente estamos trabajando en una
propuesta a la que llamamos “juramento tecnocrático”, una especie de código ético que debería ser un
requisito para poder dedicarse a este campo, en analogía con el juramento hipocrático de la medicina.
Estas reglas deontológicas deberían ser asumidas por todas las compañías desarrolladoras de
inteligencia artificial, con el objetivo de garantizar que los avances que se consigan, contribuyan para
mejorar el bienestar humano y del planeta.

INTELIGENCIA ARTIFICIAL AL SERVICIO DE LAS PERSONAS

En apenas tres semanas entre marzo y abril, Sherpa.ai diseñó para Osakidetza-Servicio Vasco de
Salud, un sistema que identificaba la evolución de la pandemia en Euskadi por demarcaciones
territoriales para anticipar con siete días de antelación el número de camas de UCI necesarias. El
instrumento ha sido fundamental para facilitar la gestión de recursos durante los días más duros de la
primera oleada de la pandemia. Este es un ejemplo palpable de cómo la IA puede ayudar a la sociedad,
de la que habla Xabi Uribe-Etxebarria, fundador de la compañía en 2012, en la entrevista. El futuro de
la empresa es vertiginoso con la incorporación a su equipo de figuras relevantes de Silicon Valley como
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Joanna Hoffman, ex directora de marketing, de Apple; Tom Gruber, uno de los padres de Siri; o Doug
Solomon, director de estrategia de Apple o Celestino García, ex vicepresidente de Samsung.

¿Habrá robots mejores que los humanos?

Muchas veces asociamos la inteligencia artificial a robots futuristas o a máquinas que nos hablan. Pero
la IA va mucho más allá, es y debe ser un complemento para el humano, no un sustituto. Una
herramienta para hacer nuestra vida más fácil. Actualmente, hay muchos sistemas con IA que nos
ayudan en nuestra vida cotidian como el reconocimiento de la huella dactilar o facial para desbloquear
el móvil, el parking que lee la matrícula o aplicaciones más sofisticadas en el sector de la salud que
ayudan a detectar cánceres donde el ojo humano no puede.

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Si las máquinas nos van a liberar de muchas tareas, ¿a qué nos vamos a dedicar los humanos?

Aquí veo dos etapas. La más cercana, en la que se crearán nuevas actividades socioeconómicas y, con
ellas, nuevas oportunidades laborales. También otras desaparecerán. En la etapa más lejana a la que
quizás te refieres, es ese punto de singularidad en el que las máquinas harán todo el trabajo productivo.
Esta situación utópica en la que, si las máquinas crean riqueza por sí solas, tendremos que
preocuparnos de que esa riqueza se distribuya igualitariamente.

¿Entonces vamos a vivir mejor?

Vivir más, seguro; vivir con mayor calidad de vida, también. Vivir mejor, creo que depende de otros
muchos factores. El gran reto que tenemos todos es ser felices. Aunque en eso también la ciencia en el
futuro, tendrá mucho que aportar.

#ENCUENTROSTELOS

Nos encontramos con Xabi Uribe-Etxebarria (Algorta, 1981) y con Belinda Tato (Madrid, 1971) en la
antigua terminal ferroviaria de Príncipe Pío, construida en 1859, y ahora reconvertida en centro
comercial y de entretenimiento. Fue terminal en la capital de España de la línea Madrid-Irún y ahora
une el centro con la periferia. Es un ejemplo de reutilización del espacio público acorde con los tiempos.
Una de las prioridades en el trabajo de Tato. La estación es también piloto en el uso de la inteligencia
artificial para el control de aforo en tiempos de COVID-19. A la IA se dedica Uribe-Etxebarria. Ambos
son seres globales, acostumbrados a recorrer el mundo en busca de nuevos proyectos. El encuentro
organizado por TELOS en Madrid les ha permitido compartir visiones y experiencias con un propósito
compartido.

CRÉDITOS: FOTOGRAFÍA: JUANJO MOLINA. ASISTENTE: PEDRO RUS. VÍDEO: ANNA


GARCÍA. MAQUILLAJE: IRENE HERNANZ. REDES SOCIALES: BEA DE SILVA. RODADO EN
EL ESTUDIO DE ARQUITECTURA DE ECOSISTEMA URBANO DE MADRID.

Artículo publicado en la revista Telos 115

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arquitecturaCiudadCOVID-19diseñofuturointeligencia artificial

JUAN M. ZAFRA

Director de TELOS. Profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III. Trabajó en medios como El
País y Radio Nacional de España y fundó el diario digital bez.es. Fue asesor en la secretaría de Estado
de Comunicación del Gobierno de España y responsable de comunicación del Plan Avanza para el
impulso de la sociedad de la información.

https://telos.fundaciontelefonica.com/telos-115-un-mundo-en-construccion-xabi-uribe-etxebarria-la-
inteligencia-artificial-es-y-debe-ser-un-complemento-para-el-ser-humano-no-un-sustituto/

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Recuerda que eres mortal

JAVIER MARÍAS

Literatura y fantasma

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Durante las ceremonias de coronación de un nuevo emperador, los romanos tenía la sana y disuasoria
costumbre de apostar a su lado a un individuo que, en aquel momento de máxima gloria, susurrase una
y otra vez al oído del ensalzado: «Recuerda que eres mortal».

El mejor equivalente a ese aviso para cualquier escritor que se vea muy exaltado en vida en forma de
premios, elogios o ventas es indagar en muchas de las figuras que fueron famosas en el pasado. Uno de
los casos más notables es el del escritor inglés Wilfrid Ewart, un completo desconocido en la actualidad,
tanto en el mundo como en su país de origen: su nombre hoy no aparece en ningún diccionario o
historia de la literatura que yo conozca, ni siquiera en la exhaustiva New Cambridge Bibliography of
English Literature, que da secas listas de nombres y títulos hasta el agotamiento. Cuando yo incluí uno
de sus cuentos en mi antología de rarísimos relatos Cuentos únicos* (1989), comenté en la exigua nota
biográfica que pude componer sobre él que Ewart debió de ser sin embargo célebre a la hora de su
muerte, acaecida la Nochevieja de 1922 en Ciudad de México, cuando sólo había cumplido la treintena,
ya que gente entonces tan prestigiosa como Lawrence de Arabia o Conan Doyle dijeron de él,
respectivamente: «No necesita presentación ante el público lector», y «No hay que equivocarse: ese
joven habría llegado hasta lo más alto». Por otra parte John Gawsworth, el autor de la introducción a
uno de sus volúmenes póstumos (de 1933), decía allí lo siguiente: «Wilfrid Ewart murió hace diez años y
tres meses; la noche de Año Viejo de 1922, para ser exactos, en la sofocante oscuridad de la ciudad de
México. La historia es demasiado conocida para precisar aquí de ampliación, y demasiado trágica para
permitir insistir en ella con un comentario de pasada. Otro de los grandes novelistas de Inglaterra cayó
muerto, y la Literatura fue tanto más pobre por su pérdida. Junto al Árbol de la Noche Triste… fue
enterrado».

Pero tan olvidado está hoy Ewart que si en 1933 la historia de su trágica muerte era «demasiado
conocida para precisar de ampliación», en 1989 ni siquiera fui capaz de averiguar cuál había sido esa
tragedia (y no me tengo por mal investigador). Meses después, no menos de tres mexicanos, entre ellos
el interesante autor Sergio González Rodríguez y el joven Rafael Muñoz Saldaña, me escribieron
dándome cuenta de las pesquisas que habían llevado a cabo en su país a raíz de mis comentarios. He
aquí el resumen de lo que puede leerse con más detalle, y con profusas citas de los periódicos mexicanos
que en su día reseñaron el suceso, en el artículo «El misterio de Wilfrid Ewart», que González
Rodríguez publicó en la revista Nexos en diciembre de 1989:

"La explicación tanto de la policía como de la prensa fue la siguiente: el señor Ewart debió de oír el
estrépito de las celebraciones del Año Nuevo en la calle; se asomó al balcón para contemplarlas y tuvo
la mala suerte de recibir en el ojo el impacto de una de las muchas balas"

Ewart murió la noche de su llegada a la ciudad, tras haber pasado poco más de una semana viajando
por otros puntos del país; su cadáver fue descubierto por Angelina Trejo de Estrevelt, una camarera
del Hotel Isabel, en cuyo piso cuarto él se hospedaba; la camarera, no se sabe por qué (pero así lo indica
la noticia del diario Excelsior del 3 de enero de 1923), miró por la cerradura de la habitación 53 y le
extrañó ver que la luz artificial estaba encendida; llamó entonces sin obtener contestación y,
preocupada, abrió con su llave y entró, encontrando la cama hecha; pero al dirigir la mirada al balcón
con vista a la calle, que estaba abierto, vio el cadáver del señor Ewart, rodeado por un charco de sangre
ya coagulada; dicho cadáver estaba «en decúbito dorsal» y presentaba una herida por arma de fuego en
el ojo izquierdo, sin orificio de salida: la bala había quedado alojada en el cráneo; la noticia de otro
diario, El Universal, aportaba un detalle más, inquietantemente contradictorio: también había manchas
de sangre en un sillón, «que demuestran que allí estaba Ewart cuando recibió la mortal herida.» La
explicación tanto de la policía como de la prensa fue la siguiente: el señor Ewart debió de oír el
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estrépito de las celebraciones del Año Nuevo en la calle; se asomó al balcón para contemplarlas y tuvo
la mala suerte de recibir en el ojo el impacto de una de las muchas balas que los insensatos mexicanos
tenían a bien disparar al aire por aquel entonces. Hasta aquí la explicación oficial.

Pero mis informantes añadían una serie de datos que, dado el olvido de Ewart hoy en día, hacen pensar
que hasta lo más misterioso es también mortal: en las mismas fechas otros dos extranjeros sufrieron
violentos percances en las cercanías del Hotel Isabel, uno muerto, víctima accidental de la pendencia
que el 3 de enero dirimieron a tiros en plena calle el general Leovigildo Ávila y el teniente coronel
Constantino Lazcano (dicho sea de paso, la balacera hirió a un total de siete individuos, incluyendo a
los dos duelistas, al muerto y «al torero Pepete, que pasaba por ahí»), el otro malherido al ser
atropellado y arrastrado por un automóvil Ford enloquecido la misma noche de fin de año: ese último
siniestrado, llamado Duems, se alojaba, para mayor coincidencia, en el mismo piso que Ewart había
cenado esa noche en compañía de otro escritor inglés, Stephen Graham, y su mujer; a ese colega y
amigo lo había conocido durante la Primera Guerra Mundial, siendo él capitán y Graham soldado
raro. Éste y su mujer fueron las últimas personas que lo vieron vivo; Graham fue quien hubo de
identificar el cadáver; ambos, junto con veintidós miembros de la colonia británica que no habían
conocido al difunto (recuérdese que acababa de llegar a la ciudad), fueron los testigos de su entierro en
el Cementerio Británico de la Calzada de la Verónica, que hoy ya no existe; fue Graham también quien
explicó más tarde a la prensa que Ewart era un distinguido escritor, autor de dos obras y numerosos
artículos, e igualmente distinguido ciudadano, hijo de Lady Mary Ewart, descendiente de famosos
militares y lejanamente emparentado con William Ewart Gladstone, quien fuera primer ministro de la
reina Victoria.

"Durante la cena, extrañamente, la única conversación que recuerda Graham (y fue la última) es
totalmente absurda, suscitada por la anodina pregunta del camarero «¿Cómo quieren los huevos?»"

Hace tan sólo unos días recibí de Inglaterra un libro casi inencontrable: su autor, Stephen Graham; su
título, The Life and Last Words of Wilfrid Ewart (La vida y las últimas palabras de Wilfrid Ewart); su
fecha de publicación, mayo de 1924. Lo que aquí interesa es su penúltimo capítulo, titulado «El último
día del año viejo», en el que por fin se ofrece la versión de los hechos a cargo del amigo Graham. Estas
son las novedades: Ewart estaba sin equipaje, ya que tras enviarlo a Nueva Orleans, adonde pensaba
viajar de inmediato, había decidido quedarse una larga temporada en México, entusiasmado por el
país; allí se proponía escribir un libro sobre las relaciones entre los Estados Unidos y el Canadá, entre
otros motivos porque dudaba que fuera a escribir más novelas (la llamada Way of Revelation había sido
su éxito); ahora le interesaba sobre todo la política exterior; también había llegado a la conclusión de
que pensamiento era conservador, tras haber tenido tentaciones liberales e incluso radicales; se
mostraba muy fascinado por el toreo y ya admiraba a Marcial Lalanda, un ídolo entonces, aunque al
mismo tiemp temía no ser capaz de volver a asistir a una corrida en su vida, de tan asquerosas; durante
el almuerzo rechazó el pavo y los platos más sólidos en favor de una inacabable ración de fresas con
nata; habló de un autor que en aquellos momentos le impresionaba mucho, a saber, ¡Blasco Ibáñez!,
aunque parece que eran más las adaptaciones cinematográficas de Sangre y arena y Los cuatro jinetes
del Apocalipsis las que le habían hecho mella. Pasaron la tarde en el Teatro Lírico viendo una revista; a
la salida ya se oían sin cesar cohetes y tracas y seguramente disparos al aire. Durante la cena,
extrañamente, la única conversación que recuerda Graham (y fue la última) es totalmente absurda,
suscitada por la anodina pregunta del camarero «¿Cómo quieren los huevos?», la cual hizo que Ewart
perorara largamente sobre los mismos y presumiera de poder calcular su edad con un margen de error
de tan sólo un día. Luego se separaron, camino de sus respectivos hoteles. Como si hubiera estado
presente, Graham cuenta cómo su amigo «se desvistió, se lavó, se puso el pijama, colocó una cuchilla en

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su maquinilla de afeitar, y evidentemente tenía la intención de afeitarse antes de acostarse cuando le


atrajo algún nuevo suceso en la calle. Fue a la ventana y en ese mismo momento una bala perdida le
atravesó el ojo y cayó muerto dentro de la habitación». Tenía puestas las gafas, pero la bala atravesó el
cristal sin dañar la montura. La muerte, con piedad irónica, le entró por el ojo por el que nunca había
podido ver: físicamente perfecto, estaba sin embargo desconectado del cerebro; con el otro veía bien
sólo de cerca y lo cierto es que no debía haber combatido en la guerra: un verdadero regalo para los
enemigos, había sido milagroso que sobreviviera a tantas otras balas disparadas con aún mayor
intención de matar.

Aunque al tiempo ya no le importe lo que fue de Ewart, quizá hay que pensar lo siguiente: es raro que
la camarera confesara haber mirado por el ojo de la cerradura antes de llamar; parece extravagante
que Ewart fuera a afeitarse si no pensaba recibir a nadie, sino meterse en la cama; ningún periódico
mencionó que el cadáver estuviera en pijama, como así debió ser según Graham; es extraño que el
sillón tuviera manchas de sangre si Ewart recibió el balazo (que le causó la muerte instantánea)
asomado al balcón; y más extraño sería aún que el difunto hubiera llevado el sillón hasta el balcón
considerando lo mal y poco que veía a distancia con su único ojo útil; pero lo más extraño de todo es
saber que ese balcón se hallaba en el cuarto piso cuando resulta que el fatídico Hotel Isabel, aún
existente, sólo hay balcones en el primer y segundo pisos. Cabe terminar señalando que Stephen
Graham vivió hasta los noventa años, cincuenta y dos más que su infortunado amigo Ewart, y que a lo
largo de su tan prolongada vida logró escribir más de cincuenta volúmenes. Los cuales, sin embargo, no
le han permitido ser hoy menos mortal ni olvidado que el joven de treinta años cuya vida y obra
quedaron truncadas una asesina noche de fin de año en Ciudad de México.

* Publicado por Ediciones Siruela en El ojo sin párpado, nº 25.

_______

Artículo de 1993, recogido en el libro de Javier Marías Literatura y fantasma (Alfaguara).

https://www.zendalibros.com/javier-marias-recuerda-que-eres-
mortal/?utm_campaign=20201126&utm_medium=email&utm_source=newsletter

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La América Latina de Milan Kundera

En diciembre de 1968, Kundera, Fuentes, Cortázar y García Márquez se reúnen en Praga, en un


encuentro crucial para la historia de la novela en Europa y Latinoamérica. Al lado de otras figuras
capitales, aquellos escritores apuntalaron un género que desafió el realismo, la lírica y la historia.

Massimo Rizzante

EL GRAN ENCUENTRO

Todo empezó, aparentemente, en diciembre de 1968. Tres meses después de que el ejército soviético
ocupara Checoslovaquia, tres escritores latinoamericanos –Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y
Julio Cortázar– caminan temblorosos, bajo la nieve de Praga para encontrarse con algunos colegas.
Entre estos últimos se encuentra Milan Kundera, que acaba de publicar con éxito su primera
novela, La broma (1967). En ese momento es posible que ninguno de los tres latinoamericanos hubiera
leído aún la novela del checo, publicada en Francia escasos meses atrás. Kundera, por su parte,
tampoco había leído Cien años de soledad (1967), cuyas pruebas de la traducción checa podrá leer
después de despedirse de sus compañeros de paseo. Tampoco había leído Rayuela (1963), la única gran
novela de Cortázar que Gallimard había publicado en 1967. ¿Había leído, sin embargo, La región más
transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1962), las dos novelas de Fuentes publicadas en
Francia en 1962 y 1966 respectivamente? En ese momento, no lo creo. Lo que es seguro es que, durante
esa semana en Praga, entre tragos y caladas frente al agua helada del Moldava, los cuatro se hicieron
amigos. Ese encuentro en Praga, en una semana de diciembre de 1968, es un hecho improvisado pero
crucial para la historia de la novela entre Europa Central y América Latina, los dos epicentros de la
renovación del arte de la novela de la segunda mitad del siglo XX. Dos epicentros aparentemente al
margen de las tradiciones novelescas francesa y angloamericana. Dos epicentros que se desconocen
entre ellos, pero se encuentran bajo “el mismo cielo estético”, como escribiría Kundera, iluminado por
Cervantes, por Kafka y por la libertad de la gran poesía moderna (no solamente Baudelaire, Rimbaud,
Lautréamont, Mayakovski, Nezval o los surrealistas, sino también Rubén Darío o César Vallejo). Este
encuentro, aunque sus protagonistas lo desconocieran, reconduciría la mirada de la novela moderna
hacia sus raíces, afirmando que antes que una representación realista del mundo, antes de cualquier
“tradición de Waterloo” –en palabras de Fuentes–, la novela ha sido, y es, una fiesta de la imaginación
y el pensamiento, un taller de lo posible, una experiencia donde la Historia no se toma totalmente en
serio. De lo contrario, los novelistas no serían artistas sino columnistas, no serían creadores de un
tiempo inminente sino aduaneros de los hechos consumados.

La amistad es una forma de la crítica

Se dice que la crítica es una forma de la autobiografía, lo que quizá sea verdad cuando se trata de la
crítica de los escritores. Cuando un escritor, un novelista, un artista escribe sobre sus lecturas, escribe
sobre su propia obra. Es decir, nos revela cómo querría que su obra fuera leída, desde qué punto de
vista, desde qué tradición. De una manera tan libre como arbitraria, nos informa su postura crítica, su
posición histórica, su concepción literaria. En otras palabras, nos indica quiénes son sus amigos, no
importa si vivieron hace cinco siglos o son sus contemporáneos en otro continente.
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Si atendemos a lo que Kundera escribe en sus ensayos, desde 1986 hasta 2009, después de aquel primer
encuentro en 1968 con los tres escritores latinoamericanos, constataremos la presencia de las obras de
García Márquez y de Fuentes, sobre la cuales vuelve varias veces. En El telón hace su entrada, discreta
y aparentemente tardía, la obra de Alejo Carpentier, mientras que el nombre de Ernesto Sabato
aparece una sola vez. Su amigo Octavio Paz había encontrado su lugar, desde El arte de la novela, en la
letra O, de “Octavio”, en las “Sesenta y cinco palabras” en la sexta parte del ensayo. La palabra
“Borges”, sin embargo, no forma parte del vocabulario kunderiano. ¿Qué nos dice esta elección? ¿Qué
encuentra Kundera en las obras de estos escritores que le parecen muy cercanos para aproximarlos a
su propia estética?

Dos vueltas, dos libertades

Kundera relee varias veces Cien años de soledad. En las historias de la familia Buendía descubre, por
supuesto, la raíz surrealista. Pero la imaginación surrealista se había manifestado, sobre todo, a través
de la poesía lírica y la pintura. Los surrealistas consideraban la novela una forma sumamente
antipoética. Es Kafka –Kundera lo ha escrito varias veces– quien primero ha legitimado e introducido
lo inverosímil en la novela. ¿García Márquez aprendió su lección? Claro, él mismo lo reconoce. Su
novela, sin embargo, es muy poco kafkiana. ¿De dónde viene, entonces, su riqueza imaginativa, su
sentido de lo maravilloso? La clave está en distinguir, como afirma Kundera, la poesía del lirismo: no
son lo mismo. La poesía de la novela de Cien años de soledad es una prueba indiscutible de esa
distinción, dado que el autor “no abre su alma, sino que permanece ebrio por el mundo objetivo que
eleva hacia una esfera en la que todo es a la vez real, inverosímil y mágico”.

De acuerdo. Pero la pregunta sigue siendo: ¿cuál es la fuente de esta rica imaginación antilírica?

Yo diría que es el fruto de dos vueltas y de dos libertades: la vuelta a los orígenes de la historia de la
novela, a Rabelais, a Cervantes, y a su libertad de contar las aventuras de los personajes y del entorno
que los rodea sin preocupación alguna sobre su verosimilitud; y esa otra vuelta a las formas orales
poéticas y épicas premodernas de América Latina, libres, a su vez, del mundo imaginario europeo.

En Cien años de soledad, es el narrador de Rabelais y Cervantes el que habla, el que actúa, el que
conduce a su lector hacia todos los lugares de la tierra, el que encuentra al antiguo cuentacuentos oral
enterrado en el pasado mítico de un continente que ha sido conquistado por la civilización europea,
aunque nunca realmente descubierto. Todo sucede como si el autor, nuevo Adán, quisiera desafiar a los
conquistadores de su Edén tropical: vengan, vengan a ver lo que pasa en Macondo... ¿Piensan que nos
conocen? ¿Piensan que saben lo que se esconde en el taller de José Arcadio Buendía, “cuya desaforada
imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la
magia”? El célebre “realismo mágico” (nada que ver con “lo real maravilloso” de Carpentier), al cual
se recurre a menudo para clasificar la obra de García Márquez, no es más que una fórmula europea
para definir nuestra fascinación exótica, nuestra pobreza de imaginación, nuestra concepción limitada
de la realidad, nuestra sobredeterminación de la grisaille. No se trata de ver la realidad en la novela,
sino la novela en la realidad. Ni el tiempo ni el espacio ni los personajes ni la naturaleza en la obra de
García Márquez pueden ser plenamente comprendidos si los miramos a través de la lente bifocal de la
razón cartesiana. Y aún menos si los consideramos a través de la tradición de la novela del siglo xix.

En “La novela y la procreación” (Un encuentro, 2009), Kundera, dándose cuenta de que en muchas de
las grandes novelas de todos los tiempos “los protagonistas no tienen hijos”, afirma que “la procreación
repugna al espíritu de la novela”. Kundera ubica el origen de esta reflexión al principio de los tiempos
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modernos cuando, gracias a Cervantes, el hombre se sitúa en la escena europea en cuanto individuo
porque “don Quijote muere y concluye la novela; ese final es tan perfectamente definitivo porque don
Quijote no tiene hijos; de haber tenido hijos, su vida se prolongaría, sería imitada o discutida,
defendida o traicionada”.

¿Se conoce una declaración más feroz y a la vez más sencillamente pronunciada contra la vida?
¿Contra la familia? ¿Contra esa bendición de Dios y de la especie que son los niños? Lo que significa
que por una parte está la creación novelesca y por otra la misión procreadora: dos maneras de concebir
al individuo. La primera lo considera una entidad independiente, la segunda una entidad inacabada
que, respetando los dictados divinos o de la naturaleza, está destinada a fusionarse con todas las otras
entidades.

Muy bien. Pero en Cien años de soledad “el centro de atención ya no es un individuo –escribe Kundera–
, sino un desfile de individuos; [...] todos ellos son originales, inimitables, y, sin embargo, cada uno no es
sino el fugaz reflejo de un rayo de sol en las aguas de un río”. La novela de García Márquez es, de
hecho, una larga genealogía donde los nombres de siete generaciones de la familia Buendía son los
mismos o muy parecidos y, por tanto, pueden confundirse (hay al menos tres Josés Arcadio y dos
Aurelianos); donde la edad de los personajes es muy difícil de calcular (se envejece con una rapidez
sorprendente o se conserva la belleza hasta el último día, como en el caso de Fernanda, o incluso se vive
cien años, como en el de Úrsula); donde la frontera entre los vivos y los muertos es casi inexistente. El
tiempo, en Macondo, no pasa como en cualquier otro lugar: fluye como “un río”, cierto, pero un río que
se encuentra muy lejos de la Historia, esa invención europea, que irrumpe casi siempre bajo la forma
de la guerra y del progreso técnico y que, por ello, se convierte en un eco distante. Por no hablar de la
frenética fertilidad de Aureliano, el hijo de José Arcadio y Úrsula, que, al principio de los capítulos
dedicados a las guerras civiles, está así descrito por el autor: “El coronel Aureliano Buendía promovió
treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete
mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor
cumpliera treinta y cinco años.” Kundera, al final de su breve ensayo, se pregunta si el tiempo del
individualismo moderno, nacido con el personaje de don Quijote, es todavía el tiempo de José Arcadio,
de Aureliano y de sus diecisiete hijos. O si, al contrario, se halla en un pasado mítico o en un porvenir
donde el individuo volverá a caer en la especie. Me gusta mucho una frase de Shklovski: “Las musas
son la tradición literaria.” Toda nuestra inspiración, por personal que la creamos, está en deuda con lo
que se escribió antes. Se escribe en la viva presencia de toda la literatura, lo sepamos o no. En este
sentido, como escribió otro gran autor latinoamericano, Ricardo Piglia, no hacemos más que “corregir
las pruebas de un largo manuscrito” cuya singular versión definitiva no es más que una parte de lo que
me gusta llamar un diálogo infinito. A veces este diálogo se enriquece de voces que surgen de un tiempo
preliterario, prehistórico, donde el pasado y el porvenir se encuentran de una manera inexplicable en
un presente tan concreto como quimérico. Es el tiempo de Macondo. Es el tiempo novelesco de
Macondo. Ya que, hay que añadir, solo en la novela pueden coexistir todos los tiempos.

Tiempos históricos y música

¿Cómo? Esa es la gran pregunta y el mayor desafío de la novela moderna. Al menos según Kundera y
su amigo Carlos Fuentes, los dos alumnos más fieles a la “novela poli-histórica” de Hermann Broch.
Bajo el foco de Los sonámbulos su amistad se convierte en una verdadera afinidad estética. En Broch
los personajes de la trilogía, Pasenow, Esch y Huguenau, están concebidos como “puentes erigidos por
encima del tiempo”, escribe Kundera. Lo que significa que su aspecto físico, su psicología y su pasado
personal no son muy importantes para comprenderlos. Para entender la rebelión de Esch hay que
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remontarse en la Historia europea hasta la época de Lutero. No se trata solamente de una manera de
superar la novela realista y psicológica del siglo xix. Es una manera nueva de explorar al hombre.

Bajo este foco brochiano Kundera, en Los testamentos traicionados, relee su propia obra comparándola
con la de Fuentes. En Terra nostra (1975) encuentra, aún más que en las anteriores novelas del autor
mexicano, la obsesión estética de dar coexistencia a diferentes tiempos históricos que él mismo acaba de
exorcizar en su novela La vida está en otra parte (1973). Pero las técnicas de los dos novelistas para
mantener juntos los tiempos sin que la obra pierda su unidad no coinciden. En Kundera, el presente del
poeta Jaromil se entrelaza con los pasados de Rimbaud, Keats o Lérmontov gracias a la repetición de
motivos y de temas. En Fuentes, los mismos personajes se reencarnan a través de los siglos y los
continentes creando una “Historia otra” –poética, onírica– que no tiene nada que ver con aquella
cronológica de los historiadores. Para comprender a Jaromil, hay que explorar su mundo lírico ante la
pantalla de toda la historia de la poesía europea. Para comprender al hombre mexicano del siglo XX
hay que exponerlo al télescopage de numerosas épocas remontándonos hasta el descubrimiento de
América.

Kundera, en la parte final de El telón, regresa sobre su obsesión y la encuentra en las novelas de Alejo
Carpentier: El siglo de las luces (1962), Concierto barroco (1974) y El arpa y la sombra (1979). Me
acuerdo que la primera vez que leí este capítulo sobresalté. ¡Por fin encuentro en Kundera a
Carpentier, mi héroe de los dos mundos, el Broch del Caribe! ¡Es el otro maestro secreto de Kundera!
Kundera y Carpentier son, además, los dos únicos novelistas musicólogos de la segunda mitad del
siglo XX, los únicos que, con conocimiento de causa, han musicalizado la novela, que la han sometido a
la disciplina formal de la música: sonata, fuga, concierto, sinfonía, variaciones sobre el tema... El autor
cubano, que vivió en París entre el final de los años veinte y el final de los años treinta del siglo pasado,
conocía todo en la literatura europea, había leído a Broch ya en los años cuarenta. Esto es lo que
escribe sobre él en su artículo “Novela y música”, de 1955:

¿Por qué la novela se sustrae casi siempre a este tipo de reglas? Se nos podrá responder que la novela –
que es sobre todo un relato– equivale a lo que en la música se llama una “libre composición”. Es el tema
elegido el que dicta las leyes y la escala temporal. Pero podríamos también objetar que esta “libre
composición” conduce a menudo a los autores a la brillante práctica del arte del impromptu... Sin
embargo hay casos, como la novela de Hermann Broch, en los que la voluntad de cuidar la estructura,
la forma, el equilibrio entre cada parte ha dado resultados magníficos.

¿Qué más se puede añadir? Quizás este pasaje del discurso que el autor de El reino de este
mundo (1949) pronunció en el momento de la recepción del premio Cervantes en 1977. Es un pasaje que
Kundera no puede haber leído sin saltar de la silla:

Todo está ya en Cervantes [...] el Quijote se nos presenta como una serie de geniales variaciones a base
de un tema inicial, en trabajo parecido al de las variaciones musicales inventadas por el maestro
Antonio de Cabezón, el organista ciego e inspirado vihuelista de Felipe II, que fue el creador de esa
técnica fundamental del arte sonoro.

Post scriptum

Muy bien. Pero la gran pregunta sigue siendo: ¿por qué muchos novelistas de diferentes países y
continentes (Broch, Kundera, Rushdie, Fuentes, Kenzaburo Oé), a veces muy lejos los unos de los otros

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en el tiempo y el espacio (Thomas Mann, Kiš, Sebald, Chamoiseau, Carpentier), aun antes de conocer
su relación estética (Fuentes lee primero a Faulkner y luego a Broch y a Kundera; Kundera que lee
primero a Broch y luego a Fuentes) se han planteado este gran desafío? ¿Por qué la novela del siglo XX
quiso luchar contra la ley de la sucesión de los acontecimientos? Toda la novela moderna es una
rebelión contra esta condena. La pluralidad de las voces; la construcción supraindividual del
personaje; la ruptura de la narración a través de puntos de vista diferentes; los cambios inesperados de
registros; las incursiones en otros territorios como el reportaje, la carta, el ensayo; las confrontaciones
y coexistencias con otras artes: la poesía, la música, el teatro, la pintura, la fotografía, el cine. Todo eso
por crear una novela polifónica y sinfónica, un lugar donde todo está presente. Todo eso por
reivindicar el presente que está en todos los pasados. ¿No es cierto? ~

https://www.letraslibres.com/mexico/revista/la-america-latina-milan-kundera

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La editó Hotel de las Ideas, con dibujos y guion de sus directores Diego Rey y Santiago Sánchez Kutika.

La novela gráfica sobre Roberto Arlt y su tiempo

La novela gráfica Roberto Arlt: Cronista Criminal (Hotel de las ideas) no pretende ser una biografía
del escritor ni una adaptación de su obra: más bien presenta al hombre y su tiempo, en su ciudad y en
sus espacios creativos. Buenos Aires a finales de los años 20 tenía una intensidad política y social
insólita, que Arlt reflejaba en su trabajo como periodista de policiales. Sobre esa contemporaneidad y
el proceso de escritura en bares y redacciones pusieron el ojo el dibujante Diego Rey y el guionista
Santiago Sánchez Kutika para llegar a un retrato vívido del autor de Los siete locos.

Por Lautaro Ortiz

De la misma manera que se le agradece a Ricardo Güiraldes la creación del implacable título El juguete
rabioso, también se le puede reprochar haber convencido a Roberto Arlt de borrar el nombre que
originalmente pensó para su primera novela. Porque La vida puerca era (y es) una definición exacta del
universo arltiano, y al mismo tiempo una calificación sin eufemismos sobre la profesión que el narrador
ejerció desde 1927 y durante varios años: el periodismo policial. Solo quienes hayan pasado una
temporada de trabajo en esa sección saben que entre la vida y la muerte, entre el crimen y la
desesperación, entre la delincuencia y la supervivencia, las palabras escritas siempre se tiñen con el
color del infierno. Sobre ese infierno pusieron el ojo el dibujante Diego Rey y el guionista Santiago

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Sánchez Kutika, ambos directores de Hotel de las Ideas, sello por donde acaba de editarse Roberto
Arlt, cronista criminal, aproximación historietística sobre los años (1927 a 1928) en que Arlt escribía
sin pausa tanto en las redacciones como en pequeñas libretas de apuntes que llevaba a los bares mal
iluminados de los márgenes de la gran ciudad.

Sin embargo esta novela gráfica poco y nada tiene de biografía, poco y nada tiene de adaptación, y (por
suerte) ninguna pretenciosa interpretación literaria sobre la obra general de Arlt, un mal (la exegesis)
que se ha generalizado entre quienes deciden abordar la figura de autores célebres.

Rey y Kutika abrieron una pequeña ventana, escucharon, dibujaron, y retrataron instantes vividos que
el lector deberá encastrar para atrapar la idea madre de este proyecto: estilo y destino son los bolsillos
del viejo saco de Arlt que ambos autores decidieron vaciar para mostrar como la creación literaria
siempre está ligada a la experiencia de su tiempo. Porque, como aseguraría con razón Piglia, ningún
escritor argentino fue tan contemporáneo a su tiempo como Roberto Arlt. Por ese motivo es que el foco
no está obsesivamente iluminando lo biográfico, sino retratando la ciudad, esa Buenos Aires de finales
de las década del 20 llena de redacciones periodísticas como la de Crítica de Natalio Botana o El
mundo del grupo Haynes, empresas que se disputaron la firma de Arlt que, por entonces, había
convertido a sus crónicas policiales en estampas descarnadas sobre los habitantes de los márgenes
urbanos.

A esa ciudad no había que inventarle nada, Buenos Aires estaba en ebullición: por un lado la burguesía
radical que tenía como espejo a Marcelo T. de Alvear y por otro, a Hipólito Yrigoyen con más oído
para la clase trabajadora que, a fuerza de huelgas –alimentadas por socialistas, anarquistas y
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comunistas-, exigían mejores salarios y derechos. Una ciudad atestada de conventillos, de runflas, de
estafadores, vividores, y hombres sin esperanza. Una ciudad conmovida, además, por la sentencia a
muerte de los inmigrantes italianos Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti, acusados injustamente en
Estados Unidos de un crimen que no cometieron. Aquel infierno, evidentemente, no se lo podía calificar
de encantador.

Arlt retrató en breves columnas para la sección policial desde el relato de un intento de suicidio hasta
las alternativas de la misteriosa muerte de un concejal, siempre asumiendo todos los riesgos que se
interponen cuando periodismo y literatura se encuentran. Y Rey y Kutika, ahondaron en esa

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experiencia. Porque este libro es el retrato de un hombre que mira, escucha, escribe (son los años de la
creación de Los siete locos) y busca en los ojos de los otros, las mejores y peores historias.

Arlt es, entre los escritores argentinos, acaso, uno de los autores más gráficos, por pinta y por obra.
Todo tiende a ser imagen en sus textos, su prosa nunca de desdibuja, se redibuja página a página,
personaje a personaje, como sucede en las viejas novelas populares. La impronta gráfica y su carácter
ligado al blanco y negro ya lo impuso José Muñoz cuando eligió versionar “La agonía de Haffner, el
rufián melancólico” que formó parte del libro La Argentina en pedazos.

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Sabiendo todo eso, Diego Rey decidió sortear la obviedad del monocromo y asumir el riesgo estilístico
al incorporar el color como figura central. Naranjas, verdes, marrones y azules, rigen escenas y
momentos de la historia (naranjas son las calles y marrones las redacciones) dándole vida al infierno
porteño. El color en este libro es un elemento decisivo no solo que da cuerpo sino que le imprime alma
al guion, lo ordena temporalmente y facilita la lectura. La paleta elegida que propone Rey para mostrar
la ciudad (Diagonal Norte o la “Gatichaves”), es uno de los aciertos más claros del libro. “Siempre me
atrajo el rostro de Arlt, hay pocas fotos, pero su cara angulosa, su mirada penetrante tiene mucha
personalidad, mucha impronta. Y claro, traté de evitar el blanco y negro a la hora de contar. Busqué
entonces que la escala cromática tenga que ver con lo que estábamos contando: los azules corresponden
a los velorios de su padre y de Güiraldes y a la muerte de 'el facineroso'; los naranjas fueron para los
pasajes más intensos de la ciudad, y los verdes para cuando se mezcla la vida personal de Arlt. Dejé el
marrón para las redacciones y el ambiente periodístico como una forma de reflejar esa cosa monótona
del trabajo”.

A estas reflexiones del dibujante, Santiago Kutika le suma detalles tales como que el libro comenzó a
gestarse en 2017 con la idea primaria de adaptar las crónicas policiales de Arlt, y que sin embargo,
luego de asistir ambos a un taller del guionista de historietas Diego Agrimbau (luego el guión obtuvo
una beca del FNA y otra de la Facultad de Letras de La Plata) terminaron desarrollando otras líneas.
“No queríamos realizar una biografía lineal de Arlt, eso lo sabíamos de entrada”, asegura Kutika.
“Como tampoco queríamos inventar, decidimos ir por otro lado. De ahí que decidí optar por una
división temática. Hay algunos ejes que sobrevuelan el libro: el trabajo, el dinero, la muerte, la
paternidad, y, claro, la escritura que siempre está presente tanto en bares como en las redacciones
donde Arlt se cruzaba con personajes como los Tuñón, Nicolás Olivari, Carlos de Púa, Roberto Tálice”,
enumera. Y agrega: “Su gran obra, Los siete locos, se alimentó sin dudas de esos tiempos tan
infernales”.

https://www.pagina12.com.ar/315871-la-novela-grafica-sobre-roberto-arlt-y-su-tiempo

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ARTE

¿La arquitectura es un arte?

Por: Cultura Colectiva -

En entrevista con Amado López, Director Comercial de TSYA International, sabrás la relación entre el
arte, la arquitectura y cómo la fusión de ambas han ayudado a solucionar algunos de los retos que la
humanidad se ha enfrentado.

Hoy vamos a hablar de arquitectura, considerada como una expresión artística desde la época del
renacimiento, y le preguntamos Amado López, Director Comercial de TSYA International:

¿La arquitectura es un arte?

«Gracias por la oportunidad. Empezaría diciendo que la composición de la palabra ARTE se deriva del
latín “Ars” y el Griego “Techne” y se refiere a cualquier oficio que se haga con profesionalidad y
maestría, lo que aplica muy bien a lo que es la Arquitectura.

La arquitectura es considerada un reflejo del arte en una época determinada, que expresa de manera
material, la cultura y la manera como las personas percibían el mundo dando una interpretación al
momento de concebir sus obras y cómo eran contempladas, para la satisfacción del hombre.
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No sólo es “construir” espacios, edificios o casas, es construir una ilusión que permita ser admirada,
habitada y sobre todo funcional; que sea placentero para el ser humano».

¿Pero cómo es esa relación entre el arte y la arquitectura?

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«Pues me parece que al describirlo se explica mucho, sobretodo que viene desde el renacimiento. Como
las grandes obras de la época barroca en Roma y la del clasicismo en Europa, consideradas como obras
de arte de la humanidad. Y con mucha razón, sólo basta con verlas, pues son la más pura expresión del
hombre plasmada en una fachada simplemente, en una iglesia, un castillo o en un edificio.

Para considerar como obra de arte a una determinada obra construida, se deben tener en cuenta
varios factores, que van desde la concepción de algo, una idea, la que casi siempre empieza con un
dibujo a mano alzada en un pedazo de papel, el estudio de las necesidades, el diseño de espacios, el
cálculo y diseño de la estructura, de las instalaciones, su funcionalidad, pasando por el programa de
actividades hasta la implantación en el terreno, y demás; más allá de la forma, el color y otros factores
estéticos que se debe considerar también, además del “buen gusto”, que lo determina en consenso un
grupo de personas especializada que analizan todos esos aspectos.

Cuando estos temas han sido considerados y se ha dado la innovación en la aplicación, entonces sí
podríamos estar hablando de una obra de arte.

Como conclusión, diría que la arquitectura es más que una expresión personal de los gustos del
creador, el arquitecto se debe conscientemente y objetivamente a resolver los espacios que necesita el
hombre, sin sacrificar la belleza o estética».

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Foto: Unsplash

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TSYA en un vistazo:

Y ya entrando en materia, ¿qué es TSYA?

«Somos un equipo de consultoría global e interdisciplinario orientado a ofrecer soluciones de Diseño


Arquitectónico, es un Estudio que incorpora todas las Ingenierías que lo complementan. Esto es muy
importante.

En TSYA hemos desarrollado un fuerte expertise en industrias reguladas –cosméticas, salud,


farmacéuticas, alimenticias y corporativas– en donde las ingenierías juegan un papel clave y la
arquitectura es un componente vital en proyectos que requieren una intervención de infraestructura.

Tan sencillo como que la Ingeniería necesita de la Arquitectura; son complementarios y necesarios.

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Somos líderes con experiencia acreditada, desarrollando un modelo pionero de soluciones integrales e
innovadoras de diseño e infraestructura y gestión en la industria de la cosmética, alimenticia, logística,
arquitectura corporativa y especializados en el área farmacéutica y de salud

En pocas palabras: “Hacemos lo mismo pero de manera diferente”».

¿Y cuánto tiempo lleva TSYA en el mercado internacional?

TSYA es una compañía fundada en 1982 en Argentina por un pequeño grupo de Arquitectos
argentinos con mucha experiencia, encabezados por Jorge Turjanski y Miguel Sartori, dedicada a
hacer del diseño, el principal aliado de los proyectos de inversión. Ahora está conformada por más de
74 personas entre arquitectos, ingenieros y farmacéuticos.

Cuenta con un equipo de profesionales altamente capacitados bajo estándares GMP y FDA, con
presencia en Latinoamérica con operaciones internaciones extensivas y con proyectos en 15 países,
conformando un equipo de profesionales expertos altamente competentes en el área de arquitectura e
ingeniería, y capacitados para interpretar y aplicar las normativas a cumplir según las necesidades de
cada uno de nuestros clientes.

¿Cuál es la oferta de valor de TSYA, qué lo hace diferente?

Comprensión integral.

Tenemos una comprensión completa y especializada de todas las áreas de arquitectura farmacéutica y
de salud altamente clasificadas, comerciales, industriales y corporativas.

Realizamos evaluaciones y supervisiones necesarias para finalizar proyectos, capaces de ejecutar todo
tipo de proyectos, mayores y pequeños.

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Interactuamos con nuestra red de sucursales, que se suma a la experiencia local e internacional de
asesores y profesionales, para cumplir todas las etapas: podemos evaluar la viabilidad del proyecto,
hacer el diseño preliminar / diseño final, el plan maestro, la documentación y la gestión técnica de
nuestros proyectos.

Pero hay un factor importante; “la transparencia es clave”, la información siempre está abierta y
disponible para nuestros clientes, optimizando sus recursos y apoyar el crecimiento junto con la
inversión en nuestros servicios para proporcionar rendimientos. Foto: Unsplash

¿Suena interesante, pero cuál es la clave para llegar a todo eso que mencionas?

«El entender a nuestros clientes. Identificamos las expectativas específicas de cada cliente y
satisfacemos las necesidades con resultados medibles, eso por un lado, y por otro, el Trabajo en equipo.
Nuestro éxito se basa en nuestra gente, y el trabajo en equipo es nuestra filosofía y la calidad es la clave
de nuestro crecimiento.

Nuestra misión es lograr la mejor calidad y gestión para el proceso, siempre basado en el know
how y expertise de nuestros profesionales. Durante la fase de proyección, se sugerir un plan para
satisfacer las necesidades del cliente.

En TSYA, los conceptos de funcionalidad, negocio e imagen, se fusionan en un servicio profesional


empresario que trasciende la arquitectura e ingenierías. Somos expertos».

¿Y por qué se deciden para tener presencia en México, Centro América y el Caribe?

Más de 300 compañías de todo el mundo nos han dado su confianza en forma continua a lo largo de
nuestra trayectoria. Por lo que TSYA considera que seguir ofreciendo sus servicios en el mercado
internacional en el área de Arquitectura e ingeniería, representa una gran oportunidad para capitalizar
38 años de experiencia en América Latina, no sólo en México que es un mercado muy grande y muy
apetitoso, sino en otras latitudes de la región.

¿Por último, la arquitectura sustentable es utilizada por TSYA?

Por supuesto, pues es lo que prevalece hoy: el diseño arquitectónico que busca principalmente, la
disminución en el impacto ambiental sobre el entorno de la edificación, y su sustentabilidad a lo largo
del tiempo. Por lo que optimiza el uso de recursos naturales, tanto para su construcción como para su
habitabilidad. También considera, aspectos como las condiciones medioambientales y climáticas del
lugar donde se construye, pero principalmente la reducción del consumo de energía mediante el
aprovechamiento de los recursos naturales que puedan favorecer por ejemplo la calefacción, la
refrigeración y la iluminación.

TSYA se compromete a brindar mejor cuidado de salud a más personas. Diseñamos sistemas que
simplifican las labores administrativas con nuevas tecnologías, diseñamos centros de salud enfocados a
los pacientes, equipados con las tecnologías médicas más avanzadas.

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¡Mejor salud a más personas!

A través de esta entrevista a Amado López, a quien agradecemos por su tiempo para hablarnos sobre
este tema, se descubre la intersección entre el arte, la arquitectura y cómo el ingenio humano pueden
darle solución de una forma estética a algunos de los retos que desde tiempos anteriores al renacimiento
mismo ocupaban a los humanos y que hoy nos han legado grandes ejemplos arquitectónicos que siguen
inspirando a los ingenieros y arquitectos de la actualidad.

Contacta a Amado López a través de su correo electrónico: [email protected]

https://culturacolectiva.com/arte/entrevista-amado-lopez-tsya-international

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"Soneto al ojo del culo", de Paul Verlaine (Francia, 1844-1896) y Arthur Rimbaud (Francia, 1854-
1891)

Posted: 13 Jan 2021 10:00 PM PST

Oscuro y arrugado como un clavel violeta

entre el musgo respira humildemente oculto,

húmedo aún del amor que la pendiente sigue

de las nalgas blancas al borde de su abismo.

Hilillos parecidos a lágrimas de leche

lloraron, bajo el áfrico cruel que les empuja,

a través de coagulitos de marga rojiza,

para llegar ahí donde llama el declive.

Mi boca se acopla frecuente a su ventosa,

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y mi alma, del coito material celosa,

de él hace salvaje lagrimal, nido de llanto.

Es la oliva extendida y la flauta mimosa,

es el tubo al que cae la garrapiña célica,

Canaán femenino de humedades abiertas.

Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, incluido en Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica.
Panorama general (La Esfera de los libros, Madrid, 2002, selec. y trad. de Luis Antonio de Villena).

Otros poemas de Paul Verlaine

Alegoría, Arte poética, Calidoscopio, Cansancio, Circunspección, Coloquio sentimental, Mi sueño


familiar, Sensatez (XIX), Spleen

Otros poemas de Arthur Rimbaud)

A la música, Adiós, Democracia, El barco embriagado, El herrero, El mal, El relámpago, Los


azorados, Los poetas de siete años

http://franciscocenamor.blogspot.com/2021/01/poema-del-dia-soneto-al-ojo-del-culo-de.html

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Aprende a escribir con… Soledad Puértolas

13 Ene 2021

ÁLVARO COLOMER

Aprende a escribir con, Fotos: Victoria R. Ramos, Soledad Puértolas

Cuando alguien pregunta a Soledad Puértolas qué es el estilo, ella responde «una forma de nadar». Sus
interlocutores se quedan entonces en silencio, acaso reflexionando sobre la profundidad del símil, y sólo
algunos esbozan una sonrisa conscientes de que, cuando esta mujer habla de nadar, no se refiere a otra

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cosa que no sea nadar. Es decir, desvestirse, ponerse el bañador y tirarse a la piscina. El estilo es para
ella el crol, la braza, la espalda y la mariposa. Y lo otro, bueno, lo otro es literatura.

Soledad Puértolas se aficionó a la natación a una edad tardía, cuando sus hijos dejaron de ser niños y
ya no tenía que desvivirse por ellos. Se apuntó a un gimnasio, probó suerte en la zona de aguas y se
acostumbró a hacer cuarenta largos tres veces por semana. La escritora zaragozana descubrió que le
gustaba ese deporte por motivos bien distintos: primero, porque le fascinó experimentar la sensación de
que se pueden descubrir cosas nuevas a una edad ya avanzada; segundo, porque al deslizarse por la
superficie sentía que su cuerpo se diluía; y tercero, porque le encantaba charlar con sus amigas en esos
vestuarios donde, según dice, la desnudez hace que afloren las verdades.

Pero claro, inevitablemente llegó el momento en que narradora y nadadora se fundieron, y fue entonces
cuando Puértolas comprendió que la mejor forma de escribir era también la mejor forma de nadar:
con naturalidad, dejándose llevar, casi sin pensar en el cuerpo. La escritora se convenció de que el agua
era como un folio en blanco, un lugar en el que sólo debes preocuparte por avanzar, un medio en el que
uno ha de dejarse llevar, un espacio en el que hay que desprenderse de la realidad.

"Puértolas prefiere cocinar que viajar, coser que correr y recibir que visitar, pero no por ello ha
perdido la rutina de escribir"

Soledad Puértolas ya no nada tanto como antes. Padece fibromialgia y, aunque todavía haya quien
niegue la existencia de esta enfermedad, a ella le duele todo el cuerpo. La falta de salud siempre ha
estado presente en sus textos, pocas escritoras han reflexionado tanto sobre el modo en que esa carencia
nos afecta, y ahora es ella quien sufre sus consecuencias a diario. En la actualidad, Puértolas prefiere
cocinar que viajar, coser que correr y recibir que visitar, pero no por ello ha perdido la rutina de
escribir.

La escritora que se convirtió en la quinta académica de la historia de la RAE se levanta cada día bien
temprano, da un paseo por el barrio y se pone a escribir normalmente hasta las 13,00 h. Evita el
despacho porque le parece un lugar demasiado serio para que la imaginación salga a jugar y prefiere
acomodarse en los otros rincones de la casa antes de ponerse el sombrero de escritora. Por cierto,
cuando se instala en la cocina, suele escribir a la vez que guisar, y así, entre párrafo y párrafo, levanta
la tapa de la cazuela y comprueba que todo hace chup chup.

Después se bebe una cerveza, se sienta a comer y se pega una siesta. La tarde la dedica a asuntos más
livianos, como preparar una conferencia, leer un rato o estirarse en lo que llama «el sofá de corregir»,
donde se tumba a revisar lo que escribió por la mañana y donde espera a que la noche asome por la
ventana.

"Así transcurren los días de Soledad Puértolas, con la tranquilidad necesaria para crear y con la
disciplina de quien hace cuarenta largos a diario"

Así transcurren los días de Soledad Puértolas, con la tranquilidad necesaria para crear y con la
disciplina de quien hace cuarenta largos a diario. De hecho, dice que no entiende a los escritores que se
pasan ocho horas ante la pantalla. Le provocan admiración y perplejidad al mismo tiempo, y cuando
les oye fardar de sus jornadas maratonianas, piensa que, en su opinión, el exceso de trabajo creativo
nunca es, por paradójico que parezca, bueno para la creación.
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Ah, y una cosa más: a Puértolas le divierte mucho que algunos narradores digan que, cuando están
escribiendo intensamente, evitan leer a otros autores por miedo a que se les pegue el estilo. Ella se ha
pasado media vida compartiendo piscina con otros nadadores y nunca le ha ocurrido eso de estar
haciendo crol y, al pasar junto a un compañero de carril que haga braza, se descubra a sí misma
moviéndose como una rana. Además, para que algo nos contagie, dice, tenemos que ser propensos al
contagio. Vamos, que no se convierte uno en una persona elegante por el mero deseo de querer serlo, ni
tampoco escribe uno como Nabokov simplemente por leerlo durante un rato. Más claro, agua. Y sin
cloro.

https://www.zendalibros.com/aprende-a-escribir-con-soledad-
puertolas/?utm_campaign=20210114&utm_medium=email&utm_source=newsletter

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Haruki Murakami: Kafka en la orilla

“Kafka en la orilla” novela escrita por el autor japonés Haruki Murakami, presenta una historia poco
usual, llena de situaciones extravagantes y abordando temas controvertidos e inclusive disparatados. Es un
libro difícil de entender para el público que se limita a leer de manera superficial. Por lo tanto, necesita de
una reseña diferente, en la que iniciemos precisando un marco cultural que nos permita darle sentido a tan
extensa y peculiar obra literaria.

Iniciemos explicando un concepto filosófico: “El principio de no contradicción” de Aristóteles, el cual rige
la lógica de la civilización occidental. Ese principio dice: eres lo que eres y no puedes ser otra cosa al mismo
tiempo. De manera que en occidente no solemos conceder demasiado margen para la contradicción ni para la
ambigüedad. Pues bien, en el mundo oriental rige una lógica muy distinta. Según el taoísmo la contradicción
está presente en todos los seres y en todas las cosas, pues cada una de ellas posee en su interior un opuesto
complementario. La coexistencia de dos fuerzas contrarias (es decir, el yin y el yang) generan el equilibrio
que da sentido a la vida.

En la cosmogonía de los pueblos asiáticos se habla de dos mundos paralelos: un mundo material que vemos,
palpamos y que aparentemente podemos controlar; y un universo espiritual que no podemos ver. Y
curiosamente es allí, en el mundo invisible e inalcanzable es donde se desarrolla la existencia real. Por
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consiguiente, la humanidad no controla su destino sino que está supeditado a las fuerzas de la naturaleza y a
los designios de los espíritus.

Los japoneses creen en la existencia de espíritus muy poderosos que necesitan ser apaciguados. El
sintoísmo es el culto a la naturaleza tal como es, indomable e impredecible. Para ellos la idea de que el
hombre pueda lograr el control del mundo es absurda. Sin embargo, existen pequeños espacios por los cuales
el ser humano puede asomarse al mundo espiritual, el mundo de lo invisible. Y esos espacios son la mente
subconsciente, los sueños, y las llamadas experiencias paranormales (situaciones de las cuales este libro se
encuentra repleto).

La literatura japonesa no siempre habla de fenómenos sobrenaturales a modo de bellas metáforas, sino que
tales eventos pueden formar parte de una trama convencional. Porque Japón es el reino de los espíritus
invisibles en donde todo puede suceder.

Bajo esta mirada cultural, no resulta extraño que en esta novela lluevan peces, que los seres humanos hablen
con los gatos, que un personaje duerma durante días completos, y que íconos de la publicidad como Jonnie
Walker o El coronel Sanders cobren vida. Estos detalles aparentemente estrambóticos sirven para ubicarnos
en otro nivel de existencia: el nivel inconsciente, donde se encuentran las fuerzas contradictorias de la
creación y la destrucción, el amor y el odio, y la vida y la muerte.

Lo que esta ficción propone es la apertura de una pequeña rendija por la cual el ser humano podría ingresar
al mundo de lo invisible y tomar control de su paso por la vida. O al menos corregir alguno de los traumas
que le agobian.

El motivo más importante de esta novela es la pérdida del conocimiento. Pareciera que todos los personajes
han sufrido en algún momento una condición de desmayo, estupor, estado de coma; o bien han experimentado
una visión delirante.Y esa desconexión lejos de perjudicar a los personajes les supone una oportunidad única e
irrepetible para incursionar en el mundo de lo invisible.

Si efectivamente la historia ilustra la correlación de dos mundos paralelos, se antoja congruente que el autor
haya optado por narrar dos historias simultáneas, con dos narradores diferentes y dos protagonistas. Por un
lado el joven Kafka Tamura se pierde en el bosque para cumplir su karma, ordenar su árbol genealógico y
reintegrarse a la vida (o más bien para experimentar un verdadero nacimiento tras un doloroso parto de quince
años). Mientras tanto el anciano Satoru Nakata acude al mar para cerrar armoniosamente su ciclo. Para ello
tendrá que encontrar la puerta que le dará acceso al mundo de los espíritus: una especie de piedra filosofal con
la que apaciguará a los espíritus y devolverá a su alma el equilibrio necesario. Un tercer personaje (la bella,
fría y etérea Señora Saeki) funge como enlace entre los dos héroes. Ella vive en un irregular estado
intermedio entre la vida y la muerte y su suplicio debe ser finiquitado. Así la vida logrará la necesaria
renovación y continuará con su eterno devenir.

Con ello podemos concluir que “Kafka en la orilla” es una obra literaria de gran calado. Es verdad que su
gigantesco entramado está repleto de extravagancias argumentales, personajes bizarros y episodios
políticamente incorrectos (animalistas y feministas radicales no deben leer este libro). Y a pesar de todo
ofrece un mensaje claro y congruente.

Pudimos haber abordado esta reseña desde el punto de vista tradicional, diciendo que la novela pertenece al
género fantástico, que el tema principal es el complejo de Edipo, que la sicología de los personajes es
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bastante rica, que su manejo del misterio se muestra impecable, que se vale de un inusual formato de
capítulos sincronizados, que debido a la magnitud de su entramado resultó imposible finiquitar la historia de
manera límpida, que ofrece los acostumbrados ganchos comerciales (como escenas gratuitas de sexo o
referencias a la música occidental)… a grandes rasgos esa hubiera sido nuestra opinión.

Pero ese tipo de reseña no nos hubiera ayudado demasiado con el propósito de extraer la verdadera esencia
de Haruki Murakami, escritor ambicioso y grandilocuente, cuya ficción a menudo se ubica en un nivel
distinto de realidad… o como dirían los místicos japoneses: en el reino de lo invisible.

Publicado el 22 febrero, 2021 por Guillermo Castro

https://miencuentroconlaliteratura.wordpress.com/2021/02/22/haruki-murakami-kafka-en-la-orilla/

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¿Es imprescindible comer la fruta con piel para ingerir suficiente cantidad de fibra?

INVESTIGACIÓN UPV/EHU

Saioa Gómez Zorita, Helen Carr-Ugarte, Jesús Salmerón y Maria Puy Portillo

Foto: Enrico
Sottocorna / Unsplash
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La respuesta es no. Debemos comer más fruta, con o sin piel, como más nos guste, pero comer más. Tal vez la
pregunta correcta debería ser: ¿debemos comer más fruta para ingerir suficiente cantidad de fibra? En este
caso la respuesta sería claramente afirmativa.

Empecemos por ver qué es la fibra. Esta es la fracción comestible de alimentos de origen vegetal que no
puede ser digerida por los enzimas digestivos y que, por tanto, no puede absorberse en el intestino. Sin
embargo, algunos tipos de fibra sí pueden ser fermentados por la microbiota, lo que da lugar a compuestos
beneficiosos para la salud como los ácidos grasos de cadena corta.

A pesar de que la fibra no se absorbe, sí debemos ingerirla en cantidad suficiente, porque tiene múltiples
efectos beneficiosos. Por ejemplo, la prevención del estreñimiento y la disminución de las concentraciones de
colesterol en sangre. De hecho, numerosos estudios epidemiológicos han puesto de manifiesto que aquellas
personas con un bajo consumo de fibra tienen una mayor predisposición a padecer ciertas patologías como
diabetes y enfermedades cardiovasculares.

En lo que respecta a las fuentes de fibra, algunos alimentos como los cereales integrales (trigo, avena…), las
legumbres, las frutas, las verduras y los frutos secos son ricos en ella. Por el contrario, los de origen animal,
como la carne, el pescado y los huevos, carecen de la misma.

¿Cuánta fibra debo ingerir?

Las recomendaciones de ingesta de fibra en adultos difieren según el organismo que las establezca. Según la
Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la recomendación actual en adultos es de al menos 25
g/día. Sin embargo, el consumo actual de fibra en Europa se sitúa en torno a 14-23 g/día, por debajo de las
recomendaciones. En concreto, el estudio ANIBES, indicó que en España el consumo medio de fibra era de
13 g/día en hombres y de 14 g/día en mujeres con edades comprendidas entre 18 y 64 años.

Para llegar a este consumo mínimo de fibra se deberían consumir al menos 5 raciones de fruta y verdura al día
(unos 400 g) y 2 o 3 raciones de legumbre a la semana. Así mismo, se deberían consumir cereales integrales
como el arroz integral.

No obstante muchos, en vez de preocuparnos por la baja ingesta de estos alimentos, lo hacemos por consumir
la fruta con piel para aumentar la ingesta de fibra. Es cierto que la piel de la fruta tiene mayor cantidad que el
resto de la fracción comestible, pero debido al bajo peso que supone en comparación con el peso total, la
diferencia entre comerla con o sin piel es pequeña.

En la siguiente tabla se muestran los gramos de fibra en la pulpa y en la piel de la manzana y de la pera.
Imaginemos que ingerimos 150 gramos de pera sin piel: en este caso, el contenido total de fibra ingerida sería
3,2 g. En cambio, si también ingerimos la parte correspondiente de piel, unos 5 g, estaríamos añadiendo
únicamente 0,1 gramos extra de fibra.

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A todo esto cabe añadir que, en numerosas ocasiones, hay más diferencia en el contenido en fibra entre
distintas frutas e incluso entre clases o variedades de una misma fruta. Si este caso no supone ningún
problema desde el punto de vista del consumo de fibra, ¿por qué se le da tanta importancia a cómo comer la
fruta o la verdura?

En definitiva, a pesar de que el consumo de fruta y verdura con piel pueda suponer un ligero incremento en la
ingesta de fibra, este es muy pequeño. Si para alguien puede suponer una reducción de la ingesta de fruta o
verdura es preferible que le quite la piel. En este caso, lo principal es incrementar el consumo de frutas y
verduras, no importa cómo las ingiramos.

Sobre los autores: Saioa Gómez Zorita es profesora en la UPV/EHU e investigadora del Centro de
Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CiberObn) y del Instituto
de Investigación Sanitaria Bioaraba; Helen Carr-Ugarte y Jesús Salmerón investigan en la UPV/EHU ,
donde Maria Puy Portillo es catedrática de nutrición.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Artículo Original.

https://culturacientifica.com/2021/02/19/es-imprescindible-comer-la-fruta-con-piel-para-ingerir-suficiente-
cantidad-de-
fibra/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+CuadernoDeCulturaCientfic
a+%28Cuaderno+de+Cultura+Cient%C3%ADfica%29

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Quién sabe", de Gerardo Diego (España, 1896-1987)

Posted: 14 Feb 2021 10:00 PM PST

A Vicente Aleixandre

Eso nunca Un espejo de alcoba que se estime a sí mismo

no girará para abrir paso a la invasión de las profecías

Antes se dejará segar en flor

por una larga mirada procedente del Cáucaso

Todo conserva la misma ceremonia recíproca

Altas firmes resecas las espadas

esperando las manoplas rivales

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y el frontón donde rebotan

los ojos como corazones elásticos

Las alfombras contagiando el soplo de los siglos

por sus contactos de hombro a hombro y de hombro a hombro

y la máquina de escribir estremeciéndose a cada relámpago

Después de esto nada más fácil

que despegarme yo en dos hostiles entidades

lo mismo que un espejo en espejo y espejo

o que un ahorcado

en ahorcado primogénito y ahorcado bis

Todo es cuestión de estirar bien los pies sin balanceo

y dejar que crezcan sus uñas

hasta el nivel de los más empinados surtidores de sangre

de esos que brotan de un reloj de pulsera pisoteado

o de una violeta

al querer arrancarle su perfume distintivo

o sus iniciales tiernamente entrelazadas

Todo esto y mucho más sucede

cuando mis huesos alteran su dominó correlativo

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buscando otra solución más razonable

1932

Gerardo Diego, incluido en Poesía surrealista en español (Éditions de la Sirène, Parías, 2002, ed, de Ángel
Pariente).

Otros poemas de Gerardo Diego

Pincha para ver la lista de poemas incluidos en el blog

http://franciscocenamor.blogspot.com/2021/02/poema-del-dia-quien-sabe-de-gerardo.html

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Ciencia para todos T03E22: Veinte aniversario del genoma humano

Por Francisco R. Villatoro, el 23 febrero, 2021. Categoría(s): Ciencia • Medicina • Noticias • Podcast Ciencia
para Todos (SER) • Recomendación • Science ✎ 2

Te recomiendo escuchar el podcast del episodio T03E22, «20 aniversario del genoma humano», 18 feb
2021 [min 46:45–58:45], del programa de radio “Ciencia para todos”, en el que participo junto a Enrique
Viguera (Universidad de Málaga), coordinador de Encuentros con la Ciencia. Esta sección semanal del
programa “Hoy por Hoy Málaga” presentado por Esther Luque Doblas, se emite todos los jueves en la
Cadena SER Málaga (102.4 FM) entre las 13:05 y las 13:15. Enrique y yo hemos intervenido desde nuestras
propias casas.

Hemos entrevistado a Juan López Siles, biólogo que creó la empresa GEneTaq, especializada en diagnóstico
genético y lleva por tanto más de 20 años trabajando en estos temas. GEneTaq es «un laboratorio
especializado en genética molecular humana para el diagnóstico avanzado de enfermedades genéticas y tiene
como objetivo principal el estudio de enfermedades raras. Avalada por el premio 50K del Instituto
Internacional San Telmo, la empresa inició su actividad en 1998 para ofrecer análisis genéticos con fines
diagnósticos a los profesionales de la medicina».

Escucha «ToolboX.Academy para que niñas y niños aprendan a programar» [min 46:45–58:45] en Play SER.
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Esther: «Una semana intensa desde el punto de vista científico. Hoy, a las 21:55 hora española, aterrizará el
rover Perseverance de la NASA en la superficie de Marte. Recordemos que un equipo de la Universidad de
Málaga, liderado por el investigador Javier Laserna, tendrá un papel destacado en la misión que pretende
buscar indicios de vida pasada en el planeta rojo. Por otro lado, el lunes 15 de febrero se celebró el 20
aniversario del genoma humano. Francis, Enrique, ¿qué quiere decir exactamente?»

Francis: Así es Esther, el 15 de febrero de 2001 se publicaban en las prestigiosas revistas científicas Nature y
Science, los resultados de sendos proyectos cuyo objetivo era secuenciar todo el genoma humano, unas 3200
millones de bases nucleotídicas que representamos por las letras A, C, G y T; por así decirlo, el libro de
instrucciones presente en nuestro ADN que fabrica cómo somos».

«Estas publicaciones fueron precedidas por una conferencia de prensa en la Casa Blanca en junio del año
2000 en la que el presidente Bill Clinton iba acompañado por los líderes de ambos proyectos, Francis Collins,
coordinador del consorcio internacional, y Craig Venter, coordinador de la empresa Celera Genomics, que
había ideado un método rápido para secuenciar el genoma, que le permitió completar el proyecto en tan solo 9
meses mientras el consorcio internacional llevaba años intentándolo».

«En 2001 se publicó un borrador del genoma humano. Una versión más completa se publicó en 2003; desde
entonces, se han publicado revisiones menores. Hoy día sabemos que el genoma humano contiene 20.440
genes que codifican proteínas».

Enrique: «Pero lo más importante, era conocer qué decía esa información, una tarea de investigación que,
transcurrido 20 años, todavía no se ha completado. Cuando se comparan los genomas de diferentes
individuos, la similitud es del 99.9 %. Esa sola diferencia de un 0,1 % es lo que nos hace tan particulares, pero
apunta ya un dato muy interesante: no hay diversidad génica suficiente como para hablar de razas, no existen
razas en los seres humanos: pequeños cambios en esa secuencia de DNA puede tener un efecto en el color del
pelo o de la piel, pero la especie humana tiene un origen muy reciente y no se han acumulado suficiente
número de secuencias como para hablar de razas humanas».

«Otra de las sorpresas derivadas de la lectura del genoma de especies extintas como el hombre de Neanderthal
y compararla con el genoma humano fue descubrir que las personas cuyos antecesores proceden de Europa,
Asia y Oceanía tienen, tenemos, hasta un 3 % de DNA de Neanderthal en nuestro genoma, fruto de
encuentros lejanos. Las poblaciones humanas con genomas más puros por así decirlo serían las poblaciones
africanas, cuando cuento esto en clase lo titulo “Una cura de humildad”. A día de hoy ya se han secuenciado
unos 30 millones de genomas humanos gracias al desarrollo de nuevas tecnologías de secuenciación y al
abaratamiento de su coste, de forma que hoy día es posible secuenciar un genoma humano en menos de una
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semana y con un coste asequible al bolsillo. De hecho, hay empresas como 23andMe que te indican datos
curiosos como el origen de tus ancestros, buscar parientes lejanos, hermanos a los que han separado, o
características como la intolerancia a la lactosa, aunque en realidad lo que estamos haciendo es regalarle
nuestros datos genéticos a la empresa para enriquecer sus bases de datos que posteriormente ellos puedan
vender a terceros».

Francis: «El estudio del genoma puede revelar además la identificación de variantes génicas que hagan a un
individuo tener una mayor predisposición a padecer algún tipo de enfermedad porque tiene un gen afectado.
Si sabemos de antemano esta información, pasaríamos a lo que denominamos medicina preventiva (tratar al
paciente antes de que se desarrolle la enfermedad) y medicina predictiva (hablamos de probabilidad de
desarrollar una enfermedad en función del perfil genético)».

Esther: Para hablar del efecto de los genes en la salud tenemos hoy al teléfono al Dr. Juan López Siles,
biólogo, quien creó la empresa GEneTaq especializada en diagnóstico genético y lleva más de 20 años
trabajando en estos temas. [Saludos a Juan] ¿Nos podrías comentar brevemente la historia de tu empresa con
sede en Málaga?

Juan: «Yo provengo del Hospital Carlos de Haya, de la Unidad de Investigación, y junto a mi compañera
Mercedes Fernández creamos en el año 1998 lo que entonces era un laboratorio embrión de genética
molecular. Antes de tener la secuencia completa del genoma humano ya se iban conociendo pequeñas
mutaciones que daban lugar a enfermedades monogénicas y a predisposiciones al cáncer. Consideramos que
era el momento para empezar, para tratar de trasladar esa información científica a utilidad sanitaria».

«En el año 2001 empezamos con los primeros secuenciadores; adquirimos un secuenciador capaz de
secuenciar 300 pares de bases cada hora, un trocito pequeñísimo de uno de esos veinte mil genes que existen
(una minucia comparada con esos 3200 millones de pares de bases del genoma humano). Veinte años después
estamos secuenciando genomas completos entre 2 y 3 días a precios muy asequibles. Otra cosa es conseguir
sacar la información que nos interesa sobre el paciente… aún nos quedan otros veinte años apasionantes».

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Enrique: «Me encanta cuando hablo de vuestra empresa en mis clases, destacando que desde Málaga se han
secuenciado muestras de pacientes de todo el mundo. Yo hecho siempre de menos la figura del especialista en
diagnóstico genético en España».

Juan: «Es evidente que es absolutamente necesaria, imprescindible. De hecho, España ha quedado al final de
este tren europeo y somos el único país actualmente que no presenta especialista en gética. Hay una miríada
de profesionales dedicada a ella, pero sin el reconocimiento… Y eso obviamente enlentece el impulso de este
conocimiento. Siempre vamos a remolque en ese sentido».

Francis: «Juan, ¿cuál es el perfil más común entre las personas que están interesadas en conocer su propio
genoma?»

Juan: «Nosotros nos dedicamos fundamentalmente al estudio de enfermedades monogénicas, es precisamente


la secuenciación del genoma humano lo que impulsa al descubrimiento de nuevos genes que están implicados
en enfermedades, principalmente raras; y es justamente con la llegada de las nuevas técnicas de secuenciación
masiva, que te permite pasar de esos 300 pares de bases que yo comentaba cada hora, a secuenciar
actualmente un genoma en dos o tres días lo que nos está permitiendo un avance en el conocimiento de
enfermedades más poligénicas, enfermedades que no siguen una estructura de herencia mendeliana. Por
ejemplo, la trombosis, una enfermedad compleja en la que está implicadas muchas mutaciones que nos hacen
diferentes; como comentaba antes Enrique, pero que a la vez, cuando todo eso se junta con otras
características ambientales, alimentación, etcétera, da lugar a un aumento del riesgo. Ahora mismo ese es el
futuro de la genómica, unida a otras ciencias ómicas, que también están en desarrollo gracias al conocimiento
que proporcionó la secuenciación del genoma, como por ejemplo la metabolómica, la proteómica, etcétera.»

Esther: «Conocer nuestro propio genoma podría servir como diagnóstico temprano de muchas enfermedades
de origen genético. Desde hace 10 años existen en los hospitales de Málaga el llamado consejo genético. Dr.
Siles, nuestros genes también nos pueden predisponer a muchas otras enfermedades, ¿conocer nuestro
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genoma puede servir para que cambiemos nuestros hábitos de vida con el objetivo de mejorar nuestra salud
futura?»

Juan: «Correcto, por un lado la predisposición genética que el individuo tiene por la serie de mutaciones que
va acumulando a través de la familia y también a través del periodo de vida, pues se van acumulando distintas
mutaciones por errores cuando las células se dividen. Y, por otro lado, están los factores ambientales, que
condicionan a los genes y pueden darnos información acerca de cómo tenemos que comer para estar más
sanos, por ejemplo. Y evitar esas predisposiciones».

Francis: «En plena pandemia de coronavirus una preocupación de mucha gente es si nuestros genes nos
pueden predisponer a padecer la covid de forma severa. Juan, ¿se sabe qué marcadores de nuestro genoma
están asociados a un curso severo de la covid?»

Juan: «Esa es la pregunta de premio Nobel. Efectivamente, hay muchísima gente investigando a este nivel.
Qué diferencia a un individuo de 80 años a tener una covid severa de otro que no la padece, por qué un chico
joven deportista con 30 años presenta sintomatología muy severa frente a otro que es asintomático. Qué base
genética hay ahí que pueda diferenciar estos casos. Se está estudiando, pero respuestas exactas todavía no se
conocen. Yo creo que para eso nos quedan todavía un par de años de conocimiento».

Esther: [Despedida y cierre].

https://francis.naukas.com/2021/02/23/ciencia-para-todos-t03e22-veinte-aniversario-del-genoma-
humano/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+naukas%2Ffrancis+%28
La+Ciencia+de+la+Mula+Francis%29

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